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El Libro de Rut

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513

EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA
Y LA CIVILIZACIÓN EN LA TRADUCCIÓN DEL
LIBRO DE RUT AL ESPAÑOL
JESÚS CANTERA ORTIZDE URBINA

Universidad Complutense de Madrid

Por una serie de circunstancias hemos dedicado especial atención al Libro de Rut del
Antiguo Testamento. Ya en 1965 apareció la publicación de nuestro «Estudio crítico de
la versión prejeronimiana del Libro de Rut según el manuscrito 31 de la Universidad de
Madrid». Poco después nos encargamos de su traducción del hebreo al español para la
magnífica edición de La Biblia más bella del mundo, dirigida por el P. Alejandro Diez
Macho y que tan gran difusión conoció por entonces, especialmente en Hispanoaméri-
ca. Y además, en repetidas ocasiones hemos llamado la atención sobre la influencia de
este precioso librito de Rut en el dramaturgo francés Paul Claudel.
En sus cuatro capítulos, de unos 20 versículos cada uno, el Libro de Rut nos da
cuenta de un episodio de la última época de los Jueces, narrándonos la historia de una
joven moabita que por su piedad singular se integró en el pueblo de Judá, llegando a
ser próxima antecesora del rey David, y, por consiguiente, antecesora del Mesías pro-
metido.
Empieza refiriendo cómo, en vista del hambre que azotaba al país de Judá, una fami-
lia de Belén, compuesta por Elimélek, su mujer Noemí y sus dos hijos Majlón y Qui-
lión, decide emigrar a la campiña de Moab. Elimélek muere allí al poco tiempo. Sus
dos hijos casan con dos moabitas, Orpá y Rut. Pero mueren, también ellos, poco des-
pués. Al cabo de unos diez años, y ante la noticia de que ya había pasado el hambre en
Judá, Noemí decide emprender el camino de vuelta. Pretenden acompañarla sus dos
nueras. Pero ella les ruega con insistencia que no la sigan sino que se queden en su
tierra de Moab, ya que ella es demasiado desgraciada y no constituiría sino una muy
pesada carga para ellas. Orpá le hace caso y, despidiéndose de ella, vuelve a su pueblo.
Rut, en cambio, no quiere en modo alguno abandonar a Noemí y manifiesta su firme
decisión de renunciar a todo por acompañarla siempre, aceptando su pueblo, su religión"
y sus costumbres. Se muestra Noemí de acuerdo y emprenden juntas el camino de
vuelta hacia el país de Judá, adonde llegan cuando estaba a punto de empezar la siega
de la cebada.
Con el visto bueno de su suegra sale Rut a espigar. Y lo hace en un campo de Booz,
un pariente de su difunto suegro.
Se plantean en el relato dos normas de la antigua legislación hebrea: el «levirato» y
el «goelato». Dos normas que el traductor ha de conocer con exactitud para dar una
acertada versión.
Desde el punto de vista de la lengua, el hebreo del Libro de Rut no ofrece dificultad
alguna de comprensión para quien tenga un conocimiento aceptable del hebreo bíblico.
514 JESÚS CANTERA ORTIZ DE URBINA

Su versión al español es sencilla. Pero requiere, sin embargo, un tacto especial en


algunos puntos. Nos fijaremos esencialmente en tres de ellos:
a) La necesidad de poseer un buen conocimiento de la civilización hebrea en tiempo
de los Jueces.
b) La conveniencia de conservar en la medida de lo posible la gracia y el sabor del
color local.
c) La habilidad para acertar a manejar y traducir los hebraísmos.
Cabría señalar un cuarto punto que se ha de tener en cuenta para tratar de conseguir
una lograda traducción de este librito: su carácter en buena parte conversacional. De
sus 85 versículos, en efecto, 55 —es decir, más de la mitad, casi las dos terceras par-
tes— son diálogo.
Consideremos estos distintos puntos.

1. NECESIDAD DE POSEER UN BUEN CONOCIMIENTO


DE LA CIVILIZACIÓN HEBREA EN TIEMPO DE LOS JUECES

Nos limitaremos a tan sólo unos cuantos aspectos.

1.1. La problemática de los matrimonios mixtos en el pueblo de Israel

Dentro de la organización política de los hebreos, esencialmente teocrática, la familia


