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Teoria Accion Comunicativa

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La teoría de la acción comunicativa

La Teoría de la acción comunicativa, publicada en 1981, supone la culminación del trabajo


filosófico de Jürgen Habermas: es la obra en la que todas sus intuiciones y preocupaciones
originales reciben una configuración y una respuesta definitiva. En ella intenta ofrecer
respuesta a los tres problemas que sintetizaban sus objetivos. En concreto, son tres las
pretensiones que logra desarrollar en este voluminoso ensayo:

1. Diseñar una teoría ampliada de la racionalidad. A partir de los análisis comunicativos y de


la pragmática universal, Habermas propone un nuevo concepto de razón, la razón
discursiva, que se presenta como alternativa superadora de todos los reduccionismo
filosóficos.

2. Teoría de la sociedad. A partir de la manifestación social de la racionalidad y de los


diversos tipos de acción, delinea una teoría de la sociedad construida, como él mismo
indica, a dos bandas, que se encuentra sólidamente asentada y se revela normativamente,
es decir, ofrece una perspectiva ideal para enjuiciar las sociedades contemporáneas.

3. La propuesta de teoría social normativa le sirve para llevar a cabo una explicación de la
evolución de las sociedades modernas que, precisamente gracias a su estatuto normativo,
puede identificar las patologías de los sistemas sociales y políticos contemporáneos y
solventar sus deficiencias.

Veamos, de forma separada, cada uno de estos puntos.

5.1 La racionalidad discursiva


La razón se sitúa, según Habermas, en los procesos comunicativos. La racionalidad se
puede considerar así desde la perspectiva de la defensa argumental de los enunciados. Es
racional, en este sentido, cualquier expresión que concita el consenso de los participantes
en una argumentación o, lo que es lo mismo, aquella expresión que puede ser aceptada por
otro sujeto en base a razones. A juicio de Habermas, un análisis exhaustivo de la
racionalidad exige examinar la práctica comunicativa e intersubjetiva de los hablantes con el
fin de detectar sus condiciones, reglas y límites. A esta investigación le da el nombre de
pragmática universal.

5.1.1. La Pragmática Universal


Según Habermas, «la pragmática universal plantea (…) la pretensión de reconstruir la
capacidad de los hablantes adultos para insertar de tal suerte oraciones en referencias a la
realidad, que esas oraciones puedan asumir las funciones pragmáticas de exposición,
autoexposición y establecimiento de relaciones interpersonales» [Habermas 2001: 332].

La pragmática obliga a analizar el hecho del habla y los diferentes actos de comunicación.
La diferencia entre aspectos locutivos e ilocutivos desvela la doble estructura del proceso de
relación entre emisor y receptor. El contenido proposicional y el ilocucionario siempre se han
de dar conjuntamente para que sea posible el entendimiento entre los hablantes, porque la
comunicación no consiste exclusivamente en la transmisión de la información, sino que
enlaza a los hablantes en una relación interpersonal. La pragmática universal que plantea
Habermas representa una novedad en la medida en que, frente a la corriente dominante en
la lingüística, que prima el aspecto cognitivo de las emisiones, se rescata el sentido
esencialmente comunicativo del habla, incluso afirmando que la función comunicativa es la
principal y originaria [Habermas 2001: 23].

Pero, ¿cuáles son las condiciones que determinan que un acto de habla sea aceptable? Es
importante identificarlas en la medida en que el entendimiento dependerá de su
cumplimiento. Habermas sostiene que en toda emisión comunicativa el hablante plantea
pretensiones de validez, frente a las cuales el receptor puede tomar postura con un sí o con
un no. En el caso de que el oyente reconozca las pretensiones de validez implícitas en el
acto, se habrá logrado el entendimiento o acuerdo. En el caso de que la postura del oyente
sea un “no” a dichas pretensiones, se pondrá fin al acto de habla (y por tanto el
entendimiento habrá fracasado) o bien se exigirá al hablante que defienda
argumentadamente las pretensiones incoadas, con lo que se iniciará el discurso.

