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El Oscuro Legado de Margaret Thatcher PDF

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El oscuro legado de Margaret

Thatcher

La muerte de Margaret Thatcher termina con su persona, mas no


con su proyecto, que sigue causando estragos en la economía
mundial. Thatcher dio su nombre, thatcherismo, a la ideología
fanática del libre mercado y a un estilo de liderazgo autoritario
basado en el instinto y la intuición. Una corriente basada en los
valores de trabajo tenaz, ahorro, ambición, responsabilidad
individual y patriotismo que le fueran inculcados por su padre, el
tendero, en su natal Grantham.
Si bien fueron condiciones netamente locales las que precipitaron su
arribo al poder y la revolución neoconservadora que creó (junto con
su querido Ronald Reagan), ésta se convirtió en un formulismo bien
reconocible mundialmente para designar unas políticas dirigidas a
librar a los mercados de la intrusión estatal. A más de veinte años de
que dejase el poder, el mundo está en recesión y no pocos atribuyen
la actual crisis global precisamente a esas doctrinas.

Su arribo al gobierno, en 1979, puso fin a más de tres décadas del


llamado consenso de la posguerra, por el cual conservadores y
laboristas mantuvieron intocados el Estado de bienestar y la
economía mixta, con intervención estatal, iniciados por el gobierno
de Clement Attlee. Para los años setenta dicho modelo económico
entró en crisis. La manifestación más evidente de su agotamiento fue
el surgimiento y persistencia de la “estanflación” —incremento
simultáneo de la inflación y del desempleo—. El clímax del deterioro
llegó con el “invierno de nuestro descontento”, cuando el gobierno
laborista de James

> Callaghan se vio forzado a la humillación de pedir ayuda al FMI y


cuando unos sindicatos, corrompidos y envalentonados, se negaron a
recoger la basura o a enterrar a los muertos.
Thatcher se propuso acabar con ese caos y revertir la decadencia
británica. Para ello puso en marcha un feroz programa de
liberalización de la economía. Dos años después la dureza de su
programa había dislocado a la economía británica y enviado a
millones a engrosar las filas del paro. Con su reelección en
entredicho Thatcher fue salvada in extremis por obra y gracia de los
militares argentinos al invadir las islas Malvinas.
Thatcher alcanzó celebridad por haber sometido al orden a los
sindicatos, hasta entonces intratables. Los gremios, originalmente
creados para proteger los derechos de los trabajadores, habían
degenerado en corporaciones estancas, que solo veían por sus
prebendas y privilegios, por lo que se les tenía como una fuerza
egoísta y retardataria. Con el ataque a los gremios vino la
desindustrialización de Reino Unido.

El mayor éxito de Thatcher, no obstante, fue cultural. Su


“capitalismo popular” significó que mucha gente despreciara su
filiación de clase obrera y se identificase con la equívoca etiqueta de
“clase media”. Como parte de su programa electoral de 1979,
Thatcher privatizó y puso a subasta pública la vivienda social creada
por el laborismo, dando preferencia a los inquilinos que habitaban
los inmuebles. Los antiguos residentes pasaron de este modo de
arrendatarios a “propietarios”. Poco importó que el posterior valor
de reventa de dichas viviendas en el mercado fuera escaso o nulo.

Crecida por el éxito de este programa, inició la privatización de las


empresas que habían estado bajo control estatal. Desde entonces lo
público quedó asociado, en el imaginario social, con lo ineficiente y lo
oneroso, mientras que lo privado se volvió sinónimo de eficacia y
riqueza. De tal magnitud fue su victoria cultural que los supuestos
adversarios hicieron propias sus ideas. El mejor ejemplo de ello lo
constituyen los gobiernos thatcherianos, embozados de laboristas, de
Tony Blair y Gordon Brown.
En los próximos meses seguramente escucharemos, hasta la
saciedad, panegíricos de sus más férvidos partidarios. Convendrá
recordar entonces, ante la cantinela incesante, que Thatcher llamó
terrorista a Nelson Mandela y tiernamente tomó el té con el dictador
Pinochet. Thatcher fue, también, la canciller británica del siglo XX
que más encono y división provocó. Convendrá no olvidar que sus
gobiernos fueron responsables del desempleo masivo, del cierre de
muchas fábricas y la destrucción de comunidades enteras.

Ante su muerte, el cineasta Ken Loach se preguntó retóricamente


“¿Cómo honrar su memoria?” A lo que se respondió: “Privaticemos
su funeral. Pongámoslo a licitación y aceptemos la oferta más barata.
Eso es lo que ella hubiera querido.”
*Investigador de la UNAM y politólogo.

Mario Ojeda Revah/mileniodiario

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