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El Individuo y El Grupo

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El individuo y el grupo

El grupo como fenómeno dinámico:


Los grupos tienen que formarse, y después van pasando por una serie de etapas
que pueden desembocar en la ruptura del grupo o en su renacimiento desde
nuevos planteamientos.
La situación de los individuos dentro del grupo va cambiando: desde que la
persona intenta incorporarse al grupo, o éste trata de que una determinada
persona se le una, hasta que se produce una complementación entre la
adaptación del individuo a las expectativas normativas del grupo y la satisfacción
de las necesidades de aquél por parte de éste, o bien hasta que tiene lugar el
abandono voluntario o forzado del grupo por parte del individuo.
La evolución de los grupos ha sido poco estudiada en sí mismo y poco
considerado a la hora de estudiar otros procesos grupales. El grupo se suele tratar
como una entidad ya formada y estática en la que tienen lugar una serie de
acontecimientos que hay que analizar, normalmente mediante la manipulación de
una serie de variables ajenas a la propia dinámica grupal.
Lo que ocurre en los grupos y entre los grupos está muy determinado por el
momento concreto en que se encuentra un grupo dentro de su desarrollo. Hay
procesos que sólo se pueden dar en ciertos momentos o que tienen
consecuencias distintas en momentos diferentes. Por eso, estudiar procesos
grupales sin tener en cuenta el carácter cambiante de los grupos puede llevar a
resultados engañosos.
Motivaciones básicas en la formación y desarrollo de los grupos
Además de la pertenencia impuesta a determinados grupos o categorías sociales
desde el nacimiento (familia, grupo étnico…), los individuos buscamos
voluntariamente formar parte de grupos concretos. Parece existir una motivación
en el ser humano a formar vínculos con otros congéneres. La hipótesis de la
"necesidad de pertenencia" propuesta por Baumesteir y Leary sostiene que todas
las personas necesitan formar parte de grupos sociales. El apego es un
mecanismo innato formado durante nuestra historia evolutiva como especie por las
ventajas que confería la vida en grupo para la supervivencia y la reproducción.
Según estos autores, la pertenencia tiene fuertes efectos emocionales y
cognitivos, y su falta acarrea trastornos en la salud, el bienestar y el
funcionamiento de las personas.
Uno de estos efectos tiene que ver con la autoestima. Cuando existe algún indicio
de rechazo o exclusión por parte del grupo, nuestra autoestima baja y buscamos
la cuál ha sido el problema para corregirlo. Un nivel alto o bajo de autoestima
depende de que consigamos mantener la pertenencia a grupos sociales.
Cuando el grupo ignora al individuo
Una interesante línea de trabajo se ocupa del ostracismo, entendido como el acto
de excluir, ignorar o rechazar a un miembro del grupo, o a otra persona en una
relación interpersonal (Williams, 2001).
Como muestran Williams y Zadro (2001), el ser objeto de ostracismo, aunque sea
por tiempo breve, tiene efectos negativos en las necesidades básicas de
pertenencia, control, autoestima y sentido de la existencia de la persona que lo
sufre, que satisface menos esas necesidades. Esta línea de investigación se ha
centrado de forma preferente en los efectos en la persona cuando es objeto de
ostracismo, pero también más recientemente se han visto sus efectos en las
personas que lo ejercen, quienes experimentan una mayor satisfacción de esas
necesidades (ver Zadro, Williams y Richardson, 2005).
