Santamarina y Marinas - Historias de Vida e Historia Oral
Santamarina y Marinas - Historias de Vida e Historia Oral
Santamarina y Marinas - Historias de Vida e Historia Oral
Cristina Santamarina
José Miguel Marinas
Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.
(Romancero)
la propia concepción de la historia y las formas de identidad experimentan una fuerte cri-
sis y piden decirse de maneras nuevas·. Cuando las quiebras de los consensos y repartos
sociales piden de los sujetos una mayor conciencia de su propio legado y su tarea.
Las historias de vida están formadas por relatos que se producen con una intención:
elaborar y transmitir una memoria, personal o colectiva, que hace referencia a las formas
de vida de una comunidad en un período histórico concreto. Y surgen a petición de un in-
vestigador. Esta primera caracterización las diferencia de otros materiales o repertorios
(como las autobiografías, las historias de personajes, los cuentos populares, las tradiciones
orales) que se difunden en el interior de un grupo, o en el espacio de una subcultura. Las
diferencia pero no las aísla de aquellas. Precisamente porque establecen una forma pecu-
liar del intercambio que constituye todo proceso de investigación.
En principio, las historias de vida no preexisten a este proceso, se producen en él,
aunque las formas del contexto oral (la historia oral) vengan refiriendo (o silenciando) as-
pectos, sagas y relatos que luego se articulan en las historias que recogemos. Se van ha-
ciendo a medida que la investigación avanza según sus objetivos, sus hallazgos y sus lími-
tes. y tampoco sus referentes ~on precisos, sin que por ello se pueda decir que sean falsos.
Parecen más bien estar dirigidas a orientar la vida y la acción de quienes las narran.
Aunque incurran en paradojas, como las que comenzamos presentando en dos ejemplos.
El primero está tomado de un relato de viaje del escritor leonés Julio Llamazares.
Al preguntarle a un lugareño por la antiguedad del puente del pueblo y tras sugerirle que
será al menos "de la época de los romanos", la respuesta de éste es rotunda:
- ¡Qué va! Es de mucho antes: es de cuando los moros.
El segundo ejemplo tiene que ver con la reflexión de Ronald Fraser sobre su trabajo
de entrevistador. El proceso de hacer surgir historias de vida acerca de las experiencias de
la guerra civil española (Fraser, 1977) le enfrenta con situaciones en las que los aconteci-
mientos históricos quedan evidentemente sesgados por el narrador:
No esperaba recoger de mis informantes nuevos hechos históricos (aunque sí aprendí al-
gunos); tampoco me preocupaba si equivocaban las fechas o incluso si afirmaban como verdad
algo que era demostrablemente incierto. Efectivamente, esto último podía resultar un terreno
fértil de exploración: su afirmación errónea podría formar parte importante del aspecto subjeti-
vo de los acontecimientos, la visión y motivaciones de éste u otros participantes de la guerra ...
Los testimonios podían contarme no sólo lo que recordaban haber hecho, sino lo que pensaban
que estaban haciendo en aquella época, y lo que hoy pensaban de lo que habían hecho (Fraser,
1990: 147-148).
Esta riqueza de planos históricos, que Fraser expone con una maestría ejemplar, exige
a la historia oral abordar el acontecimiento social no cosificándolo, sino tratando de abrir-
lo a sus planos discursivos. El valor subjetivo de los relatos es precisamente el valor más
original, el fenómeno social que la historia de vida permite que exista y circule, por entre
los sentidos de una colectividad y una época. Es lo que avala la radicalidad de la expresión
de F. Ferrarotti (l993b): la vía de la subjetividad es la que permite reconstruir el alcance
objetivo, esto es reai, completo, de una conciencia de grupo y de época.
A estas primeras caracterizaciones se puede añadir una más de fondo: la que cuestio-
na la utilidad, el sentido de atender a las historias de vida de la gente. No sólo en lo to-
cante a su marcada subjetividad -{;uestión espinosa cuando todavía funciona en la investi-
Capítulo 10: Historias de vida e historia oral 259
¿Por qué nos ocupamos de la historia oral y por qué intentamos aplicarla en la investi-
gación social? Además de las razones descritas, que ayudan a precisar una intención de
orden metodológico: hacer surgir un discurso que sólo de esta forma se constituye, hay un
fenómeno más amplio que afecta a la misma teoría de la sociedad. Este fenómeno comple-
jo, cuyo interés central para la tarea sociológica es innegable, conforma una característica
o síntoma de época al que podemos llamar el síntoma biográfico.
Este se muestra a través de diversos grupos y escenarios sociales, mediáticos o no, en
una atención especial a las historias de vida en lo que éstas tienen de peculiar y de ejem-
plar. Es, por tanto, un síntoma que se da tanto en el universo de las teorías de la sociedad
como en los procesos de nuestra cultura misma. De tal manera que aunque la historia oral
260 Parte Il: Las técnicas y las prácticas de investigación
como método se practica desde hace mucho tiempo en diversos gremios8 (historiadores,
antropólogos, sociolingüistas, psicólogos) sin embargo, parece que en el contexto actual
se da una importancia general -fuera de la investigación social- a lo que significan los re-
latos de los sujetos, las historias que recogen experiencias vitales, como un "derecho de
todos a la autobiografía" (Passerini, 1988: 6).
La historia de vida y las biografías parecen tener en este momento, una importancia
nüeva. Precisamente porque hay una revisión en profundidad de nuestros saberes sociales
-no sólo sociológicos- ante el conjunto de fenómenos de ruptura de códigos culturales e
ideológicos, de los sistemas de referencia convencionales.
Los orígenes y modulaciones del síntoma no son nuevos, aunque su efecto en las for-
mas del saber social (incluido el que llamamos investigación social) hayan tenido un derro-
tero más silencioso. Si somos capaces de leer, según la afortunada expresión de Smelser, a
los clásicos como colegas, es posible detectar la finura intelectual de Wright Milis (1979:
157), quien, a finales de los cincuenta en La imaginación sociológica señalaba que
toma como referentes el saber, (no la verdad), lo nomotético (aquello que puede ser regla
generalizable) y lo universal, en el sentido ilustrado del término.
Por eso mismo, en el relato de experiencia, que permitía elaborar la memoria del tiempo
o las diferencias en el espacio, quedan todas subsumidas en el modelo de la información.
Modelo que resulta una tecnificación del discurso que articula saber/nomotesis/universali-
dad: que pretende llegar al máximo de personas, homogeneizando sujetos, contenidos y re-
ceptores. Junto a él, como un resto, van quedando los relatos de la intimidad, de la experien-
.cia que sólo adquieren valor en la medida en que son traducidos (domesticados) cuando
entran en los circuitos de la información y forman parte de los relatos generales.
