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Eutanasia

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Eutanasia- argumentos a favor

 1. Toda persona es autónoma y tiene derecho a decidir sobre su vida.


2. La persona, como paciente, tiene el máximo derecho en la toma de
decisiones  médicas que a ella se refieran.
3. Nuestra sociedad está fundamentada en la protección de los derechos humanos.
4.Toda persona tiene derecho a decidir sobre todo cuanto se refiera a su cuerpo;
por consecuente, decidir si quiere o no seguir viviendo.
5. La vida, en determinadas condiciones, puede llegar a ser indigna; condición
que quebrantaría el derecho de la dignidad humana.
6. No hay razón para aceptar una forma de existencia limitada, en la que son
sacrificados familiares, amigos y hasta la propia persona.
7. Una vida que no se puede vivir no es un privilegio, es un castigo. 
8. No es justo el someter al hombre a dolorosas situaciones, cuando se tiene el
poder de evitarlo.

Eutanasia- argumentos en contra


  La eutanasia empeora la relación médico-paciente e incluso la relación
paciente-familiares.
2. Laeutanasia pervierte la ética médica que desde Hipócrates se ha
centrado en eliminar el dolor, no en eliminar el enfermo
3. Laeutanasia no es solicitada por personas libres, sino casi siempre por
personas deprimidas, mental o emocionalmente trastornadas
4. La vida es un derecho inviolable.
5.Todo ser humano tiene el deber cívico de permanecer con vida.
6. El
hombre tiene derecho a ser tratado como una persona hasta el último
momento.
La eutanasia hace que el enfermo no tenga una muerte digna.
   Dios da vida y él es el único que puede quitar
Desde hace unos años se está intentando modificar la percepción social
sobre la eutanasia al igual que ocurrió con la unión homosexual para que
sea bien vista por la sociedad y acabe aceptándose como algo natural.

Este proceso artificial e inducido por las élites se conoce en las ciencias
políticas como ‘ventana Overton’ y consta de cinco etapas: primero, de lo
impensable a lo radical; segundo, de lo radical a lo aceptable; tercero, de lo
aceptable a lo sensato; cuarto, de lo sensato a lo popular y quinto, de lo
popular a lo político. Un sexto paso podría entenderse como de lo político a
lo legal.

Pese a toda la batería de apoyos mediáticos e institucionales que la


eutanasia recibe, existen numerosos expertos que reniegan de dicha
práctica, recoge el portal sobre ética médica BioEdge. Varios médicos y
especialistas en ética han publicado conjuntamente un artículo en
la Revista de cuidados paliativos titulado “Suicidio asistido y eutanasia:
temas emergentes desde una perspectiva global” para concienciar sobre el
riesgo que entraña el asesinato de personas por un supuesto ‘derecho a la
muerte’.

«Permitir la eutanasia voluntaria ha llevado a la eutanasia


involuntaria”, señalan los expertos
Entre esos expertos están Daniel Sulmasy de la Universidad de
Georgetown –formó parte de la Comisión para el estudio de la cuestiones
bioéticas del expresidente Barack Obama-, Margaret Somerville -jurista
y una de las mayores activistas contra la eutanasia en Canadá- y el
reconocido experto en cuidados paliativos Lukas Radbruch.
En resumen, estas son las cinco razones con más peso para oponerse a la
legalización de esta práctica:

 ‘Pendientes resbaladizas’. Según los autores, a pesar de las


prevenciones para evitar que se cometan excesos, “permitir la
eutanasia voluntaria ha llevado a la eutanasia involuntaria”.
Conocidos son los casos de Países Bajos y Bélgica.
 ‘Falta de autodeterminación’. La expresión de un deseo de
muerte no significa que ese paciente esté deseando realmente la
eutanasia. “Como estas expresiones dependen en exceso del
estado de ánimo del paciente, tales solicitudes requieren atención
extrema”. Algo semejante ocurre con los niños cuando se les
pretender hormonar: que un niño exprese en un momento una
idea contraria a su sexo no significa que se les deba bloquear
hormonalmente ya que depende del estado de ánimo y de los
sentimientos, no como resultado de un hecho objetivo.
 ‘Cuidados paliativos inadecuados’. “El conocimiento holístico
de los cuidados paliativos”, afirman, “es la obligación ética más
urgente en todo el mundo”.
 ‘Profesionalidad médica’. Los médicos que colaboran en este
tipo de prácticas amenazan la integridad moral de la profesión
médica, argumentan. Si un médico ya no es un ‘salvavidas’ sino un
‘quitavidas’ su sentido cambia por completo.
 ‘Diferencia entre medios y fines’. La presión por la legalización
de la eutanasia llega a confundir el problema del sufrimiento con la
vida de la persona. “Debemos matar el dolor y el sufrimiento, no a
la persona con dolor y sufrimiento”, señalan. Este es uno de los
argumentos más utilizados por los defensores de los cuidados
paliativos.

 PONTIFICIAUNIVERSI
DADCATOLICADEC
HILEFACULTAD
 DEMEDICINA
 ARSMEDICANº2
 La Eutanasia es un proceso que consiste en quitarle la vida a alguien mediante
ciertos procesos clínicos con el fin proporcionarle a una persona el fin de sus
sufrimiento con la muerte. De la Eutanasia se sabe que hay muchos tipos, pero los
dos principales son por «Acción» y por «Omisión«. La primera de estas consiste en
administrarle al paciente una serie de medicamentos a fin de que el mismo muera
sin sufrimiento alguno, sin que sienta un trauma por dejar la vida atrás, en mucho
casos, la eutanasia por acción se le proporciona a personas sin remedios alguno y
que deseas dejar de sufrir, es en casos en los que la vida es sinónimo de dolor. La
eutanasia por acción puede ser autorizada por los familiares en los casos en los
que el paciente se encuentre en un estado vegetativo y que se sepa que no despertara
jamás.

 La eutanasia por omisión consiste en interrumpir el tratamiento establecido a


un paciente ya que se sabe que el mismo no tiene ninguna repercusión positiva en el
cuerpo del paciente, Los pacientes que reciben la eutanasia por omisión tienen
una enfermedad demasiada adelantada, por lo cual no vale la pena seguir
intentando mejorarlo. Existen personas que prefieren morir en sus casas, por lo que
con consentimiento de la familia y en ciertas ocasiones, del mismo paciente, se
dispone de un traslado para que fallezca en su hogar en la paz de sus aposentos. La
eutanasia mantiene en la sociedad moderna un constante debate moral
y religioso muy agitado, pues, existe un área de esta que considera que la decisión
de morir corresponde a Dios o cualquier ser divino, interrumpir la vida por
cuestiones médicas y apropósitos representa para algunos una especie de asesinato u
homicidio.
 Existen países que prohíben la práctica de la eutanasia, ya que las costumbres
morales impiden que se haga efectiva, pero al contrario de estos, existen países
con clínicas de eutanasia, los Países Bajos son un ejemplo, tienen una institución
que se dedica a quitarle la vida a sus pacientes, es un servicio que ofrecen a las
personas que quieren dejar de existir. Esto ha generado tanta controversia que
se ha generado una matriz de opinión muy negativa en torno al país que lo
permitió, pues se considera que las medidas que tienen ellos a favor de la
muerte de su población son muy diferentes.

LA EUTANASIA: PERSPECTIVA ÉTICA, JURÍDICA Y MÉDICA

La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica Introducción La palabra eutanasia procede del
griego eu= bueno y thanatos= muerte. La utilización de este término, “buena muerte”, ha
evolucionado y actualmente hace referencia al acto de acabar con la vida de una persona enferma,
a petición suya o de un tercero, con el fin de minimizar el sufrimiento. Algunos sectores que tratan
de imponer en la sociedad contemporánea una determinada idea del “progreso”, asociada
únicamente al aumento del confort en el ámbito material o a una sofisticación tecnológica, la
empujan, casi inconscientemente, a aceptar como “buenas” las actuaciones encaminadas a
terminar con la vida de individuos cuyas condiciones vitales no sean consideradas suficientemente
aceptables. Al igual que ocurrió con el aborto, actualmente se pretende despenalizar la eutanasia
justificándolo como forma de evitar sufrimiento físico o moral a determinadas personas. Es
fundamental afrontar esta amenaza, mostrando las consecuencias negativas y destructivas que la
eutanasia y el suicidio asistido tienen para la sociedad, así como potenciando el papel de los
cuidados paliativos como prestación sanitaria, ya que los ciudadanos deben tener claro que
eutanasia y cuidados paliativos son realidades opuestas. El objetivo de este documento es
reflexionar sobre la eutanasia y sus implicaciones éticas y jurídicas, desde la perspectiva de la
filosofía moral cristiana que se fundamenta en la dignidad de toda persona. Tras algunas
reflexiones sobre la vida, la muerte y el concepto de dignidad, abordamos los criterios
comúnmente utilizados para el diagnóstico de muerte, los problemas éticos que plantea el
adelantamiento de la muerte por compasión, y el enfoque de este problema desde la perspectiva
del Derecho. Concluiremos con algunas reflexiones sobre los cuidados paliativos, es decir las
atenciones al final de la vida que, en nuestra opinión, representan la única opción moralmente
aceptable ante el final natural de los seres humanos. Este documento ha sido elaborado por
profesores universitarios de Madrid, especialistas en diversas cuestiones relacionadas con la
eutanasia y La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica comprometidos con la defensa de la
dignidad humana hasta el final natural de la vida. Confiamos en que su lectura contribuya a
clarificar algunas ideas y conceptos, muy utilizados en las argumentaciones a favor y en contra de
la práctica de la eutanasia, y que anime a los lectores a adoptar una postura firme y libre de
complejos a favor de la vida y en contra de la eutanasia. Madrid, 23 de septiembre de 2008

