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Comentario Aporías

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CAMPOS, Alberto. Matemática para filosofía. Bogotá: Universidad Nacional, 1978 p.

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Zenón de Elea, discípulo de Parménides va a defender muy eficazmente a su


maestro. En esta tarea se vale del método de reducción al absurdo, que él maneja a la
perfección y que desde entonces figura como uno de los métodos de demostración.

La inconsecuencia lingüística cometida por Zenón consiste en tomar la palabra "medida"


en su sentido teórico y matemático, mientras que conserva a la palabra "infinito" su
sentido corriente de sucesión ilimitada de los números naturales 1,2,3,...,n,...
Partiendo de allí, Zenón pretende que no se puede, en un tiempo dado, tomar la
mitad de una distancia, luego la mitad de esta mitad y así indefinidamente. Pero, para
que esta "dicotomía" sea posible en el sentido que le atribuye Zenón, es necesario poder
medir cada intervalo a fin de estar seguro de que sí representa la mitad del precedente,
De esta manera, se llegará a estar por debajo de la medida límite prácticamente
realizable, pero, idealmente, se podría todavía medir este intervalo y todos los
siguientes. Caemos en el concepto matemático que resulta indispensable para la
demostración del Eléata (si nos quedáramos en el límite de medida prácticamente
realizable se le daría entonces razón a los pitagóricos). Pero en tal caso este concepto
matemático de división y de medida ideal conlleva, como contraparte obligatoria,
el de sumatoria matemática y de límite, concepto que Zenón rehúsa admitir, Admite,
en efecto; una infinidad de infinitamente pequeños (en progresión geométrica), sin
admitir que la suma de esta infinidad pueda producir una cantidad finita. La
contradicción inherente al lenguaje que emplea es la sola dificultad que encuentra el
Eléata, pero, si se admiten las premisas de Zenón (es decir, la noción matemática de
medida y la noción intuitiva de infinito), su razonamiento permanece irrefutable. Y
advierte Zafiropulo que en estas condiciones se e quivoca quien califica los
argumentos de Zenón de "falacia matemática".

Zenón de Elea y la matemática según Bertrand Russell p. 84-86

[…] El único error de Zenón estribaba en inferir (si realmente infería) que, no habiendo
nada que fuera un estado de cambio, el mundo, por consiguiente, está siempre en un
mismo estado en cualquier momento. Es esta una consecuencia que en modo alguno
resulta necesariamente [...].

El cálculo requería continuidad y se suponía que esta requería lo infinitamente pequeño.


Pero nadie pudo descubrir qué era lo infinitamente pequeño. Evidentemente, no podía
ser totalmente cero, pero se consideraba que un número suficientemente grande de
infinitesimales sumados entre sí constituían un todo finito. Pero nadie pudo señalar
alguna fracción que no fuera cero, y sin embargo finita.
[…]
La eliminación de lo infinitesimal tiene toda clase de singulares consecuencias a las
cuales nos hemos ido acostumbrando poco a poco. Por ejemplo, no existe algo que sea
el momento próximo. El intervalo entre un momento y el siguiente debería ser
infinitesimal, puesto que, si tomamos dos momentos con un intervalo finito entre
ellos, hay siempre otros momentos en el intervalo. Así, si no hay infinitesimales,
no hay dos momentos consecutivos, pues entre ambos hay siempre otros
momentos. De ahí que tenga que haber un número infinito de momentos entre otros
dos cualesquiera; pues si hubiera un número finito, uno sería el más próximo al
primero de los dos momentos, y por ende, el inmediato a él […]

A resultados análogamente curiosos llegamos en lo que atañe al movimiento y al


cambio. Se creía que cuando una cosa cambia, debe hallarse en un estado de cambio, y
que cuando una cosa se mueve, debe hallarse en estado de movimiento. Sabemos hoy
que esto es un error. Cuando un cuerpo se mueve, lo único que cabe decir es que está en
un lugar en un momento y en otro lugar en otro momento. No es lícito afirmar que al
próximo instante estaría en un lugar vecino, porque no hay tal próximo instante. Los
filósofos nos dicen a menudo que cuando un cuerpo está en movimiento, cambia su
posición al instante. Contra esta opinión hace ya mucho tiempo que Zenón formuló la
fatal objeción de que todo cuerpo está siempre donde está : pero una objeción tan
sencilla no es de aquellas a las cuales suelen conceder importancia los filósofos, y
estos siguieron repitiendo hasta nuestros días las mismas frases que provocaron el
ardor destructivo del Eléata. Podemos ahora permitimos por fin la cómoda creencia de
que un cuerpo en movimiento es exactamente tan verdadero como un cuerpo en
reposo. El movimiento consiste sencillamente en el hecho de que hay cuerpos que
a veces están en un lugar y a veces en otro, y en lugares intermedios en tiempos
intermedios. Sólo quienes hayan vadeado el cenagal de la especulación filosófica
sobre esta cuestión, pueden percatarse de qué liberación de antiguos prejuicios
entraña este simple y llano lugar común.