Finalmente, esta atención al contexto, que Benjamin promueve como pionero, nos si-
túa ante el modo de tratar las historias de vida sabiendo su haz y su envés. Reconociendo
que su interpretación rigurosa y comprometida es imposible cuando predomina la aproxi-
mación instrumentalista o técnica a ellas. Pero sabiendo que tampoco hacemos justicia
(teórica, para empezar) cuando se impone la posición contraria, la fetichización conserva-
cionista.
En esta perspectiva, la primera tarea epistemológica es, pues, construir la distancia
justa en la que nos enfrentamos con las historias de vida. De tal manera que no olvidamos
su contexto de época y, al mismo tiempo, no olvidamos que se trata de elementos de pro-
ducción de sentido que tienen una dimensión inmediatamente social: no son solipsistas, no
son de uno para uno.
Por ello podemos intentar componer las dimensiones del síntoma biográfico, distin-
guiendo dos ejes principales: el universo sincrónico de los espacios y el diacrónico de
las formas de narrar los acontecimientos. Los sesgos en los modos de entender estas di-
mensiones oscilan, pues, entre el instrumentalismo que recuenta historias para vaciarlas
y el conservacionismo documentalista (véase la Figura 10.1). La síntesis superadora, co-
mo veremos, es la tarea.
1
Figura 10.1. Dimensiones del síntoma biográfico como contexto de la historia oral
esos relatos·innumerables cargados de una rusticidad bucólica, que celebran la tierra humean-
te y las vigilias, constituyen un excelente filón. El año del patrimonio cultural que legitima y cele-
bra los valores de estas culturas campesinas cuando éstas desaparecen no hace sino alimentar es-
te canibalismo a los cantores de la rusticidad. Ese nuevo mito del buen salvaje que corresponde
Capítulo 10: Historias de vida e historia oral 263
al paso de un exotismo exterior, lejano, a un exotismo interior, en que la distancia está puesta a
la vez en el pasado y por el medio, se elabora en los años clave en los que se toma conciencia
de que se está abandonando definitivamente todo un mundo, el de la Francia rural, con sus acti-
vidades, su calendario, sus tipos de relación.
miento, sino por suscitar toda una discusión a propósito del registro -escrito- de las histo-
rias (véase a este respecto la reflexión de la Antropología dialógica en el capítulo 6,
Teoría de la observación). En esta modalidad, se trata de privilegiar, como es bien sabido,
la perspectiva que Pike llamaba emic. El sentido de las estructuras, el sentido de las for-
mas de interacción lo da la gente que participa en ellas. La interpretación externa, etic
-pese a los debates que supone para la etnología entre el funcionalismo y el estructuralis-
mp de Lévi-StraussI2- resulta escasa o reductora.
La tarea en esta etapa se basa fundamentalmente en el estudio de casos. La biografía
de cada individuo se entiende desde la perspectiva psicológica y, de hecho, hay psicólogos
trabajando en este campolJ.
La tarea tiene como objetivo fundamental las biografías de sujetos destacados de las
sociedades preindustriales, que coexisten con el desarrollo de la industrialización, y con vi-
das que se construyen en el ámbito comunitario. Lo importante de este primer laboratorio
es que pronto va a dar lugar al objeto propio de las historias de vida tal como hoy las enten-
demos: los cambios en los procesos de identidad entre lo comunitario y lo societario. Las
transformaciones no sólo estructurales sino biográficas producidas por los flujos migrato-
rios, inter e intranacionales.
Aquí hay toda una saga de leyendas, de historias, de trabajos de campo, en los que se
da más favor al documento· tal como está producido que al trabajo de reelaboración e inter-
pretación que hay que hacer con él. El ejemplo primero y fundacional es el de Thomas y
Znaniecki El campesino polaco en Europa y América Con base documental -setecientas
l
".
cartas de emigrantes polacos de principio de siglo a Europa occidental y América, más una
larga historia de vida a un emigrante- se pretende una construcción general, tanto del pro-
ceso como de las mutaciones en la cultura, que va más allá de los casos en el sentido de los
primeros antropólogos.
Estos dos colegas que trabajaban con una perspectiva más bien interaccionista, elabo-
ran una primera aproximación de estudio de investigación social -no biográfica, ni psicoló-
gica, ni de sociedad antigua- del proceso de cambio social. Las migraciones harán cambiar
no solamente las estructuras, los lugares de la producción, los componentes sistémicos, si-
no también las formas de identidad.
Pero este caso fundacional en el campo de la sociología coincide con una serie de de-
sarrollos de la antropología en los que se da importancia, fundamentalmente, al documen-
to. Hay una cierta fetichización de la letra. Aplicar la técnica de las historias de vida, po-
ner a alguien a contar o a recoger relatos -en este caso escritos- de sus etapas vitales más
importantes, tiene un resultado que sorprende la propia expectativa de los investigadores.
El material aparece como tan brillante, tan importante, tan masivo, que al que recoge esas
historias no le queda más remedio que poner el punto final o una brevísima introducción.
Evidentemente quedará siempre mucho más trabajo. Aunque, como dirá Bertaux en sus
reflexiones metodológicas (1993a), el mero hecho de ocuITÍrseles preguntar o recoger ese
material ya supone una clara elaboración de hipótesis, y supone un gran esfuerzo de arti-
culación de los objetivos (véase el capítulo 6, Teoría de la observación).
Lo que esta modalidad nos deja para el futuro es su característica restrictiva del predo-
minio del valor del documento y, a través de éste, el predominio del pasado en transición, el
intento de preservarlo. Pero al mismo tiempo se va abriendo para la investigación social la
posibilidad de dotar de entidad a los procesos particulares. Los individuos y los grupos no
sólamente tienen calidad de actores sociales por las categorías en las que son encuadrados:
varones o mujeres, polacos en Europa, en Francia o en Estados Unidos. Para comprender la
Capítulo 10: Historias de vida e historia oral 265
complejidad y la totalidad del proceso de cambio social, empezando por los movimientos
migratorios, es necesario entender la elaboración particular que los sujetos van haciendo.
Los relatos, los intercambios de cartas, no son simplemente un mero epifenómeno o re-
flejo de la situación. Y esta perspectiva es interesante porque rompe con la idea de la historia
de vida como un puro "reflejo de", según la vieja tradición del análisis ideológico: lo que se
produce como discurso es un mero reflejo de una estructura. La innegable determinación de
las.circunstancias se reelabora con un sentido, en una forma discursiva y retórica determina-
da. Por ello, además de la viva atención a lo peculiar de este tipo de documento parcial, co-
mo es la correspondencia, se despierta el interés por lo peculiar de otras muchas formas de
documentos y sobre todo de los relatos (Plummer, 1983).
Esta propuesta que combina relatos y documentos, precisamente para recoger formas
de identidades cambiantes determinadas por la migración y la complejificación de la so-
ciedad, lleva a plantear dos sentidos del término historia oral que arrancan de esta época y
se teorizan más adelante. En los setenta habrá un acuerdo de los historiadores en la dife-
rencia entre oral history y oral story, pero se trata de una diferencia y complementariedad
que se plasma en el trabajo de los primeros psicólogos culturales y los antropólogos.
