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Comer para Sanar

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Comer para sanar: alimentación

y medicina en Nueva Galicia, siglo xviii


Abril Reynoso Bazúa*
Universidad Autónoma de Querétaro

El presente artículo trata sobre la teoría médica de los alimentos en el siglo


xviii y su uso como remedio curativo contra las enfermedades. A través del
caso específico de Guadalajara se exploran las condiciones cualitativas e higié-
nicas de los alimentos en el último cuarto del siglo, la influencia de éstos en la
salud de los novogalaicos y sus diferentes usos en la farmacopea novohispana.

(Alimentación, higiene, enfermedad, remedio, Guadalajara)

E
l acto de comer tiene variadas razones, desde las más básicas,
mantenerse vivo; hasta las más banales, comer por placer.
Comer presupone un acto de nutrición del cuerpo, de los
sentidos, del alma, e incluso un acto de amor cuando una mujer
amamanta a su hijo y él recibe a través del pecho nutrición, seguri-
dad, contacto humano y cariño materno. La comida llega incluso a
volverse una obsesión cuando con ella se intentan llenar vacíos emo-
cionales, obtener y dar placer a otros, alimentar la creatividad, ex-
presar sentimientos, etcétera; por ello no es raro que la comida sea
una pieza fundamental de la cultura en prácticamente todas las so-
ciedades antiguas y presentes. A la comida se le escriben versos,
odas, historias, refranes, se le atribuyen poderes mágicos, curativos,
nocivos y afrodisíacos. Su influencia trastoca todas las actividades
humanas, en este sentido, la comida, siendo uno de los ejes alrede-

* abrilreynoso_bazua@hotmail.com

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dor de los cuales se construye la vida cotidiana, requiere necesaria-


mente una vigilancia como parte de la salud y la enfermedad, de la
vida y la muerte. Al ser un elemento que ingresa al cuerpo obligato-
riamente, el alimento se considera como uno de los remedios cura-
tivos predominantes en la cultura occidental.
La dieta es un factor primordial cuando tratamos el binomio
salud-enfermedad, ya que puede tanto mantener saludable a la per-
sona como enfermarla. Una buena o mala nutrición puede desen-
cadenar enfermedades que nada tienen que ver con el tracto
digestivo así como prevenirlas al desarrollar un fuerte sistema in-
munológico; como ejemplos consideremos el escorbuto sufrido por
navegantes y marineros debido a la carencia de vitamina C, el defi-
ciente sistema inmune de una criatura malnutrida o, simplemente,
la obesidad causada por una sobrealimentación que conlleva enfer-
medades como diabetes, padecimientos cardiacos y vasculares, en-
tre otros.
Pero el estudio histórico de la alimentación presenta diversos
problemas, pues, los diferentes regímenes alimenticios no son com-
parables en el tiempo y el espacio. Un error común es confrontar los
valores calóricos, proteicos, vitamínicos y minerales de una época
pasada con los valores alimenticios óptimos contemporáneos, lo
cual tiende a falsear nuestra perspectiva. El descuido más común en
este tipo de trabajos es poner el acento en la carne o la proteína de
origen animal como prueba del progreso sanitario, pero esto genera
estimaciones que suelen ser exageradas. Otro problema es que los
elementos minerales y las vitaminas son imposibles de medir, por lo
que pueden dar una falsa precisión de calorías; y si agregamos el
hecho de que los niveles óptimos de ciertos nutrientes varían depen-
diendo de la persona, el clima, etcétera; nos encontramos ante una
medición sin ningún valor de análisis, un ejemplo claro es que un
ser humano puede consumir 300 mg de calcio mientras otro, en un
país lejano, consume 1,000 mg, y ambos estarán saludables porque
sus cuerpos están habituados a estos niveles.1

1
Maurice Aymard, “Pour l´histoire de l’alimentation: quelques remarques de métho-
de”, en Annales. Economies, Societés, Civilisations, 30e année, núms. 2-3, 1975, 431-433.

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Cada realidad alimentaria es afectada por niveles comparativos


diversos en las diferentes sociedades y dentro de ellas mismas,2 por
ello no nos adentraremos en la problemática del valor nutricional de
los alimentos, sino en su calidad y uso en la terapéutica, es decir,
aquí nos enfocaremos en la higiene de los alimentos consumidos
por la población y sus consecuencias en la salud, ya que lo que las
personas ingieren se convierte en parte clave en la consideración de
la sanidad de una sociedad. Según la teoría médica del Antiguo Ré-
gimen, los sujetos desnutridos que sufrían de hambre crónica o de
“miseria”, como entonces se decía –además, por este hecho despe-
dían miasmas más patógenos que los individuos sanos– eran más
susceptibles a los miasmas del ambiente;3 ahora sabemos que la cau-
sa de la enfermedad no eran los famosos miasmas, pero, es de recal-
car que, en ese tiempo, sí se sabía que la mala alimentación tenía
algún tipo de incidencia en la salud de las personas.
La nutrición es, al mismo tiempo, y como hemos expuesto, un
factor de prevención, causa y tratamiento de la enfermedad. Para ex-
plicar cómo funcionaba este componente de la salud en la concepción
ideológica y en las políticas de salud de la época, comenzaré descri-
biendo su función y entendimiento en la teoría médica ilustrada que
circulaba a finales del siglo xviii entre los facultativos de la ciudad de
Guadalajara; la legislación que a su respecto se hizo por parte de los
diferentes organismos de gobierno de esta ciudad; para de ahí transitar
a los hábitos alimentarios novogalaicos tanto de los sanos como de los
enfermos, así como a sus principales características y problemáticas.

La teoría médica de los alimentos

La teoría médica imperante desde la antigüedad fue la de los humo-


res, perfeccionada y frecuentemente atribuida a Hipócrates, en la
que el cuerpo humano se consideraba como una envoltura que con-
2
Manuel Calvo, “Des pratiques alimentaires”, en Économie Rurale, núm. 154, mar-
zo-abril 1983, 45.
3
Fernando Martínez Cortés, De los miasmas y efluvios al descubrimiento de las bacte-
rias patógenas. Los primeros cincuenta años del Consejo Superior de Salubridad, México,
Bristol-Myers Squibb de México, 1993, 197 p.

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tenía los humores cuyo equilibrio determinaba la salud. La alimen-


tación era considerada por Hipócrates, en sus obras Dieta, Régimen,
Alimentos, y otras, como una parte de la higiene, por lo que el régi-
men alimenticio estaría presente en la terapéutica médica desde los
inicios de la conformación de esa ciencia.4 De acuerdo con ese siste-
ma, que continuó utilizándose hasta nuestra época de estudio, los
alimentos debían ser específicos para cada tipo humoral con la fina-
lidad de no romper el equilibrio interno del propio cuerpo. Mada-
ma Fouquet,5 por ejemplo, recomendaba el siguiente régimen
alimenticio para un “flemático”: sus alimentos debían ser cálidos y
secos, de buen jugo y fácil digestión, la carne asada le era mejor que
la cocida por el agua que ésta pudiera absorber, las frutas crudas ju-
gosas le eran nocivas y se debía contentar con algunas peras y man-
zanas cocidas, pasas, almendras, piñones, etcétera; los peces, los
lácteos, las legumbres y la pastelería también le eran nocivos; su be-
bida ordinaria debía ser el buen vino añejo maduro, no debía beber
en la mesa sin haber comido primero ni al tiempo de acostarse.6 La
4
Véanse Ruy Pérez Tamayo, coord., El concepto de enfermedad: su evolución a través de
la historia, vol. i, México, unam, Conacyt, Fondo de Cultura Económica, 1988, 112; y
Francisco de Asís Flores y Troncoso, Historia de la medicina en México: desde la época de
los indios hasta el presente, tomo ii, México, imss, 1982, 92.
5
Marie de Maupeau Fouquet, vizcondesa de Vaux (1590-1681), hija de Gilles de
Maupeau y proveniente de una familia bien acomodada debido al comercio de textiles.
En 1610 se casó con François Fouquet, magistrado, caballero y vizconde de Vaux con
quien tuvo doce hijos, de los cuales el más prominente fue Nicolas Fouquet, quien fun-
gió como superintendente de Finanzas para Luis XIV y después fue encarcelado por
malversación de fondos. Su libro Obras medico-chirurgicas –cuyo título en francés agrega
al final “y argumentos del método que se practica en la sala de inválidos para curar a los
soldados de la viruela” y en la traducción al español fue omitido– es de gran relevancia
histórica porque se produjo en pleno siglo xvi mediante la compilación de los médicos
más prominentes hasta la época, y tuvo más de cincuenta ediciones en francés; desde el
siglo xvii al xix fue traducido a varias lenguas, entre ellas, el español, italiano y portugués,
y fue ampliamente difundido en Europa y América. Madama Fouquet estaba asociada al
hospicio de Saint Vincent de Paul y preparaba ella misma medicinas para los pobres, su
obra se encuentra entre la tradición de los manuales de salud orientada a los pobres, sus
autores generalmente eran sacerdotes o damas de caridad, como en este caso, cuya obli-
gación era socorrer a los pobres en nombre de la ley divina, se veía como una labor de
asistencia social. Véase Adriana María Alzate Echeverri, “Los manuales de salud en la
Nueva Granada (1760-1810) ¿El remedio al pie de la letra?”, en Fronteras de la Historia,
núm. 10, Colombia, iahn, 2005, 215.
6
Madama Fouquet, Obras Medico-Chirurgicas de Madama Fouquet, Economia de la

