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Hermenéutica

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Hermenéutica

PASTOR: MAURO PIRELA

Misión Apostólica Mundial


Jesús De Nazareth
MAMJEN

Hermenéutica
Hermenéutica: es la ciencia de interpretar correctamente la Biblia usando el método
gramático-histórico tomando en cuenta el impacto directo del contexto en el cual se
dio la Palabra de Dios. 

Se sigue la interpretación literal de las palabras sin ignorar las figuras literarias y
retóricas, las parábolas, la poesía y la profecía. 

Provee las herramientas para ser un buen intérprete de las Escrituras.

Tomás el dudoso.

Lección 1 - INTRODUCCION ¿ES IMPORTANTE LA BIBLIA? - ¿Cómo se sabe que la


Biblia es de Dios? Esta es una buena pregunta, y digna de ser no sólo hecha sino también
de ser contestada.

Lección 2 - GUIAS PARA EL ENTENDIMIENTO DE LAS ESCRITURAS - Hay unas


ciertas guías que cada uno debemos seguir respecto a la Palabra de Dios. Les garantizo
que si ustedes siguen estas guías, gozarán de mucha bendición en sus corazones y
vidas.

Lección 3 - CUALIDADES DEL INTÉRPRETE - En primer lugar, el intérprete de las


Escrituras, y en realidad debe poseer una mente sana y bien equilibrada; ésta es
condición indispensable,

Lección 4 - METODOS DE INTERPRETACION - La historia de la exposición bíblica, tal


como se la descubre en las obras de los grandes exegetas y críticos, nos muestra los
diversos métodos que han prevalecido en varios períodos.

Lección 5 - LA HERMENÉUTICA EN GENERAL - En la base de todo escrito inteligible


se hallan ciertos principios generales de pensamiento y de lenguaje. Cuando una mente
racional desea comunicar su pensamiento a otra, se vale para ello, de ciertos medios
convencionales de comunicación que se suponen comprensibles para ambas.

Lección 6 - EL PUNTO DE VISTA HISTORICO - Al interpretar un documento es de


primordial importancia descubrir quien fue su autor y determinar la época, el lugar y las
circunstancias en que escribió.

Lección 7 - HERMENEUTICAS ESPECIALES - El hecho notable de que, bajo muchos


aspectos es un libro que difiere de todos los demás. Contiene muchas revelaciones
presentadas en la forma de tipos, símbolos, parábolas, alegorías, visiones y sueños.

Lección 8 - LA POESIA HEBREA - Pero la poesía de los hebreos tiene peculiaridades


tan notables y distintas de las de otras naciones, como su propio idioma es diferente de
las otras familias de idiomas.

Lección 9 - LENGUAJE FIGURADO - Aquellas partes de las Santas Escrituras escritas


en lenguaje figurado exigen especial cuidado para su interpretación.

Lección 10 - SIMILES Y METAFORAS - Cuando se hace una comparación formal entre


dos objetos, buscando impresionar la mente con algún parecido o semejanza, la figura se
llama "símil".

Lección 11 - INTERPRETACIÓN DE PARABOLAS - La parábola es especialmente


digna de estudio por constituir revelaciones de su reino celestial. Entre todos los pueblos
orientales parece haber sido una forma favorita de transmitir instrucción moral y la
encontramos en la literatura de la mayoría de las naciones.

Lección 12 - INTERPRETACION DE ALEGORIAS - La alegoría generalmente se define


como una metáfora extendida. Tiene con la parábola la misma relación que ésta con el
símil. En la parábola, o bien se introduce alguna comparación formal, como "El reino de
los cielos".

Lección 13 - LOS PROVERBIOS Y LA POESIA GNÓMICA - Los proverbios,


propiamente dichos, son declaraciones breves y enérgicas mediante las cuales se
expresa en forma memorable algún consejo sabio, lección moral o experiencia sugestiva.
Lección 14 - INTERPRETACIÓN DE TIPOS - Los tipos y símbolos constituyen una clase
de figuras distintas de todas las que hemos tratado en los capítulos anteriores, pero no
son, hablando con propiedad, figuras de lenguaje.

Lección 15 - INTERPRETACIÓN DE SÍMBOLOS - En muchos respectos el simbolismo


bíblico es uno de los asuntos más difíciles con que tiene que tratar el intérprete de la
Revelación Divina. Las verdades espirituales, los oráculos proféticos y las cosas no vistas
y eternas, han sido representados enigmáticamente en símbolos sagrados.

Lección 16 - ACCIONES SIMBÓLICO - TIPICAS - Al recibir su comisión divina como


profeta, Ezequiel vio un rollo del libro extendido delante de él en ambos lados del cual
estaban escritas muchas cosas penosas. Se le ordenó comerse el libró y él obedeció y
halló que lo que parecía tan lleno de lamentación y de dolor en su boca era dulce como
miel (Ezeq. 2: 8 a 3: 3).

Lección 17 - SUEÑOS Y ÉXTASIS PROFETICOS - Dios comunicó revelaciones


sobrenaturales a los hombres. Como formas y condiciones bajo las cuales los hombres
recibieron tales revelaciones, se mencionan los ensueños, las visiones de la noche y los
estados de éxtasis espiritual.

Lección 18 - LA PROFECÍA Y SU INTERPRETACIÓN - Una interpretación acabada de


las porciones proféticas de las Escrituras Santas depende grandemente del dominio de
los principios y leyes del lenguaje figurado y del de tipos y símbolos.

Lección 19 - PROFECÍAS MESIÁNICAS - La profecía mesiánica tiene por su magno


objeto el glorioso reinado de Dios entre los hombres, el consiguiente derrocamiento del
mal y la exaltación y bienaventuranza de un pueblo que le obedece y ama la justicia.

Lección 20 - APOCALÍPTICOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO - "Apocalíptico" es un


término teológico de origen moderno en cuanto a su oficio de designar una clase de
escritos proféticos referentes a juicios inminentes o, por lo menos, futuros, y a la gloria
final del reino mesiánico.

Lección 21 - EL APOCALÍPSIS DE JUAN - Ninguna parte de la Biblia ha sido objeto de


tanta controversia y tan variadas interpretaciones como el Apocalipsis de Juan. Sin
embargo, los principales sistemas de exposición pueden reducirse a tres.

Lección 22 - NINGUN DOBLE SENTIDO EN LA PROFECIA - Los principios


hermenéuticos que hemos presentado, necesariamente excluyen la doctrina de que las
profecías de las Escrituras contienen un sentido doble u oculto.

Lección 23 - CITAS BIBLICAS EN LA BIBLIA - Al comparar Escritura con Escritura y


rastrear los pasajes paralelos y análogos de las varios escritores sagrados, el intérprete
continuamente tropieza con citas, más o menos exactas que un escritor hace de otros.

Lección 24 - EL FALSO Y EL VERDADERO ACOMODAMIENTO - Por cuanto los


escritores del N. Testamento se apropian muchos pasajes del A. T. para usarlos como
ilustración o por vía de aplicación especial, muchos han sostenido que todas las citas
traídas del A. T., aun las profecías mesiánicas, han sido aplicadas en el Nuevo
Testamento en un sentido que difiere, más o menos ampliamente, de su significado
original.

Lección 25 - ACERCA DE DISCREPANCIAS BIBLICAS - Al comparar las Escrituras del


Antiguo y el Nuevo Testamento, así como al examinar las declaraciones de los diversos
escritores de uno y otro Testamento, a veces atrae la atención del lector alguna
declaración que parece hallarse en pugna con otras que existen en otros libros o pasajes.

Lección 26 - ARMONÍA Y DIVERSIDAD EN LOS EVANGELIOS - La vida de Jesús


constituye un punto de arranque en la historia del mundo. Las escrituras del A. T.
muestran la marcha constante y firme de la Historia en dirección hacia esa época tan
notablemente extraordinaria.

Lección 27 - PROGRESOS EN DOCTRINA Y ANALOGÍA DE LA FE - El intérprete de la


Biblia no debe olvidar jamás que la Biblia, en su integridad, tal cual hoy la poseemos, no
fue un don que repentinamente descendió del cielo; sino que es el producto lento y
gradual de muchos siglos.

Lección 28 - EMPLEO DOCTRINAL Y PRÁCTICO DE LAS ESCRITURAS - El apóstol


Pablo declara que toda la Escritura está divinamente inspirada y es útil para enseñar, para
reprender, para corregir y para instruir en justicia (2 Tim. 3: 16). Estos varios usos de los
sagrados registros pueden distinguirse como doctrinales y prácticos.

GUIAS PARA EL Entendimiento DE LAS


ESCRITURAS
Por J. VERNON McGee
INTRODUCCION

¿ES IMPORTANTE LA BIBLIA?

Sin duda la Biblia es el libro que ha sufrido más difamación que cualquier otro libro
que haya sido escrito. Sin embargo ha ministrado y sigue ministrando a millones de
personas por todo el globo y viene haciéndolo ya por unos mil años. Un libro de esta
índole y que lleva un impacto tan tremendo sobre la raza humana ciertamente merece la
consideración inteligente de ambos hombres y mujeres.
Cuando estaba moribundo el Sr. Walter Scott, le dijo al secretario, “Tráeme el
libro”. El secretario pareció estar algo confundido y miró al estante, el cual contenía los
libros que Walter Scott había escrito y se preguntó cuál de ellos el Sr. Scott intentó que le
llevara. De modo que le preguntó, “¿cuál libro?” Se dice que Walter Scott le respondió,
“La Biblia. Hay un sólo libro para un hombre cuando le llega la hora de la muerte”. Es el
libro para cualquier hombre que esté moribundo, pero también es el libro para el hombre
vivo. Muchas personas tienen interés en la Biblia solamente cuando se hallen en grandes
dificultades. Es maravilloso tener un libro en el estante al cual acudir en un tiempo así,
pero también es un libro que sirve para la energía completa de la vida. Es un libro con que
podemos hacer frente a la vida hoy en día, y es el libro que enseña la única ruta segura a
seguir por este mundo y al próximo. Es el único libro que nos hace capaces de hacer
frente a las emergencias y que suaviza los golpes de la vida que nos llegan. La Biblia es
diferente de cualquier otro libro.
Este es un libro que ha influido a grandes hombres, los cuales en su turno han
tenido una influencia sobre el mundo. Permítanme participarles unas declaraciones de
unos grandes hombres.
Había un príncipe africano que llegó a Inglaterra y se le presentaron a su majestad
la reina Victoria. El príncipe le hizo una pregunta muy significante, “¿Cuál es el secreto de
la grandeza de Inglaterra ?“ La reina presentó al príncipe una Biblia bellamente
encuadernada, y le declaró “Esta es el secreto de la grandeza de Inglaterra.” Me
pregunto, mis amigos, si la decadencia de Inglaterra a una nación de segunda clase, y de
una calidad muy inferior, pudiera haber sido el resultado de abandonar la Palabra de Dios.
Gladstone, que era primer ministro y uno de los más grandes pensadores jurídicos
que la Gran Bretaña ha producido, dijo: “¡Hable de las cuestiones del día! no hay sino una
sola cuestión, y es el Evangelio que puede y sí lo remediará todo. Me da gusto decir que
casi todos los hombres de primer rango en la Gran Bretaña profesan ser cristianos”.
Ahora, eso fue allá por el siglo diecinueve. Gladstone continúa diciendo, “Hace cincuenta
y ocho años que sirvo de funcionario público. He pasado todos menos once años en el
gabinete del gobierno británico. Durante aquellos cuarenta y siete años me he asociado
con sesenta de los peritos del siglo, y todos menos cinco eran cristianos.” Creo que una
parte del problema que tenemos en el mundo hoy en día es que existen muy pocos
cristianos que se encuentran de primer rango hoy. Por eso, hay muy pocos que conocen
la Palabra de Dios.
Michael Faraday, uno de los más grandes experimentadores científicos del siglo
diecinueve, declaró: “¿Por qué se extraviarán los hombres cuando tienen este bendito
libro de Dios para guiarlos?” El científico del siglo anterior, el señor Isaac Newton dijo: “Si
la Biblia es la verdad, los días llegarán cuando los hombres viajarán en una velocidad de
50 millas por hora.” Y Voltaire, el escéptico de aquel entonces, comentó, “El pobre Isaac.
Estaba en su chochera cuando hizo esa profecía. Sólo sirve para mostrar el efecto que
produce un estudio bib1ico sobre un científico”.
Pueda ser de interés notar lo que unos de los primeros presidentes de los Estados
Unidos dijeron acerca de la Biblia. Juan Adams, el segundo presidente, dijo, “La he
examinado toda (es decir, todas las Escrituras), tanto como mi esfera limitada, mis medios
enderezados, y mi vida activa me la dejan examinar, y hallo como resultado que la Biblia
es el mejor libro en el mundo. Contiene más de mi poca filosofía que todas las bibliotecas
que he visto, y las partes de ella que no puedo reconciliar con esa poca filosofía, las
aplazo para una investigación futura.” Luego, otro presidente, Juan Quincy Adams, dijo,
“Hablo como un hombre del mundo a los hombres del mundo, y les digo: Escudriñad las
Escrituras. La Biblia es un libro sobre todos los otros para ser leído en todas las edades y
en todas las condiciones de la vida humana; no para ser leído una o dos veces y luego
ser puesto a un lado, mas es de ser leído en porciones pequeñas de uno o dos capítulos
cada día.” Estos hombres servían de presidentes en los días cuando la América del Norte
gozó de ser una gran nación. No nos comprometieron en las guerras extrañas y les fue
posible resolver los problemas de la calle. Alguien dirá que los problemas de aquel
entonces no fueron tan complicados como los de hoy en día. Mi amigo, sí fueron
complicados para aquel entonces. No solamente en Inglaterra, sino también en los
Estados Unidos han abandonado la Palabra de Dios y por lo más lejos que desviamos, lo
más complicado llega a ser el problema. Y, es por eso que enseño la Palabra de Dios en
su totalidad. Yo creo que esa es la única resolución, y francamente, mis amigos, más vale
volvernos a la Palabra de Dios.
Otro presidente, Tomás Jefferson dijo lo siguiente en cuanto a la Biblia, “Siempre
he dicho, y seguiré diciendo, que la lectura cuidadosa del Sagrado Volumen nos hará
ciudadanos, esposos y padres de los mejores.” Eso es algo en que podemos pensar hoy
día cuando unos ciudadanos están quemando las ciudades en que vivimos, y el aumento
proporcional del divorcio corre a rienda suelta.
Daniel Wéstern declaró: “Si hay alguna cosa en mi estilo o pensamiento que sea
de alabanza, el encomio se debe a mis amables padres por infundirme desde temprano
un amor para las Escrituras.” ¿Qué les parece hoy?, padres cristianos, ¿Están levantando
a un Wéstern en el hogar? o, ¿Están levantando a un ‘hippy’ pequeño? Wéstern también
dijo, “La he leído toda muchas veces. Ahora tengo la costumbre de atravesarla una vez al
año. Es el libro de todos los otros para abogados tanto como para ministros. Le
compadezco al hombre que no puede hallar en ello un abasto rico de pensamiento, y
reglas para la conducta.”
EL LIBRO DE LIBROS
Oriental, la Biblia anda por todo el mundo con pies familiares, y entra en tierra tras
tierra para hallar la suya en todas partes. Se ha aprendido hablar al corazón del hombre
en centenares de idiomas. Llega al palacio para decirle al monarca que es un siervo del
Altísimo, y luego entra en la casa de campo para asegurarle al campesino que él es un
hijo de Dios. Niños escuchan su relato con admiración y encanto, y sabios la consideran
ser parábola de luz. Contiene una palabra de paz en la hora de peligro, una palabra de
consuelo en el tiempo de calamidad, y palabra de luz en la hora más obscura. Sus
oráculos se repiten en la asamblea del pueblo; su consejo se susurra en el oído del
solitario. A los perversos y orgullosos les hacen temblar sus amonestaciones, mas a los
heridos y contritos les resuena como voz de madre. El desierto y lugar solitario han sido
alegrados por ella, y el fuego del hogar ha alumbrado la lectura de sus páginas bien
hojeadas. Se ha pasado lentamente a nuestros sueños más preciosos para que el amor,
la amistad, la memoria y esperanza, la simpatía y devoción se vistan de la ropa más bella
de su lenguaje atesorado que respira incienso y mirra. ¡La Biblia! ¡La Palabra de Dios!
Autor Desconocido

¿ES EXCEPCIONAL LA BIBLIA?

La Biblia es un libro único por muchos lados. Es muy excepcional en que tiene una
calidad doble de autor. En otras palabras, Dios es el autor de la Biblia, y a la vez hombres
son los autores de ella. En realidad, la Biblia fue escrita por unos 40 autores durante un
período de aproximadamente 1.500 años. Unos de estos hombres nunca oyeron decir de
los demás, y no hubo ninguna colusión entre los 40. Dos, o tres pudieran haberse juntado
para ponerse de acuerdo, pero a los demás no les fue nada posible. Y sin embargo, han
presentado un libro que tiene una continuidad más maravillosa que cualquier otro libro
que haya sido escrito. También queda sin error. Cada autor expresaba sus propios
sentimientos en su propia época. Cada uno tenía sus limitaciones e imperfecciones, y
cometieron errores. El pobre Moisés sí cometía errores, pero cuando Moisés escribió el
Pentateuco, por una razón u otra, no escribió ni una declaración errada. No ven, que es
un libro humano y todavía un libro divino.
Es un libro muy humano, escrito por hombres de todas ocupaciones. Entre ellos
había un príncipe y un pobre; había uno muy intelectual, y también uno muy sencillo. Por
ejemplo, el doctor Lucas escribe un griego casi clásico y maravilloso en una época
cuando era muy popular hablar el griego Koiné. Pero Simón Pedro escribió algo en griego
también. Era pescador y su griego no era tan bueno, mas Dios el Espíritu Santo usó a
ambos hombres. Dejó que expresaran sus pensamientos, sus emociones, y sin embargo
por aquel método el Espíritu de Dios dominaba de tal manera que Dios dijo exactamente
lo que quería decir. Aquella es la maravilla del libro, la Biblia.
Es un libro divino. En la Biblia, Dios dice unas 2.500 veces, “Así dijo el Señor” o,
“La Palabra del Señor vino sobre mi” o, “Así ha dicho Jehová”. Dios lo ha hecho muy claro
que habla por medio de este libro. Es un libro que puede comunicarles la vida. Aún
pueden llegar a ser hijos de Dios, “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” Es la comu-
nicación de Dios al hombre. Si Dios hablara del cielo ahora mismo, se repetiría porque ya
ha dicho todo lo que quiere decir a esta generación. A propósito, Dios no aprendió nada
de nuevo cuando leyó el periódico de hoy. Y cuando el hombre llegó a la luna, no
descubrió nada que Dios ya no sabía cuando nos dio la Palabra de Dios. Es el mismo
Dios que creó el universo en que vivimos hoy día.
La Biblia es divina y humana. De un lado es como mi Señor, el cual caminaba en la tierra
y se cansaba, y se sentó junto al pozo. Aunque era Dios, también era hombre. Hablaba
con personas acá en la tierra y se comunicó con ellas. Este es un libro que comunica.
Habla a la humanidad hoy en día. La Biblia es para los hombres tales como son.
La Biblia es un corredor entre dos eternidades por el cual anda el Cristo de Dios. Sus
pasos invisibles resuenan por el Antiguo Testamento, mas le conocemos cara a cara en la
sala del trono en el Nuevo Testamento. Y es sólo por Cristo que fue crucificado por mí
que he encontrado el perdón de pecado y la vida eterna. Se resume el Antiguo
Testamento en la palabra CRISTO. Se resume el Nuevo Testamento en la palabra
JESUS, y el resumen de la Biblia entera es que JESUS ES EL CRISTO.
¿COMO SE SABE QUE LA BIBLIA ES DE DIOS?
¿Cómo se sabe que la Biblia es de Dios? Esta es una buena pregunta, y digna de
ser no sólo hecha sino también de ser contestada.
 
1.            LA PRESERVACION —Una de las pruebas objetivas, una de las pruebas
externas, ha sido la preservación maravillosa de la Biblia. Había un rey de tiempos
pasados —leemos acerca de él en Jeremías— el cual, cuando le enviaron la Palabra,
tomó un cortaplumas y la cortó en pedazos. Pero, la escribieron de nuevo, y tenemos
aquella Palabra hoy día. Hoy en día hay mucho antagonismo en cuanto a la Biblia. No la
quemamos hoy porque nos consideramos ser demasiados civilizados. De modo que, la
manera en que la destruyen es por prohibir su lectura en las escuelas y en otros lugares
públicos acá en los Estados Unidos mientras que hablamos de la libertad de cultos y de
palabra que tenemos. A pesar de todos los ataques que han lanzado en contra de la
Biblia, todavía existe. Y por supuesto, es uno de los libros que más se venden. Por
muchos años era el favorito, pero no lo es hoy día. Siento mucho tener que decirlo, pero
es verdad que hoy en día no es el que se vende más. Es cierto que es un comentario
sobre nuestra sociedad contemporánea revelando que la Biblia realmente no ocupa el
lugar hoy que una vez ocupaba en la historia y la vida de Norte América. Pero la
preservación maravillosa de la Palabra de Dios es digna de nuestra consideración.
 
2.            LA ARQUEOLOGIA —Otra manera en que podemos saber que la Biblia
es la Palabra de Dios es por medio de la arqueología. La pala del arqueólogo ha
desenterrado muchas evidencias que verifican que la Biblia es la Palabra de Dios. Por
ejemplo, hay los que negaron por muchos años la autoridad mosaica del Pentateuco
sobre la base de que el arte de la escritura se desconocía en la época en que vivió
Moisés. Y por eso, no pudo haber escrito Moisés el Pentateuco. Ustedes no han
escuchado promover a alguien esa teoría recientemente, ¿verdad? Claro que no, porque
la pala del arqueólogo ha desenterrado escritura que data desde un tiempo aún más
anterior que Moisés. De modo que, su argumento ya no es válido. Luego encontramos
que los arqueólogos han desenterrado la ciudad de Jericó y los muros que cayeron. Había
un argumento entre la señorita Keilog y el inglés que primero excavó allí, pero yo creo que
ha sido muy bien establecido que los muros sí cayeron. Dejo que ellos mismos se dispu-
ten en cuanto al tiempo y toda clase de cosas así. La Palabra de Dios ha sido verificada
en otras maneras también a través de los descubrimientos arqueológicos. Muchos de los
manuscritos antiguos que han descubierto hacen ver la exactitud de la Palabra de Dios.
Es muy interesante que cuando hallaron los rollos de Isaías dentro de los rollos del Mar
Muerto, el liberal se apresuró a aprovecharlos porque pensaba que había hallado un
argumento que desacreditaría la Biblia. Es muy interesante que no desacreditaran la
Biblia, sino la comprobaron y parece que el liberal ha perdido bastante interés en aquellos
rollos del Mar Muerto. Este es un campo en que no me es posible entrar extensamente
por ser tan breve el estudio, pero es un campo al cual ustedes podrían investigar.
 
3.            LA PROFECIA CUMPLIDA —Si me pidieran hoy darles solamente una
razón, una prueba conclusiva de que la Biblia es la Palabra de Dios, yo diría que es el
cumplimiento de la profecía. La Biblia está llena de profecía cumplida, y yo creo que esta
es la prueba de la cual no se puede huir, ni la puede evadir. Una cuarta parte de la
Escritura, cuando fue escrita, era profética; es decir, anunciaba cosas que iban a suceder
en el futuro. Muchísima de aquella —en efecto, muchísima más que lo que se imaginan
los hombres— ya ha sido cumplida. Bien podríamos volver a muchos lugares donde la
profecía ha sido cumplida exactamente. Hay ejemplos de muchas profecías de
acontecimientos locales que fueron cumplidas aún durante los días del profeta. Por
ejemplo, Micaías era el profeta que le dijo al viejo Acab que cuando saliera a la batalla, la
perdería y sería matado. Sin embargo, los profetas falsos de Acab le habían dicho que
ganaría una victoria y que regresaría de rey victorioso. Por causa de que no le gustó lo
que dijo Micaías, Acab mandó que lo echaran en la cárcel y que lo mantuvieran con agua
y pan hasta su regreso de la batalla, y luego él cuidaría del profeta. Pero Micaías lanzó la
última palabra y dijo, “Si llegas a volver en paz, Jehová no ha hablado por mí”. Pues, por
lo visto, el Señor había hablado por él porque Acab no volvió. Se mató en la batalla, y su
ejército fue derrotado. Aún procuró disfrazarse con camuflaje para que no hubiera peligro
de perderse la vida. Pero según el relato de Escritura, un soldado del enemigo “disparó su
arco a la ventura.” Es decir, que cuando la bata1la ya estaba para terminar, le quedó una
sola flecha en su aljaba y la metió y la disparó al espacio. Pero, ¿saben algo? Aquella
flecha fue designada para el viejo Acab. Voló directamente a su blanco. ¿Por qué?
Porque Micaías había hecho una profecía exacta del Señor (I de Reyes 22).
En otra ocasión, el profeta Isaías dijo que el ejército de Asiria no dispararía ni una
flecha en la ciudad (II de Reyes 19:32). Bueno, eso es muy interesante. La profecía de
Micaías fue cumplida porque un so1dado disparó una flecha de casualidad. ¿No creerían
ustedes que entre 20.000 soldados, hubiera uno irresponsable en el uso de armas de
fuego, el cual dispararía un “arco a la ventura”, y dejar que una flecha volara en la ciudad?
Bueno, ninguno lo hizo. Isaías había dicho que si el enemigo disparara en la ciudad,
entonces podrían estar seguros de que no era profeta de Dios. Y era profeta de Dios
como fue probado por este cumplimiento local de la profecía. Pero Isaías también dijo que
una virgen pariría a un niño, y lo dijo 700 años antes de que fuera cumplida literalmente.
Y, si desean una prueba final, había más de 300 profecías tocantes a la primera venida de
Cristo, y todas fueron cumplidas literalmente. Al estar colgado Jesús en la cruz antes de
morirse, había una profecía que aún no se había cumplido. El Salmo 69:21 dice, “Y en mi
sed me dieron a beber vinagre”. (Juan 19:28.30) Es cosa asombrosa. Los hombres ni
pueden adivinar así. Es algo gracioso observar al meteorologuita. Durante la estación de
verano en el sur de California él informa bien acerca del tiempo, mas al cambiar la
estación cualquier hombre pudiera adivinar tan bien como él. En la nación de Israel un
profeta tenía que hablar con exactitud. Si sus palabras no fueran exactas, le podrían
matar. Dios había dicho que podrían discernir a un profeta verdadero porque lo que
predecía siempre pasaría. Le pidieron siempre al profeta que profetizara un
acontecimiento local como lo profetizó Isaías, y luego podrían profetizar tocante al futuro
como también lo hizo Isaías. Ahora podemos reflexionar y ver que aquellas profecías
fueron cumplidas también.
Hay tantas otras profecías. Tiro y Sidón se encuentran hoy día exactamente en el
lugar donde la Palabra de Dios hace 2.500 años dijo que estarían. Hoy, Egipto está
exactamente en el sitio en que Dios dijo que estaría. Todas estas profecías cumplidas son
asombrosas, mis amigos, y constituyen una de las pruebas más grandes de que la Biblia
es, de veras, la Palabra de Dios. No ven, que los hombres simplemente no pueden ser tan
exactos. Los hombres no pueden aún adivinar así como eso.
Permítanme mostrarles que, según la ley matemática de conjetura problemática, el
hombre nunca podría profetizar. Vamos a decir que yo profetizaré en cuanto al tiempo.
Supongan de que yo les diga ahora mismo que dondequiera que estén mañana, que va a
llover. Permítanme decirles que corro el riesgo de tener razón por igual, porque mañana sí
lloverá, o no lloverá. Resultaría que para algunos de ustedes sería una profecía falsa.
Ahora, supongan que prediga que lloverá mañana y que empezará a las nueve de la
mañana. He añadido otro elemento incierto. Antes, tenía la posibilidad de tener razón por
igual, mas ahora la posibilidad se baja en 25 por ciento. Cada elemento incierto que se
añade disminuye la posibilidad de que tenga razón según la ley de conjetura
problemática. Ahora, supongan que yo diga que empezará a llover a las nueve de la
mañana, y que escampará a las dos de la tarde. ¿Pueden imaginarse de la posibilidad de
que sea exacto, o que tenga razón? Supongan que añada yo 300 elementos inciertos. No
hay ni sombra de posibilidad de que sea exacto. Yo no podría dar en el clavo, ni en el
blanco. Me sería imposible. Sin embargo, la Palabra de Dios sí dio en el blanco, mis
amigos. Es muy exacta. La Biblia ha entrado en aquella región de la imposibilidad abso-
luta, y eso me da la prueba absoluta de que esta es la Palabra de Dios. No hay nada que
la compare. Les he dado solamente unos pocos ejemplos de la profecía cumplida, mas se
encuentra en la Palabra de Dios profecía tras profecía que ha sido cumplida literalmente.
Y, a propósito, yo creo que nos indica el método por el cual la profecía para el futuro
todavía ha de ser cumplida.
 
4.            VIDAS TRANSFORMADAS —Les ofrezco dos razones más como
pruebas de que esta es la palabra de Dios. Yo he visto lo que la Palabra de Dios hace en
las vidas de hombres y mujeres. He visto las vidas transformadas de creyentes hoy en
día. Recuerdo ahora mismo de un señor que escuchaba el programa por allá en Oakland,
California. Le conozco bien. No les voy a divulgar todos los detalles de su vida, pero es
cierto que tenía muchos problemas y que vivía en mucho pecado. De costumbre, recibo
cartas de personas que escuchan el programa por primera vez y se convierten, y eso es
magnífico y lo creo ser cierto. Pero este señor empezó a escuchar el programa radial y
seguía escuchando semana tras semana. Se hacía antagónico y muy enojado. Me dijo
que si le fuera posible agarrarme cuando yo estaba enseñando la epístola a los Romanos,
informándole a él de que era pecador, me habría apuñeado. Y francamente, mis amigos,
creo que bien podría haberlo hecho porque él es mucho más grande y fuerte que yo. Me
alegro de que no le fuera posible agarrarme. Pero este hombre aceptó a Cristo, y
permítanme decirles que ha sido maravilloso ver lo que Dios ha hecho en su vida.
Testimonios así como este se pueden repetir muchísimas veces. Ambos jóvenes y adultos
han hallado provecho y realización en la vida, familias han sido reunidas, individuos han
sido librados del alcoholismo y la morfinomanía. Muchos han tenido las vidas transfor-
madas por venir a Cristo. Ahora, permítanme darles otra razón. Al terminar mis estudios
en el seminario, yo era uno que predicaba en defensa del Evangelio. Procuraba defender
la Biblia. En efecto, creo que cada mensaje que yo predicaba trataba de aquella defensa.
Yo pensaba que si pudiera encontrar las respuestas suficientes a las preguntas que se
hacían para justificar el no creer en la Biblia, entonces al dárselas, los hombres no
tendrían ninguna razón de no creer que la Biblia es la Palabra de Dios. Sin embargo, hallé
que aunque podría darles las respuestas, la cosa más peor del mundo sería bajar
corriendo intelectualmente a un hombre. En el momento de hacerlo, nos hicimos
enemigos y nunca podría ganarlo para el Señor. De modo que encontré que ese método
fue contraproducente. Pues, me desalojé de la esfera de la apologética porque sí era
predicador de ella, y empecé a enseñar la Palabra de Dios en la manera más sencilla que
me fuera posible. Sólo la Biblia puede cambiar al pecador en santo.
 
5.            EL ESPIRITU DE DIOS LA VERIFICA —Otra razón por la cual me
desalojé de la esfera de la apologética era porque ha habido un desarrollo positivo en la
vida mía. He llegado al lugar en mi vida donde no sólo creo que esta es la Palabra de
Dios, sino que también sé que es la Palabra de Dios. Yo sé que es la Palabra de Dios por
el hecho de que el Espíritu de Dios la ha verificado en mi propio corazón y vida. Es lo
mismo que Pablo escribió a los Colosenses. Oraba que “seáis llenos del conocimiento de
su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual.” (Colosenses 1:9) Eso sería
precisamente lo que yo desearía que se orara por mí porque he hallado que el Espíritu de
Dios sí puede verificar estas cosas en el corazón suyo, y que no necesitan de la
arqueología y otras pruebas para probar que la Biblia es la Palabra de Dios. Hace mucho
tiempo, un predicador joven me dijo que se sentía emocionado por un reciente
descubrimiento arqueológico. Le dije que yo no lo consideraba ser una cosa de tanta
emoción, y él llevó un chasco grande y aún un disgusto porque no le respondí como él
quería que respondiera. Pues, me preguntó cómo era posible que no me impresionara el
nuevo descubrimiento. “Bueno,” le dije, “ya yo sabía que era la Palabra de Dios mucho
antes de que la pala del arqueólogo desenterrara aquello.” Y, “¿Cómo sabías?” me
preguntó. “El Espíritu de Dios lo ha estado verificando en mi propio corazón,” le contesté.
Espero que el Espíritu de Dios les verifique la Palabra de Dios y que la haga una realidad
en su vida. Oro que les dé la seguridad para poder declarar que sí saben que es la
Palabra de Dios.
 
¿QUE SIGNIFICA LA REVELACION? ¿LA INSPIRACION? ¿LA ILUMINACION? ¿LA
INTERPRETACION?
La revelación quiere decir que Dios ha hablado y que se ha comunicado con el
hombre. La inspiración garantiza la revelación de Dios. La iluminación tiene que ver con el
Espíritu Santo de Maestro. El se comunica. La interpretación tiene que ver con la
explicación que ustedes y yo damos a la Palabra de Dios.
 
LA REVELACION
La revelación significa que Dios ha hablado “Así ha dicho Jehová” y expresiones de
esta naturaleza ocurren más de 2.500 veces en la Biblia. El Señor no quiere que
entendamos mal que El ha hablado. Fíjense en Hebreos 1:1, 2.
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.
Dondequiera que se encuentren dos personas dotadas de un cierto punto razonable de
inteligencia y que guarden los mismos sentimientos y deseos, y que se atraen, verán que
existe una comunicación entre ellos. Personas que tienen las mismas tendencias, aún
estando separados el uno del otro, se gozan al ponerse en contacto y se contentan al
recibir comunicación el uno del otro. Este característico innato del corazón humano
explica el porqué del departamento de correos, del teléfono, y del telégrafo. Amigos se
escriben y un esposo fuera del hogar escribe a su esposa. El muchacho que esta
internado escribe a su casa. También se envía la epístola perfumada de una novia al
novio, y él responde con la epístola suya. Todo esto se llama comunicación. Es la
expresión del corazón. Las Escrituras dicen, “Un abismo llama a otro.” Recuerdo la
emoción que me sentía al leer la historia de Elena Keller. Ella fue excluida del mundo por
ser ciega y sorda, sin manera alguna de comunicarse. Luego, se le abrió un camino para
que pudiera comunicarse, probablemente de una manera mejor que muchos de nosotros
que gozamos de las capacidades de ver y oír.
Ahora, sobre la base de todo esto, me gustaría hacerles una pregunta que la creo
ser racional, y ciertamente inteligente. ¿No es razonable concluir que Dios se ha
comunicado con sus criaturas a las cuales ha capacitado de un cierto punto de
inteligencia, y a quienes creó a Su imagen?
Permítanme decirles que si no tuviéramos una revelación de Dios, yo creo que
ahora mismo ustedes y yo podríamos esperar y El estaría hablándonos por el mero
hecho, mis amigos, de que podemos esperar que Dios nos hable. Se fijarán en que el
escritor a los Hebreos dice que Dios en el Antiguo Testamento habló por los profetas, y
que ahora ha hablado por Cristo. La revelación a los profetas en el Antiguo Testamento, y
la de Cristo en el Nuevo Testamento, ambas están en la Palabra de Dios, por supuesto, y
es la única manera en que jamás supiéramos acerca de la comunicación de la una o de la
otra. La Biblia contiene 66 libros, y Dios nos ha hablado por medio de ellos.
La Biblia contiene el pensamiento de Dios, el estado del hombre, el camino de la
salvación, la condenación de los pecadores y la felicidad de los creyentes. Sus doctrinas
son santas, sus preceptos son justos, sus relatos son verdaderos, y sus decisiones son
inmutables. Léala para ser sabio, créala para ser salvo, y practíquela para ser santo.
Contiene luz para dirigir, alimento para sustentar y consuelo para alegrar. Es el mapa del
viajero, el cayado del peregrino, la brújula del piloto, la espada del soldado y la cartilla del
cristiano. En ella el Paraíso se restaura, el cielo se abre y las puertas del infierno se
ponen al descubierto. Cristo es su gran tema, nuestro bien su designio, y la gloria de Dios
su fin. Léala lenta, frecuentemente y en oración. Es una mina de riqueza, un paraíso de
gloria y un río de placer. Involucra la más grande responsabilidad, recompensa la obra
más grande y condena a los que toman en poco su santo contenido.
Autor Desconocido

LA INSPIRACION
Ahora entramos al segundo gran tema, el cual es la inspiración. Creo
personalmente en lo que se llama la inspiración verbal y plenaria de las Escrituras. Eso
quiere decir que la Biblia es una declaración autorizada, y que cada palabra es la Palabra
de Dios para nosotros en este día en que vivimos. La inspiración garantiza la revelación
de Dios. Y eso es precisamente lo que dice este libro. Dos hombres, Pablo escribiendo su
última epístola a Timoteo, y Pedro escribiendo su última, ambos tenían algo muy definido
a decir en cuanto a la Biblia.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra. (II a Timoteo 3:16, 17).
Fíjense en que TODA la Escritura es dada por inspiración. La palabra “inspiración”
significa “expirada por Dios”. Dios hablaba por estos hombres, como aquí habló por Pablo,
exactamente lo que El quiso decir. No hay más que añadir. Pedro lo expresa en esta
manera:
Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos
hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. (II de Pedro 1:21).
Es muy importante ver que estos hombres fueron conmovidos, como si fueran
llevados por el Santo Espíritu de Dios. Era el Obispo Westcott que dijo, “Los
pensamientos están unidos a las palabras tan forzosamente como el alma está unido al
cuerpo.” Y, el Doctor Keiper dijo, “Puede existir la música sin notas, o la matemática sin
números tan fácilmente como pueden existir los pensamientos sin palabras. No son los
pensamientos que son inspirados. Son las palabras que son inspiradas”.
Hay un cuentecito acerca de una muchacha que había tomado clases de voz con
un profesor famoso. En el día del recital, el profesor llegó para escuchar cantar a la
muchacha. Al terminarlo, la muchacha estaba muy ansiosa de saber lo que decía el
profesor. Como no había llegado a felicitarlas, ella preguntó a una amiga de lo que el
profesor había dicho. La amiga le contestó, “El profesor dijo que cuando tú cantabas, le
sonaba algo celestial”. La muchacha no pudo creer que el profesor hubiera dicho eso, y le
preguntó de nuevo a la amiga, “¿Es verdad que dijo que le sonaba así, celestial ?“ La
amiga respondió que sí fue la verdad. La muchacha persistía, “Quiero saber exactamente
lo que dijo el profesor. ¿Qué es lo que dijo en realidad?”. La amiga le contestó, “Bueno, si
quieres en verdad saber las palabras exactas, él dijo que era un sonido ultraterrestre”.
Permítanme decirles, mis amigos, que un sonido ultraterrestre no quiere decir que suena
celestial. Las palabras exactas sí son importantes.
Créanme, que son las palabras de la Escritura que son inspiradas, y no los
pensamientos. Por ejemplo, Satanás no fue inspirado a decir una mentira, pero la Biblia
indica que mintió. Son las palabras que son inspiradas. Y el Señor Jesús dijo, “Escrito
está,” citando la Palabra de Dios del Antiguo Testamento. Aquellos hombres que escribían
el Antiguo Testamento estaban proclamando lo que Dios tenía que decir. En Éxodo 20:1
Moisés escribió: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo:”. Fue Dios que habló.
Moisés escribió lo que dijo Dios.
Por los años han sido hallados muchos manuscritos excelentes de la Escritura.
Hablando en cuanto a los manuscritos en Bretaña, el señor Jorge Kenyon, difunto director
y bibliotecario principal del museo británico, hizo esta declaración: “Gracias a estos
manuscritos, el lector ordinario de la Biblia puede sentirse cómodo en cuanto a la pureza
del texto. Aparte de pocas alteraciones verbales de no importancia, las cuales se
consideran ser naturales en libros transcritos a mano, estamos asegurados de que el
Nuevo Testamento ha venido intacto.” Se pueden asegurar hoy de que tenemos los que
llegan tan próximos a los autógrafos como cualesquier puedan llegar. Los autógrafos son
inspirados y creo en la inspiración verbal y plenaria.
Irenaeus, uno de los primeros padres de la iglesia, dijo, “Las Escrituras, por cierto,
son perfectas por cuanto están habladas por la Palabra de Dios y por Su Espíritu.”
Agustín declaró, “Sometámonos, pues y doblémonos a la autoridad de la Santa Escritura
que no yerra ni engaña.” Y Spurgeon dijo, “Nunca puedo dudar la doctrina de la
inspiración verbal y plenaria en vista de que veo constantemente en la práctica actual
cómo las mismas palabras que a Dios le agradó usar han sido bendecidas al alma del
hombre.” Dios habla en este libro a nuestros corazones y vidas.
 
LA ILUMINACION
La iluminación quiere decir que desde que usted y yo tenemos un libro, un libro
divino y humano, escrito por hombres que expresaban sus pensamientos, sólo el Espíritu
Santo puede enseñárnoslo. Mientras que hacían esto, estaban escribiendo realmente la
Palabra de Dios. Aunque podemos adquirir los hechos de la Biblia por nuestra propia
cuenta, el Espíritu de Dios tendrá que abrir nuestro entendimiento y corazón si es que
pensamos entender la verdad espiritual que se encuentra en ella.
Pablo, escribiendo a los Corintios, dijo: Mas hablamos sabiduría de Dios en
misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra
gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran
conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito:
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios
ha preparado para los que le aman. (I a Corintios 2:7-9).
Ahora, usted y yo hoy adquirimos casi todo lo que sabemos por la vía visual, o por
la sónica, o por la de razonar. Actualmente, Pablo dice aquí que hay ciertas cosas que el
ojo no vio ni oído oyó. Hay ciertas cosas que ni logran entrar en la mente. Pues, ¿cómo es
que las van a adquirir?
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo
escudriña, aún lo profundo de Dios. (I a Corintios 2:10).
Muchos llevan este versículo a un funeral, y yo lo oí citar en un funeral hace años.
El pastor quiere decir que el buen hermano Fulano de tal era gran hombre, pero que en
verdad no sabía mucho estando acá en la tierra. Pero ahora que está en el Cielo, y
reflexiona con madurez, sabe cosas que nunca antes podía saber. Aunque eso es la
verdad (recibiremos una educación única en el Cielo), el versículo no está hablando de
esto. Mucho antes de que nos llegue la muerte, hay muchas cosas que no nos es posible
entender por las vías ordinarias estando acá en la tierra. El Espíritu Santo ha de ser
nuestro Maestro.
Ustedes recuerdan que en Mateo 16 cuando nuestro Señor preguntó a los
discípulos acerca de lo que se decía de Él, que le respondieron que se decía lo todo. Y,
todavía se está diciendo lo todo acerca de Él. Bien pueden conseguir hoy tantas
respuestas como el número de personas a quienes preguntan. Hay muchos puntos de
vista acerca de Él. Mas luego les preguntó: Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le
respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mateo 16:16, 17).
El es El que reveló la verdad a Simón Pedro. Y hoy en día, sólo Dios puede
abrirnos la Palabra para que la entendamos verdaderamente.
En el día de la resurrección del Señor Jesús, El caminaba en el camino a Emaus y
acompañó a dos hombres en el camino. Hablando con ellos, les preguntó: ¿Qué pláticas
son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?
Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en
Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? En-
tonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón
profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le
entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le
crucificaron. (Lucas 24:17-20).
Ustedes recordarán que Jesús había predicho aquello. Lo interesante es que hace
años los profetas lo decían. Entonces estos hombres expresaban una esperanza débil, la
cual una vez tenían más ahora no existe. Pero nosotros esperábamos que El era el que
había de redimir a Israel; Y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto
ha acontecido. (Lucas 24:21).
Seguían contando lo que sabían ellos y lo que las mujeres habían dicho. “Y fueron
algunos de los nuestros al sepulcro... pero a él no le vieron.” Sus esperanzas se habían
ensombrecido y oscuridad llenó sus corazones. Ahora escuchen al Señor Jesús: ¡Oh
insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando
desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en toda las Escrituras lo
que de él decían. (Lucas 24:25 - 27).
Mis amigos, ¿no les gustaría haber estado allí aquel día para escuchar la voz del
Señor cuando citó del Antiguo Testamento sacando a luz las Escrituras tocante a El
mismo. Por fin se les dio a conocer al sentarse juntos en la cena. Este es el comentario de
ellos: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y
cuando nos abría las Escrituras?
No ven, que estamos estudiando un libro que es diferente que cualquier otro libro.
No es sólo que creo en la inspiración de la Biblia. Yo creo que este es un libro cerrado a
menos que el Espíritu de Dios abra el corazón suyo y el mío para que sea significante.
Luego, cuando Jesús regresó a Jerusalén en aquella vez, seguía enseñándoles a sus
discípulos. Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que
era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los
profetas y en los salmos. (Lucas 24:44).
Fíjense en que Jesús creyó que Moisés escribió el Pentateuco. Creyó que los
profetas hablaron de él y que los Salmos le señalaron. Entonces les abrió el
entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras. (Lucas 24:45).
Mis amigos, si El no abre el entendimiento suyo, no entenderán las Escrituras. Por
eso mismo, debemos acercarnos a este libro con una gran humildad de mente, no importa
lo inteligente que seamos.
Volviendo la página a I a Corintios, Pablo sigue diciendo: Lo cual también hablamos, no
con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,
acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que
son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente. (I a Corintios 2:18, 14).
Nunca me perturbo cuando un inconverso, aunque sea predicador, viene diciendo
que no cree más que la Biblia sea la Palabra de Dios. Para decir la verdad, nunca la había
creído él. Pero esa es la manera correcta en que debe hablar porque después de todo, si
no es creyente, no puede entenderla. Marcos TWAIN, que era inconverso, dijo que no le
perturbaba lo que no entendía de la Biblia. Lo que le inquietaba era lo que sí podía
entender. Hay cosas en la Biblia, las cuales un inconverso puede entender y son esas las
que causan que muchos rehúsen la Palabra de Dios. Fue Pascal que dijo: “Hay que
entender el conocimiento humano para poder amarlo, mas hay que amar el conocimiento
divino para poder entenderlo”.
Al dejar el tema de la iluminación, permítanme decir lo siguiente: Sólo el Espíritu de
Dios puede abrir los entendimientos y corazones suyos para que vean y acepten a Cristo,
y que confíen en el cómo su Salvador. ¡Que maravilloso! Me he sentido siempre desvalido
al entrar en el púlpito porque, créanme, el hermano McGee no puede convertir a ninguno.
Pero no me siento tan sólo débil, sino también fuerte no por mí mismo sino por el Espíritu
de Dios. El Espíritu sí puede tornar estas palabras muertas y hacer que signifiquen algo
vivo.
 
LA INTERPRETACION
La interpretación tiene que ver con la explicación que ustedes y yo damos a la
Palabra de Dios. Y esa es la razón por la cual existen los metodistas, los bautistas, los
presbiterianos, este tipo de maestro y aquel—todos tenemos nuestras interpretaciones. Y
donde hay desacuerdo alguien evidentemente está equivocado.
Hay ciertas reglas que deben de ser seguidas al tratar nosotros de interpretar la
Biblia.
1.            En primer lugar, debemos considerar EL PROPOSITO QUE ABARCA
TODA LA BIBLIA. Y esa es la razón por la cual enseño toda la Biblia. Creo que es
necesario estudiarla toda antes de que se haga cualquiera declaración dogmática acerca
de cualquier versículo particular de las Escrituras. Es de suma importancia llevar en
cuenta todos los versículos que se refieren a cualquier tema.
2.            También debemos considerar A QUIEN SE DIRIGE LA ESCRITURA. Por
ejemplo, hace años Dios le dijo a Josué, “Levántate y pasa este Jordán”. (Josué 1:2)
Cuando yo visitaba aquel país, pasé el río Jordán, pero no lo pasé para cumplir aquella
Escritura. Ni decía, “Por fin obedecí al Señor por pasar el Jordán”. Claro que no, porque
cuando leo aquel versículo yo entiendo que el Señor está hablando a Josué, pero sí creo
que haya una lección tremenda para mí en esa porción. Toda Escritura no me está
dirigida, pero toda Escritura sí me sirve de provecho, y es bueno recordar esto.
3.            Luego debemos siempre considerar EL CONTEXTO INMEDIATO, el cual
cae antes y después de una Escritura. ¿De qué habla el pasaje? ¿Cuáles otros pasajes
de la Escritura tratan del mismo hecho?
4.            Debe haber un esfuerzo hecho para DETERMINAR LO QUE DICE EL
TEXTO ORIGINAL. Si no lee el hebreo ni el griego, al leer la versión Reina-Valera de la
Biblia sí llega próximo al original. Es la Biblia en español que más se usa hoy. Han salido
varias versiones en inglés, las cuales causan algo de confusión. Hay las que son muy
buenas, pero la mayoría quedan nubladas del punto de vista del hombre que nos las ha
dado. Muchas no son traducciones, sino una forma de interpretación. Alguien me ha pre-
guntado que si, a mi parecer, la versión “Cartas Vivientes” es una buena traducción, o no.
Les digo que es una interpretación maravillosa, pero no es una traducción. En unos de
nuestros libros de estudio, trato de dar una traducción de una palabra o frase. Tratamos
de llegar tan próximo al original que sea posible. Lo creo ser imperativo.
5.            INTERPRETE LA BIBLIA LITERALMENTE. El difunto Doctor David
Cooper lo ha declarado bien: “Cuando el sentido obvio de Escritura queda en un sentido
común, no busque otro sentido; por eso, tome cada palabra en su sentido primario,
ordinario, usual y literal a menos que los hechos del contexto inmediato, estudiados en la
luz de los pasajes relacionados y de verdades axiomáticas y fundamentales, indiquen
claramente lo contrario”.

GUIAS PARA EL ENTENDIMIENTO DE LAS ESCRITURAS

“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”. (Salmo 119:18).


Hay unas ciertas guías que cada uno debemos seguir respecto a la Palabra de
Dios. Les garantizo que si ustedes siguen estas guías, gozarán de mucha bendición en
sus corazones y vidas. Ciertamente deben de haber estas guías en el estudio de la
Palabra. Hoy en día un frasco de remedio por lo simple que sea, un tónico o algo para un
resfrío, lleva sus indicaciones. Cualquiera cosita que se compre en una de esas tiendas
“Todo a Real” lleva instrucciones para su empleo. Si es que las cosas de este mundo han
de llevar indicaciones para su uso, ciertamente la Palabra importantísima de Dios debe de
llevar unas guías para el estudio de ella. Quisiera mencionar 7 declaraciones muy
sencillas que a la vez son fundamentales y preliminares, las cuales servirán de guías para
el estudio de las Escrituras.
1.            Empiece con oración,
2.            Lea la Biblia,
3.            Estudie la Biblia,
4.            Medite en la Biblia,
5.            Lea lo que otros han escrito acerca de la Biblia,
6.            Obedezca la Biblia,
7.            Particípela a otros.
Bien pueden añadir otras más a la lista pero yo creo que estas son las
fundamentales y principales. Alguien lo ha dicho en una manera muy breve y persuasiva:
“La Biblia —apréndela de memoria; guárdela en su corazón; muéstrala por su vida;
siémbrala en el mundo”. Esa es la manera de expresar algo que presentaremos aquí.
 
1.            EMPIECE CON ORACION
Como ya vimos al tratar del tema de la iluminación, la Biblia es diferente de
cualquier otro libro en que es el Espíritu Santo sólo, el que puede abrir nuestro
entendimiento para que la entendamos. Ustedes pueden coger un libro sobre la filosofía y
puesto que un hombre lo haya escrito, un hombre lo puede entender. Es igual en cuanto a
la matemática superior, o de cualquier otra materia. No ha habido ningún libro que haya
sido escrito por hombre que otro no puede entender. Pero la Biblia es diferente. No se
puede entender la Biblia a menos que el Espíritu Santo sea el instructor. El desea
enseñarnos. Es un hecho positivo que nuestro Señor nos dijo, “El os guiará a toda la
verdad” (Juan 16:13). Al abrir la Palabra de Dios debemos de orar con el salmista:

“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.”


(Salmo 119:18).

Cuando el salmista escribió estas palabras, claro que él estaba pensando en el


sistema mosaico. Hoy día lo extendemos para incluir los 66 libros de la Biblia, y podemos
decir, “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de Tu Palabra.”
Cuando el apóstol Pablo oraba por los efesios en Efesios, el capítulo 1, no oraba
que tuviera la buena salud física (él podría haberlo orado en otro tiempo), ni oraba que se
enriquecieran (no sé si jamás orara por aquello), mas la primera oración a favor de los
efesios se apunta en su epístola escrita a ellos: Por esta causa también yo, habiendo oído
de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de
dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones:
Ahora, ¿para qué oraría Pablo? Aquí está: Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,
alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a
que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos.
(Efesios 1:17, 18).
No ven, que la oración de Pablo es que tengan una sabiduría y entendimiento de la
revelación del conocimiento de él, y la revelación está aquí en el libro. Deseaba que
conocieran la Palabra de Dios; deseaba que sus ojos y entendimiento fueran alumbrados.
Quería que supieran algo de la esperanza del llamamiento que tenían en Cristo. Esta es
la oración del apóstol Pablo, y si alguien se acuerda de mí en la oración, esta es la
oración que quiero que eleve —que mis ojos espirituales sean abiertos. Me gustaría
recordar a ustedes en oración así. Creo que la cosa más importante para ustedes y para
mí hoy día es saber la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la Palabra de Dios. No
nos es posible conocer la Palabra de Dios a menos que el Espíritu de Dios sea nuestro
Maestro. Eso es lo que dice Pablo en su primera epístola a los corintios: Y nosotros no
hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que
sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras
enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo
espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu
de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente. (I a Corintios 2:12-14).
La razón por la cual tantos no entienden nada de la Biblia es simplemente porque
no dejan que el Espíritu de Dios les enseñe. La Palabra de Dios es diferente que cualquier
otro libro porque el hombre natural no puede percibir estas cosas, y le son locura. Dios
nos ha dado el Espíritu para que sepamos las cosas que nos son dadas libremente de
Dios. El sólo es nuestro Maestro; El sólo puede tomar la Palabra de Dios y darle sig-
nificado.
Dios quiere comunicársenos por medio de Su Palabra escrita. Pero es un libro
sobrenatural, y no nos comunicará por la razón sencilla de que sólo el Espíritu de Dios
puede tomar las cosas de Cristo y revelárnoslas. Fíjense en este versículo de Escritura, el
cual es muy interesante: Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino
el Espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Cristo,
sino el Espíritu de Dios. (I a Corintios 2:11).
En una manera muy breve y comprensible este versículo expresa la razón por la
cual el Espíritu de Dios ha de ser nuestro Maestro. Ustedes y yo nos entendemos, pero no
entendemos a Dios. Creo que hoy día es pura tontería hablar acerca de una generación
con la cual no podemos comunicarnos, y que hoy existe una brecha entre generaciones.
Reconozco que siempre ha existido una brecha hasta cierto punto. Siempre ha sido difícil
que una persona mayor y un joven estén enteramente de acuerdo. Pero sí podemos
comunicarnos porque todos somos seres humanos. Francamente, no puedo entender a
Dios a menos que se me revele. Solía peguntarme cómo se sentiría Dios en un funeral.
Hallo que Jesús asistió al funeral de Lázaro y que lloró. Yo sé cómo se siente Dios en
cuanto a muchas cosas hoy en día porque el Espíritu de Dios por medio de la Palabra de
Dios me las ha revelado.
Al servir yo de pastor en Nashville, Tennessee, me levanté una mañana y daba un
vistazo a unas 5 pulgadas de nieve que había caído durante la noche. Cubría toda la
fealdad con una manta blanca y bella. Me sentaba en mi estudio en el piso de arriba
admirando la vista cuando me fijé en que uno de los ancianos de la iglesia que vivía al
lado, salió al porche llevando dos cubos para carbón llenos de cenizas, las cuales el
anciano iba a descargar en el fondo. Lo vi detenerse un momento para mirar la vista, y yo
simplemente me sonreía porque sabía cómo se sentía él —exactamente como yo me
sentía al mirar la nieve que había caído durante la noche. Pero al avanzar él, se resbaló.
No queriendo esparcir las cenizas, aguantó los cubos a un lado y dio contra la escalinata
y se golpeó duro. No podía aguantar yo la risa. Supongo que si aún se hubiera
desnucado, me habría reído. Me fijé en que miró a su alrededor y al estar satisfecho de
que ninguno lo hubiera visto, se levantó con gran satisfacción y empezó su caminito de
nuevo. A medio camino, volvió a caerse y esta vez se golpeó aún más duro cayendo
hasta la calzada. Esta vez miró de veras a su alrededor. No ven, que no quería que
alguien viera lo que le había sucedido. Y yo sabía cómo se sentía él. Pues, me sentiría
igual. El anciano se levantó de nuevo; y llegó al fondo y descargó las cenizas. Al regresar
al porche miró la vista de nuevo. No creo que esta vez fuera para admirar la vista sino
para asegurarse de que ninguno lo hubiera visto caer. No dije ni una palabrita hasta el
domingo en la mañana. Cuando entré en la iglesia, fui por donde estaba sentado él, me
inclinaba y le dije, “Tu sí te veías muy cómico ayer llevando las cenizas”. Me miró
pasmadamente y me dijo, “¿Me veías” Le contesté que sí. “Pues,” me decía, “Yo creía
que ninguno me vio.” Y luego le dije, “Yo pensaba eso. Yo sabía exactamente cómo tú te
sentías.” No ven, que él tiene un espíritu humano y yo también tengo un espíritu humano,
y nos entendemos. No creo que haya tanta brecha entre generaciones en ninguna parte,
porque creo que los seres humanos nos entendemos. Mas, ¿quién es capaz de entender
a Dios? El Espíritu de Dios. Por eso es preciso que el Espíritu de Dios nos enseñe,
acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Renán, el escéptico francés, lanzó un ataque sobre la Palabra de Dios, como bien
saben. Sin embargo, escribió un libro sobre la Vida de Cristo. Su libro se divide en dos
secciones. Una es la sección histórica, y la otra es su interpretación de la vida de Cristo.
En cuanto a la Primera sección, es probable que nunca haya escrito ningún hombre una
historia de la Vida de Cristo más excelente que esta. Pero su interpretación de ella es
positivamente absurda. Podría haberla interpretado mejor un niño de 12 años que asiste
con regularidad a una escuela dominical. ¿Cómo se lo explica? Pues, el Espíritu de Dios
no les enseña la historia ni les revela los hechos que ustedes por su propia cuenta
pueden averiguar; cualquier inteligente los sabe hallar. Pero la interpretación es cosa
totalmente distinta. El Espíritu de Dios ha de interpretar, y El sólo debe de ser el Maestro
para guiarnos a la verdad. Es preciso que el Espíritu de Dios abra los ojos para que
veamos.
Hemos de pedir Su ayuda. En Juan, el capítulo 16, el Señor Jesús dice: Aún tengo
muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el
Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta,
sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me
glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío;
por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis;
porque voy al Padre. (Juan 16:12-16).
No ven, que el Señor Jesús nos dice qué hemos de pedir. Tiene muchas cosas
para nosotros y quiere revelarnos estas cosas por medio del Espíritu Santo. De nuevo, en
el capítulo 14 de Juan, Cristo dice: Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he
dicho. (Juan 14:26).
El Espíritu Santo es el Maestro, y ha de ser el único para guiarnos a toda la verdad,
mis amados. Si aprenden cualquiera cosa por medio de este programa de estudio bíblico,
no será porque este pobre predicador es su maestro. Aprenderán porque el Espíritu de
Dios está abriéndoles la Palabra de Dios.
Esta, pues, es la primera guía: Empiece con oración, y pida que el Espíritu de Dios
sea su Maestro.
La segunda guía les puede parecer una simplificación excesiva.
 
2.            LEA LA BIBLIA
Alguien preguntó a un gran erudito relativo a Shakespeare, “¿Cómo se estudia a
Shakespeare?” Su contestación fue muy concisa, “Lea a Shakespeare.” Y, yo les diría a
ustedes, “Lean la Palabra de Dios.” Si quieren saber lo que la Biblia dice, lean la Biblia.
Además de lo que cualquier maestro les pueda enseñar, es de mucha importancia que
lean ustedes mismos lo que dice la Biblia.
El Doctor G. Campbell Morgan ha escrito unos libros muy maravillosos y
provechosos sobre la Biblia. Tiene una serie de libritos llamados “Mensajes Vivientes de
los Libros de la Biblia”. Abarca cada uno de los 66 libros de la Biblia. Yo no conozco nada
que sea mejor que esta serie. Me influía mucho en mi estudio de la Palabra cuando yo era
estudiante. Se decía que el Doctor Morgan no pondría nada por escrito hasta que hubiera
leído por 50 veces un libro particular de la Biblia. Por lo tanto, mis amigos, no se cansen
de hacer bien. Lean la Palabra de Dios. Si no la entienden la primera vez, léanla por
segunda vez. Si no la entienden la segunda vez, léanla por tercera vez. Sigan leyéndola.
Permítanme decirles que no perderán el tiempo. Debemos averiguar los hechos de la
Palabra de Dios.
Se encuentra un incidente muy interesante en el libro de Nehemías: Venido el mes
séptimo, los hijos de Israel estaban en sus ciudades; y se juntó todo el pueblo como un
solo hombre en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el
escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová había dado a Israel. Y el
sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de
mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo. Y leyó en el
libro delante de la plaza que está delante de la puerta de Las Aguas, desde el alba hasta
el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y
los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley. (Nehemías 8:1-3).
Este es un pasaje muy notable de las Escrituras. No ven, que estas personas
habían estado en la cautividad babilónica por unos setenta años; muchos de ellos nunca
habían oído la Palabra de Dios. No se circulaba mucho en aquel entonces, y no había
tantas versiones distintas que se publicaban, ni hubo en preparación las de ser
publicadas. Es probable que hubiera una sola, o tal vez dos copias en existencia, y
Esdras tenía una de ellas. Se paró y leyó delante de la puerta de Las Aguas. Y leían en el
libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la
lectura. (Nehemías 8:8).
Veo desde la manera en que se relata la historia, que apostaron a hombres de la
tribu de Levi en ciertos lugares entre la gente. Después de leer alguna porción, Esdras
dejaría de leer para que los que escuchaban tuvieran la oportunidad de hacerles
preguntas a los hombres que se apostaban para explicárseles la Biblia. Y los levitas
hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. (Nehemías 8:7b).
No solo leían la Palabra, sino también causaron que el pueblo entendiera lo que
leían. Nos falta leer la Biblia.
Hay tantas distracciones hoy que nos quitarían del estudio de la Palabra de Dios.
Una de las distracciones más grandes es la iglesia misma. La iglesia se compone de
comités, organizaciones, banquetes y diversiones, y proyectos de fomento hasta el punto
que ni aún trata de la Palabra de Dios en muchas iglesias hoy día. Hay iglesias que han
eliminado de un todo el servicio de predicación. En su lugar ofrecen una hora en que las
personas se expresan, y se dicen lo que opinan. No considero ninguna cosa ser más
infantil, ni más pérdida de tiempo que aquello. Yo lo creo ser más bien una buena excusa
de un predicador perezoso, el cual no leerá ni estudiará la Biblia, y así evita su deber de
predicar. Veo que hay tantos miembros de iglesias que son desconocedores de la Biblia.
Simplemente no conocen la Palabra de Dios. Hace años que la enseñan en la iglesia co-
rriente. Nos falta leer la Biblia, y hay que profundizarla de veras. No es suficiente leer sólo
unos versículos favoritos. Hay que leer toda la Palabra de Dios. Ese es el único método
de conocerla, mis amigos, y es el método de Dios.
Luego, la tercera guía es...

3.            ESTUDIE LA BIBLIA


Hace años alguien se acercó al Doctor Morgan y le dijo, “Usted habla como si fuera
inspirado.” El Doctor Morgan le respondió, “La inspiración está compuesta de 95 por
ciento de sudor”. Hay que estudiar la Biblia. Debemos darnos cuenta de que el Espíritu de
Dios no nos enseñará algo que bien podemos aprender por estudiarla. Yo solía enseñar la
Biblia en un instituto bíblico y las clases se integraban de toda clase de jóvenes. Entre
ellos había unos individuos muy piadosos y yo llegaba a comprender a estos jóvenes con
el pasar del tiempo. Confieso que al principio yo no los comprendía nada. Encontré que su
fachada piadosa tapaba un vacío y una ignorancia grande en cuanto a la Palabra de Dios.
Algunos de ellos no estudiarían la noche antes de un examen. Siempre se justificarían en
que estaban ocupados en un culto de oración, o en otro tipo de servicio. Yo tenía el
presentimiento de que algunos creyeran que podrían dejar puesta la Biblia debajo de la
almohada de noche, y que al dormirse les iba a surgir por el mismo edredón los nombres
de los reyes de Israel y de Judá. Créanme, que no se filtrarán por el edredón. Tenemos
que consagrarnos y estudiar la Palabra de Dios. Cuando yo estudiaba en la universidad,
un compañero de una clase bíblica decía, “Doctor, nos ha asignado una porción que es
muy seca”. Sin perder un paso, el profesor le dijo, “Pues, mójela con un poquito del sudor
de su rostro.” La Biblia debe ser estudiada y es muy importante que veamos esto. No creo
que El les esté revelando verdades a personas perezosas. Después de todo, ustedes
nunca aprenderán los logaritmos, ni la geometría, ni el griego por sólo leer un capítulo
sobre la materia antes de acostarse de noche.
Ahora, puedan quedar escandalizados cuando digo que no recomiendo la lectura
devocional de la Biblia. Por un período de años he aprendido que muchísimas personas
celebran fielmente lo que llaman la lectura devocional pero quedan desconocedores de la
Biblia. Me hospedé con una familia por unos ocho días cuando estaba predicando en un
pueblo de Tennessee. Celebramos la hora devocional todas las mañanas en el desayuno.
Lastimosamente, el desayuno siempre se servía algo tarde, y Susita y Memo tenían prisa
en salir para la escuela. Estoy seguro de que ellos ni aún supieron lo que se leía. El padre
quería salir al trabajo, y por lo general leía una pequeña porción, y luego decía, “Pues,
como no nos queda mucho tiempo, leeré esta porción que nos es conocida.” Y créanme,
que a la verdad el tiempo fue corto. Al terminar la lectura, los dos niñitos salieron de la
mesa como si hubieran sido tirados de una escopeta, y el padre salió casi tan rápido
como ellos salieron. La madre quedó con la losa y yo me preguntaba si de veras ella oyó
lo que se leyó, o no. Resolví allí mismo que en el hogar mío nunca celebraríamos la
lectura devocional así. He tratado siempre de animar a los miembros de la familia mía que
lean la Biblia por su propia cuenta. Aquella es la lectura que es provechosa.
Alguien dirá que tiene su lectura devocional de noche después de que se termina
el día. Pero, ¿no es que la lee precisamente antes de acostarse, cuando ya se ha metido
en la cama, y los ojos están para cerrarse, y luego vuelve a una porción de la Escritura y
la lee? Mi amigo, no le es posible aprender la matemática así, ni la literatura, ni la Biblia.
Hay que estudiar la Palabra de Dios. Creo que ha de leerla cuando puedan dedicarle
tiempo. Si no encuentran tiempo, deben apartar unos 30 minutos, o una hora para ello. Si
es que ustedes hacen las cosas casualmente como yo las hago, luego encontrarán que
un día leerán unos 30 minutos, al próximo día leerán unos 5 minutos, y al otro día unas 2,
o 3 horas. No dicto una lista larga de reglas particulares, pero sí creo que cada persona
debe leer la Biblia por su propia cuenta. Creo que es importante animar a los niños que
lean la Biblia. Hay personas que creen que deben de celebrar las lecturas devocionales
juntas. Bien. Si es el método que Dios les guía leerla, léanla así. Pero, bien puedo
garantizarles que no serán estudiantes inteligentes de la Biblia aún después de pasar 20
años leyéndola del método devocional. La Biblia es de ser estudiada inteligentemente.
Se ha dicho de Juan Wesley que era un hombre de un sólo libro. ¿Qué es lo que le
hacía un hombre de un sólo libro? Pues, se levantaba todas las mañanas a las cuatro y a
las cinco para leer la Biblia. Me dicen que leía la Biblia en 5 idiomas varios. Créanme que
él sí estudiaba la Palabra de Dios. A ustedes y a mí nos hacen falta estudiar la Palabra.
Nos falta sacar de ella su significación.

Esto me conduce a la cuarta guía:


 
4.            MEDITE EN LA BIBLIA
La meditación es algo que Dios enseñaba a Su pueblo. La Palabra de Dios había
de estar delante de los hijos de Israel todo el tiempo para que meditaran en ella. Y estas
palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y
hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te
levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus
ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Deuteronomio 6:6-9).
Esta es una declaración admirable la que el Señor nos ha dado. Les dijo que
escribieran la Palabra de Dios en todas partes para que quedara grabada en sus
corazones y vidas. En otras palabras, a dondequiera que vieran les era como mirar las
vallas anunciadoras. No se puede pasear por nuestras calles y carreteras sin ver las
vallas anunciadoras que hacen publicidad de las bebidas alcohólicas y los cigarrillos.
Ahora se puede comprender por qué las personas hoy en día toman tanto licor, y porqué
fuman cigarrillos. Es porque queda delante de su vista todo el tiempo. El Señor conoció la
naturaleza humana. Nos conoce, y le mandó a Su pueblo poner la Palabra donde la
verían. Estaba en sus postes, en sus puertas, la llevaron en los vestidos, y eran de hablar
de ella cuando caminaban, cuando se sentaban, y cuando se acostaban. Dios exigió que
Su pueblo meditara en la Palabra.
Ahora, ¿qué significa en verdad meditar en la Palabra de Dios? Hay una
declaración muy interesante en el primer Salmo: Bienaventurado el varón que no anduvo
en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se
ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de
noche. (Salmo 1:1, 2).
El meditar es reflexionar, recordar, y considerar una y otra vez. La vaca reflexiona
cuando rumia. Ustedes saben que la vaca sale de mañana y apacienta en las horas
cuando el pasto está refrescado. Luego, a la salida del sol, y cuando hace calor, la vaca
se echa bajo un árbol, o sea para allí mismo en la sombra. La ve rumiando y se pregunta
qué es lo que mastica la vaca. Ella quedará rumiando por una hora, o dos. Bueno, ella
está meditando, mi amigo. Se dice que una vaca tiene varios estómagos. Por la mañana
ella come el pasto algo de prisa, y lo acumula en uno de los estómagos. Luego, en la
tarde cuando hace calor, medita en ello. Lo cambia de un estómago al otro, y en el
proceso lo rumia bien de nuevo. Permítanme decirles que eso es lo que necesitamos
aprender a hacer respecto a la Palabra de Dios. Hay que tomar lo que hemos leído y
estudiado, y luego meditar en ella.
Al preparar yo un mensaje, muchas veces tomo un versículo de la Escritura y paso
horas leyéndolo una y otras veces, y comprobando lo que otros han dicho tocante a ello, y
simplemente lo vuelvo a leer. En fin, encuentro que una verdad nueva brotará de aquel
pasaje. Oí decir al Doctor Harry Ironside que había escuchado un discurso sobre el
Cantar de los Cantares, el cual lo dejó descontento. Dijo que leía el Cantar de los
Cantares repetidas veces. En efecto, se arrodillaba rogándole al Señor que le diera un
entendimiento de ello pues, no lo entendía. Lo leía una y otras veces por unas semanas y
meses, y por fin, una nueva luz le salió de aquel libro. Ahora, cuando yo enseño el Cantar
de los Cantares, por lo general doy la interpretación de él por dos razones: satisface la
mente y el corazón mío más que cualquiera interpretación que haya oído yo, y también sé
que el hombre que dio esa interpretación pasaba mucho tiempo en la meditación del libro.
Hay los que nos escriben diciendo que la esposa escucha nuestro estudio bíblico
por radio en el hogar, y que el esposo lo escucha en el trabajo. En la hora de la cena los
dos discuten lo que se enseñaba de la Biblia ese día. Esa es la meditación. Es repasarla
repetidas veces.
¿Cuántos de ustedes, después de tener la lectura devocional, meditan en la misma
porción durante el día? La mayoría la leen y luego se la olvidan. Pasan unos 30 minutos, y
ellos ni recuerdan lo que se leía en el desayuno. O, si la leen de noche, se acuestan en la
cama lo más rápido que les sea posible, apagan la luz, y se duermen olvidándosele por
completo. La meditación llega siendo un arte casi perdido en nuestra sociedad contem-
poránea. Francamente, la televisión en muchos hogares elimina la posibilidad de meditar,
y está cambiando la vida espiritual de muchas familias. Una de las razones por la cual
nuestras iglesias tienen una frialdad y una indiferencia en cuanto a la Palabra de Dios es
simplemente debido a la falta de meditación en la Palabra de Dios.
Ustedes recordarán que aquel eunuco etíope que leía en Isaías mientras que iba
por el camino. Realmente estaba estudiando Isaías porque había llegado a una porción
que no entendía, y tuvo dificultad con ella. Como no sabía lo que significaba, la volvió a
leer muchas veces. Aquí está un hombre, pues, el cual está leyendo y estudiando, y el
Espíritu de Dios le abrirá la Palabra de Dios. Por eso, el Espíritu guió a Felipe al etíope
para explicarla el capítulo. Le abrió un mundo nuevo y llegó a conocer a Cristo. La
narración dice que siguió gozoso. ¿Qué era lo que le hizo regocijar? Estaba meditando,
mis amigos. Reflexionaba sobre el capítulo 53 de Isaías. ¿Jamás han meditado ustedes
en aquel Cordero que fue llevado como oveja al matadero? ¿Quién era? Bajó a la tierra y
se identificó con nosotros, los cuales nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó
por su camino. Y Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. ¿Con cuánta
frecuencia meditan sobre estas cosas? Bueno, el etíope sí meditaba. Siempre ha sido una
cuestión de especulación en cuanto a lo que hizo el etíope después de confiar en Cristo.
La tradición dice que regresó a su tierra y fundó la iglesia cóptica de Etiopía. Eso bien
pueda ser, pero no sabemos si es verdad, o no. Lo interesante es que siguió gozoso, y
eso nos hace saber que estaba meditando en la Palabra de Dios.
 
5.            LEA LO QUE OTROS HAN ESCRITO ACERCA DE LA BIBLIA
Reconozco que esta gula pueda ser algo peligrosa porque tantas personas
dependen simplemente de lo que han dicho otros acerca de la Biblia. Hay tantos libros
que han salido hoy en día, los cuales dan mala enseñanza tocante a la Palabra de Dios.
Hay que comprobar todo lo que se escribe por medio de la Biblia misma.
Sin embargo, es importante leer un buen comentario sobre cada libro de la Biblia.
Se fijarán en que todos los bosquejos que les enviamos contienen una lista de ciertos
libros que se recomienda para el estudio de cada libro de la Biblia. Hay muchos
comentarios que han salido en castellano y el librero en la librería evangélica les ayudará
a escoger los comentarios que les servirán de mucha ayuda. En realidad ustedes
adquieren así la dulzura y estudio refinado de los siglos cuando leen los libros escritos por
hombres que han sido guiados por el Espíritu de Dios. Debemos a provecharnos de estos.
Hablen también con el librero en cuanto a las concordancias y los diccionarios
bíblicos que hay para su estudio bíblico.
Ahora, todo maestro y predicador del Evangelio tiene una colección de libros que
estudia y que son de mucha importancia. Alguien preguntará, ¿debo repetir palabra por
palabra el texto que otro ha escrito? No, eso nunca se debe hacer a menos que nombre la
obra que se copia. Pero, sí tiene el derecho de usar lo que otros han escrito. Me han
dicho que unos de los mensajes míos son predicados por otros, y a veces no reconocen
al autor de ninguna manera. En cuanto a mí, no me importa pero sí revela el carácter del
individuo que hace uso de una materia ajena citándola palabra por palabra, y no la
reconoce. Un profesor en el seminario resolvió este problema de la manera siguiente.
Cuando le pregunté si debiera citar a otros escritores, o no, le decía, “Usted debe pacer
en los pastos de todos, pero debe dar su propia leche.” Y eso quiere decir que han de leer
lo que otros han escrito, pero es esencial que lo mediten bien para expresarlo del modo
suyo. Sí, tienen el derecho de hacer eso. Lo importante es que debemos aprovecharnos
del estudio de otros hombres sobre la Palabra de Dios.
 
6.            OBEDEZCA LA BIBLIA
Para el entendimiento y el estudio de las Escrituras, la obediencia es esencial.
Abran es un ejemplo de esto. Dios se le apareció cuando le llamó a salir de Ur de los
caldeos, y de nuevo cuando estaba en la tierra prometida. Mas Abran huyó a Egipto
cuando hubo hambre, y durante este tiempo Dios no tenía ninguna palabra para él. No fue
hasta después de que Abran regresó a la tierra prometida que Dios se le apareció de
nuevo. ¿Por qué? Por falta de la obediencia. Hasta que Abran obedeciera lo que Dios ya
le había revelado, Dios no estaba dispuesto o revelarle una nueva verdad. Y así sucede
con nosotros. Cuando obedecemos, Dios nos revela verdades nuevas.
Aún el Evangelio, el cual es dado para salvar nuestras almas, es dado para que lo
obedezcamos. El documento más grande que ha sido escrito sobre el Evangelio es la
epístola a los Romanos. Creo que encierra entre comillas el tema de la obediencia.
Comienza con la obediencia en romanos 1:5: Y por quien recibimos la gracia y el
apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre.
Y al final de la epístola, Pablo vuelve a la obediencia en su capítulo 16, y el
versículo 26: Pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas,
según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que
obedezcan a la fe.
“Para que obedezcan a la fe” son las últimas palabras de Pablo en esta epístola.
¿Qué queda entre las comillas de la obediencia? Pues, nos presenta el documento más
grande sobre lo que es el Evangelio, la gran sección doctrinal y la gran sección práctica.
Verán que la última parte tiene que ver con deberes, lo que hemos de hacer. Pablo puso
este asunto de la obediencia como unas comillas al Evangelio.
“Para que obedezcan a la fe”. Esto es donde se desviaron Adán y Eva. Ella no sólo
escuchaba a Satanás, el enemigo de Dios, sino también desobedeció a Dios.
Obedecer a Dios es muy importante y debemos reconocer que Dios no continuará
revelándonos verdades si llegamos a ser desobedientes. Debemos obedecer la Biblia si
es que pensamos sacar provecho de la lectura de ella.
La obediencia también es importante porque hay personas que juzgan la
cristiandad por la vida suya, y la mía, y nos miran hoy en día. Cowan bien ha dicho, “La
mejor manera de defender el Evangelio es por vivir una vida digna del Evangelio.” Aquella
es la manera de probar que es la Palabra de Dios.
Cuatro predicadores discutían los méritos de las varias traducciones de la Biblia. A
uno le gustó mejor una versión porque tenía el lenguaje simple y bello. A otro le gustó aún
otra porque era literal y dijo que llegó más próxima al texto hebreo y al griego. A otro le
gustó una traducción moderna por su vocabulario corriente. El cuarto predicador quedó
callado. Cuando le pidieron que expresara su opinión, contestó, “Me gusta mejor la
versión de mi madre. La traducía a la vida, y era la versión más convincente que jamás he
visto”.
Recordarán que Pablo escribió a los corintios: Nuestras cartas sois vosotros, escritas en
nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois
carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios
vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. (II a Corintios 3:2, 3).
¡Cuán importante es obedecer la Palabra de Dios, obedecer la Biblia! Yo creo que
hoy día los que son miembros de iglesias perjudican más la cristiandad que cualquier otro
grupo. Esa es una de las razones hoy por la cual vemos toda esta rebelión fuera de la
iglesia. Rebelión contra el establecimiento es rebelión contra la iglesia porque ella es el
establecimiento. En un cartel que se llevaba durante una marcha de protesta se escribían
cuatro palabras: “Iglesia —No; Jesús —Sí”. Francamente, no hay duda de que las vidas
que llevan muchos cristianos causan que se aparten muchos de la iglesia hoy en día.
Había un abogado en Inglaterra hace años a quien le preguntaban por qué no llegó a ser
cristiano. Les respondió así, “Yo también podría haberme llegado a ser cristiano si no
hubiera conocido a tantos que profesaban ser cristianos”. ¡Que lástima! Hemos de
examinar nuestras vidas respecto a esto. ¡Cuán importante es obedecer la Palabra de
Dios!
 
7.            PARTICIPELA A OTROS
No sólo lean la Biblia; no sólo mediten en ella; no sólo lean lo que otros han escrito
acerca de ella, sino también particípenla a otros. Eso es lo que debemos hacer. Creo que
llegarán a un punto de saturación en el estudio de la Palabra a menos que la participen a
otros. Dios, por alguna razón, no les dejará retirarse de los hombres y llegar a ser un tipo
de enciclopedia bíblica ambulante, sabiéndola toda mientras los demás quedamos
ignorantes. Es por esa razón que declaró: No dejando de reunirnos, como algunos tienen
por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
(Hebreos 10:25).
Dios nos ha mandado a ser testigos. Dijo, “Y me seréis testigos.” No dijo que
hayamos de ser eruditos, ni enciclopedias ambulantes, ni libros de memoria. Hemos sido
llamados a ser testigos hoy en día, y por lo tanto debemos de participar la Palabra a otros.
Aprendí esta lección cuando estaba en el seminario. Servía de pastor en una
iglesia pequeña igual como también servían cinco de mis compañeros. Descubrimos al
graduarnos que nos habíamos adelantado un año, por lo menos, a los otros miembros de
la clase. ¿Por qué? ¿Éramos más inteligentes que los otros? No. Era porque habíamos
participado lo que aprendíamos a otros. Dios hacía afluirnos mucho más que lo haría de
otro modo.
Mi amigo, particípela.
Estas, luego, son las siete guías básicas que debemos seguir al tomar en las
manos la Palabra de Dios:
1.            Empiece con oración,
2.            Lea la Biblia,
3.            Estudie la Biblia,
4.            Medite en la Biblia,
5.            Lea lo que otros han escrito acerca de la Biblia,
6.            Obedezca la Biblia,
7.            Particípela a otros.

La Hermenéutica

Por M.S. Terry

INTRODUCCION

La Hermenéutica es la ciencia de la interpretación. Dicho nombre se aplica,


generalmente, a la explicación de documentos escritos y, por este motivo, puede definirse
más particularmente a la Hermenéutica como la ciencia de interpretación del lenguaje de
los autores.

Esta ciencia da por sentado el hecho de que existen diversas modalidades de


pensamiento, así como ambigüedades de expresión; y tiene por oficio hacer desaparecer
las probables diferencias que puedan existir entre un escritor y sus lectores, de modo que
éstos puedan comprender con exactitud a aquél.

La Hermenéutica Bíblica, o Sagrada, es la ciencia de interpretación del Antiguo y


Nuevo Testamentos. Siendo que estos dos documentos difieren en forma, lenguaje y
condiciones históricas, muchos escritores han considerado preferible tratar por separado
la Hermenéutica de cada uno de ellos.