1. Significado de la vida y de la muerte: perspectiva filosófica y criterios científicos para


determinarla ¿Es la eutanasia una “muerte digna”? Resulta paradójico que el término dignidad se
utilice tanto para defender la legitimidad de la eutanasia como para negarla, por lo que es
importante clarificar qué entendemos por dignidad. Algunos reducen esta dignidad al disfrute de
una calidad de vida, conciencia, o capacidad de autodeterminación. Por el contrario, otros
entendemos la dignidad como el valor intrínseco que posee todo ser humano,
independientemente de sus circunstancias, edad, condición social, estado físico o psíquico. La
condición digna de la vida humana es invariable desde que se comienza a existir hasta la muerte, e
independiente de condiciones cambiantes a lo largo de la existencia. Kant distinguió entre
dignidad ontológica, como valor intrínseco, inviolable, incondicional, que no varía con el tiempo y
no depende de circunstancias exteriores o de consideraciones subjetivas, y dignidad moral, como
aquella que el hombre tiene en mayor o menor grado según las acciones que realice, si estas son
acordes o no a la dignidad ontológica del ser humano. En última instancia, afirmamos que la raíz y
el fundamento último de la dignidad del ser humano es el haber sido creado a imagen y semejanza
de Dios, somos “imago Dei”. Pero, también estamos convencidos de que nuestra propuesta sobre
el valor de la vida humana es ampliamente compartida por muchas personas que defienden y
proclaman los derechos de todos los seres humanos. Para tomar en consideración la eutanasia es
preciso explicar lo que entendemos por vida y muerte del hombre, desde las distintas facetas en
las que cabe situar el análisis. Cabe preguntarse qué es la muerte y el morir para el hombre (plano
filosófico) o analizar qué criterios clínicos son necesarios para el diagnóstico de muerte (plano
científico-médico). Igualmente, es preciso valorar si es lícito adelantar por compasión la muerte de
alguien (plano ético), al tiempo que establecer las consecuencias que esa reflexión debe tener en
el Derecho positivo (plano jurídico). La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 2 A
diferencia de los seres inertes, los que están dotados de vida, en estado normal, tienen capacidad
de auto-moverse y poseen una unidad orgánica intrínseca. Es decir, fundamentalmente hay vida
cuando hay movimiento intrínseco y unidad somática en un organismo. Por movimiento no
necesariamente entendemos movimiento físico, de un lugar a otro, sino cambio del ser algo en
potencia al ser algo en acto, movimiento intrínseco. Tras esta breve definición, correlativamente
entendemos por muerte la pérdida total e irreversible de la capacidad de movimiento y unidad
intrínsecos de un organismo. Estas definiciones de vida y muerte son aplicables a cualquier ser
vivo (vegetal, animal o humano). En el caso del ser humano, hay autores cuya posición ha tenido
mucho peso en la historia de la filosofía y en la bioética, que consideran que hay vida
específicamente humana sólo si hay conciencia o capacidad de deliberación. Se trata de una
corriente de pensamiento funcionalista que plantea el que quien haya perdido la capacidad de
demostrar sus funciones (moverse, pensar, decidir), independientemente de que siga teniendo
unidad intrínseca somática, no es ya persona o carece de dignidad. Esta consideración del hombre,
basada en la conciencia y con menoscabo de otras dimensiones de lo humano, está enraizada en
algunas corrientes del pensamiento moderno. Llamamos muerte a la pérdida total e irreversible
de la unidad somática integral de un ser vivo. En el caso del ser humano esta pérdida se puede
establecer de tres maneras: por ruptura anatómica, por parada cardiorrespiratoria sin posterior
reanimación y por muerte encefálica. Por muerte encefálica entendemos la pérdida total e
irreversible de toda la actividad troncoencefálica y cortical, diagnosticada por los medios más
certeros y según los criterios correspondientes establecidos por la ley. Mientras la Ciencia no diga
lo contrario, en cualquier caso distinto estamos ante un ser vivo de la especie homo sapiens,
aunque éste no tenga capacidad para hablar, comunicar, pensar o decidir. Respetar su vida,
evitarle daños (primum non nocere), consiste en ayudarle, asistirle y cuidarle con la misma
atención y respeto de los que siempre fue merecedor, para que tenga una vida máximamente
digna hasta el último de sus días. La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 3 2. La
eutanasia: precisiones terminológicas En numerosas cuestiones bioéticas asistimos a un cambio de
mentalidad acelerado, inducido con frecuencia por engaños y verdades parciales difundidas
mediante la manipulación del lenguaje. Con estas confusiones se pretende polarizar a la opinión
pública hacia los intereses de la cultura de la muerte (esto es: la defensa del aborto, la eutanasia,
la instrumentalización de la vida embrionaria, etc.). Se trata de actitudes que encierran un
profundo desprecio hacia la vida humana, ya que aceptan su sometimiento al servicio de los
intereses de terceros (como ocurre con la manipulación de embriones) o incluso la aniquilación de
algunos individuos (como sucede con el aborto o la eutanasia). En el tema que nos ocupa, la
manipulación del lenguaje propicia la confusión moral de sanitarios y ciudadanos en general, por
la ausencia de criterios que permitan discriminar con claridad conductas, actuaciones y
valoraciones jurídicas, lo que es especialmente notorio en situaciones límite que suelen tener una
notable difusión mediática. Se puede llegar, por ejemplo, a no distinguir la conducta eutanásica,
del suicidio asistido, incluso del acto, legítimo, de limitación del esfuerzo terapéutico, etc. Con el
fin de evitar una mayor distorsión y manipulación de los términos más usados en torno al tema de
la eutanasia, consideramos oportuno aclarar la significación conceptual de los términos y
expresiones siguientes: - Eutanasia: la acción u omisión, por parte del médico u otra persona, con
la intención de provocar la muerte del paciente terminal o altamente dependiente, por compasión
y para eliminarle todo dolor. - Eutanasia voluntaria: la que se lleva a cabo con consentimiento del
paciente. - Eutanasia involuntaria (también llamada cacotanasia o coactiva): la practicada contra la
voluntad del paciente, que manifiesta su deseo de no morir. - Eutanasia no voluntaria: la que se
practica no constando el consentimiento del paciente, que no puede manifestar ningún deseo,
como sucede en casos de

niños y pacientes que no han expresado directamente su consentimiento informado. - Eutanasia


