El Conectoma Cerebral
El Conectoma Cerebral
El Conectoma Cerebral
En esta serie trataré de temas neurológicos, ámbito que me tiene cautivado. Como en
todas mis series publicadas hasta la fecha en este blog de El Cedazo, advierto que no soy
un profesional del tema, sino un mero aficionado. Bien que un aficionado con sumo
interés y mucho trabajo. El cerebro, nuestro gran misterio, encerrado en su cajita de hueso
y con la terrible responsabilidad de que con cuatro retales nos proponga las mejores pautas
para que sigamos en la vida con salud. Normalmente lo consigue… ¡gran proeza!
Como siempre en mis escritos, se trata de un nuevo cuaderno de campo. Un acta que da
fe notarial. Un trabajo que abarca lectura abundante; ayuda a mi memoria tomando notas
de lo que me parece esencial; organización de lo apuntado; para por último dar hilo y
sentido a la historia. Es un proceso que siempre me ha servido de manera esencial para
fijar mis ideas, que luego puedo someter a juicio y conocimiento de los demás. Me es útil,
y creo que puede serlo para los que puedan aprovecharlo con su lectura.
La historia del cerebro es un relato evolutivo. Su arquitectura y su función se ha
desarrollado de la mano, desde que en un animal comenzó a diferenciarse una célula que
hacía de intermediaria entre otras dos, una sensora y otra motora. Funcionalmente es
como es porque estructuralmente es como es. En nosotros se revela como una compleja
red de neuronas y grupos neuronales, unidos por sinapsis, axones y fascículos nerviosos,
continuamente cambiante gracias a su plasticidad. Lo que le posibilita “inventar” una gran
variedad de propuestas vitales conscientes y subconscientes ante la presión de los influjos
externos. Comenzaremos con una idea sencilla como es la aparente especialización de las
neuronas individuales que, en el fondo, es simplemente el reflejo del trabajo en grupo. La
evidencia más simple de una red neuronal de la mano de la “neurona de la abuela“.
Continuaremos con el análisis de qué es lo que nos sugiere el ver que en el cerebro se
enciende como de la nada la chispa de “lo consciente”, el paso de lo automático a lo
sentido. Y lo hacemos en dos pasos: el teórico, a la vista de cuales son las características
más evidentes de este estado consciente, que nos lleva a la teoría del darwinismo neuronal
y de la información integrada, tras lo cual nos iremos al paso práctico, al gran tsunami de
actividad que nos sugieren las experiencias del laboratorio. En el fondo, de nuevo una
historia, ahora más concreta, de interrelación y comunicación neuronal. El conectoma se
nos revela con más claridad.
Con esta evidencia de una rica arquitectura de nodos y conexiones pasaremos a explicar
cómo su topología se desarrolla y concreta a lo largo de tres escalas: el “micro” neuronal
y sináptico, el “macro” a nivel de grupos funcionales, fascículos nerviosos y nervios, y el
“medio” representados paradigmáticamente, entre otros, por las unidades funcionales de
las columnas corticales. Una vez conocido físicamente a nuestro personaje nos vamos de
nuevo al mundo de lo teórico. El cerebro se nos ha revelado como una red en actividad lo
que nos permite asomarnos al trabajo de los neurólogos y físicos teóricos que lo tratan
como eso, una red. A la que se le puede aplicar la teoría de grafos, la metodología de
análisis de redes y la neuroinformática. Como en otras disciplinas, por ejemplo la
astrofísica, los teóricos, de la mano de las fantásticas capacidades que proporcionan las
nuevas tecnologías, van por delante de los experimentales sugiriendo caminos de
investigación. No sólo en su estructura física, sino también en la funcional y en la causal.
Lo que permite imaginar un inquietante fondo: el cerebro como una máquina azarosa
funcionando según unos patrones estadísticos cuya probabilidad de ocurrencia podemos
calcular.
Acaba la serie con una entrada dedicada a lo que se cuece dentro de la Teoría de la
Información Integrada, una teoría que postula que el cerebro es información y que como
tal puede ser objeto de conocimiento matemático. Lo que desde mi punto de vista
transporta a las funciones emergidas de su actividad desde un clásico escenario
metafísico, de libertad y libre albedrío, a uno meramente físico. Las conclusiones son,
cuanto menos, inquietantes. Lo veremos en un último apéndice.
ii. Lo que titulo como “una sencilla idea”, que no es más que el trasfondo más simple de
la actividad neuronal, aparentemente especializada gracias a las resonancias de sus
actividades.
iii. Qué revela de esta red de conexiones el análisis teórico de la experiencia consciente.
He comentado que esta serie cristaliza, intentando que siga un hilo ordenado, múltiples
lecturas de libros y artículos especializados. Entre los primeros destaco los siguientes:
b. “Connectome: How the Brain’s Wiring Makes Us Who We Are”, Sebastian Seung,
2012.
00. Prólogo.
Meneame
Bitacoras
Facebook
Twitter
“La mejor manera de darse cuenta de lo que uno sabe -y de lo que no sabe- acerca de
su campo de conocimiento es escribir acerca de él“
Hoy propongo una nueva serie que se va a publicar en nuestro querido blog de El
Cedazo. En esta ocasión vuelvo a temas neurológicos, ámbito que me tiene cautivado.
Como en todas mis series publicadas hasta ahora, advierto que no soy un profesional del
tema, sino un mero aficionado. Bien que un aficionado con sumo interés y mucho
trabajo. El cerebro, nuestro gran misterio, encerrado en su cajita de hueso y con la
terrible responsabilidad de que con cuatro retales nos proponga las mejores pautas para
que sigamos en la vida con salud. Normalmente lo consigue… ¡gran proeza!
Reconstrucción tractográfica de las conexiones neurales ¡un punki en nuestro cerebro!
(Imagen de Thomas Schultz, Wikimedia, CC BY-SA 3.0)
Como siempre en mis escritos, se trata de un nuevo cuaderno de campo. Un acta que da
fe notarial. Un trabajo que abarca lectura abundante; ayuda a mi memoria tomando
notas de lo que me parece esencial; organización de lo apuntado; para por último dar
hilo y sentido a la historia. Es un proceso que siempre me ha servido de manera esencial
para fijar mis ideas, que luego puedo someter a juicio y conocimiento de los demás. Me
es útil y creo que puede serlo para los que puedan aprovecharlo con su lectura.
Con esta evidencia de una rica arquitectura de nodos y conexiones pasaremos a explicar
cómo su topología se desarrolla y concreta a lo largo de tres escalas: el “micro”
neuronal y sináptico, el “macro“, a nivel de grupos funcionales, fascículos nerviosos y
nervios, y el “medio” representados paradigmáticamente, entre otros, por las unidades
funcionales de las columnas corticales. Una vez conocido físicamente a nuestro
personaje nos iremos de nuevo al mundo de lo teórico. El cerebro se nos ha revelado
como una red en actividad, lo que nos permite asomarnos al trabajo de los neurólogos y
físicos teóricos que lo tratan como eso, una red. Red a la que se le puede aplicar la teoría
de grafos, la metodología de análisis de redes y la neuroinformática. Como en otras
disciplinas, por ejemplo la astrofísica, los teóricos, de la mano de las fantásticas
capacidades que proporcionan las nuevas tecnologías, van por delante de los
experimentales sugiriendo caminos de investigación. No sólo en su estructura física,
sino también en la funcional y en la causal. Lo que permite imaginar un inquietante
fondo: el cerebro como una máquina azarosa funcionando según unos patrones
estadísticos cuya probabilidad de ocurrencia podemos calcular.
Acabará la serie con una entrada dedicada a lo que se cuece dentro de la Teoría de la
Información Integrada, una teoría que postula que el cerebro es información y que como
tal puede ser objeto de conocimiento matemático. Lo que desde mi punto de vista
transporta a las funciones emergidas de su actividad desde un clásico escenario
metafísico, de libertad y libre albedrío, a uno meramente físico. Las conclusiones son,
cuanto menos, inquietantes. Lo veremos en un último apéndice.
He comentado que esta serie cristaliza, intentando que siga un hilo ordenado, múltiples
lecturas de libros y artículos especializados. Entre los primeros destaco los siguientes:
b. “Connectome: How the Brain’s Wiring Makes Us Who We Are”, Sebastian Seung,
2012.
En este blog de El Cedazo vengo publicando desde hace tiempo varias entradas
relacionadas con el cerebro humano. Ello demuestra un especial interés en investigar y
conocer, en la medida de lo que sea posible para un profano, como es mi caso, las
entretelas más básicas de algo que nos crea la ilusión-realidad de un Yo que actúa en y
reacciona con su medio. No sólo proporcionándonos una evidencia consciente, sino
también gestionando un desconocido submundo inconsciente que bulle en modo
autónomo dentro de las redes de nuestro encéfalo.
“El cerebro creó al hombre”, “El cerebro y el mito del yo” y “Eres tu memoria” son tres
libros, entre muchos al respecto, que hablan de cómo el cerebro modela por sí solo al
hombre. Han sido escritos por tres eminentes neurólogos, Antonio Damasio, Rodolfo
Llinás y Luis Rojas-Marcos. Con seguridad habrá muchos más abundando en la idea de
que somos lo que nos propone nuestro cerebro, amén de infinitas opiniones, conferencias
o frases que apoyan esta realidad psico-biológica. Sabemos con certeza que es así, pero
no sabemos con exactitud milimétrica cómo lo consigue. En esa serie de entradas, que
comienza con la de hoy, nos vamos a centrar en un solo aspecto, que consiste en cómo la
red de conexiones neuronales, a todos sus niveles, condiciona definitivamente la
funcionalidad del sistema nervioso y su traducción a percepciones, acciones motoras,
emociones o pensamientos. Tal como lo podemos leer en el libro “Discovering the Human
Connectome”: “…la función cerebral surge a partir de la acción coordinada de los
elementos neurales organizados en forma de un complejo sistema multiescala.”[1]
En esta serie vamos a hablar, por tanto, de lo que se conoce como Conectoma. De forma
sencilla, aunque luego revelaremos que incompleta, el conectoma es el conjunto de
conexiones físicas, dinámicas y funcionales neuronales.[2] Algo semejante como
concepto semántico, e incluso con un sorprendente paralelismo en las bases de su
funcionamiento, a lo que es el genoma como el conjunto de genes de un organismo vivo
que condicionan su fenotipo y su fisiología.
Pensemos en lo que es un cerebro. Un conjunto de células entre las que destacan las
neuronas. Estas últimas se hablan entre sí, gracias a sus interconexiones físicas,
ofreciendo un producto compatible con la homeostasis [3] y la supervivencia del
organismo del que forman parte. Si lo consideramos como un órgano vivo, conformado
a través de los millones de años por fuerzas evolutivas, no podemos por menos que
defender el hecho de que es como es por puro azar. Su arquitectura ha sido diseñada por
el azar, es totalmente contingente, como así lo son también las funciones y habilidades
que desarrolla. Arquitectura y función han ido desarrollándose cronológica y
fisiológicamente una al lado de otra, una imbricada en la otra. Los genes y el medio
ambiente iban construyendo y remodelando una realidad física que se veía sometida
segundo tras segundo al test de su idoneidad para la supervivencia. No muy distinto a lo
que le pasó a nuestras piernas de Homo en su viaje adaptativo desde la braquiación a la
bipedestación: anatomía y función fueron avanzando fundidas de la mano. Pues lo mismo
con nuestro cerebro. Paso a paso la coyuntura del momento iba remodelando los
fotogramas de la película del cerebro como un todo: tras un nuevo paso diferencial en el
diseño físico emergía la posibilidad de una nueva funcionalidad… y cada nueva
funcionalidad modificaba la expresión génica y atendía de otra manera al medioambiente,
lo que a la larga volvía a remodelar la arquitectura. Un avance a través de bucles y
realimentaciones. Así fue la realidad y no de otra manera. Quizás la probabilidad de que
se hubieran seguido otras vías que fijaran nuestra arquitectura orgánica, nuestro fenotipo
cerebral, pudo haber sido en algún momento significativa, pero la de verdad, la que nos
ha traído a lo que conocemos, la que realmente talló la evolución, es la nuestra. Cualquier
otra posible cayó en el camino.
(Figura extraída de “Structure and function of complex brain networks”, Olaf Sporns,
fig. 7, 2013, fair use.)