constituía uno de los pilares más firmes de la sociedad y tenía a un tiempo carácter
político y religioso. Por consiguiente, el matrimonio sólo debía ser permitido entre per-
sonas adictas a la fe judía. Reiteradamente insisten los libros sagrados en la prohibi-
ción de contraer matrimonio con otros pueblos y censuran duramente los ya contraídos.
(Véase: Éxodo XXXIV, 16; Deuteronomio VII, 3 y 4; Josué XXIII, 12 y 13; III Reyes
XI, 2 y ss.; Malaquías II, 11).
Con frecuencia, sin embargo, incluso los reyes prevarican en su corazón por causa de
las mujeres extranjeras. En los países polígamos el harén numeroso era símbolo del
poder de un monarca. Y en cierto modo, aún sigue siéndolo en algunos casos. En Israel,
ya Gedeón se lo procuró nutrido. El rey David, buscando exteriorizar su poder y tam-
bién estrechar las relaciones de parentesco con los países vecinos para asegurarse bue-
nas relaciones diplomáticas, tomó buen número de esposas y no pocas concubinas (II
Reyes III, 2-5 y V. 13). De Salomón se afirma que tuvo hasta mil mujeres y que estas
mujeres pervirtieron su corazón haciéndole apartar de Jehová y consintiendo en sacrifi-
car a dioses paganos (I Reyes, XI, 2 y ss.) No digamos nada de algunos reyes posterio-
res de Judá y de Israel. Sabemos los perjuicios espirituales y aun materiales que al país
acarrearon los matrimonios de sus reyes con mujeres paganas. Sólo recordar a Acab de
Israel, casado con Jezabel, hija del rey Etbael de Tiro y a Jorán de Judá. En el reinado
de Acab, el dios Baal llegó a hacer seria competencia a Jehová en Israel. El rey Jorán,
por su parte, hasta llegó a mostrarse declaradamente antiyahveista.
Un problema de toda religión monoteísta frente a los pueblos que admiten varios
dioses es que el Dios monoteísta es naturalmente un Dios celoso que no admite ni pue-
EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA Y LA CIVILIZACIÓN EN... 515

de admitir otros dioses junto a sí. Las religiones politeístas., en cambio, no tienen in-
conveniente en admitir uno más. Pero por la misma razón pretenden que las otras reli-
giones admitan y acepten los suyos. Es el caso de las mujeres paganas en Israel. No
tienen en principio inconveniente en admitir a Jehová como uno más entre sus dioses
nacionales, aunque considerándolo como secundario. Pero pretenden por otra parte que
sus maridos israelitas acepten también los suyos junto a Jehová. Jehová, Dios celoso,
no acepta ni puede aceptar compartir el corazón israelita con otros dioses. He aquí,
aunque no única, la razón más poderosa para la constante oposición de los círculos
yahveistas a los matrimonios mixtos. Si los matrimonios mixtos fueron numerosos du-
rante la época de los Reyes, cuánto más lo serian durante la cautividad y después de
ella. Al regreso de la cautividad, con el edicto de Ciro del año 537, parece ser que el
porcentaje de mujeres judías con respecto a los hombres era muy escaso. Podemos su-
poner el desequilibrio que esto significa en un pueblo no absolutamente monógamo.
Por otra parte, las frecuentes relaciones, sobre todo comerciales, con otros pueblos,
unido a la natural pasión y también no pocas veces a los intereses materiales, fomenta-
ron naturalmente los tratos y los matrimonios.
Consecuencia en gran parte de estos matrimonios mixtos fue una relajación progresi-
va de las costumbres en la pequeña comunidad judía que había regresado de la cautivi-
dad. No se santificaba el sábado, no se pagaban los diezmos para el culto, no se guar-
daban los ayunos. El rico abusaba del pobre, y la usura era ejercida con tiranía. El
creciente paganismo que apenaba e irritaba cada vez más a los círculos yahveitas de-
terminó la venida a Jerusalén de Esdras y Nehemías, quienes, además de atender a las
necesidades materiales del pueblo, emprendieron inmediatamente la reorganización
moral y religiosa de la comunidad. Queda proclamada solemnemente la Tora como lev
de Israel y se obliga al pago de los diezmos para el culto, al cumplimiento de los ayu-
nos, a la santificación del sábado, a la condonación de las deudas cada siete años, etc.
Las puertas de la ciudad quedarán cerradas los sábados para así impedir las transac-
ciones comerciales en ese día. Los sacerdotes indignos son expulsados. Pero, ante todo,
no se olvida que una de las causas más influyentes en el creciente paganismo habían
sido los matrimonios mixtos.
Y contra ellos arremete Nehemías con toda energía. «También por aquellos días vi a
los judíos —nos dice— que se habían casado con mujeres asdoditas, ammonitas y
moabitas. Y de sus hijos, la mitad no sabía hablar judío y hablaba en cambio asdodeo o
como una especie de lengua mixta de esos pueblos. Yo los recriminé, los maldije e hice
azotar a algunos de ellos y arrancarles el cabello y les conjuré en el nombre de Dios»
(v. Nehemías XIII, 23). Esdras, en cambio, no la emprende a patadas y puñetazos. No
los hace azotar ni arrancar los cabellos. Prefiere adoptar ante los culpables una actitud
de aflicción buscando así su arrepentimiento y dolor de contrición (v. Esdras, IX, 3 y
ss). Hubo naturalmente quienes se resistieron a dejar sus mujeres y los hijos de ellas
habidos. Pero la resistencia debió de ser más bien pasiva. Se alegaron también los
trastornos que una decisión inmediata acarrearían dado el número y habida cuenta de
que era la estación de las lluvias. El librito de Rut podría responder tímidamente a una
reacción contra el rigorismo de Esdras y Nehemías. ¿Cabe mejor prueba que recordar
cómo una moabita entró en el pueblo de Israel y no sólo se hizo digna de él, sino que
516 JESÚS CANTERA ORTIZDE URBINA

llegó incluso a ser antecesora directa y próxima del rey David y antecesora, por consi-
guiente, del Mesías?