activa: la que mediante una acción positiva provoca la muerte del paciente. - Eutanasia pasiva: el
dejar morir intencionadamente al paciente por omisión de cuidados o tratamientos que están
indicados y son proporcionados. La expresión eutanasia pasiva, se utiliza en ocasiones
indebidamente, para referirse a una práctica médica correcta, de omisión de tratamientos
desproporcionados o fútiles respecto al resultado que se va a obtener. En este caso no estaríamos
ante una eutanasia pasiva sino ante la correcta limitación del esfuerzo terapéutico o limitación de
terapias fútiles, que es conforme con la bioética y la deontología médica, y respeta el derecho del
paciente a la autonomía para decidir y a la renuncia al tratamiento. - Encarnizamiento terapéutico
(también llamado distanasia u obstinación o ensañamiento terapéutico): la práctica, contraria a la
deontología médica, de aplicar tratamientos inútiles o, si son útiles, desproporcionadamente
molestos para el resultado que se espera de ellos. - Ortotanasia: el permitir que la muerte natural
llegue en enfermedades incurables y terminales, tratándolas con los máximos tratamientos
paliativos para evitar sufrimientos, recurriendo a medidas razonables. Frente a la eutanasia, que
busca su legitimación moral y legal desde la reivindicación autonomista y la desacralización de la
vida humana y contra el llamado encarnizamiento terapéutico, también inaceptable éticamente, la
ortotanasia (del griego orthos, recto, justo, que observa el derecho conforme a la razón) se
plantea como una posición jurídica y moral aceptable. La ortotanasia consiste en no adelantar la
muerte con una acción médica intencional; acompañar al enfermo terminal, considerando su vida,
aunque dependiente y sufriente, siempre digna; aliviar con todos los medios disponibles el dolor
en lo posible y favorecer su bienestar; ofrecerle asistencia psicológica y espiritual para satisfacer
su derecho de aceptar su proceso de muerte; no abandonar nunca al paciente, pero saber dejarle
morir, cuando no podemos curarle. La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 5 - Enfermo
terminal: el que padece una enfermedad de la que no cabe esperar que se recupere,
previsiblemente mortal a corto plazo que puede ser desde algunas semanas a varios meses, a lo
sumo. - Cuidados paliativos: la atención a los aspectos físicos, psíquicos, sociales y espirituales de
las personas en situación terminal, siendo los objetivos principales el bienestar y la promoción de
la dignidad y autonomía de los enfermos y de su familia. Estos cuidados requieren normalmente el
concurso de equipos multidisciplinares, que pueden incluir profesionales sanitarios (médicos,
enfermeras, asistentes sociales, terapeutas ocupacionales, auxiliares de enfermería, psicólogos),
expertos en ética, asesores espirituales, abogados y voluntarios. - Sedación terminal: la
administración deliberada de fármacos para lograr el alivio, inalcanzable con otras medidas, de un
sufrimiento físico y/o psicológico, mediante la disminución suficientemente profunda y
previsiblemente irreversible de la conciencia, en un paciente cuya muerte se prevé muy próxima,
con el consentimiento explícito, implícito o delegado del mismo. Desde el punto de vista ético, no
es relevante el que, como efecto secundario no buscado de la administración de la sedación se
adelante la muerte de la persona, siempre y cuando esto no sea lo que se pretenda directamente
como fin de la acción. - Suicidio: el acto de quitarse voluntariamente la propia vida. - Suicidio
asistido: el acto de ayudar a suicidarse en el caso en el que la persona no sea capaz de hacerlo por
sus propios medios. - Testamento vital: la manifestación expresa de voluntad anticipada para el
caso de que la persona careciese de la facultad de decidir acerca de su tratamiento médico. La
eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 6 3. La moralidad de la eutanasia, como acto
deliberado de acabamiento de la vida de una persona, sea a petición propia o por decisión de un
tercero Hablamos del “valor de la vida humana” pero, como personas y como sujetos sociales, nos
importa cada vez más señalar en qué consiste y a qué nos obliga si queremos poner en práctica
esa valoración. El conocimiento actual de la vida humana, desde el punto de vista biológico,
alcanza un detalle y una profundidad que nos permite formular con más y mejor precisión una
idea esencial: que cada ser humano es único e irrepetible, valioso por el hecho de serlo y de vivir.
La Ciencia positiva nos muestra cómo es el inicio de la vida del hombre y cuándo llega su final
natural. También propicia mejores intervenciones para mantener y prolongar la salud a lo largo de
nuestro ciclo vital. Pero, el salto a ese ámbito de los valores sigue siendo fruto de una actitud de
compromiso. Como lo ha sido en tantas ocasiones que a lo largo de la Historia nos llevaron a
construir un sistema de valores basado en el ser humano como fin, no como medio. Y sobre todo,
cuando se asentó el mensaje de que la trascendencia de la vida humana está precisamente en la
aceptación de nuestra pertenencia a una misma especie, con unos derechos que alcanzan a todos.
La promoción de la eutanasia, tan intensa en algunos ámbitos, se suele basar en la consideración
de situaciones-límite muy concretas. Hay que deslindar lo que puede ser el análisis de casos
específicos, de lo que debe ser un principio irrenunciable: nadie tiene derecho a provocar la
muerte de un semejante gravemente enfermo, ni por acción ni por omisión. Una sociedad que
acepta la terminación de la vida de algunas personas, en razón a la precariedad de su salud y por la
actuación de terceros, se inflige a sí misma la ofensa que supone considerar indigna la vida de
algunas personas enfermas o intensamente disminuidas. Al echar por tierra algo tan humano
como la lucha por la supervivencia, la voluntad de superar las limitaciones, la posibilidad incluso
de recuperar la salud gracias al avance de la Medicina, se fuerza a aceptar una derrota que casi
siempre encubre el deseo de librar a los vivos del “problema” que representa atender al
disminuido. La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 7 Desde la perspectiva de la
autonomía personal, no es equiparable el derecho a vivir, que alienta en todos casi siempre, con el
supuesto derecho a terminar la propia vida. Sin embargo, la eutanasia supone un acto social, una
actividad que requiere la actuación de otros, dirigida deliberadamente a dar fin a la vida de una
persona. Los interrogantes que se abren con su regulación, y sus alcances y límites, son abismales.
Por muy estricta que sea la regulación, será inevitable el temor a una aplicación no deseada.
Alabamos la pasión por la vida que lleva a tantas personas privadas de salud, incapaces de valerse
del todo por sí mismas, a luchar para seguir adelante. Nos esforzamos por un avance de la Ciencia
que propicie más y mejores tratamientos, muchos podrían alcanzar a personas que a día de hoy
están enfermas y sin posible curación. Seguimos anhelando el ofrecer pronto resultados prácticos,
resultantes del avance inmenso en el conocimiento biológico. Todo ello se inserta en las mejores
actitudes que el hombre puede tener, las que nos diferencian como especie. Aunque tenemos la
certeza de que llegará la muerte de todos nosotros, estamos pertrechados para luchar por una
vida, más larga y mejor, que nos capacite para ejercer todo lo que nos hace humanos, hasta el
final. Habremos de seguir investigando; sin duda podremos establecer, cada vez mejor, desde cuál
es la situación de los enfermos terminales y sus expectativas de supervivencia, hasta el
perfeccionamiento de los criterios de muerte clínica. Pero, una sociedad que acepta la eutanasia
abre un camino en el que para muchos ya no hay retorno posible. La inversión del valor del curar o
aliviar –al enfermo terminal también, por supuesto- como principio esencial de la Medicina,
sustituyéndolo por el de provocar la muerte, puede abrir vías cuyos límites son impredecibles. La
Ciencia y la Práctica Médica tienen cada vez más y mejores instrumentos para actuar y para
discernir; reclamar que se empleen a favor de la vida humana es un derecho de todos. La
eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 8 4. El derecho ante la eutanasia: derecho a la
muerte digna, despenalización y suicidio asistido Regulación actual El artículo 143.4 del vigente
Código Penal de 1995 tipifica la eutanasia como un tipo privilegiado del auxilio ejecutivo al
suicidio, sancionando la conducta típica con una pena notablemente inferior a la del homicidio. Ya
en el debate parlamentario de la norma referida, la entonces minoría objetó que se privilegiara el
tipo sobre el suicidio, en cuanto los elementos descritos, incluida la seria e inequívoca aceptación
de la víctima, ya que estos elementos son los de un homicidio por causas humanitarias y no los de
un suicidio. Esta regulación recibió críticas en el momento de entrar en vigor por parte de sectores
de la doctrina jurídica, que entendían negativo el extender la aplicabilidad del mismo a hipótesis
que se realicen fuera del ámbito médicoasistencial. Pese al constante debate y los casos que han
aparecido en los medios, la jurisprudencia no ha podido perfilar los elementos del nuevo delito ya
que la fiscalía no ha llevado adelante acusaciones por delito de eutanasia. En este sentido, es
necesario señalar dos elementos de la realidad jurídica muy relevantes en lo que se refiere a la
eutanasia en su actual tratamiento. Por un lado, la pena prevista supone una protección menor del
bien vida humana, lo que contradice la previsión constitucional del artículo 15 de la CE de 1978. En
efecto, aún cuando el fin de la pena no es sólo valorar el bien protegido, es indudable que si la
protección es nimia el resultado es injusto. Por otra parte, no puede ignorarse que en el derecho
comparado, en los escasos ordenamientos jurídicos en los que se ha despenalizado el homicidio
eutanásico, el camino comenzó con la aplicación del principio de oportunidad por parte de la
fiscalía, generando una despenalización de facto, que luego llevó a la legalización, en los casos de
Bélgica y Holanda, con el argumento predeterminado de que la legalización era necesaria para
garantizar la seguridad jurídica. Derecho a la muerte La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y
médica 9 Desde los años sesenta, con la fundación de la asociación para la muerte digna en
Estados Unidos, la cuestión de la eutanasia cambió en cuanto a su consideración. Desde la clásica
defensa de la muerte humanitaria, de las personas que sufrían condiciones de vida supuestamente
indignas, se pasó a la exaltación de un supuesto derecho a que se mate a quien lo solicite, si se
encuentra en condiciones subjetivas y objetivas de indignidad. Se defiende así un supuesto control
sobre la propia vida mediante el homicidio eutanásico en nombre de la autonomía, precisamente
de las personas que se encuentran en condiciones menos autónomas. La jurisprudencia
constitucional española ha insistido reiteradamente en que el derecho a la vida, y el derecho a no
sufrir tratos inhumanos o degradantes, no conllevan un derecho a ser matado a petición propia.
Tanto en el debate de la Comisión del Senado sobre la eutanasia, como en las ocasiones en las que
se han rechazado proposiciones de ley sobre su legalización, el argumento mayoritario ha sido que
en la eutanasia se produce una transitividad, una persona mata a otra, lo que justifica la
intervención del estado en protección de la vida humana en su momento más vulnerable.
Igualmente es preciso recordar que en la jurisprudencia comparada, especialmente en la
norteamericana, uno de los elementos considerados para superar la autonomía de quien se niega
a un determinado tratamiento médico es, precisamente, la intención suicida, que nunca es
amparada, aunque no se sancione, por el ordenamiento. El supuesto derecho a la muerte digna
enmascara, en nombre de una posición parcial sobre la autonomía del paciente, la realidad
jurídica de la eutanasia. Bioéticamente hablando no es lo mismo morirse, o dejar morir, que matar
o ayudar a otro a matarse. Mientras que morirse es un hecho, dejar morir implica una conducta
éticamente relevante, ya que unas veces procederá abstenerse de intervenir, o suspender el
tratamiento iniciado, en los casos de enfermedades incurables; y otras veces, dejar morir,
pidiéndolo o no el paciente, puede ser un acto inmoral y hasta criminal de dejación de los deberes
de asistencia hacia el enfermo. Podría haber una omisión de la conducta éticamente debida hacia
la persona enferma, cuando existiendo una mínima expectativa terapéutica, el facultativo dejase
de aplicar el tratamiento o La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 10 suspendiese las
medidas de soporte vital indicadas por la lex artis, apelando al respeto a la libertad o a la
autonomía del paciente. El causar la muerte de alguien, ya sea de forma activa o pasiva, implica
una acción transitiva que busca matar, lo que siempre es inmoral por ser contrario a la ley natural
y a los más elementales principios de la ética. De modo que, sin perjuicio de que en la eutanasia y
el suicidio asistido la finalidad pueda ser compasiva, esta intención buena no hace bueno el medio
empleado, y sólo puede modular o rebajar la responsabilidad, moral y jurídica, derivada de una
acción que significa “matar”, es decir, terminar con la vida de una persona. Otorgar un poder
Desde un punto de vista estrictamente jurídico, la eutanasia legalizada otorga el poder,
generalmente al personal sanitario, de poner fin directamente a la vida de personas en
condiciones especialmente dependientes. En este sentido, es una clara manipulación ideológica el
que este poder se amplíe, precisamente en nombre de los derechos subjetivos de aquel de quien
se considera, con parámetros de calidad, que está en una condición indigna. No en vano autores
como Herranz, Kass y Hendin han señalado que la eutanasia suele reclamarse por unos sujetos,
que se consideran autónomos en sentido filosófico, para otros que se encuentran en condiciones
objetivas de vulnerabilidad. Desde el punto de vista deontológico, la eutanasia, lejos de limitar el
poder del médico en su condición de superioridad respecto al paciente, lo amplía de forma
arbitraria. Es más, la protección jurídica de la vida más dependiente se limita a una especie de
control burocrático de formularios, que, en los casos como el belga, incluso impiden en primera
instancia el control por el órgano administrativo, el conocimiento del nombre de la víctima y el del
ejecutor. En las dos legislaciones vigentes que legalizan la eutanasia, la protección de la vida se
reduce, en consecuencia, a un mero control administrativo, lo que insistimos no cumple las
exigencias del artículo 15 de la CE. Imposición moral La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y
médica 11 La desprotección de la vida humana más dependiente, en sus fases terminales, supone
la imposición de una moral radical que contradice la tradición de protección jurídica de nuestros
ordenamientos. Además, otorga el poder a la administración sanitaria, y al médico concreto, para
infringir esta tradicional protección jurídica de la vida, precisamente en su fase más dependiente y
vulnerable. Finalmente, modifica el principio rector del ordenamiento de dignidad de la vida
humana. El principio fue descrito precisamente para evitar la menor protección jurídica de quien
se encontraba en situaciones de dependencia. Con la legalización de la eutanasia se procede a
atribuir dignidad o privar de la misma a vidas concretas, para luego retirar la misma igualdad
jurídica. Situación social El derecho, lejos de someterse a exigencias ideales en nombre de una u
otra perspectiva moral, debe atender a la situación real de las relaciones intersubjetivas en una
sociedad dada. En este sentido, con un esfuerzo continuado, es muy dudoso que en la sociedad
española actual se incrementen los casos de obstinación terapéutica, por una posición vitalista de
prolongar la vida a cualquier precio. Por el contrario, las circunstancias actuales muestran un
riesgo cierto de abandono terapéutico, por razones económicas respecto a vidas que se
consideran indignas. De ahí que sea aún más arriesgado aumentar el poder del médico y del
sistema sanitario para poner fin a una vida humana dependiente, aumentando las presiones sobre
los pacientes o generando protocolos de actuación que objetivamente favorecen la eutanasia.
Desde el punto de vista de la vida social, la inmoralidad intrínseca de la eutanasia compromete la
vida común, ya que el hecho mismo de quitarle la vida a alguien, aunque sea a petición suya, es
inaceptable y tendría consecuencias terribles. Entre estas consecuencias, el profesor N. Blázquez
