Carlos Bello - Los Amores Del Poeta
Carlos Bello - Los Amores Del Poeta
Carlos Bello - Los Amores Del Poeta
ACTO PRIMERO
Cuadro primero
La carta
Casa de Matilde de Monville: un salón bien amueblado: una poltrona y mesa con recado
de escribir: una puerta al fondo, que cae al jardín: otra se supone al lado izquierdo, y será
la entrada ordinaria.
Escena I
GRESSEY de pié, entra DORMAND.
1. GRESSEY: -¡Dormand!
2. DORMAND -¡Gressey! (dándose la mano afectuosamente) Acabo de saber que
estás en este pueblo: estuve en tu habitación, y no hallándote allí, héteme siempre en
tu busca, y en casa de no sé quién (mira en derredor y deja el sombrero). Has
abandonado a París como a una querida infiel, o vieja impertinente. La gran capital
merece más consideraciones, y hombres como tú no están bien, no caben en otra
parte. El gran mundo…
3. GRESSEY -En París estuviera si me dejaran los médicos de la mano; pero un año
hace que me arrastran de un lugar a otro en busca de salud, y no la hallo. Tan mal
me prueban los aires suaves de Marsella, como las brisas tónicas del norte.
4. DORMAND –En efecto estás pálido y deshecho.
5. GRESSEY -El espejo me lo dice cada día… Estos viajes son quizá las primeras
jornadas de aquel largo, eterno, que todos debemos emprender, y del cual nadie
vuelve… vivir enfermo, no es vivir.
6. DORMAND –¡Vaya! Estos, si no me engaño, son achaques de un mal del corazón:
el tedio y el amor te aquejan, y sea lo que fuere, remedios no faltan.
7. GRESSEY - ¡Tal vez!
8. DORMAND –Amas, y hallas simpatía, correspondencia, ¿qué más puedes desear?
¿Rechazan tu pretensión? No es creíble. Pero dado el caso de que alguna escuche
con indiferencia tu ardiente declaración, te deshaúcie una y otra vez, porque la
mujer hoy amable y apasionada, suele ser mañana fría, caprichosa e incomprensible:
supuesto tanto rigor, aún hay tabla de salvación: no la ames y estás bueno… ¿te
sonríes? Óyeme: aplica al amor el tratamiento homeopático y veras sus mágicos
resultados. Este es el gran secreto, el gran remedio, la panacea de los males del
corazón.
9. GRESSEY - El sistema es original.
10. DORMAND –Y seguro en sus efectos: escúchame: conocí a una viuda de diez y
nueve años, ojos negros y parleros, luengos cabellos del mismo color: vestía
divinamente: sus manos eran blancas y pequeñas, aéreo su cuerpo: y luego el pie…
¡qué pié!... en fin, Matilde de Monville.
11. GRESSEY - ¿Matilde de Monville?… la misma en cuya casa nos hayamos…
12. DORMAND –Esa Hurí que abandonó el Edén por París. La vi, amigo mío, y como
sintiese al punto una irritación aquí (señalando el corazón), acompañado de
suspiros, dormidera de ojos, y otros síntomas inequívocos, me di por enamorado, y
en primera oportunidad le suspiré mi amoroso padecer y tiernos sentimientos. Un
no, fue su lacónica respuesta. Insisto, y llovieron monosílabos de igual tenor… Hay
no, que proferido con pesar, duerme en los labios, y dice sí; otro que expresa un
quizá, un puede ser, como el no de una mujer amable; pero no faltan por desgracia
algunos tan redondos, que eximieran de duda al excéptico más empecinado.
13. GRESSEY - Los que despidió esa boca graciosísima en respuesta a tu suspirado
amor ¿fueron de esta clase?
14. DORMAND –Sí; pero menos elocuentes, con mucho, que dos bostezos que les
siguieron de cerca… Mujer que bosteza en presencia de su amante, le agravia, le
insulta, le despide. Márchome en el acto, y aguijoneado por mis recuerdos, echo a
andar sin norte ni rumbo. ¡Darme un tiro! Decía yo, hoy hasta los zapateros se
hacen saltar la tapa de los sesos, probando hasta la evidencia que no los tienen.
¿Arrojarme al Sena? Era invierno (con repugnancia), y esto de ahogarse en agua
turbia y helada, es morir dos veces. Quiso mi estrella que cortasen el hilo de mis
desatinados y melancólicos pensamientos, ya que no el de la vida, los briosos
caballos de un coche que pusieron en peligro una existencia de que trataba de
deshacerme: el instinto de la conservación puede mucho: brinco a la vereda, y me
encuentro a la portada de la ópera italiana.
15. GRESSEY - No entraste por cierto.
16. DORMAND –¿Cómo que no? Echo una mirada alrededor y columbro dos ojos
hermosísimos: un instante más, y me hallé al lado de Madame Dublé; y sean los
quejidos armoniosos de Bellini, o qué se yo; ello es que al callar la orquesta, no
pensé en las negras trenzas de la esquiva Matilde, ni en su pulido pie; sino en los
ojos de la amable Teresa, de quien estaba ya frenéticamente enamorado. ¿Lo ves?
17. GRESSEY - Sin duda, que para dejar de amar amaste más: siendo este el fin
propuesto, le lograste a las mil maravillas.
18. DORMAND –Nada: eso no es comprenderme, Similia Similibus curantur. Tan sólo
con amor, amor se cura: por Teresa dejé a Matilde, y a la semana, el olvido, triunfó
de ambas.
19. GRESSEY -No tengo que decir, la curación fue completa.
20. DORMAND –Portentosa fue e igual resultado obtendrás, si acudes a la
enfermedad, recio, presto y con fe: no hay que vacilar: yo, propio como
experimentado, te daré alientos: ya sabes que mi fuerte es el consejo.
21. GRESSEY - Pero, amigo mío: ¿por qué me tienes por enfermo de amor, cuando
mi dolencia es otra?
22. DORMAND –Pues bien, viajar: de un salto estás al otro lado de los Pirineos.
23. GRESSEY - En Madrid ¿qué hay… Espartero y el Prado… los vi… Larra ya no
existe.
24. DORMAND –Da un paso más y tropiezas con la graciosa gaditana.
25. GRESSEY - La vi, y admiré su andar airoso; pero el sol de Andalucía, que hace
fermentar el amor en los senos torneados de sus hijas, y que brilla en un cielo limpio
y puro, no pudo encender el mío. Vi a Granada esa perla oriental que conserva su
esmalte a pesar del roce de los siglos. Granada, hija hermosa de una raza que murió:
huérfana de oriente a quien el hombre dio por atavíos la Alhambra y el Generalife:
la naturaleza un dosel azul, franjeado con la nieve de la Sierra y una fértil y
anchurosa vega por verde alfombra. La vega de Granada, que resonó mil veces con
los gritos contrapuestos de Alá… Santiago, cierra España; donde se cruzaron el
hierro de Vizcaya con la cimitarra de Damasco:… mas todo esto habla a la fantasía,
nada dice al corazón.
