Hermenéutica
Hermenéutica
Hermenéutica
Hermenéutica
Hermenéutica: es la ciencia de interpretar correctamente la Biblia usando el método
gramático-histórico tomando en cuenta el impacto directo del contexto en el cual se
dio la Palabra de Dios.
Se sigue la interpretación literal de las palabras sin ignorar las figuras literarias y
retóricas, las parábolas, la poesía y la profecía.
Tomás el dudoso.
Sin duda la Biblia es el libro que ha sufrido más difamación que cualquier otro libro
que haya sido escrito. Sin embargo ha ministrado y sigue ministrando a millones de
personas por todo el globo y viene haciéndolo ya por unos mil años. Un libro de esta
índole y que lleva un impacto tan tremendo sobre la raza humana ciertamente merece la
consideración inteligente de ambos hombres y mujeres.
Cuando estaba moribundo el Sr. Walter Scott, le dijo al secretario, “Tráeme el
libro”. El secretario pareció estar algo confundido y miró al estante, el cual contenía los
libros que Walter Scott había escrito y se preguntó cuál de ellos el Sr. Scott intentó que le
llevara. De modo que le preguntó, “¿cuál libro?” Se dice que Walter Scott le respondió,
“La Biblia. Hay un sólo libro para un hombre cuando le llega la hora de la muerte”. Es el
libro para cualquier hombre que esté moribundo, pero también es el libro para el hombre
vivo. Muchas personas tienen interés en la Biblia solamente cuando se hallen en grandes
dificultades. Es maravilloso tener un libro en el estante al cual acudir en un tiempo así,
pero también es un libro que sirve para la energía completa de la vida. Es un libro con que
podemos hacer frente a la vida hoy en día, y es el libro que enseña la única ruta segura a
seguir por este mundo y al próximo. Es el único libro que nos hace capaces de hacer
frente a las emergencias y que suaviza los golpes de la vida que nos llegan. La Biblia es
diferente de cualquier otro libro.
Este es un libro que ha influido a grandes hombres, los cuales en su turno han
tenido una influencia sobre el mundo. Permítanme participarles unas declaraciones de
unos grandes hombres.
Había un príncipe africano que llegó a Inglaterra y se le presentaron a su majestad
la reina Victoria. El príncipe le hizo una pregunta muy significante, “¿Cuál es el secreto de
la grandeza de Inglaterra ?“ La reina presentó al príncipe una Biblia bellamente
encuadernada, y le declaró “Esta es el secreto de la grandeza de Inglaterra.” Me
pregunto, mis amigos, si la decadencia de Inglaterra a una nación de segunda clase, y de
una calidad muy inferior, pudiera haber sido el resultado de abandonar la Palabra de Dios.
Gladstone, que era primer ministro y uno de los más grandes pensadores jurídicos
que la Gran Bretaña ha producido, dijo: “¡Hable de las cuestiones del día! no hay sino una
sola cuestión, y es el Evangelio que puede y sí lo remediará todo. Me da gusto decir que
casi todos los hombres de primer rango en la Gran Bretaña profesan ser cristianos”.
Ahora, eso fue allá por el siglo diecinueve. Gladstone continúa diciendo, “Hace cincuenta
y ocho años que sirvo de funcionario público. He pasado todos menos once años en el
gabinete del gobierno británico. Durante aquellos cuarenta y siete años me he asociado
con sesenta de los peritos del siglo, y todos menos cinco eran cristianos.” Creo que una
parte del problema que tenemos en el mundo hoy en día es que existen muy pocos
cristianos que se encuentran de primer rango hoy. Por eso, hay muy pocos que conocen
la Palabra de Dios.
Michael Faraday, uno de los más grandes experimentadores científicos del siglo
diecinueve, declaró: “¿Por qué se extraviarán los hombres cuando tienen este bendito
libro de Dios para guiarlos?” El científico del siglo anterior, el señor Isaac Newton dijo: “Si
la Biblia es la verdad, los días llegarán cuando los hombres viajarán en una velocidad de
50 millas por hora.” Y Voltaire, el escéptico de aquel entonces, comentó, “El pobre Isaac.
Estaba en su chochera cuando hizo esa profecía. Sólo sirve para mostrar el efecto que
produce un estudio bib1ico sobre un científico”.
Pueda ser de interés notar lo que unos de los primeros presidentes de los Estados
Unidos dijeron acerca de la Biblia. Juan Adams, el segundo presidente, dijo, “La he
examinado toda (es decir, todas las Escrituras), tanto como mi esfera limitada, mis medios
enderezados, y mi vida activa me la dejan examinar, y hallo como resultado que la Biblia
es el mejor libro en el mundo. Contiene más de mi poca filosofía que todas las bibliotecas
que he visto, y las partes de ella que no puedo reconciliar con esa poca filosofía, las
aplazo para una investigación futura.” Luego, otro presidente, Juan Quincy Adams, dijo,
“Hablo como un hombre del mundo a los hombres del mundo, y les digo: Escudriñad las
Escrituras. La Biblia es un libro sobre todos los otros para ser leído en todas las edades y
en todas las condiciones de la vida humana; no para ser leído una o dos veces y luego
ser puesto a un lado, mas es de ser leído en porciones pequeñas de uno o dos capítulos
cada día.” Estos hombres servían de presidentes en los días cuando la América del Norte
gozó de ser una gran nación. No nos comprometieron en las guerras extrañas y les fue
posible resolver los problemas de la calle. Alguien dirá que los problemas de aquel
entonces no fueron tan complicados como los de hoy en día. Mi amigo, sí fueron
complicados para aquel entonces. No solamente en Inglaterra, sino también en los
Estados Unidos han abandonado la Palabra de Dios y por lo más lejos que desviamos, lo
más complicado llega a ser el problema. Y, es por eso que enseño la Palabra de Dios en
su totalidad. Yo creo que esa es la única resolución, y francamente, mis amigos, más vale
volvernos a la Palabra de Dios.
Otro presidente, Tomás Jefferson dijo lo siguiente en cuanto a la Biblia, “Siempre
he dicho, y seguiré diciendo, que la lectura cuidadosa del Sagrado Volumen nos hará
ciudadanos, esposos y padres de los mejores.” Eso es algo en que podemos pensar hoy
día cuando unos ciudadanos están quemando las ciudades en que vivimos, y el aumento
proporcional del divorcio corre a rienda suelta.
Daniel Wéstern declaró: “Si hay alguna cosa en mi estilo o pensamiento que sea
de alabanza, el encomio se debe a mis amables padres por infundirme desde temprano
un amor para las Escrituras.” ¿Qué les parece hoy?, padres cristianos, ¿Están levantando
a un Wéstern en el hogar? o, ¿Están levantando a un ‘hippy’ pequeño? Wéstern también
dijo, “La he leído toda muchas veces. Ahora tengo la costumbre de atravesarla una vez al
año. Es el libro de todos los otros para abogados tanto como para ministros. Le
compadezco al hombre que no puede hallar en ello un abasto rico de pensamiento, y
reglas para la conducta.”
EL LIBRO DE LIBROS
Oriental, la Biblia anda por todo el mundo con pies familiares, y entra en tierra tras
tierra para hallar la suya en todas partes. Se ha aprendido hablar al corazón del hombre
en centenares de idiomas. Llega al palacio para decirle al monarca que es un siervo del
Altísimo, y luego entra en la casa de campo para asegurarle al campesino que él es un
hijo de Dios. Niños escuchan su relato con admiración y encanto, y sabios la consideran
ser parábola de luz. Contiene una palabra de paz en la hora de peligro, una palabra de
consuelo en el tiempo de calamidad, y palabra de luz en la hora más obscura. Sus
oráculos se repiten en la asamblea del pueblo; su consejo se susurra en el oído del
solitario. A los perversos y orgullosos les hacen temblar sus amonestaciones, mas a los
heridos y contritos les resuena como voz de madre. El desierto y lugar solitario han sido
alegrados por ella, y el fuego del hogar ha alumbrado la lectura de sus páginas bien
hojeadas. Se ha pasado lentamente a nuestros sueños más preciosos para que el amor,
la amistad, la memoria y esperanza, la simpatía y devoción se vistan de la ropa más bella
de su lenguaje atesorado que respira incienso y mirra. ¡La Biblia! ¡La Palabra de Dios!
Autor Desconocido
La Biblia es un libro único por muchos lados. Es muy excepcional en que tiene una
calidad doble de autor. En otras palabras, Dios es el autor de la Biblia, y a la vez hombres
son los autores de ella. En realidad, la Biblia fue escrita por unos 40 autores durante un
período de aproximadamente 1.500 años. Unos de estos hombres nunca oyeron decir de
los demás, y no hubo ninguna colusión entre los 40. Dos, o tres pudieran haberse juntado
para ponerse de acuerdo, pero a los demás no les fue nada posible. Y sin embargo, han
presentado un libro que tiene una continuidad más maravillosa que cualquier otro libro
que haya sido escrito. También queda sin error. Cada autor expresaba sus propios
sentimientos en su propia época. Cada uno tenía sus limitaciones e imperfecciones, y
cometieron errores. El pobre Moisés sí cometía errores, pero cuando Moisés escribió el
Pentateuco, por una razón u otra, no escribió ni una declaración errada. No ven, que es
un libro humano y todavía un libro divino.
Es un libro muy humano, escrito por hombres de todas ocupaciones. Entre ellos
había un príncipe y un pobre; había uno muy intelectual, y también uno muy sencillo. Por
ejemplo, el doctor Lucas escribe un griego casi clásico y maravilloso en una época
cuando era muy popular hablar el griego Koiné. Pero Simón Pedro escribió algo en griego
también. Era pescador y su griego no era tan bueno, mas Dios el Espíritu Santo usó a
ambos hombres. Dejó que expresaran sus pensamientos, sus emociones, y sin embargo
por aquel método el Espíritu de Dios dominaba de tal manera que Dios dijo exactamente
lo que quería decir. Aquella es la maravilla del libro, la Biblia.
Es un libro divino. En la Biblia, Dios dice unas 2.500 veces, “Así dijo el Señor” o,
“La Palabra del Señor vino sobre mi” o, “Así ha dicho Jehová”. Dios lo ha hecho muy claro
que habla por medio de este libro. Es un libro que puede comunicarles la vida. Aún
pueden llegar a ser hijos de Dios, “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” Es la comu-
nicación de Dios al hombre. Si Dios hablara del cielo ahora mismo, se repetiría porque ya
ha dicho todo lo que quiere decir a esta generación. A propósito, Dios no aprendió nada
de nuevo cuando leyó el periódico de hoy. Y cuando el hombre llegó a la luna, no
descubrió nada que Dios ya no sabía cuando nos dio la Palabra de Dios. Es el mismo
Dios que creó el universo en que vivimos hoy día.
La Biblia es divina y humana. De un lado es como mi Señor, el cual caminaba en la tierra
y se cansaba, y se sentó junto al pozo. Aunque era Dios, también era hombre. Hablaba
con personas acá en la tierra y se comunicó con ellas. Este es un libro que comunica.
Habla a la humanidad hoy en día. La Biblia es para los hombres tales como son.
La Biblia es un corredor entre dos eternidades por el cual anda el Cristo de Dios. Sus
pasos invisibles resuenan por el Antiguo Testamento, mas le conocemos cara a cara en la
sala del trono en el Nuevo Testamento. Y es sólo por Cristo que fue crucificado por mí
que he encontrado el perdón de pecado y la vida eterna. Se resume el Antiguo
Testamento en la palabra CRISTO. Se resume el Nuevo Testamento en la palabra
JESUS, y el resumen de la Biblia entera es que JESUS ES EL CRISTO.
¿COMO SE SABE QUE LA BIBLIA ES DE DIOS?
¿Cómo se sabe que la Biblia es de Dios? Esta es una buena pregunta, y digna de
ser no sólo hecha sino también de ser contestada.
1. LA PRESERVACION —Una de las pruebas objetivas, una de las pruebas
externas, ha sido la preservación maravillosa de la Biblia. Había un rey de tiempos
pasados —leemos acerca de él en Jeremías— el cual, cuando le enviaron la Palabra,
tomó un cortaplumas y la cortó en pedazos. Pero, la escribieron de nuevo, y tenemos
aquella Palabra hoy día. Hoy en día hay mucho antagonismo en cuanto a la Biblia. No la
quemamos hoy porque nos consideramos ser demasiados civilizados. De modo que, la
manera en que la destruyen es por prohibir su lectura en las escuelas y en otros lugares
públicos acá en los Estados Unidos mientras que hablamos de la libertad de cultos y de
palabra que tenemos. A pesar de todos los ataques que han lanzado en contra de la
Biblia, todavía existe. Y por supuesto, es uno de los libros que más se venden. Por
muchos años era el favorito, pero no lo es hoy día. Siento mucho tener que decirlo, pero
es verdad que hoy en día no es el que se vende más. Es cierto que es un comentario
sobre nuestra sociedad contemporánea revelando que la Biblia realmente no ocupa el
lugar hoy que una vez ocupaba en la historia y la vida de Norte América. Pero la
preservación maravillosa de la Palabra de Dios es digna de nuestra consideración.
2. LA ARQUEOLOGIA —Otra manera en que podemos saber que la Biblia
es la Palabra de Dios es por medio de la arqueología. La pala del arqueólogo ha
desenterrado muchas evidencias que verifican que la Biblia es la Palabra de Dios. Por
ejemplo, hay los que negaron por muchos años la autoridad mosaica del Pentateuco
sobre la base de que el arte de la escritura se desconocía en la época en que vivió
Moisés. Y por eso, no pudo haber escrito Moisés el Pentateuco. Ustedes no han
escuchado promover a alguien esa teoría recientemente, ¿verdad? Claro que no, porque
la pala del arqueólogo ha desenterrado escritura que data desde un tiempo aún más
anterior que Moisés. De modo que, su argumento ya no es válido. Luego encontramos
que los arqueólogos han desenterrado la ciudad de Jericó y los muros que cayeron. Había
un argumento entre la señorita Keilog y el inglés que primero excavó allí, pero yo creo que
ha sido muy bien establecido que los muros sí cayeron. Dejo que ellos mismos se dispu-
ten en cuanto al tiempo y toda clase de cosas así. La Palabra de Dios ha sido verificada
en otras maneras también a través de los descubrimientos arqueológicos. Muchos de los
manuscritos antiguos que han descubierto hacen ver la exactitud de la Palabra de Dios.
Es muy interesante que cuando hallaron los rollos de Isaías dentro de los rollos del Mar
Muerto, el liberal se apresuró a aprovecharlos porque pensaba que había hallado un
argumento que desacreditaría la Biblia. Es muy interesante que no desacreditaran la
Biblia, sino la comprobaron y parece que el liberal ha perdido bastante interés en aquellos
rollos del Mar Muerto. Este es un campo en que no me es posible entrar extensamente
por ser tan breve el estudio, pero es un campo al cual ustedes podrían investigar.
3. LA PROFECIA CUMPLIDA —Si me pidieran hoy darles solamente una
razón, una prueba conclusiva de que la Biblia es la Palabra de Dios, yo diría que es el
cumplimiento de la profecía. La Biblia está llena de profecía cumplida, y yo creo que esta
es la prueba de la cual no se puede huir, ni la puede evadir. Una cuarta parte de la
Escritura, cuando fue escrita, era profética; es decir, anunciaba cosas que iban a suceder
en el futuro. Muchísima de aquella —en efecto, muchísima más que lo que se imaginan
los hombres— ya ha sido cumplida. Bien podríamos volver a muchos lugares donde la
profecía ha sido cumplida exactamente. Hay ejemplos de muchas profecías de
acontecimientos locales que fueron cumplidas aún durante los días del profeta. Por
ejemplo, Micaías era el profeta que le dijo al viejo Acab que cuando saliera a la batalla, la
perdería y sería matado. Sin embargo, los profetas falsos de Acab le habían dicho que
ganaría una victoria y que regresaría de rey victorioso. Por causa de que no le gustó lo
que dijo Micaías, Acab mandó que lo echaran en la cárcel y que lo mantuvieran con agua
y pan hasta su regreso de la batalla, y luego él cuidaría del profeta. Pero Micaías lanzó la
última palabra y dijo, “Si llegas a volver en paz, Jehová no ha hablado por mí”. Pues, por
lo visto, el Señor había hablado por él porque Acab no volvió. Se mató en la batalla, y su
ejército fue derrotado. Aún procuró disfrazarse con camuflaje para que no hubiera peligro
de perderse la vida. Pero según el relato de Escritura, un soldado del enemigo “disparó su
arco a la ventura.” Es decir, que cuando la bata1la ya estaba para terminar, le quedó una
sola flecha en su aljaba y la metió y la disparó al espacio. Pero, ¿saben algo? Aquella
flecha fue designada para el viejo Acab. Voló directamente a su blanco. ¿Por qué?
Porque Micaías había hecho una profecía exacta del Señor (I de Reyes 22).
En otra ocasión, el profeta Isaías dijo que el ejército de Asiria no dispararía ni una
flecha en la ciudad (II de Reyes 19:32). Bueno, eso es muy interesante. La profecía de
Micaías fue cumplida porque un so1dado disparó una flecha de casualidad. ¿No creerían
ustedes que entre 20.000 soldados, hubiera uno irresponsable en el uso de armas de
fuego, el cual dispararía un “arco a la ventura”, y dejar que una flecha volara en la ciudad?
Bueno, ninguno lo hizo. Isaías había dicho que si el enemigo disparara en la ciudad,
entonces podrían estar seguros de que no era profeta de Dios. Y era profeta de Dios
como fue probado por este cumplimiento local de la profecía. Pero Isaías también dijo que
una virgen pariría a un niño, y lo dijo 700 años antes de que fuera cumplida literalmente.
Y, si desean una prueba final, había más de 300 profecías tocantes a la primera venida de
Cristo, y todas fueron cumplidas literalmente. Al estar colgado Jesús en la cruz antes de
morirse, había una profecía que aún no se había cumplido. El Salmo 69:21 dice, “Y en mi
sed me dieron a beber vinagre”. (Juan 19:28.30) Es cosa asombrosa. Los hombres ni
pueden adivinar así. Es algo gracioso observar al meteorologuita. Durante la estación de
verano en el sur de California él informa bien acerca del tiempo, mas al cambiar la
estación cualquier hombre pudiera adivinar tan bien como él. En la nación de Israel un
profeta tenía que hablar con exactitud. Si sus palabras no fueran exactas, le podrían
matar. Dios había dicho que podrían discernir a un profeta verdadero porque lo que
predecía siempre pasaría. Le pidieron siempre al profeta que profetizara un
acontecimiento local como lo profetizó Isaías, y luego podrían profetizar tocante al futuro
como también lo hizo Isaías. Ahora podemos reflexionar y ver que aquellas profecías
fueron cumplidas también.
Hay tantas otras profecías. Tiro y Sidón se encuentran hoy día exactamente en el
lugar donde la Palabra de Dios hace 2.500 años dijo que estarían. Hoy, Egipto está
exactamente en el sitio en que Dios dijo que estaría. Todas estas profecías cumplidas son
asombrosas, mis amigos, y constituyen una de las pruebas más grandes de que la Biblia
es, de veras, la Palabra de Dios. No ven, que los hombres simplemente no pueden ser tan
exactos. Los hombres no pueden aún adivinar así como eso.
Permítanme mostrarles que, según la ley matemática de conjetura problemática, el
hombre nunca podría profetizar. Vamos a decir que yo profetizaré en cuanto al tiempo.
Supongan de que yo les diga ahora mismo que dondequiera que estén mañana, que va a
llover. Permítanme decirles que corro el riesgo de tener razón por igual, porque mañana sí
lloverá, o no lloverá. Resultaría que para algunos de ustedes sería una profecía falsa.
Ahora, supongan que prediga que lloverá mañana y que empezará a las nueve de la
mañana. He añadido otro elemento incierto. Antes, tenía la posibilidad de tener razón por
igual, mas ahora la posibilidad se baja en 25 por ciento. Cada elemento incierto que se
añade disminuye la posibilidad de que tenga razón según la ley de conjetura
problemática. Ahora, supongan que yo diga que empezará a llover a las nueve de la
mañana, y que escampará a las dos de la tarde. ¿Pueden imaginarse de la posibilidad de
que sea exacto, o que tenga razón? Supongan que añada yo 300 elementos inciertos. No
hay ni sombra de posibilidad de que sea exacto. Yo no podría dar en el clavo, ni en el
blanco. Me sería imposible. Sin embargo, la Palabra de Dios sí dio en el blanco, mis
amigos. Es muy exacta. La Biblia ha entrado en aquella región de la imposibilidad abso-
luta, y eso me da la prueba absoluta de que esta es la Palabra de Dios. No hay nada que
la compare. Les he dado solamente unos pocos ejemplos de la profecía cumplida, mas se
encuentra en la Palabra de Dios profecía tras profecía que ha sido cumplida literalmente.
Y, a propósito, yo creo que nos indica el método por el cual la profecía para el futuro
todavía ha de ser cumplida.
4. VIDAS TRANSFORMADAS —Les ofrezco dos razones más como
pruebas de que esta es la palabra de Dios. Yo he visto lo que la Palabra de Dios hace en
las vidas de hombres y mujeres. He visto las vidas transformadas de creyentes hoy en
día. Recuerdo ahora mismo de un señor que escuchaba el programa por allá en Oakland,
California. Le conozco bien. No les voy a divulgar todos los detalles de su vida, pero es
cierto que tenía muchos problemas y que vivía en mucho pecado. De costumbre, recibo
cartas de personas que escuchan el programa por primera vez y se convierten, y eso es
magnífico y lo creo ser cierto. Pero este señor empezó a escuchar el programa radial y
seguía escuchando semana tras semana. Se hacía antagónico y muy enojado. Me dijo
que si le fuera posible agarrarme cuando yo estaba enseñando la epístola a los Romanos,
informándole a él de que era pecador, me habría apuñeado. Y francamente, mis amigos,
creo que bien podría haberlo hecho porque él es mucho más grande y fuerte que yo. Me
alegro de que no le fuera posible agarrarme. Pero este hombre aceptó a Cristo, y
permítanme decirles que ha sido maravilloso ver lo que Dios ha hecho en su vida.
Testimonios así como este se pueden repetir muchísimas veces. Ambos jóvenes y adultos
han hallado provecho y realización en la vida, familias han sido reunidas, individuos han
sido librados del alcoholismo y la morfinomanía. Muchos han tenido las vidas transfor-
madas por venir a Cristo. Ahora, permítanme darles otra razón. Al terminar mis estudios
en el seminario, yo era uno que predicaba en defensa del Evangelio. Procuraba defender
la Biblia. En efecto, creo que cada mensaje que yo predicaba trataba de aquella defensa.
Yo pensaba que si pudiera encontrar las respuestas suficientes a las preguntas que se
hacían para justificar el no creer en la Biblia, entonces al dárselas, los hombres no
tendrían ninguna razón de no creer que la Biblia es la Palabra de Dios. Sin embargo, hallé
que aunque podría darles las respuestas, la cosa más peor del mundo sería bajar
corriendo intelectualmente a un hombre. En el momento de hacerlo, nos hicimos
enemigos y nunca podría ganarlo para el Señor. De modo que encontré que ese método
fue contraproducente. Pues, me desalojé de la esfera de la apologética porque sí era
predicador de ella, y empecé a enseñar la Palabra de Dios en la manera más sencilla que
me fuera posible. Sólo la Biblia puede cambiar al pecador en santo.
5. EL ESPIRITU DE DIOS LA VERIFICA —Otra razón por la cual me
desalojé de la esfera de la apologética era porque ha habido un desarrollo positivo en la
vida mía. He llegado al lugar en mi vida donde no sólo creo que esta es la Palabra de
Dios, sino que también sé que es la Palabra de Dios. Yo sé que es la Palabra de Dios por
el hecho de que el Espíritu de Dios la ha verificado en mi propio corazón y vida. Es lo
mismo que Pablo escribió a los Colosenses. Oraba que “seáis llenos del conocimiento de
su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual.” (Colosenses 1:9) Eso sería
precisamente lo que yo desearía que se orara por mí porque he hallado que el Espíritu de
Dios sí puede verificar estas cosas en el corazón suyo, y que no necesitan de la
arqueología y otras pruebas para probar que la Biblia es la Palabra de Dios. Hace mucho
tiempo, un predicador joven me dijo que se sentía emocionado por un reciente
descubrimiento arqueológico. Le dije que yo no lo consideraba ser una cosa de tanta
emoción, y él llevó un chasco grande y aún un disgusto porque no le respondí como él
quería que respondiera. Pues, me preguntó cómo era posible que no me impresionara el
nuevo descubrimiento. “Bueno,” le dije, “ya yo sabía que era la Palabra de Dios mucho
antes de que la pala del arqueólogo desenterrara aquello.” Y, “¿Cómo sabías?” me
preguntó. “El Espíritu de Dios lo ha estado verificando en mi propio corazón,” le contesté.
Espero que el Espíritu de Dios les verifique la Palabra de Dios y que la haga una realidad
en su vida. Oro que les dé la seguridad para poder declarar que sí saben que es la
Palabra de Dios.
¿QUE SIGNIFICA LA REVELACION? ¿LA INSPIRACION? ¿LA ILUMINACION? ¿LA
INTERPRETACION?
La revelación quiere decir que Dios ha hablado y que se ha comunicado con el
hombre. La inspiración garantiza la revelación de Dios. La iluminación tiene que ver con el
Espíritu Santo de Maestro. El se comunica. La interpretación tiene que ver con la
explicación que ustedes y yo damos a la Palabra de Dios.
LA REVELACION
La revelación significa que Dios ha hablado “Así ha dicho Jehová” y expresiones de
esta naturaleza ocurren más de 2.500 veces en la Biblia. El Señor no quiere que
entendamos mal que El ha hablado. Fíjense en Hebreos 1:1, 2.
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.
Dondequiera que se encuentren dos personas dotadas de un cierto punto razonable de
inteligencia y que guarden los mismos sentimientos y deseos, y que se atraen, verán que
existe una comunicación entre ellos. Personas que tienen las mismas tendencias, aún
estando separados el uno del otro, se gozan al ponerse en contacto y se contentan al
recibir comunicación el uno del otro. Este característico innato del corazón humano
explica el porqué del departamento de correos, del teléfono, y del telégrafo. Amigos se
escriben y un esposo fuera del hogar escribe a su esposa. El muchacho que esta
internado escribe a su casa. También se envía la epístola perfumada de una novia al
novio, y él responde con la epístola suya. Todo esto se llama comunicación. Es la
expresión del corazón. Las Escrituras dicen, “Un abismo llama a otro.” Recuerdo la
emoción que me sentía al leer la historia de Elena Keller. Ella fue excluida del mundo por
ser ciega y sorda, sin manera alguna de comunicarse. Luego, se le abrió un camino para
que pudiera comunicarse, probablemente de una manera mejor que muchos de nosotros
que gozamos de las capacidades de ver y oír.
Ahora, sobre la base de todo esto, me gustaría hacerles una pregunta que la creo
ser racional, y ciertamente inteligente. ¿No es razonable concluir que Dios se ha
comunicado con sus criaturas a las cuales ha capacitado de un cierto punto de
inteligencia, y a quienes creó a Su imagen?
Permítanme decirles que si no tuviéramos una revelación de Dios, yo creo que
ahora mismo ustedes y yo podríamos esperar y El estaría hablándonos por el mero
hecho, mis amigos, de que podemos esperar que Dios nos hable. Se fijarán en que el
escritor a los Hebreos dice que Dios en el Antiguo Testamento habló por los profetas, y
que ahora ha hablado por Cristo. La revelación a los profetas en el Antiguo Testamento, y
la de Cristo en el Nuevo Testamento, ambas están en la Palabra de Dios, por supuesto, y
es la única manera en que jamás supiéramos acerca de la comunicación de la una o de la
otra. La Biblia contiene 66 libros, y Dios nos ha hablado por medio de ellos.
La Biblia contiene el pensamiento de Dios, el estado del hombre, el camino de la
salvación, la condenación de los pecadores y la felicidad de los creyentes. Sus doctrinas
son santas, sus preceptos son justos, sus relatos son verdaderos, y sus decisiones son
inmutables. Léala para ser sabio, créala para ser salvo, y practíquela para ser santo.
Contiene luz para dirigir, alimento para sustentar y consuelo para alegrar. Es el mapa del
viajero, el cayado del peregrino, la brújula del piloto, la espada del soldado y la cartilla del
cristiano. En ella el Paraíso se restaura, el cielo se abre y las puertas del infierno se
ponen al descubierto. Cristo es su gran tema, nuestro bien su designio, y la gloria de Dios
su fin. Léala lenta, frecuentemente y en oración. Es una mina de riqueza, un paraíso de
gloria y un río de placer. Involucra la más grande responsabilidad, recompensa la obra
más grande y condena a los que toman en poco su santo contenido.
Autor Desconocido
LA INSPIRACION
Ahora entramos al segundo gran tema, el cual es la inspiración. Creo
personalmente en lo que se llama la inspiración verbal y plenaria de las Escrituras. Eso
quiere decir que la Biblia es una declaración autorizada, y que cada palabra es la Palabra
de Dios para nosotros en este día en que vivimos. La inspiración garantiza la revelación
de Dios. Y eso es precisamente lo que dice este libro. Dos hombres, Pablo escribiendo su
última epístola a Timoteo, y Pedro escribiendo su última, ambos tenían algo muy definido
a decir en cuanto a la Biblia.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra. (II a Timoteo 3:16, 17).
Fíjense en que TODA la Escritura es dada por inspiración. La palabra “inspiración”
significa “expirada por Dios”. Dios hablaba por estos hombres, como aquí habló por Pablo,
exactamente lo que El quiso decir. No hay más que añadir. Pedro lo expresa en esta
manera:
Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos
hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. (II de Pedro 1:21).
Es muy importante ver que estos hombres fueron conmovidos, como si fueran
llevados por el Santo Espíritu de Dios. Era el Obispo Westcott que dijo, “Los
pensamientos están unidos a las palabras tan forzosamente como el alma está unido al
cuerpo.” Y, el Doctor Keiper dijo, “Puede existir la música sin notas, o la matemática sin
números tan fácilmente como pueden existir los pensamientos sin palabras. No son los
pensamientos que son inspirados. Son las palabras que son inspiradas”.
Hay un cuentecito acerca de una muchacha que había tomado clases de voz con
un profesor famoso. En el día del recital, el profesor llegó para escuchar cantar a la
muchacha. Al terminarlo, la muchacha estaba muy ansiosa de saber lo que decía el
profesor. Como no había llegado a felicitarlas, ella preguntó a una amiga de lo que el
profesor había dicho. La amiga le contestó, “El profesor dijo que cuando tú cantabas, le
sonaba algo celestial”. La muchacha no pudo creer que el profesor hubiera dicho eso, y le
preguntó de nuevo a la amiga, “¿Es verdad que dijo que le sonaba así, celestial ?“ La
amiga respondió que sí fue la verdad. La muchacha persistía, “Quiero saber exactamente
lo que dijo el profesor. ¿Qué es lo que dijo en realidad?”. La amiga le contestó, “Bueno, si
quieres en verdad saber las palabras exactas, él dijo que era un sonido ultraterrestre”.
Permítanme decirles, mis amigos, que un sonido ultraterrestre no quiere decir que suena
celestial. Las palabras exactas sí son importantes.
Créanme, que son las palabras de la Escritura que son inspiradas, y no los
pensamientos. Por ejemplo, Satanás no fue inspirado a decir una mentira, pero la Biblia
indica que mintió. Son las palabras que son inspiradas. Y el Señor Jesús dijo, “Escrito
está,” citando la Palabra de Dios del Antiguo Testamento. Aquellos hombres que escribían
el Antiguo Testamento estaban proclamando lo que Dios tenía que decir. En Éxodo 20:1
Moisés escribió: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo:”. Fue Dios que habló.
Moisés escribió lo que dijo Dios.
Por los años han sido hallados muchos manuscritos excelentes de la Escritura.
Hablando en cuanto a los manuscritos en Bretaña, el señor Jorge Kenyon, difunto director
y bibliotecario principal del museo británico, hizo esta declaración: “Gracias a estos
manuscritos, el lector ordinario de la Biblia puede sentirse cómodo en cuanto a la pureza
del texto. Aparte de pocas alteraciones verbales de no importancia, las cuales se
consideran ser naturales en libros transcritos a mano, estamos asegurados de que el
Nuevo Testamento ha venido intacto.” Se pueden asegurar hoy de que tenemos los que
llegan tan próximos a los autógrafos como cualesquier puedan llegar. Los autógrafos son
inspirados y creo en la inspiración verbal y plenaria.
Irenaeus, uno de los primeros padres de la iglesia, dijo, “Las Escrituras, por cierto,
son perfectas por cuanto están habladas por la Palabra de Dios y por Su Espíritu.”
Agustín declaró, “Sometámonos, pues y doblémonos a la autoridad de la Santa Escritura
que no yerra ni engaña.” Y Spurgeon dijo, “Nunca puedo dudar la doctrina de la
inspiración verbal y plenaria en vista de que veo constantemente en la práctica actual
cómo las mismas palabras que a Dios le agradó usar han sido bendecidas al alma del
hombre.” Dios habla en este libro a nuestros corazones y vidas.
LA ILUMINACION
La iluminación quiere decir que desde que usted y yo tenemos un libro, un libro
divino y humano, escrito por hombres que expresaban sus pensamientos, sólo el Espíritu
Santo puede enseñárnoslo. Mientras que hacían esto, estaban escribiendo realmente la
Palabra de Dios. Aunque podemos adquirir los hechos de la Biblia por nuestra propia
cuenta, el Espíritu de Dios tendrá que abrir nuestro entendimiento y corazón si es que
pensamos entender la verdad espiritual que se encuentra en ella.
Pablo, escribiendo a los Corintios, dijo: Mas hablamos sabiduría de Dios en
misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra
gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran
conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito:
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios
ha preparado para los que le aman. (I a Corintios 2:7-9).
Ahora, usted y yo hoy adquirimos casi todo lo que sabemos por la vía visual, o por
la sónica, o por la de razonar. Actualmente, Pablo dice aquí que hay ciertas cosas que el
ojo no vio ni oído oyó. Hay ciertas cosas que ni logran entrar en la mente. Pues, ¿cómo es
que las van a adquirir?
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo
escudriña, aún lo profundo de Dios. (I a Corintios 2:10).
Muchos llevan este versículo a un funeral, y yo lo oí citar en un funeral hace años.
El pastor quiere decir que el buen hermano Fulano de tal era gran hombre, pero que en
verdad no sabía mucho estando acá en la tierra. Pero ahora que está en el Cielo, y
reflexiona con madurez, sabe cosas que nunca antes podía saber. Aunque eso es la
verdad (recibiremos una educación única en el Cielo), el versículo no está hablando de
esto. Mucho antes de que nos llegue la muerte, hay muchas cosas que no nos es posible
entender por las vías ordinarias estando acá en la tierra. El Espíritu Santo ha de ser
nuestro Maestro.
Ustedes recuerdan que en Mateo 16 cuando nuestro Señor preguntó a los
discípulos acerca de lo que se decía de Él, que le respondieron que se decía lo todo. Y,
todavía se está diciendo lo todo acerca de Él. Bien pueden conseguir hoy tantas
respuestas como el número de personas a quienes preguntan. Hay muchos puntos de
vista acerca de Él. Mas luego les preguntó: Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le
respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mateo 16:16, 17).
