Desmontando Un Mito Franquista
Desmontando Un Mito Franquista
Desmontando Un Mito Franquista
Introducción
A lo largo de toda la historia de la humanidad se han creado mitos que, con el transcurso
del tiempo, se han convertido en leyendas, pasando, en ocasiones, a ser tomadas como
hechos ciertos. Estos mitos se construyen para engrandecer hechos acaecidos –en
algunas ocasiones que no llegaron ni a ocurrir- que contribuyan a mayor gloria del que
los crea. Dentro de estos parámetros se sitúa el mito creado en torno a la defensa del
Alcázar de Toledo por parte de los franquistas. Se puede decir que el mito del Alcázar
de Toledo es el mito por antonomasia de la publicidad franquista. Para la creación de
este mito, los publicistas franquistas no han dudado en hacer comparaciones históricas,
en este caso con Guzmán el Bueno (que según la leyenda ofreció su daga a los sitiadores
musulmanes antes de rendir la fortaleza de Tarifa). En ambos casos, u «heroico»
defensor no duda en sacrificar la vida de su hijo con tal de no faltar a su deber.
Asedio y defensa
Moscardó se encerró en el Alcázar con más de 1.000 hombres; 100 jefes y oficiales, 800
guardias civiles –bajo el mando del teniente coronel Romero Bassart, al que muchos
apuntan como el verdadero jefe de las tropas allí guarecidas-, 150 soldados, 9 cadetes -8
de infantería y uno de caballería- y unos 200 voluntarios entre falangistas, requetés y
miembros de la antigua CEDA –entre ellos Silvano Cirujano que fue el primer
gobernador civil franquista y Antonio Rivera Ramírez, conocido como el Ángel del
Alcázar1-. Los atacantes no fueron 25.000 como mantienen los publicistas franquistas,
sino 2.320, pobremente armados, con escasas piezas de artillería y de poco calibre.
Koltsov2, testigo de los hechos, decía: Un cañón disparaba contra el Alcázar cada tres
minutos; por término medio, de cada cuatro obuses estallaba uno (Koltsov: 93).
También hay que hacer constar que los asaltantes no se emplearon a fondo debido a los
rehenes que Moscardó mantenía dentro de la fortaleza. Estos fueron los motivos que
posibilitaron que el Alcázar resistiera durante tanto tiempo el asedio de las fuerzas
republicanas.
1
Todavía existe una calle denominada así en seis poblaciones españolas, entre ellas Valencia capital.
2
Koltsov era un periodista soviético desplazado a España. Algunos le consideran como el «hombre de
Stalin» en la guerra civil. Aunque sería ejecutado por orden del dictador soviético.
Detalle de la paulatina destrucción del Alcázar.
Según los datos aportados por el militar Martínez Bande, hubo 90 muertos, 555 heridos
y 18 desertores; para Reintein los muertos fueron 82, más de 400 heridos, 3 suicidios,
30 desertores y 57 desaparecidos. El mismo Reintein se pregunta cómo pudo haber
tantos desaparecidos en una fortaleza sitiada. Posiblemente la respuesta esté en que los
«desaparecidos» fueran rehenes fusilados por los sitiados (ver Reintein, pp. 203-206).
3
Southworth cifra el número de muertos en 82.
Imagen del asedio
Una de las falacias más mantenidas –aunque pronto fue desmontada- para engrandecer
la heroica defensa del Alcázar, es que los principales protagonistas de esta fueron los
cadetes de la Academia Militar. Esto no es cierto ya que la mayoría de ellos estaban
fuera, ya que era período vacacional. Según Southworth había siete cadetes (otros
apuntan que fueron nueve), ya que un octavo que se menciona, Ángel Valero González,
no es considerado cadete ni siquiera por los máximos publicistas franquistas de la
guerra civil: Joaquín Arrarás y Francisco Gómez Jordana.
Llegó a tal extremo la mentira sobre los cadetes, que dos fascistas francesas: Robert
Brasillach4 y Henri Massis escribieron el libro Les Cadets de l’Alcazar, donde se
narraba el heroísmo de los cadetes en la defensa de la fortaleza. Esta versión fue
rápidamente eliminada de la propaganda, ya que los militares no estaban muy contentos
con que se atribuyera la defensa más heroica a unos adolescentes.
