Comer para Sanar
Comer para Sanar
Comer para Sanar
E
l acto de comer tiene variadas razones, desde las más básicas,
mantenerse vivo; hasta las más banales, comer por placer.
Comer presupone un acto de nutrición del cuerpo, de los
sentidos, del alma, e incluso un acto de amor cuando una mujer
amamanta a su hijo y él recibe a través del pecho nutrición, seguri-
dad, contacto humano y cariño materno. La comida llega incluso a
volverse una obsesión cuando con ella se intentan llenar vacíos emo-
cionales, obtener y dar placer a otros, alimentar la creatividad, ex-
presar sentimientos, etcétera; por ello no es raro que la comida sea
una pieza fundamental de la cultura en prácticamente todas las so-
ciedades antiguas y presentes. A la comida se le escriben versos,
odas, historias, refranes, se le atribuyen poderes mágicos, curativos,
nocivos y afrodisíacos. Su influencia trastoca todas las actividades
humanas, en este sentido, la comida, siendo uno de los ejes alrede-
* abrilreynoso_bazua@hotmail.com
1
Maurice Aymard, “Pour l´histoire de l’alimentation: quelques remarques de métho-
de”, en Annales. Economies, Societés, Civilisations, 30e année, núms. 2-3, 1975, 431-433.
12
Jorge Buchan, Medicina doméstica, ó tratado completo del modo de precaver y curar
las enfermedades con el régimen y medicinas simples, y un apéndice que contiene la farmaco-
pea necesaria para el uso de un particular, don Antonio de Alcedo, trad., Madrid, Impren-
ta de Benito Cano, 1786, 680 p.
13
Antonio Ballano, Diccionario de Medicina y Cirugía, ó Biblioteca manual médico-
quirúrgica, tomo iii, Madrid, Francisco Martínez Dávila, impresor, 1817, 141.
14
Jorge Buchan, Medicina doméstica, ó tratado completo del modo de precaver y curar
las enfermedades con el régimen y medicinas simples, y un apéndice que contiene la farmaco-
pea necesaria para el uso de un particular, tomo ii, Pedro Sinnot, trad., Madrid, Imprenta
Real, 1792, 391-392.
15
Mr. Begue de Presle, El conservador de la salud, ó Aviso a todas las gentes acerca de los
peligros que les importa evitar para mantenerse con buena salud, y prolongar la vida, Félix
Galisteo y Xiorro, trad., Madrid, Pedro Marín, 1776, 130-146.
16
Ibid., pp. 174-177.
17
Se entiende por desinfección quitar las malas cualidades del aire por medio de la
ventilación, la fumigación ácida u otros, de esa manera se exterminan las impurezas y los
miasmas contagiosos. Para eso se utilizan hogueras, sahumerios de hierbas, vinagre puro,
explosiones de pólvora, fumigaciones ácidas (con ácido nítrico, ácido muriático, ácido
sulfúrico) y gas amoniacal. Antonio Ballano, op. cit., p. 78-80.
18
Esteban Tourtelle, Elementos de Hygiene o del Influxo de las cosas físicas y morales en
el hombre, y medios de conservar la salud, tomo ii, segunda edición, don Luis María Mexía,
trad., Oficina de Don Ventura Cano, 1818, 136.
19
Rafael Diego-Fernández Sotelo, “Mito y realidad en las leyes de población de In-
dias”, en Francisco de Icaza Dufour, coord., Recopilación de leyes de los reynos de las Indias.
Estudios histórico-jurídicos, vol. v, México, Porrúa, 1987, 230-233.
sólo servía para lavar la ropa y llevarse las inmundicias que le arroja-
ban20 y pronto fue insuficiente para el abasto de la ciudad.