Entre las diversas formas de estudiar el ostracismo empleadas por Williams y
colbs (Williams, Shore y Grahe, 1998) cabe citar un estudio en el que un
participante, a la espera de iniciar un experimento, se dedicaba a jugar a la pelota
con otros dos supuestos participantes (en realidad, cómplices del experimentador)
quienes, al poco tiempo, dejaban de pasarle la pelota al participante genuino. Éste
pronto empezaba a mostrar signos de incomodidad ante el hecho de verse
excluido del juego. Tal como se observó también, se veían afectadas
negativamente sus necesidades básicas. Se hizo una versión en la red de este
experimento. Se trataba de una página web en la que se entraba para jugar con
otros dos jugadores, que eran simulados y que en la condición de ostracismo
dejaban de interactuar con el participante. En el caso del ciber-ostracismo se
muestran efectos negativos similares a los que se producen en la interacción real
(Williams, Cheung y Choi, 2000). Un estudio llevado a cabo con medidas
neurofisiológicas, como imágenes de resonancia magnética del cerebro, fMRI,
mostró que al ser excluidos se activaban las mismas áreas del cerebro que las
propias del dolor físico (Eisenberger, Lieberman y Williams, 2003). En ocasiones,
el haber sido objeto de ostracismo parece estar en la base de reacciones violentas
contra el grupo (Leary, Kowalski, Smith y Philips, 2003).
La motivación básica que nos impulsa a formar vínculos con otras personas
coexiste con la necesidad de mantener nuestra propia independencia y
distintividad como individuos. Estas tendencias no son incompatibles, incluso se
puede buscar la pertenencia a ciertos grupos precisamente para conseguir una
mayor distintividad como ocurre en el caso de muchos grupos minoritarios (los
“punkies”). Por otra parte, si lo que se busca es independencia, más que
diferenciación de otros la pertenencia a un grupo grande puede ser más
conveniente porque tiene las ventajas que supone ser miembro de un grupo sin
los inconvenientes del excesivo control propio de los grupos pequeños. En este
sentido la formación de grupos no sólo no es incompatible con la individualidad,
sino que muchas veces es un medio para conseguirla (Kampmeier y Simon,
2001).
La individualidad y la pertenencia grupal en otras culturas
Es importante aclarar que gran parte de las afirmaciones vertidas en este capítulo,
como en casi todos los demás, son aplicables a nuestra cultura, llamada
"occidental", pero no serían válidas para grupos insertos en otras muchas. Hay
pueblos en Asia, África y Suramérica donde las personas no se consideran como
individuos independientes sino como parte de un grupo. Por ejemplo, en japonés,
la palabra que se emplea para designar el "sí mismo" o "self" es jibun, que
significa "la parte propia del espacio compartido". Esto se debe probablemente a la
relación simbiótica e interdependiente que se establece entre el yo y los otros
(Hamaguchi, 1985). En este sentido, la búsqueda individual de independencia y de
diferenciación del resto de las personas resulta bastante ajena en este tipo de
sociedades. En cambio, para la cultura occidental los individuos son sociales sólo
cuando su conducta influye y es influida por otros, muchas veces de forma
negativa (Markus y Kitayama, 1994).
Desde la perspectiva confucionista imperante en las sociedades asiáticas, la
característica definitoria de la humanidad es la capacidad para experimentar
empatía, para compartir sentimientos, y esto sólo puede alcanzarse mediante la
participación en un grupo. Esta visión contrasta notablemente con el énfasis en la
racionalidad y el libre albedrío propio de la cultura occidental, para la que el grupo
es sobre todo un medio de satisfacer necesidades o alcanzar metas individuales.
La cuestión de por qué los individuos se unen o se identifican con grupos
concretos y qué factores determinan su grado de compromiso con ellos tiene
mucho sentido para nosotros y por eso ha sido abordado desde diversos enfoques
teóricos (teoría del intercambio, teoría de la identidad social), centrándose la
investigación sobre todo en grupos espontáneos o creados artificialmente y de
corta duración. Sin embargo, cuando se considera la pertenencia a un grupo como
parte esencial de la persona y no sujeta a elección, esas preguntas carecen de
relevancia. Lo que realmente importa es cómo esa pertenencia moldea la
experiencia de las personas (Markus, Kitayama y Heiman, 1996).
La teoría de la incertidumbre-identidad (Hogg, 2007) defiende que la pertenencia a
grupos sirve para combatir el sentimiento de incertidumbre de los individuos
acerca de quiénes son y de cómo eso se refleja en sus actitudes y conductas.
Los grupos sirven para reducir esa incertidumbre facilitando pautas a los
individuos.
