Acto de Reparación Al Santísimo Sacramento
Acto de Reparación Al Santísimo Sacramento
Acto de Reparación Al Santísimo Sacramento
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- Por nuestro Cardenal Julio y sus Obispos auxiliares,
- Por nuestros Sacerdotes y Diáconos,
- Por los religiosos y religiosas,
- Por el Pe. Juan Clá Diaz,
- Por las vocaciones sacerdotales y misioneras en los Heraldos del Evangelio
(Orden I, II y III),
- Por los Heraldos del Evangelio en Bolivia,
- Por los padrinos y madrinas de los Heraldos del Evangelio,
- Por Bolivia,
- Por los cumplimientos de las promesas de Nuestra Señora de Fátima,
- Por el Triunfo del Inmaculado Corazón de Maria,
- Por el aumento de la devoción al Santísimo Sacramento,
- Por el aumento de la devoción a Nuestra Señora,
- Intenciones particulares
Secuencia de oraciones:
1- Acto de Reparación al Santísimo Sacramento
2- Reparación en forma de Letanía
3- Rosario
4- Letanía del Corazón de Jesús
5- Oraciones Particulares
Adorador (a) titular de: (jaculatoria, ej.: Santa madre de Dios) pasa la guardia
del Santísimo Sacramento.
Adorador (a) titular de: (jaculatoria, ej.: San José) recibe la guardia del
Santísimo Sacramento y promete adorarlo, guardarlo y defenderlo con toda
el alma hasta el holocausto.
Dulcísimo Jesús, cuya infinita caridad para con los hombres es tan
Ingratamente correspondida con olvidos, frialdad y desprecios, estamos aquí
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postrados delante de vuestro altar para desagraviaros, con especiales homenajes, de
la insensibilidad tan insensata y de las perversas injurias con que de todas partes es
objeto vuestro amorosísimo Corazón.
Reconocemos, con el más profundo dolor, que también nosotros más de una
vez cometemos las mismas indignidades. Para nosotros, en primer lugar imploramos
vuestra misericordia, prontos a expiar no sólo nuestras propias culpas, sino también
las de aquellos que, errando lejos del camino de la salvación, o obstinándose en su
infidelidad, no queriéndoos como pastor y guía, o pisoteando las promesas del
bautismo, sacudieron el suavísimo yugo de vuestra santa ley.
De todos estos tan deplorables crímenes, Señor, nosotros queremos
desagraviaros, más particularmente de la licencia de las costumbres e inmodestias
del vestido, de tantos lazos de corrupción armados a la inocencia, de la violación de
los días santificados, de las execrables blasfemias contra Vos y vuestros santos, de
los insultos a vuestro Vicario y a todo vuestro clero, de los desprecios y de las
horrendas y sacrílegas profanaciones del Sacramento del divino amor; en fin, de los
atentados y rebeldías oficiales de las naciones contra los derechos y el magisterio de
vuestra Iglesia.
¡Oh!, ¡ Si pudiésemos lavar con nuestra propia sangre tantas iniquidades!
Entretanto, para reparar la honra divina ultrajada, os ofrecemos, juntamente con los
merecimientos de la Virgen Madre, de todos los santos y almas piadosas, aquella
infinita satisfacción que Vos ofrecisteis al Padre Eterno sobre la Cruz, y que no
cesáis de renovar todos los días sobre nuestros altares.
Ayúdanos Señor, con el auxilio de vuestra gracia, para que podamos, como es
nuestro firme propósito, con la viveza de la fe, con la pureza de las costumbres, con
la fiel observancia de la ley y caridad evangélicas, reparar todos los pecados
cometidos por nosotros y por nuestro prójimo, impedir por todos los medios nuevas
injurias de vuestra divina majestad y atraer a vuestro servicio el mayor número de
almas posibles.
Recibid, oh benignísimo Jesús, por las manos de María Santísima reparadora,
el espontáneo homenaje de éste nuestro desagravio y concédenos la gran gracia de
perseverar constantes hasta la muerte en el fiel cumplimiento de nuestros deberes y
en vuestro santo servicio, para que todos podamos llegar a la patria bienaventurada,
donde Vos con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis, Dios, por todos los siglos
de los siglos. Amén.
Dulcísimo Salvador Jesús, que en la Eucaristía no cesáis de derramar sobre las almas
los inefables tesoros de vuestro Corazón, y por éstos beneficios continuados no
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recibís las mas de las veces sino frialdad, indiferencia o criminal ingratitud, mirad a
vuestros pies corazones que en vos reunisteis y llenasteis de vuestros beneficios. Oh
Dulcísimo Jesús, penetrados de reconocimiento por tantas gracias y de pesar por
tantas ingratitudes, quisiéramos en éste momento hacer un alto de solemne
reparación. Atended, pues, oh amable Salvador de nuestras almas, atended a éstos
acentos de nuestra Fe y muy legítimo dolor:
- Por nuestras irreverencias en el lugar santo, perdón y reparación honorífica.