26. DORMAND –A Inglaterra entonces o Alemania; el caso es distraerse, y una nación
de hombres serios es cosa de ver.
27. GRESSEY - Y digna de ser estudiada; pero he recorrido casi toda la Europa…
poco tiene que presentarme de nuevo.
28. DORMAND –¿Cuándo? ¿cómo?
29. GRESSEY - Desde que te vi –un año hace.
30. DORMAND –¡En un año! Eso no es viajar, es correr por la posta dejando atrás los
correos de gabinetes, aún cuando llevan un tratado de paz en la valija. Así nada se
ve.
31. GRESSEY - He visto el mundo tal cual es, un tejido de bienes y de males: aquí y
allí una aldea inocente en medio de poblaciones corrompidas, como el oasis del
desierto: aquí y allí una virtud como una flor en un cenagal: y a cada paso un vicio,
un crimen, la miseria: los pueblos se odian sin conocerse. ¿Sus habitantes no son
todos hombres? Suenan las palabras ¡Guerra! ¡Gloria! Se arman, se encuentran, su
sangre corre, y en pocas horas se puebla un cementerio, y le llaman campo de
batalla… y el vencedor levanta la voz a Dios y le da gracias por haber sido más
carnicero que su contrario. He visto hambre y harapos donde debiera haber tesoros,
porque había virtud; y he visto también naciones enteras que sirven de escabel a un
hombre, y este hombre era respetado: sus caprichos, leyes… y se le decía Soberano
y Majestad… Quien mira el mundo y esto ve, no le vuelve ya los ojos con cariños.
32. DORMAND –¡Vaya! Deliras, cuando sólo te creía enfermo o enamorado. Eres
misántropo o filósofo, que tanto vale y perdido para la sociedad de tono y el gran
mundo. Regenerar el globo joco-serio, melo-dramático que habitamos, es desatinar
aún después del descubrimiento del vapor. Respire yo los aires de París, tenga el
prestigio de un nombre con diez mil francos en la cartera… y ande el mundo.
Óyeme: a los filósofos de todas las escuelas, de todos los tiempos, desde que
Sócrates reñía con su amable esposa, hasta que falleció el pulcro Laromiguière, les
ha lanzado el mundo una mirada en que van mezcladas lástima y desprecio.
33. GRESSEY - Sea enhorabuena.
34. DORMAND –Mas dime, amigo alucinado, eres rico, joven, tus producciones han
merecido los aplausos de la Francia ¿Qué más quieres para ser feliz?
35. GRESSEY -Lo que muchos poseen quizá y desestiman.
36. DORMAND –¿Y qué es esto que en tanto andar no lo hallaste?
37. GRESSEY-Una mujer que sepa amar cual yo amo, con toda la intensidad del
corazón.
38. DORMAND –¡Bá, bá!
39. GRESSEY -Que me haga la vida amable… a su lado, en sus brazos olvidaría a
los hombres y su egoísmo. En cuanto a la fama, la gloria, a menudo brinda con ellas
la multitud sin discernimiento: sus efectos son los del opio, desvanece, embriaga,
produce ensueños gratos y pasajeros; pero la envidia, un capricho de la opinión o de
la fortuna, a veces la verdad, nos sacude, y al despertar, o dormitamos de nuevo, o
somos desgraciados.
40. DORMAND –Así debe de ser; pero también es cierto que cada cual tiene su modo
de sentir y su sistema; por mi parte creo que nacemos con sendos anteojos sobre las
narices, al través de los cuales miramos el mundo y le vemos de diverso color y
figura. A ti te cupo en suerte unos de vidrios negros y de aumento: todo lo abultan,
marchitan y entristecen: los míos por fortuna son de color de rosa.
41. GRESSEY -¿Eres feliz entonces, nada tienes que desear?
42. DORMAND –No lo sé. La diligencia me trajo ayer tarde, y mañana pienso volver
sobre mis pasos (toma el sombrero). ¿En qué se pasa aquí el tiempo? (mirando a su
alrededor) ¿Con que esta es la casa de Matilde de Monville?
43. GRESSEY - Sí.
44. DORMAND –¿Sabrás que fue viuda a los pocos días de ser esposa?
45. GRESSEY - Lo sé.
46. DORMAND –¿No ignorarás tampoco que por espacio de dos años gira en derredor
suyo un lucido cortejo, y que ella, a pesar de su juventud y hermosura, no ha dado
materiales para un solo párrafo de la crónica escandalosa?
47. GRESSEY -Lo sé también: ¿pero qué quieres darme a entender?
48. DORMAND –Un momento de paciencia, y sabrás (deja el sombrero), llegué
cansado del viaje, agitado sin poder conciliar el sueño: entré en el hermoso jardín
que está al lado de la posada (señalando hacia la puerta del foro): ¿conoces la calle
de los Álamos?
49. GRESSEY - Sí: prosigue:
50. DORMAND –Allí estaba yo, sería la media noche, sentado, gozando del aire
fresco y suspirando por París, cuando oigo pasos a espaldas mías: vuelvo, y héteme
manos a boca con un hombre.
51. GRESSEY - ¿Es posible?
52. DORMAND –Al verme se detuvo; quiso como hablar; mas cambió de
resolución… alejóse entre los árboles y desapareció.
53. GRESSEY - ¿Pudiste distinguir sus facciones?
54. DORMAND –Como las tuyas ahora: merced a la luna que mostró su faz con la
buena intención sin duda de vender a los amantes.
55. GRESSEY- ¿Le conocieras si hubieras de verle? (con agitación) ¿Es de estatura
regular?
56. DORMAND –Le conozco, y desde tiempo atrás: es de estatura regular, cara
adusta: es el coronel Fiercour, héroe del Bosque de Boloña.
57. GRESSEY - ¡Fiercour! ¿Crees que salía de la casa?
58. DORMAND –¿Y por qué no? Mis prolijas indagaciones, me han hecho saber que
no desampara a Matilde un año hace; por otra parte las mujeres son esencialmente
caprichosas, y aunque el coronel no posee muchos atractivos, ¿qué sabemos si le
sirve de recomendación el haber dado pasaporte para el otro mundo a una centena
de sus semejantes?... ¿no le conoces?
59. GRESSEY - ¡Poco; hace cuatro días que llego!
60. DORMAND –En los salones de París he tropezado con él frecuentemente: ¡Infeliz
de aquel que cruza su camino!... Militar desde sus primeros años, es brusco y
vengativo: partidario ciego del Imperio, sin más Dios que Napoleón, odia a los
hombres, y desprecia al bello sexo. Fue amigo de Mr. De Monville, esposo de
Matilde.