ha señalado las siguientes: - Presión moral sobre los ancianos y enfermos, que sentirían una
enorme inseguridad y podrían verse inducidos a pedir su desaparición para no ser La eutanasia:
perspectiva ética, jurídica y médica 12 molestos; una especie de ensañamiento psicológico,
precisamente sobre los más débiles e indefensos; - Muertes impuestas por otros, que se
producirían cuando la voluntariedad no se diera, pero otros, incluso familiares, tuvieran intereses
alrededor de esa muerte; por ejemplo, en casos de neonatos defectivos, incapaces, etc.; -
Desconfianza en las familias y en las instituciones sanitarias, que, con la legalización de la
eutanasia, podría llevar a una situación de auténtico temor en ancianos, enfermos y
discapacitados; - Depreciación institucionalizada de la vida humana, que sería valorada más por su
capacidad de hacer o producir que por su mismo ser; - Interceptación del proceso de aceptación
de la propia muerte, proceso psicológico natural del individuo que podría quedar privado en
alguna de sus fases por el acto eutanásico. Testamento vital o documento de instrucciones previas
En España contamos con legislación reciente que se ocupa específicamente de regular la
autonomía y derechos de los pacientes. Además del Convenio de Oviedo sobre Biomedicina y
Derechos Humanos, del Consejo de Europa (1997), y de la abundante legislación autonómica,
contamos con la Ley 41/2002, básica reguladora de la autonomía y de los derechos y deberes de
los pacientes en materia de información y documentación clínica. En esta última norma, se trata
del consentimiento informado, que deberá preceder a cualquier intervención sobre una persona
en el ámbito biomédico, así como de los testamentos vitales que el legislador español ha
denominado “documentos de instrucciones previas”. El paciente puede ejercer su autonomía en
diferentes momentos: cuando decide entre las diferentes opciones clínicas disponibles, o al
aceptar o rechazar tratamientos, y esta decisión sólo la podrá tomar si previamente ha sido
informado por el médico. El artículo 3 de la Ley 41/2002 define el consentimiento informado como
“la conformidad libre, voluntaria y consciente de un paciente, manifestada en el pleno uso de sus
facultades después de recibir la información adecuada, para que tenga lugar una actuación que
afecta a su salud”. La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 13 Una modalidad de este
consentimiento lo constituye el testamento vital, o documento de instrucciones previas a las que
la Ley 41/2002 dedica el artículo 11. Este documento refuerza las exigencias de atención debida
ética y jurídicamente a la autonomía de los pacientes, permite establecer, de forma anticipada, la
voluntad de una persona sobre la aplicación de determinados tratamientos o el rechazo a los
mismos, y, por tanto, trasladar el espíritu del consentimiento informado a aquellas fases de la
enfermedad o estado en las que el paciente no tiene capacidad para decidir. Su fundamento es,
pues, prácticamente el mismo que el del consentimiento informado. Eutanasia y objeción de
conciencia Actualmente la eutanasia es un delito, cualificado con una pena poco grave si se
compara con otras formas de homicidio. Como es sabido, esto se debe a que se vinculó con el
suicidio en una decisión muy discutible tomada en el año 1995. No parece que la escasa gravedad
de la pena pueda producir una acción objetora, en todo caso parece más bien que debería dar
paso a una acción cívica a favor de una más correcta proporción de la pena al delito. Cabe pensar
entonces que la relación entre objeción de conciencia y eutanasia se remite a un futuro de posible
legalización de esta última. Entendemos que la colaboración directa en un acto tan grave, desde la
perspectiva moral, debería producir la resistencia de todos los llamados a participar en él. Se
argumenta con razón que, incluso en un sistema legalizado, los médicos deberían oponerse a la
práctica objetando en razón del telos de su profesión. La eutanasia es una práctica anti-médica
pues no es el fin de la profesión médica causar la muerte sino todo lo contrario. Es más, algunos
creen, con optimismo, que el sistema español ampararía siempre a quienes objetasen su
participación en la eutanasia. Sin embargo, aparte de que algunos profesionales se han
manifestado dispuestos a aceptar estas prácticas, las primeras propuestas legislativas parecen
admitir alguna coacción sobre los médicos que puedan ser rigurosos en su empeño por preservar
la vida y no causar la muerte de algunos pacientes en situaciones terminales. Además, hay
sectores, autodenominados progresistas, que niegan el que la objeción de conciencia se pueda
considerar como un derecho fundamental, establecido en La eutanasia: perspectiva ética, jurídica
y médica 14 la Constitución, al tiempo que son partidarios de limitarla en aquellos profesionales
que trabajan para el sistema público. Debemos ser conscientes de que la incorporación de una
norma gravemente injusta, que incardina una provocación de la muerte en el sistema sanitario,
sobrepasa la cuestión de la participación directa pues pervierte cientos de acciones a las que el
sanitario es llamado necesariamente. Véase a este respecto lo que ocurre con la deriva eugenésica
de nuestro sistema prenatal donde la jurisprudencia civil ha consagrado el derecho a la detección
y eliminación del discapacitado, con indemnización en caso contrario. Algo similar ocurriría con la
eutanasia. Buena parte del sistema de cuidados paliativos o de diagnóstico de enfermedades, así
como de calificación de las calidades de vida, podría quedar subordinado de facto al objetivo de
acabar con la vida. Cierto es que junto a la lucha contra la norma injusta debemos distinguir entre
la colaboración directa al mal, a la que hay que resistirse, y la utilización de nuestra actividad en un
contexto criminal pero en el que no colaboramos directamente. El problema, en definitiva, es el
carácter de la injusticia a la que el profesional sanitario puede verse abocado, ya que la
clasificación de hombres y mujeres como personas o no, según sus condiciones vitales, es un
atentado gravísimo no sólo contra la conciencia del llamado a colaborar en tal práctica, sino contra
el estado de derecho. La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 15 5. Los cuidados
paliativos: la única opción moralmente aceptable para la atención de la persona al final de la vida.
Ayuda médica. Apoyo humano, afectivo y social Según la Guía de Cuidados Paliativos, editada por
la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, en la situación de enfermedad terminal concurren
una serie de características que son importantes no sólo para definirla, sino también para
establecer adecuadamente la actitud terapéutica. Los elementos fundamentales que determinan
la necesidad de cuidados paliativos son los siguientes: 1. Padecimiento de una enfermedad
avanzada, progresiva, incurable. 2. Falta de posibilidades razonables de respuesta al tratamiento
específico. 3. Presencia de numerosos problemas o síntomas intensos, múltiples, multifactoriales y
cambiantes. 4. Gran impacto emocional en paciente, familia y equipo terapéutico, muy
relacionado con la consideración, explícita o no, de la muerte. 5. Pronóstico de vida inferior a 6
meses. Esta situación compleja produce una gran demanda de atención y de soporte, a los que los
profesionales sanitarios han de responder adecuadamente. Procesos patológicos tales como el
cáncer, SIDA, enfermedades de la motoneurona, insuficiencia específica orgánica (renal, cardiaca,
….) cumplen estas características, en mayor o menor medida, en las etapas finales de la
enfermedad. Clásicamente la atención del enfermo de cáncer en fase terminal ha constituido la
razón de ser de los Cuidados Paliativos. Como es obvio, en la administración de los cuidados
paliativos resulta fundamental no calificar como enfermo terminal a un paciente potencialmente
curable. Por ello es fundamental distinguir entre eutanasia y cuidados paliativos desde una
perspectiva jurídica. La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 16 Sin entrar a discutir las
diferentes posturas existentes, ni cuestionar los posicionamientos morales y/o personales que en
éste y en otros problemas pueden adoptarse, queremos realizar una pequeña aproximación
doctrinal al concepto de cuidados paliativos. Por lo tanto, lo primero es señalar que lo que
conocemos como cuidados paliativos sólo es aplicable en aquellos supuestos en que una persona
presenta un cuadro clínico irreversible, debido a enfermedades incurables o a situaciones que
traen consigo sufrimientos físicos o psíquicos insoportables para el paciente. En lo que respecta a
la ayuda médica, el apoyo humano, afectivo y social en los cuidados paliativos se constatan
normalmente las dificultades, que tienen los profesionales sanitarios en su práctica diaria, para
establecer una comunicación abierta con el enfermo en situación terminal. La muerte y el proceso
de morir evocan en los cuidadores reacciones psicológicas que conducen, directa o
indirectamente, a evitar la comunicación con el paciente y su familia. Para conseguir una
comunicación adecuada es necesario vencer la ansiedad que en los cuidadores genera el dar malas
noticias, así como el miedo a provocar en el interlocutor reacciones emocionales no controlables,
y la posible sobre-identificación y el desconocimiento de algunas cuestiones que el paciente puede
suscitar. La comunicación es una herramienta terapéutica esencial para hacer efectivo el principio
de autonomía, el consentimiento informado, la confianza mutua, la seguridad y la información que
el enfermo necesita para ser ayudado y ayudarse a sí mismo. También permite la imprescindible
coordinación entre el equipo cuidador, la familia y el paciente. Una buena comunicación en el
equipo sanitario reduce ostensiblemente el estrés generado en la actividad diaria. Una familia que
recibe información clara y fiable, sobre lo que acontece, es más eficaz en el desempeño de su
papel de ayuda y apoyo al enfermo. Por ello, el enfermo y su familia, conjuntamente, constituyen
la unidad a considerar en el tratamiento. La situación de la familia del enfermo terminal suele
estar sometida a un gran impacto emocional, "temores" o "miedos" múltiples, que los
profesionales sanitarios deben saber reconocer y abordar en La eutanasia: perspectiva ética,
jurídica y médica 17 la medida de lo posible. La idea de la muerte, presente de forma más o menos
explícita, el miedo al sufrimiento de un ser querido, la inseguridad de si se tendrá fácil acceso al
soporte sanitario, las dudas sobre la capacidad y las fuerzas propias para cuidar al enfermo, los
problemas que pueden aparecer en el momento final y la propia aceptación de la muerte, son
circunstancias que suelen afectar a la familia. No hay que olvidar que, a menudo, es la primera
experiencia de este tipo para el enfermo y su familia, y que la tranquilidad de la familia repercute
directamente sobre el bienestar del enfermo. Este impacto de la enfermedad terminal sobre el
ambiente familiar puede determinar distintas situaciones, en función de factores relacionados con
la enfermedad misma (control de síntomas, información, no adecuación de objetivos enfermo-
familia), así como entorno social y circunstancias de vida del enfermo. Entre ellos están: • La
personalidad y circunstancias personales del enfermo. • La naturaleza y calidad de las relaciones
familiares. • Las reacciones y estilos de convivencia del enfermo y familia, en fallecimientos
anteriores. • La estructura de la familia y su momento evolutivo. • El nivel de soporte de la
sociedad. La primera intervención del profesional sanitario, o del equipo médico, será la de valorar
si la familia puede, emocional y prácticamente, atender de forma adecuada al enfermo en función
de las condiciones descritas. Además, desde el comienzo debe identificarse a la persona que
llevará el peso de la atención, para reforzar sus actuaciones y revisar las vivencias y el impacto que
se vayan produciendo. El siguiente paso será planificar la integración plena de los familiares
mediante: • La educación de la familia. • El soporte práctico y emocional de la familia. • La ayuda
en la rehabilitación y recomposición de la familia (prevención y tratamiento del duelo). La
eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 18 Este trabajo de valoración de la situación familiar
debe ir haciéndose periódicamente ya que puede modificarse bruscamente en función de la
aparición de crisis. Por último, debe de prestarse la adecuada atención al proceso de duelo, el cual
puede ser definido como el estado de pensamiento, sentimiento y actividad que se produce como
consecuencia de la pérdida de una persona amada, asociándose a síntomas físicos y emocionales.
La pérdida es psicológicamente traumática en la misma medida que una herida o quemadura, por
lo cual siempre es dolorosa. Necesita un tiempo y un proceso para volver al equilibrio normal, que
es lo que constituye el duelo. La eutanasia: perspectiva ética, jurídica y médica 19 6. Conclusiones
Todo ser humano posee una dignidad intrínseca e inviolable, que no es susceptible de
gradaciones, y que es universal e independiente de la situación de edad, salud o autonomía que se
posea. Esa dignidad es inherente a toda vida humana, le confiere el derecho irrenunciable a la vida
y es un deber inexcusable del Estado protegerla, incluso cuando la persona, su titular, pueda no
valorarla. Para quienes propugnamos una Medicina a favor de la vida, así como la dignificación de
la profesión sanitaria, tan imperativo es el rechazo de la eutanasia (activa y pasiva) como el del
encarnizamiento terapéutico. Partiendo de la convicción de que matar o ayudar a matarse no es lo
mismo éticamente que dejar morir cuando no hay terapia y la situación es irreversible, insistimos
en que el principio básico debe ser el del respeto máximo de la vida humana. En el contexto del
individualismo hedonista que algunos defienden, el derecho a una “muerte digna“ es un
eufemismo para fomentar un supuesto derecho a matarse, o a matar por compasión, en sintonía
con una inaceptable concepción de la autonomía, la libertad y la vida humanas. La limitación del
esfuerzo terapéutico, suspendiendo un tratamiento calificado por el equipo médico como fútil o
desproporcionado, o la retirada de un soporte vital, en situaciones de enfermedad terminal,
irreversible, que no tienen expectativa terapéutica, no supone eutanasia, ni activa ni pasiva, sino
que se trata de una acción correcta bioética y jurídicamente, siempre que se cuente con un
consentimiento informado válido del paciente, o de sus representantes legales, si éste no pudiera
expresarlo. La hidratación adecuada del enfermo, incluso por vía artificial, es, en principio, un
medio ordinario y proporcionado que evita el sufrimiento y la muerte derivados de la
deshidratación. Recomendamos a científicos, médicos y demás profesionales de la salud que se
esfuercen por consensuar la terminología y los protocolos de actuación, La eutanasia: perspectiva
ética, jurídica y médica 20 como forma de garantizar la seguridad ética y jurídica de sus
actuaciones en este tipo de situaciones clínicas. El auxilio al suicidio y la eutanasia representan
atentados contra la vida humana reprobables ética y jurídicamente. También es rechazable la
obstinación terapéutica, o el privar a cualquier persona del derecho a asumir lo más serenamente
posible su proceso de muerte. Por ello, ante un enfermo terminal, con dolor físico y/o sufrimiento
moral, lo más justo y humano es acompañarle, administrarle tratamientos proporcionados y paliar
sus dolores, respetando siempre tanto la vida como la muerte. El testamento vital, como forma de
asegurar el respeto a la autonomía de la persona, está regulado jurídicamente, y debe de conciliar
la atención a las previsiones y preferencias del otorgante, con la garantía de la legalidad, así como
con las exigencias de la lex artis y los derechos y deberes de los profesionales de la salud. Los
cuidados paliativos, con una atención integral al enfermo terminal, que incluya los aspectos físicos,
morales y espirituales de éste y respete su derecho a asumir su proceso de muerte, representan la
actuación éticamente correcta, compatible con una ordenada concepción de la dignidad del morir.
Una consideración ética de la muerte, a la medida de la dignidad de la persona, reconocerá el
valor indisponible de cualquier vida humana y rechazará el argumento ideológico que lleva a
considerar unas vidas como dignas y otras no. Sobre esta base, se promueve la inviolable dignidad
de la persona humana, la defensa de los derechos que le son inherentes, desde la objetiva y
prudente consideración de la realidad y sentido de la vida y de la muerte.