- Por las disipaciones de nuestro espíritu y corazón durante los Santos Misterios,
- Por nuestra poca correspondencia a vuestros continuos favores,
- Por nuestros pecados de orgullo y sensualidad,
- Por todas nuestras negligencias y tibiezas para con vuestro amante Corazón,
- Por los malos ejemplos que hemos dado,
- Por los pecados que hemos sido causa u ocasión,
- Por nuestra indigna frialdad a los pies de vuestros altares,
- Por todos los pecados de nuestra vida pasada,
- Por las blasfemias proferidas contra Vos y vuestra augusta Madre,
- Por las deplorables mentiras de la herejía,
- Por los criminales desertores de vuestro culto,
- Por los indignos profanadores de vuestro santo día y de vuestro santo Nombre,
- Por los audaces ladrones de vuestros templos y altares,
- Por todos los repugnantes sacrilegios y comuniones indignas y tibias de la
tierra,
- Por todas las otras profanaciones de vuestro Sacramento del Amor,
- Por los desgraciados instrumentos del infierno en la propaganda del mal,
- Por los ultrajes que Os han hecho los corazones que más debían consolar
Vuestro Corazón,
- Por los bárbaros perseguidores de vuestra Iglesia y santos del mundo entero,
Oración: Oh Dios, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has
depositado infinitos tesoros de caridad, te pedimos que, al rendirle el homenaje de
nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Oración: Clementísimo Dios, que para la salud de los pecadores y refugio de los
miserables quisiste que fuera el Corazón Santísimo e Inmaculado de María el más
semejante en caridad y misericordia al divino Corazón de su Hijo Jesucristo;
concédenos que cuantos veneramos la memoria de este dulcísimo y amantísimo
Corazón merezcamos por su intercesión y méritos ser hallados conformes con el de
Jesús. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
R/. Ten piedad de nosotros.
Oración: Ó Dios, que por la inefable providencia os dignasteis escoger a San José
por esposo de vuestra madre Santísima; concedednos, os lo pedimos, que
merezcamos tenerlo por intercesor en el Cielo, a aquel que veneramos en la tierra
como protector. Vos que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amen.
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1. Como consejo juzgamos que la preparación nunca debe ser realizada en
menos de tres minutos y la acción de gracias en menos de diez minutos.
2. Después de la comunión, conviene siempre hacer los siguientes cuatro
actos:
a. Adoración,
b. Agradecimiento,
c. Reparación
d. Petición
3. La comunión, para ser bien realizada, no debe ser improvisada; por ésta
razón, siempre debe tenerse un pensamiento que oriente cada comunión:
seleccionado el tema, comulgar en función de ese asunto central.
4. El católico debe habituarse a las verdaderas dimensiones de la Religión
Católica: a ese hecho positivo de que los sobrenatural lo cerca de todos lados,
de que el es hijo de Dios y de que lo normal de todas sus perspectivas es
inmenso; de que no podría vivir absorto en la consideración de las pequeñeces
de la vida cotidiana, más, por el contrario, siempre debe tenerse en vista el gran
horizonte que se muestra en la punta de todas esas realidades.
5. Como no es posible en cada comunión desarrollar todas esas reflexiones,
basta tomar una de ellas seriamente, para hacer una comunión bien hecha.
6. La preparación y la acción de gracias deben ser hechas por medio de Nuestra
Señora, porque como hijos de Ella, no podemos perderla de vista un solo
instante.
Preparación
1. ¨Spectaculum facti sumus et angelis et hominibus¨. Fuimos colocados como
espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres (I Cor. 4,9). Considerar la corte
celeste que está presente asistiendo a mi comunión. Pensar en Nuestra Señora
alabando a Nuestro Señor por estar El dándose a mí. Considerar el Cielo entero
mirando la escena y pidiendo misericordia por aquel que está recibiendo la Sagrada
Eucaristía.
2. Pensar en Nuestra Señora del Santísimo Sacramento adorándolo
ininterrumpidamente en todos los sagrarios de la tierra, desde las menores capillas,
hasta las más suntuosas catedrales; y hasta en los antros de profanación, en misas
sacrílegas.
3. Actuar en todo como hijo de Nuestra Señora. Pedir a Nuestra Señora que nos
prepare para la comunión, que nos obtenga la gracia de hacer la preparación en unión
con Ella y con los Santos de nuestra devoción.
4. ¨Venid espiritualmente a mi alma, oh Madre y tratad a Nuestro Señor como lo
tratabais en la tierra, porque no soy capaz de tratarlo debidamente¨.
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¿ Voy con confianza a recibir a Nuestro Señor alegremente. Nuestra Señora lo está
tratando por mi? Entonces El está siendo espléndidamente recibido en mi alma y yo
estoy ofreciendo a El una fiesta regia.
Considerar a Nuestro Señor llegando y hablando con Nuestra Señora. ¡Las miradas
de El y Ella!
