Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

El Paradigma de La Homogeneidad - Quijada

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 6

El paradigma de la homogeneidad – Mónica Quijada

El texto analizara el proceso histórico por el cual se realizó la homogeneización del


cuerpo social (polity), a través de instrumentos como la construcción de “la nación “o
“el pueblo”. Así mismo, se identificarán problemas (raciales, sobre todo) y como a
través de determinados elementos, se pudieron limar las diferencias con el fin último
de crear la identidad nacional y su uniformidad cultural.
La irrupción de una nueva forma de ciudadanía
En la antigüedad, “ciudadanía” y “ciudadano”, abarcaba una minoría de la población
que era políticamente activa y culturalmente cerrada-unida. Las visiones del
Iluminismo, entendían a estos conceptos, ligados a “la polis”, con su pequeña
superficie, su población reducida y ordenada, religión única, cultura política única y
aceptada por el buen ciudadano. La polis funcionaba como una suerte de
homogeneidad natural.
A lo largo de los S. XVI, XVII y parte del XVIII, el desarrollo de la política de Estado
sobre poblaciones extensas y heterogéneas, supuso la búsqueda de la homogeneidad
en aspectos como la religión, la eliminación de las soberanías rivales dentro del
territorio, el establecimiento de burocracias y ejércitos o la abolición de jurisdicciones
en competencia con la monarquía. La ciudadanía no fue preocupación en esta época.
avanzado el S XVIII, en el pasaje del Antiguo Régimen al republicanismo los
conceptos “ciudadano” y “ciudadanía” crecieron en centralidad e importancia. En
estos, los ilustrados encontraron palabras de origen clásico, que podían adaptarse
tanto a la tradición absolutista como a la republicana. En ese sentido, cuando la Rev.
Francesa estallo, la ciudadanía se volvió importante, y “ciudadano” se convirtió en una
proclamación de lealtad a una nueva forma de organización política. El contexto
imponía el transito del “ciudadano” virtuoso clásico al ciudadano libre, racional y
responsable de la época. Se trataba del traslado de la legitimidad política del monarca
al pueblo soberano, que se convirtió en sinónimo de “la nación”.
El advenimiento de esta 2da forma de ciudadanía hizo necesario corporizar una
abstracción –“el pueblo”- para asentar legitimidad política en un sistema referencial
colectivo. Ello suponía redefinir términos de inclusión en la nueva comunidad, creando
instituciones que permitieran la participación individual, y que atrajeran la atención de
hombres apartados por grandes distancias, hacia cuestiones de interés común
vinculadas al bienestar general. Para ello, debía existir un modelo ideológico de unidad
que actuase mediante la subordinación de la diversidad de tal forma que fuera
irreducible la diferencia simbólica entre “nacionales” y “extranjeros”. Este modelo fue el
nacionalismo, y tenía como objeto traducir un sentimiento cívico emocional desde el
nivel de la polis al del estado territorial, el cual creaba una personalidad colectiva
interna y duradera, presente en cada individuo y preservada por una frontera externa
que actuaba como protección de la misma.
En las construcciones nacionales occidentales, este modelo asumió la existencia del
“pueblo”, el cual debía reproducirse a sí mismo como una comunidad nacional. Era
necesario crear el efecto de unidad, en el cual “la nación de ciudadanos” sea para
todos la base y el origen del poder político. A su vez, mientras los cuerpos sociales
eran nacionalizados, las poblaciones que las integraban se “etnicizaban”, es decir,
eran representadas en el pasado y en el futuro como si formasen una comunidad
natural, en posesión de una identidad, cultura e intereses de origen que trascendía a
los individuos y las condiciones socioeconómicas. Se precisó la intervención política
creativa para transformar una población segmentada en una nación homogénea y
coherente.