Un hecho de la historia del asedio del Alcázar que la historiografía franquista ha negado
siempre es la toma de rehenes por parte de Moscardó. Evidentemente había que ocultar
un hecho tan deleznable como es la utilización de escudos humanos, viera la luz. Esta
utilización, condenada por cualquier mínima regla de guerra, desvirtuaría la heroica y
caballeresca hazaña por parte de los defensores del Alcázar. Hay testigos de la época
que así lo atestiguan, como el pintor Luis Quintanilla, que en su obra Pasatiempo. La
vida de un pintor, escribía: Durante los 19 y principio del 20, obedeciendo las
4
Tras la II Guerra Mundial fue fusilado por haber sido colaboracionista de los nazis.
instrucciones preparadas de la forma de hacer la sublevación […] secuestraron en el
Alcázar unas quinientas sesenta mujeres y niños de las familias del Frente Popular,
para escudarse en ellas como rehenes (citado López Sobrado: 12). El propio
Quintanilla asegura que vio una relación con los nombres de los rehenes. Entre estos
rehenes se hallaban el maestro de la cárcel Francisco Sánchez López de la Torre –que
había ayudado al propio Moscardó a preparar unas oposiciones-, Domingo Alonso
Jimeno, director del Heraldo de Toledo –que sufrió graves heridas por negarse a ser
detenido, falleciendo poco después a causa de las mismas-, y el entonces gobernador
civil Manuel María González López y su esposa.
Quizás el mutismo sobre los rehenes también se deba a que muchos de ellos fueron
fusilados en el propio Alcázar, siendo utilizados sus cuerpos para tapar agujeros dejados
por las bombas. Justificando la posible existencia de rehenes, algunos mantienen que se
hizo para evitar represalias contra los familiares de los encerrados en el Alcázar. Es una
excusa absurda que se derrumba de inmediato. No había temor a las represalias; lo
demuestra el hecho de que la propia mujer de Moscardó y su hijo menor seguían
viviendo en Toledo sin que se que ejerciera sobre ellos la más mínima represalia. Por
otro lado en el Alcázar se encerraron a las familias de los guardias civiles, pero ningún
familiar de los oficiales, posiblemente porque estaban más seguros fuera del Alcázar
que dentro de él.
La conversación telefónica
El episodio más conocido del asedio del Alcázar es la supuesta conversación que
mantuvieron el coronel Moscardó y su hijo. Esta conversación es en la que se sustenta el
mito creado por el franquismo sobre la heroica defensa de la fortaleza toledana.
- El jefe de milicias: Son ustedes los responsables de las matanzas y crímenes que
están ocurriendo. Le exijo que rinda el Alcázar en un plazo de diez minutos y de
no hacerlo así, fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí en mi poder.
- Moscardó: Lo creo.
- El jefe de milicias: Para que vea usted que es verdad ahora se pone su hijo al
aparato.
- Luis Moscardó: Papá.
- Moscardó: ¿Qué hay hijo?
- Luis Moscardó: Nada. Que dicen que me van a fusilar si no rindes el Alcázar.
- Moscardó: Pues encomienda tú alma a Dios, da un grito de ¡Viva España! Y
muere como un patriota.
- Luis Moscardó: Un beso muy fuerte. Papá.
- Moscardó: Un beso muy fuerte. Hijo mío.
- Moscardó (dirigiéndose al jefe de milicias): Puede ahorrarse el plazo que me ha
dado, puesto que el alcázar no se rendirá jamás.
La versión que dio el guardia civil Juan Letamendía Maura, difiere en algo de la oficial.
Según su testimonio, Moscardó le dijo a su hijo: Quieren tu vida a costa del honor de
cuantos aquí estamos defendiendo la Patria, así que ponte a bien con Dios y muere
como un valiente y cristiano (citado Almarcha: 402). Este testimonio aparece en el
B.O.E de 28 de enero de 1937, donde se le concede la Cruz Laureada de San Fernando,
de forma conjunta a todos los defensores del Alcázar.
Luis Moscardó
- Luis Moscardó: Papá, piensa lo que estás haciendo y haz caso de sus
indicaciones, pues me pueden matar a mí.
