Universalidad en El Discurso PDF
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CRISTINA LAFOJ'..¡'T
Northwestern Universíty, Evansron
En este artículo se intenta mostrar cómo correcta» en relación con las cuestiones
es posible defender un punto de vista uni- morales, tal universalismo tiene que supo-
versalista y cognítivista en cuestiones ner, pues, que sólo puede haber una inter-
morales sin tener que negar el pluralismo pretación correcta de dichas cuestiones; si
ético que caracteriza a las sociedades esto es así, el universalismo moral, en rea-
modernas. Para ello se analiza una difi- lidad, excluye el pluralismo como alterna-
cultad que ha sido planteada recientemen- tiva racional al acuerdo en cuestiones prác-
te a la ética del discurso de Habermas en ticas. Dicha dificultad puede evitarse, sin
relación con la posibilidad de compaginar embargo, si se muestra que «la premisa
ambas cosas. Si defender un universalismo de una respuesta correcta» no implica, en
moral implica defender lo que Habermas realidad, «la premisa de una única inter-
denomina "la premisa de una respuesta pretación correcta».
, Véase T. McCarthy, «On the Relation of Morality and Polines», en Ideals and Illusions,
Cambridge, Mass., 1991. Más recientemente, «Legitimacy and Diversity: Dialectical Reflections
on Analytical Distinctions», Cardozo Law Review, 17/14-5 (1996), pp. 1083-1127.
, Véase J. Habermas, «Reply» (R), Cardozo Law Review 17/4·5 (1996), pp. 1477-1559.
sobre la verdad y cuestiones sobre la validez moral se deben no a una semejanza de contenido
sino a la inevitable conexión entre la "premisa de "una única respuesta correcta?» y cualquier
pretensión de saber. Por tanto mi análisis se centra en esta conexión y no presta atención a
las innegables diferencias de contenido.
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«Del mismo modo en que puede explicarse el modo asertórico apelando a la exis-
tencia del estado de cosas afirmado, el modo deontológico puede explicarse apelando
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a que las acciones exigidas están en el interés común de todos los posibles afectados»
(EDE, p. 130).
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nünftig" versus "wahr" -oder die Mora) der Weltbildcr» cuando indica: «Estoy de acuerdo con
los comentarios de Rawls sobre justicia procedimental vs. sustantiva (Reply, pp. 170-180); estas
reflexiones, sin embargo, no aciertan con el sentido en que uso las expresiones "procedimiento"
y "racionalidad procedimental" cuando afirmo que una práctica argumentativa organizada de una
determinada manera justifica el supuesto de la aceptabilidad racional de sus resultados» (en Die
Einbeziehungdes A nderen, Francfort, 1996, p. 119, cursiva mía).
13 Esta conexión interna entre «verdad» y «conocimiento» es precisamente la que se pierde
de vista en una explicación semántica del significado de «verdad», la cual --como el deflacionismo
actual deja claro~ no puede obtener más que reformulacíoncs de la "Convención T». El problema
no es que la "Convención T» no sea una explicación correcta del significado de «verdad», sino
que nuestro interés filosófico en una explicación de la «verdad» siempre fue saber el valor epistémico
de tal noción en el contexto de nuestras prácticas de formación y revisión de creencias. Esta
perspectiva cpistérnica no es accesible desde un análisis semántico de la noción de verdad en
cuanto tal, sino que requiere un análisis pragmático del proceso de comunicación en el que se
pone de manifiesto que nuestras pretensiones de verdad de los enunciados son al mismo tiempo
siempreya pretensiones de saber acerca de las creencias expresadas en los mismos. De esta conexión
indispensable entre saber y verdad (o corrección moral) es de donde procede la conexión entre
dichas pretensiones de validez y la noción de aceptabilidad racional.
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pueda ser tenida por verdadera en base a buenas razones en un contexto de justificación deter-
minado, es decir. que pueda ser considerada racionalmente aceptable» (KR, p. 69).
