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Rut Cap 1

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RUT – CAPÍTULO 1

El libro de Rut comienza con una historia familiar. Una de esas que
comienza mal y termina peor.

Elimelec, su esposa Noemí y sus dos hijos procedían de la ciudad de Belén


(1:1). Llegó un momento en el que hubo una gran hambruna en Judá…algo
paradójico, porque Belén significa “casa de pan”. Pero debemos recordar el
momento en el que sucede la acción, el tiempo de los Jueces (1:1). Dios
prometió específicamente que siempre habría plenitud en la tierra si Israel
era obediente. Por tanto, una hambruna implicaba que Israel, como nación,
no era obediente al Señor (Deuteronomio 11:13-17).

Durante la época de los jueces, la Biblia dice que “cada uno hacía lo que
bien le parecía” (Jueces 21:25).  No había rey en Israel. El caos moral,
político, social y espiritual en el que el pueblo estaba sumido era
consecuencia directa de que no hubiera un rey reconocido sobre Israel. Y,
sobre todo, de que el pueblo se hubiera olvidado de que Dios era su Rey.

Eso es, precisamente, lo que le había sucedido a Elimelec, cuyo nombre


significa “Dios es Rey”…pero lo había olvidado.

Elimelec llevó a su familia a Moab huyendo del hambre, huyendo de sus


problemas, y sin tener en cuenta a Dios. Es la suya una historia de malas
decisiones y de desobediencia. De querer huir hacia adelante sin darse
cuenta de que el problema nunca suele ser el lugar, ni las personas, sino el
corazón.

“Los esfuerzos que hacemos por escapar de nuestro destino solo sirven
para llevarnos de cabeza a él.” – Ralph Waldo Emerson

Moab era, probablemente, el peor sitio para llevarse a su familia. Para


llegar a Moab tenía que atravesar Jericó a través del desierto de Judea y
cruzar el mar Negro. ¿Sabes lo que significa eso? Elimelec y su familia
estaban saliendo de la tierra prometida y regresando al desierto del que
Dios les había sacado cientos de años atrás. Estos eran, claramente, pasos
en la dirección equivocada.

Y es que, al final de cuentas, no hay lugar más peligroso para estar que
fuera de la voluntad de Dios.

Esta semana, mientras leía con tranquilidad este capítulo 1 de Rut, sentía al
Señor hablando directamente a mi vida. No te puedo decir cuántas veces ha
pasado por mi mente la idea de salir de Venezuela. Han sido muchas.
Comprendo perfectamente a Elimelec y Noemí. Vivir tiempos de
hambruna, de escasez, de dificultad, no es fácil. Nuestra mente humana a
veces se desespera y busca la salida más fácil: huir.

Ahora bien, una cosa es salir de un lugar, dejar un trabajo, tomar una
decisión porque Dios te guía a ello y otra cosa muy distinta es tomar
decisiones porque sentimos que es lo correcto. 

Si Dios hubiera estado guiando a Elimelec para salir de Belén, no le


hubiera llevado a Moab. Esta familia abandonó la tierra de Dios por la
tierra del enemigo. Los moabitas eran descendientes de la relación
incestuosa entre Lot y su hija (Génesis 19:30-38) y eran enemigos de los
judíos por la forma en la que habían tratado a Israel durante su peregrinaje
de Egipto a Canaán (Deuteronomio 23:3-6). Durante el tiempo de los
jueces, Moab había invadido Israel y gobernado durante dieciocho largos
años (Jueces 3:12-14). Eran un pueblo sin estima para Dios (Salmo 60:8).

Y, sin embargo, allí se fueron. Mi esposo y yo hemos hablado sobre esto


muchas veces. Desde el día en el que decidimos servir al Señor, Él es el
que dirige nuestros pasos. Él es el que dice “sal” o “quédate”. En este
tiempo la tentación de salir es grande…pero no viene de Dios. Y nuestra
oración cada día es siempre la misma que la de Moisés en Éxodo 33:15 - 

“Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.”

Por muy difíciles que se pongan las cosas, el Señor siempre te va a sostener
allí donde Él te tiene.

Warren Wiersbe dice en su libro Be Committed sobre Rut y Ester que


“Elimelec y su familia salieron de Judá para escapar la muerte, pero la
encontraron de todas maneras. No podemos escapar de nuestros
problemas.”

Por si eso fuera poco, después de la muerte de Elimelec, sus hijos, Mahlón
y Quelión, también desobedecieron a Dios al tomar como esposas a
mujeres moabitas: Rut y Orfa (1:4), algo que también iba en contra de las
leyes de Dios. Los judíos tenían prohibido casarse con mujeres gentiles,
especialmente aquellas de Amón y Moab (Deuteronomio 7:1-11; 23:3-6).

Pero Dios todavía tenía reservado un giro más para esta familia...

Rut 1:5
“Y murieron también los dos, Mahlón y Quelión, quedando así la mujer
desamparada de sus dos hijos y de su marido.”