- Coronel Moscardó: Pues bien, es lo que haría yo con los cobardes como tú,
Luis, y me quedaría con el recuerdo de que por cobarde te han matado.
García Rojo nos ofrece más detalles de lo ocurrido: El muchacho comenzó a llorar y yo
le dije que se tranquilizara que se preocupase porque no le iba a suceder nada, que con
todo lo que creyera su padre, no le pasaría nada y que ni a él ni a nadie íbamos a
matar (citado Reig Tapia, 1988: 123).
Las mentiras propagadas por los publicistas franquistas sobre esta conversación han
sido múltiples y variadas. La primera, mantener que Cándido Cabello era el terrible jefe
de los milicianos. Cándido Cabello, al que conocía personalmente Moscardó, era el
decano del Colegio de Abogados de Toledo, y ni fue jefe de milicias ni nada que se le
pareciese. Una segunda mentira, y esta es muy importante para la sustentación del mito,
que el hijo fue inmediatamente fusilado tras la conversación. En el límite del paroxismo
imaginario se ha llegado a decir que Moscardó escuchó la ráfaga que acabó con la vida
de su hijo, cuando aún mantenía el teléfono en la mano, como afirmaban Brasillach y
Massis –versión defendida por McNeil-Moss5 y varios autores italianos-. Incluso en la
leyenda franquista caen en contradicciones. Según el ABC de Sevilla del 30 de
septiembre de 1936, la conversación se celebró el 3 de septiembre (mismo día en que
era tomada Talavera de la Reina). El despacho de prensa decía: Momentos después ante
los muros del alcázar, caía fusilado a balazos el hijo del coronel. El día 31, el
corresponsal cambió la fecha de la conversación al día 23 de julio, y el fusilamiento al 3
de agosto; ese mismo día vuelve a cambiar la fecha del fusilamiento para decir que se
produjo el 25 de agosto. Todo esto no sirvió oficialmente, se continuó manteniendo que
el fusilamiento tuvo lugar el mismo día de la conversación.
La realidad fue muy distinta. El hijo de Moscardó fue fusilado un mes después de la
supuesta conversación. La causa fue una saca indiscriminada que se produjo en la cárcel
de Toledo como represalia a un bombardeo que había surgido la capital toledana, que
causó numerosas víctimas, entre ellas mujeres y niños. García Oliveros, que se
encontraba entre los defensores del Alcázar, escribió: El 23 de agosto se produjo una
saca como represalia por un bombardeo. Luis Moscardó es uno de aquellos infelices
destinados a ser fusilados. Pero hay más, el propio hermano de Luis, Carmelo
Moscardó, en carta reproducida por Aznar, indica que la ejecución fue el 23 de agosto, y
que fue sin premeditación. Aún así, Aznar, y otros muchos juntaletras, siguen
manteniendo que la causa de la muerte de Luis Moscardó fue la no rendición del
Alcázar.
El mito del Alcázar se apoya básicamente en crear una relación causa-efecto entre la
conversación telefónica mantenida por Moscardó con su hijo y el fusilamiento de este.
Aunque creo haber dejado claro que tal relación no existe, hay otros elementos que
desmontan la teoría de la propaganda franquista sobre lo ocurrido en la capital toledana.
Pero aún hay otra circunstancia que podría desmontar todo el entramado publicista
sobre el Alcázar; saber con quién habló realmente el coronel Moscardó. Southworth
hace un exhaustivo repaso de todas las menciones a la conversación y sus protagonistas
desde 1936 a 1963. De las treinta y dos menciones, veintidós le dan al hijo una edad
entre 15 y 17 años; solamente cinco le sitúan por encima de los veinte años, y de ellos
solamente dos dan la edad exacta de Luis Moscardó, 24 años. Si nos atenemos a estos
datos, observamos como la mayoría otorga a Luis la edad que tenía su hermano
Carmelo. Esto nos da pié a pensar que con quién realmente mantuvo la conversación
telefónica el general Moscardó fu con su hijo menor Carmelo, que no sufrió daño
alguno. Pero claro esto no interesa para los fines propagandistas del franquismo.