61. GRESSEY - Tengo algunas noticias de él (con ironía).
62. DORMAND –Bien: volviendo al lance de anoche, ¡hay intriga amorosa! Cogí la
hebra y daré con el ovillo. Me punza la curiosidad, y dentro de rato vuelvo a mis
pesquisas (toma el sombrero). Por allí se acerca (señalando hacia el jardín) el ama
de casa. Te dejo: hasta más ver… (Vase).
ESCENA II
Entra MATILDE por la puerta del fondo, leyendo avanza sin ver a GRESSEY y se sienta
en la poltrona… En voz alta.
63. MATILDE
Mi pecho es un pecho yerto,
Un desierto:
Y si hay una flor en él,
es tan mustia y deshojada,
marchitada,
que es tallo de flor que fue.
Y ¿cómo nacer la rosa
pura, hermosa?
¿Cómo brotar un clavel?
¡No cae en el pecho mío,
el rocío
de lágrimas de mujer!
¡Ni brilla de amor la llama.
Ni derrama
sus reflejos de placer!...
Y soy como un deber eco.
Triste y hueco.
De voz que miró tal vez. (Entre tanto se acerca GRESSEY).
64. GRESSEY -Soy cual…
65. MATILDE –¡Ah! (poniéndose de pie)
66. GRESSEY - (Continúa con sentimiento)
Soy cual noche sin estrella,
ni centella,
ni aurora, ni amanecer,
que avive la fantasía,
con su día,
que arrebole el padecer.
68. MATILDE –¡Qué buena memoria! Aunque lejos, os tenía conmigo (mostrando
el libro): os oía.
69. GRESSEY -Me temo (tomando el libro) que gustéis más del poeta que del
hombre.
70. MATILDE –Os teméis a vos mismo, entonces.
71. GRESSEY -No: envidio cuando están cerca de vos hasta las letras que pueden
causaros un momento de gusto o de distracción, que difícilmente…
72. MATILDE –Proporcionaría el autor (sonriéndose): ¿no es esta la idea que ibais a
expresar?
73. GRESSEY -La misma: y vertida por vos, no puede menos que ser fundada.
74. MATILDE –Es mucha confianza en mis juicios: por esta vez no he hecho más que
hurtar vuestras propias palabras, anticiparlas, adivinar lo que habías dicho a medias.
75. GRESSEY -Hacedlo a menudo, y descubriréis el secreto que aquí encierro
(poniéndose la mano sobre el corazón): decid… ¿lo adivináis?
76. MATILDE -¿Yo? Nada sé: hablad vos mismo.
77. GRESSEY -¡Es imposible!... aguardaos (hojea el libro): leed aquí.
78. MATILDE –(Leyendo.) “Yo amo… y con delirio…
79. GRESSEY -¡Basta! Yo amo… dos palabras -una frase corta y que dice más que
el tomo entero, que es un débil reflejo de sentimientos muertos ya, o que cedieron el
puesto a uno prepotente: yo amo: ¡qué sonido tan armonioso si un eco le responde!
¡qué sublime idea si es comprendido de otro corazón!... dos palabras que
pronuncian a la vez los labios, los ojos, los suspiros: palabras venidas del cielo,
dadas por Dios a los hombres para transformar con su mágica virtud, la vida en un
placer, la tierra en un Edén… pero, calláis? Mi voz no halla el eco apetecido
(cambiando de tono): otro más feliz y menos amoroso le oirá: acaso le aguardáis, y
al él debo el veros hoy sola, de otra manera, hubierais huído como siempre de mí.
80. MATILDE –¿Qué decis? ¡huir de vos! Qué extraña aprensión… yo os acuso de
un delito semejante nombrándoos juez al mismo tiempo: mi venida a este pueblo os
desagradó, no lo neguéis; tanto os desagradó que hubisteis de partir sin verme,
huyendo de mí: pero una indisposición os detuvo, y a ella, no a vos, agradezco el
conoceros.
81. GRESSEY –¡Caro me hacéis pagar una prevención involuntaria!
82. MATILDE –Fáltame amor propio quizás, y por lo tanto dudo que el trato de
pocos días haya desvanecido esta prevención antigua: ¡huir de mí como de un
fantasma! (sonriéndose) ¿me teméis aún?
83. GRESSEY –Sois cruel: estuve al partir, es cierto: el nombre de Matilde de
Monville despertó en mi alma un recuerdo de dolor que dormitaba apenas… pero os
vi… vos sabéis lo demás.
84. MATILDE –Dejemos eso, y decidme ¿cómo? ¿qué recuerdo es ese que tanto
pudo afligiros?
85. GRESSEY –¿Queréis saberlo?
86. MATILDE –Lo exijo.
87. GRESSEY –Sea pues. Tuve un amigo, crecimos juntos, y le amaba como ama
este corazón. Éramos de una misma edad, unos mismos nuestros gustos, y había en
común mil simpatías y una vida de recuerdos. Nos separamos: él permaneció en
París, mientras yo recorría el Continente: por carta suya supe que amaba a una
mujer joven, hermosa, fascinante y cortejada por muchos. Un largo silencio sucedió
a esta noticia… le rompió una carta de su anciana madre. ¡El no existía ya…! ¡su
pasión fue causa de su muerte!...
88. MATILDE –¡Su nombre! ¡Su nombre! (agitada)
89. GRESSEY –Julio de Vernack.
90. MATILDE –¡Ay! (llorando)
91. GRESSEY –Fue entonces cuando os oí nombrar por la primera vez, y a vuestra
llegada quise huir de vos como de un recuerdo pesaroso que me ponía delante al
amigo malogrado… vuestro admirador.
92. MATILDE –(Llorosa) Aunque la causa inocente de tanto mal, mucho debisteis
aborrecerme.
93. GRESSEY –No: os lo juro: supe que habías hecho lo posible para impedir el
duelo, y aunque os presentasteis en el sitio en que sucedió…
94. MATILDE –(Siempre llorosa) ¡Sí; pero no era tiempo ya!
95. GRESSEY –Hasta la inconsolable madre en medio de su agonía fue justa con
vos; acusaba la imprudencia de su hijo, su temeridad, que le indujo a presentar su
pecho a la punta del coronel Fiercour; y yo cuantas veces le condené por haber
sometido a los azares de un duelo una vida de esperanzas, un porvenir de gloria.
Pero yo no amaba en ese entonces, ni sentía un infierno dentro de mí mismo: el
infierno de los celos… ni bullía tampoco mi sangre hasta sofocarme; ni el pecho se
me hinchaba de cólera y desesperación, viendo al lado del ser querido, otro ser cuya
impasibilidad insulta, cuya voz se mezcla con la voz amada en ecos de amistad…
tal vez de amor, y al mezclarse le emponzoña.