Con la segunda forma de ciudadanía irrumpe un orden político artificial y que consagra
un sistema organizado en torno al individuo, produciéndose el paso de una sociedad
basada en un conjunto de cuerpos heterogéneos a otra integrada por individuos
idealmente iguales por naturaleza y ante la ley. En ese aspecto fue clave la expansión
del sistema representativo.
Sera en el S XIX la total aceptación de lealtad a la nación representada en el Estado.
Para desarrollar esa lealtad se requiere la etnización de la polity, que consagra una
construcción artificial conducente a la homogeneización de la sumatoria de individuos
para convertirla en una unidad cohesionada: EL PUEBLO SOBERANO. Este proceso
de homogeneización solo opero en vinculación con un único modelo ideal: el del
progreso, cuya llave estaba en manos de la cultura occidental y de la raza blanca
indoeuropea, siendo el Estado un agente fundamental para la etnización de la polity.
La etnización de la polity
La expansión del sistema representativo fue primordial para la configuración de una
imagen de pueblo soberano en la que los individuos, en su condición de electores,
estuvieran unidos por una comunidad de ideas e intereses. Solo con una población
uniformada en el marco de la civilización y del progreso era posible que fuese el
pueblo el responsable último de conceder la autoridad representativa.
Para que el pueblo alcanzara ese estado de conciencia social era necesario ilustrarle
en el ejercicio de la razón, y esto podía hacerse a través de la educación. En ese
sentido, la irrupción de la 2da forma de ciudadanía llevaría al paradigma de la
alfabetización universal. La educación de las masas resulto un medio
imprescindible para hacer ciudadanos responsables y conscientes. Esta condición era
fundamental para que los individuos cohesionaran en totalidad y formaran una
identidad cultural común. La creación de una cultura homogénea, fue obra de la
universalización del sistema educativo, que hizo extensible la cultura de un grupo y de
una clase social a toda la comunidad.
Para lograr la expansión educativa y poder llevar a cabo la etnización fue pilar básico
la homogeneización lingüística. A partir de las revoluciones del XVIII esto se
convirtió en una cuestión de Estado, y se lo asocio a la unidad política. El Abate
Grégoire en 1794 llamo a la unificación lingüística, con el fin de que todos los
ciudadanos pudieses comunicar sus pensamientos entre sí, para que cualquier
miembro del pueblo soberano pudiese ocupar puestos públicos, para que ese pueblo
conociese las leyes (tanto para sancionarlas como obedecerlas), para favorecer la
“amalgama política” y la unidad nacional por encima de las particularidades regionales.
¿Entre tantas lenguas, a cuál ajustarse? Se ajustaron a una jerarquía que era una
proyección del ordenamiento social. Según los ilustrados del XIX, las lenguas
indígenas no podían expresar el pensamiento abstracto, no pudiendo conducir al
progreso. Por ello la escolarización tendió a hacerse en una única lengua, la del
Estado, y esta fue un medio de primer orden, para expandir una cultura única, la de la
elite.
Otro elemento de la homogeneización de la sociedad fue la construcción de la
memoria histórica como elemento básico de identificación grupal, que debía ser el
fundamento y medida del común destinos. Unificaba lealtades de elementos
heterogéneos y daba la medida del porvenir. Cuando un grupo construye un nuevo
orden social, se produce una ruptura de raíces, y es necesario encontrar sustitutos de
la identidad perdida. Para ello la consciencia de un pasado compartido es un elemento
fundamental de vinculación entre individuos, siendo las imágenes del pasado un medio
de legitimación del orden social y de la jerarquía de poder propuesto.
En este aspecto influyen las acciones de los historiadores, y juega un papel
fundamental la definición de una serie rituales colectivos, ceremonias
conmemorativas, culto a los héroes o mitos, elementos básicos para el
sostenimiento y transferencia de las imágenes del pasado.