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clasificación de alimentos para cada humor provenía de la creencia


de que los alimentos mismos tenían una naturaleza fría, caliente,
húmeda o seca al igual que los humores y los primeros debían con-
trarrestar las deficiencias de los segundos.
La terapéutica consistía en el equilibrio humoral, una forma de
restablecer dicho balance corporal era contrarrestándolo con el ali-
mento, por ello, una enfermedad de carácter frío como el resfriado
debía ser tratada con alimentos de naturaleza caliente como la carne
de gallina y los granos; de ninguna manera se prescribían las frutas,
especialmente las que contenían jugo por ser de carácter frío y hú-
medo. Para tratar una fiebre de naturaleza caliente se daban abun-
dantes frutas, pero se eliminaban productos cárnicos y legumbres
importantes como la carne de res, las lentejas, etcétera. Como pode-
mos apreciar, la buena alimentación, acorde al tipo humoral de cada
persona, era considerada como componente determinante para la
prevención de enfermedades y preservación de la salud, pese a que
no se le dedicara tanto espacio en los libros como a otras circunstan-
cias (como el clima, el aire, la humedad, etcétera), desde un princi-
pio fue una preocupación constante en la mente de los médicos.
Para el siglo xviii, sabemos que los médicos novogalaicos cono-
cían la teoría médica más moderna producida por la Ilustración con
autores como Herman Boerhaave, Albrecht Von Haller, Ramazzini,
Martín Martínez, Jorge Buchan, Begue de Presle, Lorenzo Heister,
Madama Fouquet, Andrés Piquer, Esteban Tortelle, Bordeau,
Lemery, Bartolache, entre muchos otros autores más. De hecho en
este artículo sólo hemos utilizado libros de medicina antiguos que
sabemos eran conocidos en la Nueva Galicia ya fuera porque eran
parte del plan de estudios de la Universidad de México, y posterior-
mente de la de Guadalajara, o porque se encontraban en las biblio-
salud del cuerpo humano. Ahorro de Medicos, Cirujanos, y Botica. Prontuario de secretos ca-
seros, faciles, y seguros en la practica, fin cifras medicas, para que todos puedan ufar de ellos en
bien de los pobres enfermos: sacados, y comprados de los Medicos, y Cirujanos mas famofos de
toda la Europa, con la folicitud, y caudales de la dicha infigne Matrona (Avuela del Marifcal
de Francia Mr. el Duque de Belleisle, bien celebre en nueftros tiempos) para curar por si mif-
ma en los Pobres todo género de males, ahun los que hafta ahora han fido tenidos por incura-
bles, Francisco Monroi y Olaso, trad., tomo i, Salamanca, Imprenta de Antonio
Villagordo y Alcaraz, traducido de la impresión en francés de 1739, 1750, 2-11.

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tecas de los seminarios novogalaicos así como en la biblioteca de los


betlemitas, encargados del hospital de la ciudad.7
Todavía en el ocaso del siglo ilustrado, el uso y consumo de ali-
mentos constituiría la primera línea de defensa contra la enferme-
dad en una sociedad donde la reputación del médico era dudosa y la
tradición de la cura doméstica estaba tan arraigada. Una forma de
conocer las ideas populares acerca de algún tema es a través de los
dichos y refranes que reproducen conocimientos antiguos y los
mantienen vivos. El refrán es un acuerdo al que llegan los hablantes
de una comunidad, donde se expresan opiniones implícitas, que es
aceptado y respetado como argumento por sus miembros.8 El músi-
co napolitano Massimo Troiano decía en 1569 que la manera de
hablar de los españoles se caracterizaba por el uso constante de refra-
nes y dichos, lo cual se muestra en la obra Don Quijote. Esa tradi-
ción peninsular influyó en el habla novohispana y los refraneros
españoles se integraron al discurso cotidiano.9
Los refranes registran lo que una comunidad asume como im-
portante. La comida sería la temática más constante de los refranes
de antiguo régimen10 al igual que su relación con la salud. Una pre-
ocupación recurrente en el refranero novohispano sería la frugalidad
al comer, acentuar el uso de ciertos remedios comunes ante la enfer-
medad y se afianza la cocina como un saber popular capaz de curar.11
La cocina no era un remedio usado exclusivamente por las clases
populares. Contrario a la creencia, la teoría médica puso especial
atención en ella desde la antigüedad, preocupación que se acentuó
en el siglo xviii con el nacimiento de la policía médica. El inglés
7
Los detalles de la influencia de los autores ilustrados en Guadalajara se encuentran
en la tesis doctoral de mi autoría “Políticas públicas de sanidad y terapéutica en Guada-
lajara, 1786-1835”, capítulo 3, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2014.
8
Josefina Guzmán y Pedro Reygadas, De refranes y cantares tiene el pueblo mil milla-
res. 1. Refrán mexicano y discurso: tipología, campos y estructuras recurrentes en el universo de
la oralidad, México, El Colegio de San Luis, Universidad Autónoma de San Luis Potosí,
2009, 50; Herón Pérez Martínez, Refranero mexicano, México, Fondo de Cultura Econó-
mica, Academia Mexicana, 2004, 13.
9
Herón Pérez Martínez, Refrán viejo nunca miente, México, El Colegio de Mi-
choacán, 1993, 73, 76.
10
Herón Pérez Martínez, Refranero mexicano, op. cit., p. 116-118.
11
Ibid., pp. 60, 123-124, 197, 282.

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Jorge Buchan, quien basó su obra en la observación de las ciudades


manufactureras de Inglaterra y los males ocupacionales derivados de
ellas,12 trató todos los aspectos que se consideraban importantes
para la buena higiene. Esto poco tenía que ver con la limpieza, su
concepto de higiene abarcaba régimen, elección, cantidad, prepara-
ción y mezcla de los alimentos; así como el ejercicio y el reposo; el
sueño y la vigilia; y las pasiones o emociones,13 en resumen, abarca-
ba cualquier cosa que influyera en la salud ya fuera de naturaleza
moral o física. Por ello se tomaría mucho en cuenta el aire, el agua y
todo aquello que rodeara a la persona, de esta manera, la limpieza
iría poco a poco incursionando en el campo de la higiene como un
factor que influía en el funcionamiento del cuerpo, pero no sería
claramente una parte fundamental de ella hasta el descubrimiento
de los elementos patógenos, ya bien entrado el siglo xix. Como
ejemplo de esto, el mismo Buchan, creía que el cólera, que devasta-
ría al mundo occidental más tarde en 1833, era causado por la falta
de frutas de verano que templaran la “acrimonia de la bilis”, ya que
los alimentos de naturaleza fría como el melón se volvían agrios en
el estómago causando la enfermedad; también creía que podían
causarla los venenos, el tiempo frío, la dentición, las pasiones violen-
tas y las impresiones fuertes, pero jamás mencionó la limpieza para
su tratamiento, pues, aún no se descubría la bacteria.14
Uno de los problemas principales que se consideraban en la me-
dicina moderna era el abasto de agua. Tal vez sorprenda en un prin-
cipio que sea considerada aquí como un alimento básico, sin
embargo, debemos tomar en cuenta que el agua no sólo se bebía,
con o sin el acompañamiento de los alimentos, sino que ésta consti-

12
Jorge Buchan, Medicina doméstica, ó tratado completo del modo de precaver y curar
las enfermedades con el régimen y medicinas simples, y un apéndice que contiene la farmaco-
pea necesaria para el uso de un particular, don Antonio de Alcedo, trad., Madrid, Impren-
ta de Benito Cano, 1786, 680 p.
13
Antonio Ballano, Diccionario de Medicina y Cirugía, ó Biblioteca manual médico-
quirúrgica, tomo iii, Madrid, Francisco Martínez Dávila, impresor, 1817, 141.
14
Jorge Buchan, Medicina doméstica, ó tratado completo del modo de precaver y curar
las enfermedades con el régimen y medicinas simples, y un apéndice que contiene la farmaco-
pea necesaria para el uso de un particular, tomo ii, Pedro Sinnot, trad., Madrid, Imprenta
Real, 1792, 391-392.

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tuía un suministro básico que dada su ingesta podía afectar la salud.


