Teatro y Narración - Ensayo
Teatro y Narración - Ensayo
Teatro y Narración - Ensayo
http://dx.doi.org/10.5209/DICE.62146
Cómo citar: Gómez Ruiz, M. S. (2018). Elementos narrativos del texto dramático, en Dicenda.
Estudios de Lengua y Literatura Españolas, 36, 253-265.
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Universidad Complutense de Madrid
soledadgomez@ucm.es
relación hombre y mundo, traduce para el teatro la separación entre sujeto y objeto,
como recuerda Sarrazac (2013: 23) “esta síntesis dialéctica de lo objetivo (lo épico)
y de lo subjetivo (lo lírico) que llevaba a cabo el estilo dramático –interiorizada ex-
teriorizada, exteriorizada interiorizada– ya no es posible”. Asimismo el autor afirma
que le parece poco convincente Szondi en el análisis dramatúrgico de la obra de
Ibsen, Strindberg y Pirandello y que su prejuicio a favor del “todo épico” vela lo
más profundo y la aportación maestra de cada uno. Sarrazac opta por la noción de
“autor rapsoda” como aquel que “cose o ajusta cantos” (2013: 191). Dicha noción
aparece vinculada a lo épico, a los cantos y narraciones de Homero y hoy consiste en
un procedimiento de escritura que incluye montaje, collage, remiendo, coralidad e
hibridación. La rapsodia se caracteriza por un rechazo hacia la forma clásica aristo-
télica y una operación de descomposición y recomposición que confronta al escritor
contemporáneo con un nuevo “texto-tejido”. El autor lo expresa así (2013:192):
logos. El texto apuesta por un actor que hace de todo en escena, la fusión de géneros
se consigue y alternan de forma inteligente y vertiginosa.
Por otra parte, García Barrientos destaca el estudio de Ángel Abuín titulado El
narrador en el teatro (1997), que amplía el recorrido hasta la segunda mitad del
XX y el teatro Noh japonés con obras de autores como Paul Claudel, Alfonso Sas-
tre, Tennessee Williams, Antonio Buero Vallejo, etc, que sirven como ejemplos de
esta progresiva incursión de la mediación narrativa en el discurso teatral. También
destaca el trabajo de Bobes Naves (1985) sobre Valle-Inclán, en el que la autora
confronta el drama Sacrilegio con dos partes de su novela La corte de los milagros,
donde aparece la misma estética, personajes y acciones, lo que demuestra el intento
de aproximar la novela al teatro por parte del genial dramaturgo. Por último, es nece-
sario subrayar el punto de vista creativo de José Sanchis Sinisterra en su especialidad
sobre la teatralización de textos narrativos. Se trata del dramaturgo más influyente
en la actualidad y el que más ha experimentado hasta ahora sobre las fronteras entre
dramaticidad y narratividad. En el libro Dramaturgia de textos narrativos (2003) el
autor expone dos ámbitos de adaptación: el de la relación entre narración oral y rela-
to escrito y la distinción entre dramaturgia fabular, discursiva y mixta.
Como se puede constatar, desde los años 80 hasta la actualidad se han multiplica-
do las escrituras de desmontaje o la deconstrucción, los dramaturgos del nuevo mile-
nio se caracterizan por una experimentación basada en la fragmentación. El objetivo
común de la escritura dramática es inducir a los espectadores a colaborar activa-
mente en la construcción del sentido. La narrativización del drama es una forma de
contaminación enriquecedora; el arte como espejo del mundo muestra una sociedad
cada vez más mestiza. Se puede hablar de “dramaturgia del mestizaje” como una for-
ma de supervivencia, de contaminación múltiple frente a la globalización que a todos
nos iguala. Carles Batlle (2008: 11-16) destaca a una serie de autores contemporá-
neos que exploran los límites de la narratividad, la esencia del diálogo o la mixtura
de lo poético y lo cotidiano a partir de ese “choque de culturas”. En la década de los
ochenta, el pionero parece ser Bernard-Marie Koltés, al hablar de marginalidad, del
miedo a la diferencia, del colonialismo, en obras como Muelle oeste, Combate de
negro y perros o De noche justo antes de los bosques con una renovadora forma de
expresión dramática. Destaca en la actualidad, el dramaturgo alemán Roland Schim-
melpfennig; su obra más conocida, La noche árabe (Die nacht arabische) es una
historia contada en cinco monólogos intercalados, los puntos de vista se entrelazan
al convivir los personajes en el mismo edificio de una ciudad alemana. El juego entre
realidad y ficción se plantea sutilmente al romper la cotidianeidad con el elemento
onírico, así “el edificio se transforma en un escenario de motivos de Las mil y una
noches y todos se ven sumergidos en un doble presente escindido entre Arabia y
Alemania”, como afirma Agostina Salvaggio (2009: 239). La acción transcurre en el
apartamento de Fátima y Franciska, lugar que ejerce una atracción irresistible para
Karpati, Lomeier y Kalil hasta el punto de transformar la vida normal del edificio en
un viaje mágico que cambia la vida de los personajes. El texto literario es el punto
de partida de sus obras dramáticas, el autor suele estructurar los dramas en forma de
collage con elementos surrealistas o fantásticos. Los personajes se dirigen al público
para brindar información y narrar sus experiencias.