La eutanasia: derecho a la muerte digna


Publicado el 8 de noviembre de 2016

Guillermo José Mañón Garibay


Investigador Titular A, Definitivo de Tiempo Completo, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, Universidad Nacional Autónoma de México,
Investigador Nacional SNI/CONACYT
guillermomanon@gmx.de

Por eutanasia se entiende el hecho de provocar la muerte para beneficio de la


persona. Con el complemento indirecto se quiere excluir la justificación de la
eutanasia promovida por las políticas de “higiene racial” de regímenes racistas,
como el del nacionalsocialismo, que perseguían eliminar a los seres humanos
indeseables para el sistema. De esta manera se hace justicia al sentido
etimológico de la palabra eutanasia (i. e. buena muerte). 1
Tradicionalmente se ha planteado el problema de la eutanasia como un
conflicto entre la vida como un valor en sí o un valor subordinado a ciertas
condiciones mínimas de bienestar —resumidas en conceptos como “calidad de
vida”, “vida digna” o “vida humana” —, es decir, entre lo que podría llamarse el
valor absoluto de la vida o valor subordinado de la vida.2 Asimismo, también se
le ha planteado como un conflicto entre el derecho a la vida y el derecho a la
libre decisión.
Para dirimir hasta qué punto el conflicto de valores y derechos es relevante
para ofrecer una solución al problema, es necesario distinguir las varias formas
en que puede tener lugar la eutanasia, a saber:
1.Eutanasia voluntaria (manifestación explícita del paciente de su deseo de morir).
2.Eutanasia involuntaria (falta de la manifestación explícita del deseo de morir por
parte del paciente).
3.Eutanasia activa (provocar la muerte por el agente).
4.Eutanasia pasiva (dejar morir al paciente).3
A propósito de las dos últimas, existe la duda sobre si representan una
auténtica diferencia entre dos tipos de eutanasia (activa o pasiva), entre hacer
morir o dejar morir; porque en ambas se encuentra la misma intención de
acabar con una vida, sea por acción o por omisión deliberada. Por ello, es mejor
hablar, antes que de intencionalidad en la eutanasia activa/pasiva, de causa
directa (activa) e indirecta (pasiva) de la muerte. En la primera se provoca
directamente la muerte, en la segunda no se hace nada para mantener con vida
a la persona (si bien desde la intención, con ambas se desea el mismo
resultado).
Si se reflexiona sobre las dos primeras formas de eutanasia, donde la voluntad
es el elemento distintivo, entonces surge la pregunta sobre si es posible
respetar la voluntad de una persona en toda situación. Con esto se tiene en
mente la dificultad de distinguir entre “creencia” y “hecho”, esto es: ¿cuándo se
cree o se sabe con certeza que llegó el momento de respetar la voluntad de
muerte de una persona? Las opciones son las siguientes:
1.¿Cuándo la medicina no puede hacer más por la vida del paciente?
2.¿Cuándo el dolor es insoportable para el paciente?
3.¿Cuándo no hay uso de las facultades mentales superiores (cerebro) y no se puede
hablar más de vida humana digna?
4.¿Cuándo los resultados del tratamiento médico alargan inútilmente la vida del
paciente, puesto que la muerte del paciente se presentará, irremediablemente, poco
tiempo más tarde?
Esta dificultad hace necesario explicitar anticipadamente, además del deseo, la
descripción de las circunstancias bajo las cuales la vida no tiene valor alguno
para el paciente.4 Sin embargo, en este punto cabe preguntar si es posible para
cualquiera, incluso para el especialista médico, describir con exactitud estas
circunstancias. Frente a los adelantos médicos parece imposible describir con
exactitud las circunstancias bajo las cuales una vida acusa irremediablemente
falta de valor. Por tanto, siempre habrá un rango de incertidumbre sobre cuándo
se han presentado las circunstancias que justifican la eutanasia o realización
de la voluntad del paciente.
En el caso de la eutanasia involuntaria siempre faltará una exención de
responsabilidad de terceros. Si bien es cierto que la eutanasia pasiva se lleva a
cabo muchas veces por razones económicas (cuando los costos de
manutención hospitalaria son insolventables por los parientes o el Estado),
resulta imposible, desde el punto de vista legal y moral, justificar la eutanasia
pasiva e involuntaria, a no ser que se esgrima un humanismo incompatible con
cualquier tipo de dolor o sufrimiento inútil y que, por esta razón, anule el valor o
dignidad de la vida.
Por ello, antes de siquiera plantear las 4 preguntas anteriores, debería
responderse aquélla sobre si se tiene derecho sobre la propia vida, en el sentido
de decidir cuándo debe finalizar ésta. Algunos pensarán que sólo Dios puede
disponer sobre ella; lo que deja abierto el problema del significado “mi propia
vida” y “mi responsabilidad sobre la misma”. Si cada cual no tiene derecho a su
vida, sino sólo Dios, entonces la expresión “mi vida” es inexacta y “mi
responsabilidad sobre ella” reducida. Si hay una auténtica exigencia de ofrecer
razones a favor o en contra de la eutanasia, y, por ello, el planteamiento ocurre
fuera del contexto religioso, entonces es necesario aclarar en qué sentido “mi
vida” es mía. Existen 4 opciones:
1.¿En el sentido de propiedad privada (como poseer un auto, una casa, etcétera)?
2.¿En el sentido de que a nadie más le incumbe lo que ocurre con ella, excepción
hecha del individuo mismo?
3.¿En el sentido de actuar libremente, como se define libertad en el artículo sexto de la
declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, permitiendo hacer
todo aquello que no afecte a terceros?
4.¿En el sentido de tener capacidad de decidir sobre ella a discreción, porque vida y
libertad son valores simétricos, donde el derecho a la vida no está sobre el derecho a la
libertad?
No obstante, para resolver esta dificultad es necesario responder dos preguntas
fundamentales:
1.¿Es la vida siempre un bien?
2.¿Es la muerte siempre un mal?
Una posible repuesta a la primera pregunta dice que la vida es “un valor en sí”
desde el momento en que constituye la condición de posibilidad de la libertad.
Si opción de elegir sólo es posible en vida, parece que siempre estará por
encima de la libertad y, en consecuencia, debe ser respetada y nunca se
justifica atentar contra ella bajo el supuesto valor o derecho a la libertad (y
consecuentemente, siempre se justificaría alargar indefinidamente la vida en
completo sufrimiento, porque ésta es un bien para cualquiera y bajo toda
circunstancia).
Esta postura confunde el hecho de “ser un valor en sí” con el “ser condición de
posibilidad”. Ciertamente, la condición de posibilidad para elegir es estar con
vida; pero no por ello la vida es un valor en sí ni un valor superior al elegir.
Análogamente, si una condición de posibilidad para vivir es contar con un
aparato respiratorio (nariz, tráquea, pulmones) o un sistema digestivo (esófago,
estomago, intestinos), esto no implica que todo ello sea un valor superior a la
vida o un valor absoluto.
Antes bien, se puede proponer que el supuesto valor absoluto de vivir depende
de que exista el valor de elegir: una vida sin libertad no es digna, como la vida
de un esclavo. En este sentido, es considerar al cerebro (o a la capacidad
intelectiva para elegir) como un valor absoluto que determina la vida humana, y
por eso, cuando no hay actividad cerebral se establece la muerte humana. 5
Además, si fuera cierto que la vida es un valor en sí, nunca tendrían sentido
expresiones como “una mala vida” o “una vida plagada de males” o “una vida
infeliz”, o la diferenciación entre la vida de un criminal y la de un santo, porque
la vida siempre se considerará de suyo un bien con valor absoluto. Tampoco
cabría pensar que la vida tiene un fin frente al cual pudiera ser evaluada: toda
vida sería lograda por el hecho de estar con vida y no habría diferencia entre
una vida bien lograda, exitosa o feliz, y otra fracasada o infeliz, desde el
momento que toda vida tiene el mismo valor absoluto.
Pero si se entiende que la vida es una condición de posibilidad para elegir, y se
distingue entre el valor de vivir y el valor de elegir (o ser libre); entonces, el
hecho de poder elegir (y el reconocimiento de su valor) no supone el valor
absoluto de la vida. Antes bien, puede decirse que sólo en la medida en que
aquello que se elija sea un bien (o beneficie la vida), devendrá la vida algo
valioso. Porque se puede tener capacidad racional para elegir la mejor opción y,
sin embargo, no llevar a cabo ninguna elección. O, si se tiene a disposición dos
cosas a elegir, esto no implica que por ello la vida sea buena, como tampoco
que las opciones a elegir sean buenas. La condición “estar vivo”, que
ciertamente permite el ejercicio de la libertad, no excluye que la vida misma
pueda ser infame o carente de valor.
Por último, puede alegarse que, aun cuando se tome la vida como un bien
absoluto, esto no descalifica de tajo la eutanasia, porque puede alegarse que a
una “buena vida” corresponde una “buena muerte” (en sentido etimológico de
eutanasia).
A la segunda pregunta (¿es la muerte siempre un mal?) se puede responder que
la muerte es siempre un mal sólo si se toma a la vida siempre como un bien, o
como un valor absoluto. Una vez más: ¿con qué fundamento se hace la
afirmación “la vida humana es un bien o un valor absoluto”? (con vida humana
se le quiere distinguir de la de animales y plantas). Primero, la afirmación
teológica “la vida es un bien o tiene un valor absoluto” admite que la vida tiene
un fin frente al cual puede ser evaluada como vida feliz, lograda, exitosa, digna,
honesta, productiva, saludable, divinamente redimida, etcétera. Pero entonces,
sólo respecto del fin se puede sentenciar que sea o no valiosa y también que
tenga sentido elegir la muerte cuando ésta carezca de valor o se aleje
irremediablemente de su fin.6
Segundo; estas preguntas plantean el problema lógico sobre la equivalencia de
los términos vida y bien (muerte y mal). Si son lógicamente equivalentes,
entonces no tiene sentido hablar de mala vida o de vida nociva para la
comunidad o vida dañina, vida infeliz. Sin embargo, todas estas estimaciones
verbales son posibles porque se puede pensar la vida independientemente del
bien o de aquello que sea para ella un valor o beneficio. 7
Ciertamente, el valor de la vida puede trascender las miserias que la aquejan,
en el sentido de que nadie que sufra en demasía esté dispuesto a suicidarse.
Este sería el caso, por ejemplo, de los prisioneros de guerra en campos de
concentración que, pese a su situación infeliz, no se dan la muerte. Pero la
verdad de esto no establece un vínculo lógico necesario entre los términos bien
y vida a la manera que uno entrañe el sentido del otro. Entonces, a ausencia de
una conexión necesaria, tendrá relevancia deliberar sobre el beneficio que tiene
para cada individuo salvar su vida o propiciar su muerte. El deseo de vivir de los
prisioneros u enfermos terminales no determina de suyo el valor de la vida,
porque análogamente también puede haber un deseo de muerte que reivindique
el valor de la eutanasia. Entonces, sigue vigente el hecho de que un criminal
irredento sea, desde el derecho penal de algunos países, un hombre que
merezca la muerte, así como el que un enfermo terminal no encuentre
legítimamente sentido en salvar su vida (mediante un tratamiento que alargue
su tiempo de sufrimiento para horas más tarde morir).
El tipo de vínculo lógico existente entre vida y bien se pone de manifiesto si se
considera la vida de animales y plantas. En ellos lo relevante es la conservación
de la especie antes que la supervivencia del individuo; lo que significa que
hacerle un bien a una planta o a un animal significa hacérselo a su especie. De
esta manera, respetar o valorar la vida no significa conservar la vida del
individuo: nadie pensaría hacerle un bien a un animal extendiendo su vida con
dolor incurable, ya que el dolor permanente altera su calidad de vida normal,
necesaria para su supervivencia. ¿Quién negaría con fundamento que, en esta
situación, lo mejor es la muerte?
Si se admite que el bien para la vida animal lo es para la especie antes que para
el individuo de la misma, y que por ello, bajo ciertas circunstancias, es
preferible darle muerte a uno de ellos que alargar su existencia sin su “calidad
de vida normal”; entonces, es claro que la vida no está inexorablemente
vinculada con el bienestar de los individuos de la especie, tomados por
separado o individualmente. Si, por el contrario, se piensa que sí lo está en el
caso de los seres humanos, es porque la valoración del individuo es
independiente de la vida en sí, y relacionada con el hecho de ser-humano antes
que con el hecho de ser-hombre-vivo. Por ello tiene sentido, en algunas morales
religiosas, aquilatar el comportamiento de un mártir, que sacrifica su vida por el
bien de otro hombre, porque con ello destaca el valor de ser humano, merecedor
de sacrificios, antes que el valor de la vida individual sacrificada.
Si es posible destacar el valor individual del ser humano, entonces es necesario
destacar la importancia de la consideración particular sobre la propia vida. Es
decir, es necesario tomar en consideración el valor particular de cada individuo
sobre su propia vida para que ésta sea tenida por un bien. Este es un punto por
demás relevante en el caso de la eutanasia voluntaria, porque sólo cuando un
individuo considera que su vida no es para él valiosa, se presenta válidamente
la disyuntiva entre optar o no por la eutanasia. ¿Quién alegaría tener el derecho
a prolongar la vida de un individuo, cuando él mismo ha expresado no querer
continuar con la misma bajo determinadas circunstancias? 8 Entonces, no es
incompatible el valor de vida con el deseo de morir en propio beneficio; o bien
porque la vida puede perder su valor benéfico para el individuo o porque la
buena muerte forma parte de una buena vida.
El problema de juzgar la decisión por la eutanasia, y la valoración individual de
la propia vida, viene de la mano del hecho de ligársele con distintos estados
psicológicos —desde el suicida patológico, pasando por el depresivo crónico y
el cuadripléjico incurable, hasta el estoico convencido—. Por ello, tiene sentido
plantearse el problema de la eutanasia como el problema de determinar cuándo
la vida es un bien y cuándo no.
Ya se hizo referencia a la consideración de la vida como valor absoluto que
establecería una correspondencia lógica entre los términos bien y vida, donde
de ser el caso, no tendría sentido decir que “alguien ha tenido una mala vida” o
que “su vida no vale nada”, y por tanto, donde no fuera posible desvirtuarla por
el sufrimiento de un dolor crónico, una enfermedad incurable o la ausencia de
las facultades mentales. Si, por otro lado, se toman ambos términos como
lógicamente independientes, entonces sí es posible pensar que una vida no
valga la pena y por ello se justifique eliminarla. En este caso debe ser posible
responder a las siguientes preguntas:9
1.¿Qué constituye una vida humana buena o digna de ser vivida?
2.¿Es posible hallar un criterio funcional de vida para decidir si en algunos casos se
justifica la eutanasia?
3.¿Es posible pensar en un conjunto de beneficios que aclaren el significado de “vida
humana digna” o siquiera “vida humana normal”?
Este problema se complica si no se descarta la perspectiva individual sobre la
propia vida y, con ello, la posibilidad de que alguien lleve una vida “plagada de
males o dolor” y, sin embargo, desee seguir viviendo de esa manera (incluso
cuando se aduzca que este juicio es producto de alguna enfermedad mental).
Con respecto a las tres peguntas enunciadas, puede decirse que el mínimo de
bienes humanos que debe acusar una vida son aquellos consignados en la Carta
Universal de los Derechos Humanos, como los derechos civiles y políticos,
económicos y sociales. Si se acepta que el valor de vida lo otorga el ejercicio
de estos derechos fundamentales, entonces una vida sin libertad, en miseria y
sin socialización, sería carente de valor, como el caso de la vida de prisioneros,
enfermos incurables o ancianos moribundos.
Ciertamente, toda vida humana presenta, por lo general, un mínimo de bienes
fundamentales, y, en el caso de que todos estén ausentes, esto —como se dijo—
no la convierte ipso facto en un mal ni en algo indeseable; porque o bien se cree
que los males son pasajeros o porque no se cree que esto constituya una
condición suficiente para optar por la muerte. Entonces, el problema de la
eutanasia se debe complementar con el siguiente planteamiento: por un lado, el
problema no versa solamente sobre si la vida es buena o mala, sino sobre si
existe un derecho inalienable a elegir cuándo ya no se desea vivir, de la misma
forma que hay un derecho a vivir. Y, por otro lado, el problema tampoco reside
sobre si algunos actos de eutanasia son justificables, sino en el problema de
legislar para todos los casos posibles de prisioneros (carecen de libertad),
enfermos (carecen de salud), ancianos (carecen de perspectivas futuras), o de
todos aquellos que valoren su vida como un mal antes que como un bien y
deseen terminar con ella.
Como hacen ver muchos especialistas, el problema de una legislación sobre la
eutanasia reside no sólo en el cambio de tratamiento respecto de enfermos
incurables, ancianos incapacitados y prisioneros irredentos, sino en la
transformación de la actitud social general frente a ellos. Es posible que la
legalización de la eutanasia generalice la percepción social sobre la vida sin
valor de vida y conduzca a justificar su supresión o a ejercer presión social para
reducir su manutención. Por ello, la reflexión sobre la eutanasia debe guiarse
por la idea de proporcionar un beneficio para el paciente. Con ello se distingue
la eutanasia de todo otro acto criminal o de justicia penal o de abuso social.
Cuando se plantea el problema de la eutanasia, entendida como optar por la
muerte en beneficio del paciente, se puede ver un conflicto de derechos, a
saber: entre el derecho a decidir y el derecho a vivir. Aquí el término “derecho
a” acepta dos interpretaciones distintas, mas no excluyentes: en un caso, la
derivada del concepto moral de bondad y, en otro caso, la derivada del
concepto jurídico de justicia. A la justicia atañen los derechos y obligaciones
mínimos que cada hombre debe respetar en su actitud frente a otro hombre.
Estos derechos y obligaciones mínimos son enunciados en forma de leyes que
permiten la redacción de contratos, cuyo debido cumplimiento queda a cargo de
los respectivos tribunales. Hacer justicia no implica necesariamente que
siempre se derive un beneficio individual, porque el derecho se dirige al
bienestar general; sea que se trate de la justicia redistributiva, a través del
sistema tributario, que quita para dar; sea que se trate de la justicia correctiva,
a través del sistema penal, que castiga para reparar.
La bondad, por otro lado, es una virtud moral que nos une al prójimo,
favoreciendo su bienestar individual y sin buscar contraprestación alguna. La
relevancia de la bondad deviene de la incompletud de todo sistema jurídico y,
por tanto, de la posibilidad de que haya algo no exigido por la ley pero necesario
para la convivencia humana. Ejemplos de esto sería el deber de los padres de
amar a sus hijos, o el deber de una persona de ayudar a otra (excepción de
cuerpos profesionales), de expresar misericordia frente al desvalido, de
ejercitar la magnanimidad frente al menesteroso, etcétera.
Jurídicamente, la prohibición del asesinato se encuentra legalmente prescrita;
el amor, la ayuda, la misericordia, la magnanimidad, no. Sin embargo, todas son
necesarias para una auténtica convivencia humana. Esta distinción entre dos
posibles interpretaciones de la expresión “derecho a” —una correspondiente al
sistema jurídico y otra al sistema moral—, es por demás relevante para la
caracterización y justificación de la eutanasia voluntaria, teniendo en cuenta
que el derecho defiende la vida prohibiendo matar, pero no prohibiendo disponer
voluntariamente de la propia vida en circunstancias determinadas. Quien
explícitamente declara no querer vivir sus últimos días con dolor o en un estado
inhumano puede esperar, apelando a la bondad del prójimo, que alguien termine
con su vida (en el entendido que la distinción entre eutanasia activa o pasiva no
es una distinción exhaustiva o de fondo).
La solución al problema de la eutanasia voluntaria, con ayuda del derecho y la
moral, considera la diferencia entre respetar y ejercer un derecho en sentido de
la justicia y la bondad. La justicia está inexorablemente conectada con las
leyes, en el sentido de que cuando se actúa injustamente se infringe una ley y
sobreviene un castigo. Como se dijo, el derecho no vela por el bien individual,
sino colectivo; por ello no vela por las expectativas de calidad de vida de cada
persona. Sin embargo, puede en el caso del derecho a la vida imponer el deber
general de no matar y conceder el derecho a disponer de la propia vida en
circunstancias determinadas, como:
1.Manifestación anticipada y voluntaria de no desear continuar con vida bajo
circunstancias determinadas. Estas pueden ser: a.Padecer una enfermedad incurable,
dolorosa, que provoque sólo sufrimiento.
b.Encontrarse en estado terminal.
c.Considerar a la propia vida como un mal antes que un bien.
Si bien el derecho no obliga a nadie a terminar con la vida indeseada, puede
permitir, apelando a la bondad de alguien, atender a las expectativas de calidad
de vida de una persona en particular y procurar su finalización. Así se resolvería
el conflicto de derecho a la vida (sentido jurídico) y derecho a elegir sobre la
vida (sentido moral).10