Además, la gran mayoría de los alimentos se preparan con agua, en
mayor o menor cantidad, al lavar, cocer o mezclar otros comestibles
en ella, por esta razón ya en la época se le daba importancia a su
limpieza para el consumo humano. Para cuidar la limpieza del
agua, cuando sólo se tenía la de la lluvia, no se debía tomar la pri-
mera que cayera porque estaba cargada de transpiración de vapores
de putrefacción. Los aljibes debían estar limpios y el agua pasar por
arena antes de entrar a éstos, además, debían estar hechos de mate-
riales convenientes. Las aguas estancadas, como las de lagos, ríos
poco caudalosos y estanques creaban insectos y contenían hierbas
que las ensuciaban, el agua de las lluvias llevaba residuos de los ba-
sureros de las calles y de los caminos, por tanto, debía “corregirse”,
antes de beberla, hirviéndola con vinagre y plantas de olor. Para los
pozos o fuentes, que solían ensuciarse por estar cerca de basureros,
sumideros y aguas inmundas, y que estaban abiertos, por lo que
podían recibir porquerías y animales, lo conveniente era tenerlos
cerrados y limpiarlos cada año, apartarlos de toda suciedad y no
beber su agua.15
En cuanto a los alimentos, debían evitarse las carnes corrompi-
das que se vendían más baratas por lo que la policía debía prohibir
su venta; abstenerse de comer mariscos porque se corrompían fácil-
mente y animales que hubieran muerto por alguna enfermedad.16
La dieta debía ser de acuerdo al tipo humoral de cada persona y a su
ocupación, pero siempre evitando los excesos. De la preparación de
los alimentos se hablaba poco, especialmente, falta la mención de la
limpieza en la cocina, los utensilios y los alimentos o su desinfección
por medio del calor, ya que para entonces se creía que la forma de
desinfectar cualquier objeto malsano debía hacerse mediante la neu-
tralización de su mal olor,17 es decir, que cuando se recomendaba

15
Mr. Begue de Presle, El conservador de la salud, ó Aviso a todas las gentes acerca de los
peligros que les importa evitar para mantenerse con buena salud, y prolongar la vida, Félix
Galisteo y Xiorro, trad., Madrid, Pedro Marín, 1776, 130-146.
16
Ibid., pp. 174-177.
17
Se entiende por desinfección quitar las malas cualidades del aire por medio de la
ventilación, la fumigación ácida u otros, de esa manera se exterminan las impurezas y los

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hervir el agua estancada con vinagre y hierbas de olor lo importante


no era la ebullición del agua sino su mezcla con estos neutralizantes
del mal olor. La única recomendación que existía para la prepara-
ción de alimentos era evitar usar utensilios de cobre, plomo o estaño
para evitar un envenenamiento.18

Hábitos alimenticios y su vigilancia

En las Ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación


de 1573, de Felipe II, encontramos una de las menciones más tem-
pranas de los alimentos referente al Nuevo Mundo, estas ordenanzas
estuvieron vigentes durante todo el periodo colonial y fueron incor-
poradas a la Recopilación de Leyes de Indias de 1680.19 Para el asenta-
miento de nuevas poblaciones, el artículo 34 de las Ordenanzas
mandaba que en la nueva fundación se encontraran hombres, ani-
males y frutos sanos, para garantizar con ello que éste era un lugar
saludable para vivir. Establecía que la tierra fuera fértil para sembrar
y para criar ganado ya que en la dieta española la carne era primor-
dial; además, disponía que hubiera agua suficiente para regar los
sembradíos y que ésta fuera salubre para el consumo humano.
El artículo 38 establecía que la población debía asentarse cerca de
cuerpos de agua, ésta era una condición generalizada en las ciudades
hispanas ya que toda ellas debían ceñirse a las Ordenanzas de descu-
brimiento… para establecerse. Todas estas disposiciones se cumplie-
ron en la fundación de Guadalajara excepto que siempre tuvo un
problema de abasto de agua, ya que si bien se instaló a la ribera del
río San Juan de Dios, éste era en realidad un raquítico caudal que

miasmas contagiosos. Para eso se utilizan hogueras, sahumerios de hierbas, vinagre puro,
explosiones de pólvora, fumigaciones ácidas (con ácido nítrico, ácido muriático, ácido
sulfúrico) y gas amoniacal. Antonio Ballano, op. cit., p. 78-80.
18
Esteban Tourtelle, Elementos de Hygiene o del Influxo de las cosas físicas y morales en
el hombre, y medios de conservar la salud, tomo ii, segunda edición, don Luis María Mexía,
trad., Oficina de Don Ventura Cano, 1818, 136.
19
Rafael Diego-Fernández Sotelo, “Mito y realidad en las leyes de población de In-
dias”, en Francisco de Icaza Dufour, coord., Recopilación de leyes de los reynos de las Indias.
Estudios histórico-jurídicos, vol. v, México, Porrúa, 1987, 230-233.

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sólo servía para lavar la ropa y llevarse las inmundicias que le arroja-
ban20 y pronto fue insuficiente para el abasto de la ciudad.
Hubo varios intentos de llevar agua de otros lugares a la ciudad,
pero casi todos ellos se quedaron en el papel. Fue el proyecto de Pe-
dro Buzeta, que se inició en 1731, el que mostró algunos resultados,
pero que no se vieron completados sino hasta 1798, al introducir
agua subterránea a la Caja del Caracol que abastecía nueve fuentes
públicas ubicadas en la plaza de la Palma, la Plaza Mayor, Santo
Domingo, el Santuario de Guadalupe, el convento de las Capuchi-
nas, Jesús María, el Colegio de San Juan, Santo Tomás, San Francisco
y el convento de Santa María de Gracia.21 Además se construyeron
fuentes privadas para el consumo exclusivo de ciertas instituciones
como las de la Real Cárcel, el Palacio Real, el Colegio de San José y
la Soledad, la Casa de Santa María de Gracia, la Real Caja, Santa
Teresa de Jesús y en el antiguo Hospital de Belén; así como en las
casas de pobladores pudientes como el Sr. Dean, Lorenzo Villase-
ñor, Eusebio Miasa, Bernardo de Miranda, Isidro Serrano, Antonio
Mena, Joseph Segura, Gabriel Leñero, Eugenio Castro, Francisco
Soto, Joseph Calazo y Joachin Chauri.22
La calidad del agua que se consumía en la capital novogalaica
dependía en gran medida del barrio en el que se viviera. La mayoría
de las fuentes se ubicaban en el centro de la ciudad, donde habitaba
mayoritariamente la clase pudiente y las autoridades civiles y ecle-
siásticas. Los habitantes que tenían una mejor posición económica
obtenían agua de las fuentes públicas o privadas, o la compraban a
los aguadores que de ellas se abastecían, aunque esto no garantizaba
su limpieza; según un testimonio fechado alrededor de 1800, dichas
fuentes se contaminaban porque algunas personas las usaban para
bañarse y aunque se ordenó que se vigilaran los veneros para evitar

20
Leopoldo I. Orendáin, “Salubridad e higiene”, en José María Muriá y Jaime Olve-
da, comp., Demografía y urbanismo: lecturas históricas de Guadalajara iii, México, inah,
Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de Guadalajara, 1992, 79.
21
Ibid., p. 80-81.
22
Plano de la ciudad de Guadalajara y demostración de la Real obra de agua, 1741,
Archivo Histórico de Jalisco, mapoteca, pl 2.1, 504 rf-20, el plano contiene los nombres
de los propietarios de las fuentes.

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esa práctica insana, se continuó haciendo por las noches y a escon-


didas.23 Esto sin contar que se encontraban a la intemperie y reci-
bían polvo, lluvia, insectos y cualquier cosa mal sana que pudiera
estar en el ambiente, convirtiéndose en ocasiones en verdaderos cal-
dos de cultivo para numerosos parásitos y bacterias, a la mayoría de
los cuales estaba ya acostumbrada la población, pero cuando un
nuevo microorganismo llegaba podía causar estragos inimaginables.
Los pobladores de barrios más alejados o pobres se veían obli­
gados a consumir agua del río contaminado por los excrementos
y desperdicios de tenerías, curtidurías, carnicerías, obrajes textiles y
otros desechos que ahí iban a parar. La contaminación del río se
debía a la creencia de que el agua insalubre provenía solamente de
las aguas estancadas, mientras que el agua que estaba en movimien-
to se “purificaba” al correr y entrar en contacto con aire limpio, de
tal manera que la Ordenanza de descubrimiento… disponía en el ar-
tículo 123 que los oficios que causaran inmundicias se ubicaran a la
ribera del río para eliminar sus desechos,24 sin que esto causara pre-
ocupación alguna por la salud de los que la consumían. Los barrios
de indios como Analco, San Juan de Dios y Mexicaltzingo eran los
más afectados por esa situación porque no contaban con ninguna
otra fuente de agua alterna. El terreno ubicado entre los dos brazos
del río San Juan, al norte de la ciudad y frente al barrio de San Juan
de Dios, fue utilizado por las lavanderas y después como tiradero de
basura hasta poco antes de 1800 cuando se construyó la Alameda
para crear un lugar de esparcimiento y recreación.25 También al nor-
te de la ciudad, donde vivían artesanos pobres y migrantes, escasea-
ba al agua, pues, no contaban con ninguna fuente cercana ni con el
río para abastecerse.
La diferenciación en el abasto de agua indica los diversos niveles
de sanidad entre los barrios de la ciudad, este hecho está íntima-

23
Anónimo, “Apuntes de algunas providencias que exige la constitución de Guada-
lajara para que sea una de las más cómodas y sanas de América”, Biblioteca Pública de
Jalisco, fondo Franciscano, manuscrito núm. 14, f. 18v.
24
Rafael Diego-Fernández Sotelo, op. cit., p. 302-303.
25
Eduardo López Moreno, La cuadrícula en el desarrollo de la ciudad hispanoameri-
cana, Guadalajara, México, México, Universidad de Guadalajara, iteso, 2001, 74.

