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De La Endogamia A La Exogamia

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De la endogamia a la exogamia:

un tránsito difícil

Cada individuo pertenece a una y luego a dos familias elementales; nace en una
familia, que podemos llamar «familia de origen» y luego, ya adulto, crea la que podríamos
denominar «familia de procreación».
Estas dos familias, la de origen y la de procreación, constituyen para un sujeto su
núcleo de parentesco, esto es, todos sus parientes de primer grado. Sin embargo, la familia
de procreación no sólo está ligada a la familia de origen del sujeto, sino también a la
familia de origen de su pareja.
En opinión de Moguillansky y Seiguer (1991), «En el punto de origen de cada familia
se halla la constitución de la pareja, la que da fundación a un nuevo orden familiar. Su
establecimiento, ritualizado en su exteriorización social acorde a ceremonias culturales
(casamiento), incluye una operación simbólica que marca un corte a partir del cual ha de
iniciarse una legalidad vincular distinta, sustentada sobre una compleja trama emocional».
La sociedad industrial ha producido cambios significativos en la estructura familiar
anterior a ella, o sea la estructura familiar rural. La sociedad industrial no da lugar a la
formación de grupos de parentesco más amplios que la familia que podemos designar
«nuclear», formada por la pareja conyugal y sus hijos. Ello es así, puesto que una familia
numerosa impediría la movilidad geográfica de los individuos en busca de trabajo.
Esta forma restringida del grupo familiar acarreó cambios importantes no sólo en la
estructura de la familia sino también en el intercambio afectivo entre sus miembros. La
familia rural consistía en una unidad a la cual estaban asociados muchos individuos.
Alrededor de la familia nuclear vivían los abuelos, tíos, tías, primos, etc. Si los pequeños
no tenían a sus padres disponibles por las tareas propias del campo, siempre había brazos
desocupados para atender sus necesidades de protección, cuidado y afecto.
Las emociones de un sujeto, ya sea un niño o un adulto, tenían la posibilidad de
repartirse entre un grupo grande de familiares, lo que posibilitaba que los vínculos
individuales no fueran tan intensos. Así como las emociones podían repartirse en un
conjunto, los lazos de dependencia a un miembro del grupo no eran tan exclusivos; el
rechazo por parte de un familiar podía resolverse con la aceptación de otro y podía
manifestarse el rencor hacia un miembro de la familia sin quedar en el desamparo. Si se
reunían más jugadores, el «juego emocional» estaba más repartido. Las relaciones de
dependencia no tenian las dimensiones que luego adquirieron en la familia de las
sociedades industriales.
En la familia de la sociedad industrial, los jóvenes tienen una dependencia emocional
muy intensa con sus progenitores. El hecho de que la familia urbana vive encerrada en un
hábitat por lo general reducido, impide el aislamiento y la privacidad de sus miembros. El
espacio íntimo así creado genera un intercambio emocional concentrado en pocas personas
y, además, facilita la vigilancia paterna sobre los hijos.
En los últimos decenios, el control de la natalidad redujo aún más el número de
miembros de la familia nuclear; en algunos países la tasa de natalidad es negativa; las
relaciones entre los participantes se hacen más estrechas y exclusivas.
Esta mayor dependencia emocional será transferida a la relación conyugal. Como
dice Aulagnier (1972), los primeros destinatarios de las demandas libidinales y narcisistas
siempre están fuertemente catectizados, hecho bastante sobresaliente en las primeras
elecciones de objeto realizadas por el yo. Dado que la dependencia absoluta del bebé es
universal, la transferencia de esta relación al compañero sexual en la vida adulta es
generalmente intensa y excluyente y es en ella donde se buscará la gratificación de las
necesidades propias.
Lo distinto es que, mientras la relación del bebé con los padres es asimétrica, puesto
que ellos pueden satisfacer su demanda o dejarlo insatisfecho, la relación con la pareja
conyugal es simétrica, pues cada uno de sus partícipes tiene el monopolio de la
gratificación del otro9.