Esta teoría propone que el interiorizar el prototipo del grupo contribuye a la
autodefinición de los individuos. Así, la identificación con grupos que poseen
determinadas características contribuye a reducir, controlar o proteger del
sentimiento de incertidumbre.
La investigación en el marco de esta teoría ha mostrado que cuanto más
entitativos sean los grupos más contribuyen a reducir la incertidumbre. El análisis
de Hogg se extiende a explicar la identificación con los grupos extremistas y
totalitarios.
Condiciones necesarias para la formación de un grupo
El factor que diferencia un grupo social de un mero agregado de individuos es la
relación de interdependencia que se establece entre los miembros. Esta
interdependencia percibida por los miembros es la condición necesaria para la
formación de un grupo.
En los 70 surge una postura que se opone a este planteamiento: la Teoría de la
identidad social de Tajfel y Turner. Emplearon el paradigma de grupo mínimo y
pusieron de manifiesto que la simple designación externa de los sujetos a un
grupo apelando a una supuesta característica común hacía que se comportaran
como miembros de ese grupo. Concluyeron que la interdependencia percibida no
es una condición necesaria para la formación de un grupo. Basta con que se
produzca una categorización, es decir, que se agrupe a una serie de individuos
dentro de una categoría en función de su semejanza en algún aspecto para que
ellos se perciban a sí mismos como miembros de esa categoría y esa percepción
transforme su comportamiento de individual a colectivo.
Relacionada con esta controversia está la distinción entre grupos y categorías
sociales. Una cosa serían los grupos considerados como sistemas sociales,
caracterizados por la interdependencia percibida entre sus miembros, y otra las
categorías sociales o conjuntos de individuos que comparten algún atributo
común; éstas no podrían considerarse propiamente grupos a menos que esa
semejanza lleve aparejada una percepción por parte de los individuos de que
también comparten un mismo destino.
Los defensores de la categorización aclaran que el concepto de categoría social
implica mucho más que un mero conjunto de individuos semejantes a los ojos de
un observador externo. Supone una implicación emocional compartida por los
miembros ya que se perciben y definen a sí mismos como pertenecientes a una
misma categoría. Por otra parte, consideran fundamental distinguir entre procesos
interpersonales y procesos grupales: reducir la formación del grupo y lo que ocurre
dentro de él a procesos interpersonales como la interdependencia es caer en el
individualismo.
¿Por qué y para qué se forman los grupos?
Se pueden distinguir tres tipos de circunstancias que hacen que un grupo de
individuos llegue a constituir un grupo (Cartwright y Zander, 1968):

Una o varias personas pueden crear deliberadamente un grupo para lograr algún
objetivo. Los individuos que deciden crearlo juzgan que por medio de él
conseguirán determinados propósitos que no serían posibles sin su existencia.
Este juicio no tiene por qué ser correcto para que se llegue a formar el grupo. Los
propósitos que se quieren lograr a través del grupo pueden ser muy variados. Hay
grupos que se crean para llevar a cabo una tarea de forma más eficiente, otro para
resolver problemas…
Un grupo puede formarse espontáneamente porque las personas se asocian para
satisfacer alguna necesidad. Es el caso de los grupos informales dentro de las
organizaciones, los clubes sociales o las pandillas juveniles. La función suele ser
la satisfacción de alguna necesidad de sus miembros. Su formación se basa en
elecciones interpersonales voluntarias. Algunos determinantes de este tipo de
elecciones son la semejanza percibida en las personas, la complementariedad, la
reciprocidad, la proximidad o el balance positivo entre ventajas e inconvenientes
de pertenecer al grupo.
