MONTEVERDE JOSE - Bases Estéticas para La Definición Del Neorrealismo
MONTEVERDE JOSE - Bases Estéticas para La Definición Del Neorrealismo
MONTEVERDE JOSE - Bases Estéticas para La Definición Del Neorrealismo
- III -
Dentro de nuestro empeño nos queda encontrar aquellos puntos de partida desde los
cuales la fundamentación de una «razón estilística» que nos ayude a delimitar los rasgos del
cine neorrealista se combine con una propuesta interpretativa; esos puntos de partida son lo
que en el encabezamiento de la comunicación denominábamos «bases estéticas» para la
definición del Neorrealismo. Tres son las propuestas desde las que considerar esas «bases»:
la contigüidad, la implicación y el rechazo.
El Neorrealismo se ofrece como una estética de la contigüidad, donde se pretende una
máxima transitividad entre el objeto y su expresión, donde la pregnancia referencial parece
salvar la distancia signo-referente, donde la -51- lógica de la «presencia» de la que habla
Bettetini impone su ley. Con otras palabras, estamos en discurso sobre «las cosas que
hablan por sí mismas» tan caro a Zavattini («hacer al máximo significativas las cosas tal
como son, contadas así por ellas mismas») o incluso a Ayfre: «no se puede negar que
Rossellini -y algunos otros con él- no hay intentado, como Husserl, ir 'a las cosas mismas',
para pedirles lo que ellas manifiestan en sí mismas y por ellas mismas». Explícitamente ya
lo señalaban Grande y Pecori en Pesaro: «si queremos permanecer en el ámbito de la
poética neorrealista debemos limitarnos a evidenciar el equívoco que está en su base: el
haber creído poder construir discursos 'realistas' poniendo simplemente en relación de
contigüidad varias instituciones o enunciados...».
El propio Grande ha seguido con su discurso sobre la contigüidad inherente a toda
estética realista, fundamentándola en una cierta «contigüidad icónica» consecuente a
efectos como la «correspondencia analógica» y la «similaridad perceptiva» planteadas en el
origen de la «base indicial» de la imagen cinematográfica; con todo eso conectaríamos con
las posturas que han pretendido llamar la atención sobre la importancia del valor de
«index» de la fotografía (desde Morin a Dubois) y que sin duda juegan un papel decisivo en
todos los realismos visuales. Pero la cuestión de la contigüidad no se queda en el ámbito del
estatuto semiótico de la imagen, sino que tiene otras consecuencias. En ella, por ejemplo,
basaríamos esa poética de la «inmediatez» teorizada por Zavattini y que como
adecuadamente indica Oldrini se transforma en una «teoría de la espontaneidad»; también
esa ampliación del «espacio de lo real» de la que hablan varios autores y que no sería otra
cosa más que una apertura de los márgenes de lo decible, ya no sólo visualmente, sino en la
constitución de una nueva representación fílmica de lo cotidiano, revolución esencial en la
cuenta del Neorrealismo e importante frontera respecto al cine del periodo fascista. Incluso
la lacunareidad de la que habla Deleuze («... ya no hay vector o línea de universo que
prolongue y empalme los acontecimientos de Ladrón de bicicletas») o el valor de la
interpretación baziniana («en vez de representar un real ya descifrado, el -52-
Neorrealismo apuntaba a un real a descifrar, siempre ambiguo; de ahí que el plano-
secuencia tendiera a reemplazar al montaje de representaciones»), precedente de la
«imagen-hecho» deleuziana.
Repercusiones sobre la propia «razón estilística» aparecen, pues, de una forma directa;
pero a la vez que sostienen una interpretación centrada en el propio debate sobre el
significado del Realismo lo trascienden si entendemos esa contigüidad desde una
perspectiva histórico-social. En efecto, el referente aparece primado en la medida en que la
«realidad» contextual se presenta -como en ese final de la guerra e inmediata postguerra-
tan cargado de atributos, tan ineludible, tan objeto de obligada toma de postura, de
compromiso, tal como recordaba en su momento Debreczeni: «La actualidad de la guerra y
de los problemas de postguerra se tradujo en hechos cotidianos que el contexto histórico
convertía en excepcionales o en proezas extraordinarias insertas en la realidad cotidiana».