Hubo varios intentos de llevar agua de otros lugares a la ciudad,
pero casi todos ellos se quedaron en el papel. Fue el proyecto de Pe-
dro Buzeta, que se inició en 1731, el que mostró algunos resultados,
pero que no se vieron completados sino hasta 1798, al introducir
agua subterránea a la Caja del Caracol que abastecía nueve fuentes
públicas ubicadas en la plaza de la Palma, la Plaza Mayor, Santo
Domingo, el Santuario de Guadalupe, el convento de las Capuchi-
nas, Jesús María, el Colegio de San Juan, Santo Tomás, San Francisco
y el convento de Santa María de Gracia.21 Además se construyeron
fuentes privadas para el consumo exclusivo de ciertas instituciones
como las de la Real Cárcel, el Palacio Real, el Colegio de San José y
la Soledad, la Casa de Santa María de Gracia, la Real Caja, Santa
Teresa de Jesús y en el antiguo Hospital de Belén; así como en las
casas de pobladores pudientes como el Sr. Dean, Lorenzo Villase-
ñor, Eusebio Miasa, Bernardo de Miranda, Isidro Serrano, Antonio
Mena, Joseph Segura, Gabriel Leñero, Eugenio Castro, Francisco
Soto, Joseph Calazo y Joachin Chauri.22
La calidad del agua que se consumía en la capital novogalaica
dependía en gran medida del barrio en el que se viviera. La mayoría
de las fuentes se ubicaban en el centro de la ciudad, donde habitaba
mayoritariamente la clase pudiente y las autoridades civiles y ecle-
siásticas. Los habitantes que tenían una mejor posición económica
obtenían agua de las fuentes públicas o privadas, o la compraban a
los aguadores que de ellas se abastecían, aunque esto no garantizaba
su limpieza; según un testimonio fechado alrededor de 1800, dichas
fuentes se contaminaban porque algunas personas las usaban para
bañarse y aunque se ordenó que se vigilaran los veneros para evitar
20
Leopoldo I. Orendáin, “Salubridad e higiene”, en José María Muriá y Jaime Olve-
da, comp., Demografía y urbanismo: lecturas históricas de Guadalajara iii, México, inah,
Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de Guadalajara, 1992, 79.
21
Ibid., p. 80-81.
22
Plano de la ciudad de Guadalajara y demostración de la Real obra de agua, 1741,
Archivo Histórico de Jalisco, mapoteca, pl 2.1, 504 rf-20, el plano contiene los nombres
de los propietarios de las fuentes.
23
Anónimo, “Apuntes de algunas providencias que exige la constitución de Guada-
lajara para que sea una de las más cómodas y sanas de América”, Biblioteca Pública de
Jalisco, fondo Franciscano, manuscrito núm. 14, f. 18v.
24
Rafael Diego-Fernández Sotelo, op. cit., p. 302-303.
25
Eduardo López Moreno, La cuadrícula en el desarrollo de la ciudad hispanoameri-
cana, Guadalajara, México, México, Universidad de Guadalajara, iteso, 2001, 74.
26
Véase Lilia V. Oliver Sánchez, Un verano mortal: análisis demográfico y social de una
epidemia de cólera: Guadalajara, 1833, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco,
1986, 223 p.
27
Rafael Diego-Fernández Sotelo, Marina Mantilla Trolle, Agustín Moreno Torres,
ed., Real Ordenanza para el establecimiento é instrucción de intendentes de exército y provin-
cia en el reino de la Nueva España. Edición anotada de la Audiencia de la Nueva Galicia,
México, Universidad de Guadalajara, El Colegio de Michoacán, El Colegio de Sonora,
2008, 214-216.
28
Lilia V. Oliver Sánchez, El hospital Real de San Miguel de Belén, 1581-1802, Gua-
dalajara, Universidad de Guadalajara, 1992, 212.
29
Luis Pérez Verdía, Historia particular del Estado de Jalisco, desde los primeros tiempos
de que hay noticia, hasta nuestros días, tomo i, Guadalajara, Escuela de Artes y Oficios del
Estado, 1910, 379.
30
Lilia V. Oliver Sánchez, “Los servicios de salud, el pensamiento ilustrado y la crisis
agrícola de 1785-1786”, en José María Muriá y Jaime Olveda, comp., Demografía y ur-
banismo…, op. cit., p. 59.
31
Alma Dorantes, “El ayuntamiento tapatío ante la crisis de 1785-86”, en José Ma-
ría Muriá y Jaime Olveda, comp., Sociedad y costumbres: Lecturas históricas de Guadalaja-
ra ii, México, inah, Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de Guadalajara,
Programa de Estudios Jaliscienses, 1991, 105.
32
Ibid., p. 228-230.