En España, Ignacio del Moral es de los primeros en incorporar la temática en
obras como Rey negro, La mirada del hombre oscuro. Le siguen autores como David
Planell (Bazar), Juan Mayorga (Animales nocturnos) y Fermín Cabal (Maldita coci-
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na). En los años noventa destaca el ámbito catalán con obras como A trenc d´alba,
de Ignasi García, Mombasa, de Raimon Ávila, etc. Finalmente, Sergi Belbel, con
Forasters, y Josep Pere Peyró, con el montaje A les portes del cel. Esta última obra se
distingue por ser un proyecto de intercambio directo o contaminación de dos comu-
nidades; Peyró contó para la creación del texto con la colaboración del dramaturgo
marroquí Ahmed Ghazali. El autor ha explorado el juego entre realidad y ficción en
Le mouton et la baleine y recoge la herencia de los narradores de historias africanos
en Tombuctú. Finalmente, hay que destacar a Carles Batlle por utilizar la temática
del “choque de culturas” con un alto componente narrativo en Combat, Les veus de
Iambu, Oasi y Temptació.
Lo narrativo forma parte del origen del teatro en cuanto a temas y argumentos
desde las tragedias y comedias greco-latinas. García Barrientos (2004: 510) obser-
va también una postura contraria o de rechazo de lo narrativo; el autor se refiere al
teatro más rupturista que enriquece el concepto de dramaturgia “abierta” a partir de
los años 50: es el caso de Beckett, Ionesco, Pinter, Handke, Müller, etc. Sin embar-
go, opino que este teatro evoluciona tras las vanguardias narrativas del XX o en sus
precedentes (basta citar la experimentación formal del Tristam Shandy, de Sterne, en
el siglo XVIII). A partir de los años 20 se produce un cambio en el modo de narrar
en novelas como En busca del tiempo perdido, Ulises, La montaña mágica, etc,
que insertan en su interior elementos líricos, dramáticos o argumentativos. Por esta
razón, Garrido Domínguez (1993: 13) expone la dificultad de ofrecer una definición
adecuada del texto narrativo en la contemporaneidad. El ideal romántico y la mezcla
de géneros se cumple en el siglo XX y más aún, diría yo, en pleno siglo XXI. La
dramaturgia vuelve a los orígenes para enriquecerse con formas narrativas (como el
monólogo) o líricas, los géneros se fusionan y contaminan en la actualidad más que
nunca. Fruto de esta asimilación son las dramaturgias de Sanchis Sinisterra, además
de dos obras destacadas por García Barrientos: Camino de Wolokolamsk, de Heiner
Müller, por ser un texto narrativo escrito en verso (aunque el autor añada una nota al
final del primer texto que alude a la escenificación) y El sueño de Ginebra, de Juan
Mayorga.
Hace dos mil quinientos años Aristóteles definió por primera vez la narración de
acciones como un hecho compartido por el género épico y el dramático. La literatura
es mímesis de acciones y, secundariamente, mímesis de hombres actuantes; García
Barrientos se basa en la fundamental distinción de Aristóteles en la Poética (1448a)
para diferenciar los dos modos de imitación: mediata (en la narración) e in-mediata
(en lo dramático). El autor (2004: 514) afirma que el modo in-mediato imprime
al texto dramático su peculiar estructura con la superposición de dos “subtextos”
(diálogo y acotaciones) y esta categoría modal se opone radicalmente a la del texto
narrativo. Aunque, hay categorías comunes entre los dos modos –tiempo, distancia,
perspectiva y niveles representativos– también se observan oposiciones: el tiempo
narrado es pasado y el de la actuación apunta al presente. Por otra parte, la “voz
narrativa” es categoría exclusiva de la narración mientras el espacio y el personaje
son muy pertinentes en el texto dramático. El espacio teatral puede ser la categoría
equivalente a la “voz narrativa” puesto que ambos suponen la puerta de entrada al
universo representado.
