Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Tomas Carrasquilla - A La Plata

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 12

A la Plata

Tomás Carrasquilla

textos.info
Biblioteca digital abierta

1
Texto núm. 3635

Título: A la Plata
Autor: Tomás Carrasquilla
Etiquetas: Cuento

Editor: Edu Robsy


Fecha de creación: 20 de junio de 2018
Fecha de modificación: 20 de junio de 2018

Edita textos.info

Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España

Más textos disponibles en http://www.textos.info

2
A la Plata
Aquel enjambre humano debía presentar a vuelo de pájaro el aspecto de
un basurero. Los sombreros mugrientos, los forros encarnados de las
ruanas, los pañolones oscuros y sebosos, los paraguas apabullados,
tantos pañuelos y trapajos retumbantes, eran el guardarropa de un
Arlequín. Animadísima estaba la feria: era primer domingo de mes y el
vecindario todo había acudido a renovación. Destellaba un sol de justicia;
en las tasajeras de carne, de esa carne que se acarroñaba al resistero,
buscaban las moscas donde incubar sus larvas; en los tendidos de
cachivaches se agrupaban las muchachas campesinas, sudorosas y
sofocadas, atraídas por la baratija, mientras las magnatas sudaban el
quilo, a regateo limpio, entre los puestos de granos, legumbres y panela.
Ese olor de despensa, de carnicería, de transpiración de gentes, de
guiñapos sucios mezclado al olor del polvo y al de tanta plebe y negrería,
formaban sumados, la hediondez genuina, paladinamente manifestada, de
la humanidad. Los altercados, los diálogos, las carcajadas, el chillido, la
rebatiña vertiginosa de la venduta, componían, sumados también, el
balandro de la bestia. Llenaba todo el ámbito del lugarón.

Sonó la campana, y cátate al animal aplacado. Se oyó el silencio, silencio


que parecía un asueto, una frescura, que traía como ráfagas de limpieza…
hasta religioso sería ese silencio. Rompiólo el curita con su voz gangosa;
contestóle la muchedumbre, y, acabada la prez, reanudóse aquello. Pero
por un instante solamente, porque de pronto sintióse el pánico, y la
palabra: "¡Encierro!" vibró en el aire como preludio de juicio final. Encierro
era en toda regla. Los veinte soldados del piquete, que inopinada y
repentinamente acababan de invadir el pueblo, habíanse repartido por las
cuatro esquinas de la plaza, a bayoneta calada. Fué como un ciclón.
Desencajados, trémulos, abandonándolo todo, se dispararon los hombres
y hasta hembras también, a los zaguanes y a la iglesia. ¡Pobre gente!
Todo en vano, porque, como la amada de Lulio, "ni en la casa de Dios está
segura".

De allí sacaron unas decenas. Cayó entre los casados el Caratejo Longas.

3
Lo que no lloró su mujer, la señá Rufa, llorólo a moco tendido María
Eduvigis, su hija. Fuese ésta con súplicas al alcalde. A buen puerto
arrimaba: cabalmente que al Caratejo no había riesgo de largarlo.
¡Figúrense! El mayordomo de Perucho Arcila, el rojo más recalcitrante y
más urdemales en cien lenguas a la redonda: ¡un pícaro, un bandido!
Antes no era tanto para todo lo rojo que era el tal Arcila.

Ya desahuciado y en el cuartel, llamó el Caratejo a conferencia a su mujer


y a su hija, y habló así: "A lo hecho, pecho, Corazón con Dios, y peganos
del manto de María Santísima. A yo, lo que es matame, no me matan. Allá
verán que ni an mal me va. Ello más bien es maluco dejalas como dos
ánimas; pero ai les dejo maíz pa mucho tiempo. Pa desgusanar el ganao
del patrón, y pa mantener esas mangas bien limpias, vustedes los saben
hacer mejor que yo. Sigan con el balance de la güerta y de los quesitos, y
métanle a estas placeñas y a las amasadoras los güevos hasta las cachas,
y allá verán cómo enredamos la pita. Mirá, Rufa: si aquellos muchachos
acaban de pagar la condena antes que yo güelva, no los almitás en la
casa, de mantenidos. Que se larguen a trabajar, o a jalale a la vigüela y a
las décimas si les da la gana. ¡Y no s'infusquen por eso!… ultimadamente,
el Gobierno siempre paga".

