Otelo.: Versión breve
Por Lukas Bärfuss
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Otelo. - Lukas Bärfuss
González
La sensibilidad a las condiciones iniciales (Alrededor del Otelo
de Lukas Bärfuss)
Eduardo del Estal¹
No es extraño que, para el Orden tecnológico del tercer milenio, la dramaturgia asuma la naturaleza abismal y las fuerzas corrosivas de lo Otro.
El Teatro es el único Arte que no ha podido ser desmaterializado.
La dimensión teatral es, ante todo, un espacio de afección física y anímica, una región que media entre lo visible, lo audible, lo pneumático y lo telúrico donde tiene lugar el acontecimiento dramático.
Aunque funcione como un sinónimo del artificio y la simulación, concretamente, nunca hay un dominio absoluto de la ficción en la presencia de un cuerpo expuesto a la mirada de otro.
A pesar de que se trata de una relación legislada de los cuerpos en un espacio jerarquizado, discontinuo con lo cotidiano, donde circulan valores simbólicos, la escena es un espacio de riesgo.
No hay ficción de los cuerpos presentes.
El origen del Teatro no acontece en un pasado, el origen es el presente continuo del Teatro.
El origen del Teatro se ubica en el interior del Teatro mismo.
Por lo tanto es imposible responder a la interrogación por la naturaleza del Teatro, una naturaleza inherente a la precedencia de la singularidad de lo dado.
Un siempre
del que se tiene memoria.
Ninguna obra dramática tiene un principio; su comienzo es algo que ya ha empezado en otro momento y en otro lugar.
Tampoco termina. Su final está en el medio de un movimiento no concluido que fluye del futuro al pasado sin tocar el presente.
El Teatro no se ubica en la historia ni se aparta en una trascendencia inaccesible; habita la totalidad continua de la experiencia sensible.
Aquello que por próximo e inmediato no es señalado ni significado, que por estar siempre a la vista resulta invisible.
Lo inmediato no está antes ni después, está sin distancia y no requiere signo.
Es la Presencia continua de lo presente de la que no hay representación posible.
Por lo tanto, no corresponde afirmar al Teatro, el Teatro debe ser interrogado.
La libre experiencia del pensamiento que se articula como pregunta, no hace uso de la interrogación como un habla incompleta, sino que se cumple plenamente en la pregunta declarándose incompleto.
Si lo propio del pensamiento es pensar lo desconocido a través de una forma interrogativa del lenguaje, lo más profundo del pensamiento no reside en la enunciación sino en la audición de la pregunta misma que formula ese Acontecimiento; siempre desconocido que no habita como recuerdo en la memoria y al que remite el significante vacío de Arte.
Aquí resulta indispensable desterrar el concepto falso y profundamente enraizado que identifica al Arte con la Cultura. El Arte no es un órgano de un Orden, encargado de metabolizar formalmente las energías caóticas de su Afuera. Al contrario, lo artístico problematiza los valores simbólicos y la Unidad de la Cultura, es una grieta por donde se infiltra el flujo inmodificable y disolvente de lo caótico.
La trayectoria de progreso lineal inscripta en la unidad del racionalismo humanista supone que el hombre debe reconocerse en sus obras. Por lo tanto, la Cultura pide al Arte respuestas porque solo las respuestas pueden acumularse como capital de Saber y constituirse como Historia.
Toda creación estética que se presenta como pregunta no sólo se escinde de lo artístico sino que deja de pertenecer a la Cultura y se convierte en una alteridad amenazante.
Sin embargo el Arte, como libre acontecer, no tiene por qué dar cuenta del hombre ni situarse en el devenir