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mente ligado al nivel socioeconómico de sus habitantes. La distribu-


ción desigual del agua potable nos explica los patrones de contagio
de ciertas enfermedades, como el cólera, pero tomemos en cuenta
que la disponibilidad de agua era un arma de doble filo, ya que tener
fuentes de agua puede ser un paliativo, pero también un propagador
de la enfermedad cuando las fuentes se contaminaban de un agente
patógeno.26
El abasto de comestibles volvió a aparecer en los cuerpos legales
con la Ordenanza de Intendentes de Nueva España de 1786, cuando
los Borbones reflejaron en el cuerpo legal la nueva preocupación ilus-
trada por la higiene y el buen estado de salud de sus súbditos. La
nueva figura del intendente debía informarse cada cuatro meses so-
bre la escasez o abundancia de frutos de su territorio, así como de sus
precios para poder dar auxilio en la necesidad o comerciar en la
abundancia; además debía conocer el estado de los pósitos y alhóndi-
gas para asegurarse de que hubiera suficiente abasto para la población
y castigar a los revendedores de granos y harinas que perjudicaban a
los habitantes.27
Durante “el año de hambre”, en 1786, la escasez de maíz fue en­
démica. El 13 de enero hubo un intento de robar el maíz de la al-
hóndiga y esa no fue la primera ni la última ocasión en que eso
pasaría, lo que obligó al ayuntamiento a redoblar la vigilancia del
granero.28 Los primeros meses del mismo año se desataron enferme-
dades epidémicas que, en opinión del Sr. León y Gama, habían sido
provocadas por la mala alimentación de los pobres predispuestos a
la peste que empezó a manifestarse en todo el virreinato y que se
desarrolló con mayor fuerza en Nueva Galicia, Durango, Valladolid

26
Véase Lilia V. Oliver Sánchez, Un verano mortal: análisis demográfico y social de una
epidemia de cólera: Guadalajara, 1833, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco,
1986, 223 p.
27
Rafael Diego-Fernández Sotelo, Marina Mantilla Trolle, Agustín Moreno Torres,
ed., Real Ordenanza para el establecimiento é instrucción de intendentes de exército y provin-
cia en el reino de la Nueva España. Edición anotada de la Audiencia de la Nueva Galicia,
México, Universidad de Guadalajara, El Colegio de Michoacán, El Colegio de Sonora,
2008, 214-216.
28
Lilia V. Oliver Sánchez, El hospital Real de San Miguel de Belén, 1581-1802, Gua-
dalajara, Universidad de Guadalajara, 1992, 212.

58 Relaciones 146, primavera 2016, pp. 47-81, issn 0185-3929


C o m e r pa r a s a n a r

y Guanajuato. Al parecer, la enfermedad que azotó ese año fue fiebre


tifo o alguna de sus derivadas, pero en Guadalajara la llamaron sim-
plemente “la bola” por la cantidad de síntomas que desarrollaba.29
En realidad, se trataba de una serie de padecimientos que ya existían
que a causa del aumento desmesurado de la población, el hambre
y las condiciones de vida insalubres, alcanzaron proporciones epi­
démicas.30
A fines de abril de ese año se publicó otro bando relativo a las me-
didas de higiene pública que debían adoptarse para contener la peste
que estaba cobrando gran número de vidas. Entre las precauciones
estaba el aseo de las calles; medidas para el entierro de cadáveres; y la
matanza de perros callejeros, esta última provocó un nuevo problema
porque muchos empezaron a vender clandestinamente la carne de los
perros haciéndola pasar por cordero, fomentando aún más los males
que trataban de controlar.31 Podríamos decir que las disposiciones de
los intendentes funcionaron en buena medida, ya que ésta fue la últi-
ma hambruna sufrida en Guadalajara, sin embargo, la escasez no ter-
minó y la población no siempre tuvo la mejor alimentación,
especialmente debido al creciente número de habitantes.
Las pulperías, donde se vendían enseres como el pan, vino, acei-
te y vinagre entre otros, se liberaron, de tal manera que cualquier
vasallo pudiera establecer una, se esperaba que de esta manera se
multiplicara su número para el abastecimiento de la ciudad, donde
los productos se dieran al mejor precio y de buena calidad y se vigi-
laría celosamente la mala calidad de alimentos y la venta con pesos
falsos.32 También debían visitarse las pulquerías, “procurando extin-

29
Luis Pérez Verdía, Historia particular del Estado de Jalisco, desde los primeros tiempos
de que hay noticia, hasta nuestros días, tomo i, Guadalajara, Escuela de Artes y Oficios del
Estado, 1910, 379.
30
Lilia V. Oliver Sánchez, “Los servicios de salud, el pensamiento ilustrado y la crisis
agrícola de 1785-1786”, en José María Muriá y Jaime Olveda, comp., Demografía y ur-
banismo…, op. cit., p. 59.
31
Alma Dorantes, “El ayuntamiento tapatío ante la crisis de 1785-86”, en José Ma-
ría Muriá y Jaime Olveda, comp., Sociedad y costumbres: Lecturas históricas de Guadalaja-
ra ii, México, inah, Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de Guadalajara,
Programa de Estudios Jaliscienses, 1991, 105.
32
Ibid., p. 228-230.

Relaciones 146, primavera 2016, pp. 47-81, issn 0185-3929 59


A b r i l R e y n o s o Ba z úa

guir las tepacherías en que se hacen y expenden ocultamente varios


brebajes muy perjudiciales a los indios y demás castas de pueblo”,33
porque destruían la salud de los naturales.
Además de la reglamentación, la Ordenanza de intendentes dio
pie para que estos últimos dictaran numerosos bandos, instruccio-
nes y reglamentos para la vida ciudadana en general. Gracias a las
visitas, los informes, la colaboración de cabildos y de particulares, se
fueron conociendo los problemas comunes que era urgente resolver,
al aprovechar las indicaciones prácticas de la Real Ordenanza para
realizar obras públicas de imprescindible necesidad.34 Según Edber-
to Acevedo, los cabildos, que siempre tuvieron como preocupación
el adelanto material de las ciudades y mejores condiciones de vida
para los habitantes, se convirtieron en correctivos de los problemas
de salubridad, educación, abastecimiento, orden edilicio, limpieza,
etcétera, y a pesar de algunos roces con los intendentes por asuntos
de policía, esto no hizo que los cabildos decayeran en su importan-
cia, sino al contrario, pues al terminar el impulso inicial reformista
de la intendencia, los cabildos retomaron su actividad tradicional y
volvieron a convertirse en centros de acción ciudadana.35
Los reglamentos por parte de diferentes organismos del gobierno
empezaron a incrementarse en la época. Los ministros de la Real
Hacienda formaron un reglamento para el Hospital Real de San
Miguel de Belén en 1797 que introdujo una serie de medidas sin
precedentes para Guadalajara con respecto a los alimentos: que los
suministros no faltaran a los enfermos y lo restante se diera a los
pobres en la puerta del hospital; se harían exámenes regulares para
prever que no hubiera ningún descuido de los enfermos en la comi-
da, medicina, aseo, asistencia y trato; además se visitaría la cocina
para comprobar la limpieza de los alimentos.36 La finalidad de dicho
33
Ibid., p. 307-308.
34
Edberto Óscar Acevedo, “La Causa de Policía (o Gobierno)”, en José María Ma-
riluz Urquijo, dir., Estudios sobre la Real Ordenanza de Intendentes del Río de la Plata,
Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 1995, 56.
35
Ibid., p. 82.
36
“Reglamento del hospital formado por los Ministros de Real Hacienda de orden
de muy Ilustre Señor Presidente para el Régimen interior del Establecimiento, 24 de
agosto 1797”, en María del Rayo Araiza, Luz María Pérez Castellanos, Lucía Arévalo

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C o m e r pa r a s a n a r

reglamento era mejorar la atención de los enfermos, ya que antigua-


mente el médico se presentaba una vez al día y dictaba a los enfer-
meros betlemitas la dieta y medicamentos que debían administrarse
a cada paciente, pero nadie estaba ahí para verificar que eso se cum-
pliera. El gobierno de la ciudad vio la necesidad de vigilar más de
cerca el cuidado que se le estaba dando a la población y para ello
asignó su vigilancia a la policía y a la Junta de Sanidad, recién creada
en esa década.
Las medidas preventivas para los sanos estuvieron a cargo de la
policía cuyas obligaciones eran, además de conservar el orden públi-
co, que las calles estuvieran limpias y los mercados en orden; que en
los expendios de carne no se vendiera producto malsano ni con pe-
sos falsos; que en las panaderías no se consumieran harinas dañadas
ni el pan tuviera menor peso al indicado; que en las boticas no se
expendieran drogas dañadas y que éstas sirvieran al público a cual-
quier hora del día o la noche.37 También se tomaron medidas para
asegurar el buen estado y calidad de los alimentos que consumía la
población, no sólo procurando que los mercados estuvieran ordena-
dos y fueran aseados todas las noches, sino reglamentando ciertos
alimentos de consumo popular.
La carne constituiría uno de los alimentos de primera necesidad
de la ciudad, única fuente de proteína, ya que el pescado era escaso
en las grandes ciudades y sólo se vendía salado. La carne fue intro-
ducida a la dieta americana por lo españoles y “el hábito de comer
carne en forma abundante y hasta excesiva persistió en el siglo xviii,
especialmente en el grupo hispano-criollo”38 y aunque la cita co­
rresponde a un estudio de la ciudad de México, esto mismo parece
aplicarse para la ciudad de Guadalajara ya que Domingo Lázaro de

Vargas et al., Reglamentos, ordenanzas y disposiciones para el buen gobierno de la ciudad de


Guadalajara, 1733-1900, tomo i, Guadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara, Archivo
Municipal, 1989, 100-105.
37
“Reglamento de policía, 11 de octubre 1838”, en María del Rayo Araiza, op. cit.,
p. 186-187.
38
Enriqueta Quiroz, “Del mercado a la cocina. La alimentación en la ciudad de
México”, en Pilar Gonzalbo Aizpuru, dir., Historia de la vida cotidiana en México iii. El
siglo xviii: entre tradición y cambio, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura
Económica, 2005, 26.