Esta primera tradición antropológica entiende que historia oral (Oral history) incluye
no solamente el discurso hablado de la gente, sino las cartas, los documentos en el sentido
más amplio, los indicios, todos los materiales que transmiten una información de cómo ese
grupo elabora su historia. Mientras que relato oral (Oral stO/y) supone la narración, el pro-
ceso mismo de la identidad contada.
Este desarrollo y su crítica nos sitúan en la tercera fase y modalidad, que llega hasta el pre-
sente. Y que tiene una intención fundacional tanto en su marco teórico como en su mayor am-
pliación metodológica. Las reflexiones de los años setenta y ochenta (Marinas y Santamarina,
1993) permiten construir una práctica en la que ya no se hace sólo ni principalmente conserva-
cionismo etnográfico o estudios de marginación.
Las propuestas más radicales e interesantes hablan de una "perspectiva" más que de un
método o una técnica (Bertaux, 1993a), que remueve evidencias y rutinas, tanto en el campo
de la historia (Passerini, 1988: 104 y ss.), de la historia social (Thompson, 1978, 1988) como
de la investigación social y la teoría sociológica en su concepción y práctica (Ferrarotti, 1993a).
La ampliación en las aplicaciones de las historias de vida trata de dar cuenta no de lo
exótico o 10 desviado, sino de grupos y poblaciones dentro de los segmentos medios que
dan, en expresión de Angel de Lucas, la tonalidad media de una situación concreta (un ejem-
plo elocuente es Elder, 1993, y sus estudios sobre los grupos de edad que vivieron la gran
depresión norteamericana de los treinta). Se puede decir que aquí comienza una verdadera
reflexión metodológica y epistemológica que sale del campo de la historia oral para refor-
mular muchos elementos centrales de la teoría sociológica. Tanto diacrónica como sincróni-
camente, las tensiones señaladas en las prácticas sociales nos sitúan más allá de las meras re-
cetas técnicas.
Capítulo la: Historias de vida e historia oral 267
En la Figura 10.2 se intentan caracterizar -más allá del detalle de las investigaciones
concretas de las que se hace referencia en la bibliografía- las dimensiones o las formas de
esta tercera etapa, en la que coinciden o conviven varias metodologías.
En esta figura podemos distinguir el proceso de producción de las historias y el proce-
so de interpretación. En el medio tenemos las dimensiones de las historias de vida.
Proceso de producción
Dimensiones
socioestructural H sociosimbólica
(posiciones) (representaciones)
t t
Proceso de interpretación
t
Figura 10.2. Modalidades de la producción e interpretación de las historias de vida y la historia oral
10.2.4. Dimensiones
En las historias de vida, según Bertaux, es posible discriminar una dimensión socioes-
tructural o sistémica y una dimensión socio simbólica o cultural. Hay tipos de historias
donde lo que nos interesa es ver primordialmente las formas de trabajo, y quizá de manera
secundaria los cambios en las mentalidades que tales procesos acarrean. Pero hay numero-
sos estudios en los que desde una perspectiva más integradora, se establece un recorrido
equilibrado de ambas dimensiones. Por ejemplo, la investigación que hicieron Bertaux y
Bertaux-Wiame (1993) acerca de por qué las formas de panadería en la Francia de los
años setenta seguían funcionando no solamente como un resto de la producción artesanal
en contexto de la modernización -por tanto la pregunta es directamente del orden de la es-
tructura de la producción-, sino además qué consecuencias tenía eso en el mantenimiento
de una mentalidad conservadora en la Francia que acababa de salir de mayo del 68.
Señalar que las historias de vida tienen estas dos dimensiones quiere decir que hay
programas de historias de vida que trabajan más bien con el mundo de las representacio-
nes, frente a otros que persiguen los conflictos de las posiciones en la estructura producti-
268 Parte 11:Las técnicas y las prácticas de investigación
va. La flecha (Figura 10.2) de implicación recíproca indica que hay desplazamientos, del
orden de la contradicción a veces, entre las dos dimensiones.
En el caso del ejemplo anterior, se ve la conveniencia de partir de elementos sistémicos
(el lugar en la estructura de producción) para preguntar desde ahí: qué significa ser panadero,
qué significa ser una chica de pueblo que se casa con un panadero para montar una panadería
en la capital; saber que no van a tener horario; que entran en una forma de reparto del trabajo
en el que se forma una mentalidad pequeño-empresarial, en que la competitividad sobrepasa
lás reglas de juego de lo que sería la relación entre empresas o la relación regulada sindical-
mente, en este contexto actual. Es decir, se pasa de la recogida de datos sobre los componen-
tes estructurales, de posición, a los datos que tienen que ver con los sistemas de representa-
ción de la gente que está en ese sistema de organización. Resulta estimulante el uso de las
historias de vida que alcanza una comprensión sociológica global de la organización producti-
va. Denzin (1993) es también elocuente a este respecto en el estudio de la industria del alco-
hol en norteamérica.
Hay tres maneras fundamentales de enfocar el sentido y el trabajo con las historias de vi-
da, que, en sus rasgos principales, recogen la herencia anterior. En primer lugar, hay una vi-
sión positivista documental en la que queda ese resto de conservación de las historias, en el
sentido en que éstas se toman como indicio de un momento, de un sistema o de una forma-
ción social. Se toman como documento positivo. Aquí hay una abstracción importante: la abs-
tracción de la enunciación. Es decir, predomina el valor literal, incluso la fetichización del do-
cumento frente a la reconstrucción del proceso de producción de ese documento. No se
tematiza el momento de la enunciación (véase el capítulo Análisis semiótico del discurso).
En el lado contrario estaría la aportación de la perspectiva interaccionista (Blumer,
1939) en la que no es tanto el valor de indicio cuanto la interpretación de las historias de
vida desde el punto de vista de la construcción dual de situaciones: el tú y yo, el cara a ca-
ra. Es decir, de la historia de vida interesa fundamentalmente la construcción dual de si-
tuaciones. Así ve el interaccionismo el proceso de producción de relatos.
Toda la reflexión se acumula sobre el hecho de cómo se constituye la conciencia refle-
xiva del emisor y del receptor como un otro de la interlocución (en esa perspectiva pueden
encontrarse Catani, 1993, y desde una discusión más interna a los problemas biográficos,
como hemos indicado, Kohli, en Marinas y Santamarina, 1993).