5. Considerar Caro Christi, Caro Mariae; Sanguis Christi, Sanguis Mariae; Cor
Jesu ET Mariae: una unión del alma de El con ésta montaña cristalina y luminosa de
santidad que es Nuestra Señora.
5. ¨ Yo deseo ardientemente comer esta pascua con vosotros¨ (Lc. 22,15). Pensar
en el Corazón Eucarístico de Nuestro Señor, presente en todos los sagrarios del
mundo; en la infinita bondad de El, que permanece horas y días en el sagrario orando
por todos los que pasan –y por mi- a la espera de que alguien venga a recibirlo.
¨Pertransiit benefaciendo¨ (Hech. 10,38), como decía San Pedro.
5. Cuando vamos a comulgar, debemos pensar: ¨Nuestro Señor está allí adentro en
el sagrario, deseando con intensidad ser recibido por mi, a pesar de todas las
imperfecciones de mi alma¨. Así, iré para la comunión con confianza.
5. Debemos considerar con confianza y respeto: ¨¡Cuan inmenso es el Dios capaz
de tal maravilla! Mas, ¡también cuan bueno es!¨. Debemos imaginarlo entrando a
nuestra alma con el afecto correspondiente a ésta bondad.
Por lo tanto, no debemos imaginar a Nuestro Señor entrando a nuestra alma y
haciendo una inspección seca y aborrecida: ¨Tal defecto, tal vicio, tal mancha; ésta
alma no debería haberme recibido!...¨
Debemos imaginar a Nuestro Señor, de la misma forma como El entraba en la casa
de los enfermos que iría a curar. El iba con afecto, con voluntad de curar, entraba con
semblante sereno, aire bondadoso, dispuesto a escuchar, a corregir, a perdonar y
después otorgaba la gracia. Debemos imaginar a Nuestro Señor rebalsando de ésa
bondad.
9. Este es el amor con el cual el Corazón Eucarístico de Jesús nos espera, es para
ésta intimidad a la cual nos invita, que nunca seremos tan íntimos de alguien cuanto
de Nuestro Señor en la Santísima Eucaristía.
9. Debemos tornar bien claro y vivo a Quien es que vamos a recibir. Nuestro
Señor está presente en la Eucaristía como estaba en la casa de Lázaro, como estuvo
en la Cruz, o en los brazos de Nuestra Señora o aún en el Sagrario purísimo de Ella.
Quien está presente es una persona viva, Dios y Hombre, en Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad.
9. Considerar que la Eucaristía es un don de Dios a los hombres. Pensar en la
grandeza del don, en el afecto de quien lo da y en la utilidad para quien lo recibe.
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Dios nos dio el ser, nos creo sacándonos de la nada, nos creó el cielo, la tierra y todas
las cosas que existen, nos dio salud, inteligencia y tantas otras cosas.
Mas allá de eso, nos dio la Encarnación del Verbo. La segunda persona de la
Santísima Trinidad haber condescendido en tornarse hombre para salvarnos es un don
enorme. El mismo Se hizo Hombre y Se dio a nosotros, paso treinta años operando
maravillas inimaginables; y para coronar todo, El nos dio la Eucaristía, para por
medio de ella, establecer una unión más íntima con los hombres que al hacerse
hombre.
En la Eucaristía, El nos da su Cuerpo, su Sangre preciosísimo, su Alma, su Divinidad
y sus meritos infinitos, todas sus virtudes y toda su santidad abundante nos contagian.
Si los ángeles pensasen durante toda la eternidad en un medio de establecer una
unión tal con los hombres, no conseguiría discernir una forma de unión mas perfecta,
mas íntima.
Que maravilla seria entonces pedir:
Oración: ¨Señor, yo soy casi ciego para vuestras cosas., las oigo mas no las veo bien,
y casi no se que decir respecto a ellas. Que vuestra Sangre mi Dios y el agua de
vuestro costado, que en ésta comunión están en mi, caigan sobre mi y arranquen las
escamas de mi vista. Por Nuestra Señora Os pido, atended mi oración¨.
12. Invitación a la seriedad. Todo esto es profundamente serio; es una invitación a
la seriedad, porque si no fuéramos serios en ésta vida, al morir tendremos el mayor
choque que podamos imaginar: enfrentarnos con la infinita seriedad de Dios;
entonces El nos dirá: ¨Yo te visite diariamente durante tantos años, te di diariamente
la gracia de desear mi visita, mas en todas esas visitas no fuiste serio. Recibiéndome,
no reflejaste en el significado del acto, no sacaste las consecuencias de el¨.