1.2. Normativa en relación con el «levirato» y el «goelato»

En el capítulo IV de nuestro Libro de Rut aparece Booz cumpliendo con dos precep-
tos de la legislación mosaica: el del «goelato» y el del «levirato»..
Un buen traductor se las debe ingeniar para ofrecer una interpretación que, sin trai-
cionar en absoluto el texto original, áea perfectamente comprensible para un lector de
otra cultura, por alejada que esté en el tiempo y en el espacio.
Traducir en II, 20: «ese hombre es pariente nuestro, uno de los que tienen que res-
ponder por nosotros» y en III, 9: «a ti te toca responder por mí», sin una sola nota, por
pequeña que sea, que explique de qué se trata, deja al lector perplejo y sin comprender
absolutamente nada.
Por nuestra parte preferimos mantenernos más cerca del texto hebreo y decir senci-
llamente —como por otra parte se ha venido diciendo en las distintas versiones— «ése
es uno de nuestros goelim» (II, 20), y «tú eres mi goel» (III, 9), indicando en nota que
goelim es el plural hebreo de goel y explicando qué es el goel. De esta suerte, al propio
tiempo que se es fiel al texto original, se mantiene su color local y se da información
cumplida para que cualquier lector de la versión española pueda comprender perfecta-
mente el texto.
Vamos a recordar en pocas palabras qué era el «levirato» y qué el «goelato».
El «levirato» regía en los antiguos pueblos de Oriente, preocupados por la continui-
dad de la familia. Según esta ley, el hermano, y por extensión el pariente más próximo
de un hombre muerto sin sucesión, quedaba obligado a casar con la viuda para asegu-
rar la continuidad del nombre del difunto (v. Deuteronomio XXV, 8-10). El «goelato»,
en cambio, se refiere al rescate de un campo o heredad. «Si tu hermano empobreciere o
vendiera de su propiedad, su pariente más próximo vendrá y retraerá la venta hecha por
un familiar» {Levítico XXV, 25).
En la historia de Rut entran en juego los dos preceptos. Por una parte Booz anuncia
que Noemí piensa vender el campo de Elimélek, y el pariente más próximo acepta
comprarlo ejerciendo su derecho de goel. Pero, acto seguido, Booz le plantea el matri-
monio por «levirato» con Rut, a lo cual se resiste el pariente. El planteamiento no podía
ser más claro ni más lógico. Si Fulano tiene derecho a comprar el campo de Elimélek
por ser el pariente más próximo, por la misma razón está obligado a casar con Rut para
confirmar el nombre del difunto. Si acepta lo primero, debe también aceptar la segun-
do. Si renuncia a esto, renuncie también a lo otro en favor de Booz que sí está dis-
puesto, por piedad para con el difunto Elimélek y por benevolencia para con Rut, a
cumplir con lo uno y con lo otro.

1.3. Algunas normas tradicionales de uso corriente en Judá


que deben ser tenidas en cuenta para una buena traducción del Libro de Rut

— Diez ancianos, tomados como arbitros y jueces en asuntos ordinarios.


EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA Y LA CIVILIZACIÓN EN... 517