La abstracción de los enunciados, del contexto de los enunciados, deja fuera lo que
ocurre más allá de la situación de la interacción cara a cara. Esta es, por lo demás, la críti-
ca que fundamentalmente se hace a los ejemplos de los interaccionistas en su análisis del
lenguaje de la vida cotidiana. Y lo es también en este campo concreto de la historia oral y
de las historias de vida: no atienden o postergan el contexto económico y político más am-
plio que atraviesa la situación de interacción y en ella recibe sentido. Sus procedimientos
de acotar y recorrer el despliegue enorme de intercambios de la situación de interacción
pueden hacer pensar que ésta se fundamenta a sí misma. )
Cabe una tercera perspectiva del proceso de producción que pretende alcanzar un carác-
ter dialéctico, en la que las historias de vida se entienden como historias en un sistema. Es
decir -sin desvincularse del momento de la enunciación ni del enunciado- se entienden co-
Capítulo la: Historias de vida e historia oral 269
mo las historias de un sujeto, individuo o grupo, que se construye en las detenninaciones del
sistema social.
Las historias se construyen en un sistema social detenninado y por lo tanto surgen de
las redes productivas e interactivas del mismo. Vuelven sobre ese sistema para nombrarlo,
en la medida en que ese discurso puede circular en la memoria de los sujetos y los grupos
(de edad, clase, género, etnia). Al mismo tiempo, el sujeto de las historias no es un sujeto
que.preexista a la historia y pennanece después de ella tal cual estaba antes. La historia que
compone y difunde no es un accidente, sino que tiene un carácter estructurante en el propio
sujeto.
Si relacionamos estas tres fonnas de entender el proceso de producción de las histo-
rias (Figura 10.2) cabe una correlación de la perspectiva positivista con el interés por la
conservación; de la interaccionista por los de la marginación (y más adelante las subcultu-
ras); mientras que la perspectiva dialéctica que las media entiende las historias de vida co-
mo testigos y elementos del conflicto.
pertinentes se va dibujando a medida que los relatos se ponen en relación con sus contex-
tos. Empezando por el de la entrevista.
Podemos distinguir tres modalidades de interpretación, que son tres perspectivas so-
bre la relación entre producción, dimensiones y recepción de los relatos.
vestigación respecto de una historia no tiene que ver tanto con detectar cuál es su es-
tructura muestral, ni tampoco con cuáles son los elementos de profundidad de sus
sentidos ocultos. No se trata de ir decorticando el texto hasta llegar a su sentido más
oculto, porque en realidad no lo tiene'9•
Capítulo la: Historias de vida e historia oral 271
contexto 3
ESCENAS VIVIDAS EN EL PASADO
contexto 2
ESCENAS DEL PRESENTE DE LOS SUJETOS
contexto 1
ESCENAS DE LA ENTREVISTA
l·
,.
Así como el grupo de discusión ocupa un lugar hegemónico dentro de los dispositivos
de la metodología cualitativa o estructural, sin que ello desmerezca de manera alguna el
resto de posibles formas de organización para la producción discursiva, de la misma forma
-decimos- la historia de vida ocupa un lugar central dentro de las prácticas de la historia
oral. Como mencionábamos en párrafos anteriores forman parte de la historia oral los
cuentos populares, las canciones, los refranes, las leyendas, los ritos y rituales, las prácti-
cas domésticas y extradomésticas, los hábitos particulares y colectivos que organizan la
vida de las diferentes comunidades. Las canciones infantiles, los juegos con los que se va
educando a los más jóvenes, la relación con el tiempo y los tiempos del hacer y del ser ...
son todos ellos, elementos a tener en cuenta desde la perspectiva de la historia oral. Pero la
historia de vida, dada su particularidad de producción, se sitúa en una posición privilegia-
da ya que a primera vista, resulta obvio que implica mucho más que la no poco meritoria
tarea de recopilar, elegir, ordenar e interpretar documentos de diversa índole.
La historia de vida, es, seguramente, la forma de máxima implicación entre quien en-
trevista y la persona entrevistada. La posibilidad de eficacia de este dispositivo, dependerá
en gran medida de dicha relación. En el maravilloso artículo ya mencionado de R. Fraser
(1990), hace el autor algunas consideraciones importantes entre las que vale la pena desta-
car aquí -además de recomendar su lectura- las que se refieren a la forma más eficaz de
iniciar una historia de vida.
CapílLllo la: Historias de vida e historia oral 273
Los psicoanalistas hablan de "atención en suspensión libre" que es un estado, según lo en-
tiendo yo, de escucha en busca de palabras y frases que evocan la transferencia y la contra-
transferencia. La atención de un historiador oral es forzosamente diferente; hay que escuchar
plenamente alerta, la mente histórica crítica campando libremente, buscando coherencias y
confusiones; pero a la vez desprovisto, como un psicoanalista, de aquellas reacciones y res-
puestas personales que suelen utilizarse con demasiada frecuencia en las relaciones cotidianas
para destacar la individualidad de uno a expensas del otro. Como historiadores orales no nos
encontramos cara a cara con nuestro testimonio para demostrar nuestros conocimi~ntos "supe-
riores" o establecer "la línea a seguir", estamos allí un poco como comadronas en la recreación
de la historia de una vida.
Comadronas que ayudan a parir no sólo un relato de la memoria o mejor aún de la ex-
periencia, sino -lo cual es aún más importante- ayudan a parir una representación del su-
jeto a partir de ese mismo sujeto que se desdobla entre el enunciador y el enunciado.
274 Parte 11:Las técnicas y las prácticas de investigación
La madurez intelectual y evolutiva de un niño se juzga a través de sus dibujos, por los
detalles que va siendo capaz de incorporar a los mismos, sobre todo cuando se trata de la
figura humana. Cabe preguntarse, entonces, por la evolución en la mirada sobre el pasado
que realizan los sujetos en el relato de su historia de vida. En la narración del pasado el
sujete;>accede a su propia historia bajo las condiciones marcadas por todo el proceso de
transformaciones de ésta y que de una u otra manera estarán presentes en su reconstruc-
ción. El presente es el contexto de su narración y el que organiza las posibilidades de recu-
peración en un texto narrativo, el texto de su discurso.
Bajo tal enfoque se impone un interrogante: ¿En qué medida la propuesta de la histo-
ria de vida, condiciona y transforma el acceso a la representación que el entrevistado tiene
de su propio pasado? O dicho en otros términos, ¿hasta qué punto la historia de vida es ca-
paz de recuperar los procesos verdaderos? El efecto de realidad de la historia de vida su-
pera con creces al que alcanza el quehacer de los historiadores. Lo referiremos con una
anécdota.
Durante la realización de una historia de vida con un manchego de 75 años que había
luchado en la guerra civil española, éste reflexionaba así acerca de lo que nos decía:
no sé yo cuanto le puede importar a usted ésto que le estoy diciendo, no sé si ésto le puede
importar a alguien, porque éstas cosas no las cuentan los libros, ésto no sale nunca en la histo-
ria, pero ¿sabe lo que le digo?, ésta es mi verdad.
1964a una de sus novelas: la memoria o mejor la experiencia que es la memoria más la he-
rida que te ha dejado, más el cambio que ha operado en ti y que te ha hecho diferente.