Y siendo el Nuevo Testamento la revelación más plena, así como la más


moderna, su interpretación ha recibido mayor y más frecuente atención. Pero es asunto
discutible si ese tratamiento separado de los dos testamentos es lo mejor. Es asunto de la
mayor importancia el observar que, desde el punto de vista cristiano, el Antiguo
Testamento no puede ser plenamente comprendido sin la ayuda del Nuevo.

El misterio del Cristo, cosa que en otras generaciones no se hizo conocer a los
hombres, fue revelado a los apóstoles y profetas del N. Testamento (Efes. 3: 5) y esa
revelación arroja inmensa claridad sobre muchos pasajes de las Escrituras Hebreas. Por
otra parte, es igualmente cierto que sin un conocimiento perfecto de las Antiguas
Escrituras es imposible tener una interpretación científica del Nuevo Testamento. El
lenguaje mismo del Nuevo Testamento, aunque pertenece a otra familia de lenguas
humanas, es notablemente hebreo.

El estilo, la dicción y el espíritu de muchas partes del Testamento Griego, no


pueden apreciarse debidamente por quienes no estén relacionados con el estilo y espíritu
de los profetas hebreos. También tenemos el hecho de que abundan en el A. T. los
testimonios a Cristo (Luc 24: 2744; Juan 5: 39; Actos 10: 43) la ilustración y el cumpli-
miento de los cuales sólo pueden verse a la luz de la Revelación Cristiana. En fin, la
Biblia, en su conjunto, es una unidad de hechura divina y existe el peligro de que al
estudiar una parte de ella descuidando, relativamente, otra parte, caigamos en métodos
equivocados de exposición. Las Santas Escrituras deben estudiarse como un conjunto,
porque sus diversas partes nos fueron dadas de muchas maneras (Heb. 1: 1) y, tomadas
en conjunto, constituyen un volumen que, en una forma notable, se interpreta a sí mismo.

La Hermenéutica tiende a establecer los principios, métodos y reglas que son


necesarios para revelar el sentido de lo qué está escrito. Su objeto es dilucidar todo lo que
haya de oscuro o mal definido, de manera que, mediante un proceso inteligente, todo
lector pueda darse cuenta de la idea exacta del autor.

La necesidad de una ciencia de interpretación es cosa que se impone en vista de


las diversidades mentales y espirituales de los hombres. Aun el trato personal entre
individuos de una misma nación e idioma a veces se hace difícil y embarazoso a causa de
los diferentes estilos de pensamiento y de expresión. El mismo apóstol Pedro halló en las
epístolas de Pablo cosas difíciles de entender (2 Pedro 3: 16). Pero especialmente
grandes y variadas son las dificultades para entender los escritos de los que difieren de
nosotros en nacionalidad y en lengua. Aun los eruditos se hallan divididos en sus
tentativas por descifrar e interpretar los registros del pasado. Únicamente a medida que
los exegetas vayan adoptando principios y métodos comunes de procedimiento, la
interpretación de la Biblia alcanzará la dignidad y seguridad de una ciencia establecida;
pues si alguna vez el ministerio divinamente asignado de la reconciliación, ha de realzar el
perfeccionamiento de los santos y la edificación del cuerpo de Cristo, de manera de traer
a todos a la obtención de la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Efes. 4:
12-13) ello debe hacerse por medio de una interpretación correcta y un empleo eficaz de
la Palabra de Dios. La interpretación y aplicación de esa Palabra debe descansar sobre
una ciencia sana y manifiesta de la Hermenéutica.

 CUALIDADES DEL INTÉRPRETE

En primer lugar, el intérprete de las Escrituras, y, en realidad, de cualquier libro


que sea, debe poseer una mente sana y bien equilibrada; ésta es condición
indispensable, pues la dificultad de comprensión, el raciocinio defectuoso y la
extravagancia de la imaginación, son cosas que pervierten el raciocinio y conducen a
ideas vanas y necias. Todos esos defectos, y aun cualquiera de ellos, inutilizan al que los
sufre para ser intérprete de la Palabra de Dios. Un requisito especial del intérprete es la
rapidez de percepción. Debe gozar del poder de asir el pensamiento de su autor y notar,
de una mirada, toda su fuerza y significado. A esa rapidez de percepción debe ir unida
una amplitud de vistas y claridad de entendimiento prontos a coger no sólo el intento de
las palabras y frases sino también el designio del argumento. Por ejemplo: al tratar de
explicar la Epístola a los Gálatas, una percepción rápida notara el tono apologético de los
dos primeros capítulos, la vehemente audacia de Pablo al afirmar la autoridad divina de
su apostolado y las importantes consecuencias de sus pretensiones. Notará, también, con
cuánta fuerza los incidentes personales a que se hace referencia en la vida y ministerio de
Pablo entran en su argumento. Se apreciará vivamente la apasionada apelación a los
"¡gálatas necios!", al principio del capítulo tercero y la transición natural, desde ese punto
a la doctrina de la Justificación. La variedad de argumento y de ilustración en los capítulos
tercero y cuarto, y la aplicación exhortatoria y los consejos prácticos de los dos últimos
capítulos también saltarán a la vista; y entonces, la unidad, el intento, y la derechura de
toda la epístola estarán retratados ante el ojo de la mente como un todo perfecto, el que
se irá apreciando más y más, a medida que se añada atención y estudio a los detalles y
minucias.

El intérprete debe ser capaz de percibir rápidamente lo que un pasaje no enseña,


así como de abarcar su verdadera tendencia.

Un intelecto vigoroso no estará desprovisto de poder imaginativo. En las


descripciones narrativas se deja lugar para mucho que no se dice, y abundan hermosos
pasajes en las Escrituras que no pueden ser debidamente apreciados por personas
carentes de poder imaginativo. El intérprete fiel frecuentemente debe transportarse al
pasado y pintar para su propia alma las escenas de los tiempos antiguos. Debe poseer
una intuición de la naturaleza y de la vida humana que le permita colocarse en lugar de
los escritores bíblicos y ver y sentir como ellos. Pero, a veces, ha acontecido que los
hombres dotados de mucha imaginación han sido expositores poco seguros. Una fantasía
exuberante se halla expuesta a errar en el juicio, introduciendo conjeturas y fantasías en
lugar de exégesis válida. La imaginación corregida y bien disciplinada se asocia al poder
de la concepción y del pensamiento abstracto, hallándose así en aptitud de formar, si se
le piden, hipótesis para usarlas en ilustraciones o en argumentos.

Pero, sobre toda otra cosa, un intérprete de las Escrituras necesita un criterio sano
y sobrio. Su mente debe tener la competencia necesaria para analizar, examinar y
comparar. No debe dejarse influir por significados ocultos, por procesos espiritualizantes
ni por plausibles conjeturas. Antes de pronunciarse, debe pesar todos los pros y los
contras de alguna posible interpretación; debe considerar si sus principios son sostenibles
y consecuentes consigo mismos; debe balancear las probabilidades y llegar a
conclusiones con las mayores precauciones posibles. Es dable entrenar y robustecer un
criterio semejante, un discernimiento lleno de fina observación, y no debe economizarse
trabajo en constituirlo en un hábito de la mente, tan seguro como digno de confianza.

Los frutos de semejante discernimiento serán la corrección y la delicadeza. El


intérprete del libro sagrado hallará la necesidad de estas cualidades para descubrir las
múltiples bellezas y excelencias esparcidas en rica profusión por sus páginas. Pero tanto
su gusto como su criterio deben recibir la instrucción necesaria para discernir entre los
ideales verdaderos y los falsos. La honestidad a toda costa, así como la sencillez de la
gente del mundo antiguo, hieren muchos tontos refinamientos de la gente moderna. Una
sensibilidad exagerada halla, a veces, motivos para ruborizarse por algunas expresiones
que en las Escrituras aparecen sin la más mínima idea de impureza. En tales casos, el
gusto correcto leerá de acuerdo con el verdadero espíritu del escritor y de su época.

En la interpretación de la Biblia, en todas partes hallamos que se da por sentado


que ha de hacerse uso de la razón. La Biblia viene a nosotros en la forma del lenguaje
humano, apela a nuestra razón y juicio; invita a la investigación y condena una
incredulidad ciega. Debe ser interpretada como cualquier otro volumen, mediante una
rígida aplicación de las mismas leyes del lenguaje y el mismo análisis gramatical. Aun en
aquellos pasajes de los que puede decirse que se hallan fuera de los límites a que
alcanza la razón, en el reino de la revelación sobrenatural, compete al criterio racional el
decir si realmente la revelación de que se trata es sobrenatural. En asuntos que están
más allá del alcance de su visión, puede la razón, con argumentos válidos, explicar su
propia incompetencia y por la analogía y diversas sugestiones demostrar que hay muchas
cosas que están fuera de su dominio, las que, a pesar de ello, son verdaderas y
enteramente justas, y deben aceptarse sin disputas. De esta manera la razón misma
puede ser eficaz para robustecer la fe en lo invisible y eterno.

Pero es conveniente que el expositor de la Palabra de Dios cuide de que todos sus
principios y sus procedimientos de raciocinio sean sanos y tengan consistencia propia. No
debe colocarse sobre premisas falsas. Debe abstenerse de dilemas que acarrean
confusión. Sobre todo, debe evitar el precipitarse a establecer conclusiones faltas del
debido apoyo. No debe jamás dar por sentado lo que sea de carácter dudoso o esté en
tela de juicio. Todas esas falacias lógicas deben, necesariamente, viciar sus exposiciones
y constituirle en un guía peligroso. El empleo correcto de la razón en la exposición bíblica
se hace visible en el proceder cauteloso, en los principios sólidos adoptados, en la
argumentación firme y concluyente, en la sobriedad del ingenio desplegado y en la
integridad honesta y llena de consistencia propia mantenida en todas partes. Semejante
ejercicio de la razón siempre se hará recomendable a la conciencia piadosa y al corazón
puro.

En adición a las cualidades que hemos mencionado, el intérprete debiera ser "apto
para enseñar" (2 Tim. 2: 24). No sólo debe ser capaz de entender las Escrituras sino
también de exponer a otros, en forma vívida y clara, lo que él entiende. Sin esta aptitud,
todas sus otras dotes y cualidades de poco o nada le servirán. Por consiguiente, el
intérprete debe cultivar un estilo claro y sencillo, esforzándose en el estudio necesario
para extraer la verdad y la fuerza de los oráculos inspirados de manera que los demás los
entiendan fácilmente.

Cualidades Espirituales

Ante todo, el intérprete necesita una disposición para buscar y conocer la verdad. Nadie
puede emprender correctamente el estudio y exposición de lo que pretende ser la
revelación de Dios, estando su corazón influido por preocupaciones contra tal revelación o
sí, aun por instante, vacila en aceptar lo que su conciencia y su criterio reconocen como
bueno. El intérprete debe tener un deseo sincero de alcanzar el conocimiento de la verdad
y de aceptarla cordialmente una vez alcanzada. El amor de la verdad debiera ser ferviente
y ardiente, de modo que engendre en el alma entusiasmo por la Palabra de Dios. El
exegeta hábil y profundo es aquel cuyo espíritu Dios ha tocado y cuya alma está avivada
por las revelaciones del cielo. Ese fervor santificado debe ser disciplinado y controlado por
una verdadera reverencia. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría". (Proverbio.
1: 7). Tiene qué existir un estado devoto de la mente al mismo tiempo que el puro deseo
de conocer la verdad. Finalmente, el expositor de la Biblia necesita gozar de una
comunión viva con el Espíritu Santo. Por medio de una profunda experiencia del alma
debe alcanzar el conocimiento salvador que es en Cristo; y en proporción a la profundidad
y plenitud de tal experiencia, conocerá la vida y la paz de la "mente del Espíritu" (Rom. 8:
6) . De modo que quien quiera conocer y explicar a otros "los misterios del “Reino de los
cielos" (Mat. 13: 11) debe entrar en bendita comunión con el Santo. Nunca debe dejar de
orar (Efes. 1: 17-18) "que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria le dé
espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de él, alumbrados los ojos
de su corazón para que sepa cuál sea la esperanza de su vocación y cuáles las riquezas
de la gloria de su herencia en los santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su
poder para con nosotros, los que creemos".

 METODOS DE INTERPRETACION

La historia de la exposición bíblica, tal como se la descubre en las obras de los


grandes exegetas y críticos, nos muestra los diversos métodos que han prevalecido en
varios períodos. Indudablemente, al través de los siglos, el sentido común de los lectores
ha aceptado el significado obvio de las principales partes de la Biblia; pues, como lo hace
notar Stuart: "Desde el primer instante en que un ser humano se dirigió a otro, mediante el
uso del lenguaje, hasta la hora actual, las leyes esenciales de la interpretación fueron, y
han continuado siéndolo-, un asunto práctico. La persona a quien se hablaba, siempre ha
sido un intérprete en cada caso en que ha oído y entendido lo que se le decía. Por
consiguiente, toda la raza humana es, y siempre ha sido, intérprete. Esto es una ley de su
naturaleza racional, inteligente y comunicativa". La mayor parte de los métodos de
explicación erróneos y absurdos tienen su origen en falsas ideas acerca de la Biblia
misma. Por una parte hallamos una reverencia supersticiosa por la letra de la Escritura, lo
que induce a escudriñar en busca de tesoros de pensamiento escondidos en cada
palabra; por otra parte, los prejuicios y suposiciones hostiles a las Escrituras han
engendrado métodos de interpretación que pervierten, y a menudo contradicen, las
declaraciones más claras de las Escrituras. Las antiguas exposiciones judaicas del
Antiguo Testamento exhiben numerosos métodos absurdos de interpretación. Por
ejemplo, las letras de una palabra eran reducidas a su valor numérico; luego se buscaba
alguna otra palabra o declaración que contuviera las mismas letras en otro orden, u otras
letras que sumaran el mismo valor numérico y, halladas, se consideraban las dos
palabras como equivalentes en significado. El valor numérico de las letras que, en hebreo,
componen el nombre "Eliezer", es trescientos dieciocho, igual al número de los siervos de
Abraham (Gén. 14: 14) de lo cual se infería que el mayordomo de Abraham, Eliezer, era
tan poderoso solo como los otros trescientos. Y así, por medio de ingeniosas
manipulaciones, toda forma gramatical rara, todo caso de pleonasmo o de elipsis, o el
empleo de cualquier partícula aparentemente superflua, se la hacía contribuir algún
significado notable. Es fácil ver qué métodos tan caprichosos necesariamente tenían que
envolver la exposición de las Escrituras en la mayor confusión.

Y sin embargo, los eruditos rabinos que tales métodos empleaban buscaban por
estos medios demostrar las múltiples excelencias y sabiduría de sus libros sagrados. Así
que el estudio de las antiguas exégesis judías es de muy poco valor para dar con el
verdadero significado de las Escrituras. Los métodos de procedimiento son fantásticos y
arbitrarios y alientan el hábito pernicioso de escudriñar los oráculos de Dios con objetos
que sólo tiene en vista el satisfacer curiosidades insanas. Pero para ilustrar antiguas
opiniones judías, especialmente para la elucidación de ciertas doctrinas y costumbres y, a
veces, para la crítica del texto hebreo- los comentarios de los rabinos pueden ser de
mucha utilidad.

El método alegórico de interpretación obtuvo prominencia, desde temprano, entre


los judíos de Alejandría.

Generalmente se atribuye su origen a la mezcla de la filosofía griega con las


concepciones bíblicas acerca de Dios. Muchas de las teofanías y de los antropomorfismos
del Antiguo Testamento repugnaban a las mentes filosóficas; de allí el esfuerzo por
descubrir detrás de la forma exterior una sustancia interna de verdad. A menudo se
trataron las narraciones bíblicas como los mitos griegos, explicándolas, ora como una
incorporación histórica, ora como una incorporación enigmática de las lecciones morales y
religiosas. El representante más distinguido de la interpretación alegórica judía, fue Filón,
de Alejandría, y un mal ejemplo de sus alegorizaciones se halla en las siguientes
observaciones acerca de los ríos del Edén (Gen 2:10-14). Dice Filón:

Con estas palabras Moisés se propone bosquejar las actitudes particulares. Y


también ellas son cuatro en número: prudencia, templanza, valor y justicia. Ahora bien, el
río mayor, del cual fluyen los cuatro ramales, es la virtud genérica, a la que ya hemos
llamado bondad; y los cuatro ramales son el mismo número de virtudes. La virtud
genérica, por consiguiente, deriva su principio del Edén, que es la sabiduría de Dios, la
que se regocija y alegra y triunfa, deleitándose y honrándose en una sola cosa, su Padre,
Dios. Y las cuatro virtudes particulares son ramas de la virtud genérica, la cual, como un
río, baña todas las buenas acciones de cada una, con una abundante corriente de
beneficios".

Alegorías análogas abundan en los primitivos padres cristianos. Así vemos que
Clemente de Alejandría, comentando sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo, el
halcón, el águila y el cuervo, hace la siguiente observación: "El cerdo es el emblema de la
codicia voluptuosa y sucia, de alimento... El águila indica latrocinio, el halcón injusticia y el
cuervo voracidad". Acerca de Éxodo 15: 1, "Jehová se ha magnificado... echando en la
mar al caballo y su jinete". Clemente observa: "Al efecto brutal y con muchos miembros, la
codicia, con el jinete montado, que da las riendas a los placeres, lo lanza al mar,
arrojándolos a los desórdenes del mundo". Así también Platón, en su libro acerca del alma
(Timaeus), dice que "el cochero y el caballo que dispararon (la parte irracional, que se
divide en dos, en cólera y en concupiscencia) caen; de modo que el mito da a entender
que fue por medio de la lascivia de los corceles que Phaethon fue arrojada".-

El método alegórico de interpretación se basa en una profunda reverencia por las


Escrituras y un deseo de exhibir sus múltiples profundidades de sabiduría. Pero se notará
inmediatamente que su costumbre es desatender el significado común de las palabras y
dar alas a toda clase de ideas fantásticas. No extrae el significado legítimo del lenguaje
del autor sino que introduce en él todo lo que al capricho o fantasía del intérprete se le
ocurre. Como sistema, pues, se coloca fuera de todos los principios y leyes bien definidos.

En bastante estrecha alianza con la Interpretación Alegórica hallamos a la Mística,


según la cual deben buscarse múltiples profundidades y matices de significado en cada
palabra de la Biblia. Por lo tanto los intérpretes alegóricos, muy naturalmente, caen en
muchas cosas que deben clasificarse con las teorías místicas. Clemente de Alejandría
sostenía que las leyes de Moisés contienen un cuádruplo significado, el natural, el místico,
el moral y el profético. Orígenes sostenía que como la naturaleza humana consiste en
cuerpo, alma y espíritu, así también las Escrituras tienen un correspondiente triple
sentido: el corporal o literal, el psíquico o moral y el espíritu, al que él, más tarde distingue
como alegórico, tropológico y anagógico. En la primera parte del siglo IX, el erudito
Rhabanus Maurus recomendaba cuatro métodos de exposición, el histórico, el alegórico,
el anagógico y el tropológico. Observa él:

"Por medio de éstos, la madre Sabiduría alimenta los hijos de su adopción. A los
jóvenes y los de tierna edad concede bebida, en la leche de la historia; a los que se han
aprovechado de la fe, alimento en el pan de la alegoría; a los buenos, a los que luchan
esforzándose en buenas obras, les da una porción que satisface en el rico nutrimento de
la tropología. A aquellos, en fin, que se han elevado sobre el nivel común de la
humanidad, por medio de un menosprecio de las cosas terrenas y han avanzado a lo más
elevado por medio de deseas celestiales, les da la sobria embriaguez de la contemplación
teórica en el vino de la anagogía... La Historia, que narra ejemplos de hombres perfectos,
excita al lector a imitar la santidad de ellos; la alegoría lo excita a conocer la verdad en la
revelación de la fe; la tropología lo alienta al amor a la virtud por el mejoramiento de la
moral; y la anagogía promueve los deseos de felicidad eterna por la revelación de goces
eternos... Puesto que parece que mediante estos cuatro modos de entendimiento las
Escrituras descubren todas las cosas secretas que hay en ellas, debiéramos considera
cuándo deben ser entendidas según uno de esos modos; según los cuatro juntos".

Entre los intérpretes místicos podemos colocar también al famoso Emmanuel


Swedenborg, quien sostenía la existencia de un triple sentido de las Escrituras, de
acuerdo con lo que él titulaba "la Ciencia de las Correspondencias". Así como hay tres
cielos, el bajo, el medio y el superior, así hay tres sentidos en la Palabra: el natural o
literal, el espiritual y el celestial. Dice él:

"La Palabra en su letra, es como una alhajera, donde vemos, en orden, piedras
preciosas, perlas y diademas; y cuando un hombre aprecia la Palabra santa y la lee para
provecho de su vida, los pensamientos de su mente son, comparativamente, como quien
tiene en sus manos semejante mueble y lo envía hacia el cielo; y en su ascensión se abre
y las cosas preciosas que en él hay llegan a los ángeles, quienes se deleitan
profundamente al verlas y examinarlas. Este deleite de los ángeles se comunica al
hombre y forma consorcio y también una comunicación de percepciones".

Explica el mandamiento: "No matarás" (Ex. 20 13), primeramente en su sentido


natural, como prohibiendo el asesinato y también el acariciar pensamientos de odio y de
venganza; en segundo lugar, en sentido espiritual, como prohibiendo "portarse como
diablo y destruir el alma de un hombre"; y, en tercer lugar, en el sentido celestial los
ángeles entienden por matar, el aborrecer al Señor y la Palabra.

Algo semejante al místico es el modo de exposición Pietista, según el cual el


intérprete pretende ser guiado por "una luz interna", recibida como "una unción del Santo"
(1 Juan 2: 20) . Las reglas de la gramática y el significado y el uso común se abandonan,
sosteniéndose que la Luz interna del Espíritu es el Revelador permanente e infalible.
Algunos de los últimos pietistas de Alemania, así como los cuáqueros de Inglaterra y de
Norte América, se han dado, especialmente, a esta manera de manejar las Escrituras.
Naturalmente, debiera suponerse que esta santa luz interna nunca se contradiría ni
guiaría a sus seguidores a diversas exposiciones de un mismo texto, pero las
interpretaciones divergentes e irreconciliables prevalecientes entre los adherentes de este
sistema demuestran que la tal "luz interna" no merece confianza: Como los sistemas
alegórico y místico, de interpretación, el Pietismo admite la santidad de las Escrituras y
busca en ellas lecciones de vida eterna, pero en cuanto a principios y reglas de exégesis
es más ilegal e irracional. El alegorista profesa seguir ciertas analogías y
correspondencias pero el cuáquero pietista es ley para sí mismo, de modo que su propio
sentimiento o fantasía subjetivos es lo que pone fin a toda controversia. El se establece
como un nuevo oráculo, y en tanto que profesa seguir la palabra escrita de Dios,
establece su propio dicho como otra revelación. Es muy natural que semejante proceder
nunca se podrá recomendar al sentido común ni al juicio racional.

Un método de exposición que debe su origen al famoso J. S. Semler, padre de la


escuela destructiva del Racionalismo Alemán, es conocido con el nombre de Teoría del
Acomodamiento. Según ella, las enseñanzas bíblicas acerca de los milagros, el sacrificio
vicario y expiatorio, la resurrección, el juicio eterno y la existencia de ángeles y demonios,
deben considerarse como acomodamientos a las ideas supersticiosas, las
preocupaciones y la ignorancia de la época. De esta manera se hacía a un lado todo lo
sobrenatural. Semler se obstinó en la idea de que debemos distinguir entre religión y
teología y entre la piedad personal y la enseñanza pública de la Iglesia.   Rechazó la
doctrina de la inspiración divina de las Escrituras y sostuvo que como el Antiguo
Testamento fue escrito para los judíos, cuyas ideas religiosas eran estrechas y erradas,
no podemos aceptar sus enseñanzas como una regla general de fe. Sostenía él que el
Evangelio según Mateo fue preparado para judíos que estaban fuera de Palestina, así
como el de Juan fue escrito para cristianos saturados, en mayor o menor grado, de cultura
griega. Pablo, al principio, se adaptó a las modalidades judías de pensamiento con la
esperanza de atraer al Cristianismo a muchos de sus compatriotas; pero, fracasando en
su propósito, se volvió a los gentiles y alcanzó gran distinción al presentar el Cristianismo
como una religión para todos los hombres. Por consiguiente, los diferentes libros que
componen las Escrituras habían tenido por objeto, únicamente, servir a una necesidad del
momento y muchas de sus declaraciones pueden, sin mayores trámites, hacerse a un
lado como falsas.

La objeción fatal para este método de interpretación es que, necesariamente,


impugnan la veracidad y el honor de los escritores sagrados y aun el del mismo Hijo de
Dios, pues los representa a todos en connivencia para disimular tos errores y la
ignorancia del pueblo y para confirmarles a ellos y a todos los lectores de la Biblia en tales
ignorancias y error. Admitir semejante principio en nuestras exposiciones de la Biblia
significaría desprendernos de nuestras anclas y dejarnos llevar, mar afuera, por sobre las
revueltas aguas de la conjetura y la incertidumbre.

Aunque sea de paso, debemos mencionar lo que generalmente se llama la


Interpretación Moral, y que debe su origen al célebre filósofo Kant. La prominencia que da
a la razón pura y al idealismo mantenido en su sistema metafísico, conducen,
naturalmente, a la práctica de hacer inclinar las Escrituras a las exigencias preconcebidas
de la razón porque aunque toda la Escritura sea dada por inspiración de Dios, tiene por su
valor y propósito prácticos la mejora moral del hombre. De aquí que cuando del sentido
literal e histórico de un pasaje no pueda extraerse ninguna lección moral provechosa que
se recomiende a la razón práctica, estamos en libertad de hacerla a un lado y de dar a las
palabras un significado compatible con la religión de la razón. Se sostiene que tales
exposiciones no deben ser acusadas de faltas de sinceridad, por cuanto no debe
presentárselas como el significado estricto de los sagrados escritores sino, únicamente,
como un significado que ellos, probablemente, pudieron haber intentado dar. El único
valor real de las Escrituras es ilustrar y confirmar la religión de la razón.

Fácil es ver que semejante sistema de interpretación, que públicamente


desconoce el sentido gramatical e histórico de la Biblia, no puede tener reglas dignas de
confianza o consistentes. Al igual que los métodos místico y alegórico, deja todo librado a
la fe o a la fantasía del intérprete.

Tan expuestos a la objeción y a la crítica son todos esos métodos de


interpretación que no hay por qué sorprenderse si los vemos reemplazados por otros
extremos. De todas las teorías racionalistas, la Naturalista es la más violenta y radical.
Una aplicación rígida de esta teoría la hallamos en el Comentario del Nuevo Testamento,
por Paulus, en el que se sostiene que el crítico bíblico debiera siempre hacer distinción
entre lo que son hechos y lo que son meras opiniones. Acepta la verdad histórica de las
narraciones de los evangelios pero sostiene que la manera de explicarlas es asunto de
opinión. Rechaza toda agencia sobrenatural en los asuntos humanos y explica los
milagros de Jesús ora coma actos de bondad, ora como demostraciones de pericia
medica, o como ilustraciones de sagacidad y tacto personales, registrados en la narración
de una manera característica de la época y de las opiniones de los diversos escritores. El
caminar de Jesús sobre las aguas, era, simplemente, una caminata por la playa; el bote
estuvo todo el tiempo tan cerca de la orilla, que cuando Pedro saltó al agua, Jesús pudo
alcanzarle y salvarle desde la playa. La excitación fue tan grande y tan profunda la
impresión sobre los discípulos, que les pareció que Jesús, milagrosamente, había
caminado sobre las aguas e ido en su auxilio.

El milagro aparente de alimentar a cinco mil personas con cinco panes, se realizó,
sencillamente, por el ejemplo que Jesús ordenó a sus discípulos que dieran, de distribuir a
los que les rodeaban de las pocas provisiones que tenían. Este ejemplo fue pronto
seguido por otros grupas T se halló que había comida más que suficiente para todos.
Lázaro no murió realmente; sufrió un desmayo y se le creyó muerto. Jesús sospechó
estas cosas y, llegando a la tumba en el momento oportuno, halló confirmada su
suposición; y su sabiduría y poder, en este caso, hicieron una impresión profunda y
duradera.

Se vio inmediatamente que este estilo de exposición anulaba las leyes racionales
del lenguaje humano al mismo tiempo que minaba la credibilidad de toda la Historia. Por
otra parte exponía los libros sagrados a toda clase de sátiras. Sólo por muy corto tiempo
despertó algún interés.

El Método Naturalista de interpretación fue seguido por el Mítico. Su más


distinguido representante fue David Federico Strauss, cuya "Vida de Jesús", publicada
primeramente en 1835, creó profunda sensación en el mundo cristiana. La teoría mítica,
tal como Strauss la desarrolló y la aplicó rígidamente, era una aplicación lógica y
consistente que se hacía a la exposición bíblica dé la doctrina de Hegel (panteísta) de que
la idea de Dios y del absoluto no brota milagrosamente ni se revela en el individuo, sino
que se desarrolla en la conciencia de la humanidad. Según Strauss, la idea mesiánica se
desarrolló gradualmente en las expectativas y anhelos de la Nación Judía y en la época
en que Jesús apareció ella estaba alcanzando su completa madurez. El Cristo había de
surgir de la línea de David, nacer en Belén, ser un profeta semejante a Moisés y hablar
palabras de infalible sabiduría. Su época había de estar llena de señales y maravillas. Se
abrirían los ojos de los ciegos, se destaparían los oídos de los sordos y las lenguas de los
mudos cantarían. Entre estas esperanzas y expectativas apareció Jesús, un israelita de
notable belleza y fuerza de carácter, quien, por su excelencia y sabia conducta hizo una
poderosa impresión sobre sus amigos y allegados. Después de su fallecimiento. Sus
discípulos no sólo cedieron a la convicción de que debió resucitar de entre los muertos
sino que empezaron a asociarse con todos sus ideales mesiánicos. El argumento de ellos
era: "Tales y tales cosas deben haber pertenecido a Cristo: Jesús era el Cristo; por
consiguiente, tales y tales cosas le acontecieron". La visita de los sabios del Oriente fue
sugerida por la profecía de Balaán acerca de la "estrella de Jacob" (Núm. 24: 17). La
huída de la santa familia a Egipto fue sacada de la huida de Moisés a Madian y la
masacre de los niños de Bbelén, de la orden del faraón que ordenó destruir todos los
varoncitos que nacieran a los israelitas en Egipto. La alimentación milagrosa de los cinco
mil, con unos cuantos panes, fue un arreglo de la historia del maná tomada del antiguo
Testamento. La transfiguración en el Monte se tomó de los relatos acerca de Moisés y de
Elías en el Monte de Dios. En fin, Cristo no instituyó la Iglesia Cristiana ni envió su
Evangelio a los pueblos según lo relata el Nuevo Testamento; antes bien, el Cristo de los
evangelios fue la creación mítica de la Iglesia primitiva. Unos adoradores entusiastas
revistieron la memoria de aquel hombre, Jesús, con todo lo que pudiera engrandecer su
nombre y su carácter como el Mesías del mundo. Pera el análisis crítico debe determinar
lo que es hecho y lo que es ficción. A veces puede ser imposible trazar la línea divisoria.

Entre los rasgos mediante los cuales debemos distinguir el mito, Strauss da los
siguientes ejemplos: Una narración no es histórica (1) cuando sus declaraciones son
irreconciliables con las leyes conocidas y universales que; rigen el curso de los
acontecimientos; (2) cuando es inconsecuente consigo misma o con otros relatos de la
misma cosa; (3) cuando los actores conversan poéticamente o en discurso de elevado
lenguaje, inadecuado a su educación y posición; (4) cuando la sustancia esencial, lo
fundamental de un asunto de que se da cuenta, es inconcebible en sí mismo o se halla en
notable armonía con alguna idea mesiánica de los judíos de aquella época.

            No es necesario que entremos en una exposición detallada de las falacias de esta
teoría mítica. Basta el observar, sobre las cuatro reglas enumeradas, que la primera
niega, dogmáticamente, la posibilidad del milagro; la segunda (especialmente en manos
de Strauss) supone, virtualmente, que cuando dos relatos difieren entre sí, ambos deben
ser falsos. La tercera carece de valor mientras no se demuestre claramente, en cada
caso, lo que es apropiado o conveniente y lo que no lo es; y en cuanto a la cuarta, si se la
reduce a último análisis, resulta simplemente una apelación a las nociones subjetivas que
uno posea. A estas consideraciones debe añadirse el hecho de que el Jesús que los
evangelios nos describen es sumamente distinto del concepto judío de su época, acerca
del Mesías. Es demasiado perfecto y maravilloso para ser el producto de la fantasía
humana. Los mitos sólo surgen en épocas no históricas y eso, largo tiempo después de la
persona o acontecimiento que representan; en tanto que Jesús vivió T realizó sus
maravillosas obras en el período más crítico de la civilización griega y de la romana. Por
otra parte los escritos del Nuevo Testamento se publicaron demasiado pronto, después de
la aparición actual de Jesús, lo que impide la incorporación de semejante desarrollo mítico
como Strauss pretende. Esforzándose por demostrar de qué manera la Iglesia,
espontáneamente, originó al Cristo de los evangelios, toda esta teoría nos deja a
obscuras, sin mostrarnos causa o explicación suficiente del origen de la Iglesia y del
Cristianismo mismo. La interpretación mítica no ha tenido aceptación entre los estudiantes
cristianos y tiene muy pocos adeptos en la época actual.

            Los cuatro métodos de interpretación últimamente mencionados pueden, a una,


ser designados como racionalistas; pero bajo este nombre caben también otros que
armonizan con la teoría naturalista, la mítica, la moral y la acomodativa, en cuanto a negar
el elemento sobre. Natural de la Biblia. Los métodos peculiares por medio de los cuales
los señores F. C. Baur, Renán, Shekel y otros críticos racionalistas, han tratado de retratar
la vida de Jesús y de explicar el origen de los evangelios, de los Actos y de las Epístolas,
frecuentemente envuelven principios igualmente peculiares de interpretación. Siga
embargo, todos estos escritores proceden con suposiciones que, de hecho, dan por
sentado lo que está en discusión entre naturalistas y supernaturalistas. Pero todos difieren
entre sí notablemente. Baur rechaza la teoría mítica de Strauss y halla en los partidos
petrino y paulino de la Iglesia Primitiva el origen de muchos de los escritos
neotestamentarios. Estos partidos o facciones surgieron con motivo de la abolición de
ceremoniales del Antiguo. Testamento y del rito de la circuncisión. A los Actos de los
Apóstoles los considera como el monumento de pacificación entre estos partidos rivales,
efectuada en la primera parte del siglo segundo. Representa al libro, en su mayor parte,
como una ficción, en la cual su autor, discípulo de Pablo, representa a Pedro como el
primero en predicar a los gentiles, y a Pablo como conformándose a diversas costumbres
judías, asegurándose, en tal forma, una reconciliación entre los cristianos petrino y
paulinos. Por su parte, Renán sostiene una teoría legendaria acerca del origen de los
evangelios y atribuye los milagros de Jesús, al igual que las maravillas de los santos
medioevales, en parte a la ciega adoración y al entusiasmo de sus adeptos y, en parte, al
fraude piadoso. Shekel trata de hacer inteligibles la vida y el carácter de Cristo
despojándolo de lo divino y milagroso y presentándonos simplemente a un hombre.

Es justo hacer notar que todas estas teorías racionalistas se destruyen una a la
otra. Strauss le pinchó el parche al método naturalista de Paulus y Baur demostró que la
teoría mítica de Strauss es insostenible. Renán se pronuncia contra las teorías de Baur y
demuestra lo manifiesto del fraude de pretender que las facciones petrina y paulina sean
la explicación del origen de los libros del Nuevo Testamento, a la vez que esos libros
expliquen lo de las facciones. El propio método de crítica, de Renán, parece ser
completamente sin ley, y sus observaciones llenas de ligereza y capciosas han hecho que
muchos de sus lectores le consideren falto de toda convicción seria o sagrada y como
hombre listo para emplear cualquiera clase de medios con tal de lograr su fin. Lo vemos
continuamente introduciendo en las Escrituras sus propias ideas y haciendo decir a sus
escritores lo que, probablemente, jamás soñaron. Por ejemplo, supone que el hombre rico
fue al lugar de sufrimiento porque era rico y que Lázaro fue glorificado a causa de su
extrema pobreza. Muchas de sus interpretaciones se basan en las suposiciones más
insostenibles y son indignas de tomarlas en serio para refutarlas. El resultado lógico está
mucho más allá de su exégesis, en las cuestiones fundamentales de un Dios personal y
de una providencia predominante.

            El desarrollo de la filosofía especulativa por medio de Kant, Jacobi, Herbart,


Fichte, Schelling y Hegel ha ejercido un influjo profundo sobre las mentes críticas de
Alemania y ha afectado el estilo y métodos exegéticos de muchos de los grandes
estudiantes bíblicos del siglo XIX. Esta filosofía ha tendido a hacer intensamente subjetiva
la mente alemana y ha impulsado a no pocos teólogos a mirar tanto la Historia como las
doctrinas en relación con alguna teoría preconcebida, más bien que en sus aspectos
prácticos sobre la vida humana. Así vemos que los métodos críticos de Reuss, Kuenen y
Wellhausen, en su tratamiento de la literatura del A. Testamento parecen basados, no
tanto en un examen ingenuo de todo el contenido de los libros sagrados de Israel, como
sobre la aplicación de la filosofía de la historia humana a los libros. Un estudio
desapasionado de las obras de estos críticos induce a creer que los argumentos
detallados con que pretenden sostener sus posiciones, no son los verdaderos pasos del
camino andado para alcanzar sus primeras conclusiones. Los varios ataques a la
autoridad mosaica del Pentateuco se ve claramente que ha sido una sucesión de
arreglos. Una teoría crítica ha dado lugar a otra como en los ataques a la credulidad de
los evangelios; y los métodos empleados son especialmente de la naturaleza de un
alegato especial para mantener una teoría preconcebida. Reuss, en el prefacio de su gran
obra acerca de la Historia de las Escrituras Judías nos dice que su punto de vista no es el
de historia bíblica sino uno inferido de la comparación de los códigos legales y
comenzando con una "intuición" él se propuso "hallar el hilo de Ariadna que guiase fuera
del laberinto de las hipótesis corrientes acerca del origen de los libros mosaicos y otros
libros del Antiguo Testamento, a la luz de un curso psicológicamente inteligible de
desarrollo para el pueblo israelita". Por consiguiente, su procedimiento es una tentativa
ingeniosa para hacer que su filosofía de la historia en general explique los registros de la
historia de Israel; y, lejos de interpretar de acuerdo con principios legítimos los registros
escritos, él los rearregla de acuerdo con su fantasía y, de hecho, fabrica una nueva
historia notablemente inconsistente con el significado obvio de los antiguos registros.

Los ataques escépticos y los racionalistas contra las Escrituras han hecho surgir
un método de interpretación que podemos llamar apologético. Se propone defender, a
toda costa, la autenticidad, genuinidad y credibilidad del sagrado canon, y sus puntos de
vista y métodos son tan semejantes al de la Exposición Dogmática de la Biblia, que
presentamos los dos juntos. La fase más criticable de restos métodos es que ellos, de
hecho, parten con el objeto ostensible de sostener una hipótesis preconcebida. La
hipótesis puede ser correcta, pero ese procedimiento siempre está expuesto a
conducirnos al error.

Trata constantemente de descubrir deseados significados en las palabras y de


desconocer el objeto y propósito general del escritor. Hay casos en los que está bien que
se adopte una hipótesis y se la emplee como un medio de investigación; pero en todos
esos casos la hipótesis sólo se adopta tentativamente, no la afirma dogmáticamente.

En la exposición de la Biblia, la apología y el dogma tienen su puesto legítimo. La


correcta apología defiende los libros sagrados contra la crítica desenfrenada o capciosa y
presenta sus derechos a ser considerados como la revelación de Dios.

Pero esto sólo puede hacerse siguiendo métodos racionales y por medio del uso
de una lógica convincente. Así también las Escrituras son provechosas para el dogma,
pero es necesaria que se demuestre que el dogma es una enseñanza legítima de las
Escrituras y no una simple idea tradicional que nuestras preocupaciones quieren añadir a
las Escrituras. El exterminio de los cananeos, la poligamia de los santos del Antiguo
Testamento y la complicidad de éstos en el asunto de la esclavitud, son sucesos
susceptibles de explicaciones racionales y, en tal sentido, de una apología correcta. El
apologista correcto no tratará de justificar las crueldades de las antiguas guerras ni
sostendrá que Israel tenía derechos legales sobre Canaán, ni juzgará necesario defender
la práctica de la poligamia o de la esclavitud por hombres eminentes del Antiguo
Testamento. Lo que hará será dejar los hechos y declaraciones tales como aparecen en
su propia luz pero los guardará contra falsas inferencias y conclusiones temerarias. De la
misma manera, las doctrinas de la Trinidad, de la divinidad de Jesucristo, la personalidad
del Espíritu Santo, la expiación vicaria, la justificación, la regeneración, la santificación y la
resurrección están firmemente basadas en las Escrituras; pero cuán anticientíficos y cuán
censurables son muchos de los métodos por medio de los cuales se han mantenido estas
y algunas otras doctrinas. Cuando un teólogo adopta el punto de vista de un credo
eclesiástico y desde esa posición, con aire de polemista, procede a buscar textos bíblicos
aislados, favorables a sí mismo o desfavorables a su adversario, es más que probable
que se exceda. Su credo podrá ser tan verdadero como la misma Biblia, pero su método
es reprensible. Como ejemplo de lo que decimos, ahí están las disputas de Lutero y
Zwinglio acerca de la consubstanciación. Léase también la literatura polemista de las
controversias antinomiano, calvinistas y sacra mentalistas. Se revuelve toda la Biblia
tratándolas como si ella fuese una colección atómica de textos de prueba dogmática.
¡Cuán difícil es, aun en el día de hoy, para el teólogo y polemista, el conceder que el
verso 7 del capítulo 5 de 1ª Juan, sea espurio! Es menester recordar que ninguna
apología es sana ni ninguna doctrina segura, si descansan sobre métodos faltos de crítica
o si proceden de suposiciones dogmáticas. Semejantes procedimientos no son
exposiciones sino imposiciones. Por otra parte, el hábito de tratar con menosprecio las
opiniones de los demás, o de declarar lo que un pasaje dado debe significar y lo que de
ninguna manera puede significar, no es cosa que pueda captarse la confianza de
hombres estudiosos que piensan por sí mismos. Hengstenberg y Ewald representaron
dos extremos opuestos de opinión: pero el dogmatismo imperioso y ofensivo de sus
escritos ha restado mucho al influjo de sus contribuciones a la literatura bíblica,
contribuciones de grandísimo valor, a no haber sido por ese defecto.

Distinguiéndose de todos los métodos de interpretación mencionados podemos


referirnos el Histórico Gramático como el método que más se recomienda al criterio y a la
conciencia de los estudiantes cristianos. Su principio fundamental consiste en conseguir
de las Escrituras mismas el significado preciso que los escritores quisieron dar. Ese
método aplica a los libros sagrados los mismos principios, el mismo proceso gramatical y
el mismo proceso de sentido común y de razón que aplicamos a otros libros. El exegeta
histórico gramático dotado de convenientes cualidades intelectuales, educacionales y
morales, aceptará las demandas de la Biblia sin prejuicios o prevenciones; y sin ambición
alguna de demostrarlas como verdaderas o falsas investigará el lenguaje y tendencias de
cada libro con toda independencia y sin temor de ninguna clase; se posesionará del
idioma del escritor, del dialecto especial que hablaba, así como de su estilo y manera
peculiar de expresión; averiguará las circunstancias en que escribió, las maneras y
costumbres de su época y el motivo u objeto que tuvo en vista al escribir. Tiene el
derecho de suponer que ningún autor en su sano juicio será, a sabiendas, inconsecuente
consigo mismo ni tratará de extraviar o de engañar a sus lectores.

 LA HERMENÉUTICA EN GENERAL

En la base de todo escrito inteligible se hallan ciertos principios generales de


pensamiento y de lenguaje. Cuando una mente racional desea comunicar su pensamiento
a otra, se vale, para ello, de ciertos medios convencionales de comunicación que se
suponen comprensibles para ambas. Las palabras de significado y uso definido sirven a
este propósito en todos los idiomas; por consiguiente, si uno entiende los pensamientos
escritos de otros, debe conocer el significado y uso de sus palabras.
En general, sostenemos que la Biblia, como cuerpo literario, debe interpretarse
como todos los demás libros. Tanto a los escritores de sus varias partes, como a quienes
asumen la responsabilidad de explicar lo que aquellos escribieron, debemos suponerlos
en armonía con las operaciones lógicas de la mente humana. El objeto primordial que un
autor se propone al escribir, es que se le escudriñe diligentemente, porque con frecuencia
acontece que a la luz de su propósito principal se entienden más claramente los detalles
de su composición. Junto con el objeto de un libro debe estudiarse también la forma de su
estructura, así como debe discernirse la relación lógica de sus varias partes. Una
comparación amplia de todos los libros relacionados entre si, o de pasajes similares de
escritura, es de sumo valor; de ahí que, con frecuencia, la comparación de un pasaje con
otro sea suficiente para aclararlo todo. Especialmente importante para el exegeta es el
transportarse mentalmente a la época de un escritor antiguo, estudiar las circunstancias
que le rodeaban al escribir y, entonces, mirar al mundo desde el punto de vista del
escritor.

Estos principios generales son igualmente aplicables a la interpretación de la Biblia


como a todos los demás libros y, con mucha propiedad se les designa con el nombre de
Hermenéutica General. Tales principios son de la naturaleza de las doctrinas
fundamentales y de alcance amplio; para el intérprete práctico se transforman en otras
tantas máximas, postulados y reglas fijas. Los tiene en su mente como axiomas y con
consistencia uniforme los aplica en todas sus exposiciones. Porque es evidente que la
admisión de un falso principio en el método de un intérprete es suficiente para viciar todo
su proceso exegético. Y cuando hallamos, por ejemplo, que en la interpretación de ciertas
partes de las Escrituras no hay dos intérpretes de toda una misma clase, que concuerden,
tenemos buenos motivos para suponer que algún error fatal anda escondido en sus
principios de interpretación. Es bien seguro que los escritores bíblicos no tuvieron el pro-
pósito ni el deseo de ser mal entendidos. Ni tampoco es razonable suponer que las
Santas Escrituras, dadas por inspiración de Dios, tengan la naturaleza de un enigma a fin
de ejercitar la ingenuidad del lector. Por consiguiente, debe esperarse que los sanos
principios de hermenéutica sirvan de elementos de seguridad y de satisfacción en el
Estudio de la Palabra de Dios.

Ya hemos definido el método histórico gramático de interpretación, distinguiéndolo


del alegórico, del místico, del naturalista y de otras que han prevalecido más o menos.

El sentido histórico gramático de un escritor es una interpretación de su lenguaje,


tal como las leyes de la gramática y los hechos de la historia lo exigen. No se preparó un
lenguaje nuevo para los autores de las Escrituras; ellos se conformaron al lenguaje
corriente del país y de la época. De otra manera sus composiciones hubiesen sido
ininteligibles.

El revestimiento o arreglo de las ideas en las mentes de los escritores bíblicos se


originó en el carácter de las épocas, el país, el lugar y la educación en que a cada uno
tocó actuar. Por eso, a fin de determinar sus modismos peculiares de expresión, nos es
necesario conocer aquellas instituciones e influencias por las cuales se formaron. o fueron
afectados: Es necesario que prestemos atención a las definiciones y construcciones que
un autor da a sus propios términos y jamás pensar que intenta contradecirse o confundir a
sus lectores. También debe estudiarse el texto, así como la conexión de ideas, a fin de
entender el asunto general, el plan y el propósito del escritor. Pero muy especialmente es
necesario determinar la correcta construcción gramatical de las frases. El sujeto, el
predicado y las cláusulas subordinadas deben analizarse cuidadosamente y todo el
documento, libro o epístola, tiene que ser considerado, en cuanto sea posible, desde el
punto de vista histórico del autor.

Un principio fundamental de la exposición histórico gramatical es que las palabras


o sentencias no pueden tener más que un solo significado en una misma conexión. En el
instante en que descuidamos este principio nos lanzamos a un torbellino de inseguridad y
de conjeturas. Es asunto comúnmente aceptado por el sentido común que, a menos que
uno se proponga producir enigmas, siempre hablará de tal manera que lo que dice resulte
lo más claro que sea posible al que escucha o lee. Por ese motivo, aquel significado de
una frase que más pronta y naturalmente se le ocurra al que lee o escucha, es, por regla
general, el que debe recibirse como el verdadero significado, -ese y ningún otro. Por
ejemplo, tómese el relato de Daniel y sus tres compañeros, tal como aparece en el primer
capítulo del libro de Daniel. El niño más sencillo entiende fácilmente el significado. No
puede caber duda alguna en cuanto al intento general de las palabras de ese capítulo y
de que el escritor se propuso informar a sus lectores, de un modo particular, la manera
cómo Dios honró a aquellos jóvenes a causa de su abstinencia y de su resolución de no
contaminarse con las comidas y bebidas que el rey les había asignado. Lo mismo puede
decirse de las vidas de los patriarcas, tales como aparecen en el libro del Génesis y, en
realidad, de cualquiera de las narraciones históricas de la Biblia. Deben ser aceptadas
como un registro de hechos, registro digno de confianza.

            Este principio es válido, con la misma fuerza, en las narraciones de


acontecimientos milagrosos; porque los milagros de la Biblia se registran como hechos,
acontecimientos reales, presenciados por pocos o muchos testigos, según los casos, y los
escritores no sugieren ni la más remota indicación de que sus declaraciones contengan
nada más que verdad sencilla y literal. Así, por ejemplo, en Josué 5:13 a 6:5, se nos dice
que se apareció a Josué un« hombre, con una espada en la mano, anunciándose como
príncipe de los ejércitos de Jehová" (v. 14) y dando instrucciones para la captura de
Jericó. Es posible que aquello pudo ocurrir en un sueño. También pudo ser una visión sin
estar dormido Josué. Pudo ser cualquiera de estas dos cosas, sin duda; pero semejante
suposición no se halla en estricta armonía con los hechos, puesto que envolvería también
la suposición de que Josué soñó que cayó sobre su rostro y que quitó los zapatos de sus
pies, así como que miró y escuchó. Las revelaciones de Jehová suelen venir por medio de
visiones y ensueños (Núm. 12:6) pero la interpretación más sencilla de este pasaje es que
el ángel de Jehová apareció abiertamente a Josué y que las ocurrencias que se refieren
fueron todos actos externos y reales, más bien que visiones o ensueños.

El relato tan sencillo como triste de la ofrenda de la hija de Jefté (Jueces 11:30-40)
ha sido pervertido, haciendo decir al relato que Jefté consagró su hija a perpetua
virginidad -interpretación surgida a priori de la suposición de que un juez de Israel tenía
que saber que los sacrificios humanos eran abominables a Jehová. Pero nadie se atreve
a poner en duda el hecho de que él hizo la promesa de ofrecer un holocausto, y es decir,
quemar sobre el altar-, a cualquiera que le saliere a recibir, en las puertas de su casa, al
volver él (v. 31) . Apenas puede imaginarse que el guerrero estuviese pensando que una
vaca, una oveja o una cabra le saldrían al encuentro al llegar a su casa. Menos aún
hubiese pensado en un perro u otro animal inmundo. La espantosa solemnidad y
tremenda fuerza de su voto aparecen, más bien, en el pensamiento de que no pensaba
en ninguna ofrenda ordinaria sino en una víctima a tomarse de entre los habitantes de su
casa. Pero, indudablemente, poco pensó que de todos los que le rodeaban -sirvientes,
mancebos, doncellas, su hija, e hija única de su amor, había de ser la primera en salirle al
encuentro. ¡De ahí su angustia! Pero la niña aceptó su Posición con sublime heroísmo.
Pidió dos meses de vida en los cuales llorar su virginidad, única cosa que para ella
parecía obscurecer el pensamiento de la muerte. Morir soltera o sin hijos era el aguijón de
la muerte para toda mujer hebrea y especialmente para quien era una princesa en Israel.
Quitad la amargura de ese pensamiento y para la hija de Jefté era cosa sublime,
envidiable el "morir por Dios, su patria y su señor".

Los relatos de la resurrección de Jesús no admiten explicación racional fuera del


simple sentido histórico gramatical en que la Iglesia Cristiana siempre los ha
comprendido. La teoría naturalista y la mística, al aplicarse a este milagro de los milagros,
se desmoronan por completo. Las discrepancias que se alegan entre los relatos de los
diversos evangelistas, en vez de restar algo a la veracidad de sus relatos, al
examinárseles mejor se convierten en evidencias confirmatorias de la exactitud y lo digno
de crédito de sus declaraciones. Si los relatos del N. Testamento merecen algún crédito,
los siguientes hechos son evidentes: (1) Jesús predijo su propia muerte y resurrección,
pero sus discípulos no le entendían claramente mientras les hablaba, de modo que no
aceptaron por completo sus declaraciones al respecto. (2) Inmediatamente después de la
crucifixión los discípulos estaban dominados por el abatimiento y el temor; pero después
del tercer día todos pretendían haber visto al Señor y daban minuciosos detalles de varias
de sus apariciones. (3) Afirman que le vieron ascender al cielo y poco después se les
encuentra predicando a "Jesús y la resurrección" en las calles de Jerusalén, en toda la
Palestina y otras regiones más allá. (4) Muchos años más tarde, Pablo declara estos
hechos y afirma que, en cierta ocasión, Jesús apareció a más de quinientos hermanos a
la vez, la mayor parte de los cuales aún vivían cuando él escribió (1 Cor. 15:6) . Al decir
esto, afirmaba, también, que si Cristo no había resucitado de entre los muertos, entonces
la predicación del Evangelio y la fe de la Iglesia no eran más que enseñanzas nulas,
basadas sobre una enorme falsedad.

De los hechos que acabamos de mencionar, surge la siguiente conclusión:


Tenemos que escoger entre aceptar las declaraciones de los evangelistas, en su
significado claro y sencillo o, de otra manera, creer que ellos, a sabiendas, declararon una
falsedad (concertándose para dar un testimonio que era esencialmente una mentira
delante de Dios) y salieron por todo el mundo, predicándola, listos en todo momento para
sufrir torturas y sacrificar la vida después de haber sacrificado todos sus demás goces,
para sostener esa falsedad! Esta última alternativa exige a nuestra razón un esfuerzo
demasiado grande para creerla verdad; tanto más cuanto que las narraciones de los
evangelios, honradas e incomparables, nos dan una base histórica clara y adecuada del
maravilloso origen y poder del Cristianismo en el mundo.

El sentido histórico gramatical se desarrolla, además, por el estudio, tanto del


contexto como del objeto de la obra de un autor. La palabra "contexto" (en latín "con"
significa junto y "textus" quiere decir tejido) denota algo que está tejido junto y, cuando se
la aplica a un documento escrito, se entiende por ella la conexión de pensamiento que se
supone debe existir en cada uno de los pasajes o períodos que, sumados, forman el
conjunto del documento. A esto algunos dan el nombre de conexión. El contexto
inmediato es el que inmediatamente precede o sigue a una palabra o sentencia dadas.
Contexto remoto es aquel cuya conexión no es tan cercana y puede abarcar todo un
párrafo o sección. Por otra parte, el objeto es el fin o propósito que el autor tiene en vista.
Se supone que todo autor al escribir tiene en vista un objeto. Y ese objeto se declara
formalmente en alguna parte de su obra o, si no lo declara, se hará aparente en el curso
general del pensamiento. El plan de una obra es el arreglo de sus varias partes, es decir,
es el orden de pensamiento que el escritor se propone seguir.

Por consiguiente, el contexto, el objeto y el plan de un escrito deben estudiarse


juntos; y, quizá, en orden lógico el objeto debiera ser lo primero a determinarse. Porque
quizá sólo después de haber dominado el objeto y designio principal de toda la obra
podamos comprender bien el significado de algunas partes especiales de la misma. Aún
más, el plan de un libro está íntimamente relacionado con su objeto. No es posible asir
bien el uno sin algún conocimiento del otro. Aun en los casos en que el objeto está
formalmente anunciado, un análisis del plan, lo hará más evidente aún. El escritor que
tiene ante su mente un plan bien definido, es más que probable que se atendrá a él y hará
que todos sus relatos y argumentaciones particulares convengan con el asunto principal.

El objeto de varios de los libros de la Biblia ha sido declarado formalmente por sus
autores. La mayor parte de los profetas del A. Testamento declaran al principio de sus
libros y de secciones particulares, el motivo y objeto de sus oráculos. El objeto del libro de
los Proverbios está anunciado en los primeros seis versículos de su primer capítulo. El
asunto del Eclesiastés se indica en sus primeras palabras "Vanidad de vanidades". En el
capítulo vigésimo del Evangelio según San Juan, se declara formalmente el designio dé
ese evangelio "Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre". El objeto y motivo especiales
de la Epístola de Judas se nos dan en los versículos 3 y 4.: "Amados, por la gran solicitud
que tenía de escribiros de la común salud, me ha sido necesario escribiros
amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido dada una vez a los
santos; porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los cuales, antes, habían
estado ordenados para este juicio, hombres impíos, convirtiendo la gracia de nuestro Dios
en disolución y negando a Dios, que sólo es el que tiene dominio, y a nuestro Señor
Jesucristo". Entendemos con esto que, mientras Judas estaba diligentemente pre-
parándose y proyectando escribirles un tratado o epístola acerca de la salvación común,
las circunstancias mencionadas en el versículo 4 le impulsaron a dejar de lado esa idea
por el momento y escribir para exhortarles a luchar valientemente por la fe una vez por
todas entregada a los santos. (El griego dice de esa fe, apax, esto es, una vez sola, "no
se dará ninguna otra fe". Bengel).

El objeto de algunos libros tiene que determinarse por un examen diligente de su


contenido. Así, por ejemplo, hallamos que el libro del Génesis consta de diez secciones,
cada una de las cuales comienza con el encabezamiento "Estas son las generaciones..."
Esta décuplo historia de generaciones está precedida e introducida por el registro de la
creación, en los capítulos 1:1 a 2:3. El plan del autor, por consiguiente, parece ser, ante
todo, registrar la creación milagrosa de los cielos y la tierra y, luego, los
desenvolvimientos (evoluciones) en la historia humana que siguió a esa creación. De
acuerdo con esto, a los primeros desenvolvimientos de vida y de historia humana se les
llama "las generaciones de los cielos y de la tierra" (cap. 2:4).

            Habiendo rastreado las generaciones de los cielos y de la tierra a través de Adán
hasta Seth (4:26-26) el escritor procede en seguida a registrar los productos de esa línea
de descendientes, en lo que llama "el libro de las generaciones de Adán" (v. 1) . Este libro
o sección no es la historia del origen de Adán -porque ésa se incorporó en las
generaciones de los cielos y la tierra, sino la de la posteridad de Adán por medio de Seth
hasta la época del Diluvio. Luego siguen "las generaciones de Noé" (.6:9) ; luego las de
los hijos de Sem, Ham y Jafeth (10:1); luego las de Sem por medio de Arfaxad hasta
Terah (11:10-26) y después, en orden regular, las generaciones de. Tera (11:27, bajo la
cual se coloca toda la historia de Abraham), Ismael (25:12), Isaac (25:19), Esaú (36:1) y
Jacob (37:2). De aquí que el gran objeto de ese libro fuese, evidentemente, el dé registrar
los comienzos y primeros desarrollos de la vida humana y de su historia. Manteniendo
presente este objeto del libro y su estructura, vemos su unidad, al mismo tiempo que
descubrimos que cada sección y sub-división sostiene una adaptación y relación lógica
con el todo. Así, también, surge con más claridad y fuerza la tendencia de no pocos
pasajes.

Un rápido examen del libro del Éxodo nos demuestra que su gran objeto es el de
recordar la historia del éxodo de Egipto y la legislación del Monte Sinaí y que con toda
facilidad se divide en dos partes (1) caps. 1-18 (2) 19-40, las que corresponden a estos
dos grandes acontecimientos. Pero un examen y análisis más detenidos nos revelan
muchas relaciones hermosas y sugerentes, de las diferentes secciones. En primer lugar,
tenemos un relato vívido de la esclavitud de Israel (caps. 1-11) . Se la bosqueja con líneas
vigorosas en el cap. 1; se la da más colorido por medio del relato de la vida de Moisés en
sus primeros años y, luego, con su destierro (caps. 2-4) y se nos muestra en su intensa
persistencia en el relato de la dureza de corazón del faraón, y las plagas, que, como
consecuencia de ella, azotaron a Egipto (caps. 5-11) . En segundo lugar, tenemos la
redención de Israel (caps. 12-15:21) . Esta está, primeramente, simbolizada por la Pascua
(caps. 12-13-16), realizada, luego, en las maravillas y triunfos de la marcha saliendo de
Egipto y en el pasaje del Mar Rojo (13:17 a 14:31) y celebrada en el cántico triunfal de
Moisés (15:1-21) . Luego, en tercer lugar, tenemos la consagración de Israel (15:22 al
cap. 40), la que se nos presenta en siete secciones: (1) La marcha desde el Mar Rojo
hasta el Rephidim (15:22 a 18:7) describiendo las primeras actividades libres del pueblo
después de su redención y su necesidad de especial compasión y ayuda divinas. (2)
Actitud de los Paganos hacia Israel en los casos del hostil Amalec y del amigable Jetro
(17:8 a cap. 18) . (3) La promulgación de la ley en el Sinaí (19-24) (4) Trazado del plan del
Tabernáculo (25-27) . (5) El sacerdocio aarónico y la ordenación de varios servicios
sagrados (28-31). (6) Castigos de las apostasías del pueblo y renovación del pacto y de
las leyes (32-34) . (7) Construcción del Tabernáculo, erigido y llenado de la gloria de
Jehová (35-40) .

Estas diversas secciones del Éxodo no se hallan designadas por encabezamientos


especiales como los del Génesis, pero las distingue fácilmente como tantas otras
porciones subsidiarias del conjunto, al cual cada una contribuye su parte y en la luz del
cual se ve que cada una tiene especial significado.

Muchos se han propuesto poner en orden el curso de pensamiento de la Epístola


a los Romanos. Para los que han estudiado cuidadosamente esta epístola, no cabe duda
de que, después de su salutación introductoria y palabras personales, el apóstol anuncia
su gran tema en el verso 16 de su primer capítulo. Este es: el Evangelio considerado
como poder de Dios para salvación, a todo aquel que cree; al judío primeramente pero
también al griego. Esto no está anunciado formalmente como la tesis; pero mani-
fiestamente expresa, de una manera personal feliz, el objeto de toda la epístola. "Tenía
por objeto, dice Alford, el asentar, sobre los amplios principios de la verdad y del amor de
Dios, las mutuas relaciones y unión en Cristo del antiguo pueblo de Dios y del mundo,
recientemente insertado. No es de extrañar, pues, que veamos que esa epístola contiene
una exposición de la indignidad del hombre y del amor redentor de Dios, tales cuales la
misma Biblia no contiene en ninguna otra parte".
Habiendo determinado el objeto y plan general de un libro, nos hallamos mejor
preparados para rastrear el contexto y el aspecto de sus partes especiales. El contexto,
como ya hemos dicho, puede ser inmediato o remoto, según que busquemos su conexión
inmediata o una más lejana, con la palabra o frase que nos ocupe. Puede extenderse por
unos cuantos versos o por toda una sección. Los últimos veinte y siete capítulos de Isaías
exhiben una notable unidad de pensamiento y de estilo; sin embargo, son susceptibles de
varias divisiones. La célebre profecía mesiánica en los capítulos 52:13 al 53:12 es un
período completo en sí, aunque truncado de la manera más desgraciada por la división de
los capítulos. Pero aunque por sí mismos estos quince versículos forman una sección
claramente definida, no debe separárseles del contexto o tratárseles como si no tuviesen
conexión vital con lo que les precede y lo que les sigue.

El libro de Isaías tiene sus divisiones más o menos claramente definidas, pero se
adhieren unas a otras y están entretejidas entre sí, formando un todo viviente. Hermo-
samente observa Nagelsbach, que "los capítulos 4.9-57 son como una guirnalda de
gloriosas flores entrelazadas con cinta negra; o corno un cántico de triunfo por cuyos
tonos amortiguados corre la melodía de una endecha, pero esto en una forma tal que,
gradualmente, las cuerdas lúubres se funden en la melodía del cántico triunfal. Y al mismo
tiempo, el discurso del profeta está arreglado con tanto arte que la cinta enlutada viene a
formar exactamente en su centro un gran moño, pues el capítulo 53 constituye el centro
de todo el ciclo profético de los capítulos 4-0-56".

Es necesario estudiar el contexto de Gálatas 5:4, para darse cuenta de la fuerza y


del objeto de las palabras; "De la gracia habéis caído". El apóstol está colocando en
contraste la justificación por la fe en Cristo, con la observancia de la Ley, y arguye que las
dos cosas se oponen mutuamente, de modo que la una, necesariamente, excluye a la
otra. Quien recibe la circuncisión como medio de justificación (v. 2) de hecho excluye a
Cristo, cuyo Evangelio no exige tal acto. Quien busque justificarse por medio de un ley de
obras, se obliga a sí mismo a la observancia de toda la ley (v. 3); no solamente a
circuncidarse sino a obedecer todas las minucias de la ley. Luego con notable énfasis,
añade: "Vacíos sois de Cristo los que por la ley os justificáis (pretendéis justificaros); de la
gracia caísteis". Os separáis a vosotros mismos del sistema de la gracia (tes charitos). La
palabra "gracia", aquí, no debe entendérsela como una bendita adquisición de experiencia
personal sino como el sistema de salvación del Evangelio. De este sistema apostata quien
busca justificarse por medio de la Ley.

De lo que precede resultará obvio que la conexión de pensamiento de un pasaje


dado puede depender de una variedad de consideraciones. Puede ser una conexión
histórica, en la que los hechos o acontecimientos registrados estén conectados en una
serie cronológica. Puede ser histórico-dogmática, en la que un discurso doctrinal esté
relacionado con algún hecho o circunstancia históricos. Puede ser una conexión lógica, en
la que los pensamientos o argumentos se presentan en orden lógico, o puede ser
psicológica, porque dependa de alguna asociación de ideas. Esto último a veces ocasiona
una ruptura repentina de una línea de pensamiento y puede servir para explicar algunos
de los pasajes en forma de paréntesis y los casos de "anacoluthon" (falta de continuidad)
tan frecuentes en los escritos de San Pablo.

Nunca insistiremos demasiado acerca de la importancia de estudiar


cuidadosamente el contexto; el objeto y el plan. Será del todo imposible la comprensión
de muchos pasaje de la Biblia sin la ayuda del contexto, pues muchas sentencias derivan
toda su expresión y fuerza de la conexión en que se hallan. Así también la correcta expo-
sición de toda una sección puede depender de nuestra comprensión del objeto y plan del
argumento del escritor. ¡Cuán fútil resultaría como texto para probar alguna cosa un
pasaje del libro de Job, a menos que, junto con la cita, se nos dijera si tales palabras
habían sido pronunciadas por Job mismo, por alguno de sus tres amigos, por Elihú o por
el Altísimo! Aun la célebre declaración de Job (cap. 19-25-27) debe considerársela con
referencia al objeto de todo el libro, así como también a su intensa agonía y emoción en
ese punto especial de la controversia.

Algunos maestros religiosos gustan de emplear textos bíblicos como epígrafes sin
preocuparse de su verdadera conexión. Así acontece que con demasiada frecuencia
adaptan los textos impartiéndoles un sentido ficticio enteramente extraño a su verdadero
objeto y significado. Lo que con tal proceder parece ganarse no admite comparación con
las pérdidas y peligros inherentes a esa práctica. Alienta la costumbre de interpretar la
Biblia en una forma arbitraria y fantástica, con lo cual se ponen armas poderosas en
manos de los que enseñan el error. No puede alegarse ninguna necesidad en defensa de
tal práctica. Las sencillas palabras de la Biblia, interpretadas legítimamente, según su
propio contexto y objeto, contienen tal plenitud y comprensión de significado que son
suficientes para las necesidades de los hombres en toda circunstancia. Sólo es robusta y
saludable aquella piedad que se alimenta, no con las fantasías y especulaciones de
predicadores que, prácticamente, colocan su propio genio encima de la Palabra de Dios,
sino con las puras doctrinas y preceptos de la Biblia, desenvueltos en su verdadera
conexión y significado.

Hay porciones de la Biblia para la exposición de las cuales no debemos buscar


ayuda en el contexto o en el objeto. Por ejemplo, el libro de los Proverbios está
compuesto de numerosos aforismos separados, muchos de los cuales no tienen conexión
alguna entre sí. Varias partes del libro de Eclesiastés consisten en proverbios, soliloquios
y exhortaciones que no parecen tener relación vital entre sí. También los evangelios
contienen algunos pasajes imposibles de explicar como teniendo conexión con lo que les
precede o les sigue.

Sobre tales textos aislados, como también sobre los no así aislados, a veces
arroja mucha luz la comparación con otros pasajes paralelos; pues hay palabras, frases y
declaraciones históricas o doctrinales que, difíciles de entender en un lugar dado, a
menudo se hallan rodeados de mayor luz por las declaraciones adicionales con que
aparecen ligados en otras conexiones. Sin el auxilio de pasajes paralelos algunas
palabras y declaraciones de las Escrituras apenas serían inteligibles.

"Al comparar paralelos, -dice Davidson-, conviene observar cierto orden. En primer
lugar, debemos buscar paralelismos en los escritos del mismo autor, puesto que es
posible que las mismas peculiaridades de concepto y modos de expresión aparezcan en
diversas obras de una misma persona. Existe cierta configuración de la mente que se
manifiesta en las producciones de un hombre. Cada escritor se distingue por un estilo
más o menos propio; por características 'mediante las cuales puede identificársele con las
producciones de su intelecto, aun cuando oculte su nombre. De aquí lo razonable de
esperar que los pasajes paralelos de los escritos de un autor arrojen luz sobre otros
pasajes".
Pero también debemos recordar que las Escrituras del Antiguo y Nuevo
Testamentos son un mundo en sí mismas. Aunque escritas en gran variedad de épocas y
consagradas a muchos temas diversos, tomadas en conjunto constituyen un libro que se
interpreta a sí mismo. Por consiguiente, la antigua regla de que "las Escrituras deben
interpretarse por las Escrituras" es un principio importantísimo de la hermenéutica
sagrada. Pero es necesario evitar el peligro de excedernos aun en esto. Hay quienes han
ido demasiado lejos al tratar de hacer a Daniel explicar la Revelación de San Juan y
también es realmente posible el forzar algún pasaje de Reyes o Crónicas, tratando de
hallarlo paralelo con alguna declaración de San Pablo. Por lo general debe esperarse
hallar los paralelos más valiosos, en libros de una misma índole: lo histórico hallará
paralelo en lo histórico, lo profético con lo profético, lo poético con lo poético y lo
argumentativo o exhortatorio con sus similares. Es muy probable que hallemos más de
común entre Oseas y Amos que entre Génesis y Proverbios; esperaremos hallar más
semejanza entre Mateo y Lucas, que entre Mateo y una de las. epístolas de San Pablo; y
estas epístolas, naturalmente, exhiben muchos paralelos, tanto de lenguaje como de
pensamiento.

Por lo general se han dividido en dos clases los pasajes paralelos, en verbales y
reales, según que lo que constituya el paralelismo consista en palabras o consista en
material análogo. Donde una misma palabra ocurre en conexiones similares o en
referencia al mismo asunto general, el paralelismo se llama verbal. Se llaman reales
aquellos pasajes similares en los cuales el parecido o identidad consiste no en palabras o
frases sino en hechos, asuntos, sentimientos o doctrinas. Los paralelismos de esta clase
a veces se subdividen en históricos y didácticos, según que la materia del asunto consista
en acontecimientos históricos o en asuntos de doctrina. Pero es posible que todas estas
divisiones no sean más que refinamientos innecesarios. El expositor cuidadoso consultará
todos los pasajes paralelos, ya sean verbales, históricos o doctrinales; pero al interpretar
tendrá poca oportunidad de discernir formalmente entre estas diversas clases.

Lo importante a determinar en cada caso es si existe verdadero paralelismo entre


los pasajes aducidos. Un paralelo verbal puede ser tan real como el que incorpora
muchos sentimientos correspondientes, porque una sola palabra, a menudo, decide de un
hecho o una doctrina. Por otra parte, puede existir semejanza de sentimiento sin que haya
verdadero paralelismo.

Una comparación cuidadosa de la parábola de los talentos (Mat. 25:14-30) y la de


las minas (Luc. 19:11-27) demostrará que ambas tienen mucho que les es común, junto
con no pocas cosas que son diferentes. Fueron pronunciadas en diversos tiempos, en
sitios distintos y en oídos de personas diferentes. La parábola de los talentos trata
únicamente de los siervos de un señor que se fue a un país lejano; la de las minas trata,
también, de sus súbditos y enemigos que vio querían que él reinara sobre ellos. Sin
embargo, la gran lección de la necesidad de una actividad diligente en el servicio del
Señor, durante su ausencia, es la misma en ambas parábolas.

Se hace necesaria la comparación de pasajes paralelos para determinar el sentido


de la palabra aborrecer, en Lucas 14:26, "Si alguien viene a mí y no aborrece a su
padre..." Esta declaración, a primera vista, parece ser un desacato del quinto
mandamiento del Decálogo, al mismo tiempo que envuelve otras exigencias no
razonables. Parece opuesta a la doctrina evangélica del amor. Pero volviéndonos a Mateo
10:37 hallamos la misma declaración en forma más suave y entretejida en un contexto
que sirve para revelar toda su fuerza e intento: "El que ama a padre o madre más que a
mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mi". El
contexto inmediato de este verso (v. 34-39) un pasaje característico de las más ardientes
declaraciones de nuestro Señor, coloca su significado en una luz clarísima cuando dice (v.
34) : "No penséis que he venido a la tierra a traer paz; no he venido a traer paz sino
guerra". El ve un mundo sumido en la maldad, exhibiendo toda forma de oposición a sus
mensajes de verdad. Con un mundo semejante él no puede hacer ningún compromiso, ni
tener paz alguna, sin, primeramente, tener un amargo conflicto.

En vista de esto, él, adrede, lanza una invitación a tal conflicto. El quiere
conquistar paz. No quiere paz obtenida en otra forma.

Tal significado peculiar de la mencionada palabra, se halla, además. confirmado


por su uso en Mateo 6:24; "Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno
y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a
Mammón". Dos señores tan opuestos en naturaleza como Dios y Mammón no pueden ser
amados y servidos al mismo tiempo por una misma persona. El amor de uno
necesariamente excluye el de otro; y ni uno ni otro acepta el servicio de un corazón
dividido. En el caso de oposiciones tan esenciales, la falta de amor por el uno importa una
enemistad desleal, la raíz de todo aborrecimiento.

La verdadera interpretación de las palabras de Jesús a Pedro, en Mat. 16:18, sólo


pueden apreciarse plenamente por medio de una comparación y un estudio cuidadoso de
todos los textos paralelos. Jesús dice a Pedro: "Tú eres Pedro (Petros) y sobre esta petra
(o sea "esta roca", Epitaute te petra) edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella". ¿Cómo es posible de sólo este pasaje decidir si la roca (petra)
se refiere a Cristo (como sostienen San Agustín y Wadsworth) o a la confesión de Pedro
(Lutero y muchos teólogos protestantes) o a Pedro mismo? Es digno de notarse que en
los pasajes paralelos de Marcos 8:27-30 y Lucas 9:18-21, no aparecen estas palabras de
Cristo a Pedro. El contexto inmediato nos presenta a Simón Pedro como hablando por, y
representando a, los discípulos, respondiendo a la pregunta de Jesús con la confesión
audaz y llena de confianza: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Evidentemente
Jesús se conmovió al escuchar las fervientes palabras de Pedro y le dijo: "Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre mas mi Padre que está
en los cielos". Fuesen cuales fuesen el conocimiento y las convicciones que acerca del
mesiazgo y divinidad de Jesús hubiesen alcanzado los discípulos antes de esta ocasión,
es un hecho que esta nueva confesión de Pedro poseía la novedad y la gloria de una
revelación especial. No debía su origen a *'carne ni sangre", es decir, no era una
declaración de origen natural o humano sino que era la explosión espontánea de una
divina inspiración del cielo. En aquel instante Pedro fue poseído por el Espíritu de Dios y
en el fervor ardiente de tal inspiración habló las palabras mismas que el Padre le inspiró.
Por eso Jesús -1o declaró "bienaventurado" o feliz (makarios).

Volviendo ahora al relato de la presentación de Simón al Salvador (Juan 1:31-43)


comparamos la primera mención del nombre Pedro. Su hermano Andrés lo condujo a la
presencia de Jesús y éste, mirándole, le dice: "Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás
llamado Cefas, que significa Pedro" (Petros). Así, desde el principio, Jesús le dice quien
es y lo que será. Carácter bastante dudoso era en ese principio Simón, el hijo de Jonás:
irritable, impetuoso, inestable, irresoluto. Pero Jesús vio que vendría una hora cuando se
convertiría en la memorable piedra (Pedro) valerosa, fuerte, estable y firme, el confesor
representativo y típico del Cristo. Retornando nuevamente al pasaje en Mateo, es fácil ver
que mediante su inspirada confesión del Cristo, Hijo del Dios viviente, Simón ha
alcanzado el ideal previsto y profetizado por su Señor. Ahora, realmente, se ha hecho
Pedro; ahora "tú eres Pedro", no ya, "serás llamado Pedro". Por consiguiente, no
podemos desechar la convicción de que el manifiesto juego sobre las palabras Petros y
petra (en Mat. 16:18) tiene una significación intencional e importante y también una
alusión a la primera aplicación del nombre a Simón (Juan, 1:43), como si el Señor hubiese
dicho: "Acuérdate, Simón, del nombre significativo que te di la primera vez que nos vimos.
Te dije entonces: "Serás llamado Pedro"; ahora te digo: "Tú eres Pedro".

Pero indudablemente hay un significado intencional en el cambio de Petros a


petra, en Mata 6:18. Es sumamente probable que hubiera un cambio correspondiente en
las palabras arameas usadas por el Señor en esta ocasión. Puede, quizá, haber
meramente empleado las formas simples y enfáticas de la palabra aramea, Cefas. ¿Qué,
pues, significa la petra, sobre la cual Cristo edifica su Iglesia? Al contestar esta pregunta
inquirimos lo que otros pasajes dicen acerca de la edificación de la Iglesia; y en Efesios
2:20-22, hallamos escrito que los cristianos constituyen "la familia (domésticos) de la fe,
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del
ángulo Jesucristo mismo; en el cual compaginado todo el edificio va creciendo para ser un
templo santo al Señor; en el cual vosotros también sois juntamente edificados, para
morada de Dios en Espíritu". Habiendo hecho la transición natural y fácil de la figura de
una familia u hogar a la estructura dentro de la cual mora la familia o existe el hogar, el
apóstol habla de esto último como "edificado sobre el fundamento de los. apóstoles y
profetas". Los profetas de que se habla aquí indudablemente son los del Nuevo
Testamento, a que se hace referencia en los capítulos 3:5 y 4:11.

La expresión "El fundamento de los apóstoles y profetas" ha sido explicado como


(1) un genitivo de oposición, es decir que significaría el fundamento que está constituido o
formado con apóstoles y profetas; en otras palabras los apóstoles y profetas,
personalmente, son el fundamento (opinión de Crisóstomo, Olshausen, De Wette y
muchos otros); o (2) como genitivo de la causa originarte, el fundamento colocado por los
apóstoles (Calvino, Koppe, Harless, Meyer, Eadie, Ellicott) (3) como un genitivo de
posesión, el fundamento de los apóstoles y profetas, es decir, el fundamento sobre el cual
ellos, como todos los demás creyentes, están edificados (Beza, Bucer, Alford). Creemos
que en la amplitud y plenitud del concepto del apóstol hay lugar para todos estos
pensamientos, y una comparación más amplia de la Biblia corrobora esta opinión. En
Gálatas 2:9 se habla de Cefas, Santiago y Juan, como columnas (Stuloi)-, pilares
fundamentales o columnatas de la Iglesia. En la visión apocalíptica de la Nueva
Jerusalén, que es "la esposa, mujer del Cordero" (Rey. 21:9) se dice que "el muro de la
ciudad tiene doce fundamentos y, sobre ellos, doce nombres de los doce apóstoles del
Cordero" (Rev. 21:14) . Es evidente que en este pasaje se concibe a los apóstoles como
piedras fundamentales, formando la sub-estructura de la Iglesia; y con este concepto "el
fundamento de los apóstoles y profetas (Efes. 2:20) puede tomarse como genitivo de
oposición. Pero en 1Cor. 3:10, el apóstol habla de si mismo como sabio arquitecto que
coloca un fundamento (Demelion edmka, un fundamento coloqué). Inmediatamente
después (verso 11) dice: "Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el
cual es Jesucristo". Este fundamento fue el que Pablo mismo colocó cuando fundó la
iglesia de Corinto e hizo conocer allí al Señor Jesucristo. Una vez puesto este fundamento
nadie podía poner otro, aunque si podría edificar encima. El mismo Pablo no podría haber
puesto otro, si alguien, antes que él se hubiese adelantado a colocar este fundamento en
Corinto (compar. Rom. 15:20) . De qué manera colocó este fundamento nos lo dice en el
cap. 2:15, especialmente cuando dice (v. 2) "No me propuse saber algo entre vosotros
sino a Jesucristo y a éste crucificado". En este sentido, pues, Efes. 2:20 puede tomarse
como genitivo de la causa originarte-, el fundamento que los apóstoles colocaron. Al
mismo tiempo, no tenemos por qué pasar por alto o desconocer el hecho presentado en
1ª Cor. 3:11, de que Jesús mismo es el fundamento; es decir; Jesucristo, incluyendo su
persona, obra y doctrina, es el gran hecho sobre el cual está edificada la Iglesia y sin el
cual no podría haber redención. Por consiguiente, la Iglesia misma, según 1` Tim. 3:15 es
la "columna y apoyo (edraioma) de la verdad". En vista de todo esto, sostenemos que la
expresión "fundamento de los apóstoles y profetas" (Efes. 2:20) tiene una plenitud de
significado que puede incluir todos estos pensamientos. Los apóstoles fueron ellos
mismos incorporados en este fundamento y constituidos en columnas o piedras
fundamentales; también ellos fueron instrumentos en la colocación de este fundamento y
el edificar sobre él; y habiéndolo colocado en Cristo, y obrando únicamente por medio de
Cristo sin quien nada podían hacer, Jesucristo mismo, según ellos lo predicaban, era
considerado también como la base sustentadora y el fundamento de todo 1ª Cor. 3:11.

Aquí debiera también compararse otra parte de la Escritura, a saber, 1 Pedro


2:4-5, porque proviene de la persona a quien se dirigieron las palabras de Mat. 16:18,
palabras que parecen haber constituido para él un pensamiento que se grabó en su alma
como un recuerdo precioso. "Al cual (es decir, al precioso Señor, recién mencionado)
allegándoos, piedra viva, reprobada, cierto, de los hombres, empero escogida de Dios,
preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual..." Aquí
se presenta al Señor mismo como la piedra fundamental escogida y preciosa (comp. v. 6)
y, al mismo tiempo, se representa a los creyentes como piedras vivas, formando parte del
mismo templo espiritual.