Arregui informó, a principios del siglo xvii, que esta vianda parecía
constituir la base de la alimentación novogalaica, pero que “el carne-
ro y la baca que se benden aqui son de mui mala calidad […] Aun-
que el ganado llegue por aca grueso, se deteriora notablemente
mientras permanece en estas cercanias” debido a los pocos y malos
pastos.
En la segunda mitad del xviii, Guadalajara era uno de los prime-
ros centros exportadores de ganado del virreinato. Según Mota Pa-
dilla sólo de Nueva Galicia llegaban 30,000 reses al año a la ciudad
de México, eso quiere decir, que en total, el reino debía producir
entre 300,000 y 350,000 cabezas de ganado al año.39 Pero el ritmo
de crecimiento de la producción ganadera no era paralelo al de la
población, que se había casi triplicado en un siglo, y los habitantes
del interior del reino demandaban cada vez más alimentos, por lo
que hubo una crisis de abasto en la segunda mitad del siglo xviii y
los informes de la ciudad decían que el ganado escaseaba y los pre-
cios de la carne subían, en parte gracias al consumo descontrolado
de carne y al abuso en la práctica de matar reses para obtener sebo y
cueros para comerciar.40
El consumo estipulado, por el reglamento de hospitales de 1739
para empleados y enfermos de poco cuidado, establecía raciones de
carne de alrededor de 460 gramos de carnero, 574 gramos de res y
una porción de pollo para caldo al día, por cada persona, sin contar el
pan y las legumbres.41 Esas cantidades están, por mucho, lejos de pa-
recerse al consumo actual de proteína y no se aplicaban a todos los
habitantes de la ciudad, sólo a los enfermos y trabajadores del hospi-
tal. En 1792, el hospital informó que para el mes de noviembre se
habían consumido 744 carneros,42 desgraciadamente no contamos
con el peso de los animales ni la distribución de su carne entre los
enfermos, pero el dato nos sugiere que al menos los enfermos del
hospital recibían carne diariamente, aunque no sepamos la cantidad.
39
Ramón María Serrera, Guadalajara ganadera. Estudio regional novohispano (1760-
1805), México, Ayuntamiento de Guadalajara, 1991, 77-78.
40
Ibid., pp. 88-89, 92-93.
41
Enriqueta Quiroz, op. cit., p. 26-27.
42
Biblioteca Pública de Jalisco, archivo Audiencia, ramo Civil, caja 201, exp. 6, f. 24.
43
Archivo Municipal de Guadalajara, Abasto de carne, ab3, 1789, paq. 9, leg. 45, f. 5.
44
Archivo Municipal de Guadalajara, Abasto de carne, ab3/ 1789, paq. 10, leg. 44, 4 fs.
Que para, que el pan salga de la calidad, que debe tener, y sea verdadera-
mente Vendeal, sólo deberá componerse de harina flor, y del granillo blan-
co, que en España se llama Moyuelo, y es la verdadera semilla del trigo,
con el cual sale tan blanco, y frasante, y gustoso, como si sólo tuviera la flor
nata; pero de ningún modo le podrá incluir el granillo gordo, o amarillo,
más la canezuela de éste, y no se podrán echar en el amanzo a cada arroba
de harina, arriba de once libras de agua, dándole toda la manufactura, que
necesita, y el correspondiente cosido en el horno, y además sólo se podrá
añadírsele aquella cantidad de manteca no rancia, que sea conveniente
para mayor docilidad de la masa, suavidad de la corteza, y hermosura del
pan, lo que es conforme a los experimentos hechos por la ciudad de Méxi-
co, el año de 77.52
50
Matías de la Mota Padilla, Historia de la Conquista del Reino de la Nueva Galicia,
Guadalajara, Talleres Gráficos de Gallardo y Álvarez del Castillo, 1920, 542.
51
Enriqueta Quiroz, op. cit., p. 25.
52
“Ordenanza de panaderos, 1792”, en María del Rayo Araiza, op. cit., p. 78.
La ordenanza nos indica que los panaderos solían usar materias pri-
mas de mala calidad como manteca rancia, harina de maíz en lugar
de trigo y agregaban más agua para que el pan tuviera mayor peso y
venderlo más caro. Cuando el pan estaba fuera del alcance econó-
mico de las familias se consumían las tortillas de maíz que se solían
hacer en casa ya que no existían las tortillerías como tales, cuando
las tortillas o el pan se ponían duros se hacían sopas con ellos, plati-
llo muy común para los enfermos de los hospitales. Con la harina
también se hacían pastas como fideos y tallarines, cuyo valor nutri-
cional era de tipo energético, además, con la masa se hacía atole
blanco o con canela que era consumido especialmente por la pobla-
ción indígena.