96. MATILDE –¡Gressey!
97. GRESSEY –Ya comprendo por qué mi malhadado amigo prefirió un fin cierto y
trágico a tormentos tales: su elección fue acertada, que yo, hombre de reflexión, que
jamás he tomado una espada, me abrazo en sed de sangre… un reto de muerte se
asoma a mis labios, y ansío por estar enfrente de mi adversario, arma en mano, para
morir o conquistar el derecho de amar yo solo.
98. MATILDE –Calmaos, Gressey, ¿queréis que haya otra víctima? ¿Qué pierda yo
otro amigo, aún más querido?...
99. GRESSEY –(Con calma). Decís bien, otro amigo: nada debéis temer… sé
refrenar estos arranques… ¿ni qué títulos tengo?... ¿quién soy yo para provocar a un
rival? ¿Soy amado por ventura? Aunque sabe Dios que bien poco arriesgaría en un
duelo… existe uno de muerte largo y terrible entre este cuerpo extenuado y una
enfermedad… su término no se me oculta.
100. MATILDE –(Afectuosamente) ¿Qué tenéis? Estáis pálido, demudado…
sentaos (se sientan)
101. GRESSEY –¿Y vos me lo preguntáis? (tomándola una mano) Os amo,
ardo en amor; creí columbrar un destello de correspondencia, su reflejo instantáneo
todo lo cambió, el cielo era azul, el aire más puro: deseé vivir y cobré vigor…
tornaron los felices ensueños de mis primeros años. ¡Ah! La esperanza es el rocío
sobre un alma agostada… mas no existía para mí… soñaba… y al despertar, sentí el
hielo del mármol donde me figuré fuego vivo: una tibia amistad tenía asiento en un
pecho que creí encendido como el mío (Entra FIECOUR y se mantiene en
observación.) Luché con mis sentidos… un siglo de felicidad hubiera dado por una
duda, por soñar de nuevo; pero un doloroso desengaño me tenía agitado y
despierto… no me amabais.
102. MATILDE –¿Y quién os lo ha dicho?
ESCENA III
MATILDE, GRESSEY, FIERCOUR
103. FIERCOUR –Yo… siento interrumpiros.
104. MATILDE –Vos señor de Fiercour ¿y por qué? (turbada)
105. FIERCOUR –Estáis turbada… indispuesta tal vez…
106. MATILDE –No.
107. GRESSEY –El aire fresco del jardín os dará alivio. ¿Queréis que os
acompañe?
108. MATILDE –Agradezco; estoy bien aquí: ya nada siento… mas no
quisiera privaros de tan grato paseo.
109. GRESSEY –Mis deseos son los vuestros lo sabéis: las únicas horas que
paso a gusto son las que se deslizan cerca de vos.
110. MATILDE –(Esforzándose) Es fino el cumplimiento.
111. GRESSEY –Soy sincero: cuanto profieren mis labios el corazón lo dicta:
vuestra presencia obra en mi ser un cambio mágico: enfermo, fastidiado, una mirada
vuestra es para mí lo que la mirada del son, ardiente, regeneradora, sobre la planta
helada que agoniza… revivo, y mi existencia es un placer… (MATILDE durante
esta escena manifestará su inquietud.) Me disculparéis, señor coronel: confesiones
como estas no se hacen ordinariamente en presencia de un tercero, aunque a veces
hay un placer secreto en hacerlo.
112. FIERCOUR –(Con desprecio) Feliz me creo con haberos inspirado tanta
confianza.
113. GRESSEY –(Con ironía) Encantado estoy de oíros.
114. FIERCOUR –La elocuencia con que un poeta célebre expresa su pasión,
me causa sumo placer.
115. GRESSEY –Cuidaré de proporcionaros a menudo ratos igualmente
agradables.
116. MATILDE –Señores: he oído lo suficiente para clasificar a ambos de
amables y galantes; pero señor Gressey, tengo una queja contra voz, os habéis
olvidado de la obra de Víctor Hugo que me prometisteis “Los rayos y las sombras”,
y después de la relación interesante de su contenido, ansío por verla. En nosotros,
las mujeres, la curiosidad es disculpable.
117. GRESSEY –Hay también circunstancias en que la memoria flaquea, me
perdonareis: vuelvo al instante. (Vase.)
ESCENA IV
FIERCOUR, MATILDE
118. FIERCOUR –Tanto teméis por él que le despedís.
119. MATILDE –Dejadme, dejadme en paz.
120. FIERCOUR –Parece que no agradecéis mi sufrimiento: le permití hablar
de su insolente pasión, soporté su necia ironía… todo por vos… ¿aún no es
bastante?
121. MATILDE –Es fuerza huir; permanecer más aquí, es renovar escenas de
horror y de llanto. Vuelvo a París.
122. FIERCOUR –Partiremos. Estoy pronto.
123. MATILDE –Si huyo, es de vos; para renunciar a la Francia y a la vida,
sepultándome en un convento.
124. FIERCOUR –¡Tan joven, tan hermosa, y en una cárcel eterna! No puede
ser.
125. MATILDE –Lejos del mundo… en una celda viviré más libre, más feliz:
no tendré a mi lado un fantasma que donde quiera me persigue.
126. FIERCOUR –¿Qué os he hecho?
127. MATILDE –¿Os atrevéis a preguntarlo? Como amigo de mi esposo
entrasteis en mi casa, y luego que me vi sola, sin apoyo, os arrogáis sobre mí, a
título de valiente, los derechos de un carcelero. Por más de un año soy esclava
vuestra; procuro huir, y me seguís como el remordimiento al criminal. Veo a mi
alrededor un círculo fatídico, trazado por vos, y que ninguno traspasa sin encontrar
la muerte: ¿y preguntáis qué habéis hecho? Despierta, sufro los tormentos de la
pesadilla más cruel: necesito amparo y desfallece mi voz al pedirlo, porque el
hombre generoso que acudiera a socorrerme dejaría tal vez de existir. ¡Gran Dios!
¿qué delito cometí para tan horrible castigo? (Llora)
128. FIERCOUR –Si existen estos males, vos misma sois la causa: ¿por qué me
habéis negado vuestro amor? Él hubiera ablandado un corazón que el despecho ha
convertido en piedra. Escuchadme: esa destreza en las armas que me echáis en cara,
el mundo mismo me forzó a adquirirla… Destituído de atractivos, los hombres me
tenían por un rival poco temible; me despreciaban; trabajé por aprender el arte de
escarmentarlos… ¡El desprecio, señora, nos hace fieras! Os vi, miré lo pasado con
sentimiento… mas ¿cómo deshacer lo hecho? Las manchas de sangre humana no se
borran jamás… pero os vi, y no tardé en conocer el desdén con que rechazabais mis
pretensiones: la desesperación se apoderó del alma; y la dicha vedada para mí, juré
vedarla a todos.
129. MATILDE –¿Nací acaso esclava vuestra?
130. FIERCOUR –Amo y esto me disculpa.
131. MATILDE –¿Qué más pudiese sufrir si me odiaseis?
132. FIERCOUR –Culpaos a vos misma: una palabra basta a cambiar mi
existencia, ¿lo sabéis y calláis?