Volviendo al texto en Mat. 16:18, que Schaef considera como "una de las
declaraciones más profundas y de mayores alcances proféticos de nuestro Salvador pero,
al mismo tiempo uno de sus dichos más controvertidos", la precitada comparación de
pasajes que alguna relación mantienen entre sí nos suministra los medias de penetrar en
su verdadera intención y significado. Lleno de divina inspiración, Pedro confesó a su
Señor para gloria de Dios Padre (compar. 1 Juan 4:15 y Rom. 10:9) y en esa bendita
capacidad y confesión se hizo el confesor cristiano, representativo o ideal. En vista de
esto, el Señor le dice: Ahora tú eres Pedro; te has transformado en una piedra viva, típica
y representativa de la multitud de piedras vivas sobre las cuales edificaré mi Iglesia. El
cambio del masculino Petros al femenino petra indica de una manera perfectamente
adecuada que no tanto sobre Pedro, el hombre, el individuo simple y aislado, como sobre
Pedro considerado como el confesor, tipo y representante de todos los demás confesores
cristianos, que han de ser "juntamente edificados para morada de Dios en Espíritu". (Efes.
2:22) .

En la luz de todos estos pasajes se verá lo impropio e inaplicable de la


interpretación protestante que más ha prevalecido, o sea la que la petra o roca es la
confesión de Pedro. Dice Nast: "Todo edificio debe tener piedras fundamentales. ¿Cuál
es, de parte del hombre, el fundamento de la Iglesia Cristiana? ¿No es, lo que Pedro
exhibió, una fe obrada por el Espíritu Santo y una confesión con los labios, de que Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios viviente? Pero este creer con el corazón y confesar con los
labios, es un asunto personal; no puede separarse de la personalidad viviente que cree y
confiesa. La Iglesia está constituida por seres vivientes y su fundamento no puede ser una
mera verdad o doctrina abstracta, un algo aparte de la personalidad viviente en la que
está incorporada. Esto está de acuerdo con todo el lenguaje del Nuevo Testamento, en el
cual no a las doctrinas ni a las confesiones, sino a los hombres, se llama, invariablemente,
columnas o fundamentos del edificio espiritual".

A la interpretación romanista que explica estas palabras como invistiendo a Pedro


y sus sucesores con una permanente primacía en Roma, Schaef opone las siguientes
objeciones insuperables: (1). Esa interpretación borra la distinción entre Petros y Petra;
(2) es inconsistente con la figura arquitectónica: el fundamento de un edificio es uno y
permanente y no constantemente renovado y cambiado; (3) confunde la prioridad del
tiempo con la superioridad permanente de rango; (4.) confunde el apostolado, el que,
hablando estrictamente, no es transferible sino limitado a los discípulos originales,
personales, de Cristo y órganos inspirados por el Espíritu Santo, con el episcopado post-
apostólico; (5) envuelve una injusticia hacia los demás apóstoles, a quienes, como
cuerpo, se llama explícitamente el fundamento o piedras fundamentales de la Iglesia; (6)
contradice todo el espíritu de las epístolas de Pedro, espíritu enteramente anti-jerárquico,
contrario a toda superioridad sobre sus "co-presbíteros"; (7) finalmente, descansa sobre
suposiciones infundadas que no pueden demostrarse ni exegética ni históricamente, a
saber, la cualidad de transferible de la primacía de Pedro y su real transferencia al obispo
no al de Jerusalén o al de Antioquia (donde consta que Pedro estuvo) -sino,
exclusivamente, al de Roma.

EL PUNTO DE VISTA HISTORICO

Al interpretar un documento es de primordial importancia descubrir quien fue su


autor y determinar la época, el lugar y las circunstancias en que escribió. Por
consiguiente, el intérprete debe tratar de olvidar el momento y circunstancias actuales y
trasladarse a la posición histórica del autor, mirar a través de sus ojos, darse cuenta del
ambiente en que actuó, sentir con su corazón y asir sus emociones. Aquí notamos el
alcance del término “interpretación histórico gramatical”. Tenemos que apropiarnos no
sólo la tendencia gramatical de las palabras y frases sino, también, sentir la fuerza y la
situación de las circunstancias históricas que, en alguna forma, pudieron afectar al
escritor. De ahí, también, puede deducirse cuán íntimamente relacionado puede estar el
objeto o designio de un escrito con la ocasión que sugirió su producción. La individualidad
del escritor, su medio ambiente, sus necesidades y deseos, su relación para con aquellos
para quienes escribió, su nacionalidad y la de ellos, el carácter de la época en que
escribió, todas estas cosas son asuntos de la mayor importancia para una perfecta
interpretación de los varios libros de la Biblia. Especialmente debiera el intérprete tener un
concepto claro del orden de los acontecimientos relacionados con todo el curso de la
historia sagrada, tales como la historia contemporánea (hasta donde se pueda conocer)
de las grandes naciones y tribus de los tiempos patriarcales; los grandes poderes de
Egipto, Asiria, Babilonia y Persia, naciones con las cuales los israelitas estuvieron varias
veces en contacto; el Imperio Macedónico, con sus posteriores ramas tolemaicas y
seleucidaicas (que infligieron muchas penas al pueblo judío) y la conquista y dominio
subsiguientes de los romanos. El exegeta debiera ser capaz de situarse en cualquier
punto de esta línea de la Historia, donde quiera que pueda hallar la época de su autor; y
desde allí asir vívidamente las remotas circunstancias. Debe buscar familiaridades con las
costumbres, vida, espíritu, ideas y ocupaciones de aquellas diferentes épocas y tribus y
naciones, para poder distinguir prontamente entre lo que perteneció a una y lo que
perteneció a otra. Con semejante conocimiento estará habilitado no sólo para trasportarse
con el pensamiento a una época dada sino, también, para evitar el confundir las ideas de
una época o raza con las de otra.

No es tarea fácil el despojarse del instante actual y transportarse a una época


pasada. A medida que avanzamos en conocimientos generales y alcanzamos una
civilización más elevada, inconscientemente pasamos más allá de las antiguas
costumbres e ideas. Perdemos el espíritu de los tiempos antiguos y nos llenamos con la
generalización más amplias y los procedimientos más científicos del pensamiento
moderno. La inmensidad del universo, la vasta acumulación de los estudios e
investigaciones humanas, el influjo de grandes instituciones civiles y eclesiásticas y el
poder del sentimiento y opiniones tradicionales, rigen y modelan nuestro modo de pensar
en una medida de la que apenas nos damos cuenta. Arrancarse uno a sí mismo de estas
cosas y volver, con el espíritu, a las épocas de Moisés, David, Isaías, Esdras, Mateo y
Pablo, y colocarse en el punto de vista histórico de esos escritores a fin de ver y de sentir
como ellos, seguramente no es tarea fácil. Sin embargo, si verdaderamente asimos el
espíritu y sentimos la fuerza viva de los antiguos oráculos de Dios, tenemos que recibirlos
con una sensación análoga a la que experimentaron los corazones de aquellos a quienes
fueron dados de inmediato.

No pocos devotos lectores de la Biblia están tan impresionados con ideas


exaltadas acerca de la gloria y santidad de sus antiguos personajes, que se hallan
expuestos a contemplar el registro de sus vidas en una luz falsa. Para algunos es difícil
creer que un Moisés y un Pablo no conociesen los acontecimientos de épocas modernas.
Hay quienes se imaginan que la sabiduría de Salomón debió abarcar todo lo que el
hombre puede saber. Piensan que Isaías y Daniel deben haber discernido todas los
acontecimientos futuros tan claramente como si ya hubieran ocurrido y que los escritores
del Nuevo Testamento deben haber sabido qué historia e influencia había de tener en
épocas posteriores la obra de sus vidas. En la mente de tales personas, los nombres de
Abraham, Jacob, Josué, Jefté y Sansón, están tan asociados con pensamientos santos y
revelaciones sobrenaturales, que medio se olvidan de que fueron hombres sujetos a las
mismas pasiones que nosotros. Una indebida exaltación de la santidad de los santos
bíblicos es posible que perjudique la correcta exposición histórica.

La vocación e inspiración divina de los profetas y apóstoles no anuló o hizo a un


lado sus potencias humanas naturales; y el intérprete bíblico no debe cometer el error de
consentir que su visión sea de tal manera deslumbrada por la gloria de la misión divina de
aquellos hombres que lo cieguen acerca de los hechos de la historia. La astucia y engaño
de Abraham, así como de Isaac y Jacob; las pasiones temerarias de Moisés y la
brutalidad bestial de muchos de los jueces y reyes de Israel, no son cosas que deban
quererse esconder o disimular. Son hechos que el intérprete debe reconocer
debidamente; y cuanto más plena y vívidamente se dé uno cuenta de esos hechos y los
coloque en su verdadera luz y su aspecto real, tanto más exactamente entenderemos el
verdadero intento de las Escrituras.

En la exposición de los Salmos, una de las primeras cosas que hay que inquirir es
el punto personal en que el autor se coloca. De los poetas hebreos puede decirse como
de los de todas las otras naciones, que la interpretación de su poesía depende menos de
la crítica verbal que de la simpatía con los sentimientos del autor, el conocimiento de sus
circunstancias y atención al objeto y dirección de sus declaraciones. Hay que colocarse
uno mismo en su condición, adoptar sus sentimientos, dejarse llevar a flote con la
corriente de sus sentimientos, ser consolado con sus consolaciones, o agitado por la
tormenta de sus emociones.

¡Cuánta vividez y realidad aparecen en las epístolas de San Pablo cuando las
estudiamos en conexión con el relato de sus viajes y labores apostólicos y los aspectos
físicos y políticos de los países por los cuales ha pasado! Desde este punto de vista cuán
reales y llenas de vida son todas las alusiones de sus epístolas. Debe buscarse
cuidadosamente la situación y condición de las personas e iglesias de que habla.
Especialmente sus epístolas a los Corintios y las de su prisión perderían la mitad de su
interés y valor si no fuese por el conocimiento que otras epístolas nos proporcionan
acerca de personas, incidentes y lugares. Qué tierno encanto presta a la Epístola a los
Filipenses el conocimiento que tenemos de las primeras experiencias del apóstol en
aquella colonia romana, sus visitas posteriores a ella y el pensamiento de que la escribe
en su prisión, en Roma, mencionando frecuentemente sus cadenas (Fil. 1:7, 13, 14) y de
las bondades que los filipenses le habían manifestado (4:15-18).

Vemos, pues, que un buen canon de interpretación, debe tomar muy en consideración la
persona y las circunstancias del autor, la época y el sitio en qué escribió y la ocasión y los
motivos que le movieron a escribir. Y no debemos omitir el hacer investigaciones
análogas acerca del carácter, condiciones e historia de aquellos para quienes se escribió
el libro que estudiamos y de aquellos a quienes el libro menciona.

LA POESIA HEBREA

Buena parte del Antiguo Testamento está compuesto en un estilo y forma de


lenguaje muy por arriba del de la simple prosa. Los libros históricos abundan en vibrantes
discursos, odas, piezas líricas, salmos y fragmentos de cantos. Casi la mitad del Antiguo
Testamento está escrito en este estilo poético. Pero la poesía de los hebreos tiene
peculiaridades tan notables y distintas de las de otras naciones, como su propio idioma es
diferente de las otras familias de idiomas. Su metro no se compone de sílabas sino de
sentencias y sentimientos. Hablando con propiedad, la poesía hebrea nada sabe de pie
métrico y versificación análogos a la forma poética de las lenguas indo-europeas. Las
sabias e ingeniosas tentativas de algunos hombres eminentes por fabricar un sistema de
metros hebreos se consideran ya como fracasadas. Se nota bien en la poesía hebrea el
estilo elevado, la armonía y paralelismo de sentencias, el fluido sonoro de palabras
gráficas, el arreglo artificial de cláusulas, repeticiones, transposiciones y antítesis retóricas
que constituyen la vida de la poesía; pero la forma de metro silábico no aparece en
ninguna parte.

Generalmente se reconoce ahora que el aspecto distintivo de la poesía hebrea


consiste en el paralelismo de miembros. Esto constituiría una forma muy natural para
sentencias tan cortas y vívidas como son las que caracterizan a la sintaxis hebrea. Basta
que el alma se llene de profunda emoción, que las ardientes pasiones muevan el corazón,
den brillantez al ojo y hagan elevar la voz, para que las sencillas sentencias de la prosa
hebrea tomen espontáneamente forma poética.
Desembarazado de las trabas de las limitaciones métricas, el poeta hebreo
gozaba de una libertad peculiar y era dueño de expresar en gran variedad de formas los
sentimientos de la pasión.

No podemos dar demasiado énfasis al hecho de que alguna forma estructural es


necesaria a toda poesía. Los elementos de la poesía son invención, inspiración y forma
expresiva, pero todo el genio de posible inventiva y toda la inspiración de la pasión más
ardiente se estrellarían contra la absoluta falta de algún molde adecuado en qué
presentarlos. Cuando las creaciones del genio y de la inspiración han tomado una forma
monumental en el lenguaje, esa forma viene a constituir una parte esencial del todo. De
aquí la imposibilidad de traducir la poesía de Homero, Virgilio o David, a la prosa
castellana o de cualquier otro idioma y, al mismo tiempo, conservar el poder y el espíritu
del original.

La traducción de Bayardo, del Fausto, es una obra maestra por el hecho de que
con éxito notable ha conseguido verter de un idioma a otro, no simplemente los
pensamientos, el sentimiento y el significado exacto del autor sino también la forma y el
ritmo. Como lo sostienen autoridades eminentes, "la primera cuestión a considerarse en
una obra poética es el valor de su forma. La poesía no es meramente una forma de
expresión sino que es la forma de expresión que cierta clase de ideas exige en absoluto.
En realidad, la poesía puede distinguirse de la prosa por el simple hecho de que es la
expresión de algo en el hombre que es imposible expresar con perfección en ninguna otra
forma que la rítmica. Es inútil decir que el significado desnudo es independiente de la
forma. A1 contrario, la forma contribuye esencialmente a la plenitud del significado. En la
poesía que se perpetúa mediante su propia vitalidad inherente no existe unión forzada de
estos dos elementos. El intentar representar poesía en prosa es cosa muy parecida al
querer expresar con palabras lo que dice la música en su lenguaje".

La poesía hebrea es, probablemente, más susceptible de traducción que la de


ningún otro idioma por los motivos que hemos expresado más arriba: no hay rima ni
escala métrica que cuidar al traducir. Es esencial preservar dos cosas, el espíritu y la
forma, y ambas son de tal naturaleza que hacen posible el reproducirlas, en alto grado, en
casi cualquier otro idioma.

En tanto que el espíritu y la emoción de la poesía hebrea se deben a una


combinación de varios elementos, el paralelismo de sentencias es un aspecto muy
notable de forma externa.

Las sentencias breves y vividas, que son una característica peculiar del lenguaje
hebreo, conducen, por un proceso muy natural, a la formación de paralelismos en poesía.
El deseo de presentar un asunto en la forma más impresionable posible, conduce a la
repetición y la tautología aparece en formas ligeramente variadas de un mismo y único
pensamiento, como se ve en las siguientes líneas de Proverbios 1:24-27:

Por cuanto llamé y no quisisteis; Extendí mi mano y no hubo quien escuchase;


Antes, desechasteis todo consejo mío, Y mi reprensión no quisisteis; También yo me reiré
en vuestra calamidad; Y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; Cuando viniere,
como una destrucción, lo que teméis, Y vuestra calamidad llegare como un torbellino;
Cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia.

Las formas más comunes y regulares del paralelismo hebreo las clasifica Lowth
bajo tres divisiones generales, que denomina: Sinónima, Antitética y Sintética. Estas, a su
vez, pueden subdividirse según que las líneas formen simples pareados o tercetos o
tengan correspondencia medida en sentimiento y extensión, o sean desiguales y
quebradas por repentinas explosiones de pasión o par alguna repetición impresionante.

I. PARALELISMO SINONIMO

Presentamos aquí algunos pasajes en los cuales las diferentes líneas o miembros
presenten el mismo pensamiento con ligeras alteraciones en la forma de expresión.
Especificaremos tres clases de paralelos sinónimos:

a) IDÉNTICO. Se llama así cuando los diferentes miembros se componen de las


mismas o casi las mismas palabras:

b) SIMILAR, cuando el sentimiento es, substancialmente el mismo pero el lenguaje


y las figuras son diferentes:

Porque él la fundó sobre los mares, Y afirmóla sobre los ríos (Salmo 24.: 2) .

¿Acaso gime el asno montés junto a la hierba? ¿Muge el buey junto a su pasto? ( Job. 6:
Enlazado eres con las palabras de. tu boca, Y preso con las razones de tu boca ( Prov.
6:2 ).

Alzaron los ríos, oh Jehová, Alzaron los ríos su sonido; Alzaron los ríos sus ondas (Salmo
93: 3) .

5).

c ) INVERTIDO se llama cuando existe una inversión o transposición de palabras o


sentencias, de manera que se cambia el orden del pensamiento: Los cielos cuentan la
gloria de Dios Y la obra de sus manos denuncia la expansión. (Salmo 19:1)

No guardaron el pacto de Dios Ni en su ley quisieron andar ( Salmo 78:10 ) .

2. PARALELISMO ANTITETICO

Bajo esta división cae todo pasaje en el cual hay contraste u oposición de
pensamiento presentado en las diferentes sentencias. Esta clase de paralelismo abunda,
especialmente, en el libro de Proverbios, por el hecho de adaptarse particularmente para
expresar máximas de sabiduría proverbial. Hay dos formas de paralelismo antitético:

a ) SIMPLE, cuando el contraste se presenta en un solo dístico de sentencias simples:

La justicia engrandece la nación Pero el pecado es afrenta de las naciones.

( Prov. 14.: 34 ) .

La lengua de los sabios adornará la sabiduría; Mas la boca de los necios hablará
sandeces. (Prov. 15:2) .

Porque un momento será su furor Mas la boca de los necios hablará sandeces. (Sal. 30) .

b) COMPUESTO, cuando hay dos o más sentencias en cada miembro de la antítesis:

El buey conoce a su dueño Y el asno el pesebre de su señor; Israel no conoce,

Mi pueblo no tiene entendimiento ( Isaís 1:3).

Por un momentito te dejé; Mas te recogeré con grandes misericordias.

Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un [momento; Mas con compasión eterna
tendré compasión de tí.( Isaías 54: 7-8 ) .

3. PARALELISMO SINTETICO

El paralelismo sintético o constructivo consiste, según la definición de Lowth, "sólo en la


firma de construcción, en la que una palabra no responde a otra ni una sentencia a otra
sentencia, como equivalentes u opuestas; pero hay una correspondencia e igualdad entre
diferentes proposiciones con respecto a la forma y giro de toda la sentencia y de las
partes constructivas, tales como el nombre respondiendo al nombre, el verbo al verbo, el
miembro al miembro, la negación a la negación, la interrogante a la interrogante". Deben
notarse dos clases de paralelos sintéticos:

a ) CORRESPONDIENTE, es cuando existe una correspondencia formal e


intencional entre sentencias relacionadas, como en el ejemplo siguiente tomado del
Salmo 27:1, donde la primera línea corresponde con la tercera y la segunda con la cuarta:

Jehová es mi luz y mi salvación, ¿De quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida

¿De quién he de atemorizarme?

Este mismo estilo de correspondencia se nota en el siguiente paralelismo antitético


compuesto:
Avergüéncense y sean confundidos a una, Los que de mi mal se alegran, Vístanse de
vergüenza y de confusión Los que se engrandecen contra mí. Canten y alégrense Los
que se deleitan en, mi justicia Y digan siempre: Sea ensalzado Jehová, Que ama la paz
de su siervo (Salmo 35:26-17)

b) ACUMULATIVO, cuando hay una culminación de sentimiento que corre a través


de los paralelos sucesivos; o cuando existe una constante variación de palabras y de
pensamientos por medio de la simple acumulación de imágenes o de ideas:

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo malos, Ni estuvo en camino de


pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley de Jehová
está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche (Salmo 1:1-2) .

Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, Llamadle en tanto que está cercano.Deje el
impío su camino, Y el hombre inicuo sus pensamientos; Y vuélvase a Jehová, quien
tendrá misericordia de él; Y al Dios nuestro, quien será amplio en perdonar. (Isaías
55:6-7).

Pero aparte de estas formas más regulares de paralelismo existen numerosas


peculiaridades en la poesía hebrea que no han de clasificarse bajo ninguna regla o teoría
de prosodia. Los vuelos poéticos de los antiguos bardos desconocían tales trabas; y por
medio de giros imprevistos así como de líneas rotas y desiguales, y de repentinas y
breves explosiones de oración o de sentimentalismo, producían una gran variedad de
expresivas formas de sentimiento.

En el período posterior del lenguaje hallamos un número de poemas artificiales en


los cuales los varios versículos o líneas comienzan con una de las letras del alfabeto
hebreo, en su orden regular. En los salmos CXI y CXII, las líneas o mitades de versículos
están arregladas en orden alfabético. En los salmos XXV, XXXIV, CXLV; Prov. 31:10-31 y
Lament. I y II, cada versículo separado comienza con una nueva letra, en orden
alfabético. En el Salmo XXXVII, con ligeras excepciones, de cada dos versículos
seguidos, uno comienza con una nueva letra. En el Salmo CXIX y Lamentaciones in, una
serie de versículos, cada una comenzando con la misma letra, se agrupan en estrofas y
éstas se siguen una a la otra en orden alfabético. Semejante artificio denuncia un período
posterior en la vida del lenguaje, cuando el espíritu poético, haciéndose menos creativo y
más mecánico, produce un nuevo método de forma externa para atraer la atención y
ayudar a la memoria.

Pero aparte de toda forma artificial, el idioma hebreo en sus palabras, frases
idiomáticas, conceptos vívidos y poder pictórico posee una simplicidad y belleza notables.
Para un individuo tan impresivo como el hebreo, todo asunto estaba lleno de vida y la
manera de presentar los actos más ordinarios atraía su atención. Aun en su conversación
ordinaria ocurren frecuentemente las sentencias patéticas, las exclamaciones sublimes y
las profundas sugestiones. ¡Cuán a menudo ocurre en la simple narración la expresión
(que en hebreo es una palabra) "he aquí"! ¡Cuán gráficamente se describen aun el
proceso y el orden de la acción, en pasajes como los siguientes: "Levantó Jacob sus pies
y fuese a la tierra de los hijos del Oriente". (Gen. 29:1). "Alzó su voz y lloró... Y así que
oyó Lavan las nuevas de Jacob, hijo de su hermana, corrió a recibirle y abrazarlo y besólo
y trájole a su casa" (v. 11-13). "Y alzando Jacob sus ojos, miró y -¡he aquí!- venía Esaú".
(Gen. 33:1) .

Por otra parte, hay muchos pasajes donde alguna elipsis notable vigoriza la
expresión: "...ahora, pues, porque no alargue su mano y tome también del árbol de la vida
y coma, y viva para siempre, y sacóle Jehová, del huerto del Edén" (Gen. 3:22).
"¡Vuélvete, oh Jehová, ¿hasta cuándo?" (Salmo 90:13) . El esfuerzo de los traductores
ingleses por suplir la elipsis del Salmo 19:3-4, estropea el verdadero significado. Dicen
ellos: "No hay dicho ni lenguaje donde su voz no sea oída". La versión castellana, fiel al
hebreo, es mucho más impresivo, dándonos a entender que aunque los cielos no tienen
lenguaje o voz audible, tales como los que el hombre usa, sin embargo han sido
extendidos, como un hilo de medir, sobre la superficie de toda la tierra y, aunque mudos,
poseen sermones para las almas reflexivas en todas partes del mundo habitable.

Incumbe a la Hermenéutica Especial el reconocer la forma retórica y distinguir el


pensamiento esencial del modo de expresión en que puede presentárselo. Y para toda
mente pensadora debe ser una cosa evidente que la poesía apasionada de los hebreos
no es de naturaleza tal que pueda sujetarse a una interpretación literal. Muchos de los
más hermosos pasajes de los Salmos y de los Profetas han sido elaborados en un estilo
de esplendidez en busca del estilo retórico, y sus magníficos paralelismos y estrofas
deben ser explicados como explicamos análogos vuelos de la imaginación de otros
poetas. Ese lenguaje. Esmeradamente elaborado puede servir mejor que otro para hacer
más profunda la impresión del pensamiento divino que comunica. No es la expresión
literal sino la enajenación espiritual congénita lo que nos capacita para comprender la
fuerza de un pasaje tal como Deut. 32:22:

Porque fuego se encenderá en mi furor, Y arderá hasta lo profundo del Sheol; Y devorará
la tierra y sus frutos Y abrazará los fundamentas de los montes.

El lenguaje impresionante de Zacarías 11:1-2, no pierde nada del poder de


impresionar por el hecho de que el discurso se dirija a las montañas y los árboles como si
fuesen seres conscientes:

¡0h Líbano, abre tus puertas y el fuego queme tus cedros! ¡Aúlla, oh haya, porque el
cedro cayó, los magníficos son talados! ¡Aúlla, oh haya, porque el cedro cayó, los
magníficos son derribado!

No hay para qué suponer que en la calamidad anunciada por este oráculo ni un
solo cedro del Monte Líbano ni un alcornoque de Bazán fuesen destruidos. El lenguaje es
el de las imágenes poéticas, adaptado a producir impresiones y a transmitir la idea de una
extensa ruina, pero sin tener nunca la intención de ser entendido literalmente. Y lo mismo
pasa con las sublimes descripciones dé Jehová que se hallan en los Salmos y los
Profetas, su inclinarse a mirar desde los cielos y descender con una nube debajo de sus
pies; su cabalgar sobre un querubín y el hacerse visible en las alas del viento (2 Sam
22:10-11; comp. Salmo 18:9-10; Ezeq. 1:13-14. >; Su estar de pie y medir la tierra; su
cabalgar en caballos y andar en carrozas de salvación, con rayos procedentes de sus
manos y el resplandor de su fulgente lanza asombrando al sol y a la luna en los cielos
(Hab. 3:4, 6, 8, 11) ; todos estos pasajes y otros semejantes a ellos no son más que
descripciones poéticas de la potencia y la majestad de Dios en su administración
providencial del mundo. Las figuras especiales de lenguaje usadas en tales descripciones
se discutirán en los capítulos siguientes.

LENGUAJE FIGURADO

Aquellas partes de las Santas Escrituras escritas en lenguaje figurado exigen


especial cuidado para su interpretación. Cuando se emplea una palabra en otro sentido
que el que originariamente le pertenece o aplicándola a algún objeto diferente de aquél en
que se la usa comúnmente, se la designa con el nombre de tropo. Las necesidades y
propósitos del lenguaje humano requieren el uso frecuente de palabras en ese sentido
trópico.

Cuando a Santiago, Cefas y Juan, se les designan con el nombre de columnas de


la Iglesia (Gál. 2: 9) inmediatamente nos damos cuenta de que la palabra "columna" está
usada metafóricamente. Y cuando de la Iglesia misma se dice que está "edificada sobre el
fundamento de los apóstoles y los profetas" (EL 2:20) sabemos que se emplea un
lenguaje figurado, presentando a la Iglesia como una casa o templo.

Las operaciones naturales de la mente humana impulsan al hombre a rastrear


analogías y a hacer comparaciones. Se excitan las emociones agradables y la
imaginación se gratifica con el empleo de metáforas y símiles. Aunque pudiéramos
concebir un idioma con abundante acopio de palabras como el necesario para expresar
todas las ideas posibles, la mente humana aún nos exigiría el comparar y contrastar
nuestros conceptos; y ese procedimiento pronto necesitaría una variedad de figuras de
lenguaje. Es tan grande la parte de nuestros conocimientos que adquirimos por medio de
los sentidos, que todas nuestras ideas abstractas y nuestro lenguaje espiritual tienen una
base material. Es cosa notable la gran cantidad de metáfora que existe en el lenguaje de
la vida ordinaria; metáforas cuyo origen hemos olvidado en gran parte, si no del todo.

Las fuentes principales del lenguaje figurativo de la Biblia las constituyen el


aspecto física de la Tierra Santa, los hábitos y usos de sus antiguas tribus y las formas del
culto israelita. Por consiguiente, deben estudiarse con esmero todas esas fuentes a fin de
poder interpretar las partes de las Escrituras escritas en lenguaje figurado. Asi como
discernimos una providencia divina en el uso del hebreo, el caldeo y el griego, como los
idiomas de la revelación inspirada por Dios; y así como creemos que la progenie de
Abraham, por la línea de Jacob, fue el pueblo divinamente escogido para recibir y
conservar los oráculos de Dios; así también es dable creer que la Tierra prometida
constituyó un elemento .esencial en el proceso de desarrollar y perfeccionar la forma
retórica de los registros sagrados. Dice un respetable autor: "No es ficción ni
extravagancia calificar a esa tierra, de microcosmos, -un pequeño mundo en sí misma,
abarcando todo aquello que en el pensamiento del Creador sería necesario para
desarrollar el lenguaje del reino de los cielos. Ni es fácil concebir cómo pudiera haberse
alcanzado el fin propuesto sin una tierra semejante provista y adaptada, como ésta lo
estaba, por la providencia de Dios. Todo ello era necesario,- montaña y valle, colina y
llanura; lago y río, mar y horizonte, verano e invierno, siembra, cosecha, árboles, arbustos
y flores, bestias y aves, hombres y mujeres, tribus y naciones, gobiernos y religiones
falsas y verdaderas, y otras innumerables cosas, sin ninguna de las cuales era posible
pasarse. Imaginad, si podéis, una Biblia en la que se omitiera todo eso, o en la que se
substituyeran por otras algunas de las cosas esenciales que contiene, una Biblia sin
patriarcas ni peregrinaciones, sin la esclavitud de Egipto y la correspondiente liberación,
sin Mar Rojo ni Sinaí, sin el Desierto con todas las escenas e incidentes del viaje de los
israelitas por él; sin un Jordán con un Canaán al lado opuesto, o sin un Mar Muerto con
Sodoma abajo; sin el Moriah con su templo, sin Sión con sus palacios y en sus suburbios
el Hinnom con el fuego y el gusano que nunca terminan. ¿De dónde habrían salido
nuestros cánticos y salmos divinos si los poetas sagrados hubiesen vivido en un país sin
montañas ni valles, donde no hubiese habido llanos cubiertos de grano ni campos ricos en
verdor, ni colinas con olivos, higueras y viñedos? Todo es necesario, y todo presta buen
servicio, desde los alcornoques de Bazán y los cedros del Líbano hasta el hisopo que
brota en los muros. La diminuta semillita de mostaza tiene su moral y los lirios sus bellas
lecciones. Las espinas y abrojos proclaman amonestaciones y avivan tristes recuerdos.
Las ovejas y el aprisco, el pastor y su perro, el asno y su dueño, el buey y su aguijada, el
camello y su carga, el caballo con' su cuello revestido de trueno; leones rugientes, lobos
rapaces, zorros destructores, ciervos que braman por arroyos, corzos alimentándose
entre los lirios, palomas en los huecos de sus palomares, gorriones en las azoteas,
cigüeñas en el cielo, águilas apresurándose sobre sus presas; cosas grandes y cosas
pequeñas; la industriosa abeja aprovechando toda hora solar y la precavida hormiga
almacenando durante la cosecha, nunca demasiado grande para su uso, aunque
demasiado pequeña para prestar. Estas no son más que muestras, tomadas al azar, de
entre un mundo de ricos materiales; pero no olvidemos que todos ellos se hallan en esta
tierra, donde había de hallarse y enseñarse el dialecto del reino espiritual de nuestro
Dios".

Los mismos principios generales mediante los cuales establecemos el sentido


histórico gramático se aplican también a la interpretación del lenguaje figurado y nunca
debiéramos olvidar que las porciones de la Biblia más llenas de lenguaje figurado son tan
ciertas y veraces como los capítulos más prosaicos. Las metáforas, alegorías, parábolas,
y símbolos son formas divinamente escogidas para presentar los oráculos de Dios y no
debemos suponer que su significado sea tan vago e incierto que se haga imposible el
describirlo. En conjunto, creemos que las partes de lenguaje figurado de las Escrituras no
son tan difíciles de entender como muchos se han imaginado. Mediante un discernimiento
cuidadoso y juicioso, el intérprete debe procurar determinar el carácter y propósito de
cada tropo particular y explicarlo en armonía con las leyes ordinarias del lenguaje y el
plan, objeto y contexto del autor.
Todas las figuras de lenguaje se fundan sobre alguna semejanza o relación que
diferentes objetos guardan entre sí; y en los estilos que se distinguen por su rapidez y
brillantez a menudo acontece que se coloca a la causa en lugar del objeto o viceversa; o
se usa el nombre de un sujeto cuando sólo quiere uno referirse a alguna circunstancia
accesoria o asociada. Este cambio y substitución de un nombre por otro (metonimia) da al
lenguaje una fuerza y potencia imposibles de alcanzar de otra manera. Así se representa
a Job, diciendo: "Mi saeta es gravosa" (Job 34:6). Es evidente que por saeta quiere darse
a entender la herida ocasionada por una saeta y se hace alusión al capítulo 64, donde se
representa a las amargas aflicciones de Job como ocasionadas por las saetas del
Todopoderoso. Así también, en Lucas 16:29 y 24:27 se dice, Moisés y los profetas para
designar los escritos de los cuales ellos fueron autores. A veces se usa el nombre de un
patriarca para significar su posteridad (Gen. 9:27; Amos 7: 9) .

Otro uso de esta figura ocurre cuando se coloca alguna circunstancia o idea
accesoria o asociada en lugar del objeto principal, y viceversa. En Oseas 1:2, está escrito:
"La tierra se dará a fornicar", usándose la palabra "tierra" para dar a entender el pueblo
que la habitaba. En Mateo 3:6, se habla de Jerusalén y Judea, queriendo decir con ello la
gente que habitaba esos lugares.

Los siguientes ejemplos ilustrarán la manera cómo se usa lo abstracto por lo


concreto: "Justificará por la fe la circuncisión y por medio de la fe la incircuncisión", (Rom.
3: 30) . Aquí la palabra "circuncisión" designa a los judíos y "la incircuncisión", a los
gentiles. Y Pablo dice a los efesios (5:8) con gran fuerza de lenguaje: "En otro tiempo
erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor".

Existe otro empleo de esta figura que puede llamarse metonimia del signo y la
cosa significada. Así leemos en Isaías 22:22: "Pondré la llave de la casa de David sobre
su hombro y abrirá y nadie cerrará y cerrará y nadie abrirá" Aquí se usa la palabra "llave"
como signo de contralor sobre la casa, de poder para abrir o cerrar las puertas cuando le
plazca; y el poner la llave sobre el hombro ,denota que el poder simbolizado por la llave
será carga pesada para el que lo ejerza. Compar. Mat. 16:19. En el cuadro refulgente con
que Isaías representa la Era Mesiánica (24) describe la completa cesación de las luchas y
guerras nacionales con las significativas palabras: "Volverán sus espadas en rejas de
arado y sus lanzas en hoces".

Otra clase de tropo, muy parecida en su carácter a la metonimia, es aquella en


que se pone la parte por el todo o viceversa, un género por una especie o una especie por
un género, el singular por el plural y al revés. Así vemos que en Lucas 2:1 se dice: "toda
la tierra", significando el Imperio Romano; y en Mat. 12:40 se dice "tres días y tres
noches" para expresar sólo una parte de ese tiempo. Se habla a veces del alma, para
indicar la persona; (Act. 27:37) de Jefté se dice que fue sepultado "en las ciudades de
Galaad", significando, sin embargo, una sola de esas ciudades (Juec. 12:7) . En el Salmo
46:9, se representa al Señor como "que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra,
quiebra el arco, corta la lanza y quema los carros de guerra". Aquí, al especificar arco,'
lanza y carro de guerra, es indudable que el Salmista quería representar el triunfo de
Jehová como una destrucción completa de todo elemento de guerra.

Cosa característica de la mente hebrea era el formarse y expresar vividos


conceptos del mundo externo. Todos los objetos de la naturaleza, cosas inanimadas y
hasta ideas abstractas se les miraba como si estuviesen animados de vida y se hablaba
de ellos aplicándoles el género masculino o el femenino. Y esta tendencia se nota en to-
dos los idiomas y produce la figura de lenguaje que llamamos "personificación". La
declaración de Números 16:32, de que "la tierra abrió la boca y tragó" a Coré y los suyos,
es un ejemplo de personificación; y casos como éste ocurren en las narraciones en prosa.
Ejemplos muy notables de personificación se hallan en pasajes tales como el Salmo
114:34: "La mar vio y huyó; el Jordán se volvió atrás. Los montes saltaron como carneros,
los collados como los corderitos". También leemos en Habacuc 3:10: "Viéronte y tuvieron
temor los montes; pasó la inundación de las aguas; el abismo dio su voz y levantó en alto
sus manos". Aquí se nos presentan los collados, los ríos y la mar como seres animados
de vida. Se les supone conscientes y con facultad de pensar, sentir y moverse; y sin
embargo, sólo se trata del lenguaje conmovedor de la imaginación y del fervor poético y
todo ello tiene su origen en una intuición intensa y vívida de la naturaleza.

            Hay otra figura muy emparentada con la personificación, a la cual llamamos
apóstrofe; se deriva de las palabras griegas apó (desde) y stref o (volver) y denota
especialmente el hecho de que el que habla se vuelve de sus oyentes hacia otro lado y
dirige la palabra a una persona o cosa ausentes o imaginarias. Cuando el discurso se
dirige a un objeto inanimado, las figuras de personificación y de apóstrofe se combinan en
un mismo pasaje. Así pasa con el pasaje citado del Salmo 1:14. Después de personificar
al mar, al Jordán y a las montañas, el salmista, repentinamente, vuelve directamente
hacia ellos su discurso y les dice: "¿Qué tuviste, oh mar, que huiste? ¿Y tú, oh Jordán,
que te volviste atrás? ¡Oh, montes! ¿Por qué saltasteis como carneros y vosotros
collados, como corderitos? "El apóstrofe dirigido al caído rey de Babilonia (Isaías 11:9-20)
es uno de los ejemplos más atrevidos y sublimes de su especie, en cualquier idioma.
Abundan en los profetas ejemplos análogos de discursos atrevidos y apasionados y,
como hemos visto, la mente oriental era muy dada a expresar sus pensamientos y
sentimientos en este estilo conmovedor.

Con frecuencia las formas interrogativas de impresión suelen ser la manera más
vigorosa de enunciar verdades de importancia, como cuando leemos en Hebr. 1: 14,
acerca de los ángeles: "¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a
favor de los que serán herederos de salvación?" Aquí, como por implicación, se considera
como creencia indisputada la doctrina del ministerio de ángeles en tan noble servicio. Las
interrogaciones en Rom. 8:33-35 nos suministran un estilo sumamente impresionante de
presentar el triunfo de los creyentes en las benditas provisiones de la redención. "¿Quién
acusará a los escogidos de Dios?..." (En la traducción inglesa, este pasaje es aún más
enfático que en castellano y, por lo tanto, más hermosa. Recomendamos leerlo en ese
idioma). Muy frecuentes y notables son, también, las formas interrogatorias de lenguaje
en el libro de Job. "¿No sabes esto que fue siempre desde el tiempo que fue puesto el
hombre sobre la tierra, que la alegría de los impíos es breve y el gozo del hipócrita, por un
momento?" (20:4i). "¿Alcanzarás tu el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a describir la
perfección del Todopoderoso?" (11:7) . La respuesta de Jehová desde el torbellino (caps.
XXXVIII al XLI en muy gran parte, tiene esa forma.

La hipérbole es una figura retórica que consiste en exagerar -o magnificar un


objeto más allá de la realidad. Su origen natural se halla en la tendencia propia de las
mentes jóvenes e imaginativas, a describir los hechos con los colores más vivos. Es cosa
muy natural para una fantasía ardiente el describir la apariencia dé los muchos campos de
los madianitas y los amalecitas, tal como se la describe en Jueces 7:12: "Tendidos en el
valle, como langostas en muchedumbre y sus camellos eran innumerables, como la arena
que está a la ribera de la mar, en multitud". Otros ejemplos bíblicos de esta figura son los
siguientes: "Toda la noche inundo mi lecho, riego mi estrado con mis lágrimas". (Salmo
6:6). "¡Oh, si mi cabeza se tornase aguas y mis ojos fuentes de aguas para que llore día y
noche los muertos de la hija de mi pueblo! (Jerem. 9:1). "Y hay también, otras muchas
cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen cada una por sí, ni aun en el mundo pienso
que cabrían los libros que se habrían de escribir". (Juan 21:25). Esas expresiones
exageradas, cuando no se las multiplica, usándolas con indebida frecuencia, atraen
poderosamente la atención y hacen una impresión agradable.

Otra forma peculiar de lenguaje que mencionaremos sólo de paso, es la ironía, por
medio de la cual el que habla, o escribe, expresa lo contrario de lo que quiere decir. Las
palabras de Elías a los adoradores de Baal constituyen un ejemplo de la más completa
ironía ( Rey. 18:27) . Otro ejemplo lo hallamos en Job 12:1: "Ciertamente que vosotros
sois el pueblo y que con vosotros morirá la sabiduría". En 1 Cor. 4:8, San Pablo se
permite la siguiente ironía: "¡Ya estáis hartos, a estáis ricos, sin nosotros reináis! ¡Y ojalá
reinéis, pra que nosotros reinemos también juntamente con vosotros". La designación de
las treinta piezas de plata en Zacar. 11:13, como "hermoso precio", es -un ejemplo de
sarcasmo. Las palabras de burla y de befa de los soldados (Mat. 27: 30) y las de los
sacerdotes y escribas (Marc. 15:32) "... baje ahora de la cruz para que veamos y
creamos", no son ejemplos apropiados de ironía, sino de perverso escarnio y mofa.

SIMILES Y METAFORAS

El Símil

Cuando se hace una comparación formal entre dos objetos, buscando impresionar
la mente con algún parecido o semejanza, la figura se llama "símil". En Isaías 55:10-11,
hallamos un hermoso ejemplo de esto: "Porque como desciende de los cielos la lluvia y la
nieve y no vuelve allá sino que harta la tierra y la hace germinar y producir y da simiente
al que siembra y pan al que come: así será mi palabra, que sale de mi boca, no volverá a
mí vacía; antes hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para que la envié". Las
oportunas y variadas alusiones de este pasaje presentan la benéfica eficacia de la palabra
de Dios, y esto en un estilo muy impresionante.
Los símiles ocurren con frecuencia en las Escrituras y teniendo por objeto ilustrar
la idea del autor, no envuelven dificultades de interpretación. Cuando el salmista dice:
"Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades; velo y soy
como el pájaro solitario sobre el tejado" (Salmo 102:6) sus palabras son una vívida
descripción de su absoluta soledad. En Mat. 28:3, se dice del ángel que movió la piedra
de la puerta del sepulcro, que "su aspecto era como un relámpago y su vestido blanco
como la nieve"... En Romanos 12:4, el apóstol ilustra la unidad de la Iglesia y la diversidad
de sus ministros individuales por medio de la siguiente comparación: "De la manera que
en un cuerpo tenemos muchos miembros empero todos los miembros no tienen la misma
operación, así muchos somos un cuerpo en Cristo, mas todos miembros los unos de los
otros". Compárese, también, 1 Cor. 12:12. En todos estos casos, así como en otros, la
comparación se interpreta por sí sola, en tanto que las imágenes intensifican el
pensamiento principal.

Hallamos un hermoso ejemplo de símil en el final del Sermón del Monte (Mat. 7:
24-27): "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le compararé a un varón
prudente que edificó su casa sobre la peña". Tenemos, por un lado, la figura de una casa
cimentada sobre la roca inconmovible, a la que ni las tormentas ni los aluviones pueden
conmover; por la otra parte tenemos una casa construida sobre movible arena, incapaz de
resistir la violencia de los vientos y los aluviones. La similitud así formalmente
desarrollada se convierte, realmente, en una parábola y la mención de lluvias, aluviones y
vientos, implica que la casa ha de ser probada por el tejado, los cimientos y los costados,
-techo, fundamento y centro. Pero no debemos imitar a los místicos, tratando de hallar
alguna forma especial y distinta de tentación en cada una de estas tres palabras. El gran
símil presenta en forma muy impresionante el porvenir seguro que espera a los que creen
y obedecen la palabra del Señor Jesús, como asimismo el que espera a los que oyen
pero se niegan a obedecer. Compárese este símil con la alegoría de Ezequiel 13:11-15.

Es común a todos los idiomas una clase de ilustraciones que, con propiedad,
podrían llamarse comparaciones opuestas. Hablando estrictamente no son símiles,
metáforas, parábolas ni alegorías. Y, sin embargo, incluyen algunos elementos de todas
ellas. Se introduce un hecho o una figura con propósitos ilustrativos y, sin embargo, no se
usan palabras formales de comparación; pero el que lee o escucha percibe
inmediatamente que se supone una comparación. Algunas veces esas comparaciones
supuestas siguen a un símil regular. En 2 Tim. 2:3, leemos: "Tú, pues, sufre trabajos,
como fiel soldado de Jesucristo". Pero inmediatamente después de estas palabras, y
conservando la figura introducida por ellas en la mente del lector, el apóstol añade:
"Ninguno que milita se embaraza en los asuntos de la vida; a fin de agradar a aquél que lo
tomó por soldado". Aquí no hay figura de lenguaje sino la declaración sencilla de un hecho
plenamente reconocido en el servicio militar. Pero siguiendo al símil del verso 3, está
evidentemente empleada como una extensión de la ilustración y toca a Timoteo el hacer
la necesaria aplicación de ella. Luego siguen otras dos ilustraciones cuya aplicación
también se presume que el lector mismo la hará. "Y aun, también, el que lidia, no es
coronado si no lidiare legítimamente. El labrador, para recibir los frutos, es menester que
trabaje primero". Estas son declaraciones claras y literales pero se supone, tácitamente, la
comparación, y Timoteo no podía dejar de hacer la aplicación apropiada. La profunda
consagración del verdadero ministro a la obra que está a su cargo, su sumisión cordial, su
conformidad a la autoridad y orden legales y su infatigable laboriosidad, son los puntos
que, especialmente, se hacen resaltar por medio de estas ilustraciones.

            Un ejemplo parecido de ilustración lo hallamos en Mat.. 7:15-20. "Guardas de los


falsos profetas que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos
rapaces". Aquí tenemos una metáfora atrevida, vigorosa, que nos obliga a pensar en el
falso maestro como en un lobo oculto a la vista del público por medio del disfraz que le
proporciona el cuero de una oveja. Pero el versículo siguiente introduce otra figura
enteramente distinta: "Por sus frutos los conoceréis"; y luego, para dar aún mayor
sencillez a la figura, nuestro Señor pregunta: "¿Cojéense uvas de los espinos o higos de
los abrojos?" La pregunta exige una respuesta negativa y ella misma constituye una
negativa llena de énfasis. En consecuencia, procede a usar la fórmula de comparación:
"Así, todo buen árbol lleva buenos frutos, mas el árbol maleado los lleva malos"; y
entonces, abandonando la comparación formal, añade: "No puede el buen árbol llevar
malos frutos ni el maleado llevarlos buenos. Todo árbol que no lleva buen fruto cortase y
échase en el fuego. Así que (en vista de estos hechos tan bien conocidos, innegables,
aducidos por mí como ilustraciones, repito la afirmación que hice hace poco), "por sus
frutos los conoceréis". En otro capítulo demostraremos que toda verdadera parábola es un
símil, aunque no todos los símiles sean parábolas. Los ejemplos de comparación
supuesta que hemos dado, aunque se distinguen tanto del símil como de la parábola
propiamente dichos, contienen elementos esenciales de ambos.

La Metáfora

La metáfora es una comparación implicada y en todos los idiomas ocurre con


mucha mayor frecuencia que el símil. Se diferencia de éste en ser una forma de expresión
más breve y más contundente y en que transforma las palabras, de su significado literal a
otro nuevo y notable. El pasaje que se halla en Oseas 13: 8: "Los devorare como león", es
un símil o sea una comparación formal; pero Gén. 49:9: "Cachorro de león es Judá", es
una metáfora. Podemos comparar alguna cosa con la fuerza salvaje y la rapacidad del
león, o con el vuelo rápido del águila, o con la brillantez del sol, o con la belleza de 1a
rosa, -y en cada uno de esos casos empleamos las palabras en su sentido literal. Pero
cuando decimos "Judá es un león". "Jonatán era un águila", "Jehová es un sol", "mi
amada es una rosa", inmediatamente percibimos que las palabras "león", "águila", etc., no
están empleadas literalmente sino que con ellas se quiere denotar, únicamente, alguna
cualidad o característica de estas criaturas. De aquí que la metáfora, como su nombre lo
denota (Griego, metaféro, transportar, o transferir) sea una figura de lenguaje mediante la
cual el sentido de un apalabra se transfiere a otra. Este proceso de usar palabras en
nuevas construcciones, marcha constantemente y, como hemos visto en capítulos
anteriores, el sentido trópico de muchas palabras al fin llega a ser el único en que se
usan. Por eso todo idioma es, en gran medida, un diccionario de metáforas desvanecidas.
Las fuentes de donde se extraen las metáforas bíblicas deben buscarse
principalmente en el escenario natural de las tierras bíblicas, en las costumbres y
antigüedades del Oriente y en el culto ritualista de los hebreos. En Jer. 2:13 hallamos dos
metáforas muy expresivas: "Dos males ha hecho mi pueblo: dejáronme a mí, fuente de
agua viva, por cavar para sí cisternas rotas que no detienen aguas". Una fuente de aguas
vivas, especialmente en un país como Palestina, es de valor inestimable, muchísimo
mayor que el de cualquier pozo o cisterna artificiales, los que, a lo sumo, sólo pueden
recoger y mantener el agua de la lluvia y están expuestos a romperse y perder su
contenido. ¡Cuán grande es la demencia del que abandone el manantial, la fuente viva,
por la cisterna de resultados inseguros! La ingratitud y apostasía' de Israel están
notablemente caracterizadas por la primera figura y su pretensión de suficiencia propia,
por la segunda.

Las siguientes metáforas fuertes, tienen su base en los hábitos bien conocidos de
los animales; "Issachar, asno huesudo, echado entre dos fardos" (Gen 49:14) ; ama el
reposo, como la bestia de carga que se acomoda buscándolo. "Neftalí, cierva dejada, que
dará dichos hermosos" (Gen. 49:21). Se alude, especialmente, a la elegancia y belleza de
la cierva, brincando graciosamente, en goce de su libertad, y denota en la tribu de Neftalí
un gusto para dichos y expresiones llenos de belleza, tales como elegantes cánticos y
proverbios.

Las siguientes metáforas se basan en prácticas relacionadas con el culto y el ritual


dé los hebreos. "Purifícame con hisopo y seré limpio" (Salmo 51:7) es una alusión a la
forma ceremonial de dar por limpio al leproso (Lev. 14:6-7) y su casa (v. 51) y la persona
contaminada por haber tocado un cadáver (Núm. 19:18-19) . Así también, todas las bien
conocidas costumbres relacionadas con la Pascua, como el sacrificio del cordero, la
remoción cuidadosa de, toda levadura y el uso de pan ázimo, forman la base del siguiente
lenguaje metafórico: "Limpiad... la vieja levadura para que seáis nueva masa, como lo
sois, sin levadura; porque nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros. Así
que hagamos fiesta, no en la vieja levadura ni en la de malicia y de maldad, sino en
ázimos de sinceridad y de verdad" (1 Cor. 5: 7-8) . Aquí las metáforas son continuas hasta
formar una alegoría.

A veces un escritor u orador, después de usar una metáfora notable pasa a


elaborar las imágenes que surgen de ella y al hacerlo así construye una alegoría; a veces
introduce cierto número y variedad de imágenes juntas; otras veces, dejando de lado toda
figura, continúa con lenguaje sencillo y común. Así en Mat. 5:13, el Señor dice: "Vosotros
sois la sal de la tierra". No es difícil deducir la comparación implicada en esta figura, pero
inmediatamente después de esta elaborada figura se introduce otra metáfora diferente la
cual se lleva adelante con aún mayores detalles: "Vosotros sois la luz del mundo: una
ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se
pone debajo de un almud mas sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en
casa. Así alumbre vuestra luz". (Mat. 5:14-16) . Aquí se ofrece a la mente una variedad de
imágenes; una luz, una ciudad sobre una montaña, una lámpara, un sostén para lámpara
y un almud romano o medida para áridos. Pero en medio de estas imágenes variadas
corre la figura principal de una luz cuyo objeto es enviar lejos sus rayos e iluminar todo lo
que esté a su alcance. Una metáfora tan extendida siempre se convierte, estrictamente
hablando, en alegoría. San Pablo emplea con buen efecto una doble metáfora en Efes.
3:17 donde ruega "que habite Cristo, por la fe, en vuestros corazones; para que
arraigados y fundados en amor..." Aquí tenemos la figura de un árbol echando sus raíces
en el suelo y la de un edificio basado o fundamentado sobre cimientos fuertes y
profundos. Pero estas figuras se hallan acompañadas, antes y después, con un estilo de
lenguaje de un carácter simplísimo y práctico no designado para elaborar las imágenes
sugeridas por las metáforas ni aun para adherirse a ellas.

A veces el punto más notable de alusión en una metáfora puede ser asunto de
duda o de incertidumbre. En el Salmo 45:1, en el original hebreo es difícil determinar el
sentido que se da a la palabra que en castellano se ha traducido por "rebosa", traducción
que quizá no sea perfecta.

El punto exacto de alusión en las palabras "sepultados juntamente con él a muerte por el
bautismo" (Rom. 64) y "sepultados juntamente con él en el bautismo" (Col. 2:12) es
asunto disputado. Los amigos de la inmersión insisten en que hay en esas palabras una
alusión a la manera en la cual se celebraba el rito del bautismo de agua; y la mayoría de
los intérpretes han reconocido que existe tal alusión. Se pensaba en la inmersión del
bautizado como en un entierro en el agua, pero en ambos pasajes el contexto demuestra
que el gran pensamiento predominante en la mente del apóstol era la muerte al pecado.
Así, en Romanos se nos dice: "¿No sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo
Jesús, somos bautizados en su muerte? Sepultados juntamente con él en muerte por el
bautismo... plantados juntamente en él a la semejanza de su muerte (v. 5) ... nuestro viejo
hombre juntamente fue crucificado con él (v. 6) ... morimos con Cristo (v. 8) ... Así también
vosotros considerad que, de cierto, estáis muertos al pecado mas vivos a Dios en Cristo
Jesús" (v. 11) . Ahora bien, en tanto que la palabra "sepultado con" (sundapto)
armonizaría naturalmente con la idea de una inmersión en agua, el pensamiento principal
es el morir al pecado, cosa que alcanzamos mediante una unión con Cristo en la
semejanza de su muerte. Las imágenes no dependen de la manera de la ejecución de
Cristo, o de su sepultura, mucho menos dependen de la forma de la administración del
bautismo, sino de la semejanza de su muerte (to emoiomati ton danaton auton, v. 5)
considerada como un hecho cumplido. El bautismo es en muerte, no en agua; y ora el rito
externo fuese celebrado por aspersión o por ablución o por inmersión, en cualquiera de
los casos hubiera sido igualmente cierto que fueron "por el bautismo sepultados con él en
muerte". Pudo el apóstol haber dicho: "Por el bautismo fuimos crucificados con él en
muerte", y entonces, como ahora, habría sido el fin realizado, la muerte, no la manera de
realizar el bautismo, lo que se haría resaltar. En la forma de expresión más breve que
hallamos en Col. 2:12, simplemente dice: "sepultados juntamente con él en el bautismo".
Aquí, sin embargo, el contexto demuestra que el pensamiento central es el mismo que en
Romanos 6:3-11. La sepultura en bautismo (en to baptismati, en el asunto de bautismo)
representaba "el despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne"; es decir, el
despojarse en absoluto y el arrojar de sí la antigua naturaleza carnal. En el asunto que
estamos tratando no hay que pensar en el entierro como una manera de colocar un
cadáver en una tumba o sepulcro sino como indicando que el cuerpo de pecado está,
realmente, muerto. Habiendo así definido claramente el verdadero punto a que alude el
pasaje que nos ocupa, no hay por qué negar o disputar el hecho de que la figura
mencionada puede incluir, incidentalmente, una referencia a la práctica de la inmersión.
Pero al basarse en semejante alusión metafórica, en la que el proceso y la forma de
entierro no son puntos esenciales, para sostener que un entierro en el agua y una
resurrección del agua sean esenciales para la validez de un bautismo, nos parece una
gran extravagancia.

Pasando ahora de las figuras más comunes del lenguaje llegamos a aquellos
métodos trópicos peculiares de trasmitir ideas y de impresionar con la verdad, que tienen
especial prominencia en las Santas Escrituras. A estos se les conoce con el nombre de
fábulas, acertijos, enigmas, alegorías, parábolas, proverbios, tipos y símbolos.

A fin de apreciar y de interpretar con propiedad estas formas especiales del


pensamiento, es de todo punto necesaria una comprensión clara de las figuras retóricas
más comunes, de que hemos tratad; pues se hallará que la parábola corresponde con el
símil y la alegoría con la metáfora y, asimismo, pueden hallarse rastros de otras analogías
en otras figuras. Un análisis y tratamiento científico de estos tropos más prominentes de la
Biblia nos obligarán a distinguir y discernir entre algunas cosas que en el lenguaje popular
se confunden con mucha frecuencia.

De estas figuras especiales la más ordinaria en dignidad e intento es la fábula.


Consiste, esencialmente, en el hecho de introducir en las imágenes del lenguaje a
individuos de la creación irracional, así como a la naturaleza, tanto la animada como la
que no lo es, como si estuviesen poseídos de razón, y de habla y hasta representándoles
como actuando y andando, aunque ello sea contrario a las leyes de su ser. Hay un
notable elemento imaginario en toda la maquinaria de las fábulas.

Sin embargo, la moral que con ellas se busca enseñar, generalmente es tan
evidente que no hay dificultad .en comprenderla.

La fábula más antigua de la cual exista rastro es la de Jotham (Juec. 9: 7-20) . Se


representa a los árboles como saliendo a buscar y ungir un rey. Invitan a la oliva, la
higuera y la vid a venir y reinar sobre ellos, pero todos se niegan, alegando que sus
propósitos y sus productos naturales requerían todo su cuidado. Entonces los árboles
invitan al escaramujo, el cual no se rehúsa pero con hiriente ironía insiste en que ¡todos
los árboles vengan y se refugien bajo su sombra! ¡Que el olivo, la higuera y la vid se
acojan a la sombra protectora de una zarza! Y de no hacerlo así, se añade
significativamente, entonces "fuego salga del escaramujo que devore los cedros del
Líbano". El mísero, inservible escaramujo, enteramente incapaz de proteger con su
sombra ni aun al arbusto más pequeño, podía muy bien, sin embargo, servir para
encender un fuego que pronto devoraría hasta los más nobles árboles. De esta manera
Jotham, haciendo una inmediata aplicación de su fábula, predice que el débil e inservible
Abimelech, a quien los de Sichem tanto se habían apurado a constituir en rey, resultaría
una maldita antorcha que quemaría sus más nobles caudillos.

Salta a la vista el hecho de que todas estas imágenes de árboles que hablan, que
andan, etc., es pura fantasía. No se fundan en ningún hecho y sin embargo, presentan un
cuadro vívido e impresionante de las locuras políticas de la humanidad al aceptar el
patrocinio o dirección de caracteres tan indignos como el de Abimelech.

Otra fábula muy semejante a la de Jotham se halla en 2 Rey. 14:9. Los apólogos
de Jotham y Jonás son las únicas verdaderas fábulas que aparecen en la Biblia. En su
interpretación hay que guardarse del error de querer exprimir demasiado las imágenes.
No hay porque suponer que cada palabra y alusión tenga un significado especial.
Recordemos siempre que un aspecto distintivo de las fábulas es que no son paralelos
exactos de las cosas que están destinadas a aplicarse. Están basadas en acciones
imaginarias de criaturas irracionales o de cosas inanimadas y, por consiguiente, jamás
pueden corresponder con la vida real. También debemos notar lo bien que el espíritu y
propósito de la fábula armoniza con la ironía, el sarcasmo y el ridículo. De aquí que sea
tan conveniente para exponer necedades y vicios del hombre. Muchos de los proverbios
más útiles no son más que fábulas compendiadas (Prov. 6:6; 30:15, 25-28). Aunque la
fábula pertenece al elemento terreno de moralidad prudencial, aun de ese elemento
puede echar mano y valerse la sabiduría divina.

El acertijo difiere de la fábula en que tiene por objeto confundir y poner en


perplejidad al que lo oye. Adrede se hace oscuro, a fin de poner a prueba el ingenio y
penetración del que se proponga resolverlo. El salmista dice: "Acomodaré a ejemplos mi
oído: declararé con el arpa mi enigma" (Salmo 494). "Abriré mi boca en parábola;
derramaré enigmas de lo antiguo" (Salmo 78:2) . De modo que los acertijos, los dichos
obscuros, los enigmas, que ocultan el pensamiento y al mismo tiempo incitan a la mente
inquisitiva a descubrir sus ocultos significados, tienen su lugar en las Escrituras.

El célebre acertijo de Sansón tiene la forma de un pareado hebreo (Jueces 14:14)


Del comedor salió comida Y del fuerte salió dulzura.

La clave de este acertijo aparece en los incidentes relatados en los versículos 8 y


9. Del cuerpo de una fiera devoradora procedió el alimento que tanto Sansón como sus
padres habían comido; y de aquella osamenta que había sido una encarnación de
fortaleza, procedió la dulce miel que las abejas habían depositado allí.

Un ejemplo notable de acertijo en el N. Testamento es el de que hallamos en Rev.


13:18 acerca del número profético de la bestia: "Aquí hay sabiduría. El que tiene más
entendimiento, cuente el número de la bestia; porque es el número de hombre: y el
número de ella, seiscientos sesenta y seis". (Otra lectura muy antigua, pero que es,
probablemente, un error de copista, da el número seiscientos catorce). Este acertijo ha
llenado de perplejidad a los críticos e intérpretes a través de todos los siglos desde la
época en que fue escrito. "Número de hombre", muy naturalmente significaría el valor
numérico de las letras que componen el nombre de un hombre. Y los dos nombres que
más favor han hallado en la solución de este problema han sido el griego Lateinos y el
hebreo Nerón Kaiser. Cualquiera de los dos constituye el número requerido y uno u otro
se aceptará según la interpretación que uno dé a la bestia simbólica de que se trata.

Uno de los "antiguos obscuros dichos" es el fragmento poético atribuido a Lamech


(Gén. 4:23-24). La oscuridad que rodea a este cántico indudablemente proviene de
nuestra ignorancia de las circunstancias que lo originaron. Posible es que todo el cántico
fuese un acertijo y que haya ocasionado tanta perplejidad a las mujeres de Lamech como
a los intérpretes bíblicos.

Existe un elemento enigmático en el diálogo de nuestro Señor con Nicodemo


(Juan 3:1-13) . La profunda lección contenida en las palabras del versículo 3: "El que no
naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios", llenaron de perplejidad y confusión al
príncipe judío. En lo profundo de su corazón, el Señor, que "sabe lo que hay en el
hombre", descubrió su necesidad espiritual. Sus pensamientos estaban demasiado fijos
en las cosas externas, lo visible, lo carnal. Los milagros de Jesús le habían impresionado
grandemente y quería hacer averiguaciones de aquel gran obrador de maravillas, como
de un maestro comisionado divinamente. Jesús interrumpe todos sus cumplidos y le
sorprende con un dicho misterioso que parece equivalente a decir: "No hables de mis
obras ni te preocupes de dónde procedo; vuelve tus ojos hacia tu ser interno. Lo que
necesitas no es nuevo conocimiento sino nueva vida; y esa vida sólo puede obtenerse
mediante otro conocimiento. Y cuando Nicodemo manifestó su sorpresa y maravilla, fue
censurado con la observación (v. 10) "¡Tú eres el maestro de Israel y no sabes esto. ¿No
había orado el salmista, pidiendo "¡Oh Dios! ¡Crea en mí un corazón limpio!"? (Salmo
51:10). ¿No habían la ley y los profetas hablado de una circuncisión divina del corazón?
(Deut. 30:6; Jer. 4:4; Ezeq. 11:19). ¿Por qué, entonces, un hombre como Nicodemo se
sorprendía ante los dichos profundos del Señor? Sencillamente porque su vida interna y
su discernimiento espiritual eran incapaces, en ese entonces, de comprender "las cosas
del Espíritu de Dios" (1 Cor. 2:14) para él resultaba como un enigma.

El mismo estilo de discurso enigmático aparece en los dichos del Señor en la


sinagoga de Capernaum (Juan 6:53-59); también en sus primeras palabras a la
samaritana (Juan 4:10-15) y en su respuesta a los discípulos cuando volvieron y
"maravilláronse de que hablaba con la mujer", y le pidieron que comiera. Su respuesta al
respecto fué mal entendida por ellos, como pasó con Nicodemo y con la samaritana. Dice
San Agustín: -"¿Cómo extrañarnos de que la samaritana no entendiera agua? ¡He aquí
que los discípulos aun no entienden comida!" Pensaban si alguien le habría traído de
comer durante la ausencia de ellos. Entonces Jesús habló más claramente: "Mi comida es
que (ina, indicando un propósito y fin consciente) haga la voluntad del que me envió y que
acabe su obra". Su éxito con la samaritana era para él de más valor que el alimento
corporal porque elevaba su alma a la santa convicción y seguridad de que había de
realizar con éxito toda la obra para cuya ejecución había venido al mundo. Y luego,
conservando aún e1 tono y estilo de una mezcla de enigma y de alegría, agrega: "¿No
decís vosotros que aún hay cuatro meses hasta que llegue la siega? He aquí, os digo,
alzad vuestros ojos y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega. Y el que
siega recibe salario y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra también goce
y el que siega". Como si dijera "¡Mirad! os digo, acabo de estar sembrando la palabra y
ved ya una cosecha repentina surgiendo y lista para recogerse! ¡Cómo no había de ser
esto mi comida y mi gozo! ¡Oh, vosotros, mis segadores, regocijaos conmigo, el
sembrador y vosotros también olvidaos de comer!"

Las palabras del Señor en Luc. 22:36 son un enigma. Estando para salir para el
Getsemaní se dio cuenta de que la hora del peligro llegaba. Recordó a sus discípulos la
ocasión cuando les envió sin bolsa, alforja ni zapatos (Luc. 9:6) haciéndoles confesar que
nada les había faltado. y entonces les dice: "Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela y
también la alforja, y el que no tiene, venda su capa y compre espada". Quería
impresionarles con el sentimiento de que el momento de terrible conflicto y peligro era
ahora inminente. Tienen que esperar ser asaltados y deben estar preparados para toda
defensa justa. Habían de ver horas en que una espada les sería más útil que una capa.
Pero es evidente que el Señor no quiso decir que debían, literalmente, armarse con
espada en beneficio de su causa (Mat. 26:52; Juan 18:36) . Querían prevenirles
significativamente del amargo conflicto que se acercaba y de la posición a que tendrían
que hacer frente. El mundo estaría contra ellos y les asaltaría en muchas formas y, por
consiguiente, debían prepararse para la defensa propia y la lucha viril. No es a la espada
del Espíritu (Efes. 6:17) que el Señor se refiere aquí sino a la espada como símbolo de
ese heroísmo guerrero, de esa confesión audaz e intrépida y ese propósito inflexible de
sostener la verdad que pronto sería un deber y una necesidad de parte de los discípulos a
fin de defender su fe. Pero los discípulos entendieron mal sus palabras y hablaron de dos
espadas que tenían en su poder! Jesús no se detuvo para entrar en explicaciones y cortó
esa conversación "en el tono de quien se da cuenta de que los demás aún no están en
condiciones de entenderle y que, por consiguiente, sería inútil hablarles más sobre el
particular". Su lacónica respuesta: "¡Bastar" fue una "manera suave de abandonar el
asunto con cierto dejo de ironía. Más que vuestras dos espadas no necesitáis!"

Un enigma análogo aparece en Juan 21:18, donde Jesús dice a Simón Pedro:
"Cuando eras más mozo, te ceñías e ibas donde querías; mas cuando ya fueres viejo ex-
tenderás tus manos y te ceñirá otro y te llevará donde no quieras". El escritor añade
inmediatamente que Jesús dio a entender con eso, (semainon) "con qué muerte había de
glorificar a Dios". Pero es sumamente improbable que en ese entonces Pedro
comprendiera el significado de esas palabras. Compárese también Juan 2:19.

INTERPRETACIÓN DE PARÁBOLAS

Entre las formas figuradas del lenguaje bíblico la parábola ocupa un sitio
preeminente.

La parábola es especialmente digna de estudio por constituir revelaciones de su reino


celestial. También las empleaban los grandes rabinos contemporáneos de Jesús y
frecuentemente tropezamos con ellas en el Talmud y otros libros judíos. Entre todos los
pueblos orientales parece haber sido una forma favorita de transmitir instrucción moral y
la encontramos en la literatura de la mayoría de las naciones.

El término "parábola" se deriva del griego parábola, que significa arrojar, o colocar
al lado de, y lleva a la idea de colocar una cosa al lado de otra con el objeto de comparar.
Es, esencialmente, una comparación o símil y, sin embargo, todos los símiles no son
parábolas. El símil puede apropiarse una comparación de cualquier género o clase de
objetos, ora reales o imaginarios. La parábola está limitada en su radio y reducida a las
cosas reales. Sus imágenes siempre incorporan una narración que responde con verdad
a los hechos y experiencias de la vida humana. No emplea, como la fábula, aves
parlantes y fieras o árboles reunidos en concilios. Como el acertijo y el enigma, la
parábola puede servir para ocultar alguna verdad de la vista de los que no poseen
penetración espiritual para percibirla bajo su forma figurada; pero su estilo narrativo y la
comparación formal, siempre anunciada o supuesta, la diferencian claramente de toda
clase de dichos intrincados que tienen por fin principal el confundir o causar perplejidad.
La parábola, una vez entendida, revela e ilustra los misterios del reino de los cielos. El
enigma puede incorporar profundas verdades y hacer mucho uso de la metáfora, pero
nunca, cual la parábola, forma una narración o pretende hacer una comparación formal.
Entre la parábola y la alegoría hay mayor analogía. Tan es así que las parábolas han sido
definidas como "alegorías históricas" pero difieren entre sí en la misma forma,
substancialmente, en que el símil difiere de la metáfora. La parábola es, esencialmente,
una comparación formal y obliga al intérprete, a fin de hallar su significado, a ir más allá
de 1<9 narración que ella hace; en tanto que la alegoría es una metáfora extendida y den-
tro de sí misma contiene su interpretación. Por consiguiente, la parábola se destaca y
distingue como una modalidad y estilo del lenguaje figurado. Actúa en un elemento de
sobria vehemencia sin que sus imágenes traspasen jamás los límites de lo posible, es
decir, de lo que pudieran ser hechos reales. Puede, tácitamente, contener elementos de
enigma, de tipo, de símbolo y de alegoría, pero difiere de todos ellos y en su propia
esfera, escogida de la vida real y diaria, se adapta muy peculiarmente a presentar ense-
ñanzas especiales de Aquél que es "el Verax, no menos que el Verus y la Veritas".

El intento general de la parábola, como de todo lenguaje figurado, es el de


embellecer y presentar las ideas y las enseñanzas morales en forma atractiva e
impresionante. Presentadas en lenguaje ordinario, literal, muchas verdades se olvidarían
apenas se escucharan; pero adornadas con la vestimenta parabólica despiertan la aten-
ción y se aferran a la memoria. Revestidas del ornato parabólico, las amonestaciones y
censuras resultan menos hirientes y, sin embargo, producen mejor efecto que el que se
lograría usando el lenguaje ordinario. La parábola de Nathan (2 Samuel 12:1-14) preparó
el corazón de David para recibir provechosamente la tremenda represión que iba a
administrarle el profeta. Algunas de las parábolas más punzantes con que el Señor
zahiriera a los judíos, y que aquellos percibieron que iban dirigidas directamente contra
ellos contenían reprensión, censura y amonestación y, sin embargo, a causa de su forma
y adorno fueron un medio de escudarle contra la violencia (Mat. 21:45; Marc. 12:12; Luc.
20:19). También es fácil ver que una parábola puede encerrar una profunda verdad o un
misterio que los que la escuchan no perciben al principio, pero que, a causa de su forma
notable o memorable, se arraiga mejor en la mente y, permaneciendo allí, al fin rinde su
profundo y precioso significado.

El motivo y objeto especial de las parábolas del Señor lo hallamos declarado en


Mat. 13:10-17. Hasta esa fecha de su ministerio parece que el Señor no había hablado en
parábolas. Cuando se reunieron multitudes, cerca del mar de Galilea, para escucharle, y
"les habló muchas cosas por parábolas" (Mat. 13:3) los discípulos, inmediatamente, se
dieron cuenta de que ya no estaba usando el lenguaje ordinario que acostumbraba y le
preguntaron: "¿Por qué les hablas por parábolas?" Su respuesta fue muy notable por su
mezcla de metáfora, proverbio y enigma, tan combinada con una profecía de Isaías 6:9-
10 ), que se convierte en uno de los discursos más profundos del Señor:

"Porque a vosotros es concedido saber los misterios del reino de los cielos más a
ellos no. Porque a cualquiera que tiene, se le dará y tendrá más, pero al que no tiene, aun
lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven y
oyendo no oyen ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías,
que dice: "De oído oiréis y no entenderéis y viendo veréis y no miraréis. Porque el corazón
de este pueblo está engrosado y de los oídos oyen pesadamente y de sus ojos guiñan;
para que no vean de los ojos y oigan de los oídos y del corazón entiendan y se conviertan
y yo los sane". (Mat. 13:11-15).

El pensamiento predominante de esta respuesta parece enseñar que el Señor


tenía un doble propósito al usar estas parábolas, a saber, a un mismo tiempo revelar y
ocultar grandes verdades. Había, en primer término, aquel círculo interno de adeptos que
recibían su palabra con gozo y quienes, como los que participan en los concejos secretos
de otras reinos, tenían el privilegio de conocer los misterios del Reino Mesiánico, tan largo
tiempo escondidos pero que ahora estaban por revelarse (compar. Rom. 11:25; 16:25;
Col. 1:26) . Estos realizarían la verdad del proverbio "al que tuviere, se le dará, etc.". Este
proverbio expresa de una manera enigmática una ley importante y maravillosa de la
experiencia en las cosas de Dios. Quien está dotado con un deseo de conocer a Dios y de
apropiarse rectamente las provisiones de su gracia, crecerá más y más en conocimientos
y sabiduría por las múltiples revelaciones de la verdad divina, pero el de carácter opuesto,
que tiene corazón, alma y mente con qué amar a Dios pero carece de voluntad para
emplear sus facultades en la investigación seria de la verdad, perderá aun lo que parece
poseer. Sus facultades se debilitarán y se harán de menos valor a causa de la inactividad;
y, como en el caso del siervo perezoso de la parábola de los talentos, perderá aquello que
hubiese debido ser su gloria.

De manera que el empleo de parábolas en la enseñanza de nuestro Señor llegó a


ser una prueba del carácter. Con los que estaban dispuestos a conocer y aceptar la
verdad, los términos de la parábola servirían para despertar la atención y excitar el
significado, se acercarían como discípulos que se allegan a su Maestro (Mat. 13:36; Marc.
4:10) e inquirían de él, asegurados en su ánimo de que el que pide, busca o llama (Mat. 7:
7) a las puertas de la Sabiduría Divina, ciertamente hallará lo que anhela. Aun aquellos
que en un principio son tardos para entender pueden ser atraídos y cautivados por la
forma exterior de la parábola y mediante una investigación sincera llegar a dominar las
leyes de la interpretación hasta poder "entender todas las parábolas" (Marc. 4:13) . Pero
la mente perversa y carnal manifiesta su verdadero carácter al no averiguar nada ni
manifestar deseos de entender los misterios del reino de Dios. Tales mentes tratan esos
misterios como si fuesen locura (1 Cor. 1:18).

Las parábolas de la Biblia son notables por su belleza, variedad, concisión y


plenitud de significado. Hay una propiedad muy notable en las parábolas del Señor y su
adaptación a la época y lugar en que se pronunciaron. La parábola del sembrador fué
pronunciada a la orilla del mar (Mat. 13:1-2) desde donde era fácil ver, a no gran
distancia, a un sembrador entregado a su trabajo. La parábola de la red, en el mismo
capítulo, vs. 47-50, puede haberse originado a la vista de una red cercana. La del noble
que parte para un país lejano a hacerse cargo de un reino (Luc. 19:12) probablemente la
sugirió el caso de Arquelao, que hizo un viaje de Judá a Roma para alegar su derecho al
reino de Herodes, su padre. Como el Señor acababa de pasar por Jericó y se estaba
aproximando a Jerusalén, quizá la vista del palacio real que Arquelao acababa de edificar
en Jericó le sugirió la alusión a su viaje. Hasta la narración literal de algunas de las
parábolas es hermosa e impresionante en el mayor grado. La parábola del Buen
Samaritano, probablemente se basó en un hecho real. El camino de Jerusalén a Jericó
esta muy infestado de ladrones y, sin embargo, como llevaba de Perea a la ciudad santa,
era frecuentado por sacerdotes y levitas. La frialdad y negligencia de los ministros de la
ley y la tierna compasión del samaritano están llenos de interés y abundan en
sugestiones. La narración del Hijo Pródigo ha sido titulada "la. perla y corona de todas las
parábolas de la Biblia" y también "un evangelio dentro del Evangelio". Nunca nos fatigan
sus declaraciones literales porque están tan llenas de naturalidad y de belleza como de
lecciones acerca del pecado y de la redención. Nuestro Señor mismo nos ha dado dos
ejemplos de interpretación de parábolas; y frecuentemente el objeto y aplicación de la
parábola están establecidos formalmente en el contexto; de modo que, con pocas
excepciones, las parábolas de las Escrituras no son difíciles de explicar.

Los principios hermenéuticos que debieran guiarnos para entender todas las
parábolas son, principalmente, tres. En primer lugar, debe determinarse la ocasión
histórica y el propósito de la parábola; en segundo lugar debe hacerse un análisis muy
cuidadoso del asunto de que trata y observar la naturaleza y propiedades de las cosas
empleadas como imágenes en la similitud; y en tercer lugar, debemos interpretar las
varias partes con estricta referencia al objeto y designio general del conjunto, de manera
que se conserve una armonía de proporciones, se mantenga la unidad de todas las partes
y se haga prominente la verdad central. Estos principios sólo pueden alcanzar valor
práctico mediante su aplicación e ilustración en la interpretación de una variedad de
parábolas.

Como nuestro Señor nos ha dejado una explicación formal de lo que,


probablemente, fueron las dos primeras parábolas que pronunció, haremos bien, ante
todo, en observar los principios de interpretación tales como aparecen ilustrados en sus
ejemplos. En la parábola del sembrador hallamos fácil el concebir la posición y la
situación que rodeaba al Señor cuando comenzó su discurso parabólico. Había salido a la
orilla del mar y sentándose allí, pero cuando las multitudes le oprimían" entró en un barco
y se sentó allí y toda la gente estaba en la ribera". (Mat. 13:2) . Muy natural y muy puesto
en su lugar era que él, allí y en ese instante, pensase en las varias disposiciones de
ánimo y variados caracteres de las personas que tenía delante. ¡Cuán semejantes a
diversas clases de tierra eran sus corazones! Y su predicación de "la palabra del reino" (v.
19) como la siembra de semilla se lo sugirió quizá, la vista de un sembrador o de un
campo sembrado, en la vecina costa. Aún más, su propia venida al mundo era una salida
a sembrar.

Pasando ahora a observar la similitud misma, notamos que nuestro Señor asignó
significado a la semilla sembrada, al camino, a las aves, a los sitios pedregosos, a las
espinas y a la tierra buena. Cada uno de estas partes tiene una relación con el conjunto.
En aquel campo en que el sembrador esparció su grano había todas estas clases de
suelo y la naturaleza y las propiedades de la semilla y del suelo están en perfecta armonía
con los resultados de aquella siembra, tal como se presenta en la parábola. El suelo, en
cada caso, es un corazón humano. Las aves representan al Diablo, siempre opuesto a la
obra del sembrador y velando para arrancar lo. que se siembra en el corazón "para que
no crean y se salven". (Luc. 8:12) . El que oye la Palabra y no la entiende, en quien la
verdad celestial no hace impresión, bien puede ser comparado a una senda hollada por
los transeúntes. "El se ha colocado en esa condición; él ha expuesto su corazón, como un
camino público, a toda mala influencia mundana hasta que se ha puesto tan duro como un
empedrado, hasta que ha convertido en estéril el terreno mismo en que debió arraigar la
Palabra de Dios; y no lo ha sometido al arado de la ley que lo habría roto; ley que si se les
hubiese permitido hacer la obra para que Dios la designó habría ido adelante, preparando
aquel terreno para recibir la semilla del Evangelio". Con igual fuerza y propiedad los sitios
pedregosos, las espinas y la tierra buena representan otras tantas variedades de oyentes
de la Palabra. La aplicación de la parábola, terminando con las significativas palabras: "¡El
que tiene oídos para oír, oigan" (v. 8) podía, con seguridad, dejarse a la mente y a la
conciencia de las multitudes que la oyeron. Entre esas multitudes, indudablemente, había
muchos representantes de todas las clases designadas.

La parábola de la cizaña tuvo la misma ocasión histórica que la del sembrador y es


un importante suplemento a la misma. En la interpretación de la parábola precedente no
se dio prominencia al sembrador. Se declaró que, la semilla era "la palabra del reino" y se
dan varias indicaciones de su carácter y valor, pero no se dio explicación acerca del
sembrador.

En esta segunda parábola se da al sembrador un lugar prominente, como el Hijo


del hombre, el sembrador de la buena semilla; e igualmente se hace destacar la obra de
su gran enemigo, el Diablo. Pero no debemos suponer que esta parábola arrastra consigo
todas las imágenes e implicaciones de la que la precede. Más al tratar de descubrir la
ocasión y conexión de todas las parábolas que aparecen en Mat. 13, debe notarse el
hecho de que una procede de la otra en sucesión lógica. Tres de ellas se dirigieron, en
privado, a los discípulos, pero todas las siete eran apropiadas para la ribera pues de la
semilla de mostaza, la del tesoro escondido en un campo y de la red, no menos que la del
sembrador y la cizaña del campo, pudieron sugerírsele a Jesús por las escenas que le
rodeaban; y las de la levadura y del mercader de perlas no eran más que contrapartes,
respectivamente, de la de la semilla de mostaza y del tesoro escondido. También es
importante la sugestión de Stier, de que la parábola de la cizaña corresponde con la
primera clase de terreno mencionado en la parábola del sembrador y ayuda a contestar la
pregunta, ¿De dónde y cómo vino aquel terreno a ser tan propicio para los fines del
Diablo? La parábola de la planta de mostaza, cuyo crecimiento fue tan grande, forma un
noble contraste con la segunda clase de terreno en el cual no hubo ningún crecimiento
real. La parábola de la levadura sugiere lo contrario del corazón engrosado por la
mundanalidad, a saber, un corazón permeado y purificado por las operaciones internas de
la gracia; en tanto que las parábolas quinta y sexta, las del tesoro y de la .perla,
representan las varias experiencias del corazón bueno (representado por la buena tierra)
al asir y apropiarse las cosas preciosas de la Palabra del reino. La séptima parábola, la de
la red, pone término a todas, apropiadamente, con la doctrina del juicio reparador que se
efectuará "al fin del siglo" (v. 4.9). Será conveniente buscar tal relación interna y conexión;
y las sugestiones así obtenidas pueden ser especialmente valiosas para objetos
homiléticos. Sirven para instrucción, pero no debiera insistirse en ellas como esenciales a
una interpretación correcta de las varias parábolas.