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A b r i l R e y n o s o Ba z úa

Arregui informó, a principios del siglo xvii, que esta vianda parecía
constituir la base de la alimentación novogalaica, pero que “el carne-
ro y la baca que se benden aqui son de mui mala calidad […] Aun-
que el ganado llegue por aca grueso, se deteriora notablemente
mientras permanece en estas cercanias” debido a los pocos y malos
pastos.
En la segunda mitad del xviii, Guadalajara era uno de los prime-
ros centros exportadores de ganado del virreinato. Según Mota Pa-
dilla sólo de Nueva Galicia llegaban 30,000 reses al año a la ciudad
de México, eso quiere decir, que en total, el reino debía producir
entre 300,000 y 350,000 cabezas de ganado al año.39 Pero el ritmo
de crecimiento de la producción ganadera no era paralelo al de la
población, que se había casi triplicado en un siglo, y los habitantes
del interior del reino demandaban cada vez más alimentos, por lo
que hubo una crisis de abasto en la segunda mitad del siglo xviii y
los informes de la ciudad decían que el ganado escaseaba y los pre-
cios de la carne subían, en parte gracias al consumo descontrolado
de carne y al abuso en la práctica de matar reses para obtener sebo y
cueros para comerciar.40
El consumo estipulado, por el reglamento de hospitales de 1739
para empleados y enfermos de poco cuidado, establecía raciones de
carne de alrededor de 460 gramos de carnero, 574 gramos de res y
una porción de pollo para caldo al día, por cada persona, sin contar el
pan y las legumbres.41 Esas cantidades están, por mucho, lejos de pa-
recerse al consumo actual de proteína y no se aplicaban a todos los
habitantes de la ciudad, sólo a los enfermos y trabajadores del hospi-
tal. En 1792, el hospital informó que para el mes de noviembre se
habían consumido 744 carneros,42 desgraciadamente no contamos
con el peso de los animales ni la distribución de su carne entre los
enfermos, pero el dato nos sugiere que al menos los enfermos del
hospital recibían carne diariamente, aunque no sepamos la cantidad.

39
Ramón María Serrera, Guadalajara ganadera. Estudio regional novohispano (1760-
1805), México, Ayuntamiento de Guadalajara, 1991, 77-78.
40
Ibid., pp. 88-89, 92-93.
41
Enriqueta Quiroz, op. cit., p. 26-27.
42
Biblioteca Pública de Jalisco, archivo Audiencia, ramo Civil, caja 201, exp. 6, f. 24.

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C o m e r pa r a s a n a r

Otra cosa muy diferente era la calidad de dicha carne: en un


Auto del 15 de abril de 1789, la Junta Municipal de Propios y Arbi-
trios, que se encargaba de los abastos, informó que 14 cabezas de
ganado habían muerto en el corral de la ciudad, 8 de las cuales mu-
rieron por la sequía y fueron repartidas de la siguiente manera: 4 al
Hospital de San Juan de Dios, 1 a la Real Cárcel y 1 a la Cárcel del
Palacio, de las otras no se sabe pues seguramente se pudrieron antes
de poder ser entregadas. Las otras 6 reses aparentemente habían
muerto de “mal de baso”, su carne estaba fétida y verde y, por ello, se
mandó sepultarlas para que los pobres no las consumieran.43 No
sabemos cuándo empezaron a morir las reses, pero sí que tardaron,
al menos, una semana en repartirse, pues, el hospital recibió 3 reses
el 2 de abril y una más el día 8 del mismo mes, por lo tanto, la carne
debía estar ya en bastante mal estado.
Ese mismo año, el 28 de noviembre, el mayordomo del corral
informó a la misma Junta que el ganado menor había estado mu-
riendo durante 3 semanas y estaban muertas 51 cabezas. El adminis-
trador y el presidente de la Junta de Propios y Arbitrios encontraron
la carne inflamada y fétida; se les informó que habían muerto de
“mal del piojo”, así que mandaron enterrarlas con todo y piel. Como
los animales seguían muriendo mandaron al médico de la ciudad,
Mariano de Torres, y al maestro cirujano, José Mendoza, pues al
parecer no tenían albéitares que los auxiliasen y después de inspec-
cionar a varios carneros que se creían saludables mandaron que se
sacrificaran por encontrarles pulmones dañados y con principios de
gangrena, la hiel (vesícula) y el bazo inflamados. Los facultativos
declararon que toda la carne del corral era nociva para la salud hu-
mana y que debía suspenderse su expendio y así lo mandó la Junta.44
Lo notable en este caso es que el gobierno local tomó medidas para
evitar que la carne malsana fuera consumida por la población, espe-
cialmente por los pobres, quienes en ocasiones hurgaban los dese-
chos en busca de carne, aunque esto no terminó aquí, ya que en
1826 todavía había informes de gente que moría al consumir la

43
Archivo Municipal de Guadalajara, Abasto de carne, ab3, 1789, paq. 9, leg. 45, f. 5.
44
Archivo Municipal de Guadalajara, Abasto de carne, ab3/ 1789, paq. 10, leg. 44, 4 fs.

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A b r i l R e y n o s o Ba z úa

carne de los expendios.45 Estos últimos, que eran cuatro en la ciudad,


debían vender carne fresca, de buena calidad y vigilar las balanzas
para no dar un peso falso,46 pero los testimonios de la época demues-
tran que esas medidas no se cumplían.
En la década de los ochenta de 1700, la cabeza de vacuno se co-
tizaba a 3 y 4 pesos, en años de escasez subía a 5 y en los de gran
mortandad alcanzaba el doble de su valor,47 esto causaba que cada
vez la gente pudiera consumir menos carne. Para principios del siglo
xix el consumo de carne había disminuido ya que de 1804 a 1812
se consumían en la ciudad 50 reses diarias, pero con el aumento de
los precios, para 1822, se consumían solamente 30 reses y 25 carne-
ros, a pesar del considerable aumento de la población.48 Esto quiere
decir que la cantidad de proteína que la población estaba acostum-
brada a consumir fue reducida en gran medida.
La disminución en el consumo de carne de res provocó que se
diversificaran los tipos que se introducían a la ciudad. Así, en 1824,
Domingo Aguiar pidió permiso al ayuntamiento para vender 169
chivos castrados en la ciudad; Ramón Salcedo e Ignacio Moreno,
ambos profesores de medicina, los aprobaron como alimento salu-
dable y apto para el consumo humano argumentando que en otros
lugares, como la ciudad de México, Puebla, Zacatecas y San Luis
Potosí, entre otros, se consumía ese animal. El permiso fue dado a
pesar de que estaba prohibida la venta de chivo por el Reglamento
de Abastos del ayuntamiento, pero en vista de la opinión de los ex-
pertos se permitió con el único requisito de que la gente supiera lo
que estaba consumiendo, mandaron que se pusiera un letrero en el
expendio avisando a la gente que se trataba de chivo castrado.49 Este
tipo de disposiciones lograron sustituir en alguna medida la falta de
carne y obligaron a las personas a modificar su dieta.
Además de la carne de res, cordero y chivo, tanto fresca como
salada y seca, se consumía cerdo, casi siempre en forma de jamones
45
Archivo Municipal de Guadalajara, Abasto de carne, ab-1826, paq. 47, leg. 146, 8 fs.
46
“Abasto de carnes”, en María del Rayo Araiza, op. cit., p. 130-131.
47
Ramón María Serrera, op. cit., p. 109.
48
“Abasto de carnes”, en María del Rayo Araiza, op. cit., p. 130-131.
49
Archivo Municipal de Guadalajara, Abasto de carne, ab4-1824 paq. 42, leg. 89, 9 fs.

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C o m e r pa r a s a n a r

y embutidos, especialmente la manteca; las aves de corral, como la


gallina, se reservaban casi exclusivamente para los enfermos, tam-
bién se comían perdices en menor proporción; lo que casi no se
consumía eran los mariscos por la dificultad de mantenerlos frescos,
pero se consumían salados en cuaresma, ya fuera el pescado o las
famosas tortitas de camarón seco. Además, todo el año se consumía
leche, queso, jocoque, requesón y mantequilla,50 por lo que las pro-
teínas de origen animal parecen haber sido las más favorecidas en la
dieta novogalaica.
El segundo grupo alimenticio más importante serían los carbo-
hidratos, especialmente el pan que variaba por su calidad y peso:
desde el pan fino y caro como el francés, el español, el floreado (ma-
nufacturado con la flor de la harina) y el vendeal o candeal; al que le
seguía el pan elaborado con la cabezuela, de calidad inferior; y final-
mente el que se hacía con los residuos de salvado y harina como el
pan semita o acemita, que era el más corriente pero económico.51 El
pan era tan importante en la dieta que hubo una ordenanza para
panaderos en la que se explicaba la forma en que debía hacerse:

Que para, que el pan salga de la calidad, que debe tener, y sea verdadera-
mente Vendeal, sólo deberá componerse de harina flor, y del granillo blan-
co, que en España se llama Moyuelo, y es la verdadera semilla del trigo,
con el cual sale tan blanco, y frasante, y gustoso, como si sólo tuviera la flor
nata; pero de ningún modo le podrá incluir el granillo gordo, o amarillo,
más la canezuela de éste, y no se podrán echar en el amanzo a cada arroba
de harina, arriba de once libras de agua, dándole toda la manufactura, que
necesita, y el correspondiente cosido en el horno, y además sólo se podrá
añadírsele aquella cantidad de manteca no rancia, que sea conveniente
para mayor docilidad de la masa, suavidad de la corteza, y hermosura del
pan, lo que es conforme a los experimentos hechos por la ciudad de Méxi-
co, el año de 77.52

50
Matías de la Mota Padilla, Historia de la Conquista del Reino de la Nueva Galicia,
Guadalajara, Talleres Gráficos de Gallardo y Álvarez del Castillo, 1920, 542.
51
Enriqueta Quiroz, op. cit., p. 25.
52
“Ordenanza de panaderos, 1792”, en María del Rayo Araiza, op. cit., p. 78.

