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Diagnostico de Muerte

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Índice

Introducción.............................................................................................................2
Diagnostico de muerte..............................................................................................3
Criterio clásico o cardiorrespiratorio de muerte...................................................4
Diagnóstico de muerte en la práctica clínica.........................................................5
Muerte encefálica..................................................................................................6
Diagnóstico de muerte encefálica en clínica..........................................................8
Análisis crítico de los criterios de muerte..............................................................9
Extracción y donación de órganos..........................................................................11
Técnica quirúrgica en la extracción de órganos..................................................11
Tipos de donantes................................................................................................12
¿Qué se puede donar?.........................................................................................12
¿Por qué no pueden ser donantes de órganos la mayoría de los fallecidos?........12
Mitos y leyendas en donación y trasplante..........................................................13
¿Qué opinan las principales religiones sobre donación y trasplante de órganos?
.............................................................................................................................13
Conclusión...............................................................................................................15
Bibliografía.............................................................................................................16

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Introducción

La definición de muerte está basada en criterios de consenso, pero toda definición de


muerte debe cumplir una serie de características: es un proceso irreversible;
reproducible, es decir, que siempre ocurre de manera similar; que es reconocible y que
afecta a todas las personas por igual, por lo cual, ampliaremos este tema en la presente
investigación.

Por otra parte la presente pretende profundizar en la extracción y donación de órganos,


que no es más que el procedimiento por el cual una persona cede gratuitamente un
órgano o tejido propio a otra persona que lo necesita a causa de una enfermedad

2
Diagnostico de muerte

La muerte del hombre es el término de su vida biológica e implica la desintegración


irreversible de su organismo. A la Medicina le compete determinar, en forma concreta,
que la muerte de una persona ha ocurrido, a través de un método que sea a la vez
práctico, pronto y seguro.

Esta exigencia práctica que se hace a la Medicina no implica ignorar que el concepto de
muerte alude a cuestiones de diverso orden y de gran significación: antropológicas,
éticas, religiosas y jurídicas. Independientemente de la idea que cada uno se haga acerca
de la vida y de la muerte, ésta constituye para los seres humanos un acontecimiento
emocionalmente impactante y cargado de significaciones. Toda comunidad humana
desarrollada tendría que ser capaz de reconocer y aquilatar la importancia de un
adecuado enfrentamiento individual y social de la muerte y de respetar con delicadeza
las diversas variantes que pudieran darse en el modo de enfrentarla. Los médicos
estamos en contacto casi a diario con la presencia de la muerte y, por la naturaleza de
nuestra profesión, tenemos que asumirla con estricta responsabilidad técnica, ética y
humana.

Al médico clínico, en el ámbito de sus responsabilidades profesionales y legales, le


corresponde reconocer (diagnosticar) la muerte de un individuo y certificar su defunción
en un documento de carácter legal (certificado de defunción). En circunstancias más
bien excepcionales, puede ser requerido por un juez para emitir un informe médico-
legal.

A través del tiempo, y en función del progreso de los conocimientos, la Medicina ha


sistematizado el criterio diagnóstico de muerte, ligándolo al cese irreversible de
funciones vitales respiratorias, cardiovasculares y neurológicas (signos negativos de
vida). Así mismo, la tanatología ha precisado los fenómenos cadavéricos consecutivos o
mediatos a la muerte: ej: rigidez cadavérica (signos positivos de muerte) y los
fenómenos cadavéricos más tardíos: ej: putrefacción (fenómenos cadavéricos
transformativos). Al médico clínico, en la inmensa mayoría de los casos, le toca
comprobar los signos negativos de vida y, menos frecuentemente, los fenómenos
cadavéricos consecutivos a la muerte.

El criterio diagnóstico de muerte basado en la comprobación del cese irreversible de


funciones vitales cardiorrespiratorias, se ha mantenido en Medicina como criterio único
de muerte desde tiempos inmemoriales. No obstante, hacia fines de la década de los 60,
en EE.UU se describe y legaliza un nuevo criterio de muerte: la «muerte encefálica»
(«brain death») y se sistematizan los elementos requeridos para su diagnóstico. El
diagnóstico de muerte encefálica surge, fundamentalmente, por las necesidades de los
trasplantes de órganos, además de razones de orden económico. Este criterio
diagnóstico se ha extendido en todo el mundo y se ha legalizado en muchos países,
incluido el nuestro.