Después del año del hambre en 1786, las siguientes mortanda-
des que se presentaron en Guadalajara ya no se debieron a la falta
prolongada de alimentos sino a virus y bacterias que atacaron con
mayor fuerza a aquellos que no estaban bien nutridos. El gobierno
siguió promulgando ordenanzas para regular la buena nutrición y
calidad de los alimentos en casos de epidemia: por ejemplo en 1825,
que hubo epidemia de sarampión, la Junta de Sanidad recomendó
la instalación de cinco cocinas públicas para la mejor alimentación
de los pobres;53 y ante la noticia de la inminente llegada del cólera en
1833, el ayuntamiento prohibió la venta de comestibles podridos en
general, así como vinos, frutas, pescados, legumbres y carnes
saladas,54 lo que nos indica que la calidad de los alimentos permane-
ció bastante baja. Las medidas higiénicas tomadas durante el siglo
xviii en realidad fueron menores, ya que no fue sino hasta 1887 que
se hizo un reglamento para la inspección de comestibles y bebidas
llevado a cabo por un médico y un farmacéutico.
Otros granos que se consumían eran el arroz55 y las llamadas le-
gumbres como garbanzo, frijol, chícharos y lentejas, que proporcio-
53
Lilia V. Oliver Sánchez, “La mortalidad, 1800-1850”, en José María Muriá y Jai-
me Olveda, comps., Demografía y urbanismo… op. cit., p. 113.
54
Lilia V. Oliver Sánchez, “El cólera de 1833 y el estudio médico de sus causas en el
siglo xix”, en Ibid., p. 98.
55
El arroz fue introducido a la dieta americana desde muy temprano en el siglo xvi,
Joseph de Acosta escribía en 1590 que “En Europa y en Pirú y en México, donde hay
trigo, cómese el arroz por guisado o vianda, y no por pan, cociéndose con leche o con el
graso de la olla, y en otras maneras. El más escogido grano es el que viene de las Filipinas
y China, como está dicho. Y esto baste así en común para entender lo que en Indias se
come por pan”, Joseph de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, México, Fondo
de Cultura Económica, Biblioteca Americana, 1940, 173.
56
Matías de la Mota Padilla, op. cit., p. 541.
57
Idem.
58
Ibid., pp. 541-542.
59
Eric Van Young, La ciudad y el campo en el México del siglo xviii. La economía rural de
la región de Guadalajara, 1675-1820, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 26.
60
Biblioteca Pública de Jalisco, Archivo Audiencia, ramo Civil, caja 201, exp. 6, f. 30 v.
61
Joseph de Acosta, op. cit., p. 180.
62
Domingo Lázaro de Arregui, Descripción de la Nueva Galicia, Guadalajara, Go-
bierno del Estado de Jalisco, 1980, 120.
63
Antonio de León Pinelo, Question moral: si el chocolate quebranta el ayuno eclesiás-
tico, tratase de otras bebidas i confecciones que usan en varias provincias, Madrid, Viuda de
Juan Gonçalez, 1636, 244 p.
64
Pedro Murillo Verlarde (1743), Curso de derecho canónico hispano e indiano, volu-
men iii, libros iii y iv, título 46, México, El Colegio de Michoacán, Facultad de Derecho
de la unam, 2005, 409.
(mueve orina), y corta las reumas catarrales y abre los poros para que unde-
cumque fiat respiratorio (por todos lados se haga la respiración).
Y el agua miel es caliente e úmida, y tiene las mesmas propiedades de
arriba, y es purgativa y es tan sana, que se da al enfermo que tiene calentu-
ra quando proçede de tumores gruesos putrefactos, y assí los médicos usan
de lo uno y lo otros para dichos efectos.65
65
Alberto Carrillo Cázares, ed., Manuscritos del Concilio Tercero Provincial Mexicano
(1585), tomo i, México, El Colegio de Michoacán, Universidad Pontificia de México,
2009, 397.
66
“Reglamento para el buen orden en las plazas del mercado, 15 de mayo 1827”, en
María del Rayo Araiza, op. cit., pp. 140-141.