La figura anterior esquematiza muy bien lo que queremos decir, la jerarquía de fenotipos
cerebrales que van desde las escalas moleculares a las del comportamiento. Es el abanico
que ha tallado la genética y la influencia del medio ambiente: de abajo a arriba, los genes
y sus interacciones expresaron los diferentes tipos de proteínas y patrones fisiológicos;
que a su vez son la base de la génesis de las moléculas orgánicas; cuyas formas
geométricas y patrones de polaridad hicieron que apareciera el milagro de la célula; la
pluricelularidad y la especialización formaron sistemas orgánicos; que sobrevivieron
gracias a la mayor o menor habilidad para que de ellos emergieran comportamientos aptos
para sortear los retos ambientales. Si lo focalizamos en el mundo del cerebro, esa historia
se particulariza en los patrones de conexiones estructurales y de la actividad cerebral
funcional a nivel celular y de sistemas, lugar donde los factores genéticos y ambientales
convergen, campo del que se ocupa la conectómica.
A pesar de ese camino evolutivo general y aparentemente lineal, la verdad es que groso
modo, y tras una simple, o no tan simple inspección anatómica, nos podemos dar cuenta
de que no todos los cerebros son físicamente iguales y sin embargo en lo importante
funcionan igual, lo que nos puede resultar sorprendente. Tamaño global, asimetría entre
hemisferios, desarrollo de los giros y surcos de la corteza, tamaño de los núcleos
subcorticales, topología de los tractos en la materia blanca, densidad zonal neuronal,
geometría de dendritas y sus sinapsis, densidad de neurotransmisores o localización de
neurorreceptores… a medida que bajamos a escalas más pequeñas más disimilitudes
podemos apreciar entre individuos. Sin embargo, todos los cerebros sanos dan más o
menos las mismas prestaciones. Como, desde luego, no podía ser de otra manera. Genes,
ambiente y evolución nos han hecho de tal manera que podamos vivir. No todos los
cerebros son iguales, pero gracias a que sus arquitecturas física, dinámica y funcional son
tan variadas, lo que sucede en la realidad es que no hay un único patrón físico para llevar
a cabo una función cerebral específica. No hay una relación perfectamente biunívoca
entre la función que emerge en un momento con una particular arquitectura de red
neuronal ya que, como hemos dicho, el cerebro no es una máquina construida de forma
determinista, sino completamente azarosa. De entre todas las variadas y posibles
configuraciones de conexión que se trenzan en el tejido neuronal en un momento y en un
cerebro determinados, hay una que es la seleccionada para que de ella emerja una
particular función, que posiblemente en otro cerebro -o incluso en el mismo- la pudiera
llevar a cabo otro conexionado y otros núcleos neuronales. Por eso decimos que el cerebro
funciona como un sistema degenerado[4] que si no va por un camino siempre tiene la
opción de ir por otro. Lo que nos lleva a pensar que sus funcionalidades no emergen de
la actividad de unos lugares determinados del cerebro, sino que son el resultado de unos
procesos neuronales determinado. Parece como si en la red cerebral lo que realmente
cuenta son los canales de interrelación más que los sujetos que se interrelacionan.
Como veremos más tarde en esta serie, el cerebro, esta máquina que nos ha regalado el
devenir evolutivo y es como es, conforma una especie de red complejísima, variable en
el tiempo y que se entreteje a múltiples escalas. Del funcionamiento de esta red y no de
la exacta realidad exterior surge nuestra subjetiva realidad. Cómo no admitir este hecho
cuando sabemos, por poner un ejemplo, que en el caso de la visión hay un factor
desmultiplicador del orden de 108 entre la cantidad de información que llevan los fotones
que llegan a nuestra retina y la cantidad de información que manejan las áreas cerebrales
que nos dan la percepción visual.[5] Tal como dice el conocido neurólogo norteamericano
Marcus E. Raichle: ”… el cerebro debe interpretar, responder e incluso predecir las
demandas ambientales a partir de datos aparentemente empobrecidos. Una explicación
de su éxito al hacerlo debe estar en gran medida en los procesos cerebrales intrínsecos
que vinculan las representaciones que residen ampliamente en los sistemas cerebrales
[impresas en algún lugar del conectoma] con la información sensorial entrante”.[6]
Y aunque es muy posible que nunca sepamos su conexionado exacto, tanto en sus
aspectos físicos como dinámicos como de información depositada en él, intuyo con
facilidad que el hecho de intentar conocerlo es algo de especial importancia. En la
siguiente entrada veremos cómo la circunstancia de que ciertas neuronas individuales
parezcan tener la capacidad de “especializarse” en particulares propuestas perceptivas o
cognitivas muy concretas nos va a llevar de la mano a la sospecha de que
impepinablemente tienen que trabajar en colaboración con otras. Lo que será la primera
y más simple idea que encontraremos en esta serie acerca de las redes de actividad
neuronal.
En la entrada anterior de esta serie acerca del conectoma cerebral vimos cómo la
evolución imbricó de forma indeleble su estructura física con sus emergencias
funcionales. En ésta de hoy se me ocurre que podríamos partir de mínimos e iniciar la
andadura con algo tan simple como asomarnos al “patio social” de las neuronas. Vamos
a entrar en materia observando cómo algunas de esas células presentan la capacidad de
estar “especializadas” en particulares propuestas perceptivas o cognitivas muy concretas.
Podemos preguntarnos si quizás eso sea un comportamiento de fondo para todas ellas, lo
que nos llevaría de la mano a la idea de que necesariamente deben de trabajar en
colaboración con otras. Esta particularidad nos estaría sugiriendo una primera idea acerca
de la existencia de redes de actividad neuronal.
Me estoy refiriendo a lo que se conoce como “la neurona de la abuela”.[1] Hoy en día
tenemos medios para medir in situ lo que pasa en una única neurona[2] lo que nos ha
permitido observar en algunas de ellas su preferencia a responder a un particular tipo de
estímulo: se activan con curiosa intensidad cuando el sujeto dueño del cerebro donde
habita ve o piensa en su abuela o en cualquier cosa relacionada con ella. Lo cual no nos
debe llevar a pensar algo tan simple e inexacto como que esta neurona es la única que
soporta el percepto “abuela”, y que si la extirpáramos nos olvidaríamos de tan querido
familiar. No es así.
Todo eso insinúa, como apunta el físico y profesor de neurociencia Sebastian Seung en
su libro “Conectoma: Cómo las conexiones neuronales determinan nuestra identidad”,[4]
a que en el funcionamiento neuronal hay establecida de forma generalizada una
organización comunal, una escala jerárquica para la construcción de abstracciones,
percepciones o pensamientos que se van integrando a medida que sube el nivel de
asociación de la información, generando “ideas” abstractas cada vez más complejas. Por
ejemplo, nuestra “abuela” es percibida por el sentido de la vista, que trocea la información
visual y la envía a un gran número de complejos circuitos independientes -color, forma,
situación espacial, movimiento, texturas…- cada uno gestionando un aspecto particular
de la imagen. En el camino la información visual de la “abuela” deberá fusionarse con el
proceso neuronal que determina que lo visto es una cara humana. Una cara que dibuja
gestos y emociones, particularidades que serán resueltas por otras redes funcionales
neuronales. A la vez se le añadirán también las percepciones sensoriales distintas a la
vista -olores, sonidos…- y los recuerdos asociados. Así podemos ir imaginando cómo se
va complicando el constructo mental, lo que nos permite concebir infinitos procesos que
convergen sin lugar a dudas en la identificación de “mi abuela” en un escenario
determinado. Mezcla de percepciones reales y evocaciones de la memoria. Seguramente
en ese camino hacia la abuela van a surgir múltiples cebos que convocarán a otros
pensamientos: abuela-rosquillas-azúcar-análisis de sangre-cita médica-voy en mi coche
o en taxi… demostración palpable de la riqueza de la actividad neuronal en el
subconsciente cerebral.
Esas escalas jerárquicas de comunicación neuronal tienen que requerir un soporte físico
por donde fluir la información. Los patrones de funcionamiento, tales como el que hemos
comentado en nuestro ejemplo anterior, requieren una serie de interconexiones entre las
neuronas participantes, ya que para generar la percepción o el pensamiento o la propuesta
motora se deben hablar entre ellas. Tanto estarán conectadas -realizando sinapsis- con las
del “nivel inferior”, de las que reciben información, como con las de “nivel superior” a
las que les envían información. Lo cual dibuja un rico escenario para la funcionalidad
cerebral repleto de múltiples, activas y cambiantes redes de neuronas, en donde pudiera
ser que todas y cada una influyan en todas y cada una de ellas. Así, el hecho de que llegue
a activarse la neurona de la “abuela” activará también la del “perfume de la abuela” y
viceversa. Lo que nos puede llevar al recuerdo de aquel día que fui a un gran almacén a
comprarle un frasco de regalo. Podéis imaginar cualquier correlación de recuerdos… todo
será posible si las sinapsis están establecidas y son suficientemente fuertes y rápidas.
Casuística de las más elementales redes neuronales propuesta por Sebastian Seung en su
libro “Conectoma”
En un primer nivel encontraríamos lo que él llama una “asamblea celular”, una estructura
de un número variable de neuronas excitables conectadas entre sí por sinapsis. Por esas
conexiones circula la información que maneja la asamblea, arriba y abajo, la cual se
constituye así como una unidad elemental que representa las asociaciones que intervienen
en el pensamiento o en la propuesta sensomotora. A la izquierda de la figura anterior bien
podríamos estar viendo la “asamblea celular de la abuela“.
Pero aun hay un tercer escalón, o más bien un matiz del segundo. Puesto que la actividad
del pensamiento podemos asemejarla a intentar sacar las cerezas del cesto, que hará que
vayan encadenándose unas con otras, la idea de la abuela nos lleva a la idea de su perfume,
que nos lleva a la de la tienda donde comprarle un regalo, que nos lleva a su vez a aquella
novia que tuve… debemos suponer que dentro de la operativa de superposición de
asambleas celulares ha de existir también un posible patrón de funcionamiento
unidireccional. Lo cual se explicaría si las sinapsis estuvieran dispuestas de tal manera
que el flujo de la información entre agrupaciones sólo fuera posible en un sentido. Ello
delinea un tercer concepto de elemental red sináptica a la que Seung le da el nombre de
“cadena sináptica”.
Llegamos al final de la entrada en la que hemos visto cómo la observación más sencilla
de los patrones de funcionamiento cerebral nos lleva a hablar de redes, neuronas y
enlaces. Nos cuenta acerca de la existencia de un trabajo en equipo desarrollado en las
arquitecturas más sutiles del sistema nervioso. En la siguiente entrada nos elevaremos
sobre la sencilla imagen funcional que hemos explicado hasta aquí para pasar a otra
imagen funcional que se mueve en un nivel neuronal más global, particularizándola en lo
que entendemos como estado cerebral “consciente”. Más concretamente, vamos a intentar
analizar cómo es la actividad en el cerebro durante el momento preciso que podemos
llamar de “acceso a lo consciente”, lo que sucede en esa vaporosa frontera temporal entre
el “miro” y el “veo”, entre “escucho” y “oigo”. Lo que nos va a conducir, otra vez más, a
un mundo de conversaciones neuronales en interrelaciones de ida y vuelta, y a la necesaria
hipótesis de un conectoma de donde emerja la función.
Uno de los aspectos más evidentes de la funcionalidad del cerebro es aquello que nos
lleva a un estado mental que detectamos como “ahora soy consciente”, esta percepción
conocida en la que nos damos cuenta de lo que nos está pasando. Posiblemente el
asomarnos a esa “sensación” nos ayude a encontrar pistas del conexionado de nuestro
sistema nervioso.
Y así hasta el infinito. Esto fue un posible discurrir… pero bien pudiera haber sido
cualquier otro, ¿cuántos? Al pensarlo se nos apodera una angustiosa sensación ante la
inmensidad inabarcable de lo que nos planteamos. Pero nuestro cerebro aparentemente SÍ
que es capaz de abarcarla y dibujar con sus circuitos y químicas cualquier paisaje o
pensamiento abstracto. Y al instante pasar a cualquier otro planteamiento mental sin
ningún esfuerzo. Un caso paradigmático es el que todos vivimos infinitas veces al cabo
del día: Quién no se ha perdido en una interminable cadena de pensamientos automáticos
capaces de llevarnos desde no saber el qué a vete saber dónde… y de la que nos damos
cuenta cuando algo nos lleva de nuevo a un estado de atención consciente.
Dada la inabarcable casuística y la rapidez con que se evoca cualquier escenario, pareciera
como si en nuestros circuitos cerebrales deba estar “grabada” cualquier circunstancia vital
posible, tanto real como imaginaria, tanto concreta como abstracta. Como sugiere el
biólogo y premio Nobel de Medicina de 1972 Gerald M. Edelman,[1] la “memoria” del
cerebro, la circuitería neuronal que la soporta, debe tener una capacidad asimilable a la
de recrear, cual si fueran fotogramas de una película, cualquiera de los momentos de
“modo temporal presente” (en cada instante histórico hubo y hay un particular presente),
las imágenes de cada instante vivido en el pasado, ya fuera realmente o en la imaginación.