No sólo como testigos de excepción, sino más bien, al parecer, como arbitros o jueces
requiere Booz la presencia de diez ancianos, de acuerdo con una norma generalmente
aceptada.
«Diez» solía ser en el antiguo pueblo de Israel el número escogido o establecido para
la toma de decisiones importantes, como podemos ver una y otra vez en los libros de
Samuel y de los Reyes: I Samuel XXV, 5; II Samuel XVIII, 15; II Reyes XXV, 25.
«Anciano» (zakén) dice el texto hebreo masorético. Y «anciano» lo interpretan así
Septuaginta como la Vulgata: npec$'ú%r\c, y sénior respectivamente. El título de
«ancianos», de origen muy probablemente patriarcal, era dado a los responsables de la
tribu, del pueblo o de la ciudad. Y, en efecto, —aunque no necesariamente— solían ser
las personas de mayor edad del lugar, o al menos los más importantes (v. Éxodo III, 16;
Éxodo XVIII, 13-26; Números XI, 16; Números XXII, 4-7; Jueces XI, 5; I Samuel IV,
3; I SamuelXXX, 26).
No encuentro justificación válida para interpretarlo en español por «concejales»,
como hace un conocido traductor así en el versículo 2 como en el 4 del capítulo IV.
— A la puerta de la ciudad.
Empieza el capítulo IV diciéndonos que «fue Booz a la puerta de la ciudad y se sentó
allí».
«A la puerta» dice, en efecto, el texto hebreo: hashshahar. Y así lo interpretan lo
mismo Septuaginta que la Vulgata: nvíkr\ y porta respectivamente. Ninguna razón
seria justifica la traducción según la cual «Booz fue a la plaza del pueblo y se sentó
allí».
En otras civilizaciones y en otras épocas era la plaza —como lo es también hoy en
algunos casos— el lugar de reunión de los responsables locales de la administración de
justicia y de deliberaciones políticas. Pero en el antiguo Israel, para tratar de asuntos
políticos, judiciales y comerciales, los responsables solían reunirse en el espacio que
quedaba entre la parte interior y la parte exterior de la puerta que, no pocas veces, era el
único espacio libre en el pueblo (v. Génesis XXIII, 18 y Salmos CXXVI y CXXVII, 5).
— El descalzarse en señal de rechazo y de desprecio en unos casos, o como símbolo
de toma de posesión en otros.
El descalzarse el pariente en el Libro de Rut y entregar el calzado a Booz tiene un
significado muy diferente al de Deuteronomio XXV, 9. Allí se trata de un acto injurio-
so contra el pariente que se niega a casar con la mujer del difunto. Es ella quien se
acerca a él en presencia de los ancianos y le quita el calzado, escupiéndole luego a la
cara. En el Libro de Rut, en cambio, parece tener otro carácter muy distinto: el de rati-
ficar o rubricar un pacto. El pariente Fulano es quien se quita él mismo su calzado y lo
entrega a Booz para confirmar que cede en favor suyo los derechos y deberes que a él
incumben como pariente más próximo de Elimélek.
Poner el calzado en un campo indicaba una toma de posesión. En los Salmos pode-
mos leer por dos veces: «Dios habló por su santuario: alegraréme; volveré a Siquén y
mediré el valle de Sucot; mío es Galaad, mío es Manases; y Efraim es la fortaleza de
mi cabeza; Judá es mi legislador; Moab, la vasija de mi lavatorio; sobre Edom echaré
mi calzado; me regocijaré sobre Palestina» (Salmos 59/60, 8-10 y 107/108, 8-10). El
calzado llega a constituir un símbolo de propiedad, o más exactamente un símbolo del
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derecho de propiedad. Quitándose el zapato, Fulano da testimonio de que renuncia al


derecho que, como pariente más próximo, le corresponde de adquirir el campo de Eli-
mélek. Entregando a Booz el calzado, le confiere o transmite ese derecho.
— Extender el manto sobre alguien para significar la toma de posesión.
En el versículo 9 del capítulo III se nos dice que Rut, acostada de noche a los pies de
Booz que dormía en la era junto a la parva, le pide que extienda su manto sobre ella, ya
que él es su goel.
Al extender el manto sobre alguien se significaba la toma de posesión, particular-
mente la toma por esposa, según nos lo confirma el libro de Ezequiel: «Y pasé junto a
ti —dice el Señor a Jerusalén— y te vi, y he aquí que te hallabas en época de amores;
y extendí el extremo de mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez, y te presté juramento, y
me uní en alianza contigo, afirma el Señor Yahveh, y fuiste mía» (Ezequiel 16, 8).
— Poner el recién nacido sobre el regazo o sobre las rodillas de alguien significaba
su adopción.
Para poder comprender exactamente el versículo 16 del capítulo IV de nuestro Libro
de Rut, en el que se nos dice que, tomando Noemí al niño recién nacido, lo puso sobre
su regazo, es preciso, o al menos muy conveniente saber que con esa acción de tomar
un niño recién nacido y colocarlo sobre su regazo o sobre sus rodillas se significaba la
adopción legal del niño si se trataba de un hijo ajeno, o su reconocimiento como propio
en el caso de una descendencia natural. Así nos lo confirman distintos pasajes del Anti-
guo Testamento. Por ejemplo, Génesis 30, 3: «Allí tienes a mi esclava Bilhá —dijo
Raquel a Jacob— llégate a ella para que te dé a luz hijos sobre mis rodillas y tenga yo
hijos por medio de ella». Otro testimonio en Génesis 48, 8-12, al referirse a la adop-
ción por Jacob de los hijos de José. Y también en Números 11, llyenJob 3. 12.
— «Andad, regresad las dos, cada cual a casa de su madre».
En el versículo 8 del capítulo I se nos dice que, cuando las dos jóvenes moabitas se
disponían a abandonar su país para trasladarse a Judá acompañando a Noemí, ésta les
dijo esta frase: «Andad, regresad las dos, cada cual a casa de su madre». Así lo dice el
texto hebreo y así lo traducen así Septuaginta como la Vulgata.
No procede decir —como leemos en una traducción al español—: «Andad, volveos
cada una a vuestra casa», en lugar de «a casa de su madre». En Oriente, en efecto, las
hijas solían vivir en las mismas habitaciones que la madre.