El es El que reveló la verdad a Simón Pedro. Y hoy en día, sólo Dios puede
abrirnos la Palabra para que la entendamos verdaderamente.
En el día de la resurrección del Señor Jesús, El caminaba en el camino a Emaus y
acompañó a dos hombres en el camino. Hablando con ellos, les preguntó: ¿Qué pláticas
son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?
Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en
Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? En-
tonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón
profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le
entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le
crucificaron. (Lucas 24:17-20).
Ustedes recordarán que Jesús había predicho aquello. Lo interesante es que hace
años los profetas lo decían. Entonces estos hombres expresaban una esperanza débil, la
cual una vez tenían más ahora no existe. Pero nosotros esperábamos que El era el que
había de redimir a Israel; Y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto
ha acontecido. (Lucas 24:21).
Seguían contando lo que sabían ellos y lo que las mujeres habían dicho. “Y fueron
algunos de los nuestros al sepulcro... pero a él no le vieron.” Sus esperanzas se habían
ensombrecido y oscuridad llenó sus corazones. Ahora escuchen al Señor Jesús: ¡Oh
insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando
desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en toda las Escrituras lo
que de él decían. (Lucas 24:25 - 27).
Mis amigos, ¿no les gustaría haber estado allí aquel día para escuchar la voz del
Señor cuando citó del Antiguo Testamento sacando a luz las Escrituras tocante a El
mismo. Por fin se les dio a conocer al sentarse juntos en la cena. Este es el comentario de
ellos: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y
cuando nos abría las Escrituras?
No ven, que estamos estudiando un libro que es diferente que cualquier otro libro.
No es sólo que creo en la inspiración de la Biblia. Yo creo que este es un libro cerrado a
menos que el Espíritu de Dios abra el corazón suyo y el mío para que sea significante.
Luego, cuando Jesús regresó a Jerusalén en aquella vez, seguía enseñándoles a sus
discípulos. Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que
era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los
profetas y en los salmos. (Lucas 24:44).
Fíjense en que Jesús creyó que Moisés escribió el Pentateuco. Creyó que los
profetas hablaron de él y que los Salmos le señalaron. Entonces les abrió el
entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras. (Lucas 24:45).
Mis amigos, si El no abre el entendimiento suyo, no entenderán las Escrituras. Por
eso mismo, debemos acercarnos a este libro con una gran humildad de mente, no importa
lo inteligente que seamos.
Volviendo la página a I a Corintios, Pablo sigue diciendo: Lo cual también hablamos, no
con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,
acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que
son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente. (I a Corintios 2:18, 14).
Nunca me perturbo cuando un inconverso, aunque sea predicador, viene diciendo
que no cree más que la Biblia sea la Palabra de Dios. Para decir la verdad, nunca la había
creído él. Pero esa es la manera correcta en que debe hablar porque después de todo, si
no es creyente, no puede entenderla. Marcos TWAIN, que era inconverso, dijo que no le
perturbaba lo que no entendía de la Biblia. Lo que le inquietaba era lo que sí podía
entender. Hay cosas en la Biblia, las cuales un inconverso puede entender y son esas las
que causan que muchos rehúsen la Palabra de Dios. Fue Pascal que dijo: “Hay que
entender el conocimiento humano para poder amarlo, mas hay que amar el conocimiento
divino para poder entenderlo”.
Al dejar el tema de la iluminación, permítanme decir lo siguiente: Sólo el Espíritu de
Dios puede abrir los entendimientos y corazones suyos para que vean y acepten a Cristo,
y que confíen en el cómo su Salvador. ¡Que maravilloso! Me he sentido siempre desvalido
al entrar en el púlpito porque, créanme, el hermano McGee no puede convertir a ninguno.
Pero no me siento tan sólo débil, sino también fuerte no por mí mismo sino por el Espíritu
de Dios. El Espíritu sí puede tornar estas palabras muertas y hacer que signifiquen algo
vivo.
LA INTERPRETACION
La interpretación tiene que ver con la explicación que ustedes y yo damos a la
Palabra de Dios. Y esa es la razón por la cual existen los metodistas, los bautistas, los
presbiterianos, este tipo de maestro y aquel—todos tenemos nuestras interpretaciones. Y
donde hay desacuerdo alguien evidentemente está equivocado.
Hay ciertas reglas que deben de ser seguidas al tratar nosotros de interpretar la
Biblia.
1. En primer lugar, debemos considerar EL PROPOSITO QUE ABARCA
TODA LA BIBLIA. Y esa es la razón por la cual enseño toda la Biblia. Creo que es
necesario estudiarla toda antes de que se haga cualquiera declaración dogmática acerca
de cualquier versículo particular de las Escrituras. Es de suma importancia llevar en
cuenta todos los versículos que se refieren a cualquier tema.
2. También debemos considerar A QUIEN SE DIRIGE LA ESCRITURA. Por
ejemplo, hace años Dios le dijo a Josué, “Levántate y pasa este Jordán”. (Josué 1:2)
Cuando yo visitaba aquel país, pasé el río Jordán, pero no lo pasé para cumplir aquella
Escritura. Ni decía, “Por fin obedecí al Señor por pasar el Jordán”. Claro que no, porque
cuando leo aquel versículo yo entiendo que el Señor está hablando a Josué, pero sí creo
que haya una lección tremenda para mí en esa porción. Toda Escritura no me está
dirigida, pero toda Escritura sí me sirve de provecho, y es bueno recordar esto.
3. Luego debemos siempre considerar EL CONTEXTO INMEDIATO, el cual
cae antes y después de una Escritura. ¿De qué habla el pasaje? ¿Cuáles otros pasajes
de la Escritura tratan del mismo hecho?
4. Debe haber un esfuerzo hecho para DETERMINAR LO QUE DICE EL
TEXTO ORIGINAL. Si no lee el hebreo ni el griego, al leer la versión Reina-Valera de la
Biblia sí llega próximo al original. Es la Biblia en español que más se usa hoy. Han salido
varias versiones en inglés, las cuales causan algo de confusión. Hay las que son muy
buenas, pero la mayoría quedan nubladas del punto de vista del hombre que nos las ha
dado. Muchas no son traducciones, sino una forma de interpretación. Alguien me ha pre-
guntado que si, a mi parecer, la versión “Cartas Vivientes” es una buena traducción, o no.
Les digo que es una interpretación maravillosa, pero no es una traducción. En unos de
nuestros libros de estudio, trato de dar una traducción de una palabra o frase. Tratamos
de llegar tan próximo al original que sea posible. Lo creo ser imperativo.
5. INTERPRETE LA BIBLIA LITERALMENTE. El difunto Doctor David
Cooper lo ha declarado bien: “Cuando el sentido obvio de Escritura queda en un sentido
común, no busque otro sentido; por eso, tome cada palabra en su sentido primario,
ordinario, usual y literal a menos que los hechos del contexto inmediato, estudiados en la
luz de los pasajes relacionados y de verdades axiomáticas y fundamentales, indiquen
claramente lo contrario”.
La Hermenéutica
INTRODUCCION
El misterio del Cristo, cosa que en otras generaciones no se hizo conocer a los
hombres, fue revelado a los apóstoles y profetas del N. Testamento (Efes. 3: 5) y esa
revelación arroja inmensa claridad sobre muchos pasajes de las Escrituras Hebreas. Por
otra parte, es igualmente cierto que sin un conocimiento perfecto de las Antiguas
Escrituras es imposible tener una interpretación científica del Nuevo Testamento. El
lenguaje mismo del Nuevo Testamento, aunque pertenece a otra familia de lenguas
humanas, es notablemente hebreo.
Pero, sobre toda otra cosa, un intérprete de las Escrituras necesita un criterio sano
y sobrio. Su mente debe tener la competencia necesaria para analizar, examinar y
comparar. No debe dejarse influir por significados ocultos, por procesos espiritualizantes
ni por plausibles conjeturas. Antes de pronunciarse, debe pesar todos los pros y los
contras de alguna posible interpretación; debe considerar si sus principios son sostenibles
y consecuentes consigo mismos; debe balancear las probabilidades y llegar a
conclusiones con las mayores precauciones posibles. Es dable entrenar y robustecer un
criterio semejante, un discernimiento lleno de fina observación, y no debe economizarse
trabajo en constituirlo en un hábito de la mente, tan seguro como digno de confianza.
Pero es conveniente que el expositor de la Palabra de Dios cuide de que todos sus
principios y sus procedimientos de raciocinio sean sanos y tengan consistencia propia. No
debe colocarse sobre premisas falsas. Debe abstenerse de dilemas que acarrean
confusión. Sobre todo, debe evitar el precipitarse a establecer conclusiones faltas del
debido apoyo. No debe jamás dar por sentado lo que sea de carácter dudoso o esté en
tela de juicio. Todas esas falacias lógicas deben, necesariamente, viciar sus exposiciones
y constituirle en un guía peligroso. El empleo correcto de la razón en la exposición bíblica
se hace visible en el proceder cauteloso, en los principios sólidos adoptados, en la
argumentación firme y concluyente, en la sobriedad del ingenio desplegado y en la
integridad honesta y llena de consistencia propia mantenida en todas partes. Semejante
ejercicio de la razón siempre se hará recomendable a la conciencia piadosa y al corazón
puro.
En adición a las cualidades que hemos mencionado, el intérprete debiera ser "apto
para enseñar" (2 Tim. 2: 24). No sólo debe ser capaz de entender las Escrituras sino
también de exponer a otros, en forma vívida y clara, lo que él entiende. Sin esta aptitud,
todas sus otras dotes y cualidades de poco o nada le servirán. Por consiguiente, el
intérprete debe cultivar un estilo claro y sencillo, esforzándose en el estudio necesario
para extraer la verdad y la fuerza de los oráculos inspirados de manera que los demás los
entiendan fácilmente.
Cualidades Espirituales
Ante todo, el intérprete necesita una disposición para buscar y conocer la verdad. Nadie
puede emprender correctamente el estudio y exposición de lo que pretende ser la
revelación de Dios, estando su corazón influido por preocupaciones contra tal revelación o
sí, aun por instante, vacila en aceptar lo que su conciencia y su criterio reconocen como
bueno. El intérprete debe tener un deseo sincero de alcanzar el conocimiento de la verdad
y de aceptarla cordialmente una vez alcanzada. El amor de la verdad debiera ser ferviente
y ardiente, de modo que engendre en el alma entusiasmo por la Palabra de Dios. El
exegeta hábil y profundo es aquel cuyo espíritu Dios ha tocado y cuya alma está avivada
por las revelaciones del cielo. Ese fervor santificado debe ser disciplinado y controlado por
una verdadera reverencia. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría". (Proverbio.
1: 7). Tiene qué existir un estado devoto de la mente al mismo tiempo que el puro deseo
de conocer la verdad. Finalmente, el expositor de la Biblia necesita gozar de una
comunión viva con el Espíritu Santo. Por medio de una profunda experiencia del alma
debe alcanzar el conocimiento salvador que es en Cristo; y en proporción a la profundidad
y plenitud de tal experiencia, conocerá la vida y la paz de la "mente del Espíritu" (Rom. 8:
6) . De modo que quien quiera conocer y explicar a otros "los misterios del “Reino de los
cielos" (Mat. 13: 11) debe entrar en bendita comunión con el Santo. Nunca debe dejar de
orar (Efes. 1: 17-18) "que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria le dé
espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de él, alumbrados los ojos
de su corazón para que sepa cuál sea la esperanza de su vocación y cuáles las riquezas
de la gloria de su herencia en los santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su
poder para con nosotros, los que creemos".
METODOS DE INTERPRETACION
Y sin embargo, los eruditos rabinos que tales métodos empleaban buscaban por
estos medios demostrar las múltiples excelencias y sabiduría de sus libros sagrados. Así
que el estudio de las antiguas exégesis judías es de muy poco valor para dar con el
verdadero significado de las Escrituras. Los métodos de procedimiento son fantásticos y
arbitrarios y alientan el hábito pernicioso de escudriñar los oráculos de Dios con objetos
que sólo tiene en vista el satisfacer curiosidades insanas. Pero para ilustrar antiguas
opiniones judías, especialmente para la elucidación de ciertas doctrinas y costumbres y, a
veces, para la crítica del texto hebreo- los comentarios de los rabinos pueden ser de
mucha utilidad.
Alegorías análogas abundan en los primitivos padres cristianos. Así vemos que
Clemente de Alejandría, comentando sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo, el
halcón, el águila y el cuervo, hace la siguiente observación: "El cerdo es el emblema de la
codicia voluptuosa y sucia, de alimento... El águila indica latrocinio, el halcón injusticia y el
cuervo voracidad". Acerca de Éxodo 15: 1, "Jehová se ha magnificado... echando en la
mar al caballo y su jinete". Clemente observa: "Al efecto brutal y con muchos miembros, la
codicia, con el jinete montado, que da las riendas a los placeres, lo lanza al mar,
arrojándolos a los desórdenes del mundo". Así también Platón, en su libro acerca del alma
(Timaeus), dice que "el cochero y el caballo que dispararon (la parte irracional, que se
divide en dos, en cólera y en concupiscencia) caen; de modo que el mito da a entender
que fue por medio de la lascivia de los corceles que Phaethon fue arrojada".-
"Por medio de éstos, la madre Sabiduría alimenta los hijos de su adopción. A los
jóvenes y los de tierna edad concede bebida, en la leche de la historia; a los que se han
aprovechado de la fe, alimento en el pan de la alegoría; a los buenos, a los que luchan
esforzándose en buenas obras, les da una porción que satisface en el rico nutrimento de
la tropología. A aquellos, en fin, que se han elevado sobre el nivel común de la
humanidad, por medio de un menosprecio de las cosas terrenas y han avanzado a lo más
elevado por medio de deseas celestiales, les da la sobria embriaguez de la contemplación
teórica en el vino de la anagogía... La Historia, que narra ejemplos de hombres perfectos,
excita al lector a imitar la santidad de ellos; la alegoría lo excita a conocer la verdad en la
revelación de la fe; la tropología lo alienta al amor a la virtud por el mejoramiento de la
moral; y la anagogía promueve los deseos de felicidad eterna por la revelación de goces
eternos... Puesto que parece que mediante estos cuatro modos de entendimiento las
Escrituras descubren todas las cosas secretas que hay en ellas, debiéramos considera
cuándo deben ser entendidas según uno de esos modos; según los cuatro juntos".
"La Palabra en su letra, es como una alhajera, donde vemos, en orden, piedras
preciosas, perlas y diademas; y cuando un hombre aprecia la Palabra santa y la lee para
provecho de su vida, los pensamientos de su mente son, comparativamente, como quien
tiene en sus manos semejante mueble y lo envía hacia el cielo; y en su ascensión se abre
y las cosas preciosas que en él hay llegan a los ángeles, quienes se deleitan
profundamente al verlas y examinarlas. Este deleite de los ángeles se comunica al
hombre y forma consorcio y también una comunicación de percepciones".
El milagro aparente de alimentar a cinco mil personas con cinco panes, se realizó,
sencillamente, por el ejemplo que Jesús ordenó a sus discípulos que dieran, de distribuir a
los que les rodeaban de las pocas provisiones que tenían. Este ejemplo fue pronto
seguido por otros grupas T se halló que había comida más que suficiente para todos.
Lázaro no murió realmente; sufrió un desmayo y se le creyó muerto. Jesús sospechó
estas cosas y, llegando a la tumba en el momento oportuno, halló confirmada su
suposición; y su sabiduría y poder, en este caso, hicieron una impresión profunda y
duradera.
Se vio inmediatamente que este estilo de exposición anulaba las leyes racionales
del lenguaje humano al mismo tiempo que minaba la credibilidad de toda la Historia. Por
otra parte exponía los libros sagrados a toda clase de sátiras. Sólo por muy corto tiempo
despertó algún interés.
Entre los rasgos mediante los cuales debemos distinguir el mito, Strauss da los
siguientes ejemplos: Una narración no es histórica (1) cuando sus declaraciones son
irreconciliables con las leyes conocidas y universales que; rigen el curso de los
acontecimientos; (2) cuando es inconsecuente consigo misma o con otros relatos de la
misma cosa; (3) cuando los actores conversan poéticamente o en discurso de elevado
lenguaje, inadecuado a su educación y posición; (4) cuando la sustancia esencial, lo
fundamental de un asunto de que se da cuenta, es inconcebible en sí mismo o se halla en
notable armonía con alguna idea mesiánica de los judíos de aquella época.
No es necesario que entremos en una exposición detallada de las falacias de esta
teoría mítica. Basta el observar, sobre las cuatro reglas enumeradas, que la primera
niega, dogmáticamente, la posibilidad del milagro; la segunda (especialmente en manos
de Strauss) supone, virtualmente, que cuando dos relatos difieren entre sí, ambos deben
ser falsos. La tercera carece de valor mientras no se demuestre claramente, en cada
caso, lo que es apropiado o conveniente y lo que no lo es; y en cuanto a la cuarta, si se la
reduce a último análisis, resulta simplemente una apelación a las nociones subjetivas que
uno posea. A estas consideraciones debe añadirse el hecho de que el Jesús que los
evangelios nos describen es sumamente distinto del concepto judío de su época, acerca
del Mesías. Es demasiado perfecto y maravilloso para ser el producto de la fantasía
humana. Los mitos sólo surgen en épocas no históricas y eso, largo tiempo después de la
persona o acontecimiento que representan; en tanto que Jesús vivió T realizó sus
maravillosas obras en el período más crítico de la civilización griega y de la romana. Por
otra parte los escritos del Nuevo Testamento se publicaron demasiado pronto, después de
la aparición actual de Jesús, lo que impide la incorporación de semejante desarrollo mítico
como Strauss pretende. Esforzándose por demostrar de qué manera la Iglesia,
espontáneamente, originó al Cristo de los evangelios, toda esta teoría nos deja a
obscuras, sin mostrarnos causa o explicación suficiente del origen de la Iglesia y del
Cristianismo mismo. La interpretación mítica no ha tenido aceptación entre los estudiantes
cristianos y tiene muy pocos adeptos en la época actual.
Es justo hacer notar que todas estas teorías racionalistas se destruyen una a la
otra. Strauss le pinchó el parche al método naturalista de Paulus y Baur demostró que la
teoría mítica de Strauss es insostenible. Renán se pronuncia contra las teorías de Baur y
demuestra lo manifiesto del fraude de pretender que las facciones petrina y paulina sean
la explicación del origen de los libros del Nuevo Testamento, a la vez que esos libros
expliquen lo de las facciones. El propio método de crítica, de Renán, parece ser
completamente sin ley, y sus observaciones llenas de ligereza y capciosas han hecho que
muchos de sus lectores le consideren falto de toda convicción seria o sagrada y como
hombre listo para emplear cualquiera clase de medios con tal de lograr su fin. Lo vemos
continuamente introduciendo en las Escrituras sus propias ideas y haciendo decir a sus
escritores lo que, probablemente, jamás soñaron. Por ejemplo, supone que el hombre rico
fue al lugar de sufrimiento porque era rico y que Lázaro fue glorificado a causa de su
extrema pobreza. Muchas de sus interpretaciones se basan en las suposiciones más
insostenibles y son indignas de tomarlas en serio para refutarlas. El resultado lógico está
mucho más allá de su exégesis, en las cuestiones fundamentales de un Dios personal y
de una providencia predominante.
Los ataques escépticos y los racionalistas contra las Escrituras han hecho surgir
un método de interpretación que podemos llamar apologético. Se propone defender, a
toda costa, la autenticidad, genuinidad y credibilidad del sagrado canon, y sus puntos de
vista y métodos son tan semejantes al de la Exposición Dogmática de la Biblia, que
presentamos los dos juntos. La fase más criticable de restos métodos es que ellos, de
hecho, parten con el objeto ostensible de sostener una hipótesis preconcebida. La
hipótesis puede ser correcta, pero ese procedimiento siempre está expuesto a
conducirnos al error.
Pero esto sólo puede hacerse siguiendo métodos racionales y por medio del uso
de una lógica convincente. Así también las Escrituras son provechosas para el dogma,
pero es necesaria que se demuestre que el dogma es una enseñanza legítima de las
Escrituras y no una simple idea tradicional que nuestras preocupaciones quieren añadir a
las Escrituras. El exterminio de los cananeos, la poligamia de los santos del Antiguo
Testamento y la complicidad de éstos en el asunto de la esclavitud, son sucesos
susceptibles de explicaciones racionales y, en tal sentido, de una apología correcta. El
apologista correcto no tratará de justificar las crueldades de las antiguas guerras ni
sostendrá que Israel tenía derechos legales sobre Canaán, ni juzgará necesario defender
la práctica de la poligamia o de la esclavitud por hombres eminentes del Antiguo
Testamento. Lo que hará será dejar los hechos y declaraciones tales como aparecen en
su propia luz pero los guardará contra falsas inferencias y conclusiones temerarias. De la
misma manera, las doctrinas de la Trinidad, de la divinidad de Jesucristo, la personalidad
del Espíritu Santo, la expiación vicaria, la justificación, la regeneración, la santificación y la
resurrección están firmemente basadas en las Escrituras; pero cuán anticientíficos y cuán
censurables son muchos de los métodos por medio de los cuales se han mantenido estas
y algunas otras doctrinas. Cuando un teólogo adopta el punto de vista de un credo
eclesiástico y desde esa posición, con aire de polemista, procede a buscar textos bíblicos
aislados, favorables a sí mismo o desfavorables a su adversario, es más que probable
que se exceda. Su credo podrá ser tan verdadero como la misma Biblia, pero su método
es reprensible. Como ejemplo de lo que decimos, ahí están las disputas de Lutero y
Zwinglio acerca de la consubstanciación. Léase también la literatura polemista de las
controversias antinomiano, calvinistas y sacra mentalistas. Se revuelve toda la Biblia
tratándolas como si ella fuese una colección atómica de textos de prueba dogmática.
¡Cuán difícil es, aun en el día de hoy, para el teólogo y polemista, el conceder que el
verso 7 del capítulo 5 de 1ª Juan, sea espurio! Es menester recordar que ninguna
apología es sana ni ninguna doctrina segura, si descansan sobre métodos faltos de crítica
o si proceden de suposiciones dogmáticas. Semejantes procedimientos no son
exposiciones sino imposiciones. Por otra parte, el hábito de tratar con menosprecio las
opiniones de los demás, o de declarar lo que un pasaje dado debe significar y lo que de
ninguna manera puede significar, no es cosa que pueda captarse la confianza de
hombres estudiosos que piensan por sí mismos. Hengstenberg y Ewald representaron
dos extremos opuestos de opinión: pero el dogmatismo imperioso y ofensivo de sus
escritos ha restado mucho al influjo de sus contribuciones a la literatura bíblica,
contribuciones de grandísimo valor, a no haber sido por ese defecto.
El relato tan sencillo como triste de la ofrenda de la hija de Jefté (Jueces 11:30-40)
ha sido pervertido, haciendo decir al relato que Jefté consagró su hija a perpetua
virginidad -interpretación surgida a priori de la suposición de que un juez de Israel tenía
que saber que los sacrificios humanos eran abominables a Jehová. Pero nadie se atreve
a poner en duda el hecho de que él hizo la promesa de ofrecer un holocausto, y es decir,
quemar sobre el altar-, a cualquiera que le saliere a recibir, en las puertas de su casa, al
volver él (v. 31) . Apenas puede imaginarse que el guerrero estuviese pensando que una
vaca, una oveja o una cabra le saldrían al encuentro al llegar a su casa. Menos aún
hubiese pensado en un perro u otro animal inmundo. La espantosa solemnidad y
tremenda fuerza de su voto aparecen, más bien, en el pensamiento de que no pensaba
en ninguna ofrenda ordinaria sino en una víctima a tomarse de entre los habitantes de su
casa. Pero, indudablemente, poco pensó que de todos los que le rodeaban -sirvientes,
mancebos, doncellas, su hija, e hija única de su amor, había de ser la primera en salirle al
encuentro. ¡De ahí su angustia! Pero la niña aceptó su Posición con sublime heroísmo.
Pidió dos meses de vida en los cuales llorar su virginidad, única cosa que para ella
parecía obscurecer el pensamiento de la muerte. Morir soltera o sin hijos era el aguijón de
la muerte para toda mujer hebrea y especialmente para quien era una princesa en Israel.
Quitad la amargura de ese pensamiento y para la hija de Jefté era cosa sublime,
envidiable el "morir por Dios, su patria y su señor".
El objeto de varios de los libros de la Biblia ha sido declarado formalmente por sus
autores. La mayor parte de los profetas del A. Testamento declaran al principio de sus
libros y de secciones particulares, el motivo y objeto de sus oráculos. El objeto del libro de
los Proverbios está anunciado en los primeros seis versículos de su primer capítulo. El
asunto del Eclesiastés se indica en sus primeras palabras "Vanidad de vanidades". En el
capítulo vigésimo del Evangelio según San Juan, se declara formalmente el designio dé
ese evangelio "Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre". El objeto y motivo especiales
de la Epístola de Judas se nos dan en los versículos 3 y 4.: "Amados, por la gran solicitud
que tenía de escribiros de la común salud, me ha sido necesario escribiros
amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido dada una vez a los
santos; porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los cuales, antes, habían
estado ordenados para este juicio, hombres impíos, convirtiendo la gracia de nuestro Dios
en disolución y negando a Dios, que sólo es el que tiene dominio, y a nuestro Señor
Jesucristo". Entendemos con esto que, mientras Judas estaba diligentemente pre-
parándose y proyectando escribirles un tratado o epístola acerca de la salvación común,
las circunstancias mencionadas en el versículo 4 le impulsaron a dejar de lado esa idea
por el momento y escribir para exhortarles a luchar valientemente por la fe una vez por
todas entregada a los santos. (El griego dice de esa fe, apax, esto es, una vez sola, "no
se dará ninguna otra fe". Bengel).
Habiendo rastreado las generaciones de los cielos y de la tierra a través de Adán
hasta Seth (4:26-26) el escritor procede en seguida a registrar los productos de esa línea
de descendientes, en lo que llama "el libro de las generaciones de Adán" (v. 1) . Este libro
o sección no es la historia del origen de Adán -porque ésa se incorporó en las
generaciones de los cielos y la tierra, sino la de la posteridad de Adán por medio de Seth
hasta la época del Diluvio. Luego siguen "las generaciones de Noé" (.6:9) ; luego las de
los hijos de Sem, Ham y Jafeth (10:1); luego las de Sem por medio de Arfaxad hasta
Terah (11:10-26) y después, en orden regular, las generaciones de. Tera (11:27, bajo la
cual se coloca toda la historia de Abraham), Ismael (25:12), Isaac (25:19), Esaú (36:1) y
Jacob (37:2). De aquí que el gran objeto de ese libro fuese, evidentemente, el dé registrar
los comienzos y primeros desarrollos de la vida humana y de su historia. Manteniendo
presente este objeto del libro y su estructura, vemos su unidad, al mismo tiempo que
descubrimos que cada sección y sub-división sostiene una adaptación y relación lógica
con el todo. Así, también, surge con más claridad y fuerza la tendencia de no pocos
pasajes.
Un rápido examen del libro del Éxodo nos demuestra que su gran objeto es el de
recordar la historia del éxodo de Egipto y la legislación del Monte Sinaí y que con toda
facilidad se divide en dos partes (1) caps. 1-18 (2) 19-40, las que corresponden a estos
dos grandes acontecimientos. Pero un examen y análisis más detenidos nos revelan
muchas relaciones hermosas y sugerentes, de las diferentes secciones. En primer lugar,
tenemos un relato vívido de la esclavitud de Israel (caps. 1-11) . Se la bosqueja con líneas
vigorosas en el cap. 1; se la da más colorido por medio del relato de la vida de Moisés en
sus primeros años y, luego, con su destierro (caps. 2-4) y se nos muestra en su intensa
persistencia en el relato de la dureza de corazón del faraón, y las plagas, que, como
consecuencia de ella, azotaron a Egipto (caps. 5-11) . En segundo lugar, tenemos la
redención de Israel (caps. 12-15:21) . Esta está, primeramente, simbolizada por la Pascua
(caps. 12-13-16), realizada, luego, en las maravillas y triunfos de la marcha saliendo de
Egipto y en el pasaje del Mar Rojo (13:17 a 14:31) y celebrada en el cántico triunfal de
Moisés (15:1-21) . Luego, en tercer lugar, tenemos la consagración de Israel (15:22 al
cap. 40), la que se nos presenta en siete secciones: (1) La marcha desde el Mar Rojo
hasta el Rephidim (15:22 a 18:7) describiendo las primeras actividades libres del pueblo
después de su redención y su necesidad de especial compasión y ayuda divinas. (2)
Actitud de los Paganos hacia Israel en los casos del hostil Amalec y del amigable Jetro
(17:8 a cap. 18) . (3) La promulgación de la ley en el Sinaí (19-24) (4) Trazado del plan del
Tabernáculo (25-27) . (5) El sacerdocio aarónico y la ordenación de varios servicios
sagrados (28-31). (6) Castigos de las apostasías del pueblo y renovación del pacto y de
las leyes (32-34) . (7) Construcción del Tabernáculo, erigido y llenado de la gloria de
Jehová (35-40) .
El libro de Isaías tiene sus divisiones más o menos claramente definidas, pero se
adhieren unas a otras y están entretejidas entre sí, formando un todo viviente. Hermo-
samente observa Nagelsbach, que "los capítulos 4.9-57 son como una guirnalda de
gloriosas flores entrelazadas con cinta negra; o corno un cántico de triunfo por cuyos
tonos amortiguados corre la melodía de una endecha, pero esto en una forma tal que,
gradualmente, las cuerdas lúubres se funden en la melodía del cántico triunfal. Y al mismo
tiempo, el discurso del profeta está arreglado con tanto arte que la cinta enlutada viene a
formar exactamente en su centro un gran moño, pues el capítulo 53 constituye el centro
de todo el ciclo profético de los capítulos 4-0-56".
Algunos maestros religiosos gustan de emplear textos bíblicos como epígrafes sin
preocuparse de su verdadera conexión. Así acontece que con demasiada frecuencia
adaptan los textos impartiéndoles un sentido ficticio enteramente extraño a su verdadero
objeto y significado. Lo que con tal proceder parece ganarse no admite comparación con
las pérdidas y peligros inherentes a esa práctica. Alienta la costumbre de interpretar la
Biblia en una forma arbitraria y fantástica, con lo cual se ponen armas poderosas en
manos de los que enseñan el error. No puede alegarse ninguna necesidad en defensa de
tal práctica. Las sencillas palabras de la Biblia, interpretadas legítimamente, según su
propio contexto y objeto, contienen tal plenitud y comprensión de significado que son
suficientes para las necesidades de los hombres en toda circunstancia. Sólo es robusta y
saludable aquella piedad que se alimenta, no con las fantasías y especulaciones de
predicadores que, prácticamente, colocan su propio genio encima de la Palabra de Dios,
sino con las puras doctrinas y preceptos de la Biblia, desenvueltos en su verdadera
conexión y significado.
Sobre tales textos aislados, como también sobre los no así aislados, a veces
arroja mucha luz la comparación con otros pasajes paralelos; pues hay palabras, frases y
declaraciones históricas o doctrinales que, difíciles de entender en un lugar dado, a
menudo se hallan rodeados de mayor luz por las declaraciones adicionales con que
aparecen ligados en otras conexiones. Sin el auxilio de pasajes paralelos algunas
palabras y declaraciones de las Escrituras apenas serían inteligibles.
"Al comparar paralelos, -dice Davidson-, conviene observar cierto orden. En primer
lugar, debemos buscar paralelismos en los escritos del mismo autor, puesto que es
posible que las mismas peculiaridades de concepto y modos de expresión aparezcan en
diversas obras de una misma persona. Existe cierta configuración de la mente que se
manifiesta en las producciones de un hombre. Cada escritor se distingue por un estilo
más o menos propio; por características 'mediante las cuales puede identificársele con las
producciones de su intelecto, aun cuando oculte su nombre. De aquí lo razonable de
esperar que los pasajes paralelos de los escritos de un autor arrojen luz sobre otros
pasajes".
Pero también debemos recordar que las Escrituras del Antiguo y Nuevo
Testamentos son un mundo en sí mismas. Aunque escritas en gran variedad de épocas y
consagradas a muchos temas diversos, tomadas en conjunto constituyen un libro que se
interpreta a sí mismo. Por consiguiente, la antigua regla de que "las Escrituras deben
interpretarse por las Escrituras" es un principio importantísimo de la hermenéutica
sagrada. Pero es necesario evitar el peligro de excedernos aun en esto. Hay quienes han
ido demasiado lejos al tratar de hacer a Daniel explicar la Revelación de San Juan y
también es realmente posible el forzar algún pasaje de Reyes o Crónicas, tratando de
hallarlo paralelo con alguna declaración de San Pablo. Por lo general debe esperarse
hallar los paralelos más valiosos, en libros de una misma índole: lo histórico hallará
paralelo en lo histórico, lo profético con lo profético, lo poético con lo poético y lo
argumentativo o exhortatorio con sus similares. Es muy probable que hallemos más de
común entre Oseas y Amos que entre Génesis y Proverbios; esperaremos hallar más
semejanza entre Mateo y Lucas, que entre Mateo y una de las. epístolas de San Pablo; y
estas epístolas, naturalmente, exhiben muchos paralelos, tanto de lenguaje como de
pensamiento.
Por lo general se han dividido en dos clases los pasajes paralelos, en verbales y
reales, según que lo que constituya el paralelismo consista en palabras o consista en
material análogo. Donde una misma palabra ocurre en conexiones similares o en
referencia al mismo asunto general, el paralelismo se llama verbal. Se llaman reales
aquellos pasajes similares en los cuales el parecido o identidad consiste no en palabras o
frases sino en hechos, asuntos, sentimientos o doctrinas. Los paralelismos de esta clase
a veces se subdividen en históricos y didácticos, según que la materia del asunto consista
en acontecimientos históricos o en asuntos de doctrina. Pero es posible que todas estas
divisiones no sean más que refinamientos innecesarios. El expositor cuidadoso consultará
todos los pasajes paralelos, ya sean verbales, históricos o doctrinales; pero al interpretar
tendrá poca oportunidad de discernir formalmente entre estas diversas clases.
En vista de esto, él, adrede, lanza una invitación a tal conflicto. El quiere
conquistar paz. No quiere paz obtenida en otra forma.
Volviendo al texto en Mat. 16:18, que Schaef considera como "una de las
declaraciones más profundas y de mayores alcances proféticos de nuestro Salvador pero,
al mismo tiempo uno de sus dichos más controvertidos", la precitada comparación de
pasajes que alguna relación mantienen entre sí nos suministra los medias de penetrar en
su verdadera intención y significado. Lleno de divina inspiración, Pedro confesó a su
Señor para gloria de Dios Padre (compar. 1 Juan 4:15 y Rom. 10:9) y en esa bendita
capacidad y confesión se hizo el confesor cristiano, representativo o ideal. En vista de
esto, el Señor le dice: Ahora tú eres Pedro; te has transformado en una piedra viva, típica
y representativa de la multitud de piedras vivas sobre las cuales edificaré mi Iglesia. El
cambio del masculino Petros al femenino petra indica de una manera perfectamente
adecuada que no tanto sobre Pedro, el hombre, el individuo simple y aislado, como sobre
Pedro considerado como el confesor, tipo y representante de todos los demás confesores
cristianos, que han de ser "juntamente edificados para morada de Dios en Espíritu". (Efes.