Y su voz selvática, encadenada en gruñidos, con inflexiones y finales


dejativos, ese acento característico de los campesinos de nuestra región
oriental, los acompañaba el orador con mil visajes y mímicas de
convencimiento, y un aire de socarronería y unos manoteos y paradas de
dedo de una elocuencia verdaderamente salvaje. Ayudábale el carate. Por
aquella cara larga, y por cuanto mostraba de aquel cuerpo langaruto y
cartilaginoso, lucía el jaspe, con vetas de carey, con placas esmeriladas y
nacarinas. Pintoresco forro el de aquella armazón.

Ensartando y ensartando dirigióse al fin a la hija, y, con un tono y un gesto


allá, que encerraban un embuchado de cosas, le dice, dándole una
palmadita en el hombro: "Y vos, no te metás de filática con el patrón: ¡es
muy abierto!".

¡Culebra brava la tal Eduvigis! Sazonado por el sol y el viento de la


montaña era aquel cuerpo, en que no intervinieron ni artificio ni
deformación civilizadores; obra premiada de naturaleza. Las caderas, el
busto bien alto, la proclamaban futura madre de la titanería laboradora. El
cabello, negro, de un negro profundo, se le alborotaba, indomable como
una pasión; y en esos ojos había unas promesas, unos rechazos y un

4
misterio, que hicieron empalidecer a más de un rostro masculino. Un toche
habría picado aquellos labios como pulpa de guayaba madura; de perro
faldero eran los dientes, por entre los cuales asomaba tal cual vez, como
para lamer tanto almíbar, una puntita roja y nerviosa. Por este asomo
lingüístico de ingénito coquetismo, la regañaba el cura a cada confesión,
pero no le valía. Así y todo, mostrábase tan brava y retrechera, que un
cierto galancete hubo de llevarse, en alguna memorable ocasión, un
sopapo que ni un trancazo; fuera de que el Caratejo la celaba a su modo.
El tenía su idea. Tanto que, apenas separado de la muchacha se dijo,
hablado y todo y con parado de dedo: "Verán cómo el patrón le quebranta
agora los agallones".

Y pocos días después partió el Caratejo para la guerra.

Rufa, que se entregó en poco tiempo y por completo al vicio de la


separación, cuando los dos hijos partieron a presidio, bien podría ahora
arrostrar esta otra ausencia, por más que pareciera cosa de viudez. ¡Y
tánto como pudo! Ni las más leves nostalgias conyugales, ni asomos de
temor por la vida del marido, ni quebraderos de cabeza por que volara el
tiempo y le tornase el bien ausente, ni nada, vino a interrumpir aquel viento
de cristiana filosófica indolencia. A vela henchida, gallarda y serenísima,
surcaba y surcaba por esos mares de leche. Y eso que en la casa ocurrió
algo, y aun algos, por aquellos días. Pero no: sus altas atribuciones de
vaquera labradora y mayordoma de finca, en que dio rumbo a sus
actividades y empleo a la potencia judaica que hervía en su carácter, no le
daban tiempo ni lugar para embelecos y enredos de otro orden. ¡Lo que es
tener oficio!…

Hembra de canela e inventora de dineros era la tal Rufa Chaverra. Arcila


declarólo luego espejo de administradoras. Ella se iba por esas mangas, y,
a güinchazo limpio, extirpaba cuanta malecilla o yerbajo intruso asomase
la cabeza. Con sapientísima oportunidad salaba y ponía el fierro a aquel
ganado, cuyo idioma parecía conocer, y a quien hacía los más expresivos
reclamos, bien fuese colectiva o individualmente, ya con bramido bronco
igual que una vaca, si era a res mayor, ahora melindroso, si se trataba de
parvulillos; y siempre con el nombre de pila, sin que la "Chapola" se le
confundiese con la "Cachipanda", ni el "Careperro" con el "Mancoreto".
Hasta medio albéitara resultaba, en ocasiones. Mano de ángel poseía para
desgusanar, hacer los untos y sobaduras y gran experiencia y fortuna en
aplicar menjurjes por dentro y por fuera. La vaca más descastada y