¿Que vamos a decir? Quedaremos sin cara y corriendo el riesgo de un gran purgatorio
13. Pensar en las meditaciones de Nuestro Señor en cuanto está en los sagrarios
esperando por ejemplo, la pureza y la seriedad Lo visiten. Preguntar de que vale una
pobre comunión en que se invita a Nuestro Señor a visitarnos y después no tenemos
nada que decirle? Y si El nos pregunta:
¿Porqué me invitaste? ¿Qué quieres de mi? ¿Qué quieres tener conmigo? Estás
recibiendo tan gran don, que pretendes hacer? Has resistido a otras gracias, ¿resistirás
también a ésta? Dios se da a ti y tu no te darás a El por entero en ésta comunión?
Adoración
1. Pedir a Nuestra Señora para poder adorar a Nuestro Señor por mi y conmigo:
¨Venid, Madre mía y cubrid mis manchas, porque en la presencia de El soy indigno y
cargado de defectos. Venid y resolved ésta dificultad, obtened que El no entre en
análisis conmigo, que me va perdonando antes de entrar en mi. Venid con vuestra
sonrisa y vuestras palabras atrayentísimas a El¨.
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2. Oración a Nuestro Señor visitante: ¨Mi Dios, Vos encontrabais vuestro paraíso
estando en María durante vuestra concepción y durante las comuniones de Ella. Cuan
inferior es la acogida que yo os doy. Tened en consideración que en espíritu, vuestra
Madre está presente en mi, otorgándoos una acogida incomparable. Recibid, pues,
con benignidad, mis pobres actos de culto, enriquecidos por pasar a través de Ella
antes de llegar a Vos.
¨Mi Señor y mi Dios, yo quería Adoraros como Nuestra Señora Os adora, aceptad mi
buena voluntad. Ella, que tiene todas las formas de perfección de todas las
adoraciones ya echas a Vos en el pasado y de las que serán realizadas en el futuro,
Ella está aquí y Os adorará por mi y conmigo; de ésta manera, os ofrezco un presente
verdaderamente regio.
Entrad Señor y hacedme digno de recibiros, por vuestra Madre os lo pido,
perdonadme, zurcid el tejido rasgado de mi alma. Lavadme del defecto (del orgullo,
envidia, pusilanimidad, pereza, desánimo …) que noto en mi. Dame vuestra pureza,
tornadme puro, de una pureza que recuerde la pureza de ella, el mejor espejo de
vuestra propia pureza¨.
Agradecimiento
La gratitud es la más frágil de las virtudes humanas; sin embargo, es una de las más
bellas.
No hacer acción de gracias es una injusticia. Si una persona nos salvase del mar,
corriendo riesgos y exponiendo desinteresadamente su vida por nosotros, iríamos
corriendo a agradecerle.
Dios nos creo, nos sacó de la nada por su omnipotencia, después se hizo hombre para
honrarnos y hacernos bien, fue crucificado, se sujetó a aquel abandono terrible en la
cruz. Todo esto que El hizo por nosotros es mucho más que salvarnos la vida. ¿Cómo
agradecerle?
El hizo más aún: venció la distancia que hay entre El creador y yo criatura, y venía a
mi, me dio a Nuestra Señora como Madre, me hizo nacer en la Iglesia Verdadera, me
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llamó a servirla entre los hijos de Nuestra Señora, me separó de la locura general y
me mantiene junto a María Santísima, ¡y ahora está presente en mi!.
Oración: ¨Mi Señor, no se como agradeceros, mas ni la Virgen tiene todas las
gratitudes. Ella está aquí para agradeceros por mi y conmigo; Vos me hicisteis hijo de
Vuestra Madre, recibidla.
Mi Madre, da por mi la acción de gracias agradable a Nuestro Señor¨.
Memorare … pidiendo el aumento de la devoción a Nuestra Señora y la
perseverancia en el estado de gracia.
Magnificat … por haber sido llamados por tan excelsa vocación, de cooperar para la
instauración del Reino de María.
Reparación
1. La reparación es acción de las mas augustas que el hombre puede hacer. Aquel
que repara hace honra y por ella hace justicia, pues la reparación elimina, por así
decir, el acto de injusticia.
Oración: ¨Mi Señor, me duele haber pecado contra Vos y haber hecho mal delante de
Vuestros ojos. Aceptad ahora mi deseo de aprovechar bien vuestras gracias, de ser
valiente, serio y generoso¨.
¨Dadme aquella fe absoluta que mueve las montañas, aquella fe absoluta de rajar las
montañas¨.
¨Dame fuerzas para tener todas las formas de coraje que Vos queréis en mi¨.
¨Dadme ánimo y determinación delante de los impíos que dominan el mundo.
Delante de los malos que Os abofetean hasta dentro de Vuestra casa, dadme el coraje
de consagrarme por entero a la defensa de Vuestro nombre¨.
¨Vos que curáis las lepras del cuerpo, tened pena de mi y curad las llagas de mi alma¨.
2. ¨Parce nobis Domine et miserere, quia peccavimus tibi¨. Perdonadnos Señor y
tened compasión de nosotros porque pecamos contra Vos¨.
¨Si iniquitates observaveris, Domine, Domine, quis sustinebit?¨ Si examináis Señor
nuestras maldades, quien Señor podrá subsistir? (Ps. 129,3)¨.