En consecuencia, en la sociedad contemporánea coexisten dos criterios diagnósticos de


muerte: el criterio clásico o cardiorrespiratorio y el criterio de muerte encefálica. Este
último criterio se aplica en la práctica en aquellos casos, generalmente personas jóvenes,
en que está prevista la utilización de algunos de sus órganos para ser trasplantados a
otras personas que los necesitan por razones médicas.

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El trasplante de órganos es una importante conquista de la ciencia al servicio del
hombre y la donación de órganos constituye un acto de gran generosidad 1. Lo que se ha
prestado a discusión es el concepto de muerte encefálica: aun cuando es aceptado en la
mayoría de los países, muchos médicos objetan su validez como diagnóstico de muerte
del individuo.

En el presente documento sobre diagnóstico de la muerte, se describen los dos criterios


vigentes y, luego, se hace un análisis crítico, desde un punto de vista médico y ético, de
este crucial y delicado tema de la práctica clínica. Se trata de una reflexión intelectual
que apunta a la necesaria rigurosidad intelectual que, a nuestro parecer, se debe aplicar
en las definiciones médicas, particularmente aquellas que tienen gran trascendencia en
la práctica profesional, las que requieren una discusión de alto nivel.

Criterio clásico o cardiorrespiratorio de muerte

La vida es algo que todos somos capaces de comprender intuitivamente. Implica la


presencia de ciertas capacidades que percibimos como propias de los seres vivos. Se ha
sostenido que la vida se define por sus propiedades, de modo que un organismo está
vivo cuando: a) se puede reproducir; b) es potencialmente adaptable al medio; c) es
irritable, es decir, responde y discrimina sobre los estímulos internos y externos; d) se
mueve de modo endógeno o autogenerado, y, e) se nutre o transforma sustancias para
crecer, multiplicarse y mantenerse. Sin embargo, estas propiedades no son
necesariamente copulativas, ya que alguien puede ser estéril o no estar en capacidad
para moverse sin que por ello esté muerto. Para algunos autores, la última de estas
propiedades sería la más fundamental, ya que ella ocurre de modo organizado en el
individuo, comprendiendo todos los niveles celulares, y sin cuya existencia no son
posibles otras propiedades que se describen como propias de la vida, dado que no
existiría la energía necesaria para llevar a cabo estos procesos5. En organismos
complejos, como es el caso del hombre, la función de nutrición depende de un adecuado
aporte de nutrientes y oxígeno a nivel de cada célula o tejido, para lo cual es condición
esencial que exista un mecanismo que provea el intercambio de gases y permita la
distribución de los nutrientes y el oxígeno. Este mecanismo está constituido por las
funciones respiratoria y cardiocirculatoria, sin las cuales no es posible la nutrición
celular. Estas funciones son, entonces, indispensables y, el cese irreversible de ellas,
conduce a la muerte del individuo como un todo, en lo inmediato, y de las diversas
células y tejidos orgánicos, en plazos variables.

La muerte celular es un fenómeno comprobable en el laboratorio: se reconoce en la


microscopia electrónica por la aparición de floculaciones en la matriz mitocondrial,
lesión celular de carácter irreversible. La muerte celular no es simultánea, ya que hay
tejidos más sensibles que otros a la carencia de oxígeno y nutrientes, como es el caso
del sistema nervioso central que, en 3 ó 4 min, puede presentar lesiones irreversibles, o
el corazón, donde éstas aparecen en no más de 120 min. En contraste, se han descrito
movimientos de los cilios del epitelio respiratorio y de los espermatozoides hasta 30 y
100 h, respectivamente, después de ocurrida la muerte del individuo. Los fanerios, pelos
y uñas, continúan creciendo hasta días después de la muerte.

Es importante destacar que en el ser vivo las diversas funciones biológicas que lo
caracterizan, no operan en forma aislada, sino que están organizadas armónicamente, de
tal modo que el funcionamiento del organismo vivo como un todo viene dado por la

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integración de sus partes. Esta organización integrada y unitaria del individuo se pierde
en el instante de morir.

Ahora bien, desde la experiencia del hombre común se reconoce como muerto a aquel
individuo que está inconsciente, no se mueve, no respira y cuyo corazón no late. Esta
noción, común a diversas razas y culturas se ha probado cierta por siglos, toda vez que
cesados irreversiblemente los latidos cardíacos y la respiración se producen a corto
plazo fenómenos de descomposición orgánica, evidentes para cualquier observador
(signos positivos de muerte).