Esta distinción modal hace que todo texto narrativo necesite de una dramaturgia
para su puesta en escena. El primer paso consiste en la fase de análisis del hipotexto
y la toma de decisiones, según cada obra; por ejemplo, la narrativa clásica se cons-
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naje a la izquierda de la página, guión, acotación entre paréntesis, texto del diálogo.
Por citar otro caso, Misericordia, de Pérez Galdós, está escrita en muchas de sus
partes de forma dialogada y con alguna acotación y, sin embargo, eso no la convierte
en un texto dramático. Por el contrario, hay dramas sin acotaciones y algunas piezas
que aparecen escritas como una sola voz unitaria que solo se fragmentan en diversos
personajes al adaptarlas para su puesta en escena.
La concepción actual de drama contiene la estructura clásica “cerrada” y la “abier-
ta”; ambas dramaturgias confirman que el teatro contemporáneo se caracteriza por
compartir fronteras, en muchos casos, con la novela. García Barrientos (2014: 211-
221) plantea nueve tesis que ahondan sobre el papel de la narración en el drama para
poner de manifiesto el mestizaje del género dramático actual y su contaminación por la
presencia de elementos narrativos. Destaco la tesis cuarta de su argumentación, cuan-
do afirma que el drama se puede contagiar de narración por varias vías y distingue las
tres principales: temática, estructural y discursiva. La primera implica la derivación a
partir de todo tipo de relato –mito, leyenda, historia, crónicas, Biblia e historia sagra-
da–, además de la literatura narrativa: cuento, poema épico, novelas. En este caso el
material narrativo ha aportado argumentos y fábulas desde Grecia a la actualidad. La
narratividad temática ha sido estudiada por Peter Szondi (1956) en el periodo de 1880
a 1950 con la importante aportación de la mediación temática del “yo épico”. Por otra
parte, Tadeusz Kowzan ofrece, entre otras consideraciones, una panorámica sobre los
veintisiete siglos de teatro europeo, insistiendo, en el caso de Francia (1992: 82-147),
sobre la derivación temática. La narratividad estructural coincide con la construcción
“abierta” en obras como Luces de Bohemia, de Valle-Inclán; García Barrientos (2014:
218) destaca, entre otras, dos obras dramáticas que lindan con el relato: Perder la cabe-
za y ¡Que viva Cristo Rey!, de Jaime Chabaud. Finalmente, la narratividad discursiva
es la que puede resultar más problemática, si invade la acción dramática o el diálogo.
Como conclusión se deduce que esta narratividad es inherente al teatro desde la tra-
gedia, se trata generalmente del relato del mensajero, el coro o de un personaje. De
aquí se desprende, por tanto, que existen dramas narrativos o narraciones dramáticas;
lo normal es que un modo se subordine al otro, que un drama tenga interpolaciones
narrativas (y viceversa), pero el modo dramático debe mantenerse si se hace una dra-
maturgia. De lo contrario, el espectador abandonará la sala.
La segunda concreción de García May amplía el concepto de inmediatez del tea-
tro que responde a otro tipo de lectura convencional:
Esta explicación demuestra que los significados del texto dramático se ponen de
relieve en la puesta en escena. El texto dramático se diferencia de los otros géneros
literarios por sus rasgos formales y por su naturaleza de proceso semiótico comuni-
cativo. El destino de la obra dramática culmina en la representación ante el público;
García Barrientos (2001: 39) establece la interrelación de sus cuatro elementos fun-
damentales: espacio, tiempo, personajes y público. Además, el teatro suele mantener
un discurso constante, el diálogo (aunque hay obras en monólogo o sin palabras),
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Escribir drama no es una escritura cualquiera. No es tan solo una variante de la li-
teratura ni menos la base única del teatro. (…) Su lenguaje es heredero de la poesía
y de la novela pero su relación con ambas es extraña y equidistante.
Se dice que la relación de la poesía con el tiempo es vertical,
privilegia el instante, carga el lenguaje en síntesis mientras que la novela es hori-
zontal, maneja los antecedentes y aprovecha el análisis.
