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La Nueva Lucha de Clases.: Los Refugiados y El Terror

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La nueva lucha de clases.

Los refugiados y el terror.

Slavoj Žižek

Editorial Anagrama,
Barcelona, 2016, 137 pp.

D a la impresión de que cuando se habla de Slavoj


Žižek es necesario hacerlo desde un calificativo.
Muchos son los que lo acusan de histriónico, marxis-
ta desfasado, poco serio, lacaniano anacrónico y adje-
tivos por el estilo, con la intención –explícita o implí-
cita– de mediatizar al que se aproxima a su obra sin
prejuicios. También es cierto que, en la orilla opuesta,
nos encontramos una legión de seguidores del filóso-
fo esloveno que persiguen influir haciendo de él una
suerte de chamán, un santón fuera del alcance de la
crítica, basándose en su proverbial teatralidad.
Por eso es difícil, aunque necesario a nuestro jui-
cio, abstraerse de todo ese ruido que rodea a Žižek
antes de iniciar la lectura de uno de sus textos. Tal es
el caso de La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror, publicado por Anagrama
en abril de 2016. De su lectura entendemos, en primer lugar, que el filósofo eslove-
no se toma en serio la tarea hegeliana de captar nuestra época con el pensamiento.
En efecto, pocos problemas son más actuales y candentes que el del terrorismo
islamista y el de los refugiados, uno y otro, además, estrechamente relacionados.

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Žižek acomete en primer lugar la tarea de derribar los mitos que nos impiden
acercarnos a la cuestión del modo adecuado. El culpable, por acción u omisión,
del auge de los fanatismos islamistas y populistas de corte neofascista es el libera-
lismo de izquierdas, que ha construido toda una serie de relatos que nos impiden
individuar el problema correctamente y, en consecuencia, actuar eficazmente. El
primer tabú es la defensa de la libertad de expresión “llevada al extremo” (página
24), es decir, asumir que cualquier enemigo de esa misma libertad de expresión es
alguien al que no se ha escuchado debidamente. Otro, no menos importante, es el
que equipara cualquier referencia al legado emancipador europeo al imperialismo
cultural y al racismo. El tercero es la asimilación de que la defensa de nuestro modo
de vida es, en sí misma, una idea protofascista. Tampoco es asumible, según el
filósofo esloveno, que toda crítica al islam sea fruto de la islamofobia, tal como se
desprende de ciertas sensibilidades progresistas occidentales. Por tanto, la crítica al
I.S.I.S. no debe ser entendida ni como una crítica al islam en su conjunto, ni como
imperialismo cultural europeo, así como tampoco hay nada profundo que entender
en su barbarie; su violencia es salvaje, sin un fin concreto, es la “violencia divina” de
W. Benjamin, que es un fin en sí misma (página 46). Por todo esto no caben paños
calientes en la condena, ya que el mundo en general y Europa en particular se está
jugando su futuro en esta batalla contra el terror.
La respuesta de Žižek no supone una sorpresa viniendo de un filósofo marxista,
aunque sí resulta curioso que se realice en pleno siglo xxi: reclama la centralidad del
concepto de lucha de clases marxista y el análisis económico y social concreto. Ese
análisis (páginas 51 ss.), se aplica a la situación geopolítica actual, y a su repercusión
en la crisis de los refugiados, donde el terror islamista juega un papel fundamental.
Aunque conviene resaltar que, aunque es cierto que la mayoría de refugiados afga-
nos, sirios e iraquíes huyen de una guerra provocada por los terroristas islamistas,
no es menos cierto que la mayoría de esos conflictos han sido tolerados, apoyados
o fomentados por las fuerzas occidentales que ahora se rasgan las vestiduras por las
barbaries de esos radicales.
Es la geoestrategia del capital la que, en definitiva, hace que el apoyo del imperio
se decante de un lado u otro. Esa es la clave y es donde el filósofo esloveno centra
su argumentación y donde nos muestra su versión de la teoría de la lucha de clases
hodierna. Efectivamente, el capital global dicta sus normas internacionalmente, y
para luchar contra ellas (por una sociedad justa) hay que buscar el enfrentamiento
de clase. Pero no es tan fácil como parece porque, por ejemplo, en el caso de los
refugiados, ¿son todos ellos “clase obrera”? Lógicamente, no. Hay mucho desfavore-
cido, pero también hay muchas personas pertenecientes a élites explotadoras caídas
en desgracia y que buscan recuperar su status en Europa. También encontramos