133. MATILDE –¿Amaros? ¡nunca! El amor brota y florece espontáneamente;
no es sangre el riego que ha menester.
134. FIERCOUR –Sea en hora buena; pero en vano recordáis pretendidos
delitos para desviar mi determinación: ahora mismo me gozo en ellos; habéis de ser
mía. Sí, Matilde, esta lucha ha de tener fin: no resistiréis a mis súplicas
eternamente… ¡os amo tanto!... ningún hombre ama como yo. Mi lengua es torpe;
pero si pudiera desgarrar el pecho, mostraros cuánta pasión encierra, fuerais mía.
135. MATILDE –Nunca, señor, nunca: os he dicho que jamás será: antes el
convento.
136. FIERCOUR –Os arrancaré de él: ¿qué son murallas y altares para quien ha
visto tantos cadáveres a sus pies? Aquellas se escalan, estos se profanan por un
capricho, por una venganza: ¿los respetará el amor?
137. MATILDE –La tumba será entonces mi morada; es fría; pero quieta y
segura. (FIERCOUR echa una mirada alrededor y se acerca a MATILDE)
138. FIERCOUR –¡La tumba antes de ser mía! Una sospecha terrible, una
llamarada del infierno me alumbra, y leo a su favor los secretos que vanamente
encubrís; he podido soportar la indiferencia y hasta el odio, pero no la felicidad
ajena. ¡Eso no!... ¿amás a otro? ¡temblad!...
139. MATILDE –¡Perverso! ¿pretendéis amedrentarme, azorar mi corazón
para que ame? Cuán poco me conocéis: las palpitaciones que causa el miedo, y las
que nacen del amor, nunca las inspiró un hombre solo, escuchadme; os diré lo que
jamás he dicho: amo a otro; (avanzando hacia él) sí, le idolatro (FIERCOUR se
cubre los oídos con las manos y se aleja, MATILDE le sigue) oídlo, le amo, le amo.
140. FIERCOUR –¡Basta! ¡basta! ¿le amáis?... Las lisonjas doradas de un poeta,
sus palabras de miel se deslizan con suavidad, hallan grata acogida, al paso que el
lenguaje sencillo de quien expresa mal lo que como nadie siente, encuentran oídos
sordos y frío desdén. Le amáis, pero sabed que el labio que da tan vivo colorido a
un amor que quizás no existe, calla si se le amenaza o responde balbuciente; que la
mano avezada a trazar versos, tiembla más que otra alguna si tiene un enemigo al
frente… ¿me comprendéis?
141. MATILDE –¿Qué decís?
142. FIERCOUR –Le amáis… y no obstante os horrorizará dentro de poco: ¡le
amáis!... una mujer puede derramar lágrimas sobre el cadáver de su amante… lavar
sus heridas con el llanto; pero no hay amor que resista a la fetidez, a la corrupción…
la vista del gusano hace apartar los ojos más llorosos… un cadáver causa náuseas.
143. MATILDE –¡Dios mío, qué horror! Ser inhumano, venido de un mundo
más perverso y maldito que el que habitan los hombres… Si tenéis sed de sangre,
bebed la mía; pero no acortéis los días de un inocente… ¡por piedad!...
144. FIERCOUR –Mucho le amáis según se ve; más el fallo de vuestra boda
misma salió… ¡le amáis!
145. MATILDE –¡Por piedad!... aún está fresca la sangre de otra víctima… si
tenéis conciencia, si el remordimiento halla cabida en ese pecho… Hacedlo por vos
mismo, ya que por él, por mí, por piedad, por justicia, no lo hacéis; sí; hacedlo por
vos mismo, que hay un Dios justiciero, y el que mata a otro hombre, ofende a ese
Dios… le envía un alma que no llamó, un alma que al pedir su propio perdón,
¡señala la tierra manchada de sangre!... Sí, por vos mismo la vida, el cielo nos la
concede (señalando al cielo) ¿con qué derecho le arrancáis? Por piedad… (Se
sienta llorosa y desfallecida)
146. FIERCOUR –(Con calma y acercándose) Sois aún más hermosa en medio
del dolor; ¿y yo hago verter esas lágrimas, y yo puedo enjugarlas? Todavía tengo
poderío en vuestro corazón. Poco hace me despreciabaos: ahora echáis mano del
ruego, de la súplica. (intenta tomarle una mano, MATILDE se recobra y se pone de
pie)
147. MATILDE –¿Qué hacéis?
148. FIERCOUR –Oídme: ¿queréis que viva mi rival? ¿aquel que tanto amáis?
Vivirá.
149. MATILDE –(Llorosa.) Lo agradezco.
150. FIERCOUR –Pero no os figuréis, ilusa, que, escudado de mi promesa,
insolente, en la seguridad, le permita suspirar a vuestro lado… Vivirá para el
mundo, muere para vos: estas son mis condiciones, las aceptáis?
151. MATILDE –Las acepto, señor.
152. FIERCOUR –(Paseándose.) Necesito una carta vuestra en que se haga
saber al Señor de Gressey, que debe omitir en adelante sus visitas: aquí tenéis
recado de escribir (señalando a la mesa: acércase MATILDE a la mesa, se sienta y
toma la pluma pensativa)
153. MATILDE –¡Qué diré! ¡Dios mío!
154. FIERCOUR –No os agitéis, dictaré yo (dicta y se pasea, MATILDE
escribe) Señor: circunstancias que no es del caso… exponer… me hacen solicitar de
vos pongáis término a visitas… que tienen por objeto despertar simpatías… que
jamás encontraréis en el corazón…
155. MATILDE –¡Ay!
156. FIERCOUR –De Matilde de Monville.
157. MATILDE –(Cierra la carta, se pone de pie y la pasa a FIERCOUR)
Ahí la tenéis, dejadme en paz, (se sienta llorosa.)
158. FIERCOUR –Yo mismo me encargo de dirigirla. (Vase)
159. MATILDE –¡Y este es el fin de tantas y tan apacibles ilusiones!... yo le
salvo la vida, sacrifico por él mi bienestar; y no obstante me tachará de ingrata y de
inconstante! (llora).
ACTO SEGUNDO
CUADRO SEGUNDO
El reto
Habitación de Dormand
ESCENA I
DORMAND y GRESSEY
160. DORMAND –Por la relación que acabas de hacerme… Matilde te ama… te
ama con todo el fuego de su corazón.