También en la segunda base estética -«una estética de la implicación»- encontraremos
la correlación entre «razón estilística» e interpretación global, aunque aquí invirtamos el
orden. Nadie discutirá que en el empeño neorrealista existe una auténtica voluntad de
revelación de la realidad contextual en pos de una toma de conciencia, de lo que podemos
denominar una «implicación» en esa realidad por parte del espectador; en cierto modo esa
opción estaría en los orígenes de todas las posturas realistas. Ahora bien, entendido el cine
como ámbito de la representación -por realista y «contigua» que sea- no dejamos de
movernos en el terreno de una práctica significante, donde ese reclamo a la implicación
adoptara ciertas formas retóricas. Partiendo de una tradición cultural -ya analizada por
Gramsci- y orientándose en una perspectiva popular, las vías de esa implicación
espectatorial pasarán por el doble ámbito del melodrama y la comedia. En ese binomio, en
las formas de representación que utilizan, encontraremos otros tantos elementos originantes
de la «razón estilística» neorrealista. Muy especialmente en la primera fase del
Neorrealismo será la retórica melodramática la que predominará y que se hará evidente en
aspectos tan diversos de los films como el uso del primer plano, los subrayados musicales,
ciertas funciones narrativas (el tema de la muerte de los niños, por ejemplo) o en la
definición de la tipología de los personajes, entre otros muchos que aquí no podemos
desarrollar. Se trata, pues, de una implicación emocional, sentimental (recuérdese el
concepto central de Agnes Heller del sentimiento como implicación) que aparece
formalizado bajo las formas del melodrama. Y en último término, moviéndonos en el -53-
territorio del imaginario, abriríamos en el Neorrealismo un espacio para el deseo; en este
caso, el deseo del contacto con una realidad sujeta al impulso transformador desde lo
político, lo social o simplemente lo humanístico.
Última propuesta: el Neorrealismo como una estética del rechazo. ¿En qué medida
podemos hablar de la negatividad neorrealista? Muchas veces se ha dicho que en su misma
dispersión y policentralidad el Neorrealismo se cohesionaba por su política de antítesis. Sin
entrar en detalles, hagamos un rápido recuento: el Neorrealismo como negación del
espectáculo (Zavattini), de la ficción (Casetti), de la historia argumental y del guión
(Ayfre), del montaje (Bazin), de la elipsis (Bonitzer), de la técnica (Grande-Pecori), del
oficio (Chiarini), del personaje, del héroe de la retórica, etc. Autores como Lotman o
Chiarini, por citar nombres bien diversos, han fundado su tesis sobre el Neorrealismo en esa
poética del rechazo; así Chiarini proponía que «el Neorrealismo italiano en su
antiformalismo redescubría, casi instintivamente, el esencial valor 'documental' del film,
pero con la nueva conciencia surgida de la guerra». En verdad parecería que nos estamos
contradiciendo, puesto que aparentemente nos situamos en una especie de «grado cero» del
Cine (recuérdese la referencia a Lumière en el Congreso de Parma), que equivaldría a la
disolución de toda razón estilística. Consecuencia de la inmediatez (contigüidad) y de
vocación popular/populista (implicación), el rechazo no es más que una vía ascética, una
depuración de lo estilístico que, en el fondo, deviene en una nueva forma de retórica.
Dejando de lado el análisis de la realidad de los supuestos rechazos del Neorrealismo
(donde había ficción, argumento, guión, elipsis, movimientos de cámara, angulaciones
complejas, nuevos héroes y divas, etc.), lo cierto es que su conjunto se define no como
negación del estilo (y mucho menos del modo de representación dominante), sino como
depuración y reformulación de la tradición cinematográfica, pues no en vano el
Neorrealismo se constituye en uno de los puntos de arranque de la modernidad
cinematográfica, bien apoyado en su conciencia histórica (de la Historia del Cine) y en su
autoconciencia (lingüística y estética) aun en el terreno de las puras intuiciones.
Y desde aquí empieza la verdadera labor: fundamentar en los textos concretos, en sus
rasgos estilísticos y en sus interpretaciones locales, esas tres bases centrales para la
definición de lo estilístico, esa triple estética de la contigüidad, la implicación y el rechazo
desde las que nos es posible definir productivamente el Neorrealismo y asignarle su lugar
en la Historia del Cine.
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