Las pretensiones universales de validez se encuentran supuestas en los determinados


actos de habla y constituyen las garantías de los mismos; en principio, su tematización
discursiva se produce cuando el consenso o la suposición de su validez se ha roto, es decir,
cuando el oyente exige al hablante que justifique su propio acto de habla. Partiendo de sus
análisis pragmáticos, Habermas diferencia las siguientes pretensiones universales de
validez según la finalidad de los actos de habla:

1. Pretensión de verdad: Subyace al acto de habla que tiene como finalidad decir algo sobre
la realidad objetivada (actos de habla constatativos).

2. Pretensión de rectitud normativa: Se trata de la pretensión en la que descansan los


enunciados normativos que implica la adecuación con una norma (actos de habla
normativos).

3. Pretensión de veracidad: Es la pretensión que acompaña a las manifestaciones


expresivas de la interioridad del hablante (actos de habla expresivos).

5.1.2. El discurso y la situación ideal de habla


La racionalidad que se manifiesta en la comunicación tiene carácter discursivo porque el
éxito de los actos comunicativos descansan en la posibilidad de defensa argumentada de
las pretensiones de validez. Podemos definir, por tanto, los discursos como los procesos en
los que los hablantes logran fundamentar razonadamente sus propuestas comunicativas y
las pretensiones de validez que subyacen a ellas. El discurso termina con éxito cuando se
“desempeñan” o defienden dichas pretensiones, que acaban siendo aceptadas por el
receptor. El consenso o acuerdo constituye el final óptimo de todo discurso.

En función de las pretensiones que son impugnadas, Habermas diferencia dos tipos de
discursos principalmente: el discurso teórico, en el que se tematiza y discute sobre la
pretensión de verdad del acto comunicativo; y el discurso práctico, como forma de
argumentación en la que se solventa la aceptabilidad de un enunciado normativo. Ahora
bien, los discursos tienen pretensiones universales porque en ellos lo que se busca es el
reconocimiento universal de los enunciados tematizados, de forma que cualquier sujeto
racional, actual o virtual, pueda asentir en base a razones al mismo.
La única fuerza admisible en los discursos es la “fuerza del mejor argumento”. Pero el fin
consensual de los mismos exige disponer de un criterio normativo para diferenciar entre
acuerdos y consenso válidos y los discursos sometidos a la arbitrariedad ideológica o la
manipulación. Habermas introduce a este respecto la noción de “situación ideal de habla”.
«Llamo ideal a una situación de habla en que las comunicaciones no solamente no vienen
impedidas por flujos contingentes, sino tampoco por las coacciones que se siguen de la
propia estructura de la comunicación. La situación ideal de habla excluye las distorsiones
sistemáticas de la comunicación» [Habermas 2001: 153].

Así es posible decir que la situación ideal de habla es el momento contrafáctico que permite
deslindar la estructura formal de un consenso válido desde un punto de vista racional. Es,
en definitiva, un principio regulativo que posibilita la identificación de las condiciones ideales
del discurso válido; entre otras, igualdad, libertad, universalidad y ausencia de coacción.

5.1.3. Los caracteres de la racionalidad discursiva


Gracias a la pragmática universal y a la investigación sobre los discursos, se ha podido
establecer un nuevo concepto de razón de corte discursivo, puesto que la discursividad
constituye el núcleo último en el que convergen la validez última de la totalidad de los
saberes, las emisiones y las creencias, otorgando unidad a una razón que se había
fragmentado en los albores de la Modernidad. En efecto, como consecuencia del proceso
de modernización, según Habermas se habían autonomizado los campos de la ciencia, la
moral y el derecho, y el arte, asumiendo cada uno de ellos un determinado modelo de
razón.

Ahora bien, ¿cuáles son los caracteres de esta racionalidad? Se pueden destacar los
siguientes

1. Es una racionalidad discursiva y lingüística y, por lo tanto, surgida de la práctica


comunicativa cotidiana de los hablantes.