2:22) .
En la exposición de los Salmos, una de las primeras cosas que hay que inquirir es
el punto personal en que el autor se coloca. De los poetas hebreos puede decirse como
de los de todas las otras naciones, que la interpretación de su poesía depende menos de
la crítica verbal que de la simpatía con los sentimientos del autor, el conocimiento de sus
circunstancias y atención al objeto y dirección de sus declaraciones. Hay que colocarse
uno mismo en su condición, adoptar sus sentimientos, dejarse llevar a flote con la
corriente de sus sentimientos, ser consolado con sus consolaciones, o agitado por la
tormenta de sus emociones.
¡Cuánta vividez y realidad aparecen en las epístolas de San Pablo cuando las
estudiamos en conexión con el relato de sus viajes y labores apostólicos y los aspectos
físicos y políticos de los países por los cuales ha pasado! Desde este punto de vista cuán
reales y llenas de vida son todas las alusiones de sus epístolas. Debe buscarse
cuidadosamente la situación y condición de las personas e iglesias de que habla.
Especialmente sus epístolas a los Corintios y las de su prisión perderían la mitad de su
interés y valor si no fuese por el conocimiento que otras epístolas nos proporcionan
acerca de personas, incidentes y lugares. Qué tierno encanto presta a la Epístola a los
Filipenses el conocimiento que tenemos de las primeras experiencias del apóstol en
aquella colonia romana, sus visitas posteriores a ella y el pensamiento de que la escribe
en su prisión, en Roma, mencionando frecuentemente sus cadenas (Fil. 1:7, 13, 14) y de
las bondades que los filipenses le habían manifestado (4:15-18).
Vemos, pues, que un buen canon de interpretación, debe tomar muy en consideración la
persona y las circunstancias del autor, la época y el sitio en qué escribió y la ocasión y los
motivos que le movieron a escribir. Y no debemos omitir el hacer investigaciones
análogas acerca del carácter, condiciones e historia de aquellos para quienes se escribió
el libro que estudiamos y de aquellos a quienes el libro menciona.
LA POESIA HEBREA
La traducción de Bayardo, del Fausto, es una obra maestra por el hecho de que
con éxito notable ha conseguido verter de un idioma a otro, no simplemente los
pensamientos, el sentimiento y el significado exacto del autor sino también la forma y el
ritmo. Como lo sostienen autoridades eminentes, "la primera cuestión a considerarse en
una obra poética es el valor de su forma. La poesía no es meramente una forma de
expresión sino que es la forma de expresión que cierta clase de ideas exige en absoluto.
En realidad, la poesía puede distinguirse de la prosa por el simple hecho de que es la
expresión de algo en el hombre que es imposible expresar con perfección en ninguna otra
forma que la rítmica. Es inútil decir que el significado desnudo es independiente de la
forma. A1 contrario, la forma contribuye esencialmente a la plenitud del significado. En la
poesía que se perpetúa mediante su propia vitalidad inherente no existe unión forzada de
estos dos elementos. El intentar representar poesía en prosa es cosa muy parecida al
querer expresar con palabras lo que dice la música en su lenguaje".
Las sentencias breves y vividas, que son una característica peculiar del lenguaje
hebreo, conducen, por un proceso muy natural, a la formación de paralelismos en poesía.
El deseo de presentar un asunto en la forma más impresionable posible, conduce a la
repetición y la tautología aparece en formas ligeramente variadas de un mismo y único
pensamiento, como se ve en las siguientes líneas de Proverbios 1:24-27:
Las formas más comunes y regulares del paralelismo hebreo las clasifica Lowth
bajo tres divisiones generales, que denomina: Sinónima, Antitética y Sintética. Estas, a su
vez, pueden subdividirse según que las líneas formen simples pareados o tercetos o
tengan correspondencia medida en sentimiento y extensión, o sean desiguales y
quebradas por repentinas explosiones de pasión o par alguna repetición impresionante.
I. PARALELISMO SINONIMO
Presentamos aquí algunos pasajes en los cuales las diferentes líneas o miembros
presenten el mismo pensamiento con ligeras alteraciones en la forma de expresión.
Especificaremos tres clases de paralelos sinónimos:
Porque él la fundó sobre los mares, Y afirmóla sobre los ríos (Salmo 24.: 2) .
¿Acaso gime el asno montés junto a la hierba? ¿Muge el buey junto a su pasto? ( Job. 6:
Enlazado eres con las palabras de. tu boca, Y preso con las razones de tu boca ( Prov.
6:2 ).
Alzaron los ríos, oh Jehová, Alzaron los ríos su sonido; Alzaron los ríos sus ondas (Salmo
93: 3) .
5).
2. PARALELISMO ANTITETICO
Bajo esta división cae todo pasaje en el cual hay contraste u oposición de
pensamiento presentado en las diferentes sentencias. Esta clase de paralelismo abunda,
especialmente, en el libro de Proverbios, por el hecho de adaptarse particularmente para
expresar máximas de sabiduría proverbial. Hay dos formas de paralelismo antitético:
( Prov. 14.: 34 ) .
La lengua de los sabios adornará la sabiduría; Mas la boca de los necios hablará
sandeces. (Prov. 15:2) .
Porque un momento será su furor Mas la boca de los necios hablará sandeces. (Sal. 30) .
Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un [momento; Mas con compasión eterna
tendré compasión de tí.( Isaías 54: 7-8 ) .
3. PARALELISMO SINTETICO
Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, Llamadle en tanto que está cercano.Deje el
impío su camino, Y el hombre inicuo sus pensamientos; Y vuélvase a Jehová, quien
tendrá misericordia de él; Y al Dios nuestro, quien será amplio en perdonar. (Isaías
55:6-7).
Pero aparte de toda forma artificial, el idioma hebreo en sus palabras, frases
idiomáticas, conceptos vívidos y poder pictórico posee una simplicidad y belleza notables.
Para un individuo tan impresivo como el hebreo, todo asunto estaba lleno de vida y la
manera de presentar los actos más ordinarios atraía su atención. Aun en su conversación
ordinaria ocurren frecuentemente las sentencias patéticas, las exclamaciones sublimes y
las profundas sugestiones. ¡Cuán a menudo ocurre en la simple narración la expresión
(que en hebreo es una palabra) "he aquí"! ¡Cuán gráficamente se describen aun el
proceso y el orden de la acción, en pasajes como los siguientes: "Levantó Jacob sus pies
y fuese a la tierra de los hijos del Oriente". (Gen. 29:1). "Alzó su voz y lloró... Y así que
oyó Lavan las nuevas de Jacob, hijo de su hermana, corrió a recibirle y abrazarlo y besólo
y trájole a su casa" (v. 11-13). "Y alzando Jacob sus ojos, miró y -¡he aquí!- venía Esaú".
(Gen. 33:1) .
Por otra parte, hay muchos pasajes donde alguna elipsis notable vigoriza la
expresión: "...ahora, pues, porque no alargue su mano y tome también del árbol de la vida
y coma, y viva para siempre, y sacóle Jehová, del huerto del Edén" (Gen. 3:22).
"¡Vuélvete, oh Jehová, ¿hasta cuándo?" (Salmo 90:13) . El esfuerzo de los traductores
ingleses por suplir la elipsis del Salmo 19:3-4, estropea el verdadero significado. Dicen
ellos: "No hay dicho ni lenguaje donde su voz no sea oída". La versión castellana, fiel al
hebreo, es mucho más impresivo, dándonos a entender que aunque los cielos no tienen
lenguaje o voz audible, tales como los que el hombre usa, sin embargo han sido
extendidos, como un hilo de medir, sobre la superficie de toda la tierra y, aunque mudos,
poseen sermones para las almas reflexivas en todas partes del mundo habitable.
Porque fuego se encenderá en mi furor, Y arderá hasta lo profundo del Sheol; Y devorará
la tierra y sus frutos Y abrazará los fundamentas de los montes.
¡0h Líbano, abre tus puertas y el fuego queme tus cedros! ¡Aúlla, oh haya, porque el
cedro cayó, los magníficos son talados! ¡Aúlla, oh haya, porque el cedro cayó, los
magníficos son derribado!
No hay para qué suponer que en la calamidad anunciada por este oráculo ni un
solo cedro del Monte Líbano ni un alcornoque de Bazán fuesen destruidos. El lenguaje es
el de las imágenes poéticas, adaptado a producir impresiones y a transmitir la idea de una
extensa ruina, pero sin tener nunca la intención de ser entendido literalmente. Y lo mismo
pasa con las sublimes descripciones dé Jehová que se hallan en los Salmos y los
Profetas, su inclinarse a mirar desde los cielos y descender con una nube debajo de sus
pies; su cabalgar sobre un querubín y el hacerse visible en las alas del viento (2 Sam
22:10-11; comp. Salmo 18:9-10; Ezeq. 1:13-14. >; Su estar de pie y medir la tierra; su
cabalgar en caballos y andar en carrozas de salvación, con rayos procedentes de sus
manos y el resplandor de su fulgente lanza asombrando al sol y a la luna en los cielos
(Hab. 3:4, 6, 8, 11) ; todos estos pasajes y otros semejantes a ellos no son más que
descripciones poéticas de la potencia y la majestad de Dios en su administración
providencial del mundo. Las figuras especiales de lenguaje usadas en tales descripciones
se discutirán en los capítulos siguientes.
LENGUAJE FIGURADO
Otro uso de esta figura ocurre cuando se coloca alguna circunstancia o idea
accesoria o asociada en lugar del objeto principal, y viceversa. En Oseas 1:2, está escrito:
"La tierra se dará a fornicar", usándose la palabra "tierra" para dar a entender el pueblo
que la habitaba. En Mateo 3:6, se habla de Jerusalén y Judea, queriendo decir con ello la
gente que habitaba esos lugares.
Existe otro empleo de esta figura que puede llamarse metonimia del signo y la
cosa significada. Así leemos en Isaías 22:22: "Pondré la llave de la casa de David sobre
su hombro y abrirá y nadie cerrará y cerrará y nadie abrirá" Aquí se usa la palabra "llave"
como signo de contralor sobre la casa, de poder para abrir o cerrar las puertas cuando le
plazca; y el poner la llave sobre el hombro ,denota que el poder simbolizado por la llave
será carga pesada para el que lo ejerza. Compar. Mat. 16:19. En el cuadro refulgente con
que Isaías representa la Era Mesiánica (24) describe la completa cesación de las luchas y
guerras nacionales con las significativas palabras: "Volverán sus espadas en rejas de
arado y sus lanzas en hoces".
Hay otra figura muy emparentada con la personificación, a la cual llamamos
apóstrofe; se deriva de las palabras griegas apó (desde) y stref o (volver) y denota
especialmente el hecho de que el que habla se vuelve de sus oyentes hacia otro lado y
dirige la palabra a una persona o cosa ausentes o imaginarias. Cuando el discurso se
dirige a un objeto inanimado, las figuras de personificación y de apóstrofe se combinan en
un mismo pasaje. Así pasa con el pasaje citado del Salmo 1:14. Después de personificar
al mar, al Jordán y a las montañas, el salmista, repentinamente, vuelve directamente
hacia ellos su discurso y les dice: "¿Qué tuviste, oh mar, que huiste? ¿Y tú, oh Jordán,
que te volviste atrás? ¡Oh, montes! ¿Por qué saltasteis como carneros y vosotros
collados, como corderitos? "El apóstrofe dirigido al caído rey de Babilonia (Isaías 11:9-20)
es uno de los ejemplos más atrevidos y sublimes de su especie, en cualquier idioma.
Abundan en los profetas ejemplos análogos de discursos atrevidos y apasionados y,
como hemos visto, la mente oriental era muy dada a expresar sus pensamientos y
sentimientos en este estilo conmovedor.
Con frecuencia las formas interrogativas de impresión suelen ser la manera más
vigorosa de enunciar verdades de importancia, como cuando leemos en Hebr. 1: 14,
acerca de los ángeles: "¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a
favor de los que serán herederos de salvación?" Aquí, como por implicación, se considera
como creencia indisputada la doctrina del ministerio de ángeles en tan noble servicio. Las
interrogaciones en Rom. 8:33-35 nos suministran un estilo sumamente impresionante de
presentar el triunfo de los creyentes en las benditas provisiones de la redención. "¿Quién
acusará a los escogidos de Dios?..." (En la traducción inglesa, este pasaje es aún más
enfático que en castellano y, por lo tanto, más hermosa. Recomendamos leerlo en ese
idioma). Muy frecuentes y notables son, también, las formas interrogatorias de lenguaje
en el libro de Job. "¿No sabes esto que fue siempre desde el tiempo que fue puesto el
hombre sobre la tierra, que la alegría de los impíos es breve y el gozo del hipócrita, por un
momento?" (20:4i). "¿Alcanzarás tu el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a describir la
perfección del Todopoderoso?" (11:7) . La respuesta de Jehová desde el torbellino (caps.
XXXVIII al XLI en muy gran parte, tiene esa forma.
Otra forma peculiar de lenguaje que mencionaremos sólo de paso, es la ironía, por
medio de la cual el que habla, o escribe, expresa lo contrario de lo que quiere decir. Las
palabras de Elías a los adoradores de Baal constituyen un ejemplo de la más completa
ironía ( Rey. 18:27) . Otro ejemplo lo hallamos en Job 12:1: "Ciertamente que vosotros
sois el pueblo y que con vosotros morirá la sabiduría". En 1 Cor. 4:8, San Pablo se
permite la siguiente ironía: "¡Ya estáis hartos, a estáis ricos, sin nosotros reináis! ¡Y ojalá
reinéis, pra que nosotros reinemos también juntamente con vosotros". La designación de
las treinta piezas de plata en Zacar. 11:13, como "hermoso precio", es -un ejemplo de
sarcasmo. Las palabras de burla y de befa de los soldados (Mat. 27: 30) y las de los
sacerdotes y escribas (Marc. 15:32) "... baje ahora de la cruz para que veamos y
creamos", no son ejemplos apropiados de ironía, sino de perverso escarnio y mofa.
SIMILES Y METAFORAS
El Símil
Cuando se hace una comparación formal entre dos objetos, buscando impresionar
la mente con algún parecido o semejanza, la figura se llama "símil". En Isaías 55:10-11,
hallamos un hermoso ejemplo de esto: "Porque como desciende de los cielos la lluvia y la
nieve y no vuelve allá sino que harta la tierra y la hace germinar y producir y da simiente
al que siembra y pan al que come: así será mi palabra, que sale de mi boca, no volverá a
mí vacía; antes hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para que la envié". Las
oportunas y variadas alusiones de este pasaje presentan la benéfica eficacia de la palabra
de Dios, y esto en un estilo muy impresionante.
Los símiles ocurren con frecuencia en las Escrituras y teniendo por objeto ilustrar
la idea del autor, no envuelven dificultades de interpretación. Cuando el salmista dice:
"Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades; velo y soy
como el pájaro solitario sobre el tejado" (Salmo 102:6) sus palabras son una vívida
descripción de su absoluta soledad. En Mat. 28:3, se dice del ángel que movió la piedra
de la puerta del sepulcro, que "su aspecto era como un relámpago y su vestido blanco
como la nieve"... En Romanos 12:4, el apóstol ilustra la unidad de la Iglesia y la diversidad
de sus ministros individuales por medio de la siguiente comparación: "De la manera que
en un cuerpo tenemos muchos miembros empero todos los miembros no tienen la misma
operación, así muchos somos un cuerpo en Cristo, mas todos miembros los unos de los
otros". Compárese, también, 1 Cor. 12:12. En todos estos casos, así como en otros, la
comparación se interpreta por sí sola, en tanto que las imágenes intensifican el
pensamiento principal.
Hallamos un hermoso ejemplo de símil en el final del Sermón del Monte (Mat. 7:
24-27): "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le compararé a un varón
prudente que edificó su casa sobre la peña". Tenemos, por un lado, la figura de una casa
cimentada sobre la roca inconmovible, a la que ni las tormentas ni los aluviones pueden
conmover; por la otra parte tenemos una casa construida sobre movible arena, incapaz de
resistir la violencia de los vientos y los aluviones. La similitud así formalmente
desarrollada se convierte, realmente, en una parábola y la mención de lluvias, aluviones y
vientos, implica que la casa ha de ser probada por el tejado, los cimientos y los costados,
-techo, fundamento y centro. Pero no debemos imitar a los místicos, tratando de hallar
alguna forma especial y distinta de tentación en cada una de estas tres palabras. El gran
símil presenta en forma muy impresionante el porvenir seguro que espera a los que creen
y obedecen la palabra del Señor Jesús, como asimismo el que espera a los que oyen
pero se niegan a obedecer. Compárese este símil con la alegoría de Ezequiel 13:11-15.
Es común a todos los idiomas una clase de ilustraciones que, con propiedad,
podrían llamarse comparaciones opuestas. Hablando estrictamente no son símiles,
metáforas, parábolas ni alegorías. Y, sin embargo, incluyen algunos elementos de todas
ellas. Se introduce un hecho o una figura con propósitos ilustrativos y, sin embargo, no se
usan palabras formales de comparación; pero el que lee o escucha percibe
inmediatamente que se supone una comparación. Algunas veces esas comparaciones
supuestas siguen a un símil regular. En 2 Tim. 2:3, leemos: "Tú, pues, sufre trabajos,
como fiel soldado de Jesucristo". Pero inmediatamente después de estas palabras, y
conservando la figura introducida por ellas en la mente del lector, el apóstol añade:
"Ninguno que milita se embaraza en los asuntos de la vida; a fin de agradar a aquél que lo
tomó por soldado". Aquí no hay figura de lenguaje sino la declaración sencilla de un hecho
plenamente reconocido en el servicio militar. Pero siguiendo al símil del verso 3, está
evidentemente empleada como una extensión de la ilustración y toca a Timoteo el hacer
la necesaria aplicación de ella. Luego siguen otras dos ilustraciones cuya aplicación
también se presume que el lector mismo la hará. "Y aun, también, el que lidia, no es
coronado si no lidiare legítimamente. El labrador, para recibir los frutos, es menester que
trabaje primero". Estas son declaraciones claras y literales pero se supone, tácitamente, la
comparación, y Timoteo no podía dejar de hacer la aplicación apropiada. La profunda
consagración del verdadero ministro a la obra que está a su cargo, su sumisión cordial, su
conformidad a la autoridad y orden legales y su infatigable laboriosidad, son los puntos
que, especialmente, se hacen resaltar por medio de estas ilustraciones.
La Metáfora
Las siguientes metáforas fuertes, tienen su base en los hábitos bien conocidos de
los animales; "Issachar, asno huesudo, echado entre dos fardos" (Gen 49:14) ; ama el
reposo, como la bestia de carga que se acomoda buscándolo. "Neftalí, cierva dejada, que
dará dichos hermosos" (Gen. 49:21). Se alude, especialmente, a la elegancia y belleza de
la cierva, brincando graciosamente, en goce de su libertad, y denota en la tribu de Neftalí
un gusto para dichos y expresiones llenos de belleza, tales como elegantes cánticos y
proverbios.
A veces el punto más notable de alusión en una metáfora puede ser asunto de
duda o de incertidumbre. En el Salmo 45:1, en el original hebreo es difícil determinar el
sentido que se da a la palabra que en castellano se ha traducido por "rebosa", traducción
que quizá no sea perfecta.
El punto exacto de alusión en las palabras "sepultados juntamente con él a muerte por el
bautismo" (Rom. 64) y "sepultados juntamente con él en el bautismo" (Col. 2:12) es
asunto disputado. Los amigos de la inmersión insisten en que hay en esas palabras una
alusión a la manera en la cual se celebraba el rito del bautismo de agua; y la mayoría de
los intérpretes han reconocido que existe tal alusión. Se pensaba en la inmersión del
bautizado como en un entierro en el agua, pero en ambos pasajes el contexto demuestra
que el gran pensamiento predominante en la mente del apóstol era la muerte al pecado.
Así, en Romanos se nos dice: "¿No sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo
Jesús, somos bautizados en su muerte? Sepultados juntamente con él en muerte por el
bautismo... plantados juntamente en él a la semejanza de su muerte (v. 5) ... nuestro viejo
hombre juntamente fue crucificado con él (v. 6) ... morimos con Cristo (v. 8) ... Así también
vosotros considerad que, de cierto, estáis muertos al pecado mas vivos a Dios en Cristo
Jesús" (v. 11) . Ahora bien, en tanto que la palabra "sepultado con" (sundapto)
armonizaría naturalmente con la idea de una inmersión en agua, el pensamiento principal
es el morir al pecado, cosa que alcanzamos mediante una unión con Cristo en la
semejanza de su muerte. Las imágenes no dependen de la manera de la ejecución de
Cristo, o de su sepultura, mucho menos dependen de la forma de la administración del
bautismo, sino de la semejanza de su muerte (to emoiomati ton danaton auton, v. 5)
considerada como un hecho cumplido. El bautismo es en muerte, no en agua; y ora el rito
externo fuese celebrado por aspersión o por ablución o por inmersión, en cualquiera de
los casos hubiera sido igualmente cierto que fueron "por el bautismo sepultados con él en
muerte". Pudo el apóstol haber dicho: "Por el bautismo fuimos crucificados con él en
muerte", y entonces, como ahora, habría sido el fin realizado, la muerte, no la manera de
realizar el bautismo, lo que se haría resaltar. En la forma de expresión más breve que
hallamos en Col. 2:12, simplemente dice: "sepultados juntamente con él en el bautismo".
Aquí, sin embargo, el contexto demuestra que el pensamiento central es el mismo que en
Romanos 6:3-11. La sepultura en bautismo (en to baptismati, en el asunto de bautismo)
representaba "el despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne"; es decir, el
despojarse en absoluto y el arrojar de sí la antigua naturaleza carnal. En el asunto que
estamos tratando no hay que pensar en el entierro como una manera de colocar un
cadáver en una tumba o sepulcro sino como indicando que el cuerpo de pecado está,
realmente, muerto. Habiendo así definido claramente el verdadero punto a que alude el
pasaje que nos ocupa, no hay por qué negar o disputar el hecho de que la figura
mencionada puede incluir, incidentalmente, una referencia a la práctica de la inmersión.
Pero al basarse en semejante alusión metafórica, en la que el proceso y la forma de
entierro no son puntos esenciales, para sostener que un entierro en el agua y una
resurrección del agua sean esenciales para la validez de un bautismo, nos parece una
gran extravagancia.
Pasando ahora de las figuras más comunes del lenguaje llegamos a aquellos
métodos trópicos peculiares de trasmitir ideas y de impresionar con la verdad, que tienen
especial prominencia en las Santas Escrituras. A estos se les conoce con el nombre de
fábulas, acertijos, enigmas, alegorías, parábolas, proverbios, tipos y símbolos.
Sin embargo, la moral que con ellas se busca enseñar, generalmente es tan
evidente que no hay dificultad .en comprenderla.
Salta a la vista el hecho de que todas estas imágenes de árboles que hablan, que
andan, etc., es pura fantasía. No se fundan en ningún hecho y sin embargo, presentan un
cuadro vívido e impresionante de las locuras políticas de la humanidad al aceptar el
patrocinio o dirección de caracteres tan indignos como el de Abimelech.
Otra fábula muy semejante a la de Jotham se halla en 2 Rey. 14:9. Los apólogos
de Jotham y Jonás son las únicas verdaderas fábulas que aparecen en la Biblia. En su
interpretación hay que guardarse del error de querer exprimir demasiado las imágenes.
No hay porque suponer que cada palabra y alusión tenga un significado especial.
Recordemos siempre que un aspecto distintivo de las fábulas es que no son paralelos
exactos de las cosas que están destinadas a aplicarse. Están basadas en acciones
imaginarias de criaturas irracionales o de cosas inanimadas y, por consiguiente, jamás
pueden corresponder con la vida real. También debemos notar lo bien que el espíritu y
propósito de la fábula armoniza con la ironía, el sarcasmo y el ridículo. De aquí que sea
tan conveniente para exponer necedades y vicios del hombre. Muchos de los proverbios
más útiles no son más que fábulas compendiadas (Prov. 6:6; 30:15, 25-28). Aunque la
fábula pertenece al elemento terreno de moralidad prudencial, aun de ese elemento
puede echar mano y valerse la sabiduría divina.
Las palabras del Señor en Luc. 22:36 son un enigma. Estando para salir para el
Getsemaní se dio cuenta de que la hora del peligro llegaba. Recordó a sus discípulos la
ocasión cuando les envió sin bolsa, alforja ni zapatos (Luc. 9:6) haciéndoles confesar que
nada les había faltado. y entonces les dice: "Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela y
también la alforja, y el que no tiene, venda su capa y compre espada". Quería
impresionarles con el sentimiento de que el momento de terrible conflicto y peligro era
ahora inminente. Tienen que esperar ser asaltados y deben estar preparados para toda
defensa justa. Habían de ver horas en que una espada les sería más útil que una capa.
Pero es evidente que el Señor no quiso decir que debían, literalmente, armarse con
espada en beneficio de su causa (Mat. 26:52; Juan 18:36) . Querían prevenirles
significativamente del amargo conflicto que se acercaba y de la posición a que tendrían
que hacer frente. El mundo estaría contra ellos y les asaltaría en muchas formas y, por
consiguiente, debían prepararse para la defensa propia y la lucha viril. No es a la espada
del Espíritu (Efes. 6:17) que el Señor se refiere aquí sino a la espada como símbolo de
ese heroísmo guerrero, de esa confesión audaz e intrépida y ese propósito inflexible de
sostener la verdad que pronto sería un deber y una necesidad de parte de los discípulos a
fin de defender su fe. Pero los discípulos entendieron mal sus palabras y hablaron de dos
espadas que tenían en su poder! Jesús no se detuvo para entrar en explicaciones y cortó
esa conversación "en el tono de quien se da cuenta de que los demás aún no están en
condiciones de entenderle y que, por consiguiente, sería inútil hablarles más sobre el
particular". Su lacónica respuesta: "¡Bastar" fue una "manera suave de abandonar el
asunto con cierto dejo de ironía. Más que vuestras dos espadas no necesitáis!"
Un enigma análogo aparece en Juan 21:18, donde Jesús dice a Simón Pedro:
"Cuando eras más mozo, te ceñías e ibas donde querías; mas cuando ya fueres viejo ex-
tenderás tus manos y te ceñirá otro y te llevará donde no quieras". El escritor añade
inmediatamente que Jesús dio a entender con eso, (semainon) "con qué muerte había de
glorificar a Dios". Pero es sumamente improbable que en ese entonces Pedro
comprendiera el significado de esas palabras. Compárese también Juan 2:19.
INTERPRETACIÓN DE PARÁBOLAS
Entre las formas figuradas del lenguaje bíblico la parábola ocupa un sitio
preeminente.
El término "parábola" se deriva del griego parábola, que significa arrojar, o colocar
al lado de, y lleva a la idea de colocar una cosa al lado de otra con el objeto de comparar.
Es, esencialmente, una comparación o símil y, sin embargo, todos los símiles no son
parábolas. El símil puede apropiarse una comparación de cualquier género o clase de
objetos, ora reales o imaginarios. La parábola está limitada en su radio y reducida a las
cosas reales. Sus imágenes siempre incorporan una narración que responde con verdad
a los hechos y experiencias de la vida humana. No emplea, como la fábula, aves
parlantes y fieras o árboles reunidos en concilios. Como el acertijo y el enigma, la
parábola puede servir para ocultar alguna verdad de la vista de los que no poseen
penetración espiritual para percibirla bajo su forma figurada; pero su estilo narrativo y la
comparación formal, siempre anunciada o supuesta, la diferencian claramente de toda
clase de dichos intrincados que tienen por fin principal el confundir o causar perplejidad.
La parábola, una vez entendida, revela e ilustra los misterios del reino de los cielos. El
enigma puede incorporar profundas verdades y hacer mucho uso de la metáfora, pero
nunca, cual la parábola, forma una narración o pretende hacer una comparación formal.
Entre la parábola y la alegoría hay mayor analogía. Tan es así que las parábolas han sido
definidas como "alegorías históricas" pero difieren entre sí en la misma forma,
substancialmente, en que el símil difiere de la metáfora. La parábola es, esencialmente,
una comparación formal y obliga al intérprete, a fin de hallar su significado, a ir más allá
de 1<9 narración que ella hace; en tanto que la alegoría es una metáfora extendida y den-
tro de sí misma contiene su interpretación. Por consiguiente, la parábola se destaca y
distingue como una modalidad y estilo del lenguaje figurado. Actúa en un elemento de
sobria vehemencia sin que sus imágenes traspasen jamás los límites de lo posible, es
decir, de lo que pudieran ser hechos reales. Puede, tácitamente, contener elementos de
enigma, de tipo, de símbolo y de alegoría, pero difiere de todos ellos y en su propia
esfera, escogida de la vida real y diaria, se adapta muy peculiarmente a presentar ense-
ñanzas especiales de Aquél que es "el Verax, no menos que el Verus y la Veritas".
"Porque a vosotros es concedido saber los misterios del reino de los cielos más a
ellos no. Porque a cualquiera que tiene, se le dará y tendrá más, pero al que no tiene, aun
lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven y
oyendo no oyen ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías,
que dice: "De oído oiréis y no entenderéis y viendo veréis y no miraréis. Porque el corazón
de este pueblo está engrosado y de los oídos oyen pesadamente y de sus ojos guiñan;
para que no vean de los ojos y oigan de los oídos y del corazón entiendan y se conviertan
y yo los sane". (Mat. 13:11-15).
Los principios hermenéuticos que debieran guiarnos para entender todas las
parábolas son, principalmente, tres. En primer lugar, debe determinarse la ocasión
histórica y el propósito de la parábola; en segundo lugar debe hacerse un análisis muy
cuidadoso del asunto de que trata y observar la naturaleza y propiedades de las cosas
empleadas como imágenes en la similitud; y en tercer lugar, debemos interpretar las
varias partes con estricta referencia al objeto y designio general del conjunto, de manera
que se conserve una armonía de proporciones, se mantenga la unidad de todas las partes
y se haga prominente la verdad central. Estos principios sólo pueden alcanzar valor
práctico mediante su aplicación e ilustración en la interpretación de una variedad de
parábolas.
Pasando ahora a observar la similitud misma, notamos que nuestro Señor asignó
significado a la semilla sembrada, al camino, a las aves, a los sitios pedregosos, a las
espinas y a la tierra buena. Cada uno de estas partes tiene una relación con el conjunto.
En aquel campo en que el sembrador esparció su grano había todas estas clases de
suelo y la naturaleza y las propiedades de la semilla y del suelo están en perfecta armonía
con los resultados de aquella siembra, tal como se presenta en la parábola. El suelo, en
cada caso, es un corazón humano. Las aves representan al Diablo, siempre opuesto a la
obra del sembrador y velando para arrancar lo. que se siembra en el corazón "para que
no crean y se salven". (Luc. 8:12) . El que oye la Palabra y no la entiende, en quien la
verdad celestial no hace impresión, bien puede ser comparado a una senda hollada por
los transeúntes. "El se ha colocado en esa condición; él ha expuesto su corazón, como un
camino público, a toda mala influencia mundana hasta que se ha puesto tan duro como un
empedrado, hasta que ha convertido en estéril el terreno mismo en que debió arraigar la
Palabra de Dios; y no lo ha sometido al arado de la ley que lo habría roto; ley que si se les
hubiese permitido hacer la obra para que Dios la designó habría ido adelante, preparando
aquel terreno para recibir la semilla del Evangelio". Con igual fuerza y propiedad los sitios
pedregosos, las espinas y la tierra buena representan otras tantas variedades de oyentes
de la Palabra. La aplicación de la parábola, terminando con las significativas palabras: "¡El
que tiene oídos para oír, oigan" (v. 8) podía, con seguridad, dejarse a la mente y a la
conciencia de las multitudes que la oyeron. Entre esas multitudes, indudablemente, había
muchos representantes de todas las clases designadas.
Al mismo tiempo, no hay por qué negar que esas dos parábolas contenían algunas
otras lecciones que Jesús no presentó en su interpretación. No tenía necesidad de
declarar el motivo de sus parábolas o que fuese lo que sugirió a su mente las imágenes
que usó, o cual fuese la conexión lógica que mantenían entre sí. Estas eran cosas que
podían confiarse al escriba docto que se hiciese discípulo del reino de los cielos (Mat.
13:52) . En su explicación de la primera parábola el Señor indicó suficiente. mente que
ciertas palabras y alusiones particulares, tales como el no tener raíz (Mat. 13:6) y
ahogaron (v, 7) pueden sugerir pensamientos importantes; y así, las palabras incidentales
de la segunda parábola, "porque cogiendo la cizaña, no arranquéis también con ella el
trigo" (v. 29) aunque no mencionadas después en la explicación, pueden también
suministrar lecciones dignas de que las consideremos. Asimismo puede servir un
propósito útil en la interpretación el mostrar la propiedad y belleza de cualquier imagen o
alusión particular. No esperaríamos que nuestro Señor llamara la atención de sus oyentes
a tales cosas, pero sus bien disciplinados discípulos no deben dejar de notar lo apropiado
y sugestivo de comparar la Palabra de Dios con la buena semilla y a los hijos del Malo
con la cizaña. La senda hollada, los lugares peligrosos y el terreno espinoso tienen
adaptación peculiar para representar los varios estados del corazón por ellos
representados. Aun la observación incidental "durmiendo los hombres" (Mat. 13:25) es
una insinuación muy sugestiva de que el enemigo realizó su obra perversa en las tinieblas
y en secreto, cuando no era probable que nadie estuviese presente para interrumpirle;
pero quebrantaría la unidad de la parábola el interpretar estas palabras, como lo han
hecho algunos, como el sueño del pecado (Calovius) o como la torpe tardanza del
desarrollo espiritual del hombre y de la debilidad humana en general (Lange) o como la
negligencia de los maestros religiosos (Crisóstomo).
Hay que admitir, también, que algunas palabras incidentales, no designadas para
ser prominentes en la interpretación, pueden, no obstante, merecer atención y
comentario. No poco placer y sí mucha instrucción puede derivarse de las partes
incidentales de algunas parábolas. El crecimiento de ciento por ciento, sesenta por ciento
y treinta por ciento, mencionado en la parábola del sembrador y en su interpretación,
puede compararse provechosamente con el crecimiento de los cinco talentos a diez y los
dos o cuatro (en Mat. 25:16-22) y también con el aumento en la parábola de las minas
(Luc. 19:16-19) . Las expresiones peculiares "el que fue sembrado junto al camino", "el
que fue sembrado en pedregales", no son, como bien lo observa Alford, "una confusión de
semejanzas, no una interpretación primaria y secundaria de sporos (semilla), sino la
profunda verdad tanto de la naturaleza como de la gracia. La semilla sembrada, brotando
en la tierra, conviértese en planta y lleva el fruto, o falla en producirlo; es, pues, la
representante, una vez sembrada, de los individuos acerca de quienes se habla. Notamos
especialmente que la semilla que en la primera parábola se dice ser "la palabra de Dios"
(Luc. 8:11) se define en la segunda como "los hijos del reino" (Mat. 13: 38) . Se supone,
tácitamente, un punto distinto de progreso y pensamos en la palabra de Dios como
habiéndose desarrollado en el buen corazón en que fue arrojada hasta que ha tomado
ese corazón dentro de sí y convertídolo en una nueva creación.