Recuperar el pasado y dejarse mirar mientras ésto se hace, parecen ser los dos mo-
mentos más obvios de la dialéctica relacional en la historia de vida. Pero el sujeto que mi-
rarnos no es el sujeto del pasado, sino el que lo reconstruye, es el sujeto que mira buscando
una memoria desde la diferencia de ser después de sus heridas y de sus cambios (véase el
capítulo Teoría de la observación).
La historia, al menos de este siglo se ha encargado, sobradamente, de enterrar la utopía
positivista que hace del pasado una suma de hechos observables y cuantificables. En lo que
hace a nuestro tema específico, el conflicto tiene dos dimensiones: lo que la historia de vida
demuestra adquiere realidad aunque sepamos que inventa, que imagina, que no sól.orecons-
truye sino que también construye. La historia de vida hace visible lo que desde la perspecti-
va positivista -como señala Daniel Bertaux -no es empíricamente detectable. Esta situación
ha sido precedida por un largo proceso crítico respecto al supuesto naturalismo de la per-
cepción histórica al que correspondió un progresivo cuestionamiento de la objetividad de la
historia. Hoy sabemos gracias a muchos autores, -basta sólo recordar a Gombrich y a
Ylerleau-Ponty en la teoría de la percepción y a toda la saga de teóricos del psicoanálisis
276 Parte 1/: Las técnicas y las prácticas de investigación
desde Freud en adelante- que las dimensiones invisibles a veces innombrables son las que
permiten organizar lo evidente.
Esas dimensiones provienen del mundo de la cultura, la ideología y el deseo y están
presentes en toda recuperación del pasado. Fantasía y realidad, consciencia e inconscien-
cia confluyen como factor de alto riesgo condicionando la experiencia integral de la histo-
ria de vida. Porque la historia de vida presenta de manera ejemplar el problema esencial
d~ la intersubjetividad: el encuentro de mirada a mirada. En el mundo de los seres huma-
nos, en el mundo intersubjetiva, la verdad de recuperar el pasado se dialectiza en una ex-
periencia clave cuyas dos caras son necesariamente complementarias: mirar y ser mirado.
Si ya hemos perdido la ingenuidad de creer que la historia nos devuelve una imagen
objetiva de sus referentes reales, no deja de ser turbador que la historia de vida sea capaz
de construir una recuperación del pasado a partir de las huellas de un sujeto en trance de
desdoblamientos múltiples. Sin embargo, es justamente este sujeto desdoblado en varias
facetas, el único capaz de reconstruir el pasado, considerarlo desde el presente, revisarlo,
pasarlo por filtros de diversas categorías y desarrollar una lógica narrativa en la que procu-
re dotar de sentido a u4uello que cuenta.
Por eso el gran reflejo especular que la historia de vida le ofrece a la cultura ya las di-
ferentes disciplinas que la incorporan como práctica, es la imagen de sí de la persona mis-
ma, y la imagen del mundo recreado en la necesaria recuperación de ese pasado. Este pe-
culiar dispositivo, saca a relucir lo que somos y lo que creemos ser, lo que queremos
mostrar de nosotros mismos y de nuestra historia.
En esta tarea de recoger historias e interactuar con la gente está presente la subjetivi-
dad. Una subjetividad preñada de condicionantes como bien recogen Hobsbawn (1969),
Bertaux y Bertaux-Wiame (1993) entre otros. Condicionantes tan diversos como el géne-
ro, el linaje, la clase social, la distancia o cercanía con el hábitat del cual se habla, la tra-
yectoria personal como proceso de ascenso o de pérdida a lo largo de la historia, el mo-
mento concreto en el cual se hace la reflexión. Todo lo cual abre a la siguiente dimensión
sobre las historias de vida el problema de la identidad.
Como en todo proceso de relato siempre hay más de dos sujetos que están articulando
la posibilidad de existencia del mismo. Siempre hay alguien más que no está presente y
que sin embargo promueve la forma ausente de destinatario de lo contado. El que narra se
va representando a sí mismo, se va haciendo a medida que cuenta. También el que escucha
y participa en lo narrado, porque el relato una vez se dice ya no pertenece al primero, ya
es parte de la experiencia de quien recibe. Y además existe la presencia de esos otros, o
ese alguien ausente que el narrador reconoce sin siquiera nominarlo, pero que participa
desde el lugar del referente mudo, testigo y copartícipe de la historia:
Nací en 1908. He hecho de todo en mi vida, desde gañán de cabras y arréglalotodo hasta
sacristán, criado y zapatero; no sabría recordarlo todo. Mi padre murió cuando yo tenía siete u
ocho meses y éramos muy, pero que muy pobres (Erikson, 1959: 49).
En el relato hay una organización y representación del mundo, aún cuando ésta sea in-
completa, cargada de puntos oscuros, contradictorios, innombrados o innombrables. Pero
Capítulo 10: Historias de vida e historia oral 277
nunca es una historia de uno solo o de una sola, siempre hay otros que están invocados y
presentes en esa historia y que son, en cierto modo, las otras audiencias que se intuyen y a
las que se les cuenta lo narrado.
Las diferentes dimensiones del conflicto de la identidad, como no podía ser de otra
forma, aparecen expuestas y en tensión en la historia de vida. Si la adultez supone el pro-
gresivo pasaje de la identificación con personas a la identificación con pautas y valores
surgen al menos, dos preguntas centrales relacionadas entre sí. ¿Hasta qué punto la histo-
ria de vida es capaz de recrear el tránsito por estos pasajes de camino hacia la adultez? Y
en segundo lugar, ¿desde qué cuerpo de pautas y valores un sujeto de nuestra cultura (de
masas, mediática y despersonalizada) aborda la reconstrucción de su historia? Este con-
flicto queda abierto. Sin embargo es posible tender algunas líneas que describen el proble-
ma antes que darle solución o respuestas.
La vida de cualquier ser humano, comienza, también hoy, inmersos como estamos en
las culturas de la modernidad por la identidad de un linaje que le permite situarse dentro
de un grupo humano del que se apropia en idéntica medida en la que este grupo se apropia
del sujeto. La pregunta, que por otra parte sigue articulando la noción de identidad en los
espacios rurales, o en las culturas más tradicionales, pone en evidencia esta saturación de
la identidad dada por el grupo de pertenencia. Así, la cultura del linaje atravesará, con la
contundencia de un golpe de hacha, las otras variables que ante ésta se sitúan en un irremi-
sible lugar secundario. Pero en las culturas más modernas, la identidad pasó a definirse a
partir de otros factores diferentes. El siglo XX es testigo y productor de un nuevo tipo de
identidad que sitúa en el trabajo y en el logro por la actividad que se desarrollaba, el espa-
cio central de identidad del sujeto. El hacer, el pertenecer a uno u otro lugar dentro del
aparato productivo se erigió como el principal espejo capaz de devolver la imagen de
quien en él se miraba. Sin embargo las diferentes crisis del capitalismo de producción, la
presencia aplastante de una sociedad mediática, consumista y de tipo más societario que
comunitario, puso en evidencia que el hacer como forma de identidad del ser, resultaba
notoriamente incompleto. Una tercera dimensión más centrada en las amplias posibilida-
des de las subculturas, los estilos de vida, las modas y los modos de vivir aporta un tercer
g cenario desde el cual completar en algunos casos, o definir simplemente desde sí, la
identidad de los sujetos.