¨Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam¨. Tened piedad de mi
oh Dios, según TU gran misericordia (Ps. 50, 3).
3. El acto mas agradable a Dios, después de la conservación de la inocencia, es el
de la penitencia. Al pie de la Cruz, Nuestro Señor quiso tener a Nuestra Señora, la
suma inocencia y a su lado, a Santa María Magdalena, para representar la penitencia.
La contrición es la hermana enlevada de la inocencia. Ella mira para la inocencia para
pedir perdón y para hacer penitencia.
Oración: ¨Mi Señor, por Nuestra Señora, quiero dirigiros algunas palabras:
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Dadme la gracia de conocer mi pecado en toda su hediondez, en toda su gravedad, en
toda su malicia y dadme un odio inquebrantable a éste pecado, para que odiándolo,
yo pueda vencerlo.
Dadme aquella forma perfectísima de arrepentimiento que Vos queréis de mi, aquella
compunción de David penitente, aquel su lamento sereno y lleno de confianza,
aquella su pungente dolor. Dadme aquel corazón contrito y humillado que Vos no
sabéis despreciar.
Petición
1. Nuestro Señor nunca deja de atender un pedido para el bien de nuestra alma,
para unirnos más a El, a Nuestra Señora y a nuestra vocación. Hacer por lo tanto,
pedidos largos, osados (mas que tengan propósito).
Oración: ¨Señor, por vuestra Madre Os pido, dadme la gracia de ser todo lo que Vos
queréis de mi, de realizar todo lo que Vos tenéis en mente al crearme. Dame la gracia
de entregarme por entero as Vos. Venced en mí la semi fidelidad a vuestras gracias¨.
Dadme el coraje de los grandes santos para hacer todas las donaciones que me fueren
pedidas, todos los actos de generosidad que vuestra gracia me solicite.¨
Dadme el espíritu y fuerza de Elías, que fueron dados a Eliseo.¨
2. Memento. ¨Quien me dio lo mucho, me dará lo menos¨. Tener un pensamiento
en mira, durante el día y pedir la gracia de darse a Nuestra Señora en un determinado
punto concreto.
2. Oración: ¨Mi Madre, aunque Dios no quisiese concederme la gracia que
preciso, si Vos la pidiereis por mi, de aquella manera que solo Vos conocéis, El me la
concederá¨.
¨Yo, ni siquiera se pedir que pidáis; tened pena de mi, tan miserable y por mi
insuficiencia, por mi desproporción, por mi inadecuación, por la pena que la Madre
tiene del hijo menos ilustre, mas lleno de carencias, mas destrozado, dadme la gracia
que Os pido. Quien Os pide no es mi riqueza, es mi miseria. Mi Madre, apresuraos en
socorrerme.
4. La comunión es una bienaventuranza extraordinaria; por medio de la
comunión, Nuestro Señor establece un contacto santificante con nuestro ser, actuando
en nosotros como un médico poderoso dispuesto a curarnos cuando penetra en
nosotros y se hace nuestro alimento.
4. La santa confusión. Confusión llena de confianza y de certeza de ser atendido,
con la cual el alma se arrodilla a los pies de Nuestro Señor y por medio de María
dice:
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Oración: ¨Mi Señor, no tengo que deciros, veo que anduve mal, mas confío en Vos
porque sois la solución de todo. Vos sois el camino, la verdad y la vida. Confiado os
pido: enmendadme.
Con confianza me postro a vuestros pies con todos mis pecados, como Santa María
Magdalena, se que no me rechazaréis ni me abandonaréis. Vos sois Aquel que a todos
curáis; curadme y enmendadme a mi también. Estoy aquí como el ciego del
evangelio, como el paralítico del evangelio, como el leproso del evangelio: curadme
de mis enfermedades del alma como curabais aquellos cuerpos. Por Vuestra Madre a
quien nunca negaste nada y que también nunca niega ninguna cosa que se le pida a
Ella, os lo suplico, curadme, cambiad mi espíritu, cambiad mi mentalidad¨.
6. Imaginarse a los pies de la Imagen de Nuestro Señor flagelado, todo llagado y
considerar aquella sangre que vierte: ¨Mi Señor, haced con que una gota de vuestra
sangre caiga sobre mi y me transforme.
¡Entre tanto, una comunión es mucho más que esto! Porque en ella, los méritos
infinitos de Nuestro Señor, ofrecidos por mi, lavan mi alma y me obtiene el perdón
para todos mis pecados. La sangre preciosísima de Cristo lo puede todo, y en la
comunión yo lo recibo en mí.
Si aquella mujer del evangelio quedó curada apenas al tocar en su túnica sagrada,
¿porque no quedaré yo así, que voy a recibirlo personalmente?
PE N SAM I E NTO S
¿Cuál es el espíritu que debe inspirar y dominar la vida interior de un adorador del
Santísimo Sacramento?