2. Es una racionalidad predicable de los individuos, de sus emisiones, pero también de los
sistemas sociales.

3. Es una racionalidad de carácter universal y normativo.

4. Es una racionalidad ampliada porque entrelaza diversas manifestciones en el medio


común del lenguaje y porque se basa en la capacidad comunicativa característica de todo
ser racional.

5. Es una racionalidad procedimental y formal ya que en un contexto posmetafísico como el


actual, no pueden admitirse ni referencias a la totalidad ni contenidos vinculantes de
carácter material, según Habermas [Habermas 2003: 15-17].

En definitiva, la racionalidad se resume en un proceso formal de dar y recibir razones


gracias a la mediación que posibilita el lenguaje. Aunque Habermas admite que la
racionalidad discursiva es universal, sin embargo al formalizarla su concepto de razón se
puede caracterizar como mínimo.
5.2. La teoría consensual de la verdad y la ética discursiva
La racionalidad se predica, según Habermas, de los enunciados comunicativos y se
encuentra en función de los procesos discursivos y argumentativos. De ese modo las
teorías científicas, tanto las empíricas como las sociales, serán racionales en la medida en
que sus principios o formulaciones puedan defenderse argumentadamente en el seno de los
discursos. Desde el punto de vista filosófico, la teoría de la racionalidad discursiva se
presenta como el fundamento último de toda propuesta y Habermas reconduce las diversas
problemáticas filosóficas a este campo.

Con la teoría consensual de la verdad, Habermas refiere que ésta es predicable de las
argumentaciones y que constituye una pretensión de los diversos actos de habla, eliminado
la referencia de la verdad a la realidad objetiva y alejándose del realismo filosófico. Desde
este punto de vista, la verdad aparece como una pretensión universal de ciertos actos de
habla que puede ser desempeñada discursivamente. Un acto de habla es verdadero en la
medida en que en él puede corroborarse el asentimiento de cualquier participante racional,
según los presupuestos pragmáticos señalados [Habermas 2003: 133 y ss].

Sin embargo, se ha advertido que establecer la verdad en función de pretensiones de


validez supondría pensar que cada individuo posee un saber ilimitado; como ha destacado
M. Kriele, no se puede exigir ninguna pretensión de validez de un saber, por ejemplo, que
no se comprende o del que apenas se poseen nociones. En este sentido, una teoría
consensual de la verdad conduciría o bien a la afirmación de verdades triviales o bien a
imposiciones violentas o autoritarias. Ciertas críticas y discusiones especializadas, entre las
de A. Wellmer y C. Lanfont, han llevado a Habermas a repensar en los últimos años su
teoría discursiva de la verdad; en particular, el pensador alemán ha aceptado la necesidad
ontológica de una realidad no dependiente de la mente, es decir, un cierto realismo, si bien
matizado con un concepto discursivo de verdad falibilista [Habermas 2002a: 49].

También la validez de las normas morales se reconduce a la corroboración discursiva de las


mismas. Ello permite afirmar la racionalidad y el carácter cognitivo de la moral, frente a
éticas no cognitivistas, advirtiendo de la existencia de una pretensión de validez normativa
que actúa de manera análoga a la de verdad. La ética discursiva se propone como ética
universal en la medida en que la corroboración discursiva de las normas, para ser válida,
debe ser aceptada por cualquier sujeto racional. Atendiendo a las exigencias de la
pragmática universal, Habermas entiende que las normas morales son universales en la
medida en que incorporan un interés común a todas las personas y pueden contar con la
aprobación general.

El postulado discursivo de la ética habermasiana significa que el autor alemán opta por una
ética formalista que establece procedimientos en función de los cuales los sujetos pueden
comprobar la validez normativa de una manera imparcial y universal. De carácter
procedimentalista y formal, la ética discursiva lleva a cabo una separación entre la
estructura y los contenidos del juicio moral, apartándose de propuestas concretas sobre la
vida buena. En resumen, la ética discursiva es una ética de mínimos; mínimas, en efecto,
han de ser las normas en las que se revela un interés general de la especie y que atañen a
la justicia en las relaciones sociales. De otro lado, Habermas resitúa la ética de máximos,
que resulta de un concepto omnicomprensivo de bien, en la intersección de
autocomprensiones individuales o colectivas con validez relativa, pero dirimible también en
los discursos éticos. En cualquier caso, las propuestas de bien son candidatas a revelarse
como universales en los procedimientos discursivos.