Un conjunto de individuos puede convertirse en grupo porque otras personas los
traten de un modo homogéneo. En este caso está funcionando el proceso de
categorización social que consiste en clasificar a las personas en grupos en
función de alguna característica compartida. Hay atributos que son más relevantes
que otros como criterios de categorización. Dichos individuos se consideran a sí
mismos como miembros de ese grupo, y tanto su comportamiento como el de los
demás hacia ellos vendrá determinado en muchos casos por esa pertenencia
grupal designada desde fuera. No es necesario que los individuos interactúen
entre sí para ser miembros de este tipo de grupos. Muchas veces ni siquiera se
conocen. Que un grupo se haya formado por designación externa no excluye la
posibilidad de que cumpla también las mismas funciones que los grupos
espontáneos o los creados para alcanzar un objetivo
Moreland (1987) define la formación de un grupo como un fenómeno continuo que
implica un desplazamiento de un conjunto de personas a lo largo de una
dimensión de "grupalidad" más que un fenómeno discontinuo que suponga la
transformación de un no-grupo en un grupo. La formación de un grupo (al menos
de un grupo espontáneo) es un proceso que lleva tiempo ya que implica un
fortalecimiento progresivo de los lazos entre las personas que serán miembros de
ese grupo, es decir, debe producirse una "integración social" de estos individuos.
Moreland distingue cuatro tipos de integración social: ambiental, conductual,
afectiva y cognitiva. No son causas de la formación de los grupos sino variedades
que puede adoptar el proceso de formación. Se dice que un grupo se ha formado
mediante la integración ambiental de sus miembros cuando el ambiente ha
proporcionado los recursos necesarios para que se forme. El término "ambiente"
abarca tanto el ambiente físico como el social y cultural. Ej: cuando se forman
grupos de personas que mantienen proximidad física o comparten determinadas
aficiones.
La integración conductual se produce cuando las personas se unen o se hacen
dependientes unas de otras para satisfacer sus necesidades. Esta integración ha
sido considerada por muchos autores como la clave de formación del grupo. El
grupo puede ser experimentado por el individuo como un medio para logar un
objetivo o como un modelo de comparación para valorar lo adecuado de sus
actitudes o conductas personales o como un medio para lograr una identidad
social positiva. Este último caso se diferencia de los dos anteriores en que lo
importantes para la satisfacción de la necesidad no es la interdependencia de los
miembros, sino la simple pertenencia grupal.
La integración afectiva se refiere a que un grupo puede formarse cuando las
personas desarrollan sentimientos compartidos. La experiencia psicológica del
individuo es de atracción hacia los demás miembros del grupo, hacia el grupo
como un todo o hacia sus objetivos. La integración cognitiva se refiere a que un
grupo puede formarse cuando las personas se dan cuenta de que comparten
importantes características personales. No se trata de que sean semejantes sino
de que sean conscientes de esa semejanza. El grupo se forma cuando los
individuos empiezan a pensar en sí mismos como grupo.
Lo más probable es que la integración ambiental proporcione el potencial para la
integración conductual, que llevará a su vez a la integración afectiva y a la
cognitiva. Según los psicólogos sociales la integración conductual es la clave para
la formación el grupo. Para Turner la integración cognitiva es la esencial, ya que
se puede crear un grupo por el mero hecho de que ellos se consideren como
grupo.
El desarrollo del grupo
El grupo no es más que el contexto o el escenario donde se producen
determinados efectos, como la influencia, el conflicto o la polarización. Sin
embargo, los grupos van cambiando, atraviesan distintas fases de desarrollo, y su
evolución interactúa con esos efectos que ocurren dentro de ellos, produciendo
consecuencias diferentes según el momento en el que se encuentre el grupo.
El estudio sistemático del desarrollo del grupo se remonta a los años 50 del siglo
pasado y se llevó a cabo en dos contextos diferentes:
Los grupos de solución de problemas
Los grupos de formación (T groups: grupos experienciales caracterizados por
carecer de estructura y de un líder que oriente a los miembros sobre cómo actuar
o qué metas perseguir). Ambos tipos de grupo proporcionaban buenas
condiciones para el estudio de su evolución temporal, ya sea a lo largo de una
sesión de discusión o a través de diversas sesiones.
Tenían en común, entre otras cosas:
El ser más prescriptivo que descriptivos (decían cómo debe ser el proceso más
que cómo es realmente, ya que no contaban con un apoyo empírico suficiente)
El referirse a tipos de grupos bastante específicos (experienciales, terapéuticos o
de tarea, es decir, formados artificialmente para un fin concreto)
El ser lineales, en el sentido de que las distintas fases de desarrollo grupal
propuestas se seguían unas a otras de acuerdo con un patrón secuencial y
progresivo de principio a fin común.