,¡ Si siempre que eleváramos pretensiones de validez presupusiéramos -aunque fuese desde
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" Véase H. Putnam, Realism with. a Human Face (RHF), Cambridge, Mass., 199Q, capítulol l:
especialmente la sección titulada «Absoluteness», pp. 170-174.
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«Si queremos hacer justicia al hecho trascendental del aprendizaje tenemos que
contar, efectivamente, con una razón comunicativa que ya no prejuzga los contenidos
de una visión particular del mundo. Esta razón enteramente procedimental opera con
pretensiones de validez trascendente de todo contexto y con presuposiciones pragmáticas
sobre el mundo. Pero la presuposición de un mundo objetivo que es el mismo para
todos los participantes en la comunicación sólo tiene el significado formal de un sistema
de referencia ontológicamente neutral. No implica más que el hecho de que somos
capaces de referirnos a las mismas entidades, reidentificarlas, aun cuando nuestras
descripciones de las mismas cambian» (R, p. 1527).
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una interpretación correcta que agote el contenido uníversalisra de dichos derechos en el contexto
presente» (ibid.).
La tesis de que la identidad de contenido de los derechos humanos deriva de un sentido
(o interpretación de esos derechos) ideal e idéntico, que espera a ser descubierto, mc parece
dudosa. En mi opinión, la identidad de contenido de los derechos humanos depende más bien
de su referencia a los intereses presupuestos como existentes en todos los seres humanos. Eso
es simplemente lo que se quiere decir cuando decimos que diferentes interpretaciones pueden
expresar los mismos intereses.
<¡ Obviamente no tanto como puede parecer. Sería imposible si tuviese que tener lugar a
este nivel abstracto, si tuviera que tratarse de un acuerdo moral general -definitivo- sobre
las interpretaciones alternativas admisibles de los intereses universalizables (frente a las inad-
misibles). El hecho de que Jos discursos prácticos se centren en normas sociales (en acciones
permitidas y prohibidas) da a los participantes un modo operacional (relativamente independiente)
de identificar sus propios intereses atendiendo a las consecuencias del cumplimiento general de
la norma en cuestión, como pone de manifiesto la interpretación discursiva de "U». Precisamente
porque esta identificación no está determinada de una vez por todas -especialmente en la medida
en que ha de tener lugar a través de interpretaciones culturales diferentes- la decisión sobre
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la corrección moral de una norma depende de la posible aceptación de todos los afectados por
ella,
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contrasta con que sea un buen compromiso o una regulación eficiente, por
ejemplo).
Este primer nivel de acuerdo sólo expresa lo que significa que una norma
sea justa; en este sentido es idéntico al requisito indispensable de que los
participantes en un discurso práctico tienen que ser capaces de adoptar el
punto de vista moral. Pero más allá de este nivel de consenso no es necesario
que estén de acuerdo también en las adicionales razones sustantivas de por
qué los intereses o necesidades regulados por la norma son dignos de ser
salvaguardados, inalienables (O lo que corresponda en cada caso). El univer-
salista o cognitivista reconoce, efectivamente, que el valor de las regulaciones
sociales moralmente correctas sólo puede entenderse desde la perspectiva inter-
na de una autocomprensión ética. Tal perspectiva, como marco interpretativo
a través del cual los participantes toman conciencia de sus propias necesidades
e intereses, es una condición necesaria para la participación en un discurso
práctico. Sin embargo, los participantes no necesitan compartir estos marcos
interpretativos, pues pueden llegar a un acuerdo sobre si la norma en cuestión
preserva los intereses que todos ellos resultan tener, incluso aunque describan
e interpreten dichos intereses recurriendo a construcciones simbólicas diferentes
contenidas en tradiciones culturales distintas.