Razones del no a la eutanasia


 Lecturas recomendadas
 Textos espirituales
 Enlaces
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R.Martínez Die, A.Sesé, X.Sobrevia, M. Sureda, I.Viladomiu


2002-12-02
Mujernueva.org

PRESENTACIÓN
La reciente legalización de la eutanasia en Holanda ha provocado la solicitud por
parte de algunos partidos políticos de la legalización de la eutanasia en España.
Con este documento la Associació Catalana d’Estudis Bioètics (ACEB) quiere
aportar al importante debate social reflexiones fundamentales ante un asunto tan
delicado como la despenalización de acciones contra la vida humana.

1- ¿QUÉ ES LA EUTANASIA?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la eutanasia como aquella
«acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente».
Esta definición resalta la intención del acto médico, es decir, el querer provocar
voluntariamente la muerte del otro. La eutanasia se puede realizar por acción
directa: proporcionando una inyección letal al enfermo, o por acción indirecta: no
proporcionando el soporte básico para la supervivencia del mismo. En ambos
casos, la finalidad es la misma: acabar con una vida enferma.

Esta acción sobre el enfermo, con intención de sacarle la vida, se llamaba, se


llama y debería seguir llamándose homicidio. La información y conocimiento del
paciente sobre su enfermedad y su demanda libre y voluntaria de poner fin a su
vida, el llamado suicidio asistido, no modifica que sea un homicidio, ya que lo que
se propone entra en grave conflicto con los principios rectores del Derecho y de la
Medicina hasta nuestros días.

2- EL DEBATE ACTUAL
La eutanasia es un acto que busca provocar la muerte a una persona enferma que
conlleva graves consecuencias familiares, sociales, médicas, éticas y políticas. Su
despenalización modificará en su propia raíz la relación entre las generaciones y
los profesionales de la medicina. El Informe Remmelink sobre la práctica de la
eutanasia en Holanda arroja a la luz 1.000 muertes por eutanasia involuntaria (sin
consentimiento) en 1990. Estos 1.000 pacientes eutanasiados se convierten en
1.000 poderosísimas razones para oponerse a la eutanasia activa. Igualmente en
los casos en los que la eutanasia es solicitada por el enfermo existe un grave
problema ético porque se trata de una derrota social y profesional ante el
problema de la enfermedad y de la muerte. Los casos extremos y la autonomía
personal, siempre aludidos por los partidarios de la eutanasia para su
despenalización, no deben generar leyes socialmente injustas, que enfrentan el
deseo individual con el ineludible deber del Estado a la protección de la vida física
de cada ciudadano.