En la interpretación de la segunda parábola, el Señor da especial significado al


sembrador, el campo, la buena semilla, la cizaña, el enemigo, la cosecha y los segadores,
como, también, a la quema final de la cizaña y el almacenamiento del trigo. Pero debemos
observar que él no atribuye significado alguno a los hombres que se durmieron, ni al
hecho de dormirse, ni al brotar de los tallos de trigo y su rendición de fruto, ni a los siervos
del amo y las preguntas que hicieron. Estas cosas no son más que, partes incidentales de
la parábola, necesarias para la buena presentación del relato. El esforzarse en hallar
algún significado especial en todas ellas, tenderán a obscurecer y confundir las lecciones
principales. De manera que si queremos saber cómo interpretar todas las parábolas
debemos notar lo que el Señor omitió, así como aquello a lo que dio énfasis en esas
exposiciones que nos son dadas como modelos; y no debiéramos estar ansiosos por
hallar un significado oculto en cada palabra y alusión.

Al mismo tiempo, no hay por qué negar que esas dos parábolas contenían algunas
otras lecciones que Jesús no presentó en su interpretación. No tenía necesidad de
declarar el motivo de sus parábolas o que fuese lo que sugirió a su mente las imágenes
que usó, o cual fuese la conexión lógica que mantenían entre sí. Estas eran cosas que
podían confiarse al escriba docto que se hiciese discípulo del reino de los cielos (Mat.
13:52) . En su explicación de la primera parábola el Señor indicó suficiente. mente que
ciertas palabras y alusiones particulares, tales como el no tener raíz (Mat. 13:6) y
ahogaron (v, 7) pueden sugerir pensamientos importantes; y así, las palabras incidentales
de la segunda parábola, "porque cogiendo la cizaña, no arranquéis también con ella el
trigo" (v. 29) aunque no mencionadas después en la explicación, pueden también
suministrar lecciones dignas de que las consideremos. Asimismo puede servir un
propósito útil en la interpretación el mostrar la propiedad y belleza de cualquier imagen o
alusión particular. No esperaríamos que nuestro Señor llamara la atención de sus oyentes
a tales cosas, pero sus bien disciplinados discípulos no deben dejar de notar lo apropiado
y sugestivo de comparar la Palabra de Dios con la buena semilla y a los hijos del Malo
con la cizaña. La senda hollada, los lugares peligrosos y el terreno espinoso tienen
adaptación peculiar para representar los varios estados del corazón por ellos
representados. Aun la observación incidental "durmiendo los hombres" (Mat. 13:25) es
una insinuación muy sugestiva de que el enemigo realizó su obra perversa en las tinieblas
y en secreto, cuando no era probable que nadie estuviese presente para interrumpirle;
pero quebrantaría la unidad de la parábola el interpretar estas palabras, como lo han
hecho algunos, como el sueño del pecado (Calovius) o como la torpe tardanza del
desarrollo espiritual del hombre y de la debilidad humana en general (Lange) o como la
negligencia de los maestros religiosos (Crisóstomo).

Hay que admitir, también, que algunas palabras incidentales, no designadas para
ser prominentes en la interpretación, pueden, no obstante, merecer atención y
comentario. No poco placer y sí mucha instrucción puede derivarse de las partes
incidentales de algunas parábolas. El crecimiento de ciento por ciento, sesenta por ciento
y treinta por ciento, mencionado en la parábola del sembrador y en su interpretación,
puede compararse provechosamente con el crecimiento de los cinco talentos a diez y los
dos o cuatro (en Mat. 25:16-22) y también con el aumento en la parábola de las minas
(Luc. 19:16-19) . Las expresiones peculiares "el que fue sembrado junto al camino", "el
que fue sembrado en pedregales", no son, como bien lo observa Alford, "una confusión de
semejanzas, no una interpretación primaria y secundaria de sporos (semilla), sino la
profunda verdad tanto de la naturaleza como de la gracia. La semilla sembrada, brotando
en la tierra, conviértese en planta y lleva el fruto, o falla en producirlo; es, pues, la
representante, una vez sembrada, de los individuos acerca de quienes se habla. Notamos
especialmente que la semilla que en la primera parábola se dice ser "la palabra de Dios"
(Luc. 8:11) se define en la segunda como "los hijos del reino" (Mat. 13: 38) . Se supone,
tácitamente, un punto distinto de progreso y pensamos en la palabra de Dios como
habiéndose desarrollado en el buen corazón en que fue arrojada hasta que ha tomado
ese corazón dentro de sí y convertídolo en una nueva creación.

De los ejemplos precedentes podemos derivar los principios generales que deben
observarse en la interpretación de las parábolas. No pueden formarse reglas especiales
que se apliquen a cada caso y mostrar qué partes de una parábola están designadas para
ser consideradas como significativas, y cuáles son de mera forma y adorno. Debe
cultivarse un criterio sano y un discernimiento delicado por medio de extensos estudios de
todas las parábolas y por cuidadosas confrontaciones y comparaciones. Los ejemplos de
interpretación de nuestro Señor demuestran que la mayor parte de los detalles de sus
parábolas tienen significado; pero a pesar de eso, hay palabras y alusiones incidentales a
las que no debe tratarse de exprimírseles un significado. Por consiguiente, es necesario
proponernos estudiosamente evitar, por una parte-, los extremos de ingenuidad que
buscan significados ocultos en cada palabra y, por otra parte, la disposición de pasar por
alto muchos detalles como meras figuras retóricas. En general, debe decirse que la
mayoría de los detalles de una parábola tienen. un significado y los que no tienen
significado especial en la interpretación, sirven, no obstante, para aumentar la fuerza y
belleza del resto.

La parábola de nuestro Señor acerca de los labradores malos registrada por


Mateo (21:33-44), Marcos (12:112) y Lucas (20:9-18) aunque pronunciada en oídos del
"pueblo" (Luc. 20: 9) los sacerdotes, los escribas y los fariseos comprendieron que iba
dirigida contra ellos (Mat. 21:45; Luc. 20:19). Así mismo nos informa el contexto (Mat.
21:43) que la viña representa "el reino de Dios". En la parábola de Isaías, toda la casa de
Israel es culpable y se le amenaza con completa destrucción. Aquí la falta es de los
labradores a quienes fue arrendada la viña y cuya perversidad aparece de la manera más
flagrante; y, por consiguiente, aquí la amenaza no es de destruir la viña sino a los
labradores. Las grandes cuestiones, pues, en la interpretación de la parábola de nuestro
Señor, son: (1) ¿Qué se quería decir con la viña? (2) ¿Quiénes son los labradores, los
siervos y el hijo? (3) ¿Qué acontecimientos se contemplan en la destrucción de los
labradores y el dar la viña a otros? Estas preguntas no son difíciles de contestar: (1) En
Isaías, la viña es el pueblo israelita, considerado no meramente como la Iglesia del
Antiguo Testamento, sino, también, como la nación escogida, establecida en la tierra de
Canaán. Aquí se trata de la idea más. espiritual del reino de Dios considerado como una
herencia de gracia y de verdad divinas, a poseerse y utilizarse, para honra y gloria de
Dios, en forma tal que los labradores, los siervos y el Hijo puedan ser coherederos y
partícipes de sus beneficios. (2) Los labradores son los guías y maestros del pueblo
comisionados divinamente, cuya ocupación y deber era guiar e instruir en el verdadero
conocimiento y amor de Dios a los confiados a su cuidado. Eran los príncipes de los
sacerdotes y los escribas que escucharon esta parábola y entendieron que se dirigía
contra ellos. Por los siervos, en distinción de los labradores, debe entenderse los profetas,
que fueron enviados como mensajeros especiales de Dios y cuya misión habitualmente se
dirigía a los guías del pueblo, pero ellos habían sido despreciados, escarnecidos y
maltratados en muchas formas (2 Crón. 36:16); Jeremías fue aprisionado (Jer. 32: 3) y
Zacarías lapidado (2 Crón. 24: 21; comp. Mat. 23:24-37 y Act.'7:52). El hijo, el amado, es,
naturalmente, el Hijo del hombre, quien "a los suyos vino y los suyos no le recibieron"
(Juan 1:11) . (3) La destrucción de los malos labradores se realizó en la completa
destrucción y la miserable ruina de los guías judíos en la caída de Jerusalén. En esa
ocasión la venganza de "toda la sangre justa" de los profetas cayó sobre aquella
generación (Mat. 23:35-36) y fue entonces, también, cuando la viña del reino de Dios,
reparada y restaurada como la Iglesia del Nuevo Testamento, fue transferida a los
gentiles.

Hay muchas lecciones de menor importancia e insinuaciones sugestivas en el


lenguaje de esta parábola pero en una exposición no debe dárseles tal importancia que
acarreen confusión a los pensamientos principales. Aquí, lo mismo que en Isaías, no
debemos buscar significados especiales en el cerco, el lagar y la torre ni dar importancia a
la fruta especial que el dueño tenía derecho de esperar, ni tratar de identificar con alguno
de los profetas a cada uno de los siervos enviados. Menos aún debe pensarse en hallar
significados especiales en formas de expresión usadas por un evangelista y no por otro.
Algunos de estos puntos menores pueden ser ricos en sugestiones y abundantemente
dignos de comentario pero en vista del exceso de presión ejercido sobre ellos por algunos
intérpretes conviene que recordemos constantemente que, a lo sumo, son cosas
incidentales y sin mayor importancia.

La parábola de la higuera estéril (Luc. 13:6-9) tuvo su aplicación especial en el


desechamiento de Israel pero no está, obligadamente, limitada a aquel acontecimiento.
Tiene lecciones de aplicación universal ilustrando la paciencia y longanimidad de Dios,
como, también la certidumbre del juicio destructor sobre todo el que no sólo no produce
fruto sino que "estorba en el terreno que ocupa" (Kai ten gen leategri). Su ocasión
histórica surge del contexto precedente (vs. 1-5) pero la conexión lógica no es tan clara.
Sin embargo, en busca de ella hay que llegar hasta el carácter de aquellos informantes
que le hablaron del ultraje inferido por Pilato a los galileos, porque la amonestación, dos
veces pronunciada "Si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente" (vs. 3 y 5)
implica que las personas a quienes se dirigía eran pecadores que merecían un castigo
terrible. Probablemente eran de Jerusalén y representantes de la secta farisaica que
tenían muy poco respeto por los galileos y quienes; quizá, con sus noticias querían
burlarse de Jesús y de sus adeptos galileos.

Los medios para entender la ocasión y el propósito de la parábola de Nathan (2


Sam. 12:1-4) están provistos abundantemente en el contexto. Lo misma pasa con la
parábola de Tecoa (2 Sam. 144-7) y la del profeta herido (1 Rey. 20:-38-40).

Todas las parábolas de nuestro Señor se hallan en los tres primeros evangelios.
Los de la puerta, el buen pastor, y la vid, que aparecen en Juan no son parábolas pro -
piamente dichas, sino alegorías. En la mayor parte de los casos hallamos en el contexto
inmediato una clave para la interpretación correcta. Así vemos que el motivo de la
parábola del siervo malvado (Mat. 18:23-34) está declarado en los vs. 21 y 22; y su
aplicación se halla en el verso 35.

El contexto de la parábola del rico que quería edificar alfolíes de mayor capacidad
(Luc. 12:16-20) nos muestra que fue pronunciada como una amonestación contra la
codicia. La parábola del amigo a media noche (Luc. 11: 5-8) no es más que parte de un
discurso acerca de la oración. Las del juez injusto, la viuda importuna y la del fariseo y el
publicano en oración (Luc. 18:1-14) están explicadas por el evangelio que las relata. La
del Buen Samaritano (Luc. 10:30-37) se debió a la pregunta del doctor que quería
justificarse a sí mismo.

La parábola de los jornaleros en la viña, (Mat. 20: 1-16) aunque el contexto da su


motivo y aplicación, ha sido considerada como difícil de interpretar. Fue originada por el
espíritu mercenario de la pregunta de Pedro (cap. 19:27 "¿Qué, pues, tendremos?" y,
evidentemente, tiene por principal objeto condenar semejante espíritu. Las dificultades de
los intérpretes han surgido principalmente del hecho de haberse dado indebida
importancia a los puntos menores de la parábola, tales como lo de un denario al día y lo
de las diversas horas en que fueron contratados los jornaleros. Stier insiste en que el
denario, o jornal diario, (misdos) es el asunto principal y la fase más importante de la
parábola. Otros quieren que las varias horas mencionadas representen diferentes
períodos de la vida en los cuales los hombres son llamados al reino de Dios, -tales como
la niñez, la juventud, la edad viril y la ancianidad. Otros han supuesto que con los
primeros contratados se denota a los judíos, y con los posteriores, a los gentiles.
Orígenes sostenía que las diversas horas representan las diversas épocas de la historia
humana, tales como la anterior al Diluvio, la de Abraham o Moisés, la de Moisés a Cristo,
etc. Pero todo esto tiende a apartar la mente del pensamiento magno en el objeto de la
parábola, a saber: la condenación del espíritu mercenario y la indicación de que los
premios del cielo son asunto de gracia y no de deuda. Y debiéramos dar mucho énfasis a
la observación del Bengel, de que la parábola no es tanto de predicción, como de
amonestación.

Vamos ahora a aplicar cuidadosamente a esta intrincada parábola los tres


principios de interpretación a que nos hemos referido antes. En primer lugar, la ocasión
histórica y el objeto. Jesús había dicho al joven que tenía muchas posesiones: "Si quieres
ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo; y
ven, sígueme". (Mat. 19:21) . El joven se fue triste porque tenía grandes posesiones
(ktemata polla) y entonces, el Señor habló de la dificultad de que el rico entre en el reino
de los cielos (vs. 23-26) . "Entonces, respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros
hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué, pues, tendremos?" (Tiara esta¡ emin);
¿qué, entonces, será, a nosotros? es decir, en forma de compensación y de recompensa.
¿Cuál será nuestro desauros en ouranois, tesoro en el cielo? Esta pregunta, sin ser
precisamente reprensible, respiraba cierto mal espíritu de presuntuosa confianza y estima
propia por su evidente comparación con el joven: Todo lo que le dijiste a él que hiciera
nosotros lo hemos hecho; hemos abandonado todo lo que teníamos. ¿Qué tesoro
tendremos en el cielo? Jesús no censuró inmediatamente lo que había de malo en la
pregunta sino que, lleno de gracia, contestó a lo que de bueno tenía. Los discípulos que,
realmente, abandonaron todo y le siguieron, no dejarán de alcanzar bendita recompensa.
"De cierto os digo que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando se
sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre
doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel".

Esto era, virtualmente, hacerles una promesa y entrar en un compromiso de lo que


tendrían en el futuro, pero añadió: "Y cualquiera que dejare casas o hermanos o padre o
madre o mujer o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces tanto y heredará la vida
eterna". Aquí tenemos una herencia común y una bendición prometida a todos los que
cumplan las condiciones nombradas, pero, además de esta gran recompensa, común a
todo ser humano, habrá distinciones y diferencias y por eso se añade inmediatamente:
"Pero muchos primeros serán postreros y postreros primeros". Y a partir de esta última
declaración, sigue inmediatamente la parábola: "Porque (gar) el reino de los cielos es
como", etc.

Stier reconoce esta conexión diciendo: "Porqué Pedro ha averiguado acerca de


premios y recompensas, Cristo dice, ante todo, lo que leemos en los vs. 28-29; pero
porque hay en su pregunta una culpable ansiedad de recompensa, sigue de inmediato la
parábola tocante a los primeros y los postreros, con su seria amonestación y censura".
Pero decir, en vista de tal conexión y contexto, que el premio contemplado en el denario
no tiene referencia a la vida eterna sino que debe entendérselo únicamente de bienes
temporales que pueden conducir a la condenación, es, realmente, desconocer y desafiar
el contexto e introducir un pensamiento enteramente extraño. Es indudable que la
parábola tiene por objeto amonestar a Pedro y a los demás contra el espíritu mercenario y
la presunción que saltaba a la vista en su pregunta; pero ella termina, como lo hace
observar Meyer, "y eso muy apropiadamente, con lenguaje que, fuera de duda, permite a
los apóstoles contemplar la perspectiva de recibir premios de un carácter peculiarmente
distinguido, (19:28.) pero no constituye una garantía de la absoluta certidumbre de ello ni
reconoce la existencia de tal cosa como pretendidos derechos válidos".

Habiéndonos asegurado de la ocasión histórica y del objeto, e1 próximo paso


consiste en analizar el asunto que tenemos en la mano y no lo que parezca tener especial
importancia. Apenas se disputará el hecho de que el convenio particular del padre de
familia con los jornaleros contratados por la mañana temprano sea un punto demasiado
prominente para que se le desconozca en la exposición. Notable también es el hecho de
que la clase segunda (contratados a la hora tercera) entran al trabajo sin convenio alguno,
confiando en las palabras "os daré lo que fuere justo". Y lo mismo con las llamados a las
horas sexta y nona, pero los llamados a la hora undécima no recibieron (según el
verdadero texto del versículo 71 promesa alguna y nada se les dijo, acerca de
recompensa. Habían estado esperando trabajo, parecían estar ansiosos por él y se
hallaban ociosos porque nadie los había tomado, pero tan pronto como les llegó el pedido
fueron a trabajar sin detenerse ni siquiera a preguntar acerca de salario. En todo esto no
parece que las diversas horas tuvieron algún significado especial, sino que, más bien,
debemos notar el espíritu y disposición de los diversos jornaleros, particularmente los
primeros y los últimos contratados. En el relato del ajuste de cuentas, al fin del día, sólo
estos últimos y los primeros se mencionaban con algún grado de distinción. Los últimos
son los primeros recompensados, y esto con tales marcas de favor, que la presunción y el
espíritu mercenario de los que por la mañana temprano se habían ajustado al precio de
un denario al día al instante estallaron en quejas, dando lugar a la censura del padre de
familias y a su aserción de su absoluto derecho de disponer de lo suyo a su placer.

            Si, pues, interpretamos estas partes con estricta referencia a la ocasión y objeto
de la parábola, tenemos que pensar en los apóstoles como aquellos a quienes se dirigió
la amonestación. Lo que había de malo en la pregunta de Pedro atrajo la oportuna
censura y amonestación. Jesús le asegura a él y a los demás que a nadie que se haga su
discípulo, le faltará gloriosa recompensa; y en una forma algo por el estilo del ajuste con
los primeros jornaleros contratados, trata con los doce, conviniendo en dar un trono a
cada uno de ellos. Pero, añade, (pues tal es la sencilla aplicación del proverbio "Muchos
primeros serán postreros", etc.) : No os imaginéis, engañados por vuestra vanidad, que
porque fuisteis los primeros en dejarlo todo y seguirme es de imprescindible obligación
que se os dé más honra que a otros que más tarde han de entrar a mi servicio. No es el
más elevado de los espíritus el que pregunta: "¿Qué me darán a mí?", mejor es
preguntar, ¿Qué haré yo? Quien sigue a Cristo y por él se sacrifica en toda forma,
confiando que todo irá bien, es más noble que el que se detiene a hacer convenios. Aún
más, quien ingresa a trabajar en la viña de su Señor, sin hacer preguntas tocante a
salarios, es todavía más noble y de espíritu más elevad. Su espíritu y labor, aunque ésta
no continúe más que por una hora, pueden tener cualidades tan hermosas y raras que
induzcan a aquél cuyas recompensas celestiales son dádivas de gracia y no pagos de
deuda; a colocarle en un trono aún más conspicuo que el que pueda alcanzar cualquiera
de los apóstoles: La murmuración y la respuesta. que a ella dio el padre de familia no han
de tomarse como profecía de lo que debe esperarse que tenga lugar en el juicio final,
sino, más bien una insinuación sugestiva y una amonestación para que Pedro y los
demás examinaran el espíritu en que seguían a Jesús.

Si tal es la verdadera intención de la parábola, cuán erróneas son aquellas


interpretaciones que hacen del "un denario al día" el punto principal. ¡Cuán innecesario e
inaplicable es considerar las palabras del padre de familia (en los vs. 13-16) como
equivalentes a la sentencia o condenación final, o el asignar significado especial a lo de
estar ociosos! ¡Cuán sin importancia lo de las diversas horas en qué fueron contratados
los jornaleros y el saber si el padre de familia representa a Dios o a Cristo! La
interpretación que tienda a mantener la unidad de toda la narración y a hacer destacar la
gran verdad central verá en esta parábola una tierna advertencia y una amonestación
sugestiva contra el espíritu incorrecto manifestado en las palabras de Pedro.

La parábola del Mayordomo Injusto (Luc. 16:1-13) ha sido considerada, más que
ninguna otra, como una cruz para los intérpretes. Parece no tener tal conexión lógica o
histórica con lo que la precede y que pueda servir de alguna manera material para ayudar
en su interpretación. Sigue inmediatamente después de las tres parábolas de la oveja
perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo, que fueron dirigidas a los fariseos y los
escribas que murmuraban porque Jesús recibía a los pecadores y comía con ellos (cap.
15:2) . Habiendo pronunciado esas parábolas para beneficio especial de ellos, también
pronunció otra dirigida "a sus discípulos" (kai pros tous madetas, 16:1) . Por estos
discípulos, probablemente, debe entenderse aquel círculo más amplio que incluía a otros
además de los doce (Compar. Luc. 10:1) y entre los cuales, sin duda, había muchos
publicanos, como Mateo y Zaqueo, que necesitaban la lección que aquí se da. Hoy se
reconoce generalmente que esa lección era de usar con sabiduría los bienes de este
mundo. Porque la sagacidad, la astuta previsión y cuidado para desenvolverse que el
mayordomo demostró en su acción precipitada, se dicen haber sido aplaudidos aun por su
amo.

La parábola, ante todo, exige que nos demos correcta cuenta del intento literal de
su narración y que evitemos querer hacerla decir cualquiera cosa que no diga.

Además, hemos de notar que Jesús mismo aplicó la parábola a los discípulos por
sus palabras de consejo y de exhortación (v. 9) y que hace comentarios adicionales
acerca de ello en los versículos 10 al 13. Estos comentarios del autor de la parábola
deben estudiarse como conteniendo la mejor clave posible de su significado. La lección
principal se halla en el versículo 9, donde se insta a los discípulos a imitar la prudencia y
sabiduría del mayordomo malo, haciéndose ellos de amigos mediante las riquezas de
maldad (ek ton, k. t. l.; "de" los recursos y oportunidades suministrados por las riquezas o
bienes mundanos bajo su contralor). El mayordomo, con su plan astuto, exhibió toda la
rapidez y sagacidad, con que un mundano sabe obrar para congraciarse con los de su
propia especie y generación. En este respecto se dice que los hijos de este mundo son
más sabios que los hijos de la luz; por lo tanto, nuestro Señor nos aconsejaría imitarlos en
este particular. En una forma análoga, en otra ocasión, al enviar a sus discípulos en
medio del mundo hostil, les dijo que fuesen prudentes como serpientes y sencillos como
palomas (Mat. 10:16).

Los detalles de la parábola, pues, deben considerarse como incidentales,


meramente designados para exponer la astucia del mayordomo y no debe tratar de
exprimirse de ellos otras analogías. Se insta a los discípulos a ser discretos y a ser fieles
a Dios en el uso del mammón de injusticia y, mediante ello, asegurarse la amistad de
Dios, Cristo, los ángeles y sus prójimos, quienes, cuando fallen los bienes de este mundo,
puedan por ese medio estar dispuestos a recibirles.

Existe una profunda conexión interna entre la parábola del mayordomo malo y la
del rico y Lázaro, narrada en el mismo capítulo (Luc. 16:19-31) . La fidelidad sabia hacia
Dios en el uso del mammón de injusticia nos dará amigos que nos reciban en las moradas
eternas. Pero quien, como el rico de la parábola, se convierte en un mundano lleno de
sensualidad y de amor al lujo y los placeres, tan bueno y fiel para con los intereses de
Mammón que él mismo se transforma en personificación y representante del dios de las
riquezas, en el mundo venidero alzará sus ojos, estando en los tormentos y allí
demasiado tarde aprenderá que con una conducta distinta pudo haber hallado amigos en
los ángeles, Abraham y Lázaro, que le hubiesen admitido á los festines del paraíso.

Los principios y métodos de interpretación de las parábolas, tales como se hallan


ilustrados en las páginas precedentes, serán guía suficiente para la interpretación de
todas las parábolas bíblicas.

INTERPRETACION DE ALEGORIAS

La alegoría generalmente se define como una metáfora extendida. Tiene con la


parábola la misma relación que ésta con el símil. En la parábola, o bien se introduce
alguna comparación formal, como "El reino de los cielos", o bien las imágenes se
presentan en forma tal corno para conservarlas distintas de la cosa representada y
requerir una explicación, como en el caso de la parábola del sembrador (Mat. 13:3 y las
siguientes). La alegoría contiene dentro de sí misma su interpretación y la cosa significada
está identificada con la imagen, como en Juan 15:1, "Yo soy la vid verdadera y mi Padre
es el labrador"; y en Mat. 5:13: "Vosotros sois la sal de la tierra". La alegoría es un uso
figurado y la aplicación de algún supuesto hecho o historia. La parábola emplea palabras
en su sentido literal y su narración nunca traspasa los límites de lo que podría ser un
hecho real. La alegoría continuamente emplea palabras en sentido metafórico y su
narración, por muy supositiva que sea, es, manifiestamente, ficticia. De aquí su nombre,
del griego allos, "otro" y agoreno, "hablar" o "proclamar"; esto es, decir otra cosa de la que
se expresa o, por así decirlo, que se expresa otro sentido que el contenido en las palabras
empleadas. Es un discurso en el cual el asunto principal está representado por algún otro
asunto con el cual tiene semejanza.

Habiendo establecido la parábola y la alegoría y demostrado que la alegoría es, en


esencia, una metáfora extendida, no necesitamos reglas separadas y especiales para la
interpretación de las porciones alegóricas de las Escrituras. Los mismos principios
generales que se aplican a la interpretación de metáforas y parábolas se aplican también
a las alegorías. El grave error de que hay que guardarse es el esfuerzo por hallar
minuciosas analogías y significados ocultos en todos los detalles de las imágenes. De
aquí que, como en el caso de las parábolas, debemos, ante todo, determinar el
pensamiento principal envuelto en la figura y luego interpretar los puntos menores con
constante referencia a dicho punto.

El contexto, la ocasión, las circunstancias, la aplicación y frecuentemente la


explicación acompañante, son, en cada caso, tales que dejan poca duda respecto a la
tendencia de cualquiera de las alegorías de la Biblia.

La alegoría de la vejez (Ecles. 12:3-7) bajo la figura de una casa próxima a caer en
ruinas, ha sido diversamente interpretada, pero la gran mayoría de expositores antiguos y
modernos, han entendido el pasaje como una descripción alegórica de la vejez, y
podemos asegurar que esta opinión es favorecida y aun exigida por el contexto inmediato
y por las imágenes mismas, pero perdemos mucho de su verdadero significado y fuerza al
entenderla como de la vejez en general. No es una semblanza real de la pacífica, serena
y honorable vejez tan elogiada en el Antiguo Testamento. No es el cuadro que el verso 31
del cap. 16 del libro de Proverbios nos presenta, diciendo: "Corona de honra es la vejez,
que se hallará en el camino de justicia", ni es, tampoco, el descrito en el Salmo 92:12-14,
donde se declara que el justo florecerá como la palma y crecerá como los cedros del
Líbano, "aun en la vejez fructificarán, estarán vigorosos y verdes". (Compar. también
Isaías 40:30-31) . Nos queda, pues, con Tayler Lewis, entender que "el cuadro que aquí
se nos da, representa la vejez del sensualista. Esto también se nota por la conexión. Son
"los malos días", "días de oscuridad", que han sobrevenido al joven que fue prevenido en
el lenguaje que aparece más arriba, lenguaje tanto más impresionante a causa de su tono
de predicción lleno de ironía. Es la triste vejez del joven que guiso andar "en los caminos
de su corazón y en la vista de sus ojos" y no quitó "el enojo de su corazón ni apartó de su
carne el mal", y ahora todo esto le ha sobrevenido sin aquellas mitigaciones que
frecuentemente acompañan al declinamiento de la vida".

Pasando ahora a las figuras empleadas, es necesario ejercer la mayor precaución


porque algunas de las alusiones parecen enteramente enigmáticas. El solo mencionar las
diversas interpretaciones que se han dado a las diferentes partes de esta alegoría
requeriría muchas páginas, pero los intérpretes más juiciosos y cuidadosos convienen en
que "los guardas de la casa" (vs. 5) son los brazos y las manos, que sirven para
protección y defensa pero en la edad decrépita se ponen débiles y temblorosos. Los
"hombres fuertes" son las piernas, las cuales, cuando pierden su vigor muscular, se
doblan y tuercen al soportar su pesada carga. "Las muelas" (el original hebreo dice
doncellas moledoras, aludiendo al hecho de que el moler a mano era trabajo de mujeres)
son los dientes que, en la vejez, son pocos y funcionan mal. "Los que miran por las
ventanas", son los ojos, que, con los años, pierden su poder. En lo que sigue a esto las
interpretaciones ya son mucho más variadas y sutiles. "Las puertas de afuera" (v. 6)
generalmente se explican como la boca, cuyos dos labios se conciben como una puerta
doble o de dos hojas, pero parecería mejor considerar esta puerta doble como las dos
orejas, que se cierran a los sonidos externos. Así lo explica Hengstenberg, a quien sigue
Tayler Lewis, quien observa: "El viejo sensualista, que había vivido tanto tiempo afuera y
tan poco en casa, al fin queda encerrado. No habría propiedad en calificar a la boca de
puerta de calle, por medio de la cual sale el dueño de casa... Es más bien la puerta al
interior, la del sótano, la que lleva hacia la provisión almacenada o consumida, el
estómago". "La voz de la muela", muchos la explican como el ruido de los dientes al
masticar, pero esto sería volver a la que ya ha sido suficientemente notado en el ver. 3.
Mejor es entender este sonido del molino como equivalente a "los sonidos domésticos
más familiares", corno era realmente el sonido del molino. El pensamiento, entonces, se
conecta naturalmente con lo que antecede y con lo qe sigue; las orejas están tan
cerradas, el oído se ha puesto tan pesado que los sonidos más familiares (en casa de un
hebreo, el molino funcionaba casi todo el día) apenas se oyen.

"Y levantaráse a la voz del ave", es decir, según lo explica la mayoría de los
críticos modernos, "la voz de la muela" sube hasta el tono del grito agudo de una ave y,
sin embargo, los órganos auditivos de este viejo están tan atrofiados que apenas lo oye.
Otros explican esta última cláusula como refiriéndose a insomnio del viejo: "Levantaráse a
la voz del ave". Vertido así, no necesitamos, como muchos, entenderlo de levantarse o
despertarse de madrugada (en cuyo caso se habría usado otro término hebreo para
expresar la idea) sino de sentir desasosiego. Aunque tardo de oído, sin embargo, a veces
se sorprenderá o se asustará y saltará en el lecho al oír la voz aguda de una ave. Por "las
hijas de canción" puede entenderse las cantoras (cap. 2, v. 8) que en un tiempo le
divertían pero cuyas canciones ya no pueden encantarle y, por consiguiente, quedan
humilladas. Pero quizá sea mejor entenderlo acerca de la voz misma, los varios tonos de
la cual se hacen bajos y débiles.

Pasando al versículo 7 notamos la naturaleza peculiar de la alegoría entretejiendo


su interpretación con sus imágenes. Se abandona por el momento la figura de una casa y
leemos: "También temerán de lo alto y los tropezones en el camino; y florecerá el
almendro y se agravará la langosta y perderáse el apetito; porque el hombre va a la casa
de su siglo y los endechadores andarán en derredor por la plaza". Es decir, mirando
desde un sitio elevado, el viejo vacilante, se marea y tiene miedo; los terrores parecen
acompañar todos sus pasos (compar. Prov. 22:13; 26: 13); la almendra ya no halaga su
paladar, antes le disgusta; y la langosta, que en un tiempo quizá fue para él un manjar
delicioso (Lev. 11:2; Mat. 3:4.; Marc. 1:6), se vuelve gravosa a su estómago, causándole
náuseas, sin que los estimulantes le ayuden más.
En el versículo 8 nuevamente hallamos otras figuras que tienen una asociación
natural con la mansión señorial. Se representa el final de la vida como una remoción o
una división de la cadena de plata y una rotura del cuenco de oro. La idea es la de una
lámpara de oro suspendida por medio de una cadena de plata en el vestíbulo del palacio
y, repentinamente, el cuenco de la lámpara se hace pedazos, a causa de la rotura de la
cadena. El cántaro en la fuente y la rueda en la cisterna son metáforas similares
referentes a la abundante maquinaria para sacar agua que existiría en conexión con el
palacio de cualquier potentado. Estos ceden, finalmente, y todo el moblaje y maquinaria
de la vida se desmorona. El viejo cuerpo, en un tiempo tan dado a la gula, cae
completamente arruinado, en vista de lo cual el Predicador repite su clamor de "¡Vanidad
de vanidades!"

En la interpretación de una alegoría tan rica en sugestiones como la que


acabamos de ver, los grandes principios hermenéuticos a que hay qué adherirse
cuidadosamente son, primeramente, apoderarse de la gran idea central de todo el pasaje
y, en segundo lugar, huir de la tentación de buscar múltiples significados en las figuras
especiales. Una búsqueda minuciosa de significados especiales en cada alusión de la
alegoría, fatiga la mente y la abruma dé tal modo con las ilustraciones especiales que la
pone en peligro de perder enteramente de vista el gran pensamiento central, que es lo
que debe preocuparle.

El tan disputado pasaje de 1ª Cor. 3:10-15 es una alegoría. En el contexto


precedente Pablo se representa a sí mismo y a Apolos como los ministros mediante los
cuales los corintios habían creído. "Yo planté, Apolos regó pero Dios ha dado el
crecimiento" (v. 6). Muestra su aprecio del honor y responsabilidad de tal ministerio
diciendo (v. 9): "Porque nosotros (apóstoles y ministros como Pablo y Apolos) coadjutores
somos de Dios" y entonces añade: "Labranza de Dios (georgion, en alusión a, y en
armonía con, el plantar y el regar de que se habla más arriba) sois, edificio de Dios sois".
Luego, abandonando la primera figura y tomando la de un edificio (oikodomé) prosigue:
"Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo, como perito arquitecto, puse el
fundamento; y otro edifica encima: empero cada uno vea cómo sobreedifica. Porque nadie
puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si alguno
edificare sobre este fundamento, oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca;
la obra de cada uno será manifestada porque el día la declarará; porque por el fuego será
manifestada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego hará la prueba. Si permaneciere la
obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de algunos fuere
quemada, será perdida; él, empero, será salvo, más así como por fuego".

La mayor dificultad para la explicación de este pasaje ha consistido en determinar


qué se quiere decir por "oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca" en el
versículo 12.

Sobre el fundamento de Jesucristo, los ministros, como colaboradores con Dios,


están ocupados en erigir la casa de Dios, pero cuide cada uno cómo edifica. Sobre ese
fundamento puede erigirse un edificio de sustancia sana y duradera como si fuera
construido con oro, plata y piedras preciosas (como, p. e., costosos mármoles); la clase
de cristianos así "justamente edificados, para morada de Dios en Espíritu" (Efes. 2:22)
constituirá una estructura noble y duradera y su obra resistirá la prueba ardiente del día
final. Pero sobre esa misma base, un obrero descuidado e infiel puede edificar con
material no sano; puede tolerar, cuando no alentar, celos, disensiones (v. 3) y orgullo
(4:18) ; puede conservar en la iglesia fornicarios no arrepentidos (5:1-2) ; puede consentir
pleitos entre los hermanos (6:1) y permitir que gente ebria se acerque a la Cena del Señor
(11: 21), todos estos, lo mismo que herejes en doctrina, (15:12) pueden tomarse y
emplearse como materiales para edificar la casa de Dios. A1 escribir a los corintios el
apóstol tenía en su mente todas estas clases de personas y veía que se estaban
incorporando a aquella iglesia plantada por él. Pero añade: El Día del Juicio de Dios
sacará todo a luz y pondrá a prueba la obra de cada hombre. La revelación del fuego
descubrirá qué clase de obra ha estado haciendo cada uno y el que ha edificado sabia y
sanamente, obtendrá gloriosa recompensa, pero el que ha introducido o procurado
conservar, la madera, el heno o la hojarasca en la Iglesia, el que no ha censurado los
celos ni combatido las contiendas ni excomulgado a los fornicarios ni administrado
fielmente la disciplina de la Iglesia, verá consumirse la obra de su vida y él mismo apenas
escapará con vida, como quien se salva a duras penas de un incendio. Toda su obra
habrá sido en vano, aunque pretendió edificar para Cristo y, en realidad, ministró en su
santuario.

No debe olvidarse un solo instante que esta alegoría tiene por objeto servir más
bien de advertencia y que no debe entenderse como una profecía. Como la parábola de
los jornaleros en la viña (Mat. 19:27 a 20:16) está dirigida contra el espíritu mercenario
manifestado por Pedro y sirve así como aviso y censura, más bien que de profecía de lo
que realmente acontecerá en el Juicio; de la misma manera, en este caso, Pablo previene
a los que son colaboradores con Dios, que tengan cuidado de la manera cómo edifican,
no sea que a sí mismos y a otros envuelvan en una ruina irreparable.

En esta forma buscamos la verdadera solución de esta alegoría, distinguiendo


cuidadosamente entre los materiales puestos en el edificio y la obra de los edificadores y,
al mismo tiempo, notamos la mezcla esencial de las dos cosas. El edificador sabio
enseñará, guiará y disciplinará la iglesia a su cargo de tal manera que se aseguren
resultados excelentes y permanentes. El obrero necio trabajará con material malo sin
cuidarse del Juicio que ha de poner a prueba la obra de todos. A1 edificar así, sea sabia o
sea neciamente, las personas introducidas a la iglesia y la labor ministerial, mediante la
cual son instruidos y disciplinados, tienen una relación muy íntima; de aquí la verdad
esencial en ambas exposiciones de la alegoría que tan ampliamente se han sostenido.

La vívida alegoría de la armadura y del conflicto cristiano en Efesios 6:11-17,


suministra su propia interpretación y se hace especialmente notable en las explicaciones
particulares de las diversas partes de la armadura. Se apropia la figura empleada en
Isaías 59:17 (Comp. también Rom. 13:12; 1 Tesal. 5: 8) y la elabora con gran acopio de
detalles. Aquí, como en Isaías, se representa a la justicia como una cota, pero en 1 Tesal.
5:8 se describe en esa forma a la fe y el amor. Aquí el yelmo es salvación, un
conocimiento presente de la salvación en Cristo como una posesión actual, pero en
1Tesa. 5:8, es la esperanza de salvación. Cada alusión debe estudiarse esmeradamente,
a la luz de su propio contexto sin compararlas demasiado, ya que una misma figura puede
usarse en distintas ocasiones con propósitos diferentes.

La compleja alegoría de la puerta de las ovejas y del buen pastor en Juan 10:1-16
es, en lo esencial, sencilla, y se interpreta por sí sola, pero como envuelve la doble
comparación de Cristo como la puerta y como el buen pastor y tiene otras alusiones de
diverso carácter, su interpretación exige cuidado especial para evitar que las principales
figuras se hagan confusas y los puntos secundarios demasiado prominentes. El pasaje
debe dividirse en dos partes y debe notarse que los primeros cinco versículos son una
pura alegoría, sin contener explicación en sí misma. En el versículo 6 se observa que la
alegoría (paroimia) no fue entendida por aquellos a quienes se dirigió en vista de lo cual,
Jesús procedió (vs. 7-16) no sólo a explicarla sino también a extenderla, añadiéndola
otras imágenes. Hace resaltar el hecho de que él mismo es "la puerta de las ovejas", pero
añade más adelante que es el buen pastor, pronto a dar su vida por las ovejas, a
distinción del asalariado que abandona el rebaño y huye en la hora de peligro.

La alegoría tiene relación vital con la historia del ciego arrojado de la sinagoga por
los fariseos pero graciosamente recibido por Jesús. Sin tener esto constantemente en
vista no podremos apreciar claramente la ocasión y el objeto de todo el pasaje. Jesús,
primeramente, se coloca a sí mismo en contraste, como la puerta de las ovejas, con
aquellos que desempeñaban, más bien, la parte de ladrones y despojadores del rebaño.
Luego, como los fariseos no le entendieron, en parte explica su significado y pasa a
ponerse en contraste, como el buen pastor, con los que no tienen verdadero cuidado del
rebaño que se les encomienda, sino que, al ver al lobo que viene, lo abandonan y huyen.
En el verso 17, abandona la figura y habla de su disposición para dar su vida y de su
poder para recuperarla. Asf, todo el pasaje debe estudiarse a la luz de aquella oposición
farisaica a Cristo, que se demostró egoísta 7 pronta a recurrir a la violencia cuando se le
hacia frente. Estos judías farisaicos que pretendían guardar las puertas de la sinagoga y
habían resuelto expulsar de ella a quien confesara a Jesús como el Cristo (Cap. 9:22) no
eran mejores que ladrones y despojadores del rebaño de Dios. Contra ellos se dirigió la
alegoría.

Manteniendo a la vista esta ocasión y objeto de la alegoría, el próximo paso es


inquirir el significado de sus principales alusiones. "El corral de las ovejas." es la Iglesia
del pueblo de Dios, representada aquí por sus ovejas. Cristo mismo es la puerta, como él
lo afirma enfáticamente (vs. 7-9) y todo verdadero pastor, maestro y guía del pueblo de
Dios debe reconocerlo a él como el único camino y medio de ingreso al corral. Tanto el
pastor como las ovejas deber; entrar por tal puerta. "El que entra por la puerta, pastor de
las ovejas es" (v. 2, sin artículo antes de "pastor", más de acuerdo al original), no un
ladrón, un despojador ni un extraño (v. 5) . Es bien conocido de todos los que algo tienen
que ver con estas cosas *y su voz es familiar a las ovejas, en tanto que la del extraño las
alarma y ahuyenta. Tales, realmente, fueron las acciones y palabras de aquellos oficiales
judíos para con el hombre que había recibido la vista. El percibió en sus palabras y
maneras lo que era extraño a la verdad de Dios (9:30-33).

Hasta aquí todo parece claro, pero no debemos creernos en terreno muy seguro al
buscar significados especiales en algunas de las palabras incidentales.

El lenguaje del Señor al definir su alegoría y extender sus imágenes (vs. 7-16) es,
en algunos puntos, enigmático. No quiso hacer las cosas demasiado claras para los que,
como los fariseos, pretendían ver y saber mucho (comp. cap. 9:39-41) y emplea las
palabras fuertes que parecen ser adrede obscuras: "Todos los que antes de mí vinieron,
ladrones son y robadores" (v. 8). Incitaría la investigación y el interés en cuanto a lo que
pudiera significar el venir antes de él, un proceder tan malo que lo compara con el robo de
un, ladrón y la rapacidad de un salteador. Es muy natural entender el venir antes de mí,
en el v. 8, como correspondiente con el subir por otra parte, del v. 1, y significando
penetrar en el corral por alguna parte que no es la puerta, pero está dirigido,
evidentemente, a los que, como estos fariseos, por su acción y su actitud, tenían la
pretensión de ser señores de la teocracia y usaban de violencia y de engaño para realizar
su deseo. Por eso parecería cosa muy apropiada el dar a las palabras antes de mí (pro
emon, v. 8) un significado general algo amplio y no comprimirlas, como hacen muchos, en
la idea única de precedencia en el tiempo. La preposición pro se usa a menudo acerca de
lugares, como delante de las puertas; delante de la entrada; delante de la ciudad (Act.
5:23; 12:6-14; 14:13) y puede aquí combinarse con la referencia temporal de eldon,
"vinieron", la otra idea de situación frente a la puerta. Estos fariseos vinieron como
maestros y guías del pueblo y con una conducta tal como la de arrojar al que había nacido
ciego se colocaron frente a la verdadera puerta, -delante de ella-,cerrando el reino de los
cielos a los hombres, no entrando ellos a él ni permitiendo que otros entraran por esa
puerta (comp. Mat. 23:13) . Todo esto puede haber querido decir el Señor con su
enigmático antes de mí vinieron. Vinieron como si el Mesías hubiese venido; no quedó
sitio para él. No es menester que limitemos nuestros pensamientos a los que eran falsos
Mesías en el sentido más estricto de la expresión, puesto que la mayoría de éstos no
apareció hasta después de nuestro Señor. Todo jerarca anterior a Cristo era
pseudo-mesiánico en la proporción en que era anticristiano; y el codiciar dominio sobre la
conciencia de los hombres es cosa pseudo-cristiana. Nótese, además, que los ladrones y
robadores que trepan la pared aparecen en este versículo con la asunción de un poder
superior. Ya no aparecen en su desnudo egoísmo; tienen pretensiones a importancia
positiva y eso no meramente como pastores sino como la puerta misma. Así los jerarcas
acababan de pretender ejercer dominio sobre el hombre nacido ciego.

            El proceso de alegorización mediante el cual, San Pablo, en Gál. 4.:21-31, hace a
Agar y Sara ilustrar dos pactos es un ejemplo neo-testamentario excepcional de
desarrollar un significado místico de hechos de la historia del Antiguo Testamento. En otro
lugar (Rom. 7:16) San Pablo ilustra la liberación de la Ley de que goza el cristiano, y la
unión con Cristo, por medio de la ley del matrimonio, según la cual la mujer, muerto el
marido, está libre de (Katergetai) la ley que la ataba a él solo y está en libertad para unirse
con otro hombre. En 2 Cor. 3:13-16, contrasta la abierta confianza (parresia) de la
predicación del Evangelio con el velo con que Moisés, adrede, se cubría el rostro para
ocultar por el momento el carácter transitorio de la ministración del Antiguo Testamento, la
que, entonces, parecía tan gloriosa pero, no obstante, estaba destinada a desaparecer al
igual que el reflejo de la gloria de Dios que cubría el rostro del caudillo. También en el
mismo pasaje hace del velo un símbolo de la incapacidad del corazón de Israel para
recibir al Señor Jesucristo. El pasaje del Mar Rojo, y la roca en el Desierto, de la que
manó el agua, están reconocidos como tipos de cosas espirituales (1 Cor. 10:1-4 comp. 1
Pedro 3:21) . Pero todas estas ilustraciones del Antiguo Testamento difieren
esencialmente de la alegoría de los dos pactos. El apóstol mismo, por la manera y estilo
en que lo introduce, siente evidentemente, que su argumento es excepcional y peculiar, y
estando dirigido especialmente a aquellos que se jactaban de su adhesión a la Ley, tiene
la naturaleza de un argumentum ad hominem. Dice Meyer: "A la terminación de la parte
teórica de su Epístola Pablo añade una disquisición antinomiana sumamente singular, un
erudito argumento rabínico-alegórico derivado de la Ley misma, calculada para aniquilar
la influencia de los pseudo apóstoles con sus propias armas y para desarraigarlos de la
propia base en qué se apoyaban".

Observamos que el apóstol, ante todo, establece los hechos históricos tales como
se hallan en el libro del Génesis, a saber, que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y
otro de la libre; el hijo de la sierva nació trata saska, según la carne, es decir, de acuerdo
con el curso de la naturaleza, pero el hijo de la libre nació por la promesa y, como la Biblia
lo demuestra, (Gén. 17:19; 18:10-14) por interposición milagrosa. Además, introduce la
tradición rabínica fundada en Gén. 21:9 de que Ismael persiguió (edioke, v. 29) a Isaac,
quizá teniendo en mente, también, algunas agresiones subsecuentes de los ismaelitas
contra Israel; y luego añade las palabras de Sara, tales como se hallan en Gén. 21:10,
adaptándolas algo libremente a su propósito. Todo esto pone de manifiesto que Pablo
reconoce la verdad histórico-gramatical de la narración del Antiguo Testamento, pero, dice
él, todos estos hechos históricos son susceptibles de ser alegorizados: atiná estin alle-
goroúmena. cuales cosas son alegóricas, o, como bien lo expresa Ellicott. "Todas las
cuales cosas, contempladas en su luz más general, son alegóricas". Procede a alegorizar
los hechos a que se ha referido haciendo a las dos mujeres representar los dos pactos, el
sinaítico (judío) y el cristiano, y mostrando en detalle de qué manera una cosa responde
a, o se clasifica con (sustoiche) la otra y también en qué se oponen los dos pactos.

Que San Pablo en este pasaje trata algunos hechos históricos del A. Testamento
como susceptibles de usarse alegóricamente, es un hecho indiscutible, y es difícil dudar
de que estuviese familiarizado con los métodos alegóricos de exponer las Escrituras que
eran corrientes en su época.

Tampoco parece haber razón suficiente para negar que su propia educación
rabínica tuviese alguna influencia sobre él y prestase sus tintes a sus métodos de
argumentación e ilustración. Además, es evidente que su empleo alegórico de Agar y
Sara, usa un método excepcional y raro de tratar con sus opositores judíos y, en cuanto el
pasaje tenga de argumento es, esencialmente, un argumentum ad hominen (es decir, que
deriva su fuerza de la posición ocupada por la persona a quien se dirige). Pero no es,
meramente, un argumento de esa clase tal que no tuviera valor o fuerza para con otra
clase de personas. Se supone que tiene un interés y valor que ilustran ciertas relaciones
de la Ley y el Evangelio. Pero su posición, conexión y empleo en esta epístola a los
Gálatas es suficiente garantía para tales métodos alegóricos en general. Schmoller
observa: "Seguramente Pablo alegoriza aquí, puesto que él mismo lo dice. Pero el mismo
hecho que él diga esto hace desaparecer la gravedad de la dificultad hermenéutica. Su
intento, entonces, es dar una alegoría, no una exposición; no procede como exegeta y no
intenta decir (a la manera de los exegetas alegorizantes) que sólo lo que ahora dice es el
verdadero sentido de la narración". En esto especialmente consiste la gran diferencia
entre el ejemplo de Pablo y el de casi todos los alegoristas. Concede y supone la
veracidad histórica de la narración del A. Testamento pero hace un uso alegórico de ella
con un objeto especial y excepcional.

De aquí que podamos decir, en general, que como San Pablo reconoce que
ciertos otros caracteres y acontecimientos del A. Testamento tienen un significado típico
(véase Rom. 9:14; V Cor. 10: 5 ), así concede análogo significado a los puntos
especificados en la historia de Agar y de Sara, pero él jamás, ni por un instante, pierde de
vista la base histórica o permite que su alegoría la substituya. Y de la misma manera
general puede sernos permitido a nosotros alegorizar porciones de las Escrituras, siempre
que los hechos sean susceptibles de significado típico y nunca se les desconozca ni
substituya por el proceso alegórico. Puede ser lícito usar en esa forma caracteres y
acontecimientos bíblicos con objetos homiléticos y propósitos de "instruir en justicia", pero
es menester reconocer explícitamente, según el ejemplo de Pablo, el carácter especial y
excepcional de ese trato de las Escrituras. La posición solitaria del caso del apóstol es
suficiente advertencia de que tales exposiciones sólo deben emplearse con la mayor
circunspección.

Contra la interpretación alegórica de los Cantares podemos alegar tres


consideraciones. Primera: el notable desacuerdo de sus defensores y la constante
tendencia de sus exposiciones de llegar a extremos irracionales. Estos hechos apoyan la
inferencia de que existe algún error fatal en ese método de procedimiento. Segunda: Por
regla general, los alegoristas niegan que el cantar tenga una base literal. Las personas y
objetos descritos son meras figuras del Señor y de su pueblo y de las múltiples relaciones
existentes entre ellos. Esta posición arroja toda la exposición al dominio de la fantasía y
explica cómo, de hecho, cada intérprete es ley para si mismo. No teniendo base en la
realidad, la interpretación puramente alegórica no ha podido fijar ningún punto de vista
histórico ni adoptar ningunos principios comunes. Tercera: El Cantar no contiene
insinuación alguna de ser una alegoría. Ciertamente que no contiene, como las otras
alegorías de las Escrituras, su exposición dentro de sí mismo. En esto, como lo hemos
mostrado más arriba, la alegoría difiere de la parábola, y para ser consecuentes en
alegorizar el Cantar de los Cantares debiéramos, o bien adoptar el método de Pablo con
la historia de Sara y Hagar y, admitiendo una base histórica literal, decir: todo esto puede
alegorizarse; o si no, debiéramos llamar al Cantar una parábola y, como en el caso de la
del hijo pródigo afirmar que sus imágenes son fieles a la naturaleza y a la realidad y
capaces de explicación literal pero que es más del caso presentarla como la relación
mística que existe entre Dios y su pueblo.

El Cantar es el fruto de una imaginación exuberante tocada con la característica


voluptuosa de la mente Oriental. Allí el amor es ardiente y apasionado, por más puro que
sea. Abunda en coloridos e imágenes que parecen extravagantes a las ideas más frías de
la gente de Occidente, pero, tomado en conjunto puede, con propiedad, presentar en tipo,
la perfección y belleza de "una iglesia gloriosa", sin mancha ni arruga ni cosa semejante"
(EL 5:27).

LOS PROVERBIOS Y LA POESIA GNÓMICA 

El libro de los Proverbios, del A. Testamento, ha sido acertadamente calificado


como una Antología de Aforismos Hebreos.

Los proverbios, propiamente dichos, son declaraciones breves y enérgicas


mediante las cuales se expresa en forma memorable algún consejo sabio, lección moral o
experiencia sugestiva. A causa de su agudeza y su forma y fuerza sentenciosa,
frecuentemente se les denomina gnómicos, aunque en castellano quizá diríamos,
aforismos.

El hombre halla en el mundo externo analogías a su propia experiencia, las que le


ayudan a generalizar y a formular lo que ha observado. Un simple hecho sorprendente o
humorístico se fija en la mente como el tipo al que deben referirse o responder todos los
hechos análogos, como cuando se usó el proverbio "¿También Saúl entre los Profetas?"

Para la mayor parte de los proverbios no existe registro de nacimiento. Nadie


conoce a su autor. Hallan aceptación, no porque descansan sobre la autoridad de
nombres ilustres sino a causa de su verdad inherente o apariencia de verdad.

Los proverbios bíblicos no están limitados al libro que lleva ese título. El libro del
Eclesiastés contiene muchos aforismos. También aparecen proverbios en casi cada parte
de las Escrituras, y dada la definición y origen de los proverbios que hemos dado más
arriba, fácilmente se notará que frecuentemente se requerirá gran cuidado y
discernimiento para su correcta exposición. En tales exposiciones han de hallarse de
utilidad y valor práctico las observaciones que daremos a continuación.

1. Como los proverbios pueden consistir en símil, metáfora, parábola o alegoría, el


intérprete, ante todo, debe determinar a cuál de esta clase de figuras pertenece el
proverbio si es que pertenece a alguna de ellas. Ya hemos visto que Prov. 5:15-18 es una
alegoría. En Prov. 1:20; 8:1 y 9:1, se personifican a la sabiduría. Ecles. 9:1318, es una
combinación de parábola y proverbio, sirviendo la parábola para ilustrar el proverbio.
Algunos símiles proverbiales tienen la naturaleza de esos acertijos en cuya solución hay
un doble sentido, lo que nos obliga a detenernos y reflexionar, antes de poder dar con el
punto de comparación. Lo mismo pasa con algunas expresiones proverbiales en las
cuales no se establece formalmente la comparación sino que queda implicada. Así
leemos en Prov. 26:8, "Como quien liga la piedra en la honda, as! hace el que al necio da
honra". Aquí tenemos una comparación formal cuyo significado no salta a la vista en el
primer momento, aunque muy pronto la reflexión nos enseña que el atar la piedra a la
honda es una insensatez.

Habiendo tal variedad en la naturaleza y estilo de los proverbios es natural que el


intérprete tenga que ser capaz de determinar el carácter exacto de cada pasaje proverbial
que intente explicar.

2. También se requiere gran sagacidad crítica y práctica, tanta para determinar el


carácter de un proverbio como para entender su objeto y su tendencia. Muchos proverbios
son declaraciones literales de hechos, resultado de la observación y la experiencia, como
por ej. "Aun el niño es conocido por sus hechos, si su obra es limpia y recta". ( Prov.
20:11). Muchos son simples preceptos y máximas, exhortando a la vida virtuosa o
amonestaciones contra el pecado que cualquiera puede entender, como por ej. "Fíate de
Jehová de todo tu corazón y no fíes en tu prudencia" ( Prov. 3: 5); "No entres por la
vereda de los impíos ni vayas par el camino de los malos" (Prov. 4:14>, pero hay otros
que parecen desafiar toda ingenuidad y agudeza críticas. Debe admitirse que entre tantos
proverbios que se han conservado en las Escrituras,,varios de los cuales indudablemente
tenían la intención de desconcertar al lector, hay probablemente algunos que ahora
solamente pueden explicarse con conjeturas.

3. Donde quiera que el contexto preste alguna ayuda a la exposición de un


proverbio debe prestársela gran atención, y debe notarse que en el libro de los
Proverbios, como en el resto de las Escrituras, el contexto inmediato en muy gran parte es
una guía muy segura al significado de cada pasaje en particular. También los
paralelismos poéticos en qué está escrito este libro ayuda mucho a la exposición.

Especialmente los paralelismos sinónimos y los antitéticos se adaptan por medio


de las analogías y contrastes que suministran, a sugerir sus propios significados. Así, en
Prov. 11:25: "El alma liberal será engordada y el que saciare será saciado". Aquí, el
segundo miembro del paralelismo es una ilustración del sentimiento del primero.

            En el paralelismo antitético de Prov. 12:24, cada miembro es metafórico y el


sentido de cada uno se aclara por el contraste: "La mano del diligente se enseñoreará
mas la negligencia será tributaria".

            4. Pero en los Proverbios hay pasajes donde el contexto no suministra auxilio
satisfactorio; hay pasajes que al principio parecen contradictorios y que nos obligan a
detenernos para estudiar y ver si el lenguaje es literal o figurado. Donde faltan otros
auxilios hay que apelar de manera especial al sentido común y al sano juicio. En todo
caso dudoso éstos han de ser nuestro último recurso para guardarnos contra la
interpretación de todos los proverbios como proposiciones universales. En Prov. 16:7
hallamos un dicho que expresa una gran verdad: "Cuando los caminos del hombre son
agradables a Jehová, aun a sus enemigos pacificará con él". Pero ha habido muchas
excepciones a esta declaración, muchísimos casos a los cuales sólo podría aplicársela
con mucha modificación, tales como todos los casos de los perseguidos por amar la
justicia. Lo mismo puede decirse del versículo 13 del mismo capítulo: "Los labios justos
son el contentamiento de los reyes y aman al que habla lo recto". Los anales de la historia
humana demuestran que esto no ha sido cierto siempre, a pesar de que los más impíos
de los reyes se dan cuenta del valor de los consejeros rectos. Prov. 26:4 y 5 son
contradictorios en la forma y en la declaración, pero por las razones que allí se dan, se ve
que ambas son correctas. "Nunca respondas al necio en conformidad a su necedad, para
que no seas tú también como él. Responde al necio según su necedad porque no se
estime sabio en su opinión". El sentido común y el sano criterio deben decidir en cada
caso diverso cómo comprenderlo. Se ha supuesto que Prov. 6:30-31, envuelve un
absurdo: "No tienen en poco al ladrón cuando hurtare para saciar su alma, teniendo
hambre; empero tomado, paga las setenas, da toda la sustancia de su casa". El robo
siempre es robo, pero si un hombre ha llegado a tal estado de pobreza como para robar
con el fin de aplacar su hambre, ¿cómo, preguntamos, hacerse devolver el séptuplo de lo
robado y toda la sustancia de su casa? La falta de conocimiento de la ley y del
sentimiento hebreo nos hace ver un absurdo en eso. Para comenzar, el pasaje es
proverbial y debe tomársele sujeto a limitaciones *proverbiales; luego, debe tenerse en
cuenta el contexto, en el cual el escritor se propone demostrar la gran perversidad del
adulterio. Nadie será inocente, arguye el escritor, (v. 29) si toca a la mujer de su prójimo.
El que roba por satisfacer el hambre no es despreciado porque se tienen en cuenta las
circunstancias atenuantes; sin embargo, si se le descubre, aun él está sujeto al máximo
de la pena de la ley (comp. Éxodo 22:1-4). Lo de las setenas indudablemente debe
tomarse como una expresión idiomática. Toda su propiedad entregará, si fuere necesario,
para hacer restitución. Toda esto acerca de un ladrón bajo las circunstancias
mencionadas, pero el adúltero hallará aún peor suerte, golpes, vergüenza y reproches,
que no pueden raerse (vs. 32-35). En cuanto al supuesto absurdo de compeler a pagar
setenas a quien nada tiene, es cosa que surge de una interpretación literal del proverbio.
Evidentemente, el sentido es que sean cuales fueren las circunstancias del robo, si se
encuentra al ladrón ciertamente será castigado según el caso lo exija. Un hombre podría
poseer propiedades y, sin embargo, robar para satisfacer su hambre; o, si no poseía
propiedades, podía ser vendido (Éxodo 22:3) por quizá más de siete veces el valor de lo
que había robado. Del mismo modo, en Ecles. 10:2, se ve inmediatamente que el
lenguaje no ha de tomarse literal sino metafóricamente, "El corazón del sabio está a su
mano derecha, más el corazón del necio, a su mano izquierda". El significado exacto del
proverbio, sin embargo, es oscuro. Probablemente la palabra corazón debe tomarse por
juicio o entendimiento; y el sentimiento es que el sabio tiene su entendimiento siempre
listo y a su completa disposición, mientras que con el necio pasa lo contrario.

INTERPRETACIÓN DE TIPOS

Los tipos y símbolos constituyen una clase de figuras distintas de todas las que
hemos tratado en los capítulos anteriores, pero no son, hablando con propiedad, figuras
de lenguaje. Se parecen unos a otros en que son representaciones juiciosas de verdad
religiosa y moral y, en general, puede definírselas como figuras de pensamiento en las
que, por medio de objetos materiales, se ofrecen a la mente vívidos conceptos
espirituales. Crabb define los tipos y símbolos como especies diversas del emblema.

Los símbolos de la Biblia se elevan muy por arriba de los signos convencionales
en uso común entre los hombres y se emplean especialmente en las porciones
apocalípticas de la Biblia para presentar aquellas revelaciones dadas en sueños o en
visiones que no podrían hallar expresión conveniente en términos ordinarios.

Puede decirse que los tipos y símbolos armonizan en su carácter general como
emblemas, pero difieren notablemente en método y designio especiales. Adán, en su
carácter representativo y su relación para con la raza humana, era un tipo de Cristo (Rom.
5:14) . El arco-iris es símbolo de las pactadas misericordia y fidelidad de Dios (Gen.
9:13-16; Ezeq. 1:28; Revel. 4:3; compar. Isaías 54:8-10) y el pan y el vino del sacramento
de la Cena del Señor, son símbolos del cuerpo y de la sangre suyas. También existen
acontecimientos típicos como el pasaje del Mar Rojo (1 Cor. 10:1-11) y actos
típico-simbólicos, como el de Ahías rompiendo su capa nueva como signo de la ruptura
del reino de Salomón (1 Rey. 11:29-31) . En casos como este último ciertos elementos
esenciales, tanto de tipo como de símbolo, se mezclan en un solo y mismo ejemplo. Las
Escrituras nos suministran también ejemplos de metales, nombres, números y colores
simbólicos.

El símbolo difiere del tipo en ser un signo sugestivo más bien que una imagen de aquello
que está destinado a representar. La interpretación de un tipo nos obliga a mostrar alguna
analogía formal entre dos personas, objetos o acontecimientos; la de un símbolo nos
obliga, más bien, a señalar las cualidades particulares, marcas, aspectos o señales
mediante los cuales un objeto, real o ideal, indica e ilustra a otro. Melquizedec es un tipo,
no un símbolo, de Cristo; y el capítulo 7 de la Epístola a los hebreos nos suministra una
declaración formal de las analogías típicas, pero los siete candeleros de oro (Revel. 1:12)
son un símbolo, no un tipo, de las siete iglesias del Asia. Sin embargo, la comparación
está implicada, no expresada, y se deja al intérprete la tarea de desenvolverla y mostrar
los puntos de semejanza.

Aparte de estas distinciones formales entre tipos y símbolos, existe la diferencia


más radical y fundamental de que, en tanto que un símbolo puede representar una cosa,
sea éste presente, pasada o futura, el tipo, esencialmente, prefigura algo en el futuro. En
el sentido técnico y teológico un tipo es una figura o bosquejo de algo venidero. Es una
persona, institución, oficio, acción o acontecimiento, mediante el cual se predijo, bajo las
disposiciones del A. Testamento, alguna verdad del Evangelio. Cualquier cosa así
prefigurada se llama anti-tipo. Por otra parte, el símbolo no tiene en sí mismo referencia
esencial al tiempo. Su objeto es más bien el de representar algún carácter, oficio o
cualidad, como p.ej., cuando un cuerpo denota fuerza o un rey en quien está
personificada la fortaleza (Dan. 7:24; 8:21). El origen de los símbolos se supone estar
relacionado con la historia de los jeroglíficos.

El tipo es siempre alguna cosa real, no un símbolo ficticio o ideal. Y además, no es


un hecho o incidente ordinario de la historia sino una exaltada dignidad y valor, -uno
divinamente ordenado por el omnisciente Gobernante para ser un pronóstico de las
buenas cosas que en la plenitud de los tiempos se proponía que acontecieran por la
mediación de Jesucristo. Por consiguiente, hay tres cosas esenciales para confirmar a
una persona o acontecimiento en tipo de otro.

1. Debe existir algún punto notable de semejanza o de analogía entre los dos. En
muchos respectos pueden ser enteramente desemejantes. Realmente, es tan esencial
que existan puntos de semejanza como que haya alguna notable analogía; de otra
manera tendríamos identidad donde sólo se requiere similitud. p. ej., Adán está
constituido en tipo de Cristo, pero sólo como cabeza de la raza, como primer
representante de la humanidad; y en Rom. .5:14-20 y 1 Cor. 15, 15-49 el apóstol nota más
puntos de desemejanza que de armonía entre los dos. Además, siempre esperamos
hallar en el anti tipo algo más elevado y noble que en el tipo por cuanto "mayor dignidad
tiene la casa que él que la construyó".
2. Tiene que haber experiencia de que el tipo fue designado y establecido por Dios
para representar la cosa tipificada. Los mejores escritores sobre tipos bíblicos sostienen
con gran unanimidad esta proposición. Dice Van Mildert: "es esencial el tipo, en la
adaptación bíblica de este término, que .exista competente evidencia de la intención
divina en la correspondencia entre él y el anti tipo, asunto que no ha de dejarse que lo
descubra la imaginación del expositor sino que ha de apoyarse en alguna sólida prueba
de la Biblia misma". Pero debemos guardarnos de la posición extremista de algunos
escritores que declaran que ninguna cosa en el A. Testamento debe considerarse como
típica sino sólo lo que el Nuevo Testamento afirme serlo. Admitimos un propósito divino
en cada tipo real pero de ahí no se sigue que cada propósito semejante deba estar
formalmente declarado por las Escrituras.

3. El tipo debe prefigurar algo en el futuro. En la economía divina debe servir como
una sombra de cosas venideras (Col. 2:17; Heb. 10:1) . De aquí que (lo que llamaremos
en castellano) la tipología sagrada constituya una forma específica de revelación
profética. Las disposiciones del A. Testamento eran preparatorias para el Nuevo y
contenían en germen muchas cosas que sólo podían florecer por entero en la luz del
Evangelio de Jesús. Así, la Ley fué un pedagogo para conducir los hombres a Cristo (Gál.
3:24) . Los caracteres, oficios, instituciones y acontecimientos del A. Testamento eran
indicios proféticos de realidades correspondientes en la Iglesia y el tipo reino de Cristo.

Los principales tipos del A. Testamento pueden distribuirse en cinco clases


distintas, a saber:

1. Personas típicas. Debe notarse, sin embargo, que las personas son típicas, no como
personas, sino a causa de algún carácter o relación que sostiene con la historia de la
Redención. Adán fue tipo de Cristo a causa de su carácter representativo como primer
hombre y cabeza federal de la raza (Rom. 5:14) . "Porque como por la desobediencia de
un hombre, los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno, los
muchos serán constituidos justos". (Rom. 5:19) "Fue hecho el primer hombre, Adán, en
ánima viviente; el postrer Adán en espíritu vivificante". (1 Cor. 15:45) Enoch puede ser
considerado como tipo de Cristo en que, por su vida santa y su traslado, sacó a luz la vida
y la inmortalidad al mundo antediluviano. Elías el Tisbita, de la misma manera, fue
constituido tipo de la ascensión del Señor; y estos dos hombres fueron también tipos de la
potencia de Dios y del propósito de transformación sus santos en "un instante, en un abrir
y cerrar de ojos, a la final trompeta". (1 Cor. 15:52) . En el espíritu y poder de su ministerio
profético Elías fue tipo, también, de Juan el Bautista. La fe de Abraham en la declaración
de Dios, y su consecuente justificación (Gén. 15:6) cuando aún era incircunciso (Rom.
4:10) le constituyó en tipo de todos los creyentes justificados por la fe "sin las obras de la
Ley" (Rom. 3:28). Su ofrenda de Isaac, en época posterior (Gén. 22) hizo de él un tipo de
la fe que obra, enseñando que "el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe"
(Sant, 2:24) . Pueden, también, descubrirse relaciones típicas en Melquizedec, José,
Moisés, Josué, David, Salomón y Zorobabel.

2. Instituciones típicas. Los sacrificios de corderos y otros animales cuya sangre se


consagraba a hacer expiación por las almas de los hombres (Lev. 17:11) eran típicos del
Cristo, quien "como cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:19) "fué ofrecido
una vez para agotar los pecados de muchos" (Hebr. 9:28) . El sabat o Día de Reposo, es
un tipo del eterno descanso del creyente (Hebr. 4: 9) . La provisión de ciudades de refugio
a las que pudiera escapar el homicida inocente (Núm. 35: 934) era típica de las
provisiones del Evangelio mediante el cual el pecador puede salvarse de la muerte eterna.
La Pascua del A. Testamento era típica de la Eucaristía del Nuevo Testamento y la fiesta
de los tabernáculos fue un símbolo de la acción de gracias universal de la Iglesia del
último tiempo (Zac. 14:16) . La misma teocracia del A. Testamento era un tipo y sombra
del más glorioso reino de Dios, del Nuevo Testamento.

3. Oficios o dignidades típicos. Cada santo profeta del A. Testamento, al ser un


medio de revelación divina y mensajero enviado por Dios, era un tipo de Cristo. Era en el
oficio de profeta como Moisés fue tipo de Jesús (Deut. 18:15) . Los sacerdotes, y
especialmente el sumo sacerdote, en el desempeño de sus deberes sacerdotales, eran
tipos de Aquél quien por su propia sangre entró por una sola vez en el santuario,
obteniendo eterna redención (Hebr. 14:14; 9:12) . Cristo es también, como rey, el antitipo
de Melquizedec que fue rey de justicia y de paz (Hebr. 7:2) y de David y de Salomón y de
cada uno de quien Jehová pudo decir: "He puesto mi rey sobre Sión, monte de mi
santidad". (Salmo 2: 6) . Así que el Señor Jesucristo une en sí mismo los oficios o
dignidades de profeta, sacerdote y rey, y cumple los tipos de las anteriores
dispensaciones.

4. Acontecimientos típicos. Bajo este rubro puede incluirse el Diluvio, el Éxodo, el


viaje por el Desierto, la suministración del maná, la provisión de agua de la roca, la
elevación de la serpiente de bronce, la conquista de Canaán y la vuelta de la cautividad
babilónica. Según Pablo, acontecimientos y experiencias como éstos "les acontecieron en
figura (es decir, típicamente) y están escritas para nuestra admonición, en quienes los
fines de los siglos han parado". (1 Cor. 10:11).

5. Acciones típicas. Tan abundantemente participan éstas de la naturaleza del


símbolo que, con propiedad, podemos designarlas como simbólico-típicas y tratarlas en
capítulo aparte. Hasta donde fueron proféticas de cosas venideras eran tipos y
pertenecen esencialmente a lo que hemos definido como acontecimientos típicos; hasta
donde fueron señales (semeia) sugestivas de lecciones de valor actual y permanente,
eran símbolos. El símbolo puede ser un nuevo signo visible externo; el tipo siempre
requiere le presencia y acción de un agente inteligente. Así que debe notarse que los
caracteres, instituciones, oficios o acontecimientos típicos, son tales por el hecho de
introducir la actividad o servicio de algún agente inteligente. La serpiente de metal,
considerada meramente como signo, -un objeto al cual mirar, fue más bien un símbolo
que un tipo; pero la agencia personal de Moisés en colocarla sobre un palo y el hecho de
mirarla los israelitas mordidos, coloca todo el asunto en la categoría de los
acontecimientos típicos, pues, como tal fue, principalmente, una predicción. El milagro del
vellón (Jueces 6:36-40) no fue tanto un tipo como un signo simbólico, una señal
milagrosamente extraordinaria; y el Señor cita el caso de Jonás no sólo como un tipo
profético de su entierro y resurrección sino también como una "señal" simbólica para
aquella "generación mala y adulterina". (Mat. 12: 39) . Los actos tipo-simbólicos de los
profetas son: Isaías andando desnudo y descalzo durante tres años Usa. 20:24);
Jeremías tomando su cinto y escondiéndolo cerca del Eufrates (Jer. 13- 1-11); su visita al
alfarero y el observar cómo trabajaba éste (18:1-.6) ; su destrozo del vaso del alfarero en
el valle de Hinnom (19) ; el ponerse un yugo al cuello como signo para las naciones
(27:1-14; comp. 38:10-17) y su ocultación de piedras en el horno (43:813) ; el diseñar
Ezequiel sobre un adobe, el sitio de Jerusalén y el dormir sobre un costado por muchos
días (Ezeq. 4); el cortarse el cabello y barba y destruirlos, después, en porciones (5) ; la
preparación de su bagaje y el comer y beber con temblor (12:13-20) ; su gemir (21: 6-7) y
su rara conducta en la muerte de su esposa (24: 15-27); Oseas casándose con una
fornicaria (Os. 1) y su adquisición de una adúltera (3) y Zacarías haciendo coronas de
plata y de oro para la cabeza de Josué (Zac. 6: 9-15) .

Los principios hermenéuticos para usarse en la interpretación de tipos, son


esencialmente los mismos que los empleados para la interpretación de parábolas y alego-
rías. Sin embargo, en vista de la naturaleza y el propósito especial de los tipos bíblicos
hay que ser cuidadosos en la aplicación de los siguientes principios:

1. Ante todo debe descubrirse claramente el verdadero punto de semejanza entre


el tipo y el antitipo y con igual esmero debe evitarse toda analogía rebuscada y recóndita.
A veces se necesita ejercitar un discernimiento muy agudo para determinar la conveniente
aplicación de esta regla. Debe notarse toda verdadera correspondencia. Vemos cómo la
colocación en alto de la serpiente de metal (Núm. 21:4-9) es uno de los tipos más
notables del A. Testamento y que el Señor mismo lo explicó como una prefiguración de su
propia elevación en la cruz (Juan 3:14-15) . Tres puntos de analogía se descubren
claramente: (1) Como la serpiente fue levantada sobre un palo, así lo fue el Señor sobre
una cruz. (2) Como la serpiente de metal fue construida por mandato divino, a semejanza
de las serpientes ardientes, así Cristo fue hecho a semejanza de carne pecadora (Rom.
8:3), maldito en lugar nuestro (Gál. 3:13) . (3) Como los israelitas que ofendieron a Dios,
mordidos y ya moribundos, miraban a la serpiente y recibían vida, así los pecadores,
envenenados por la antigua serpiente, Satanás, y pereciendo ya, dirigen a Cristo
crucificado la mirada de fe y viven para siempre. Otras analogías incidentales envueltas
en una u otra de estas tres, pueden admitirse, pero deben usarse con precaución. Por ej.,
Bengel dice: "Como aquella fué una serpiente sin veneno, levantada contra las venenosas
,así también tenemos al hombre Cristo, hombre sin pecado, contra la antigua Serpiente".
Este pensamiento cabe en nuestra analogía número (2).

Tales analogías incidentales, siempre que se adhieran consecuentemente a los


puntos principales, son permisibles, especialmente en el discurso homilético. Pero el
querer hallar en el bronce, metal inferior al oro y la plata, un tipo de la apariencia exterior
del Salvador; o el suponer que la serpiente fué fundida en un molde no hecho por manos
de hombre, tipificando así la concepción divina de la naturaleza humana de Cristo, o el
imaginar que la serpiente sobre el palo formaba algo como una cruz para representar más
exactamente la forma en que Cristo había de sufrir, todas esas cosas y cualquiera otra
suposición semejante son rebuscadas y engañadoras y deben desecharse.

En Hebr. 7, se refuerza e ilustra el sacerdocio de Cristo por medio de analogías


típicas en el carácter y posición de Melquizedec. Se presentan allí cuatro puntos de
semejanza: (1) Melquizedec fué tanto rey como sacerdote, lo mismo Cristo. (2) Sin
historia de tiempo, no existiendo registro de parentela o genealogía ni de muerte, es figura
de la perpetuidad del sacerdocio de Cristo.

(3) La superioridad de Melquizedec sobre Abraham y sobre los sacerdotes


levíticos sugiere la exaltada dignidad de Cristo. (4) El sacerdocio de Melquizedec no
estaba constituido, como el levítico, por un decreto legal sino que era sin sucesión y sin
limitaciones de tributo o de raza; de la misma manera Cristo, sacerdote independiente y
universal, permanece siempre, teniendo un sacerdocio inmutable. Mucho más se dice en
el capítulo, contrastando a Cristo con los sacerdotes levíticos y el designio manifiesto del
escritor es presentar en forma muy notable la gran dignidad y la inmutable perpetuidad del
sacerdocio del Hijo de Dios, pero los intérpretes se han enloquecido pensando en el
carácter misterioso de Melquizedec, entregándose a toda clase de teorías, primeramente
en la tentativa de responder a la pregunta: "¿Quién era Melquizedec?" y, en segundo
lugar, rastreando todas las genealogías imaginables. El comentarista Whedon observa
prudente y apropiadamente: "Nuestra opinión es que Melquizedec no fue nadie más que
él mismo; él mismo, cual se le menciona en Gén: 14:18-20, narración en la cual David en
el Salmo 110 y nuestro autor, después de él, hallan cada uno de los puntos que
especifican al hacerlo rey sacerdote, típico de la realeza sacerdocio de Cristo. Sin
embargo, no es sólo en la persona de Melquizedec, sino también en la agrupación de las
circunstancias de su persona y de las circunstancias que lo rodean, en donde la
imaginación inspirada del salmista encuentra los puntos característicos. En el Génesis,
Melquizedee aparece repentinamente en el procenio histórico, sin antecedentes ni
consecuentes. Es un rey-sacerdote, no del Judaísmo sino del Gentilismo, universalmente.
Aparece como sacerdote sin ascendencia, sin padre, madre ni genealogía. Le precede y
le sigue un silencio eterno, de modo que no presenta principio ni fin de vida. Y ahí queda,
como retrato histórico, presente para siempre, colgado por mano divina, imagen real de
perpetuo rey-sacerdote. De modo que no es en su propia realidad desconocida sino en la
presentación hecha por las Escrituras en que aparece el grupo de indicaciones. Es sólo
mediante la verdad óptica, no por hechos corpóreos, que se convierte en retrato, y junto
con lo que le rodea forma un cuadro, en el cual primeramente el salmista descubre el
concepto de un vislumbre del sacerdocio eterno del Mesías; y todo lo que hace nuestro
autor es desarrollar los particulares que el salmista presupone en masa".

2. El intérprete ha de notar, también, los puntos de diferencia y de contraste entre


el tipo y el antitipo. Por su propia naturaleza, el tipo ha de ser inferior al antitipo, pues no
hemos de esperar que la sombra rivalice con la sustancia.

Los escritores del N. Testamento se extienden sobre estas diferencias entre tipo y
antitipo. En Heb. 3:1-6, Moisés, considerado como fiel apóstol y siervo de Dios está
representado como tipo de Cristo; y este aspecto típico de su carácter se basa en la
observación, en Núm. 13:7, de que Moisés fue fiel en toda la casa de Dios. Este es el
gran punto de analogía, pero el escritor pasa, inmediatamente, a decir que Jesús "es
digno de mayor gloria que Moisés" y da el ejemplo de dos puntos de superioridad: (1)
Moisés constituía, simplemente, una parte de la casa misma en que vivía, pero Jesús
tiene derecho a mucha mayor gloria por cuanto puede ser considerado como edificador de
la casa y mucho más honorable que una casa es quien la edifica. Además (2) Moisés fue
fiel en la casa, como siervo (v. 5) pero Cristo como hijo de la familia. Con mucha mayor
extensión se dilata este escritor acerca de la superioridad de Cristo, el gran Sumo
Sacerdote, comparado con los sacerdotes levíticos del orden de Aarón.

En Rom. 5:14 se declara a Adán "tipo de Aquél que había de venir" y todo el
célebre pasaje, vs. 12-21, es la elaboración de una analogía típica que sólo tiene fuerza
en cuanto envuelve ideas y consecuencias del carácter más opuesto. El gran
pensamiento del pasaje es este: De la manera cómo por la trasgresión de un hombre,
Adán, un juicio condenatorio que envolvía muerte pasó sobre todos los hombres, así
también, por medio de la justicia de un hombre, Jesucristo, la dádiva gratuita de gracia
salvadora, envolviendo justificación para vida, vino a todos los hombres. Pero en dos vs.
15-17 el apóstol hace resaltar varios puntos de distinción en los cuales la dádiva gratuita
es "no como la trasgresión". Primero, difiere cuantitativamente. La trasgresión envolvía la
irrevocable sentencia de muerte para los muchos; la dádiva gratuita abundaba con
múltiples provisiones de gracia para los mismos muchos (tous pollous). Difería, también,
numéricamente en el asunto de transgresiones, pues la condenación seguía a un acto de
trasgresión, pero la dádiva gratuita provee justificación de muchas transgresiones.
Además, la dádiva difiere cualitativamente en sus gloriosos resultados. Por la trasgresión
de Adán "reinó la muerte", adquirió dominio, sobre todos los hombres, aun sobre aquellos
que no pecaron a la manera de la rebelión de Adán; pero por un hombre, Jesucristo, los
que reciben la abundancia de su gracia salvadora reinarán en vida eterna.

3. Los tipos del A. Testamento no son susceptibles de completa interpretación sino


a la luz del Evangelio. Con demasiada frecuencia se ha supuesto que los antiguos
profetas y santos estaban poseídos de pleno conocimiento de los misterios de Cristo y
que entendían vívidamente el profundo significado de todos los tipos y símbolos sagrados.
Que a veces tuviesen alguna idea de que ciertos hechos e instituciones anunciaban
mejores cosas que habían de venir, puede admitirse; pero, de acuerdo con Heb. 9:7-12, el
significado de los más santos misterios del antiguo culto no fue manifiesto mientras el
tabernáculo externo permaneció de pie. Y los antiguos adoradores no sólo no entendieron
esos misterios sino que los misterios mismos, -las formas de culto, "viandas y bebidas y
diversos lavamientos y ordenanzas acerca de la carne, impuesta hasta el tiempo de la
Corrección" (diordoseos, enderezamiento) eran incapaces de perfeccionar a los
adoradores. En fin, todo el culto mosaico era, en su naturaleza y propósito, preparatorio y
pedagógico ( Gál. 3:25 ) y cualquier intérprete que pretenda que los antiguos perciban
claramente lo que el Evangelio revela en los tipos del A. Testamento está expuesto a caer
en extravagancias y a envolverse en conclusiones insostenibles.

Un hecho que no hay que olvidar es que tanto el tipo como el antitipo trasmiten
exactamente la misma verdad pero bajo formas adecuadas a diferentes grados de
desarrollo.