Aún hay más. En el diario del teniente de la Guardia Civil, Jesús Enríquez de
Salamanca7, éste afirmó que Moscardó habló con su hijo, un muchacho de 15 años, es
decir, Carmelo y no Luis. Ni en el diario que escribió Romero Bassart, ni en el atribuido
a Moscardó, aparece el nombre del hijo con el que conversó, ¿por qué? Todo lo anterior
nos hace afirmar, como también piensan Herbert R. Southworth o Fernando Reintein,
que el coronel Moscardó no habló con su hijo fusilado, sino con el que se mantuvo
ileso. El mito se desmorona.
7
Murió durante el asedio.
Coronel Moscardó General Pedro Romero Basart
Historiografía
El mito del Alcázar comenzó en el mismo 1936 con la publicación de Henri Massis y
Robert Brasillach, les cadets de L’Alcazar, del que ya hemos hablado anteriormente. El
mismo año se editaron folletos en Portugal, Suiza y el panfleto de Geoffrey MacNeil-
Moss. No faltaron los mensajes apologéticos emitidos por la iglesia, como se refleja en
la pastoral del cardenal Goma, en la que establece una comparación entre los héroes de
Tarifa y el Alcázar, o las calificaciones que hacia el sacerdote Alberto Risco, llamando a
los sitiadores del Alcázar: hijos de rameras; toda la canalla más soez. Como se ve un
lenguaje muy apropiado para un sacerdote.
Hasta los años cuarenta proliferan esos panfletos publicitarios a cargo de renombrados
franquistas como Alberto Risco, Agustín Bravo Riesgo, Joaquín Arrarás, Luis Jordana y
un largo etcétera.
Podría parecer que con el transcurso del tiempo, y una vez que ya se había desmontado
por varios historiadores de verdad el mito habría desaparecido; pues no fue así. Tras la
muerte de Franco podemos ver que se continúan las mentiras en libros escritos por
Rafael Casas de la Vega, Ángel Palomino, Luis Eugenio Togores, José Manuel
Martínez Bande, Pío Moa, y algunos juntaletras más.
Vamos a detenernos un poco en uno de nuestros juntaletras preferidos, Pío Moa. Este
historietador en su obra Los mitos de la guerra civil8, da todo un ejemplo de cómo no
debe escribirse la historia. En la página 255 dice: Con las tropas entraron más de 500
civiles, mujeres, niños, familiares de los guardias civiles, más un puñado de prisioneros
izquierdistas, como garantía ante posibles represalias enemigas contra otros parientes
de los sublevados. Totalmente falso, el propio Moscardó dijo que dejó a su familia fuera
porque estarían más seguros; tampoco entraron en el Alcázar los familiares de los
8
Era el libro que tenía en la mesilla de noche José María Aznar.
oficiales. Es decir que no temían represalias. Los rehenes los utilizó como escudos
humanos.
Más adelante leemos: Al día siguiente de la promesa de Franco a los del Alcázar, tenía
lugar el asesinato del hijo de Moscardó más un grupo de prisioneros sacados de la
cárcel, en represalia por la caída de una bomba de aviación que había matado a ocho
personas (p. 262). Una mentira más del terrorista metido a historiador. Según su relato
da la impresión de que no hubo bombardeo, solamente una bomba que se debió caer sin
querer de a saber que avión. Hubo michos más de ocho muertos, entre ellos mujeres y
niños. ¿De dónde saca su hipótesis Moa?, ni idea, porque no se molesta en decirnos en
que fuente se ha basado para su afirmación.
Su afán tergiversador llega a unos niveles de ridículo, En la página 263 leemos –tras
tomar una buena dosis de sal- Pidió también un sacerdote para celebrar una misa, y al
día siguiente le fue enviado el canónigo Vázquez Camarasa, uno de los pocos clérigos
partidarios de las izquierdas y de encubrir la persecución. Entró de paisano, vestido de
punta en blanco, y ejerció una indisimulada presión moral a favor de la rendición. Es
increíble la manipulación que hace del hecho y los comentarios vejatorios sobre el
sacerdote. Según la propia declaración de Moscardó en la Causa General (anexo X) –
que se le dio pasar leer a Moa- respecto a la indumentaria del sacerdote dice: se
presentó vestido correctamente de paisano, llevando en la mano un crucifijo; ¿ir
correctamente vestido es lo mismo que ir de punta en blanco? Miente también cuando
dice que Vázquez Camarasa les pidió la rendición, Moscardó dijo: pues dijo, entre otras
cosas que comprendía nuestra actitud defendiéndonos de los ataques de fuera; pero
que no comprendía el porqué las mujeres e inocentes niños, ajenos a toda culpa, tenían
que soportar los riesgos y privaciones del asedio. El propio Moscardó desmiente a
Moa.