5.3. La sociedad como sistema y mundo de la vida


La teoría de la acción comunicativa posee también implicaciones sociales ya que en ella se
sintetiza una concreta teoría de la sociedad, estrechamente relacionada con la racionalidad
discursiva. Sobre la base de esta última, Habermas propone una clasificación analítica de la
acción social, ya que los actos de habla poseen una fuerza “sociointegradora”, es decir,
atendiendo al hecho de que los actos de entendimiento y de comunicación resultan
decisivos para coordinar socialmente la acción humana.

Frente a la acción teleológica o instrumental, en la que se centraba la investigación


sociológica clásica, y la acción estratégica —una y otra incapaces de explicar el orden
social porque en ellas los sujetos persiguen sus propios fines—, la noción de acción
comunicativa propuesta por Habermas sostiene que la interacción de los individuos se
coordina por el acuerdo entre ellos, de forma pacífica y armónica. Por otro lado, la
referencia a la práctica comunicativa supone la transformación de la sociología dominante,
que basculaba entre los enfoques descriptivistas de la teoría de sistemas y las teorías
normativas basadas en el desarrollo de la fenomenología social. Habermas amplía el foco
de la investigación al suponer que los sujetos no sólo persiguen egoístamente sus
intereses, sino que son capaces de ponerse de acuerdo a través de procesos comunicativos
y coordinar solidariamente sus acciones.

Con esta ampliación del concepto de acción social, se puede formular un nuevo modelo de
sociedad que advierte de su dualidad estructural, una dualidad que no sólo tiene relevancia
sustantiva, sino también metodológica en la medida en que conjuga el enfoque externo y
descriptivista como el interno y comprensivo. En concreto, Habermas diferencia dos
ámbitos:

a) La perspectiva sistémica de la sociedad: Tal y como ha formulado la teoría sistémica


desde Parsons hasta Luhmann, Habermas es consciente de que no puede obviarse la
comprensión de la sociedad como un sistema autorregulado que tiende a equilibrarse a
través de adaptaciones a su medio. El sistema está compuesto por las consecuencias de
las acciones individuales orientadas a fines particulares o basadas en decisiones
estratégicas; en cualquier caso, el punto de vista del sistema se refiere a acciones
monológicas, en las que los individuos planean el curso de su conducta sin referirse a sus
congéneres. Se trata de una dimensión de la sociedad constituida por una lógica propia.
Desde un punto de vista metodológico, se trata de la perspectiva externa, que obvia por
razones de principio la problemática de la comprensión. Por otro lado, el desarrollo social ha
determinado la aparición de subsistemas especializados como el administrativo y el
económico, en los que no está presente la comunicación lingüística, sino otros medios de
comunicación como el poder o el dinero, respectivamente.

b) Mundo de la vida social: Hace referencia al entramado simbólico y cultural que comparten
los miembros de la sociedad, el horizonte común de comprensión, que posibilita la
comunicación entre los hablantes y la coordinación dialógica de las acciones. Se trata de un
saber que se admite tácitamente y que no se pone en duda, el entramado común que
permite el desarrollo de la acción comunicativa y lograr acuerdo entre los hablantes. Es el
marco en el que tiene lugar la acción orientada al entendimiento. En sus propias palabras,
es un “lugar trascendental en que hablante y oyente se salen al encuentro”. En su seno se
llevan a cabo los procesos de reproducción cultural, la integración social y los procesos de
socialización de los individuos. Desde el punto de vista metodológico, el sentido del mundo
de la vida sólo puede desvelarse a quien participa en las interacciones y comprende su
dinámica.

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