De los ejemplos precedentes podemos derivar los principios generales que deben
observarse en la interpretación de las parábolas. No pueden formarse reglas especiales
que se apliquen a cada caso y mostrar qué partes de una parábola están designadas para
ser consideradas como significativas, y cuáles son de mera forma y adorno. Debe
cultivarse un criterio sano y un discernimiento delicado por medio de extensos estudios de
todas las parábolas y por cuidadosas confrontaciones y comparaciones. Los ejemplos de
interpretación de nuestro Señor demuestran que la mayor parte de los detalles de sus
parábolas tienen significado; pero a pesar de eso, hay palabras y alusiones incidentales a
las que no debe tratarse de exprimírseles un significado. Por consiguiente, es necesario
proponernos estudiosamente evitar, por una parte-, los extremos de ingenuidad que
buscan significados ocultos en cada palabra y, por otra parte, la disposición de pasar por
alto muchos detalles como meras figuras retóricas. En general, debe decirse que la
mayoría de los detalles de una parábola tienen. un significado y los que no tienen
significado especial en la interpretación, sirven, no obstante, para aumentar la fuerza y
belleza del resto.
Todas las parábolas de nuestro Señor se hallan en los tres primeros evangelios.
Los de la puerta, el buen pastor, y la vid, que aparecen en Juan no son parábolas pro -
piamente dichas, sino alegorías. En la mayor parte de los casos hallamos en el contexto
inmediato una clave para la interpretación correcta. Así vemos que el motivo de la
parábola del siervo malvado (Mat. 18:23-34) está declarado en los vs. 21 y 22; y su
aplicación se halla en el verso 35.
El contexto de la parábola del rico que quería edificar alfolíes de mayor capacidad
(Luc. 12:16-20) nos muestra que fue pronunciada como una amonestación contra la
codicia. La parábola del amigo a media noche (Luc. 11: 5-8) no es más que parte de un
discurso acerca de la oración. Las del juez injusto, la viuda importuna y la del fariseo y el
publicano en oración (Luc. 18:1-14) están explicadas por el evangelio que las relata. La
del Buen Samaritano (Luc. 10:30-37) se debió a la pregunta del doctor que quería
justificarse a sí mismo.
Si, pues, interpretamos estas partes con estricta referencia a la ocasión y objeto
de la parábola, tenemos que pensar en los apóstoles como aquellos a quienes se dirigió
la amonestación. Lo que había de malo en la pregunta de Pedro atrajo la oportuna
censura y amonestación. Jesús le asegura a él y a los demás que a nadie que se haga su
discípulo, le faltará gloriosa recompensa; y en una forma algo por el estilo del ajuste con
los primeros jornaleros contratados, trata con los doce, conviniendo en dar un trono a
cada uno de ellos. Pero, añade, (pues tal es la sencilla aplicación del proverbio "Muchos
primeros serán postreros", etc.) : No os imaginéis, engañados por vuestra vanidad, que
porque fuisteis los primeros en dejarlo todo y seguirme es de imprescindible obligación
que se os dé más honra que a otros que más tarde han de entrar a mi servicio. No es el
más elevado de los espíritus el que pregunta: "¿Qué me darán a mí?", mejor es
preguntar, ¿Qué haré yo? Quien sigue a Cristo y por él se sacrifica en toda forma,
confiando que todo irá bien, es más noble que el que se detiene a hacer convenios. Aún
más, quien ingresa a trabajar en la viña de su Señor, sin hacer preguntas tocante a
salarios, es todavía más noble y de espíritu más elevad. Su espíritu y labor, aunque ésta
no continúe más que por una hora, pueden tener cualidades tan hermosas y raras que
induzcan a aquél cuyas recompensas celestiales son dádivas de gracia y no pagos de
deuda; a colocarle en un trono aún más conspicuo que el que pueda alcanzar cualquiera
de los apóstoles: La murmuración y la respuesta. que a ella dio el padre de familia no han
de tomarse como profecía de lo que debe esperarse que tenga lugar en el juicio final,
sino, más bien una insinuación sugestiva y una amonestación para que Pedro y los
demás examinaran el espíritu en que seguían a Jesús.
La parábola del Mayordomo Injusto (Luc. 16:1-13) ha sido considerada, más que
ninguna otra, como una cruz para los intérpretes. Parece no tener tal conexión lógica o
histórica con lo que la precede y que pueda servir de alguna manera material para ayudar
en su interpretación. Sigue inmediatamente después de las tres parábolas de la oveja
perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo, que fueron dirigidas a los fariseos y los
escribas que murmuraban porque Jesús recibía a los pecadores y comía con ellos (cap.
15:2) . Habiendo pronunciado esas parábolas para beneficio especial de ellos, también
pronunció otra dirigida "a sus discípulos" (kai pros tous madetas, 16:1) . Por estos
discípulos, probablemente, debe entenderse aquel círculo más amplio que incluía a otros
además de los doce (Compar. Luc. 10:1) y entre los cuales, sin duda, había muchos
publicanos, como Mateo y Zaqueo, que necesitaban la lección que aquí se da. Hoy se
reconoce generalmente que esa lección era de usar con sabiduría los bienes de este
mundo. Porque la sagacidad, la astuta previsión y cuidado para desenvolverse que el
mayordomo demostró en su acción precipitada, se dicen haber sido aplaudidos aun por su
amo.
La parábola, ante todo, exige que nos demos correcta cuenta del intento literal de
su narración y que evitemos querer hacerla decir cualquiera cosa que no diga.
Además, hemos de notar que Jesús mismo aplicó la parábola a los discípulos por
sus palabras de consejo y de exhortación (v. 9) y que hace comentarios adicionales
acerca de ello en los versículos 10 al 13. Estos comentarios del autor de la parábola
deben estudiarse como conteniendo la mejor clave posible de su significado. La lección
principal se halla en el versículo 9, donde se insta a los discípulos a imitar la prudencia y
sabiduría del mayordomo malo, haciéndose ellos de amigos mediante las riquezas de
maldad (ek ton, k. t. l.; "de" los recursos y oportunidades suministrados por las riquezas o
bienes mundanos bajo su contralor). El mayordomo, con su plan astuto, exhibió toda la
rapidez y sagacidad, con que un mundano sabe obrar para congraciarse con los de su
propia especie y generación. En este respecto se dice que los hijos de este mundo son
más sabios que los hijos de la luz; por lo tanto, nuestro Señor nos aconsejaría imitarlos en
este particular. En una forma análoga, en otra ocasión, al enviar a sus discípulos en
medio del mundo hostil, les dijo que fuesen prudentes como serpientes y sencillos como
palomas (Mat. 10:16).
Existe una profunda conexión interna entre la parábola del mayordomo malo y la
del rico y Lázaro, narrada en el mismo capítulo (Luc. 16:19-31) . La fidelidad sabia hacia
Dios en el uso del mammón de injusticia nos dará amigos que nos reciban en las moradas
eternas. Pero quien, como el rico de la parábola, se convierte en un mundano lleno de
sensualidad y de amor al lujo y los placeres, tan bueno y fiel para con los intereses de
Mammón que él mismo se transforma en personificación y representante del dios de las
riquezas, en el mundo venidero alzará sus ojos, estando en los tormentos y allí
demasiado tarde aprenderá que con una conducta distinta pudo haber hallado amigos en
los ángeles, Abraham y Lázaro, que le hubiesen admitido á los festines del paraíso.
INTERPRETACION DE ALEGORIAS
La alegoría de la vejez (Ecles. 12:3-7) bajo la figura de una casa próxima a caer en
ruinas, ha sido diversamente interpretada, pero la gran mayoría de expositores antiguos y
modernos, han entendido el pasaje como una descripción alegórica de la vejez, y
podemos asegurar que esta opinión es favorecida y aun exigida por el contexto inmediato
y por las imágenes mismas, pero perdemos mucho de su verdadero significado y fuerza al
entenderla como de la vejez en general. No es una semblanza real de la pacífica, serena
y honorable vejez tan elogiada en el Antiguo Testamento. No es el cuadro que el verso 31
del cap. 16 del libro de Proverbios nos presenta, diciendo: "Corona de honra es la vejez,
que se hallará en el camino de justicia", ni es, tampoco, el descrito en el Salmo 92:12-14,
donde se declara que el justo florecerá como la palma y crecerá como los cedros del
Líbano, "aun en la vejez fructificarán, estarán vigorosos y verdes". (Compar. también
Isaías 40:30-31) . Nos queda, pues, con Tayler Lewis, entender que "el cuadro que aquí
se nos da, representa la vejez del sensualista. Esto también se nota por la conexión. Son
"los malos días", "días de oscuridad", que han sobrevenido al joven que fue prevenido en
el lenguaje que aparece más arriba, lenguaje tanto más impresionante a causa de su tono
de predicción lleno de ironía. Es la triste vejez del joven que guiso andar "en los caminos
de su corazón y en la vista de sus ojos" y no quitó "el enojo de su corazón ni apartó de su
carne el mal", y ahora todo esto le ha sobrevenido sin aquellas mitigaciones que
frecuentemente acompañan al declinamiento de la vida".
"Y levantaráse a la voz del ave", es decir, según lo explica la mayoría de los
críticos modernos, "la voz de la muela" sube hasta el tono del grito agudo de una ave y,
sin embargo, los órganos auditivos de este viejo están tan atrofiados que apenas lo oye.
Otros explican esta última cláusula como refiriéndose a insomnio del viejo: "Levantaráse a
la voz del ave". Vertido así, no necesitamos, como muchos, entenderlo de levantarse o
despertarse de madrugada (en cuyo caso se habría usado otro término hebreo para
expresar la idea) sino de sentir desasosiego. Aunque tardo de oído, sin embargo, a veces
se sorprenderá o se asustará y saltará en el lecho al oír la voz aguda de una ave. Por "las
hijas de canción" puede entenderse las cantoras (cap. 2, v. 8) que en un tiempo le
divertían pero cuyas canciones ya no pueden encantarle y, por consiguiente, quedan
humilladas. Pero quizá sea mejor entenderlo acerca de la voz misma, los varios tonos de
la cual se hacen bajos y débiles.
No debe olvidarse un solo instante que esta alegoría tiene por objeto servir más
bien de advertencia y que no debe entenderse como una profecía. Como la parábola de
los jornaleros en la viña (Mat. 19:27 a 20:16) está dirigida contra el espíritu mercenario
manifestado por Pedro y sirve así como aviso y censura, más bien que de profecía de lo
que realmente acontecerá en el Juicio; de la misma manera, en este caso, Pablo previene
a los que son colaboradores con Dios, que tengan cuidado de la manera cómo edifican,
no sea que a sí mismos y a otros envuelvan en una ruina irreparable.
La compleja alegoría de la puerta de las ovejas y del buen pastor en Juan 10:1-16
es, en lo esencial, sencilla, y se interpreta por sí sola, pero como envuelve la doble
comparación de Cristo como la puerta y como el buen pastor y tiene otras alusiones de
diverso carácter, su interpretación exige cuidado especial para evitar que las principales
figuras se hagan confusas y los puntos secundarios demasiado prominentes. El pasaje
debe dividirse en dos partes y debe notarse que los primeros cinco versículos son una
pura alegoría, sin contener explicación en sí misma. En el versículo 6 se observa que la
alegoría (paroimia) no fue entendida por aquellos a quienes se dirigió en vista de lo cual,
Jesús procedió (vs. 7-16) no sólo a explicarla sino también a extenderla, añadiéndola
otras imágenes. Hace resaltar el hecho de que él mismo es "la puerta de las ovejas", pero
añade más adelante que es el buen pastor, pronto a dar su vida por las ovejas, a
distinción del asalariado que abandona el rebaño y huye en la hora de peligro.
La alegoría tiene relación vital con la historia del ciego arrojado de la sinagoga por
los fariseos pero graciosamente recibido por Jesús. Sin tener esto constantemente en
vista no podremos apreciar claramente la ocasión y el objeto de todo el pasaje. Jesús,
primeramente, se coloca a sí mismo en contraste, como la puerta de las ovejas, con
aquellos que desempeñaban, más bien, la parte de ladrones y despojadores del rebaño.
Luego, como los fariseos no le entendieron, en parte explica su significado y pasa a
ponerse en contraste, como el buen pastor, con los que no tienen verdadero cuidado del
rebaño que se les encomienda, sino que, al ver al lobo que viene, lo abandonan y huyen.
En el verso 17, abandona la figura y habla de su disposición para dar su vida y de su
poder para recuperarla. Asf, todo el pasaje debe estudiarse a la luz de aquella oposición
farisaica a Cristo, que se demostró egoísta 7 pronta a recurrir a la violencia cuando se le
hacia frente. Estos judías farisaicos que pretendían guardar las puertas de la sinagoga y
habían resuelto expulsar de ella a quien confesara a Jesús como el Cristo (Cap. 9:22) no
eran mejores que ladrones y despojadores del rebaño de Dios. Contra ellos se dirigió la
alegoría.
Hasta aquí todo parece claro, pero no debemos creernos en terreno muy seguro al
buscar significados especiales en algunas de las palabras incidentales.
El lenguaje del Señor al definir su alegoría y extender sus imágenes (vs. 7-16) es,
en algunos puntos, enigmático. No quiso hacer las cosas demasiado claras para los que,
como los fariseos, pretendían ver y saber mucho (comp. cap. 9:39-41) y emplea las
palabras fuertes que parecen ser adrede obscuras: "Todos los que antes de mí vinieron,
ladrones son y robadores" (v. 8). Incitaría la investigación y el interés en cuanto a lo que
pudiera significar el venir antes de él, un proceder tan malo que lo compara con el robo de
un, ladrón y la rapacidad de un salteador. Es muy natural entender el venir antes de mí,
en el v. 8, como correspondiente con el subir por otra parte, del v. 1, y significando
penetrar en el corral por alguna parte que no es la puerta, pero está dirigido,
evidentemente, a los que, como estos fariseos, por su acción y su actitud, tenían la
pretensión de ser señores de la teocracia y usaban de violencia y de engaño para realizar
su deseo. Por eso parecería cosa muy apropiada el dar a las palabras antes de mí (pro
emon, v. 8) un significado general algo amplio y no comprimirlas, como hacen muchos, en
la idea única de precedencia en el tiempo. La preposición pro se usa a menudo acerca de
lugares, como delante de las puertas; delante de la entrada; delante de la ciudad (Act.
5:23; 12:6-14; 14:13) y puede aquí combinarse con la referencia temporal de eldon,
"vinieron", la otra idea de situación frente a la puerta. Estos fariseos vinieron como
maestros y guías del pueblo y con una conducta tal como la de arrojar al que había nacido
ciego se colocaron frente a la verdadera puerta, -delante de ella-,cerrando el reino de los
cielos a los hombres, no entrando ellos a él ni permitiendo que otros entraran por esa
puerta (comp. Mat. 23:13) . Todo esto puede haber querido decir el Señor con su
enigmático antes de mí vinieron. Vinieron como si el Mesías hubiese venido; no quedó
sitio para él. No es menester que limitemos nuestros pensamientos a los que eran falsos
Mesías en el sentido más estricto de la expresión, puesto que la mayoría de éstos no
apareció hasta después de nuestro Señor. Todo jerarca anterior a Cristo era
pseudo-mesiánico en la proporción en que era anticristiano; y el codiciar dominio sobre la
conciencia de los hombres es cosa pseudo-cristiana. Nótese, además, que los ladrones y
robadores que trepan la pared aparecen en este versículo con la asunción de un poder
superior. Ya no aparecen en su desnudo egoísmo; tienen pretensiones a importancia
positiva y eso no meramente como pastores sino como la puerta misma. Así los jerarcas
acababan de pretender ejercer dominio sobre el hombre nacido ciego.
El proceso de alegorización mediante el cual, San Pablo, en Gál. 4.:21-31, hace a
Agar y Sara ilustrar dos pactos es un ejemplo neo-testamentario excepcional de
desarrollar un significado místico de hechos de la historia del Antiguo Testamento. En otro
lugar (Rom. 7:16) San Pablo ilustra la liberación de la Ley de que goza el cristiano, y la
unión con Cristo, por medio de la ley del matrimonio, según la cual la mujer, muerto el
marido, está libre de (Katergetai) la ley que la ataba a él solo y está en libertad para unirse
con otro hombre. En 2 Cor. 3:13-16, contrasta la abierta confianza (parresia) de la
predicación del Evangelio con el velo con que Moisés, adrede, se cubría el rostro para
ocultar por el momento el carácter transitorio de la ministración del Antiguo Testamento, la
que, entonces, parecía tan gloriosa pero, no obstante, estaba destinada a desaparecer al
igual que el reflejo de la gloria de Dios que cubría el rostro del caudillo. También en el
mismo pasaje hace del velo un símbolo de la incapacidad del corazón de Israel para
recibir al Señor Jesucristo. El pasaje del Mar Rojo, y la roca en el Desierto, de la que
manó el agua, están reconocidos como tipos de cosas espirituales (1 Cor. 10:1-4 comp. 1
Pedro 3:21) . Pero todas estas ilustraciones del Antiguo Testamento difieren
esencialmente de la alegoría de los dos pactos. El apóstol mismo, por la manera y estilo
en que lo introduce, siente evidentemente, que su argumento es excepcional y peculiar, y
estando dirigido especialmente a aquellos que se jactaban de su adhesión a la Ley, tiene
la naturaleza de un argumentum ad hominem. Dice Meyer: "A la terminación de la parte
teórica de su Epístola Pablo añade una disquisición antinomiana sumamente singular, un
erudito argumento rabínico-alegórico derivado de la Ley misma, calculada para aniquilar
la influencia de los pseudo apóstoles con sus propias armas y para desarraigarlos de la
propia base en qué se apoyaban".
Observamos que el apóstol, ante todo, establece los hechos históricos tales como
se hallan en el libro del Génesis, a saber, que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y
otro de la libre; el hijo de la sierva nació trata saska, según la carne, es decir, de acuerdo
con el curso de la naturaleza, pero el hijo de la libre nació por la promesa y, como la Biblia
lo demuestra, (Gén. 17:19; 18:10-14) por interposición milagrosa. Además, introduce la
tradición rabínica fundada en Gén. 21:9 de que Ismael persiguió (edioke, v. 29) a Isaac,
quizá teniendo en mente, también, algunas agresiones subsecuentes de los ismaelitas
contra Israel; y luego añade las palabras de Sara, tales como se hallan en Gén. 21:10,
adaptándolas algo libremente a su propósito. Todo esto pone de manifiesto que Pablo
reconoce la verdad histórico-gramatical de la narración del Antiguo Testamento, pero, dice
él, todos estos hechos históricos son susceptibles de ser alegorizados: atiná estin alle-
goroúmena. cuales cosas son alegóricas, o, como bien lo expresa Ellicott. "Todas las
cuales cosas, contempladas en su luz más general, son alegóricas". Procede a alegorizar
los hechos a que se ha referido haciendo a las dos mujeres representar los dos pactos, el
sinaítico (judío) y el cristiano, y mostrando en detalle de qué manera una cosa responde
a, o se clasifica con (sustoiche) la otra y también en qué se oponen los dos pactos.
Que San Pablo en este pasaje trata algunos hechos históricos del A. Testamento
como susceptibles de usarse alegóricamente, es un hecho indiscutible, y es difícil dudar
de que estuviese familiarizado con los métodos alegóricos de exponer las Escrituras que
eran corrientes en su época.
Tampoco parece haber razón suficiente para negar que su propia educación
rabínica tuviese alguna influencia sobre él y prestase sus tintes a sus métodos de
argumentación e ilustración. Además, es evidente que su empleo alegórico de Agar y
Sara, usa un método excepcional y raro de tratar con sus opositores judíos y, en cuanto el
pasaje tenga de argumento es, esencialmente, un argumentum ad hominen (es decir, que
deriva su fuerza de la posición ocupada por la persona a quien se dirige). Pero no es,
meramente, un argumento de esa clase tal que no tuviera valor o fuerza para con otra
clase de personas. Se supone que tiene un interés y valor que ilustran ciertas relaciones
de la Ley y el Evangelio. Pero su posición, conexión y empleo en esta epístola a los
Gálatas es suficiente garantía para tales métodos alegóricos en general. Schmoller
observa: "Seguramente Pablo alegoriza aquí, puesto que él mismo lo dice. Pero el mismo
hecho que él diga esto hace desaparecer la gravedad de la dificultad hermenéutica. Su
intento, entonces, es dar una alegoría, no una exposición; no procede como exegeta y no
intenta decir (a la manera de los exegetas alegorizantes) que sólo lo que ahora dice es el
verdadero sentido de la narración". En esto especialmente consiste la gran diferencia
entre el ejemplo de Pablo y el de casi todos los alegoristas. Concede y supone la
veracidad histórica de la narración del A. Testamento pero hace un uso alegórico de ella
con un objeto especial y excepcional.
De aquí que podamos decir, en general, que como San Pablo reconoce que
ciertos otros caracteres y acontecimientos del A. Testamento tienen un significado típico
(véase Rom. 9:14; V Cor. 10: 5 ), así concede análogo significado a los puntos
especificados en la historia de Agar y de Sara, pero él jamás, ni por un instante, pierde de
vista la base histórica o permite que su alegoría la substituya. Y de la misma manera
general puede sernos permitido a nosotros alegorizar porciones de las Escrituras, siempre
que los hechos sean susceptibles de significado típico y nunca se les desconozca ni
substituya por el proceso alegórico. Puede ser lícito usar en esa forma caracteres y
acontecimientos bíblicos con objetos homiléticos y propósitos de "instruir en justicia", pero
es menester reconocer explícitamente, según el ejemplo de Pablo, el carácter especial y
excepcional de ese trato de las Escrituras. La posición solitaria del caso del apóstol es
suficiente advertencia de que tales exposiciones sólo deben emplearse con la mayor
circunspección.
Los proverbios bíblicos no están limitados al libro que lleva ese título. El libro del
Eclesiastés contiene muchos aforismos. También aparecen proverbios en casi cada parte
de las Escrituras, y dada la definición y origen de los proverbios que hemos dado más
arriba, fácilmente se notará que frecuentemente se requerirá gran cuidado y
discernimiento para su correcta exposición. En tales exposiciones han de hallarse de
utilidad y valor práctico las observaciones que daremos a continuación.
4. Pero en los Proverbios hay pasajes donde el contexto no suministra auxilio
satisfactorio; hay pasajes que al principio parecen contradictorios y que nos obligan a
detenernos para estudiar y ver si el lenguaje es literal o figurado. Donde faltan otros
auxilios hay que apelar de manera especial al sentido común y al sano juicio. En todo
caso dudoso éstos han de ser nuestro último recurso para guardarnos contra la
interpretación de todos los proverbios como proposiciones universales. En Prov. 16:7
hallamos un dicho que expresa una gran verdad: "Cuando los caminos del hombre son
agradables a Jehová, aun a sus enemigos pacificará con él". Pero ha habido muchas
excepciones a esta declaración, muchísimos casos a los cuales sólo podría aplicársela
con mucha modificación, tales como todos los casos de los perseguidos por amar la
justicia. Lo mismo puede decirse del versículo 13 del mismo capítulo: "Los labios justos
son el contentamiento de los reyes y aman al que habla lo recto". Los anales de la historia
humana demuestran que esto no ha sido cierto siempre, a pesar de que los más impíos
de los reyes se dan cuenta del valor de los consejeros rectos. Prov. 26:4 y 5 son
contradictorios en la forma y en la declaración, pero por las razones que allí se dan, se ve
que ambas son correctas. "Nunca respondas al necio en conformidad a su necedad, para
que no seas tú también como él. Responde al necio según su necedad porque no se
estime sabio en su opinión". El sentido común y el sano criterio deben decidir en cada
caso diverso cómo comprenderlo. Se ha supuesto que Prov. 6:30-31, envuelve un
absurdo: "No tienen en poco al ladrón cuando hurtare para saciar su alma, teniendo
hambre; empero tomado, paga las setenas, da toda la sustancia de su casa". El robo
siempre es robo, pero si un hombre ha llegado a tal estado de pobreza como para robar
con el fin de aplacar su hambre, ¿cómo, preguntamos, hacerse devolver el séptuplo de lo
robado y toda la sustancia de su casa? La falta de conocimiento de la ley y del
sentimiento hebreo nos hace ver un absurdo en eso. Para comenzar, el pasaje es
proverbial y debe tomársele sujeto a limitaciones *proverbiales; luego, debe tenerse en
cuenta el contexto, en el cual el escritor se propone demostrar la gran perversidad del
adulterio. Nadie será inocente, arguye el escritor, (v. 29) si toca a la mujer de su prójimo.
El que roba por satisfacer el hambre no es despreciado porque se tienen en cuenta las
circunstancias atenuantes; sin embargo, si se le descubre, aun él está sujeto al máximo
de la pena de la ley (comp. Éxodo 22:1-4). Lo de las setenas indudablemente debe
tomarse como una expresión idiomática. Toda su propiedad entregará, si fuere necesario,
para hacer restitución. Toda esto acerca de un ladrón bajo las circunstancias
mencionadas, pero el adúltero hallará aún peor suerte, golpes, vergüenza y reproches,
que no pueden raerse (vs. 32-35). En cuanto al supuesto absurdo de compeler a pagar
setenas a quien nada tiene, es cosa que surge de una interpretación literal del proverbio.
Evidentemente, el sentido es que sean cuales fueren las circunstancias del robo, si se
encuentra al ladrón ciertamente será castigado según el caso lo exija. Un hombre podría
poseer propiedades y, sin embargo, robar para satisfacer su hambre; o, si no poseía
propiedades, podía ser vendido (Éxodo 22:3) por quizá más de siete veces el valor de lo
que había robado. Del mismo modo, en Ecles. 10:2, se ve inmediatamente que el
lenguaje no ha de tomarse literal sino metafóricamente, "El corazón del sabio está a su
mano derecha, más el corazón del necio, a su mano izquierda". El significado exacto del
proverbio, sin embargo, es oscuro. Probablemente la palabra corazón debe tomarse por
juicio o entendimiento; y el sentimiento es que el sabio tiene su entendimiento siempre
listo y a su completa disposición, mientras que con el necio pasa lo contrario.
INTERPRETACIÓN DE TIPOS
Los tipos y símbolos constituyen una clase de figuras distintas de todas las que
hemos tratado en los capítulos anteriores, pero no son, hablando con propiedad, figuras
de lenguaje. Se parecen unos a otros en que son representaciones juiciosas de verdad
religiosa y moral y, en general, puede definírselas como figuras de pensamiento en las
que, por medio de objetos materiales, se ofrecen a la mente vívidos conceptos
espirituales. Crabb define los tipos y símbolos como especies diversas del emblema.
Los símbolos de la Biblia se elevan muy por arriba de los signos convencionales
en uso común entre los hombres y se emplean especialmente en las porciones
apocalípticas de la Biblia para presentar aquellas revelaciones dadas en sueños o en
visiones que no podrían hallar expresión conveniente en términos ordinarios.
Puede decirse que los tipos y símbolos armonizan en su carácter general como
emblemas, pero difieren notablemente en método y designio especiales. Adán, en su
carácter representativo y su relación para con la raza humana, era un tipo de Cristo (Rom.
5:14) . El arco-iris es símbolo de las pactadas misericordia y fidelidad de Dios (Gen.
9:13-16; Ezeq. 1:28; Revel. 4:3; compar. Isaías 54:8-10) y el pan y el vino del sacramento
de la Cena del Señor, son símbolos del cuerpo y de la sangre suyas. También existen
acontecimientos típicos como el pasaje del Mar Rojo (1 Cor. 10:1-11) y actos
típico-simbólicos, como el de Ahías rompiendo su capa nueva como signo de la ruptura
del reino de Salomón (1 Rey. 11:29-31) . En casos como este último ciertos elementos
esenciales, tanto de tipo como de símbolo, se mezclan en un solo y mismo ejemplo. Las
Escrituras nos suministran también ejemplos de metales, nombres, números y colores
simbólicos.
El símbolo difiere del tipo en ser un signo sugestivo más bien que una imagen de aquello
que está destinado a representar. La interpretación de un tipo nos obliga a mostrar alguna
analogía formal entre dos personas, objetos o acontecimientos; la de un símbolo nos
obliga, más bien, a señalar las cualidades particulares, marcas, aspectos o señales
mediante los cuales un objeto, real o ideal, indica e ilustra a otro. Melquizedec es un tipo,
no un símbolo, de Cristo; y el capítulo 7 de la Epístola a los hebreos nos suministra una
declaración formal de las analogías típicas, pero los siete candeleros de oro (Revel. 1:12)
son un símbolo, no un tipo, de las siete iglesias del Asia. Sin embargo, la comparación
está implicada, no expresada, y se deja al intérprete la tarea de desenvolverla y mostrar
los puntos de semejanza.
1. Debe existir algún punto notable de semejanza o de analogía entre los dos. En
muchos respectos pueden ser enteramente desemejantes. Realmente, es tan esencial
que existan puntos de semejanza como que haya alguna notable analogía; de otra
manera tendríamos identidad donde sólo se requiere similitud. p. ej., Adán está
constituido en tipo de Cristo, pero sólo como cabeza de la raza, como primer
representante de la humanidad; y en Rom. .5:14-20 y 1 Cor. 15, 15-49 el apóstol nota más
puntos de desemejanza que de armonía entre los dos. Además, siempre esperamos
hallar en el anti tipo algo más elevado y noble que en el tipo por cuanto "mayor dignidad
tiene la casa que él que la construyó".
2. Tiene que haber experiencia de que el tipo fue designado y establecido por Dios
para representar la cosa tipificada. Los mejores escritores sobre tipos bíblicos sostienen
con gran unanimidad esta proposición. Dice Van Mildert: "es esencial el tipo, en la
adaptación bíblica de este término, que .exista competente evidencia de la intención
divina en la correspondencia entre él y el anti tipo, asunto que no ha de dejarse que lo
descubra la imaginación del expositor sino que ha de apoyarse en alguna sólida prueba
de la Biblia misma". Pero debemos guardarnos de la posición extremista de algunos
escritores que declaran que ninguna cosa en el A. Testamento debe considerarse como
típica sino sólo lo que el Nuevo Testamento afirme serlo. Admitimos un propósito divino
en cada tipo real pero de ahí no se sigue que cada propósito semejante deba estar
formalmente declarado por las Escrituras.
3. El tipo debe prefigurar algo en el futuro. En la economía divina debe servir como
una sombra de cosas venideras (Col. 2:17; Heb. 10:1) . De aquí que (lo que llamaremos
en castellano) la tipología sagrada constituya una forma específica de revelación
profética. Las disposiciones del A. Testamento eran preparatorias para el Nuevo y
contenían en germen muchas cosas que sólo podían florecer por entero en la luz del
Evangelio de Jesús. Así, la Ley fué un pedagogo para conducir los hombres a Cristo (Gál.
3:24) . Los caracteres, oficios, instituciones y acontecimientos del A. Testamento eran
indicios proféticos de realidades correspondientes en la Iglesia y el tipo reino de Cristo.
1. Personas típicas. Debe notarse, sin embargo, que las personas son típicas, no como
personas, sino a causa de algún carácter o relación que sostiene con la historia de la
Redención. Adán fue tipo de Cristo a causa de su carácter representativo como primer
hombre y cabeza federal de la raza (Rom. 5:14) . "Porque como por la desobediencia de
un hombre, los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno, los
muchos serán constituidos justos". (Rom. 5:19) "Fue hecho el primer hombre, Adán, en
ánima viviente; el postrer Adán en espíritu vivificante". (1 Cor. 15:45) Enoch puede ser
considerado como tipo de Cristo en que, por su vida santa y su traslado, sacó a luz la vida
y la inmortalidad al mundo antediluviano. Elías el Tisbita, de la misma manera, fue
constituido tipo de la ascensión del Señor; y estos dos hombres fueron también tipos de la
potencia de Dios y del propósito de transformación sus santos en "un instante, en un abrir
y cerrar de ojos, a la final trompeta". (1 Cor. 15:52) . En el espíritu y poder de su ministerio
profético Elías fue tipo, también, de Juan el Bautista. La fe de Abraham en la declaración
de Dios, y su consecuente justificación (Gén. 15:6) cuando aún era incircunciso (Rom.
4:10) le constituyó en tipo de todos los creyentes justificados por la fe "sin las obras de la
Ley" (Rom. 3:28). Su ofrenda de Isaac, en época posterior (Gén. 22) hizo de él un tipo de
la fe que obra, enseñando que "el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe"
(Sant, 2:24) . Pueden, también, descubrirse relaciones típicas en Melquizedec, José,
Moisés, Josué, David, Salomón y Zorobabel.
Los escritores del N. Testamento se extienden sobre estas diferencias entre tipo y
antitipo. En Heb. 3:1-6, Moisés, considerado como fiel apóstol y siervo de Dios está
representado como tipo de Cristo; y este aspecto típico de su carácter se basa en la
observación, en Núm. 13:7, de que Moisés fue fiel en toda la casa de Dios. Este es el
gran punto de analogía, pero el escritor pasa, inmediatamente, a decir que Jesús "es
digno de mayor gloria que Moisés" y da el ejemplo de dos puntos de superioridad: (1)
Moisés constituía, simplemente, una parte de la casa misma en que vivía, pero Jesús
tiene derecho a mucha mayor gloria por cuanto puede ser considerado como edificador de
la casa y mucho más honorable que una casa es quien la edifica. Además (2) Moisés fue
fiel en la casa, como siervo (v. 5) pero Cristo como hijo de la familia. Con mucha mayor
extensión se dilata este escritor acerca de la superioridad de Cristo, el gran Sumo
Sacerdote, comparado con los sacerdotes levíticos del orden de Aarón.
En Rom. 5:14 se declara a Adán "tipo de Aquél que había de venir" y todo el
célebre pasaje, vs. 12-21, es la elaboración de una analogía típica que sólo tiene fuerza
en cuanto envuelve ideas y consecuencias del carácter más opuesto. El gran
pensamiento del pasaje es este: De la manera cómo por la trasgresión de un hombre,
Adán, un juicio condenatorio que envolvía muerte pasó sobre todos los hombres, así
también, por medio de la justicia de un hombre, Jesucristo, la dádiva gratuita de gracia
salvadora, envolviendo justificación para vida, vino a todos los hombres. Pero en dos vs.
15-17 el apóstol hace resaltar varios puntos de distinción en los cuales la dádiva gratuita
es "no como la trasgresión". Primero, difiere cuantitativamente. La trasgresión envolvía la
irrevocable sentencia de muerte para los muchos; la dádiva gratuita abundaba con
múltiples provisiones de gracia para los mismos muchos (tous pollous). Difería, también,
numéricamente en el asunto de transgresiones, pues la condenación seguía a un acto de
trasgresión, pero la dádiva gratuita provee justificación de muchas transgresiones.