Estamos así ante las tres grandes dimensiones de los conflictos de identidad de nues-
tro siglo: la cultura del linaje, la del logro o actividad y la de las subculturas de referencia,
tan vinculadas -éstas últimas- a la tan mentada cultura del ocio. Pero estos tres grandes
. loques de identidad deberán ser atravesados por otros no menos importantes como son
os que se refieren a la edad, al género, al tipo de hábitat que se ocupa y a la clase social a
la que se pertenece.
El tema de la edad es seguramente el parámetro más constante dentro de la historia de
;da. El tiempo estará desde un primer momento presente en la referencia y en la connota-
"ón del relato. Será sin lugar a dudas uno de los ejes de la narración. Desde él, desde el
"empo, se articularán los recuerdos y los olvidos, la importancia de lo acontecido, lo que
surge como experiencia de cambio y lo que se diluye en lo inconsciente que trabaja por
gbajo de la narración ..En ningún caso será ajeno al relato, pero se redefine desde la pers-
?CCtivaque lo comprime o lo sustantiviza con la arbitrariedad de la narración.
Estábamos sentados como ahora mientras caían las bombas allí fuera. Era esta hora más o
menos, diez minutos antes o diez minutos después ... (Fraser, 1979).
278 Parte 1/: Las técnicas y las prácticas de investigación
han pasado tantas cosas entre ayer y hoy que ya no me acuerdo. Es raro pero tengo más
fresco lo que sucedió hace treinta o cuarenta años que lo que pasó ayer. Antes no me pasaba ...
(Kermode, 1988)Y
Pero no olvidemos que el tiempo tampoco es una linealidad sino una dimensión en la
que suceden muchas cosas. En la que la gente cambia, cree que ha mejorado o no, que las
cosas han sido más fáciles o más difíciles que antes, que ha ganado o ha perdido, que valió
la pena que transcurriese o que mejor me hubiera quedado como estaba. El tiempo es el
bastidor sobre el cual se va enhebrando y tejiendo la historia de vida. Y es la dimensión
primera e irrenunciable para organizar el relato.
Por su parte el género será otro de los factores atravesados por las diferentes caracteri-
zaciones de la identidad. En la historia de vida cobra todo el peso de su fuerza y pondrá en
evidencia la importancia que tiene en la comprensión y articulación de la historia. Así lo
sintetiza, a partir de sus trabajos con historias de vida, Isabel Bertaux- Wiame (1993):
La diferencia entre hombres y mujeres, respecto a la lógica social de sus vidas, aparece
tanto en las historias de vida como en la manera en que las cuentan ... Pocos hombres hablan
espontaneamente sobre su vida familiar --como si ello no formara parte de su vida-o Su vida:
los hombres consideran la vida que han vivido como suya propia; esta es quizá la diferencia
clave respecto a las mujeres ... Los hombres presentan sus historias de vida como una serie de
actos conscientes o autoconscientes, como la prosecución racional de metas bien definidas: el
éxito, o simplemente la tranquilidad y la seguridad ... Las mujeres no insisten en esto. Sus actos
autoconscientes no son lo que más les interesa. Por el contrario, hablan largo y tendido sobre
sus relaciones con talo cual persona. Sus propias historias de vida incluirán partes de las histo-
rias de vida de otros. Resaltan a las personas que las rodean, y sus relaciones con ellas. En con-
traste con los relatos de los hombres, las mujeres no insistirán sobre "lo que han hecho", sino
más bién sobre "qué relaciones existían" entre ellas y las personas próximas a ellas.
Pero también la presencia del género en las historias de vida se irá definiendo de
acuerdo a las consideraciones que sobre él, sobre el género, existan en diferentes momentos
de la historia. Como todo constructo cultural, no es fijo. Es constante su presencia, pero las
modalidades que adopta son diferentes y las relecturas que se van realizando, también24•
Otra dimensión a tener en cuenta es el hábitat en el cual se habla y del que se habla.
Ambos articulan conflictos de identidad en la historia de vida. Hay dos grandes dimensiones
que se deben destacar, al menos, en la diversidad de subtemáticas que abre la espacialidad co-
mo dimensión organizadora de la narración en los relatos que nos ocupan. En primer lugar, el
espacio como referente de identidad. Nadie que siga viviendo en el lugar donde ha nacido se
percibe como que es de tal lugar. La identidad espacial, ser manchego o leonés, o andaluz, es
una identidad que la otorgan los otros, los que no son manchegos, o leoneses o andaluces. Los
seres humanos se reconocen como pertenecientes a un lugar cuando se enfrentan lejos de ese
lugar, al mundo en su diversidad y en su complejidad. Cuando deben transitar la experiencia
vital de la migración (tan frecuente, por otra parte, en la España del siglo xx) y reconocer su
identidad en la diferencia. La filósofa Nelly Schnaith2S, recoge un brevísimo .relato de un
manchego emigrante a Suiza en los años sesenta que reflexiona así:
Verá Usted, todo es distinto en el norte: el clima, la comida, las casas, la gente, la lengua ...
A mi llegada yo pensaba que todos debían ser iguales a nosotros. Después entendí que eran
ellos quienes estaban en su casa y era yo quien debía esforzarse por comprenderlos, entendí
que tenían derecho a ser diferentes.
Capítulo la: Historias de vida e historia oral 279
Esta comprensión sobre los otros como diferentes pone en el extremo de este conflic-
to, la necesaria toma de consciencia sobre el nosotros y su caracterización. Y este trabajo
sólo se realiza cuando uno se ha separado de su lugar de identidad como condición funda-
mental para recuperar esta seña de diferenciación.
En segundo lugar, la mirada sobre el lugar de los orígenes es diferente si se realiza sin
la perspectiva que, la mayor de las veces con dolor, organiza la distancia. Distancia y tiem-
po .se enlazan para alcanzar una mirada comprensiva que la cercanía o la fusión impiden
realizar. En las historias de vida esta dimensión, o éstas formas de percibir el espacio, los
espacios, está presente como producto y como productor de las instancias del relato.
y finalmente, otro de los elementos que hemos apuntado más arriba, el status social
como articulador de la mirada sobre el pasado y sobre el presente. En la historia del pere-
grinar, que es la verdadera metáfora de todas las historias de vida, los senderos del progreso
y los del retroceso articulan reconstrucciones diferentes tanto del pasado como, muy espe-
cialmente, de la autoestima por la identidad. Agnes Hankiss26 analiza esta dimensión desde
la recomposición mitológica de las propias historias de vida. En ella establece una serie de
estrategias diferentes de acuerdo a tipologías distintas de relación entre la Imagen actual
del Yo del sujeto que narra y las imágenes de la infancia. Las estrategias serán de cuatro ti-
pos diferentes: dinásticas, antitéticas, compensatorias y autoabsolutorias. Por debajo de
estas formas de nombrar, la autora propone tener en cuenta la importancia del proceso de
crecimiento o decrecimiento socio-económico y cultural, en tanto articuladores fundamen-
raJes en la autovaloración de los sujetos y en las características narrativas de sus historias.