Una reflexión inicial pone de manifiesto que el concepto de muerte de un individuo


como un todo tiene connotaciones negativas: la muerte es la ausencia de vida, es decir,
algo de lo cual el individuo se ve privado; está muerto aquél que ha dejado de estar
vivo. Así, para señalar la muerte de una persona corrientemente se utiliza la expresión
«ha dejado de existir». También es evidente, por la observación diaria, que condiciones
que comprometen a un individuo en alguna de sus partes, órganos o funciones, no lo
conducen necesariamente a la muerte. Así, es posible que alguien sobreviva aun cuando
haya sufrido la amputación de extremidades, la pérdida de ojos, de un pulmón o riñón,
lo que pone de manifiesto que hay órganos que no son esenciales para la sobrevida de
un individuo. También, hoy se puede reemplazar la función de algunos órganos
mediante prótesis o máquinas y trasplantar órganos de un individuo a otro.

Diagnóstico de muerte en la práctica clínica

En clínica, el diagnóstico de muerte se hace al comprobar signos negativos de vida y no


signos positivos de muerte, toda vez que éstos son más tardíos y, si se esperara su
aparición para diagnosticar la muerte, se crearía una serie de problemas de orden
higiénico y epidemiológico. Por su trascendencia, el diagnóstico de muerte requiere de
criterios y procedimientos cuya sensibilidad y especificidad sean del 100%, evitando así
tanto los falsos positivos como negativos.

En la práctica diaria, para formular el diagnóstico de muerte los médicos nos valemos
de la comprobación clínica del conjunto de los siguientes signos negativos de vida:

 Ausencia de pulsos periféricos y de latido cardíaco

 Ausencia de movimientos respiratorios

 Inconsciencia y falta de movimientos voluntarios y reflejos (ej: reflejo corneal)

 Ausencia de respuesta a estímulos dolorosos

 Presencia de midriasis paralítica

 Presencia de cianosis.

Corrientemente, el médico recurre al examen físico del individuo para comprobar los
signos negativos de vida y, ocasionalmente, a un electrocardiograma u otro tipo de
monitor cardíaco para determinar la ausencia de actividad eléctrica del corazón, o a
saturómetros capaces de medir por vía transcutánea la saturación arterial de oxígeno. La
5
cianosis se observa más fácilmente en la mucosa de la boca y labios y en el lecho
ungueal; las pupilas se observan midriáticas o en posición intermedia, sin reflejo
constrictor ante estímulos fóticos intensos y la falta de respuesta palpebral se pone en
evidencia aplicando un estímulo sobre la córnea.

El período de observación para establecer con seguridad la muerte es de unos pocos


minutos en aquellas situaciones clínicas en que la muerte es esperada, como ocurre, por
ejemplo, cuando en el curso de una afección grave y progresiva se produce una
respiración irregular o agónica y, finalmente, el cese de la respiración y la actividad
cardíaca. Por el contrario, cuando la muerte del paciente es inesperada o repentina o el
médico no ha sido testigo de la evolución que lo llevó a la muerte, los exámenes
requieren ser más detallados y la observación extenderse durante un lapso prolongado
de tiempo, en tanto se mantienen los esfuerzos de reanimación cardiovascular.

La comprobación por el médico del conjunto de signos negativos de vida significa que
hay una interrupción definitiva de la circulación sanguínea, del transporte de nutrientes
y del intercambio de gases, de modo que ya no es posible que el organismo funcione
como un todo. En ese caso el individuo está muerto, es cadáver. Los signos negativos de
vida deben observarse con acuciosidad, considerando los antecedentes de la persona,
toda vez que existe la posibilidad de una muerte aparente; en éste caso puede darse una
detención reversible de la función cardíaca o respiratoria.

Con posterioridad a la muerte del individuo aparecen fenómenos cadavéricos


inmediatos o signos positivos de muerte: a) enfriamiento corporal (algor mortis); b)
rigidez cadavérica (rigor mortis); c) livideces cadavéricas o manchas de posición (livor
mortis); d) deshidratación. La velocidad de descenso de la temperatura del cadáver
depende de la temperatura del medio ambiente: desciende en forma paulatina
(aproximadamente 1°C por hora) hasta nivelarse a la del ambiente en un plazo de 24 h.
La rigidez cadavérica aparece después de un período de alrededor de tres horas de
flaccidez y es más notoria en los músculos mandibulares, cuello y extremidades
inferiores. Las livideces cadavéricas se manifiestan por una coloración rojiza o violácea
de la piel en las partes declives del cadáver. La deshidratación es responsable de la
progresiva pérdida de peso del cadáver, especialmente evidente en lactantes.