Además, la dádiva difiere cualitativamente en sus gloriosos resultados. Por la trasgresión
de Adán "reinó la muerte", adquirió dominio, sobre todos los hombres, aun sobre aquellos
que no pecaron a la manera de la rebelión de Adán; pero por un hombre, Jesucristo, los
que reciben la abundancia de su gracia salvadora reinarán en vida eterna.
Un hecho que no hay que olvidar es que tanto el tipo como el antitipo trasmiten
exactamente la misma verdad pero bajo formas adecuadas a diferentes grados de
desarrollo.
Cada caso que haya de usarse como típico debe determinarse sobre sus propios
méritos, por el sentido común y el sano criterio del expositor; y el discernimiento exegético
de éste debe disciplinarse por un estudio a fondo de los caracteres que todo el mundo
acepta como tipos bíblicos.
INTERPRETACIÓN DE SÍMBOLOS
En muchos respectos el simbolismo bíblico es uno de los asuntos más difíciles con
que tiene que tratar el intérprete de la Revelación Divina. Las verdades espirituales, los
oráculos proféticos y las cosas no vistas y eternas, han sido representadas
enigmáticamente en símbolos sagrados y parece haber sido el placer del Gran Autor del
libro envolver en esa forma muchos de los más profundos misterios de la providencia y de
la gracia. Y a causa de su carácter místico y enigmático, todo este asunto del simbolismo
exige del intérprete un discernimiento muy sano y sobrio, un gusto delicado, una
confrontación prolija de los símbolos bíblicos y un procedimiento racional y consecuente
en su explicación.
Como los símbolos de visiones son los más numerosos y comunes y muchos de
ellos tienen explicaciones especiales, y comenzamos con éstas y tomamos primero la
más simple y menos importante. En Jer. 1:11, se representa al profeta como viendo "una
vara de almendro", la que enseguida se explica como símbolo de la vigilancia activa con
que Jehová atendería la ejecución de su palabra. La clave para la explicación se halla en
el nombre hebreo del almendro, que Gesenius define. como "el despertador, llamado así
por ser el primero de los árboles que despierta del sueño del invierno . En el versículo 12
el Señor se apropia esta palabra en su forma verbal y dice: "...porque yo apresuro mi
palabra para ponerla por obra".
Una olla hirviente ( una olla soplada encima, es decir, por el fuego) apareció al
profeta con "su haz de la parte del aquilón" (Ter. 1:13), esto es: su frente y abertura
estaba vuelta hacia el profeta en Jerusalén, como si un viento furioso estuviese arrojando
su llama sobre su lado que miraba al norte, amenazando volcaría y derramar sus aguas
hirvientes hacia el sur, sobre "todas las ciudades de Judá" (v. 15). En el contexto
inmediato se explica esto como la irrupción de "todas las familias de los reinos del norte"
sobre los habitantes de Judá y de Jerusalén. "Las aguas impetuosas de una inundación
son el símbolo usual de una calamidad abrumadora (Salmo 69:1-2) y especialmente de
una invasión hostil (Isaías 8:7-8); pero ésta es una inundación de aguas escaldantes,
cuyo contacto mismo implica muerte". También aquí, en la exposición inspirada de la
visión, aparece un juego de las palabras hebreas. En el v. 14, Jehová dice: "Del aquilón
se soltará el mal sobre todos los moradores de la tierra".
En la visión inicial del Apocalipsis Juan vio la semejanza del Hijo del hombre en
medio de los siete candeleros de oro y se le dijo que los candeleros eran símbolo de las
siete iglesias de Asia, y no cabe duda acerca de que el candelero de oro, con sus siete
lámparas, visto por el profeta Zacarías (4:2) y el candelero de siete ramificaciones del
tabernáculo mosaico (Éxodo 35:3140) eran de análoga intención simbólica.
Todos ellos denotan a la Iglesia o pueblo de Dios, considerados como la luz del
mundo (comp. Mat. 5:14; Fil. 2:15; Ef. 5:8).
Las cuatro grandes bestias en Dan. 7:1-8, se dicen representar cuatro reyes que
habían de surgir de la tierra (v. 17). A la cuarta bestia también se la define en el v. 23
como un cuarto reino, de lo cual deducimos que una fiera puede simbolizar a un rey o a
un reino. Así, en la imagen, el rey Nabucodonosor era la cabeza de oro (2:38) y también
el representante de su reino. Los diez cuernos de la cuarta bestia son diez reyes, (v. 24)
pero comparando Dan. 8:8 y 22 con Apoc. 17:11-12, se desprende que también los
cuernos pueden simbolizar tanto reyes como reinos. En cualquier imagen semejante, de
una fiera con cuernos, la bestia apropiadamente representaría el reino o poder mundial y
el cuerno o cuernos algún rey o reyes especiales o secundarios en los cuales se
centraliza el poder del reino propiamente dicho. De modo que un cuerno puede
representar un rey o un reino pero siempre con esa distinción implicada. No se nos da
explicación de lo que significan las cabezas y las alas de las bestias ni de otros puntos
notables de la visión, pero apenas puede dudarse de que también tenían algún intento
simbólico. La visión del carnero y el macho cabrío, en el capítulo 8, no \contiene símbolos
esencialmente diferentes, porque se nos explica que el carnero representa a los reyes de
Media y Persia, el macho cabrío al rey de Grecia y el gran cuerno, como el primer rey (vs.
20-21).
El rollo que volaba (Zac. 5:1-4) era un símbolo de la maldición de Jehová sobre
ladrones y perjuros. Sus dimensiones, veinte por veinte cubitos, exactamente las del
pórtico del templo (1 Rey 6:3) naturalmente podría ser un indicio de que el juicio indicado
debe comenzar por la casa de Jehová (Ezeq. 9:6; 1 Pedro 4:17). En conexión inmediata
con esta visión el profeta vio también un efa que salía, (v. 6) un talento elevado, de plomo,
y una mujer sentada en medio del efa. Se declara (v. 8) que aquella mujer simbolizaba la
Maldad, pero ¿qué clase de maldad? El efa y la pesa de plomo, naturalmente sugestivos
de medida y de peso, indicarían la maldad del tráfico lleno de latrocinio, el pecado
denunciado por Amós (8:5) de "achicar la medida y aumentar el precio y falsear el peso".
Este símbolo de maldad está representado aquí por una mujer que tiene por trono una
medida vacía y una pesa de plomo por enseña. Pero su castigo y confusión son
producidos por los instrumentos de su pecado (comp. Mat. 7:2). Ella es arrojada dentro
del efa y el plomo arrojado sobre su boca. No se la destruye, sin embargo, sino que se la
transporta a tierras lejanas, lo que se realiza por otras dos mujeres, aparentemente
ayudantes y cómplices suyos, las que tenían como alas de cigüeña, por lo que pudieron,
con rapidez y presteza, salvar de destrucción inmediata a la mujer y llevarla a
establecerse en otro país. De tal manera los hijos de este mundo son prudentes en su ge-
neración (Luc. 16:8). Se da el nombre de Shinar a aquella tierra distante, quizá por ser
aquélla en la que primeramente se desarrolló la maldad después del Diluvio (Gén. 11:2).
Las cuatro carrozas, probablemente carrozas de guerra, que este mismo profeta
vió salir de entre las dos montañas de metal, tiradas por caballos de distintos colores
(Zac. 6:1-8) no son más que otra forma más completa de representar los hechos
simbolizados en la visión de los jinetes, en el capítulo 1:8-11. El significado de las
montañas de metal no se nos define. Las carrozas y caballos son "los cuatro vientos que
salen de donde están delante del Señor de toda la tierra" (v. 5). Se nos dice que los
caballos negros iban a la tierra del norte, los blancos, tras ellos (quizá significando a
regiones detrás o más allá de ellos) y los overos a la tierra del sur. A dónde fuesen los
rucios no se nos dice, a excepción de que se les permiti6 moverse a su gusto (v. 7),
añadiéndose que los que fueron hacia el norte "hicieron reposar mi espíritu en juicio en la
tierra del norte"'.
Al determinar los principios generales del simbolismo bíblico debemos atribuir gran
peso a los precedentes ejemplos de símbolos más o menos explicados. Notaremos que
los nombres de todos estos símbolos deben tomarse literalmente. Árboles, higos, huesos,
candeleros, olivos, bestias, cuernos, caballos, jinetes y carrozas son todas simples
designaciones de lo que los profetas vieron. Pero no tanto que las palabras hayan de
entenderse literalmente, son símbolos de alguna otra cosa. De la manera que en la
metonimia se pone una cosa por otra, o como en la alegoría se dice una cosa significando
otra, así también el símbolo siempre denota alguna cosa aparte de sí mismo. Ezequiel vio
una resurrección de Israel de las tierras del cautiverio. Daniel vio un gran cuerno en la
cabeza de un macho cabrío, lo que representaba al poderoso conquistador griego
Mejandro el Grande. Pero aunque en el uso de símbolos se dice una cosa y se significa
otra, siempre puede rastrearse alguna similitud, más o menos detallada entre el símbolo y
lo simbolizado. En algunos casos, como por ej., en el de la rama de almendro (Jer. 1:11)
el nombre sugiere la analogía. Un candelero representa la Iglesia o pueblo de Dios,
sosteniendo una luz en un sitio donde puede iluminar toda la casa (Mat. 5:15) así como
los discípulos de Cristo deben ocupar una posición en la iglesia visible y esparcir su luz
para que otros vean sus buenas obras y por ello glorifiquen a Dios. Las correspondencias
entre las bestias que aparecen en los relatos de Daniel y las potencias que representaban
son, en algunos casos, muy detallados. En vista de estos hechos aceptamos lo siguiente
como tres principios fundamentales del simbolismo: (1) Los nombres de los símbolos han
de entenderse literalmente; (2) el símbolo siempre denota algo distinto de si mismo y (3)
alguna semejanza, más o menos minuciosa, puede descubrirse entre el símbolo y lo que
simboliza.
Por consiguiente, la gran preocupación del intérprete de símbolos debe ser: ¿Qué
probables puntos de parecido existen entre este signo y la cosa que se quiere que
represente? Y es muy natural que al responder esta pregunta no pueda esperarse que
haya ninguna serie de reglas rígidas y minuciosas que deban suponerse aplicables a
todos los símbolos; porque existe un aire de enigma y de misterio, rodeando todos los
emblemas y los ejemplos arriba citados demuestran que mientras en algunos los puntos
de semejanza son muchos y minuciosos, en otros son pocos e incidentales. En general
puede decirse que el intérprete al contestar la pregunta planteada, debe prestar estricta
atención a (1) la posición histórica desde la cual el escritor o el profeta nos hablan, (2) el
objeto y el contexto y (3) la analogía y el intento de símbolos y figuras similares usados en
otras partes. Tal es, indudablemente, la verdadera interpretación de cada símbolo que
mejor satisface estas varias condiciones, y que no intenta empujar ningún punto de
supuesta semejanza más allá de lo que los hechos, la razón y la analogía lo permiten
claramente.
Los principios hermenéuticos derivados del examen que acaba de hacerse de los
símbolos de visión, en las Escrituras, son igualmente aplicables a la interpretación de
símbolos materiales, tales como el tabernáculo, el arca del pacto, el propiciatorio, los
sacrificios y ofrendas, y los lavamientos ceremoniales exigidos por la Ley, el agua del
bautismo y el pan y el vino en la Cena del Señor; porque en cuanto presentan algún
hecho o pensamiento espiritual sus imágenes son esencialmente del mismo carácter.
Este solemne derramamiento de sangre era la ofrenda de una alma viviente, pues
la sangre con calor de vida se concebía como el elemento en el cual el alma subsistía, o
con el cual, de alguna manera misteriosa, se hallaba identificada (comp. Deut. 12:23). Al
ser derramada sobre el altar simbolizaba la entrega de una vida que había sido perdida
por el pecado, y el adorador que ofrecía el sacrificio, con aquel acto reconocía su
culpabilidad digna de muerte. Dice Fairbairn: "El rito del sacrificio expiatorio era, en su
propia naturaleza, una transacción simbólica que envolvía una triple idea; primera, la de
que el adorador, al hacerse culpable de pecado, había perdido su vida ante Dios;
segundo, que la vida así perdida debía entregarse a la justicia divina; y, finalmente, que
siendo entregada de la manera designada, le era devuelta por Dios, o, en otras palabras,
el trasgresor, como persona justificada, quedaba restablecido en el favor divino.
Los dos sitios, sólo separados por el velo, denotaban, por consiguiente, por una
parte, lo que Dios es, en su gracia condescendiente para con su pueblo y, por la otra, lo
que su pueblo redimido, sal de la tierra y luz del mundo, es para con él. Era conveniente
que lo divino y lo humano se distinguiesen así.
Pero la más elevada devoción continua de Israel hacia Dios está representada por
el altar del incienso, situado inmediatamente delante del velo y enfrente del propiciatorio
(Éxodo 30:6). La ofrenda del incienso era un símbolo expresivo de las oraciones de los
santos (Salmo 141:2; Rev. 5:8; 8:34) y toda la multitud del pueblo acostumbraba orar
afuera a la hora de ofrecer el incienso (Luc. 1:10). Jehová se complacía en "habitar entre
las alabanzas de Israel" (Salmo 22:3) porque todo lo que su pueblo puede ser y hacer en
su relación de consagración hacia él se expresa en sus oraciones ante el altar y el
propiciatorio.
No hay para qué detenernos en detalles acerca del simbolismo del patio del
tabernáculo, con su altar del holocausto y su fuente de metal. No podía haber
aproximación a Dios de parte de los pecadores, ningún encuentro ni morada con él,
excepto mediante las ofrendas hechas ante el gran altar situado en el frente de la sagrada
tienda.
El profundo simbolismo del tabernáculo se ve, además, en conexión con las ofrendas del
gran día de expiación. Una vez al año el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo para
hacer expiación por sí mismo y por Israel; pero en conexión con su obra de ese día todas
las partes del tabernáculo se ponían en evidencia. Habiendo lavado su cuerpo en agua y
vestídose las vestiduras sagradas, primeramente ofrecía la ofrenda del holocausto sobre
el gran altar, a fin de hacer expiación por sí mismo y por su casa (Lev. 16:2-6). Luego,
tomando un incensario con carbones encendidos del altar, ofrecía incienso sobre el fuego,
delante del Señor, de manera que la nube cubría el propiciatorio; y tomando la sangre de
un toro y de un macho cabrío, pasaba adentro del velo y rociaba siete veces con la sangre
de cada uno (Lev. 16:12-14). En la Epístola a los Hebreos se nos dice que todo esto
prefiguraba la obra de Cristo por nosotros. "Estando ya presente Cristo, sumo sacerdote
de los que habían de venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo no hecho de
manos, es a saber, no de esta creación (no material, tangible, local); no por sangre de
machos cabríos ni de becerros mas por puntos de semejanza son muchos y minuciosos,
en otros son pocos e incidentales. En general puede decirse que el intérprete al contestar
la pregunta planteada, debe prestar estricta atención a (1) la posición histórica desde la
cual el escritor o el profeta nos hablan, (2) el objeto y el contexto y (3) la analogía y el
intento de símbolos y figuras similares usados en otras partes. Tal es, indudablemente, la
verdadera interpretación de cada símbolo que mejor satisface estas varias condiciones, y
que no intenta empujar ningún punto de supuesta semejanza más allá de lo que los
hechos, la razón y la analogía lo permiten claramente.
Los principios hermenéuticos derivados del examen que acaba de hacerse de los
símbolos de visión, en las Escrituras, son igualmente aplicables a la interpretación de
símbolos materiales, tales como el tabernáculo, el arca del pacto, el propiciatorio, los
sacrificios y ofrendas, y los lavamientos ceremoniales exigidos por la Ley, el agua del
bautismo y el pan y el vino en la Cena del Señor; porque en cuanto presentan algún
hecho o pensamiento espiritual sus imágenes son esencialmente del mismo carácter.
Este solemne derramamiento de sangre era la ofrenda de una alma viviente, pues
la sangre con calor de vida se concebía como el elemento en el cual el alma subsistía, o
con el cual, de alguna manera misteriosa, se hallaba identificada (comp. Deut. 12:23). Al
ser derramada sobre el altar simbolizaba la entrega de una vida que había sido perdida
por el pecado, y el adorador que ofrecía el sacrificio, con aquel acto reconocía su
culpabilidad digna de muerte. Dice Fairbairn: "El rito del sacrificio expiatorio era, en su
propia naturaleza, una transacción simbólica que envolvía una triple idea; primera, la de
que el adorador, al hacerse culpable de pecado, había perdido su vida ante Dios;
segundo, que la vida así perdida debía entregarse a la justicia divina; y, finalmente, que
siendo entregada de la manera designada, le era devuelta por Dios, o, en otras palabras,
el trasgresor, como persona justificada, quedaba restablecido en el favor divino.
Pero la más elevada devoción continua de Israel hacia Dios está representada por
el altar del incienso, situado inmediatamente delante del velo y en frente del propiciatorio
(Éxodo 30:6). La ofrenda del incienso era un símbolo expresivo de las oraciones de los
santos (Salmo 141:2; Rev. 5:8; 8:34) y toda la multitud del pueblo acostumbraba orar
afuera a la hora de ofrecer el incienso (Luc. 1:10). Jehová se complacía en "habitar entre
las alabanzas de Israel" (Salmo 22:3) porque todo lo que su pueblo puede ser y hacer en
su relación de consagración hacia él se expresa en sus oraciones ante el altar y el
propiciatorio.
No hay para qué detenernos en detalles acerca del simbolismo del patio del
tabernáculo, con su altar del holocausto y su fuente de metal. No podía haber
aproximación a Dios de parte de los pecadores, ningún encuentro ni morada con él,
excepto mediante las ofrendas hechas ante el gran altar situado en el frente de la sagrada
tienda.
Al recibir su comisión divina como profeta, Ezequiel vio un rollo del libro extendido
delante de él en ambos lados del cual estaban escritas muchas cosas penosas. Se le
ordenó comerse el libró y él obedeció y halló que lo que parecía tan lleno de lamentación
y de dolor en su boca era dulce como miel (Ezeq. 2: 8 a 3: 3) . En sustancia se repite la
misma cosa es el Apocalipsis (10:2, 8-11) donde expresamente se añade que el libro que
en la boca era dulce como miel tornósele amargo en el estómago. Evidentemente estas
cosas tuvieron lugar en visión. El profeta cayó en un trance divino o éxtasis, en el cual le
pareció que vio, oyó, obedeció y experimentó los efectos que describe. Fue un asunto
simbólico, realizado subjetivamente en un estado de éxtasis. Era un método
impresionante para grabar en su alma la convicción de su misión profética y no era difícil
entender su significado. El libro contenía los juicios amargos que había que pronunciar
contra la "casa de Israel" y el profeta recibió orden de que su estómago lo recibiera y sus
intestinos se hinchieran con él (3: 3 ); es decir, debía hacer que la palabra profética, por
así decirlo, se convirtiese en parte de sí mismo, recibirla en lo más interna de su ser (v.
10) y allí digerirla. Y aunque a menudo le fuese amargo a su sentido interno, el proceso
de la obediencia profética produce una dulce experiencia en el que la realiza. "Es
infinitamente dulce y amable ser órgano y vocero del Altísimo".
Pero en los capítulos cuarto y quinto de Ezequiel, se nos introduce a una serie de
cuatro acciones simbólico típicas en las que el profeta aparece no como el vidente sino
como el actor. Primeramente se le ordena tomar un ladrillo y trazar en él una
representación de Jerusalén sitiada. Tiene también que colocar una plancha de hierro
entre sí y la ciudad y dirigir su rostro contra ella como si él fuese el sitiador y hubiese
erigido un muro de hierro entre sí y la ciudad sentenciada. Se declaró que esto sería
"señal a la casa de Israel" (4.:1-3) . Es evidente que se quería que la señal fuese externa,
efectiva y visible, pues de otra manera, si sólo fuesen cosas imaginadas en la mente del
profeta, ¿cómo podían ser señal a Israel? Luego había de dormir sobre su costado
izquierdo durante trescientos noventa días y después sobre el derecho cuarenta días, de
esa manera llevando simbólicamente la culpa de Israel y Judá cuatrocientos treinta días,
cada uno de los cuales denotaría un año de la abyecta condición de Israel. Durante aquel
tiempo había de mantener su rostro tornado hacia Jerusalén sitiada y tener su brazo
desnudo (comp. Is. 52:10) y Dios puso cuerdas sobre él para que no se moviera de un
lado a otro (Ezeq. 44-8). Como los días de su postración son simbólicos de años,
parecería que el número cuatrocientos treinta fue tomado del término de la estancia de
Israel en Egipto (Ex. 12:90), habiendo sido los últimos cuarenta años, los que Moisés
pasó en el destierro, los más opresivos de todos. Esta cifra, a causa de sus obscuras
asociaciones se habría convertido naturalmente en símbolo de humillación y destierro, sin
denotar necesariamente un período cronológico de años exactos. Aún más, el profeta
recibe orden de prepararse comida con diversos cereales y otros vegetales, algunos
agradables y otros no, y juntarlos en una vasija, como si fuese menester usar toda clase
de comida asequible y una vasija bastase para toda. Su comida y bebida han de pesarse
y medirse, y esto en medidas tan mezquinas como para denotar la escasez más
abrumadora. También se le ordena cocer su pan en fuego hecho con excrementos
humanos, para denotar la manera cómo Israel comería, entre los paganos, pan
contaminado pero en vista del asco del profeta ante esta indicación se le permitió usar
excremento del ganado. Todo esto tenía por objeto simbolizar la espantosa miseria y
angustia que había de sobrevenir a Israel (vs. 9-17). Una cuarta señal sigue en el capitulo
5:14 y está acompañado (vs. 5-17) por una interpretación divina. Se ordena al profeta
raerse cabello y barba con una navaja afilada y pesar y dividir los innumerables cabellos
en tres partes. La tercera parte ha de quemarlos en medio de la ciudad (es decir, la
dibujada en el ladrillo) otra tercera parte ha de atacarla con espada y la otra arroparla a
los vientos. Estos tres actos se explican corno símbolos de un triple juicio pendiente sobre
Jerusalén una parte de cuyos habitantes perecería por el hambre, otra por las armas de
guerra y una tercera por dispersión entre las naciones, donde también les seguiría el
peligro de la espada.
Se han dado cinco razones para sostener que estas acciones no pudieron haber
sido externas y efectivas: (1) El espectáculo de semejante sitio en miniatura no habría
hecho más que provocar la burla de los israelitas que lo viesen, pero aunque esto fuese
cierto, de ninguna manera demostraría que los actos, a pesar de todo, no se realizaran
puesto que aun muchos de los más nobles oráculos de la profecía fueron ridiculizados y
escarnecidos por la rebelde casa de Israel. Mientras los actos fuesen posibles y
practicables y calculados para hacer una impresión notable, no existe objeción a su
ocurrencia literal que no pudiera aducirse con igual fuerza contra la opinión de los que
creen que se trató de ideas y no de actos reales.
Otra objeción (4) es que entre las fechas dadas en Ezeq. 1:1, 2 y 8:1, no pudo
haber cuatrocientos treinta días para ejecutar materialmente estos actos simbólicos Pero
entre el quinto día del cuarto mes del quinto año de la cautividad de Joachim (cap. 1:1-2)
y el quinto día del sexto mes del sexto año (cap. 8:1) intervinieron un año y dos meses, o
sean cuatrocientos veintisiete días, período no sólo suficientemente aproximado para
satisfacer las necesidades del caso sino tan aproximado como para constituir, en sí
mismo, una evidencia de la ejecución real de estos actos. Y todo esto podría decirse,
después de substraer del período los siete días mencionados en el capítulo 3:15, pero las
visiones de los capítulos VIII-XI, pudieron tener lugar cuando Ezequiel aún permanecía
echado de costado. No hay por qué suponer que su cuerpo fue transportado a Jerusalén,
puesto que él declara explícitamente que ello aconteció "en visiones de Dios" (cap. 8: 3) .
Lo de estar sentado en su casa, rodeados por los ancianos de Israel (8:1) no define,
necesariamente, su postura ni la de ellos y la palabra yashab se usa comúnmente en el
sentido de permanecer o estar. La larga postración y otros actos simbólicos del
sacerdote-profeta naturalmente atraerían la atención de los ancianos de Judá y los haría
detenerse largo tiempo en su presencia; y todo ese tiempo su brazo estaba desnudo y él
profetizaba contra Jerusalén (4:7). Nada había en su postura que le impidiera recibir
muchas palabras y visiones de Dios durante esos catorce meses. (5) Se ha objetado,
además, que le era literalmente imposible quemar la tercera parte de sus cabellos "en
medio de la ciudad" (5:2). Pero por la ciudad a que aquí se hace referencia debe
entenderse la miniatura dibujada en el ladrillo, consideración que resuelve la objeción.
Por consiguiente, no hay motivos para negar que las acciones simbólicas de
Ezequiel que se describen en sus capítulos IV y V, fueran ejecutadas literalmente. Ni es
difícil concebir la impresión que su ejecución, naturalmente, debió producir sobre la casa
de Israel, especialmente sobre los ancianos.
De todas las acciones simbólicas de los profetas, el ejemplo más difícil y disputado
es el Oseas tomando para sí "una mujer fornicaria e hijos de fornicaciones" (Os. 1:2) y la
orden que se le da de "amar una mujer amada de su compañero, aunque adúltera" (Os.
3:1) . El gran asunto es: ¿Han de entenderse estos actos como meros símbolos de visión
o como hechos reales en la vida externa del profeta? Nadie se aventurará a negar que el
lenguaje de Oseas muy naturalmente implica que los acontecimientos fueron reales. Dice
claramente que Jehová le ordenó ir y casarse con una adúltera y que él obedeció. Da el
nombre de la mujer y el de su padre y dice que ella concibió y le dio un hijo, al cual él
llamó Jezreel, y que más tarde, le dio una hija y otro hijo, a quienes también, dirigido por
Dios, dio nombres significativos. No existe insinuación alguna de que se tratase de meras
visiones del alma o de que estas cosas hubiesen de declararse a Isreal como un mero
discurso parabólico. Si el relato de algún acto simbólico que exista es tan explícito como
para requerir una interpretación literal, ciertamente éste es uno, pues sus términos son
claros, sencillo su lenguaje y su intento general no difícil de comprender.
¿Dónde, pues, están las dificultades con que tropiezan los expositores para su
interpretación? Especialmente se hallan en la suposición de que semejante casamiento,
ordenado por Dios y realizado por un santo profeta era una imposibilidad moral. Parte de
la dificultad, también, ha surgido del mal entendimiento del significado de ciertas alusiones
y del objeto de todo el pasaje. Sobre estos malos entendimientos se han basado falsas
suposiciones y, naturalmente, han seguido falsas interpretaciones. Así, se ha supuesto
que los tres hijos del profeta, Jezreel, Lo-ruhamah y Lo-ammi eran ellos mismos "hijos de
fornicaciones" que el profeta debía recibir y que la esposa del profeta continuaba su vida
disoluta, después de casarse con él. De todo esto nada hay en el texto. El significado más
simple y natural de "una mujer fornicaria e hijos de fornicaciones" (cap. 1: 2) es una mujer
notable como ramera y quien, como tal, ha engendrado hijos que siguen su mala vida. Si
hubiese sido de otro modo y al profeta se hubiese ordenado tomar una virgen pura, el
lenguaje de nuestro texto hubiese estado enteramente fuera de lugar, porque, ¿cómo
podría Oseas saber cómo y dónde elegir una virgen que, después de casarse con él, se
transformase en ramera? en ninguna parte se insinúa que la esposa del profeta
continuase sus malas prácticas después de casada con él.
El principal intento y objeto del pasaje puede indicarse en esta forma: Se ordenó a
Oseas casarse con una ramera "porque la tierra se ha dado a fornicar, apartándose de
Jehová". De este modo, la mujer adúltera representaría al idólatra Israel, cuyos pecados
frecuentemente se representan bajo la figura del adulterio. El casamiento del profeta con
una ramera era un símbolo notable de la relación de Jehová para can su pueblo al que se
supondría que tuviera la mayor aversión. Sin embargo, de ese pueblo tan culpable de
adulterio espiritual Jehová engendrará una simiente santa y los tres nombres simbólicos,
Jezreel, Lo-ruhamah y Lo-ammi, denotan las severas medidas establecidas en 'el pasaje
mismo mediante las cuales debe realizarse la redención de Israel. El oráculo del capítulo
II, por consiguiente, debe entenderse como el acto de Dios apelando a Israel. Se dirige a
los "hijos de fornicaciones", a quienes se llama a pleitear con su madre" (2:2). Consiste en
quejas, amenazas y promesas y desde el verso 14 hasta el fin del capítulo indica el
proceso mediante el cual Jehová cortejará y se casará con aquella madre de hijos
licenciosos, haciendo para ella "el valle de Achor por puerta de esperanza" (v.1 5) y
realizando en esa forma su redención. Para dar énfasis a esta maravillosísima profecía y
promesa, el casamiento de Oseas con Gomer sirvió de señal en sumo grado
impresionante.
El tercer capítulo de Oseas registra otra acción simbólica de este profeta mediante
la cual se muestra en otra forma, de qué manera Jehová reformaría y regeneraría los hijos
de Israel. Quien fuese adúltera amada por un amigo (v. 1) no se nos dice y es ocioso el
conjeturarlo. La suposición de muchos, de que era idéntica con Gomer, armoniza con la
forma apocalíptica de repetir profecías simbólicas bajo formas diversas. Pudo así, este
profeta, haber repetido el relato del gran acto simbólico de su vida a manera de exhibirlo
desde otro punto de vista. Sin embargo, la suposición es innecesaria. En la larga vida y
extenso ministerio de Oseas (comp. 1:1) hubo sitio para hechos de esta naturaleza y
debemos presumir, muy naturalmente, que en el ínterin, Gomer, su esposa, había
fallecido.
Estas acciones de Oseas, pues, de acuerdo con toda regla de sana interpretación
histórico-gramatical, han de entenderse como habiendo ocurrido, efectivamente en la vida
del profeta y debe clasificárselas junto con otras acciones que hemos denominado
simbólico-típicas. Tales acciones, como antes lo hemos observado, combinan elementos
esenciales, tanto de símbolo como de tipo y sirven para ilustrar, a un tiempo mismo, el
parentesco y la diferencia que entre ellos existe. Sirviendo como signos e imágenes
visibles de hechos o verdades invisibles, son simbólicos; pero siendo, al mismo tiempo,
acciones representativas de un agente inteligente, ejecutadas efectiva y físicamente y
señalando especialmente a cosas venideras, son típicas. De aquí la propiedad de
designarlas con el nombre compuesto "simbólico-típico". Y es digno de notarse que cada
ejemplo de tales acciones está acompañado por una explicación de su designio, más o
menos detallada.
No hay para qué suponer que Jacob entendiera el lejano alcance de aquel sueño.
Sin embargo, él le indujo a formular un voto solemne y sin duda alguna por todo el resto
de su vida con frecuencia meditaría en ello. No pudo dejar de impresionarle la convicción
de que su persona era objeto de especial cuidado de parte de Jehová y del ministerio de
ángeles.
Pero, como lo hemos observado, los ensueños fueron, más bien, las formas
primitivas e inferiores de revelación divina. Una forma más elevada fue la del éxtasis
profético, en la que el espíritu del vidente era poseído por el Espíritu de Dios y, aunque
reteniendo su conciencia humana y siendo susceptible de emociones humanas, era
arrebatado en visiones del Todopoderoso y hecho conocedor de palabras y cosas que
ningún mortal podía percibir por medios naturales. En II Samuel 74-17 se registra una
"palabra de Jehová" que vino a Nathan en una visión nocturna (véase ver. 17) y fue
comunicada a David. Contenía la profecía y promesa de que su trono se establecería para
siempre. Para David fue un oráculo muy impresionante y él fue y "púsose delante de
Jehová" (v. 18) maravillándose y adorando. Tal maravilla y adoración fueron,
probablemente, en ese momento o en algún otro, un medio de inducción a la condición
psicológica y el éxtasis espiritual en qué fue compuesto el Salmo II. David se transforma
en vidente y profeta. "El espíritu de Jehová ha hablado por mí y su palabra ha sido en mi
lengua" (II Sam. 23:2) . Es elevado en éxtasis de visión, en la cual la sustancia de la
profecía de Nathan toma una forma nueva y más elevada, trascendiendo toda realeza y
poder terrenos. Ve a Jehová entronizando su Ungid (su Mesías) sobre Sión, monte de su
santidad (Salmo 2: 2-6) . Las naciones se enfurecen contra él y luchan por desprenderse
de su autoridad pero son enteramente vencidas por Aquél que "mora en los cielos" y a
quien son dadas las gentes por heredad. Así vemos que el Salmo II no es una mera oda
histórica compuesta en ocasión del ascenso al trono, de David o Salomón o algún otro
príncipe terreno. Uno mayor que David y que Salomón surgió en visión del salmista pues
se le llama el Mesías, el Hijo de Jehová; se aconseja a los reyes y jueces de la tierra que
lo besen para no perecer y se declara bienaventurados a los que en él confían. Y es
únicamente en la medida en que el intérprete alcanza una percepción vívida del poder de
tal éxtasis como le es dado, de una manera apropiada, percibir o explicar el significado de
cualquiera profecía mesiánica.
El éxtasis profético, del cual son notables ejemplos los recién citados, era,
evidentemente, el ver algo espiritualmente, una iluminación sobrenatural en la cual el ojo
natural estaba, o bien cerrado, (comp. Núm. 24:34) o bien, se suspendían sus funciones
ordinarias y los sentidos internos se apoderaban vívidamente de la escena que se les
presentaba o de la palabra que se les revelaba. No es menester, con Delitzch, entrar en
prolijas clasificaciones, dividiendo este éxtasis divino en tres formas, el místico, el
profético y el de carisma. Todo éxtasis es místico y el éxtasis de carisma puede haber
sido profético; pero aún podemos, con ese autor, definir el éxtasis profético como
consistiendo esencialmente en esto: en que el espíritu humano es cogido y rodeado por el
Espíritu Divino que escudriña todas las cosas, aun las profundas de Dios, y asido con una
energía tan elevadora que, siendo apartado de sus condiciones ordinarias de limitación en
el cuerpo, se transforma completamente en ojo vidente, oído oyente, sentido perceptor
que se da cuenta perfectamente vívida de las cosas del tiempo y la eternidad, según son
presentadas por el poder y sabiduría de Dios.
La forma más grandiosa de éxtasis profético es aquella en que "la visión" y "la
palabra" de Jehová parecen haber sido tan absorbidas por el alma del profeta, iluminada
por el cielo, que él mismo personifica al Santo y habla en nombre de Jehová. De esa
manera entendemos los últimos capítulos de Isaías, donde la persona del profeta,
relativamente, desaparece de la vista y Jehová se anuncia a sí mismo con el que habla.
De igual manera Zacarías anuncia la palabra de Jehová tocante a las ovejas de la
naturaleza (Zac. 11:4) pero al proceder con el divino oráculo parece perder la conciencia
de su propia personalidad y hablar en el nombre y persona del Señor (vs. 10-14).