En los 80 surgió un nuevo interés por los aspectos dinámicos del grupo, debido a
la necesidad de crear equipos de trabajo eficaces en las organizaciones; así,
aparecieron algunos modelos interesantes, como:
Wheelan (1994), que pretende ser una integración de los modelos anteriores
aplicable a cualquier tipo de grupo
Morgan, Salas y Glickman (1994), con su énfasis en la cooperación entre los
miembros para alcanzar las metas propuestas
Modelo del equilibrio puntuado de Gersick (1988), que sostiene que el desarrollo
de los grupos no es un proceso uniforme, sino que se caracteriza por periodos de
estabilidad interrumpidos por breves periodos de cambio brusco.
El modelo cíclico de Worchel
Las características más importantes de este modelo de desarrollo de grupo son:
Es un modelo cíclico, no lineal, ya que considera que muchos grupos continúan
existiendo después de que sus miembros originales se hayan ido.
No se circunscribe sólo al grupo, sino que lo considera en relación con otros
grupos.
Presta especial atención al conflicto entre el deseo de pertenecer al grupo e
identificarse con él y la necesidad de independencia y distintividad de los
miembros.
Considera el grupo como una entidad fuera del individuo que ejerce una presión
real sobre sus miembros.
El modelo cíclico de Worchel en su primera versión distingue seis estadios en la
vida del grupo: dos de formación y cuatro de desarrollo. Los estadios representan
cuestiones dominantes para el grupo durante periodos temporales concretos.
Aunque no se especifica la duración de los periodos, los estadios transcurren en
un orden predecible que se repite muchas veces a lo largo de la vida del grupo.

El primer estadio (que puede ser también uno de los últimos porque el proceso es
circular) es la fase de descontento. El grupo al que se pertenece ha dejado de
satisfacer las necesidades de sus miembros. Éstos se vuelven pasivos o violentos
y lo frecuente es que sean expulsados o que abandonen voluntariamente el grupo.
Esto suele ocurrir a raíz de un acontecimiento desencadenante que da comienzo
al segundo estadio. El acontecimiento provoca una división en el grupo original
entre los que permanecen leales y los que se apartan o son apartados de él.
En ese momento comienza el tercer estadio o fase de identificación grupal en la
que los individuos que han salido del grupo anterior desarrollan un sentido de
identidad como grupo separado. Las características de este estadio son:
Se delimitan las fronteras entre el propio grupo y los ex grupos, acentuándose las
diferencias con respecto a otros grupos y se fomenta el conflicto con ellos.
Se acentúan las semejanzas intergrupales, anulando los rasgos individualizadores
de los miembros. Esto produce un efecto de cohesión dentro del grupo.
Las actitudes sobre temas importantes para el grupo son extremas. Se bloquea la
entrada de nuevos miembros, no se toleran las posiciones minoritarias y hay una
fuerte presión para que los miembros se conformen a las normas del grupo.
El liderazgo está centralizado.
El objetivo es centrar a los miembros en su identidad social frente a su identidad
personal y establecer la identidad del grupo como tal. El grupo se convierte en
parte importante de la identidad del individuo.
Una vez establecida la identidad, los miembros del grupo empiezan a ocuparse de
los objetivos grupales: comienza el estadio de productividad grupal. Aunque la
orientación sigue siendo hacia el engrupo, el centro de interés ya no es la
identificación sino la productividad:
El antagonismo hacia los ex grupos se debilita y se utiliza la comparación con ellos
para determinar lo productivo que es el grupo.
Las fronteras del grupo se abren de forma selectiva y se reclutan nuevos
miembros para tareas concretas.
Las minorías pueden influir en cuestiones relacionadas con la tarea, pero se las
sigue rechazando si amenazan la identidad grupal.
El liderazgo está más orientado a la tarea que a los aspectos socioemocionales
del grupo.
Los fracasos del grupo se atribuyen a fuentes externas. Los éxitos se atribuyen a
factores grupales internos. La norma imperante en el grupo es la igualdad. Se
permite a los miembros centrarse en su identidad como elementos buscando en
ellos habilidades específicas que puedan ser útiles, pero sólo en relación con la
productividad del grupo.