Hay que eliminar el sufrimiento humano, pero no al ser humano que sufre.

Tres cuestiones complejas están presentes en el debate de la eutanasia: el


consenso democrático, la dignidad de la persona humana y la autonomía
personal.

El consenso:

El consenso convierte el principio legislativo en la única fuente de verdad y de


bien, y deja la vida humana a merced del número de votos emitidos en un
Parlamento. Las legislaciones sobre el aborto, la clonación humana, la
fecundación extracorpórea y la experimentación embrionaria son consecuencia de
la aplicación del principio de las mayorías.

Los derechos humanos no son otorgados por el número de votos obtenidos, ni por
la sociedad, ni por los partidos políticos, aunque deben siempre reconocerlos y
defenderlos. No se basan tampoco en el consenso social, ya que los derechos los
posee cada persona, por ser persona. Las votaciones parlamentarias no modifican
la realidad del hombre, ni la verdad sobre el trato que le corresponde.

La dignidad de la vida humana

Ninguna vida carece de valor.

El hecho de nacer y el de morir no son más que hechos y sólo hechos, adornados
naturalmente de toda la relevancia que se quiera. Precisamente por ello no
pueden ser tenidos como dignos o indignos según las circunstancias en que
acontezcan, por la sencilla y elemental evidencia de que el ser humano siempre,
en todo caso y situación es excepcionalmente digno, esté naciendo, viviendo o
muriendo. Decir lo contrario es ir directamente en contra de lo que nos singulariza
y cohesiona como sociedad.

Legalizar la eutanasia es una declaración de derrota social, política y médica ante


el enfermo que no acabará con las perplejidades de la vida, ni de la muerte, ni con
las dudas de conciencia de los médicos, de los pacientes y de los familiares.

La autonomía personal.

«El derecho a morir no está regulado constitucionalmente, no existe en la


Constitución la disponibilidad de la propia vida como tal» Si existiera este derecho
absoluto sobre la vida, existirían otros derechos como la posibilidad de vender tus
propios órganos o aceptar voluntariamente la esclavitud.

La autonomía personal no es un absoluto. Uno no puede querer la libertad sólo


para sí mismo, ya que no hay ser humano sin los demás. Nuestra libertad personal
queda siempre conectada a la responsabilidad por todos aquellos que nos rodean
y la humanidad entera. La convivencia democrática nos obliga a someternos y a
aceptar los impuestos, las normas y las leyes que en ningún momento son
cuestionados como límites a la libertad personal.¿Por qué no queremos descubrir
un bien social en la protección legal de la vida en su finitud? ¿Qué cultura
dejaremos a nuestros hijos si les transmitimos que los enfermos no merecen la
protección de todos?

3.- ¿CÓMO QUEREMOS MORIR?


Todos queremos una buena muerte, sin que artificialmente nos alarguen la
agonía, ni nos apliquen una tecnología o unos medios desproporcionados a la
enfermedad.

Todos queremos ser tratados eficazmente del dolor, tener la ayuda necesaria y no
ser abandonados por el médico y el equipo sanitario cuando la enfermedad sea
incurable.

Todos queremos ser informados adecuadamente sobre la enfermedad, el


pronóstico y los tratamientos que dispone la medicina, que nos expliquen los datos
en un lenguaje comprensible, y participar en las decisiones sobre lo que se nos va
a hacer.

Todos queremos recibir un trato respetuoso, que en el hospital podamos estar


acompañados de la familia y los amigos sin otras restricciones que las necesarias
para la buena evolución de la enfermedad y el buen funcionamiento del hospital.

¿Cómo queremos morir?

Sin dolores.

Pudiendo rechazar tratamientos que prolongan artificialmente la vida.

Informados sobre la enfermedad y las posibilidades de tratamientos, con palabras


comprensibles.

Pudiendo decidir sobre lo que se nos va a hacer y rechazar tratamientos que


prolongan artificialmente la agonía.

Siempre tratados con respeto y cariño por los profesionales de la salud.

Estando acompañados de la familia y los amigos.

4.- PAPEL DEL MÉDICO


El acto médico se basa en una relación de confianza donde el paciente confía al
médico el cuidado de su salud, aspecto primordial de su vida, de sí mismo. En la
relación entre ambos no puede mediar el pacto de una muerte intencionada. La
eutanasia significará el final de la confianza depositada durante milenios en una
profesión que siempre se ha comprometido a no provocar la muerte
intencionalmente bajo ningún supuesto.

La eutanasia deshumanizará la medicina. Solamente desde el respeto absoluto es


posible concluir que todas las vidas humanas son dignas, que ninguna es
dispensable o indigna de ser vivida.

La eutanasia frenará el progreso de la medicina. Los médicos se irán volviendo


indiferentes hacia determinados tipos de enfermedad, no habrá razones para
indagar en los mecanismos patogénicos de la senilidad, de la degeneración
cerebral, del cáncer en estadio terminal, de las malformaciones bioquímicas o
morfológicas, etc.

La solución pasa por dar un cuidado integral a quien pronto va a morir, tratándole
tanto los sufrimientos físicos como los sufrimientos psíquicos, sociales y
espirituales.

Este es el fundamento de la Medicina Paliativa que desde la perspectiva del


respeto absoluto debido a toda persona y ante los límites terapéuticos de la propia
medicina, pasa a controlar los síntomas de la enfermedad, especialmente la
presencia de dolor, acompañando al enfermo hasta la muerte.

¿Qué es la sedación terminal?

«Se entiende por sedación terminal la administración deliberada de fármacos para


producir una disminución suficientemente profunda y previsiblemente irreversible
de la conciencia en un paciente cuya muerte se prevé próxima, con la intención de
aliviar un sufrimiento físico y/o psicológico inalcanzable con otras medidas y con el
consentimiento explícito, implícito o delegado del paciente». El recurrir al
consentimiento implícito o delegado cuando el paciente puede conocer la
información quita al moribundo su derecho a afrontar el acto final de su vida: su
propia muerte. La familia y el médico suplantan y despojan al enfermo del
conocimiento de esta decisión.

El verdadero respeto a los derechos del paciente pasa por hacerlo partícipe de las
decisiones sobre su cuidado, aunque éstas hayan de pasar por una información
desagradable.

La sedación terminal es éticamente correcta cuando:

El fin de la sedación sea mitigar el sufrimiento;

La administración del tratamiento busque únicamente mitigar el sufrimiento y no la


provocación intencionada de la muerte.

No haya ningún tratamiento alternativo que consiga los mismos efectos principales
sin el efecto secundario que sería el acortamiento de la vida. Entonces la acción
es correcta y éticamente aceptable.

La sedación terminal es correcta únicamente cuando se busca mitigar el


sufrimiento del enfermo y no cuando la finalidad es acelerar su muerte. En este
caso se trata de eutanasia activa.

Consecuencias de la despenalización de la eutanasia

Las difíciles circunstancias que provocan algunas enfermedades o una experiencia


familiar desagradable pueden ser causa de una posición personal a favor de la
eutanasia. Pero los casos extremos no generan leyes socialmente justas, por las
dificultades que estos mismos comportan. Los casos extremos son utilizados y
presentados como irresolubles, por lo que si hoy aceptamos matar
intencionadamente a un paciente como solución para un problema, mañana
podremos hallar una centena de problemas para los cuales matar sea la solución.

La eutanasia no resuelve los problemas del enfermo, sino que destruye a la


persona que tiene los problemas.
Un antecedente de lo expuesto puede considerarse en las consecuencias de la
despenalización del aborto bajo los tres supuestos o excepciones a la norma en la
ley del aborto de 1985: por violación, por malformaciones fetales o congénitas y
por el peligro para la salud física o psíquica de la madre. El peligro para la salud
psíquica de la madre se ha convertido en un cajón de sastre donde cabe todo ya
que el 97,83% de los motivos se acogen a este supuesto. Hoy ya nadie habla del
derecho a la vida de los no nacidos y el aborto se ha convertido en una práctica
médico-social habitual sin control legal alguno en los supuestos contemplados por
la ley.

Se habla del control absoluto del acto eutanásico ante su despenalización pero la
evidencia es muy distinta pues el médico, si se despenaliza la eutanasia, tendrá
impunidad para matar sin que nadie se entere.

Los siguientes ejemplos ponen de manifiesto la inseguridad de los enfermos:

La Vanguardia (6/01/2001) publicó la siguiente noticia: «Médico de familia y


asesino en serie». Un minucioso informe de la universidad de Leicester determina
que «probablemente 297 pacientes de Harold Shipman, conocido como «Doctor
Muerte» no murieron por causas naturales». Shipman, inglés, padre de cuatro
hijos y médico de cabecera ya cumple cadena perpetua por haber asesinado a
quince de sus pacientes. En su expediente se lee que mataba predominantemente
a señoras de mediana edad, entre los 50 y 65 años, aplicándoles sobredosis de
drogas como la heroína, que conseguía con su licencia de médico haciendo ver
que eran para aliviar el dolor de sus pacientes. Los familiares de algunas de las
víctimas siguen presionando a la fiscalía británica para averiguar si sus seres
queridos fueron asesinados. El Dr. Shipman fue descubierto por manipular el
testamento de Kathllen Grundy que la familia denunció.

EL País (23/06/2000) publicó el caso de una enfermera inglesa investigada por la


muerte de 18 menores. Las dudas surgieron por la carta de una madre
quejándose del tratamiento recibido por su hijo, ya fallecido. Al estar versada en
los cuidados paliativos aplicados a casos incurables, sus visitas a las distintas
casas no eran supervisadas con el mismo rigor que las tareas del resto de sus
compañeras. Las autoridades del Hospital de Runwell, del condado de Essex, la
suspendieron de empleo y sueldo. La noticia no citaba el nombre de la enfermera.

En Brasil, publicó ABC (11/05/99) «investigan a las funerarias por el nuevo «ángel
de la muerte». El auxiliar de enfermería Edson Izidoro, sospechoso de haber
matado a 131 pacientes en estado grave, confesó haber recibido comisión de las
funerarias y de haber actuado por dinero.

La Razón (12/01/99) publicó «Un médico holandés denuncia ante el Consejo de


Europa 900 casos de eutanasia sin consultar al paciente». La denuncia fue
realizada por el doctor Henk Ten Have en la reunión de la Asamblea
Parlamentaria del Consejo de Europa que tuvo lugar el día anterior.
Amnistía Internacional (AI), publicó Diario Médico (3/11/ 98) declaró que los
médicos que intervienen en la ejecución de un reo por medio de una inyección
letal incurren en una práctica contraria a la ética profesional, aunque les ampare la
legislación del país. El doctor, James Welsh, ha afirmado que cuando se introdujo
el uso de la inyección letal «se presentó como un sistema que humanizaba de
manera notable las ejecuciones. Sin embargo, en la práctica, se tiene constancia
de un alto número de casos en los que ha fallado y ha causado una muerte
dolorosa».

El Mundo publicó (7/01/99) «La policía británica investiga 50 muertes por


eutanasia». Varios hospitales han sido acusados de haber retirado el suero
intravenoso a sus pacientes, mientras estaban sedados, y de causarles la muerte
por deshidratación. El doctor Gillian Craig dijo al respecto: «En algunas ocasiones,
sedar a un paciente y deshidratarle equivale a eutanasia. El agua y los alimentos
constituyen una necesidad básica y no pueden ser considerarse como un
tratamiento que los médicos pueden conceder o retirar a su antojo».

ABC (8/08/2000) publicó «En Dinamarca no se atenderá a los enfermos terminales


para ahorrar gastos». El pacto concertado entre médicos y políticos escandaliza a
la sociedad.