Tal es, substancialmente, lo que Pablo dice acerca de este notable carisma. En el
día de Pentecostés tomó la forma de apropiarse los varios dialectos de los oyentes, como
para llenar a éstos de asombro y maravilla (Act. 2: 512) . Sin embargo, parece que esto
fue una manifestación excepcional, quizá una exhibición milagrosa, con un objeto
simbólico, de todos los géneros de lenguas (comp. 1ª Cor. 12:10), que en otras ocasiones
eran separadas e individualmente distintas. Por cierto que en la iglesia de Corinto, el
hablar en lenguas no estaba acompañado de tal efecto sobre los oyentes como en
Pentecostés. La idea, que en un tiempo prevaleció de que este don de lenguas fue un don
sobrenatural mediante el cual los primeros predicadores del Evangelio pudieron
proclamarlo en los varios idiomas de naciones extranjeras tiene poco en su favor. No
existe indicación, aparte del milagro de Pentecostés, de que este don sirviera jamás para
ese objeto. Y aquel milagro, fuese cual fuese su naturaleza real, parece, más bien, una
señal simbólica significando que la confusión de lenguas ocurrida como una maldición en
Babel, sería contrarrestada y abolida por el Evangelio de la nueva vida que en ese
instante amanecía sobre el mundo, como don celestial; como una declaración de que la
palabra evangélica estaba destinada a hacerse potente en todos los idéntica de los
hombres y por la viva voz de los predicadores, y mediante el Libro, expresar sus
mensajes celestiales a las naciones, hasta que todos conozcan al Señor.
LA PROFECÍA Y SU INTERPRETACIÓN
La visión de las cuatro grandes bestias, en Dan. VII, es, esencialmente, una
repetición de la visión de la gran imagen en el cap. II. Las mismas cuatro grandes poten-
cias mundiales se denotan en estas profecías; pero como se lo ha observado
frecuentemente, se varían las imágenes de acuerdo con la posición relativa del rey y del
profeta. "Tal como se lo presentó a la vista de Nabucodonosor, la potencia mundial se
veía sólo en su aspecto externo, bajo la forma de una imagen colosal con semejanza de
hombre y con sus partes más conspicuas compuestas de metales brillantes y preciosos;
en tanto que el reino divino aparecía con el aspecto inferior de una piedra sin ornato ni
belleza, sin nada, realmente, para distinguirlo, excepto su irresistible energía y perpetua
duración. Por otra parte, las visiones de Daniel dirigen el ojo al interior de las cosas,
despojan de sus falsas glorias los reinos terrenos exhibiéndolos bajo el aspecto de fieras
de monstruos innominados (como se les ve en todas partes en las grotescas esculturas y
entablamentos pintados de Babilonia) y reservan la forma humana, de acuerdo con su
verdadera idea original y divina, para ocupar el puesto representante del reino de Dios,
compuesto por los santos del Altísimo, y mantiene la verdad que está destinada a
prevalecer sobre todo el error e impiedad de los hombres".
Así también la impresionante visión del carnero y el macho cabrío, en Dan. VIII, no
es más que una repetición, desde otro punto de vista (Susan, en Elam, un asiento
principal de la monarquía medo-persa) de la visión anterior de la tercera y cuarta bestias;
surgen diferencias en los detalles según la analogía de todas las tales profecías, repetidas
pero no debe permitirse que estas diferencias menores obscurezcan o borren las grandes
analogías fundamentales. Pocos expositores de alguna importancia han dudado de que el
cuernito de que se habla en Dan. 8:9, denota á Antioco Epifanio, el cruel perseguidor de
los judíos, quien "despojó el templo y por tres años y seis meses suspendió la práctica
constante de ofrecer un sacrificio diario de expiación" (Josefo). La presunción primera y
más natural es la de que el cuernito del cap. 7:8 denota al mismo perseguidor violento e
impío. El hecho de que una profecía represente la impiedad y violencia de este enemigo
más plenamente que otra no demuestra que se trate de dos personas distintas. De otra
manera, la descripción aún más completa que de este monstruo de iniquidad se nos da en
el cap. XI, debería, sobre esa sola base, referirse a otra persona. Las declaraciones de
que el cuernito del cap. 7:8 surgió de entre los diez cuernos y arrancó tres de ellos y que
el del cap. 8:9 surgió de uno de los cuatro cuernos del macho cabrío, no pueden tener
fuerza para confutar la identidad del cuernito en ambos pasajes, a menos. que se
suponga que los cuatro cuernos del cap. 8:8 sean idénticos con los diez del cap. 7: 7,
suposición que nadie se permitirá. Estas no son más que las variantes menores,
requeridas por las diversas posiciones ocupadas por el profeta en las distintas visiones. Si
entendemos los diez cuernos del cap. 7:7 como un número redondo, denotando los reyes
más plenamente descritos en el capítulo XI, y los cuatro cuernos notables del capítulo 8:8
como los cuatro notables sucesores de Alejandro, saltará a la vista la armonía de las dos
visiones. Desde un punto de vista el gran cuerno (Alejandro) fué sucedido por diez
cuernos y también por uno pequeñito, más notable, en algunos respectos, que cualquiera
de los diez. Desde otro punto de vista se vió al cuerno grande seguido por cuatro cuernos
notables (los famosos Diadochoi), del tronco de uno de los cuales (Seleucus) surgió
Antioco Epifanio. Sólo la falla en notar la repetición de profecías bajo varias formas y
desde diversos puntos de vista ocasiona la dificultad que algunos han hallado en
identificar profecías de los mismos acontecimientos.
De igual manera notamos qué. la profecía de Jacob moribundo (Gén. XLIX) está
escrita en el estilo más elevado del fervor poético y del lenguaje figurado. Todos los
acontecimientos de la vida del patriarca y la plenitud historiada del futuro conmovieron su
alma y llenaron de emoción sus palabras. Los oráculos de Balaam y los cánticos de
Moisés son del mismo orden elevado. Los salmos mesiánicas abundan en símiles y
metáforas, tomados de cielos, tierra y mar. Los libros proféticos están, en gran parte,
escritos en las formas y el espíritu de la poesía hebrea y en la predicción de
acontecimientos notables el lenguaje frecuentemente se eleva a formas de expresión que
para el crítico occidental pueden parecer extravagancias hiperbólicas. Tómese, por ej. la
"carga de Babilonia" que Isaías vio y nótese la excesiva emoción así como lo atrevido de
las figuras (Isaías 13:2-13) . Nunca ha habido dudas entre los mejores intérpretes acerca
de que este pasaje se refiera a la derrota de Babilonia por los medas. El encabezamiento
del capítulo y las declaraciones específicas que siguen (vs. 17, 19), no dejan duda al
respecto. Y, sin embargo, según el profeta es hecho por Jehová que congrega sus
ejércitos de poderosos héroes desde los confines de los cielos, ocasiona un ruido
tumultuoso de reinos de naciones, llena los corazones con temblor, desesperación y
dolores de agonía, sacude el cielo y la tierra y borra el sol, la luna y las estrellas. A este
terrible juicio de Babilonia se llama "el día de Jehová", "el día del ardor de su cólera".
Situado al frente de los oráculos de Isaías contra los poderes mundiales del paganismo,
es un pasaje clásico en su género y su estilo e imágenes serían, naturalmente, seguidos
por otros profetas al anunciar juicios similares.
PROFESÍAS MESIÁNICAS
La profecía mesiánica tiene por su magno objeto el glorioso reinado de Dios entre
los hombres, el consiguiente derrocamiento del mal y la exaltación y bienaventuranza de
un pueblo que le obedece y ama la justicia. Este género de profecía constituye un aspecto
especial de la revelación profética del Antiguo Testamento y aparece bajo dos formas:
primera, una representación impersonal de un futuro reino de poder y de justicia, en el
cual la humanidad alcanza su mayor bien; y, segunda, el anuncio de una persona, el
Ungido, con quien se relaciona todo el triunfo y la gloria. De acuerdo con esto existen
profecías mesiánicas en las que no se menciona la persona de Cristo y otras en las
cuales todo el énfasis se coloca sobre su nombre representándosele como la causa
eficiente de toda la gloria.
Qué parte de una profecía sea mera forma y que parte sea la idea esencial, es
cosa que se verá mejor, mediante una comparación y cotejo de un número de profecías
similares. Esto es tan cierto tratándose de profecías mesiánicas coma tratándose de otras
grandes predicciones. Nuestros principios pueden ser suficientemente ilustrados mediante
la atención que prestemos a las cinco notables profecías mesiánicas que aparecen en los
primeros doce capítulos de Isaías. El orden cronológico de estas y de otras profecías del
hijo de Amoz parece haber sido sometido a cierto orden lógico, como si al editar y arreglar
los varios oráculos estuviese regido por el propósito de exhibir una serie orgánica. En esta
simple serie descubrimos un marcado progreso de pensamiento pasando de lo que al
principio es amplio y relativamente indefinido, a lo que es más específico y personal.
El Renuevo de Jehová
Ewald, Cheyne y otros, explican los términos: "El Renuevo de Jehová" y "el fruto
de la tierra" como la riqueza natural, producto de la tierra de Israel; es decir: cosechas
inmensas y gloriosas que serían dadas como bendiciones de Jehová: Esto, realmente,
suministraría un digno cuadro profético de la época mesiánica y podría ser explicado
como las imágenes similares del capítulo 35:1-2. Gesenius, entiende por el renuevo el
residuo escogido, el nuevo crecimiento de Israel después de los juicios con castigos
disciplinarios, pero esto confunde cosas que el escritor sagrado distingue en el contexto
inmediato. Preferimos, con muchos intérpretes entender ese término como designando un
individuo, como en Jer. 23:5; 33:15 y Zac. 3:8; 6:12, donde se emplea la misma palabra.
Este renuevo se representa, a un mismo tiempo, como un brote de Jehová y un producto
de la tierra de Israel, una indicación bastante obscura pero muy sugestiva del Cristo que
es, a la vez, divino y humano.
Emmanuel
14."Por tanto el Señor mismo os da señal: He aquí que la virgen ha concebido, Y está por
parir un hijo, Y llamar su nombre Emmanuel.
15. Leche coagulada y miel comerá Hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo
[bueno.
16. Porque antes que el niño sepa Desechar lo malo y escoger lo bueno, Abandonada
será aquella tierra Ante cuyos dos reyes sientes tanto terror".
Los grandes problemas aquí son, ¿quién es la virgen y quién es Emmanuel? Hay
que admitir que la palabra hebrea almah, comúnmente traducida por "virgen", denota una
joven en edad de casarse, sin determinar si es casada o no. Si se quería dar énfasis a la
virginidad de la persona de quien se hablaba, es difícil concebir por qué motivo no se
empleó la palabra bethulah, que, definidamente, significa "virgen". Sin detenernos a
examinar las interpretaciones no-mesiánicas, notemos, primero, la opinión de Ewald y la
de Cheyne, que el profeta esperaba el advenimiento del Mesías dentro de pocos años y
que pronunció este oráculo más para beneficio de sus propios discípulos que para el de
Achaz, quien ya estaba, judicialmente, endurecido. De acuerdo con esto, la virgen sería la
madre del Mesías, pero soltera y, en realidad, desconocida. Sin embargo, esta opinión
que sostiene que la esperanza y la profecía de Isaías no se cumplieron, despoja a la
Escritura de toda significación honrosa y nunca será satisfactoria para los evangélicos
creyentes. Está en desacuerdo con la manera solemne y enfática con que el profeta
emitió la palabra divina. Otros (Junius, Calvino) han sostenido que debe entenderse dos
hijos, distintos y que el versículo 14 se refiere al Mesías y el 16 al hijo del profeta
Sear-jasub o a algún otro niño que entonces vivía. Sin embargo, esto envuelve una
violencia sumamente extraordinaria. Semejante cambio de referencia de un niño a otro
habría necesitado una forma más clara de expresión. La interpretación mesiánica más
común sostiene que la profecía fue cumplida, primera y únicamente, por el nacimiento de
Jesús y es así considerada en Mat. 1:2223. Se afirma que la predicción acerca del
abandono de la tierra se cumplió realmente en tiempos de Achaz y que el nacimiento de
Emmanuel fue una señal únicamente en un sentido en que algo que ocurre largo tiempo
después puede ser una señal. Sin embargo, éste es el punto débil en la explicación
mesiánica. Ningún expositor ha conseguido explicar de qué manera un acontecimiento
que había de ocurrir siglos después pudo ser una señal para Achaz ni para nadie que
entonces viviera; ni puede reconciliarse esa teoría con ninguna, creencia sana en la
sagrada veracidad de las profecías. El caso de Moisés, (Ex. 3:12) citado a menudo, de
ninguna manera es paralelo pues Moisés ya había presenciado la señal de la zarza
ardiente y él sacó de Egipto al pueblo y sirvió a Dios en aquel monte poco tiempo después
de aquel en que se le había dado la certidumbre. Pero si Israel hubiese ido al Sinaí, por
primera vez, siglos más tarde, no podía haber sido una señal para Moisés. Además, el
lenguaje de Isaías 7:14-16 no puede, sin extrema violencia, explicarse como refiriéndose
a un acontecimiento en un lejano futuro. Nos dice que la virgen está por parir un hijo y que
antes que el niño llegue a la edad de la razón la tierra de Siria y de Efraín, (comp. vs. 4-9)
ante cuyos dos reyes temblaba Achaz, sería abandonada.
El rey Galileo
El pasaje apocalíptico que comienza con Isaías 6:1, concluye magníficamente con
una profecía acerca del Príncipe de Yaz destinado a reinar para siempre ( Isaías 9:1-7 ).
En contraste con la tristeza y la angustia que, con seguridad, sobrecogerían a los que
deseaban "la ley y el testimonio" de la revelación divina ( 8:20 ) y se volvían a los oráculos
paganos, se describe la luz y el gozo del verdadero Israel. Traducimos en la siguiente
forma:
En este pasaje, el ojo del profeta se extiende mucho más allá de su época y
contempla el futuro mesiánico como un triunfo perfecto. Los contenidos esenciales pue-
den establecerse en siete proposiciones: (1) La región galilea, antiguamente despreciada,
en los postreros tiempos será grandemente honrada (Comp. Mat. 4:14-16); (2) el pueblo
que anteriormente se hallaba en tinieblas verá gran luz; (3) la nación prosperará y tendrá
gozo; (4) el yugo de su opresión será sacudido tan triunfalmente como cuando Gedeón
derrotó a Madian; las vestiduras militares no harán más falta, sirviendo únicamente para el
fuego; (6) se anuncia al Mesías como ya nacido y llevando un nombre de múltiple
significación; (7) él está destinado a reinar como sobre el trono de David, en justicia, para
siempre. Aquí observamos la manera cómo, tanto el reino como la persona del Mesías, se
destacan y el expositor cristiano no halla dificultad en demostrar que la profecía se cumple
maravillosamente en el nacimiento de Jesucristo, así como su entronización para reinar
hasta que haya hollado a todos sus enemigos. (1 Cor .15:25).
La profecía y el cántico mesiánicos que ocupan los capítulos XI y XII de Isaías son
demasiado largas para reproducirlos aquí. Sólo tenemos espacio para una declaración de
los principales ideales mesiánicos que forman los pensamientos proféticos esenciales de
todo el pasaje. (1) El Mesías es un brote del tronco de Isaí; (2) está dotado del espíritu
sabio y santo de Jehová; (3) es un juez recto y santo; (4) ha de efectuar una paz universal
como la del Edén; (5) tal paz estará acompañada de un conocimiento universal de
Jehová; (6) las naciones y pueblos buscarán su glorioso reposo; (7) el resultado envolverá
una redención más gloriosa que la del éxodo de Egipto; (8) el pueblo redimido triunfará
sobre sus enemigos; (9) toda antigua rivalidad y disputa de tribu cesarán; (10) el cántico
en el capítulo XII es una oda mesiánica ideal, de triunfo, con el designio de que sea
análoga naturalmente, limitado por su posición histórica y los a la que Israel cantó a orillas
del mar egipcio después de su liberación (Éxodo 15:1-19) y también debe comparárseles
con el cántico de Moisés y del Cordero en el mar de vidrio (Apoc. 15:2-3).
Las profecías mesiánicas parecen, con frecuencia, haber sido sugeridas por los
males y desalientos de las épocas en que se pronunciaron y haber, por decirlo así, volado
por encima de los males que el profeta veía a su alrededor e idealizado una futura edad
de oro, en la que todos esos males quedarían abolidos. Por consiguiente, al describir el
futuro mesiánico, cada profeta se hallaba, grandes acontecimientos de su época daban
tono y colorido a su lenguaje. De esta manera Isaías, en los capítulos VII-XII, parece
conectar la glorificación de Israel con la caída de Asiria, como si aquella fuese a seguir
inmediatamente después de la próxima gran catástrofe política y conmoción entre las
naciones. Así vemos que "el día del Señor" está cerca en las visiones del profeta, y de
entre sus tinieblas y terrores amanece el reinado triunfante del Príncipe de Paz, cuyo
reino es perenne.
Finalmente, puede afirmarse que los elementos formales de las grandes profecías
mesiánicas son de una índole tal como para advertirnos que no hemos de esperar su
cumplimiento literal. Es una tendencia mórbida y aficionada a prodigios la que registra la
historia humana en busca de cumplimientos minuciosos de antiguas predicciones. A1 ver
las exposiciones de algunos escritores, podría uno deducir de ellas que la única esencia,
el único valor real de algunas profecías mesiánicas dependiera del cumplimiento
minucioso de ciertos detalles de sus imágenes que, a lo mejor, son sólo incidentales con
respecto a la gran idea envuelta en la profecía. Así, la entrada del Señor en Jerusalén,
cabalgando humildemente sobre un asno fue, realmente, un cumplimiento de las palabras
de Zacarías 9:9 y así lo declaran los evangelistas (Mat. 21:1-9; Juan 12:12-16). Pero
hallar toda, o la parte principal del intento de la profecía cumplido en ese hecho particular,
es perder la gran lección de las palabras del profeta y del acto simbólico de Cristo. El pa-
saje citado por los evangelistas no es más que una parte incidental del cuadro compuesto
presentado por Zacarías, y de ninguna manera agota su significado, el que, más bien, ha
de hallarse en la encarnación, humildad y triunfo final del Cristo, de las cuales cosas la
entrada a Jerusalén cabalgando un asno no era nada más que un simple símbolo. No el
cumplimiento literal, sino el substancial o esencial de la profecía es lo que debe buscarse.
Es la clase más inferior y de menos importancia, en la profecía, la que entra en
minuciosidad de detalles. Tal fue la de Samuel al predecir a Saúl lo que le ocurriría en su
ida a su casa (1 Sam 10:2-7) y el método empleado por él en esa ocasión se acerca
mucho al de los sortílegos. La profecía mesiánica y la apocalíptica ocupan una posición
mucho más elevada.
En 1 Cor. 14:6, el apóstol hace distinción entre Apocalipsis y profecía. Uno puede
hablar "con (o por medio de) Apocalipsis, o con ciencia o con profecía o con doctrina". El
"Apocalipsis" ha de entenderse, especialmente, de la revelación celestial, en la recepción
de la cual el hombre es instrumento pasivo; por otra parte, la profecía denota, más bien, la
actividad humana inspirada, la emisión de la verdad de Dios. Dice Auberlen: "En la
profecía, el Espíritu de Dios halla su inmediata expresión en palabras; en el Apocalipsis
desaparece el lenguaje humano por el motivo dado por el apóstol (2 Cor. 12:4.) ; él "oyó
palabras secretas que al hombre no le es lícito decir". Aquí aparece un nuevo elemento
que corresponde al elemento subjetivo del ver, la visión. El ojo del profeta está abierto
para mirar dentro del mundo invisible; tiene trato con ángeles; y al contemplar, así, lo
invisible, contempla, también, el futuro, el que se le aparece como tomando cuerpo en
simbólicas formas plásticas como en un sueño, con la diferencia de que estas imágenes
no son hijas de su propia fantasía sino el producto de revelación divina, adaptándose
esencialmente a nuestro horizonte humano".
La revelación de Joel
Comenzamos por dirigir la atención a la forma y método apocalípticos del libro de
Joel. Su profecía está arreglada en dos divisiones principales. La primera parte consiste
en una doble revelación de juicio, estando cada revelación acompañada por palabras de
consejo y promesa divinos (cap. 1:1 a 2:27); la segunda parte cubre, nuevamente, una
porción del mismo campo pero delinea más claramente las bendiciones y triunfos que
acompañarán al día de Jehová (cap. 2:28 a 3:21). A estas dos partes puede llamárseles,
con toda propiedad: (1) Juicios inminentes de Jehová; (2) Advenimiento, trunfo y gloria de
Jehová. La primera puede, nuevamente, dividirse en cuatro secciones, y la segunda en
tres, de la manera siguiente:
4. Cap. 2:12-27. La segunda descripción del día grande y terrible está, en su turno,
seguida por otro llamado a penitencia, ayuno y oración, y también por la promesa de
liberación y gloriosa recompensa. Así, la doble proclamación de juicio tiene, por cada
anuncio, la correspondiente palabra de consuelo y esperanza. La segunda parte de la
profecía se distingue por las palabras: "Y será que después de esto", una fórmula que,
simplemente, indica un futuro indefinido.
2. Cap. 3:1-7. El gran día de Jehová introducirá un juicio de todas las naciones
(comp. Mat. 25:31-46). Como los ejércitos combinados de Moab, Ammón y Seir, que
vinieron contra Judá y Jerusalén en tiempos de Josafat, las naciones hostiles serán
conducidas "al valle de Josafat" (vs. 2-12) y recompensadas allí como ellas
recompensaron a Jehová y su pueblo (comp. Mat. 25:41-46 ¡Multitudes, más multitudes
en el valle del juicio! Porque cercano está el día de Jehová En el valle del juicio. (v. 14).
Jehová, que mora en Sión, hará de ese valle, valle de juicio para sus enemigos, como otro
valle de bendiciones para su pueblo (comp. 2 Cron. 20:20-26) .
3. Capítulo 3:18-21. El juicio de las naciones será seguido por una paz y una gloria
perpetuas, como la calma y reposo que Dios calló al reino de Josafat (2 Cron. 20: 30). Las
figuras de grande abundancia, las corrientes de aguas procedentes de la casa de Jehová,
Judá y Jerusalén permaneciendo para siempre y "Jehová morando en Sión", son, en
sustancia, equivalentes a los capítulos finales de Ezequiel y de Juan.
De esta manera éste, el más antiguo de los Apocalipsis, virtualmente asume una
séptuple estructura y repite sus revelaciones en varias formas. Las primeras cuatro
secciones se refieren a un día de Jehová, cercano, un juicio inminente, del cual el azote
de la langosta quizá ya había aparecido como un principio de dolores; las tres últimas
aparecen en el futuro más distante (después los últimos días, Acto. 2:17). Las alusiones
del libro a acontecimientos del reinado de Josafat ha hecho creer a la mayoría dé los
críticos que Joel profetizó muy poco tiempo después de los días de aquel monarca pero,
excepto esas alusiones este antiguo profeta es desconocido. La ausencia de algo que
determine su punto de vista histórico y la importancia de alcances lejanos de sus palabras
hacen de sus oráculos una especie de profecía genérica susceptible de múltiples
aplicaciones.
Las profecías de Ezequiel, como las de Joel, pueden dividirse en dos partes: la
primera (cap. I-XXXII) anunciando los juicios de Jehová sobre Israel y las naciones
paganas; la segunda (cap. XXXIII-XLVIII) anunciando la restauración y la glorificación final
de Israel. Sin embargo, no deja la primera parte de tener misericordiosas palabras de
promesa (11:13-20; 17:22-24) y la segunda contiene el terrible juicio de Dios
(XXXVII-XXXVIII) a la manera del juicio de todas las naciones descrito en la segunda
parte de Joel (3:2-14) . El espacio no nos permite más que hacer notar la sección terminal
de este gran Apocalipsis, comprendida en los capítulos XL-XLVIII y que contiene una
elaborada visión del reino de Dios y es como la reproducción en el A. Testamento de los
nuevos cielos y la nueva tierra descritos en Apoc. XXI y XXII. En visiones de Dios,
Ezequiel es transportado a una montaña muy alta en la tierra de Israel (40:2; Comp. Apoc.
21:10) y ve un nuevo templo, nuevas ordenanzas de culto, un río de aguas de vida, nueva
tierra y nuevas divisiones de tribu y una nueva ciudad, Jeltova-shammah. La minuciosidad
del detalle es característica de Ezequiel y nadie hubiese descrito con tanta naturalidad los
tiempos mesiánicos bajo las imágenes de una Jerusalén glorificada, como un profeta que,
al mismo tiempo, era sacerdote. Desde su punto de vista histórico, como un proscrito a
orillas de los ríos de Babilonia, azotado por la pena al recordar a Sión y la ciudad y templo
en ruinas, y la desolada tierra de Canaán (Comp. Salmo. CXXXVII) ningún ideal de
restauración y de gloria podía ser más atractivo y agradable que el de un templo perfecto,
un servicio continuo, un santo sacerdocio, una ciudad restaurada y una tierra enteramente
ocupada, regada por un río de incesante corriente que transformaría los desiertos en
jardines.
"Las tribus de Israel que reciben a Canaán en posesión perpetua no son el pueblo
judío convertido a Cristo, sino el Israel de Dios, es decir, el pueblo de Dios riel nuevo
pacto, reunido tanto de entre los judíos como de entre los gentiles; y la Canaán que han
de habitar no es la Canaán terrena o la Palestina situada entre el Jordán y el Mar
Mediterráneo, sino la Canaán del Nuevo Testamento, el territorio del reino de Dios cuyos
límites alcanzan de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra. Y el templo
sobre un monte altísimo, en medio de esta Canaán, en el cual está entronizado el Señor,
quien hace correr el río de vida desde su trono por todo su reino de modo que la tierra
produce el árbol de vida con hojas como medicina para los hombres; y el Mar Muerto,
lleno de peces y otras criaturas, es una representación figurada y típica de la graciosa
presencia del Señor en su Iglesia, la que se realiza en el actual período del temprano
desarrollo del reina del cielo, en la forma de la Iglesia Cristiana, de una manera espiritual
e invisible, en la morada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en los corazones de los
creyentes y en una operación espiritual e invisible en la Iglesia, pero que eventualmente
ha de manifestarse cuando nuestro Señor aparezca en la gloria del Padre a trasladar su
Iglesia al reino de la gloria, de manera que veremos al Todopoderoso Dios y al Cordero
con los ojos de nuestro cuerpo glorificado y adoraremos ante su trono".
Esta interpretación simbólica típica reconoce una armonía del método y estilo de
Ezequiel con otras representaciones apocalípticas del reino de los cielos y halla en ello un
poderoso argumento a su favor. Las medidas registradas, el carácter ideal de las
divisiones de tribu y especialmente el río de aguas curativas corriendo desde el umbral del
templo hasta el mar oriental, son dificultades insuperables que obstaculizan cualquiera
interpretación literal de la visión. La moderna idea de los milenarios de un futuro retorno
de los judíos a Palestina y de un restablecimiento del culto de sacrificios del A.
Testamento es cosa opuesta al espíritu todo de la dispensación del Evangelio.
Revelación de Daniel
Hasta donde sea posible hay que dejar que el profeta se explique a sí mismo, y el
intérprete izo debe esforzarse por hallar en Daniel lo que no contiene, por el prurito de
hacer encajar allí sus ideas sacadas de la historia profana o de pueblos y siglos remotos.
Siendo un hecho demostrado y muy notable el de que la historia profana nada sabe
acerca de Belsazar o de Darío el meda, seamos muy cautelosos en la manera que
consentimos que nuestra interpretación de otras partes de las profecías de Daniel se vean
controladas por tal historia.
Cualquiera de estas opiniones bastará para extraer las grandes lecciones éticas y
religiosas de la profecía. Por consiguiente, no se afecta ninguna doctrina cualquiera que
sea la interpretación que se adopte. El asunto en cuestión es puramente de exactitud
exegética y de consecuencia propia: ¿Cuál de las opiniones satisface mejor todas las
condiciones de profeta, lenguaje y símbolo?
Los defensores de la teoría romana han puesto mucho peso sobre tres
consideraciones: (1) Primeramente, arguyen que Roma era demasiado importante para
quedar fuera de la vista en semejante visión de dominio mundial. Dice Keil: "El reino
romano fue la primera monarquía universal en el sentido más amplio. Junto con los tres
primitivos reinos mundiales, las naciones del futuro histórico mundial aún permanecían sin
subyugan". Pero no es posible conceder peso alguno a tales presunciones. No importa en
lo más mínimo cuán grande fuese Roma o cuál sea la importancia del sitio que ocupe en
la historia universal.. La única cuestión que debe afectar al intérprete de Daniel es: "¿Qué
potencias mundiales, grandes o pequeñas, caían dentro del círculo de su visión
profética?" Esa pretensión en favor de Roma está más que contra balanceada por la
consideración de que geográfica y políticamente ese imperio más moderno tenía su
asiento y centro de influencia muy lejos del territorio de los reinos asiáticos, pero el
Imperio Greco macedónico, en todas sus relaciones con Israel y, en realidad, en sus
principales componentes, era una potencia mundial asiática y no europea. Además, el
profeta alude repetidamente a reyes de Grecia (javan) pero nunca menciona a Roma.
(2) Se arguye, además, que el carácter fuerte y terrible del cuarto reino conviene
mejor a Roma. Se nos recuerda que ningún dominio anterior era de tal naturaleza férrea,
despedazándolo todo. Insistimos en lo dicho: el asunto no es si las imágenes convienen a
Roma sino si no pueden también, en forma apropiada, representar algún otro reino. La
descripción de la fuerza férrea y de la violencia indudablemente conviene a Roma pero el
asegurar que las conquistas y dominio de Alejandro y de sus sucesores no "desmenuzó y
quebrantó" (Dan 7:4.0) y no holló con terrible violencia los reinos de muchas naciones, es
manifestar una torpeza asombrosa para leer los hechos de la historia. El poder greco
macedónico quebrantó las antiguas civilizaciones y despedazó y holló los varios
elementos de las monarquías asiáticas más completamente que lo que nunca antes se
hubiese hecho. Roma nunca tuvo semejante triunfo en el Oriente y, en realidad, ningún
gran poder mundial asiático, comparable en magnitud y potencia al de Alejandro, jamás
sucedió al suyo. Si conservamos in mente esta completa derrota y destrucción de las más
antiguas dinastías por Alejandro y luego observamos lo que parece especialmente haber
afectado a Daniel, a saber, la ira y violencia del "cuernito", y notamos cómo, en diversas
formas, este perseguidor duro e implacable, resalta en este libro (caps. VIII y IX) podemos
decir con seguridad que las conquistas de Alejandro el Grande y la furia blasfema de
Antíoco Epifanio, en su violencia contra el pueblo escogido, cumplieron ampliamente las
profecías del cuarto reino.
(3) Preténdese también que la teoría romana está favorecida por la declaración, en
el cap. 2:44, de que el reino de Dios se establecería "en los días de estos reyes", pues se
alega que el Imperio Romano dominaba en Palestina cuando Cristo nació, en tanto que
todas las otras grandes monarquías habían desaparecido. Pero, ¿sobre qué base puede
pretenderse, tranquilamente, que "estos reyes" eran reyes romanos? Si decimos que eran
reyes denotados por los dedos de los pies de la imagen, por cuanto la piedra hirió a la
imagen en los pies (2:34) nos envolvemos en grave confusión. El Cristo apareció cuando
Roma se hallaba en el apogeo de su poder y de su gloria. Fue trescientos años más tarde
que el Imperio se dividió y aún mucho más tarde cuando fue roto en pedazos y hecho
desaparecer. Pero la piedra no hirió las piernas de hierro sino los pies que eran, en parte
de hierro y en parte de barro cocido (2:33-34) ). Cuando, pues, se arguye que el poder
greco macedónico había caído antes que el Cristo naciera, puede, por otra parte,
replicarse con mayor fuerza que un tiempo mucho mayor transcurrió después de la venida
de Cristo antes que el poder romano se rompiera en pedazos.
El otro argumento, a saber, que en el cap. 8:20, el carnero de dos cuernos denota "los
reyes de Media y de Persia", se supone muy correctamente que indica que Daniel mismo
reconocía a los medas y persas como constituyendo una monarquía. Pero este
argumento se hace a un lado por el hecho de que la posición del profeta en el capítulo VIII
es Susan, (v. 2) residencia real y capital de la más moderna monarquía medo persa
(Nehem. 1:1; Esther 1:2). La posición de 1.a visión es, manifiestamente, en el último
período del dominio persa y largo tiempo después que el poder de los medas en Babilonia
había dejado de existir. El libro de Esther, escrito durante este período más moderno, usa
la expresión "Persia y Media" (Esther 1:3, 14-, 18, 19) implicando que entonces Persia
tenía la supremacía. Los hechos, pues, según Daniel, son que una potencia mundial
sucedió a la de Babilonia pero que, bajo Ciro el persa, subsecuentemente, perdió su
primitiva precedencia y Media se consolidó enteramente con Persia en el grandioso
imperio conocido en la historia como el medo persa.
Con esta opinión armonizan prontamente todas las profecías de Daniel. Según el
cap. 2:39, el segundo reino era inferior al de Nabucodonosor y en el cap. 7:5, se lo
representa por un oso levantado sobre un lado y con tres costillas entre sus dientes. No
tiene mayor importancia en la explicación dada por el profeta y nada podía simbolizar con
mayor propiedad el dominio medo en Babilonia que la imagen de un oso indolente,
usurpador, y devorando lo que tiene pero sin alcanzar más que a tres costillas, aunque
llamado a voces a "levantarse y tragar mucha carne". Ninguna ingenuidad de los críticos
ha podido jamás hacer encuadrar estas representaciones del segundo reino con los
hechos de la monarquía medo persa. Excepto en esplendor de oro, esta última no era
inferior, en ningún sentido, a la babilónica, pues su dominio era en todo sentido más
amplio y más poderoso. Estaba bien representado por el veloz leopardo con las cuatro
alas y cuatro cabezas que, como el tercer reino de metal, adquirió amplio dominio sobre
toda la tierra (Comp. 2:39 y 7:6), pero no por el indolente oso, medio echado, que
meramente mantiene agarradas y sostiene las tres costillas pero no parece dispuesto a
levantarse y buscar más presa.
Pero esta segunda teoría es incapaz de mostrar ninguna razón suficiente para
dividir el dominio de Alejandro y sus sucesores en dos distintas monarquías. Según toda
analogía e implicación correctas la bestia, con sus diez cuernos y un cuernito del cap. VII,
y el macho cabrío con su gran cuerno y los cuatro subsiguientes y el cuernito que surgió
de uno de éstos, tal como se nos presenta en el capítulo 8:8-9, 21, 23, todos representan
un solo poder mundial. Desde el punto de visión de Daniel éstos no podían ser separados
como el dominio medo en Babilonia estaba separado del caldeo, por un lado y del más
moderno modo persa, por el otro. Sería una indiscutible confusión de símbolos el hacer
que los cuernos de una bestia representen un reino distinto del denotado por la bestia
misma. Los dos cuernos del carnero medo-persa no han de ser entendidos así, porque los
elementos modo y persa están, según el cap. 8:20, simbolizados por todo el cuerpo, no
exclusivamente por los cuernos, del carnero; y la visión del profeta es desde una posición
donde las potencias medo y persa se han consolidado completamente en un imperio. Si
en el cap. 8:8-9 consideramos al macho cabrío y su primer cuerno como denotando una
potencia mundial; y los cuatro cuernos subsiguientes, otra potencia mundial distinta la
analogía exige que también los diez cuernos de la cuarta bestia (7: 7-8, 24) denoten un
reino distinto del de la bestia misma. Además, ¡qué confusión de símbolos se introduciría
en estas visiones paralelas si hacemos que un leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas,
en una visión, (7: 6) corresponda con el de un cuerno de un macho cabrío en otra y la
terrible bestia del cap. 7: 7, -cuernos y todo-, corresponder meramente con los cuernos
del macho cabrío!