Hay que remarcar que para Edelman esta memoria no sería como un libro en donde
quedan impresos de forma fija cualquier hecho o pensamiento del pasado, sino que la
concibe como un estado neuronal difuso con capacidad de repetir por sí solo el pasado;
capacidad que sería espoleada por percepciones y movimientos del presente y que
quedaría impulsada y modulada por un sistema de valores de supervivencia surgidos a lo
largo del proceso evolutivo. Sólo va a ser cuestión de seleccionar con la atención
implícita,[2] dentro del conjunto de los infinitos patrones de circuitería que se están
urdiendo en el cerebro, aquel más adecuado al presente actual y reproducirlo usando la
caña de pescar de las percepciones e ideas que se están viviendo precisamente en el
momento presente actual. Gracias a un número determinado de colores y pinceladas
vivenciales que se estén experimentando en un determinado momento, el cerebro es capaz
de seleccionar de su “infinita biblioteca de casos posibles” -a fin de cuentas, generar
gracias a su continuamente cambiante estructura- una propuesta que se adapte al
particular aquí y ahora, no necesariamente como anillo al dedo. Con que presente una
cierta coherencia con el aquí y ahora será suficiente. Compara con la realidad… ¿es
adecuada la propuesta?… sigo adelante incorporando las novedades o alteraciones del
momento… con lo que tengo grabada la arquitectura de un nuevo “presente a recordar”
para generar estados conscientes futuros.
Una conocidísima figura ambigua llamada “La figura aburrida” que puede ser vista
como una mujer joven o como una mujer anciana ¡aunque no a la vez! (Wikimedia,
dominio público)
En la entrada anterior de esta serie acerca de “El Conectoma cerebral“ nos habíamos
quedado apuntando la pregunta acerca de por qué a partir de un sistema infinitamente
variable como es el cerebro emerja una experiencia consciente única. Hoy intentaremos
pensar en cómo poner orden dentro de esta aparente nebulosa que parece sugerirnos
todo lo contrario: la emergencia de una experiencia no-coherente. Para ello nos vamos a
apoyar en las opiniones del premio Nobel de Medicina 1972 Gerald M. Edelman, quien
nos propone un modelo mecánico[1] del funcionamiento del cerebro, inmerso en una
teoría conocida como la de “la selección de grupos neuronales” o el “darwinismo
neuronal”. No vamos a entrar en el detalle de esta teoría, centrándonos en aquellos
aspectos de ella que, me parece, se ajustan más a nuestro propósito, que simplemente es
el aportar puntos de vista que justifiquen la importancia del conectoma cerebral.
Gerarld M. Edelman y Giulio Tononi, “El Universo en la Conciencia”, Drakontos,
edición 2005. Libro que me ha servido de base para exponer los conceptos presentados
en esta entrada.
Si nos fijamos exclusivamente en las características físicas del estado consciente -sin
pensar en la necesidad de un “yo” u otros razonamientos filosóficos- observamos, como
ya decíamos en la entrada anterior, que lo que caracteriza a la actividad cerebral
consciente viene definido por dos realidades: diversidad de información en las redes
cerebrales, dado que las posibles emergencias conscientes en un momento determinado
son infinitas, y unidad de pensamiento consciente, ya que es una realidad el que aparece
un escenario consciente y solamente uno. Y aunque no sabemos muy bien cómo
funcionan las profundidades del inconsciente, en donde la actividad en paralelo debe estar
a la orden del día, cabe suponer que a la postre, ya que no puede dudar a la hora de
proponer soluciones vitales automáticas -que es una buena parte de su responsabilidad-
,[2] también podemos pensar que, en cierta medida, esas características se deben extender
al mundo cerebral inconsciente. ¿Cómo se consigue?
¿Cómo empastar las anteriores ideas y dar una propuesta plausible con lo que podemos
saber del cerebro? Edelman lo hace a través de su hipótesis del “núcleo dinámico”.
Aunque, OJO, la consciencia no sería el resultado del trabajo de un grupo especial,
específico y fijo de neuronas, sino que SERÍA UN PROCESO gestado en múltiples zonas
del cerebro con topología cambiante, principalmente en el sistema talámico-cortical.[8]
Pensemos en una especie de “ectoplasma” cambiante -perdonadme la licencia- en cuya
masa casi fantasmal se están produciendo una serie de chispazos perfectamente
diferenciados y con localización cambiante, de donde necesariamente emerge en cada
instante, tras un proceso interno de atención, la propuesta de experiencia subjetiva
consciente. No son las propias neuronas y sus propiedades particulares las que codifican
los pensamientos, sino la manera en la que están interconectadas entre sí. No pensemos
que eso se produce gracias a la actividad dentro de una arquitectura de red fija y
especializada, ya que trasciende los límites anatómicos, siendo el resultado de unas
rápidas alianzas físicas de geometría variable de donde emerge el proceso necesario. Por
eso le llama núcleo dinámico: Núcleo, porque mantiene siempre la necesaria integración,
y dinámico, cambiante, porque asegura la necesaria diferenciación.
Al principio de esta entrada comentamos que la propuesta del núcleo dinámico era la de
un modelo mecánico para el cerebro y, a la vista de todo lo anterior, así lo podríamos
suponer. Cosa ciertamente inquietante, ya que parece como que la consciencia sea
simplemente una característica intrínseca de una máquina, de un sistema, de donde
naturalmente emerge con más o menos fuerza cuanto mayor o menor sea la información
integrada que maneje el sistema, directamente relacionada con su complejidad estructural.
Como colofón traigamos de nuevo palabras de Gerarld M. Edelman: “La hipótesis [del
darwinismo neuronal] sostiene lo siguiente: 1. Un grupo de neuronas puede contribuir
directamente a la experiencia consciente sólo si forma parte de una agrupación funcional
distribuida que, a través de interacciones de reentrada en el sistema talamocortical,
alcanza un alto grado de integración en unos centenares de milisegundos. 2. Para
sustentar la experiencia consciente es esencial que esa agrupación funcional esté
altamente diferenciada, es decir, que presente valores altos de complejidad.”[9]
Aunque ahora la vida sigue… en la siguiente entrada bajaremos a lo que nos dice el
laboratorio acerca de la experiencia consciente y su circuitería.
Cuando estamos en un estado consciente, experiencia que se nos hace evidente por
ejemplo nada más despertar del sueño, somos capaces de darnos cuenta de las cosas que
percibimos a nuestro alrededor, de nuestros movimientos, de nuestros estados corporales,
nuestras emociones y de algo que pudiera parecer tan intangible como los pensamientos.
Ayudados por la memoria somos capaces de recordar lo que hicimos ayer, lo que
seguramente nos inducirá sensaciones semejantes a las vividas. Y todo ello en
milisegundos, casi de forma instantánea. Lo asombroso de ello es que la casuística de
todo lo que podemos imaginar puede dibujar lo que sin duda nos parece un conjunto de
infinitos casos.
Libro del neurocientífico cognitivo francés Stanislas Dehaene de donde he sacado las
ideas para esta entrada.
¿Fácilmente experimentable? Pues sí. Los neurólogos han ideado una serie de protocolos
de pruebas y disponen de unas herramientas con suficiente precisión local y temporal
como para investigar y deducir la existencia de una pauta funcional para este estado
cerebral: la explosión del acceso consciente. No voy a entrar en detalles acerca de esos
protocolos.[1] Básicamente la esencia del truco está en preparar una prueba en la que quede
lo más objetivamente manifiesto, para el sujeto que la lleva a cabo, el momento en que se
le “enciende” el acceso consciente. Son conocidas las experiencias de mensajes -
percepciones- subliminales enmascarados en una serie de otros mensajes -percepciones-
conscientes. A medida que se hace más larga la exposición al mensaje subliminal, ése se
va procesando con más intensidad en el subconsciente, hasta que para un determinado
periodo de exposición “subliminal”, que puede ser del orden de pocas decenas a centenas
de milisegundos, el mensaje se hace patente: ¡se abrió la puerta de la consciencia! Otra
forma de provocar esta experiencia es aprovechando el hecho de que el cerebro no puede
ser consciente simultáneamente de dos percepciones coincidentes en el tiempo: o atiende
a una o atiende a la otra. ¿Qué pasa cuando el observador pasa de uno de los estados
conscientes al otro? Son métodos de engañar al cerebro de una forma mensurable,
buscando el momento preciso de subida al escalón consciente. Hay mucho avanzado en
el tema.
Sin embargo, cuando se prolonga la exposición más allá de los 300 milisegundos, más o
menos, hay un momento en que el individuo que realiza la prueba reporta la aparición
visual prácticamente instantánea de la imagen que se le había propuesto. La simple ola
subliminal se ha hecho consciente. Aquí llegó el cambio de estado. Los registros de EEG
craneales reportan un voltaje positivo elevado en la parte superior de la cabeza,
denominado onda P300, que es la manifestación de un paso súbito, casi de todo o nada,
hacia un evento lento y masivo, un amplificado tsunami de actividad neuronal que se
extiende progresivamente desde la zona occipital, previamente activa en la fase
subconsciente, hasta la corteza frontal, seguida de un rebote hacia las zonas de partida
(ver imagen siguiente).
Dinámica del paso de lo subconsciente a lo consciente de un estímulo visual. Avance de
la onda P300. Los estímulos que se presentan por tiempo corto (masking strong) no
llegan a extender su influencia al resto del cerebro, especialmente a las áreas
prefrontales en donde se ve claramente el paso de la ola al tsunami que se comenta en el
texto (Imagen a partir de la figura 34 de “Neurociencia y tecnopolítica: hacia un marco
analógico para comprender la mente colectiva del 15M“, Xavier E. Barandiarán y
Miguel Aguilera, (2015), CC BY-SA 4.0)
Hay más. En otros tipos de experimentos como los que estamos relatando, cuando se hace
una propuesta sensorial al sujeto del ensayo, se le alteran los ritmos cerebrales conocidos
como ondas cerebrales o bandas de frecuencia[5] y que son las que quedan reflejadas en
los típicos gráficos cuando nos hacen un electroencefalograma. En especial se observa en
todo el cerebro un aumento en la banda gamma de alta frecuencia (superior a los 30
hercios) dentro de los primeros doscientos milisegundos tras la exposición del objeto que
se debe percibir. Si las condiciones del ensayo son tales que no se llega a la consciencia,
tal incremento se difumina rápidamente. Sin embargo en la experiencia que desemboca
en consciencia esta amplificación se mantiene. Curiosamente el cambio de paradigma
sucede una vez más en la frontera de los 300 milisegundos, antes de la cual la onda gamma
puede difuminarse y si la logra pasar se mantiene.
Adicionalmente a lo que nos manifiestan esas olas de actividad, la P300 o las gamma, y
gracias al estudio de pacientes epilépticos, se ha encontrado otro marcador físico del
estado consciente. El tratamiento quirúrgico de las epilepsias resistentes a la acción de
los fármacos exige la recogida de información, localmente muy precisa, con el fin de
orientar la acción quirúrgica con la que lograr el control de las crisis. Eso se consigue
mediante el implante de electrodos profundos en el tejido neuronal cerebral en el área en
donde se cree se genera la epilepsia, incluso con un nivel de precisión de una neurona de
la que pueden medirse los cambios de voltaje en su membrana. Una vez conocida la zona
afectada se practica una cirugía que bien puede llevar a diseccionar alguna parte del
cerebro o a cortar el cuerpo calloso,[6] con lo que se separan prácticamente del todo los
dos hemisferios. Otra alternativa terapéutica es la implantación de esos microelectrodos
en el nervio vago con el objetivo de estimularlo mediante leves pulsaciones eléctricas
emitidas de forma regular. Todo ello ha hecho que esta práctica terapéutica proporcionara
una excelente oportunidad de experimentación e información para los neurólogos de la
consciencia. Así pues, gracias a medidas efectuadas con microelectrodos situados en
neuronas individuales, se comprobó que durante el tsunami de la consciencia se detectaba
en la corteza monitoreada un importante incremento de actividad resonante coherente
entre pares de neuronas que no tenían por qué ser próximas. Lo cual se manifestaba como
otro marcador de la conciencia.