Una vez que se ha permitido a los miembros dejar de centrarse exclusivamente en
su identidad social comienza el estadio de individuación que consiste en:
Los individuos comienzan un proceso de comparación social con los miembros del
engrupo, evaluando sus contribuciones al grupo y lo que obtienen a cambio y
exigen equidad en función de esas contribuciones en lugar de la igualdad basada
en la simple pertenencia grupal.
Se establecen comparaciones con los ex grupos. Se da una tendencia a exagerar
la calidad de vida y el éxito de éstos, que se utiliza como evidencia de que el
engrupo no satisface las necesidades individuales y de que es necesario introducir
cambios para mejorar. Los individuos empiezan a negociar con el grupo la mejora
de su posición personal.
Comienzan a aparecer subgrupos, primero en relación con roles semejantes y
después en función de semejanzas en actitudes y otros aspectos no relacionados
con la productividad. Las interacciones entre los miembros se hacen más
selectivas e íntimas.
Se anima la participación de los miembros minoritarios.
Se trabaja menos para las metas grupales y más para las personales.
Los fracasos del grupo se empiezan a atribuir a la ineficacia del líder.
Se ponen en duda las normas del grupo y se exige una mayor libertad personal.
Este desplazamiento hacia la individualidad desemboca en el estadio de declive.
Algunos miembros empiezan a explorar la posibilidad de pasarse a otros grupos y
poco a poco se van marchando, y los que se quedan exigen cambios en el grupo.
Existe un estado general de disconformidad como modo de demostrar el malestar
personal. Los ex grupos perciben la vulnerabilidad del grupo e intentan desde
fuera fomentar el abandono.
Tras la decadencia del grupo, los individuos que se sienten más a disgusto en él lo
abandonan, con lo que vuelve a producirse la fase de identificación y todas las
demás. Los miembros que quedan en el grupo original prestan atención al grupo
original y a su reconstrucción. Se consideran los abandonos como una depuración
del grupo y se mantienen actitudes muy negativas hacia los desertores, lo que
favorece la cohesión grupal. En definitiva, comienza un nuevo estadio de
identificación. Esta es la característica más distintiva de este modelo, dar cuenta
de lo que ocurre tras la decadencia de un grupo.

Cada estadio puede ser identificado por el tema de discusión y por la conducta
que domina en el grupo. La duración de cada estadio puede diferir mucho según
los grupos. Aunque la progresión natural es la descrita, algún suceso inusual
puede alterarla. P.ej., la aparición de una amenaza externa puede hacer que el
grupo avance o retroceda a la fase de identificación para protegerse del peligro
potencial. No obstante, cuando esto ocurre y el grupo es impulsado a algún
estadio anterior o posterior, el desarrollo continúa a partir de ese nuevo estadio.
La determinación del estadio concreto en que se encuentra un grupo debe
hacerse a posteriori tras observaciones cuidadosas. No podemos basarnos sólo
en el tiempo de existencia del grupo para determinar en qué estadio se encuentra
debido al distinto ritmo de desarrollo de cada uno
Relaciones entre el individuo y el grupo
grupos desarrollo
La socialización grupal es un proceso que implica cambios a lo largo del tiempo en
la relación entre el grupo y sus miembros. Al igual que los grupos, también los
individuos pasan por diversas fases de pertenencia grupal; en un mismo grupo
puede haber miembros que se encuentren en fases distintas en un momento
dado.
La evolución de la pertenencia de los miembros afecta al desarrollo global del
grupo y, a su vez se ve afectada por la fase en que se encuentre el grupo en cada
momento. El grupo no es una entidad fija y unitaria, sino que está formado por
individuos que entran y salen y tienen su propia dinámica de relaciones con el
grupo al que pertenecen.