67
María Teresa Martínez Peñaloza, “Cocina y farmacia”, en Rafael Diego-Fernández
Sotelo, ed., Herencia española en la cultura material de las regiones de México: casa, vestido
y sustento, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1993, 391.
68
Ibid., p. 394.
69
Ibid., pp. 389, 396, 401.
70
El cocinero mexicano, México, 1831, tomo i, México, Conaculta, 2010, 174.
71
Básicamente consiste en tronar las vértebras lumbares.
72
Héctor Sumano López, “Medicina tradicional y ‘empacho’”, en Relaciones. Estu-
dios de Historia y Sociedad, núm. 26, Zamora, El Colegio de Michoacán, primavera de
1986, 101-102.
chile, que al parecer no era bien tolerado por los españoles y los mé-
dicos que “habiendo hojeado malamente algunas obras francesas,
han declarado la guerra a los estimulantes y principalmente al
chile”,82 aunque eso no evitó que se conformaran platillos con base
en ese condimento como las enchiladas, tlacoyos y chilaquiles. Ade-
más, se creía que las masas en general, donde se incluye maíz y plati-
llos como tamales, tlacoyos, sopes, etcétera y todo tipo de pastelería,
causaban malestar estomacal, indigestión y falta de apetito y eran la
causa de la mala salud de las personas que vivían en ciudades grandes,
especialmente de las capitales83 donde se abusaba de esos alimentos.
Aunque los españoles ya se habían acostumbrado a ingerir maíz, se le
tenía como un alimento para pobres, de mal gusto para los paladares
finos al grado de que algunos recetarios ni siquiera incluían platillos
como los tamales, las quesadillas y otros por el estilo.84
Según Luis Pérez Verdía una persona de clase más o menos aco-
modada comía:
para los enfermos, y dejar la carne de res o buey para las personas
con “estómagos fuertes”; el cerdo era poco apreciado por su pesadez
por lo que se recomendaba a personas de estómago robusto o sujetas
a trabajo físico duro que necesitaran de fuerza adicional; mientras
que el pescado debía comerse moderadamente por personas sanas y
estaba estrictamente prohibido a los enfermos, se le consideraba fá-
cil de digerir y de cualidades “espermáticas”, es decir, que era bueno
para la reproducción.
Además, cualquier carne debía comerse fresca ya que existía la
costumbre de comerla “manida” o podrida, e incluso se creía que
sabía mejor cuando estaba un poco pasada.87 De acuerdo a la tradi-
ción española más afecta a las carnes, el consumo de ésta favorecía a
la salud ya que se veía que los vegetarianos, por filosofía o por pobre-
za, eran de salud endeble e incluso antinatural, pues: “después de
predicar con entusiasmo la abstinencia de carnes, al olor suave y
delicioso de unos pichones empapelados, de un lomo de ternera re-
lleno y de otras preparaciones sabrosas, arrojan por los suelos su filo-
sofía, y sin el menor escrúpulo se llenan de carne hasta el gargüero”.88
La carne no se debía prohibir ni siquiera a los enfermos cuyas
dietas ligeras se sustentaban en la ingesta de caldos y guisos de raíces,
hierbas, frutas y hortalizas para ayudarlos a mantener las fuerzas. En
el Cocinero mexicano se incluyó un apartado entero de recetas para
enfermos cuyos nombres suelen ser “caldo de enfermo” o “caldo de
sustancia para los débiles”, donde los ingredientes principales son
carne de gallina y carnero acompañada de arroz, garbanzo y hortali-
zas como apio y hierbas que prescribiera el médico, cuidando de no
usar especias que irritaran el estómago.89 Había otras recetas cuya
finalidad era solamente reestablecer las fuerzas de la persona con
debilidad o fatiga y no necesitaran cuidar el estómago, como el cal-
do de carne con ajo dorado en manteca,90 o carne con vinagre y
chiles fritos en manteca.91 Para los pobres que no podían comprar
87
Ibid., tomo ii, p. 287-288, 338, 372, 457.
88
Ibid., tomo i, p. 259.
89
Ibid., p. 26-27, 173, 217.
90
Ibid., p. 31.
91
Anónimo, Recetario novohispano, op. cit., p. 23.
Consideraciones finales
Archivos
Bibliografía