Otro elemento homogeneizador del imaginario colectivo fue la expansión de las
practicas asociativas (asoc. Culturales, logias secretas masónicas). En estas,
pudieron ensayarse las normas de igualdad política de una sociedad futura. Fueron
muy desarrolladas a lo largo del XIX, provocando una transformación en la sociabilidad
y las practicas comunicativas tanto de la elite como de las clases populares. Además,
proporcionaban a los individuos un lugar para el debate crítico sobre temas de interés
común. Razonar colectivamente y utilizar normas comunes para resolver disputas, son
el origen de la opinión pública y de la “esfera pública”. Estas prácticas generaban
nuevos valores y códigos de conducta que definían la pertenencia a la colectividad,
además de abarcar el aprendizaje de la soberanía. Fueron un tanto un medio de
expresión, como de expansión de una sociedad homogénea.
Las practicas asociativas se vincularon con el más importante ritual de ejercicio de la
soberanía, la consolidación de un sistema representativo basado en la elección
periódica de los representantes. Las elecciones otorgaban legitimidad al sistema
político, estableciendo la noción de que el conjunto de la ciudadanía estaría
representado por los candidatos electos, siendo necesario que un número amplio de
personas votase. Se consolidaba así un cuerpo colectivo, “el pueblo” que ejercía las
funciones que el conjunto de los ciudadanos había asumido en las repúblicas antiguas:
la elaboración de las leyes por la colectividad y el control del gobierno. Las practicas
electorales significaron la acción colectiva más determinante de la unificación de los
universos simbólicos.
Así es como de dio la construcción de la homogeneidad. Una suma de
reivindicaciones colectivas y de imposiciones coercitivas en términos sobre todo
ideológicos. La nación de ciudadanos fue un modelo social inclusivo, basado en la
incorporación del mayor número posible en ese colectivo entendido como el pueblo
soberano, el cual debía ser portador de una misma cultura, y participar de un único
universo simbólico. Pero también se definió un margen de exclusión, no todas las soc.
ni grupos entraban en esas categorías orientadas al progreso, quedando al otro lado
de la frontera, sin posibilidad de formar parte de la nación de ciudadanos.
La construcción de la homogeneidad en América Latina
Los procesos de homogeneización de las poblaciones americanas agregaron la
dificultad de tratarse de ámbitos de una extraordinaria multietnicidad, expresada en
una gran variedad fenotípica y en la diversidad de universos simbólicos.
En el mundo hispánico, el paso de una soc. heterogénea a otra de individuos iguales
por naturaleza y ante la ley, fue el momento institucional conocido como las Cortes de
Cadiz. En estas, la desaparición del sistema de estatutos diferenciales propias de la
soc. estamental y la uniformización de las condiciones jurídicas de las poblaciones,
significaron una profunda revolución social que intento implantar una soc. regida por la
igualdad. Los reformadores gaditanos (gentilicio de politico de cadiz) intentaron
construir de ese momento un régimen de lógica representativa, basada en la
soberanía del pueblo ejercida por sus representantes.
En hispano-américa, la “nación” fue el resultado de la conclusión de un pacto entre
pueblos, Siendo la identificación territorial la única capaz de imponerse con la fuerza
de un elemento externo y previo a la demografía. Fue un elemento fundamental para
enraizar la idea de la homogeneización de unas poblaciones heterogéneas.
Por otro lado, las normas gaditanas socavaron el estatuto diferencial de la pob.
Indígena, mestiza y mulata, mediante un nuevo status jurídico y social que se
expresó en la condición de vecino, la cual se extendió a los indígenas, por lo que
entraron en la lógica de igualdad liberal y de las practicas representativas.
Para continuar la expansión de la “nación de ciudadanos” fue clave la extensión del
sistema representativo (SR)¸ que buscaba crear una nueva comunidad política
igualitaria y soberana, regida por principios nuevos. En América latina desde el primer
momento el cuerpo electoral fue muy amplio, ya que la Carta de Cádiz, con la llegada
del constitucionalismo liberal, implico la incorporación de un imaginario que permitía a
los indígenas asumir la condición ciudadana como forma legítima de defender sus
derechos. A su vez, a medida que la esclavitud era abolida, la población de origen
africano, se fue integrando en las capas bajas de la soc. y su participación en el
sistema representativo dependió de las practicas electorales locales.