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A b r i l R e y n o s o Ba z úa

La ordenanza nos indica que los panaderos solían usar materias pri-
mas de mala calidad como manteca rancia, harina de maíz en lugar
de trigo y agregaban más agua para que el pan tuviera mayor peso y
venderlo más caro. Cuando el pan estaba fuera del alcance econó-
mico de las familias se consumían las tortillas de maíz que se solían
hacer en casa ya que no existían las tortillerías como tales, cuando
las tortillas o el pan se ponían duros se hacían sopas con ellos, plati-
llo muy común para los enfermos de los hospitales. Con la harina
también se hacían pastas como fideos y tallarines, cuyo valor nutri-
cional era de tipo energético, además, con la masa se hacía atole
blanco o con canela que era consumido especialmente por la pobla-
ción indígena.
Después del año del hambre en 1786, las siguientes mortanda-
des que se presentaron en Guadalajara ya no se debieron a la falta
prolongada de alimentos sino a virus y bacterias que atacaron con
mayor fuerza a aquellos que no estaban bien nutridos. El gobierno
siguió promulgando ordenanzas para regular la buena nutrición y
calidad de los alimentos en casos de epidemia: por ejemplo en 1825,
que hubo epidemia de sarampión, la Junta de Sanidad recomendó
la instalación de cinco cocinas públicas para la mejor alimentación
de los pobres;53 y ante la noticia de la inminente llegada del cólera en
1833, el ayuntamiento prohibió la venta de comestibles podridos en
general, así como vinos, frutas, pescados, legumbres y carnes
saladas,54 lo que nos indica que la calidad de los alimentos permane-
ció bastante baja. Las medidas higiénicas tomadas durante el siglo
xviii en realidad fueron menores, ya que no fue sino hasta 1887 que
se hizo un reglamento para la inspección de comestibles y bebidas
llevado a cabo por un médico y un farmacéutico.
Otros granos que se consumían eran el arroz55 y las llamadas le-
gumbres como garbanzo, frijol, chícharos y lentejas, que proporcio-
53
Lilia V. Oliver Sánchez, “La mortalidad, 1800-1850”, en José María Muriá y Jai-
me Olveda, comps., Demografía y urbanismo… op. cit., p. 113.
54
Lilia V. Oliver Sánchez, “El cólera de 1833 y el estudio médico de sus causas en el
siglo xix”, en Ibid., p. 98.
55
El arroz fue introducido a la dieta americana desde muy temprano en el siglo xvi,
Joseph de Acosta escribía en 1590 que “En Europa y en Pirú y en México, donde hay
trigo, cómese el arroz por guisado o vianda, y no por pan, cociéndose con leche o con el

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naron tanto fibra como potasio. De acuerdo al testimonio de Mota


Padilla, dentro de la ciudad la gente tenía huertos de árboles frutales
en sus casas de donde obtenían granadas,56 higos, manzanas, aceitu-
nas, duraznos, membrillos, nueces, chirimoyas, piñas, aguacates,
zapotes de diversas clases, guamúchiles, granadillas, albaricoques,
amezquites, naranjos, limas, limones, limas de China, limones rea-
les, guayabas, tunas, capulines y moras;57 de tal forma que las perso-
nas contaban con toda la fruta deseada en sus propias casas o de los
vecinos, así obtenian las vitaminas necesarias para una sana alimen-
tación. En el centro de la ciudad también se producían raíces como
el chinchayote, jícama, cacomite, papa y camotes de varias especies.
La cercanía de la barranca de Huentitán proporcionaba a la ciudad
cultivos de diversa índole debido a que a diferentes alturas se podían
cultivar frutos de distinto clima, pero si esto no fuera suficiente, de
los pueblos inmediatos llegaban a los mercados: cebollas, ajos, chiles
o pimientos, coles, lechugas, zanahorias, rábanos, cardos, betabeles,
berenjenas y nabos; y de lugares más distantes se traían mameyes,
chico zapotes, ananás, cocos, melón-zapote, peras, zapote prieto,
ciruelas de varias especies, tempisques, sandías y melones, así como
fruta seca u “orejones” de las partes más alejadas.58 Productos de las
huertas de Tlaquepaque, peces y semillas de las riberas del lago de
Chapala y azúcar de Tequila, entre otros, le daban a la población
una rica variedad de alimentos sin tener que salir de su región inme-
diata. El área de abasto primario de Guadalajara tenía la característi-
ca de ser muy cercano a la ciudad y, por tanto, muy accesible, que
abarcaba un área de entre 100 y 200 km.59
En las celebraciones religiosas se gustaba mucho de los dulces, se
comían tablillas de chocolate, champurrado de maíz con canela,

graso de la olla, y en otras maneras. El más escogido grano es el que viene de las Filipinas
y China, como está dicho. Y esto baste así en común para entender lo que en Indias se
come por pan”, Joseph de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, México, Fondo
de Cultura Económica, Biblioteca Americana, 1940, 173.
56
Matías de la Mota Padilla, op. cit., p. 541.
57
Idem.
58
Ibid., pp. 541-542.
59
Eric Van Young, La ciudad y el campo en el México del siglo xviii. La economía rural de
la región de Guadalajara, 1675-1820, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 26.

Relaciones 146, primavera 2016, pp. 47-81, issn 0185-3929 67


A b r i l R e y n o s o Ba z úa

panocha o piloncillo, atole dulce, tortas de leche, cocadas, buñuelos


o simplemente el azúcar sola. No sólo en las fiestas religiosas se co-
mían dulces, sino que se gustaba mucho del arroz con leche, el cual
comían los enfermos del hospital todas las noches,60 y del chocolate,
bebida que solía tomarse por las tardes y era tenida por saludable e
incluso medicinal. Según Joseph de Acosta, el chocolate era bueno
para tratar el catarro y las afecciones del estómago,61 aunque su ex­
ceso preocupaba a algunos como Arregui, quien decía que el cho­
colate “a nadie es tan nocivo como a los pobres, y si lo beben
desordenadamente, y nadie siente más sus alteraciones que los hom-
bres mezquinos, porque es bebida muy costosa de que se podría
decir tanto de su dulzura y bondad”;62 fue tan popular, en América
y en la península ibérica, que se llegaron a suscitar discusiones sobre
si se podía beber o no en días de ayuno.63 Sea como fuere, nuestros
antepasados eran muy afectos al dulce, tanto que los recetarios de la
época se llenaron de panes, confites, mermeladas y otros deliciosos
postres.
También la Iglesia mostró interés en los alimentos y excusaba de
hacer el ayuno ritual a los enfermos, a los débiles, a los convalecien-
tes, a las mujeres embarazadas y a los lactantes que, por juicio del
médico, necesitaran más alimentos.64 Además, a pesar de que se pro-
hibía el consumo de bebidas espirituosas, especialmente entre los
indios, permitieron que consumieran el agua miel por encontrar
que era bueno para ciertas enfermedades:

la qual es caliente y es buena para desopilar, y es para remover la interperie


causada de demasiada frialdad y es diurética, esto es quae movet urinam

60
Biblioteca Pública de Jalisco, Archivo Audiencia, ramo Civil, caja 201, exp. 6, f. 30 v.
61
Joseph de Acosta, op. cit., p. 180.
62
Domingo Lázaro de Arregui, Descripción de la Nueva Galicia, Guadalajara, Go-
bierno del Estado de Jalisco, 1980, 120.
63
Antonio de León Pinelo, Question moral: si el chocolate quebranta el ayuno eclesiás-
tico, tratase de otras bebidas i confecciones que usan en varias provincias, Madrid, Viuda de
Juan Gonçalez, 1636, 244 p.
64
Pedro Murillo Verlarde (1743), Curso de derecho canónico hispano e indiano, volu-
men iii, libros iii y iv, título 46, México, El Colegio de Michoacán, Facultad de Derecho
de la unam, 2005, 409.

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(mueve orina), y corta las reumas catarrales y abre los poros para que unde-
cumque fiat respiratorio (por todos lados se haga la respiración).
Y el agua miel es caliente e úmida, y tiene las mesmas propiedades de
arriba, y es purgativa y es tan sana, que se da al enfermo que tiene calentu-
ra quando proçede de tumores gruesos putrefactos, y assí los médicos usan
de lo uno y lo otros para dichos efectos.65

Por lo demás, en general, sólo se prohibió la venta de comestibles


que perjudicaran la salud, estuvieran podridos o fermentados y se
ordenó mantener el aseo de las plazas y que los vendedores llevaran
su basura a la esquina.66 El aspecto de las ciudades hispanas del siglo
xviii era en general deleznable no sólo en los mercados, los expen-
dios de carne, tenerías, o cualquier otro sitio que por su naturaleza
se prestara a la acumulación de porquería.