¿Qué pasará si se despenaliza?

La despenalización de la eutanasia comportará una decadencia ética progresiva.


Gonzalo Herranz describe en cuatro fases las situaciones por la que pasaremos
en caso de ser despenalizada:

Se presentará la eutanasia como un tratamiento que sólo puede aplicarse en


ciertas situaciones clínicas extremas, sometidas a un control estricto de la ley.

Tras pocos años, la reiteración de casos irá privando a la eutanasia de su carácter


excepcional. La habituación se producirá con la idea de que es una intervención
no carente de ventajas, e incluso una terapéutica aceptable. La eutanasia le
ganará falazmente la batalla a los cuidados paliativos por ser más indolora, rápida,
estética, y económica convirtiéndose para el enfermo en un derecho exigible a una
muerte dulce, para los allegados en una salida más cómoda, para algunos
médicos un recurso sencillo que ahorra tiempo y esfuerzos, y para los gestores
sanitarios una intervención de óptimo cociente costo/eficacia.

Para aquellos profesionales que acepten la eutanasia voluntaria, la eutanasia


involuntaria se convertirá, por razones de coherencia moral, en una obligación
indeclinable. Esta fase comporta la eutanasia involuntaria. El médico razona que la
vida de ciertos pacientes capaces de decidir es tan carente de calidad, tienen tan
alto costo, que no son dignas de ser vividas. Es muy fácil expropiar al paciente de
su libertad de escoger seguir viviendo.

Se generalizará este concepto a otros enfermos y la eutanasia sustituirá a la


medicina.
Un ejemplo: Holanda.

Según la nueva ley holandesa la eutanasia no será delito si el médico la practica


respetando los siguientes requisitos: que la situación del paciente sea irreversible
y el sufrimiento insoportable; que el médico esté seguro que nadie coacciona al
paciente y que su petición de morir haya sido expresada más de una vez; que el
médico pida la opinión de otro colega, que deberá haber visto al paciente. Todos
estos requisitos estaban ya previstos en la legislación de 1993. Lo novedoso de
esta ley es que los menores de 12 a 16 años pueden también solicitar la eutanasia
con permiso de sus padres. Los de 16 y 17 años no necesitaran el consentimiento
paterno, pero sí su participación en el proceso de decisión.

P.J. van der Maas y G. van der Wal, catedráticos de Salud Pública de la
Universidad Erasmus de Rotterdam y de la Universidad Libre de Amsterdam,
realizaron un informe a petición de las ministras de Justicia y Sanidad para evaluar
la aplicación de la legislación. Sus conclusiones permiten comparar la práctica
actual de la eutanasia con la que reflejó otro informe realizado en 1991 por una
comisión, presidida por el fiscal general del Estado Jan Remmelink.

Los dos estudios se basan en dos informes separados: uno basado en entrevistas
con médicos y otro en el procedimiento de notificación.

La comparación del informe Remmelink de 1990 y el de 1995 pone de manifiesto


que del total de fallecidos en Holanda:

Las muertes por eutanasia han aumentado de 2.300 casos en 1990 a 3.120 casos
en 1995;

La cooperación al suicidio ha pasado de 400 casos a 540 casos;

La práctica de la eutanasia sin consentimiento explícito se mantiene en torno a


1.000 casos.

Las peticiones explícitas de eutanasia o de suicidio asistido crecieron un 9%


desde 1990.

El procedimiento de notificación no cumple su papel de control a posteriori.


Todavía la mayoría de los casos de eutanasia no son declarados como tales al
realizar el acta de defunción, aunque la proporción de las declaraciones ha
aumentado del 18% en 1990 al 41% en 1995. Con la amenaza teórica de incurrir
en responsabilidad penal, es lógico que los médicos no quieran denunciarse a la
Justicia.

Las eutanasias con consentimiento son una gran derrota familiar, social, médica y
política que debe movernos a reflexionar sobre la voluntad de morir de estos
pacientes que dicen: «Doctor, quiero morir», que significa: «Doctor, quiero vivir,
pero ¿estará también a mi disposición cuando no pueda más?». Los 1.000 casos
de eutanasias sin consentimiento explícito, son una poderosa razón para no
permitir esta práctica ya que estamos hablando de homicidios involuntarios.

6.- RAZONES POLÍTICAS PARA DECIR “NO” A LA EUTANASIA.


El debate de la eutanasia pone al descubierto cuáles son deberes del Estado o
políticos y cuáles son deberes personales.

La tutela de la vida humana es un deber político que no puede relegarse a la moral


particular o privada de cada uno. La vida física es un bien universal que no puede
ser amenazado por ninguna circunstancia.

Existen dos planos diferenciados:

Jurídico-político: regula las relaciones entre los hombres – por la convivencia en


paz, seguridad y libertad- y protege los bienes comunes de los que participamos
todos y en los que la vida física de cada hombre es presupuesto necesario para la
existencia de otros bienes. No es un deber del Estado hacer bueno al hombre a
través de las leyes civiles, pero sí proteger a todos los que pueden verse privados
del derecho fundamental a la vida especialmente ante la vulnerabilidad que
comporta la enfermedad.

Moral: regula los actos individuales. El presunto derecho al suicidio asistido es una
opinión o deseo personal. Una cosa es el deseo que todos tenemos de morir bien
y otra bien distinta despenalizar el acto intencionado de supresión de una vida: el
homicidio.

El derecho a la protección de la vida física de cada persona y bajo cualquier


circunstancia de enfermedad o de vejez es el fundamento que nos protege de los
criterios éticos de los demás sobre la propia existencia, de la forma en cómo los
otros «me ven», e incluso de la moralidad particular de aquel que no descubre el
respeto debido siempre al otro, como el médico que practica eutanasias.

7- ALGUNOS TESTIMONIOS EN CONTRA DE LA


DESPENALIZACIÓN.
Pablo Salvador Coderch, Catedrático Derecho Civil de la Universidad Pompeu
Fabra, escribe en un artículo de Opinión, Ministros de muerte, en La Vanguardia.
Viernes, 27 de febrero de 1998.

«No existe nada parecido a un derecho a la muerte ni nadie en su sano juicio


puede pretender que el Estado reconozca a ninguno de sus ciudadanos la facultad
de exigir ante un tribunal que un funcionario le inyecte una sustancia letal».

«Yo no estoy de acuerdo (con el mensaje enviado por los medios de


comunicación) deprimente y letal: hay que ayudar a vivir que no siempre es fácil;
en algún caso aislado, habrá que dejar morir, pero matar es una solución
demasiado sencilla. Cuesta tan poco, que está al alcance de cualquier
incompetente».
«Los jueces del Tribunal Supremo Federal (EEUU) se negaron a admitir que
tampoco hay que distinguir entre eutanasia activa -matar- y pasiva – dejar morir-
….. Llevan razón: en la vida y en el derecho la regla de principio es que no es lo
mismo hacer algo que abstenerse de ello».

Camilo José Cela. Premio Nobel de Literatura (1989). El Mal Camino. ABC.

«Por el mundo adelante se extiende cada vez más la idea de la licitud del
exterminio cuanto pueda frenar la marcha triunfal del vencedor, y eso es peligroso.
El retrasado, por la razón que fuere, el tonto, el débil, el enfermo, el viejo, el negro,
el paria y el perdedor, también tiene derecho a seguir viviendo, aunque sea mal. Si
el hombre no es capaz de adecuar su vida a la justicia -y lleva demasiado tiempo
intentándolo sin conseguirlo- no va a tener más remedio que volver a la
caridad…….. La energía del fuerte debe encauzarse hacía la regeneración del
débil, que siempre será posible si se prueba seriamente a hacerlo»

«Lo que no se puede admitir que los superdotados quieran hacer jabón con los
infradotados; un trozo de carne con figura humana, por poco que discurra, sigue
siendo un hombre y, por el solo hecho de serlo, es digno de absoluto respeto».

Juan Alberto Belloch, Ex-Ministro de Justicia (1993-1996) responde a la pregunta


de la periodista Carla Fibla: ¿Qué es lo que personalmente le hace mostrarse tan
reacio a la despenalización de la eutanasia?…… «si está despenalizado practicar
la eutanasia activa y directa, en determinados casos el riesgo es que el médico
termine sustrayendo o suplantando la voluntad del paciente»…… «Hay que
pensar; el valor de la muerte, si se da o no un elemento de presión sobre los más
débiles». «Por arreglar una injusticia creamos un problema mayor»

8- DISPOSICIONES INTERNACIONALES
La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en su recomendación 1.418,
aprobada el 25 de junio de 1999 pidió que se garantice el acceso de los enfermos
terminales a los cuidados paliativos y recuerda que la eutanasia, aún voluntaria,
contraviene el artículo 2 del Convenio Europeo de Derechos Humanos que afirma
que «la muerte no puede ser inflingida intencionalmente a nadie». Los 41
diputados exhortaban a los Gobiernos a mantener «la prohibición absoluta de
poner fin intencionalmente a la vida de los enfermos incurables y de los
moribundos».

Un mayor conocimiento de los cuidados paliativos en la atención a los enfermos


terminales ha hecho que disminuya sensiblemente el apoyo a la eutanasia y del
suicidio asistido entre los Oncólogos de los Estados Unidos. A finales de 1999, la
American Medical Associaton (AMA) decidió apoyar en el Congreso una ley que
prohibiría la cooperación al suicidio en todo el país. La eutanasia está permitida en
Oregón desde 1997 y en cambio ha sido rechazada por referéndum en Maine.

9- SOLUCIONES PARA EL ENFERMO.


La solución a los sufrimientos que comporta la enfermedad no debe pasar por
admitir el matar o la ayuda al suicidio de las personas enfermas. Matar nunca es
una solución y aún menos el suicidio. El reto social y médico está en el desarrollo
de una Medicina Paliativa eficaz, que admita la condición doliente del ser humano
y que procure el control del dolor y el alivio del sufrimiento.

La verdadera alternativa a la eutanasia y al encarnizamiento terapéutico es la


humanización de la muerte. Ayudar al enfermo a vivir lo mejor posible el último
periodo de la vida. Es fundamental expresar el apoyo, mejorar el trato y los
cuidados, y mantener el compromiso de no abandonarle, tanto por parte del
médico, como por los cuidadores, los familiares, y también del entorno social.

Muchos casos de petición de eutanasia se deben a una «medicina sin corazón».


La eutanasia se basa en la desesperación y refleja la actitud de «ya no puedo
hacer nada más por usted». Hay que ayudar a vivir, pero no siempre es fácil;
también habrá que dejar morir, pero matar es una solución demasiado sencilla. La
respuesta ante la petición de eutanasia no es la legalización sino una mejor
educación y atención sanitaria y social.

La Medicina Paliativa procura responder a cualquier necesidad de los enfermos


cuando se encuentran en una fase avanzada de la enfermedad o en situación
terminal. La extensión de los programas de Cuidados Paliativos es muy importante
para poder atender mejor a estos enfermos. Precisamente en España, el Plan
Nacional de Cuidados Paliativos que están elaborando el Ministerio de Sanidad, el
Insalud y los representantes de todas las comunidades autónomas, tiene como
principal objetivo mejorar la calidad de vida de los pacientes en situación terminal.

La solución pasa por practicar una buena medicina, es decir, dar un cuidado
integral a quien pronto va a morir, tratando tanto los sufrimientos físicos como los
sufrimientos psíquicos, sociales y espirituales del enfermo.

Hay que ser respetuosos con la vida y también con la muerte. Al final de la vida,
se deben suspender los tratamientos que según los conocimientos científicos no
van a mejorar el estado del paciente; y únicamente se deben mantener los
calmantes, la hidratación, la nutrición y los cuidados ordinarios necesarios, hasta
el fin natural de la vida.

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