En un período más avanzado de tiempo, aparecen los llamados fenómenos


transformativos (particularmente la putrefacción cadavérica) de observación habitual
por el tanatólogo y no del clínico, salvo que, en ausencia de un especialista y por
imperativo de la ley, el clínico sea requerido para hacer un informe médico-legal.

Cabe hacer notar que el ordenamiento jurídico chileno es particularmente cauteloso


respecto a la certeza de la muerte de una persona, disponiendo que debe haber
transcurrido al menos 24 h de su fallecimiento para que pueda ser sepultada o incinerada
o se le pueda practicar una autopsia médico-legal.

Muerte encefálica

El cese irreversible de la función cardiocirculatoria y respiratoria fue considerado hasta


la década del 60 como el único criterio diagnóstico de muerte. En esa época, aparece en
la comunidad médica internacional una nueva forma de diagnosticar la muerte, basada

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en criterios estrictamente neurológicos, la que ha sido llamada muerte encefálica o
muerte cerebral («brain death»).

La elaboración del criterio de muerte encefálica en 1968 fue precedida de varias


observaciones clínicas atinentes. En 1959, Mollaret y Goulon habían descrito pacientes
con daño cerebral masivo que se expresaba clínicamente por coma profundo, fláccido,
arrefléctico, con ausencia de reactividad frente a cualquier estímulo. Estos pacientes,
después de un período variable y a pesar de todos los esfuerzos médicos sufrían de un
paro cardiorrespiratorio irreversible. A este estado de los pacientes, lo denominaron
«coma sobrepasado» (dépassé). Mollaret y Goulon no se refirieron a muerte cerebral ni
emplearon ese término, sino que hicieron exclusivamente una asociación temporal entre
la aparición de signos que demostraban un daño cerebral de máxima gravedad y la
aparición ulterior de muerte por paro cardiorrespiratorio. Mollaret y Goulon conocían
descripciones de casos aislados similares a las suyas. A manera de ejemplo, en 1902
Harvey Cushing había descrito un paciente en coma a causa de un tumor cerebral que
conservaba sólo actividad cardiorrespiratoria y que falleció a las 23 h de observación.
Cushing anotó que McEwen, Hosley y Hudson habían comunicado casos similares en
años anteriores.

Posteriormente, el desarrollo de la ventilación mecánica y de las unidades de cuidados


intensivos (UCI), permitió mantener vivos a pacientes con graves lesiones del sistema
nervioso central, los que permanecían en un coma profundo, en apnea y sin evidencias
clínicas de función refleja del troncoencéfalo. A pesar del máximo apoyo médico, un
subgrupo de estos pacientes no mostraban signos de recuperación de la función
encefálica y, en lapsos variables de tiempo, sufrían de un paro cardíaco. A este tipo de
coma se le denominó, también, «coma irreversible».

En 1968, un Comité de la Escuela de Medicina de Harvard (Ad-hoc Committee of the


Harvard Medical School to Examine the Definition of Brain Death), integrado por
médicos, abogados y teólogos, redefinió el coma irreversible como muerte encefálica,
proponiendo: a) que la muerte encefálica correspondía al cese irreversible y completo de
todas las funciones encefálicas; b) que la muerte encefálica podía ser diagnosticada y, c)
que un paciente en muerte encefálica podía ser considerado muerto.

De esta manera, surge la muerte encefálica como un segundo y nuevo criterio de muerte
de un individuo. El Comité de Harvard hizo equivalente, por primera vez, los términos
de muerte encefálica y muerte del individuo total: «nuestro principal propósito es definir
coma irreversible como un nuevo criterio para la muerte».

Esta nueva definición de muerte es justificada por el Comité con los siguientes
argumentos: «a) los avances en medidas de resucitación y apoyo han llevado a esfuerzos
progresivos para salvar a aquellos (pacientes) que están críticamente dañados. A veces,
estos esfuerzos tienen sólo un éxito parcial, de modo que el resultado es un individuo
cuyo corazón continúa latiendo, pero cuyo cerebro está irreversiblemente dañado. La
carga es grande para los pacientes que sufren pérdida permanente del intelecto, para sus
familias y para aquellos que necesitan las camas ocupadas por estos pacientes
comatosos; b) Un criterio obsoleto para la definición de muerte puede llevar a
controversia en la obtención de órganos para trasplantes.»