La comida como remedio

Ya hemos señalado que la dieta sería una parte importante de la te-


rapéutica empleada en la época ya que era la manera de introducir
al cuerpo elementos fríos, cálidos, húmedos y secos, que restablecie-
ran el equilibrio humoral. Galeno hablaba de las facultades de los
alimentos y sus humores en su obra De Methodo Medendi 67 y, al
basarse la terapéutica en las propiedades curativas de plantas y mi-
nerales, con el tiempo los recetarios de cocina y las farmacopeas
terminaron teniendo similitudes entre sí, pues muchos de los ingre-
dientes indispensables para la cocina se adquirían en la botica y vi-
ceversa. De tal manera que, en 1571, el protomédico Francisco
Hernández visitaba boticas, tiendas y pastelerías de la ciudad de

65
Alberto Carrillo Cázares, ed., Manuscritos del Concilio Tercero Provincial Mexicano
(1585), tomo i, México, El Colegio de Michoacán, Universidad Pontificia de México,
2009, 397.
66
“Reglamento para el buen orden en las plazas del mercado, 15 de mayo 1827”, en
María del Rayo Araiza, op. cit., pp. 140-141.
67
María Teresa Martínez Peñaloza, “Cocina y farmacia”, en Rafael Diego-Fernández
Sotelo, ed., Herencia española en la cultura material de las regiones de México: casa, vestido
y sustento, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1993, 391.

Relaciones 146, primavera 2016, pp. 47-81, issn 0185-3929 69


A b r i l R e y n o s o Ba z úa

México por igual, pues sabía que en esos establecimientos se usaban


los mismos componentes.68
Los medicamentos del antiguo régimen tenían una base mayori-
tariamente botánica y química en menor medida y su preparación
también requería de alimentos de uso común para producirlos. Por
ejemplo, se usaba la clara del huevo para elaborar jarabes y la yema
para los enemas; la manteca de cerdo era la base en la elaboración de
ungüentos y emplastos; el aceite de ajonjolí se usaba en varios medi-
camentos; el vino tinto se mezclaba con nieve de limón para hacer el
“vino carlón”, que trataba diarreas simples; el ajo, la miel, el aceite de
ricino y la oliva se usaban para hacer cataplasmas, lavativas, etcétera.69
La gran mayoría de los remedios de la época consistían en la in-
gestión o aplicación de los alimentos en el cuerpo. Por ejemplo, para
el envenenamiento por hongos se debía hacer vomitar al paciente y
enseguida darle a beber agua azucarada con vinagre, agraz o cual-
quier otro ácido como aguardiente o éter revuelto con yema de
huevo;70 para curar el “empacho” se hacían cataplasmas cociendo
cebolla picada con una cucharada de manteca, tabaco molido, tres
cucharadas de levadura y medio vaso de vino de uva, se colocaban
en el estómago y la espalda y se daba de beber un purgante. Otros
remedios para el empacho eran poner coles cocidas sobre el vientre
del enfermo y darle de beber el cocimiento de las raíces de escobilla;
también se usaba raíz de coscomate como laxante, té de rosa de Cas-
tilla, o se podía “tronar el empacho”71 y después administrar una
cucharadita de aceite de oliva y té de apio; o agua hervida con te-
quesquite y té de manzanilla, entre otros.72
En 1772, Antonio Alzate publicó un remedio contra una peste
(no sabemos cuál) que se estaba manifestando en ese momento en la
ciudad de México; el remedio consistía en una solución compuesta

68
Ibid., p. 394.
69
Ibid., pp. 389, 396, 401.
70
El cocinero mexicano, México, 1831, tomo i, México, Conaculta, 2010, 174.
71
Básicamente consiste en tronar las vértebras lumbares.
72
Héctor Sumano López, “Medicina tradicional y ‘empacho’”, en Relaciones. Estu-
dios de Historia y Sociedad, núm. 26, Zamora, El Colegio de Michoacán, primavera de
1986, 101-102.

70 Relaciones 146, primavera 2016, pp. 47-81, issn 0185-3929


C o m e r pa r a s a n a r

de vinagre de castilla, ruda, salvia, yerbabuena, romero, estafiate y


azulema cocidos y colados, después se agregaba alcanfor, debía un-
tarse en los riñones y las sienes y lavarse la boca con ella, además de
llevar siempre un pañuelo embebido del remedio para olerlo cuan-
do se estuviera cerca de personas enfermas. Y agregaba que otra pre-
caución que debía tomarse era el no tragar la saliva sino escupirla
constantemente pues ésta fácilmente se inficionaba de la infección
que los enfermos expelían a través de su aliento y sudor, para que de
esta manera la saliva no llegara al estómago y se contagiara la perso-
na.73 De tal manera, los alimentos tendrían funciones curativas y
preventivas al “neutralizar” los miasmas provenientes de la enferme-
dad mediante su olor, claramente los medios de contagio serían por
la nariz y por la boca, orificios corporales por los que se puede intro-
ducir algo al cuerpo.
En las boticas se encontraban hierbas, vegetales, semillas y espe-
cias que servían tanto para la fabricación de medicinas como para
platillos culinarios, se podía encontrar: cebolla, savia, mejorana,
arrayán, tomillo, yerbabuena, toronjil, comino, pimienta blanca y
negra, clavo, perejil, cilantro, café crudo y tostado, semillas de mos-
taza y melón, almendras dulces y amargas, apio, zanahoria, esparra-
go, canela, jengibre, nuez moscada (que en exceso es venenosa) y
vainilla, entre otros.74 Además se vendía cuajo para la elaboración de
quesos; grenetina para las gelatinas, y esencias de frutas, jerez y anís
para postres en general; alcohol para los licores caseros y rompope;
sagú75 para pasteles y bizcochos y goma de tragacanto76 para deco-
73
José Antonio Alzate, Asuntos varios sobre ciencias y artes. Obra periódica al Rey N. Sr.
(que Dios guarde), con las licencias necesarias, impresa en México en la imprenta de la
Biblioteca Mexicana del licenciado don José de Jáuregui, en la calle de San Bernardo,
1772, en Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México, tomo iii, México, Fondo de
Cultura Económica, Conacyt, 1985, 153.
74
María Teresa Martínez Peñaloza, op. cit., p. 389, 396.
75
El sagú es un almidón o fécula que se usa para cocinar, acompañar o espesar ali-
mentos, especialmente sopas, purés y budines. Se extrae de la parte interna de algunas
especies de palmeras, lo más probable es que la que se consiguiera en Nueva España fuera
de la cycas cirnalis del sureste de Asia, o de la mauritia flexuosa americana, que en medici-
na se usa como antidiarreico. Benjamín Caballero, ed., Encyclopedia of Food and Sciences
and Nutrition, 4 vols., Academic Press, 2003.
76
El “tragacanto” o adraganto es un arbusto de Asia menor de cuyo tronco fluye

Relaciones 146, primavera 2016, pp. 47-81, issn 0185-3929 71


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rarlos; alcaravea europea o comino de los prados que en medicina se


usaba como estimulante y antiespasmódico; la yuquilla cimarrona
de Chiapas, estimulante, que sirve para espesar platillos como el fa-
moso “manjar blanco”, etcétera.77
Dominga de Guzmán, quien escribió el Recetario mexiquense al-
rededor de 1750, usaba muchos de esos ingredientes en su cocina,
en la que recogía el uso de especias aromáticas de la comida morisca,
judía y española; su sazón se debía a condimentos como el laurel,
ajo, azahar, estafiate, hierba de Santa María, hinojo, orégano, pere-
jil, ruda, hierbabuena, mejorana y hojas tiernas de naranjo; también
solía implementar en sus recetas el vino de varias clases: aguardiente
de Castilla, de Holanda o refino; mistela, mistela de anís, mezcal,
pulque, sidra, vinagre de vino, vino común, vino de Holanda, vino
de Parras, vino tinto, vino blanco, además del vinagre de Castilla y
de la tierra y el carlón; frecuentaba las aguas de la asentada, de anís,
azahar, laurel, rosa de Castilla, la fuerte y la olorosa; y por si esto
fuera poco, además su cocina requería saber emplear el almizcle, el
alumbre, el aguafuerte, la goma de adraganto, el tequesquite o “sal
de la tierra”,78 y el yeso79 natural y quemado.80
La elaboración de ese tipo de platillos no era la más común, más
bien se hacían en las casas de familias acomodadas o en conventos y
otros sitios donde comiera gente de clase alta, pues los indígenas
conservaron en gran medida sus costumbres alimenticias originales
sustentadas en el consumo de maíz en sus diferentes variantes81 y

naturalmente una goma blanquecina que en farmacia se usaba para la elaboración de


pastillas; también se usaba la goma de alquitira o lo que conocemos como nopal. En co-
cina se emplea para la confitería y pastelería para dar consistencia a las masas y pastas.
Guillermo Cullen, Elementos de medicina practica, tomo ii, Bartolomé Piñera y Siles,
trad., Madrid, Imprenta de Don Benito Cano, 1799, 193.
77
María Teresa Martínez Peñaloza, op. cit., pp. 387-388.
78
Mineral usado desde la época prehispánica para condimentar, sabe y luce parecido
a la sal excepto que tiene un color grisáceo, además de condimento sirve como ablanda-
dor de carne y para que los vegetales cocidos no pierdan su verdor. Diana Kennedy, My
Mexico, A Culinary Odyssey with Recipes, University of Texas Press, 2013, 257.
79
Se usaba para la “limpieza” de vinos.
80
Guadalupe Pérez San Vicente, “El recetario, regio tesoro de la cocina mexicana”, en
Dominga de Guzmán, Recetario mexiquense. Siglo xviii, México, Conaculta, 2010, 47-49.
81
Cristina Barros, “Prólogo”, en El cocinero mexicano, op. cit., tomo i, p. 9.