1.4. La recolección de los cereales y el espigueo

No hace aún muchos años era frecuente ver cómo, después de segar y recoger la
mies, iban mujeres y algunos niños a recoger las espigas que habían quedado en el
campo. Esa faena de recoger las espigas que quedaban en el campo era conocida con el
nombre de «espigueo», en relación con el verbo «espigar». Y a las mujeres que reali-
zaban esa faena se les daba el nombre de «espigadoras» o también el de «espigaderas».
En el Museo del Louvre de París se puede contemplar un bello cuadro de Millet que
lleva por título Les Glaneuses, es decir Las Espigadoras.
Por otra parte —como muy bien se dice en la introducción del Libro de Rut en la
Biblia de Bover-Cantera— «la viveza dramática del libro ha atraído a nuestros autores
EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA Y LA CIVILIZACIÓN EN... 519

de comedias bíblicas y ha dado origen a piezas tan hermosas como La mejor espigade-
ra de Tirso de Molina».
Para un provenzalista no cabe hablar de las espigadoras en un comentario al Libro de
Rut sin por lo menos evocar la figura de la madre de Federico Mistral, pues según él
mismo nos cuenta, evocando en cierto modo este librito de Rut, su padre la conoció y se
enamoró de ella cuando ésta, hija de una familia numerosa del lugar, estaba espigando
en uno de sus campos.
Hoy apenas se practica ya el espigueo entre nosotros. Como tampoco se va ya a
«racimar», es decir a recoger los racimos de uva que han podido quedar en las viñas
después de la vendimia. Y muy poco, asimismo, se va ya a la rebusca de las olivas que
han quedado sin recoger después de varear los olivos. Pero eran práctica corriente y
normal no hace aún muchos años.
Con la desaparición de esas prácticas, los verbos y los sustantivos que a ellas se re-
fieren van cayendo en desuso y en el olvido. Y hoy son ya muchas las personas, sobre
todo niños y aun jóvenes, que no conocen el verbo «espigar», ni el verbo «racimar». Ni
saben tampoco qué es una «espigadora».
Lo mismo se podría decir de las palabras francesas correspondientes. Y lo mismo
respecto a las de otros idiomas en los que antes eran de uso normal y corriente.
Según el Diccionario de la Real Academia en su edición de 1992 «espigar», en su
primera acepción, consiste en «coger las espigas que han quedado en el rastrojo». Es
una pena que en esta última edición se haya reducido la anterior definición que con
mayor exactitud decía: «coger las espigas que los segadores han dejado de segar o las
que han quedado en el rastrojo».
Naturalmente, también son bastantes los que ignoran que el «rastrojo» es el «residuo
de las cañas de la mies que queda en la tierra después de segar».
«Racimar», por su parte, (verbo que ni siquiera figura en buen número de dicciona-
rios) consiste —según el Diccionario de la Real Academia— en «rebuscar los redrojos
de la viña y los racimos caídos en la vendimia». En esta definición aparece la palabra
«redrojo» que muy pocos conocen y que muchos diccionarios ignoran. Es el sustantivo
indicado para significar «cada uno de los racimos pequeños que van dejando los ven-
dimiadores».
La necesidad, pues, de notas por parte del traductor se impone en estos casos para
que el lector de la traducción pueda captar el significado del texto sin necesidad de
recurrir a un buen diccionario de la lengua.
Aunque en el texto hebreo (II, 17), y lo mismo en Septuaginta, sólo se dice que Rut
«majó lo que había espigado», la Vulgata, con muy buen sentido, añade «y lo beldó»
(excuüens, en participio de presente). Y es natural que así lo hiciera para quedarse con
el grano ya separado de la paja. Pero además, en III, 2, dice Noemí a Rut, su nuera, que
Booz piensa ir a «beldar en la era de la cebada».
Así el español «beldar» como su correspondiente francés vanner —y lo mismo los
correspondientes en las distintas lenguas de nuestro contorno cultural— son hoy muy
poco conocidos. Se trata de verbos en vía de desaparición. De ahí la dificultad de em-
plearlos en la traducción.
520 JESÚS CANTERA ORTIZ DE IJRBINA