BERGSON, Henri. Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. En: Obras
Escogidas. México: Aguilar, 1959. Fragmentos p. 121- 127

Se dice con mucha frecuencia que un movimiento ha tenido lugar en el espacio y


cuando se declara el movimiento como homogéneo y divisible piénsase en el espacio
recorrido, como si pudiese confundírsele con el movimiento mismo. Ahora bien,
reflexionando todavía más, se verá que las posiciones sucesivas del móvil ocupan
en efecto espacio, pero la operación por la que pasa de una posición a otra,
operación que implica duración y que no tiene realidad más que para un espectador
consciente, escapa al espacio. No nos encontramos aquí con una cosa sino con un
progr es o: el movimiento, en tanto que paso de un punto a otro, es una síntesis
mental, un proceso psíquico y, en consecuencia, inextenso. No hay en el espacio
más que partes de espacio, y en cualquier punto del espacio que se considere el
móvil no se obtendrá más que una posición. Si la conciencia percibe otra cosa que
no sean posiciones, es que ella recuerda las posiciones sucesivas y hace su síntesis.
¿Pero cómo opera una síntesis de este género? Esto no puede ocurrir más que por un
nuevo despliegue de estas mismas posiciones en un medio homogéneo, porque una
nueva síntesis se haría necesaria para reunir las posiciones entre sí, y así, de
manera consecutiva, indefinidamente. Es forzoso admitir pues que hay aquí una síntesis,
por decirlo así, cualitativa, una organización gradual de nuestras sensaciones,
sucesivas las unas a las otras, una unidad análoga a la de una frase melódica. Tal es
precisamente la idea que nos hacemos del movimiento cuando pensamos sólo en
él, cuando extraemos de este movimiento, de alguna manera, la movilidad.
Bastará, para convencerse de ello, pensar en lo que se experimenta al percibir de
repente una estrella fugaz, en este movimiento de una extrema rapidez, en el que la
disociación misma se opera entre el espacio recorrido, que se nos aparece bajo forma
de una línea de fuego, y la sensación absolutamente indivisible de movimiento o de
movilidad. Un gesto rápido que se cumple con los ojos cerrados se presentará a
la conciencia bajo forma de sensación puramente cualitativa, en tanto no se haya
pensado en el espacio recorrido. En resumen, hay dos elementos a distinguir en el
movimiento, el espacio recorrido y el acto por el que se le recorre, las posiciones
sucesivas y la síntesis de estas posiciones. El primero de estos elementos es una
cantidad homogénea; el segundo no tiene realidad más que en nuestra
conciencia; es, como se estará de acuerdo en reconocer, una cualidad o una
intensidad. Pero aquí se produce también un fenómeno de endósmosis, una mezcla
entre la sensación puramente intensiva de movilidad y la representación extensiva de
espacio recorrido. De una parte, en efecto, atribuimos al movimiento la
divisibilidad misma del espacio que recorre, olvidando que se puede dividir fácilmente
una cosa, pero no un acto; y de otra parte nos habituamos a proyectar este acto
mismo en el espacio, a aplicarlo a lo largo de la línea que el móvil recorre, a
solidificarlo, en una palabra: ¡como si esta localización de un progreso en el espacio
no reafirmase que, hasta fuera de la conciencia, el pasado coexiste con el presente!