El mismo espíritu que el de adoración eucarística, expresada por los cuatro fines del
sacrificio del altar. Toda la vida del alma interior es una prolongación de su oración,
es justo que una y otra sean animadas por una misma sierva y un mismo espíritu.
Con toda su vida, todos sus pensamientos y todas sus obras, el adorador deberá, por
lo tanto, adorar, dar gracias, reparar y suplicar, para la mayor gloria de Jesús
Sacramentado; para lo cual penetrará profundamente la naturaleza de cada una de
esos homenajes, de los actos y sentimientos que le son propios, para producirlos con
frecuencia y adquirir facilidad y costumbre de su ejercicio.
La adoración
1º Adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento es, en primer lugar, reconocer que está
allí verdadera, real y sustancialmente presente, con humilde sentimiento de fe viva y
espontanea, sometiendo humildemente la divinidad de éste misterio a la flaca razón,
no queriendo ver ni tocar como el apóstol incrédulo, para rendirse a la verdad de
Jesús Sacramentado, no esperando para postrarse a sus pies mas que la inefable y
dulce palabra de la Iglesia: ¨Este es el cordero de Dios que quita los pecados del
mundo.¨
2º Adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento es ofrecerle homenaje supremo con
todo el ser: Con el cuerpo, por la modestia y el respeto mas profundos, con el
entendimiento, por la fe, con el corazón, por el amor, con la voluntad, por la
obediencia, en unión con las alabanzas de todos los verdaderos adoradores de
Jesucristo, en unión con las adoraciones de la Santa Iglesia, de la Santísima Virgen
cuando vivía en al tierra, de toda la corte celestial que postrada a los pies del trono
del Cordero le ofrece el homenaje de sus coronas diciendo: ¨Digno es el Cordero que
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fue inmolado y que nos rescató para Dios con Su Sangre, haciendo de nosotros un
reino para Dios Padre, digno es de recibir el poder y la divinidad, la sabiduría, la
fortaleza y la bendición.¨
3º Adorar a Jesucristo en el Santísimo Sacramento es adorar la grandeza, la ternura de
Su amor para con los hombres al preparar, instituir y perpetuar la divina eucaristía,
para ser siempre la víctima de la salvación, el pan celestial y el consuelo del hombre
caminante en ésta tierra.
4º Finalmente, adorar a Jesucristo Sacramentado es hacer de la Eucaristía la finalidad
de la vida, objeto final de la piedad, el objetivo para el cual apunten las virtudes y los
sacrificios de amor. Todo para la mayor gloria de Jesús en el Santísimo Sacramento
debe ser la divisa de la vida interior de un adorador.
La acción de gracias
Todo beneficio requiere gratitud y en cuanto mayor sea el beneficio, mayor debe ser
la gratitud. EL Santísimo Sacramento es el beneficio de los beneficios del Salvador;
su amor encontró el secreto de reunir todos Sus dones, todas Sus gracias, todos Sus
amores en el don regio de la Divina Eucaristía, que es la quintaescencia de todas las
maravillas, la glorificación sacramental de todos los misterios de Su vida. La
eucaristía es la vida temporal y la vida celestial del Salvador reunidas en un mismo
Sacramento, para ser para el hombre fuente inagotable de santidad, de gracia y de
gloria, para que el amor del hombre caminante sea rico como el amor del habitante
del cielo.
¡Cuan grande debe ser la gratitud del corazón humano en la presencia de tanta
bondad por parte de Jesucristo al ver que es (el hombre) el fin de la Eucaristía, de la
Encarnación y del Calvario! ¿Cómo enaltecer dignamente tanta bondad? ¿Qué
acciones de gracias igualarán semejante don? ¿Qué amor podrá bastar para
corresponder a tanto amor?
Es tal la impresión que produce en un pobre un don regio, una visita de u soberano
que le saca de la miseria y le da honra, que no consigue expresarse, no encuentra otra
cosa que hacer mas que derramar lágrimas de sorpresa y de alegría. La felicidad le
lleva a la agonía y a desfallecer.
Así debería ser nuestra acción de gracias por la divina eucaristía. Así sería si
comprendiésemos mejor ese beneficio, si conociésemos mejor a Jesucristo, por un
lado y nuestra profunda miseria por el otro.
El hombre que debe su felicidad a la bondad del otro, se entrega al benefactor; como
Zaqueo, que le ofreció todo lo que tenía, lo siguió como los apóstoles y lo
acompañaba; como Juan y Magdalena, hasta el Calvario.
Ni eso basta para su corazón. La misma eucaristía será su acción de gracias. La
ofrecerá al Padre Celestial como agradecimiento por haberle dado; ofrecerá a
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Jesucristo el mismo don de Su amor, diciéndole como el profeta: ¨¿Que daré al Señor
en pago de tantos beneficios como me ha hecho? Tomaré el cáliz de la salvación e
invocaré el nombre del Señor.¨ Repetirá con María, su divina Madre, el cántico de su
amor extasiado. Dirá el Nunc dimittis del anciano Simeón. ¿Porqué después de la
eucaristía ya no queda nada mas sino el cielo? Mas aún, ¿no es la eucaristía el Cielo
en la tierra?