Si una pareja de novios o amantes deciden constituir una nueva unidad familiar, su
camino, ya de por sí trabajoso, en la búsqueda de la armonía conyugal, se verá
obstaculizado por aquello que denomino «conflicto de lealtades». «Elegir una pareja
(Matus, 1996) es proyectar el deseo hacia un objeto extrafamiliar, lo cual implica que toda
separación lleva implícita una culpa por el abandono de los progenitores. La inhibición de
la sexualidad que observamos en el funcionamiento neurótico, promueve la erotización de
los vínculos paterno-filiales y garantiza entonces su persistencia y continuidad.»
Cada uno de sus integrantes se encuentra involucrado en una situación de conflicto
entre su lealtad a la familia de origen, que se encargó de cuidarlo, alimentarlo, educarlo,
mantenerlo, de su desarrollo personal y le dio un nombre, y la nueva familia que
constituye con su pareja.
Esta doble lealtad los divide y conflictúa, constituyendo generalmente la más
temprana fuente de desaveniencias. Estos desacuerdos pueden extenderse a toda la vida de
la pareja. Fuente constante de producción de celos, actúa como elemento negativo para la
integración de sus miembros y la consecuente formación de una nueva identidad.
Para Pahb y Woscoboinik (1993) «la salida exogámica que supone la formación de la
pareja matrimonial entra en contradicción con la vinculación endogámica que resuena en
el mundo psíquico de cada uno de sus miembros»10.
El sujeto psíquico debe afrontar múltiples situaciones de duelo: la separación de su
masa fálica del interior de la madre, el destete, el reconocimiento de no ser el compañero
adecuado para la madre, el duelo por el cuerpo infantil que, como dice Aberastury (1971),
es doble: la de su cuerpo de niño cuando los caracteres sexuales secundarios lo ponen ante
la evidencia de su nuevo status y la aparición de la menstruación en la niña y del semen en
el varón, que les imponen el testimonio de la definición sexual y del rol que tendrán que
asumir, no sólo en la unión con la pareja, sino en la procreación. Y esto exige el abandono
de la fantasía del doble sexo. En la misma línea, Grinberg y Grinberg (1980) afirman que
el establecimiento de la identidad sexual implica una renuncia al sexo que no se tiene11.
En rigor de verdad, cada paso hacia la aceptación de la propia identidad y de lo que cada
uno es, obliga a la elaboración del duelo por lo que uno no es. Otros duelos que deberá
asumir se refieren a los padres de la infancia, a los amigos perdidos y a los familiares
fallecidos. Así también deberá realizar el duelo de su familia de origen para acceder a la
familia de procreación.
La separación y el duelo por la familia de origen es un proceso trabajoso y doloroso
por dos razones. En primer lugar, la familia de origen tiene la exclusividad durante largo
tiempo de la vida afectiva del sujeto psíquico, los padres constituyen el primer amor, amor
que necesita ser desplazado de la relación incestuosa infantil para acceder al amor adulto
de la pareja exogámica. En segundo lugar, encontraremos una resistencia a renunciar a la
identidad familiar narcisizada (que forma parte del yo ideal) para incluirse en una nueva
unidad, la familia de procreación12.
Moguillansky y Seiguer (1991-96) dicen que: «en términos de corte, la organización
simbólica que instituye la alianza guarda con el parentesco la misma relación que -según
decimos los psicoanalistas- la función del padre guarda con el complejo de Edipo. Este
nivel de transformación da cuenta también de las continuidades, de la invariancia que hace
cadena en la serie generacional; esta nueva familia estará relacionada con el pasado pero
admitiendo categorías de sentido recientes. La alianza opera de esta forma como una
nueva matriz creativa».
Cada integrante de la nueva familia trae a la misma sus valores, normas, costumbres,
gustos y preferencias, que son el fruto de su identificación con la familia de origen. Este
encuentro tendrá como resultado una nueva identidad, producto de la integración de
ambos, o, por el contrario, será fuente de conflictos. El éxito o fracaso de este proceso
dependerá: de la adherencia de los miembros de la pareja a su familia de origen, de los
celos que la familia del cónyuge pueda movilizar en el otro y de las situaciones de
hostilidad con la familia del otro surgidas con anterioridad o posterioridad a la
constitución de la pareja.
En el proceso de formación de una familia de procreación es muy importante la
tolerancia-intolerancia de los miembros de la pareja a aceptar los lazos endogámicos de su
cónyuge. El paso a la exogamia puede ser prolongado y en muchos casos no resolverse por
completo a lo largo de la vida. Si los lazos endogámicos son difíciles de desatar, pueden
constituir una fuente inagotable de celos.