De esta confusión entre el movimiento y el espacio recorrido por el móvil han nacido,
a nuestro parecer, los sofismas de la escuela de Elea; porque el intervalo que separa
dos puntos es divisible infinitamente, y si el movimiento estuviese compuesto de
partes como las del intervalo mismo, jamás sería salvado el intervalo. Pero la verdad
es que cada uno de los pasos de Aquiles es un acto simple, indivisible, y que
después de un número dado de estos actos, Aquiles habrá sobrepasado a la tortuga.
La ilusión de los eléatas proviene de identificar esta serie de actos indivisibles y sui
generis con el espacio homogéneo que los sostiene. Como este espacio puede ser
dividido y rehecho según una ley cualquiera, se creen autorizados a reconstruir el
movimiento total de Aquiles, pero no ya con pasos de Aquiles sino con pasos de
tortuga: sustituyen en realidad a Aquiles persiguiendo a la tortuga por dos tortugas
reguladas la una sobre la otra, dos tortugas que se condenan a hacer el mismo género
de pasos o de actos simultáneos, pero de manera que no se alcancen jamás. ¿Por
qué rebasa Aquiles a la tortuga? Porque cada uno de los pasos de Aquiles y cada
uno de los pasos de la tortuga son indivisibles en tanto que movimientos, y
magnitudes diferentes en tanto que espacio: de suerte que la adición no tardará en
dar, para el espacio recorrido por Aquiles, una longitud superior a la suma del
espacio recorrido por la tortuga y al adelanto que tenía sobre él. Y esto es lo que no
tiene en cuenta Zenón cuando rehace el movimiento de Aquiles según la misma ley
que el movimiento de la tortuga, olvidando que el espacio sólo se presta a un
modo de descomposición y de recomposición arbitrario y confundiendo así
espacio y movimiento.

Justamente no hay necesidad de suponer un límite a la divisibilidad del espacio


concreto; puede dejársele infinitamente divisible, con tal de que se establezca una distinción
entre las posiciones simultáneas de los dos móviles, que estén en efecto en el
espacio, y sus movimientos, que no podrían ocupar espacio, sean duración antes
que extensión, cualidad y no cantidad. Medir la velocidad de un movimiento, como
vamos a ver, es simplemente comprobar una simultaneidad; introducir esta velocidad
en los cálculos es usar de un medio cómodo para prever una simultaneidad.
También la matemática se mantiene en su papel en tanto se ocupa de determinar las
posiciones simultáneas de Aquiles y de la tortuga en un momento dado, o cuando
admite a priori el encuentro de los dos móviles en un punto X, encuentro que es, él
mismo, una simultaneidad. Pero la matemática rebasa este papel cuando pretende
reconstruir lo que tiene lugar en el intervalo de dos simultaneidades.

Lo que prueba ciertamente que el intervalo mismo de duración no cuenta desde


el punto de vista de la ciencia es que, si todos los movimientos del universo se
produjesen con una velocidad dos o tres veces mayor, nada tendríamos que
modificar, ni en nuestras fórmulas ni en los números que hacemos entrar en ellas.

Se hubiese previsto este resultado observando que la mecánica opera


necesariamente sobre ecuaciones y que una ecuación algebraica expresa siempre un
hecho cumplido. Mas, la esencia misma de la duración y del movimiento, tales como
aparecen a nuestra conciencia, consiste en estar sin cesar en vía de formación:
también el álgebra podrá traducir los resultados adquiridos en un cierto momento de la
duración y las posiciones tomadas por un cierto móvil en el espacio, pero no la
duración y el movimiento mismos. En vano se aumentará el número de las
simultaneidades y de las posiciones que se tomen en consideración, por la
hipótesis de intervalos muy pequeños; en vano incluso, para señalar la posibilidad
de aumentar indefinidamente el número de estos intervalos de duración: siempre se
colocará la matemática en un extremo del intervalo, por pequeño que lo conciba. En
cuanto al intervalo mismo, en cuanto a la duración y al movimiento, en una
palabra, permanecen necesariamente fuera de la ecuación, Es que la duración y el
movimiento son síntesis mentales y no cosas; es que, si el móvil ocupa
alternativamente los puntos de una línea, el movimiento no tiene nada de común
con esta misma línea.

Resulta de este análisis que sólo el espacio es homogéneo, que las cosas situadas
en el espacio constituyen una multiplicidad distinta, y que toda multiplicidad
distinta se obtiene por un desenvolvimiento en el espacio. Resulta igualmente que
no hay en el espacio ni duración ni aun sucesión, en el sentido en que la
conciencia toma estas palabras: cada uno de los estados del mundo exterior que se
llaman sucesivos existe solo, y su multiplicidad no tiene realidad más que para
una conciencia capaz primero de conservarlos, de yuxtaponerlos seguidamente
exteriorizándolos los unos con relación a los otros. Si los conserva, es porque estos
diversos estados del mundo exterior dan lugar a hechos de conciencia que se
penetran, que se organizan de manera insensible en conjunto y enlazan el pasado al
presente por efecto de esta misma solidaridad.

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