El teatro es diagonal.
Anuda ambos casos...
Por otra parte, la semiótica del teatro ha mostrado, desde sus fundadores checos
en los años treinta, el enfrentamiento entre la concepción literaria o verbal del teatro
y la concepción espectacular del mismo; ambos términos se oponen o complemen-
tan. Según Veltrusky, el texto dramático predetermina el teatro y es, además, una
obra literaria que se realiza en la lectura silenciosa individual. Por el contrario, Zich
lo ve como un elemento del espectáculo y niega su existencia poética independiente,
según García Barrientos (1991: 33).
Siguiendo las definiciones anteriores, el drama es, en sentido general, teatro y,
a la vez, espectáculo. García Barrientos (1991: 121) explica las tres categorías de
la representación dramática: el tiempo, el espacio y la propia visión; dicho en otros
términos: el drama es algo que vemos o que se representa en un espacio y un tiempo
con un punto de vista determinado. La dramatología aborda, por tanto, el estudio de
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465). Tampoco le parece bien hablar de categorías mixtas o intermedias por la fun-
ción representativa que comparte el diálogo con la acotación, como propone Bobes
Naves (1998: 813). Conforme a su carácter mudo e impersonal, la acotación carece
de las funciones expresiva, apelativa y fática y, además, es incompatible con la fun-
ción poética, en el sentido de Jakobson. La acotación utilitaria cumple lo dicho hasta
aquí por García Barrientos, aunque se producen variaciones según la época, el autor,
el tipo de discurso dramático, etc. Hay obras con muy pocas acotaciones y diálogos
extensos (Benavente) y otras con acotaciones muy extensas con un papel relevante
en la fábula, como ocurre en el caso de Valle-Inclán. El problema surge cuando las
acotaciones son literarias: en este caso sí adquieren un paralelismo con la narración,
ya que surten efecto en la lectura; en cambio la dificultad aparece al traducirlas es-
cénicamente porque su valor literario se pierde. El teatro de Valle-Inclán representa
un caso extremo de acotación cargada de valores “literales” –formales, retóricos o
poéticos– como afirma García Barrientos (2001: 47).
Finalmente, algunos autores construyen sus obras solo con acotaciones, es el
caso citado de Beckett. Otros construyen escenas importantes, como el desenlace,
sin diálogo. Bobes Naves (1998: 26) destaca la función de las acotaciones en estos
casos con una obra de Valle-Inclán, Ligazón (pieza que forma parte del Retablo de
la avaricia, la lujuria y la muerte). La última escena de esta obra se desarrolla solo
con elementos no verbales, visuales y acústicos que, representados en el escenario,
hacen referencia a las acotaciones escritas y muestran su importancia en el cronotopo
espacio-temporal y el desenlace de la acción dramática sin necesidad de lo verbal.
Este ejemplo muestra la importancia de la acotación en ciertas estructuras dramáti-
cas que solo ven realizada su expresión con la representación.
Como conclusión se deduce que la crisis de la forma dramática afecta, según
Szondi, a los elementos constitutivos del drama: la fábula, el personaje y el diálo-
go. Jean-Pierre Sarrazac (2013: 74-78) afirma que la evolución dramatúrgica desde
finales del XIX preconiza el teatro de Beckett y el de finales del XX. El diálogo
se diluye poco a poco frente al monólogo, que tiende a suspender la acción. Esta
tendencia –estática o dinámica estática– del discurso hace que los personajes vivan
los conflictos de forma larvada e intrapsíquica. El autor destaca a Ibsen, Strindberg
y Chéjov como autores que lo anticipan. Los dramas naturalistas muestran el ais-
lamiento de los personajes; también los simbolistas presentan a unos personajes
separados del cosmos y ese miedo les dificulta tener cualquier tipo de relación
horizontal. En el drama moderno y contemporáneo la relación entre un personaje y
otro vuelve a ser más fluida. Sin embargo, Sarrazac (2013: 75) afirma que el perso-
naje más “que replicar a su congénere, se dirige a ese otro para él a priori invisible
e inexistente (solo el actor está al corriente de la existencia, de la presencia del
público) que es el espectador”.