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El Comité de Harvard afirmó, además, que: a) «un órgano, cerebro u otro, que ya no
funciona y que no tiene posibilidad de funcionar nuevamente, está muerto para todos los
efectos prácticos y, b) en el criterio de muerte cardiorrespiratoria, el corazón fue
considerado como el órgano central del cuerpo y no es sorprendente, por tanto, que su
falla marcara el comienzo de la muerte. Esto ya no es válido debido al estado actual de
la resucitación y apoyo cardiorrespiratorio, por lo que el cerebro adquiere el carácter
predominante dentro de la jerarquía de los órganos corporales».

Es conveniente señalar que la función encefálica corresponde al funcionamiento de


todas y cada una de las estructuras encefálicas (hemisferios cerebrales, diencéfalo,
cerebelo y troncoencéfalo) y de los diferentes sistemas y subsistemas que ellos
conforman.

Diagnóstico de muerte encefálica en clínica

Para diagnosticar muerte encefálica, el Protocolo de Harvard exige los siguientes


hechos: 1) coma profundo, no reactivo frente a ningún tipo de estímulos; 2) ausencia de
respiración y de movimientos voluntarios. Esto requiere de una observación al menos de
una hora, en la cual se determine la ausencia de movimientos de carácter voluntario por
parte del paciente. Para confirmar la ausencia de movimientos respiratorios, se realiza la
desconexión del paciente del respirador durante 3 min, observando si existe cualquier
esfuerzo del sujeto para respirar espontáneamente. Para la ejecución de esta prueba se
exige en la actualidad una serie de requisitos técnicos estrictos; 3) ausencia de reflejos,
tanto de integración en el tronco cerebral como osteotendíneos de las cuatro
extremidades. No deben existir tampoco reflejos posturales estereotipados, llamados de
decorticación o descerebración; 4) presencia de electroencefalograma isoeléctrico o
plano. Advierte que debe excluirse la hipotermia (temperatura bajo los 35°C) y la
presencia de depresores del sistema nervioso central.

A pesar de la popularidad y generalización que obtuvo el criterio de Harvard para


diagnosticar muerte encefálica existen, en EE.UU y también en otros países, variaciones
en las pruebas exigidas para formular el diagnóstico. Así, los criterios franceses no
consideran el electroencefalograma como indispensable, aunque si deseable; la
angiografía sólo se utilizaría en casos dudosos. En Italia, se incluye la ausencia de
actividad eléctrica espontánea o inducida; no se considera la arteriografía. En Noruega
se incluye el electroencefalograma y la angiografía dentro de los criterios obligatorios.
Los alemanes incluyen el electroencefalograma como deseable; en caso que no se
disponga de él, deben cumplirse plazos mayores de observación; la angiografía no es
obligatoria sino que sólo útil en los casos muy dudosos. En Gran Bretaña, basta el
diagnóstico clínico de muerte del tronco encéfalo; no se requiere de EEG ni de otros
exámenes complementarios. En Japón, hasta 1997, no se aceptaba el concepto de
muerte encefálica debido a motivos culturales y religiosos, por lo que no se realizaban
trasplantes de órganos. En Dinamarca, se considera la muerte como un proceso cuyo
inicio lo constituiría el cese de la función encefálica y, su fin, el paro
cardiorrespiratorio. Se acepta el trasplante de órganos en presencia de muerte encefálica
cuando existe aceptación de parte del futuro donante o su subrogante legal.

Con el fin de uniformar los criterios para diagnosticar muerte encefálica, en EE.UU se
formula en 1981 una Declaración de Consenso emitida por una Comisión Presidencial
(President´s Commission for the Study of Ethical Problems in Medicine and Biomedical

8
and Behavioral Research. Defining Death), la que plantea una definición uniforme del
acto de morir. Declara textualmente: «La muerte individual es muerte cerebral. Muerte
cerebral significa el cese irreversible de toda función del cerebro como totalidad,
incluyendo el tronco cerebral». En conjunto con la declaración de consenso de la
Comisión Presidencial, se entregan guías para la determinación de muerte. Se trata de
una guía que no es obligatoria por ley. En todo caso, enfatiza que para formular el
diagnóstico de muerte encefálica se requiere la presencia de médicos especialistas y con
experiencia profesional.