5
botacrías no se la jugaba a Rufa; que ella, juzgando por el volumen y otras
apariencias, de la proximidad del asunto, ponía a la taimada, en el corral,
por la noche; y, si alguna vez se necesitaba un poco de obstetricia, allí
estaba ella para el caso. En punto a echar argollas a los cerdos más
bravíos, y de hacer de un ternero algo menos ofensivo, allá se las habría
con cualquier itagüiseño del oficio. Iniciada estaba en los misterios del
harem, y cuando al rebuzno del pachá respondían eróticos relinchos, ella
sabía si eran del caso o no eran idilios a puerta cerrada, y cuál la odalisca
que debía ir al tálamo. Porque sí o porque no, nunca dejaba de apostrofar
al progenitor aquél con algo así: "¡Ah taita, como no tenés más oficio que
jartar, siempre estás dispuesto pa la vagamundería!".

Si tan facultativa y habilidosa era para manejar lo ajeno, cuánto y más no


sería para lo propio. Ni se diga de los gajes con la leche que le
correspondía, ni de los productos del gallinero, ni de esa huerta donde los
mafafales alternaban con la hachira, los repollos con las pepineras, las
vitorias con las auyamas.

Pues resultó que todo estuvo a pique de perderse. Del huracán que ahora
corre, llegaron ráfagas hasta la montañesa. Supo que unas amigas y
comadres mazamorreaban orillas de La Cristalina, riachuelo que corre
obra de dos millas de la casa de Arcila. Lo mismo fué saber que
embelecarse. So pretexto de buscar un cerdo que dizque se le había
remontado, fuése a las lavadoras de oro, y con la labia y el disimulo del
mundo, les sonsacó todas las mañas y particularidades del oficio. Ese
mismo día se hizo a batea, y viérais a la rolliza campesina, con las sayas
anudadas a guisa de bragas, zambullida hasta el muslo, garridamente
repechada, haciéndole bailar a la batea la danza del oro con la siniestra
mano, mientras que con la diestra iba chorreando el agua sobre la fina
arena, donde asomaban los ruedos oscuros de la jagua. Al domingo
siguiente cambió el oro, y cuál se le ensancharía el cuajo cuando tuvo
amarrados, a pico de pañuelo, treinta y seis reales de un boleo.

Dada a la minería pasara su vida entera, a no ser por un cólico que la


retuvo en cama varios días, y que le repitió más violento al volver al oficio.
Mas no cedió en su propósito; mandó entonces a la Eduvigis, a quien le
sentaron muy bien las aguas de La Cristalina. Mientras la hija pasaba de
sol a sol en la mazamorrería, la madre cargaba con todo el brete de la
finca. ¡Y tan campantes y satisfechas!…

Más rastro deja en un espejo la imagen reflejada, que en el ánimo de Rufa

6
las noticias sobre la guerra, que oía en el pueblo los domingos y los dos
días de semana en que iba a sus ventas. Lo que fué del Caratejo, no llegó
a preocuparse hasta el grado de indagar por el lugar de su paradero. Bien
confirmaba esta esposa que las ternuras y blandicies de alma son
necesidades de los blancos de la ciudad, y un lujo superfluo para el pobre
campesino.

Envueltos en la niebla, arrebujados y borrosos, mostrábanse riscos y


praderas; la casa de la finca semejaba un esbozo de paisaje a dos tintas; a
trechos se percibían los vallados y chambas de la huerta, las aristas del
techo, el alto andamio del gallinero; sólo alcanzaban a destacarse con
alguna precisión los cuernos del ganado, rígidos y oscuros, rompiendo
esas vaguedades, cual la noción del diablo la bruma de una mente infantil.
A la quejumbrosa melodía de los recentales, acorralados y ateridos,
contestaban desde afuera los bajos profundos y cariñosos de las madres,
mientras que Rufa y Eduvigis renegaban, si Dios tenía qué, en las bregas
y afanes del ordeño. Eduvigis, en cuclillas, remangada hasta las axilas,
cubierta la cabeza con enorme pañuelo de pintajos, hacía saltar de una
ubre al cuenco amarillento de la cuyabra, el chorro humeante y
cadencioso. Un hálito de vida, de salud se exhalaba de aquel fondo
espumoso. Casi colmaba la vasija, cuando un grito agudo, prolongado
adrede, rasgó la densidad de esa atmósfera. La moza se suspende; el
grito se repite más agudo todavía. "¡Mi taita!", exclama la Eduvigis, y sin
pensar en leches ni en ordeños, corre alebrestada chamba abajo.