La propiciación
1º Reparación de honra.
Nuestro Señor Jesucristo es más ofendido en su estado sacramental que lo que fue
durante los días de su vida mortal.
Entonces fue humillado, insultado, renegado y crucificado, por un pueblo que no lo
conocía, por verdugos asalariados.
Entretanto, aquí Jesús es renegado por los suyos, por los que lo han adorado, lo han
comulgado y lo han reconocido como Dios. Jesús es humillado por sus hijos, a los
cuales el respeto humano, la vergüenza y el orgullo hacen apóstatas y perjuros. Es
insultado por los siervos a los cuales acumula de honras y de beneficios, por todos
esos siervos mercenarios a los cuáles la costumbre de tratar con cosas santas hizo
irrespetuosos, profanos y hasta sacrílegos, como en otro tiempo los vendedores del
templo fueron expulsados por Jesucristo.
Jesús es vendido por sus amigos: ¡cuanto Judas hay en el mundo! Y es vendido a un
ídolo, a una pasión, ¡al mismo demonio! Lo crucifican aquellos mismos a los cuáles
ha amado tanto. Para insultarlo se sirven de sus propios dones, de Su amor para
despreciarlo y de Su silencio y Su velo sacramental para encubrir el más abominable
de los crímenes: el sacrilegio eucarístico. Jesucristo es crucificado en quien comulga
y lo entrega al demonio que en él reina.
Esos horribles crímenes se han renovado y se renuevan cada día en el universo
entero; sólo Dios sabe su número y su malicia. ¡Dios tan amante será tratado así hasta
el fin del mundo!
En presencia de tanto amor, por un lado, y de tanta ingratitud, por el otro, el corazón
del reparador debería fenderse como el Monte Calvario; sus ojos deberían ser dos
fuentes de inagotables lágrimas y oscurecerse como el sol frente al deicidio; sus
miembros deberían temblar de espanto y de horror como tembló la tierra cuando
murió el Salvador.
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A éste sentimiento de dolor y de espanto debe continuar el de reparación al amor de
Dios menospreciado y ultrajado. El alma debe ofrecer un desagravio a la divina
víctima como lo hicieron el centurión, los verdugos y el pueblo contritos; como hace
la Santa Iglesia por su sacerdocio en los días de luto y crimen. Como María al pie de
la Cruz, debe sufrir con Jesús, amarlo por los que no lo aman y adorarlo por los que
lo ultrajan, mayormente se entre éstos ingratos contamos con parientes o amigos.
Mas la reparación sería más necesaria si desgraciadamente fuésemos nosotros m
ismos culpados contra Nuestro Señor Sacramentado, o si hubiésemos sido causa, por
escándalo, de que otros pecasen. Oh, entonces la justicia exige reparación igual a la
ofensa. Tal vez hayamos merecido también ésta reprensión del Salvador: ¨¿Cómo, tú
a quien amé con amor singular, tú a quien llené de favores especiales, me abandonas,
me desprecias, me crucificas? Ah, el olvido de los hombres terrenos, la indiferencia
de los esclavos del mundo y aún el desprecio de los que tiene Fe, no me causan
extrañeza, pues no experimentaron nunca las delicias de mi Sacramento. Mas tu,
amigo mío, mi comensal; tu, esposa de mi corazón?...¨
Ah, quizá tenga que lanzarnos todo esto, en nuestras caras, el Sagrado Corazón de
Jesús; lo que de seguro es para hacernos bajar la cabeza de vergüenza y partirnos el
alma de dolor.
En una revelación a Santa Margarita María, Jesús le presento Su corazón herido,
coronado de espinas, con una cruz encima y diciéndole estas palabras: ¨Tengo sed
ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento y no encuentro
casi nadie que se esfuerce según mis deseos en aplacar ésta sed, pagando con justa
correspondencia.¨
2º Propiciación de misericordia.
La propiciación sería incompleta si solamente se limitase a la reparación: satisfacería
la justicia divina, más no el amor de Jesús. ¿Qué exige éste amor? La salvación de los
hombres y la conversión de los mayores pecadores. EL quiso perdonar a judas y pidió
perdón por los verdugos mientras estos lo insultaban. En el altar, ¿no es siempre
víctima de propiciación por los pecadores? Su paciencia en soportarlos, su
misericordia en perdonarlos, su bondad en recibirlos en su seno paternal, ésta es la
venganza del amor y su triunfo.
En esta divina obra de perdón Jesús necesita, en cierto sentido, de un socio, de un
cooperador que con El repita al Padre ésta oración de la Cruz: ¨Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen.¨
Necesita de una víctima que acabe en si lo que falta a Su estado de inmolación
sacramental: el sufrimiento, el sacrificio efectivo. Solo a éste precio, que es el del
calvario, se rescatan las almas.