Desde todo punto de vista, pues, estamos obligados por nuestros principios
hermenéuticos a sostener aquella opinión de las cuatro bestias simbólicas de Daniel que
las hace representar, respectivamente, la dominación babilónica, la medo, la medo persa
y la griega, del Asia Occidental. Pero el "Anciano de días" (7: 9-12) las trajo a juicio y quitó
su dominio antes de entronizar al Hijo del hombre en su reino perenne. El juicio final está
representado como un gran tribunal, se abren los libros e innumerables millares
responden al llamado del Juez. A la bestia blasfema se la mata, su cuerpo es destruido y
entregado a llamas consumidoras y su dominio es arrancado de ella y consumido por una
destrucción gradual (vs. 10, 11, 26).
La profecía de las setenta semanas (Dan 9:24-27) suministra una notable luz
colateral a las otras revelaciones de este libro. Fue una comunicación especial al profeta
en respuesta a su intercesión por Jerusalén "el santo monte" "tu santuario" "tu cuidad" Y
"tu pueblo" (vs. 16, 17, 19), y por consiguiente, era de presumirse que contuviera alguna
revelación del propósito de Dios respecto a la ciudad y el santuario que, en esa época,
había estado desolado durante unos setenta años.
De modo que el estudio comparativo de las cinco grandes profecías del libro de
Daniel, revela una armonía de objeto y de líneas generales, una consistencia externa y un
concepto profundo del reino y de la gloria de Dios. Estos hechos no sólo ilustran los
métodos de los apocalípticos sino que también confirman el derecho de este libro a
ocupar un lugar superior entre las revelaciones bíblicas.
EL APOCALÍPSIS DE JUAN
El escritor dirige el libro de esta profecía a las iglesias de siete ciudades bien
conocidas en el Asia occidental y declara, explícitamente, en los primeros versículos que
su revelación es acerca de "cosas que deben suceder presto". Al final, (22:12-20) el Alfa y
Omega, quien en persona testifica todas estas cosas y manifiestamente se propone dar
énfasis a la idea de su inminencia, dice:
Debe observarse que el Apocalipsis de Juan, en su arreglo artificial y sus toques
finales, es la más perfecta de todas las profecías. Su trazado y la correlación de sus
varias partes manifiestan que sus imágenes fueron muy cuidadosamente escogidas; y, sin
embargo, apenas hay en ella una figura o símbolo que no esté tomada del A. Testamento.
Especialmente se ha hecho uso de los libros de Daniel, Ezequiel y Zacarías. Se destaca
el número siete, —siete espíritus, siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete
cabezas, siete ojos, siete cuernos, siete plagas. Los números tres, cuatro, diez y doce,
también se emplean en forma significativa; y donde se usan tan frecuentemente los
números simbólicos, debemos vacilar, al menos, antes de insistir en el significado literal
de ningún número especial. En vista de lo dicho debemos, en la interpretación de este
libro, referirnos constantemente a las profecías análogas del A. Testamento.
Habiendo anunciado su gran tema, el escritor procede a dejar constancia escrita
de su visión del Alfa y la Omega, el primero y el último, —expresión tomada de Isaías
41:4; 44:6; 48:12. La descripción del Hijo del hombre aparece principalmente en el
lenguaje con que Daniel describe al Anciano de días (Dan 7:9) y el Hijo del hombre (10:5-
6), pero también se apropia expresiones de otros profetas (Isaías 11:4; 49:2; Ezeq. 1:26,
28; 43:2). Los siete candeleros nos recuerdan el candelabro de oro de Zacarías, con sus
siete lámparas (Zac. 4:2). El significado de los símbolos es dado por el Señor mismo y el
conjunto forma una conmovedora introducción a las siete epístolas. Estas epístolas,
aunque escritas en una forma muy regular y artificial, están llenas de alusiones
individuales y demuestran que había persecución de los fieles y que se acercaba una
solemne crisis. Las varias características de las siete iglesias pueden ser típicas de fases
variantes de la vida y el carácter eclesiástico de épocas posteriores, pero no obstante eso,
son descripciones claras de hechos que entonces existían. La mención de los nicolaitas
(2:6) el fiel mártir Antipas (2:13) y la perversa profetisa Jezabel (2:20) demuestra que las
epístolas se ocupan de personas y acontecimientos que eran de actualidad cuando
aquellas se escribieron, aunque los nombres usados probablemente son simbólicos. Las
amonestaciones, consejos y estímulos dados a aquellas iglesias corresponden, en
sustancia, con los dados por el Señor a sus discípulos en Mat. XXIV. Los amonestó contra
falsos profetas, les dijo que les sobrevendrían tribulaciones y que algunos sufrirían muerte
y que el amor de muchos se enfriaría, pero que quien perseverase hasta el fin sería salvo.
No hay que suponer que a esta distancia de tiempo podamos sentir la fuerza de las
alusiones personales de estas epístolas tan bien como las sentirían aquellos a quienes
fueron dirigidas originalmente.
La profecía de los siete sellos se abre con una hermosa visión del trono de Dios
(cap. IV) y sus símbolos son tomados de las correspondientes visiones de Isaías 6:1-4 y
Ez. 1:4-28. Luego aparece a la diestra de Aquél que está sentado en el trono un libro con
cierre sellado con siete sellos (5:1). El León de Judá, la Raíz de David, es el único que
puede abrir ese libro y ese se revela como "un Cordero, como inmolado, que tenía siete
cuernos y siete ojos". Su posición era "en medio del trono" (v. 6). Los ojos y cuernos,
símbolos de la protección de sabiduría y potencia, la apariencia de un cordero matado,
expresiva de todo el misterio de la redención y la posición en el trono (que en el capítulo
22:1, se llama "trono de Dios y del Cordero". (Comp. 3:21) sugerente de autoridad
celestial, —todo tiende a preconizar al Cristo como el gran Revelador de los misterios
divinos. Los cuatro primeros sellos corresponden, virtualmente, a los símbolos de Za-
carías 6:2, 3 y representan dispensaciones de conquistas, derramamientos de sangre,
hambre y grande mortandad. Estos juicios en rápida sucesión y entremezclados,
corresponden notablemente con las predicciones de nuestro Señor acerca de guerras y
rumores de guerras, el caer a filo de espada, las hambres, pestilencias, terrores, días de
venganza y horrores inauditos. Las páginas de Josefo, descriptivas de los horrores sin
paralelo que culminaron en la completa ruma de Jerusalén, suministran amplio comentario
a estos símbolos y a las palabras del Señor.
El quinto sello es una escena de martirio, —la sangre de almas que claman desde
abajo del altar, donde habían sido muertas por amor a la Palabra de Dios (6:9-10). Esto
corresponde con el anuncio del Señor de que sus adeptos habían de sufrir muerte (Mat.
24:9; Lúc. 21:16). Las vestiduras blancas y el consuelo dado a los mártires responde a la
promesa de Jesús de que en paciencia poseerían sus almas (Lúc. 21:19) y de que
"cualquiera que perdiere la vida por causa mía o del Evangelio, la salvará" (Marcos 8:35).
Pero estas almas sólo esperan durante "un poco de tiempo" (v. 11), de acuerdo con la
declaración de Jesús de que "toda la sangre de mártires derramada desde la época de
Abel sería visitada con venganza sobre aquella generación, aun sobre Jerusalén, la
asesina de profetas (Mat. 23:34-38). Y después, para mostrar cuan prestamente viene la
retribución, como el "luego, después de la aflicción de aquellos días" de Mat. 24:29, se
abre el sexto sello y éste exhibe los horrores del fin (vs. 12-17). No hay para que
detenernos a mostrar de qué manera los símbolos de este sello corresponde con el
lenguaje de Jesús y otros profetas cuando describen el día grande y terrible del Señor.
Pero debe notarse que antes de la realización de este juicio, los escogidos de Dios son
sellados y aparecen dos multitudes, los escogidos de las doce tribus (la iglesia Cristiano-
judaica, —la circuncisión) y una muchedumbre innumerable de todas las naciones y
lenguas (la Iglesia Gentil, —la incircuncisión) que habían lavado sus vestiduras en la
sangre del Cordero (capítulo VID. Esta es la reproducción apocalíptica de las palabras de
Jesús: "Enviará sus ángeles con gran voz de trompeta y juntarán sus escogidos, de los
cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro". (Mat. 24:31).
La apertura del sexto sello nos trajo a la orilla misma del abismo y pensaríamos,
naturalmente, que el séptimo nos introduciría a la consumación final, pero introduce la
visión de las siete trompetas que atraviesa una parte del mismo campo y terriblemente
describe los signos, prodigios y horrores indicados por los símbolos del sexto sello. Estos
ayees de las trompetas entendemos ser una representación muy prolija de las espantosas
vistas y grandes señales del cielo de qué habló Jesús, la abominación de la desolación,
Jerusalén rodeada de ejércitos, "señales en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra
angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las ondas; secándose los
hombres a causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán a la redondez
de la tierra". (Lúc 21:25-26). Por consiguiente, los ayees de las cuatro primeras trompetas
caen, respectivamente, sobre la tierra, el mar, los ríos, las fuentes y las luces del cielo; y
sus imágenes son tomadas del relato de las plagas de Egipto y de otras partes del A.
Testamento. Estas plagas no lo arruinan todo sino que, como los símbolos de Ezequiel,
(Ez. 5:2) cada una destruye un tercio.
Las últimas tres trompetas son señales de peores ayees (8:1.3). Las
atormentadoras langostas del abismo, introducidas por la quinta trompeta, toman la forma
de un ejército en movimiento, a la manera de la descripción de Joel (Joel 2:1-11) y se les
permite atormentar a quienes no tienen el sello de Dios sobre sí. Pueden, apropiada-
mente, denotar los espíritus inmundos de los demonios, a quienes se permitiera
presentarse en esos tiempos de venganza y posesionarse de los hombres y atormentar a
los que se habían entregado a la práctica de toda perversidad. Describiendo la excesiva
impiedad de los líderes judíos, Josefo hace la siguiente observación: "Desde el principio
del mundo, ninguna época engendró una generación más fructífera que ésta, en
iniquidad". "Supongo que si los romanos hubiesen demorado más en venir contra estos
villanos la ciudad, o hubiese sido tragada por la tierra o sepultada bajo avenidas de
aguas, o, si no, destruida por los rayos, como Sodoma; porque había producido una
generación más atea que aquellos que sufrieron tales castigos, pues por su locura fue que
todo el pueblo llegó a ser destruido". (Guerras lib. V) ¿No se ofrecería algún hecho como
éste a la mente del Señor, cuando habló del espíritu inmundo que tomó otros siete peores
que él y volvió y penetró en la casa de donde había sido arrojado? "Así, -dijo él-,
acontecerá a esta generación mala" (Mat. 12:43-45).
La sexta trompeta es la señal para desatar los ejércitos "atados en el gran río
Éufrates" (9:14). Todos los nombres propios de este libro parecen ser simbólicos. Así lo
entendemos de Sodoma y Egipto (11:8), Miguel (12: 7 ), Sión (14:1), Armagedón (16:16 ),
Babilonia (17:5) y la Nueva Jerusalén (21:2). Sería contrario a todas estas analogías el
entender el nombre Éufrates (en 9:14 y 16: 12) en sentido literal. En el cap. 17:1 se
representa la Babilonia mística como sentada sobre muchas aguas y en el v. 15 se
explica que estas aguas simbolizan pueblos, multitudes y naciones y lenguas. ¿Qué cosa
más natural, entonces, explicando este símbolo, que entender lo de los numerosísimos
ejércitos que, a su debido tiempo, vinieron acompañados por su fama de proezas y de
terror, rodearon a la capital judía y estrecharon el sitio furiosamente hasta el terrible fin? El
ejército romano estaba compuesto por soldados de muchas naciones y encuadra
perfectamente con la abominación de desolación de que habló nuestro Señor (Mat. 24:15
y Luc. 21:20).
Con esta revelación, que forma un episodio entre la sexta trompeta y la séptima,
estamos más plenamente preparados para sentir la tremenda significación de la última
trompeta. En esa hora interminable de la sexta trompeta, pausa espantosa precediendo a
la catástrofe final-, "hubo un gran terremoto y cayó la décima parte de la ciudad". No sería
difícil citar de las páginas de Josefo un cumplimiento casi literal de estas palabras. Las
imágenes aluden a la caída de Jericó señalada por trompetas. Enseguida y "presto"
(11:14) suena la última trompeta y grandes voces en el cielo dicen: "Los reinos del mundo
han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo y reinará para siempre jamás" (v. 15).
Terminó el ciclo antiguo; ha comenzado el nuevo y las huestes celestiales entonan un
cántico triunfal. La sangre de las almas que clamaban desde abajo del altar ha sido ven-
gada (6:10) y aquellos profetas y santos reciben su galardón (11:18). Desaparece el
antiguo templo y el templo de Dios, que se halla en el cielo, se abre, viéndose dentro de él
el arca del pacto (v. 19), ¡tanto tiempo perdida! en adelante accesible a todos los lavados
en la sangre del Cordero.
Por la mujer, en el cap. 12:1, entendemos la iglesia apostólica; el hijo varón (v.5)
representa a sus hijos, los adherentes. y fieles adeptos del Evangelio. Las imágenes se
han tomado de Isaías 66:7-8. Estos son los hijos de "la Jerusalén de arriba", a la cual
Pablo titula "madre de todos nosotros" (Gal 4:26). La declaración de que este niño había
de regir a las naciones con vara de hierro y ser arrebatado al trono de Dios, ha inducido a
muchos a suponer que representa a Cristo, pero el lenguaje de la promesa a la iglesia de
Tiatira (Apoc. 2:27) y la visión de los mártires que viven y reinan con Cristo mil años
(20:4-6) demuestran que los fieles mártires de Cristo, cuya sangre fue la semilla de lo.
Iglesia, están asociados a él en la autoridad y administración de su gobierno mesiánico. El
dragón es la antigua Serpiente, el Diablo, y lo de estar listo para devorar al niño tan pronto
como naciese es una imagen tomada de la conducta de Faraón para con los varoncitos
de Israel (Ex 1:16). Miguel y sus ángeles no son más que nombres simbólicos de Cristo y
sus apóstoles. La guerra en el cielo tenía lugar en el mismo elemento en que apareció la
mujer y el acto de arrojar fuera los demonios, ejecutado por Cristo y sus apóstoles, fue la
realidad hacia la cual estos símbolos señalaban (Comp. Luc. 10:18; Juan 12:31) . Los
conflictos espirituales del cristiano son de análogo carácter. (Comp. Efes. 6:12). La huída
de la mujer al desierto fue el esparcimiento de la Iglesia a causa de las amargas
persecuciones (Comp. Act. 8:1) pero especialmente aquella huída de Judea que el Señor
había autorizado cuando sus discípulos viesen las señales del fin (Mat. 24:16; Luc. 21:21).
Derribado de los lugares celestiales, el dragón se paró sobre la arena del mar y
luego revelose en una fiera la cual se ve subir del mar (13:1) y que combinan en sí los
aspectos de leopardo, de oso y de león, las primeras tres bestias de la visión de Daniel
(Dan 7:4-6) y el poder que da el dragón, le comunica toda la malignidad, blasfemia y
violencia perseguidora que caracterizó a la cuarta bestia de Daniel, a la aparición del
cuernito. Entendemos que esta bestia es el Imperio Romano, especialmente como
representado por Nerón, bajo el cual comenzó la guerra judía y por quien la simiente de la
mujer, los santos (Comp. 12:17 y 13:7) fueron terriblemente perseguidos. El fue la
encarnación misma de la maldad, notable revelación del anticristo, y corresponde en todo
aspecto esencial con el hombre de pecado, el hijo de perdición, de quien Pablo escribió a
los tesalonicenses (2 Tes. 2: 3-10) . Al mismo tiempo se ve otra bestia que sube de la
tierra (13:11) teniendo dos cuernos como los de cordero, pero no es más que el satélite, el
"otro yo", y representante de la primera bestia y ejerce su autoridad. Esta segunda bestia
es un símbolo apropiado del gobierno romano en manos de procuradores y si buscamos
el significado de los dos cuernos podemos descubrirlo en los dos procuradores
especialmente distinguidos por su tiranía y opresión, Albinus v Gessius Florus. Es cosa
bien sabida que a los cristianos de este período se les exigió adorar la imagen del
emperador, bajo pena de muerte; y los procuradores eran los agentes del emperador para
poner en vigencia estas medidas. Así, a la segunda bestia, muy apropiadamente se le
llama "el falso profeta" (16:13; 19:20) porque su gran tarea consistía en pervertir los
hombres a una idolatría blasfema. El número místico de la bestia (13:18) estaría,
entonces representado tanto por el griego lateinos, como por el hebreo Káiser Nerón,
letras de valor numérico, en cada caso, del 666) pues la bestia era, a la vez, el reino latino
y su representante y cabeza César Nerón.
Pero en tanto que así se bosquejan las relaciones entre Jerusalén y Roma, la
bestia "que fue y no es y vendrá" (parestai, "estará presente", v. 8), puede simbolizar un
misterio más profundo. No es ello una combinación del león, el leopardo y el oso, ni "sube
del mar", como la bestia del cap. 13:1, sino que es "una bestia vestida de escarlata" y
"sube del abismo". ¿No podría, entonces, con más propiedad, considerárselas como una
manifestación especial del "gran dragón bermejo"? (12:3) Las siete cabezas y diez
cuernos del dragón indican asientos de poder y agentes principescos o de la realeza, por
medio de los cuales el real "ángel del abismo" (9:11) realiza sus satánicos propósitos. No
hemos pues menester de mirar a las siete colinas de Roma, o a diez reyes especiales,
para la solución del misterio de la bestia vestida de escarlata. El lenguaje del ángel
intérprete, aun cuando ostenta explicar el misterio es, manifiestamente, enigmático. Así
corno en el cap. 13:18, se pide a quien tenga entendimiento, que "cuente el número de la
bestia", aquí la clave del misterio de las siete cabezas y diez cuernos constituye, en sí
misma, un misterio! "Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se asienta la
mujer" (v. 9). Esto puede, realmente, referirse literalmente a siete montañas, ora de
Jerusalén, ora de Roma, pues ambas ciudades cubrían siete alturas, pero puede, con
igual probabilidad, referirse, enigmáticamente, a múltiples apoyos o alianzas políticas,
considerados como otros tantos asientos de poder o reinos consolidados, a los que se
llama siete, a causa de arreglos pactados. Las palabras que siguen debieran traducirse:
"Y siete reyes hay", no necesariamente como se acostumbra traducirlas "son siete reyes",
es decir, que las montañas representan siete reyes. No nos ha satisfecho ninguna
solución que hayamos visto del enigma de estos siete reyes; y no osaremos añadir una
más a la legión de pretendidas soluciones existentes. Pero sí nos aventuramos a sugerir
que por la bestia "que fue y no es y ha de venir", puede entenderse, primariamente, a
Satanás mismo, bajo sus distintas y sucesivas manifestaciones en la persona de duros
perseguidores de la Iglesia. Fue por la bestia del abismo que fueron muertos los dos
testigos (11:7; Comp. 20:7). Arrojada por la muerte de un perseguidor imperial, se va al
abismo (Comp. Luc. 8: 31) y, enseguida, resurge de él y se apropia de las blasfemias,
fuerzas y diademas del Imperio para guerrear contra el Cordero y sus fieles adeptos.
Como el Elías que había de venir antes del día grande y notable de Jehová (Mal 4:5),
apareció en la persona de Juan el Bautista (Mat. 11:14) y fue llamado así porque
representaba el espíritu y poder de Elías (Luc. 1:17), así la bestia "que era y no es, es
también el octavo, y es de los siete (del mismo espíritu y poder) y va a perdición" (v. 11).
No es imposible que el rumor muy extendido de que Nerón había de aparecer de nuevo,
surgiese de un mal entendimiento de este enigma, en la misma forma en que algunos
intérpretes modernos aún insisten (véase Alford, sobre Mat. 11:14.) que el Elías real, aún
ha de venir literalmente. Los primitivos milenarios (kiliastés), como sus modernos adeptos,
insistían frecuentemente en la interpretación literal aun de los enigmas.
La caída de Babilonia la grande se halla descrita en vivos colores en los caps. 18:1
a 19:10 y el lenguaje e imágenes son tomados, casi por entero, de los cuadros proféticos
del A. Testamento acera de la caída de la antigua Babilonia y Tiro. La visión es cuádruple:
(1) Primeramente, un ángel proclama la terrible ruina (18:1-3) . Repite las palabras ya
empleadas en el cap. 14:8 pero que fueron usadas, antiguamente, por Isaías (21:9) y
Jeremías (51:8) al predecir la ruina de la capital caldea. (2) Luego oyose otra voz celestial
semejante a las palabras de Jesús en Mat. 24:16 y como la palabra profética que largo
tiempo antes había llamado al pueblo escogido a "huir de en medio de Babilonia y librar
cada uno su alma" (Jer. 51:6; Comp. 50:8; Isaías 48:20; Zac. 2:6-7) y esta llamada va
seguida de una dolorosa endecha por la suerte de la gran ciudad (18:4-20) . Este oráculo
de destrucción debe compararse atentamente con el de Isaías y Jeremías sobre la
antigua Babilonia (Isaías 13:19-22; Jer. L y LI) y con la de Ezequiel acerca de la caída de
Tiro (Ez. XXVI-XXVIII). (3) La violencia de la catástrofe está ilustrada, además, por el
símbolo de un ángel poderoso arrojando una enorme piedra al mar y la consecuente
cesación de toda su anterior actividad y ruido (18: 21-24). (4) Después de estas cosas se
oye en los cielos un himno de victoria, notable contraste con la voz de los arpistas y
cantores de la caída Babilonia, y se advierte a todos los siervos de Dios que se preparen
para la cena de las bodas del Cordero.
A la caída de la gran Babilonia sigue una séptuple visión de la venida y reino de
Cristo (caps. 19:11 a 21:8). Así como Mateo 2:29, "inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días" aparece en el cielo la señal del hombre, así, también,
inmediatamente después de los horrores de la ciudad llena de dolores, el vidente de
Patmos contempla el cielo abierto y al Rey de reyes y Señor de señores que viene a
juzgar las naciones y vengar a sus escogidos. Este gran cuadro apocalíptico contiene: (1)
La manifestación (parousia) del Hijo del hombre en su gloria (19:11-1(i) . (2) La
destrucción de la bestia y del falso profeta con todas sus fuerzas de impiedad (vs. 17-21).
Esta derrota está delineada en notable armonía con la del inicuo, en 2 Tesal. 2:8, "al cual
el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida"; y
los agentes bestiales de Satanás, como los de las visiones de Daniel (Dan 7:11) son
entregados a las llamas. (3) A la destrucción de estas bestias, a las cuales el dragón dio
su poder y autoridad (cap. 13:2, 11, 12), sigue, muy apropiadamente, el encadenamiento
y prisión del antiguo dragón mismo (20: 1-3) . Los símbolos empleados para presentar
todos estos triunfos, seguramente, no hay que entenderlos literalmente como de una
guerra realizada con armas carnales (Comp. 2 Cor. 10:4; Efes. 6:11-17) si no que
expresan vívidamente hechos solemnes asociados para siempre con la consumación de
aquella época, y crisis de épocas, cuando cayó el Judaísmo y el Cristianismo surgió al
mundo. Desde aquel entonces no puede presentarse ningún caso de posesión demoníaca
bien comprobado.
Con ese encierro ele Satanás comienza el milenio, un período largo e indefinido,
como el número simbólico lo manifiesta, pero período de gran extensión par la difusión y
triunfo del Evangelio (vs. 4-6). "La primera resurrección" tiene lugar al principio de este
período y se hace especialmente notable como una resurrección de mártires; bendición
de la cual parece que no todos los muertos parecen haber sido "considerados dignos"
(kataziodentes, Luc. 20:35), pero que Pablo anhelaba alcanzar (Fil. 3:11). Porque está
escrito: "Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda
muerte no tiene potestad en éstos" pues de los tales Cristo dijo: "no pueden, ya, morir
más" (Luc. 20: 36). Además, se sientan en tronos y se colocan en sus manos los juicios
(Comp. Dan 7:22; Mat. 19:28; Luc. 22: 28-30; 1 Cor. 6:2) y son constituidos en sacerdotes
de Dios y de Cristo y reinan con él mil años". Sin embargo, el lenguaje del versículo 4,
indica que otros, además de los mártires, pueden ocupar tronos y ejercer juicios,
juntamente con Cristo (Comp. 2:26-27; 3:21). (Nota del Traductor. El no decirnos el Dr.
Terry cuándo tuvo lugar "la primera resurrección" es prueba de que lo ignora, y esto, a su
vez, es prueba de que no ha acontecido! Con todo respeto a su piedad y admirando su
notable erudición, el traductor hace suya la nota del Editor. Sr, Wesley, que aparece un
poco más atrás. Al mismo tiempo, confiesa que -sin dogmatizar acerca de detalles que no
entiende, pertenece al número de los que están esperando la segunda venida personal
del Señor Jesucristo).
De otras cosas que puedan ocurrir durante el milenio, aquí no se nos dice una sola
palabra; sin embargo, sobre este breve pasaje se ha edificado toda clase de fantasías.
Los milenarios suponen que el milenio tiene que ser un reinado visible de Cristo y sus
santos en la tierra, y a este reinado asocian un concepto lite ralísimo de otras profecías.
Las siguientes palabras de Justino Mártir constituyen una de las primeras expresiones de
esta especie. Dice él: "Yo y otros, que somos cristianos de recto pensar, estamos
persuadidos de que habrá una resurrección de los muertos, y mil años en Jerusalén, la
cual, entonces, será edificada, adornada y agrandada, como lo declaran los profetas
Ezequiel, Isaías y otros... Y, además, hubo con nosotros cierto hombre, cuyo nombre era
Juan, uno de los apóstoles de Cristo, quien profetizó, por una revelación que se le hizo,
que los que creyeran en nuestro Cristo, habitarían mil años en Jerusalén; y que después
de eso la resurrección general, en fin la eterna, y el juicio de todos los hombres, tendrían,
asimismo, lugar" (Dial. con Tripón, LXXX, LXXXI). Habiendo adquirido importancia desde
temprano esta idea ebionita, ha infectado la interpretación apocalíptica con una levadura
perturbadora hasta el día de hoy; y hay poca esperanza de mejor exégesis mientras no
hagamos a un lado toda idea dogmática e intrépidamente aceptamos lo que dicen las
Escrituras.
Nótese la manera cómo esta séptuple visión apocalíptica (cap. 19:11 a 21:8) cubre todo el
campo de la "escatología" (x) Bíblica. (x) No hallamos esta palabra en castellano. Viene
del griego échalos, "lejos" y logos "discurso', y significa la doctrina de las cosas finales, la
muerte, el juicio y acontecimientos relacionados con estas cosas. Él Traductor).
Se bosqueja rápidamente el conjunto, pues los detalles hubiesen sobrepasado el
objeto de "la profecía de este libro" (22:10), que era la de hacer conocer las cosas "que
deben suceder presto" (1: 1-3). Pero a semejanza de la última sección del discurso de
nuestro Señor (Mat. 25:31-46), que introduce cosas que trascienden mucho más allá de
los límites de tiempo de esa profecía, pero que habían de comenzar "cuando el Hijo del
hombre viniera en su gloria", así esta séptuple visión comienza con la "parousia" (19:11) y
bosqueja en breves líneas los grandiosos triunfos y eternos resultados del reinado del
Mesías.
Sólo nos falta notar un gran cuadro apocalíptico más, -la visión de la Nueva
Jerusalén. Como en el cap. 16: 19, bajo la séptima y última plaga, se bosquejó
brevemente la caída de la gran Babilonia (la antigua Jerusalén) y luego, en los capítulos
17 a 19:10, se añadió otra descripción aún más detallada de esa "madre de rameras y de
las abominaciones de la tierra", repasando, nuevamente, muchas de las mismas cosas,
así también aquí, habiendo dado, bajo la última serie de visiones una breve pero vívida
descripción de la Jerusalén celestial (21: 1-8), el escritor apocalíptico, siguiendo su
artístico estilo y hábito de repetición, nos cuenta cómo uno de los mismos siete ángeles
(Comp. 17:1-4 y 21:9-11) le condujo a una montaña elevada dándole una visión más
completa de la Esposa, mujer del Cordero. Esta mujer del Cordero no es otra que la mujer
del cap. 12:1, pero aquí se la revela en una etapa posterior de su historia, después que el
dragón ha sido encerrado en el abismo. Después que la tierra ha sido librada del dragón,
la bestia y el falso profeta, la simiente de la mujer que huyó al desierto, la simiente
arrebatada al trono de Dios, se la ve concebida como "descendiendo del cielo, de Dios", y
todas las cosas son hechas nuevas. El lenguaje y los símbolos usados se toman,
especialmente, de Isaías 45:17 al 46:24 y los últimos capítulos de Ezequiel. El gran
pensamiento es: Babilonia, la sanguinaria ramera, ha caído y aparece la Nueva Jerusalén,
la esposa.
Ya hemos visto que la Biblia tiene sus enigmas, acertijos y dichos obscuros, pero
cuando nos presenta una de esas cosas, el contexto nos lo dice claramente. Suponer,
cuando no existe indicación alguna al respecto, que nos hallamos ante un enigma; o
suponer ante la presencia de declaraciones explícitas que enseñan lo contrario, que
cualquiera profecía especial tenga un doble sentido, un significado primario y otro
secundario, un cumplimiento cercano y otro remoto, son cosas que, forzosamente, tienen
que introducir elementos de incertidumbre y da confusión en la interpretación bíblica.
Semejante a esa debiera ser la vista que los que estudian profecías debieran tener
acerca del futuro al cual la profecía se refiere. Y los ojos de los discípulos, quienes en su
pregunta habían relacionado el fin del templo con el del mundo, quedan en cierta
oscuridad (porque aun no era tiempo de conocer, (v. 36); de aquí que ellos, más tarde,
con entera armonía, imitaran el lenguaje del Señor y declararan que el fin estaba próximo.
Sin embargo, a medida que se avanza, tanto la profecía como la perspectiva
continuamente nos revelan una distancia más y más lejana. En esta forma también
debemos interpretar, no lo claro mediante lo oscuro, sino al revés, y reverenciar en sus
dichos obscuros la sabiduría divina que ve siempre todas las cosas más no las revela
todas a la vez. Después fue revelado que antes del fin del mundo vendría el anticristo; y
nuevamente Pablo unió estas dos cosas íntimamente hasta que el Apocalipsis colocó el
milenio entre ellas. Sobre tales pasajes existe lo que San Antonio acostumbraba llamar
una nubecilla profética. Aún no era tiempo de revelar la serie entera de futuros
acontecimientos, desde la destrucción de Jerusalén hasta el fin mundo".
En verdad puede decirse que una gran parte de la confusión y errores de los
expositores bíblicos ha surgido de ideas equivocadas acerca de la Biblia misma. En la
interpretación de otros libros no aparece semejante confusión y diversidad de opiniones.
Una teoría forzada y contraria a lo natural, acerca de la inspiración divina indudablemente
ha conducido a muchos al hábito de suponer que, por algún motivo, las Escrituras deben
explicarse en forma distinta a otras composiciones. De ahí también la suposición de que
en las revelaciones proféticas Dios nos ha suministrado un bosquejo histórico detallado de
sucesos especiales, siglos antes de que ocurran, de modo que, con toda propiedad,
podemos esperar hallar registrados en los libros proféticos asuntos tales como el
nacimiento del Islamismo, las Guerras de las Rosas y la Revolución Francesa.
Frecuentemente hallamos esta suposición unida a la teoría del doble o triple sentido.
Especialmente la interpretación del Apocalipsis ha sufrido a causa de este error singular.
Hay tal encanto en la fantasía de que en el Nuevo Testamento tenemos una profecía de
los acontecimientos de todos los tiempos venideros, un bosquejo gráfico de la historia de
la Iglesia y del mundo hasta el día del juicio final, que no pocos han cedido al error de
creer que podemos razonablemente registrar este libro místico en busca de cualquier
carácter o acontecimiento que consideremos importante en la historia de la civilización
humana.
Debemos desechar estas falsas suposiciones acerca de la Biblia propiamente dicha así
como del carácter y propósitos de sus profecías. Una investigación racional del objeto y
analogías de las grandes profecías no da asidero a tan extravagantes fantasías como la
de que "todo el Apocalipsis de Juan, desde el capítulo IV hasta el final, no es más que un
desarrollo del tiempo imperfecto (gramatical) de Daniel (x) ("Premilenial Essays of the
Prophetic Conference", p. 362. New York, 1879). Las Escrituras Santas tienen lecciones
para los tiempos. Más de una vez descubrimos que la revelación especial de Dios a un
individuo, una época o una nación, tiene un valor práctico para todos los hombres. No
necesitamos predicciones especiales de Napoleón o de los valdenses o del martirio de
Juan Huss o de la masacre de los Hugonotes para confirmar la fe de la Iglesia o
convencer al infiel; de no ser así, las tendríamos, y esto en forma convincente que no
dejaría lugar a dudas. No puede demostrarse que semejantes predicciones hubiesen
realizado ningún propósito digno que ya no haya sido satisfecho por profecías cumplidas
con sus lecciones prácticas de aplicación universal.
Judas, al parecer, cita del libro pseudo-epigráfico (x) de Enoch 3T también alude a
tradiciones acerca de la caída de los ángeles y a la disputa de Miguel con el Diablo acerca
del cuerpo de Moisés, (Judas 6, 9, 14.). A los magos que se opusieron a Moisés Pablo los
llama "Jannes y Jambres" (2 Tim. 3: 8), nombres transmitidos, probablemente, por
tradición oral. Muchas tradiciones semejantes se abrieron paso a los Tárgum, el Talmud y
la literatura judía apócrifa y pseudo-epigráfico. El hecho dé citar tales obras o de hacer
alusión a ellas, no les da autoridad canónica. Un apóstol u otro escritor bíblico,
dirigiéndose a auditorios familiarizados con tales tradiciones, podía, correctamente,
referirse a ellas con objetos homilético, sin que con esa conducta tuviese la idea de
suponer su veracidad o de declararla. En forma análoga Pablo usa citas de los poetas
griegos Aratus. Menander y Epiménedes (Act. 17:28; I Cor. 15: 33; Tito 1:12). El gran
número de pasajes paralelos, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, es
evidencia de una armonía y relación orgánica de Escritura a Escritura, de un género lo
más notable. Una vez escritos, los oráculos de Dios se convirtieron en tesoro público y
privado de su pueblo. Todo pasaje que se considerase útil para un objeto dado fué usado
por profetas y apóstoles como posesión común. Entendidas estas cosas, hay poco en la
materia o estilo de las citas de las Escrituras en las Escrituras que pueda inquietar al
intérprete. Como ya lo hemos visto, la comparación de pasajes paralelos es un gran
auxilio en la exposición, y algunos pasajes se hacen claros y se llenan de fuerza
únicamente cuando se les lee a la luz do sus paralelos. Las discrepancias que se alegan
entre estas diserta) esos pasajes las trataremos en otro capítulo; aquí sólo tratamos, en
forma especial, de las citas del A. T. en el Nuevo. Como hemos dicho, éstas son tan
numerosas en carácter y en forma que debemos examinar (1) las fuentes de la cita, (2)
las fórmulas y los métodos para la cita, y (3) los propósitos de las varias citas.