Resumiendo: Los estudios neuronales más específicos nos han permitido bajar al detalle
del escenario que hemos decidido llamar “acceso consciente” y parece que con ello los
neurólogos han sido capaces de describir cuatro marcadores básicos cuya detección les
permite conjeturar con bastante seguridad qué en un paciente se ha abierto como de la
nada el acceso consciente. Esos son:
(1) Una amplificación de la actividad cerebral en las cortezas sensoriales primarias que
poco a poco toma fuerza y que en el entorno de los trescientos milisegundos después de
la aparición del estímulo, es decir, cuando se hace consciente, ocupa súbitamente muchas
zonas de los lóbulos parietal y prefrontal;
(2) durante la actividad subconsciente el registro EEG en las cortezas cerebrales primarias
da un claro patrón de ondas positivas y negativas, pero que se manifiestan muy atenuadas
en la corteza prefrontal. Justo en el momento de la apertura consciente, más o menos a
los pocos cientos de milisegundos del input perceptivo, en esta última corteza se observa
una onda positiva de gran magnitud, la P300, hasta entonces inexistente. Como se ve, este
evento aparece tarde, lo que indica que nuestra consciencia tiene un retraso con relación
al mundo exterior. Extrañamente… vivimos en el pasado;[7]
(3) ante un estímulo sensorial el cerebro amplifica sus ondas de alta frecuencia (de más
de treinta herzios), fortalecimiento que se mantiene en condiciones de acceso consciente
y que se difumina cuando no se consigue;
Así, algo tan cotidiano y natural como es el flash de atención que nos abre el sentimiento
consciente nos ha llevado de la mano al concepto de red. Las neuronas constituyen una
gran comunidad de trabajo que al sincronizarse consiguen intercambiar una información
coherente. Por extensión imaginamos al cerebro como una red compleja formada por
neuronas con sus enlaces, dependiendo precisamente su actividad y función de cómo esas
neuronas estén interconectadas unas con otras. Cuando nos proponemos comprender
cómo opera, no nos queda más remedio que saber cómo son esas interconexiones y
elementos neuronales, y cómo ambos cooperan en la expresión general de la red. A partir
del conocimiento del conectoma se abren nuevas perspectivas para la neurología:
asomarse a la dinámica de funcionamiento neural y cómo a partir de ella surgen los
procesos cerebrales superiores.
Ocurre por segunda vez en esta serie que aproximarnos a la experiencia consciente nos
ha llevado a pensar en redes. La primera fue en la entrada anterior, de la mano de Gerald
Edelman, cuando analizábamos qué es lo que parece que pasa en el encéfalo cuando se
nos enciende de repente una luz y un pensamiento o una percepción se nos hace
consciente. En este momento ya no tenemos más excusas para demorar el contemplar al
cerebro como lo que es, una red física. Y eso es lo que vamos a hacer a continuación. Lo
iniciaremos con una descripción global de lo que los neurólogos consideran son las
principales redes funcionales para bajar a la realidad material del encéfalo y su aparente
gelatina de sustancia gris y blanca. Veremos que esta gelatina está muy estructurada. Para
acabar explicando los tres niveles de conexionado en el sistema nervioso -macro, meso y
micro-, los tres perfectamente imbricados en su actividad pero muy diferentes en sus
estructuras. Hasta la próxima entrada.
En las entradas anteriores de esta serie acabamos de ver cómo el cerebro, en lo más
básico, presenta una dinámica funcional que nos hace suponer que todos sus elementos
están perfectamente interconectados, al igual que en una concentración humana masiva
cuya dinámica, estando al albur de lo que sucede en su entorno, está condicionada por
los patrones cambiantes de contacto personal. En una entrada posterior explicaremos
cómo esta red física se despliega según varios niveles y cómo en todos ellos podemos
definir sus propios elementos -nodos de la red- y sus particulares interconexiones -
caminos de influencia entre nodos-.
Ahora vamos a sobrevolar el territorio de nuestro interés y analizar lo que creemos que
puede ser la foto más global de lo que en el mundo anglosajón se conoce como
“brain networks”,[1] el conjunto de redes complejas del cerebro. Vamos a intentar dar una
visión general de lo que a día de hoy creemos que son las redes funcionales del encéfalo
en su nivel topológico de gran escala.[2]
[1] En primer lugar, tenemos la red talamocortical. Esta red comunica por un lado a la
corteza cerebral con los núcleos talámicos internos; por otro, a las agrupaciones
funcionales corticales entre ellas mismas y, por último, a la corteza con ciertas estructuras
alejadas del encéfalo. De la corteza hablaremos con un poco más de detalle en una
próxima entrada, aunque supongo que es la estructura cerebral más familiar para el
lector.[3] El tálamo es una estructura doble situada en la profundidad del cerebro, dividida
en diversos núcleos funcionales y que a nivel general se podría decir realiza funciones de
coordinación de información con la corteza y de “conserjería”, esto último con el sentido
de que es el elemento neuronal crucial en la distribución de gran parte de la información
sensorial así como en el ajuste del movimiento voluntario.
[2] En segundo lugar tenemos los sistemas que actúan uno a uno preferentemente en
serie, al contrario de lo que pasa en el sistema en red tridimensional talamocortical con
sus múltiples interrelaciones generalizadas de ida y vuelta. En este segundo sistema las
conexiones suelen seguir una sola dirección y sentido, formando largos bucles sinápticos,
saliendo de la corteza para llegar a determinados núcleos o cortezas auxiliares que
podemos considerar que son las promotoras de la eficacia en la realización de los
movimientos. Tanto a nivel macro de selección del patrón motor adecuado, lo que se
realiza en los ganglios basales,[4] como a nivel micro de perfección y sintonización fina
del movimiento que se esté realizando, tarea que recae sobre el cerebelo.[5] En el camino
hacen sinapsis también con el tálamo que da luz verde o inhibe la acción antes de que la
señal pueda seguir su camino de nuevo a la corteza para cerrar el bucle funcional. Su
actividad no se concreta en exclusiva sobre los patrones motores, sino también a la hora
de desarrollar pensamientos y emociones. Como un ejemplo de la topología de este
sistema podemos ver el esquema siguiente, que explica cómo se modula una orden motora
a través de la acción de los ganglios basales y el tálamo.
Imagen del libro “Neuroscience 5e”, figura 18.5 (parte 1), Sinauer Associates, Inc.,
(2012) (fair use)
Las neuronas amarillas son las que proponen una acción motora desde el córtex. El
Striatum y el Globus pallidus son núcleos de los ganglios basales. Sus neuronas A y B
están trabajando en serie con la neurona C del tálamo. Los signos + son sinapsis
excitadoras y los signos – inhibidoras. Aquí solamente diremos que las sinapsis
excitadoras son las que permiten el paso del mensaje químico que activa a la neurona
postsináptica y las inhibidoras, todo lo contrario.[6] La imagen representa un momento en
el trabajo de la cadena. Cuando la neurona A recibe, en este caso, cuatro señales
excitadoras simultáneas, responde con una señal hacia la neurona B que la inhibe. Si B
queda inhibida, C no va a recibir el posible input inhibidor de la B, por lo que cuando, en
este caso, reciba C simultáneamente dos propuestas excitadoras desde neuronas
corticales, podrá a su vez enviar una propuesta excitadora a la neurona D de la corteza
motora, posiblemente una neurona piramidal Betz, que a su vez dará orden de actuación
a una motoneurona alfa inervadora en una unidad motora muscular.[7] Por el contrario, si
la neurona A no recibe suficiente “excitación” de las cuatro corticales no inhibirá a la B,
que podrá entonces ejercer su función propia inhibidora sobre la C, la cual no podrá así
excitar a la D y como consecuencia no se llevará a cabo la acción motora. Las neuronas
A y B, los ganglios basales, se colocan así en el centro de las decisiones motoras.
Como veis, se trata de un claro ejemplo de topología en serie, aunque a medida que se
tiene más conocimientos de ellos parece estar más claro que estos circuitos en serie
también establecen conexiones sinápticas paralelas unos con otros.
[3] La tercera circuitería es un tanto especial y define un sistema difuso que parte de
unos pocos y pequeños núcleos en donde habitan neuronas que extienden sus axones por
gran parte del encéfalo, tanto cortical como interno, en donde segregan
neuromoduladores, pudiendo ejercer sus efectos de forma general tanto en la actividad
neuronal de la zona donde actúan, como también en la fortaleza sináptica de la circuitería
objetivo. Todo ello conforma un sistema definitivo con el potencial de influir, dirigir y
“dar valor”[8] al resto de áreas funcionales del encéfalo. Un claro ejemplo de ello lo
tenemos en el esquema anterior en donde, aunque no está representado, la neurona A del
estriado también recibe un toque funcional de dopamina terriblemente decisivo. Su déficit
puede ser la consecuencia, entre otras enfermedades motoras, de padecer el mal de
Parkinson.[9]
Podemos imaginar una alegoría adecuada para este sistema difuso si pensamos en los
núcleos madre de este sistema de neuromoduladores como si fueran unas linternas, focos
puntuales de luz que a través de sus axones llega de forma generalizada y difusa al resto
del cerebro, matizando su respuesta. Normalmente a los neuromoduladores se les suele
vincular con estados emocionales o procesos mentales concretos, aunque realmente no
sean los únicos responsables: esta idea de única gran causa-efecto se debe a que la
aparición de los estados emocionales, u otros procesos mentales, está relacionada
normalmente con un incremento del nivel de ciertos neuromoduladores en áreas del
cerebro vinculadas al estado o proceso en cuestión. Podríamos entonces asimilar la
función de la tercera circuitería a la de un “manual de normas” que se activa gracias al
influjo de circunstancias internas y externas para, actuando directamente en las sinapsis,
ajustar la actividad motora, perceptiva o de pensamiento de base que se esté gestando en
la zona de influencia y así adaptarla mejor a las características concretas del momento.
Es conocida la importancia de la adrenalina en las situaciones en la que tenemos que estar
alertas y activados, o de la dopamina como potenciador de los niveles de motivación, vía
una acción inductora de estados que se perciben como placenteros.
En su conjunto, las tres redes a gran escala proporcionan una descripción completa de la
conectividad estructural del cerebro, también llamada conectoma humano. Con eso
cerramos la exploración de tres entornos topológicos creados por la evolución y que
trabajan al unísono en pos del objetivo homeostático. El conectoma es un compendio de
atributos que encontramos en los patrones de conectividad, que se han heredado al
manifestarse como los más eficaces para retener experiencias de historias pasadas vividas
por el organismo en sus entornos biológico y social. Posiblemente en los pliegues del
conectoma esté escondida toda la historia de nuestro organismo. La conectividad del
cerebro humano condiciona poderosamente su dinámica neural, los patrones de disparo
de las neuronas y la actividad en las regiones cerebrales. Evidentemente, todo ello ciñe
totalmente el comportamiento general de los individuos.
¿Cuáles son los elementos de la conectividad de las redes cerebrales? En las siguientes
entradas vamos a hacer una descripción que pretende ser la respuesta a la pregunta.
En la entrada anterior de esta serie sobre el conectoma cerebral habíamos hablado de los
tres tipos de redes generalizadas en el conjunto del cerebro: la corticotalámica; las redes
“en serie” de la corteza con los ganglios basales o el cerebelo; y las redes difusas de los
neuromoduladores. Hoy bajaremos al detalle para explicar otros tres niveles de
conexionado atendiendo a su escala. Cuando se intenta entender cómo trabajan las redes
cerebrales parece obvio que lo primero debería ser el conocer sus elementos y cómo
están conectados. Comenzaremos echándole un vistazo a una foto de nuestro actor.
Encima de esas líneas tenéis una imagen de un cerebro diseccionado. Como podéis
apreciar, hay zonas más claras y zonas más oscuras. Las más oscuras, o sustancia gris,
corresponden a lugares donde se encuentran anidadas los cuerpos de las neuronas y la
mayor parte de sus proyecciones dendríticas. Se aprecia con gran claridad cómo forman
la capa más exterior del córtex. Luego hay otras zonas internas de tonalidad más claras,
la sustancia blanca, formadas en gran medida por las extensiones axonales de las
anteriores neuronas. Tienen ese color porque los axones están muy mielinizados, siendo
así que la mielina es un material lipoproteico de ese color.[1]
Más adelante, en otra entrada, veremos algún detalle de la arquitectura de la sustancia gris
y de la blanca del cerebro. Aunque antes de pasar adelante quiero que quede clara la idea
de que, a pesar de esta textura uniforme que vemos como sustancia blanca, tiene poco de
uniforme y homogénea. Está compuesta por las grandes “autopistas” de información
neural, en gran medida vías de conexión entre las diversas zonas funcionales en que
solemos dividir al cerebro. Así hay que verla.