En realidad, la ética del discurso excluye la presuposición absoluta de que
los participantes no pueden llegar a un acuerdo sobre la corrección moral
de una norma particular (evaluando si preserva un interés universaJizable o
no) si no se ponen de acuerdo, al mismo tiempo, en el modo particular de
entender estos intereses en general. Esta presuposición queda excluida pre-
cisamente en la medida en que se defiende la autonomía (relativa) de las
cuestiones morales, de justicia, con respecto a las cuestiones éticas.
Pero, por esta misma razón, parece que sólo es posible mantener un plu-
ralismo epistémico de interpretacíones, sin caer en un punto de vista relativista,
si explicamos nuestra intuición universalista sobre la validez incondicional de
la «corrección» moral de las normas sociales en términos de la existencia de
una esfera de intereses universalizables, comunes a todos los seres humanos.
Porque (yen la medida en que) hay una esfera tal, podemos en principio
encontrar normas capaces de preservar estos intereses; sólo estas normas pueden
ser consideradas moralmente correctas. El carácter binario de la oposición
absoluta «moralmente correcto/moralmente incorrecto» no tiene por qué exten-
derse, sin embargo, más allá de las normas en cuestión, a las interpretaciones
mismas a la luz de las cuales los participantes comprenden sus propias nece-
sidades e intereses.
Como se señaló antes, la presuposición de una esfera de intereses comunes
es inevitable sólo en la medida en que, sin ella, no tiene sentido alguno intentar
determinar si una norma está «igualmente en el interés de todos» o no. En
este sentido, la cuestión no parece ser si nuestras pretensiones de corrección
moral implican tal presuposición, pues los participantes no parecen tener tal
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elección. La cuestión parece ser, más bien, si los participantes tienen que pre-
suponer no sólo la existencia de tales intereses comunes (como quiera que sean
interpretados), sino también que, entre los diferentes modos de entender estos
intereses por personas distintas y en momentos distintos, una y sólo una inter-
pretaciónparticulares la correcta.
Pudiera ser que los participantes en prácticas comunicativas, efectivamente,
presupongan de manera ingenua que su propia interpretación es la única correc-
ta. Sin embargo, tan pronto como se vean confrontados con interpretaciones
alternativas de la misma materia en cuestión (como es inevitable en sociedades
multiculturales), para iniciar un discurso, no tendrán más remedio que adoptar
una actitud hipotética acerca de su propia interpretación. Pero esto, a su vez,
requerirá de ellos que sean capaces de distinguir, intuitivamente, entre las
interpretaciones en conflicto y aquello de lo cual son interpretaciones (sea
esto lo que sea en los diferentes casos). Es decir, tendrán que ser capaces
de identificar, a través de estas interpretaciones diferentes, los mismos intereses
que ellos mismos están intentando articular con la ayuda de sus propias
interpretaciones 32.
Parece claro que la premisa de «una única respuesta correcta» tiene sentido
sólo bajo la presuposición de una esfera de intereses universalizables, com-
partidos por todos los seres humanos. Esta presuposición es lo que hace ope-
rativo el principio de bivalencia implícito en nuestro uso de la oposición absoluta
justo/injusto. Pero en lo que respecta a las diferentes interpretaciones (éticas)
-a la luz de las cuales los participantes en un discurso moral entienden el
sentido, el valor y la motivación de los intereses salvaguardados por la norma
en cuestión-s-, en la medida en que puedan ser consideradas interpretaciones
de los mismos intereses universalizables, no tienen por qué ser supeditadas a
la premisa de «una única interpretación correcta». Este tipo de absolutismo
no es realmente ni requerido ni deseable para la defensa consistente de una
posición cognitivista sobre cuestiones morales.
" Cuando los participantes no son capaces de identificar [os mismos intereses bajo inter-
pretaciones distintas (como en el momento actual parece ser el caso en la discusión sobre el
aborto, por ejemplo), sólo parece quedarles la opción de concluir (al menos transitoriamente)
que -por esta razón precisamente- puede que no se trate de una cuestión moral en absoluto.
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