Pero que conversiones más sólidas, generosas y perfectas las que sean merecidas
juntamente por Jesús y el alma reparadora y partan del divino sagrario. Aquí es
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donde se debe venir a buscar la redención de las almas, la conversión de los mayores
pecadores y la salvación del mundo.
La impetración
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Es por esa Iglesia, esposa de Jesucristo, que deberá orar principalmente el adorador;
orará por ella y por sus instituciones, sus obras, su sacerdocio, su pueblo y cada uno
de sus hijos, por todo lo que interesa a su prosperidad, a su perfección y al
cumplimiento de su misión en el mundo.
Después, confesando humildemente su propia insuficiencia y la dependencia absoluta
en que se encuentra en relación a Dios, el adorador orará por si mismo. Mantendrá
constantemente el alma en estado de oración, haciendo que vea su indigencia y la
grandeza de la bondad divina. Su alma estará así siempre abierta y preparada para la
efusión de la gracia.
Estas son las cuatro grandes homenajes que comprende la adoración eucarística, cuyo
espíritu debe animar y vivificar toda la vida de un socio del Santísimo Sacramento.
Practicarlas fielmente es practicar la vida interior en alto grado y establecer
perfectamente el reino de Jesús en el alma.
¿Y para ti, no necesitas ninguna gracia? Hazme, si quieres, como una lista de tus
necesidades y ven, léela en mi presencia. . Dime francamente que sientes orgullo,
amor a la sensualidad y al placer, que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente... y
pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos que haces para
liberarte de tus faltas. ¡No te avergüences, hijo mío! ¡hay en el cielo tantos y tantos
justos, tantos y tantos santos que tuvieron esos mismos defectos! Pero rezaron con
humildad..., y poco a poco se vieron libres de ellos. No vaciles en pedirme bienes
espirituales y materiales, salud, memoria, éxito en tus trabajos, proyectos o estudios...
Todo eso puedo darte, y deseo me lo pidas, siempre que no obstaculicen, sino más
bien ayuden a tu santificación. Precisamente hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer
por ti? ¡Si supieras cuánto deseo poder ayudarte!
¿Tienes ahora algún proyecto? Cuéntamelo todo. ¿Qué te preocupa?, ¿qué piensas?,
¿qué deseas?, ¿qué puedo hacer por tus padres, tus hermanos, tus hijos, tus
compañeros, tus amigos? ¿Qué desearías hacer por ellos? Y por mí, ¿No sientes
deseo de mi gloria? ¿Quieres que haga algo por quienes amas mucho pero que quizá
viven lejos de mí? Dime qué cosa en particular llama tu atención hoy, qué deseas más
ardientemente y con qué medios cuentas para obtenerlo. Dime si no se te logran tus
planes y te diré las causas de tus dificultades. ¿Deseas apoyarte en mí? Hijo mío, yo
soy el Señor de los corazones, y los muevo adonde deseo sin violentar su libertad.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame tus tristezas detalladamente. ¿Quién
te ha herido? ¿Quién lastimó tu orgullo? ¿Quién te ha maltratado? Acércate a mi
corazón y encontrarás el bálsamo para esas heridas del tuyo. Cuéntamelo todo y
acabaras por decirme que, a semejanza de mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas y en
pago,... recibirás mi bendición consoladora.
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¿Tienes miedo tal vez? ¿Sientes en tu alma conmociones vagas de tristeza, que por
injustificadas no dejan de ser desgarradoras? Apóyate en mi providencia. Yo estoy
contigo, a tu lado. Veo todo, escucho todo. No te abandonaré en ningún momento.
¿Sientes el olvido por parte de personas que antes te quisieron bien y ahora se alejan
de ti sin razón? Reza por ellos, y yo te los devolveré, si no han de ser obstáculo para
tu salvación.
¿Y no tienes alguna alegría que comunicarme? ¿Quieres hacerme partícipe de ella
como buen amigo tuyo? Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me
hiciste, ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizás has tenido agradables
sorpresas; quizás has tenido agradables sorpresas; quizás has visto disipadas graves
dudas, has recibido buenas noticias, una carta, un detalle de cariño, has vencido una
dificultad, o salido de una situación angustiosa. Todo esto es obra mía. Yo te lo he
concedido. ¿Por qué no has de manifestarme tu gratitud y decirme sencillamente
como un hijo a su padre: "Gracias, Padre Mío"? El agradecimiento trae consigo
nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.
Ahora hijo mío regresa a tus ocupaciones habituales, a tu familia, a tu trabajo, a tus
estudios... pero no olvides estos quince minutos de conversación íntima que hemos
tenido en el silencio del sagrario. Guarda en lo posible, silencio, modestia,
resignación, amor a tu prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen
Santísima, y vuelve otra vez a mí con el corazón más amoroso, más entregado; en el
mío encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.
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