Según el Diccionario de la Real Academia, copiado literalmente por otros muchos


diccionarios, «beldar» consiste en «aventar con el bieldo las mieses, las legumbres,
etc., trilladas, para separar del grano la paja». Se impone recurrir a buscar el significa-
do del sustantivo «bieldo». Y se nos dice que es un «instrumento para beldar, com-
puesto de un palo largo, de otro de unos 30 centímetros de longitud, atravesado en uno
de los extremos de aquél, y de cuatro o más fijos en el transversal, en figura de dien-
tes». Varias observaciones al respecto. En primer lugar, según estas definiciones del
más prestigioso de nuestros diccionarios, «beldar» es «aventar con el bieldo»; y
«bieldo» es un «instrumento para beldar». En segundo lugar, la poca exactitud y la falta
de claridad en la definición de «bieldo». Y en tercer lugar, una pequeña observación: la
supresión reciente del acento o tilde que en ediciones anteriores llevaba el pronombre
demostrativo «aquél», siguiendo así las normas dadas por la misma Acedemia a partir
de 1970.
Volvamos a nuestro vocabulario. Incluso nuestro bonito sustantivo «parva» (para
significar la «mies tendida en la era para trillarla, o después de trillada, antes de sepa-
rar el grano»), es hoy desconocido por muchos de los usuarios del español. Cierto es,
sin embargo, que pocas lenguas, así modernas como antiguas, disponen de un sustanti-
vo específico para ese significado. El francés, por ejemplo, emplea la expresión tas des
gerbes (es decir «montón de las gavillas»). En el texto hebreo del Libro de Rut (III, 7)
se dice: «biqdzé aharemá», es decir «junto al montón»; y en Septuaginta: év
cjxoi|3f¡(;.

La Vulgata, por su parte, dice: «juxta acervum manipulorum», es decir «junto al


montón de los manojos», o sea «junto a la parva». Muy bonita la traducción «a una
orilla del pez de cebada» de un conocido traductor de la Biblia al español. Pero no
precisa, ni tampoco exacta, ya que «pez», en sentido figurado, sí puede emplearse como
sinónimo de «montón», pero sólo cuando se trata de un montón alargado, sobre todo si
puede recordar el aspecto o la forma de un pez. Por otro lado, muy pocos conocen esa
acepción de «pez», y con dificultad se entiende qué puede ser «luego se acostó [Booz]
a una orilla del pez de cebada». Empleo que no casa en absoluto con la teoría de evitar,
desfigurar y deformar hebraísmos así léxicos como culturales para pretender lograr una
traducción «inteligible» para una persona de mediana cultura, adaptándola a la menta-
lidad del hombre occidental de nuestros días.
En los versículos 2, 3, 8, 15, 16 y 17 del capítulo II empleamos el verbo español
«espigar» para traducir el hebreo laqat, que Septuaginta interpreta por ax>váy<X) y la
Vulgata por colligere (spicas). Cabría, sin embargo, señalar que el hebreo bíblico em-
plea el sustantivo lequet para significar el espigueo, lo mismo que el latín spicilegium.
Todo lo relacionado con la recolección de los cereales ha cambiado espectacular-
mente en esta segunda mitad del siglo XX. Las cuadrillas de segadores que con sus
hoces trabajaban de sol a sol han sido reemplazadas por máquinas segadoras que con
frecuencia son al mismo tiempo trilladoras dejando por un lado recogido el grano en
sacos y por otro la paja debidamente empacada.
Hoy es muy raro ver majar las espigas con una especie de mazo para desprender de
ellas el grano. Rara vez se recurre al sistema de separar el grano de la paja haciendo
EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA Y LA CIVILIZACIÓN EN... 521

pasar una y otra vez los bueyes por encima de las espigas esparcidas por el suelo de la
era. Incluso aquellos trillos (consistentes en un tablón de madera con pedazos de pe-
dernal o con cuchillas de acero encajados en una de sus caras) se están convirtiendo en
piezas de museo.

1.5. «Come este pan. Y moja tu pan en el vinagre»

Así leemos en el versículo 14 del capítulo II. Tema digno de atención es el del vina-
gre en los textos bíblicos así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
En el relato de la pasión y muerte de Nuestro Señor del evangelista San Marcos po-
demos leer cómo, cuando en la cruz estaba el Señor a punto de expirar, «se acercó uno
corriendo y, empapando en vinagre una esponja, introduciéndola en una caña, se la dio
a beber» (15, 36).
En Oriente, los días de mucho calor, era frecuente —y sigue siéndolo— que los sol-
dados y los trabajadores del campo mojasen el pan en vinagre para apagar o calmar la
sed. A veces se le añadían trocitos de ajo picado.
La palabra hebrea jomets de este pasaje del Libro de Rut fue traducida por otpc, en
Septuaginta y por acetum en la Vulgata. Para nosotros, se trata de un vinagre de vino.
Aunque justo es reconocer que podría ser —como sostienen algunos autores— un agua
acidulada, o una leche cuajada (leben), o tal vez una especie de leche acida o yogur,
como interpretó la Peshitta o versión siríaca.
En modo alguno, en cambio, nos parece lícito traducir «moja la rebanada en la sal-
sa». Cabe muy bien «rebanada» para traducir el hebreo pat (sobras de comida, mi-
gas..., o simplemente «pan»: pal lejem en hebreo). Pero ninguna razón justifica decir
«salsa» en lugar de «vinagre», cuando el vinagre en la Biblia, así en el Antiguo Teta-
mento como en el Nuevo, tiene unas connotaciones tan claras como las que acabamos
de exponer.