Pasemos a estudiar las situaciones conflictivas que pueden producirse entre la familia
de procreación y las familias de origen, derivadas del apego-desapego y de la tolerancia-
intolerancia de sus partícipes. Las combinaciones posibles son las siguientes:
l. Poca adherencia de sus componentes hacia la familia de origen.
2.Adherencia de uno de sus componentes con:
a) tolerancia del otro,
b) intolerancia del otro.
3.Adherencia de ambos componentes respecto de sus familias de origen con:
a) tolerancia mutua,
b) intolerancia mutua,
c) intolerancia de uno de los miembros.
Los conflictos de la familia de procreación con las familias de origen se producirán en
las circunstancias de 2b, 3b y 3c. O sea:
2b. Que Juan, independiente respecto de su familia, no soporte que María, su mujer,
esté muy pegoteada a la de ella.
Ej.: «Estoy cansado de que mi mujer no esté nunca en casa. Por un motivo o por otro
está todo el día con la mamá. Mis hijos no son hijos nuestros sino de la mamá de María.
Yo a mis padres los veo o les hablo cada quince días más o menos... pero ella no puede
pasar un día sin estar con su mamá».
3b. Que Juan y María estén muy pegoteados a sus familias de origen y ninguno de
ellos soporte este apego familiar del otro.
Ej.: En una sesión de pareja, la esposa, indignada, acusaba a su marido de desatender
a ella y a sus hijos por culpa de los padres de él, que con la excusa de cualquier dolencia
reclamaban la atención del hijo, y de que, además, la ayuda económica que éste
dispensaba a sus padres iba en detrimento de sus hijos. Él discutía apasionadamente con
ella, a quien acusaba de estar influenciada por su madre que nunca había querido a los
padres de él, que tanto los ayudaron, que era una ingrata, que además estaba cansado de ir
todos los domingos a comer a lo de sus suegros, que eso no les permitía la libertad de
programar, y él y los chicos se aburrían porque «la señora» tenía que estar con sus
«papitos».
3c. Que Juan y María estén muy pegoteados a sus familias de origen, pero mientras
Juan puede tolerar la dependencia de María, ésta no soporta la de Juan.
Ej: «No puede ser que cada vez que le pasa algo a los padres tenga que salir corriendo
cuando tiene dos hermanos que se desentienden. Los padres lo llaman sólo a él, porque
saben que los otros no se ocupan de ellos. ¡Que no vaya, a ver qué pasa!» Juan le contesta:
«Pero, María, cuando tus padres nos necesitan también corremos, no hagas un problema de
esto, son mis padres y tengo que cuidar de ellos, así como hacemos con los tuyos.»
Como podemos observar, los conflictos con la familia de origen del otro son
motivados en gran número de casos por los celos. Todas las parejas deben enfrentarse con
estos sentimientos; la madurez lograda por las personas implicadas marcará el desarrollo
de la relación; la posibilidad de contenerlos y tolerarlos es beneficiosa para la salud de la
pareja.
«Lo que pasa es que no me querés»; «si me quisieras no me dirías eso» o «no me
tratarías así», etc. Esta es la queja más frecuente entre novios, amantes o jóvenes esposos.
Las peleas, discusiones y reconciliaciones nos enseñan que tras estos reclamos se
encuentra la demanda de amor y la sospecha de haberlo perdido.
¿Por qué los celos, principalmente en los primeros tiempos de la pareja, son
suscitados por la familia de origen? Porque, como indicamos, es ella la que tuvo el
monopolio del amor del compañero, amor que en parte se ha transferido y que
paulatinamente se irá transfiriendo a la pareja, aunque nunca en su totalidad. Señalamos,
además, que en la familia nuclear reducida los vínculos entre padres e hijos adquieren una
inusitada intensidad y la dependencia emocional de éstos últimos es incrementada por la
dificultad para establecer intercambios afectivos, propia de las grandes ciudades.