Además de esas grandes fibras intracraneales, algunas de las cuales se extienden por la
médula espinal, también hay otro tipo de agrupaciones axonales. Estoy hablando de los
nervios, que también son estructuras conductoras de información neuronal pero que
discurren en la mayoría de su trazado fuera del sistema nervioso central.[2] Pero no
creamos que las fibras nerviosas son la única estructura de conexionado entre neuronas.,
porque si bajamos a una escala mucho menor veremos que es en el nivel más próximo
donde realmente la comunicación entre neuronas se establece en una especie de bazar
oriental activo, ebullescente y cambiante, de toma y daca, lo que incluso puede resultar
mucho más interesante. Evidentemente estamos hablando de la comunicación sináptica
entre las propias neuronas.
Con lo dicho hasta ahora en esta serie, y no solamente en los párrafos anteriores, podemos
pensar que la casuística de conexionado en las redes cerebrales puede clasificarse de
acuerdo a la escala de operatividad en la transmisión de información. Hay un escenario a
escala macro, en donde imaginamos a las fibras y nervios “axonales” como sus
personajes. Hay una escala micro, en donde no solamente debemos apuntar a las neuronas
y sus sinapsis, sino también a otros procesos fisiológicos de comunicación entre neuronas,
ya que también pueden comunicarse eléctricamente, al intercambiarse iones por orificios
en sus membranas formados por proteínas especializadas para ello, o químicamente por
otros medios que no sean los neurotransmisores, incluyendo las uniones intercelulares,
una especie de velcro,[3] o la señalización extracelular, auténticos cebos de pesca.[4]
Pero también existe una escala intermedia de conexionado neuronal, entre la macro y la
micro, que corresponde al nivel de pequeñas estructuras modulares de neuronas que
podemos encontrar en el cerebro. Se suele poner como ejemplo las microcolumnas de la
corteza, que son una forma de organización funcional de las neuronas de la corteza
cerebral en columnas verticales. A continuación vamos a ampliar un poco el detalle sobre
estas diversas arquitecturas.
Ya he hablado otras veces en este blog de El Cedazo acerca de las neuronas y sus sinapsis.
Podéis acudir a la entrada número 5 de la serie “Biografía de lo Humano” y en especial,
donde desarrollé el tema con mucho más detalle, la entrada número 3 de la serie “Los
sistemas receptores”. No voy a repetir el tema, aunque lo voy a ampliar con la descripción
de algunas características funcionales que allí no se tratan.
Imagen de un par de neuronas efectuando una sinapsis y detalle de esta última (figura a
partir de Wikimedia, CC BY-SA 3.0)
Puede que una neurona tenga solamente un punto de contacto sináptico con otra. Pero es
muy normal que las sinapsis se realicen a través de varias espinas dendríticas. Incluso de
varias neuronas. No olvidemos que en promedio cada neurona realiza unas diez mil
sinapsis (es muy ilustrativa la imagen que sigue). Puede darse el caso de que la cantidad
de neurotransmisor segregado no sea suficiente como para disparar un potencial de acción
en la receptora. O que no sea el preciso para la reacción. También puede depender del
tipo de neurona, ya que las hay netamente excitadoras y netamente inhibidoras. Las
primeras transmiten el testigo a las siguientes neuronas. Las segundas, aun cuando hayan
recibido el mensaje sináptico, su reacción es no transmitir nada y por tanto hacen
enmudecer a sus respectivas neuronas postsinápticas.[6] E incluso hay un tercer tipo, que
son moduladoras, que hacen lo que conviene según las circunstancias y las células
implicadas.
Superado esto aún queda una circunstancia poderosa que puede echar por tierra el
esfuerzo sináptico. Es el caso de que en el anterior escenario sumatorio entre en acción
un neurotransmisor inhibidor, que hará que la neurona postsináptica no se active.[7] Lo
cual no es que sea una mala noticia, porque las neuronas inhibidoras son tan necesarias
como las excitadoras, ya que son las que regulan funcionalidades -muchas de ellas
motoras- que sin su presencia se dispararían. Un caso típico es la cadena de neuronas que
dirigen el antagonismo contracción-relajación de los músculos en las extremidades. Para
doblar la pierna por la rodilla tendrán que contraerse los músculos isquiotibiales -flexores
de la rodilla- e inhibirse sus oponentes, los cuádriceps -extensores de la rodilla-. Si estos
últimos intentaran contraerse cuando también lo hacen sus contrarios, no habría quien
moviera la rodilla.
¿Pensáis que ya que con eso se acabaron los complejos laberintos de las conexiones
sinápticas? Pues no, porque las sinapsis además son cambiantes con la actividad y el
tiempo, lo que se conoce como plasticidad neuronal (ver imagen anterior). En pocas
palabras eso quiere decir que la experiencia de la dinámica genética, fisiológica y
anatómica vivida por las neuronas deja en ellas muchas huellas que van a alterar su
arquitectura y su red de conexiones inicial. Una sinapsis activada ya es posible que no se
comporte de forma igual en el siguiente envite de información. Puede incluso desaparecer
la espina donde se ubicó, y también pueden crecer nuevas espinas y por tanto nuevas vías
para la información. La máquina fisiológica interna puede generar más o menos vesículas
de neurotransmisores. La expresión futura de los genes en el ADN neuronal puede verse
alterado. Las dendritas y axones pueden retraerse o ampliarse.
No es más que el reflejo de la vida. Las sinapsis, o más bien los circuitos de conversación
neuronal, aparecen durante la fase embrionaria y están definidas por la acción de los
genes. Con la experiencia recibida con las percepciones y los pensamientos muchas de
estas sinapsis y circuitos se modifican y cogen fuerza, adaptándose a lo que realmente se
va revelando como útil para la homeostasis. Esto, que se conoce como plasticidad
cerebral, quiere decir que el cerebro para nada es un órgano estático. Cambia
continuamente con la actividad, bien reforzando la fuerza de las sinapsis, bien cambiando
su número con nacimientos y muertes, bien “recableando” las interconexiones entre
neuronas. Siempre en continuo y azaroso cambio. Con ese material estamos trabajando
nuestras vidas. Como prueba fehaciente de ello podéis admirar las impresionantes -al
menos a mí me lo parecen- imágenes de dendritas y sinapsis que he incorporado en esta
entrada.
Con todo lo anterior no pretendo haber hecho un relato erudito de las conversaciones
neuronales en su patio de vecindad: sólo pretendo que en los lectores quede grabado
el poso de la existencia de una tremenda complejidad, con la que el cerebro está en
condiciones de jugar casi a lo que le de la gana. Y eso es la base de su potencial.
Quedaros simplemente con eso.
Si todo eso puede pasar en el nivel micro del conectoma, qué terrible existencia, podemos
pensar, se debe vivir en el macro. Pues bien, ni todo es tan terrible, ya que gracias a su
plasticidad el cerebro puede hacer sus diabluras,[8] ni el macro es tan alterable. Y hablando
del macro… en la siguiente entrada.
Tras haber pasado por el concepto de red donde neuronas y sinapsis formaban los nudos
y las aristas que las dibujan, nos vamos a adentrar en el mundo grande donde la red la
forman las agrupaciones cerebrales y los fascículos axonales que las conectan.
Conocida por muchos es la teoría de la frenología, cosa que fue propuesta en 1800 y
perduró con cierto éxito durante todo el siglo XIX. En resumen, las bases de la frenología
definían al cerebro como poseedor de un conjunto de facultades mentales, cada una de
ellas representada particularmente por una parte diferente del cerebro. Lo más
característico de la idea, hoy considerada como pseudociencia, es que las diferencias entre
las distintas áreas se veían reflejada en la forma exterior del cráneo.
Cien años más tarde, en 1909, el neurólogo alemán Korbinian Brodmann propuso una
división del cerebro atendiendo a las particularidades de su citoarquitectura, es decir, a
tal como están dispuestas las neuronas en la corteza. De acuerdo con ese criterio propuso
una división en 47 áreas que, con algunas aportaciones posteriores que mejoraron la
definición, aún es actualmente reconocida y citada.
Diagrama de las áreas identificadas por Brodmann en el córtex cerebral (Wikimedia,
dominio público)
Hoy en día, gracias a las técnicas de análisis de tejidos orgánicos tanto en vivo como “post
mortem”, es posible recurrir a diversos criterios de clasificación, impensables hace un
siglo, que han ayudado a parcelar con gran detalle las regiones del cerebro en su escala
macro. Entre los criterios de zonificación utilizados tenemos a la propia y conocida
citoarquitectura; a la mayor o menor homogeneidad de la arquitectura de las conexiones;
a las similitudes zonales en la mielinización de los axones; a los patrones de expresión
regional uniforme de genes; o a los patrones de uniformidad zonal de los neurorreceptores
sinápticos.[3] Dentro del mundo macro, aparte de la división por hemisferios, lóbulos, etc.,
etc., podemos acudir a la división zonal atendiendo a la posición de los cuerpos y
dendritas de las neuronas y la de sus axones, que respectivamente dibujan lo que
definimos al comienzo de la entrada anterior como sustancia gris y sustancia blanca
cerebral y que ahora vamos a ampliar.
Comenzamos por la sustancia blanca, en donde encontramos a los fascículos que son las
auténticas aristas de la red del conectoma a gran escala. En los hemisferios cerebrales la
sustancia blanca se encuentra entre la corteza y la sustancia gris subcortical que conforma
los núcleos más profundos del encéfalo: ganglios basales, tálamo, amígdala, hipotálamo,
etc. Dicha sustancia blanca está compuesta, por un lado, de un conjunto de fibras
superficiales cortas que siguen el contorno del córtex, comunicando directamente a las
neuronas de las columnas funcionales de que está compuesta la corteza (de las que
hablamos más abajo) y, por otro lado, de las fibras largas que están agrupadas en
fascículos, y que ocupan regiones más internas del encéfalo. Los fascículos se distinguen
según tres tipos de topologías: la comisural, que agrupa a los que comunican los dos
hemisferios cerebrales; la de proyección, que son los que conectan las áreas corticales
con las estructuras subcorticales y la médula espinal; y los fascículos de tipo
de asociación, que conectan las regiones del córtex de un mismo hemisferio.[4]
En la imagen: fascículos comisurales -anterior commissure y corpus callosum-; del tipo
de proyección -corticospinal tract, internal capsule, corona radiata y fórnix- y de
asociación -arcuate fasciculus, inferior longitudinal fasciculus, inferior fronto-occipital
fasciculus, uncinate fasciculus y cingulum-. (Imagen de “A diffusion tensor imaging
tractography atlas for virtual in vivo dissections”, Catani and Thiebaut de Schotten
(2008), extraída de la tesis doctoral de Pamela Beatriz Guevara Alvez, “Inference of a
human brain fiber bundle atlas from high angular resolution diffusion imaging”, 2011.
CC-BY-NC 2017-2019)
Y de la sustancia blanca nos vamos a la sustancia gris, que nos conducirá de la mano
hacia lo que es la arquitectura del conectoma en la escala intermedia entre el macro y el
micro.
Una unidad típica en el meso son las columnas corticales situadas en la parte más externa
del córtex, con un espesor variable del orden de los pocos milímetros, dependiendo del
lugar que ocupe la corteza en el conjunto de sustancia gris. Según encontramos en la
Wikipedia: “Una minicolumna cortical es una forma de organización en columnas
verticales de las neuronas de la corteza cerebral, así como axones mielinizados
procedentes del tálamo y otros de otras áreas de la corteza, y que está constituida por
entre 80-100 neuronas con un diámetro de unos 30 μm.” Se cree que cada minicolumna
es una unidad autónoma de procesamiento, con una arquitectura de capas, capas con
distintos tipos de neuronas que ejercen un cometido específico, entre las que se
encuentran interneuronas que comunican columna con columna. Están fuertemente
interconectadas con otras regiones del cerebro y con el resto del cuerpo motor, sensorial
o visceral. Se puede considerar cada una de esas columnas como un nodo de la red
cerebral en la escala media.