No se engañaba. Buen amigo, que sí lo era en efecto, descolgóse a saltos,


lengua afuera, la cola en alboroto. Impasible, la señá Rufa permaneció en
su puesto. A poco llegóse el Caratejo con el perro, que quería
encaramársele a los hombros. Marido y mujer se avistaron. Nada de culto
externo ni de perrerías en aquel saludo. Dijérase que acababan de
separarse.

—Y, ¿qué es lo que hay pal viejo? —dice Longas por toda efusión.

Y Rufa, plantificada, totuma en mano, con soberano desentendimiento,


contesta:

—Y eso, ¿qué contiene, pues?

—Pues que anoche llegamos al sitio, y que el fefe me dio licencia pa venir
a velas, porque mañana go esta tarde seguimos pa la Villa.

7
Facha peregrina la de este hijo de Marte. El sombrero hiperbólico de caña
abigarrada, el vestido mugriento de coleta, los golpes rojos y desteñidos
del cuello y de los puños, los pantalones holgados y caídos por las posas y
que más parecían de seminarista, dignos eran de cubrir aquel cuerpo largo
y desgavilado. Ni las escaseces, ni las intemperies, ni las fatigas de
campaña, habían alterado en lo mínimo al mayordomo de Arcila. Tan feo
volvía y tan Caratejo como se fue. Por morral llevaba una jícara algo más
que preñada; por faja una chuspa oculta y no vacía.

Rufa sigue ordeñando. Toma Lonjas la palabra.

—Pues, pa que lo viás. Ya lo ves que nada me sucedió. Los que no


murieron de bala, se templaron de tanta plaga y de tanta mortecina de
cristiano, y yo… ai con mi carate: ¡la cáscara guarda el palo!

Y aquí siguió un relato bélico autobiográfico, con algo más de largas que
de cortas, como es usanzas en tales casos. Rufa parecía un tanto cohibida
y preocupada.

—¿Y ontá la Eduvigis? — dice de pronto el marido, cortando la narración.

—Pes ella… pes ella… puai cogió chamba abajo, izque porque la vas a
matar.

—¿A matala? ¿Y por qué gracia?

—¿Pes… ella… no salió, pues, con un embeleco de muchacho?…

—¿De muchacho? —prorrumpe el conscripto, abriendo tamaños ojos, ojos


donde pareció asomar un fulgor de triunfo—. ¿Conque, muchacho? ¿Y
pu'eso s'esconde esa pendeja? ¿Y ontá el muchacho?

—¿Ai no'stá, pues en la maca?

—Andá llámame a esa boba.

Y, tirando corredor adentro, se coló al cuartucho. Debajo de la cama


pendiente de unos rejos, oscilaba la batea. Envuelto en pingajos de
colores verdosos y alterados, dormía el angelito. No pudo resistir el abuelo
a la fuerza de la sangre, ni menos al empuje de un orgullo repentino que le
borbotó en las entrañas. Sacó de la batea la criatura, que al despertar y

8
ver aquella cara tan fea y tan extraña, puso el grito en el cielo. Era José
Dolores Longas un rollete de manteca, mofletudo y cariacontecido; las
manos unas manoplas; las muñecas, como estranguladas con cuerda, a
modo de morcilla; las piernas, tronchas y exuberantes, más huevos de
arracacha que carne humana: una figura eclesiástica, casi episcopal. Iba a
quebrarse con los berríos que lanzaba: ¡cuidado si había pulmones! El
soldado lo cogió en los brazos, haciéndole zarandeos, por vía de arrullo.
Abrazaba su fortuna: en aquel vástago veía el Caratejo horizontes azules y
rosados, de dicha y prosperidad: el predio cercano, su sueño dorado, era
suyo; suyas unas decenas de vacas; suyo el par de muletos y los aparejos
de la arriería: y ¿quién sabe si la casa, esa casa tan amplia y espaciosa,
no sería suya pasado corto tiempo? ¡El patrón era tan abierto!… Calmóse
un tanto el monigote. Escrutólo el Caratejo de una ojeada, y se dijo:
"¡Igualito al taita!".