Víctor Camarasa junto a unos oficiales republicanos.
Como es habitual en este juntaletras y los publicistas neofranquistas, Moa apenas indica
las referencias en donde basa sus argumentos. Para justificar esta ausencia de
referencias nos cuenta: los datos expuestos aparecen en prácticamente todas las
historias del sitio del Alcázar, por lo que no vale la pena poner referencias (nota p.
205). Lo que no dice es que solamente ha leído a los historiadores franquistas, obviando
a todos los historiadores –de los de verdad- que han desmontado, con argumentos, el
mito franquista del Alcázar de Toledo.
Para colmo de la desvergüenza se atreve a criticar a diversos historiadores, eso sí, sin
ofrecer ni una sola tesis suficientemente fundada. Para Moa, los que verdaderamente
han aclarado todo al respecto son Alfonso Bullón y Luis E. Togores –insignes
miembros del CEU-, Que en su obra no demuestran absolutamente nada que desmienta
las tesis de los historiadores que han acabado con el mito del Alcázar.
Podíamos seguir comentando lindezas de Moa; pero no creo que los lectores merezcan
pasar por tal suplicio.
Afortunadamente hay historiadores d prestigio que han demostrado que todo el mito
creado en torno a la defensa del Alcázar de Toledo, es una gran mentira. El mito fue
comenzado a ser desmontado por el escritor británico E. A. Baker en su artículo Toledo
after the storm9, publicado en Contemporay Review, nº 158 (1940). En 1957 el libro del
estadounidense Herbert L. Matthews, El yugo y las flechas. Un informe sobre España,
tuvo que sufrir despiadados ataques por parte de la prensa y presuntos historiadores
franquistas, encabezados por Manuel Aznar. Con posterioridad historiadores como
Southworth, Reig Tapia, Isabelo Herreros, Juan Carlos Losada o Vicente Sánchez
Biesca, se han encargado, con aportación de pruebas irrefutables, de destruir el mito por
excelencia de los sublevados que terminaron con orden democrático instaurado en
España en 1931.
Conclusiones
Lo más triste de toda esta historia es que los habitantes de Toledo han tenido que estar
viendo cada día placas conmemorativas de la «heroica gesta» de los fascistas. En la
céntrica plaza de Zocodover, centro neurálgico de la capital toledana existía una placa
en honor de Moscardó: Al heroico general D. José Moscardó. La ciudad imperial. Año
XMMXL. No es difícil imaginar lo que sentirían los herederos de los masacrados, por
ejemplo, en el Hospital Tavera, por las tropas franquistas cuando tomaron la ciudad.
Hasta el 2010 no fue retirada esta placa, ni se cambió el nombre de la calle que
inmortalizaba al coronel Moscardó. El PP votó en contra de la retirada de la placa y del
cambio de nomenclatura de la calle. Ese miso año el Ministerio de Defensa retiró la
placa instalada en el Alcázar, en donde se daba conocimiento de la versión franquista de
la conversación telefónica mantenida por el coronel Moscardó y su hijo.
En cuanto a la heroicidad de los defensores del Alcázar, hare mías las palabras del
maestro de historiadores Herbert R. Southworth: El obrero inexperto, pobremente
9
Toledo después de la tormenta.
armado de Madrid –que le plantó cara al tercio delante de Madrid- era un hombre más
valiente que Moscardó, bien seguro en los sótanos del Alcázar (Southworth: 213-214).
Losada, Juan Carlos (2005): Un agosto sangriento, en La guerra civil. Mes a mes, pp.
7-11.
Martínez Gil, Fernando (2005): Historia del Alcázar, en Historia 16, nº 134, pp. 84-
88.
Reig Tapia, Alberto (1998): El asedio del Alcázar: mito y símbolo político del
franquismo, en Revista de Estudios Políticos, nº 101, pp. 101-129.