Podemos encontrar otra arquitectura propia de esa escala en el cerebelo, una región del
encéfalo situada en la parte posterior del cráneo, por debajo del lóbulo occipital. La
principal modalidad de neurona que encontramos ahí es la de Purkinje, que presenta un
“look” muy especial: tiene un cuerpo celular muy grande y un increíble desarrollo
ramificado de sus dendritas con la sorprendente particularidad de que prácticamente este
árbol físicamente se desarrolla en un mismo plano. Y lo que me parece aún más
sorprendente es que esos “planos” se ordenan paralelos unos a otros, formando una
especie de libro longitudinal a la corteza del cerebelo. Estas células son las principales
integradoras de la información que llega a la corteza cerebelar a través de los axones de
otro tipo de neuronas, entre otras las células granulares. Células que nos deparan otro
asombro arquitectónico, ya que sus axones discurren paralelamente a la superficie del
cerebelo haciendo sinapsis con los árboles dendríticos de las paralelas Purkinje, una
especie de conexionado ortogonal y en serie de los “módulos operativos purkinje”. Entre
cien y doscientos mil fibras paralelas individuales atraviesan el arbolado dendrítico
Purkinje haciendo conexión.
++++++++++++++++++
Como colofón de este repaso a los tres niveles estructurales del conectoma cerebral, me
parece interesante resaltar cómo la historia evolutiva del cerebro, que ha conformado su
estructura y componentes, lo ha hecho de tal forma que la información que comporta sus
funcionalidades -percepción, movimiento, pensamiento, atención, memoria…- parece
poder seguir una doble vía de gestión: la “estable” -necesaria para el largo plazo- que
reposaría en la arquitectura del conectoma macro, y la “dinámica” -necesaria en la escala
temporal del momento- basada en el funcionamiento y plasticidad de las neuronas y redes
sinápticas, el conectoma micro. Esa forma de mirar al cerebro nos dibuja un modelo muy
potente, con capacidad de coherencia y de complejidad. Y ya dijimos en otra entrada que
eso es la base de la percepción consciente. Una vez más… ¡así es nuestro sorprendente
cerebro!
Hasta ahora, y a lo largo de esta serie, al observar los patrones de funcionamiento del
cerebro hemos visto cómo la idea de una red cerebral se iba abriendo paso. En las dos
entradas anteriores, la 07 y la 08, explicamos las tres escalas en que se divide la
topología de esta red y presentamos un esbozo de su anatomía. En la entrada de hoy
vamos a dar un paso hacia la teoría de redes para ver qué es lo que aporta a la definición
de un conectoma físico, funcional y efectivo.
Lo que parece ser la primera publicación histórica, de 1735, relacionada con la teoría de
grafos. Se trata de un estudio de Leonhard Euler acerca del problema de “Los siete
puentes de Köningsberg” (Imagen a partir de “Solutio problematis ad geometriam situs
pertinetis”, The Euler Archive, publication, St Petesburg Academy Publications,
Comentarii, Volume 8, E53, dominio público)
El diálogo entre estructura y dinámica es una cualidad central en muchas redes complejas
cuya conectividad va cambiando y evolucionando con el tiempo, siguiendo los múltiples
focos de presión selectiva y de adaptación. En el cerebro sucede lo mismo: la dinámica
del mapa “social” del conectoma físico, el “conectoma en movimiento”, convierte la
estructura del cerebro en funcionalidad.
Esta organización hace al cerebro candidato ideal para ser estudiado utilizando técnicas
de análisis de redes, teoría de grafos, herramientas analíticas o modelos computacionales.
En el fondo, algo no muy distinto a tal como se usa en otros variados campos, ya sea el
social, la logística, el transporte de energía, internet, tráfico de información,
epidemiología… Con esa metodología se busca entender por otros caminos más
novedosos el porqué de que la experiencia consciente sea la consecuencia de un patrón
dinámico de conexiones neuronales más que una respuesta funcional de unas concretas,
fijas y especializadas regiones cerebrales. ¿Cómo sucede todo eso?
Aquí acude en nuestra ayuda Donald O. Hebb, padre de la biopsicología, que en 1949 ya
proponía en su famoso libro “The Organization of Behavior” que los estímulos y sus
respuestas activaban diferentes grupos neuronales y que, como consecuencia, cuando
pasaba esto las conexiones internas entre neuronas y entre grupos neuronales se
reforzaban. En la base estaba la idea de que si ambas neuronas de una sinapsis se
activaban de forma simultánea y de forma reiterativa, el valor de la conexión sináptica se
tenía que robustecer. Coloquialmente, esta teoría se resume a menudo en la siguiente
frase: “las células que se disparan [de forma repetitiva] juntas [a la vez o en forma
secuencial] permanecerán conectadas“. Las matizaciones entre corchetes están añadidas
por mí y cogidas al vuelo del físico y profesor de neurociencia Sebastian Seung.[1] La idea
de que las neuronas “próximas” puedan intercambiar conexiones y sinapsis y así
dispararse a la par no suena descabellada: es más fácil que eso pase entre vecinas más que
con familiares alejados. De hecho, se ha demostrado que neuronas que tienen sus cuerpos
celulares próximos suelen desarrollar una función similar.
Eso explicaría la división de tipo local de la corteza del cerebro propuesta por Korbinian
Brodmann[2] o el cada vez más conocido mapa de lo que parece ser una especialización
funcional en distintas áreas y núcleos del encéfalo.[3] Además de estas redes en la corta
distancia, también hay conexiones entre neuronas o grupos neuronales distantes,
permitiendo la idea de que neuronas en una zona específica local y funcional están en
contacto e intercambiando información con otras neuronas, u otros grupos, realmente
alejados y diferenciados. Lo que hace que las funciones cerebrales que se nos puedan
ocurrir, lógicamente, no “nazcan” de un solo lugar, sino que sean el resultado de
interacciones funcionales entre áreas muy repartidas a lo largo, ancho y profundo del
cerebro. E incluso fuera de él.
La idea ya apareció cuando en una entrada anterior hablábamos de las neuronas que
gestionan una idea como el de la “abuela”: insinuábamos que esa función tenía una
relación directa y fuerte con la forma de estar conectada con otras neuronas aguas abajo
y aguas arriba del proceso. En este momento de la serie sí nos atrevemos a decir que LA
FUNCIÓN DE UN ÁREA CEREBRAL DEPENDE DE SUS CONEXIONES Y NO DE
LAS HABILIDADES DE LAS NEURONAS. Como parece demostrado al constatar
cómo en traumatismos, patologías o cirugías, cualquier área cerebral puede ejercer una
función distinta a la que le corresponde por arquitectura genética, siempre que se puedan
derivar los conectomas específicos de esa función al área cerebral “intrusa”. Un ejemplo
lo encontramos en lo que los neurólogos llaman “miembro fantasma”[4] el cual es
percibido, aunque haya sido amputado, gracias a las reconexiones neuronales hacia
regiones contiguas de la corteza somatosensorial que van a ser las encargadas de generar
la engañosa percepción.
Así que lo siguiente sería el resumen y punto de partida para un análisis de redes en el
cerebro:
La esencia del conectoma va a ser un mapa completo de las conexiones estructurales del
cerebro, cuya arquitectura va a moldear la dinámica neuronal a gran escala. El reto de su
estudio es pasar del conocimiento de la red física -la conectividad estructural-, al
conocimiento de lo que se conoce como red funcional -o patrones de conectividad
funcional-, lo que se consigue mediante el estudio de los patrones estadísticos que puedan
ser detectados en la dinámica de las interacciones entre las distintas regiones cerebrales.
Lo que da un indicio probabilístico de su mayor o menor acoplamiento funcional, a pesar
de que “lo estadístico” no asegure necesariamente la existencia de una relación causa-
efecto entre los elementos acoplados. Y de ahí, intentar discernir las redes reales de
influencias causales direccionales entre los elementos neuronales, lo que necesariamente
no tiene por qué implicar la existencia de un conexionado físico. A esa red de influencias
causales se la conoce como conectividad efectiva.
(1) Mediante técnicas de “visionado” del tejido cerebral, dibujar su red completa de
conexiones,[8]
Podéis imaginar la complejidad del objetivo y lo alejado que estamos aún de él. Incluso
para conocer el primer nivel de conexionado, el físico.
El análisis de redes está basado en la teoría de redes, que es una rama de las matemáticas y
las ciencias de la computación que estudia las propiedades de los grafos. Un grafo G =
(V, E) es un par ordenado de variables en la que V es un conjunto de vértices [neuronas]
y E es un conjunto de aristas [interconexiones: nervios, sinapsis…]. Debido a que
proporciona una gran utilidad en cantidad de aplicaciones, con el tiempo se ha generado
toda una nueva teoría que se conoce como análisis de redes.
Con esto doy por concluida esta entrada, en la que hemos analizado las redes y su posible
estudio desde un punto de vista teórico muy global. En la siguiente entrada intentaremos
ampliar esas ideas generales y sus consecuencias, para después proyectarlas a las redes
de nuestro cerebro.
En relación al estudio de las redes del cerebro los analistas se encuentran con un variado
listado de problemas de base: uno de ellos es la variabilidad estructural de los patrones de
conexión[1]; otro, su constante remodelado gracias a su plasticidad; también la dificultad
a la hora de valorar la fortaleza de las conexiones individuales; por no hablar de que no
hay dos cerebros humanos iguales en los que encontramos variaciones a todas las escalas;
o la propia naturaleza multi-escala de la arquitectura de la conectividad cerebral… y
aunque se haya comprobado que desde un punto de vista de sistema ningún nivel de escala
ocupa una posición privilegiada en la jerarquía de la actividad, y que todos los procesos
a cualquier escala contribuyen en las propuestas funcionales generales que se observan
en la cognición o el comportamiento, quizás esa falta de jerarquización, que dibuja un
comportamiento superpuesto y mezclado de los módulos de la red, sea una complicación
más en el estudio de la actividad.
Prácticamente todos los estudios teóricos de redes sobre el cerebro humano han
encontrado características conocidas como de “mundo pequeño”, del inglés “small
world”, que es una propiedad que presentan algunas redes sociales. Eso sucede en
aquellas redes en las que es posible encontrar, a pesar de tener un gran número de nodos,
[i] un alto coeficiente de agrupamiento entre ellos (lo que se conoce como clustering, ver
texto de la figura anterior), definido como la medida en la que los vecinos topológicos de
un nodo (por ejemplo unas neuronas) están conectados entre sí; y [ii] la existencia de un
camino de conexión de longitud corta entre dos cualesquiera de ellos, es decir, que el
número de aristas (interconexiones: por ejemplo nervios, sinapsis…mul a recorrer para
llegar del uno al otro sea mínimo.[2] En otras palabras, en condiciones de clustering alto,
si dos vértices o nodos no están conectados directamente entre sí, existe una gran
probabilidad de que conecten mediante la intervención de otros nodos y, además, a través
de un pequeño número de pasos. Visto desde un punto de vista más conceptual,
estaríamos hablando de la existencia en este tipo de redes de características estructurales
naturales que priman la especialización y la eficiencia: un dibujo topológico del tipo
“mundo pequeño” es indicativo de un equilibrio entre, por un lado, la segregación
anatómica y funcional, al presentar un alto grado de agrupación entre nodos -un
fuerte clustering-, de donde emerge la riqueza en el número de patrones posibles, índice
de eficiencia local; y la capacidad de integración global por el otro, que se manifiesta
al observar la prevalencia de vías de comunicación cortas, índice de una eficiencia global.
Usando palabras de Sean Carroll -mucho más didácticas que las mías-, conocido
cosmólogo y divulgador norteamericano: “Esta clase de organización parece presentar
el máximo de eficiencia para ciertas tareas, permitiendo que el procesamiento se haga
localmente y los resultados se extiendan rápidamente a través del sistema”.[3]
Lo dicho en los anteriores párrafos llevan el aroma de lo que explicábamos en otra entrada
anterior en la que comentamos las teorías del premio Nobel Gerald M. Edelman acerca
del estado de consciencia, estado que emerge como una única propuesta a partir de una
panoplia de infinitas posibilidades, producidas en un mundo de “agrupaciones
funcionales”, comunicación entre neuronas con vías de “reentrada” y “complejidad
neuronal”, de donde surge la infinita diversidad de propuestas funcionales del cerebro.
La topología de ese puzle parece estar condicionada por la integración espacial del
cerebro (cómo están posicionadas e imbricadas físicamente las piezas dentro de la caja
ósea), que impone, durante la construcción y mantenimiento de las redes, estrictas
restricciones por cuestiones de coste energético, incluido el referente a la cantidad de
materia prima del cableado o a la energía metabólica utilizada en los mecanismos de
desarrollo. De hecho, los módulos de las redes cerebrales estructurales suelen ser
espacialmente compactos con regiones miembros ubicadas en una proximidad física
cercana y unidas por proyecciones relativamente cortas (de nuevo el “mundo pequeño”,
ahora a escala macro). Parecería como si la tendencia de la red hacia una alta agrupación
a través de conexiones cortas pudiera deberse a la conveniencia de dar una misma
funcionalidad con una mayor economía (no nos debería sorprender en un órgano que ha
sido “tallado” por la evolución). Sin embargo, se observa también algo que pudiera
parecer contradictorio con esto último, aunque realmente enseguida se ve que no lo es:
las proyecciones a larga distancia no solamente se han conservado evolutivamente, sino
que se han ampliado en los casos en que su expansión promovía un mayor rendimiento
de la red. Es decir, la conservación de los recursos -energía disponible más materiales-
por sí sola no es suficiente para explicar todos los aspectos de la arquitectura de la red
cerebral, lo que parece sugerir que los beneficios que puedan alcanzarse, por el mero
hecho de ser conservadores en el costo de la red, están continuamente balanceándose en
una “negociación” con las demandas de eficacia de la red: el cerebro está organizado en
un punto de equilibrio desde donde poder generar un mayor valor por el menor coste. De
nuevo la lógica evolutiva.