Entre tanto Rufa gritaba desde la manga: "¡Que vengás a tu taita que no
está nada bravo! ¡Que no sias caraja! ¡Subí, Eduvigis, que siempre lo
habís de ver!".

La muchacha, más muerta que viva, a pesar de la promesa, subía por la


chamba, minutos después. Pálida por el susto, parecía más hermosa y
escultural. Levantó la mirada hacia la casa, y vió a su padre en el corredor,
con el niño en brazos. A paso receloso llégase a él; arrodíllase a las
plantas y murmura:

—¡Sacramento del altar, taita!

Y con la diestra carateja, le rayó la bendición el padre, no sin sus miajas


de unción y de solemnidad. Mandóla luego la madre a la cocina a preparar
el agasajo para el viajero, y Rufa que ya en ese momento había terminado
sus faenas perentorias, tomó al nieto en su regazo y se preparó al
interrogatorio que se le venía encima.

—Bueno —principia el marido—, y el patrón siempre le habrá dejao a la


muchacha… por lo menos sus tres vacas, y le habrá dao mucha plata pa
los gastos?

—¡Eh! —replica Rufa—. ¿Usté por qué ha determinao que fué don
Perucho?

—¿Que no fué el patrón? —salta el Caratejo desfigurándose.

9
—¡Si fue Simplicio, el hijo de la dijunta Jerónima!…

—¡Ese tuntuniento!… —vocifera el deshonrado padre—. ¡Un muerto


dihambre que no tiene un Cristo en qué morir!… Y vos, so almártaga, ¿pa
qué consentites esos enredos?

La cara se le desencajó; le temblaban los labios como si tuviera tercianas.


"Yo mato a esa arrastrada, a esa sinvergüenza". Y, atontado y frenético,
se lanza a la cocina, agarra una astilla de leña, y cada golpe escupe sobre
la hija un insulto, una desvergüenza, una bajeza. Cuando la infeliz yacía
por tierra, convulsa y sollozante, arrimóle Longas formidable puntapié, y
exclamó tartajoso: "¡Te largás… ahora mismo… con tu muchacho… que
yo no voy a mantener aquí vagamundas!".

Y salió disparado, camino del pueblo, como huyendo de su propia


deshonra.

10
Tomás Carrasquilla

Tomás Carrasquilla Naranjo (Santo Domingo, provincia de Antioquia,


República de la Nueva Granada, 18 de enero de 1858 - Medellín, 19 de
diciembre de 1940) fue un escritor colombiano activo entre la segunda
mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX en la región de Antioquia.

Comenzó sus estudios en la Universidad de Antioquia, pero tuvo que parar


su estudio y retirarse por las guerras civiles de la época a principios del
siglo XX. Tuvo problemas económicos y se internó en la mina de San

11
Andrés, cerca de los municipios de Argelia y Sonsón. Finalmente vivió en
Bogotá donde trabajó como funcionario del ministerio de Obras Públicas y
regresó de Medellín donde escribió sus dos obras "La marquesa de
Yolombó" y "Hace tiempos".

Carrasquilla fue poco conocido en su tiempo, y, como dice Federico de


Onís, fue solamente después de 1936 que el autor antioqueño se conoció
en un plano más amplio al obtener el Premio Nacional de Literatura, es
decir, cuando tenía ya 78 años de edad.? Amante de los libros, organizaba
tertulias literarias que en Medellín se hicieron bastante célebres durante
los últimos años de su vida y en las cuales comenzó a ser llamado
"Maestro Tomás Carrasquilla".

12

También podría gustarte