I. Hoy se admite generalmente que las fuentes de donde los escritores del N. T.
traen sus citas son, el texto hebreo del A. T. y la versión del mismo, llamada Septuaginta.
Antiguamente algunos sostenían que sólo habían hecho uso de la Septuaginta; otros,
considerando que semejante opinión era poco honorable para las Escrituras hebreas,
sostenían, con la misma vivacidad, que los apóstoles y los evangelistas deben siempre
haber citado del hebreo, y aunque las citas se hallaban en las palabras exactas de la
Septuaginta se creyó que dos traductores podrían haber empleado el mismo lenguaje,
pero un estudio más tranquilo ha relegado esas discusiones a una posición anticuada. Es
un hecho bien conocido que la Septuaginta estaba en uso general entre los hebreos
helenistas. Los escritores del N. T. la siguen en algunos pasajes donde difiere
ampliamente del hebreo. Una comparación crítica de todas las citas del N. T. tomadas del
Antiguo demuestra, sin dejar lugar a dudas, que en la gran mayoría de los casos la
Septuaginta y no el texto hebreo fue la fuente de donde citaron los escritores.
Pero se nota que esos escritores no siguen uniformemente ninguna de las dos
fuentes. La versión Septuaginta de Malaquías 3:1, es una traducción exacta del hebreo,
pero Mateo, Marcos y Lucas armonizan literalmente en una versión que es notablemente
diferente. En pocas palabras: es imposible descubrir regla alguna que explique el motivo
de todas las variantes entre las citas y los textos Hebreo y Septuaginta. A veces la
variante es un mero cambio de persona, número o tiempo; a veces consiste en una
transposición de palabras; otras veces en la omisión o adición de palabras. En muchos
casos sólo se da el sentido general y frecuentemente la cita no es más que una alusión o
referencia, no una cita formal. En vista de todos estos hechos, parece mejor entender que
los escritores sagrados no siguieron ningún método uniforme al citar las antiguas
Escrituras. Ambos textos, el hebreo y la Septuaginta les eran familiares, pero la exactitud
textual no tenía peso especial para ellos. Desde la niñez se les había enseñado, pública y
privadamente, el contenido de las Escrituras (2 Tim. 3:15) y estaban acostumbrados a
citarlos en conversaciones familiares sin tratar de hacerlo con exactitud verbal. Con ellos,
como pasa entre nosotros, una cita incorrecta podía generalizarse en labios del pueblo y
aunque muchos supieran que difería del texto verdadero podía, para todo objeto práctico,
considerársele suficientemente correcta. ¡Cuán pocos hoy recitan el Padre Nuestro con
exactitud! De la misma manera, sin duda, los escritores sagrados, en muchos casos,
hicieron uso de las Escrituras sin cuidarse de confrontar la cita con la letra exacta del
texto Hebreo o de la común versión Septuaginta. Probablemente, en la mayoría de los
casos, citaron de memoria guardándoles el Espíritu Santo de errores vitales (Juan 14:26>.
La idea de que la inspiración divina necesariamente obliga a que haya uniformidad verbal
entre los sagrados escritores es una suposición innecesaria e insostenible. La variedad
marcó tanto las porciones como las relaciones sucesivas de Dios (Hebr. 1:1).
II. Las fórmulas introductorias mediante las cuales se introducen las citas del A. T.
son muchas y variadas y algunos las han considerado como una especie de índice o
clave dirigida al objeto particular de cada cita, pero hallamos distintas fórmulas empleadas
por distintos escritores para introducir un mismo pasaje, así que no podemos suponer que
en todos los casos la fórmula usada vaya a dirigirnos al objeto especial de la cita. Las
fórmulas más comunes son: "Está escrito", "Así está escrito", "Según lo que está escrito",
"La Escritura dice", "Fue dicho", "Según lo que está dicho", pero también se usan muchas
otras. Los escritores rabínicos usan las mismas fórmulas. En ocasiones se menciona el
lugar de donde se toma la cita, como en Marc. 12:26; Act. 13:33 y Rom. 11:2; pero con
mayor frecuencia sólo se menciona a Moisés, la Ley, Isaías, Jeremías o algún otro
profeta, como escribiendo o diciendo lo que se cita; se presume que las personas a
quienes se dirigían estaban tan familiarizadas con los escritos sagrados que no
necesitaban referencias más minuciosas.
"Además de las citas introducidas por estas fórmulas, hay un número considerable
esparcidas en los escritos de los apóstoles, insertadas en la estructura de sus propios
pensamientos y observaciones sin anuncio alguno de que se esté citando a alguien. Al
lector poco observador, los pasajes así citados le parecen formar parte de las propias
palabras del escritor apostólico y es sólo mediante un conocimiento profundo del A. T. y
una cuidadosa comparación de él con el Nuevo como se descubren esas citas. Y tanto
menos se notan estas citas cuanto que nuestra versión (la castellana, lo mismo que la
inglesa) está tomada directamente del original hebreo, en tanto que los apóstoles,
siguiendo la versión Septuaginta, (griega) a veces no dejan rastro quo el lector vulgar
pueda discernir. Por ej. 2 Cor. 8:21 es una cita de Proverbios 34, en ley Septuaginta. De
la misma manera 1 Pedro 4.:1 8 es cita, palabra por palabra, de Proverbios 11:31 en la
misma Versión griega.
No parece existir razón suficiente para sostener que la referencia a un libro del A.
T. por el nombre de la persona que se supone ser el autor, comprometa a la persona que
así lo cita en el N. T. en un juicio autorizado respecto a la autenticidad y genuinidad del
libro. Tal indiferencia es innecesaria, salvo en el caso de que el objeto de la referencia
haya sido el de expresar un juicio sobre el particular. Si se puede demostrar, mediante
una exégesis sana, que la manera de citar, o el empleo hecho de la cita misma envuelve,
necesariamente, una opinión personal del escritor, o del que habla, acerca de la autoridad
del pasaje, entonces, naturalmente, el carácter de la cita misma determina el asunto. Pero
la mera alusión a un libro bien conocido, o la mención de su supuesto autor de acuerdo
con las opiniones corrientes de la época, evidentemente no pueden tomarse como una
afirmación ni como una negación de la corrección de la opinión corriente.
Existe una fórmula peculiar a Mateo y Juan que merece algo más que una
mención pasajera. Ocurre primeramente en Mat. 1:22: "Todo esto aconteció para que se
cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta". Esto es en su forma más
completa. En otras partes es sólo ina ple rodé, para que se cumpliese (Mat. 2:15; 4:14;
21:4; Juan 12:38; 13:18; 15:25; 17:12; 18:9, 32; 19:24, 36) pero en el Evangelio de Juan
estas palabras varían en su conexión, como "para que se cumpliera la palabra de Isaías",
"para que se cumpla la Escritura", "para que se cumpliese el dicho de Jesús". A veces
está escrito opos ple rodé (Mat. 2:23; 8:17; 12:17) y ocasionalmente, tote eplerode,
entonces fue cumplido. El gran asunto con los intérpretes ha sido el determinar la fuerza
de la conjunción ina (y opos) en estas fórmulas. ¿Es "télica" esa conjunción, es decir,
expresiva de causa final, propósito o designio? ¿O es "ecbática", vale decir que
meramente, denota la consecuencia, el resultado de algo? Si la conjunción es "télica"
debe traducirse "a fin de que"; si es "ecbática", su traducción es "de modo que".
No hay por qué negar que en algunos pasajes la traducción "ecbática" de ina
puede presentar más claramente el sentido del autor. Debe concederse a la partícula,
cierta medida de su original significado "télico" y, no obstante eso, concebirse la causa
final como un resultado cumplido o alcanzado más bien que como un objetivo que sea
menester alcanzar. La posición de Ellicott puede aceptarse como muy sana y
satisfactoria: "Los usos de ina en el N. T., parecen ser tres (1) Final, o sea, indicativo del
fin, propósito u objeto de la acción, significado principal, que nunca debe abandonarse, a
no ser en el caso de contra-argumentos irrefutables. (2) Sub-final en ocasiones,
especialmente después de verbos que expresan ruegos (no de los que expresan
órdenes), estando el sujeto de la oración mezclado con ella, y hasta, en algunos casos,
obscureciendo el propósito de hacerla.
Pero cuando las palabras ina ple rodé se usan en conexión con el cumplimiento de
profecías, no debemos vacilar en aceptar la fuerza "télica" de ina. Las Escrituras mismas
reconocen una especie de necesidad divina del cumplimiento de toda predicción o tipo
acerca del Cristo. Como era necesario (edei) que el Cristo padeciera (Luc. 24:26), así,
Cristo mismo dice: "era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas
de mí en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos" (Luc. 24: 44; comp. el edei
pleurodinia de Act. 1:16) . La objeción de que sea absurdo el suponer que todas estas
cosas acontecieron meramente para que se cumpliesen profecías está basada en una
noción errónea y una mala representación acerca del evangelista. La declaración de que
se realizara este especial propósito divino no implica que eso era lo único que se
realizaba. Dice Whedon: "Todas estas cosas ocurrieron en orden a que, entre otros
propósitos, se cumpliese aquella profecía, tanto como el cumplimiento de aquella
profecía, era, al mismo tiempo, la realización de la encarnación del Salvador y la
verificación de la predicción divina. No hay en todo esto nada de predestinación fatalista.
Dios predice lo que prevé que los hombres van a hacer y luego los hombres, a su vez, en
uso de su albedrío, haciendo esas cosas, realizan lo que Dios previó, verificando
inconscientemente la verdad divina. Además, no hay fatalismo en suponer que Dios tiene
planes grandiosos los que, con sabiduría infinita, lleva a cabo mediante la voluntad de los
hombres, voluntad libre, expedita, pero prevista por él. Tal es su inconcebible sabiduría
que le es posible colocar dentro de un sistema de prueba lleno de libertad a agentes libres
que en cualquier dirección que se muevan dentro de su albedrío no harán más que
prosperar los grandes planes genéricos de su Creador y verificar su presciencia. De
manera que, en un sentido correcto, puede ser cierto que todas estas cosas sean hechas
por agentes libres en orden a un fin tan deseable como el de cumplir lo previsto por Dios".
El pasaje en Mat. 2:15 ha sido considerado por muchos como un ejemplo seguro
del uso "embatico" de ina. Allí está escrito que José se levantó y tomando al niño y a su
madre, de noche, huyó a Egipto y permaneció allí hasta la muerte de Herodes, "para que
se cumpliese Una ple rodé, en orden a) lo que fue dicho por el Señor, por el profeta que
dijo: De Egipto llamé a mi hijo". La cita es una traducción literal de Oseas 11:1, y el profeta
se refería a Israel. El verso completo dice así: "Cuando Israel era muchacho, yo lo amé y
de Egipto llamé a mi hijo". En esto alguien querría ver un doble sentido en la profecía y
otros un texto del A. T. acomodado a un uso neotestamentario, pero la verdadera
interpretación de este pasaje reconocerá el carácter típico de Israel como "primogénito de
Dios", pensamiento familiar en el A. T. (Véase Éxodo 4: 22; Jer. 31:9; comp. Isaías 49: 3) .
Reconociendo este carácter típico de Israel como hijo primogénito de Dios, el evangelista
vio claramente que el antiguo éxodo de Israel, de Egipto, fue un tipo de este
acontecimiento en la vida del Hijo de Dios, en su niñez. Entre los otros propósitos (y, sin
duda, hubo muchos) que fueron servidos por esta ida a Egipto, y la salida de allí, estaba
el cumplimiento de la profecía de Oseas. Este cumplimiento de acontecimientos típicos,
como ya lo hemos demostrado, no autoriza la creencia de un doble sentido en las
profecías. Las palabras de Oseas 11:1 no tienen más que un solo significado, y anuncia
en forma práctica un hecho de la historia antigua de Israel. Aquel hecho era un tipo que se
cumplió en el acontecimiento registrado en el capítulo II de Mateo, pero el lenguaje del
profeta no tuvo cumplimiento previo, pues no era una predicción sino una mera alusión a
un hecho ocurrido seiscientos arios antes que naciera Oseas.
III. Nos falta notar los propósitos con que cualquiera de los escritores sagrados
citaron las antiguas Escrituras o se refirieron a ellas. La atención a este punto será una
ayuda importante que nos capacite para entender y apreciar los varios usos de los
escritos santos.
2. Otras citas están hechas con el objeto de establecer una doctrina. Así, Pablo, en
Rom. 3:9-19, cita las Escrituras para demostrar la depravación universal del hombre; y en
Rom. 4:3, cita el registro de la fe que Abraham tuvo en Dios, para demostrar que el
pecador es justificado por la fe y no por obras, y que la fe le es imputada por justicia. Esta
manera de usar el A. T. demuestra que para los apóstoles y sus lectores las
declaraciones del libro eran concluyentes: lo que allí estaba escrito o lo que pudiera
confirmarse por medio de él, era inapelable y debía aceptarse como revelación divina.
Por cuanto los escritores del N. Testamento se apropian muchos pasajes del A. T.
para usarlos como ilustración o por vía de aplicación especial, muchos han sostenido que
todas las citas traídas del A. T., aun las profecías mesiánicas, han sido aplicadas en el
Nuevo Testamento en un sentido que difiere, más o menos ampliamente, de su
significado original. Tal ha sido la posición asumida especialmente por muchos
racionalistas de Alemania, y algunos han llegado hasta a enseñar que nuestro Señor se
acomodó a las preocupaciones de su época y pueblo. Nos dicen que el uso que él hizo de
las Escrituras era la naturaleza del argumento y la apelación ad hominem; y hasta que sus
palabras tocantes a la expulsión de demonios, así como otros asuntos de creencias
judías, no era más que una transacción con los errores y supersticiones del vulgo.
Semejante teoría de acomodamiento debe ser repudiada por todo exegeta sobrio y
reflexivo. Con ello se enseña, virtualmente, que Cristo propagaba falsedades y acusaría a
cada escritor del N. T. de una especie de ilusión, dolo mental y religioso. En realidad, el
divino Maestro, como todo maestro sabio, acomodó o adaptó .sus enseñanzas a la
capacidad de sus oyentes; es decir, condescendió a colocarse él en el plano de la
ignorancia o escaso conocimiento de ellos. Hablaba de manera que aun el vulgo pudiera
entender y, entendiendo, creer y ser salvos, pero declaraba que en aquellos que no tenían
disposición para investigar y poner a prueba su verdad, las palabras de Isaías (6: 9-10 )
recibían una nueva aplicación y un cumplimiento muy significativo (Mat. 13:14-15) y esto
era estrictamente cierto. Las palabras de Isaías fueron, originariamente, dirigidas a los
corazones aletargados y ciegos del Israel de otra época. Ezequiel las repitió con igual
propiedad acerca del Israel de una generación posterior (Ezeq. 12:2) y nuestro Señor las
citó aplicándolas al Israel de su día, como una de esas Escrituras Homilética que se
cumplen una y otra vez en la historia humana cuando las facultades de percepción
espiritual se embotan perversamente para con las verdades de Dios. La profecía en
cuestión no era la predicción de un acontecimiento especial sino un oráculo de Dios, de
líneas generales y de naturaleza tal que lo hacía susceptible de repetidos cumplimientos.
Por eso tales profecías no suministran dobles sentidos. El sentido, en cada caso, es
simple y directo, pero el lenguaje es susceptible de varias y aun de múltiples aplicaciones.
Y aquí observamos un sentido correcto en el que las palabras bíblicas pueden
acomodarse a ocasiones y objetos particulares. La hallamos en los múltiples usos y
aplicaciones de los cuales son susceptibles las palabras de divina inspiración.
Una gran parte de las discrepancias son atribuibles a una o más de las siguientes
causas: a). Errores de copistas de manuscritos. b) Variedad de nombres aplicados a una
misma persona o lugar. c). Distintos métodos, en diversos escritores, de calcular ciertas
extensiones de tiempo o las estaciones del año. d). Diversas posiciones históricas o
locales, ocupadas por diversos escritores. e). El objeto especial y plan de cada libro
particular.
A veces la omisión de una letra o de una palabra, cosa que pudo ocurrir antes que
existiera la imprenta, ocasiona una dificultad que hoy no hay modo de remediar sino
mediante conjeturas.
Es muy notorio que las alianzas matrimoniales entre las tribus, así como los
asuntos de derecho legal a las herencias, afectaban la posición genealógica de las
personas. Así, en Números 32:40-41 se nos dice que Moisés dio la tierra de Galaad a
Machí, hijo de Manasés, y que también "Gair, hijo de Manasés, fue y tomó sus aldeas y
púsoles por nombre Havothjair" (Comp. 1 Rey. 4:13). Esta herencia, pues, pertenecía a la
tribu de Manasés; pero una comparación con 1 Cron. 2:21-22 demuestra que, por
descendencia lineal, Gair pertenecía a la tribu de Judá, y como tal le cuenta el cronista
quien, al mismo tiempo, da las explicaciones del caso. Nos informa que Herón, hijo de
Judá, tomó en matrimonio a la hija de Machí, hija, de Manasés y, por ella fue padre de
Segú, que fue padre de Gair. Ahora, si Gair quería alegar su derecho legal a herencia en
Galaad, probaría que era descendiente de Machí, hijo de Manasés, pero si se inquiría
acerca de su, linaje paterno sería igualmente posible seguirle hasta Herón, hijo de Judá.
Al lector moderno puede parecerle que las genealogías bíblicas sean algo así
como cosa inútil, y no faltan escépticos que consideren que las listas de lugares, muchos
de ellos enteramente desconocidos hoy, así como la mención de los sitios donde acampó
Israel (Núm. XXXIII) y las ciudades distribuidas a las diversas tribus (por ej. Josué
15:20-62) son cosas incompatibles con el elevado ideal de una revelación divina, pero
tales ideas son hijas de un concepto mecánico y precipitado de lo que, según esas
personas, debiera ser la Revelación. Estas listas de nombres, en apariencias áridas y
cansadoras, constituyen parte de las evidencias más irrefragables de la verdad histórica
de los registros bíblicos. Si al pensamiento moderno parecen sin ningún valor práctico no
hay que olvidar que para el antiguo hebreo eran de primordial importancia como
documentaciones de historia de antepasados y de derechos legales. De todas las
fantasías escépticas la más destituida de valor crítico, la más absurda, sería la suposición
de que tales listas hubiesen sido forjadas con cierto objeto en vista. Con igual criterio
podría alguien sostener que los restos fósiles de animales hoy extintos hubiesen sido
colocados en las rocas con fines engañosos. El utilitario superficial puede, sí, declarar
igualmente inútiles y de ningún valor tanto los fósiles como las genealogías; pero el
estudiante de la tierra, dueño de un cerebro más reflexivo, siempre reconocerá en ambas
cosas elementos valiosos que sirven de índice a la historia. Estas genealogías son como
las piedras rústicas que se hallan en los cimientos de los edificios. Algunas se hallan
ocultas debajo de la tierra; otras están despedazadas y estropeadas; algunas salidas de
quicio y fuera de su sitio, en el transcurso del tiempo; mas todas ellas, en alguna posición
que ocupan u ocuparon, fueron necesarias y aun imprescindiblemente necesarias al
establecimiento, estabilidad y utilidad del noble edificio a que pertenecen.
Las dos listas de proscriptos que volvieron con Zorobabel (Esdras. 1:70 y Neh.
7:6-73) exhiben numerosas discrepancias así como muchas coincidencias.
Nadie, pues, presuma decir que el espíritu y preceptos del N. Testamento están en
pugna con el Antiguo. En ambos Testamentos se inculcan los principios del amor fraternal
y de devolver bien por mal, al mismo tiempo que el deber de sostener los derechos
humanos y el orden civil.
En primer lugar, hay que recordar que Pablo fue conducido a Cristo mediante una
conversión repentina y maravillosa. La convicción de pecado, los remordimientos de su
alma cuando se dio cuenta de que había estado persiguiendo al Hijo de Dios; la caída de
las escamas de sobre sus ojos y su consiguiente percepción, vívida y aguda, de la gracia
de un Evangelio gratuito, gracia alcanzada mediante la fe en Cristo, todo esto,
necesariamente, entraría en su ideal de la justificación de un pecador perdido. Ve, pues,
que ni judío ni gentil puede alcanzar la relación de una alma salvada, o sea la unión con
Cristo, excepto mediante tal fe. Además, su misión y ministerio especial le llevaron,
preeminentemente. a combatir el judaísmo legalista y se transformó en "el apóstol de los
gentiles". Santiago, por su parte, había sido doctrinado más gradualmente en la vida
evangélica. Su concepto del Cristianismo era el de la consumación y perfección del
antiguo pacto. Su misión y ministerio le condujeron especial, si no completamente, a
trabajar entre los de la circuncisión (Gal 2: 9). Estaba acostumbrado a considerar toda
doctrina cristiana a la luz de las antiguas Escrituras, las que, por lo tanto, se hicieron para
él "la palabra ingerida" (Sant. 1:21), "la perfecta ley, la (ley) de libertad" (v. 25) "la ley real"
(2: 8). Y también hay que recordar, como lo observa Neander, "que Santiago, en su
posición peculiar, no tenía, como Pablo, que vindicar una ministración independiente del
Evangelio, ministración de `rotas cadenas' entre los gentiles en oposición a las
pretensiones de justicia legal judaica; sino que se sentía compelido a recalcar las
consecuencias prácticas y exigencias de la fe cristiana, hablando con aquellos en quienes
esa fe se había mezclado con los errores del judaísmo carnal; y a quitarles los apoyos de
su falsa confianza".
Nada hay más evidente que el hecho de que los dos apóstoles se hallan en
perfecta armonía con Jesús, quien abarca las relaciones esenciales de la fe y las obras
cuando dice: "O haced el árbol bueno y bueno su fruto o haced corrompido el árbol y su
fruto dañado; porque por el fruto se conoce el árbol" (Mat. 12:33) .
Los principios generales de exégesis que hemos presentado bastarán para la explicación
de cualquier otra discrepancia que se haya alegado existir en la Biblia. Una atenta
consideración a la posición que ocupa el escritor u orador, la ocasión, objeto y plan de su
libro o discurso, junto con un análisis crítico de los detalles, generalmente demostrarán
que no existe contradicción real. Pero cuando alguien presenta expresiones hiperbólicas,
peculiares al lenguaje de la gente de Oriente, o casos de antropomorfismo hebreo y se
esfuerza en darles un significado literal, eso no es hallar discrepancias y dificultades en la
Biblia, sino crearlas e introducirlas en la Biblia para luego decir que se tropieza con ellas.
Mr. Halley, en su obra extensa y valiosa sobre las Pretendidas Discrepancias de la Biblia
observa que las discrepancias, cuando realmente existen, no carecen de valor. Puede
bien creerse que contemplan los fines siguientes: 1) Estimulan el esfuerzo intelectual,
despiertan curiosidad e investigación y, en esa forma, conducen a un estudio más
profundo y extenso del sagrado libro 2) Ilustran la analogía existente entre la Biblia y la
naturaleza. De la misma manera que tierra y cielo exhiben una armonía maravillosa en
medio de una gran variedad y discordancia, así en las Escrituras existe notable armonía
detrás de las aparentes divergencias. 3) Demuestran que no hubo colusión entre los
escritores sagrados, porque sus divergencias son de tal índole que nunca hubiesen sido
introducidas deliberadamente. 4) También demuestran el valor del espíritu, en su
superioridad sobre la letra, de la Palabra de Dios. 5) Sirve como piedra de toque del
carácter moral. Para el espíritu capcioso, predispuesto a encontrar y exagerar dificultades
en la Revelación Divina las discrepancias bíblicas resultan grandes piedras de tropiezo y
motivos de cavilación y de desobediencia. Pero para el investigador serio y correcto, que
desea conocer "los misterios del reino de los cielos" (Mat. 13:11) un estudio prolijo de las
discrepancias verdaderas le revelará armonías ocultas y coincidencias indeliberadas que
robustecerán su fe a medida que descubre que esas escrituras multiformes son, real y
verdaderamente, la palabra de Dios.
El más ligero examen de los cuatro evangelios debe mostrar al observador crítico
que no constituyen, en ningún sentido correcto, historias formales. Evidentemente
surgieron de una fuente común, y todos concuerdan en registrar mayor o menor número
de porciones de la vida, palabras, obra, muerte y resurrección de Jesucristo. Pero lo que
no ha podido averiguarse, y ha motivado mucha controversia, es si esa fuente común
consistió en documentos escritos o en tradiciones orales. "Sus trabajos parecen haber
tomado forma bajo la presión de necesidades que se presentaron y no por deliberada idea
de sus autores. En sus aspectos comunes parecen ser lo que la historia más primitiva los
declara ser, el sumario de la predicación apostólica, el fundamento histórico de la Iglesia".
(Westcott).
Pero el conceder que la forma primitiva de la narración del Evangelio hubiese sido
oral, es cosa que está lejos de determinar el origen, particular de nuestros actuales
evangelios, y los críticos serios deben convenir en que, dada la naturaleza del caso, en
ausencia de evidencias suficientes es imposible alcanzar una certidumbre absoluta. Y es
de suma importancia recordar que donde es imposible establecer certidumbre absoluta
acerca de un asunto dado deben evitarse las afirmaciones dogmáticas y prestarse debida
atención a toda suposición razonable que parezca poder ayudar a dilucidar el problema.
En ausencia de testimonios externos, los evangelios mismos y otros libros del N. T. es de
esperar que surgieran las mejores indicaciones del origen y propósito de cualquiera de los
evangelios.
Analogía de la fe
El apóstol Pablo declara que toda la Escritura está divinamente inspirada y es útil
para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia (2 Tim. 3: 16 ) .
Estos varios usos de los sagrados registros pueden distinguirse como doctrinales y
prácticos. El instructor cristiano apela a ellos como a expresiones autorizadas de la
verdad divina y desarrolla sus lecciones como declaraciones teóricas y prácticas de lo que
su divino Autor quiere que los hombres crean. Nuestro 51 Artículo de Religión ( 6" de la
Anglicana) dice: "Las Santas Escrituras contienen todas las cosas necesarias a la
salvación; de manera que lo que en ella no se lea ni pueda por ella probarse, no debe
exigirse a nadie creerlo como artículo de fe o considerarlo como requisito para la
salvación". Además, la Palabra inspirada sirve a un propósito práctico de imponderable
importancia, suministrando convicción y censura (elegchon o elegmon) para el pecador
inconverso; corrección (epanosdosin) para el caído y extraviada e instrucción o educación
disciplinaria (paideian> para todos los que quieran ser santificados por la verdad (comp.
Juan 17:17) y perfeccionados en caminos de justicia.
La mayor parte de las grandes controversias sobre doctrina cristiana han surgido
de los conatos de definir lo que en las Escrituras se ha dejado sin definir. Los misterios de
la naturaleza de Dios; la persona y obra de. Jesucristo; el sacrificio expiatorio, en sus
relaciones con la justicia divina; la naturaleza depravada del hombre y las relativas
posibilidades del alma humana, con, y sin la luz del Evangelio; el método de la
regeneración y los grados de posible adquisición de la experiencia cristiana; la
resurrección de los muertos y el modo de ser de la inmortalidad y del juicio eterno, estos y
otros asuntos semejantes son de tal naturaleza que invitan a la meditación-, así como a
teorizaciones vanas, y es muy natural que todo lo que en las Escrituras toque a esos
puntos haya sido puesto a contribución en el servicio de los estudios de tales cosas.
Sobre temas tan misteriosos, es. fácil al hombre hacerse "sabio por encima de lo que está
escrito", de modo que en el desarrollo histórico de la vida, pensamientos y actividades de
la Iglesia llegaron a ser comúnmente aceptados como doctrina cristiana esencial algunas
cosas que, en realidad, carecen de suficiente autoridad bíblica.
Así, por ej., el nombre plural de Dios (Elohim) en las Escrituras Hebreas, ha sido
mencionado frecuentemente como prueba de una pluralidad de personas en la Deidad.
Análoga aplicación se ha hecho del triple uso del nombre divino en la bendición sacerdotal
(Núm., 6:24-27) y del trisagio de Isaías 6:3. Aun el proverbio "El cordón de tres dobleces
no presto se rompe" (Ecles. 4:12), ha sido citado como texto de prueba en favor de la
Trinidad. Esa manera de usar las Escrituras no es probable que haga prosperar los
intereses de la verdad o que sea provechosa para doctrina. El repetir tres o más veces el
nombre divino, no es evidencia de que el adorador quiere, en tal forma, referirse a otras
tantas distinciones personales en la naturaleza divina. La forma plural "Elohim" puede,
puesto el caso, designar una multiplicidad de potencialidades divinas en la Deidad, tanto
como tres distinciones personales; o puede, también explicarse como un plural de
majestad y excelencia. Tales formas especiales de expresión son susceptibles de
demasiadas explicaciones para que pueda empleárselas como textos válidos en prueba
de la doctrina de la Trinidad.
La doctrina de la expiación obrada por Cristo está presentada en los Cánones del
Sínodo de Dort, en estas palabras: "La muerte del Hijo de Dios es el único y perfectísimo
sacrificio y satisfacción por el pecado; es de infinito valor y mérito, abundantemente
suficiente para expiar los pecados del mundo entero". La Confesión de Fe de Westminster
se expresa así al respecto: "El Señor Jesús, por la perfecta obediencia y sacrificio de sí
mismo, que él, por medio del Espíritu eterno, ofreció una vez a Dios, ha satisfecho
plenamente la justicia del Padre y adquirido no sólo reconciliación sino una perdurable
herencia en el reino de los cielos para todos aquellos que el Padre le ha dado". Es
probable que a muchos cristianos evangélicos no satisfaga ninguna de estas dos formas
de declaración, aunque no por eso las rechazarían como anti bíblicas. Contienen varias
frases. que se han mezclado tanto en controversias dogmática que, muchos, por ese
motivo, se negarían a emplearlas, prefiriendo la declaración sencilla pero abarcadora del
Evangelio: "De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquél que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Esta Escritura
no dice que él Hijo fue dado como "un sacrificio y satisfacción por el .pecado", o que el
procedimiento fue "una perfecta obediencia y sacrificio de sí mismo", a fin de "satisfacer
plenamente la justicia del Padre" y "adquirir reconciliación para todos aquellos que el
Padre le ha dado". Pero, como bien observa Alford: "Estas palabras, ora se expresen en
hebreo, ora en griego, parecen tener referencia al ofrecimiento de Isaac; y, en tal caso,
recordarían inmediatamente a Nicodemo el amor que en ellas se implica, la substitución
que se hizo y la profecía allí pronunciada a Abraham (Gen. 22:18) a la que `todo el que
cree, corresponde tan de cerca".
Cuando procedemos a comparar con esta Escritura sus paralelos evidentes (tales
como Rom. 3: 24-26; 5: 6-10; Efes. 1:7; 1 Pedro 1:18-19; 3:18; 1 Juan 4:9) y a traer, en
ilustración de los mismos la idea de A. T. acerca de los sacrificios y el simbolismo de
sangre, es posible que construyamos una exhibición sistemática de la doctrina de la
expiación que ningún fiel intérprete de las Escrituras pueda, en justicia, contradecir o
resistir. No es una exposición dogmática específica, de texto alguno ni una presión
especial hecha sobre palabras o frases aisladas, mediante las cuales se presente mejor
una doctrina bíblica; sino que más bien, por la acumulación de cierto número y variedad
de pasajes que tratan sobre el particular, se hace evidente el significado y aplicación de
cada uno.
Cada porción distinta de la Escritura, sea ésta del Antiguo Testamento o del
Nuevo, debe interpretarse en armonía con su carácter peculiar, considerando
debidamente la posición histórica ocupada por el escritor. No es posible formarse un
concepto correcto del A. Testamento sin considerar siempre su relación para con Israel, a
quien originalmente le fue confiado (Rom. 3:12) . Y mientras que es cierto que "la letra del
Antiguo Testamento debe ser puesta a prueba por el espíritu del Nuevo", es igualmente
cierto que para entender el espíritu y significado del Nuevo, frecuentemente dependemos
tanto de la letra como del espíritu del Antiguo. Puede ser que ninguna doctrina importante
del Antiguo Testamento se halle sin confirmación en las Escrituras cristianas, pero
también debe recordarse que toda doctrina importante del Nuevo Testamento puede
hallarse en germen en el Antiguo y que los escritores del Nuevo Testamento fueron todos,
sin excepción, judíos o prosélitos de los judíos y que usaban las Escrituras judías como
los oráculos de Dios.
Se obtiene una vista correcta de todo este asunto cuando se considera al pueblo
hebreo como escogido divinamente en la antigüedad para mantener y enseñar los
principios de la religión verdadera. No les tocó desarrollar ciencias, filosofía y arte. Otras
razas se preocuparon más de estas cosas. No fue sino hasta que el misterio de Dios,
encerrado en el culto judío como la rosa lo está en el botón, floreció transformado en el
Evangelio y fue comunicado al mundo gentil, cuando comenzó a desarrollarse un sistema
teológico sistemático. Durante largo tiempo esos pueblos habían estado tratando, por
medio de la razón y de la naturaleza, de resolver los misteriosos problemas del universo;
y cuando se les presentó la revelación del Evangelio fue ansiosamente acogida por
muchos como una clave de los intrincados y embarazosos secretos de Dios y del mundo
creado por El. Pero habiendo fallado en entender la letra y el espíritu de los registros
hebreos de la fe, les hizo fallar también en la comprensión de algunas doctrinas del
Evangelio, de modo que, desde la edad apostólica hasta el día de hoy, ha habido un
conflicto de tendencias gnósticas y ebionitas en el pensamiento cristiano. Es únicamente
cuando, a la luz de métodos científicamente correctos-, nos colocamos en aptitud de
distinguir entre lo verdadero y lo falso en cada una de estas tendencias, cuando nos es
dado percibir que las revelaciones de ambos Testamentos son, esencialmente, una e
inseparables. Por consiguiente, no puede ser hermenéutica completa y perfecta de las
doctrinas del Nuevo Testamento la que carezca de una clara percepción de la letra y del
espíritu del Viejo.
En todo nuestro estudio privado del Libro de Dios, con el fin de edificación
personal, recordemos que la cosa primera e importante que debemos hacer es procurar
posesionarnos del espíritu del escritor sagrado. No puede haber aplicación correcta ni
apropiación provechosa a nuestras propias almas de una lección bíblica mientras no nos
demos clara cuenta de su significado y referencia original. Edificar una lección moral
sobre una interpretación errónea del lenguaje de la Palabra de Dios es un proceder
condenable. Quien más claramente distinga el exacto sentido histórico gramatical de un
pasaje será quien en mejor aptitud se halle para darle cualquier aplicación legítima
permitida por su lenguaje y contexto.