Este es el punto de quiebre de la historia. Elimelec había muerto,


convirtiendo a Noemí en viuda. Y ahora, también los dos hijos morían
dejando viudas a Rut y a Orfa. Pecado sobre pecado. Desastre sobre
desastre. ¿Estoy diciendo con esto que la muerte de estos tres hombres
sucedió como consecuencia de su pecado? No, ¡no lo sé! Lo que digo es
que la voluntad de Dios te alcanzará en Belén, en Moab o en cualquier
lugar recóndito en el que quieras esconderte.

Estas tres mujeres quedaron viudas y sin hijos. Ser una viuda sin hijos en el
mundo antiguo era pertenecer a la clase más baja de la sociedad. No había
nadie para sostenerlas y debían vivir de la generosidad de extraños. Estas
eran las viudas de las que Pablo hablaba en 1 Timoteo 5:3-10, las viudas
“que en verdad lo son” a las que la comunidad cristiana debía sostener y
apoyar por no contar con nadie que proveyera para ellas.

Llegó el momento en el que Noemí escuchó que Dios había vuelto a


bendecir a Judá y decidió regresar a Belén (1:6). De nuevo, no era una
decisión promovida por obediencia a Dios, sino por el estómago. Sin
embargo, aún por las razones equivocadas, este era el primer paso para su
recuperación. No para su recuperación económica, sino espiritual.

Noemí quería volver a Belén, pero, cuando comenzó su camino de vuelta,


decidió que era mejor que regresara sola. De manera que les dijo a sus
nueras que se regresaran a Moab con sus familias.

Orfa decidió seguir el consejo de su suegra y regresar a Moab (1:14-15).


Pero Rut no. A pesar de los problemas espirituales de su familia política,
Rut había conocido al Dios verdadero. Y de ese corazón amante de Dios
salen de boca de Rut algunas de las más bellas palabras que podemos
encontrar en la Escritura:

Rut 1:16-17

“Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a


dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu
pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y
aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos.”

Tu Dios será mi Dios.


Esto era más que un cambio de dirección. Rut estaba dispuesta a dejar los
dioses moabitas con los que había crecido y seguir al Dios de Israel. A
pesar de las malas decisiones de Noemí y Elimelec, sin duda la fe de
Noemí hizo algún tipo de impacto en Rut como para que esta decidiera
seguir al Señor. De alguna manera, aun en medio de su sufrimiento, Noemí
todavía amaba y honraba a Dios. Y Rut lo había visto.

Y es que nunca sabemos hasta qué punto nuestro testimonio impacta en la


vida de otras personas. Cuando somos mujeres comprometidas con vivir la
Palabra de Dios, las personas alrededor de nosotras lo notan. Con nuestros
altibajos, con nuestras malas decisiones, con nuestras rebeliones… con
todas nuestras fallas, a pesar de todo eso, si nuestro compromiso está con
Dios y con realmente vivir de acuerdo a Su Palabra, nuestra vida sí o sí va a
hacer un impacto en otros.

Y si nuestro corazón está lejos de Dios y solo nos dedicamos a repetir


versículo tras versículo en lugar de vivirlos… también tendremos un
impacto en otros. Un impacto negativo que alejará de Dios a las personas a
nuestro alrededor.

¿Estás viviendo una vida que hace decir a otros “tu Dios será mi Dios”?

Noemí no pudo resistirse a la determinación de su nuera y dejó que Rut la


acompañara a Belén. Y, al llegar, las mujeres se asombraban al verlas “¿no
es esa Noemí?” (1:19). Y de nuevo la amargura salió del corazón de Noemí
al responder:

Rut 1:20-21
“Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque
en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.
Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué
me llamaréis Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mí, y el
Todopoderoso me ha afligido?”

Ah Dios tenía una gran obra que hacer aún en el corazón endurecido de
esta mujer. Noemí rebosa amargura y dolor por todas partes. Ya no me
llamen Noemí, que significa “placentera”, sino llámenme Mara, que
significa “amarga” (Éxodo 15:23).

Noemí expresaba su dolor de la manera equivocada. En lugar de aceptar la


voluntad de Dios y de tener la certeza de que todo lo que sucede tiene un
propósito en nuestra vida, gritaba a los cuatro vientos cuánto mal Dios le
había hecho.
¡Si solo supiera cómo Dios la iba a bendecir después!

Pero, en favor de Noemí, debo decir que la decisión de regresar la pone en


el lugar correcto. No solo regresó a Belén. Regresó a Dios. Y es que no
importa cuánto caigamos, cuánto nos alejemos de Dios o cuánto tardemos
en darnos cuenta de que le necesitamos. Siempre podemos volver. Dios
nunca nos va a rechazar. 

¿Te encuentras hoy en Moab y no encuentras el camino de vuelta a Belén?


Lo único que necesitas para regresar es que quieras hacerlo. Es que tomes
la decisión. Un paso tras otro. Un día tras otro. Dios te está esperando con
los brazos abiertos. 

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