Comenzaremos por criticar nuestro propio subtítulo. Suponer que la memoria indivi-
al, mal llamada individual, es un corpus diferenciado de la memoria colectiva, sólo pue-
sostenerse desde ciertas perspectivas que no son las obvias.
A la luz de esta metodología es evidente que la búsqueda de un relato particular tiene
grandes expectativas implícitas: por un lado, articular un espacio de palabra y de interlo-
ión con aquél que relata su historia y que lleva a considerar ésta, como testimonio irrepe-
le que superpone a la crónica verídica y cronológica de los acontecimientos del pasado27,
trabajo de la experiencia, de la reflexión y el permiso para la subjetividad de la mirada. Por
lado, queda abierta también, la puesta en escena de épocas, espacios, situaciones, cir-
stancias que no son nunca individuales, que son inevitablemente colectivas, sociales, testi-
niales.
El propio dispositivo que posibilita la historia oral, pone en funcionamiento un mecanis-
que reúne, en sí, expresiones de lo colectivo. Se penetra en las esferas y en los lugares
iales inaccesibles para la documentación o más exactamente para la documentomanía. La
-ormación recogida en todo proceso de contar una historia, deberá permitir rec.rear proce-
sociales a partir de la experiencia de cómo han sido vividos y pensados y sentidos por
-':en los cuenta. Un encuentro de estas características lleva a un cuestionamiento sobre uno
-:asma: esto le sucede a los dos partenaires y constituye su enriquecimiento. La propia expe-
ia modifica, en ambos, la mirada sobre el presente.
El sujeto -término que nos es más afín que el de individuo- y la sociedad son a la vez
~rición y creación. Entre los procesos de la memoria colectiva y la memoria particular,
280 Parte 1/: Las técnicas y las prácticas de investigación
entre el imaginario reproductor de lo social y el imaginario creador del sujeto hay una rela-
ción dialéctica. La memoria colectiva liga con lo particular a través de la experiencia antes
grupal que solipsista de aquél que exhibe su historia de vida.
Pero la historia oral debe tener muy en cuenta el trabajo sin fin de la memoria que
produce una selección en el pasado en relación con las exigencias del presente. Son antes
los mitos del presente que los del pasado los que abren o bloquean las posibilidades de re-
lato. No son nunca los valores del pasado en sí mismos los que impiden que un hecho sea
nombrado, reseñado. Es, por el contrario, lo colectivo del presente, actuando en quien re-
lata una historia de vida, lo que abre o cierra el espacio de palabra y el espacio de la escu-
cha. El individuo estructura su relación con la realidad a través de las categorías lingüísti-
cas y retóricas propias de su grupo. La realidad es percibida, clasificada y organizada por
medio de las posibilidades del lenguaje. Lo colectivo está, irremediablemente presente en
cada individuo.
Una cultura está viva si no se la considera clausurada, si es capaz de recibir las aporta-
ciones de sus miembros que son capaces de disentir con ella misma en el juego vital de
tradiciones y nuevas propuestas. Y aún más, una mirada que disiente con lo dicho desde lo
colectivo, ensancha las fronteras de éste permitiendo una reelaboración de la simbólica so-
cial. No hay antagonismo entre lo individual y lo colectivo.
Nicole Gagnon (en Marinas y Santamarina, 1993) aporta algunos testimonios toma-
dos, a su vez, de otros autores, y que resultan ilustrativos:
No podemos restringir los grupos con los que trabajamos en función de su representa-
tividad muestral -puesto que no perseguimos cómo se distribuyen poblacionalmente opi-
niones o respuestas a cuestionarios imaginados por nosotros, sino el sentido que aquéllos
dan a sus experiencias y prácticas-o El diseño de grupos y métodos lleva otro camino.
Se trata, en general, de ordenar la secuencia de las entrevistas en función de las narracio-
nes que se producen. Se entiende que cada una aporta datos de la relación social que preten-
demos conocer y que la serie inicial nos ayuda a marcar la pertinencia de los entrevistados po-
sibles. Así como el desplazamiento desde elementos que son más bien socioestructurales, en
el sentido dicho, a otros que forman parte de la cultura o las representaciones. Desplazamien-
to que viene dado por la interpretación continua de lo que tales elementos significan en la po-
blación o institución concreta (el estudio sobre la panadería artesanal de Bertaux y Bertaux-
Wiame, 1993, es enormemente ilustrativo al respecto).
Lo mismo ocurre con la disposición de métodos y técnicas concretas en función del
problema elegido y de los objetivos que lo acotan. La cuestión del carácter más cerrado o
abierto, directivo o no (guión previo) de la preparación de las entrevistas tiene una relación
estrecha con el tipo de práctica que analizamos e interpretamos (Thompson, 1988, adjunta
un gran repertorio de cuestionarios tipo, con la salvedad de su flexibilidad de aplicación).
Una vez establecidas las dimensiones del contexto (relaciones entre contextos 2 y 3 de
la figura anterior), es posible organizar el guión tentativo de las entrevistas siguientes de ma-
nera más centrada en los elementos que los informantes han señalado como ya pertinentes.
La cláusula general podemos formularla como el predominio de la escucha sobre lo
ya sabido. En el sentido de que también hemos de poder interpretar los silencios, lagunas
o distorsiones sobre los puntos aparentemente ya conquistados.
Los datos que resultan son relatos complejos y las más de las veces altamente expresi-
vos. Por ello hemos de controlar la caída en una recepción estética o simpática (en el sen-
tido etimológico: que implicaría también distancia o rechazo), teniendo en cuenta el obje-
tivo final que es producir un discurso nuestro capaz de interpretar la práctica estudiada.
Por eso hablamos de la verificación por saturación, que Daniel Bertaux (l993b) for-
mula como síntesis de un repertorio de preguntas concretas que siempre surgen en la in-
vestigación: a quién preguntarla cuántos/de qué forma/con relatos completos o incomple-
tos/cómo transcribirlos/cómo analizarlos.