Módulos, “club de ricos” y núcleo (“core” de hub’s): (A) Una red esquemática
compuesta por cuatro módulos que están vinculados por nodos concentradores
(negro). Estos nodos centrales son claramente importantes para conectar módulos entre
sí, pero solo están débilmente interconectados entre ellos mismos. (B) Si se añaden más
conexiones entre módulos, los nodos centrales forman ahora un “club de ricos”
densamente interconectado, que consta de 5 nodos con un grado 4 o más. (C) La misma
red que se muestra en (B), de la que se han eliminado los nodos de bajo grado, lo que
dibuja ahora un núcleo central que comprende 4 nodos de grado mínimo
3 (Imagen de ”Structure and Function of Complex Brain Networks”, figura 5, Olaf
Sporns, Dialogues in Clinical Neuroscience, septiembre 2013, fair use)
Pues bien, un estudio de la arquitectura de las redes cerebrales (ver figura que sigue)
ha “revelado también la existencia de lo que parece ser un “club de ricos” que incluye
regiones centrales altamente interconectadas de la corteza frontal superior, la corteza
parietal superior y el precúneo,[5] además de varias regiones subcorticales que incluyen
el tálamo, el hipocampo y parte de los ganglios basales. El 89% de todas las rutas de
comunicación cortas entre las regiones que conforman los “clubs de no ricos” cerebral,
pasan a través de ese “club de ricos”.[6]
“Club de ricos” cerebral representado según unas figuras con vocación 3D que
representan al cerebro visto desde arriba. En la red de la izquierda el tamaño de los
nodos -en rojo- refleja su número de conexiones (nodos más grandes representan
regiones más densamente conectadas). Las conexiones entre las regiones del “club de
ricos” están en azul oscuro y las conexiones de los nodos del club de ricos con otras
regiones de la red del cerebro, en azul claro, lo que nos permite saber que casi todas las
regiones del cerebro tienen, al menos, un enlace directo con ese club. A la derecha se
muestra la extracción de datos de solo las regiones corticales (es decir, excluyendo del
análisis todas las regiones subcorticales), lo que nos dibuja al “club de ricos”
concentrado en el precúneo bilateral[7] y las regiones parietal y frontal superiores. La
escala de colores indica el número de conexiones mínima de cada nodo (Imagen
modificada -figuras 4 y 5- del artículo “Rich-Club Organization of the Human
Connectome”, Olaf Sporns y Martijn P. van den Heuvel, Journal of Neuroscience,
2011)
Los resultados del estudio mencionado quedan resumidos en la figura anterior, que
representa esquemáticamente el volumen de un cerebro visto desde arriba. En ella se
muestra a la izquierda el “club de ricos” cerebral y el subgrafo de nodos que tienen en
promedio, al menos, 17 conexiones. En ella se puede ver que casi todas las regiones del
cerebro tienen al menos un enlace directamente con el “club de ricos”. Y a la derecha
vemos la extracción que se ha hecho de acuerdo a un criterio de podado para ir
seleccionando las uniones de mayor fortaleza, lo que deja al descubierto un núcleo de alto
nivel en la zona cortical -áreas superiores frontales y parietales y el precúneo-
representado por los nodos de mayor tamaño y sus interconexiones directas en colores
virados hacia el rojo y naranja, lo que indican su gran fortaleza. Precisamente son las
características que comentamos más arriba como definitorias de los “conectores” o hub’s.
Como vemos, el análisis de las redes cerebrales mediante técnicas de teoría de grafos y
análisis de redes se presenta como una herramienta muy potente y prometedora. Está
prácticamente iniciando su andadura[9], aunque con mucho entusiasmo e iniciativa por
parte de profesionales y equipos, que podríamos conceptuar como “neurólogos teóricos”,
de todas las partes del planeta, en donde destaca el Proyecto Conectoma Humano cuyo
objetivo es construir un “mapeo de red” que arroje luz sobre la conectividad anatómica y
funcional dentro del cerebro humano sano, así como producir un conjunto de información
que facilite la investigación de los trastornos cerebrales.
1. Ya hablamos de ello en otras entradas de esta serie, ésta y esta otra. [↩]
2. Es famosa la teoría de los seis grados de separación, que consiste en la idea de
que cualquier persona puede estar conectada a cualquiera otra del planeta a
través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios, es
decir, con sólo seis enlaces. [↩]
3. De su recomendable libro físico-filosófico “El Gran Cuadro“, página 370,
Ediciones de Pasado y Presente, S.L. (2017). [↩]
4. “El Gran Cuadro“, página 371, Ediciones de Pasado y Presente, S.L. (2017).
[↩]
5. Como creo que con este nombre, precúneo, va a hacer difícil identificar su
localización, aclaro un poco que se denomina así a una parte del lóbulo parietal
superior, oculto en la fisura longitudinal que separa los dos hemisferios
cerebrales. A veces se describe como la zona medial -interna- de la corteza
parietal superior. [↩]
6. “Rich-club organization of the human connectome”, Martijn P. van den Heuvel
y Olaf Sporns, The Journal of Neuroscience, noviembre 2011. [↩]
7. Se denomina precuña o precúneo a una parte del lóbulo parietal superior oculto
en la fisura longitudinal que separa los dos hemisferios cerebrales. [↩]
8. Traducción de jreguart a partir de “Structure and Function of Complex Brain
Networks“, Olaf Sporns, Dialogues in Clinical Neuroscience, septiembre 2013.
[↩]
9. Ya dijimos en la entrada anterior que quizás el momento fundacional fue un
artículo de Olaf Sporns en el año 2005. [↩]
El Conectoma cerebral. 11. El conectoma funcional I
En las dos entradas anteriores, ésta y esta otra, de nuestra serie hemos intentado describir
al conectoma físico cerebral bajo el enfoque del análisis que plantea la teoría de redes.
Hemos hecho hincapié en lo que nos dice la teoría acerca de la arquitectura estructural,
lo que nos llevó de la mano a conceptos y características que se definen como de “mundo
pequeño”, de los “concentradores” o “hub’s”, de los “clubs de ricos” y de las relaciones
económicas dentro de las redes complejas que se concretaban en algo así como un
mercadeo equilibrado entre los recursos constructivos cerebrales y la eficacia en la
comunicación neuronal. De la teoría pasamos también a la realidad de los estudios
directos anatómicos y funcionales del cerebro que, efectivamente, nos corroboraban la
existencia de este tipo de estructuras en el sistema nervioso.
En esta entrada intentaremos hacer un bosquejo acerca de lo que podemos saber del
conectoma funcional del cerebro. Si ya es difícil estudiar y llegar a conclusiones acerca
del conectoma estructural, qué vamos a decir del funcional. Tenemos claro que la función
emerge de la actividad de la red, la cual depende a su vez de su propia topología y no de
las habilidades de las neuronas. La dinámica cerebral emerge del sustrato proporcionado
por los patrones anatómicos de su conexionado físico, del que sabemos que no es una
estructura inamovible, sino que está sometido a modificaciones temporales y locales. Esta
circunstancia es la que hace posible que de un número más o menos fijo de nodos y
enlaces se pueda generar un rico abanico de complicadas redes, lo que diseña un amplio
catálogo de estados dinámicos y, por ende, de sus reflejos en el comportamiento. A partir
del estudio del conexionado físico y su dinámica podremos deducir teóricamente
complejas distribuciones probabilísticas -que codifican y representan mapas cerebrales
de las características del mundo interno y externo del organismo (lo que constituye la
base del procesado de la información en el cerebro)-[1] para después correlacionarlas con
las propuestas de comportamiento observadas. Estas correlaciones nos dirán cuáles son
las regiones cerebrales que ante un input externo se activan al unísono con mayor
probabilidad (no es que me dé una certeza absoluta de que estén conectadas, aunque
puedo imaginar que con gran probabilidad sí lo estarán), lo cual constituye la base del
conectoma funcional. Eso no quiere decir exactamente que en su actividad haya una
correlación de causa-efecto entre ellas, en donde la activación de una región directamente
causa un cambio de actividad, expresiva o inhibitoria, en otra región. Lo que constituye
una diferente historia… la de otro tipo de conectoma, el efectivo.
En entradas más anteriores de esta serie nos habíamos apoyado en los patrones generales
de funcionamiento relacionados con el estado de consciencia, con el objetivo de que nos
aproximaran a la existencia de las redes neurales. Ahora intentaremos entender cómo se
vinculan las redes estructurales con las dinámicas cerebrales, y de ahí pasar al conectoma
funcional, apoyándonos en un particular estado cerebral conocido como su “modo por
defecto” o “modo predeterminado”.
La red cerebral de “modo por defecto”. Se resaltan aquellas zonas que se activan
mucho más cuando estamos en situación ausente, como la clásica de “estar en las
nubes”, que cuando estamos realizando una actividad, por poco intensa que ésta sea
(Imagen a partir de ”The brain’s default network: Origins and implications for the study
of psychosis”, figura 1, Randy L. Buckner, Dialogues in Clinical Neuroscience,
septiembre 2013, fair use)
El cerebro nunca está callado, sino que siempre está involucrado en una actividad
neuronal aparentemente espontánea y endógena. Lejos de pensar en el cerebro como un
órgano exclusivamente reflexivo cuyas respuestas motoras, perceptivas, emocionales o
de pensamiento están impulsadas principalmente por las demandas momentáneas del
entorno, hoy en día sabemos de la existencia de una actividad cerebral espontánea e
intrínseca, anatómicamente estructurada y fisiológicamente significativa, actividad que
realmente es el rasgo dominante de su actividad funcional. Se ha comprobado que la
mayor parte de la actividad global del cerebro se despliega en circuitos que no tienen
relación alguna con acontecimientos externos.[3]
Esa circunstancia se ve claramente manifiesta, entre otras cosas, por el hecho de que el
consumo energético intrínseco del cerebro suponga entre el 60 y el 80 por ciento de toda
la energía que utiliza, que recordemos puede ser la barbaridad de hasta el 20% de la
energía total que requiere el cuerpo.[4] Por contra, el inicio y desarrollo de una tarea
concreta, que quedaría añadida a ese estado basal subyacente, implica tan solo un aumento
del consumo energético de menos del 5 por ciento. Incluso ciertas regiones del cerebro,
como una parte de las cortezas parietal y prefrontal mediales,[5] experimentan una
disminución de su nivel de actividad en cuanto se sale del estado basal de reposo, cosa
que sucede cuando otras áreas inician y mantienen la ejecución de una tarea determinada.
Sin embargo, cuando se vuelve al reposo se constata un aumento de la actividad entre el
cingulado/precúneo posterior (en la anterior imagen: IPL y PCC) y la corteza prefrontal
medial (idem: dMPFC y vMPFC), siendo perfectamente coherentes los patrones de
conectividad funcional entre estas zonas. A ambas regiones se las considera como los
centros principales del sistema que gestiona la función cerebral de “modo por defecto”.
Varios estudios han demostrado que estas fluctuaciones intrínsecas y espontáneas son
importantes para conocer la conectividad funcional cerebral, lo que ha supuesto un
poderosísimo motivo para emprender la realización de una serie de experimentaciones y
posteriores análisis de los datos obtenidos.
Básicamente se utiliza la técnica de imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) -
con el sujeto experimental realizando una actividad- aprovechando el método conocido
como BOLD,[6] que es ni más ni menos el aprovechar el incremento de aportación de
oxígeno, que viene de la mano del incremento de aportación sanguínea que lógicamente
se da en las zonas activas del cerebro, a expensas de una disminución en las que
permanecen en reposo. La hemoglobina con oxígeno y sin oxígeno presenta diferentes
propiedades magnéticas, de aquí que mediante una resonancia magnética los neurólogos
pueden generar imágenes en donde se diferencien las zonas activas de las inactivas.