Cada caso que haya de usarse como típico debe determinarse sobre sus propios
méritos, por el sentido común y el sano criterio del expositor; y el discernimiento exegético
de éste debe disciplinarse por un estudio a fondo de los caracteres que todo el mundo
acepta como tipos bíblicos.

INTERPRETACIÓN DE SÍMBOLOS

En muchos respectos el simbolismo bíblico es uno de los asuntos más difíciles con
que tiene que tratar el intérprete de la Revelación Divina. Las verdades espirituales, los
oráculos proféticos y las cosas no vistas y eternas, han sido representadas
enigmáticamente en símbolos sagrados y parece haber sido el placer del Gran Autor del
libro envolver en esa forma muchos de los más profundos misterios de la providencia y de
la gracia. Y a causa de su carácter místico y enigmático, todo este asunto del simbolismo
exige del intérprete un discernimiento muy sano y sobrio, un gusto delicado, una
confrontación prolija de los símbolos bíblicos y un procedimiento racional y consecuente
en su explicación.

El método apropiado y lógico de investigar los principios de la simbolización


consiste en comparar suficiente número y variedad de los símbolos bíblicos, especialmen-
te los que están acompañados por una solución autorizada. Y es de suma Importancia
que no admitamos en esa comparación ningún objeto que no sea verdadero símbolo,
porque semejante falacia fundamental, necesariamente, viciaría todo nuestro
procedimiento subsiguiente. Habiendo reunido en un campo de vista un buen número de
ejemplos incuestionables, el próximo paso consiste en notar atentamente los principios y
métodos exhibidos en la exposición de aquellos símbolos a los cuales acompaña su
solución. Así como en la interpretación de parábolas, hicimos de las exposiciones de
nuestro Señor la guía principal para la comprensión de todas las parábolas, de la misma
manera, de la solución de símbolos suministrada por los escritores sagrados debemos,
hasta donde sea posible, aprender los principios por los cuales han de interpretarse todos
los símbolos.

Apenas habrá quien niegue que el querubín y la espada flameante colocados al


oriente del Edén (Gén. 3:24), la zarza ardiendo en Horeb (Éxodo 3:2) y las columnas de
nube y de fuego que iban delante de los israelitas (Éxodo 13:21) eran cosas de tendencia
simbólica. Quizá son lo suficientemente excepcionales para colocarlas aparte y
designarías como milagrosamente importantes, en una clasificación científica de
símbolos. A otros símbolos, con justicia se les califica de materiales porque consisten en
objetos, tales como la sangre ofrecida en los sacrificios expiatorios, el pan y el vino de la
Eucaristía, el tabernáculo y el templo con sus departamentos y su mobiliario. Pero fuera
de toda duda, los símbolos más numerosos son los de visiones, incluso todos los de los
sueños y visiones de los profetas. Bajo una u otra de estas tres divisiones podemos
colocar todos los símbolos bíblicos; y en este punto de nuestras investigaciones es
innecesaria e inconveniente toda tentativa de clasificación minuciosa.

Como los símbolos de visiones son los más numerosos y comunes y muchos de
ellos tienen explicaciones especiales, y comenzamos con éstas y tomamos primero la
más simple y menos importante. En Jer. 1:11, se representa al profeta como viendo "una
vara de almendro", la que enseguida se explica como símbolo de la vigilancia activa con
que Jehová atendería la ejecución de su palabra. La clave para la explicación se halla en
el nombre hebreo del almendro, que Gesenius define. como "el despertador, llamado así
por ser el primero de los árboles que despierta del sueño del invierno . En el versículo 12
el Señor se apropia esta palabra en su forma verbal y dice: "...porque yo apresuro mi
palabra para ponerla por obra".

Una olla hirviente ( una olla soplada encima, es decir, por el fuego) apareció al
profeta con "su haz de la parte del aquilón" (Ter. 1:13), esto es: su frente y abertura
estaba vuelta hacia el profeta en Jerusalén, como si un viento furioso estuviese arrojando
su llama sobre su lado que miraba al norte, amenazando volcaría y derramar sus aguas
hirvientes hacia el sur, sobre "todas las ciudades de Judá" (v. 15). En el contexto
inmediato se explica esto como la irrupción de "todas las familias de los reinos del norte"
sobre los habitantes de Judá y de Jerusalén. "Las aguas impetuosas de una inundación
son el símbolo usual de una calamidad abrumadora (Salmo 69:1-2) y especialmente de
una invasión hostil (Isaías 8:7-8); pero ésta es una inundación de aguas escaldantes,
cuyo contacto mismo implica muerte". También aquí, en la exposición inspirada de la
visión, aparece un juego de las palabras hebreas. En el v. 14, Jehová dice: "Del aquilón
se soltará el mal sobre todos los moradores de la tierra".

El símbolo de los higos buenos y los malos, en Jer. 24 se halla acompañado de


una amplia exposición. El profeta vio "dos cestas de higos puestas delante del templo de
Jehová" (v. 1), como si hubiesen sido puestos allí como ofrenda al Señor. Los higos
buenos se declaran ser excelentes y los malos, tan malos que eran incomibles (v. 3).
Según la indicación del Señor mismo, los higos buenos representan las clases mejores
del pueblo judío, que a fin de disciplinarles piadosamente habían de ser conducidos a la
tierra de los caldeos y a su debido tiempo, devueltos a su país. Los higos malos
representaban a Sedechías y el mísero residuo dejado con él en la tierra de Judá, pero
pronto cortados.

Muy semejante es la visión de Amos, de "un canastillo de fruta de verano" (Amos


8:1), es decir, fruta madurada temprano, lista para cosecharse. Era un símbolo del fin que
estaba por sobrevenir a Israel. Como en los símbolos de la rama del almendro y de la olla
hirviente, aquí también hay una paranomasia de las palabras hebreas equivalentes la
fruta madura y fin (quayitis y quets). El pueblo está maduro para el juicio y Dios va a
ponerle pronto fin; y como si hubiese llegado el ~n, está escrito (v. 3): "Y los cantores del
templo aullarán en aquel día, dice el Señor Jehová; muchos serán los cuerpos muertos;
en todo lugar echados serán en silencio.

La resurrección de huesos secos, en Ezeq. 37:1-14, se explica como la


restauración de Israel a su propia tierra. La visión no es una parábola (Jerónimo) sino un
símbolo de visión, compuesto, símbolo de vida de entre los muertos. Expresamente se
declara que los huesos secos son "toda la casa de Israel" (v. 11) y se representa al
pueblo como diciendo: "Nuestros huesos no estaban encerrados en sepulcros ni
sepultados en la tierra sino que se les veía, en vasto número, "sobre la haz del campo".
En esa forma los proscriptos israelitas fueron diseminados entre las naciones y las tierras
de su destierro fueron sus sepulturas. Pero la profecía ahora proviene de Jehová (v. 12):
"Hé aquí, yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas".
En el v. 14 se añade: "Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis y os haré reposar sobre
vuestra tierra y sabréis que yo, Jehová, hablé y lo hice, dice Jehová". Según toda
apariencia externa, Israel estaba política y espiritualmente arruinado y la restauración
prometida era, en realidad, como vida de entre los muertos.

En la visión inicial del Apocalipsis Juan vio la semejanza del Hijo del hombre en
medio de los siete candeleros de oro y se le dijo que los candeleros eran símbolo de las
siete iglesias de Asia, y no cabe duda acerca de que el candelero de oro, con sus siete
lámparas, visto por el profeta Zacarías (4:2) y el candelero de siete ramificaciones del
tabernáculo mosaico (Éxodo 35:3140) eran de análoga intención simbólica.

Todos ellos denotan a la Iglesia o pueblo de Dios, considerados como la luz del
mundo (comp. Mat. 5:14; Fil. 2:15; Ef. 5:8).

Los símbolos empleados en el libro de Daniel, felizmente están tan ampliamente


explicados que no hay porqué preocuparse mucho en cuanto a lo que representa la mayor
parte de ellos. La gran imagen del sueño de Nabucodonosor (2:31-35) era un símbolo de
una sucesión de potencias mundiales. La cabeza de oro denotaba a Nabucodonosor en
persona como la cabeza poderosa y representativa de la monarquía babilónica (vs. 37 y
38). Las otras partes de la imagen, compuestas de otros metales, simbolizaban reinos que
habían de surgir. Las piernas de hierro denotaban un cuarto reino, de gran fortaleza, que
"como el hierro, doma y desmenuza todas las cosas" (vs. 40). Los pies y los dedos de
éstos, en parte de hierro y en parte de arcilla, indicaban la mezcla de fuerza y de debilidad
de este reino en 511 último período (vs. 4143). La piedra que hirió a la imagen y se
convirtió en gran montaña que llenaba toda la tierra era un símbolo profético del reino del
Dios del cielo (vs. 44 y 45).

Las cuatro grandes bestias en Dan. 7:1-8, se dicen representar cuatro reyes que
habían de surgir de la tierra (v. 17). A la cuarta bestia también se la define en el v. 23
como un cuarto reino, de lo cual deducimos que una fiera puede simbolizar a un rey o a
un reino. Así, en la imagen, el rey Nabucodonosor era la cabeza de oro (2:38) y también
el representante de su reino. Los diez cuernos de la cuarta bestia son diez reyes, (v. 24)
pero comparando Dan. 8:8 y 22 con Apoc. 17:11-12, se desprende que también los
cuernos pueden simbolizar tanto reyes como reinos. En cualquier imagen semejante, de
una fiera con cuernos, la bestia apropiadamente representaría el reino o poder mundial y
el cuerno o cuernos algún rey o reyes especiales o secundarios en los cuales se
centraliza el poder del reino propiamente dicho. De modo que un cuerno puede
representar un rey o un reino pero siempre con esa distinción implicada. No se nos da
explicación de lo que significan las cabezas y las alas de las bestias ni de otros puntos
notables de la visión, pero apenas puede dudarse de que también tenían algún intento
simbólico. La visión del carnero y el macho cabrío, en el capítulo 8, no \contiene símbolos
esencialmente diferentes, porque se nos explica que el carnero representa a los reyes de
Media y Persia, el macho cabrío al rey de Grecia y el gran cuerno, como el primer rey (vs.
20-21).

El rollo que volaba (Zac. 5:1-4) era un símbolo de la maldición de Jehová sobre
ladrones y perjuros. Sus dimensiones, veinte por veinte cubitos, exactamente las del
pórtico del templo (1 Rey 6:3) naturalmente podría ser un indicio de que el juicio indicado
debe comenzar por la casa de Jehová (Ezeq. 9:6; 1 Pedro 4:17). En conexión inmediata
con esta visión el profeta vio también un efa que salía, (v. 6) un talento elevado, de plomo,
y una mujer sentada en medio del efa. Se declara (v. 8) que aquella mujer simbolizaba la
Maldad, pero ¿qué clase de maldad? El efa y la pesa de plomo, naturalmente sugestivos
de medida y de peso, indicarían la maldad del tráfico lleno de latrocinio, el pecado
denunciado por Amós (8:5) de "achicar la medida y aumentar el precio y falsear el peso".
Este símbolo de maldad está representado aquí por una mujer que tiene por trono una
medida vacía y una pesa de plomo por enseña. Pero su castigo y confusión son
producidos por los instrumentos de su pecado (comp. Mat. 7:2). Ella es arrojada dentro
del efa y el plomo arrojado sobre su boca. No se la destruye, sin embargo, sino que se la
transporta a tierras lejanas, lo que se realiza por otras dos mujeres, aparentemente
ayudantes y cómplices suyos, las que tenían como alas de cigüeña, por lo que pudieron,
con rapidez y presteza, salvar de destrucción inmediata a la mujer y llevarla a
establecerse en otro país. De tal manera los hijos de este mundo son prudentes en su ge-
neración (Luc. 16:8). Se da el nombre de Shinar a aquella tierra distante, quizá por ser
aquélla en la que primeramente se desarrolló la maldad después del Diluvio (Gén. 11:2).

Las cuatro carrozas, probablemente carrozas de guerra, que este mismo profeta
vió salir de entre las dos montañas de metal, tiradas por caballos de distintos colores
(Zac. 6:1-8) no son más que otra forma más completa de representar los hechos
simbolizados en la visión de los jinetes, en el capítulo 1:8-11. El significado de las
montañas de metal no se nos define. Las carrozas y caballos son "los cuatro vientos que
salen de donde están delante del Señor de toda la tierra" (v. 5). Se nos dice que los
caballos negros iban a la tierra del norte, los blancos, tras ellos (quizá significando a
regiones detrás o más allá de ellos) y los overos a la tierra del sur. A dónde fuesen los
rucios no se nos dice, a excepción de que se les permiti6 moverse a su gusto (v. 7),
añadiéndose que los que fueron hacia el norte "hicieron reposar mi espíritu en juicio en la
tierra del norte"'.

No cabe duda de que estos símbolos guerreros dentaban ciertas agencias de


juicio divino. Eran, como los vientos de los cielos, mensajeros y ministros de la voluntad
divina (comp. Salmo 104: 4; Jer. 49:36) y debe notarse que los jinetes del capítulo 1:8-11
y estas carrozas, respectivamente, abren y cierran la serie de las visiones simbólicas de
Zacarías. Las Escrituras no suministran explicación más clara del significado de ellas que
el citado. Tal vez en la distinción de la tendencia de los varios símbolos podríamos,
razonablemente, suponer que los cabalgantes guerreros representaban otros tantos
capitanes y conquistadores (como por ej. Salmanasar, Nabucodonosor, Faraón Necho y
Ciro) y la visión, más impersonal, de las carrozas y caballos, como poderes mundiales
conquistadores, con referencia más bien a las fuerzas militares de un reino que a ningún
conquistador individual: como cuando en Isaías 10:5 Asiria (y no el asirio, como la Versión
Inglesa) es la vara de Jehová.

Al determinar los principios generales del simbolismo bíblico debemos atribuir gran
peso a los precedentes ejemplos de símbolos más o menos explicados. Notaremos que
los nombres de todos estos símbolos deben tomarse literalmente. Árboles, higos, huesos,
candeleros, olivos, bestias, cuernos, caballos, jinetes y carrozas son todas simples
designaciones de lo que los profetas vieron. Pero no tanto que las palabras hayan de
entenderse literalmente, son símbolos de alguna otra cosa. De la manera que en la
metonimia se pone una cosa por otra, o como en la alegoría se dice una cosa significando
otra, así también el símbolo siempre denota alguna cosa aparte de sí mismo. Ezequiel vio
una resurrección de Israel de las tierras del cautiverio. Daniel vio un gran cuerno en la
cabeza de un macho cabrío, lo que representaba al poderoso conquistador griego
Mejandro el Grande. Pero aunque en el uso de símbolos se dice una cosa y se significa
otra, siempre puede rastrearse alguna similitud, más o menos detallada entre el símbolo y
lo simbolizado. En algunos casos, como por ej., en el de la rama de almendro (Jer. 1:11)
el nombre sugiere la analogía. Un candelero representa la Iglesia o pueblo de Dios,
sosteniendo una luz en un sitio donde puede iluminar toda la casa (Mat. 5:15) así como
los discípulos de Cristo deben ocupar una posición en la iglesia visible y esparcir su luz
para que otros vean sus buenas obras y por ello glorifiquen a Dios. Las correspondencias
entre las bestias que aparecen en los relatos de Daniel y las potencias que representaban
son, en algunos casos, muy detallados. En vista de estos hechos aceptamos lo siguiente
como tres principios fundamentales del simbolismo: (1) Los nombres de los símbolos han
de entenderse literalmente; (2) el símbolo siempre denota algo distinto de si mismo y (3)
alguna semejanza, más o menos minuciosa, puede descubrirse entre el símbolo y lo que
simboliza.

Por consiguiente, la gran preocupación del intérprete de símbolos debe ser: ¿Qué
probables puntos de parecido existen entre este signo y la cosa que se quiere que
represente? Y es muy natural que al responder esta pregunta no pueda esperarse que
haya ninguna serie de reglas rígidas y minuciosas que deban suponerse aplicables a
todos los símbolos; porque existe un aire de enigma y de misterio, rodeando todos los
emblemas y los ejemplos arriba citados demuestran que mientras en algunos los puntos
de semejanza son muchos y minuciosos, en otros son pocos e incidentales. En general
puede decirse que el intérprete al contestar la pregunta planteada, debe prestar estricta
atención a (1) la posición histórica desde la cual el escritor o el profeta nos hablan, (2) el
objeto y el contexto y (3) la analogía y el intento de símbolos y figuras similares usados en
otras partes. Tal es, indudablemente, la verdadera interpretación de cada símbolo que
mejor satisface estas varias condiciones, y que no intenta empujar ningún punto de
supuesta semejanza más allá de lo que los hechos, la razón y la analogía lo permiten
claramente.

Los principios hermenéuticos derivados del examen que acaba de hacerse de los
símbolos de visión, en las Escrituras, son igualmente aplicables a la interpretación de
símbolos materiales, tales como el tabernáculo, el arca del pacto, el propiciatorio, los
sacrificios y ofrendas, y los lavamientos ceremoniales exigidos por la Ley, el agua del
bautismo y el pan y el vino en la Cena del Señor; porque en cuanto presentan algún
hecho o pensamiento espiritual sus imágenes son esencialmente del mismo carácter.

El significado simbólico del derramamiento de sangre en el culto de sacrificios


aparece en Lev. 17:11, donde se declara, como el motivo de la prohibición de comer
sangre, que "el alma (en hebreo nepheh, aliento, vida, persona, alma) de la carne está en
la sangre y yo os la he dado para expiar vuestras personas sobre el altar, porque la
sangre hace expiación en el alma". El sentido exacto de la última cláusula es oscuro. La
Versión Común inglesa, la Septuaginta, la Vulgata y Lutero traducen "para el alma". Pero
el hebreo no admite esa traducción y opinamos que es mejor traducir, como Keil, "Porque
la sangre hace expiación en virtud del alma". Dice Keil: "No era la sangre como tal, sino
ella como vehículo del alma, la que poseía la virtud expiatoria, porque el alma del animal
se ofrendaba a Dios sobre el altar como substituto del alma humana.

Este solemne derramamiento de sangre era la ofrenda de una alma viviente, pues
la sangre con calor de vida se concebía como el elemento en el cual el alma subsistía, o
con el cual, de alguna manera misteriosa, se hallaba identificada (comp. Deut. 12:23). Al
ser derramada sobre el altar simbolizaba la entrega de una vida que había sido perdida
por el pecado, y el adorador que ofrecía el sacrificio, con aquel acto reconocía su
culpabilidad digna de muerte. Dice Fairbairn: "El rito del sacrificio expiatorio era, en su
propia naturaleza, una transacción simbólica que envolvía una triple idea; primera, la de
que el adorador, al hacerse culpable de pecado, había perdido su vida ante Dios;
segundo, que la vida así perdida debía entregarse a la justicia divina; y, finalmente, que
siendo entregada de la manera designada, le era devuelta por Dios, o, en otras palabras,
el trasgresor, como persona justificada, quedaba restablecido en el favor divino.

El simbolismo y la tipología del tabernáculo mosaico están reconocidos en el


capitulo nueve de la Epístola a los Hebreos, donde aparece que objetos especiales tales
como el candelero, el pan de la proposición y el arca tenían significado simbólico y que las
varias ordenanzas del culto eran sombras que anunciaban las cosas buenas que habían
de venir. Pero el significado especial de los varios símbolos y del tabernáculo como un
todo, se deja al intérprete deducirlo de los varios pasajes que tratan del asunto. Debe
determinárselo, como el de todos los otros símbolos no explicados formalmente en la
Biblia, de los nombres y designaciones particulares que se usan, así como de aquellas
alusiones de los sagrados escritores que puedan sugerir o ilustrar algo.

No debe considerarse al tabernáculo como un símbolo de cosas externas y


visibles, ni aun del cielo mismo, considerado meramente como un lugar, sino como de la
reunión y habitación de Dios y de su pueblo, tanto en el tiempo como en la eternidad. De
esta bendita relación si es símbolo significativo y siendo también sombra de las buenas
cosas venideras, era tipo de la Iglesia del Nuevo Testamento o reino de Dios, esa casa
espiritual, edificada de piedras vivas (1 Pedro 2:5) que es habitación de Dios en el espíritu
(Efes. 2:22).

Los dos departamentos del "lugar santo" y el "santísimo" naturalmente


representarían la doble relación, la divina y la humana. El "Santo de los Santos", siendo el
lugar especial de la morada de su testimonio y relación para con su pueblo; el "lugar
santo", con sacerdote ministrante, altar del incienso, mesa del pan de la proposición y
candelabro, expresaba la relación para con Dios de los verdaderos adoradores.

Los dos sitios, sólo separados por el velo, denotaban, por consiguiente, por una
parte, lo que Dios es, en su gracia condescendiente para con su pueblo y, por la otra, lo
que su pueblo redimido, sal de la tierra y luz del mundo, es para con él. Era conveniente
que lo divino y lo humano se distinguiesen así.

Pero la más elevada devoción continua de Israel hacia Dios está representada por
el altar del incienso, situado inmediatamente delante del velo y enfrente del propiciatorio
(Éxodo 30:6). La ofrenda del incienso era un símbolo expresivo de las oraciones de los
santos (Salmo 141:2; Rev. 5:8; 8:34) y toda la multitud del pueblo acostumbraba orar
afuera a la hora de ofrecer el incienso (Luc. 1:10). Jehová se complacía en "habitar entre
las alabanzas de Israel" (Salmo 22:3) porque todo lo que su pueblo puede ser y hacer en
su relación de consagración hacia él se expresa en sus oraciones ante el altar y el
propiciatorio.

No hay para qué detenernos en detalles acerca del simbolismo del patio del
tabernáculo, con su altar del holocausto y su fuente de metal. No podía haber
aproximación a Dios de parte de los pecadores, ningún encuentro ni morada con él,
excepto mediante las ofrendas hechas ante el gran altar situado en el frente de la sagrada
tienda.

El profundo simbolismo del tabernáculo se ve, además, en conexión con las ofrendas del
gran día de expiación. Una vez al año el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo para
hacer expiación por sí mismo y por Israel; pero en conexión con su obra de ese día todas
las partes del tabernáculo se ponían en evidencia. Habiendo lavado su cuerpo en agua y
vestídose las vestiduras sagradas, primeramente ofrecía la ofrenda del holocausto sobre
el gran altar, a fin de hacer expiación por sí mismo y por su casa (Lev. 16:2-6). Luego,
tomando un incensario con carbones encendidos del altar, ofrecía incienso sobre el fuego,
delante del Señor, de manera que la nube cubría el propiciatorio; y tomando la sangre de
un toro y de un macho cabrío, pasaba adentro del velo y rociaba siete veces con la sangre
de cada uno (Lev. 16:12-14). En la Epístola a los Hebreos se nos dice que todo esto
prefiguraba la obra de Cristo por nosotros. "Estando ya presente Cristo, sumo sacerdote
de los que habían de venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo no hecho de
manos, es a saber, no de esta creación (no material, tangible, local); no por sangre de
machos cabríos ni de becerros mas por puntos de semejanza son muchos y minuciosos,
en otros son pocos e incidentales. En general puede decirse que el intérprete al contestar
la pregunta planteada, debe prestar estricta atención a (1) la posición histórica desde la
cual el escritor o el profeta nos hablan, (2) el objeto y el contexto y (3) la analogía y el
intento de símbolos y figuras similares usados en otras partes. Tal es, indudablemente, la
verdadera interpretación de cada símbolo que mejor satisface estas varias condiciones, y
que no intenta empujar ningún punto de supuesta semejanza más allá de lo que los
hechos, la razón y la analogía lo permiten claramente.

Los principios hermenéuticos derivados del examen que acaba de hacerse de los
símbolos de visión, en las Escrituras, son igualmente aplicables a la interpretación de
símbolos materiales, tales como el tabernáculo, el arca del pacto, el propiciatorio, los
sacrificios y ofrendas, y los lavamientos ceremoniales exigidos por la Ley, el agua del
bautismo y el pan y el vino en la Cena del Señor; porque en cuanto presentan algún
hecho o pensamiento espiritual sus imágenes son esencialmente del mismo carácter.

El significado simbólico del derramamiento de sangre en el culto de sacrificios


aparece en Lev. 17:11, donde se declara, como el motivo de la prohibición de comer
sangre, que "el alma (en hebreo nepheh, aliento, vida, persona, alma) de la carne está en
la sangre y yo os la he dado para expiar vuestras personas sobre el altar, porque la
sangre hace expiación en el alma". El sentido exacto de la última cláusula es oscuro. La
Versión Común inglesa, la Septuaginta, la Vulgata y Lutero traducen "para el alma". Pero
el hebreo no admite esa traducción y opinamos que es mejor traducir, como Keil, "Porque
la sangre hace expiación en virtud del alma". Dice Keil: "No era la sangre como tal, sino
ella como vehículo del alma, la que poseía la virtud expiatoria, porque el alma del animal
se ofrendaba a Dios sobre el altar como substituto del alma humana.

Este solemne derramamiento de sangre era la ofrenda de una alma viviente, pues
la sangre con calor de vida se concebía como el elemento en el cual el alma subsistía, o
con el cual, de alguna manera misteriosa, se hallaba identificada (comp. Deut. 12:23). Al
ser derramada sobre el altar simbolizaba la entrega de una vida que había sido perdida
por el pecado, y el adorador que ofrecía el sacrificio, con aquel acto reconocía su
culpabilidad digna de muerte. Dice Fairbairn: "El rito del sacrificio expiatorio era, en su
propia naturaleza, una transacción simbólica que envolvía una triple idea; primera, la de
que el adorador, al hacerse culpable de pecado, había perdido su vida ante Dios;
segundo, que la vida así perdida debía entregarse a la justicia divina; y, finalmente, que
siendo entregada de la manera designada, le era devuelta por Dios, o, en otras palabras,
el trasgresor, como persona justificada, quedaba restablecido en el favor divino.

El simbolismo y la tipología del tabernáculo mosaico están reconocidos en el


capitulo nueve de la Epístola a los Hebreos, donde aparece que objetos especiales tales
como el candelero, el pan de la proposición y el arca tenían significado simbólico y que las
varias ordenanzas del culto eran sombras que anunciaban las cosas buenas que habían
de venir. Pero el significado especial de los varios símbolos y del tabernáculo como un
todo, se deja al intérprete deducirlo de los varios pasajes que tratan del asunto. Debe
determinárselo, como el de todos los otros símbolos no explicados formalmente en la
Biblia, de los nombres y designaciones particulares que se usan, así como de aquellas
alusiones de los sagrados escritores que puedan sugerir o ilustrar algo.

No debe considerarse al tabernáculo como un símbolo de cosas externas y


visibles, ni aun del cielo mismo, considerado meramente como un lugar, sino como de la
reunión y habitación de Dios y de su pueblo, tanto en el tiempo como en la eternidad. De
esta bendita relación sí es símbolo significativo y siendo también sombra de las buenas
cosas venideras, era tipo de la Iglesia del Nuevo Testamento o reino de Dios, esa casa
espiritual, edificada de piedras vivas (1 Pedro 2:5) que es habitación de Dios en el espíritu
(Efes. 2:22).

Los dos departamentos del "lugar santo" y el "santísimo" naturalmente


representarían la doble relación, la divina y la humana. El "Santo de los Santos", siendo el
lugar especial de la morada de su testimonio y relación para con su pueblo; el "lugar
santo", con sacerdote ministrante, altar del incienso, mesa del pan de la proposición y
candelabro, expresaba la relación para con Dios de los verdaderos adoradores.
Los dos sitios, sólo separados por el velo, denotaban, por consiguiente, por una
parte, lo que Dios es, en su gracia condescendiente para con su pueblo y, por la otra, lo
que su pueblo redimido, sal de la tierra y luz del mundo, es para con él. Era conveniente
que lo divino y lo humano se distinguiesen así.

Pero la más elevada devoción continua de Israel hacia Dios está representada por
el altar del incienso, situado inmediatamente delante del velo y en frente del propiciatorio
(Éxodo 30:6). La ofrenda del incienso era un símbolo expresivo de las oraciones de los
santos (Salmo 141:2; Rev. 5:8; 8:34) y toda la multitud del pueblo acostumbraba orar
afuera a la hora de ofrecer el incienso (Luc. 1:10). Jehová se complacía en "habitar entre
las alabanzas de Israel" (Salmo 22:3) porque todo lo que su pueblo puede ser y hacer en
su relación de consagración hacia él se expresa en sus oraciones ante el altar y el
propiciatorio.

No hay para qué detenernos en detalles acerca del simbolismo del patio del
tabernáculo, con su altar del holocausto y su fuente de metal. No podía haber
aproximación a Dios de parte de los pecadores, ningún encuentro ni morada con él,
excepto mediante las ofrendas hechas ante el gran altar situado en el frente de la sagrada
tienda.

El profundo simbolismo del tabernáculo se ve, además, en conexión con las


ofrendas del gran día de expiación. Una vez al año el sumo sacerdote entraba al Lugar
Santísimo para hacer expiación por sí mismo y por Israel; pero en conexión con su obra
de ese día todas las partes del tabernáculo se ponían en evidencia. Habiendo lavado su
cuerpo en agua y vestidose las vestiduras sagradas, primeramente ofrecía la ofrenda del
holocausto sobre el gran altar, a fin de hacer expiación por sí mismo y por su casa (Lev.
16:2-6). Luego, tomando un incensario con carbones encendidos del altar, ofrecía
incienso sobre el fuego, delante del Señor, de manera que la nube cubría el propiciatorio;
y tomando la sangre de un toro y de un macho cabrío, pasaba adentro del velo y rociaba
siete veces con la sangre de cada uno (Lev. 16:12-14). En la Epístola a los Hebreos se
nos dice que todo esto prefiguraba la obra de Cristo por nosotros. "Estando ya presente
Cristo, sumo sacerdote de los que habían de venir, por el más amplio y más perfecto
tabernáculo no hecho de manos, es a saber, no de esta creación (no material, tangible,
local); no por sangre de machos cabríos ni de becerros mas por su propia sangre, entró,
una vez por todas en los santuarios (taagia,) plural, e intimando indefinidamente más que
lugares meramente habiendo obtenido eterna redención. Porque no entró Cristo en
santuarios (plural) hechos de mano, figuras de los verdaderos, sino en el mismo cielo para
presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios". Hebr. 9:11,12,24). De acuerdo
con esto se exhorta al creyente a entrar con confianza en los lugares santos, mediante la
sangre de Jesús y a acercarse con corazón verdadero en plena certidumbre de fe (Hebr.
10:19, 22). Donde ha ido nuestro sumo sacerdote, nosotros, también, podemos ir y la
posición del querubín sobre el propiciatorio y en el jardín del Edén sugiere la glorificación
final de todos los hijos de Dios. Esta es la doctrina inspiradora y sugestiva de Pablo en
Efesios 1:18-20, donde habla de "las riquezas de la gloria de su herencia en los santos" y
la "supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la
operación de la potencia de su  fortaleza, la cual obró en Cristo resucitándole de los
muertos y colocándole a su diestra en los cielos" (en tois epouranjois, "en los celestiales",
no lugares celestiales meramente, sino compañerismos o comuniones, potencias, glorias;
y luego pasa a decir que Dios, de igual manera, levanta a los muertos en delitos y
pecados, les da vida juntamente con Cristo, los resucita y los sienta juntos en las mismas
regiones celestiales, asociaciones y glorias a las cuales Cristo misma ha ido. Así vemos la
plenísima revelación de los medios por los cuales Israel será santificado en la gloria de
Jehová y la extensión en que lo logrará. (Éxodo 29:43). Entonces, en el sentido más
elevado y santo, "el tabernáculo de Dios (será) con los hombres y morará con ellos; y
ellos serán su pueblo y él mismo será su Dios con ellos" (Rev. 21:3). En la gloria celestial
no habrá sitio para templo ni ningún santuario y símbolo local "pues su templo es el Señor
Dios Todopoderoso, y el Cordero". (Rev. 21:22).

ACCIONES SIMBÓLICOS - TÍPICAS

Al recibir su comisión divina como profeta, Ezequiel vio un rollo del libro extendido
delante de él en ambos lados del cual estaban escritas muchas cosas penosas. Se le
ordenó comerse el libró y él obedeció y halló que lo que parecía tan lleno de lamentación
y de dolor en su boca era dulce como miel (Ezeq. 2: 8 a 3: 3) . En sustancia se repite la
misma cosa es el Apocalipsis (10:2, 8-11) donde expresamente se añade que el libro que
en la boca era dulce como miel tornósele amargo en el estómago. Evidentemente estas
cosas tuvieron lugar en visión. El profeta cayó en un trance divino o éxtasis, en el cual le
pareció que vio, oyó, obedeció y experimentó los efectos que describe. Fue un asunto
simbólico, realizado subjetivamente en un estado de éxtasis. Era un método
impresionante para grabar en su alma la convicción de su misión profética y no era difícil
entender su significado. El libro contenía los juicios amargos que había que pronunciar
contra la "casa de Israel" y el profeta recibió orden de que su estómago lo recibiera y sus
intestinos se hinchieran con él (3: 3 ); es decir, debía hacer que la palabra profética, por
así decirlo, se convirtiese en parte de sí mismo, recibirla en lo más interna de su ser (v.
10) y allí digerirla. Y aunque a menudo le fuese amargo a su sentido interno, el proceso
de la obediencia profética produce una dulce experiencia en el que la realiza. "Es
infinitamente dulce y amable ser órgano y vocero del Altísimo".

Pero en los capítulos cuarto y quinto de Ezequiel, se nos introduce a una serie de
cuatro acciones simbólico típicas en las que el profeta aparece no como el vidente sino
como el actor. Primeramente se le ordena tomar un ladrillo y trazar en él una
representación de Jerusalén sitiada. Tiene también que colocar una plancha de hierro
entre sí y la ciudad y dirigir su rostro contra ella como si él fuese el sitiador y hubiese
erigido un muro de hierro entre sí y la ciudad sentenciada. Se declaró que esto sería
"señal a la casa de Israel" (4.:1-3) . Es evidente que se quería que la señal fuese externa,
efectiva y visible, pues de otra manera, si sólo fuesen cosas imaginadas en la mente del
profeta, ¿cómo podían ser señal a Israel? Luego había de dormir sobre su costado
izquierdo durante trescientos noventa días y después sobre el derecho cuarenta días, de
esa manera llevando simbólicamente la culpa de Israel y Judá cuatrocientos treinta días,
cada uno de los cuales denotaría un año de la abyecta condición de Israel. Durante aquel
tiempo había de mantener su rostro tornado hacia Jerusalén sitiada y tener su brazo
desnudo (comp. Is. 52:10) y Dios puso cuerdas sobre él para que no se moviera de un
lado a otro (Ezeq. 44-8). Como los días de su postración son simbólicos de años,
parecería que el número cuatrocientos treinta fue tomado del término de la estancia de
Israel en Egipto (Ex. 12:90), habiendo sido los últimos cuarenta años, los que Moisés
pasó en el destierro, los más opresivos de todos. Esta cifra, a causa de sus obscuras
asociaciones se habría convertido naturalmente en símbolo de humillación y destierro, sin
denotar necesariamente un período cronológico de años exactos. Aún más, el profeta
recibe orden de prepararse comida con diversos cereales y otros vegetales, algunos
agradables y otros no, y juntarlos en una vasija, como si fuese menester usar toda clase
de comida asequible y una vasija bastase para toda. Su comida y bebida han de pesarse
y medirse, y esto en medidas tan mezquinas como para denotar la escasez más
abrumadora. También se le ordena cocer su pan en fuego hecho con excrementos
humanos, para denotar la manera cómo Israel comería, entre los paganos, pan
contaminado pero en vista del asco del profeta ante esta indicación se le permitió usar
excremento del ganado. Todo esto tenía por objeto simbolizar la espantosa miseria y
angustia que había de sobrevenir a Israel (vs. 9-17). Una cuarta señal sigue en el capitulo
5:14 y está acompañado (vs. 5-17) por una interpretación divina. Se ordena al profeta
raerse cabello y barba con una navaja afilada y pesar y dividir los innumerables cabellos
en tres partes. La tercera parte ha de quemarlos en medio de la ciudad (es decir, la
dibujada en el ladrillo) otra tercera parte ha de atacarla con espada y la otra arroparla a
los vientos. Estos tres actos se explican corno símbolos de un triple juicio pendiente sobre
Jerusalén una parte de cuyos habitantes perecería por el hambre, otra por las armas de
guerra y una tercera por dispersión entre las naciones, donde también les seguiría el
peligro de la espada.

Se han dado cinco razones para sostener que estas acciones no pudieron haber
sido externas y efectivas: (1) El espectáculo de semejante sitio en miniatura no habría
hecho más que provocar la burla de los israelitas que lo viesen, pero aunque esto fuese
cierto, de ninguna manera demostraría que los actos, a pesar de todo, no se realizaran
puesto que aun muchos de los más nobles oráculos de la profecía fueron ridiculizados y
escarnecidos por la rebelde casa de Israel. Mientras los actos fuesen posibles y
practicables y calculados para hacer una impresión notable, no existe objeción a su
ocurrencia literal que no pudiera aducirse con igual fuerza contra la opinión de los que
creen que se trató de ideas y no de actos reales.

Pero (2) se sostiene que el permanecer inmóvil, acostado sobre un costado,


durante trescientos noventa días,. Era una imposibilidad física, pero el lenguaje del
profeta indica con bastante claridad que tal posición no era constante durante las
veinticuatro horas del día. El se preparaba su comida y bebida, la pesaba y medía; y
debemos suponer que como el ayuno judío, cuando se prolongaba por días, permitía
comer de noche, requiriendo la abstinencia durante el día, la larga postración de Ezequiel
tenía muchos alivios incidentales. La prohibición de darse vuelta, exigiría, a lo sumo, que
durante el largo período no se acostase sobre el lado derecho y durante el de cuarenta
nunca se acostara sobre el izquierdo. (3) Fairbairn declara que hubiera sido una
imposibilidad moral el comer pan compuesto de materias tan abominables, puesto que
habría sido una violación de la ley de Moisés, pero no puede demostrarse que la Ley
prohíba, en ninguna parte, los elementos que constituían el pan que se ordenó al profeta
que preparara; y aunque lo prohibiera, no se seguiría de ello que Ezequiel no pudiera en
esa forma exhibir simbólicamente los juicios penales que iban a caer sobre Israel en los
días en que los padres habrían de comerse a sus hijos y los hijos a sus padres (cap.
5:10).

Otra objeción (4) es que entre las fechas dadas en Ezeq. 1:1, 2 y 8:1, no pudo
haber cuatrocientos treinta días para ejecutar materialmente estos actos simbólicos Pero
entre el quinto día del cuarto mes del quinto año de la cautividad de Joachim (cap. 1:1-2)
y el quinto día del sexto mes del sexto año (cap. 8:1) intervinieron un año y dos meses, o
sean cuatrocientos veintisiete días, período no sólo suficientemente aproximado para
satisfacer las necesidades del caso sino tan aproximado como para constituir, en sí
mismo, una evidencia de la ejecución real de estos actos. Y todo esto podría decirse,
después de substraer del período los siete días mencionados en el capítulo 3:15, pero las
visiones de los capítulos VIII-XI, pudieron tener lugar cuando Ezequiel aún permanecía
echado de costado. No hay por qué suponer que su cuerpo fue transportado a Jerusalén,
puesto que él declara explícitamente que ello aconteció "en visiones de Dios" (cap. 8: 3) .
Lo de estar sentado en su casa, rodeados por los ancianos de Israel (8:1) no define,
necesariamente, su postura ni la de ellos y la palabra yashab se usa comúnmente en el
sentido de permanecer o estar. La larga postración y otros actos simbólicos del
sacerdote-profeta naturalmente atraerían la atención de los ancianos de Judá y los haría
detenerse largo tiempo en su presencia; y todo ese tiempo su brazo estaba desnudo y él
profetizaba contra Jerusalén (4:7). Nada había en su postura que le impidiera recibir
muchas palabras y visiones de Dios durante esos catorce meses. (5) Se ha objetado,
además, que le era literalmente imposible quemar la tercera parte de sus cabellos "en
medio de la ciudad" (5:2). Pero por la ciudad a que aquí se hace referencia debe
entenderse la miniatura dibujada en el ladrillo, consideración que resuelve la objeción.

Por consiguiente, no hay motivos para negar que las acciones simbólicas de
Ezequiel que se describen en sus capítulos IV y V, fueran ejecutadas literalmente. Ni es
difícil concebir la impresión que su ejecución, naturalmente, debió producir sobre la casa
de Israel, especialmente sobre los ancianos.

La cuádruple señal denotaba (1) el próximo sitio de Jerusalén, (2) el destierro y la


consiguiente postración de Israel y Judá (compar. Is. 50:11; Amos 5:2) que debería ser
como otra esclavitud egipcia, (3) la miseria y humillación de este triste período y (4)
finalmente, el triple juicio con que debía terminar el sitio, a saber: pestilencia y hambre, la
espada y la dispersión entre las naciones.

De todas las acciones simbólicas de los profetas, el ejemplo más difícil y disputado
es el Oseas tomando para sí "una mujer fornicaria e hijos de fornicaciones" (Os. 1:2) y la
orden que se le da de "amar una mujer amada de su compañero, aunque adúltera" (Os.
3:1) . El gran asunto es: ¿Han de entenderse estos actos como meros símbolos de visión
o como hechos reales en la vida externa del profeta? Nadie se aventurará a negar que el
lenguaje de Oseas muy naturalmente implica que los acontecimientos fueron reales. Dice
claramente que Jehová le ordenó ir y casarse con una adúltera y que él obedeció. Da el
nombre de la mujer y el de su padre y dice que ella concibió y le dio un hijo, al cual él
llamó Jezreel, y que más tarde, le dio una hija y otro hijo, a quienes también, dirigido por
Dios, dio nombres significativos. No existe insinuación alguna de que se tratase de meras
visiones del alma o de que estas cosas hubiesen de declararse a Isreal como un mero
discurso parabólico. Si el relato de algún acto simbólico que exista es tan explícito como
para requerir una interpretación literal, ciertamente éste es uno, pues sus términos son
claros, sencillo su lenguaje y su intento general no difícil de comprender.

¿Dónde, pues, están las dificultades con que tropiezan los expositores para su
interpretación? Especialmente se hallan en la suposición de que semejante casamiento,
ordenado por Dios y realizado por un santo profeta era una imposibilidad moral. Parte de
la dificultad, también, ha surgido del mal entendimiento del significado de ciertas alusiones
y del objeto de todo el pasaje. Sobre estos malos entendimientos se han basado falsas
suposiciones y, naturalmente, han seguido falsas interpretaciones. Así, se ha supuesto
que los tres hijos del profeta, Jezreel, Lo-ruhamah y Lo-ammi eran ellos mismos "hijos de
fornicaciones" que el profeta debía recibir y que la esposa del profeta continuaba su vida
disoluta, después de casarse con él. De todo esto nada hay en el texto. El significado más
simple y natural de "una mujer fornicaria e hijos de fornicaciones" (cap. 1: 2) es una mujer
notable como ramera y quien, como tal, ha engendrado hijos que siguen su mala vida. Si
hubiese sido de otro modo y al profeta se hubiese ordenado tomar una virgen pura, el
lenguaje de nuestro texto hubiese estado enteramente fuera de lugar, porque, ¿cómo
podría Oseas saber cómo y dónde elegir una virgen que, después de casarse con él, se
transformase en ramera? en ninguna parte se insinúa que la esposa del profeta
continuase sus malas prácticas después de casada con él.

No se ordenó al profeta Oseas ir y recitar una parábola en oídos del pueblo ni


relatarles lo que le había ocurrido en una visión, sino a realizar ciertos actos. El tiempo
necesario para su casamiento y para el nacimiento de los tres niños de Gomer no
necesitaba ser mayor que aquel en que a Isaías se le ordenó andar desnudo y descalzo,
corno una "señal" (Isaías 20:3-). Los nombres de los tres niños son simbólicos de ciertos
propósitos y planes de Dios en sus tratos con la casa de Israel; pero no hay insinuación
alguna de que estos niños fuesen, en lo más mínimo, licenciosos. Sus nombres señalan
juicios venideros, como pasó con el de Isaías ( Isaías 8: 3) pero esos nombres simbólicos
no implican descrédito del carácter de los que los usaban. Por cuanto Gomer no era
esposa legítima de nadie, su casamiento con Oseas, por más que fuese notable como
ramera y hubiese, así, engendrado "hijos de fornicaciones", no envolvía ningún
quebrantamiento de la ley. La ley respecto al casamiento de un sacerdote (Lev. 21:7-1 5)
que hasta prohibía a éste el casarse con una viuda, no se aplicaba al profeta más que a
cualquier otro hombre de Israel. Que un profeta se casase con una ramera y tomase sus
hijos juntos con ella era cosa realmente sorprendente y calculada para excitar asombro, y
maravilla; pero el excitarlo en la forma más profunda posible era el objeto de todo este
asunto. No podemos concebir de qué manera los actos que aquí se registran pudieran
haber sido señales y maravillas en Israel (comps. 8:18) o producido impresión alguna, si
se hubiese sabido que jamás habían ocurrido. En tal caso habrían sido ridiculizados como
una tonta fantasía del profeta o declarados enteramente falsos. Sin embargo, el haber
realmente ocurrido, hubiese sido un signo y maravilla demasiado notables para jugar con
ellos; pero no es probable que habiendo el pueblo de todo el país fornicado gravemente
en su relación espiritual para con Jehová (cap. 1: 2) su sentido moral se escandalizara
tanto por estos actos del profeta como muchos críticos modernos se imaginan.

El principal intento y objeto del pasaje puede indicarse en esta forma: Se ordenó a
Oseas casarse con una ramera "porque la tierra se ha dado a fornicar, apartándose de
Jehová". De este modo, la mujer adúltera representaría al idólatra Israel, cuyos pecados
frecuentemente se representan bajo la figura del adulterio. El casamiento del profeta con
una ramera era un símbolo notable de la relación de Jehová para can su pueblo al que se
supondría que tuviera la mayor aversión. Sin embargo, de ese pueblo tan culpable de
adulterio espiritual Jehová engendrará una simiente santa y los tres nombres simbólicos,
Jezreel, Lo-ruhamah y Lo-ammi, denotan las severas medidas establecidas en 'el pasaje
mismo mediante las cuales debe realizarse la redención de Israel. El oráculo del capítulo
II, por consiguiente, debe entenderse como el acto de Dios apelando a Israel. Se dirige a
los "hijos de fornicaciones", a quienes se llama a pleitear con su madre" (2:2). Consiste en
quejas, amenazas y promesas y desde el verso 14 hasta el fin del capítulo indica el
proceso mediante el cual Jehová cortejará y se casará con aquella madre de hijos
licenciosos, haciendo para ella "el valle de Achor por puerta de esperanza" (v.1 5) y
realizando en esa forma su redención. Para dar énfasis a esta maravillosísima profecía y
promesa, el casamiento de Oseas con Gomer sirvió de señal en sumo grado
impresionante.

El tercer capítulo de Oseas registra otra acción simbólica de este profeta mediante
la cual se muestra en otra forma, de qué manera Jehová reformaría y regeneraría los hijos
de Israel. Quien fuese adúltera amada por un amigo (v. 1) no se nos dice y es ocioso el
conjeturarlo. La suposición de muchos, de que era idéntica con Gomer, armoniza con la
forma apocalíptica de repetir profecías simbólicas bajo formas diversas. Pudo así, este
profeta, haber repetido el relato del gran acto simbólico de su vida a manera de exhibirlo
desde otro punto de vista. Sin embargo, la suposición es innecesaria. En la larga vida y
extenso ministerio de Oseas (comp. 1:1) hubo sitio para hechos de esta naturaleza y
debemos presumir, muy naturalmente, que en el ínterin, Gomer, su esposa, había
fallecido.

Estas acciones de Oseas, pues, de acuerdo con toda regla de sana interpretación
histórico-gramatical, han de entenderse como habiendo ocurrido, efectivamente en la vida
del profeta y debe clasificárselas junto con otras acciones que hemos denominado
simbólico-típicas. Tales acciones, como antes lo hemos observado, combinan elementos
esenciales, tanto de símbolo como de tipo y sirven para ilustrar, a un tiempo mismo, el
parentesco y la diferencia que entre ellos existe. Sirviendo como signos e imágenes
visibles de hechos o verdades invisibles, son simbólicos; pero siendo, al mismo tiempo,
acciones representativas de un agente inteligente, ejecutadas efectiva y físicamente y
señalando especialmente a cosas venideras, son típicas. De aquí la propiedad de
designarlas con el nombre compuesto "simbólico-típico". Y es digno de notarse que cada
ejemplo de tales acciones está acompañado por una explicación de su designio, más o
menos detallada.

No habrá impropiedad en calificar de simbólico-típicos los milagros de nuestro


Señor. Ellos eran semeia kai térata, señales y maravillas, y todos ellos, sin excepción,
tienen un significado moral y espiritual. La curación del leproso simbolizó el poder de
Cristo para sanar el pecador; y así, iodos sus milagros de amor y misericordia llevan el
carácter de actos redentores y son típicamente proféticos de lo que está realizando
perennemente en su reino de gracia. El calmar la tempestad, el andar sobre la mar y el
abrir los ojos del ciego, suministran lecciones sugestivas de la gracia y poder divinos,
como lo atestiguan algunos de los himnos más nobles que canta la Iglesia.

SUEÑOS Y ÉXTASIS PROFÉTICOS

En una exposición inteligente de las porciones proféticas de las Santas Escrituras,


son asuntos de fundamental importancia los métodos y las formas mediante los cuales
Dios comunicó revelaciones sobrenaturales a los hombres. Como formas y condiciones
bajo las cuales los hombres recibieron tales revelaciones, se mencionan los ensueños, las
visiones de la noche y los estados de éxtasis espiritual. En Números 12:16, leemos: "Si
tuviereis profeta, yo, Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él". Luego, en
los vs. 7 y 8, la manera abierta y visible en que Dios se reveló a Moisés se pone en
contraste con las visiones ordinarias, demostrando que Moisés fue honrado más que
ningún otro profeta en la intimidad de su comunión con Dios. La "apariencia" (temunah,
forma, similitud, v. 8) de Jehová que a Moisés se permitió contemplar, fué algo
inmensamente superior a lo que otros santos videntes contemplaron ( Comp. Deut.
34:12 ) . Esta apariencia "no era la naturaleza, esencial de Dios, su gloria descubierta,
porque esto no puede verlo ningún mortal (Éxodo 33:20) sino una forma que manifestaba
al ojo del hombre el Dios invisible, de una manera discernible y que era esencialmente
distinta no sólo de la contemplación visual de Dios en la forma de hombre (Ezeq. 1:26;
Dan. 7: 9-13 ) sino, también, de las apariciones de Dios en el mundo externo de los
sentidos en la persona y forma del ángel de Jehová: y estaba en la misma relación estas
dos formas de revelación, en lo que toca a exactitud y claridad, en aquélla que está la
visión de una persona misma. Dios habló con Moisés sin figura, en la plena claridad de
una comunicación espiritual, en tanto que a los profetas sólo se reveló por medio de
éxtasis o de ensueños".

El ensueño se destaca notablemente entre las formas primitivas de recibir


revelaciones pero se hace menos frecuente en épocas posteriores. Los casos más
notables de ensueños relatados en las Escrituras son el de Abimelech (Gen. 20:3-7); el de
Jacob en Bethel (28:12) ; el de Laban en el Monte de Galaad (31: 24); el de José respecto
a las gavillas y a los luminares (37:5-10) ; el del copero y el panadero (40:5-19); el del
faraón (4,1:1-32); el de los madianitas (Juec. 7:13-15); el de Salomón (1 Rey. 3:5; 9: 2); el
de Nabucodonosor (Dan. II y IV); el de Daniel (Dan. 7:1); el de José (Mat. 1:20; 2:13, 19) y
el de los magos del Oriente (Mat. 2:12). La "visión nocturna" parece haber sido,
esencialmente, de la misma naturaleza que el ensueño (compar. Dan. 2:19; 7:1; Act. 16:9;
18:9; 27:23).

Es evidente que en la naturaleza interna del hombre existen facultades y


posibilidades latentes que sólo las ocasiones extraordinarias o ciertas condiciones
peculiares llegan a desplegar. Y es deber del intérprete notar estos hechos. Estas
facultades latentes se ven ocasionalmente en los casos de trastornos mentales y de
locura. Los fenómenos de sonambulismo y de clarividencia, también las exhiben. Y los
ensueños ordinarios, considerados como operaciones anormales de las facultades
perceptivas sin control del juicio y de la voluntad, a menudo son de un carácter notable e
impresionante. Los sueños de José, del copero y del panadero, y el de los madianitas, no
se nos presentan como divinos o como revelaciones sobrenaturales. Innumerables
ejemplos igualmente notables han ocurrido a otros hombres. Pero al mismo tiempo, todos
los ensueños así impresionantes sacan parcialmente a luz potencias latentes del alma
humana que bien pueden haber servido en la comunicación de revelaciones divinas a los
hombres. Dice Delitzch: "Lo profundo de la naturaleza interna del hombre, a la que en el
sueño regresa, oculta mucho más de lo que es manifiesto a sí misma. Ha sido un error
fundamental de la mayoría de los psicólogos el hacer al alma extenderse sólo hasta
donde se extiende su conciencia; ella abarca, como hoy siempre se reconoce, mucha
mayor abundancia de potencias y relaciones que las que generalmente pueden aparecer
en su conciencia. A esta abundancia pertenece, además, la facultad de pronosticar, que
guía y amonesta al hombre sin motivo consciente y anticipa el futuro, facultad que en el.
estado de sueño, cuando los sentidos externos se hallan encadenados, frecuentemente
se desata y se asoma a las lejanías del futuro".

El significado profundo y de grandes alcances de algunos ensueños proféticos


puede verse en el de Jacob en Bethel (Gén. 28:10-22). Este hijo de Isaac era culpable de
gravísimas faltas pero en su alma tranquila y reflexiva se ocultaba una potencia, una
susceptibilidad para las cosas divinas, una percepción y anhelo espiritual que le constituía
en persona más apta que Esaú para ser guía en el desarrollo de la nación escogida.
Parece haber pasado la noche en el campo abierto cerca de la ciudad de Luz (v. 19) .
Antes que la oscuridad le envolviese, indudablemente, como hiciera Abraham en el mismo
sitio largo tiempo antes, (Gén. 13:14) dirigió la vista hacia todos los puntos al rededor y vio
a lo lejos las colinas y montañas elevándose escalonadas hacia el cielo, y esa vista pudo
ser, en parte, una preparación psicológica para su sueño, pues cayendo dormido vio una
escalera, quizá una gigantesca escalinata compuesta de montañas apiladas unas sobre
otras formando un maravilloso camino al cielo. Los cuatro puntos princío; i' l••s de su
sueño caen bajo cuatro "hé aquí", tres de visión, "hé aquí, una escala", "hé aquí, ángeles",
"he aquí, Jehová" (vs. 12, 13) y uno de promesa, "hé aquí, yo soy contigo" (v. 15) . Estas
palabras implican una seria impresión en toda la revelación que tuvo Jacob. Fué. una
visión de la noche por medio de la cual se reveló en símbolo y en promesa el gran
porvenir de Jacob y de su simiente, pues Jacob al pie de la escalinata, Jehová en la parte
superior, y los ángeles subiendo y bajando, forman en conjunto un símbolo complejo lleno
de profundas sugestiones. Indicaba, por lo menos, cuatro cosas: (1) Hay un camino
abierto entre el cielo y la tierra por el cual los espíritus pueden ascender a Dios. (2) El
ministerio de ángeles. (3) El ministerio de la encarnación, pues la escalera era un símbolo
del Hijo del Hombre, el camino de todos, Juan 14:4-6; Hebr. 9: 8) al más santo cielo, el
Mediador sobre quien, como único fundamento y base de toda posibilidad de gracia, los
ángeles de Dios ascienden y descienden a ministrar a los herederos de salvación (Juan
1:52). En ese misterio de la gracia Jehová mismo se revela, desde el tope de la escala,
agachándose para asir a este hijo de Abraham y su simiente espiritual y elevándolos al
cielo. (4) La promesa, relacionada con la visión, (vs. 13-15) hizo resaltar la maravillosa
providencia de Dios, quien estuvo mirando (v. 13) desde lo alto a este hombre solitario,
impotente y haciendo una bendita provisión para él y su posteridad.

No hay para qué suponer que Jacob entendiera el lejano alcance de aquel sueño.
Sin embargo, él le indujo a formular un voto solemne y sin duda alguna por todo el resto
de su vida con frecuencia meditaría en ello. No pudo dejar de impresionarle la convicción
de que su persona era objeto de especial cuidado de parte de Jehová y del ministerio de
ángeles.

Es digno de notarse que el registro de los ensueños proféticos de los paganos,


como, por ej., los del Faraón, su copero y su panadero, el del madianita y el de
Nabucodonosor, están acompañados de amplia explicación. Observamos, asimismo, que
los ensueños de José y los de Faraón fueron dobles, o repetidos bajo diversas formas.
Los dos sueños de José (Gén. 37:5-11) producían un mismo pronóstico y sus hermanos y
su padre los entendían tan bien que excitaron la envidia de aquellos y llamaron
seriamente la atención del padre. José explicó los dos ensueños del Faraón como uno
solo (Gén. 41:21) y declaró que la repetición del ensueño al Faraón indicaba que era cosa
determinada por Dios, quien estaba apresurando su cumplimiento (v. 32). En esto
tenemos una indicación para la interpretación de otros ensueños y visiones. La
visión-ensueño de Daniel, de las cuatro bestias que subían del mar (Dan. VII) es, en
sustancia, una repetición del ensueño de Nabucodonosor, de la gran imagen; y las
visiones de los capítulos octavo y undécimo cubren nuevamente en parte, el mismo
campo. De esa manera Dios repite sus revelaciones bajo varias formas denotando así la
certidumbre de las mismas como propósitos determinados ,de su voluntad. Muchas
visiones del Apocalipsis son también, aparentemente, símbolos de los mismos
acontecimientos o si no, se mueven tan extensamente en el mismo campo que dan lugar
a la creencia de que, también ellas son repeticiones, bajo la forma diversa, de cosas que
pronto debían acontecer, y la certidumbre de las cuales estaba fijada en los propósitos de
Dios.

Pero, como lo hemos observado, los ensueños fueron, más bien, las formas
primitivas e inferiores de revelación divina. Una forma más elevada fue la del éxtasis
profético, en la que el espíritu del vidente era poseído por el Espíritu de Dios y, aunque
reteniendo su conciencia humana y siendo susceptible de emociones humanas, era
arrebatado en visiones del Todopoderoso y hecho conocedor de palabras y cosas que
ningún mortal podía percibir por medios naturales. En II Samuel 74-17 se registra una
"palabra de Jehová" que vino a Nathan en una visión nocturna (véase ver. 17) y fue
comunicada a David. Contenía la profecía y promesa de que su trono se establecería para
siempre. Para David fue un oráculo muy impresionante y él fue y "púsose delante de
Jehová" (v. 18) maravillándose y adorando. Tal maravilla y adoración fueron,
probablemente, en ese momento o en algún otro, un medio de inducción a la condición
psicológica y el éxtasis espiritual en qué fue compuesto el Salmo II. David se transforma
en vidente y profeta. "El espíritu de Jehová ha hablado por mí y su palabra ha sido en mi
lengua" (II Sam. 23:2) . Es elevado en éxtasis de visión, en la cual la sustancia de la
profecía de Nathan toma una forma nueva y más elevada, trascendiendo toda realeza y
poder terrenos. Ve a Jehová entronizando su Ungid (su Mesías) sobre Sión, monte de su
santidad (Salmo 2: 2-6) . Las naciones se enfurecen contra él y luchan por desprenderse
de su autoridad pero son enteramente vencidas por Aquél que "mora en los cielos" y a
quien son dadas las gentes por heredad. Así vemos que el Salmo II no es una mera oda
histórica compuesta en ocasión del ascenso al trono, de David o Salomón o algún otro
príncipe terreno. Uno mayor que David y que Salomón surgió en visión del salmista pues
se le llama el Mesías, el Hijo de Jehová; se aconseja a los reyes y jueces de la tierra que
lo besen para no perecer y se declara bienaventurados a los que en él confían. Y es
únicamente en la medida en que el intérprete alcanza una percepción vívida del poder de
tal éxtasis como le es dado, de una manera apropiada, percibir o explicar el significado de
cualquiera profecía mesiánica.

Otra ilustración del éxtasis profético la hallamos en las declaraciones de Ezequiel.


Al comienzo de sus profecías emplea cuatro expresiones distintas para indicar la forma y
poder en que recibía revelaciones (Ezeq. 1:1-3). Los cielos se abrían, veíanse visiones de
Dios, la palabra del Señor vino con gran fuerza (viniendo, vino) y la mano de Jehová fue
sobre él. Admitiendo lo que se quiera de elemento poético en estas expresiones, aun es
evidente que el profeta experimentaba una poderosa acción doble de potencias humanas
y sobrehumanas que obraban en él. Las visiones de Dios le hacían caer sobre su rostro
(v. 28) y al instante el Espíritu lo levantaba sobre sus pies 2:1-2. En otra ocasión la forma
de una mano se extendió y le tomó por las guedejas de su cabeza y llevóle en visiones de
Dios a Jerusalén (8: 3) . De aquí se desprendería que para que un hombre mortal reciba
conscientemente una revelación del Espíritu Infinito son esenciales dos cosas. El espíritu
humano tiene que exaltarse divinamente o arrebatarse de su vida y operaciones
ordinarias, y el Espíritu Divino de tal manera debe tomar posesión de las energías del
hombre y vivificarlas a una percepción supersensual que, por el momento, se conviertan
en órganos del Infinito. Todo el proceso es, manifiestamente, una operación
divino-humana. Y sin embargo, al través de toda ella el espíritu retiene la conciencia
normal del ser humano y sabe que la visión es divina.

La misma cosa aparece también en las visiones de Daniel. El contempla los


símbolos proféticos, oye las palabras del ángel intérprete y, también él cae sobre su rostro
abrumado por el profundo sueño que adormece los poderes activos de la mente y la
coloca enteramente en manos del ángel revelador (Dan. 8: 17-18) . El toque del ángel lo
eleva al éxtasis en el que se ve y oye la palabra celestial. Esta forma especial de éxtasis
profético parece haber diferido del "sueño y visiones de su cabeza en su cama" (Dan. 7:1)
en que esto último le sobrecogía durante los cabeceos de la noche, en tanto que lo otro le
sobrevenía durante su estado de vigilia consciente y, probablemente, durante el acto de la
oración (comp. 9:21) . El éxtasis que sobrevino a Pedro en la azotea de la casa ocurrió en
conexión con el acto de la oración y con una sensación de gran apetito (Act. 9:10). El acto
de oración fue una preparación espiritual y el hambre suministró una condición psíquica,
mediante la cual la forma de visión y el mandato de matar y comer se hizo tanto más
impresionante. El éxtasis análogo de Pablo en el templo, en Jerusalén, fue precedido por
oración (Act. 22:17) y su experiencia de estas "visiones y revelaciones" de Dios, narradas
en II Cor. 12:14, fué en tan trascendental rapto del alma que él no sabía si estaba en su
cuerpo o fuera de él. Es decir, no sabía si toda su persona había sido transportada en
visiones de Dios, como Ezequiel (8: 3) o si, meramente, el espíritu había sido elevado en
éxtasis de visión. Su conciencia en este asunto parece haber sido sobrepujada por la
excesiva grandeza (uperbole) de las revelaciones (v. 7) . Y es probable que si a Ezequiel
se le hubiese preguntado si su arrebato a Jerusalén ocurrió en el cuerpo o fuera de él,
habría contestado con tanta incertidumbre como Pablo.

El éxtasis profético, del cual son notables ejemplos los recién citados, era,
evidentemente, el ver algo espiritualmente, una iluminación sobrenatural en la cual el ojo
natural estaba, o bien cerrado, (comp. Núm. 24:34) o bien, se suspendían sus funciones
ordinarias y los sentidos internos se apoderaban vívidamente de la escena que se les
presentaba o de la palabra que se les revelaba. No es menester, con Delitzch, entrar en
prolijas clasificaciones, dividiendo este éxtasis divino en tres formas, el místico, el
profético y el de carisma. Todo éxtasis es místico y el éxtasis de carisma puede haber
sido profético; pero aún podemos, con ese autor, definir el éxtasis profético como
consistiendo esencialmente en esto: en que el espíritu humano es cogido y rodeado por el
Espíritu Divino que escudriña todas las cosas, aun las profundas de Dios, y asido con una
energía tan elevadora que, siendo apartado de sus condiciones ordinarias de limitación en
el cuerpo, se transforma completamente en ojo vidente, oído oyente, sentido perceptor
que se da cuenta perfectamente vívida de las cosas del tiempo y la eternidad, según son
presentadas por el poder y sabiduría de Dios.

La forma más grandiosa de éxtasis profético es aquella en que "la visión" y "la
palabra" de Jehová parecen haber sido tan absorbidas por el alma del profeta, iluminada
por el cielo, que él mismo personifica al Santo y habla en nombre de Jehová. De esa
manera entendemos los últimos capítulos de Isaías, donde la persona del profeta,
relativamente, desaparece de la vista y Jehová se anuncia a sí mismo con el que habla.
De igual manera Zacarías anuncia la palabra de Jehová tocante a las ovejas de la
naturaleza (Zac. 11:4) pero al proceder con el divino oráculo parece perder la conciencia
de su propia personalidad y hablar en el nombre y persona del Señor (vs. 10-14).

Una manifestación posterior y misteriosa, de éxtasis espiritual aparece en el don


de lenguas del N. Testamento. Entre las señales que acompañarían a los que aceptaran
la predicación de los apóstoles, se especificaba el hablar muevas" lenguas (Marc. 16:17) y
los discípulos recibieron orden de permanecer en la ciudad de Jerusalén hasta que fuesen
revestidos de poder de lo alto (Luc. 24:49) . Sabemos lo que aconteció en el día de
Pentecostés (Act. 2: C3-4). Una cosa semejante se manifestó en ocasión de la conversión
de Cornelio (Act. 10:4.6) lo mismo que cuando, más tarde, Pablo impuso las manos sobre
los doce discípulos de Juan el Bautista que halló en Efeso (Act. i19: 6) . Pero el asunto se
halla tratado con mayor atención en 1ª Corint. XIV, con lo que deben compararse,
también, las referencias incidentales en los capítulos 12:10; 28 y 13:1. De esta epístola se
deduce (1) que: era un don sobrenatural, un carisma que señalaba con cierta medida de
novedad los primeros resultados del Evangelio de Cristo. (2) Había diversas clases (gene,
clases, géneros) de lenguas (1ª Cor. 12-10) . (3) El hablar en lenguas era algo que se
dirigía a Dios más bien que al hombre (14:2) y una expresión de misterios que edificaban
al espíritu del que hablaba (v. 4) pero era ininteligible al entendimiento común (nous, v.
14). (4) El hablar en lenguas tomó la forma de adoración y se manifestó en plegarias,
cánticos y acciones de gracias (vs. 14-16) . (5) Aunque edificaba al que hablaba no tendía
a edificar a la iglesia a menos que alguien, dotado con poder de interpretación de lenguas,
ya fuese el mismo que hablaba, u otro, explicase lo que se decía. (6) Era una señal para
el incrédulo, probablemente acompañada de evidencias tales de lo sobrenatural como
para, impresionar al oyente al principio, con un sentimiento de pavor, pero que hacía decir
a los que no simpatizaban con el Evangelio que los que así hablaban estaban locos o
ebrios. (v. 23; comp. Act. 2:13) . (7 ) Era un don digno de agradecerse ( v. 18) y cuyo uso
no debía prohibirse en la iglesia (v. 39) pero había de deseárselo menos que otros
carismas y, especialmente, menos que el de profetizar, o sea, predicar (vs. 1, 5, 19) pues
"mayor es el que profetiza que el que habla lenguas si, al mismo tiempo, no interpretare".

Tal es, substancialmente, lo que Pablo dice acerca de este notable carisma. En el
día de Pentecostés tomó la forma de apropiarse los varios dialectos de los oyentes, como
para llenar a éstos de asombro y maravilla (Act. 2: 512) . Sin embargo, parece que esto
fue una manifestación excepcional, quizá una exhibición milagrosa, con un objeto
simbólico, de todos los géneros de lenguas (comp. 1ª Cor. 12:10), que en otras ocasiones
eran separadas e individualmente distintas. Por cierto que en la iglesia de Corinto, el
hablar en lenguas no estaba acompañado de tal efecto sobre los oyentes como en
Pentecostés. La idea, que en un tiempo prevaleció de que este don de lenguas fue un don
sobrenatural mediante el cual los primeros predicadores del Evangelio pudieron
proclamarlo en los varios idiomas de naciones extranjeras tiene poco en su favor. No
existe indicación, aparte del milagro de Pentecostés, de que este don sirviera jamás para
ese objeto. Y aquel milagro, fuese cual fuese su naturaleza real, parece, más bien, una
señal simbólica significando que la confusión de lenguas ocurrida como una maldición en
Babel, sería contrarrestada y abolida por el Evangelio de la nueva vida que en ese
instante amanecía sobre el mundo, como don celestial; como una declaración de que la
palabra evangélica estaba destinada a hacerse potente en todos los idéntica de los
hombres y por la viva voz de los predicadores, y mediante el Libro, expresar sus
mensajes celestiales a las naciones, hasta que todos conozcan al Señor.

             La naturaleza exacta del don de lenguas en el Nuevo Testamento probablemente


es imposible definirlo ahora. En al "unos casos puede haber sido un éxtasis del alma,
durante el cual los hombres adoraban de una manera rara, perdiendo el dominio de una
parte de sus facultades. Algo como esto experimentó Saúl cuando tropezó con la
compañía de profetas (1º Sam. 10:9-12) y cuando, en época posterior, profetizó ante
Samuel y cayó bajo el poder del Espíritu de Dios (1º Sam. 19:23-24). Otras veces puede
haber sido la condición para recibir visiones y revelaciones de Dios, como cuando Pablo
fue arrebatado al paraíso "donde oyó palabras secretas que el hombre no puede decir" (2
Cor. 12:4) . Pudiera ser que en ese arrebato este apóstol recibió su idea de "las lenguas
de ángeles" (1ª Cor. 13:1). Pero fuese cual fuere su verdadera naturaleza era,
esencialmente, un extático hablando de cosas misteriosas (1ª Cor. 14:2), envolviendo tan
divina comunión con Dios que elevaba el espíritu del creyente así arrebatado al reino de
lo no visto v eterno v producía en él un sentido pavoroso de exaltación sobrenatural.

LA PROFECÍA Y SU INTERPRETACIÓN

Una interpretación acabada de las porciones proféticas de las Escrituras Santas


depende grandemente del dominio de los principios y leyes del lenguaje figurado y del de
tipos y símbolos. También requiere algún conocimiento de la naturaleza de las visiones,
éxtasis y ensueños. De modo que los capítulos precedentes han sido una preparación
necesaria para un estudio inteligente de aquellos escritos de más difícil comprensión que
siempre han causado dificultades a las mentes más talentosas de la Iglesia, siendo
interpretados en una variedad de formas.
A través de toda la Biblia y constituyendo un lazo de unión entre el Antiguo y el
Nuevo Testamento se hallan desparramados oráculos inspirados que predicen el futuro,
elaborados con toda variedad de lenguaje figurado y, a menudo, incorporados en tipos y
símbolos. La primera magna profecía se pronunció en el edén, al pecar el hombre
originalmente y sentir la necesidad de un Redentor. Se la repitió en muchas formas y
lugares al través de los años y siglos. El Cristo de Dios, el Profeta poderoso, Sacerdote y
Rey, era su tenia sublime pero también trataba tan copiosamente de todas las relaciones
del hombre para con Dios y el mundo, con los temores y esperanzas humanos, con
gobiernos civiles y responsabilidades nacionales, con leyes y propósitos divinos, que sus
páginas constituyen un libro de texto divino para todos los tiempos.

De acuerdo con las Escrituras, el profetizar no significa, primariamente, una


predicción de acontecimientos futuros. La palabra hebrea nebi significa uno que habla
bajo la presión del fervor divino; y debe considerarse al profeta, especialmente, como
portador de un mensaje divino y que obra como portavoz del Topoderoso. Aarón fue
designado divinamente como porta-voz de Moisés para repetir las palabras de Dios que
recibiera de boca de su hermano (Éxodo 4.:16) y en ese particular Moisés venía a ser
como Dios para el faraón y Aarón servía a Moisés de profeta (nebi Ex. 7:1) . De modo que
el profeta es el anunciador de un mensaje divino y su mensaje puede referirse al pasado,
al presente o al futuro. Puede ser una revelación, una amonestación, una censura, una
exhortación, una promesa o una predicción. Al portador de semejante mensaje muy
apropiadamente se le llama "varón de Dios" (1 Rey. 13:1; 2 Rey. 4:7-9) y "varón de
espíritu" (Oseas 9: 7) . También es importante observar que una porción muy grande de
los libros proféticos del A. Testamento consisten de amonestación, reconvención y
censura, y existen indicaciones de muchas profecías no-escritas, de este carácter. Dice
Fairbairn: "Los profetas en un sentido especial, eran guardianes espirituales de Judá e
Israel, los representantes de la verdad y santidad divinas, cuyo ministerio consistía en
mantener un ojo vigilante y celoso sobre las maneras de los tiempos, descubrir y combatir
los síntomas de defección que surgieran y, por todo medio a su alcance, alentar y
robustecer el espíritu de la verdadera piedad. Elías destacóse en esto en forma tan
notable que por ese motivo se le toma en la Biblia como el tipo de toda la orden profética
en los estados primitivos de su desarrollo; fue hombre de heroica energía de acción más
bien que rico en ideas o elevado en su palabra. Las palabras que habló fueron pocas pero
eran palabras que parecían surgir de las cavernas del trueno y que más parecían
decretos procedentes de la presencia del Eterno que expresiones de un hombre sujeto a
pasiones semejantes a las de aquellos a quienes se dirigía".

Son principalmente aquellas porciones de las Escrituras proféticas que predicen el


futuro las que exigen una hermenéutica especial. Excepcional como es su carácter exigen
estudio e interpretación especial. Otras profecías consistentes, principalmente, en
reprensiones, reproches o amonestaciones son tan comprensibles aun al lector ordinario,
que no requieren extensa explicación. Evitando, por una parte, el error literalista extremo
de que las predicciones bíblicas son "historia escrita. de antemano" y, por la otra, las
ideas racionalistas de que no son más que adivinanzas felices de los resultados probables
de acontecimientos inminentes o, si no, una representación peculiar, de los
acontecimientos, escrita después que se habían realizado (vaticinium post eventum),.
aceptamos estas predicciones como oráculos divinos de acontecimientos que debían
realizarse, pero de tal manera expresados en figura y símbolo que exigen gran cuidado de
parte de quien quiera entenderlos e interpretarlos. Si negamos que la profecía sea una
historia de acontecimientos aún no realizados, queremos decir que la profecía no es
historia, en ningún sentido apropiado. Historia es el relato de lo que ya ha ocurrido; la
predicción es un pronóstico de lo que ha de ocurrir y que cosí siempre se halla en forma
de declaración o revelación que la aparta de la línea de la narración literal. Realmente hay
casos en que la predicción es una declaración específica de incidentes del carácter más
simple, como cuando Samuel predijo a Saúl los acontecimientos particulares que le
ocurrirían en el regreso a su casa (1 Sam. 10:3-6) ; pero es erróneo el llamar aun a esas
predicciones una historia de sucesos futuros porque es confundir el uso correcto de las
palabras. Existe un elemento de misterio en todas las profecías y las de mayor
importancia se hallan revestidas de vestiduras simbólicas.

Para interpretar correctamente las profecías deben estudiarse especialmente tres


cosas (1) las relaciones orgánicas y la interdependencia de las principales predicciones
registradas; (2) el uso y significado de figuras y símbolos; y (3) análisis y comparación de
profecías similares, especialmente aquéllas que han sido interpretadas divinamente y
otras que es evidente que se han cumplido.

1. Relaciones orgánicas de la profecía

A1 estudiar la estructura general v las relaciones orgánicas de las grandes


profecías se verá que, primeramente, se nos ofrece en forma de bosquejo amplio y
atrevido y después se extiende a detalles de menor importancia. Así, p. ej. la gran
profecía registrarla en Gén. 3:15 es un anuncio breve pero de grandes alcances del  largo
conflicto entre el bien y el mal, en cuanto estos principios adversos, con todas sus
fuerzas, se conectan con la Simiente Prometida de la mujer, por una parte, y la antigua
serpiente, el Diablo, por la otra. Puede decirse que todas las otras profecías del Cristo y
del reino de Dios se hallan comprendidas en el proto-evangelio como en un germen.
Desde este punto en adelante, al través de las revelaciones de las Escrituras, las
profecías sucesivas sostienen un carácter progresivo. Ideas diversas acerca de la
Simiente Prometida aparecen en la profecía de Noé (Gén. 9: 16-17) y las repetidas
promesas a Abraham (Gén. 12: 317 ; 2: 8; 18:18) . Estas predicciones mesiánicas se
hicieron más definidas al ser repetidamente confirmadas a Isaac, a Jacob, a Judá y a la
casa de David. Ellas constituyen los más nobles de los salmos y las más extensas
porciones de los Profetas Mayores y de los Menores. Tomadas separadamente estas
diferentes predicciones son de un carácter fragmentario; cada profeta conoció, o pudo
coger, vislumbres del futuro mesiánico, únicamente en parte, y en parte profetizó (1 Cor.
13:9) ; pero cuando el Cristo mismo apareció y cumplió las profecías, entonces se vio que
todas estas partes fragmentarias formaban una armonía gloriosa.

El oráculo de Balaam acerca de Moab, Edom, Amalec, los cines, Assur y la


potencia del lado de Cittim (Números 24:17-24) es el germen profético de muchos
oráculos posteriores contra estos y otros enemigos del pueblo escogido. Largo tiempo
después Amos toma la palabra profética y habla más plenamente contra Damasco, Gaza,
Tiro, Edom, Ammon y Moab y no exceptúa ni aun a Judá e Israel (Amos I y II).
Compárense también las cargas-profecías de Isaías contra Babilonia, Moab, Damasco,
Etiopía, Egipto, Media, Edom, Arabia y Tiro (Isaías XIII-XXIII) en las que observamos la
sentencia conminatoria pronunciada, en gran detalle, contra estas potencias. Y de la
manera que Balam notó la aflicción de Eber (es decir, Israel) en relación con el poder
hostil de Cittim (Núm. 24:24), así Isaías introduce la "carga del valle de la visión" ( Isaías
22:1) exactamente antes de anunciar la destrucción de Tiro ( Isaías 23:1) . Jeremías
consagra los capítulos XLVI a LI al anuncio de juicios sobre Egipto, Filistia, Moab,
Ammon, Edom, Damasco, Cedar, Hasor, Elam y Babilonia, y en medio de estas
declaraciones de ira venidera hay indicaciones de la dispersión y angustia de Israel
(comp. cap. 50:17-20, 33; 51:5, 6, 45) . Compárense también los siete oráculos de
Ezequiel contra Ammon, Moab, Edom, Filistia, Tiro, Sidón y Egipto (Ez. XXV a XXXII).

En notable analogía con la reptición de profecías similares por diferentes profetas


tenemos la repetición de la misma profecía por un mismo profeta.

La visión de las cuatro grandes bestias, en Dan. VII, es, esencialmente, una
repetición de la visión de la gran imagen en el cap. II. Las mismas cuatro grandes poten-
cias mundiales se denotan en estas profecías; pero como se lo ha observado
frecuentemente, se varían las imágenes de acuerdo con la posición relativa del rey y del
profeta. "Tal como se lo presentó a la vista de Nabucodonosor, la potencia mundial se
veía sólo en su aspecto externo, bajo la forma de una imagen colosal con semejanza de
hombre y con sus partes más conspicuas compuestas de metales brillantes y preciosos;
en tanto que el reino divino aparecía con el aspecto inferior de una piedra sin ornato ni
belleza, sin nada, realmente, para distinguirlo, excepto su irresistible energía y perpetua
duración. Por otra parte, las visiones de Daniel dirigen el ojo al interior de las cosas,
despojan de sus falsas glorias los reinos terrenos exhibiéndolos bajo el aspecto de fieras
de monstruos innominados (como se les ve en todas partes en las grotescas esculturas y
entablamentos pintados de Babilonia) y reservan la forma humana, de acuerdo con su
verdadera idea original y divina, para ocupar el puesto representante del reino de Dios,
compuesto por los santos del Altísimo, y mantiene la verdad que está destinada a
prevalecer sobre todo el error e impiedad de los hombres".

Así también la impresionante visión del carnero y el macho cabrío, en Dan. VIII, no
es más que una repetición, desde otro punto de vista (Susan, en Elam, un asiento
principal de la monarquía medo-persa) de la visión anterior de la tercera y cuarta bestias;
surgen diferencias en los detalles según la analogía de todas las tales profecías, repetidas
pero no debe permitirse que estas diferencias menores obscurezcan o borren las grandes
analogías fundamentales. Pocos expositores de alguna importancia han dudado de que el
cuernito de que se habla en Dan. 8:9, denota á Antioco Epifanio, el cruel perseguidor de
los judíos, quien "despojó el templo y por tres años y seis meses suspendió la práctica
constante de ofrecer un sacrificio diario de expiación" (Josefo). La presunción primera y
más natural es la de que el cuernito del cap. 7:8 denota al mismo perseguidor violento e
impío. El hecho de que una profecía represente la impiedad y violencia de este enemigo
más plenamente que otra no demuestra que se trate de dos personas distintas. De otra
manera, la descripción aún más completa que de este monstruo de iniquidad se nos da en
el cap. XI, debería, sobre esa sola base, referirse a otra persona. Las declaraciones de
que el cuernito del cap. 7:8 surgió de entre los diez cuernos y arrancó tres de ellos y que
el del cap. 8:9 surgió de uno de los cuatro cuernos del macho cabrío, no pueden tener
fuerza para confutar la identidad del cuernito en ambos pasajes, a menos. que se
suponga que los cuatro cuernos del cap. 8:8 sean idénticos con los diez del cap. 7: 7,
suposición que nadie se permitirá. Estas no son más que las variantes menores,
requeridas por las diversas posiciones ocupadas por el profeta en las distintas visiones. Si
entendemos los diez cuernos del cap. 7:7 como un número redondo, denotando los reyes
más plenamente descritos en el capítulo XI, y los cuatro cuernos notables del capítulo 8:8
como los cuatro notables sucesores de Alejandro, saltará a la vista la armonía de las dos
visiones. Desde un punto de vista el gran cuerno (Alejandro) fué sucedido por diez
cuernos y también por uno pequeñito, más notable, en algunos respectos, que cualquiera
de los diez. Desde otro punto de vista se vió al cuerno grande seguido por cuatro cuernos
notables (los famosos Diadochoi), del tronco de uno de los cuales (Seleucus) surgió
Antioco Epifanio. Sólo la falla en notar la repetición de profecías bajo varias formas y
desde diversos puntos de vista ocasiona la dificultad que algunos han hallado en
identificar profecías de los mismos acontecimientos.

De acuerdo con el principio que acabamos de ilustrar, a la profecía aún más


minuciosa del último período del Imperio greco-macedonio en Dan. XI, se la ve recorrer
mucho del mismo campo que las de los capítulos VII y VIII. De la misma manera
debiéramos naturalmente presumir que hay la intención de que las siete copas de las
siete últimas plagas en Apoc. cap. XVI, correspondan con las siete trompetas de los
capítulos VII-XI. Las notables semejanzas que existen entre las dos son tales que fuerzan
la convicción de que los terribles ayes denotados por las trompetas son,
substancialmente, idénticos, con las plagas denotadas por las copas de ira. Una opinión
contraria haría del caso una excepción notable a la analogía de profecías y no debe
aceptársele sin las razones más convincentes.