Podemos ver dos versiones de este principio que ayudan a matizar lo explicado ante-
riormente (nota 16). La primera tiene un tono pragmático y de experiencia vivida: está
presente el titubeo de todo trabajo (detenerse o seguir entrevistando, ¿con quépiterio?):
Si lo que precede es exacto el corte significativo, según esta dimensión, del número de ca-
sos observados, no se sitúa en algún lugar entre 10 y 11 o entre 30 y 31 relatos, sino más bien
en el punto de saturación que hay que superar ampliamente, claro está, para tener la seguridad
de la validez de las conclusiones. Más acá de este punto es difícil pronunciarse sobre la validez
de las representaciones de lo real que propone cada relato, y es en particular el caso de cuando
no disponemos más que de un único relato. La tentación entonces es la de orientarse hacia el
Capítulo JO: Historias de vida e historia oral 283
el investigador no puede estar seguro de haber alcanzado la saturación más que en la medi-
da en la que conscientemente ha intentado diversificar al máximo sus informantes. La saturación
es un proceso que se opera no en el plano de la observación, sino en el de la representación que
el equipo investigador construye poco a poco de su objeto de indagación: la "cultura" de un
grupo en el sentido antropológico, el subconjunto de relaciones estructurales, relaciones socio-
simbólicas, etc. Así pues no nos podemos contentar con una primera elaboración de esta repre-
sentación. Esta descansa efectivamente en representaciones parciales de la primera serie de su-
jetos encontrados; por ello es susceptible de ser destruida por otros sujetos situados en el
mismo subconjunto de relaciones socioestructurales, pero en lugares diferentes.
NOTAS AL CAPÍTULO 10
plinar. Es evidente el peso de las tradiciones gremiales, por ejemplo la pertinencia de la expresión
"fuentes orales", como producción previa al trabajo de los historiadores, frente a la mayor familiari-
dad del término "historia oral" en sentido más sustantivo de antropólogos o sociólogos. 0, por com-
pletar el recorrido, la proximidad de las historias de vida como historias o estudios de casos entre
psicólogos, sociales o no. La apertura de los investigadores es notable no sólo hacia otros campos
disciplinares, sino también hacia otras formas de intervención. Véase, a este respecto, Mercedes
Vilanova, prólogo a Thompson (1988).
3 Es la expresión de Fran~oise Morín en su excelente balance de la historia oral en Francia y
privados de ella o es la historia de vida un espacio al margen del Poder?", en Vilanova (1986).
284 Pane ll: Las técnicas y las prácticas de investigación
6 Una interesante discusión sobre el valor de las "fuentes orales" o la "historia oral" como ex-
universo de época, recogido en su Passagenwerk (Benjamin, 1982). Su versión francesa, con algu-
nas variantes, es Le livre des passages. Paris, capitale du XIX Siec;le. Versión de lean Lacoste (1989),
y publicado por Eds. du Cerf.
11 Esta periodificación resulta de los elementos que consideramos en el desarrollo del trabajo:
en el sentido en que no forma fases históricas que se superan unas a otras sin dejar rastro. Las eta-
pas hay que entenderlas como modalidades de la historia oral que acentúan más unas dimensiones
que otras. Estas tres quedan como repertorios posibles en el presente, aunque el grado de generali-
zación y apertura es, por todo lo dicho, mayor. Otras formas de periodificación se pueden encontrar
en Thompson (1986), Marin (en Marinas y Santamarina, 1993).
12 Lévi-Strauss (1959) oscila entre un respeto positivo a las fuentes orales, tratadas como mono-
dencia para invitar a reflexionar sobre ellos, se puede encontrar en diferentes lugares. Recomendamos, por
su accesibilidad Bertaux (1993a), y Thompson (1978, 1988). Y por su especial completud, las reflexiones
de Alfonso Ortí (1986).
17 Es el sentido que aparece en Barthes (1970).
" El término es una elaboración nuestra a partir de un concepto que Habermas y Lorenzer emplean
en el contexto del análisis de la comunicación distorsionada en las sociedades complejas. La incorpora-
ción de la perspectiva psicoanalítica no queda en el campo meramente clínico, sino en el análisis de sus
posibilidades emancipatorias: de reconstrucción de la comunicación. Véase Habermas (1978) y
Lorenzer (1980).
,. Es la fantasía sobre la que ironiza la novela de Stanislaw Lem Manuscrito encontrado en una
hañera, en la que meten un texto, un diálogo de una obra de Shakespeare, en una máquina interpre-
tadora y esta va estableciendo traducciones que muestran "los verdaderos diálogos interiores", lue-
go "las autopercepciones" hasta disolver, a la cuarta o quinta traducción, en balbuceos inarticulados
las palabras y la escena.
CapíTulo 10: Historias de vida e historia oral 285
20 Jacques Lacan (1990) da una interesante pista al hablar de la oddiry, es decir, de la radical
imparidad de la situación del que cuenta su historia y quien la escucha. La proximidad, tiene que
ver con el hecho de que el psicoanálisis investiga con historias. Y de aquí surge la reflexión que al-
gunos historiadores orales se formulan: cómo recibir en la escucha que es parte de la investigación
las manifestaciones no del actor social sino del sujeto (Fraser, 1990). Lo que lleva a mantener abier-
ta otra cuestión: ¿cuál es el modo de comprensión biográfica del psicoanálisis?, el trabajo de poder
llegar a relacionar de manera armoniosa, o de manera integrada, saludable, la escena de la vida coti-
diana, y los personajes que conmigo viven en este momento, la escena del análisis, de la sesión y
una tercera escena que son los episodios originarios de los que "ya no me acuerdo".
" Kermode, F. (1988): El sentido de un final. Barcelona. Gedisa.
" Cal vino, l. (1990): El sendero de los nidos de araña. Barcelona. Tusquets.
23 Kermode, F. o. cit., pág., 92.
24 Véase Borderías, C. (1991): "Las mujeres autoras de sus trayectorias personales y familiares:
a través del servicio doméstico". Historia y Fuente Oral. Núm. 6.
21 Schnaith, N. (1990): Las heridas de Narciso. Buenos Aires. Catálogos.
26 Hankiss, A. (1993): Ontologías del yo: la recomposición mitológica de la propia historia de
vida.
" Esta es la formulación clásica de la perspectiva positivista que -por su misma naturaleza y
sesgo de los procesos- no considera los relatos de los sujetos, ni considera a estos como interlocuto-
res de la historia.
2R En concreto: Condomines, Soler y Úbeda (1989): "Los archivos orales del Institut Municipal
d'Historia de Barcelona". Historia y Fuente Oral. Núm.1 (contiene información útil para todo in-
vestigador. No hay que olvidar que Fraser cedió sus materiales a este centro). CarIes, J. L. Y López,
L (1990): "Aspectos técnicos relacionados con nuestros archivos sonoros". HFO. Núm. 3. Alberch,
R. (1990): "Arxius, documents sonors i historia oral". HFO. Núm. 4. CarIes, 1. L. (1992): "Nuestra
memoria sonora". HFO. Núm. 7. Voldman, D. (1992): "¿Archivar fuentes orales?". HFO, Núm. 8.
En Perks (1990) pueden encontrarse referencias muy completas y variadas sobre los pasos y méto-
dos de la transcripción a la publicación de historias de vida. Entre ellas: Brown, C. S. (1988): Like it
. as: a compleTe guide to writing oral history. Nueva York. Teachers & Writers Collaborative.