Serie secuencial de imágenes IRMf BOLD de un mismo corte del cerebro. A partir de
ellas se puede revelar los patrones de coherencia espacial en la actividad de diversas
zonas del cerebro (ver texto) (Imagen a partir de “The restless brain: how intrinsic
activity organizes brain function”, Marcus E. Raichle, Philosophical Transactions B,
2015, fair use )
Ahora bien, los análisis de redes más detallados acerca de la conectividad estructural y
funcional han revelado que, si bien la conectividad funcional reflejaba las redes
estructurales físicas subyacentes, la relación entre las conexiones estructurales y
funcionales no es trivial y directa, sino muy compleja. De hecho, los modelos de red
sugieren fuertemente que todas las conexiones funcionales reflejan UNA
COMBINACIÓN DE NUMEROSAS INFLUENCIAS DINÁMICAS que se mueven a
través de la red a lo largo de muchas rutas estructurales, la mayoría de ellas rutas
indirectas con múltiples pasos intermedios.
Llegado ese momento creo que es hora de hacer una pausa en el desarrollo del conectoma
funcional para continuar en una siguiente entrada, en donde veremos con más detalle
cómo se descompone ese cerebro en modo reposo en varias regiones. Para llegar a un
inquietante final: el cerebro mantiene un estado de “preparación en anticipación” de las
demandas que se le presentan mientras está despierto, ¡previsión completa ante lo que
pueda llegar! Entonces ¿qué pintamos nosotros, pobres Homo‘s sapiens?
conspiran para inventar la “mejor suposición” cerebral de las causa de las señales
sensoriales.“
Habíamos también avisado en la entrada anterior de que los modelos de redes nos
sugieren que todas las conexiones funcionales reflejan una combinación de numerosas
influencias dinámicas, que se mueven a través de la red a lo largo de muchas rutas
estructurales, la mayoría de ellas rutas indirectas con múltiples pasos intermedios. Lo que
implica que en el análisis del desglose de la red por defecto los neurólogos se encuentran
con dificultades que les obligan a ser cautos. No obstante este hándicap, o quizás
espoleado por ello, se ha intentado analizar si las fluctuaciones propias del “modo por
defecto” son exclusivas de la red de base que parece dirigir la actividad cerebral durante
el reposo o más bien estuviera descompuesta en componentes que nos llevarían a la
existencia de subredes independientes.
Como es lógico imaginar, algunos de esos circuitos -los somatosensorial, motor, visual,
auditivo…- se hallan inmersos principalmente en regiones que pueden considerarse
sensoriales o motoras, en función de la especificidad de sus respuestas cuando el
individuo del ensayo se le somete a un estímulo.[2] Por el contrario, en otras regiones
cerebrales se produce una amplia gama de respuestas a estímulos y tareas multi-modales
más complejos, revelando otro tipo de redes. En ese caso nos encontramos con la propia
red neuronal por defecto;[3] la red de atención dorsal/ventral;[4] la red fronto-
parietal;[5] la red de prominencia (salience)[6] o la red de control ejecutivo.[7]
Con eso damos por acabado la exposición relacionada con el conectoma funcional,
resultado de la cambiante arquitectura del conectoma estructural, ambos a su vez
modulados por la genética, el medio ambiente y, por tanto, resultado de la evolución. Con
toda seguridad las múltiples iniciativas científicas que hoy están vivas y que pretenden
profundizar en el tema nos van a llevar en un futuro no solamente a un mejor
conocimiento de nuestro cerebro, sino también al desarrollo de novedosas herramientas
de análisis con las que se podrán plantear multitud de hipótesis funcionales, hipótesis que
luego seguramente podrán ser confirmadas por los estudios experimentales y clínicos. Sin
lugar a dudas las consecuencias van a ser asombrosas y decisivas para acometer terapias
que combatan enfermedades cerebrales, hasta hoy consideradas psiquiátricas, tales como
la esquizofrenia, el déficit de atención o el autismo. Un mundo apasionante que espero
haya motivado a vuestros centros neuronales de la atención y la emoción, bajo el aderezo
del sistema difuso neuromodulador dopaminérgico.
Aunque aún nos queda algo que comentar. Lo veremos en la siguiente entrada.
Los estudios acerca de la dinámica cerebral durante la consciencia afirman que no todo
el cerebro participa en esta emergencia, aunque sí es precisa la concurrencia de buena
parte del sistema tálamo-cortical. A la vista de ello, las preguntas que se hace la TII son
las siguientes: ¿por qué unas partes del cerebro producen consciencia mientras que otras
no?; ¿cómo y por qué determinadas zonas discriminan cualidades de consciencia
distintas, vista, oído, temperatura…? Y eso es lo que precisamente intenta discernir de
forma sistemática y científica la teoría de Tononi.
Esta teoría parte de la idea de que en la base de la consciencia se encuentra una realidad:
el que hay mucha información integrada. A partir de ahí va a estudiar de forma teórica
qué tipo de redes generan e integran más información, y cuales permiten discriminar más
fuertemente un resultado concreto. No voy a entrar en detalles técnicos de la metodología,
pues no soy experto en ella, aunque sí recomiendo que acudáis al artículo de Giulio
Tononi que inspira esta entrada, “An information integration theory of consciousness”
(2004), en donde se desarrolla su técnica. Básicamente se centra en la definición y cálculo
de dos parámetros: La Ф de un complejo y la matriz de información efectiva. Habrá
que aclarar un poco más.
(a) Una escala de complejos dentro de un sistema, desde los más elementales 1/2 y 3/4,
dentro del S, dentro del X. En la metodología de la teoría, para este ejemplo, se inyecta
información sobre los elementos 1 y 2 y se calcula cual es la información que traspasa
cualquier bipartición del complejo S. (b) En la bipartición vertical lógicamente la
información efectiva es cero mientras que en la horizontal (o las cruzadas) la
información efectiva es mayor que cero. (d) Posteriormente, a partir de los resultados
anteriores, se calcula el Ф de cada complejo. En la imagen se determina que el sistema
1/2 genera menos consciencia que el 3/4. (Imagen de “An information integration
theory of consciousness”, figura 1, Giulio Tononi, BMC Neuroscience, 2004, fair use)
Con todo lo anterior tendríamos planteada una vía de estudio de la primera pregunta: ¿por
qué unas partes del cerebro producen consciencia mientras que otras no? Pero, incluso si
estuviéramos razonablemente seguros de que un sistema es consciente, no es
inmediatamente obvio qué tipo de consciencia tendría, que tipo de quale generaría.[4] En
ese caso la teoría afirma que la calidad de la consciencia asociada con un complejo está
determinada por su matriz de información efectiva que especifica todas las relaciones
informativas entre los elementos de un complejo. Los valores de las variables que median
las interacciones informativas entre los elementos de un complejo especificarían la
experiencia consciente particular en un momento dado. Traspasando el concepto al
cerebro, obtendríamos dónde hallar la respuesta a la segunda pregunta que nos
planteábamos: ¿cómo y por qué determinadas zonas discriminan cualidades de
consciencia distintas?
Con esas ideas se ha construido un modelo que puede ser manejado y de donde se
consiguen conclusiones: El modelo determina que en complejos con una red que maneja
mucha información efectiva se genera un alto Φ, es decir, un significativo grado de
consciencia. Con el modelo se puede simular la variable topología de determinadas redes
cerebrales (con restricciones, claro está), como aquellas que sabemos intervienen en la
generación de consciencia; o como las que no la generan; o bien las redes que generan
una particular cualidad de consciencia -visión, audición, dolor…-, pudiendo observar en
el resultado de las simulaciones un paralelismo entre “estructura neuronal/función real”
y las “predicciones de la teoría”.
Redes con configuración del tipo sistema tálamo-cortical, estudiadas por la TII, en las
que se analiza el valor de la información integrada, Φ. (a) Se parte de una disposición
heterogénea de las conexiones entrantes y salientes, de forma que su Φ sea alto, igual a
74 bits, valor que nos maximiza conjuntamente la especialización funcional y la
integración funcional entre sus 8 elementos. (b) Con la misma cantidad de conectividad,
distribuida ahora homogéneamente para eliminar la especialización funcional, produce
un complejo con valores mucho más bajos de Φ (Φ = 20 bits). (c) La misma cantidad de
conectividad, ahora distribuida de tal manera que forma cuatro módulos independientes
para eliminar la integración funcional, produce cuatro complejos separados con valores
mucho más bajos de Φ (Φ = 20 bits) (Imagen de “An information integration theory of
consciousness”, figura 3, Giulio Tononi, BMC Neuroscience, 2004, fair use)
2. Otras regiones del cerebro con un número comparable de neuronas, como el cerebelo,
no contribuyen a la experiencia consciente. Según la teoría, la razón radica en la
organización de las conexiones cerebelosas, que es radicalmente diferente de la del
sistema tálamo-cortical y no es adecuada para la integración de la información (ver figura
(a) siguiente).
3. Los centros subcorticales, como los ganglios del sistema reticular ascendente[6]
generadores de neuromoduladores (lo que llamamos red difusa en la entrada 06), sin
contribuir directamente a la consciencia, pueden controlarla modulando la preparación
del sistema tálamo-cortical. Este papel puede explicarse fácilmente en términos de
integración de información, ya que la teoría dice que los elementos neuronales que tienen
conexiones generalizadas con un complejo principal de alta Φ pueden, sin embargo,
permanecer informativamente excluidos de él (ver figura (b) siguiente).
5. La actividad neuronal en las rutas motoras del sistema tálamo-cortical, aunque produce
diversos resultados de comportamiento, no contribuye directamente a la experiencia
consciente. La explicación dada por el modelo es semejante a la del apartado anterior (ver
figura (d) siguiente).
EN RESUMEN. La Neurología sabe detectar cuáles pueden ser los diversos módulos
cerebrales que participan en la experiencia consciente y además conoce su tipo de
arquitectura neuronal. Se han modelizado estas estructuras, lógicamente de forma muy
simple, y se las ha sometido, en el modelo, a información externa. El resultado del modelo
es que arquitecturas teóricas similares a la de los módulos neuronales que SÍ gestionan la
consciencia son las que manejan una mayor información, y además de la forma más
integrada. Análogamente, el modelo demuestra que arquitecturas teóricas similares a la
de los módulos neuronales que NO participan en el estado de consciencia, o lo hacen de
forma colateral, tienen una pequeña capacidad de integración de información.
**************************************************
Llegados aquí nos toca pasar a la conjetura. Insisto, como lo hice al principio de la
entrada, que la Teoría de la Información Integrada es eso, una teoría para explicar la
consciencia. Pero una teoría que se ajusta endiabladamente a lo que observamos en
nuestras experimentaciones dentro del campo neurológico, ya sea en los estudios de
patologías como durante los diversos estados vivenciales o en el caso de haberse
producido alteraciones por drogas o fármacos. La extraña idea que subyace a la TII nos
dice: una red con alta capacidad de integración de información puede generar algo
que llamamos en los humanos consciencia. No es un proceso, es algo consustancial
con los parámetros de la red. Algo así como la masa que se manifiesta como el peso o
la inercia de un cuerpo, o la carga eléctrica sobre la que actúa la fuerza electromagnética.
No estaríamos hablando sólo del cerebro, sino de cualquier sistema capaz de
integrar mucha información y capaz de configurar su arquitectura en un gran número
de estados mediante interacciones causales dentro de él. Añadido quedaría el que ya que
la calidad de la conciencia, el quale emergente, está determinada por las relaciones
informativas dentro del complejo principal de la red, cualquier tipo de sistema como el
que comentamos debería ser capaz de experimentar quale, como la “rojez”. Como
dice Tononi: “La teoría predice que la consciencia depende exclusivamente de la
capacidad de un sistema para integrar información, tenga o no un fuerte sentido de sí
mismo, lenguaje, emoción, un cuerpo, o esté inmerso en un entorno, en contra de algunas
intuiciones comunes”.
La teoría implica que la consciencia no es una propiedad de todo o nada, ya que depende
del valor de Φ, valor que puede ser distinto para cada red. Lo que nos lleva a conjeturar
que no sólo el cerebro es consciente (aunque él lo es en grado sumo según nuestros
conocimientos) sino que en diversos grados la consciencia debería existir en la
mayoría de los sistemas naturales o artificiales. No es un proceso, es una
configuración. Nuestro cerebro evolutivamente puede exhibir como una bandera una Φ
elevada, lo que es idéntico a generar consciencia. Lo sabemos porque lo
experimentamos[9]. Aunque quizás sea algo que no se pueda evitar. No me queda más
que decir que… ¡inquietante![10]