2. Estilo figurado y simbólico de la profecía

El hecho ya observado de que la palabra de la profecía fue recibida mediante


visiones y ensueños, así como en un estado de éxtasis, explica en gran parte el otro
hecho de que una parte tan grande de las Escrituras proféticas se halle en lenguaje
figurado y en símbolos. Con demasiada frecuencia se pasa por alto este hecho en la
interpretación profética y así se ha originado la doctrina extraviada de que "la profecía es
historia escrita de antemano". Aceptando esta idea uno está inclinado a presionar el
sentido literal de todos los pasajes que por cualquier posibilidad puedan admitir tal
construcción; y de ahí las innumerables controversias y extravagancias que se notan en la
interpretación de las profecías. Pero obsérvese por un instante el estilo y dicción de las
grandes predicciones. La primera que se haya registrado anuncia una enemistad
permanente entre la serpiente y la mujer y su progenie. Dios dijo a la serpiente, hablando
de la progenie de la mujer: "Esta te herirá en la cabeza y tú le herirás el talón" (Gén.
3:15) . No han faltado literalistas que apliquen la profecía a la enemistad existente entre
las serpientes y la raza rumana y que declaren que ella se cumple cada vez que uno de
ellas muerde a un hombre o que uno de éstos aplasta la cabeza de una serpiente. Pero
semejante interpretación nunca ha tenido aceptación. Su significado más profundo con
respecto a los hijos de la luz y a los de las tinieblas, y sus respectivas cabezas (el Mesías
y Satanás) ha sido universalmente reconocido por los mejores intérpretes.

De igual manera notamos qué. la profecía de Jacob moribundo (Gén. XLIX) está
escrita en el estilo más elevado del fervor poético y del lenguaje figurado. Todos los
acontecimientos de la vida del patriarca y la plenitud historiada del futuro conmovieron su
alma y llenaron de emoción sus palabras. Los oráculos de Balaam y los cánticos de
Moisés son del mismo orden elevado. Los salmos mesiánicas abundan en símiles y
metáforas, tomados de cielos, tierra y mar. Los libros proféticos están, en gran parte,
escritos en las formas y el espíritu de la poesía hebrea y en la predicción de
acontecimientos notables el lenguaje frecuentemente se eleva a formas de expresión que
para el crítico occidental pueden parecer extravagancias hiperbólicas. Tómese, por ej. la
"carga de Babilonia" que Isaías vio y nótese la excesiva emoción así como lo atrevido de
las figuras (Isaías 13:2-13) . Nunca ha habido dudas entre los mejores intérpretes acerca
de que este pasaje se refiera a la derrota de Babilonia por los medas. El encabezamiento
del capítulo y las declaraciones específicas que siguen (vs. 17, 19), no dejan duda al
respecto. Y, sin embargo, según el profeta es hecho por Jehová que congrega sus
ejércitos de poderosos héroes desde los confines de los cielos, ocasiona un ruido
tumultuoso de reinos de naciones, llena los corazones con temblor, desesperación y
dolores de agonía, sacude el cielo y la tierra y borra el sol, la luna y las estrellas. A este
terrible juicio de Babilonia se llama "el día de Jehová", "el día del ardor de su cólera".
Situado al frente de los oráculos de Isaías contra los poderes mundiales del paganismo,
es un pasaje clásico en su género y su estilo e imágenes serían, naturalmente, seguidos
por otros profetas al anunciar juicios similares.

Tales pasajes emocionales y figurados son comunes a todos los escritores


proféticos pero en los llamados profetas apocalípticos notamos una prominencia especial
del simbolismo. En su forma más primitiva y aún no desarrollada, llama primeramente
nuestra atención en el libro de Joel, que puede calificarse como el más antiguo
Apocalipsis, pero su desarrollo más completo aparece entre los últimos profetas, Daniel,
Ezequiel y Zacarías y su estructura perfeccionada, en el Apocalipsis de Juan. Por
consiguiente, en la exposición de esta clase de profecías es de la mayor importancia el
aplicar con criterio y pericia los principios hermenéuticos del simbolismo bíblico. Este
procedimiento requiere, especialmente, tres cosas: (1) Que seamos capaces de discernir
y determinar claramente lo que son símbolos y lo que no lo son; (2) que los símbolos sean
contemplados en sus aspectos amplios y notables, más bien que en sus puntos
incidentales de semejanza; y (3) que se les compare ampliamente en cuanto a su
significado y tratamiento de modo que en su interpretación se siga un método uniforme y
consecuente. La falla en observar la primera de estas reglas conducirá a interminables
confusiones de lo simbólico con lo literal. Una falla en la segunda regla tenderá a
magnificar minucias y puntos sin importancia obscureciendo de esa manera las lecciones
mayores y, a menudo, mal entendiendo el objeto y significado del conjunto. No pocos
intérpretes han dado gran énfasis a los diez dedos de los pies de la imagen de
Nabucodonosor (Dan. 2:41-42) y han tratado de hallar diez reyes que correspondan a
ellos; mientras que, sin que nada pruebe lo contrario, la imagen puede haber tenido doce
dedos en los pies, como el gigante de Gath (2 Sam. 21:20). El cuidado en la observancia
de la regla tercera nos habilitará para notar las diferencias lo mismo que las semejanzas
de símbolos similares y nos salvará del error de suponer que el mismo símbolo, al ser
empleado por dos escritores distintos, tiene que denotar el mismo poder o acontecimiento,
o la misma persona...

3. Análisis y comparación de profecías similares

No solamente diversos profetas emplean las mismas figuras y símbolos, u otros


muy semejantes, sino que, también, muchas profecías enteras son tan semejantes en su
forma general y significado como para exigir del intérprete una comparación minuciosa.
Sólo así podrá distinguir cosas que son parecidas y cosas que difieren entre sí.

Primeramente, notamos numerosos ejemplos en que un profeta parece citar a


otro. Isaías 2:14, es casi idéntico con Miqueas 4:1-3, y ha sido un problema para los
críticos el determinar si Isaías citó de Miqueas o viceversa, o si ambos citaron a algún
profeta más. antiguo, hoy desconocido. La profecía de Jeremías contra Edom (49: 7-22)
está, en gran parte, apropiada de Abdías. La epístola de Judas y el segundo capítulo de la
Segunda epístola de Pedro suministran una analogía parecida. Una comparación de los
oráculos contra las naciones paganas por Balaam, Amos, Isaías, Jeremías y Ezequiel,
como ya lo hemos indicado, muestra muchos paralelos verbales. De todo lo cual parece
ser que estos escritores sagrados se apropiaban formas de expresión, los unos de los
otros, como quien las toma de un tesoro común. (Esto prueba que los profetas se
consideraban mutuamente como órganos del Espíritu Santo.-Hentenberg). La palabra de
Dios, una vez emitida por un hombre inspirado, se transformaba en propiedad del pueblo
escogido, el cual la usaba según las circunstancias lo exigían.

La doble presentación de revelaciones proféticas, tanto de visiones como de


ensueños, exige atención particular. Primeramente se atrae nuestra atención a ellas en
los ensueños de José y de Faraón, y como ya lo hemos visto, el doble ensueño era uno
solo en su significado; su repetición bajo símbolos distintos era el método divino de
intensificar la impresión e indicar lo indubitable de la realización del pronóstico (Gén. 4
1:32) . Un principio de interpretación profética tan explícitamente enunciado en los más
antiguos registros de la Revelación Divina, merece destacárselo. Sirve de clave a la
explicación de muchos de los asuntos más difíciles involucrados en las Escrituras
apocalípticas. Tendremos ocasión de ilustrar más plenamente este principio al tratar de
las visiones de Daniel y de Juan.

Además, es importante estudiar las analogías de imágenes en las porciones


apocalípticas de la profecía. La visión de Isaías, de los serafines ( Isaías 6:1-8 ), la de
Ezequiel, (I y X) y la de Juan, del trono en el cielo (Apoc. IV) tienen manifiestas relaciones
entre sí que ningún intérprete puede menos que notar.

Sin embargo, el objeto y tendencia de cada uno sólo podemos aprenderlos al


estudiarlos desde el punto de vista de cada profeta individual. La visión de Daniel, de las
cuatro bestias que salían del mar (Dan. VII) suministra las imágenes mediante las cuales
Juan describe su bestia procedente del mar (Apoc. 13:1-2) y notamos que esta bestia del
apóstol, un monstruo innominado, combina, también los otros principales aspectos
(leopardo, oso, león) de las cuatro bestias del profeta. La segunda bestia de Juan, surgida
de la tierra, con dos cuernos como de un cordero (Apoc. 13:11) combina mucho de las
imágenes tanto del carnero como del macho cabrio de Daniel 8:1-12. La visión de
Zacarías de las cuatro carrozas tiradas por caballos de varias pelos (6:14) forma la base
del simbolismo de los cuatro primeros sellos (Apoc. 6:1-8) ; y el cuadro radiante que Juan
nos ofrece de la Nueva Jerusalén, los nuevos cielos y la nueva tierra (XXI, XXII) es,
manifiestamente, un duplicado de los capítulos finales de Ezequiel. La diferencia más
notable, quizá, es que Ezequiel tiene una larga y minuciosa descripción del templo y su
servicio (XL-XLIV), mientras que en la visión de Juan no hay templo sino que más bien la
ciudad misma se transforma toda en templo, aún más, en un "santo de los santos", lleno
con la gloria de Dios y del Cordero (Apoc. 21: 3, 22, 23).

Las mencionadas analogías demuestran que no puede darse ninguna


interpretación conveniente de ninguna de estas profecías similares sin hacer un buen
análisis y cuidadosa comparación de todas. No hemos de suponer, sin embargo, que
porque un profeta emplee las mismas imágenes que otro necesariamente debe estar
refiriéndose al mismo asunto que él. Los dos olivos de Apoc. 11:4 no son,
necesariamente, los mismos que los de Zac. 4:3-14. Las bestias del Apocalipsis de Juan
no son, necesariamente, idénticas con las de Daniel. La visión de Juan, de nuevos cielos
y nueva tierra y la ciudad de oro, es, indudablemente, una revelación más completa de
Israel redimido que la correspondiente visión de Ezequiel. Pero una de estas visiones no
puede explicarse plenamente sin la otra; y cada una debe ser sujeta a un análisis
minucioso y estudiado desde su propio punto de vista histórico.
Por estas consideraciones se verá también que mientras apreciamos debidamente
las peculiaridades de la profecía, sin embargo, debemos emplear en su interpretación
esencialmente los mismos grandes principios que en la interpretación de otros escritos
antiguos. Primeramente hay que averiguar la posición histórica del profeta; luego el objeto
y plan de su libro; después el trato e intento de sus palabras y símbolos y, finalmente,
debe hacerse una comparación amplia y prolija de los pasajes paralelos.

Es además de primordial importancia que el intérprete de las Santas Escrituras


tenga presentes. las siguientes consideraciones:

1. La profecía del A. Testamento no es más que una parte de la revelación de Dios


en ese Testamento y debe ser estudiada siempre a la luz de toda la dispensación hebrea.
También debe darse constante énfasis al hecho de que la historia, la ley, el salmo, el
proverbio y la profecía son otras tantas partes de una serie de comunicaciones divinas
dadas en diversas épocas y constituyendo un conjunto orgánico. En la construcción de
todo gran edificio los trozos parciales que se van formando, al verlos solos y a veces
aislados de aquello a que luego deben reunirse, pueden parecer desagradables en su
aspecto y ofensivas al buen gusto pero cuando se estudia su disposición a la luz del plan
del edificio terminado se ve que son partes esenciales al sostén y elegancia del conjunto.
De análoga manera hemos de considerar varias partes de los elementos compuestos de
la revelación del A. Testamento.

2. La profecía trata, principalmente, de personas y sucesos de los tiempos en que


originariamente, fue pronunciada. El profeta era un poder de Dios, un mensajero viviente
a reyes, pueblos y naciones. Declaraba el mensaje de Dios para la época y por eso
hallamos el lenguaje de la profecía del A. Testamento lleno de alusiones a
acontecimientos contemporáneos. De aquí también la necesidad de conocimientos
históricos extensos y exactos a fin de entender y explicar los escritos de los antiguos
videntes.

            3. Los profetas hebreos también hablaron y escribieron profundamente


conscientes de ser oráculos de Jehová, " el Santo de Israel". Estaban impulsados por el
Espíritu Divino y se elevaban sobre el temor al hombre. Y, sin embargo, nunca perdían la
conciencia propia como seres humanos; y las verdades divinas que se les comunicaban
para que las transmitieran a los hombres tomaban forma de acuerdo con las cualidades
mentales y psicológicas de cada profeta individual. De aquí que el intérprete deba notar
las cualidades personales y el estilo característico de cada profeta, lo mismo que el
conjunto orgánico de la literatura profética del A. Testamento.

PROFESÍAS MESIÁNICAS

La profecía mesiánica tiene por su magno objeto el glorioso reinado de Dios entre
los hombres, el consiguiente derrocamiento del mal y la exaltación y bienaventuranza de
un pueblo que le obedece y ama la justicia. Este género de profecía constituye un aspecto
especial de la revelación profética del Antiguo Testamento y aparece bajo dos formas:
primera, una representación impersonal de un futuro reino de poder y de justicia, en el
cual la humanidad alcanza su mayor bien; y, segunda, el anuncio de una persona, el
Ungido, con quien se relaciona todo el triunfo y la gloria. De acuerdo con esto existen
profecías mesiánicas en las que no se menciona la persona de Cristo y otras en las
cuales todo el énfasis se coloca sobre su nombre representándosele como la causa
eficiente de toda la gloria.

La profecía mesiánica debe estudiarse bajo sus dos aspectos, el divino y el


humano. Contemplada como parte del propósito y plan divinos de redención, aparece en
el curso de la historia sagrada como una serie progresiva de revelaciones especiales,
desarrollándose gradualmente en más y más claridad a medida que transcurren los siglos.
La reconocemos en e1 protoevangelio (Gén. 3:15), en las promesas a Abraham, (Gén.
12:3 ; 17:6; 18:18; 22:18) , en las palabras proféticas de Jacob (Gén. 49:10) y en la
promesa de un profeta como Moisés (Deut. 18:15, 18) . Tomó forma más distinta en
conexión con las palabras de Nathan a David (2 Sam. 7:12-16) y después el rey y el reino
de justicia se destacan en los Salmos y los Profetas.

En la interpretación de profecías mesiánicas encontramos dos escuelas de


extremistas. Una insiste en la interpretación literal de casi cada pasaje y, por consiguiente,
tiende, por necesidad lógica, a la enseñanza de una futura restauración temporal de los
judíos a Jerusalén, la reedificación del templo y la renovación del ritual y culto hebreos. El
otro espiritualiza todas las formas de enseñanza profética hasta un punto tal que apenas
permite ninguna verdadera interpretación histórica. A fin de obtener una exposición fiel y
satisfactoria debemos aprender a distinguir, con razonable claridad, entre las formas del
lenguaje y el gran pensamiento predominante entre las imágenes, de la alusión histórica y
metafórica y los contenidos esenciales de una profecía.

Qué parte de una profecía sea mera forma y que parte sea la idea esencial, es
cosa que se verá mejor, mediante una comparación y cotejo de un número de profecías
similares. Esto es tan cierto tratándose de profecías mesiánicas coma tratándose de otras
grandes predicciones. Nuestros principios pueden ser suficientemente ilustrados mediante
la atención que prestemos a las cinco notables profecías mesiánicas que aparecen en los
primeros doce capítulos de Isaías. El orden cronológico de estas y de otras profecías del
hijo de Amoz parece haber sido sometido a cierto orden lógico, como si al editar y arreglar
los varios oráculos estuviese regido por el propósito de exhibir una serie orgánica. En esta
simple serie descubrimos un marcado progreso de pensamiento pasando de lo que al
principio es amplio y relativamente indefinido, a lo que es más específico y personal.

El monte de la casa de Jehová

La primera en el orden es la profecía del monte de la casa de Jehová (Isaías 2:24).


Este pasaje es idéntico a Miqueas 4:1-3, pero si Isaías citó a Miqueas (Gesenius,
Henderson) o Miqueas a Isaías (Vitringa, Lowth), o si ambos citaron a un escritor más
antiguo hoy desconocido (Rosenmüller, Knobel) es cosa que no puede determinarse
positivamente. Hitzig y Ewald creen que ambos profetas lo tomaron de una obra perdida
de Joel; pero esto es pura conjetura. Isaías parece haberlo citado como un texto sobre
qué basar una apelación a la casa de Jacob (comp. 2: 5, 4: 6) anunciando primeramente
el glorioso futuro en las palabras de otro y luego procediendo a demostrar que Judá y
Jerusalén deben ser purificadas con explosiones de juicio, de modo que únicamente un
residuo escogido alcanzará la edad de oro (comp. 4:2-6). Hé aquí el pasaje:

2. Y acontecerá en lo postrero de los tiempos que será confirmado el monte de la


casa de Jehová por cabeza de los montes y será ensalzado sobre los collados y correrán
a él todas las gentes.
3. Y vendrán muchos pueblos y dirán: Venid y subamos al monte de Jehová, a la
casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos y caminaremos por sus sendas.
Porque de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Jehová. 4. Y juzgará entre las
gentes y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado y sus
lanzas en hoces: no alzará espada gente contra gente ni se ensayarán más para la
guerra".

De acuerdo con las reglas ya enunciadas, primeramente debemos tratar de


distinguir lo que es esencial de lo que es meramente cuestión de forma. Aquí, una
interpretación literal envolvería dificultades insuperables, por no decir absurdos. ¿Quién
sostendrá que el Monte de Sión o Moriah ha de ser un día levantado a una elevación
natural mayor que la de todas las montañas de la tierra y que todas las naciones de
hombres tienen, como tales, que ascender a él? ¿O quién insistirá que para que esta
profecía se cumpla verdaderamente las espadas y las lanzas deben, efectiva y
literalmente, convertirse en las herramientas aquí descritas? La verdadera interpretación
debe buscarse mediante una eliminación racional de los pensamientos principales de
entre las formas ideales de sus imágenes. El autor era judío y asociaba las esperanzas
más elevadas de su nación con una glorificación del santo monte del templo de Jehová.
Sin embargo, no debemos espiritualizar todas estas formas judías de concepto y caer en
fantásticas interpretaciones alegóricas de ciertas palabras. En la vestidura misma de sus
pensamientos reconocemos las limitaciones naturales del profeta y hallamos los rastros
del realismo histórico de la religión del A. Testamento.

Examinemos ahora el contenido esencial y los correspondientes pensamientos


proféticos esenciales de este pasaje. Fuera de toda duda, las cuatro ideas principales son
(1) el templo-monte (incluyendo a Sión) ha de ser exaltado sobre toda otra montaña; (2)
Jerusalén será el manantial de la Ley y de la Revelación; (3) allí afluirán las naciones; (4)
la paz universal se realizará por juicios divinos entre las naciones. Estos contenidos
esenciales suministran una predicción clara de cuatro grandes hechos correspondientes
que se cumplen en el origen y propagación del Evangelio de Jesucristo. Puede formularse
así: (1) Jerusalén ocupa una posición histórica, geográfica y religiosa muy conspicua en el
origen y desarrollo del reino de Dios en la tierra; (2) el evangelio es una republicación y
ensanche de la ley y la palabra de Jehová, habiendo salido de Jerusalén en cuanto a
punto de partida geográfico e histórico (comp. Luc. 24:47) ; (3) las naciones reconocerán y
aceptarán las verdades y excelencias de esta revelación nueva y más elevada; (4.) el
resultado final será paz entre las naciones. Con este método de interpretación mostramos
debida consideración al lenguaje y pensamiento del escritor, evitamos caer en los
extremos innaturales del literalismo, no permitimos alegorizaciones fantásticas y
obtenemos un resultado a la vez sencillo, claro, evidente como exposición verdadera y
confirmada por un manifiesto cumplimiento neotestamentario.

El Renuevo de Jehová

La profecía del Renuevo de Jehová en Isaías 4:2-6, es un duplicado de la del


capítulo 2:2-4.. La una abre y la otra cierra la apelación a la casa de Jacob. La una
presenta un cuadro histórico externo, la otra una vista interna de la redención del
verdadero Israel. La una debe compararse con la parábola del grano de mostaza, la otra,
con la de la levadura (Mat. 13:31-33).
“2. En aquel tiempo el Renuevo de Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto
de la tierra (el fruto del país) para grandeza y honra a los librados de Israel; 3. Y
acontecerá que el que quedare en Sión y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado
santo; todos los que en Jerusalén están escritos entre los vivientes; 4. Cuando. el Señor
lavare las inmundicias de las hijas de Sión y limpiase las sangres de Jerusalén de en
medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de discernimiento. 5. Y criará Jehová
sobre toda la morada del monte de Sión y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y
oscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas: porque sobre toda
gloria habrá cobertura. 6. Y habrá sombraje para sombra contra el calor del día, para
acogida y escondedero contra el turbión y contra el aguacero".

Ewald, Cheyne y otros, explican los términos: "El Renuevo de Jehová" y "el fruto
de la tierra" como la riqueza natural, producto de la tierra de Israel; es decir: cosechas
inmensas y gloriosas que serían dadas como bendiciones de Jehová: Esto, realmente,
suministraría un digno cuadro profético de la época mesiánica y podría ser explicado
como las imágenes similares del capítulo 35:1-2. Gesenius, entiende por el renuevo el
residuo escogido, el nuevo crecimiento de Israel después de los juicios con castigos
disciplinarios, pero esto confunde cosas que el escritor sagrado distingue en el contexto
inmediato. Preferimos, con muchos intérpretes entender ese término como designando un
individuo, como en Jer. 23:5; 33:15 y Zac. 3:8; 6:12, donde se emplea la misma palabra.
Este renuevo se representa, a un mismo tiempo, como un brote de Jehová y un producto
de la tierra de Israel, una indicación bastante obscura pero muy sugestiva del Cristo que
es, a la vez, divino y humano.

Los elementos esenciales de esta profecía pueden presentarse en cuatro


proporciones: (1) Las inmundicias y crímenes del pueblo judío deben extirparse mediante
llamaradas e incendios de juicios (2) sobrevivirá un residuo, conocido como santo y
anotado para vida; (3) este residuo gozará del cuidado y protección dios tan ciertamente
como los gozaron los escogidos de Dios en la época del éxodo de Egipto; (4.) toda esta
honra, gloria, majestad y belleza serán producidas o, en alguna forma, estarán
íntimamente asociadas con una persona o un poder notable, al que se designa con el
título de "el Renuevo de Jehová". No debemos insistir acerca de la personalidad de este
renuevo porque no ocupa lugar prominente en la profecía, como tampoco debemos
empajar la doble alusión del ver. 2 cómo texto-probatorio dogmático de la doble
naturaleza del Mesías. De modo, pues, que se ve que el pasaje íntegro es una notable
profecía del juicio, redención y glorificación de Israel.

Emmanuel

La profecía acerca de Emmanuel, en Isaías 7:14-16, es, probablemente, la más


difícil y enigmática de todas las profecías. En parte se debe esto al hecho de que varias
expresiones de ella son capaces de más de una interpretación. Traducimos este pasaje
en la forma siguiente:

14."Por tanto el Señor mismo os da señal: He aquí que la virgen ha concebido, Y está por
parir un hijo,  Y llamar su nombre Emmanuel.

15. Leche coagulada y miel comerá Hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo
[bueno.
16. Porque antes que el niño sepa Desechar lo malo y escoger lo bueno, Abandonada
será aquella tierra Ante cuyos dos reyes sientes tanto terror".

Los grandes problemas aquí son, ¿quién es la virgen y quién es Emmanuel? Hay
que admitir que la palabra hebrea almah, comúnmente traducida por "virgen", denota una
joven en edad de casarse, sin determinar si es casada o no. Si se quería dar énfasis a la
virginidad de la persona de quien se hablaba, es difícil concebir por qué motivo no se
empleó la palabra bethulah, que, definidamente, significa "virgen". Sin detenernos a
examinar las interpretaciones no-mesiánicas, notemos, primero, la opinión de Ewald y la
de Cheyne, que el profeta esperaba el advenimiento del Mesías dentro de pocos años y
que pronunció este oráculo más para beneficio de sus propios discípulos que para el de
Achaz, quien ya estaba, judicialmente, endurecido. De acuerdo con esto, la virgen sería la
madre del Mesías, pero soltera y, en realidad, desconocida. Sin embargo, esta opinión
que sostiene que la esperanza y la profecía de Isaías no se cumplieron, despoja a la
Escritura de toda significación honrosa y nunca será satisfactoria para los evangélicos
creyentes. Está en desacuerdo con la manera solemne y enfática con que el profeta
emitió la palabra divina. Otros (Junius, Calvino) han sostenido que debe entenderse dos
hijos, distintos y que el versículo 14 se refiere al Mesías y el 16 al hijo del profeta
Sear-jasub o a algún otro niño que entonces vivía. Sin embargo, esto envuelve una
violencia sumamente extraordinaria. Semejante cambio de referencia de un niño a otro
habría necesitado una forma más clara de expresión. La interpretación mesiánica más
común sostiene que la profecía fue cumplida, primera y únicamente, por el nacimiento de
Jesús y es así considerada en Mat. 1:2223. Se afirma que la predicción acerca del
abandono de la tierra se cumplió realmente en tiempos de Achaz y que el nacimiento de
Emmanuel fue una señal únicamente en un sentido en que algo que ocurre largo tiempo
después puede ser una señal. Sin embargo, éste es el punto débil en la explicación
mesiánica. Ningún expositor ha conseguido explicar de qué manera un acontecimiento
que había de ocurrir siglos después pudo ser una señal para Achaz ni para nadie que
entonces viviera; ni puede reconciliarse esa teoría con ninguna, creencia sana en la
sagrada veracidad de las profecías. El caso de Moisés, (Ex. 3:12) citado a menudo, de
ninguna manera es paralelo pues Moisés ya había presenciado la señal de la zarza
ardiente y él sacó de Egipto al pueblo y sirvió a Dios en aquel monte poco tiempo después
de aquel en que se le había dado la certidumbre. Pero si Israel hubiese ido al Sinaí, por
primera vez, siglos más tarde, no podía haber sido una señal para Moisés. Además, el
lenguaje de Isaías 7:14-16 no puede, sin extrema violencia, explicarse como refiriéndose
a un acontecimiento en un lejano futuro. Nos dice que la virgen está por parir un hijo y que
antes que el niño llegue a la edad de la razón la tierra de Siria y de Efraín, (comp. vs. 4-9)
ante cuyos dos reyes temblaba Achaz, sería abandonada.

Suponer, frente a esta declaración que la tierra fue, efectivamente, abandonada


dentro del tiempo especificado pero que el niño no nació hasta siete siglos después, es
cosa excesivamente extraordinaria, por no decir absurda.

Queda, pues, que entendemos la profecía haber sido realmente cumplida en


tiempos de Achaz y de Isaías, por el nacimiento de un niño que fue tipo del Mesías. Esto
no envuelve la doctrina de un doble sentido en las Escrituras. El lenguaje no tiene
significado doble u oculto. Su aplicación á Cristo en Mateo 1:23 tiene que explicarse
típicamente, tal como explicamos el pasaje citado de Oseas, en Mateo 2:15. La
explicación más sencilla es la que identifica a la virgen con la joven esposa del profeta, a
la que en el capítulo 8: 3, se titula "la profetisa y el niño” Emmanuel no es otro que
Maher-salal-hash-baz, cuyo nombre y nacimiento fueron declarados con tanta solemnidad
(8:1-3). Entendemos este último como sólo otro nombre simbólico del niño Emmanuel,
porque la misma gran señal va a ser, a un tiempo mismo, una prueba de que DIOS ESTA
con su pueblo y de que también SE APRESURA AL DESPOJO de los dos reinos que
tanto temía Achaz. En menos de tres años, a cantar desde el comienzo del reinado de
Achaz, Tiglath-pileser, rey de Asiría, quebrantó el poder de Damasco y saqueó las ciu-
dades de Efraín, según la descripción de 2 Rey. 15:29; 16:9. El lenguaje de Isaías 84,
comparado con Isaías 7: 16, confirma esta interpretación porque demuestra que la señal
significativa de que el niño Emmanuel habría de ser de la casa de David, debía cumplirse
también en Maher-salal-hash-baz; esto vuelve a confirmarse, incidentalmente, por la
repetición que hallamos en Isaías 8:8 y 10, del nombre Emmanuel. Puede, además,
demostrarse que todo el pasaje, comenzando con Isaías 6:1 y terminando con 9:7, es un
Apocalipsis de nombres simbólicos en el que figuran los hijos del profeta como "señales y
prodigios en Israel" (Isaías 8:18). Las dificultades que algunos han hallado en este pasaje,
debido al cambio de nombres y apelativos, desaparecen cuando vemos que el profeta, en
el cap. 8:1-4, siguiendo la manera de las repeticiones apocalípticas, presenta la revelación
Emmanuelista del cap. 7:14-16 desde otro punto de vista y en conexión con otro nombre
simbólico.

El rey Galileo

El pasaje apocalíptico que comienza con Isaías 6:1, concluye magníficamente con
una profecía acerca del Príncipe de Yaz destinado a reinar para siempre ( Isaías 9:1-7 ).
En contraste con la tristeza y la angustia que, con seguridad, sobrecogerían a los que
deseaban "la ley y el testimonio" de la revelación divina ( 8:20 ) y se volvían a los oráculos
paganos, se describe la luz y el gozo del verdadero Israel. Traducimos en la siguiente
forma:

"1. Pero no será tristeza a la que estuvo en apretaras.

Como en tiempo anterior despreció la tierra de Zabulón y Neftalí,

La última honra el camino del mar más allá del Jordán.

El círculo de las naciones.

2. El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz,

Morando en tierra de sombra de muerte, luz les resplandeció.

3. Has aumentado la nación y magnificado su gozo,

e han regocijado delante de ti como gozo en tiempo de siega,

4•. Así como se gozan cuando reparten despojos.

Parque el yugo de su carga y la vara de su hombro,

El cetro de su opresor has roto como el día de Madían.


5. Porque el calzado del guerrero en la refriega y la vestidura revolcada en sangre,

Aun ello será para quema, pábulo del fuego.

6. Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado,

Y el principado sobre su hombro,

Y llamaráse su nombre Pele-yo'ets'-el-gibbor-abi-adsar-shalom (1).

7. Grande el dominio y sin final la paz

Sobre el trono de David y sobre su reino,-

Para confirmarlo y fortalecerlo en justicia y juicio, Desde aquí a toda eternidad.

El celo de Jehová de los ejércitos realizará esto.

En este pasaje, el ojo del profeta se extiende mucho más allá de su época y
contempla el futuro mesiánico como un triunfo perfecto. Los contenidos esenciales pue-
den establecerse en siete proposiciones: (1) La región galilea, antiguamente despreciada,
en los postreros tiempos será grandemente honrada (Comp. Mat. 4:14-16); (2) el pueblo
que anteriormente se hallaba en tinieblas verá gran luz; (3) la nación prosperará y tendrá
gozo; (4) el yugo de su opresión será sacudido tan triunfalmente como cuando Gedeón
derrotó a Madian; las vestiduras militares no harán más falta, sirviendo únicamente para el
fuego; (6) se anuncia al Mesías como ya nacido y llevando un nombre de múltiple
significación; (7) él está destinado a reinar como sobre el trono de David, en justicia, para
siempre. Aquí observamos la manera cómo, tanto el reino como la persona del Mesías, se
destacan y el expositor cristiano no halla dificultad en demostrar que la profecía se cumple
maravillosamente en el nacimiento de Jesucristo, así como su entronización para reinar
hasta que haya hollado a todos sus enemigos. (1 Cor .15:25).

(1) La consecuencia en la traducción y en la interpretación exige que este nombre


simbólico se conserve en su idioma original, como se ha conservado el de Emmanuel y el
de Maher salal-hash-baz. El intérprete tiene que demostrar que así como el primero
significa "Dios con nosotros" y el segundo "Apresura a la presa", así este tercero significa:
"Admirable, consejero, Dios héroe, padre eterno, príncipe de paz".

El brote de Isaí y el éxodo final

La profecía y el cántico mesiánicos que ocupan los capítulos XI y XII de Isaías son
demasiado largas para reproducirlos aquí. Sólo tenemos espacio para una declaración de
los principales ideales mesiánicos que forman los pensamientos proféticos esenciales de
todo el pasaje. (1) El Mesías es un brote del tronco de Isaí; (2) está dotado del espíritu
sabio y santo de Jehová; (3) es un juez recto y santo; (4) ha de efectuar una paz universal
como la del Edén; (5) tal paz estará acompañada de un conocimiento universal de
Jehová; (6) las naciones y pueblos buscarán su glorioso reposo; (7) el resultado envolverá
una redención más gloriosa que la del éxodo de Egipto; (8) el pueblo redimido triunfará
sobre sus enemigos; (9) toda antigua rivalidad y disputa de tribu cesarán; (10) el cántico
en el capítulo XII es una oda mesiánica ideal, de triunfo, con el designio de que sea
análoga naturalmente, limitado por su posición histórica y los a la que Israel cantó a orillas
del mar egipcio después de su liberación (Éxodo 15:1-19) y también debe comparárseles
con el cántico de Moisés y del Cordero en el mar de vidrio (Apoc. 15:2-3).

El estudiante de las profecías no dejará de notar cuán extensamente este último


de los cinco oráculos que acabamos de citar corresponde con el primero (en el cap. 2: 24)
y es una elaboración más completa de sus principales ideales. También ha de observarse
que estas cinco profecías mesiánicas, tal como están arregladas aquí, forman una serie
progresiva, comenzando con la relativamente indefinida, bien que comprensiva, de la
exaltación de la montaña templo y terminando con este cuadro completo y refulgente de
redención a realizarse en el reinado eterno del Hijo de David. Esta estructura orgánica de
profecía mesiánica puede exhibirse en una escala amplia mediante un cotejo y
comparación de todos los oráculos del A. Testamento pertenecientes a esta clase.

Las profecías mesiánicas parecen, con frecuencia, haber sido sugeridas por los
males y desalientos de las épocas en que se pronunciaron y haber, por decirlo así, volado
por encima de los males que el profeta veía a su alrededor e idealizado una futura edad
de oro, en la que todos esos males quedarían abolidos. Por consiguiente, al describir el
futuro mesiánico, cada profeta se hallaba, grandes acontecimientos de su época daban
tono y colorido a su lenguaje. De esta manera Isaías, en los capítulos VII-XII, parece
conectar la glorificación de Israel con la caída de Asiria, como si aquella fuese a seguir
inmediatamente después de la próxima gran catástrofe política y conmoción entre las
naciones. Así vemos que "el día del Señor" está cerca en las visiones del profeta, y de
entre sus tinieblas y terrores amanece el reinado triunfante del Príncipe de Paz, cuyo
reino es perenne.

Notamos, asimismo, cómo la profecía se apropia los hechos y formas de la historia


y conceptos teocráticos y los hace servir al propósito de la alusión metafórica. El Mesías
-mismo es un renuevo, un brote, una insignia, un príncipe, gobernador, rey, juez,
conquistador, sacerdote, profeta, etc., y su dominio está asociado con todo lo que es
grande y noble en el pensamiento judío. En los ejemplos precedentes tenemos la época
del Evangelio predicha bajo las imágenes de la montaña templo exaltada sobre todas las
otras; y a Sión como el punto de partida de una nueva revelación (cap. 2: 24) . Un residuo
escogido ha de ser el núcleo del reino mesiánico (10:22; 11:16) . La restauración final del
verdadero Israel y su bienaventuranza y gloria se presentan bajo las imágenes de los
milagros del éxodo (4:5-6; 11:15-16). Del mismo modo, en otros pasajes similares se
describe la gloria final como una re-creación de Jerusalén y una observancia perfecta de
nuevas lunas y sábados y, en fin, como una nueva tierra y nuevos cielos (Isaías
4.5:17-18; 66:22-23; Comp. Ezeq. XL-XLVIII). También es de notarse que la inmortalidad
y la vida celestial se implican más que se anunciase bien expresamente. Aun al hablar de
nuevos cielos y tierra es un cuadro terrenal y humano el que se traza y conceptos tan
espirituales como el "sacar agua de las fuentes de salud" (Isaías 12:3) están asociados
con el pensamiento de morar en medio de Sión.

Finalmente, puede afirmarse que los elementos formales de las grandes profecías
mesiánicas son de una índole tal como para advertirnos que no hemos de esperar su
cumplimiento literal. Es una tendencia mórbida y aficionada a prodigios la que registra la
historia humana en busca de cumplimientos minuciosos de antiguas predicciones. A1 ver
las exposiciones de algunos escritores, podría uno deducir de ellas que la única esencia,
el único valor real de algunas profecías mesiánicas dependiera del cumplimiento
minucioso de ciertos detalles de sus imágenes que, a lo mejor, son sólo incidentales con
respecto a la gran idea envuelta en la profecía. Así, la entrada del Señor en Jerusalén,
cabalgando humildemente sobre un asno fue, realmente, un cumplimiento de las palabras
de Zacarías 9:9 y así lo declaran los evangelistas (Mat. 21:1-9; Juan 12:12-16). Pero
hallar toda, o la parte principal del intento de la profecía cumplido en ese hecho particular,
es perder la gran lección de las palabras del profeta y del acto simbólico de Cristo. El pa-
saje citado por los evangelistas no es más que una parte incidental del cuadro compuesto
presentado por Zacarías, y de ninguna manera agota su significado, el que, más bien, ha
de hallarse en la encarnación, humildad y triunfo final del Cristo, de las cuales cosas la
entrada a Jerusalén cabalgando un asno no era nada más que un simple símbolo. No el
cumplimiento literal, sino el substancial o esencial de la profecía es lo que debe buscarse.
Es la clase más inferior y de menos importancia, en la profecía, la que entra en
minuciosidad de detalles. Tal fue la de Samuel al predecir a Saúl lo que le ocurriría en su
ida a su casa (1 Sam 10:2-7) y el método empleado por él en esa ocasión se acerca
mucho al de los sortílegos. La profecía mesiánica y la apocalíptica ocupan una posición
mucho más elevada.

APOCALÍPTICOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

"Apocalíptico" es un término teológico de origen moderno en cuanto a su oficio de


designar una clase de escritos proféticos referentes a juicios inminentes o, por lo menos,
futuros, y a la gloria final del reino mesiánico. Según Locke, el apocalíptico bíblico incluye
"la suma total de las revelaciones de las cosas finales del Antiguo y del Nuevo
Testamento". El gran tema de todas estas Escrituras es el santo reino de Dios en su
conflicto con las potencias impías y perseguidoras del mundo conflicto en el cual está
asegurado el triunfo final de la justicia. Por consiguiente, esta forma de profecía puede
incluir tales predicciones mesiánicas como las tratadas en el capítulo anterior pero abarca
un radio más amplio. Exhibiendo una vista del mundo del hombre cual se puede suponer
que tenga quien viva en plano superior al del mundo y conjeturando lo futuro, da énfasis a
la interposición divina en todos los asuntos de los hombres y de las naciones, de allí que
haya tenido una fascinación especial para mentes ansiosas de hallar en la Palabra de
Dios acontecimientos detallados de historia escrita de antemano.

En 1 Cor. 14:6, el apóstol hace distinción entre Apocalipsis y profecía. Uno puede
hablar "con (o por medio de) Apocalipsis, o con ciencia o con profecía o con doctrina". El
"Apocalipsis" ha de entenderse, especialmente, de la revelación celestial, en la recepción
de la cual el hombre es instrumento pasivo; por otra parte, la profecía denota, más bien, la
actividad humana inspirada, la emisión de la verdad de Dios. Dice Auberlen: "En la
profecía, el Espíritu de Dios halla su inmediata expresión en palabras; en el Apocalipsis
desaparece el lenguaje humano por el motivo dado por el apóstol (2 Cor. 12:4.) ; él "oyó
palabras secretas que al hombre no le es lícito decir". Aquí aparece un nuevo elemento
que corresponde al elemento subjetivo del ver, la visión. El ojo del profeta está abierto
para mirar dentro del mundo invisible; tiene trato con ángeles; y al contemplar, así, lo
invisible, contempla, también, el futuro, el que se le aparece como tomando cuerpo en
simbólicas formas plásticas como en un sueño, con la diferencia de que estas imágenes
no son hijas de su propia fantasía sino el producto de revelación divina, adaptándose
esencialmente a nuestro horizonte humano".

Los apocalípticos bíblicos comprenden aquella serie completa de revelaciones


divinas que armonizan con la idea de un Apocalipsis divino como el definido más arriba.
Por consiguiente, su objeto es muy extenso. Desde el período más primitivo en que Dios
se revelase a sí mismo al hombre, las manifestaciones apocalípticas de los propósitos
divinos de justo juicio y de gracia abundante sirvieron para alegrar los corazones de los
piadosos y para consolarles en los días de prueba. Se les comunicó en muchas porciones
y bajo múltiples formas y sirvieron con sus visiones impresionantes, para robustecer su fe
en Dios. Se permitió al vidente inspirado mirar por arriba y más allá de los males de su
propia época, contemplar, en el cercano horizonte, el "die cruz" del Señor y describir una
época que se aproximaba, en la cual todos los agravios serían recompensados y la
justicia, la gloria y el gozo serían patrimonio permanente del pueblo de Dios.

Además de su riqueza de tropos y de símbolos, de los que exhiben más que


cualquier otra clase de escritos, las profecías apocalípticas son notables por la gran
elaboración de su artístico arreglo y toques finales. Aparece constantemente la doble
visión de juicio y de salvación; y las divisiones y subdivisiones naturales de los principales
Apocalipsis; frecuentemente caen en cuatros y en sietes. El doble cuadro de juicio y de
gloria se ve en los dos símbolos que fueron colocados en la puerta del Edén (Gen 3:240.
La espada flamígera representaba la justicia divina que exige el castigo del pecado; y los
querubines, símbolos de perdurable vida edénica, comunicaban al hombre caído la
bendita esperanza de un paraíso restaurado. Las comunicaciones de Dios a Noé y a
Abraham son una serie de revelaciones de juicio y de amor. Partes considerables de
Isaías, Amos, Ezequiel, Daniel y Zacarías están vaciadas en forma apocalíptica. Quizá el
libro de Joel sea el libro completo más antiguo de este carácter, y sus dos divisiones
principales están consagradas, respectivamente, a juicios inminentes y a la gloria de
Jehová. Otra cosa que se nota es que los escritores sucesivos se apropian con toda
libertad, tanto el lenguaje como los símbolos de sus predecesores y los modifican o
alteran para adaptarlos a la revelación especial que cada uno quiere hacer conocer.
Isaías imita algunos pasajes de Joel; Ezequiel saca de los dos; Zacarías hace mucho uso
de Daniel y Ezequiel, y apenas hay una figura o símbolo usado en el Apocalipsis de Juan
que no esté apropiada de los libros del A. Testamento.

Los principios hermenéuticos a observarse en la interpretación de apocalípticos son, en lo


esencial, los mismos que aplicamos a toda profecía predictiva. Pero, probablemente, a
ninguna regla o exhortación debemos dar mayor énfasis que a la de que el estudiante
preste gran consideración a los elementos de mera forma, a que antes nos hemos
referido, y aprenda a distinguirlos de los grandes pensamientos o verdades que mediante
esos elementos se expresan. El confundir lo substancial con la mera forma, demasiado a
menudo ha sobrecargado a la Revelación Divina con una carga que nunca fue dispuesto
que llevara; y el hábito de hacer tal cosa, con toda seguridad, correrá tal velo sobre la
mente que impedirá su comprensión correcta de importantes partes, tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento (Comp. 2 Cor. 3:14). Los grandes Apocalipsis deben
compararse unos con otros, notarse bien sus elementos de forma y familiarizar la mente
con sus métodos de enunciación de grandes juicios y grandes triunfos. Estos principios
sólo podemos ilustrarlos mediante una aplicación prolija de los mismos a tales libros y
parte de libros que puedan servir al propósito de ejemplos. En consecuencia, procedemos
a examinar en este capítulo la estructura y propósito de varias de las más importantes
porciones apocalípticas del Antiguo Testamento, reservando para un capítulo aparte el
gran Apocalipsis del Nuevo Testamento.

La revelación de Joel
Comenzamos por dirigir la atención a la forma y método apocalípticos del libro de
Joel. Su profecía está arreglada en dos divisiones principales. La primera parte consiste
en una doble revelación de juicio, estando cada revelación acompañada por palabras de
consejo y promesa divinos (cap. 1:1 a 2:27); la segunda parte cubre, nuevamente, una
porción del mismo campo pero delinea más claramente las bendiciones y triunfos que
acompañarán al día de Jehová (cap. 2:28 a 3:21). A estas dos partes puede llamárseles,
con toda propiedad: (1) Juicios inminentes de Jehová; (2) Advenimiento, trunfo y gloria de
Jehová. La primera puede, nuevamente, dividirse en cuatro secciones, y la segunda en
tres, de la manera siguiente:

1. Capítulo 1:1-12. A la manera de Moisés en Ex 10:1-6, se comisiona a Joel para


anunciar una cuádruple plaga de langostas. Lo que una manga deja tras sí, la que le
sigue la devora (v. 4) hasta que toda vegetación se destruye y el país entero está de
duelo. Este cuádruple azote, como principio de dolores en el inminente día de Jehová,
debe comparársele con los cuatro jinetes en caballos de diversos pelos y los cuatro
cuernos de Zac. 1:8, 18, las cuatro carrozas de guerra, Zac. 6:1-8, las guerras, hambres,
pestilencias y terremotos de Mat. 24:7; Luc. 21:10-11 y los cuatro caballas de Apoc. 6:1-8.
Es, pues, una costumbre de los apocalípticos el representar los juicios primitivos de una
manera cuádruple.

2. Capítulo 1:13-20. A la manera de Josafat, cuando las fuerzas combinadas de


Moab, Ammón y Seir estaban marchando contra él (2 Cron. 20:1-13), el profeta llama a
los sacerdotes a lamentarse y a proclamar ayuno y a reunir al pueblo en solemne
asamblea para que se lamenten por el día terrible que está viniendo de Shaddai, como
una destrucción. Bajo esta división se mencionan incidentalmente otros aspectos de la
calamidad, tales como la aflicción de las bestias, los bueyes y ovejas y las destrucciones
del fuego (vs. 1E-20).

3. Capítulo 2:1-11. En esta sección, el profeta proclama el día de Jehová en


aspectos aún más terribles. Bajo la mezcla de imágenes de tinieblas, fuego devorador,
langostas innumerables, ejércitos que se precipitan (todo lo que está representado por
una plaga de langostas), el cielo y la tierra son sacudidos y el sol, la luna y las estrellas
retiran su luz. Los elementos de forma de este terrible cuadro apocalíptico merecen
especial mención. En toda la literatura del mundo hay pocas descripciones más sublimes
que ésta.

4. Cap. 2:12-27. La segunda descripción del día grande y terrible está, en su turno,
seguida por otro llamado a penitencia, ayuno y oración, y también por la promesa de
liberación y gloriosa recompensa. Así, la doble proclamación de juicio tiene, por cada
anuncio, la correspondiente palabra de consuelo y esperanza. La segunda parte de la
profecía se distingue por las palabras: "Y será que después de esto", una fórmula que,
simplemente, indica un futuro indefinido.

1. Cap. 2:28-32. De acuerdo con la oración de Moisés (Núm. 11:29), Jehová


promete un gran derramamiento de Espíritu sobre todo el pueblo de modo que todos se
harían profetas. Este signo de gracia va seguido por prodigios en el cielo y en la tierra
(signos prodigiosos, como las plagas de Egipto). Léanse atentamente los vs. 30-32.

2. Cap. 3:1-7. El gran día de Jehová introducirá un juicio de todas las naciones
(comp. Mat. 25:31-46). Como los ejércitos combinados de Moab, Ammón y Seir, que
vinieron contra Judá y Jerusalén en tiempos de Josafat, las naciones hostiles serán
conducidas "al valle de Josafat" (vs. 2-12) y recompensadas allí como ellas
recompensaron a Jehová y su pueblo (comp. Mat. 25:41-46 ¡Multitudes, más multitudes
en el valle del juicio! Porque cercano está el día de Jehová En el valle del juicio. (v. 14).
Jehová, que mora en Sión, hará de ese valle, valle de juicio para sus enemigos, como otro
valle de bendiciones para su pueblo (comp. 2 Cron. 20:20-26) .

3. Capítulo 3:18-21. El juicio de las naciones será seguido por una paz y una gloria
perpetuas, como la calma y reposo que Dios calló al reino de Josafat (2 Cron. 20: 30). Las
figuras de grande abundancia, las corrientes de aguas procedentes de la casa de Jehová,
Judá y Jerusalén permaneciendo para siempre y "Jehová morando en Sión", son, en
sustancia, equivalentes a los capítulos finales de Ezequiel y de Juan.

De esta manera éste, el más antiguo de los Apocalipsis, virtualmente asume una
séptuple estructura y repite sus revelaciones en varias formas. Las primeras cuatro
secciones se refieren a un día de Jehová, cercano, un juicio inminente, del cual el azote
de la langosta quizá ya había aparecido como un principio de dolores; las tres últimas
aparecen en el futuro más distante (después los últimos días, Acto. 2:17). Las alusiones
del libro a acontecimientos del reinado de Josafat ha hecho creer a la mayoría dé los
críticos que Joel profetizó muy poco tiempo después de los días de aquel monarca pero,
excepto esas alusiones este antiguo profeta es desconocido. La ausencia de algo que
determine su punto de vista histórico y la importancia de alcances lejanos de sus palabras
hacen de sus oráculos una especie de profecía genérica susceptible de múltiples
aplicaciones.

Las visiones de Ezequiel

Los numerosos paralelos entre el libro de Ezequiel y el Apocalipsis de Juan han


llamado la atención de todos los lectores, pero el número y la extensión de las profecías
de Ezequiel lo conducen sobre un campo más amplio que el de ningún otro vidente
apocalíptico, de modo que combina la visión, la acción simbólico típica, la parábola, la
alegoría y la profecía formal. Dice Keil: "El estilo de representación profética, de Ezequiel,
tiene muchas peculiaridades. En primer lugar, la vestidura de símbolo y alegoría
prevalece en él en un grado mayor que en todos los otros profetas; y su simbolismo y
alegoría no se limitan a bosquejos y cuadros generales, sino que son elaborados hasta en
sus más mínimos detalles, de manera que presentan figuras de sobresaliente y atrevida
realidad y representaciones ideales que producen una impresión de imponente grandeza
y exuberante plenitud".

Las profecías de Ezequiel, como las de Joel, pueden dividirse en dos partes: la
primera (cap. I-XXXII) anunciando los juicios de Jehová sobre Israel y las naciones
paganas; la segunda (cap. XXXIII-XLVIII) anunciando la restauración y la glorificación final
de Israel. Sin embargo, no deja la primera parte de tener misericordiosas palabras de
promesa (11:13-20; 17:22-24) y la segunda contiene el terrible juicio de Dios
(XXXVII-XXXVIII) a la manera del juicio de todas las naciones descrito en la segunda
parte de Joel (3:2-14) . El espacio no nos permite más que hacer notar la sección terminal
de este gran Apocalipsis, comprendida en los capítulos XL-XLVIII y que contiene una
elaborada visión del reino de Dios y es como la reproducción en el A. Testamento de los
nuevos cielos y la nueva tierra descritos en Apoc. XXI y XXII. En visiones de Dios,
Ezequiel es transportado a una montaña muy alta en la tierra de Israel (40:2; Comp. Apoc.
21:10) y ve un nuevo templo, nuevas ordenanzas de culto, un río de aguas de vida, nueva
tierra y nuevas divisiones de tribu y una nueva ciudad, Jeltova-shammah. La minuciosidad
del detalle es característica de Ezequiel y nadie hubiese descrito con tanta naturalidad los
tiempos mesiánicos bajo las imágenes de una Jerusalén glorificada, como un profeta que,
al mismo tiempo, era sacerdote. Desde su punto de vista histórico, como un proscrito a
orillas de los ríos de Babilonia, azotado por la pena al recordar a Sión y la ciudad y templo
en ruinas, y la desolada tierra de Canaán (Comp. Salmo. CXXXVII) ningún ideal de
restauración y de gloria podía ser más atractivo y agradable que el de un templo perfecto,
un servicio continuo, un santo sacerdocio, una ciudad restaurada y una tierra enteramente
ocupada, regada por un río de incesante corriente que transformaría los desiertos en
jardines.

            Se han sostenido tres interpretaciones distintas, de estos capítulos finales de


Ezequiel. (1) La primera considera esta descripción del templo como un modelo del tem-
plo (le Salomón, que fue destruido por los caldeos. Los que sostienen esta opinión,
suponen que el profeta se propuso dar este plan para que sirviera en la reedificación de la
casa de Dios a la vuelta de los judíos de su destierro. (2) Otra clase de intérpretes
sostiene que todo este pasaje es una profecía literal de la restauración final de los judíos.
En la Segunda Venida de Cristo todo Israel será reunido de entre las naciones, se
establecerá en su antigua tierra prometida, reedificará su templo de acuerdo a este
glorioso modelo y habitará en divisiones de tribu, de acuerdo con las declaraciones
literales de esta profecía. (3) A la exposición que ha sido sostenida probablemente por la
mayoría de los teólogos evangélicos puede llamársele la figurada o símbolo típica. La
visión es un cuadro levítico profético de la Iglesia del Nuevo Testamento o reino de Dios.
Su significado general Keil lo presenta en la siguiente forma:

"Las tribus de Israel que reciben a Canaán en posesión perpetua no son el pueblo
judío convertido a Cristo, sino el Israel de Dios, es decir, el pueblo de Dios riel nuevo
pacto, reunido tanto de entre los judíos como de entre los gentiles; y la Canaán que han
de habitar no es la Canaán terrena o la Palestina situada entre el Jordán y el Mar
Mediterráneo, sino la Canaán del Nuevo Testamento, el territorio del reino de Dios cuyos
límites alcanzan de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra. Y el templo
sobre un monte altísimo, en medio de esta Canaán, en el cual está entronizado el Señor,
quien hace correr el río de vida desde su trono por todo su reino de modo que la tierra
produce el árbol de vida con hojas como medicina para los hombres; y el Mar Muerto,
lleno de peces y otras criaturas, es una representación figurada y típica de la graciosa
presencia del Señor en su Iglesia, la que se realiza en el actual período del temprano
desarrollo del reina del cielo, en la forma de la Iglesia Cristiana, de una manera espiritual
e invisible, en la morada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en los corazones de los
creyentes y en una operación espiritual e invisible en la Iglesia, pero que eventualmente
ha de manifestarse cuando nuestro Señor aparezca en la gloria del Padre a trasladar su
Iglesia al reino de la gloria, de manera que veremos al Todopoderoso Dios y al Cordero
con los ojos de nuestro cuerpo glorificado y adoraremos ante su trono".

Esta interpretación simbólica típica reconoce una armonía del método y estilo de
Ezequiel con otras representaciones apocalípticas del reino de los cielos y halla en ello un
poderoso argumento a su favor. Las medidas registradas, el carácter ideal de las
divisiones de tribu y especialmente el río de aguas curativas corriendo desde el umbral del
templo hasta el mar oriental, son dificultades insuperables que obstaculizan cualquiera
interpretación literal de la visión. La moderna idea de los milenarios de un futuro retorno
de los judíos a Palestina y de un restablecimiento del culto de sacrificios del A.
Testamento es cosa opuesta al espíritu todo de la dispensación del Evangelio.

Revelación de Daniel

Todos los intérpretes convienen en que los imperios o potencias mundiales


denotados por las varias partes de la gran imagen, en Daniel 2:31-45 y por las cuatro bes-
tias del mar (Dan VII), son los mismos. La profecía se repite bajo símbolos diversos, pero
la interpretación es una sola. Esta doble revelación, entonces, será de especial valor para
ilustrar los principios Hermenéuticos ya anunciados, pero con ninguna porción de las
Escrituras hace falta andar con mayor discernimiento y cuidado. Estas profecías, en sus
detalles, han sido entendidas de diversas maneras y los exegetas más capaces y eruditos
han diferido mucho en sus explicaciones. Y esto no sólo en detalles de menor cuantía,
sino que hasta el día de hoy prevalece una notable divergencia respecto a tres de los
cuatro de los grandes reinos que ocupan lugar tan notable en las visiones y ensueños
registrados.

Hasta donde sea posible hay que dejar que el profeta se explique a sí mismo, y el
intérprete izo debe esforzarse por hallar en Daniel lo que no contiene, por el prurito de
hacer encajar allí sus ideas sacadas de la historia profana o de pueblos y siglos remotos.
Siendo un hecho demostrado y muy notable el de que la historia profana nada sabe
acerca de Belsazar o de Darío el meda, seamos muy cautelosos en la manera que
consentimos que nuestra interpretación de otras partes de las profecías de Daniel se vean
controladas por tal historia.

Han prevalecido durante largo tiempo tres interpretaciones de la visión de Daniel


de las cuatro potencias mundiales. Según la primera y la más antigua de ellas, el cuarto
reino es el Imperio Romano; otro lo identifica con el dominio entremezclado de los
sucesores de Alejandro; y un tercero lo hace incluir a Alejandro y sus sucesores. Los que
adoptan esta última opinión consideran el dominio meda de Darío en Babilonia (Dan 5:31)
como una dinastía distinta. Los cuatro reinos, según estas varias exposiciones, pueden
verse en el siguiente trazado:

A. 1. Babilónico, 2. Medo persa, 3. Greco macedónico, 4. Romano

B. 1. Babilónico, 2. Medo persa, 3. Alejandro, 4, Suces. De Alejandro

C. 1. Babilónico, 2. Persa, 3. Medo, 4. Greco macedónico          

Cualquiera de estas opiniones bastará para extraer las grandes lecciones éticas y
religiosas de la profecía. Por consiguiente, no se afecta ninguna doctrina cualquiera que
sea la interpretación que se adopte. El asunto en cuestión es puramente de exactitud
exegética y de consecuencia propia: ¿Cuál de las opiniones satisface mejor todas las
condiciones de profeta, lenguaje y símbolo?

Los defensores de la teoría romana han puesto mucho peso sobre tres
consideraciones: (1) Primeramente, arguyen que Roma era demasiado importante para
quedar fuera de la vista en semejante visión de dominio mundial. Dice Keil: "El reino
romano fue la primera monarquía universal en el sentido más amplio. Junto con los tres
primitivos reinos mundiales, las naciones del futuro histórico mundial aún permanecían sin
subyugan". Pero no es posible conceder peso alguno a tales presunciones. No importa en
lo más mínimo cuán grande fuese Roma o cuál sea la importancia del sitio que ocupe en
la historia universal.. La única cuestión que debe afectar al intérprete de Daniel es: "¿Qué
potencias mundiales, grandes o pequeñas, caían dentro del círculo de su visión
profética?" Esa pretensión en favor de Roma está más que contra balanceada por la
consideración de que geográfica y políticamente ese imperio más moderno tenía su
asiento y centro de influencia muy lejos del territorio de los reinos asiáticos, pero el
Imperio Greco macedónico, en todas sus relaciones con Israel y, en realidad, en sus
principales componentes, era una potencia mundial asiática y no europea. Además, el
profeta alude repetidamente a reyes de Grecia (javan) pero nunca menciona a Roma.

(2) Se arguye, además, que el carácter fuerte y terrible del cuarto reino conviene
mejor a Roma. Se nos recuerda que ningún dominio anterior era de tal naturaleza férrea,
despedazándolo todo. Insistimos en lo dicho: el asunto no es si las imágenes convienen a
Roma sino si no pueden también, en forma apropiada, representar algún otro reino. La
descripción de la fuerza férrea y de la violencia indudablemente conviene a Roma pero el
asegurar que las conquistas y dominio de Alejandro y de sus sucesores no "desmenuzó y
quebrantó" (Dan 7:4.0) y no holló con terrible violencia los reinos de muchas naciones, es
manifestar una torpeza asombrosa para leer los hechos de la historia. El poder greco
macedónico quebrantó las antiguas civilizaciones y despedazó y holló los varios
elementos de las monarquías asiáticas más completamente que lo que nunca antes se
hubiese hecho. Roma nunca tuvo semejante triunfo en el Oriente y, en realidad, ningún
gran poder mundial asiático, comparable en magnitud y potencia al de Alejandro, jamás
sucedió al suyo. Si conservamos in mente esta completa derrota y destrucción de las más
antiguas dinastías por Alejandro y luego observamos lo que parece especialmente haber
afectado a Daniel, a saber, la ira y violencia del "cuernito", y notamos cómo, en diversas
formas, este perseguidor duro e implacable, resalta en este libro (caps. VIII y IX) podemos
decir con seguridad que las conquistas de Alejandro el Grande y la furia blasfema de
Antíoco Epifanio, en su violencia contra el pueblo escogido, cumplieron ampliamente las
profecías del cuarto reino.

(3) Preténdese también que la teoría romana está favorecida por la declaración, en
el cap. 2:44, de que el reino de Dios se establecería "en los días de estos reyes", pues se
alega que el Imperio Romano dominaba en Palestina cuando Cristo nació, en tanto que
todas las otras grandes monarquías habían desaparecido. Pero, ¿sobre qué base puede
pretenderse, tranquilamente, que "estos reyes" eran reyes romanos? Si decimos que eran
reyes denotados por los dedos de los pies de la imagen, por cuanto la piedra hirió a la
imagen en los pies (2:34) nos envolvemos en grave confusión. El Cristo apareció cuando
Roma se hallaba en el apogeo de su poder y de su gloria. Fue trescientos años más tarde
que el Imperio se dividió y aún mucho más tarde cuando fue roto en pedazos y hecho
desaparecer. Pero la piedra no hirió las piernas de hierro sino los pies que eran, en parte
de hierro y en parte de barro cocido (2:33-34) ). Cuando, pues, se arguye que el poder
greco macedónico había caído antes que el Cristo naciera, puede, por otra parte,
replicarse con mayor fuerza que un tiempo mucho mayor transcurrió después de la venida
de Cristo antes que el poder romano se rompiera en pedazos.

Evidentemente, pues, no puede alcanzarse ninguna conclusión satisfactoria


mientras nos dejemos dominar por nociones subjetivas acerca del significado de fases
secundarias de los símbolos o por suposiciones acerca de lo que pensamos que el
profeta debió haber visto. Los defensores de la teoría romana están dando énfasis conti-
nuamente al supuesto significado de los dos brazos y dos piernas y diez dedos de los pies
de la imagen, en tanto que todo eso no es más que partes naturales de una imagen
humana, necesarias para completar un bosquejo coherente de la misma. El profeta no les
da énfasis en su exposición y en ninguna parte dice que la imagen tuviera diez dedos en
los pies. Debemos apelar a una vista más íntima del punto de vista histórico del profeta y
de su campo de visión y especialmente debemos estudiar sus visiones a la luz de sus
propias explicaciones y declaraciones históricas, más bien que a la de las narraciones de
los historiadores griegos.

Aplicando principios ya suficientemente acentuados, atendemos primeramente a la


posición histórica de Daniel. En su primera visión, Nabucodonosor estaba reinando con
gran esplendor (Dan 2:37-.38). En la segunda, Belsazar ocupaba el trono de Babilonia
(7:1). Este monarca, desconocido a los historiadores griegos, llena un lugar importante en
el libro de Daniel. Fue muerto en la noche en que Babilonia fue tomada y el reino pasó a
manos de Darío el meda (5:30-31). Sean cuales fueren nuestras ideas, Daniel reconoce a
Darío como el representante de una nueva dinastía sobre el trono de Babilonia (9:1) . El
profeta gozó de una posición elevada en su gobierno (6:2-3) y durante su reinado fue
milagrosamente salvado de las garras de los leones. Darío el meda fue un monarca con
autoridad para lanzar proclamas "a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en
toda la tierra" (6:25). Desde el punto de vista de Daniel, pues, la dominación de los medas
en Babilonia no era cosa tan insignificante como muchos expositores, creyendo más a la
historia profana que a la Biblia, pretenden. Isaías había predicho que Babilonia caería a
manos de los medas (Is. 13:17; 21:2) y Jeremías había repetido la profecía (Jr. 51:11, 28).
Daniel alcanzó a ver pasar el reino a manos de Ciro, el persa, y en el tercer año de su
reinado recibió la minuciosa revelación de los capítulos X y XI respecto; a los reyes de
Persia y de Grecia. Ya en el reino de Belsazar, había recibido revelaciones especiales
acerca de los reyes de Grecia que habían de suceder a los de Media y Persia (8:1-21) .
Pero no se halla en el libro de Daniel mención alguna de ningún poder mundial más
moderno que el de Grecia. La posición profética del capítulo VIII es Susan, centro del
trono del dominio medo-persa, y largo tiempo después que los medas habían dejado de
tener precedencia en el reino. Todas estas cosas, que testifican la posición histórica de
este profeta, deben mantenerse constantemente a la vista.

Habiendo comprendido claramente la posición histórica del escritor, tócanos ahora


tomar las profecías que él mismo, ha explicado claramente y razonar de lo que es claro a
lo que no lo es. En la explicación de la gran imagen (2:36-45) y de las cuatro bestias
(7:17-27), no se menciona por nombre ninguna de las potencias mundiales excepto
Babilonia bajo Nabucodonosor (2:38). Pero la descripción y explicación de la cuarta bestia
(7:17-27) corresponde tan plenamente con las del macho cabrío en el capítulo VIII, que
casi no deja base razonable para dudar de que no sean más que descripciones variadas
de una misma gran potencia mundial; y en el cap. 8:21, se declara que esa potencia es la
griega. En 11:3, se vuelve a ocupar de la potencia griega, exhibiéndose su carácter, en
parte fuerte y en parte quebradizo (Comp. 2:42), junto con las tentativas de los reyes
rivales de fortalecerse mediante matrimonios (Comp. 2:43 y 11:6), y también los conflictos
de estos reyes, especialmente los sobrevenidos entre los Tolomeo y los Seléucidas. En el
versículo 21 se introduce al "vil" (hebr. despreciado o dopreciable) y la descripción que
corre a través del capítulo, de sus engaños y astucias, su violencia y su impiedad
sacrílega, no es más que un cuadro más detallado del rey designado por el cuernito de los
capítulos VII y VIII. Como la repetición de los sueños de José y del faraón tenían por
objeto impresionarles más intensamente y demostrar que las cosas estaban establecidas
por Dios (Gen 41:32), así la repetición de estas visiones proféticas bajo formas e
imágenes distintas servía para reforzar su verdad y certidumbre. Parece no existir motivo
serio para dudar de que el cuernito del capítulo VIII y el vil del cap. 11: 21, indicaban a
Antíoco Epifanio. Ya hemos demostrado en otro capítulo que las razones que
comúnmente se aducen para probar que el cuernito del capítulo VIII denota una persona
distinta de la del cuernito del capítulo VII, son superficiales y frívolas. Se sigue, pues, que
el cuarto reino descrito en 2:40, etc., y 7:23, etc., es el mismo que el reino griego
simbolizado por el macho cabrío en el capítulo VIII. Las repeticiones y variadas
descripciones de este tremendo poder se hallan en perfecto acuerdo con otras analogías
del estilo y estructura de la profecía apocalíptica.

Si la aplicación de nuestros principios ha sido correcta hasta aquí, se sigue ahora


que debemos descubrir los cuatro reinos de Daniel entre Nabucodonosor y Alejandro el
Grande, incluyendo estos dos monarcas. Razonando e investigando desde la posición de
Daniel y a la luz de sus propias interpretaciones, estamos obligados a adoptar la tercera
opinión mencionada más arriba, según la cual los cuatro reinos son, respectivamente, el
babilónico, el meda, el persa y el greco macedónico. No hemos podido hallar más que dos
argumentos reales contra esta opinión, a saber: (1) la suposición de que el dominio meda
de Babilonia era demasiado insignificante para que se le mencionase en tal forma y (2) la
declaración del cap. 8:20, de que el carnero representaba los reyes de Media y Persia. El
primer argumento no debe tener fuerza para con los que permiten a Daniel que se
explique a sí mismo. El reconoce claramente a Darío el meda, como sucesor de Belsazar
al trono de Babilonia (5:31) . Este Darío era "hijo de Asuero, de la nación de los medas"
(9:1) y aunque no reinó más que dos años, ese reino fue, desde la posición del profeta,
tan realmente una nueva potencia mundial en Babilonia como si hubiese reinado
cincuenta años. Fuese cual fuere su relación para con Ciro el persa, él puso ciento veinte
príncipes sobre su reino (6:1) y se atribuyó el derecho de lanzar decretos "a todos los
pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra" (6:25-26). La mayor parte de
los escritores ¡hecho extraño!- parece haber mostrado poca voluntad de conceder a las
declaraciones de Daniel tanto valor como a las de los historiadores griegos, quienes se
muestran sumamente confusos y dan poca satisfacción en sus relatos acerca de Ciro y de
sus relaciones con los medas.

El otro argumento, a saber, que en el cap. 8:20, el carnero de dos cuernos denota "los
reyes de Media y de Persia", se supone muy correctamente que indica que Daniel mismo
reconocía a los medas y persas como constituyendo una monarquía. Pero este
argumento se hace a un lado por el hecho de que la posición del profeta en el capítulo VIII
es Susan, (v. 2) residencia real y capital de la más moderna monarquía medo persa
(Nehem. 1:1; Esther 1:2). La posición de 1.a visión es, manifiestamente, en el último
período del dominio persa y largo tiempo después que el poder de los medas en Babilonia
había dejado de existir. El libro de Esther, escrito durante este período más moderno, usa
la expresión "Persia y Media" (Esther 1:3, 14-, 18, 19) implicando que entonces Persia
tenía la supremacía. Los hechos, pues, según Daniel, son que una potencia mundial
sucedió a la de Babilonia pero que, bajo Ciro el persa, subsecuentemente, perdió su
primitiva precedencia y Media se consolidó enteramente con Persia en el grandioso
imperio conocido en la historia como el medo persa.

Con esta opinión armonizan prontamente todas las profecías de Daniel. Según el
cap. 2:39, el segundo reino era inferior al de Nabucodonosor y en el cap. 7:5, se lo
representa por un oso levantado sobre un lado y con tres costillas entre sus dientes. No
tiene mayor importancia en la explicación dada por el profeta y nada podía simbolizar con
mayor propiedad el dominio medo en Babilonia que la imagen de un oso indolente,
usurpador, y devorando lo que tiene pero sin alcanzar más que a tres costillas, aunque
llamado a voces a "levantarse y tragar mucha carne". Ninguna ingenuidad de los críticos
ha podido jamás hacer encuadrar estas representaciones del segundo reino con los
hechos de la monarquía medo persa. Excepto en esplendor de oro, esta última no era
inferior, en ningún sentido, a la babilónica, pues su dominio era en todo sentido más
amplio y más poderoso. Estaba bien representado por el veloz leopardo con las cuatro
alas y cuatro cabezas que, como el tercer reino de metal, adquirió amplio dominio sobre
toda la tierra (Comp. 2:39 y 7:6), pero no por el indolente oso, medio echado, que
meramente mantiene agarradas y sostiene las tres costillas pero no parece dispuesto a
levantarse y buscar más presa.

Aquellos intérpretes que adoptan la segunda opinión arriba citada y que,


distinguiendo entre Alejandro y sus sucesores, hacen a estos últimos constituir el cuarto
reino, han producido argumentos del mayor peso contra la primera teoría, la romana,
demostrando que cronológica, geográfica y políticamente y en relación con el pueblo
judío, el Imperio Romano está excluido del radio de las profecías de Daniel. Dice Cowles:
"El Imperio Romano no entró en relaciones importantes con los judíos hasta la era
cristiana y nunca turbó en forma efectiva su reposo hasta el año 70 A. D... Roma nunca
fue asiática, nunca fue oriental; nunca, por consiguiente, fue sucesora legítima de los tres
primeros de estos imperios... Roma tenía el asiento dé su poder y las masas de su
población en otra y remota parte del mundo".

Pero esta segunda teoría es incapaz de mostrar ninguna razón suficiente para
dividir el dominio de Alejandro y sus sucesores en dos distintas monarquías. Según toda
analogía e implicación correctas la bestia, con sus diez cuernos y un cuernito del cap. VII,
y el macho cabrío con su gran cuerno y los cuatro subsiguientes y el cuernito que surgió
de uno de éstos, tal como se nos presenta en el capítulo 8:8-9, 21, 23, todos representan
un solo poder mundial. Desde el punto de visión de Daniel éstos no podían ser separados
como el dominio medo en Babilonia estaba separado del caldeo, por un lado y del más
moderno modo persa, por el otro. Sería una indiscutible confusión de símbolos el hacer
que los cuernos de una bestia representen un reino distinto del denotado por la bestia
misma. Los dos cuernos del carnero medo-persa no han de ser entendidos así, porque los
elementos modo y persa están, según el cap. 8:20, simbolizados por todo el cuerpo, no
exclusivamente por los cuernos, del carnero; y la visión del profeta es desde una posición
donde las potencias medo y persa se han consolidado completamente en un imperio. Si
en el cap. 8:8-9 consideramos al macho cabrío y su primer cuerno como denotando una
potencia mundial; y los cuatro cuernos subsiguientes, otra potencia mundial distinta la
analogía exige que también los diez cuernos de la cuarta bestia (7: 7-8, 24) denoten un
reino distinto del de la bestia misma. Además, ¡qué confusión de símbolos se introduciría
en estas visiones paralelas si hacemos que un leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas,
en una visión, (7: 6) corresponda con el de un cuerno de un macho cabrío en otra y la
terrible bestia del cap. 7: 7, -cuernos y todo-, corresponder meramente con los cuernos
del macho cabrío!

Desde todo punto de vista, pues, estamos obligados por nuestros principios
hermenéuticos a sostener aquella opinión de las cuatro bestias simbólicas de Daniel que
las hace representar, respectivamente, la dominación babilónica, la medo, la medo persa
y la griega, del Asia Occidental. Pero el "Anciano de días" (7: 9-12) las trajo a juicio y quitó
su dominio antes de entronizar al Hijo del hombre en su reino perenne. El juicio final está
representado como un gran tribunal, se abren los libros e innumerables millares
responden al llamado del Juez. A la bestia blasfema se la mata, su cuerpo es destruido y
entregado a llamas consumidoras y su dominio es arrancado de ella y consumido por una
destrucción gradual (vs. 10, 11, 26).

La profecía de las setenta semanas (Dan 9:24-27) suministra una notable luz
colateral a las otras revelaciones de este libro. Fue una comunicación especial al profeta
en respuesta a su intercesión por Jerusalén "el santo monte" "tu santuario" "tu cuidad" Y
"tu pueblo" (vs. 16, 17, 19), y por consiguiente, era de presumirse que contuviera alguna
revelación del propósito de Dios respecto a la ciudad y el santuario que, en esa época,
había estado desolado durante unos setenta años.

El lenguaje del ángel es notablemente enigmático y varias de las expresiones


nunca han sido satisfactoriamente explicadas, pero el significado evidente del pasaje,
tomado en conjunto, es que tanto la ciudad como el santuario han de ser reedificados y
sin embargo, finalmente oprimidos por una espantosa desolación. Además, un Príncipe
Mesiánico ha de aparecer y ser cortado y el resultado de todo es una "terminación de la
trasgresión y concluir el pecado y expiar la iniquidad y para traer la justicia perpetua y
sellar la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos". Todo esto concuerda
notablemente con la venida y el reino de Jesucristo, la consumación de la economía del
A. Testamento y la introducción del Nuevo. Las setenta semanas es número simbólico,
concebido como partido en tres porciones de siete, sesenta y dos, y uno (7 + 62+ 1= 70) .
El primer número parece referirse al tiempo de reedificar la ciudad, el segundo al período
que intervendría entre la restauración de la ciudad y el aparecimiento del Mesías; y el
tercero es el último séptuplo decisivo, en medio del cual se confirma un nuevo pacto con
muchos, pero el final del cual es la ruina de la ciudad y el santuario, con desolación
indecible. La labor de los expositores por fijar la fecha exacta de "la salida de la palabra
para restaurar y edificar a Jerusalén" (v. 25) hasta ahora no ha podido alcanzar resultados
dignos de confianza general. La proclama de Ciro (Esdras 1:1-4), el decreto de Artajerjes,
dado a Esdras (7: 11-26) y el dado a Nehemías (Neh. 2: 5-8), todos suministran
suficientemente la "palabra para restaurar y edificar", pero ninguna de ellas cumple la
profecía tan señaladamente como para fundar su derecho a ser la única fecha significada
por el ángel. Poca probabilidad existe de llegar jamás a una interpretación satisfactoria
mientras insistamos en hallar precisión matemática en el uso de cifras simbólicas. Si ni los
setenta nombres del registro de la familia de Jacob han de entenderse con estricta
exactitud, mucho menos los números simbólicos de estas setenta semanas.

La revelación final contenida en Daniel 11:2 a 12:3, es una delineación más


completa de la del capítulo VIII, pero la liberación del pueblo de Dios, en ese lugar,,
incluye una resurrección de entre los muertos y una beatificación celestial. De la manera
como Isaías conectó la glorificación mesiánica de Israel con la caída de Asiria, pasando
por alto acontecimientos interpuestos como si estuviesen ocultos entre dos montañas
elevadas, hacia las cuales se volvía su visión, así Daniel no se preocupa de que otras
cosas seguirían a la caída del gran opresor, pero se le dice que de en medio de indecible
calamidad será libertado su pueblo, "cada uno que sea hallado inscrito en el libro". Con la
venida y el reino del Hijo del hombre, al cual llegaban todas sus visiones, él ve como en
perspectiva todo lo que ese reino asegura para los santos del Altísimo.

De modo que el estudio comparativo de las cinco grandes profecías del libro de
Daniel, revela una armonía de objeto y de líneas generales, una consistencia externa y un
concepto profundo del reino y de la gloria de Dios. Estos hechos no sólo ilustran los
métodos de los apocalípticos sino que también confirman el derecho de este libro a
ocupar un lugar superior entre las revelaciones bíblicas.

EL APOCALÍPSIS DE JUAN

Ninguna parte de la Biblia ha sido objeto de tanta controversia y tan variadas


interpretaciones como el Apocalipsis de Juan. Sin embargo, los principales sistemas de
exposición pueden reducirse a tres, conocidos generalmente con las designaciones de
Preterista, Continuo histórica, y Futurista. Los preteristas sostienen que la mayor parte de
la profecía de este libro se cumplió con la caída de Jerusalén y de la Roma pagana. La
escuela continua histórica halla la mayor parte de estas profecías cumplidas en la historia
del Imperio Romano y de la Europa moderna. Los futuristas sostienen que el libro se
refiere especialmente a acontecimientos que aún están por producirse y que deben
cumplirse literalmente al final del mundo. Toda tentativa de discutir en detalle estos
sistemas y examinar sus numerosos métodos divergentes significaría escribir una obra
voluminosa. Nuestro plan es, sencillamente, buscar la posición histórica del escritor y
rastrear el objeto y plan de su libro a la luz de los principios de hermenéutica ya
presentados. Especialmente hemos de considerar la analogía de las escrituras
apocalípticas y los principios generales del simbolismo bíblico.

El escritor dirige el libro de esta profecía a las iglesias de siete ciudades bien
conocidas en el Asia occidental y declara, explícitamente, en los primeros versículos que
su revelación es acerca de "cosas que deben suceder presto". Al final, (22:12-20) el Alfa y
Omega, quien en persona testifica todas estas cosas y manifiestamente se propone dar
énfasis a la idea de su inminencia, dice:

"He aquí, yo vengo presto". "Ciertamente, vengo en breve". Además, se amonesta


al profeta diciéndole: "No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo
está cerca" (22:10). Por cierto que si las palabras tienen algún significado y los
pensamientos alguna vez son susceptibles de expresarse enfáticamente, en las
expresiones citadas se nos dice que los sucesos esperados eran inminentes, debían
acontecer en un futuro cercano al tiempo en que se escribió el libro. El significado de to-
das estas expresiones concuerda notablemente con la repetida declaración de nuestro
Señor: "No pasará esta generación sin que se cumplan todas estas cosas". Pero cuando
Juan escribió, las cosas esperadas se hallaban mucho más próximas que cuando el
Señor habló en el Monte Olivar.

A la manera de otros Apocalipsis, este libro es divisible en dos partes principales


que pueden designarse como (1) Revelación de Cristo, el Cordero (caps. I-XI) y (2)
Revelación de la Esposa, la Esposa del Cordero (caps. XII-XXII). Estas dos partes, de
acuerdo con el sistema de las visiones repetidas de Daniel, atraviesan el mismo campo de
vista y cada una termina con la caída de una gran ciudad y el establecimiento del reino de
Dios, pero cada una de estas dos partes, a su vez es divisible en secciones menores, la
primera en tres, la segunda en siete, en la forma siguiente:

I. Revelación del Cordero 

1. En las epístolas a la siete iglesias, I-III.

2. Por la apertura de los siete sellos, IV-VII.


3. Por el sonido de las siete trompetas, VIII-XL 

///. Revelación de la Esposa

1. Visión de la mujer y el dragón, XII.

2. Visión de las dos bestias, XIII.

3. Visión del Monte de Sión, XIV.

4. Visión de las siete plagas, XV, XVI.

5. Visión de la Babilonia mística, XVII-XVIII.

6. Visión de Manifestación, Milenio y Juicio, XIX-XX.

7. Visión de la nueva Jerusalén, XXI-XXII.

            Debe observarse que el Apocalipsis de Juan, en su arreglo artificial y sus toques
finales, es la más perfecta de todas las profecías. Su trazado y la correlación de sus
varias partes manifiestan que sus imágenes fueron muy cuidadosamente escogidas; y, sin
embargo, apenas hay en ella una figura o símbolo que no esté tomada del A. Testamento.
Especialmente se ha hecho uso de los libros de Daniel, Ezequiel y Zacarías. Se destaca
el número siete, —siete espíritus, siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete
cabezas, siete ojos, siete cuernos, siete plagas. Los números tres, cuatro, diez y doce,
también se emplean en forma significativa; y donde se usan tan frecuentemente los
números simbólicos, debemos vacilar, al menos, antes de insistir en el significado literal
de ningún número especial. En vista de lo dicho debemos, en la interpretación de este
libro, referirnos constantemente a las profecías análogas del A. Testamento.

Inmediatamente después de la introducción, la salutación y la doxología de los vs.


4-6, se anuncia el gran tema del libro en su verdadero estilo hebraico, lleno de emoción:
"¡He aquí que viene con las nubes y todo ojo le verá y los que le traspasaron; y todos los
linajes de la tierra se lamentarán sobre él" (1:7). Nótese muy particularmente que estas
palabras han sido tomadas, substancialmente, del discurso de nuestro Señor en Mat.
24:30. Las palabras "los que le traspasaron" son de Zacarías 12:10 y, en esta conexión,
deben considerarse no tanto con referencia a los soldados que le enclavaron en la cruz y
atravesaron su costado con la lanza, sino con referencia a los judíos a quienes Pedro
acusó de ese crimen (Act. 2:23, 36; 5:30) y quienes habían clamado: "Su sangre sea
sobre nosotros y sobre nuestros hijos" (Mat. 27:25). A éstos Jesús mismo les había dicho:
"Desde ahora habéis de ver al Hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia y que
viene en las nubes del cielo". (Mat. 26:64).