161. GRESSEY –¿Lo crees?
162. DORMAND –Ni un átomo de duda me resta; pero siento ignorar los
pormenores de lo ocurrido entre ella y Fiercour; debió convertirse en una furia el tal
coronel, mas hablaba en su contra un corazón herido de amor; y la elocuencia de
Mirabeau en boca de un Lovelace nada puede sobre un alma prevenida… Muy poco
versado es Fiercour en los diálogos de la ternura; ya se ve, el vivac y el Bosque de
Bolonia, no son la mejor escuela para esos pensamientos, finos, amorosos,
irresistibles que sin sentir se deslizan hasta el corazón. Supiera al menos esgrimir el
arma todo poderosa de la lisonja; pero nada sabe… Mas ¿qué tienes? ¿se han
desvanecido tus amorosa aprehensiones? Ahí te estás sin desplegar los labios.
163. GRESSEY –Asombrado con oir el acierto con que discurres.
164. DORMAND –Efectivamente, en punto de amor tengo mi tal cual erudición;
alguna experiencia, fruto de una lid de quince años: mi palenque, los estrados de
París; mis adversarios, las coquetas más afamadas, y esas corinas sentimentales,
siempre llorosas, y que se deshacen en suspiros… He estudiado a la mujer como
antes se estudió la alquimia… la astrología, de día y de noche, y en resumen, he
aprendido que son mujeres… (Entra un criado)
165. CRIADO –Esta carta, señor. (Dirigiéndose a GRESSEY: la entrega y
vase.)
166. GRESSEY –(Lee con agitación y en seguida la pasa a DORMAND) Lee
y asómbrate.
167. DORMAND –(Leyendo.) “Señor, circunstancias que no es del caso
exponer…” (Continúa leyendo para sí con interés.)
168. GRESSEY –Bien, ¿qué dices?
169. DORMAND –Que esto es inexplicable, incomprensible; pero ¿qué queréis?
No te acabo de decir mis ideas en esta materia? Colocado yo en tu lugar daría un
millón de gracias al destino que tan propicio se muestra… libertándote, a tu pesar,
del yugo matrimonial… la lección es elocuente; mas tú ¿Qué juzgas?
170. GRESSEY –(Tomando la carta) Veo aquí la obra de Fiercour, y juro
deshacerla (rompe la carta con ira) Hay un hombre en el mundo, uno siquiera que
osa propalar su amor y morir por él.
171. DORMAND –Te olvidas de que tienes poca costumbre de manejar las
armas; que luchar con Fiercour es luchar con la muerte misma: su destreza es sin
igual, sus golpes tan certeros como los del destino.
172. GRESSEY –Todo lo sé, pero amo.
173. DORMAND –Este amor te ciega, te pierde, provocar a Fiercour es
suicidarse.
174. GRESSEY –Ningún otro partido me resta… si doy publicidad al hecho y
denuncio al mundo al infame opresor de una mujer, recibo por contestación un
cartel de desafío y…
175. DORMAND –Y morirás… Debes huir y aguardar del tiempo tu remedio.
176. GRESSEY –¡Del tiempo! Tú no amas, Dormand… si este corazón deja
de latir, dejará también de padecer… pero ¿dónde estamos? ¿Vivimos acaso en la
ilustrada Francia, en una época de decantados progresos? No; que veo a hombres
ciegos todavía… ¡Honor! El honor para el espadachín es un puñal con que asesina
impunemente, y la misma sociedad de donde escoge sus víctimas una a una… aguza
este puñal y lo pone en su avezada mano.
177. DORMAND –¡Calma, Gressey… Calma, amigo mío!
178. GRESSEY –¡Calma y amor! ¿Colocó la naturaleza juntos fuego y agua?
Tú no amas, no sabes lo que es el amor, ni has sentido desgarrado el pecho por los
celos con sus uñas de tigre, su diente roedor… No hay otro partido que abrazar…
Escúchame, necesito ver a Fiercour, búscale al punto, haz que venga contigo y sin
tardanza, aquí en tu habitación le aguardaré.
179. DORMAND –Pero amigo mío, da oído a la razón.
180. GRESSEY –Haz lo que como último favor te suplico, y déjame. (Vase
DORMAND)
ESCENA II
181. GRESSEY –(Solo) La muerte por una parte, por otra una vida sin honor,
la alternativa es cruel; mas es infamia vacilar… Hoy pienso, siento; mañana seré un
cadáver quizá, sin vida, sin amor; pero la muerte no es más que un sueño
profundo… nunca perturbado por la fantasía inquieta y verdadera, ¿por qué, pues,
nos hace estremecer?... ¿por qué es triste abandonar el mundo cuando nos corteja
todavía, antes que nos abandone, sin conocer toda su falsedad y egoísmo?...
abandonarlo, matando mil deseos no satisfechos, y mil ideas, mil sentimientos
nunca expresados… pero yo amo, idolatro, y si muero, muero mártir del amor, y
Matilde regrá mi meoria con su llanto… A la tumba se encaminan todos; el anciano
con paso incierto por la senda del desengaño; el joven con planta firme por un
camino que cree suave y florido… todo muere, la flor, el árbol, el hombre… ¿Y qué
es la vida? Una ola del Océano que forma el viento y que al punto desaparece… una
centella, un lampo, que rasga con su luz la oscura eternidad; que separa por un
instante la noche eterna que fue, de la noche eterna que será… Yo amo, si aliento es
por mi amor: bien, mi resolución está tomada, unas pocas horas más y seré feliz, o
no seré (se oyen pasos y se acercan. Se pone en una mesa escribir.)
ESCENA III
DORMAND, FIERCOUR entran del brazo, DORMAND echa una mirada alrededor en
busca de GRESSEY.
182. FIERCOUR –Esta desgraciada campaña hizo que el Emperador engrosase
las ralas filas de sus veteranos con dos conscripciones; pasó el Rhin con toda la
juventud de la Francia y yo con ella. Era niño todavía, cuando oí tronar el cañón en
Leipzig, y por primer ensayo vi morir a millares de mis compañeros; mi serenidad
en esta primera función de armas y un acaso feliz, me merecieron una charretera.
183. DORMAND –¿Cuál fue éste?
184. FIERCOUR – Doce escuadrones de la Joven Guardia cargaron a un cuadro
de austríacos: una descarga mortífera y un bosque de bayonetas nos recibieron,
vacilamos: algunos daban ya las espaldas al peligro, cuando resonaron esta palabras:
“Soldados dela Joven Guardia; el Emperador os mira”, y espada en mano se arroja
un valiente sobre el muro de hierro, le seguimos, ábrese un claro y huye el enemigo,
le seguimos, ábrese un claro y huye el enemigo; pero en este instante la bayoneta de
un granadero (se pone GRESSEY de pie pero se mantiene sin avanzar, escuchando)
hiere al que nos dio la victoria, va a segundar el golpe, mas expiró antes de realizar
su amago. Una lanza le traspasa. Así salvé la vida del general Ritoche. (Avanza
GRESSEY Saluda con frialdad)
185. DORMAND – Hablábamos de las últimas campañas de Napoleón tan
desgraciadas como gloriosas: a ellas concurrió el coronel.
