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Contra La Democracia

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CONTRA LA DEMOCRACIA

No es que a Jason Brennan no le guste ese sistema político. «Los países democráticos son los más
prósperos, los que más respetan los derechos y las libertades, los mejores para vivir», deja claro
nada más empezar a hablar. Pero lo que se le atraganta a este filósofo y politólogo estadounidense
es ese ciego triunfalismo que, casi como una religión, celebra la democracia como el
sistema más perfecto que pueda existir. A Brennan le parece que la democracia, basada en el
principio un hombre-un voto, puede cometer errores garrafales, como ya hizo en 1932 cuando llevó
al partido Nacionalsocialista al poder en Alemania o el patinazo en 2016 con el referéndum del
Brexit. 
El problema de la democracia para Brennan son los votantes. O, más exactamente,
los votantes desinformados. Los estudios revelan que son la mayoría y que muchos muestran
una ignorancia supina en cuestiones políticas. Y aún así, su voto vale lo mismo que el de una
persona que conoce a fondo la situación real. A Brennan eso le parece profundamente injusto,
sobre todo porque los errores que salen de las urnas pueden tener gravísimas consecuencias. Para
subsanar ese problema propone experimentar la epistocracia, un sistema en el que los
ciudadanos más competentes e informados tienen más poder político. Una propuesta
que desgrana en Contra la Democracia y que a muchos les resulta profundamente ofensiva.

¿Qué le pasa a la democracia?


El mayor problema es que en las urnas se elige a quién está al frente de un Gobierno, y esa es una
decisión fundamental. Porque si se elige a la persona equivocada puede tener gravísimas
consecuencias: puede declarar la guerra, empobrecer a un país, encarcelar a mucha gente, socavar
derechos y libertades... El problema de la democracia es que concede mucho poder al pueblo
mientras que cada persona individualmente tiene muy poco poder.
¿Y eso le parece un problema?
Como los votos individuales cuentan muy poco, la mayoría de la gente no tiene incentivos para estar
informada y emplear su voto de manera cuidadosa. Si yo cruzo la calle, miro en ambas direcciones y
si veo un coche que avanza hacia mí no se me ocurre pensar que es un superhéroe que viene a
buscarme, porque si me equivoco la realidad me lo va a hacer pagar inmediatamente. Pero en unas
elecciones no supone ninguna diferencia si me quedo en casa y no voto, si voto en un sentido o en el
sentido contrario, porque un voto individual no cambia la situación. Y como no va a haber
diferencia, no pasa nada por votar no por quien creo que sería el mejor gobernante sino en contra de
alguien que no me gusta.
Usted divide a los votantes en tres categorías. La primera y más numerosa es la de los que ha bautizado
como hooligans. ¿Quiénes son?
Imagine que soy de Boston: forma parte de mi identidad ser seguidor del equipo de Boston y odiar a
los equipos de Nueva York. Pues en política funciona lo mismo: un católico de origen irlandés que
vive en Boston se supone que debe de votar por los demócratas, apoyarles hagan lo que hagan,
tengan el líder que tengan, porque lo único que quiere es que ganen. Esos son los hooligans, y son la
mayoría de los votantes: votan a su partido y les importa muy poco quien sea el líder del mismo.
Luego vienen los hobbits...
En El Señor de los Anillos los hobbits son esas criaturas a las que les importa bastante poco el
mundo exterior, las aventuras, las luchas... Quieren quedarse en casa, comer, ocuparse de sus
granjas, fumar sus pipas... A la inmensa mayoría de quienes deciden no votar no les interesa la
política, su nivel de información es bajo y rara vez tienen opiniones propias, y cuando la tienen es
fácil hacérsela cambiar.
Los terceros, los vulcanianos, serían los votantes sensatos, informados, no polarizados...
Sí. Les llamo así por la serie Star Trek. Los vulcanianos son racionales, piensan en modo científico,
no siguen ciegamente a un partido.

Y déjeme adivinar: usted se considera vulcaniano y opina que los vulcanianos deberían gobernar.


Yo no me tengo por un vulcaniano y no estoy diciendo que los vulcanianos deban de gobernar. Pero
cuando pensamos en cómo debería de funcionar una democracia, nos vienen a la cabeza personas
vulcanianas, cuando la realidad es que la inmensa mayoría de los votantes son hobbits y hooligans.

Usted que defiende la epistocracia, ¿sólo deberían votar los vulcanianos, los bien informados?
Esa es una forma de epistocracia, pero no la que yo propongo. Es muy difícil identificar a los
vulcanianos, y si pudiéramos hacerlo, un grupo de expertos tendría en sus manos el poder y lo usaría
de manera sabia pero en su propio interés. Cuando se concentra el poder en unos pocos, estos
tienden a usarlo en su beneficio.

¿Y qué propone entonces?


La epistocracia que propongo es lo que yo llamo el gobierno por oráculo simulado. Imagínese un
oráculo como el de Delfos, capaz de decirnos lo que está bien y lo que está mal... Seguro que lo
consultaríamos, ¿verdad? No lo tenemos pero podemos crearlo. ¿Cómo? Cambiando el modo en que
se vota. Con el sistema que yo propongo todo el mundo votaría, nadie quedaría excluido. Haríamos
tres cosas. La primera: entender quiénes son los votantes, reunir de manera anónima datos sobre
qué tipo de personas son, cuánto ganan, dónde viven..., porque todo eso afecta a su forma de votar.
En segundo lugar haríamos a los votantes un test muy básico de conocimiento político, como ¿Cuál
es el partido que gobierna? ¿Quién es el vicepresidente? Y tercero, sabiendo quiénes son y qué es lo
que saben, se puede simular lo que los ciudadanos votarían si estuvieran bien informados.

Hay quien propone que se pague a los votantes para incentivarles a estar informados y así elijan mejor a sus
gobernantes...
Lo deberíamos de experimentar. Se podría crear algo llamado Día Nacional del Votante. Se
celebraría una semana antes de las elecciones y consistiría en un test voluntario sin ningún efecto en
el derecho a votar y en el que se respondería a preguntas muy básicas sobre la situación económica y
política. Si se responde correctamente el 90% o más de las preguntas se premia con 1.000 euros;
entre el 80-90%, con 500 euros... Y con menos del 60% no se le da nada. Si uno sabe que en una año
va a haber elecciones, el dinero es un gran incentivo para que estudie.

¿No existe el peligro de que la epistocracia derive en aristrocracia? Los estudios muestran que los votantes
mejor informados son hombres, blancos, de mediana edad, con ingresos medios o altos.
Eso mismo se podría argumentar de la actual democracia, porque la gente que más vota es la más
privilegiada. Incluso en Australia, donde el voto es obligatorio, los que no votan suelen tener bajos
ingresos, suelen ser mujeres, no suelen ser blancos... Así que en las democracias actuales ya tenemos
un problema de sobrerrepresentación de los privilegiados. El sistema que yo propongo tiene en
cuenta la demografía y utiliza de hecho las estadísticas para eliminar la desproporción a favor de los
privilegiados

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