            Habiendo anunciado su gran tema, el escritor procede a dejar constancia escrita
de su visión del Alfa y la Omega, el primero y el último, —expresión tomada de Isaías
41:4; 44:6; 48:12. La descripción del Hijo del hombre aparece principalmente en el
lenguaje con que Daniel describe al Anciano de días (Dan 7:9) y el Hijo del hombre (10:5-
6), pero también se apropia expresiones de otros profetas (Isaías 11:4; 49:2; Ezeq. 1:26,
28; 43:2). Los siete candeleros nos recuerdan el candelabro de oro de Zacarías, con sus
siete lámparas (Zac. 4:2). El significado de los símbolos es dado por el Señor mismo y el
conjunto forma una conmovedora introducción a las siete epístolas. Estas epístolas,
aunque escritas en una forma muy regular y artificial, están llenas de alusiones
individuales y demuestran que había persecución de los fieles y que se acercaba una
solemne crisis. Las varias características de las siete iglesias pueden ser típicas de fases
variantes de la vida y el carácter eclesiástico de épocas posteriores, pero no obstante eso,
son descripciones claras de hechos que entonces existían. La mención de los nicolaitas
(2:6) el fiel mártir Antipas (2:13) y la perversa profetisa Jezabel (2:20) demuestra que las
epístolas se ocupan de personas y acontecimientos que eran de actualidad cuando
aquellas se escribieron, aunque los nombres usados probablemente son simbólicos. Las
amonestaciones, consejos y estímulos dados a aquellas iglesias corresponden, en
sustancia, con los dados por el Señor a sus discípulos en Mat. XXIV. Los amonestó contra
falsos profetas, les dijo que les sobrevendrían tribulaciones y que algunos sufrirían muerte
y que el amor de muchos se enfriaría, pero que quien perseverase hasta el fin sería salvo.
No hay que suponer que a esta distancia de tiempo podamos sentir la fuerza de las
alusiones personales de estas epístolas tan bien como las sentirían aquellos a quienes
fueron dirigidas originalmente.

            La profecía de los siete sellos se abre con una hermosa visión del trono de Dios
(cap. IV) y sus símbolos son tomados de las correspondientes visiones de Isaías 6:1-4 y
Ez. 1:4-28. Luego aparece a la diestra de Aquél que está sentado en el trono un libro con
cierre sellado con siete sellos (5:1). El León de Judá, la Raíz de David, es el único que
puede abrir ese libro y ese se revela como "un Cordero, como inmolado, que tenía siete
cuernos y siete ojos". Su posición era "en medio del trono" (v. 6). Los ojos y cuernos,
símbolos de la protección de sabiduría y potencia, la apariencia de un cordero matado,
expresiva de todo el misterio de la redención y la posición en el trono (que en el capítulo
22:1, se llama "trono de Dios y del Cordero". (Comp. 3:21) sugerente de autoridad
celestial, —todo tiende a preconizar al Cristo como el gran Revelador de los misterios
divinos. Los cuatro primeros sellos corresponden, virtualmente, a los símbolos de Za-
carías 6:2, 3 y representan dispensaciones de conquistas, derramamientos de sangre,
hambre y grande mortandad. Estos juicios en rápida sucesión y entremezclados,
corresponden notablemente con las predicciones de nuestro Señor acerca de guerras y
rumores de guerras, el caer a filo de espada, las hambres, pestilencias, terrores, días de
venganza y horrores inauditos. Las páginas de Josefo, descriptivas de los horrores sin
paralelo que culminaron en la completa ruma de Jerusalén, suministran amplio comentario
a estos símbolos y a las palabras del Señor.

            El quinto sello es una escena de martirio, —la sangre de almas que claman desde
abajo del altar, donde habían sido muertas por amor a la Palabra de Dios (6:9-10). Esto
corresponde con el anuncio del Señor de que sus adeptos habían de sufrir muerte (Mat.
24:9; Lúc. 21:16). Las vestiduras blancas y el consuelo dado a los mártires responde a la
promesa de Jesús de que en paciencia poseerían sus almas (Lúc. 21:19) y de que
"cualquiera que perdiere la vida por causa mía o del Evangelio, la salvará" (Marcos 8:35).
Pero estas almas sólo esperan durante "un poco de tiempo" (v. 11), de acuerdo con la
declaración de Jesús de que "toda la sangre de mártires derramada desde la época de
Abel sería visitada con venganza sobre aquella generación, aun sobre Jerusalén, la
asesina de profetas (Mat. 23:34-38). Y después, para mostrar cuan prestamente viene la
retribución, como el "luego, después de la aflicción de aquellos días" de Mat. 24:29, se
abre el sexto sello y éste exhibe los horrores del fin (vs. 12-17). No hay para que
detenernos a mostrar de qué manera los símbolos de este sello corresponde con el
lenguaje de Jesús y otros profetas cuando describen el día grande y terrible del Señor.
Pero debe notarse que antes de la realización de este juicio, los escogidos de Dios son
sellados y aparecen dos multitudes, los escogidos de las doce tribus (la iglesia Cristiano-
judaica, —la circuncisión) y una muchedumbre innumerable de todas las naciones y
lenguas (la Iglesia Gentil, —la incircuncisión) que habían lavado sus vestiduras en la
sangre del Cordero (capítulo VID. Esta es la reproducción apocalíptica de las palabras de
Jesús: "Enviará sus ángeles con gran voz de trompeta y juntarán sus escogidos, de los
cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro". (Mat. 24:31).

La apertura del sexto sello nos trajo a la orilla misma del abismo y pensaríamos,
naturalmente, que el séptimo nos introduciría a la consumación final, pero introduce la
visión de las siete trompetas que atraviesa una parte del mismo campo y terriblemente
describe los signos, prodigios y horrores indicados por los símbolos del sexto sello. Estos
ayees de las trompetas entendemos ser una representación muy prolija de las espantosas
vistas y grandes señales del cielo de qué habló Jesús, la abominación de la desolación,
Jerusalén rodeada de ejércitos, "señales en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra
angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las ondas; secándose los
hombres a causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán a la redondez
de la tierra". (Lúc 21:25-26). Por consiguiente, los ayees de las cuatro primeras trompetas
caen, respectivamente, sobre la tierra, el mar, los ríos, las fuentes y las luces del cielo; y
sus imágenes son tomadas del relato de las plagas de Egipto y de otras partes del A.
Testamento. Estas plagas no lo arruinan todo sino que, como los símbolos de Ezequiel,
(Ez. 5:2) cada una destruye un tercio.

Las últimas tres trompetas son señales de peores ayees (8:1.3). Las
atormentadoras langostas del abismo, introducidas por la quinta trompeta, toman la forma
de un ejército en movimiento, a la manera de la descripción de Joel (Joel 2:1-11) y se les
permite atormentar a quienes no tienen el sello de Dios sobre sí. Pueden, apropiada-
mente, denotar los espíritus inmundos de los demonios, a quienes se permitiera
presentarse en esos tiempos de venganza y posesionarse de los hombres y atormentar a
los que se habían entregado a la práctica de toda perversidad. Describiendo la excesiva
impiedad de los líderes judíos, Josefo hace la siguiente observación: "Desde el principio
del mundo, ninguna época engendró una generación más fructífera que ésta, en
iniquidad". "Supongo que si los romanos hubiesen demorado más en venir contra estos
villanos la ciudad, o hubiese sido tragada por la tierra o sepultada bajo avenidas de
aguas, o, si no, destruida por los rayos, como Sodoma; porque había producido una
generación más atea que aquellos que sufrieron tales castigos, pues por su locura fue que
todo el pueblo llegó a ser destruido". (Guerras lib. V) ¿No se ofrecería algún hecho como
éste a la mente del Señor, cuando habló del espíritu inmundo que tomó otros siete peores
que él y volvió y penetró en la casa de donde había sido arrojado? "Así, -dijo él-,
acontecerá a esta generación mala" (Mat. 12:43-45).

La sexta trompeta es la señal para desatar los ejércitos "atados en el gran río
Éufrates" (9:14). Todos los nombres propios de este libro parecen ser simbólicos. Así lo
entendemos de Sodoma y Egipto (11:8), Miguel (12: 7 ), Sión (14:1), Armagedón (16:16 ),
Babilonia (17:5) y la Nueva Jerusalén (21:2). Sería contrario a todas estas analogías el
entender el nombre Éufrates (en 9:14 y 16: 12) en sentido literal. En el cap. 17:1 se
representa la Babilonia mística como sentada sobre muchas aguas y en el v. 15 se
explica que estas aguas simbolizan pueblos, multitudes y naciones y lenguas. ¿Qué cosa
más natural, entonces, explicando este símbolo, que entender lo de los numerosísimos
ejércitos que, a su debido tiempo, vinieron acompañados por su fama de proezas y de
terror, rodearon a la capital judía y estrecharon el sitio furiosamente hasta el terrible fin? El
ejército romano estaba compuesto por soldados de muchas naciones y encuadra
perfectamente con la abominación de desolación de que habló nuestro Señor (Mat. 24:15
y Luc. 21:20).

En este momento solemne de la revelación y cuando, naturalmente, esperaríamos


que sonase la séptima trompeta, hay una pausa y, he aquí "otro ángel fuerte desciende
del cielo, cercado de una nube y el arco celeste (arcoíris) sobre su cabeza; y su rostro era
como el sol y sus pies como columnas de fuego" (10:1). Los atributos de este ángel y su
correspondencia con la sublime descripción del Hijo del hombre, en el cap. 1:13-16, le
señalan como nadie menos que el Señor mismo, y su voz, semejante a la del león y las
voces acompañantes del los siete truenos, traen a la mente las palabras proféticas de
Pablo "el mismo Señor, con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo" (1 Tesal. 4:16). Este no es sino "el Hijo del hombre viniendo en las
nubes del cielo con poder y gran gloria", como él mismo profetizó que acontecería en
aquella generación (Mat. 24:30-34). Su gloriosa aparición parece como un preludio al
sonido de la última trompeta, pero la dilación no tiene por objeto diferir la catástrofe sino
para dar una oportunidad de decir que con la voz del séptimo ángel se consumiría el
misterio de Dios (vs. 6-7). También el profeta toma un libro de manos del ángel que le
hablaba y lo come (vs. 8-11) a la manera de Ezequiel (2: 9; 3: 3 ) y se le dice que tiene
que profetizar a "muchos pueblos y gentes y lenguas y reyes"; pues Juan sobrevivió a
aquella terrible catástrofe y vivió mucho tiempo después para hacer conocer el testimonio
de Dios. Fue algo más que una sugestión aquello de que este discípulo quedase hasta la
venida del Señor (Comp. Juan 21: 24) (¿No cae en cierta confusión nuestro autor al hacer
de una visión apocalíptica, que es esencialmente de carácter profético, el cumplimiento de
otra profecía? ¿Acaso Jesús profetizó, en Mat. 24:30-3, que sólo Juan habría de verle
"viniendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria"? ¿Cómo pudo la profecía citada,
de Pablo a los tesalonicenses, cumplirse en una visión concedida a Juan? ¿Y de qué
consuelo podría ser para los enlutados tesalonicenses la promesa de una aparición
visionaria, subjetiva, de Cristo a Juan? La referencia a Juan 21:22-24, es, también, algo
rebuscada, pues Juan mismo dice que Jesús no hizo tal promesa de que él quedaría
hasta que el Señor volviese. Parece que aquellas palabras del Señor no fueron más que
una simple censura a la impertinente curiosidad de Pedro. El hecho de que un hombre de
1a piedad y erudición del Dr. Terry, al tratar del Apocalipsis, se aparte tanto de la senda
sencilla y directa de la interpretación prudente y espiritual, debe servirnos a todos como
una amonestación contra interpretaciones dogmáticas del libro del Apocalipsis, tan
maravilloso y, a la vez, tan confuso. -Arturo F. Wesley.)

La medición del templo, el altar y los adoradores (11:1) y lo de hollar la ciudad


durante cuarenta y dos meses (tres años y medio; tiempo, tiempos y la mitad de un
tiempo), significa que la totalidad será entregada a la desolación. Esto, nuevamente
notemos, corresponde con las palabras de nuestro Señor: "Jerusalén será hollada por los
gentiles hasta que los tiempos de los gentiles sean cumplidos". (Luc. 21:24). Juzgando
por la analogía del lenguaje de Daniel. "los tiempos de los gentiles" (Kairoi, Comp. Luc.
21:24, con la Septuaginta y Theodotion de Dan 7:25;12: 7) son el "tiempo, tiempos y mitad
de un tiempo", durante los cuales el sitio aniquilador había de continuar y la ciudad ser
hollada afuera y adentro. Durante un período correspondiente profetizan los dos testigos.
Estos, quizá, sean mejor comprendidos como una descripción' simbólica de los mártires
que perecieron por la persecución judaica, imaginados aquí como dos testigos (Comp.
Deut. 17:6; 19:15; Mat. 18:16; 2 Cor. 13:1) garantizados por tales señales como los que
demostraron que Moisés y Elías eran verdaderos profetas, pero pereciendo en la ciudad
donde también su Señor fue crucificado después de haber realizado milagros "hoy y
mañana y pasado mañana" y haber declarado no ser posible que un profeta muriese
afuera de Jerusalén (Luc. 13:33).

Con esta revelación, que forma un episodio entre la sexta trompeta y la séptima,
estamos más plenamente preparados para sentir la tremenda significación de la última
trompeta. En esa hora interminable de la sexta trompeta, pausa espantosa precediendo a
la catástrofe final-, "hubo un gran terremoto y cayó la décima parte de la ciudad". No sería
difícil citar de las páginas de Josefo un cumplimiento casi literal de estas palabras. Las
imágenes aluden a la caída de Jericó señalada por trompetas. Enseguida y "presto"
(11:14) suena la última trompeta y grandes voces en el cielo dicen: "Los reinos del mundo
han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo y reinará para siempre jamás" (v. 15).
Terminó el ciclo antiguo; ha comenzado el nuevo y las huestes celestiales entonan un
cántico triunfal. La sangre de las almas que clamaban desde abajo del altar ha sido ven-
gada (6:10) y aquellos profetas y santos reciben su galardón (11:18). Desaparece el
antiguo templo y el templo de Dios, que se halla en el cielo, se abre, viéndose dentro de él
el arca del pacto (v. 19), ¡tanto tiempo perdida! en adelante accesible a todos los lavados
en la sangre del Cordero.

La segunda parte del Apocalipsis (caps. XII-XXII) no es una continuación


cronológica de la primera sino que recorre, nuevamente, el campo de ésta. Las dos partes
se relacionan entre sí, algo así como acontece con el ensueño acerca de la gran imagen y
la visión de las cuatro bestias, en el libro de Daniel. Cubren el mismo campo de visión
pero contemplan las cosas bajo distintos aspectos. La parte primera exhibe la terrible
venganza del Cordero sobre sus enemigos, como contemplando todo con la idea de aquel
rey descrito en Mat. 22:7. La parte segunda presenta un vívido bosquejo de la Iglesia en
lucha, pasando por su primera crisis y elevándose a la gloria al través de la persecución y
del peligro. Las mismas grandes luchas y la misma espantosa catástrofe aparecen en
cada una de las dos partes, aunque bajo distintos símbolos.

Por la mujer, en el cap. 12:1, entendemos la iglesia apostólica; el hijo varón (v.5)
representa a sus hijos, los adherentes. y fieles adeptos del Evangelio. Las imágenes se
han tomado de Isaías 66:7-8. Estos son los hijos de "la Jerusalén de arriba", a la cual
Pablo titula "madre de todos nosotros" (Gal 4:26). La declaración de que este niño había
de regir a las naciones con vara de hierro y ser arrebatado al trono de Dios, ha inducido a
muchos a suponer que representa a Cristo, pero el lenguaje de la promesa a la iglesia de
Tiatira (Apoc. 2:27) y la visión de los mártires que viven y reinan con Cristo mil años
(20:4-6) demuestran que los fieles mártires de Cristo, cuya sangre fue la semilla de lo.
Iglesia, están asociados a él en la autoridad y administración de su gobierno mesiánico. El
dragón es la antigua Serpiente, el Diablo, y lo de estar listo para devorar al niño tan pronto
como naciese es una imagen tomada de la conducta de Faraón para con los varoncitos
de Israel (Ex 1:16). Miguel y sus ángeles no son más que nombres simbólicos de Cristo y
sus apóstoles. La guerra en el cielo tenía lugar en el mismo elemento en que apareció la
mujer y el acto de arrojar fuera los demonios, ejecutado por Cristo y sus apóstoles, fue la
realidad hacia la cual estos símbolos señalaban (Comp. Luc. 10:18; Juan 12:31) . Los
conflictos espirituales del cristiano son de análogo carácter. (Comp. Efes. 6:12). La huída
de la mujer al desierto fue el esparcimiento de la Iglesia a causa de las amargas
persecuciones (Comp. Act. 8:1) pero especialmente aquella huída de Judea que el Señor
había autorizado cuando sus discípulos viesen las señales del fin (Mat. 24:16; Luc. 21:21).
Derribado de los lugares celestiales, el dragón se paró sobre la arena del mar y
luego revelose en una fiera la cual se ve subir del mar (13:1) y que combinan en sí los
aspectos de leopardo, de oso y de león, las primeras tres bestias de la visión de Daniel
(Dan 7:4-6) y el poder que da el dragón, le comunica toda la malignidad, blasfemia y
violencia perseguidora que caracterizó a la cuarta bestia de Daniel, a la aparición del
cuernito. Entendemos que esta bestia es el Imperio Romano, especialmente como
representado por Nerón, bajo el cual comenzó la guerra judía y por quien la simiente de la
mujer, los santos (Comp. 12:17 y 13:7) fueron terriblemente perseguidos. El fue la
encarnación misma de la maldad, notable revelación del anticristo, y corresponde en todo
aspecto esencial con el hombre de pecado, el hijo de perdición, de quien Pablo escribió a
los tesalonicenses (2 Tes. 2: 3-10) . Al mismo tiempo se ve otra bestia que sube de la
tierra (13:11) teniendo dos cuernos como los de cordero, pero no es más que el satélite, el
"otro yo", y representante de la primera bestia y ejerce su autoridad. Esta segunda bestia
es un símbolo apropiado del gobierno romano en manos de procuradores y si buscamos
el significado de los dos cuernos podemos descubrirlo en los dos procuradores
especialmente distinguidos por su tiranía y opresión, Albinus v Gessius Florus. Es cosa
bien sabida que a los cristianos de este período se les exigió adorar la imagen del
emperador, bajo pena de muerte; y los procuradores eran los agentes del emperador para
poner en vigencia estas medidas. Así, a la segunda bestia, muy apropiadamente se le
llama "el falso profeta" (16:13; 19:20) porque su gran tarea consistía en pervertir los
hombres a una idolatría blasfema. El número místico de la bestia (13:18) estaría,
entonces representado tanto por el griego lateinos, como por el hebreo Káiser Nerón,
letras de valor numérico, en cada caso, del 666) pues la bestia era, a la vez, el reino latino
y su representante y cabeza César Nerón.

La visión del Monte de Sión, en el cap. XIV, es un glorioso contraste a las


precedentes revelaciones del anticristo. Presenta el lado celestial de este período de
persecución y prueba y lo exhibe en siete formas: (1) Primeramente se ve al Cordero en el
Monte de Sión (la Sión celestial) y con él están los millares de su redimido Israel, en gran
gloria (vs. 1-5) . Estos no son otros que la simiente de la mujer que han sido arrebatados
al trono de Dios (12:5) pero a quienes se ve ahora desde otro punto de vista. (2) Luego
sigue la visión del ángel volador, llevando la buena nueva eterna a toda nación (vs. 6 y
7) . Esto se realiza a despecho del dragón y sus agentes. En tanto que el dragón,
manejando las fuerzas del Imperio, trata de aniquilar la Iglesia de Dios, los verdaderos
hijos de la Jerusalén celestial son arrebatados a estar con Cristo en gloria, pero el
Evangelio es aún predicado en todo el mundo, acompañado por amonestaciones y
promesas. Así los santos triunfan "a causa de la sangre del Cordero y a causa de su
testimonio de ellos" (12:11) . (3) Entonces un ángel, como por anticipación, anuncia la
caída de Babilonia la grande (1 4: 8) y es seguido (4.) por otro que amonesta a los
hombres contra el culto a la bestia y a su imagen (vs. 9-12). (5) Después, una voz del
cielo declara bienaventurados a los que mueren en el Señor, de aquí en adelante, (v. 13),
corno si desde esa época tan llena de notables acontecimientos, los muertos en Cristo
entrasen inmediatamente a un reposo que los muertos del ciclo anterior no pudieron
conocer. (6) La sexta escena es la del Hijo del hombre, representado como llevando una
corona de oro, teniendo en la mano una hoz afilada y acompañado por un ángel (vs.
14-16), y con ellos pronto aparece otro ángel con una hoz afilada y la tierra fue segada y
el lagar pisado; fuera de la ciudad derramó ríos de sangre que parecían inundar toda la
tierra. Esto no es más que otra representación de la misma gran catástrofe contemplada
desde otro punto de vista.
La visión de la siete "copas" (en griego: fialas, tazas, vols.) llenas de la ira de Dios,
a las que también se llama las siete últimas plagas (caps. XV-XVI) no es más que otra
simbolización de los siete ayees de las trompetas, de los capítulos VIII-XI, con las cuales
minuciosamente corresponden. La visión duplicada de estos juicios (un juicio de séptuple
furia, com. Dan 3:19) es análoga a otras repeticiones del mismo asunto bajo diferentes
imágenes. Esta doble visión de ira, como el doble ensueño de Faraón, sirvió para mostrar
que éstas eran cosas resueltas por el Altísimo y que pronto habían de acontecer (Gen
41:32).

La visión de Babilonia la grande (caps. XVII-XVIII) es un elaborado cuadro


apocalíptico de la iglesia apóstata del antiguo pacto. La entonces existente Jerusalén, en
servidumbre con sus hijos (Gal 4:25) está representada como una ramera y el lenguaje e
imágenes, en gran parte, están tomados de la alegoría de Ezequiel, de la misma cuidad
(Ez. XVI; comp. XXIV. Comp. Isaías 1: 21). Es contra esa asesina de profetas que Jesús
pronunció las terribles palabras de Mat. 23:34-36. Desde el principio del Imperio Romano
Jerusalén buscó y sostuvo una complicidad pagana con los césares, de modo que,
políticamente, el Imperio se hizo su sostén, del cual dependía. Había constante lucha
entre gobernantes ambiciosos por obtener el así llamado "reino de Judea". Jerusalén era
su principal ciudad y, por lo tanto, es correcto el decir de ella "que tiene reino sobre los
reyes (no de la tierra y no sobre emperadores y monarcas del mundo, sino) del país"
(17:18). Es la misma tierra (ge) las tribus de la cual se lamentan por la venida del Hijo del
hombre (1: 7) . (Comp. Salmo 2:2; Act. 4:27. Josefo. Guerras lib. 114 3: 5) . Por
consiguiente, consideramos que la Babilonia mística es idéntica con la gran ciudad a la
cual en el cap. 11:8, se llama "Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue
crucificado".

La explicación del misterio de la mujer y la bestia, dada en el cap. 17:7-18, ha


llenado de perplejidad a todos los intérpretes. Se nota que es una explicación compuesta
y, evidentemente, se aplica en parte a la mujer y en parte a la bestia que la transporta.
Para su solución el misterio exige "mente que tiene sabiduría" (v. 9) y puede haber tenido
para Juan y sus contemporáneos un significado y fuerza que nosotros, a tanta distancia
en el tiempo, no podemos sentir tan fácilmente. "La bestia que fue y no es, y ha de subir
del abismo e ir a perdición" (v.8) es tina expresión de cautelosa reserva, muy semejante a
la expresión reservada de Pablo acerca del hombre de pecado (2 Tes. 2: 5-7) . A la bestia
con siete cabezas y diez cuernos generalmente se le identifica con la fiera del mar (13:1)
y puede entendérsele por Roma y sus príncipes aliados y tributarios que tomaron parte en
la guerra contra Judea y Jerusalén. La gran ciudad ramera, el santo templo de la cual si
había transformado en mercado y cueva de ladrones (Mat. 21:23; Juan 2:15), fue
sostenida durante cien años por Roma y, al fin, aborrecida y destruida por los mismos
reyes con quienes había mantenido su tráfico pagano. La relación de Jerusalén para con
Roma y sus príncipes tributarios se manifestó claramente en las palabras con que el
pueblo intimidó a Pilatos contra Cristo, diciendo: "Si a éste sueltas, no eres amigo del
césar!... ¡No tenemos más rey que el césar!" (Juan 19:12-1 5).

Pero en tanto que así se bosquejan las relaciones entre Jerusalén y Roma, la
bestia "que fue y no es y vendrá" (parestai, "estará presente", v. 8), puede simbolizar un
misterio más profundo. No es ello una combinación del león, el leopardo y el oso, ni "sube
del mar", como la bestia del cap. 13:1, sino que es "una bestia vestida de escarlata" y
"sube del abismo". ¿No podría, entonces, con más propiedad, considerárselas como una
manifestación especial del "gran dragón bermejo"? (12:3) Las siete cabezas y diez
cuernos del dragón indican asientos de poder y agentes principescos o de la realeza, por
medio de los cuales el real "ángel del abismo" (9:11) realiza sus satánicos propósitos. No
hemos pues menester de mirar a las siete colinas de Roma, o a diez reyes especiales,
para la solución del misterio de la bestia vestida de escarlata. El lenguaje del ángel
intérprete, aun cuando ostenta explicar el misterio es, manifiestamente, enigmático. Así
corno en el cap. 13:18, se pide a quien tenga entendimiento, que "cuente el número de la
bestia", aquí la clave del misterio de las siete cabezas y diez cuernos constituye, en sí
misma, un misterio! "Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se asienta la
mujer" (v. 9). Esto puede, realmente, referirse literalmente a siete montañas, ora de
Jerusalén, ora de Roma, pues ambas ciudades cubrían siete alturas, pero puede, con
igual probabilidad, referirse, enigmáticamente, a múltiples apoyos o alianzas políticas,
considerados como otros tantos asientos de poder o reinos consolidados, a los que se
llama siete, a causa de arreglos pactados. Las palabras que siguen debieran traducirse:
"Y siete reyes hay", no necesariamente como se acostumbra traducirlas "son siete reyes",
es decir, que las montañas representan siete reyes. No nos ha satisfecho ninguna
solución que hayamos visto del enigma de estos siete reyes; y no osaremos añadir una
más a la legión de pretendidas soluciones existentes. Pero sí nos aventuramos a sugerir
que por la bestia "que fue y no es y ha de venir", puede entenderse, primariamente, a
Satanás mismo, bajo sus distintas y sucesivas manifestaciones en la persona de duros
perseguidores de la Iglesia. Fue por la bestia del abismo que fueron muertos los dos
testigos (11:7; Comp. 20:7). Arrojada por la muerte de un perseguidor imperial, se va al
abismo (Comp. Luc. 8: 31) y, enseguida, resurge de él y se apropia de las blasfemias,
fuerzas y diademas del Imperio para guerrear contra el Cordero y sus fieles adeptos.
Como el Elías que había de venir antes del día grande y notable de Jehová (Mal 4:5),
apareció en la persona de Juan el Bautista (Mat. 11:14) y fue llamado así porque
representaba el espíritu y poder de Elías (Luc. 1:17), así la bestia "que era y no es, es
también el octavo, y es de los siete (del mismo espíritu y poder) y va a perdición" (v. 11).
No es imposible que el rumor muy extendido de que Nerón había de aparecer de nuevo,
surgiese de un mal entendimiento de este enigma, en la misma forma en que algunos
intérpretes modernos aún insisten (véase Alford, sobre Mat. 11:14.) que el Elías real, aún
ha de venir literalmente. Los primitivos milenarios (kiliastés), como sus modernos adeptos,
insistían frecuentemente en la interpretación literal aun de los enigmas.

La caída de Babilonia la grande se halla descrita en vivos colores en los caps. 18:1
a 19:10 y el lenguaje e imágenes son tomados, casi por entero, de los cuadros proféticos
del A. Testamento acera de la caída de la antigua Babilonia y Tiro. La visión es cuádruple:
(1) Primeramente, un ángel proclama la terrible ruina (18:1-3) . Repite las palabras ya
empleadas en el cap. 14:8 pero que fueron usadas, antiguamente, por Isaías (21:9) y
Jeremías (51:8) al predecir la ruina de la capital caldea. (2) Luego oyose otra voz celestial
semejante a las palabras de Jesús en Mat. 24:16 y como la palabra profética que largo
tiempo antes había llamado al pueblo escogido a "huir de en medio de Babilonia y librar
cada uno su alma" (Jer. 51:6; Comp. 50:8; Isaías 48:20; Zac. 2:6-7) y esta llamada va
seguida de una dolorosa endecha por la suerte de la gran ciudad (18:4-20) . Este oráculo
de destrucción debe compararse atentamente con el de Isaías y Jeremías sobre la
antigua Babilonia (Isaías 13:19-22; Jer. L y LI) y con la de Ezequiel acerca de la caída de
Tiro (Ez. XXVI-XXVIII). (3) La violencia de la catástrofe está ilustrada, además, por el
símbolo de un ángel poderoso arrojando una enorme piedra al mar y la consecuente
cesación de toda su anterior actividad y ruido (18: 21-24). (4) Después de estas cosas se
oye en los cielos un himno de victoria, notable contraste con la voz de los arpistas y
cantores de la caída Babilonia, y se advierte a todos los siervos de Dios que se preparen
para la cena de las bodas del Cordero.
A la caída de la gran Babilonia sigue una séptuple visión de la venida y reino de
Cristo (caps. 19:11 a 21:8). Así como Mateo 2:29, "inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días" aparece en el cielo la señal del hombre, así, también,
inmediatamente después de los horrores de la ciudad llena de dolores, el vidente de
Patmos contempla el cielo abierto y al Rey de reyes y Señor de señores que viene a
juzgar las naciones y vengar a sus escogidos. Este gran cuadro apocalíptico contiene: (1)
La manifestación (parousia) del Hijo del hombre en su gloria (19:11-1(i) . (2) La
destrucción de la bestia y del falso profeta con todas sus fuerzas de impiedad (vs. 17-21).
Esta derrota está delineada en notable armonía con la del inicuo, en 2 Tesal. 2:8, "al cual
el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida"; y
los agentes bestiales de Satanás, como los de las visiones de Daniel (Dan 7:11) son
entregados a las llamas. (3) A la destrucción de estas bestias, a las cuales el dragón dio
su poder y autoridad (cap. 13:2, 11, 12), sigue, muy apropiadamente, el encadenamiento
y prisión del antiguo dragón mismo (20: 1-3) . Los símbolos empleados para presentar
todos estos triunfos, seguramente, no hay que entenderlos literalmente como de una
guerra realizada con armas carnales (Comp. 2 Cor. 10:4; Efes. 6:11-17) si no que
expresan vívidamente hechos solemnes asociados para siempre con la consumación de
aquella época, y crisis de épocas, cuando cayó el Judaísmo y el Cristianismo surgió al
mundo. Desde aquel entonces no puede presentarse ningún caso de posesión demoníaca
bien comprobado.

Con ese encierro ele Satanás comienza el milenio, un período largo e indefinido,
como el número simbólico lo manifiesta, pero período de gran extensión par la difusión y
triunfo del Evangelio (vs. 4-6). "La primera resurrección" tiene lugar al principio de este
período y se hace especialmente notable como una resurrección de mártires; bendición
de la cual parece que no todos los muertos parecen haber sido "considerados dignos"
(kataziodentes, Luc. 20:35), pero que Pablo anhelaba alcanzar (Fil. 3:11). Porque está
escrito: "Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda
muerte no tiene potestad en éstos" pues de los tales Cristo dijo: "no pueden, ya, morir
más" (Luc. 20: 36). Además, se sientan en tronos y se colocan en sus manos los juicios
(Comp. Dan 7:22; Mat. 19:28; Luc. 22: 28-30; 1 Cor. 6:2) y son constituidos en sacerdotes
de Dios y de Cristo y reinan con él mil años". Sin embargo, el lenguaje del versículo 4,
indica que otros, además de los mártires, pueden ocupar tronos y ejercer juicios,
juntamente con Cristo (Comp. 2:26-27; 3:21). (Nota del Traductor. El no decirnos el Dr.
Terry cuándo tuvo lugar "la primera resurrección" es prueba de que lo ignora, y esto, a su
vez, es prueba de que no ha acontecido! Con todo respeto a su piedad y admirando su
notable erudición, el traductor hace suya la nota del Editor. Sr, Wesley, que aparece un
poco más atrás. Al mismo tiempo, confiesa que -sin dogmatizar acerca de detalles que no
entiende, pertenece al número de los que están esperando la segunda venida personal
del Señor Jesucristo).

            De otras cosas que puedan ocurrir durante el milenio, aquí no se nos dice una sola
palabra; sin embargo, sobre este breve pasaje se ha edificado toda clase de fantasías.
Los milenarios suponen que el milenio tiene que ser un  reinado visible de Cristo y sus
santos en la tierra, y a este reinado asocian un concepto lite ralísimo de otras profecías.
Las siguientes palabras de Justino Mártir constituyen una de las primeras expresiones de
esta especie. Dice él: "Yo y otros, que somos cristianos de recto pensar, estamos
persuadidos de que habrá una resurrección de los muertos, y mil años en Jerusalén, la
cual, entonces, será edificada, adornada y agrandada, como lo declaran los profetas
Ezequiel, Isaías y otros... Y, además, hubo con nosotros cierto hombre, cuyo nombre era
Juan, uno de los apóstoles de Cristo, quien profetizó, por una revelación que se le hizo,
que los que creyeran en nuestro Cristo, habitarían mil años en Jerusalén; y que después
de eso la resurrección general, en fin la eterna, y el juicio de todos los hombres, tendrían,
asimismo, lugar" (Dial. con Tripón, LXXX, LXXXI). Habiendo adquirido importancia desde
temprano esta idea ebionita, ha infectado la interpretación apocalíptica con una levadura
perturbadora hasta el día de hoy; y hay poca esperanza de mejor exégesis mientras no
hagamos a un lado toda idea dogmática e intrépidamente aceptamos lo que dicen las
Escrituras.

La antigua idea milenaria de una restauración de todo Israel a Jerusalén y de


Cristo y sus santos glorificados sentados, literalmente, en tronos y reinando sobre la
tierra, en gloria material y visible, no tienen fundamento en las Escrituras. Nada se dice
aquí de Jerusalén de judíos o de gentiles. Un número indefinido de personas se sienta en
tronos y recibe juicio; entre ellos, los que habían sido ejecutados por dar testimonio a
Cristo, ocupan sitios más conspicuos y así reciben la recompensa prometida en el cap.
6:9-11. Estos ahora viven y reinan con Cristo, no en la tierra, sino donde se halla el trono
de su reino, es decir, en los cielos. Esto concuerda con las palabras de Pablo, en 2 Tim.
2:11: "Si somos muertos con él, (es decir, por medio del martirio; Comp. Filip. 3:10)
también viviremos con él; si soportamos, también reinaremos con él". Una resurrección de
mártires, que tiene lugar al principio de la era del milenio, parece ser el significado más
natural y evidente de Apoc. 204-6 y nada se gana con introducir otro significado a esas
palabras. Dice Stuart: "No veo cómo, sobre la base de la exégesis, evitar correctamente la
conclusión de que Juan ha enseñado, en el pasaje que nos ocupa, que habrá una
resurrección de los santos martirizados al comienzo del período en que Satanás habrá
sido encerrado en el calabozo del gran abismo".

(5) A1 final del período milenario hay un desatamiento de Satanás, un


levantamiento de fuerzas hostiles, simbolizadas por Gog y Magog (Comp. Ezequiel, cap.
3839) y una catástrofe terrible dando por resultado la derrota final y perpetua del Diablo, la
culminación de la profecía del Gen 3:15. El vidente pasa con rapidez por encima de este
último conflicto el que pertenece a un futuro lejano, y no se nos hace conocer detalles (vs.
7-10). (6) Luego se describe el último gran juicio (vs. 11-15) que puede considerarse
como la culminación y remate de ese continuo juicio (representado en Mat. 25:31-46) que
comenzó con la "parousia" y continúa hasta que el Hijo del hombre entregue el reino al
Padre (1 Cor. 15:24). (7) El último cuadro de esta maravillosa serie apocalíptica es, el de
los nuevos cielos y nueva tierra y el descenso de la Jerusalén celestial (21:1-8) .
Corresponde con Mat. 25: 34, donde el rey dice a los que están a su diestra: "Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del
mundo". Como allí, la gloria de los justos se coloca en notable contraste con la maldición y
el fin de los impíos y se dice finalmente: "Irán éstos al castigo eterno" (Mat. 25:46 ), así,
aquí, después de bosquejar la gloria de los redimidos, se añade, como resultado de un
juicio eterno: "Mas a los temores e incrédulos, a los abominables y homicidas, a los
fornicarios y hechiceros- y a los idolatras y a todos los mentirosos, su parte será en el lago
ardiendo con fuego y azufre, (Comp. "el fuego eterno, preparado para el Diablo y sus
ángeles", Mat. 25:41) que es la muerte segunda".

Nótese la manera cómo esta séptuple visión apocalíptica (cap. 19:11 a 21:8) cubre todo el
campo de la "escatología" (x) Bíblica. (x) No hallamos esta palabra en castellano. Viene
del griego échalos, "lejos" y logos "discurso', y significa la doctrina de las cosas finales, la
muerte, el juicio y acontecimientos relacionados con estas cosas. Él Traductor).
Se bosqueja rápidamente el conjunto, pues los detalles hubiesen sobrepasado el
objeto de "la profecía de este libro" (22:10), que era la de hacer conocer las cosas "que
deben suceder presto" (1: 1-3). Pero a semejanza de la última sección del discurso de
nuestro Señor (Mat. 25:31-46), que introduce cosas que trascienden mucho más allá de
los límites de tiempo de esa profecía, pero que habían de comenzar "cuando el Hijo del
hombre viniera en su gloria", así esta séptuple visión comienza con la "parousia" (19:11) y
bosqueja en breves líneas los grandiosos triunfos y eternos resultados del reinado del
Mesías.

Sólo nos falta notar un gran cuadro apocalíptico más, -la visión de la Nueva
Jerusalén. Como en el cap. 16: 19, bajo la séptima y última plaga, se bosquejó
brevemente la caída de la gran Babilonia (la antigua Jerusalén) y luego, en los capítulos
17 a 19:10, se añadió otra descripción aún más detallada de esa "madre de rameras y de
las abominaciones de la tierra", repasando, nuevamente, muchas de las mismas cosas,
así también aquí, habiendo dado, bajo la última serie de visiones una breve pero vívida
descripción de la Jerusalén celestial (21: 1-8), el escritor apocalíptico, siguiendo su
artístico estilo y hábito de repetición, nos cuenta cómo uno de los mismos siete ángeles
(Comp. 17:1-4 y 21:9-11) le condujo a una montaña elevada dándole una visión más
completa de la Esposa, mujer del Cordero. Esta mujer del Cordero no es otra que la mujer
del cap. 12:1, pero aquí se la revela en una etapa posterior de su historia, después que el
dragón ha sido encerrado en el abismo. Después que la tierra ha sido librada del dragón,
la bestia y el falso profeta, la simiente de la mujer que huyó al desierto, la simiente
arrebatada al trono de Dios, se la ve concebida como "descendiendo del cielo, de Dios", y
todas las cosas son hechas nuevas. El lenguaje y los símbolos usados se toman,
especialmente, de Isaías 45:17 al 46:24 y los últimos capítulos de Ezequiel. El gran
pensamiento es: Babilonia, la sanguinaria ramera, ha caído y aparece la Nueva Jerusalén,
la esposa.

            Si permitimos al autor de la Epístola a los Hebreos guiarnos a un entendimiento


correcto de la Nueva Jerusalén observaremos que la comunión y el compañerismo de los
santos del Nuevo Testamento se consideran como el comienzo del cielo en la tierra. Es
sumamente probable que esta epístola haya sido escrita después del Apocalipsis y en el
siguiente pasaje se nos hace aparente una directa alusión a él: "Os habéis llegado
(proseleludate, ya habéis venido) al monte de Sión y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén
la celestial". El creyente cristiano, una vez que su vida se ha escondido con Cristo en Dios
ya ha ingresado a una comunión y a un compañerismo que nunca cesa. Su nombre está
registrado en el cielo. Mora en Dios y Dios mora en él; y toda glorificación subsiguiente,
en el tiempo y en la eternidad no es más que una continua y creciente realización de la
bienaventuranza de la Iglesia y reino de Dios.

En la visión de la Nueva Jerusalén tenemos la última revelación neotestamentaria


de la bienaventuranza y gloria espirituales y celestiales de las que el tabernáculo mosaico
fue un símbolo material "el tabernáculo (en hebreo la habitación) del testimonio" (Ex
38:21) y sus varios utensilios y servicios eran "figuras de las cosas celestiales" (Hebr.
9:23) y Cristo ha entrado en los lugares santos "por el más amplio y más perfecto
tabernáculo" (Hebr. 9:11), haciendo posible de esa manera para todos. los creyentes el
"entrar con libertad en el santuario" (Hebr. 10:19). Esta entrada a los lugares santos y
estos compañerismos se realizan únicamente cuando "nos llegamos con corazón
verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y
lavados los cuerpos con agua limpia" (Hebr. 10:22) y este acceso espiritual nos es posible
ahora. De acuerdo con esto, el Alfa y Omega nos dice: "Bienaventurados los que lavan
sus vestidos, para que tengan autoridad sobre el árbol de la vida y puedan entrar por las
puertas en la ciudad" (Apoc. 22:14). Esta ciudad está representada en la forma de un
cubo perfecto (Apoc. 21:16) y, por consiguiente, puede considerársele como el "lugar
santísimo" celestial, a cuya entrada podemos ahora allegarnos. Todo esto concuerda con
la voz del trono que decía: "He aquí el tabernáculo (morada) de Dios con los hombres; y
morará con ellos; y ellos serán su pueblo y Dios mismo será con ellos" (Apoc. 21: 3). En
esto discernimos el verdadero anti tipo del antiguo tabernáculo y templo y de aquí que esa
santa ciudad no admita templo ni luz de sol ni de luna, porque el Señor Dios, el
Todopoderoso, y el Cordero son su luz y su templa (Apoc. 21: 22-23) . Además, no
aparecen querubines dentro de este lugar santísimo porque estos antiguos símbolos de la
humanidad redimida son ahora suplantados por la muchedumbre innumerable de la raza
de Adán, de sobre la cual se ha quitado la maldición Uatadema, Apoc. 22:.3), la que toma,
alrededor del trono de Dios y del Cordero, el lugar de aquellos, actúan allí como sus
siervos, contemplan su faz y tienen su nombre en sus frentes (Apoc. 22: 3-4 ).

La Nueva Jerusalén, pues, es la descripción apocalíptica de la Iglesia del Nuevo


Testamento y Reino de Dios. Su simbolismo exhibe la naturaleza celestial de la comunión
y compañerismo de Dios y su pueblo, a las que se ingresa, aquí por media de la fe pero
que se abre a indecible plenitud de gloria por los siglos de los siglos.

Hay lugar para diferencia de opiniones en la interpretación de pasajes particulares


y símbolos en todas las Escrituras apocalípticas, pero la atención que se preste a sus
armonías generales y a un estudio cuidadoso del objeto y bosquejo de cada profecía
como un conjunto, nos será de gran auxilio para salvarnos de la desesperada confusión y
contradicción en que han caído muchos por haber descuidado este método.

Del precedente estudio de apocalípticos bíblicos podemos legítimamente, deducir


las siguientes conclusiones:

1. Es de la mayor importancia el estudiar esta clase de profecías como un conjunto


y que se las ve a constituir una serie bien contestada e interdependiente de revelaciones
divinas corriendo al través de toda la Escritura.

2. En los apocalípticos, los elementos de forma no son de naturaleza tal que


admitan interpretación literal de todo el lenguaje empleado. En gran parte las varias
revelaciones se presentan en el lenguaje prolijo de la metáfora y del simbolismo. La tarea
del intérprete fiel consiste en apoderarse del gran pensamiento esencial y distinguirlo de
la mera ornamentación de que pueda hallarse revestido. Se puede consentir en perder
algunas partes incidentales y reconocer francamente la incapacidad de determinar el
significado exacto de algún pasaje, tal, por ej., como el de "la primera resurrección", con
tal de que, realmente comprenda el objeto, plan y significado de la profecía tomada en su
conjunto.

            3. No es posible dar demasiado énfasis al hábito de las repeticiones, tan


conspicuo en todos los grandes Apocalipsis de la Biblia. A nuestro juicio la falla de la
mayor parte de las interpretaciones corrientes acerca del Apocalipsis de Juan, en notar
que su segunda mitad (caps. XIIXXII), es, en gran parte, una repetición de la primera (I-XI)
bajo otros símbolos y considerando las cosas desde otros puntos de vista, ha sido un
obstáculo fatal a la interpretación verdadera de este maravillosísimo libro.
NINGUN DOBLE SENTIDO EN LA PROFECIA

Los principios hermenéuticos que hemos presentado, necesariamente excluyen la


doctrina de que las profecías de las Escrituras contienen un sentido doble u oculto.
Algunos han sostenido que como estos oráculos son celestiales y divinos deberíamos
esperar hallar en ellos múltiples significados; que necesariamente deben diferir de otros
libros. De aquí ha surgido no sólo la doctrina de un doble sentido sino las de un triple y
cuádruple sentidos; y los rabinos llegaron hasta el punto de decir que hay "montañas de
significado en cada palabra de las Escrituras". Fácilmente concedemos que las Escrituras
son susceptibles de múltiples aplicaciones prácticas; de no ser así, no serían tan útiles
para adoctrinar, para corregir e instruir en justicia (2 Tim. 3:16) . Pero en el instante que
admitimos el principio de que ciertas partes de la Biblia contengan un sentido oculto o
doble, introducimos en el santo libro un elemento de incertidumbre y trastornamos toda
posibilidad de interpretación científica. Dice el doctor Owen: "Si la Biblia tiene más de un
significado, no tiene significado alguno". Ryle dice: "Sostengo que las palabras de la Biblia
se han dado con la intención de que tengan un sentido definido y que nuestro objeto
principal debe ser el descubrir ese sentido y luego, adherirnos rígidamente a él... Decir
que las palabras tienen cierto significado meramente porque son susceptibles de ser
estrujadas para hacérselo tener, es una manera deshonesta y peligrosa de manejar las
Escrituras". Stuart se expresa así: "Este plan de interpretación abandona y hace a un lado
las leyes comunes que rigen al lenguaje. Exceptuando la Biblia, a estas personas les es
imposible hallar doble sentido en ningún libro, tratado, epístola, discurso o narración,
jamás escritos, publicados o dirigidos por hombre alguno a sus semejantes (a menos que
lo hiciera como una diversión con la intención de engañar). Existen, sí, en todos los
idiomas, charadas, enigmas, acertijos, frases de doble sentido, etc.; también han
abundado los oráculos paganos, susceptibles de dos interpretaciones; pero ni aun entre
éstos jamás ha habido el designio de que hubiese, en realidad, más de un sentido. De la
ambigüedad de lenguaje puede echarse mano, y se la ha echado, adrede, con objeto de
mistificar al lector u oyente, o con el fin de ocultar la ignorancia del agorero, o para
conservar su crédito en medio de posibles contingencias. Pero esto es enteramente
extraño a los asuntos en que se trata de buena fe y donde hasta la sospecha de doble
sentido está fuera de lugar. Ni es posible, sin ofensa a la dignidad y santidad de las
Escrituras, suponer que los escritores inspirados sean comparados a autores de acertijos
y enigmas o a ambiguos oráculos paganos".

Algunos escritores han confundido este asunto al relacionarlo con la doctrina de


tipos y anti tipos. Corno muchas personas y sucesos del A. Testamento eran tipos de
otros mayores que debían venir, el lenguaje respecto a los mismos fue supuestas como
susceptible de doble sentido. He ha supuesto que el Salmo II se refiere tanto a David
como a Cristo; y que Isaías 7:14-16 se refiere a un niño nacido de una virgen que vivió en
tiempos del profeta y, también al Mesías. Se ha supuesto que los salmos XLV y LXXII
tienen referencia a Salomón y al Cristo y que la profecía contra Edom en Isaías 34:5-10,
comprende también el juicio general del último día. Pero debe notarse que en los casos
de tipos, el lenguaje de las Escrituras no tiene doble sentido. Los tipos mismos son tales
porque prefiguran cosas venideras; y este hecho debe conservárselo separado de la
cuestión del sentido del lenguaje empleado en cualquier pasaje especial. Rechazamos
como malsana y engañosa la teoría de que tales salmos mesiánicos como el II, el XLII y el
LXXII, tengan doble sentido y que se refieran, primeramente a David, Salomón, o
cualquier otro gobernante y, secundariamente, a Cristo. Si es evidente que existe cierta
referencia histórica a algún gran carácter típico, todo el caso debe relegarse a la tipología
bíblica, el lenguaje explicado naturalmente como de la persona celebrada en el salmo, y
luego se puede demostrar que la persona misma es un tipo e ilustración de otra mayor
que ha de venir. En esta forma los grandes acontecimientos a que se hace referencia en
la profecía de Emmanuel (Isaías 7:14) y el llamamiento de Israel de Egipto, en Oseas
11:1, se cumplieron típicamente en Jesús. El oráculo contra Edom (Isaías 34:5-10) es una
simple muestra del estilo esmeradísimo de la profecía apocalíptica y no autoriza la teoría
de un doble sentido en la palabra de Dios. El capítulo XXIV de Mateo, al que a menudo se
apela en apoyo de esta teoría, es explicable por un método mucho más sencillo.

Se comunica alguna plausibilidad a la teoría al aducir la sugerente plenitud de


algunas partes de las Escrituras proféticas. Admitimos con gusto la existencia de esa
plenitud y la alabamos cordialmente. La primera profecía es buen ejemplo de ella. La
enemistad entre la simiente de la mujer y la de la serpiente (Gen 3:15) se ha exhibido bajo
mil distintas formas. Las preciosas palabras de promesa al pueblo de Dios, hallan mayor o
menor cumplimiento en cada experiencia individual, pero estos hechos no apoyan la
teoría de un doble sentido. El sentido, en cada caso, es directo y simple, aunque muchas
las aplicaciones e ilustraciones. Tales hechos no nos autorizan para entrar en las
profecías apocalípticas con la expectativa de hallar dos a más significados en cada
declaración especial y, entonces, declarar: Este versículo se refiere a un acontecimiento
ocurrido hace largo tiempo; este otro se refiere a algo futuro; aquel se cumplió,
parcialmente, en la ruina de Babilonia, o de Edom, pero aún espera mayor cumplimiento
en el futuro.

El juicio de Babilonia, de Nínive o de Jerusalén pueden, en realidad, ser tipos de


todo juicio análogo, y es una amonestación a las naciones de todas las épocas; pero esto
es muy distinto que decir que el lenguaje en el cual se predijo tal juicio se cumplió sólo
parcialmente cuando cayó una de aquellas ciudades y que aún está esperando su
completo cumplimiento.

Ya hemos visto que la Biblia tiene sus enigmas, acertijos y dichos obscuros, pero
cuando nos presenta una de esas cosas, el contexto nos lo dice claramente. Suponer,
cuando no existe indicación alguna al respecto, que nos hallamos ante un enigma; o
suponer ante la presencia de declaraciones explícitas que enseñan lo contrario, que
cualquiera profecía especial tenga un doble sentido, un significado primario y otro
secundario, un cumplimiento cercano y otro remoto, son cosas que, forzosamente, tienen
que introducir elementos de incertidumbre y da confusión en la interpretación bíblica.

Lo mismo puede decirse respecto a designaciones explícitas de tiempo. Cuando


un escritor bíblico nos dice que cierto acontecimiento tendrá lugar presto, dentro de corto
tiempo, o que está por realizarse, es contrario a toda corrección el afirmar que sus
declaraciones nos permiten creer que el acontecimiento se halla en un futuro lejano. Es
un reprensible abuso del lenguaje el decir que las palabras presto, inmediatamente, o
cercano, signifiquen de aquí a tantos siglos o después de largo tiempo. Tal trato del
lenguaje bíblico es aún peor que la teoría de un doble sentido. Y, sin embargo, intérpretes
hay que apelan a Pedro en busca de prueba escrituraria para desatender las
designaciones de tiempo en las profecías: "No se os oculte esto, amados, que delante del
Señor un día es como mil años y mil años como un día" (2 Pedro 3:8). Insisten en que
esta declaración se ha hecho con directa referencia al tiempo de la venida del Señor y
que ilustra la aritmética divina en la cual, pronto, prestamente y términos análogos,
pueden denotar siglos. Sin embargo, una atención cuidadosa a este pasaje demostrará
que en él no se enseña cosa tan extraña.
El lenguaje en cuestión es una cita poética del Salmo 90: 4 y se emplea para
demostrar que el lapso de tiempo no invalida las promesas de Dios. Lo que él ha
prometido acontecerá sin que los pensamientos o habladurías de los hombres respecto a
tardanza, etc., puedan afectar al asunto. Ni días ni años ni siglos afectan a Dios. Desde
toda eternidad, él es Dios (Salmo 90:2). Pero esto es enteramente distinto de decir que
cuando el Eterno promete algo para dentro de poco y lo declara cercano, pueda querer
decir que se trata de algo que se halla a mil años de distancia. Todo lo que ha prometido
en forma indefinida puede tornar mil años o más para cumplirlo, pero cuando él afirma
que una cosa es inminente, que se halla "a las puertas", nadie se atreva a declararlo
lejano. Alguien ha dicho recientemente: "Es, ciertamente, innecesario el repudiar de la
manera más enérgica semejante método contranatural de interpretar el lenguaje de las
Escrituras. Es peor que contrario a la gramática y a la razón, es inmoral. Es como sugerir
que Dios, en sus tratos con los hombres, tiene dobles pesas y medidas y que, en su ma-
nera de calcular existe una ambigüedad y variación que hace imposible decir qué medida
de tiempo puede significar el Espíritu de Cristo hablando por los profetas. Parece implicar
que un día puede no significar un día ni mil años significar esa suma de años, sino que
cualquiera de los términos puede significar el otro. De ser esto así sería de todo punto
imposible interpretar las profecías; se las privaría de toda precisión y hasta de toda
credibilidad, pues es manifiesto que si pudiese haber semejante ambigüedad e
incertidumbre respecto al tiempo, fácil sería que no las hubiese menos respecto a todo lo
demás... La fidelidad es uno de los atributos más frecuentemente atribuidos al Dios
cumplidor de sus pactos; y es, justamente, la fidelidad divina lo que el apóstol está
afirmando en el pasaje en cuestión. A las mofas de los burladores que impugnan la
fidelidad de Dios y preguntan dónde está el cumplimiento de la promesa de su venida,
Pedro responde que "el Señor no tarda su promesa, según lo que algunos consideran
tardanza". Tiempo largo o corto, un día o un siglo, nada de eso afecta su fidelidad. Su
verdad permanece para siempre. Pero Pedro no dice que cuando el Señor promete una
cosa para hoy puede que no cumpla su promesa hasta de aquí mil años. No, no dice eso.
Eso sería tardanza; eso sería quebrantamiento de promesa. No dice que Dios, por el
hecho de ser infinito y eterno, calcula para nosotros con una aritmética distinta a la
nuestra, o nos habla con doble sentido o usa dobles pesas y medidas en sus tratos con
los humanos. No. Su fidelidad es como él, eterna".

Como ejemplo de la teoría falaz y embrolladora del doble sentido, especialmente


cuando se aplica a designaciones proféticas de tiempo, veamos lo siguiente de Ben gel.
Comentando las palabras de Mat. 24:29: "Y luego, después de la aflicción de aquellos
días", dice: "Diréis que es un salto muy grande, de la destrucción de Jerusalén hasta el fin
del mundo, el que aquí se halla unido mediante un "y luego después" (en inglés, idioma
de Ben gel, dice "E inmediatamente después"). Contesto que una profecía se parece a un
paisaje pintado que representa claramente las cosas, caminos, puentes, etc., que se
hallan en primera línea pero acumula, en un espacio reducido, que representa una gran
distancia, montañas, valles, etc., que se hallan a gran distancia unos de otros.

Semejante a esa debiera ser la vista que los que estudian profecías debieran tener
acerca del futuro al cual la profecía se refiere. Y los ojos de los discípulos, quienes en su
pregunta habían relacionado el fin del templo con el del mundo, quedan en cierta
oscuridad (porque aun no era tiempo de conocer, (v. 36); de aquí que ellos, más tarde,
con entera armonía, imitaran el lenguaje del Señor y declararan que el fin estaba próximo.
Sin embargo, a medida que se avanza, tanto la profecía como la perspectiva
continuamente nos revelan una distancia más y más lejana. En esta forma también
debemos interpretar, no lo claro mediante lo oscuro, sino al revés, y reverenciar en sus
dichos obscuros la sabiduría divina que ve siempre todas las cosas más no las revela
todas a la vez. Después fue revelado que antes del fin del mundo vendría el anticristo; y
nuevamente Pablo unió estas dos cosas íntimamente hasta que el Apocalipsis colocó el
milenio entre ellas. Sobre tales pasajes existe lo que San Antonio acostumbraba llamar
una nubecilla profética. Aún no era tiempo de revelar la serie entera de futuros
acontecimientos, desde la destrucción de Jerusalén hasta el fin mundo".

Puede decirse que hay en lo que antecede tantas falacias o declaraciones


engañosas como sentencias. La figura de un paisaje pintado, con sus principios de
perspectiva, es una ilustración favorita para con los expositores que sostienen la teoría del
doble sentido; y algunos que rechazan esa teoría emplean esta figura par ilustrar la
incertidumbre de las designaciones proféticas del tiempo. Pero es un gran error el aplicar
tal ilustración a las designaciones específicas de tiempo. Cuando no se indica un tiempo
especial o cuando las limitaciones de tiempo se mantienen fuera de la vista, puede
permitirse esa figura, la que realmente, es muy feliz. Pero cuando el Señor dice que
ciertos acontecimientos han de ocurrir inmediatamente después de ciertos otros, no se
atreva ningún intérprete a colocar milenios entre ellos. Esto no es interpretar "lo oscuro
por medio de lo claro" sino obscurecer lo claro por medio de fantasías engañosas. Decir
que "los ojos de los discípulos quedaron en oscuridad" y que ellos, después, "imitando el
lenguaje del Señor declararon que el fin estaba cercano", equivale, de hecho, a decir que
Jesús les descarrió y ellos fueron y perpetuaron el error! La idea de que alguna porción de
la Biblia revele "toda la serie de acontecimientos desde la destrucción de Jerusalén hasta
el fin del mundo" es una fantasía de los intérpretes modernos, todos los cuales harían
bien, como el piadoso Ben gel, en confesar que sobre su esforzado método de explicar
las declaraciones de Cristo y los apóstoles, realmente este una sombría "nubecilla
profética".

Existen, efectivamente, múltiples aplicaciones de ciertas profecías que podríamos


titular genérica, y algunos acontecimientos de la historia moderna pueden ilustrarlas y, en
un sentido amplio, cumplirlas tan realmente como los hechos a que originalmente se
referían. En los días del apóstol Juan habían aparecido muchos anticristos (1 Juan 2:18;
Comp. Mat. 24:5-24) y los atributos demoníacos del "hombre de pecado", de Pablo (2
Tes. 2:3-8) pueden aparecer nuevamente, una y otra vez, en monstruos de desorden y de
crimen. Antíoco y Nerón son ilustraciones típicas y definidas en quienes se cumplieron,
específicamente, grandes profecías; pero otras personificaciones análogas de iniquidad
pueden también haber revelado a la bestia del abismo que fue y, luego desapareciendo
por un tiempo apareció de nuevo y, luego nuevamente se fue a perdición (Apoc. 17:8).
Pero tales aplicaciones permisibles de la profecía, no han de confundirse con
interpretaciones histórico gramáticas. Cuando Satanás sea soltado, después del Milenio
(Apoc. 20:7), podrá realmente revelarse en algún hombre de pecado, aún más terrible y
mucho más degradado que cualquier Antíoco o Nerón del pasado.

En verdad puede decirse que una gran parte de la confusión y errores de los
expositores bíblicos ha surgido de ideas equivocadas acerca de la Biblia misma. En la
interpretación de otros libros no aparece semejante confusión y diversidad de opiniones.
Una teoría forzada y contraria a lo natural, acerca de la inspiración divina indudablemente
ha conducido a muchos al hábito de suponer que, por algún motivo, las Escrituras deben
explicarse en forma distinta a otras composiciones. De ahí también la suposición de que
en las revelaciones proféticas Dios nos ha suministrado un bosquejo histórico detallado de
sucesos especiales, siglos antes de que ocurran, de modo que, con toda propiedad,
podemos esperar hallar registrados en los libros proféticos asuntos tales como el
nacimiento del Islamismo, las Guerras de las Rosas y la Revolución Francesa.
Frecuentemente hallamos esta suposición unida a la teoría del doble o triple sentido.
Especialmente la interpretación del Apocalipsis ha sufrido a causa de este error singular.
Hay tal encanto en la fantasía de que en el Nuevo Testamento tenemos una profecía de
los acontecimientos de todos los tiempos venideros, un bosquejo gráfico de la historia de
la Iglesia y del mundo hasta el día del juicio final, que no pocos han cedido al error de
creer que podemos razonablemente registrar este libro místico en busca de cualquier
carácter o acontecimiento que consideremos importante en la historia de la civilización
humana.

Debemos desechar estas falsas suposiciones acerca de la Biblia propiamente dicha así
como del carácter y propósitos de sus profecías. Una investigación racional del objeto y
analogías de las grandes profecías no da asidero a tan extravagantes fantasías como la
de que "todo el Apocalipsis de Juan, desde el capítulo IV hasta el final, no es más que un
desarrollo del tiempo imperfecto (gramatical) de Daniel (x) ("Premilenial Essays of the
Prophetic Conference", p. 362. New York, 1879). Las Escrituras Santas tienen lecciones
para los tiempos. Más de una vez descubrimos que la revelación especial de Dios a un
individuo, una época o una nación, tiene un valor práctico para todos los hombres. No
necesitamos predicciones especiales de Napoleón o de los valdenses o del martirio de
Juan Huss o de la masacre de los Hugonotes para confirmar la fe de la Iglesia o
convencer al infiel; de no ser así, las tendríamos, y esto en forma convincente que no
dejaría lugar a dudas. No puede demostrarse que semejantes predicciones hubiesen
realizado ningún propósito digno que ya no haya sido satisfecho por profecías cumplidas
con sus lecciones prácticas de aplicación universal.

CITAS BIBLICAS EN LA BIBLIA

A1 comparar Escritura con Escritura y rastrear los pasajes paralelos y análogos de


las varios escritores sagrados, el intérprete continuamente tropieza con citas, más o
menos exactas que un escritor hace de otros. Estas citas pueden distribuirse en cuatro
clases: 1) Pasajes paralelos del A. Testamento y citas hechas por escritores recientes de
otros libros más antiguos; 2) citas neo testamentarias del A. Testamento; 3) citas en el N.
Testamento, de origen neotestamentario; y 4) citas de escritos apócrifos y tradición oral.
Las variantes verbales de muchas de estas citas, las fórmulas y métodos para citar y las
ilustraciones que suministran de los propósitos y maneras de las Santas Escrituras, son
todos asuntos de gran importancia para el exegeta bíblico.

Como ejemplos de cada una de estas clases de citas, mencionamos,


primeramente, tablas genealógicas, como en Gen 11:10-26, comparado con 1 Cron.
1:17-27 y Gen XLVI compár. Con Núm. XXVI. El Salmo VIII es substancialmente idéntico
con 2 Sam XXII. Lo mismo es cierto de 2 Rey. XVIII-XX e Isaías XXXVI-XXXIX, 2 Rey.
XXIV, XXV y Jer. LII. Hallamos grandes porciones de los libros de Samuel y Reyes, en los
libros de Crónicas; y existen numerosos paralelos textuales como el Salmo 42: 7 y Jonás
2:3. Las citas del A. Testamento que se hallan en el Nuevo son numerosas en carácter y
en forma. En la mayoría de los casos están tomados al pie de la letra, o casi al pie de la
letra, de la Septuaginta; en algunos casos son una traducción del texto hebreo, más
exacta que la de la Septuaginta (Mat. 2:15, compár. con el hebreo y la Septuaginta de
Oseas 11:1; Mat. 8:17, Comp. con Isaías 53:40. Algunas de las citas difieren notable
mente tanto del hebreo como de la Septuaginta, en tanto que otros fueron, al parecer,
construidos usando las dos fuentes. A veces varios pasajes del A. Testamento están
mezclados, como en 2 Cor. 6:16-18, donde se hace uso de Éxodo 29:45; Lev. 26:12;
Isaías 52:11; .Ter. 31:1, 9, 33; 32:38; Ezeq. 11:20; 36:28; 37:27; Zacar. 8:8. Algunas
veces el pasaje del A. Testamento está meramente para fraseado, o se da únicamente la
idea o la sustancia, mientras que en otros casos se hace meramente una referencia o
insinuación del pasaje (Comp. Prov. 18:4; Isaías 12:3; 4,4:3, con Juan 7:38. Isaías 40:
1-3, con Efes. 5:14. Oseas 14:2, con Hebr. 13:15). En el N. T. es evidente que las muchas
porciones paralelas de los evangelios de ben haberse derivado de algunas fuentes
común, oral o escrita, o de ambas cosas. En Act. 20:35, Pablo cita un dicho del Señor que
no se halla en ninguna parte. Pedro demuestra un conocimiento de las epístolas de Pablo
(2 Pedro 3:15-16), y en el segundo capítulo de su segunda epístola se apropia mucho de
la Epístola de Judas. Finalmente, las citas de apócrifos y otras fuentes, y alusiones a los
mismos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, son numerosas. Así, en el A.
T. se nos habla de "El libro de las Batallas de Jehová" (Núm. 21:14), "El libro de Jaser"
(Josué 10:13), "El libro de los Hechos de Salomón" (1 Rey. 11:4.1), "El libro de Semeías"
(2 Cron. 12:15) y numerosos otros, citados o mencionados.

Judas, al parecer, cita del libro pseudo-epigráfico (x) de Enoch 3T también alude a
tradiciones acerca de la caída de los ángeles y a la disputa de Miguel con el Diablo acerca
del cuerpo de Moisés, (Judas 6, 9, 14.). A los magos que se opusieron a Moisés Pablo los
llama "Jannes y Jambres" (2 Tim. 3: 8), nombres transmitidos, probablemente, por
tradición oral. Muchas tradiciones semejantes se abrieron paso a los Tárgum, el Talmud y
la literatura judía apócrifa y pseudo-epigráfico. El hecho dé citar tales obras o de hacer
alusión a ellas, no les da autoridad canónica. Un apóstol u otro escritor bíblico,
dirigiéndose a auditorios familiarizados con tales tradiciones, podía, correctamente,
referirse a ellas con objetos homilético, sin que con esa conducta tuviese la idea de
suponer su veracidad o de declararla. En forma análoga Pablo usa citas de los poetas
griegos Aratus. Menander y Epiménedes (Act. 17:28; I Cor. 15: 33; Tito 1:12). El gran
número de pasajes paralelos, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, es
evidencia de una armonía y relación orgánica de Escritura a Escritura, de un género lo
más notable. Una vez escritos, los oráculos de Dios se convirtieron en tesoro público y
privado de su pueblo. Todo pasaje que se considerase útil para un objeto dado fué usado
por profetas y apóstoles como posesión común. Entendidas estas cosas, hay poco en la
materia o estilo de las citas de las Escrituras en las Escrituras que pueda inquietar al
intérprete. Como ya lo hemos visto, la comparación de pasajes paralelos es un gran
auxilio en la exposición, y algunos pasajes se hacen claros y se llenan de fuerza
únicamente cuando se les lee a la luz do sus paralelos. Las discrepancias que se alegan
entre estas diserta) esos pasajes las trataremos en otro capítulo; aquí sólo tratamos, en
forma especial, de las citas del A. T. en el Nuevo. Como hemos dicho, éstas son tan
numerosas en carácter y en forma que debemos examinar (1) las fuentes de la cita, (2)
las fórmulas y los métodos para la cita, y (3) los propósitos de las varias citas.

I. Hoy se admite generalmente que las fuentes de donde los escritores del N. T.
traen sus citas son, el texto hebreo del A. T. y la versión del mismo, llamada Septuaginta.
Antiguamente algunos sostenían que sólo habían hecho uso de la Septuaginta; otros,
considerando que semejante opinión era poco honorable para las Escrituras hebreas,
sostenían, con la misma vivacidad, que los apóstoles y los evangelistas deben siempre
haber citado del hebreo, y aunque las citas se hallaban en las palabras exactas de la
Septuaginta se creyó que dos traductores podrían haber empleado el mismo lenguaje,
pero un estudio más tranquilo ha relegado esas discusiones a una posición anticuada. Es
un hecho bien conocido que la Septuaginta estaba en uso general entre los hebreos
helenistas. Los escritores del N. T. la siguen en algunos pasajes donde difiere
ampliamente del hebreo. Una comparación crítica de todas las citas del N. T. tomadas del
Antiguo demuestra, sin dejar lugar a dudas, que en la gran mayoría de los casos la
Septuaginta y no el texto hebreo fue la fuente de donde citaron los escritores.

Pero se nota que esos escritores no siguen uniformemente ninguna de las dos
fuentes. La versión Septuaginta de Malaquías 3:1, es una traducción exacta del hebreo,
pero Mateo, Marcos y Lucas armonizan literalmente en una versión que es notablemente
diferente. En pocas palabras: es imposible descubrir regla alguna que explique el motivo
de todas las variantes entre las citas y los textos Hebreo y Septuaginta. A veces la
variante es un mero cambio de persona, número o tiempo; a veces consiste en una
transposición de palabras; otras veces en la omisión o adición de palabras. En muchos
casos sólo se da el sentido general y frecuentemente la cita no es más que una alusión o
referencia, no una cita formal. En vista de todos estos hechos, parece mejor entender que
los escritores sagrados no siguieron ningún método uniforme al citar las antiguas
Escrituras. Ambos textos, el hebreo y la Septuaginta les eran familiares, pero la exactitud
textual no tenía peso especial para ellos. Desde la niñez se les había enseñado, pública y
privadamente, el contenido de las Escrituras (2 Tim. 3:15) y estaban acostumbrados a
citarlos en conversaciones familiares sin tratar de hacerlo con exactitud verbal. Con ellos,
como pasa entre nosotros, una cita incorrecta podía generalizarse en labios del pueblo y
aunque muchos supieran que difería del texto verdadero podía, para todo objeto práctico,
considerársele suficientemente correcta. ¡Cuán pocos hoy recitan el Padre Nuestro con
exactitud! De la misma manera, sin duda, los escritores sagrados, en muchos casos,
hicieron uso de las Escrituras sin cuidarse de confrontar la cita con la letra exacta del
texto Hebreo o de la común versión Septuaginta. Probablemente, en la mayoría de los
casos, citaron de memoria guardándoles el Espíritu Santo de errores vitales (Juan 14:26>.
La idea de que la inspiración divina necesariamente obliga a que haya uniformidad verbal
entre los sagrados escritores es una suposición innecesaria e insostenible. La variedad
marcó tanto las porciones como las relaciones sucesivas de Dios (Hebr. 1:1).

II. Las fórmulas introductorias mediante las cuales se introducen las citas del A. T.
son muchas y variadas y algunos las han considerado como una especie de índice o
clave dirigida al objeto particular de cada cita, pero hallamos distintas fórmulas empleadas
por distintos escritores para introducir un mismo pasaje, así que no podemos suponer que
en todos los casos la fórmula usada vaya a dirigirnos al objeto especial de la cita. Las
fórmulas más comunes son: "Está escrito", "Así está escrito", "Según lo que está escrito",
"La Escritura dice", "Fue dicho", "Según lo que está dicho", pero también se usan muchas
otras. Los escritores rabínicos usan las mismas fórmulas. En ocasiones se menciona el
lugar de donde se toma la cita, como en Marc. 12:26; Act. 13:33 y Rom. 11:2; pero con
mayor frecuencia sólo se menciona a Moisés, la Ley, Isaías, Jeremías o algún otro
profeta, como escribiendo o diciendo lo que se cita; se presume que las personas a
quienes se dirigían estaban tan familiarizadas con los escritos sagrados que no
necesitaban referencias más minuciosas.

"Además de las citas introducidas por estas fórmulas, hay un número considerable
esparcidas en los escritos de los apóstoles, insertadas en la estructura de sus propios
pensamientos y observaciones sin anuncio alguno de que se esté citando a alguien. Al
lector poco observador, los pasajes así citados le parecen formar parte de las propias
palabras del escritor apostólico y es sólo mediante un conocimiento profundo del A. T. y
una cuidadosa comparación de él con el Nuevo como se descubren esas citas. Y tanto
menos se notan estas citas cuanto que nuestra versión (la castellana, lo mismo que la
inglesa) está tomada directamente del original hebreo, en tanto que los apóstoles,
siguiendo la versión Septuaginta, (griega) a veces no dejan rastro quo el lector vulgar
pueda discernir. Por ej. 2 Cor. 8:21 es una cita de Proverbios 34, en ley Septuaginta. De
la misma manera 1 Pedro 4.:1 8 es cita, palabra por palabra, de Proverbios 11:31 en la
misma Versión griega.

Los escritores del N. T. necesariamente estaban familiarizados con los métodos


corrientes entre los rabinos de interpretación del A. T. y a veces, empleaban argumentos
e ilustraciones derivados de las Santas Escrituras no adaptados para convencer a
personas que no han sido instruidas en la misma manera de pensar. Por ej., un cuidadoso
estudio de la Epístola a los Hebreos mostrará muchos casos en los que el uso que se
hace de citas del A. T. no es de una naturaleza que pueda influir en el criterio de quien no
esté familiarizado con la disciplina del culto hebreo. De aquí que para fijar principios de
hermenéutica general no debemos estudiar los métodos del N. T. al citar del Antiguo, sino
que hemos de recordar siempre que aquellos escritores obraban bajo condiciones
especiales de instrucción mental y religiosa. Reconocemos su profunda reverencia por la
palabra escrita y el uso, divinamente inspirado que de ella hacían con un objeto especial;
pero, sin embargo, sostenemos que en muchos pasajes la cita particular, así como el
argumento construido sobre ella no suministran ley alguna de exégesis bíblica
conveniente para una aplicación universal.

No parece existir razón suficiente para sostener que la referencia a un libro del A.
T. por el nombre de la persona que se supone ser el autor, comprometa a la persona que
así lo cita en el N. T. en un juicio autorizado respecto a la autenticidad y genuinidad del
libro. Tal indiferencia es innecesaria, salvo en el caso de que el objeto de la referencia
haya sido el de expresar un juicio sobre el particular. Si se puede demostrar, mediante
una exégesis sana, que la manera de citar, o el empleo hecho de la cita misma envuelve,
necesariamente, una opinión personal del escritor, o del que habla, acerca de la autoridad
del pasaje, entonces, naturalmente, el carácter de la cita misma determina el asunto. Pero
la mera alusión a un libro bien conocido, o la mención de su supuesto autor de acuerdo
con las opiniones corrientes de la época, evidentemente no pueden tomarse como una
afirmación ni como una negación de la corrección de la opinión corriente.

Existe una fórmula peculiar a Mateo y Juan que merece algo más que una
mención pasajera. Ocurre primeramente en Mat. 1:22: "Todo esto aconteció para que se
cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta". Esto es en su forma más
completa. En otras partes es sólo ina ple rodé, para que se cumpliese (Mat. 2:15; 4:14;
21:4; Juan 12:38; 13:18; 15:25; 17:12; 18:9, 32; 19:24, 36) pero en el Evangelio de Juan
estas palabras varían en su conexión, como "para que se cumpliera la palabra de Isaías",
"para que se cumpla la Escritura", "para que se cumpliese el dicho de Jesús". A veces
está escrito opos ple rodé (Mat. 2:23; 8:17; 12:17) y ocasionalmente, tote eplerode,
entonces fue cumplido. El gran asunto con los intérpretes ha sido el determinar la fuerza
de la conjunción ina (y opos) en estas fórmulas. ¿Es "télica" esa conjunción, es decir,
expresiva de causa final, propósito o designio? ¿O es "ecbática", vale decir que
meramente, denota la consecuencia, el resultado de algo? Si la conjunción es "télica"
debe traducirse "a fin de que"; si es "ecbática", su traducción es "de modo que".

No hay por qué negar que en algunos pasajes la traducción "ecbática" de ina
puede presentar más claramente el sentido del autor. Debe concederse a la partícula,
cierta medida de su original significado "télico" y, no obstante eso, concebirse la causa
final como un resultado cumplido o alcanzado más bien que como un objetivo que sea
menester alcanzar. La posición de Ellicott puede aceptarse como muy sana y
satisfactoria: "Los usos de ina en el N. T., parecen ser tres (1) Final, o sea, indicativo del
fin, propósito u objeto de la acción, significado principal, que nunca debe abandonarse, a
no ser en el caso de contra-argumentos irrefutables. (2) Sub-final en ocasiones,
especialmente después de verbos que expresan ruegos (no de los que expresan
órdenes), estando el sujeto de la oración mezclado con ella, y hasta, en algunos casos,
obscureciendo el propósito de hacerla.

(3) Eventual, o indicativo de resultados, aparentemente en pocos casos y debido,


acaso, más a lo que se llama `Teología hebrea (es decir el aspecto reverencial con que
los judíos consideraban la profecía y su cumplimiento) que a corrupción gramatical".

Pero cuando las palabras ina ple rodé se usan en conexión con el cumplimiento de
profecías, no debemos vacilar en aceptar la fuerza "télica" de ina. Las Escrituras mismas
reconocen una especie de necesidad divina del cumplimiento de toda predicción o tipo
acerca del Cristo. Como era necesario (edei) que el Cristo padeciera (Luc. 24:26), así,
Cristo mismo dice: "era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas
de mí en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos" (Luc. 24: 44; comp. el edei
pleurodinia de Act. 1:16) . La objeción de que sea absurdo el suponer que todas estas
cosas acontecieron meramente para que se cumpliesen profecías está basada en una
noción errónea y una mala representación acerca del evangelista. La declaración de que
se realizara este especial propósito divino no implica que eso era lo único que se
realizaba. Dice Whedon: "Todas estas cosas ocurrieron en orden a que, entre otros
propósitos, se cumpliese aquella profecía, tanto como el cumplimiento de aquella
profecía, era, al mismo tiempo, la realización de la encarnación del Salvador y la
verificación de la predicción divina. No hay en todo esto nada de predestinación fatalista.
Dios predice lo que prevé que los hombres van a hacer y luego los hombres, a su vez, en
uso de su albedrío, haciendo esas cosas, realizan lo que Dios previó, verificando
inconscientemente la verdad divina. Además, no hay fatalismo en suponer que Dios tiene
planes grandiosos los que, con sabiduría infinita, lleva a cabo mediante la voluntad de los
hombres, voluntad libre, expedita, pero prevista por él. Tal es su inconcebible sabiduría
que le es posible colocar dentro de un sistema de prueba lleno de libertad a agentes libres
que en cualquier dirección que se muevan dentro de su albedrío no harán más que
prosperar los grandes planes genéricos de su Creador y verificar su presciencia. De
manera que, en un sentido correcto, puede ser cierto que todas estas cosas sean hechas
por agentes libres en orden a un fin tan deseable como el de cumplir lo previsto por Dios".

El pasaje en Mat. 2:15 ha sido considerado por muchos como un ejemplo seguro
del uso "embatico" de ina. Allí está escrito que José se levantó y tomando al niño y a su
madre, de noche, huyó a Egipto y permaneció allí hasta la muerte de Herodes, "para que
se cumpliese Una ple rodé, en orden a) lo que fue dicho por el Señor, por el profeta que
dijo: De Egipto llamé a mi hijo". La cita es una traducción literal de Oseas 11:1, y el profeta
se refería a Israel. El verso completo dice así: "Cuando Israel era muchacho, yo lo amé y
de Egipto llamé a mi hijo". En esto alguien querría ver un doble sentido en la profecía y
otros un texto del A. T. acomodado a un uso neotestamentario, pero la verdadera
interpretación de este pasaje reconocerá el carácter típico de Israel como "primogénito de
Dios", pensamiento familiar en el A. T. (Véase Éxodo 4: 22; Jer. 31:9; comp. Isaías 49: 3) .
Reconociendo este carácter típico de Israel como hijo primogénito de Dios, el evangelista
vio claramente que el antiguo éxodo de Israel, de Egipto, fue un tipo de este
acontecimiento en la vida del Hijo de Dios, en su niñez. Entre los otros propósitos (y, sin
duda, hubo muchos) que fueron servidos por esta ida a Egipto, y la salida de allí, estaba
el cumplimiento de la profecía de Oseas. Este cumplimiento de acontecimientos típicos,
como ya lo hemos demostrado, no autoriza la creencia de un doble sentido en las
profecías. Las palabras de Oseas 11:1 no tienen más que un solo significado, y anuncia
en forma práctica un hecho de la historia antigua de Israel. Aquel hecho era un tipo que se
cumplió en el acontecimiento registrado en el capítulo II de Mateo, pero el lenguaje del
profeta no tuvo cumplimiento previo, pues no era una predicción sino una mera alusión a
un hecho ocurrido seiscientos arios antes que naciera Oseas.

III. Nos falta notar los propósitos con que cualquiera de los escritores sagrados
citaron las antiguas Escrituras o se refirieron a ellas. La atención a este punto será una
ayuda importante que nos capacite para entender y apreciar los varios usos de los
escritos santos.

1. La cita de muchas antiguas profecías, evidentemente tuvo por objeto el


demostrar su cumplimiento y dejar constancia de él. Esto es cierto de todas las profecías
introducidas con la fórmula "a fin de que se cumpliese". Y el mismo pensamiento se halla
implicado en el contexto de citas introducidas por otras fórmulas. Estos hechos ponen en
evidencia la interdependencia y conexión orgánica de todo el cuerpo de las Santas
Escrituras. Es un todo, un conjunto, divinamente elaborado y nunca deben olvidarse las
relaciones esenciales de sus diversas partes.

2. Otras citas están hechas con el objeto de establecer una doctrina. Así, Pablo, en
Rom. 3:9-19, cita las Escrituras para demostrar la depravación universal del hombre; y en
Rom. 4:3, cita el registro de la fe que Abraham tuvo en Dios, para demostrar que el
pecador es justificado por la fe y no por obras, y que la fe le es imputada por justicia. Esta
manera de usar el A. T. demuestra que para los apóstoles y sus lectores las
declaraciones del libro eran concluyentes: lo que allí estaba escrito o lo que pudiera
confirmarse por medio de él, era inapelable y debía aceptarse como revelación divina.

3. A veces se citaban las Escrituras con objeto de refutar y censurar a opositores e


incrédulos. Jesús mismo apeló a sus opositores judíos sobre la base de la reverencia que
tenían por las Escrituras y les demostró su falta de consecuencia al negarse a recibirle
cuando tan abundante testimonio daban de él las Escrituras. Para con los que aceptaban
las Escrituras como la Palabra de Dios, tales argumentos eran de mucho peso. Cuán
eficazmente el Señor supo emplearlos puede verse en sus respuestas a los saduceos y
fariseos (Mat. 22:29-32, 4.1-46. Comp. Juan 10: 34-36) .