186. GRESSEY –Ya presumía que en boca de un militar deberían hallarse la
palabra humo, gloria, muerte. Los hechos de Napoleón Bonaparte brindan con la
oportunidad de recordar las propias hazañas, oportunidad que rara vez se
desperdicia, porque, como sabrás, la modestia no es virtud que a más menudo cobija
la casaca.
187. FIERCOUR –Extraño este lenguaje, señor de Gressey.
188. GRESSEY –En verdad que no tenéis motivo para ello: mi opinión es esta,
soy franco.
189. DORMAND –¿Qué haces?
190. GRESSEY –Digo y sostengo que nada hay que admirar en las últimas
campañas de Bonaparte. Soldado de la República, lidiando por la libertad cuando
segaba laureles para orlar la sien de la Patria, no su propia frente, fue grande, fue el
hijo más claro de la Francia. Primer Cónsul es ya un ambicioso; Emperador un
déspota –el azote de la humanidad. A cada paso suyo caen los hombres como hojas
agostadas al soplar del norte; deja por huellas charcos de sangre, viudas y huérfanos
llorosos… el humo del cañón los oculta como los pliegues de la niebla… sus
sollozos son ahogados en la grita de los vencedores; mueren los padres y gimen los
hijos abandonados… Mas (con ironía) todo esto es gloria, y no debemos ser
desagradecidos con quien dejó en cambio de tantas vidas preciosas, las palabras
Jena y Austerlitz. Pero la fortuna al fin se cansa de seguirle… jadea, acorta el
paso… se detiene y el Gran Ejército, que un mundo no venciera, yace sepultado
entre Moscow y el Beresina,; su mortaja son las nieves de la Rusia… su necrología,
un boletín firmado Napoleón. Y la España, la heroica España, que adormida
maniataron, despierta y con los bríos de la desesperación forceja; tiemblan sus
carceleros, y los últimos truenos del cañón de Vitoria dicen al mundo que ha roto
sus cadenas.
191. FIERCOUR –¡Qué ideas, qué extravagancia!
192. GRESSEY –Sí; yo soy un necio, un loco… quisiera que los hombres
viviesen en paz como hermanos… que no hubiera más ejército que los pueblos, ni
otra lucha que la lucha de la libertad. Aunque lejano, rayará el día feliz en que esto
sea, y los padres dirán entonces a sus hijos: nuestros padres se mataban por palabras
huecas y sin sentido, presentarán a sus ojos asombrados una casaca como una
curiosidad y repetirán: vestían este ropaje para matarse.
193. FIERCOUR –Esto es insultar… y vive Dios… (aparte) ¡maldita
promesa!... ¿Recordáis, Dormand, el ejercicio de ahora un rato?
194. DORMAND –Sin duda: y que a cincuenta pasos hicisteis saltar el botón de
una rosa; y a fe mía que las pistolas no eran de las mejores.
195. GRESSEY –Señor coronel, ¿qué queréis dar a entender con
manifestaciones tan gratuitas de destreza?... Sabemos todos que existen en el mundo
hombres tiznados con el apodo de espadachines o asesinos que tanto vale.
196. DORMAND –Gressey te pierdes.
197. GRESSEY –Pero conozco alguno que brinda con pruebas de su maestría
infame y que huye de dar una sola de su valor; y que empujado a hacerlo, tiembla al
mirar a un hombre de bien.
198. FIERCOUR –Esto no se puede soportar… y yo, señor de Gressey, conozco
a un hombre tan insolente como cobarde, que provoca a la sombra de alguna figura
retórica, y cuando nos cansamos de sufrir su solapado atrevimiento acude la mentira
para salvar su vida, o se dice demasiado religioso para luchar en duelo, o que se
siente sobrado enfermo parar tener honor.
199. GRESSEY – ¿Os dirigís a mí, señor Fiercour?
200. FIERCOUR –¿Y por qué preguntarlo?
201. GRESSEY –Para exigir una satisfacción por el insulto.
202. FIERCOUR –Haced lo que queráis.
203. GRESSEY –Bien; en nombre de ese mismo honor que tantas veces habéis
invocado, yo os reto a mi vez.
204. FIERCOUR –Estoy pronto. (tomando el sombrero.)
205. GRESSEY –Sea enhorabuena; mas no penséis que este es un duelo como
los de costumbre: no os engañéis; que enemigos como nosotros cuando se
encuentran armas en mano, sólo la muerte puede separarlos, y para que sea infalible,
yo usando del derecho que confiere ese mismo honor, cuyas leyes conocéis también,
elijo por arma la pistola, por distancia dos pasos, y una sola bala, con ella hay lo
preciso para que vos o yo dejemos este mundo por la eternidad o la nada.
206. FIERCOUR –No puede ser.
207. GRESSEY –¿Cómo no? ¿olvidáis señor, que he sido insultado, que si
rehusáis, os tacharé de vil y de cobarde?... Julio de Vernac fue amigo mío, le
matasteis… tengo que vengarle, y sobre todo, amo a Matilde, pienso arrancarla de
vuestro poder, darle por asilo mis brazos, para sus cariños con mi cariño, colmarla
de amor.
208. FIERCOUR –Basta, basta, decís bien: uno de los dos debe morir, seguidme
al punto.
209. GRESSEY –Señores, un momento, no podéis reñir sin padrinos, y más en
un duelo a muerte.
210. GRESSEY –Tú serás el mío.
211. FIERCOUR –Dentro de media hora os aguardo en el jardín (mira el reloj)
a las seis (vase).
212. GRESSEY –¡Dios proteja la justa causa!... (Vase con DORMAND)
Cuadro III
La muerte
Salón de la casa de Matilde
ESCENA I
213. MATILDE – (Pensativa) Perseguida, sola en el mundo, separada de quien
amo y maldecida por él quizás… ¡Ah! ¡cuán presto se desvanecen los ensueños del
corazón y nos queda la memoria viva, cruel, para recordarlas sollozando! ¿Por qué
le vi! ¿por qué le amo! Él unirá el recuerdo de Matilde con la ingratitud, la
nombrará con maldiciones, que pesarán sobre una mujer inocente y desventurada…
¡Dios mío! ¿por qué nace y arde esta llama si ha de huir quien solo la mitiga? ¿Por
qué cabe tanto y tan amargo dolor a una mujer infeliz y desvalida? Si es delito amar,
te ofendí, Dios mío, mucho te ofendí, pues mucho amo; mas, ¿puede ser criminal el
sentimiento que brota, crece y se arraiga en el corazón, como la hierba en la
pradera?... ¡Ah! En el triste naufragio de mis esperanzas, me asiste un consuelo
único, le salvé… a precio de mi bienestar compré su vida…él lo ignora… me
olvidará por fin, y yo… moriré. (se sienta llorosa, entra GRESSNEY sin ser visto y
se pone delante de MATILDE.)