2. CONVENIENCIA DE CONSERVAR, EN LA MEDIDA


DE LO POSIBLE, LA GRACIA Y EL SABOR DEL COLOR LOCAL

Uno de los mayores encantos que nos puede proporcionar un texto literario es el de su
color local. Y el traductor debe procurar conservar, en la medida de lo posible, toda su
gracia y todo su sabor.
La dificultad puede estar en acertar a compaginar esta conservación del sabor local
con la adaptación del texto para una fácil comprensión por parte del lector de la versión
que le vamos a ofrecer, sobre todo cuando se trata de civilizaciones alejadas o bien
geográficamente o bien en el tiempo o en ambas cosas a la vez.
En el caso concreto de la versión del Libro de Rut del hebreo al español cabe y hasta
conviene, por ejemplo, conservar el término hebreo goel (e incluso su plural goelim)
cuya equivalencia en español resulta por otra parte un tanto difícil.
Lo mismo cabría decir de la medida de capacidad efá. En Septuaginta: oicpt y ephi en
la Vulgata, que trata de aclarar su valor añadiendo id est, tres modios, que algunos han
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interpretado como «tres celemines», aunque el modio romano equivalía aproximada-


mente a 8,75 litros, mientras que el celemín de Castilla sólo equivale a unos 4,6 litros.
Ni en el texto hebreo ni tampoco en Septuaginta se da equivalencia o valor correspon-
diente a esta medida llamada en hebreo efá. Seguramente por la sencilla razón de que
no era necesario para sus primitivos lectores. Arriesgado nos parece traducirlo en es-
pañol por «media fanega», ya que el efá era una medida de áridos, de unos 39 kilos,
mientras que media fanega sólo serían unos 23 kilos. Más sencillo y más exacto a la
vez es conservar con todo su sabor local el hebraísmo efá y en una nota dar una expli-
cación clara y sencilla.
Prescindiremos ahora del problema que cabe plantear acerca de los nombres de Dios
en el Antiguo Testamento. E incluso del que para nosotros podría ser más interesante:
el de sus equivalencias en una traducción española. Nos limitaremos a señalar ahora
que optamos aquí por conservar el nombre de Yahveh, aunque lo mismo nos podríamos
haber decidido por el de Jehová.
Recordaremos, sin embargo, las palabras de Noemí a sus vecinas de Belén a su re-
greso de Moab. «No me llaméis Noemí [es decir, «hermosa», «bella», o «llena de gra-
cia»] —les dice. Llamadme más bien Mará [es decir, «amarga»], porque el Todopodero
me ha colmado de amargura. Llena salí; pero vacía me devuelve Yahveh. ¿Por qué me
habéis de llamar Noemí si es evidente que Yahveh se ha pronunciado contra mí y es
una realidad que el Todopoderoso me he hecho desgraciada?» (I, 20 y s.).
En estos dos versículos compagina el hagiógrafo, sin duda de manera intencionada, el
nombre de Shaddai con el de Yahveh. Septuaginta interpreta Shaddai por ó ÍKavóc;, «el
[Todojpoderoso». Y por Omnipotens lo hace la Vulgata. Por «Todopoderoso» lo tradu-
cimos nosotros en español.

3. HABILIDAD PARA ACERTAR A MANEJAR


Y TRADUCIR LOS HEBRAÍSMOS

Si bien es cierto que la relativa pobreza léxica del hebreo bíblico constituye una au-
téntica ventaja para su más fácil dominio, no es menos cierto que, en alguna medida,
esa misma relativa pobreza léxica puede suponer una dificultad más o menos seria para
la traducción. Sobre todo cuando se traduce a una lengua tan rica como el español.
Nos limitaremos a sólo dos ejemplos: la forma verbal vayómer («y dijo») y la expre-
sión «su nombre» (shemó) o simplemente «el nombre de» (shem).
— La expresión «y dijo».
En los textos históricos del Antiguo Testamento en hebreo es muy frecuente la expre-
sión vayómer (y su correspondiente femenina vatómer) con valor de «y dijo» («él» en
el primer caso; y «ella» en el segundo).
Sin contar otras formas, hasta 40 veces aparece esta expresión en los sólo 85 versí-
culos de nuestro Libro de Rut. Por reiterativa, la traducción literal «y dijo» resultaría
evidentemente en extremo monótona. Nada más fácil, sin embargo, para un buen tra-
ductor al español que jugar con las muchas posibilidades que nuestra lengua le ofrece y
pone a su disposición. En lugar de «dijo», podrá emplear unas veces «añadió»; y otras
EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA Y LA CIVILIZACIÓN EN... 523