4. Finalmente, se citaron las Escrituras o a ellas se hizo referencia en sentido


general, como libro de autoridad divina, con objetos retóricos y para ilustración. Sus
múltiples tesoros eran heredad del pueblo de Dios. Era natural que se echase mano de su
lenguaje para expresar cualquier pensamiento o idea que un escritor u orador deseara
revestir de formas sagradas y venerables. De ahí las maneras, referencias, alusiones y
citas que sirven, principalmente, para acrecentar la fuerza o belleza de una declaración o
para ilustrar algún argumento o apelación. Dice Torne: "Los escritos de los profetas
judíos, que abundan en hermosas descripciones, imágenes poéticas y dicción sublime,
fueron los clásicos de los judíos más modernos; y en épocas posteriores todos sus
escritores afectaron alusiones a ellos, usaron sus imágenes y descripciones y, con mucha
frecuencia citaron sus propias palabras al registrar algún acontecimiento o circunstancia
acontecidos a las personas cuyas vidas estaban relatando, siempre que fuese análogo y
paralelo de alguno ocurrido antiguamente y descrito por los antiguos profetas".
EL FALSO Y EL VERDADERO ACOMODAMIENTO

Por cuanto los escritores del N. Testamento se apropian muchos pasajes del A. T.
para usarlos como ilustración o por vía de aplicación especial, muchos han sostenido que
todas las citas traídas del A. T., aun las profecías mesiánicas, han sido aplicadas en el
Nuevo Testamento en un sentido que difiere, más o menos ampliamente, de su
significado original. Tal ha sido la posición asumida especialmente por muchos
racionalistas de Alemania, y algunos han llegado hasta a enseñar que nuestro Señor se
acomodó a las preocupaciones de su época y pueblo. Nos dicen que el uso que él hizo de
las Escrituras era la naturaleza del argumento y la apelación ad hominem; y hasta que sus
palabras tocantes a la expulsión de demonios, así como otros asuntos de creencias
judías, no era más que una transacción con los errores y supersticiones del vulgo.

Semejante teoría de acomodamiento debe ser repudiada por todo exegeta sobrio y
reflexivo. Con ello se enseña, virtualmente, que Cristo propagaba falsedades y acusaría a
cada escritor del N. T. de una especie de ilusión, dolo mental y religioso. En realidad, el
divino Maestro, como todo maestro sabio, acomodó o adaptó .sus enseñanzas a la
capacidad de sus oyentes; es decir, condescendió a colocarse él en el plano de la
ignorancia o escaso conocimiento de ellos. Hablaba de manera que aun el vulgo pudiera
entender y, entendiendo, creer y ser salvos, pero declaraba que en aquellos que no tenían
disposición para investigar y poner a prueba su verdad, las palabras de Isaías (6: 9-10 )
recibían una nueva aplicación y un cumplimiento muy significativo (Mat. 13:14-15) y esto
era estrictamente cierto. Las palabras de Isaías fueron, originariamente, dirigidas a los
corazones aletargados y ciegos del Israel de otra época. Ezequiel las repitió con igual
propiedad acerca del Israel de una generación posterior (Ezeq. 12:2) y nuestro Señor las
citó aplicándolas al Israel de su día, como una de esas Escrituras Homilética que se
cumplen una y otra vez en la historia humana cuando las facultades de percepción
espiritual se embotan perversamente para con las verdades de Dios. La profecía en
cuestión no era la predicción de un acontecimiento especial sino un oráculo de Dios, de
líneas generales y de naturaleza tal que lo hacía susceptible de repetidos cumplimientos.
Por eso tales profecías no suministran dobles sentidos. El sentido, en cada caso, es
simple y directo, pero el lenguaje es susceptible de varias y aun de múltiples aplicaciones.
Y aquí observamos un sentido correcto en el que las palabras bíblicas pueden
acomodarse a ocasiones y objetos particulares. La hallamos en los múltiples usos y
aplicaciones de los cuales son susceptibles las palabras de divina inspiración.

En Mateo 2:17-18 se cita el lenguaje de Jeremías 31: 15 como cumplido en el


llanto y lamentación ocasionados por la masacre de párvulos en Belén. En el más elevado
giro de concepto poético, el profeta Jeremías presenta la aflicción de las penalidades y el
destierro de Israel. Se le ocurre la idea de que a la afectuosa Raquel, madre de la casa de
José, Efraín y Manasés (Gen 30:24; 41:51, 52) y madre de Benjamín (Gen 35:18, 20)--, se
la oyera llorar y lamentarse en Ramah por la pérdida de sus hijos. El profeta menciona a
Efraín (Jer. 31:18, 20) como la tribu principal y representativa de todo Israel. La agonía de
la tierna madre es sobre un dolor más grande que sólo el destierro de Judá. Introduce,
también, la derrota y cautividad de Efraín, y se menciona a Raquel más bien que a Lea, a
causa de su gran deseo por tener hijos (Gen 30:1) y las melancólicas circunstancias de su
fallecimiento (Gen 35:18). Se representa la lamentación como oída en Ramah, por varios
motivos. Esa ciudad ocupaba una prominencia notable en el territorio de la tribu de
Benjamín, desde la cual el poeta concibe que el sonido de los lamentos pudiera
extenderse hasta las orillas de las tierras de Benjamín y de Judá. En Ramah estuvo el
hogar de Anna, madre de Samuel, (1 Sam 1:19-20), cuyas ansias maternales fueron tan
semejantes a las de Raquel. También fue en Ramah donde los proscritos judíos fueron
reunidos antes de su deportación a Babilonia (Jer. 40:1). El corazón de Raquel, en ojos
del profeta, era lo suficientemente grande como para sentir y lamentar las angustias de
todos los hijos de Jacob. Todo esto ocurre a la mente del evangelista al relatar la masacre
de los niñitos de los alrededores de Belén (Mat. 2:16). Le parece como si el corazón lleno
de amor materno, de Raquel, clamase una vez más, aun desde el fondo de su tumba, no
siendo esta segunda angustia más que una repetición de la del destierro, siendo la
primera un tipo de la última. Y esto fue un cumplimiento de aquella poética profecía
aunque no se diga que esta aflicción de Belén aconteció para que se cumplieran las
palabras de Jeremías. Mediante un "acomodamiento" correcto y legítimo el evangelista
trae las palabras del profeta para reforzar su relato del tremendo duelo. Dice Davidson:
"Teniendo en cuenta la íntima relación entre tipo y anti tipo, ora el primero sea una
persona, como, por ej., David, ora un acontecimiento, como el nacimiento de un niño, no
hay por qué hallar tropezadero en la manera como se introducen ciertas citas en el N. T.
ni recurrir a otros modos de explicación que parecen ser objecionables. No adoptamos,
como algunos, la hipótesis de un doble sentido, para la cual hay objeciones de gran peso.
Tampoco concebimos que el principio de acomodamiento, aun en su forma más
indulgente, se eleve hasta la verdad. Los pasajes que contienen profecías típicas siempre
tienen una referencia directa a hechos o cosas en la historia de las personas, o pueblo, de
quienes es obvio que el contexto se ocupa. Pero estos hechos o circunstancias eran
típicos de operaciones espirituales en la historia del Salvador y de su reino".

ACERCA DE DISCREPANCIAS BIBLICAS

Al comparar las Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamento, así como al


examinar las declaraciones de los diversos escritores de uno y otro Testamento, a veces
atrae la atención del lector alguna declaración que parece hallarse en pugna con otras
que existen en otros libros o pasajes. En ocasiones, diversos pasajes de un mismo libro
presentan alguna inconsecuencia; más común, sin embargo, es hallar discrepancias entre
varios escritores, las que más de una vez ciertos críticos se han apresurado a declarar
irreconciliables. Estas discrepancias se hallan en las tablas genealógicas y en diversas
declaraciones numéricas, históricas, doctrinales, éticas y proféticas. Incumbe al intérprete
examinarlas con tanta paciencia como esmero; no debe desconocer ninguna dificultad
sino que debe ser capaz de dar una explicación de las aparentes inconsistencias y esto
no mediante afirmaciones o negaciones dogmáticas sino por medio de métodos
racionales de procedimiento. Si tropieza con alguna discrepancia o contradicción que él
no es capaz de explicar, no tiene por qué vacilar en confesarlo. Del hecho de que él sea
incapaz de resolver el problema no se sigue que éste sea insoluble. La carencia de
suficientes datos a veces ha hecho infructuosos los esfuerzos de los exegetas más
eruditos. (x) (a) N. del T.  Esos datos suelen irse descubriendo en el transcurso de los
siglos, mediante descubrimientos arqueológicos, etc.

Una gran parte de las discrepancias son atribuibles a una o más de las siguientes
causas: a). Errores de copistas de manuscritos. b) Variedad de nombres aplicados a una
misma persona o lugar. c). Distintos métodos, en diversos escritores, de calcular ciertas
extensiones de tiempo o las estaciones del año. d). Diversas posiciones históricas o
locales, ocupadas por diversos escritores. e). El objeto especial y plan de cada libro
particular.

Las variantes no son contradicciones y muchas variantes esenciales tienen su origen en


diversos métodos adoptados para arreglar una serie particular de hechos (x). N. del T.-En
el alfabeto hebreo hay letras más parecidas entre sí, aun impresas, que lo que muestra es
manuscrita se parece a la e, o la n a la u. Y esas letras son, también, numerales.

 Las peculiaridades del pensamiento y el lenguaje oriental a menudo envuelven


aparentes extravagancias en las declaraciones así como inexactitudes en el uso de
palabras, cosas de tal naturaleza que provocan la crítica de los menos líricos escritores de
Occidente. Y no es más que justo agregar que no pocas de las pretendidas contradic-
ciones bíblicas, sólo existen en la imaginación de escritores escépticos y deben atribuirse
a la maleficencia de críticos capciosos.

Es fácil comprender que en el curso de los siglos numerosos errores pequeños y


aun discrepancias, puedan haberse introducido en el texto por la falta de infalibilidad de
los copistas. A esta causa se atribuyen muchas de las variantes ortográficas o numéricas.
El, hábito de expresar números con letras, algunas de las cuales son sumamente
parecidas unas a otras, ha podido dar lugar a discrepancias (xx). Estas son cosas que
aun el lector superficial las notas hasta en las noticias que a diario traen los periódicos.

 A veces la omisión de una letra o de una palabra, cosa que pudo ocurrir antes que
existiera la imprenta, ocasiona una dificultad que hoy no hay modo de remediar sino
mediante conjeturas.

La comparación de tablas genealógicas exhibe discrepancias en nombres y


números, cosa explicable al pensar en el inmenso número de veces que han sido
copiadas a mano en el transcurso de largos siglos. Una comparación del registro de
familia de Jacob y sus hijos (las setenta almas que salieron de Egipto) (Gen XLVI), con el
censo de esta misma familia en tiempos de Moisés (Núm. XXVI) servirá para ilustrar las
peculiaridades de las genealogías hebreas.

Al estudiar esas listas hebreas es importante considerar la posición histórica y el


propósito de cada escritor. La lista de Génesis XLVI fue preparada, probablemente, en
Egipto, algún tiempo después de que Jacob y su familia llegaron allí. Probablemente fue
preparada, en su forma actual, con sanción del mismo Jacob. El anciano y sufrido
patriarca fue a Egipto con la seguridad que Dios le dio de que le constituiría en una gran
nación y volvería a sacarlo de allí (Gen 46:3-4). Por eso prestaría mucho interés al
registro de su familia hecho bajo su propia dirección. Pero en la época del censo, en tanto
que se preservaran cuidadosamente los nombres de las cabezas de familia, los arreglos
se hicieron en forma distinta y se dio prominencia a otros. Numerosos descendientes
posteriores se habían hecho conspicuos históricamente y, en consecuencia, han sido
agregados bajo las correspondientes cabezas de familia. Las tablas dadas en 1º Crónicas
I-IX muestran cambios y agregados mucho más extensos. Las diferencias peculiares
entre las listas demuestran que una no ha sido copiada de la otra; tampoco fueron
tomadas ambas de una fuente común. Evidentemente fueron preparadas por separado.
Cada una de ellas desde un punto de vista diferente y con un objeto definido.

También deben notarse los peculiares método hebreos de pensamiento y de


expresión, tales como se les exhibe en la antigua lista de Génesis XLVI. En los vs. 8 y 15
se incluyen a Jacob entre sus propios hijos y a los inmortales "treinta y tres", que incluyen
al padre y una hija y dos bisnietos (Hez ron y Amur) probablemente no nacidos aún
cuando Jacob emigró a Egipto, se les designa como "todas las almas de sus hijos y sus
hijas". Un trato análogo del asunto aparece en Éxodo 1:5, donde se dice que "todas las
almas que procedieron de los lomos de Jacob, fueron setenta almas" . El escritor tiene en
la memoria los memorables "setenta" que fueron a Egipto (Comp. Deut. 10: 22). En Gen
46:27, los dos hijos de José, de quienes se dice explícitamente que "le nacieron en
Egipto", se cuentan entre los setenta que "fueron a Egipto". Es una crítica capciosa y
vituperable la que echa manos de peculiaridades como éstas, de uso corriente entre los
hebreos, y las declara "notables contradicciones que envuelven tan claras imposibilidades
que es imposible considerarlas como narraciones verídicas de hechos históricos reales".
(Al hablar de sesenta y cinco personas (Act. 7: fq,) Esteban, sencillamente, sigue lo que
dice la Septuaginta.)

Armonizaba con el espíritu y costumbres hebreas el formar elencos de nombres


honorables, arreglados en forma tal que produjeran números definidos y sugestivos. De
esa manera la genealogía de nuestro Señor que hallamos en Mateo I está arreglada en
grupos de catorce nombres cada uno, cosa que sólo pudo hacerse mediante la omisión
de varios nombres importantes. En tanto que el compilador podía, valiéndose de otro
procedimiento igualmente correcto, haber hecho de sesenta y nueve la lista de Gen XLVI,
omitiendo el nombre de Jacob, o haberla hecho exceder de los sesenta añadiendo los
nombres de las esposas de los hijos de Jacob, es indudable que, adrede, se propuso
arreglarse de modo que produjera setenta almas. El número de los descendientes de
Noé, tal como aparece en la tabla genealógica de Génesis X, llega también a setenta.
Esta costumbre de usar cantidades fijas como auxilio a la memoria puede haberse
originado en las necesidades de la tradición oral. Los setenta ancianos de Israel
probablemente se elegían teniendo en vista alguna referencia a las familias que surgieron
de las setenta almas de la casa de Jacob; y el enviar Jesús setenta discípulos (Luc. 10:1)
es evidencia de que el significado místico de esa cifra tuvo su influencia sobre su mente.

Es muy notorio que las alianzas matrimoniales entre las tribus, así como los
asuntos de derecho legal a las herencias, afectaban la posición genealógica de las
personas. Así, en Números 32:40-41 se nos dice que Moisés dio la tierra de Galaad a
Machí, hijo de Manasés, y que también "Gair, hijo de Manasés, fue y tomó sus aldeas y
púsoles por nombre Havothjair" (Comp. 1 Rey. 4:13). Esta herencia, pues, pertenecía a la
tribu de Manasés; pero una comparación con 1 Cron. 2:21-22 demuestra que, por
descendencia lineal, Gair pertenecía a la tribu de Judá, y como tal le cuenta el cronista
quien, al mismo tiempo, da las explicaciones del caso. Nos informa que Herón, hijo de
Judá, tomó en matrimonio a la hija de Machí, hija, de Manasés y, por ella fue padre de
Segú, que fue padre de Gair. Ahora, si Gair quería alegar su derecho legal a herencia en
Galaad, probaría que era descendiente de Machí, hijo de Manasés, pero si se inquiría
acerca de su, linaje paterno sería igualmente posible seguirle hasta Herón, hijo de Judá.

Consideraciones de esta índole ayudarán mucho en resolver las dificultades que


tanta perplejidad ha causado a los críticos en las dos genealogías de Jesús. Hoy, a tan
gran distancia de tiempo, no están a nuestro alcance los hechos y datos que podrían
arrojar luz sobre las discrepancias de estas listas de los ascendientes de nuestro Señor, y
sólo podemos estudiarlas mediante los raciocinios, deducciones y suposiciones
conseguidas mediante un prolijo cotejo de genealogías y de hechos bien conocidos
respecto a las costumbres judías de calcular las sucesiones legales y descendencias
lineales. La hipótesis muy prevaleciente y popular desde la época de la Reforma, de que
Mateo da la genealogía de José y Lucas la de María, ha sido, con justicia, desechada por
la mayoría de los mejores críticos como incompatibles con las palabras de ambos
evangelistas, quienes aspiran a darnos la genealogía de José. El derecho al "trono de
David, su padre" (Luc. 1: 32), de acuerdo con todos los precedentes, ideas y costumbres,
tiene que fundarse en una base de sucesión legal, como la de una herencia; y, por
consiguiente, su genealogía debe rastrearse hasta José, esposo legal de María. Y es
claro, aparte de estas genealogías, que José era de la real casa de David, pues el ángel
le trató como a tal y, además, por ese motivo fue a Bethlehem, ciudad de David, a
empadronarse para el censo (Luc. 2:4,5) . Sin embargo, no es improbable que también
María fuese de la casa y familia de David, parienta cercana, prima, acaso, de José y si así
fue, la sucesión natural de Jesús al trono de David, de acuerdo con las ideas judías, sería
notablemente completa. (Y cuando se piensa en lo común que entre los judíos era el
casamiento entre primos, para mantener las familias y herencias dentro de las tribus,
como, asimismo, las costumbres de las casas reales hasta el día de ahí, de que los
matrimonios se realicen entre príncipes, se verá que esto fue sumamente probable, que
José y María fuesen ambos de la misma familia). Cosa innegable es que en los primeros
tiempos nadie cuestionó el hecho de que nuestro Señor fuese descendiente de David. El
consintió que se le llamara "Hijo de David" (Mat. 9:27; 15:22) y ninguno de sus
adversarios negó esa importante pretensión. Era "de la simiente de David" según el
evangelio de San Pablo (2 Tim. 2:8; Comp. Rom. 1:3; Act. 13:22-23); y en la Epístola a los
Hebreos leemos: "Es evidente (predelón, conspicuamente manifiesto) que nuestro Señor
ha surgido de la tribu de Judá" (7:14.).

Al lector moderno puede parecerle que las genealogías bíblicas sean algo así
como cosa inútil, y no faltan escépticos que consideren que las listas de lugares, muchos
de ellos enteramente desconocidos hoy, así como la mención de los sitios donde acampó
Israel (Núm. XXXIII) y las ciudades distribuidas a las diversas tribus (por ej. Josué
15:20-62) son cosas incompatibles con el elevado ideal de una revelación divina, pero
tales ideas son hijas de un concepto mecánico y precipitado de lo que, según esas
personas, debiera ser la Revelación. Estas listas de nombres, en apariencias áridas y
cansadoras, constituyen parte de las evidencias más irrefragables de la verdad histórica
de los registros bíblicos. Si al pensamiento moderno parecen sin ningún valor práctico no
hay que olvidar que para el antiguo hebreo eran de primordial importancia como
documentaciones de historia de antepasados y de derechos legales. De todas las
fantasías escépticas la más destituida de valor crítico, la más absurda, sería la suposición
de que tales listas hubiesen sido forjadas con cierto objeto en vista. Con igual criterio
podría alguien sostener que los restos fósiles de animales hoy extintos hubiesen sido
colocados en las rocas con fines engañosos. El utilitario superficial puede, sí, declarar
igualmente inútiles y de ningún valor tanto los fósiles como las genealogías; pero el
estudiante de la tierra, dueño de un cerebro más reflexivo, siempre reconocerá en ambas
cosas elementos valiosos que sirven de índice a la historia. Estas genealogías son como
las piedras rústicas que se hallan en los cimientos de los edificios. Algunas se hallan
ocultas debajo de la tierra; otras están despedazadas y estropeadas; algunas salidas de
quicio y fuera de su sitio, en el transcurso del tiempo; mas todas ellas, en alguna posición
que ocupan u ocuparon, fueron necesarias y aun imprescindiblemente necesarias al
establecimiento, estabilidad y utilidad del noble edificio a que pertenecen.

El mayor número de las discrepancias numéricas de la Biblia se deben,


indudablemente, a errores de copistas. Ya hemos hablado de esto en páginas anteriores y
sólo añadiremos que debe recordarse que el mero agregado de dos puntitos cambia el
valor de una cifra hebrea (por ej. cambia la Núm., que representa el número 700, en una
Zallan que representa 7000, que es en lo que consiste la discrepancia entre 2 Sam 8:4•,
con 1 Cron. 18:4•).

Las dos listas de proscriptos que volvieron con Zorobabel (Esdras. 1:70 y Neh.
7:6-73) exhiben numerosas discrepancias así como muchas coincidencias.

Y es muy notable que las cifras en la lista de Esdras dé 29,818 y la de Nehemías


31,089 y que, sin embargo, según ambas listas, la congregación completa súmase 42,360
(Esdr. 2:64; Neh. 7: 66). Lo probable es que ninguna de las dos listas pretenda ser una
enumeración perfecta de las familias que volvieron del destierro sino de tales familias
como las de Judá y Benjamín que pudieron presentar una genealogía auténtica de la casa
de sus mayores; en tanto que los 42,360, incluyen muchas personas y familias
pertenecientes a otras tribus y que, en el destierro, habían extraviado los registros exactos
de sus genealogías, pero que, a pesar de eso, eran descendientes legítimos de algunas
de les antiguas tribus. También es notable que la lista de Esdras mencione 494. Personas
no reconocidas en la Esta de Nehemías y ésta menciona 1765 que no aparecen en la de
Esdras; pera que si añadimos el sobrante de Esdras a la suma de Nehemías (494 +
31,089 = 31,583) tenemos el mismo resultado coma si agregamos el sobrante de
Nehemías a la suma de los números de Esdras (1,765 + 29,818 = 31,583). Por lo tanto,
puede creerse, muy razonablemente, que la cifra de 31,583, es la suma de todos los que
pudieron justificar su ascendencia; que las dos listas fueron hechas independientemente
una de otra y que ambas son defectuosas, aunque cada una de ellas, respectivamente,
suple los defectos de la otra.
Que nuestro Señor, con sus preceptos acerca de la conducta personal en los asuntos
ordinarios de la vida diaria, no se propuso prohibir la censura y el castigo de los
malhechores, es cosa que su propia conducta pone de manifiesto. A1 ser golpeado por
uno de los oficiales, en presencia del sumo sacerdote, nuestro Señor se quejó de tan
grave abuso (Juan 18: 22-23). Cuando Pablo fue golpeado en forma análoga, por orden
del sumo sacerdote (Act. 23:3) el apóstol, indignado, exclamó: "¡Dios te herirá a ti, pared
blanqueada!" El mismo apóstol establece la verdadera doctrina cristiana sobre todos estos
puntos, de Romanos 12:18 a 13:6: "Si se puede hacer, en cuanto de vosotros dependa,
tened paz con todos los hombres", palabras que indican claramente lo improbable de
poder hacer esto; luego, al suponer que alguien es atacado y perjudicado personalmente,
agrega: "No os venguéis vosotros mismos, amados; antes dado lugar a la ira"; es decir,
dejad que la ira de Dios siga su curso sin pretender anticiparla.

Nadie, pues, presuma decir que el espíritu y preceptos del N. Testamento están en
pugna con el Antiguo. En ambos Testamentos se inculcan los principios del amor fraternal
y de devolver bien por mal, al mismo tiempo que el deber de sostener los derechos
humanos y el orden civil.

Un ejemplo notable de supuesta inconsecuencia de doctrina, en el N. T., se halla


en los diferentes métodos de presentar el asunto de la justificación, en las epístolas de
Pablo y en la de Santiago. La enseñanza de Pablo se expresa en la siguiente forma, en
Gálatas 2:15-16: "Nosotros, judíos por naturaleza y no pecadores de los gentiles, pero
sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley (ez ergon nomon, de
obras de ley, es decir, como si ella fuese una fuente de méritos, base de procedimiento en
el caso dado y así constituyese la razón y causa de la justificación) sino por la fe de
Jesucristo, nosotros también (o aun nosotros) hemos creído en (eis, como quien dice
penetrado en, aludiendo al hecho de entrar o penetrar a una unión vital con Cristo, al
convertirse el hombre) Jesucristo, para que fuésemos (pudiésemos ser) justificados por la
fe de Cristo y no por obras de ley; por cuanto por obras dé ley ninguna carne será
justificada". En sustancia la misma declaración se hace en. Romanos 3:20-28; y en el
capítulo IV se ilustra la doctrina con el caso de Abraham, quien "creyó a Dios y eso le fue
contado como justicia" (v. 3). Mientras, por otra parte, Santiago insiste en que se debe ser
"hacedores de la palabra" (Sant. 1:25). Ensalza la piedad práctica, el cumplimiento de "la
ley real conforme a la Escritura" (2:8) y declara que "la fe, si no tiene obras es muerta en
sí misma" (2:17). También se sirve de Abraham para ilustrar su posición "cuando ofreció a
su hijo Isaac sobre el altar" y arguye que "la fe obró con sus obras y que fue perfecta por
la obras; y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios y le fue imputado a
justicia y fue llamado amigo de Dios. Veis, pues (concluye el apóstol) que el hombre es
justificado por las obras (ez ergon) y no solamente por la fe" (2:21-29.).

La solución de esta apariencia de contradicción se la halla mediante un estudio de


la experiencia religiosa personal de cada escritor, así como sus diferentes maneras de
pensar y sus campos de operación en la Iglesia Primitiva. También hay que notar el
sentido peculiar en que cada uno usa los términos "fe", "obras" y "justificación", pues cada
una de esas expresiones ha sido empleada en todas las épocas de la Iglesia para
expresar un número de ideas distintas, aunque emparentadas.

En primer lugar, hay que recordar que Pablo fue conducido a Cristo mediante una
conversión repentina y maravillosa. La convicción de pecado, los remordimientos de su
alma cuando se dio cuenta de que había estado persiguiendo al Hijo de Dios; la caída de
las escamas de sobre sus ojos y su consiguiente percepción, vívida y aguda, de la gracia
de un Evangelio gratuito, gracia alcanzada mediante la fe en Cristo, todo esto,
necesariamente, entraría en su ideal de la justificación de un pecador perdido. Ve, pues,
que ni judío ni gentil puede alcanzar la relación de una alma salvada, o sea la unión con
Cristo, excepto mediante tal fe. Además, su misión y ministerio especial le llevaron,
preeminentemente. a combatir el judaísmo legalista y se transformó en "el apóstol de los
gentiles". Santiago, por su parte, había sido doctrinado más gradualmente en la vida
evangélica. Su concepto del Cristianismo era el de la consumación y perfección del
antiguo pacto. Su misión y ministerio le condujeron especial, si no completamente, a
trabajar entre los de la circuncisión (Gal 2: 9). Estaba acostumbrado a considerar toda
doctrina cristiana a la luz de las antiguas Escrituras, las que, por lo tanto, se hicieron para
él "la palabra ingerida" (Sant. 1:21), "la perfecta ley, la (ley) de libertad" (v. 25) "la ley real"
(2: 8). Y también hay que recordar, como lo observa Neander, "que Santiago, en su
posición peculiar, no tenía, como Pablo, que vindicar una ministración independiente del
Evangelio, ministración de `rotas cadenas' entre los gentiles en oposición a las
pretensiones de justicia legal judaica; sino que se sentía compelido a recalcar las
consecuencias prácticas y exigencias de la fe cristiana, hablando con aquellos en quienes
esa fe se había mezclado con los errores del judaísmo carnal; y a quitarles los apoyos de
su falsa confianza".

Tales distintas experiencias y campos de acción, naturalmente desarrollaría en


estos ministros de Jesucristo correspondiente diversidad de estilo, de pensamiento y de
enseñanza. Pero cuando, con todos estos hechos a la vista, analizamos sus respectivas
enseñanzas, nada hallamos realmente contradictorio; simplemente colocan ante nosotros
diversos aspectos de las mismas grandes verdades. La enseñanza de Pablo en los
pasajes citados tiene referencia a la fe en su primera operación, la confianza con la cual el
pecador, consciente de su pecado y condenación (x) N. del T.  Nosotros añadiríamos: "y
de su impotencia para hacer algo que pueda salvarla". Se arroja en brazos de la gracia
gratuita de Dios en Jesucristo y obtiene perdón y paz con Dios. En tanto que Santiago,
por su parte, trata, más bien, de la fe como el principio permanente de una vida de piedad,
con obras de piedad que brotan de esa fe con la naturalidad con que las aguas surgen de
un manantial. Pablo cita el caso de Abraham cuando éste aun era incircunciso y armes de
haber recibido el sello de la fe (Rom. 4.:10-11); pero Santiago se refiere a la época
posterior, cuando ofreció a Isaac y por medio de ese acto de fidelidad a la palabra de Dios
su fe fue perfeccionada (Sant. 2:21). El término obras también se usa con distintos
matices de significado. Pablo tiene en su pensamiento las obras de la ley con referencia a
la idea de una justicia legalista, mientras que es evidente que Santiago se refiere a obras
o actos de piedad práctica, tales como el socorrer a los huérfanos y viudas afligidos ( 2:27
) y el ministrar a otros necesitados (2:15-16 ). La justificación, por consiguiente, es
considerada por Pablo como un acto judicial que envuelve la remisión de los pecados, la
reconciliación con Dios y la restauración al favor divino; pero para Santiago, ella es más
bien el mantener semejante estado de favor con Dios, una aprobación constante ante
Dios y los hombres. Todo esto aparecerá tanto más claramente si notamos que Santiago
se dirige a sus hermanos judíos, de la dispersión, que se hallaban expuestos a diversas
tentaciones y pruebas (1:1-4) y se hallaban en peligro de confiar en un muerto farisaísmo
antinomiano; pero Pablo está discutiendo, cual erudito teólogo, la doctrina de la salvación
tal como se origina en los consejos de Dios y se desarrolla en la historia del proceder de
Dios para con toda la raza de Adán.

Debe, además, notarse que Santiago no niega la necesidad y eficacia de la fe ni


Pablo desconoce la importancia de las buenas obras. Lo que Santiago condena es la
perniciosa doctrina de la fe extraña a las obras, la fe que nada quiere saber de obras.
Condena al que dice tener fe pero exhibe una vida y conducta en desacuerdo con la fe en
nuestro Señor. Semejante clase de fe la declara muerta en sí misma (2:14.-17) . La
justificación es por la fe, si, más sin olvido del obrar (v. 24). La fe se pone en evidencia
mediante obras de amor y piedad. Pablo, por su lado, se opone a la idea de una justicia
legalista. Condena la presunción de que el hombre puede merecer el favor de Dios
mediante una observación perfecta de su ley y demuestra que la ley cumple su misión
más elevada cuando descubre al hombre el conocimiento del pecado, es decir cuando le
hace conocer que es pecador (Rom. 3:20) y luego, en el cap. 7:13, procede a hacer
aparecer el pecado como "sobremanera pecante". Pero Pablo está tan lejos de negar la
necesidad de las buenas obras como manifestación de la fe del creyente en Cristo, como
Santiago lo está de negar la necesidad de la fe en Cristo para ser salvo. En Gálatas 5:6,
Pablo habla de "la fe que obra por el amor" y en la 1ª Corintios 13:2, afirma que aunque
alguien tuviese tanta fe como la necesaria para realizar los mayores prodigios, pero
careciese de amor, nada sería el tal hombre.

Nada hay más evidente que el hecho de que los dos apóstoles se hallan en
perfecta armonía con Jesús, quien abarca las relaciones esenciales de la fe y las obras
cuando dice: "O haced el árbol bueno y bueno su fruto o haced corrompido el árbol y su
fruto dañado; porque por el fruto se conoce el árbol" (Mat. 12:33) .

Estas divergencias entre Santiago y Pablo son un ejemplo de la libertad individual


de los escritores sagrados en su enunciación de la verdad divina. Cada uno preserva sus
propios modismos de pensamiento, así como su estilo. Cada uno recibe su palabra de
revelación y conocimiento del misterio de Cristo, de acuerdo con las condiciones de vida,
experiencia y acción en que ha sido criado o instruido. Es menester tomar en
consideración todos estos hechos cuando comparamos y contrastamos las enseñanzas
de las Escrituras que parecen discrepar, y al hacerlo hemos de descubrir que esas
variantes suelen constituir una revelación múltiple y llena de evidencia propia acerca del
Dios de verdad.

Los principios generales de exégesis que hemos presentado bastarán para la explicación
de cualquier otra discrepancia que se haya alegado existir en la Biblia. Una atenta
consideración a la posición que ocupa el escritor u orador, la ocasión, objeto y plan de su
libro o discurso, junto con un análisis crítico de los detalles, generalmente demostrarán
que no existe contradicción real. Pero cuando alguien presenta expresiones hiperbólicas,
peculiares al lenguaje de la gente de Oriente, o casos de antropomorfismo hebreo y se
esfuerza en darles un significado literal, eso no es hallar discrepancias y dificultades en la
Biblia, sino crearlas e introducirlas en la Biblia para luego decir que se tropieza con ellas.

Mr. Halley, en su obra extensa y valiosa sobre las Pretendidas Discrepancias de la Biblia
observa que las discrepancias, cuando realmente existen, no carecen de valor. Puede
bien creerse que contemplan los fines siguientes: 1) Estimulan el esfuerzo intelectual,
despiertan curiosidad e investigación y, en esa forma, conducen a un estudio más
profundo y extenso del sagrado libro 2) Ilustran la analogía existente entre la Biblia y la
naturaleza. De la misma manera que tierra y cielo exhiben una armonía maravillosa en
medio de una gran variedad y discordancia, así en las Escrituras existe notable armonía
detrás de las aparentes divergencias. 3) Demuestran que no hubo colusión entre los
escritores sagrados, porque sus divergencias son de tal índole que nunca hubiesen sido
introducidas deliberadamente. 4) También demuestran el valor del espíritu, en su
superioridad sobre la letra, de la Palabra de Dios. 5) Sirve como piedra de toque del
carácter moral. Para el espíritu capcioso, predispuesto a encontrar y exagerar dificultades
en la Revelación Divina las discrepancias bíblicas resultan grandes piedras de tropiezo y
motivos de cavilación y de desobediencia. Pero para el investigador serio y correcto, que
desea conocer "los misterios del reino de los cielos" (Mat. 13:11) un estudio prolijo de las
discrepancias verdaderas le revelará armonías ocultas y coincidencias indeliberadas que
robustecerán su fe a medida que descubre que esas escrituras multiformes son, real y
verdaderamente, la palabra de Dios.

ARMONÍA Y DIVERSIDAD EN LOS EVANGELIOS

La vida de Jesús constituye un punto de arranque en la historia del mundo. Las


escrituras del A. T. muestran la marcha constante y firme de la Historia en dirección hacia
esa época tan notablemente extraordinaria. Los profetas, a una voz, colocan el
advenimiento de Casto "en los postreros días" (Gen 4.9:1; Núm. 24.:14; Isaías 2:2; Dan
10:14.) y conciben su advenimiento y reinado como la introducción de una nueva época.
El Dios de los profetas habló en los últimos días del antiguo ciclo, o edad, en la persona
de su Hijo encarnado, "a quien constituyó en heredero de todo, por el cual, asimismo, hizo
el universo (los ciclos, o edades o épocas, tous aionas, Hebr. 1:2). La muerte de Jesús,
seguida de su exaltación constituyeron la hora de crisis de la historia del mundo (Juan 12:
23-33 ) y desde aquella hora existió un nuevo punto de partida en el curso de los
acontecimientos humanos. Después que el Evangelio del reino mesiánico hubo sido
predicado en todo el mundo romano, para testimonio a las naciones, (Mat. 24.:14) llegó el
fin de aquella edad o dispensación, pues era necesario que antes de que la antigua
economía universal llegase a su fin definitivo el nuevo Evangelio hubiese establecido
firmemente su pie en el mundo. El derrocamiento absoluto de la política y el estado judíos
y la espantosa ruina de la perversa ciudad donde el Señor fue sacrificado, señalaron la
consumación del ciclo o edad. Y desde aquel punto en adelante se extienden los triunfos
de la cruz. Por consiguiente es cosa perfectamente natural que los cuatro evangelios,
siendo, corno son, los registros autorizados que dan fe de la vida y obras del Señor Jesús,
se estimen como los documentos más preciosos del mundo cristiano.
Cada uno de los cuatro evangelios nos presenta un retrato al natural del Señor Jesús y se
propone decirnos lo que dijo e hizo. Pero aunque narran muchas cosas en común, estos
cuatro testigos difieren mucho entre sí. El explicar tantas diferencias en medio de tal suma
de materia coincidente es cosa que siempre ha. Llenado de perplejidad el estudio de los
expositores. En tiempos modernos los críticos racionalistas han señalado las aparentes
divergencias de los evangelios como pruebas contra su credibilidad y estos tan
apreciados registros de la Iglesia han constituido el punto céntrico. Todos los racionalistas
admiten que Jesús vivió y murió, pero que resucitara de entre los muertos, como afirman
los evangelios lo niegan rotundamente, recurriendo a toda clase de conjeturas para
explicar la fe uniforme y universal que la Iglesia manifiesta en la resurrección. (x) (N. del
T.-E1 autor escribió esto pocos años antes de la aparición del desgraciado aborto de
Emilio Bossi, titulado "Jesucristo nunca ha existido", que hizo bastante ruido, y que fue tan
hábilmente refutado por el profesar romano Fiori, en su obra "El Cristo de la Historio y de
les Escrituras", hoy vertido al castellano por la Biblioteca San Pablo, del Rev. Wm. Morris,
de B. Aireé; y también brevemente refutado en nuestro opúsculo "Escobazos". Ambas
obras en venta en la Imprenta Metodista, en Buenos Aires).

El sentido común de todo el cristianismo concluye, lógicamente, que si Jesucristo


resucitó de entre los muertos, ese milagro, una vez por, todas, confirma la credibilidad de
los evangelios y explica el maravilloso surgir del cristianismo, así como la excelencia y
potencia actual de la Religión Cristiana. La resurrección de Cristo demuestra que el origen
de nuestra religión fue sobrenatural y divino, pero si ese milagro fuese una falsedad, todo
el sistema cristiano descansaría sobre un fraude estupendo. Con muchísima razón pudo
Pablo escribir su enfática declaración de 1 Cor. 15:14-15. ( x ) (Y si Cristo no hubiese
resucitado y el cristianismo fuese un fraude inaudito, sin paralelo tocaría a los
racionalistas explicar varios hechos palpables y de más difícil explicación que la
resurrección de Cristo, entre ellos los de que las mentalidades más grandes de todas las
épocas, en abrumadora mayoría. han creído en la verdad de nuestra religión y en que
muchísimos de los que mayores facilidades tuvieron para comprobar si la resurrección
tuvo lugar o no, murieron gozosos, eso crueles martirios, por defender ese hecho como
verdad.

Muchos escritores, tanto antiguos como modernos se han tomado el trabajo de


confeccionar (sedicentes) Armonías de los Evangelios. Han adoptado diversos métodos
para explicar las varias discrepancias y de construir una narración armoniosa uniendo los
relatas de las cuatro historias distintas de la vida de Cristo. En esta forma nos han
suministrado muy valiosas exposiciones, a la par que muchas soluciones de las
discrepancias de los evangelios. Pero en sus conatos para combinar los cuatro evangelios
tratando de darnos una narración continua y asentar, positivamente, el orden cronológico
de los acontecimientos, más bien han obstaculizado que favorecido una comprensión
satisfactoria de los inapreciables registros. Con tal procedimiento se hace sufrir a esas
narraciones vívidas e independientes una prueba que sus autores nunca tuvieron la
intención de que soportaran y el procedimiento asume una posición de juez que es, a un
tiempo, anti-científica e incorrecta. Pero la mayoría de los armonistas más modernos
admiten que no existió en los evangelistas el propósito de componer un relato completo
de la vida y obras del Señor, y se admite, asimismo, que todos ellos, en ocasiones,
relatan algunas cosas sin consideración estricta al orden cronológico.

Un estudio inteligente y provechoso de los evangelios, requiere que se preste


especial atención a tres cosas: 1) Su origen; 2) el plan claro y el propósito de cada
evangelio; y 3) las características notables de los varios evangelios. Estas
consideraciones conduciendo, como lo hacen, a una comprensión correcta de los
registros evangélicos y a la solución de sus divergencias, son, en realidad, otros tantos
principios hermenéuticos que pueden aplicarse en cualquier exposición seria de estos
registros.

El más ligero examen de los cuatro evangelios debe mostrar al observador crítico
que no constituyen, en ningún sentido correcto, historias formales. Evidentemente
surgieron de una fuente común, y todos concuerdan en registrar mayor o menor número
de porciones de la vida, palabras, obra, muerte y resurrección de Jesucristo. Pero lo que
no ha podido averiguarse, y ha motivado mucha controversia, es si esa fuente común
consistió en documentos escritos o en tradiciones orales. "Sus trabajos parecen haber
tomado forma bajo la presión de necesidades que se presentaron y no por deliberada idea
de sus autores. En sus aspectos comunes parecen ser lo que la historia más primitiva los
declara ser, el sumario de la predicación apostólica, el fundamento histórico de la Iglesia".
(Westcott).

Pero el conceder que la forma primitiva de la narración del Evangelio hubiese sido
oral, es cosa que está lejos de determinar el origen, particular de nuestros actuales
evangelios, y los críticos serios deben convenir en que, dada la naturaleza del caso, en
ausencia de evidencias suficientes es imposible alcanzar una certidumbre absoluta. Y es
de suma importancia recordar que donde es imposible establecer certidumbre absoluta
acerca de un asunto dado deben evitarse las afirmaciones dogmáticas y prestarse debida
atención a toda suposición razonable que parezca poder ayudar a dilucidar el problema.
En ausencia de testimonios externos, los evangelios mismos y otros libros del N. T. es de
esperar que surgieran las mejores indicaciones del origen y propósito de cualquiera de los
evangelios.

Ireneo da la siguiente explicación acerca de los evangelios: "Mateo produjo entre


las hebreos un evangelio escrito mientras Pedro y Pablo estaban predicando en Roma y
colocando los cimientos de la iglesia. Después de la partida de éstos Marcos, discípulo e
intérprete de Pedro, también puso en nuestras manos, en escritura, lo que Pedro había
predicado. También Lucas, el compañero de Pablo, registró en un libro el evangelio
predicado por éste. Después Juan, el discípulo del Señor, el que también se reclinó sobre
su pecho, igualmente publicó un evangelio durante su residencia en Éfeso, en Asia". Toda
la historia antigua y las tradiciones concuerdan, substancialmente, con esta declaración
general de Irineo.

Considerando ahora, por ej., el Evangelio según Mateo como designado,


especialmente, para lectores judíos, cuán natural resulta que él lo anuncie como el libro
de la generación de Jesucristo "hijo de David, hijo de Abraham". Cuán de acuerdo con su
propósito el describir el nacimiento de Jesús, en días del rey Herodes, como el de uno
nacido Rey de los judíos y nacido en Belén, de acuerdo con los dichos de los profetas.
Nótese cómo nos presenta en una sola pieza 'bien conectada el Sermón del Monte, cual
si fuese una reedición de la antigua ley del Sinaí, presentada en nueva y mejor forma.
Igualmente hay que notar cómo continúa la serie de milagros, en los capítulos VIII y IX,
como si se hiciera con el propósito de poner de manifiesto en forma bien evidente el poder
y autoridad divinos de este nuevo Legislador y Rey. El llamamiento, la ordenación y el
envío de los doce discípulos (cap. X) era como la elección de una nueva Israel para
reclamar las doce tribus esparcidas. Las siete parábolas del cap. XIII, son una revelación
de los misterios del reino de los cielos, reino que él, como el Cristo de Dios, estaba por
establecer. Luego sigue un amplio registro del conflicto entre este Rey de los judíos y los
escribas y fariseos, quienes esperaban otra clase de reino mesiánico (XIXXXIII). El gran
discurso apocalíptico de los capítulos XXIV y XXV revela el fin de aquella edad como en el
futuro cercano y se halla en notable analogía con el espíritu y formas de la profecía del A.
T. El registro de la última cena, la traición, la crucifixión y la resurrección completan el
cuadro del gran Profeta, Sacerdote y Rey. Todo el libro, pues, tiene una unidad de
propósito y de detalle admirablemente adaptados para ser el evangelio para los Hebreos y
para mostrar a toda mente pensadora, en Israel, que Jesús era realmente el Mesías de
quien habían hablado los profetas. Además, en tanto que así respira el espíritu hebreo por
todos sus poros, tiene menos explicaciones acerca de costumbres judías que los demás
evangelios.

La armonía esencial, interna, de los evangelios está robustecida por su propia


diversidad. Estas narraciones constituyen un cuádruple testimonio al Cristo de Dios. Así
como los filósofos con amplitud de miras, han podido hallar en las características e
historia nacionales de judíos griegos y romanos una preparación providencial del mundo
para el Evangelio, así también, en los evangelios mismos puede verse, a su vez, un
registro providencial del Redentor del mundo maravillosamente adaptado por múltiples
formas de declaraciones para impresionar y convencer las variadas mentalidades de los
hombres. No debiéramos decir que Mateo escribió sólo para los judíos, Marcos para los
romanos y Lucas para los griegos. Eso implicaría que cuando esas varias naciones
dejaran de ser, los evangelios ya no tendrían adaptación especial. Más bien debiéramos
tener en cuenta que, mientras los varios evangelios tienen las mencionadas adaptaciones,
posee también la capacidad, divinamente ordenada, de hacer que el carácter de Jesús
impresione en forma sumamente poderosa toda clase de hombres. Los tipos de
mentalidad y de carácter representados por aquellas grandes razas históricas están
apareciendo de continuo y requieren perpetuamente el múltiple testimonio de Jesús
suministrado por los cuatro evangelistas. Los cuatro son mejor que uno. Necesitamos el
retrato viviente del Príncipe de la casa David tal como lo presenta Mateo, pues él nos le
revela como el perfeccionador de la antigua economía, el cumplidor de la ley y los
profetas. Necesitamos el evangelio, más breve, del poderoso Hijo de Dios, tal como lo
presenta Marcos. Su estilo y giros rápidos afectan a las multitudes más profundamente
que un evangelio tan imbuido con el espíritu del A. T. como el de Mateo. Por otra parte, el
Evangelio de Lucas abre ante nosotros la visión más amplia del Hijo del hombre nacido,
por supuesto, bajo la ley, pero nacido de mujer, "luz para ser revelada a los gentiles",
tanto como para la gloria de Israel. (Luc. 2:32) Lucas con mucha propiedad rastrea la
genealogía del Redentor lejos, hasta más allá de David y aún más allá de Abraham, hasta
Adán, hijo de Dios. (Luc. 3: 38). Este evangelio paulino nos da la incorporación viviente
del Hombre perfecto, el Amigo y Salvador de la humanidad desamparada impotente. No
solamente brinda el más noble de los ideales a la mente del griego; siempre tendrá un
encanto para todo Teófilo que tenga la disposición y el deseo de conocer "la verdad de las
cosas" (la inconmovible certidumbre, ten as asfaleian, Luc. 14) de las cosas del Evangelio.
Y la obra de Juan suplementa notablemente la de los otros; es, por excelencia, el
Evangelio para la Iglesia de Dios. Es el Evangelio del corazón de Jesús y del discípulo
que se reclinó en su seno y tan plenamente se saturó de la inspiración de aquel corazón
sagrado, y que fue el único de los doce que pudo escribir este inimitable evangelio de la
Palabra, la Luz, el Camino, la Verdad, la Resurrección y la Vida.

En vista de las maravillosas armonías y el objeto y propósitos ampliamente


universales, manifiestos, de los evangelios de nuestro Señor, cuán indigno es el
escepticismo que echa mano de sus pequeñas divergencias (que tienen explicaciones
suficientemente razonables) para exagerarlas, convirtiéndolas en contradicciones con el
objeto de desacreditar la fe en la palabra de los evangelistas. ¿Por qué formar una
montaña de perplejidades con el hecho de que Mateo y Marcos, al hablar de los dos
ladrones crucificados con Jesús, digan que los dos le escarnecían, en tanto que Lucas
dice que uno le escarneció y fué censurado por el otro, el cual oró al Señor y recibió la
promesa del paraíso? ¿Acaso no es posible que durante las varias horas de la crucifixión,
pudieran ocurrir las varias cosas, narrándolas un evangelista más minuciosamente que
los otros? Notase gran variedad en los diversos relatos pero nadie, jamás, ha podido
señalar verdaderas divergencias, reales discrepancias, entre ellas. Careciendo nosotros
de las apariciones del Señor después de su resurrección de detalles suficientes no nos
será dado detallar exactamente el orden del curso de aquellos acontecimientos pero
cuando, mediante un número de hipótesis, se demuestra que fue posible que ocurrieran
todos los hechos que los varios evangelistas relatan, la diversidad de relatos se
transforma en evidencia innegable de que todos ellos son verdaderos.

PROGRESOS EN DOCTRINA Y ANALOGÍA DE LA FE

El intérprete de la Biblia no debe olvidar jamás que la Biblia, en su integridad, tal


cual hoy la poseemos, no fue un don que repentinamente descendió del cielo; sino que es
el producto lento y gradual de muchos siglos. Se halla compuesta de gran diversidad de
partes, las que se produjeron en muchas épocas distintas. Por consiguiente, hay que
reconocer que nuestras actuales Escrituras canónicas constituyen un registra de
revelación divina progresiva. El mismo Dios que en los últimos días nos habló en la
persona de su Hijo también habló en las revelaciones más antiguas (Hebr. 1:1) y
podemos escudriñar su Palabra en la confianza de que hallaremos en ella orden y
sabiduría divinos desde el principio hasta el fin.

Las porciones sucesivas que él reveló de tiempo en tiempo se adaptaron a las


variantes condiciones y necesidades de su pueblo. A veces la palabra fue dejada en
condición imperfecta, a causa de la dureza del corazón del pueblo (Marc. 10: 5). A veces
el progreso fue lento e interrumpido por largos períodos de decadencia espiritual,
surgiendo luego, nuevamente, en nuevos desarrollos de vida nacional. Para interpretar
bien las Escrituras y emplearlas eficazmente es necesario prestar considerable atención a
este carácter progresivo de las revelaciones divinas. Esa atención nos ayudará a
descartar los cargos de discrepancias doctrinales y éticas que se han allegado. La idea de
que la doctrina paulina de la justificación sea cosa esencialmente distinta de las
enseñanzas de Jesús carece de fuerza si se nota que toda la Epístola a los Romanos es,
prácticamente, un esmerado trato sistemático de las palabras de nuestro Señor a
Nicodemo, "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquél que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna" (Juan 3:16) . La afirmación,
de que el Nuevo Testamento contradice al Antiguo, se ve que es errónea tan pronto como
descubrimos que las más antiguas revelaciones fueron, necesariamente, imperfectas y
que, evidentemente, no tenían por objeto presentar toda la verdad de Dios. Cosas que,
contempladas desde un punto de vista parecen ser contradictorias desde otros se ve que
no son más qué porciones separadas, porciones de un todo, las que una vez unidas se ve
que forman una armonía grandiosa. La "ley del talión" y los procederes violentos del
"vengador de la sangre" estaban basados en las justas exigencias de una justicia
retributiva y eran formas arcaicas de ejecutar la ley. Una civilización más elevada,
establecida sobre revelaciones más claras, adopta otros medios penales pero reconoce
los mismos principios esenciales de derecho.

Analogía de la fe

Las anteriores observaciones preparan el camino para una comprensión correcta


de la analogía de la fe como auxilio en la exposición de las Escrituras. Esta expresión,
tomada de Romanos 12:6 pero usada en un sentido diferente del que se propuso el
apóstol, denota aquella armonía general de doctrina fundamental que corre a través de
toda la Biblia. (x) (N. del T.Véase la importante nota de Clarke sobre esta expresión. Pratt
dice "analogía de la fe" y la versión francesa, también).

Presume que la Biblia se interpreta a sí misma y que lo que es oscuro en un


pasaje puede ser iluminado por otro. A ninguna declaración única ni a ningún pasaje
oscuro de un libro se puede permitir hacer a un lado una doctrina que se halla claramente
establecida por varios pasajes. Los textos obscuros han de interpretarse a la luz de los
claros, sencillos y positivos. Dice Fairbairn: "La fe según la cual se determina el sentido de
un pasaje especial, debe ser tal que descanse sobre el amplio significado de alguna de
las más explícitas declaraciones de las Escrituras, acerca del significado de las cuales no
puede caber duda razonable en una mente libre de prejuicios. Y cuando, para fijar
principios generales de fe debamos elegir entre dos pasajes, siempre deberemos
conceder mayor peso a aquellos en los cuales no se mencionen meramente de una
manera accidental los asuntos relacionados con ella, sino que se los trate y discuta
formalmente; pues en tales casos no nos es dado dudar de que el punto acerca del cual
buscamos una declaración autorizante, estuvo claramente, ante los ojos del escritor".

Es evidente que ninguna doctrina que se apoya en un solo pasaje de las


Escrituras puede pertenecer a doctrinas fundamentales reconocidas en la analogía de la
fe. Mas no ha de inferirse de esto que ninguna declaración específica de las Escrituras
sea autorizante a menos que esté apoyada por otros pasajes paralelos. A menos que esté
claramente contradicha o excluida por la analogía de la fe, o por alguna otra declaración
igualmente explícita, una declaración positiva de la Palabra de Dios es suficiente para
establecer un hecho o doctrina. De aquí se sigue que la analogía de la fe, como principio
de interpretación, es, necesariamente, limitada en su aplicación. Es útil para sacar a luz la
importancia y prominencia relativas de diferentes doctrinas y para preservar contra
exposiciones de los sagrados oráculos viciadas por parcialidades. Exhibe la unidad
interna y la armonía de toda la Revelación divina. Encarece la importancia de
consecuencia en la interpretación, pero no puede gobernar al intérprete en la exposición
de aquellas partes de la Biblia que se hallan sin paralelo real y a las que ningunas otras
partes se le oponen. Porque del progreso de las doctrinas en la Biblia es dable inferir con
justicia que aquí y acullá puedan haberse dado revelaciones aisladas de verdad divina en
pasajes en los que el contexto no dio ocasión para mayores desarrollos o elaboración.
EMPLEO DOCTRINAL Y PRÁCTICO DE LAS ESCRITURAS

El apóstol Pablo declara que toda la Escritura está divinamente inspirada y es útil
para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia (2 Tim. 3: 16 ) .
Estos varios usos de los sagrados registros pueden distinguirse como doctrinales y
prácticos. El instructor cristiano apela a ellos como a expresiones autorizadas de la
verdad divina y desarrolla sus lecciones como declaraciones teóricas y prácticas de lo que
su divino Autor quiere que los hombres crean. Nuestro 51 Artículo de Religión ( 6" de la
Anglicana) dice: "Las Santas Escrituras contienen todas las cosas necesarias a la
salvación; de manera que lo que en ella no se lea ni pueda por ella probarse, no debe
exigirse a nadie creerlo como artículo de fe o considerarlo como requisito para la
salvación". Además, la Palabra inspirada sirve a un propósito práctico de imponderable
importancia, suministrando convicción y censura (elegchon o elegmon) para el pecador
inconverso; corrección (epanosdosin) para el caído y extraviada e instrucción o educación
disciplinaria (paideian> para todos los que quieran ser santificados por la verdad (comp.
Juan 17:17) y perfeccionados en caminos de justicia.

La iglesia Papal, como es notorio, niega el derecho de ejercer nuestro criterio en la


interpretación de las Escrituras y condena el ejercicio de ese derecho como fuente de
toda herejía y cisma. El artículo III del Credo del papa Pío IV, que es una de las
expresiones más caracterizadas de la fe papista, dice lo siguiente: "Recibo las Sagradas
Escrituras, de acuerdo con aquel sentido que nuestra santa madre Iglesia ha sostenido y
sostiene, a la cual pertenece el juzgar del verdadero sentido e interpretación de las
Escrituras; ni tampoco los tomaré o interpretaré de otra manera que en armonía con el
consenso unánime de los padres". De manera, pues, que el papista halla en la Iglesia y
en la tradición una autoridad superior a la de las Escrituras divinamente inspiradas. Pero
cuando descubrimos que "los padres de la Iglesia" se hallan en abierto desacuerdo entre
sí en la interpretación de importantes pasajes; que ha habido papas que se han
contradicho unos a otros en materias de fe y doctrina, condenando y anulando actos de
sus antecesores; y que hasta grandes concilios, como el de Nicea (325 ), el de Laodicea
(360 ), el de Constantinopla (754) y el de Trento (1545) han promulgado decretos
enteramente inconsecuentes entre sí, no tenemos dificultad alguna en rechazar por
completo las pretensiones papistas y declararlas absurdas y descabelladas.

El protestante, por su parte, mantiene el derecho del libre examen, de ejercer el


uso de su razón y su criterio en el estudio de las Escrituras; pero está siempre pronto a
reconocer la falibilidad de todos los hombres, sin exceptuar ni aun a los papas. Observa
que hay pasajes bíblicos difíciles de explicar y que ningún papa, a pesar de todas sus
pretensiones de infalibilidad y demás, ha podido aclarar jamás. Está convencido, además,
de que, existen muchos pasajes bíblicos acerca de la interpretación de los cuales hay
hombres buenos y sabios que difieren y algunos de los cuales quizá nadie sea capaz de
interpretar. En conjunto, la mayor parte del Antiguo y del Nuevo Testamento, es tan clara
en su significado general que no da lugar a controversias; y las partes que son obscuras
no contienen verdades fundamentales o doctrinas que no aparezcan en forma más clara
en otras partes. Por lo tanto, los protestantes sostienen que es no sólo un derecho, sino
un deber de todos los cristianos el escudriñar las Escrituras, de modo que. pueda, cada
uno por sí mismo, conocer la voluntad. y los mandatos de Dios.

Pero, en tanto que las Escrituras contienen toda la revelación esencial de la


verdad divina, "de manera que lo que en ella no se lea o pueda por ella demostrarse, no
ha de exigirse que nadie lo crea como artículo de fe", es de fundamental importancia que
toda declaración formal de doctrina bíblica, así como la exposición, análisis y defensa de
la misma, sea todo hecho de acuerdo con principios correctos de hermenéutica. Es de
esperar que quien exponga sistemáticamente una doctrina, presente en bosquejos claros
y términos bien definidos enseñanzas bien garantizada por la Palabra de Dios. No ha de
"importar" al texto de la Escritura las ideas de la época ni construir sobre palabras o
pasajes un dogma que éstos no representen legítimamente. Los métodos de
interpretación apologéticos y dogmáticos, que proceden del punto de vista de un credo
formulado y apelan a todas las palabras y sentimientos esparcidos aquí y acullá, en las
Escrituras, que puedan, por cualquier posibilidad, prestar apoyo a conclusiones
determinadas de antemano, ya los hemos condenado en las primeras páginas de esta
obra. Valiéndose de tales métodos se han impuesto ideas falsas como materia de fe. Pero
nadie tiene derecho de introducir subrepticiamente, en la interpretación de las Escrituras,
sus propias ideas dogmáticas o las de otros, y luego insistir en que éstas son una parte
esencial de la revelación divina. Únicamente lo que se lee con claridad en el Libro, o
pueda legítimamente demostrarse por él, es correcto sostener como doctrina bíblica.

Sin embargo, es menester hacer clara distinción entre la teología bíblica y el


desarrollo histórico y sistemático de la doctrina cristiana. Muchas verdades fundamentales
se presentan en la Biblia en forma fragmentaria o por implicación; pero en la vida y
pensamiento subsecuentes de la Iglesia han sido extraídas mediante estudios y por las
declaraciones formuladas por individuos o por concilios eclesiásticos. Todos los grandes
credos y confesiones de la Cristiandad dicen hallarse en armonía con la palabra escrita de
Dios y es evidente que tienen gran valor histórico; pero algunos contienen no pocas
declaraciones de doctrina que una interpretación legítima de los textos en que las apoyan,
no autoriza. Un principio fundamental del Protestantismo es que las Escrituras constituyen
la única fuente de doctrina cristiana. Un credo no tiene autoridad alguna excepto en lo que
tenga legítimo apoyo en lo que Dios ha hablado por los inspirados escritores de su Libro.
Toda doctrina cristiana está contenida, en esencia, en las Escrituras canónicas, pero el
estudio esmerado y la exposición de las Escrituras en épocas subsiguientes puede
presumirse haber colocado algunas en una luz más clara; y los juicios emitidos por
concilios respetables tienen derecho a ser escuchados y examinados con gran respeto y
deferencia.

La mayor parte de las grandes controversias sobre doctrina cristiana han surgido
de los conatos de definir lo que en las Escrituras se ha dejado sin definir. Los misterios de
la naturaleza de Dios; la persona y obra de. Jesucristo; el sacrificio expiatorio, en sus
relaciones con la justicia divina; la naturaleza depravada del hombre y las relativas
posibilidades del alma humana, con, y sin la luz del Evangelio; el método de la
regeneración y los grados de posible adquisición de la experiencia cristiana; la
resurrección de los muertos y el modo de ser de la inmortalidad y del juicio eterno, estos y
otros asuntos semejantes son de tal naturaleza que invitan a la meditación-, así como a
teorizaciones vanas, y es muy natural que todo lo que en las Escrituras toque a esos
puntos haya sido puesto a contribución en el servicio de los estudios de tales cosas.
Sobre temas tan misteriosos, es. fácil al hombre hacerse "sabio por encima de lo que está
escrito", de modo que en el desarrollo histórico de la vida, pensamientos y actividades de
la Iglesia llegaron a ser comúnmente aceptados como doctrina cristiana esencial algunas
cosas que, en realidad, carecen de suficiente autoridad bíblica.

De manera que, siendo las Escrituras la única fuente de doctrina revelada, y


habiendo sido dadas con el objeto de hacer conocer al hombre la divina verdad salvadora,
es de suprema importancia que, mediante métodos sanos de hermenéutica, la
estudiemos a fin de aprender de ellas toda la verdad y nada más que la verdad.
Ilustraremos mejor nuestras palabras tomando varias doctrinas importantes de la fe
cristiana y mostrando los métodos defectuosos e insostenibles con que a veces las han
defendido sus adeptos.

En cualquier sistema de religión nada es más fundamental que la doctrina acerca


de Dios. Es muy posible que el criterio universal de los hombres acepte como doctrina
positiva de las Escrituras lo que ningún texto a pasaje de ellas, tomado aisladamente,
sería suficiente para autorizar. La doctrina universal de la Trinidad tiene mucha de este
carácter. Un estudio reposado y desapasionado de siglos de controversia sobre este
importante dogma demostrará, por una parte, que los abogados de la fe universal han
hecho un empleo anticientífico y nada concluyente de muchos textos bíblicos, mientras
que, por otra parte, sus opositores han sido igualmente injustos al rechazar las
conclusiones lógicas y legítimas de argumentos acumulativos que descansan sobre la
evidencia de muchas declaraciones bíblicas, acerca de las cuales ellos no podían
suministrar explicaciones suficientes o satisfactorias. Puede anularse, o desecharse el
argumento deducido de cada texto aislado, solitario; pero un gran número y variedad de
tales evidencias, tomadas en conjunto y exhibiendo manifiesta consecuencia pueden no
ser desechables.

Así, por ej., el nombre plural de Dios (Elohim) en las Escrituras Hebreas, ha sido
mencionado frecuentemente como prueba de una pluralidad de personas en la Deidad.
Análoga aplicación se ha hecho del triple uso del nombre divino en la bendición sacerdotal
(Núm., 6:24-27) y del trisagio de Isaías 6:3. Aun el proverbio "El cordón de tres dobleces
no presto se rompe" (Ecles. 4:12), ha sido citado como texto de prueba en favor de la
Trinidad. Esa manera de usar las Escrituras no es probable que haga prosperar los
intereses de la verdad o que sea provechosa para doctrina. El repetir tres o más veces el
nombre divino, no es evidencia de que el adorador quiere, en tal forma, referirse a otras
tantas distinciones personales en la naturaleza divina. La forma plural "Elohim" puede,
puesto el caso, designar una multiplicidad de potencialidades divinas en la Deidad, tanto
como tres distinciones personales; o puede, también explicarse como un plural de
majestad y excelencia. Tales formas especiales de expresión son susceptibles de
demasiadas explicaciones para que pueda empleárselas como textos válidos en prueba
de la doctrina de la Trinidad.

Pasando al N. T. no puede menos que impresionarnos el lenguaje usado en Juan


1:18: "A Dios, nadie le vio jamás; Dios unigénito, que está en el seno del Padre, le
declaró" (x) . Esta declaración notable nos hace preguntar: ¿Quién es este Dios unigénito
que está en el seno del Padre y que lo revela, o hace conocer? En el primer versículo del
mismo capítulo se le llama el Verbo (o la Palabra, en griego: o logos) y se dice de él que
ha estado "con el Dios"  (pros ton theon) y se añade la declaración "era Dios". Se le
atribuye la creación (v. 3) y se le declara ser la vida y la luz de los hombres (v. 4.) . En el
v. 14 se añade que este Verbo, o Palabra "fue hecho carne y moró con nosotros y
contemplamos su gloria, gloria como de un unigénito de un Padre lleno de gracia y de
verdad". Es muy posible que escritores polemistas quieran sacar mucho de estas palabras
maravillosas. El significado de estar con el Dios y, también, el de ser Dios era cosa que
bien podemos considerar como misterio demasiado profundo para ser resuelto por la
mente humana. La Palabra que se hizo carne, según Juan 1:14, puede, correctamente,
entenderse que sea idéntica con aquel en quien, según Pablo (1 Tim. 3:16), se encarna
"el misterio de la piedad; el que fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu,
visto por ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en gloria"
(x). No puede ser otro que Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo del hombre. Cuando, pues,
observamos que se comisionó a los apóstoles a ir y "hacer discípulos de todas las
naciones bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mat.
28:19) ; que Pablo invoca "la gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la comunión
del Espíritu Santo" sobre los hermanos de Corinto (2 Cor. 13:3) y que Juan invoca gracia
y paz sobre las siete iglesias del Asia, "de Aquél que es y que era y que ha de venir y de
los siete espíritus que están delante de su trono, y de Jesucristo, el testigo fiel, el
primogénito de los muertos y príncipe de los reyes de la tierra" (Apocal. 14-5), con justo
motivo podemos sacar en consecuencia que Dios, tal cual se le revela en el N. T.,
consiste de Padre, Hijo y Espíritu existiendo en alguna misteriosa e incomprensible unidad
de naturaleza. De semejante base puede partir el exegeta para ir a examinar todos los
textos que, en alguna forma, indiquen la persona, naturaleza y carácter de Cristo: su
preexistencia, sus nombres y títulos divinos, sus santos atributos y perfecciones, su poder
para perdonar pecados y otras prerrogativas y obras que se le atribuyen, así como la
orden de que todos los hombres y ángeles le adoren. El hecho de que "Dios es Espíritu"
(Juan 4:24) nos permite fácilmente concebir que el Espíritu Santo y Dios mismo son uno
en sustancia; y la manera como nuestro Señor habla del Espíritu Santo como el
Consolador que él enviará (Juan 15:26; 16:7) y a quien el Padre enviará en nombre suyo
(14:26), nos obliga a ver, ---mediante toda construcción correcta-, una distinción entre el
Padre y el Espíritu Santo. Juntando todas estas cosas hallamos tantas declaraciones de
tan grandes alcances y tan profundamente sugestivas acerca de estas personas divinas
que no podemos, lógicamente, eludir la conclusión enunciada en el Credo, de que "el
Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios; y que, sin embargo, no hay tres
dioses sino sólo uno".

Pero en la elaboración sistemática de este argumento, el teólogo debe abstenerse


cuidadosamente de hacer afirmaciones desautorizadas. Un tema tan lleno de misterio y
de majestad como la naturaleza de Dios y sus revelaciones personales en Cristo y por
medio del Espíritu Santo no admite tonos dogmáticos. Ningún hombre debe atreverse a
explicar los misterios de la Deidad.

La doctrina de la expiación obrada por Cristo está presentada en los Cánones del
Sínodo de Dort, en estas palabras: "La muerte del Hijo de Dios es el único y perfectísimo
sacrificio y satisfacción por el pecado; es de infinito valor y mérito, abundantemente
suficiente para expiar los pecados del mundo entero". La Confesión de Fe de Westminster
se expresa así al respecto: "El Señor Jesús, por la perfecta obediencia y sacrificio de sí
mismo, que él, por medio del Espíritu eterno, ofreció una vez a Dios, ha satisfecho
plenamente la justicia del Padre y adquirido no sólo reconciliación sino una perdurable
herencia en el reino de los cielos para todos aquellos que el Padre le ha dado". Es
probable que a muchos cristianos evangélicos no satisfaga ninguna de estas dos formas
de declaración, aunque no por eso las rechazarían como anti bíblicas. Contienen varias
frases. que se han mezclado tanto en controversias dogmática que, muchos, por ese
motivo, se negarían a emplearlas, prefiriendo la declaración sencilla pero abarcadora del
Evangelio: "De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquél que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Esta Escritura
no dice que él Hijo fue dado como "un sacrificio y satisfacción por el .pecado", o que el
procedimiento fue "una perfecta obediencia y sacrificio de sí mismo", a fin de "satisfacer
plenamente la justicia del Padre" y "adquirir reconciliación para todos aquellos que el
Padre le ha dado". Pero, como bien observa Alford: "Estas palabras, ora se expresen en
hebreo, ora en griego, parecen tener referencia al ofrecimiento de Isaac; y, en tal caso,
recordarían inmediatamente a Nicodemo el amor que en ellas se implica, la substitución
que se hizo y la profecía allí pronunciada a Abraham (Gen. 22:18) a la que `todo el que
cree, corresponde tan de cerca".

Cuando procedemos a comparar con esta Escritura sus paralelos evidentes (tales
como Rom. 3: 24-26; 5: 6-10; Efes. 1:7; 1 Pedro 1:18-19; 3:18; 1 Juan 4:9) y a traer, en
ilustración de los mismos la idea de A. T. acerca de los sacrificios y el simbolismo de
sangre, es posible que construyamos una exhibición sistemática de la doctrina de la
expiación que ningún fiel intérprete de las Escrituras pueda, en justicia, contradecir o
resistir. No es una exposición dogmática específica, de texto alguno ni una presión
especial hecha sobre palabras o frases aisladas, mediante las cuales se presente mejor
una doctrina bíblica; sino que más bien, por la acumulación de cierto número y variedad
de pasajes que tratan sobre el particular, se hace evidente el significado y aplicación de
cada uno.

La tremenda doctrina del castigo eterno se ha llenado de confusiones al mezclarla con


muchas ideas destituidas de prueba bíblica válida. Los refinamientos de tortura pintados
en los espantosos cuadros del Dante no deben tomarse como guía que nos ayude a
entender las palabras de Jesús, aunque se nos diga que el Gehena "donde su gusano no
muere y el fuego nunca se apaga" (Marc. 9: 48) y "las tinieblas exteriores, donde habrá
llanto y crujir de dientes" (Mat. 25:30) autorizan tan horrorosas representaciones dé la
muerte final de los impíos. No es menester interpretar literalmente las terribles
representaciones bíblicas del juicio y penalidad divinos, para encarecer la perdición sin
posible esperanza, del pecador incorregible; y el exegeta que, en sus discusiones, asume
la posición de que debe mantenerse el significado literal de tales textos, al hacer eso
debilita su propio argumento.

Repudiamos la idea, frecuentemente sostenida por algunos, de que no podamos


hacer uso de porciones figuradas de las Escrituras con objeto de establecer o sostener
una doctrina. Las figuras de lenguaje, parábolas, alegorías, tipos y símbolos, son formas
divinamente escogidas, mediante las cuales Dios ha comunicado a los hombres una gran
parte de su palabra escrita; y esos métodos especiales de comunicar el pensamiento
pueden enseñar doctrina lo mismo que cualquiera otra cosa. Ha tenido el Señor por
conveniente el presentar su verdad en múltiples formas y toca a nosotros reconocer esa
verdad, ora aparezca en ella en metáfora, en símbolo o en parábola. ¿Que no hay
doctrina enseñada en metáforas tales como el Salmo 51:7, "Purifícame con hisopo", o 1
Cor. 5:7, "Cristo, nuestra Pascua fue sacrificado"? ¿Sería posible presentar la doctrina de
una nueva creación en Cristo (2 Cor. 5:17; Gal 6:15) y la renovación por el Espíritu Santo
(Tito 3:5 ) de una manera más clara o con mayor fuerza que por la figura del nuevo
nacimiento (regeneración) que usó el Señor Jesús (Juan 3: 3-8) ? ¿No enseña doctrina la
alegoría de la vid y los sarmientos (Juan 15:1-6)? ¿No se enseñó doctrina con la
elevación de la serpiente en el Desierto, o en el simbolismo de la sangre, o en el dechado
y servicio del tabernáculo? Y en cuanto a la enseñanza por parábolas podemos muy bien
decir con Trench: "Para crear una impresión poderosa, se hace necesario tomar el
lenguaje, reacuñarlo y emitirlo de nuevo, fundido en nuevos moldes como lo hiciera Aquél
de quien se dijo que sin parábola (parabolé, en su más amplio sentido) no habló a sus
oyentes; es decir, que no les dio doctrina en forma abstracta, no les presentó bosquejos o
desnudos esqueletos de verdad, sino, como quien dice, revestidos de carne y sangre.
Obró él mismo, como dijo a sus discípulos que debían obrar si querían ser escribas
instruidos en el reino y aptos para instruir a otros (Mat. 13:52), sacó de su tesoro cosas
viejas y cosas nuevas; por medio de las viejas hizo inteligibles las nuevas; por medio de lo
familiar introdujo lo extraño; de lo conocido pasó, más fácilmente, a lo desconocido. Y en
su propia manera de enseñar, así como en su instrucción a sus apóstoles, nos ha
comunicado el secreto de toda enseñanza eficaz, de todo discurso que haya de dejar tras
de sí, como se dijo de las palabras de un orador elocuente, "aguijones en la memoria de
sus oyentes".

Pero cuando venimos al estudio de las doctrinas de "escatología" bíblica, cuán


poco hallamos que no se encuentre en figuras o símbolos. Quizá la notable confusión de
la enseñanza moderna acerca de la "parousia", la resurrección y el juicio, se deba
grandemente al hecho de que existe la idea de que estas doctrinas deben,
necesariamente, haber sido reveladas en forma literal. La doctrina del juicio divino, con
sus resultados eternos, no es menos positiva y segura porque esté presentada en el
elaboradísimo y vívido cuadro de Mat. 25:31-46, o en la visión de Apoc. 20:11-12, "El
tribunal de Cristo" ("Asiento de juicio de Cristo", Ro r . 14:10; 2 Cor. 5:10) es una
expresión metafórica basada en las formas comunes de dispensarse justicia en los
tribunales humanos (comp. Mat. 27:19; Act. 12:21; 18:12, 16; 25:6, 10, 17) y el intérprete
que insista en que debemos entender el juicio eterno de Cristo como ejecutado según las
formas de los tribunales humanos no hará más que ocasionar perjuicios a la causa de la
verdad.

            También la doctrina de la resurrección ha sido envuelta en dudas y confusiones


por las tentativas de la "ultra sapiencia" de decirnos cómo y con qué cuerpos han de
resucitar los muertos! Que el cuerpo ha de resucitar es enseñanza claramente bíblica. El
cuerpo del Señor resucitó y su resurrección es tipo, representación y promesa de que
todos resucitaremos (1 Cor. 15:1-22) . Muchos santos que habían muerto resucitaron con
Cristo y está claramente escrito que sus cuerpos (Somata) se levantaron (Mat. 27:52). La
doctrina de Pablo claramente enseña que "el que levantó a Cristo Jesús de los muertos,
vivificará también vuestros cuerpos mortales" (Rom. 8:11; comp. Filip. 3:21). El no se
ocupa del asunto, en el que tanto tiempo han malgastado algunos teólogos, de en qué
consiste la identidad del cuerpo y de si no se mezclará el polvo de diversos cuerpos y de
si se restaurarán todas las partículas de cada cuerpo. Pero sí emplea sugerentes
ilustraciones y por la figura del grano dé trigo enseña que el cuerpo que se siembra no es
el "cuerpo que ha de salir" (1 Con-15:37). Llama la atención a las variedades de carnes
(zarza) como la de los hombres, la de las bestias, aves y peces, y a la gran diferencia que
hay entre los cuerpos celestiales y los terrenales y luego dice que el cuerpo humano se
siembra en corrupción, vergüenza y flaqueza, pero se resucita en incorrupción, gloria y
potencia (vs. 39-45). "Se siembra cuerpo natural (f chicón), resucitará espiritual cuerpo".
Las tentativas dogmáticas de ir más allá de donde llegó el apóstol, en la explicación o
ilustración de este misterio no han honrado los intereses de la causa divina.

Vemos, pues, que en la presentación sistemática de cualquiera doctrina


escrituraria debe hacerse siempre un uso muy inteligente de sanos principios
hermenéuticos.

No hemos de estudiar tales cosas a la luz de modernos sistemas de teología, sino


que, más bien, debemos tratar de colocarnos en la posición de los escritores sagrados y
esforzarnos por obtener la impresión que sus palabras debieron causar en las mentes de
sus primeros lectores. La cuestión tiene que ser, no qué dice la Iglesia, ni qué dicen los
antiguos padres y los grandes concilios y los credos ecuménicos, sino qué es lo que las
Escrituras, legítimamente estudiadas, enseñan. Aún menos debemos permitir ser
afectados por ninguna presunción acerca de lo que la Biblia debe enseñar. No es cosa
rara en escritores y predicadores el comenzar una discusión con la observación de que en
una revelación escrita, como es la Biblia, naturalmente debe esperarse encontrar tales y
cuales cosas. Semejantes presunciones son inoportunas y. perjudiciales. La presunción
de que el primer capítulo del Génesis describe toda una cosmogonía y que el libro del
Apocalipsis detalle toda la historia de la humanidad o de la Iglesia hasta el fin de los
tiempos, ha dado como fruto una gran cantidad de exégesis falsa.

El maestro de doctrina cristiana no debe citar sus textos probatorios ad libitum o al


acaso, como si cualquiera palabra o sentimiento en armonía con su propósito, con tal que
esté en la Biblia, hubiese de ser, necesariamente, adecuada. El carácter de todo el libro o
epístola, así como el contexto, objeto y plan, es, a menudo, obligatorio tomar en
consideración, antes de poder apreciar debidamente, las tendencias de un texto dado.
Sólo es teológicamente sana aquella doctrina que descansa sobre una interpretación
histórico gramatical de la Escritura y aunque toda Escritura divinamente inspirada es
provechosa para doctrinar y disciplinar en justicia, su inspiración no nos exige, ni nos
permite, interpretarla sobre ningunos otros principios que los que son aplicables a escritos
no inspirados. El intérprete está siempre obligado a considerar de qué manera se hallaba
el asunto en la mente del autor y a señalar las ideas y sentimientos exactos que se
propuso dar a entender. No le incumbe demostrar cuántos significados es posible que
puedan admitir las palabras ni aun la manera como los primeros lectores las entendió. El
significado verdadero que el autor quiso darles, esto y sólo esto, es lo que debe presentar.

Cada porción distinta de la Escritura, sea ésta del Antiguo Testamento o del
Nuevo, debe interpretarse en armonía con su carácter peculiar, considerando
debidamente la posición histórica ocupada por el escritor. No es posible formarse un
concepto correcto del A. Testamento sin considerar siempre su relación para con Israel, a
quien originalmente le fue confiado (Rom. 3:12) . Y mientras que es cierto que "la letra del
Antiguo Testamento debe ser puesta a prueba por el espíritu del Nuevo", es igualmente
cierto que para entender el espíritu y significado del Nuevo, frecuentemente dependemos
tanto de la letra como del espíritu del Antiguo. Puede ser que ninguna doctrina importante
del Antiguo Testamento se halle sin confirmación en las Escrituras cristianas, pero
también debe recordarse que toda doctrina importante del Nuevo Testamento puede
hallarse en germen en el Antiguo y que los escritores del Nuevo Testamento fueron todos,
sin excepción, judíos o prosélitos de los judíos y que usaban las Escrituras judías como
los oráculos de Dios.

Se obtiene una vista correcta de todo este asunto cuando se considera al pueblo
hebreo como escogido divinamente en la antigüedad para mantener y enseñar los
principios de la religión verdadera. No les tocó desarrollar ciencias, filosofía y arte. Otras
razas se preocuparon más de estas cosas. No fue sino hasta que el misterio de Dios,
encerrado en el culto judío como la rosa lo está en el botón, floreció transformado en el
Evangelio y fue comunicado al mundo gentil, cuando comenzó a desarrollarse un sistema
teológico sistemático. Durante largo tiempo esos pueblos habían estado tratando, por
medio de la razón y de la naturaleza, de resolver los misteriosos problemas del universo;
y cuando se les presentó la revelación del Evangelio fue ansiosamente acogida por
muchos como una clave de los intrincados y embarazosos secretos de Dios y del mundo
creado por El. Pero habiendo fallado en entender la letra y el espíritu de los registros
hebreos de la fe, les hizo fallar también en la comprensión de algunas doctrinas del
Evangelio, de modo que, desde la edad apostólica hasta el día de hoy, ha habido un
conflicto de tendencias gnósticas y ebionitas en el pensamiento cristiano. Es únicamente
cuando, a la luz de métodos científicamente correctos-, nos colocamos en aptitud de
distinguir entre lo verdadero y lo falso en cada una de estas tendencias, cuando nos es
dado percibir que las revelaciones de ambos Testamentos son, esencialmente, una e
inseparables. Por consiguiente, no puede ser hermenéutica completa y perfecta de las
doctrinas del Nuevo Testamento la que carezca de una clara percepción de la letra y del
espíritu del Viejo.

En el uso práctico y homilético de las Escrituras, también debemos buscar,


primeramente, el verdadero sentido histórico gramático. La vida de la piedad se nutre
mediante las lecciones edificantes, consoladoras y llenas de certidumbre, de las
Escrituras divinas. Sirven, también, como ya hemos visto, para censurar y corregir. Pero
en este uso de la Biblia, uso más subjetivo y práctico, las palabras y pensamientos
pueden admitir una aplicación general más amplia que en lo estricto de la exégesis.
Preceptos y consejos cuya primera y única aplicación directa fue para generaciones
pasadas pueden sernos igualmente útiles a nosotros. Todo un capítulo, tal como el
decimosexto de la Epístola a los Romanos, lleno de salutaciones personales para
hombres y mujeres piadosos, hoy enteramente desconocidos, pueden suministrarnos las
más preciosas sugestiones acerca del amor fraternal y santo compañerismo cristiano. Las
experiencias personales de Abraham, Moisés, David, Daniel y Pablo, exhiben luces y
sombras de las que toda alma creyente puede sacar provechosa admonición, a la vez que
dulces consuelos. El sentimiento piadoso puede hallar en tales caracteres y experiencias
lecciones de permanente valor, aun en casos en que una exégesis sana deba negar el
carácter típico de la persona o acontecimiento. En fin, todo gran acontecimiento, todo
personaje o carácter notable, bueno o malo, todo relato de paciente sufrimiento, todo
triunfo de la virtud, todo ejemplo de fe o de bien obrar, puede servir, en una forma o en
otra, para instruir en justicia.

En todo nuestro estudio privado del Libro de Dios, con el fin de edificación
personal, recordemos que la cosa primera e importante que debemos hacer es procurar
posesionarnos del espíritu del escritor sagrado. No puede haber aplicación correcta ni
apropiación provechosa a nuestras propias almas de una lección bíblica mientras no nos
demos clara cuenta de su significado y referencia original. Edificar una lección moral
sobre una interpretación errónea del lenguaje de la Palabra de Dios es un proceder
condenable. Quien más claramente distinga el exacto sentido histórico gramatical de un
pasaje será quien en mejor aptitud se halle para darle cualquier aplicación legítima
permitida por su lenguaje y contexto.

Por consiguiente, en el discurso homilético el predicador está obligado a fundar


sus aplicaciones de las verdades y lecciones de la Palabra Divina sobre una comprensión
correcta del significado de las palabras que pretende explicar y encarecer. Mal interpretar
al escritor sagrado equivale a desacreditar cualquier aplicación que de sus palabras se
hiciere. Pero cuando el predicador comienza por demostrar, mediante una sabia
interpretación, que tiene una percepción perfecta de lo que están escritos, entonces sus
varios acomodos permisibles de las palabras del escritor inspirado les dará mayor fuerza
en cualesquiera aplicaciones correctas que les dé.

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