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entre ellos simpatizantes de ramas radicales del islam. Incluso gente que no tiene
ninguna convicción ni necesidad de aceptar los valores de las sociedades de acogi-
da. Lo cierto es que, teniendo en cuenta que nadie por el hecho de ser refugiado
tiene unos valores morales y políticos determinados, no podemos incluir a todos los
refugiados dentro de la clase trabajadora. Si realmente buscamos una transforma-
ción radical de la sociedad, sostiene Žižek, debemos identificar a nuestros aliados
(los refugiados pertenecientes a nuestra clase) y a nuestros adversarios (los que no
pertenecen a ella).
En ese sentido, la tarea de la izquierda consiste en amalgamar la clase trans-
formadora independientemente de su país de procedencia (página 74). Como el
mismo Marx sentenció en el Manifiesto comunista, “el proletariado no tiene patria”,
lo que, aplicado a esta crisis de refugiados, equivale a sumar adhesiones dentro
de nuestra clase, sin tener en cuenta el origen de cada individuo. Si comparamos
esta propuesta con la del liberalismo de izquierdas, se puede observar lo lejos que
éste se encuentra de una solución práctica a la injusticia del sistema actual, ya que
toma pie en una abstracción sin sentido, a juicio de Žižek: la de considerar un
fondo común a todos los seres humanos, es decir, lo que se entiende por “natura-
leza humana” (página 93). Tal cosa no existe para el esloveno, no hay nada en el
concepto de “humano” que nos determine, y mucho menos desde una perspectiva
ética y política. Somos individuos que pertenecen a una clase social concreta, y
ésta determina nuestra educación, posibilidades de prosperar, nuestros hábitos más
cotidianos, nuestros intereses, etc. Por eso mismo, según las tesis del esloveno, un
burgués es alguien esencialmente distinto a un trabajador. Esa es la justificación
de la lucha de clases, y el principal motivo para superar el multiculturalismo y su
sentimentalismo. Siguiendo las tesis de Žižek, en resumen, la justificación para
ayudar al prójimo (en este caso, los refugiados) no responde al hecho de ser todos
humanos y la empatía que se nos exige para con nuestros congéneres, sino a que es
nuestro deber en tanto que “personas decentes” (página 95). Entendido así, el ser o
no decente viene dado, o al menos así lo hemos entendido nosotros del texto, por
acometer esa praxis ética que se deriva de la postura política de la lucha de clases,
esto es, actuar ética y políticamente con el objetivo de transformar radicalmente la
sociedad. Dicha transformación es la condición sine qua non, porque sólo a través
del derrocamiento del capitalismo globalizado se puede aspirar a solucionar proble-
mas como el terrorismo y los éxodos masivos.
Ahora bien, el camino hacia la revolución que propone Žižek no es un camino
de rosas. La principal arma del capital para debilitar a sus contrincantes es la de
arrebatar al proletariado la conciencia de pertenencia a la clase trabajadora. Mucho
se ha discutido acerca de las tesis que sostienen que, en el siglo xxi, no se puede

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defender la existencia de clases sociales, esto es, todos somos burgueses y el éxito
(léase la riqueza acumulada, la fama, el reconocimiento, etc.) dentro de esa clase
sólo depende del esfuerzo y del talento individual. El uso de la ideología y de la cul-
tura que realiza el imperio para “convencer” a los desfavorecidos es el mayor peligro
con el que se enfrenta la causa obrera. Pero, ¿convencerlos de qué? Pues de que su
sometimiento es “lógico” e incluso “justo”, o lo que es lo mismo, hacerles ver que
la injusticia intrínseca al capitalismo globalizado es el orden normal de las cosas.
Es ahí donde surge el gran problema al que antes nos referíamos, el de que grandes
masas de desfavorecidos se vean atraídos por el populismo de extrema derecha en
occidente (UKIP en el Reino Unido, Frente Nacional en Francia, AfD y PEGIDA
en Alemania, etc.) o por el terrorismo islamista. Ante este problema, Žižek nos
lanza la pregunta leninista de “¿qué hacer?”, y no duda en reproponer la receta de
la lucha por la educación de las clases sometidas, mostrándoles que los enemigos no
son ni los refugiados ni los seguidores del islam en general. El verdadero enemigo es
el capitalismo globalizado, al causar con su violencia inherente todas las injusticias
que generan los conflictos; por todo esto, la unión de la clase trabajadora se impone
como necesaria. Lo que conviene subrayar, para no caer en los triunfalismos del
marxismo-leninismo de antaño, según el cual la historia acabará dando la razón a
la causa proletaria (es decir, la lucha del proletariado acabará imponiéndose por sí
sola), es que todo el camino está por hacer, solo cabe la opción de organizarse a to-
dos los niveles, luchar, debatir y convencer. Esta actitud, en definitiva, es la actitud
de la filosofía, de (casi) toda filosofía, y creemos que representa mejor que cual-
quier adjetivo ad hominem el modo de pensar y de actuar de Slavoj Žižek. Por eso
creemos interesante la lectura de La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror,
porque nos ayuda a captar nuestro presente desde el pensamiento, abriéndonos
perspectivas interesantes sobre temas de máxima actualidad y, además, nos permite
acercarnos al autor sin ser presa de los tópicos.

Álvaro Ramos Colás.


Graduado en Filosofía en la Universidad Nacional de Edu-
cación a Distancia, donde además cursé el Máster de Filosofía
Teórica y Práctica. Actualmente realizo en dicha universidad
el doctorado en Filosofía bajo la supervisión y dirección del
profesor Ramón del Castillo Santos.

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