Por otra parte, la acción tradicionalmente se ha estructurado en actos, según la épo-
ca y estética. A partir del siglo XX, los dramaturgos se liberan de los corsés clasicistas
y hay piezas sin actos, fraccionadas en escenas o estructuradas como un collage. Las
obras pueden estar o no divididas en partes, actos, jornadas, escenas, no importa el tér-
mino utilizado; lo imprescindible es que la acción tenga puntos de giro en su evolución
dramática, esto es cambios de continuidad espacio-temporales, los cuales han de ser
representados en el espacio y tiempo de la representación. Lo importante del texto dra-
mático es su progresión o al menos que algo crezca... En el teatro de Beckett ese clímax
no se da porque los personajes son o hacen cada vez menos; en cambio, la angustia o
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el asombro que provocan sí hace crecer algo en el espectador. Por esta razón, la acción
tiene dos formas de construcción: cerrada o abierta. La forma cerrada es la conocida
desde la Poética de Aristóteles y se rige por la normativa de la unidad de acción y su
conexión con las unidades de tiempo y lugar.
Por el contrario, la estructura abierta acoge todas las construcciones que pro-
pongan riesgos y opciones que contravengan o se opongan a la cerrada. La crisis
de la forma dramática lleva a repensar la acción que toma múltiples formas desde
finales del XIX. La abierta permite más libertad y se aproxima a la disposición na-
rrativa frente a la rigidez unitaria de la cerrada. Se admiten los saltos en el tiempo y
la variedad de espacios así como aumentar el número de personajes hasta el punto
de la aparición de “episódicos”, como admite García Barrientos (2001: 77). A con-
tinuación la acción dramática es la unidad más afectada en este tipo de estructura,
se quiebran en ella los principios de unidad, integridad y jerarquía, es el caso de la
antipieza del teatro del absurdo. Los finales pueden ser abiertos o sin un conflicto
(en apariencia) como la expectativa de Vladimir y Estragón en Esperando a Godot.
Puede no haber un planteamiento inicial o incidente desencadenante determinado en
la acción o el innovador planteamiento del teatro “épico” de Brecht, que contraviene
la identificación aristotélica y el término catársis de la obra dramática. Por último,
la acción trágica deviene en un teatro de lo cotidiano; la escritura dramática contem-
poránea busca nuevas formas que dinamitan la estructura tradicional del drama y
la crisis de la fábula busca una nueva dialéctica entre forma y contenido. Con todo,
sigue habiendo autores que presentan historias de personajes (ambiguos y confron-
tados con una realidad opresora) e historias dentro de historias, donde la exploración
de la narratividad es necesaria para que los personajes revelen su intimidad o narren
acontecimientos. También se buscan formas de reconstrucción de la experiencia en
las que cabe el relato poético, la distorsión del tiempo, el fragmentarismo, lo fan-
tástico dentro de una situación cotidiana, la didascalia del actor puesta en boca del
personaje, la experimentación sobre el punto de vista o la perspectiva en la que
incluimos el juego entre realidad y ficción, etc. No hay más que aludir, en el panora-
ma actual europeo, a la producción del citado dramaturgo Roland Schimmelpfennig
junto a otras muchas propuestas de autores como Fabrice Melquiot, Händl Klaus,
Alexei Schipenco, Xavier Durringer; fuera de Europa sobresale Wajdi Mouawad o
la nueva dramaturgia mexicana a partir de las incursiones en la adaptación teatral de
Luis Mario Moncada y Martín Acosta, en la que sobresalen Jaime Chabaud, Édgar
Chías, German Castillo, Rodolfo Obregón, etc. Se deduce que en la actualidad la
dramaturgia busca originar un proceso de recepción inédita, una forma inquietante
de presentar las historias que haga salir al espectador de la sala lleno de preguntas y
perturbado. El drama contemporáneo inserta largos monólogos, relatos, cartas, frag-
mentos de diarios íntimos, momentos corales y otros materiales heterogéneos. Para
Jean-Pierre Sarrazac el diálogo dramático tal como se está gestando es un diálogo
mediatizado, el autor lo denomina (2013: 76):
rapsódico en tanto cose juntos –y descose– modos poéticos diferentes (lírico, épi-
co, dramático, argumentativo), incluso refractarios los unos a los otros, y que es él
mismo controlado, organizado, mediatizado por un operador (en el sentido mallar-
meano) que retoma ciertas características del rapsoda de la Antigüedad: como dice
Goethe, “nadie puede tomar la palabra si él (el operador) no se la ha previamente
asignado”.
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Obras citadas