ESCENA II
214. GRESSEY – (Después de contemplarla un rato) ¡Señora!
215. MATILDE –(Poniéndose de pie agitada.) ¡Vos aquí!
216. GRESSEY –Y después de leer vuestra carta, parto al instante.
217. MATILDE –Sí, al punto.
218. GRESSEY –Mas antes de daros el postrer adiós, un adiós tal vez eterno,
quiero veros, hablar con vos, grabar en el dolorido pecho con la última mirada, la
imagen de una mujer bella cual pocas, cual ninguna amada; pero imagen de mujer,
no de ángel cual creí.
219. MATILDE –¡Gressey!
220. GRESSEY –Quiero oír el eco de su vos tan dulce y apacible, voz de
sirena para mi felicidad, quiero soñar un instante, como alguna vez soñé: después
partir, partir para siempre. ¿Vertéis una lágrima por el amigo? ¡Ah! Quien deja su
amor, su todo, quien ve su porvenir marchito, yerto en flor, quien cae despeñado,
cual Lucifer, del cielo de una esperanza a la honda y tenebrosa sima del desengaño,
y sin otra culpa que su desventura: ese no llora, no, que desespera: el dolor se anuda
en su pecho, como ensortijada sierpe; sus ojos centellan; su aliento abraza y las
palabras se asoman a sus labios secos, son maldiciones, son blasfemias.
221. MATILDE –¡Gressey! Calmaos. Yo os lo pido, yo.
222. GRESSEY –Vos Matilde, tenéis razón, debo separarme sereno, tranquilo,
cual me veis ahora; perdonadme –el desdichado suele ser importuno; mas su
desdicha es su disculpa, Matilde, (tendiéndole una mano que ella toma) no creí
partir con llanto en los ojos, pero os amo, me alejo de vos, y tengo delante la más
negra perspectiva, días sin aurora ni luz; noches sin sueño, tormentos sin tregua…
una existencia toda sin amor. Vagaba por el mundo con paso incierto, cuando os
columbró mi vista ansiosa: por un momento os creí mía, pensé estrecharos en mis
brazos, y fuisteis una sombra, el miraje del desierto para una alma descaminada,
anhelante y sedienta de amor. ¡Ah! Es fuerza partir, mis tormentos son indecibles,
son la memoria del cielo perdido para los que gimen en eterna noche; como ellos
veo muerta mi esperanza, y siento mis deseos cada vez más vivos y ardorosos.
Matilde… recibid el adiós de un moribundo (intenta irse)
223. MATILDE –¿Qué decís?... ¿morir? No, Gressey, deteneos (le toma una
mano) una sospecha horrible me asalta, oídla. Fiercour me arrancó esa carta a
condición de perdonaros la vida y…
224. GRESSEY –¡De perdonar! Perdona el ofendido, Dios perdona al pecador;
pero el coronel Fiercour mal puede perdonar a Eugenio de Gressey… su perdón
fuera un veneno, una bofetada.
225. MATILDE –¡Bien! Bien lo sé: mas decidme, ¿pensáis provocarle?
226. GRESSEY –Ya no.
227. MATILDE –Entonces vuestra propia mano va a ser el asesino. Jurad que
no, os lo suplico; esa vida que intentáis destruir es mía, yo la compré a precio de mi
bienestar, y queréis, cruel, que un sacrificio tal ¿sea estéril sin fruto ni recompensa?
228. GRESSEY –¡Matilde!
229. MATILDE –¿Queréis que de día y de noche, en las desnudas murallas de
la celda que ha de ser mi asilo; en el mismo altar y al lado del Redentor vea una
sombra sangrienta y nada más que esta sombra? Queréis privarme del triste
consuelo de rogar a Dios por vuestra dicha? ¡ah! Y que al sentir la fría mano de la
muerte, ¿queréis que la duda de hallaros en otro mundo más feliz, donde todo es
amor; que esta duda atroz acibare momentos que sin ella fueran de placer?
230. GRESSEY –Matilde, escuchadme: os lo juro, la vida es un peso que me
oprime; pero la soportaré… mas me amaís, ¿por qué encubrís vuestro amor?
231. MATILDE –¿Y pudiste dudarlo alguna vez? ¡Imposible! La pasión hace
que los ojos hablen; que la voz del suspiro publique el secreto que en vano callan
nuestros labios… amo, sí: os amo con todo el fuego de un primer amor, con toda la
ternura de una mujer… el mundo entero para mí sois vos… Sois mi aliento, mi vida
misma… sin vos el universo es un desierto, a vuestro lado una cárcel fuera un
paraíso.
232. GRESSEY –(Abrazándola.) Ángel de luz, consuelo de mi pena… tus
palabras esmaltan de nuevo mi odiada existencia que es el alma de la mía?...
Imprudente fui en revelarle mi pasión ciega y ardiente; pero ¿cómo callar, cuando el
callar me ahogaba? ¿Cómo oír los acentos del dolor y del despecho y no pronunciar
un eco de consuelo, ni descubrir mi parecer roedor, intenso cual el suyo, y reprimido
sin más desahogo que mi llanto? (entra un criado por la puerta del jardín
precipitadamente)
ESCENA III
233. MATILDE –¡Gressey! ¡Gressey! ¿por qué tan presto? ¡Ah! Se aleja, le
pierdo tal vez para siempre. ¡Dios mío! Cuánto le amo. ¿Mas no expongo con tan
sólo verle una existencia que es alma de la mía?... Imprudente fui en revelarle mi
pasión ciega y ardiente; pero ¿cómo callar, cuando el callar me ahogaba? ¿Cómo oír
los acentos del dolor y del despecho y no pronunciar un eco de consuelo, ni
descubrir mi padecer roedor, intenso cual el suyo, y reprimido sin más desahogo que
mi llanto? (entra un criado por la puerta del jardín precipitadamente.)
234. CRIADO –¡Señora! El coronel Fiercour y el señor de Gressey se hallan
en el jardín prontos para batirse en duelo.
235. MATILDE –¡Gran Dios! ¡socorro! (se dirige hacia la puerta del jardín,
el criado sale, se oye un tiro, y MATILDE retrocede espantada) ¡Ah! No existe ya
(arrodillándose) Perdonadle, Señor, yo soy la causa de su muerte, yo el asesino, yo
le amé, y le descubrí mi amor. (Pasos y la voz de DORMAND fuera de escena)
236. DORMAND -¡Un médico! ¡un médico! ¡qué muere un hombre! (Entran por
la puerta del jardín DORMAND y en seguida GRESSEY sin sombrero y agitado,
trae una pistola que arroja luego.)
ESCENA IV
MATILDE, DORMAND y GRESSEY
237. MATILDE –¡Gran Dios! ¿qué veo? (poniéndose de pie y avanzando
hacia GRESSEY.)
238. GRESSEY –¡Matilde! Sois libre.
239. MATILDE –No, soy vuestra. (Cae en brazos de GRESSEY)