El modelo de Levine y Moreland
El objetivo de este modelo es determinar los cambios afectivos, cognitivos y
conductuales que los grupos y los individuos se producen entre sí, desde el
principio hasta el final de su relación. Se parte de una situación en que el grupo ya
está formado y los individuos entran y salen de él. Para entender el modelo
debemos tener en cuenta que el grupo no se considera como una entidad aparte
de los individuos que lo forman.
Procesos implicados
Son tres los procesos implicados. El primero es la evaluación. Implica esfuerzos
por parte del individuo y del grupo para valorar el grado en que la otra parte puede
satisfacer y satisface las propias necesidades. Se desea aumentar al máximo esa
satisfacción. El grupo decide qué tipo de contribución se espera el nuevo miembro
y se generan unas expectativas normativas sobre ello, comparando la conducta
esperada con la conducta real de la persona. El individuo también hace una
evaluación sobre si el grupo responde a sus necesidades.

El segundo proceso es el compromiso. Depende del resultado del proceso de


evaluación y se basa en las creencias del grupo y del individuo sobre lo
satisfactorio de sus propias relaciones y de otras alternativas. Cuando el individuo
siente un fuerte compromiso hacia un grupo, aceptará sus metas y sus valores,
tendrá un efecto positivo hacia sus miembros, se esforzará por cumplir las
expectativas y alcanzar las metas grupales y por mantener su pertenencia al
grupo. Al igual que si es el grupo el que siente un fuerte compromiso con un
individuo, intentará retenerle como miembro del grupo satisfaciendo sus
necesidades.
El tercer proceso se refiere a las transiciones de rol. Se produce cuando el
compromiso alcanza un nivel crítico (criterio de decisión) y suponen reetiquetar la
relación del individuo con el grupo y, por tanto, cambiar la evaluación que cada
parte hace de la otra. La transición de rol es un cambio cualitativo que supone una
modificación de las expectativas de ambos con respecto al otro. Los criterios de
decisión son niveles concretos de compromiso que indican que está justificado un
cambio cualitativo en la relación entre ambas partes.
Pero la socialización no concluye con la primera transición de rol, sino que tras
ésta se produce un nuevo proceso de evaluación que dará lugar a cambios en el
compromiso y a subsiguientes transiciones de rol.
Evolución de las relaciones del individuo con el grupo
Desde que comienza su relación con el grupo, antes de pertenecer a él, hasta que
esa relación termina después de haberlo abandonado, el individuo atraviesa cinco
fases de socialización. Cada una se caracteriza por una conducta específica por
parte del grupo, por parte del individuo y por un resultado final: el nuevo rol del
individuo en el grupo.
Fase de investigación. En esta fase el grupo está reclutando gente que pueda
contribuir a lograr sus metas. Por su parte, el individuo busca un grupo que
satisfaga sus necesidades personales. Si tras una valoración positiva mutua
ambas partes consideran que el otro va a cumplir las expectativas mejor que una
opción alternativa, se producirá la transición de rol de entrada y el individuo se
convertirá en un nuevo miembro del grupo.
Fase de socialización. El grupo intenta cambiar al individuo para que pueda
contribuir mejor al logro de las metas del grupo (busca la asimilación del individuo
de las normas y valores del grupo). Al mismo tiempo, el individuo intenta cambiar
al grupo para que satisfaga mejor sus necesidades personales (busca una
acomodación del grupo a sus necesidades). Si el nivel de compromiso de ambas
partes alcanza el criterio de decisión correspondiente, se producirá la transición de
rol de aceptación y el individuo se convertirá en miembro de pleno derecho.
Fase de mantenimiento. Se produce una negociación del rol del individuo por
ambas partes. Si esta negociación prospera, los niveles de compromiso de ambas
partes permanecerán altos, pero si fracasa y los niveles de compromiso
descienden al criterio de decisión correspondiente, se producirá la transición de rol
de divergencia y el individuo se convertirá en un miembro marginal.