Ahora bien, el hombre o la mujer que teme perder al compañero que ama, no sólo
reacciona ante la pérdida de amor y del vínculo con el amado, sino también ante la pérdida
de lo que éste representa como prueba de su valía y por tanto de su seguridad. Su
autovaloración, ya esté basada en su inteligencia, en su aspecto, en su potencia sexual, en
su riqueza, su iniciativa, su capacidad de dar o recibir afecto, se verá seriamente afectada
si su pareja, su compañero sexual, no la confirma.
Por lo anterior, tendremos que considerar la herida narcisista que implica la sospecha
o el retiro del amor del otro. Si bien los celos son bastante simples y primarios, y a la vez
tan inevitables, movilizando odio y agresión ante un abandono o amenaza de abandono,
tienen un atributo peculiar: el sentimiento de «humillación» que invariablemente los
acompaña, debido a la pérdida de confianza y seguridad.
La persona abandonada puede llegar a sentirse incapaz de ser amada, con el
consiguiente temor a la soledad. Podemos afirmar, entonces, que los celos de un
componente de la pareja hacia la familia de origen de su cónyuge contienen, en primer
lugar, el temor a la pérdida del amor, a ser privado de lo que el sujeto cree que es suyo. En
segundo lugar, la aparición del rival capaz de despojarlo significa una afrenta narcisista
ante otro que pasa a ser el modelo apetecido.
Imaginemos una pareja que vive lejos de sus familias de origen y que, cuando Juan
llega a casa, le dice a María (que no tiene lista la cena, ni siquiera la mesa puesta) que la
mamá de él es más organizada, puesto que cuando su papá regresa del trabajo ella tiene la
mesa tendida y la comida lista para servir. O comenta que la madre es una persona muy
cuidadosa de la limpieza y siempre lava la vajilla antes de irse a dormir, y nunca la deja
(como hace María) para el día siguiente.
Comprobamos aquí la presencia «virtual» de la familia de Juan perturbando la
relación de éste con su esposa. Lo más probable es que estos comentarios provoquen los
celos de María, despertando odio hacia su rival (la mamá de Juan, modelo desde el cual es
criticada) y una herida a su narcisismo (al no poder alcanzar el ideal familiar de Juan).
Supongamos ahora que Juan y María han logrado autonomía e independencia respecto
de sus familias de origen. Ello no será un obstáculo para el despliegue del «narcisismo de
las pequeñas diferencias».
Imaginemos que luego de cenar Juan quiere mirar televisión con María y ella quiere
quitar la mesa, lavar la vajilla y ordenar la cocina. O que Juan, luego de la cena, quiere
acostarse, hacer el amor con María y dormir, pero María no se acuesta hasta dejar todo
limpio y en orden y cuando termina Juan está dormido.
Además, los fines de semana María ha programado una serie de actividades fuera de
casa, tales como ir de compras, al cine, cenar en un restaurante con una pareja amiga,
asistir a un club, jugar tenis y luego a las cartas, estar con amigos, etc.
Juan desea quedarse en casa como lo ha hecho habitualmente los fines de semana,
pues le gusta dormir, mirar televisión, leer tranquilo los periódicos, escuchar fútbol por la
radio y estar a solas con María.
Él justifica su inclinación diciendo que toda la semana está fuera de casa y el fin de
semana quiere estar tranquilo, sin ningún tipo de obligación. María defiende su programa
alegando que ella ha pasado la semana encerrada en casa trabajando y el fin de semana
quiere que sea distinto, estar al aire libre, salir, estar con gente. Además, la costumbre de
ella fue aprovechar los fines de semana para pasear, hacer deportes y estar con los amigos.
Juan le responde que él no ve la hora de que llegue el fin de semana para estar en casa
tranquilo y que esto no es de ahora, que si fuera por él se pondría el pijama el viernes a la
noche y se lo quitaría el lunes por la mañana.
Los miembros de la pareja necesitarán de tiempo y esfuerzo para resignar costumbres,
características, normas y hábitos propios para crear un espacio común. No puede negarse
que el encuentro con una persona del otro sexo en la intimidad es problemático. Tanto para
el hombre como para la mujer, la aceptación del otro diferente implica reconocer la
castración, la incompletud, la necesidad del otro para el proceso procreador y en
consecuencia admitir el paso de las generaciones y la muerte. Si ello ocurre, se establecerá
entre ellos un ámbito donde puedan compartir sus posibilidades creativas.

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