La expansión del SR, vinculado al concepto de nación soberana implico para las elites
asumir que el pueblo tenía la responsabilidad de elegir a sus representantes, por ende,
debía estar integrado por masas ilustradas y alfabetizadas. Uno de los objetivos de las
luchas independentistas fue expandir la educación elemental. Así, la mayor cantidad
de niños y niñas debía asistir a las escuelas públicas, sin importar su situación
económica familiar. El objetivo era formar ciudadanos ilustrados y felices, configurados
con una base común de costumbres, orientadas al bien común. Por ello, debía ser
publica, abierta, gratuita y uniforme. La voluntad educativa incluyo a las
comunidades indígenas, que debían ser “civilizados” y de esa manera integrados en el
gran cauce del progreso universal. (proceso ya iniciado en el S XVIII).
Esta voluntad de expansión educativa hizo necesario la unificación de la lengua: el
castellano. Educación fue sinónimo de castellanización, propuesta que no era nueva,
pero que en el periodo ilustrado recibió un nuevo impulso cuando el Estado se planteó
como objetivo imponer la lengua del Imperio como medio único de comunicación de
los indígenas. Luego de la independencia, todo el espectro político vio en la lengua un
instrumento de unificación política y social.
Junto a este proceso, desde temprano también se insistió en la definición de lugares
comunes de la memoria. Los patriotas se abocaron a la fijación de símbolos y
fiestas celebratorias. Símbolos como el gorro frigio o el sol que reflejaban la voluntad
libertadora. A su vez, las fiestas en honor de las victorias patriotas articulaban
nuevas formas de identificación colectiva. Su fijación en un “calendario cívico”
promovía la regularidad del rito celebratorio. Todo este ámbito simbólico, unificaba las
lealtades de las elites y del pueblo llano, en torno al culto común de la patria. A
Estas formas de identificación cívica, se les sumo a lo largo del S. XIX, el culto a los
próceres¸ en quienes se encarnaban las glorias del colectivo.
Este proceso de fijación de próceres, tuvo conflictos en cuanto a cómo definir los
mitos, que valores e ideas transmitir. Rol importante en la resolución del problema fue
la fuerza simbólica del territorio, la cual favorecería a lo largo del XIX el surgimiento de
elaboraciones que, al elevar a la nación a protagonista única del proceso histórico,
permitían subordinar la diversidad de sujetos a una sola línea continua (menos
conflicto).
En este contexto se produjo el desarrollo progresivo de prácticas asociativas, cuya
diversificación ayudo a densificar y complejizar los vínculos sociales. Estas
desempeñaron un papel de primer orden en la unificación de los imaginarios (tanto de
la elite como de las clases populares) y en la penetración del colectivo por unas
costumbres inscriptas en un único universo simbólico.
Sus raíces están en el periodo ilustrado, con las Sociedades Patrióticas o las logias
masónicas, y a partir de la independencia se vincularon a la idea de que eran la
garantía de una sociedad libre y republicana, y como cultivo de los valores de la
igualdad y la fraternidad. Por otro lado, las asociaciones contribuían a la construcción
de la representación de la colectividad y a sentar las bases de una nueva legitimidad
política.
Hacia mediados del XIX, Hispanoamérica experimento un gran desarrollo de la
actividad asociativa (de ayuda mutua, de clubes, logias, org. Educativas, gremios),
que, si bien reforzaban los vínculos étnicos, por otro contribuían a la homogeneización
de los comportamientos y de los imaginarios, ya que la difusión de estas tenía un
único origen y una única construcción simbólica: la cultura de la elite propuesta y
progresivamente asumida como cultura de la sociedad en su conjunto.