Fase de resocialización. Tanto el grupo como el individuo intentan restaurar la
contribución de la otra parte a sus propios intereses. Si los dos tienen éxito,
volverá a producirse una asimilación por parte del individuo y una acomodación
por parte del grupo. Si los niveles de compromiso alcanzan el criterio de decisión
correspondiente, se producirá la transición de rol de convergencia y el individuo
volverá a ser miembro de pleno derecho. Pero este resultado en la fase de
resocialización es bastante infrecuente. Lo normal es que los niveles de
compromiso del individuo y del grupo sigan bajando hasta llegar al siguiente
criterio de decisión y se produzca la transición de rol de salida, cuyo resultado es
que el individuo pase a ser un ex-miembro del grupo.
Fase de recuerdo. Aquí finaliza la relación entre el individuo y el grupo. Las
contribuciones del individuo pasar a formar parte de la tradición del grupo. El
individuo experimenta reminiscencias de las contribuciones del grupo a la
satisfacción de sus necesidades personales.

Procesos grupales e intergrupales


grupos desarrollo procesos
El hecho de que los individuos que constituyen el grupo atraviesen por distintas
fases de pertenencia grupal, y de que no todos pasen por las mismas fases al
mismo tiempo, influye en el proceso de desarrollo del grupo en conjunto. Ejemplo,
la necesidad de socializar a nuevos miembros y de resocializar a miembros
marginales muchas veces puede retrasar el avance del grupo, debido a que los
recursos y el tiempo empleados en estas funciones no están disponibles para otro
tipo de actividades que facilitan el desarrollo grupal.

El proceso de desarrollo del grupo también afecta al proceso de socialización. Hay


actividades de socialización que rara vez ocurren en determinadas fases del
desarrollo grupal. Ejemplo, durante la fase de formación del grupo es normal que
se produzcan actividades de investigación (reclutamiento por parte del grupo y
reconocimiento por parte de los individuos), pero no pueden darse actividades de
socialización, mantenimiento o resocialización porque el grupo aún no ha
desarrollado un sistema de normas. Además, las actividades de socialización
grupal que ocurren en más de una fase del desarrollo del grupo pueden operar de
forma distinta en cada fase.
Dos investigaciones en el marco del modelo de Worchel que ilustran cómo
determinados procesos se ven influidos por la etapa de desarrollo en que se
encuentre el grupo: percepción de la homogeneidad grupal y las relaciones con
otros grupos.
Percepción de la homogeneidad grupal
Worchel y colaboradores han estudiado cómo afectan las fases de desarrollo
grupal a la percepción de la homogeneidad dentro del grupo por parte de los
miembros.
Se percibirá más homogeneidad en la fase de identificación grupal, y mucha
menos en las fases de individuación y declive, debido a que en la primera el
interés del grupo se centra en descubrir aspectos comunes entre los miembros del
propio grupo que los diferencien de los exogrupos, lo que aumenta la cohesión,
mientras que en las otras dos fases los individuos buscan diferenciarse de otros
miembros del grupo para incrementar su propia individualidad, así como posibles
puntos en común con personas de otros grupos potencialmente más atractivos.
Las relaciones con otros grupos
Worchel, Coutant-Sassic y Wong (1993) analizaron las relaciones entre el
endogrupo y los exogrupos a lo largo de distintas fases del desarrollo grupal.
Cuando un grupo se encuentra en la fase de identificación buscará el conflicto y la
competición con los ex grupos, pero ese conflicto será cada vez menos frecuente
a medida que el grupo avanza hacia otras fases. Durante la fase de productividad
grupal, ese conflicto distraería a los miembros de las actividades orientadas a la
tarea, y malgastaría los esfuerzos necesarios para realizarla. Durante la
individuación los miembros empiezan a establecer comparaciones sociales con
otros miembros de su propio grupo y con los de los ex grupos, y utilizan su valor
potencial para otros grupos como presión para negociar sus propias recompensas
en el grupo, para lo cual necesitan información sobre esos ex grupos. Por último,
en la fase de declive los miembros buscan activamente grupos alternativos, para
lo cual sería perjudicial el conflicto entre su grupo de origen y esos grupos
potenciales.
Estos resultados indican que la reducción de la hostilidad entre grupos sólo es
posible una vez que éstos hayan superado la fase de establecimiento de su
identidad y no sientan que la interacción con miembros de otros grupos amenaza
dicha identidad

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