72 Relaciones 146, primavera 2016, pp. 47-81, issn 0185-3929


C o m e r pa r a s a n a r

chile, que al parecer no era bien tolerado por los españoles y los mé-
dicos que “habiendo hojeado malamente algunas obras francesas,
han declarado la guerra a los estimulantes y principalmente al
chile”,82 aunque eso no evitó que se conformaran platillos con base
en ese condimento como las enchiladas, tlacoyos y chilaquiles. Ade-
más, se creía que las masas en general, donde se incluye maíz y plati-
llos como tamales, tlacoyos, sopes, etcétera y todo tipo de pastelería,
causaban malestar estomacal, indigestión y falta de apetito y eran la
causa de la mala salud de las personas que vivían en ciudades grandes,
especialmente de las capitales83 donde se abusaba de esos alimentos.
Aunque los españoles ya se habían acostumbrado a ingerir maíz, se le
tenía como un alimento para pobres, de mal gusto para los paladares
finos al grado de que algunos recetarios ni siquiera incluían platillos
como los tamales, las quesadillas y otros por el estilo.84
Según Luis Pérez Verdía una persona de clase más o menos aco-
modada comía:

caldo con gotas de limón, sopa de tortilla, de arroz o de alguna pasta de


harina; puchero provisto con chayotes, elotes, plátanos o peras cocidas; la
carne asada, alguna legumbre y los frijoles, gustando como postres el arroz
de leche, la cocada, los conflonfios o los huevos reales y dando sorbos de
catalán. A la tarde se tomaba el chocolate fabricado a domicilio con cacao,
azúcar, almendra y canela.85

La recomendación de la época se basaría en la “fácil digestión” de los


alimentos por considerarlos saludables de acuerdo a la idea de que
“lo que nutre, no es lo que se come, sino lo que se digiere, y nada
influye tanto en la moral de un individuo, cualquiera que sea, que la
manera como se hace su digestión”.86 De manera que se recomenda-
ba comer carne de ternera, carnero o cualquier otro animal tierno
que por su poca edad se creía que era más fácil de digerir, incluso
82
Ibid., p. 149.
83
Ibid., tomo iii, p. 539-540.
84
Ibid., tomo i, p. 219-220.
85
Luis Pérez Verdía, op. cit., tomo ii, p. 5.
86
El cocinero mexicano, op. cit., tomo i, p. 206.

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para los enfermos, y dejar la carne de res o buey para las personas
con “estómagos fuertes”; el cerdo era poco apreciado por su pesadez
por lo que se recomendaba a personas de estómago robusto o sujetas
a trabajo físico duro que necesitaran de fuerza adicional; mientras
que el pescado debía comerse moderadamente por personas sanas y
estaba estrictamente prohibido a los enfermos, se le consideraba fá-
cil de digerir y de cualidades “espermáticas”, es decir, que era bueno
para la reproducción.
Además, cualquier carne debía comerse fresca ya que existía la
costumbre de comerla “manida” o podrida, e incluso se creía que
sabía mejor cuando estaba un poco pasada.87 De acuerdo a la tradi-
ción española más afecta a las carnes, el consumo de ésta favorecía a
la salud ya que se veía que los vegetarianos, por filosofía o por pobre-
za, eran de salud endeble e incluso antinatural, pues: “después de
predicar con entusiasmo la abstinencia de carnes, al olor suave y
delicioso de unos pichones empapelados, de un lomo de ternera re-
lleno y de otras preparaciones sabrosas, arrojan por los suelos su filo-
sofía, y sin el menor escrúpulo se llenan de carne hasta el gargüero”.88
La carne no se debía prohibir ni siquiera a los enfermos cuyas
dietas ligeras se sustentaban en la ingesta de caldos y guisos de raíces,
hierbas, frutas y hortalizas para ayudarlos a mantener las fuerzas. En
el Cocinero mexicano se incluyó un apartado entero de recetas para
enfermos cuyos nombres suelen ser “caldo de enfermo” o “caldo de
sustancia para los débiles”, donde los ingredientes principales son
carne de gallina y carnero acompañada de arroz, garbanzo y hortali-
zas como apio y hierbas que prescribiera el médico, cuidando de no
usar especias que irritaran el estómago.89 Había otras recetas cuya
finalidad era solamente reestablecer las fuerzas de la persona con
debilidad o fatiga y no necesitaran cuidar el estómago, como el cal-
do de carne con ajo dorado en manteca,90 o carne con vinagre y
chiles fritos en manteca.91 Para los pobres que no podían comprar
87
Ibid., tomo ii, p. 287-288, 338, 372, 457.
88
Ibid., tomo i, p. 259.
89
Ibid., p. 26-27, 173, 217.
90
Ibid., p. 31.
91
Anónimo, Recetario novohispano, op. cit., p. 23.

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C o m e r pa r a s a n a r

carne y los indígenas que no estaban acostumbrados a ese tipo de


platillos, se recomendaba tomar atole de maíz por ser de “buena
sustancia” y no irritante para los intestinos, de cualquier manera los
indígenas ya acostumbraban tomarlo como remedio, Lázaro de
Arregui decía en su Descripción de Nueva Galicia que los indios a
veces no tenían más cura que el atole.92
Entre los vinos degustados estaba el catalán que menciona Pérez
Verdía; el aguardiente, cuya fabricación se permitió desde 1797;93 el
pulque tan detestado por las autoridades, pero socorrido por las per-
sonas, especialmente los pobres; y el tepache, bebida hecha de piña
fermentada más barata aún que el pulque. A los enfermos se les per-
mitía tomar vino de la tierra, vino Carlón y aguardiente de Castilla,
siempre y cuando el médico o el cirujano lo prescribiese, el cual era
comprado en la botica. Se buscó que no se prohibiera el mezcal o el
vino de cocos que además eran buenos para la salud según los médi-
cos, pues, a falta de ellos los indios hacían otros brebajes que sí eran
nocivos para la salud, de ahí que se hizo un estanco de mezcal.94

Consideraciones finales

En conjunto, la dieta novogalaica era balanceada y de alto conteni-


do calórico-energético, el problema, entonces, no era lo que consu-
mían sino la cantidad y la calidad. Además de que una dieta alta en
carbohidratos no provee de la nutrición suficiente para un sistema
inmune fuerte, la escasez constante de alimentos tenía a la pobla-
ción en una situación de desnutrición crónica, máxime cuando to-
mamos en cuenta que la comida arriba descrita por Pérez Verdía
sólo era consumida por una pequeña fracción de la población, ya
que la mayoría de pobres se conformaban con atole de masa, torti-
llas, frijoles y uno que otro pedazo de carne.
Al igual que con el consumo de agua, la calidad de los alimentos
dependía de la capacidad adquisitiva de la familia, por ello, pode-
mos suponer que los más pobres eran los más desnutridos ya que la
92
Domingo Lázaro de Arregui, op. cit., p. 89.
93
Francisco de Asís Flores Troncoso, op. cit., p. 480.
94
Matías de la Mota Padilla, op. cit., p. 407.

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A b r i l R e y n o s o Ba z úa

dieta variaba según el estamento al que se pertenecía. Si a esto le


sumamos que las condiciones cualitativas del alimento no eran óp-
timas, ni siquiera podemos llamarles en la actualidad saludables, es
muy probable que no sólo obtuvieran víveres de bajo contenido
nutritivo, sino en ocasiones los mismos provocaban más enfermeda-
des que las que prevenían. Ahora podemos entender por qué una
alimentación tan rica, variada y además deliciosa, terminaba por ser
insuficiente para mantener los sistemas inmunes de la población en
buen estado y porque tan fácilmente sucumbían a las enfermedades.
La dieta como primer defensa contra la enfermedad sería causa
de la teoría médica imperante en la época, pero también estaba de-
terminada por la economía familiar; por la desconfianza hacia la fi-
gura del médico y al hospital como verdadero “moridero”, al que las
personas sólo iban cuando la enfermedad era muy grave; y por la
cultura, donde las actividades cotidianas se llevaban al interior de la
casa. El padecimiento de la enfermedad era visto como una activi-
dad doméstica y privada, idea que persiste hasta nuestros días cuan-
do la enfermedad es leve o habitual. La cocina se convertiría en la
botica familiar y la mujer de la casa, usualmente la más vieja, sería
médico y enfermera del doliente.

Archivos

Archivo Histórico de Jalisco


Mapoteca, pl 2.1, 504 rf-20.

Archivo Municipal de Guadalajara


Abasto de carne, ab-1826, paq. 47, leg. 146, 8 fs.
Abasto de carne, ab3, 1789, paq. 9, leg. 45, 6 fs.
Abasto de carne, ab3/ 1789, paq. 10, leg. 44, 4 fs.
Abasto de carne, ab4-1824, paq. 42, leg. 89, 9 fs.

Biblioteca Pública de Jalisco


Archivo Audiencia, ramo Civil, caja 201, exp. 6, 121 fs.
Fondo Franciscano, manuscrito núm. 14, fs. 17-24.

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ufar de ellos en bien de los pobres enfermos: sacados, y comprados de
los Medicos, y Cirujanos mas famofos de toda la Europa, con la fo-
licitud, y caudales de la dicha infigne Matrona (Avuela del Marif-
cal de Francia Mr. el Duque de Belleisle, bien celebre en nueftros
tiempos) para curar por si mifma en los Pobres todo género de males,
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Fecha de recepción del artículo: 12 de mayo de 2014


Fecha de aprobación: 30 de junio de 2014
Fecha de recepción de la versión final: 14 de julio de 2014

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