En toda Hispanoamérica, las nuevas naciones de ciudadanos, fue como en todo
occidente, un modelo de inclusión que genero sus propios márgenes, sus exclusiones.
La frontera estuvo definida por formas culturales propias a las expandidas por
Occidente, inscriptas en el camino del progreso y en la jerarquización de grupos
humanos que establecía la superioridad de la raza blanca, cuyo ideal era la inclusión
física de elementos portadores de diferencias fenotípicas y culturales, a costa de una
total exclusión de sus costumbres, creencias, lenguas. En caso de no lograrlo, se
procedía a la exclusión física, mediante la segregación o el genocidio
Esto trasladado a América latina fue una dificultad agregada debido a la gran
heterogeneidad cultural y fenotípica (racial) heredada de la soc. colonial.
Los ritmos de la homogeneización.
La consolidación de la noción de pueblo soberano, vinculo muchas de sus
percepciones a una noción de la ciudadanía y el ciudadano. El ciudadano de las
Cortes de Cádiz, era el padre de familia virtuoso que encauzaba su vida bajo valores y
principios morales. La incapacidad moral y conducta viciada podían conducir a la
perdida de ciudadanía.
Esta concepción inicial de ciudadanía, es una visión amplia y abstracta. No hay en ella
valores étnicos (ignora la heterogeneidad) y es normativa, se planea lo que debe ser.
La nueva libertad generaría ciudadanos virtuosos en tanto libres e iguales en
derechos, promotores del progreso de la comunidad. Lo serian todos (criollos,
indígenas y castas), que de esa manera se integrarían en un nivel superior para pasar
a convertirse en una totalidad: la nación de ciudadanos. Está nación estaba
configurada por distintos niveles socio económicos, pero culturalmente integrada.
Con el tiempo fue desapareciendo la imagen del ciudadano virtuoso e ilustrado como
base de la construcción nacional, infiltrándose la dualidad “civilización o barbarie”. La
civilización era la urbana, fueran personas, ideas o sistemas sociales. Barbarie era el
resto. Todo lo que no era civilizado era bárbaro o salvaje. El ciudadano era capaz de
civilización. Se culpó a las diferencias culturales y raciales por la lentitud del proceso
homogeneizador del pueblo soberano.
La proyección de poder central sobre áreas periféricas dio paso a la vinculación del
concepto de “civilización” con el “exterminio”. A su vez el alfabetismo se convirtió en
requisito para ejercer el derecho a voto, lo que marginaba amplias capas de población.
La imagen del indio se hizo sinónimo de atraso, ignorancia. Fuera por criminal o por
víctima, se consideró que el indígena no estaba preparado para entender el sistema
representativo y para ejercer sus derechos y deberes como ciudadano. Así, a partir de
la 2da ½ del XIX se los comenzó a segregar de esos derechos.
Factor que influyó en esto fue la noción de escala jerárquica “biológica” de las razas
aportadas por el pensamiento científico de la época. Sirvió para justificar practicas
brutales de dominación sobre estos grupos.
En Hispanoamérica, se defendía la capacidad de la población “no blanca” para la
civilización y denunciaban las condiciones de vida y carencia de educación como la
causa de diferencia entre los grupos humanos.
Por medio de este reclamo, se estableció una diferencia entre la construcción del
Estado y la Nación. Lo que definía a los Estado era la consolidación de la unidad
política sobre un territorio delimitado. Se afirmó que la Nación era la patria, es decir,
una unidad ideal entre todos los grupos. La nación con mayores probabilidades de
alcanzar ese objetivo común, es la que tenía “un ideal colectivo más intenso”.
Fin: Con la consolidación del multiculturalismo (elemento disrruptor del estado-
nacional) como valor asumido por la sociedad actual se ha producido una tendencia
opuesta, manifiesta en la firme irrupción de la conciencia de heterogeneidad, que sin
embargo no ha logrado borrar la tendencia homogeneizadora

También podría gustarte