«replicó»; o bien podrá emplear «respondió». Y asimismo, en lugar de la conjunción


copulativa «y», se podrá recurrir a «entonces», «luego», «a continuación», «en vista de
ello», etc. Compaginando unas y otras, las posibilidades del español son realmente
numerosas. Y bien empleadas, pueden contribuir a dar vida y hasta gracia a la traduc-
ción.
— La expresión «su nombre» o «el nombre de».
Para indicar el nombre de una persona el hebreo bíblico (lo mismo que hacen otras
lenguas) suele recurrir a la expresión «su nombre» (shemó), o simplemente «el nombre
de» (shem).
En español, en cambio, cabe recurrir a toda una serie de fórmulas, como «su nombre
es (o era)», «tiene (o tenía) por nombre», «llamado», «es (o era) llamado», «conocido
por», «conocido por el nombre de», etc.
En los primeros versículos del capítulo I de nuestro Libro de Rut se repite reiterada-
mente la fórmula «el nombre de». Así, dice literalmente el versículo 2: «el nombre de
este hombre, Elimélek; el nombre de su mujer, Noemí; el nombre de sus dos hijos, Ma-
jlón y Quilión». Cabrían distintas posibilidades de traducción en español. Entre ellas,
la siguiente: «Ese hombre se llamaba Elimélek. Su mujer, Noemí. Y sus dos hijos, Majlón y
Quilión».
Sigue, poco después, el versículo 4, en el que, tras decirnos que estos dos hijos de
Elimélek y Noemí casaron con sendas mujeres moabitas, nos da el nombre de estas dos
mujeres. Como correspondencia del texto hebreo que literalmente dice: «el nombre de
una, Orpá; y el nombre de la segunda, Rut», cabe decir en español: «llamadas, una
Orpá; y Rut la otra»
Cuando en el versículo 1 del capítulo II entra en escena Booz, el hagiógrafo, tras
decir que es un hombre muy rico, nos da su nombre con la fórmula clásica del hebreo
bíblico: «y su nombre, Booz». Nada más sencillo que decir en español: «llamado Booz».
En el final del versículo 19 de ese mismo capítulo II se nos dice en traducción pala-
bra por palabra del hebreo: «el nombre del hombre que trabajé con él hoy, Booz». No
sólo conviene reemplazar ese horrible «el hombre que trabajé con él hoy» por «el hom-
bre con quien hoy he trabajado» (o «trabajé»), sino que procede además dar forma
española a toda la frase, diciendo por ejemplo: «el hombre con quien hoy he trabajado
(o trabajé) se llama Booz».
Recordemos por fin el versículo 17 del capítulo IV en el que, tras dar cuenta del na-
cimiento del hijo de Booz y Rut, nos dice en traducción literal el texto hebreo: «y su
nombre, Obed», que, de acuerdo con el contexto del versículo, traducimos en español
por: «y le pusieron por nombre Obed».
Al comentar los nombres de las dos mujeres moabitas (Orpá y Rut) que casaron en
Moab con los dos hijos de Elimélek y Noemí, hemos citado el versículo 4 del capítulo
I. El texto hebreo empieza diciendo en traducción palabra por palabra en español: «y
tomaron para ellos mujeres moabitas», proponiendo por nuestra parte decir en español:
«casaron éstos con sendas mujeres moabitas», empleando ese precioso español
«sendos» o «sendas», tan peculiar del español y sin parangón en otras lenguas.
Como decíamos al principio, una de las características de este librito de Rut es que
dominan en él las partes habladas. Es decir, su carácter en buena parte conversacional.
524 JESÚS CANTERA ORTIZ DE URBINA

La habilidad del traductor ha de entrar en juego también aquí para lograr una versión
que, sin perder un ápice del sabor local, resulte no sólo asequible sino también familiar
para quien la lea.
Cabría naturalmente seguir haciendo consideraciones respecto a la problemática de la
traducción al español del Libro de Rut en lengua hebrea.
Concretamente cabría hablar de los nombres propios así de lugar como, sobre todo,
de persona. Nos limitaremos al topónimo «Belén», Belén de Judá, cuya forma tradicio-
nal española «Belén» creemos conveniente conservar sin necesidad de recurrir a la
transcripción «Bethlehem», a pesar de podernos hacer pensar ésta en el significado de
su etimología «casa del pan».
Como conclusión de cuanto hemos venido exponiendo, podríamos decir que, para
conseguir una buena traducción no sólo del hebreo bíblico al español sino de cualquier
lengua a otra cualquiera, se requiere no sólo el dominio de las dos lenguas, sino tam-
bién un buen conocimiento de la civilización en la que está situado el texto objeto de la
traducción y una sensibilidad y un arte especiales para lograr mantener la gracia y el
sabor del color local sin caer por otra parte en barbarismos que puedan afear o hacer
poco comprensible la traducción.

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