Para determinar la muerte encefálica deben asegurarse dos condiciones fundamentales:


el cese total de la función encefálica y la irreversibilidad del fenómeno. «El diagnóstico
de cese total de la función encefálica se realiza clínicamente al lado del enfermo
siguiendo prácticamente los mismos indicadores del criterio de Harvard. La
irreversibilidad del fenómeno debe demostrarse a través de un período de observación
variable, el cual en manos expertas no debería exceder 6 h, incluyendo, si es necesario,
un electroencefalograma. En ausencia de electroencefalograma, el período de
observación debe prolongarse hasta 12 h. En casos de duda, pueden utilizarse otras
metodologías de diagnóstico, como potenciales evocados, estudio de la circulación
cerebral mediante arteriografía convencional de cuatro vasos, angiografía radioisotópica
o cualquier otro procedimiento que se estime necesario». Se hace especial mención a no
aplicar los criterios descritos a pacientes con intoxicación medicamentosa o hipotermia,
a niños y a pacientes que han sufrido un shock previo.

Análisis crítico de los criterios de muerte

El análisis del concepto de muerte debe considerar tres niveles lógicamente articulados:

 la definición de muerte

 el criterio de muerte,

 las pruebas o tests para evaluar el criterio.

Se ha propuesto como definición de muerte «la suspensión permanente del


funcionamiento del organismo como un todo», entendido el todo, no sólo como la
totalidad estructural del organismo sino, más bien, como aquella característica que hace
que el funcionamiento del organismo vivo sea mayor que la suma de sus partes. El
criterio de muerte debe ser coherente con la definición, es decir, debe tener conexión
con la definición y satisfacerla. Y, por último, debe disponerse de pruebas para evaluar
si el criterio de muerte utilizado ha sido satisfecho. Estas pruebas deben ser 100%
sensibles y 100% específicas. La definición de muerte: suspensión permanente del
funcionamiento del organismo como un todo, no ha merecido observaciones ni del
punto de vista teórico ni práctico. Los puntos controvertibles son los relativos al criterio
de muerte y las pruebas para comprobarlo.

El criterio clásico o cardiorrespiratorio es coherente con la definición de muerte. En


efecto, la comprobación de los signos negativos de vida, de carácter irreversible,
satisface la definición, en la medida que, una vez comprobado el término irreversible de
las funciones cardiovascular y respiratoria, se produce irremediablemente la
descomposición orgánica del individuo evidenciada por los fenómenos cadavéricos

9
inmediatos y tardíos. De acuerdo a este criterio, en el momento que el individuo es
declarado muerto es cadáver y está disponible para ser sepultado o incinerado dentro del
plazo que fija la ley (en Chile, al menos 24 h después del fallecimiento), sin objeción
social alguna. En lo relativo al trasplante de órganos, la aplicación del criterio
cardiorrespiratorio de muerte hace muy difícil obtener órganos vitales en condición
viable para tal propósito.

Por el contrario, el criterio de muerte encefálica ha recibido una serie de objeciones, que
a continuación analizaremos. La primera objeción dice relación con la observación
clínica de que, determinados hallazgos neurológicos, predicen el desarrollo ulterior de
paro cardíaco.

Este es uno de los elementos médicos y éticos en que se sustenta el diagnóstico de


muerte encefálica. En rigor, lo que esta observación clínica dice es que el sujeto,
probablemente, morirá en plazos variables, pero no nos dice que está muerto. Se ha
sugerido que la muerte es un proceso más que un instante y, por consiguiente, su
ocurrencia no puede determinarse en un momento preciso. Esta sugerencia es
conceptualmente discutible y, además, parece incorrecto confundir pronóstico con
diagnóstico. La responsabilidad profesional y legal del médico es diagnosticar la muerte
con certeza y no predecirla. También, conviene señalar que, en estas circunstancias, la
inevitabilidad del paro cardíaco ocurre sólo si no se hace nada por evitarlo, del mismo
modo como el paro respiratorio en pacientes con muerte encefálica es inevitable sólo en
la medida de que no se les provea de ventilación mecánica. Una segunda crítica dice
relación con la posibilidad de demostrar, con absoluta certeza, el cese total e irreversible
de las funciones encefálicas. En efecto, una serie de observaciones clínicas ponen en
duda que las pruebas utilizadas para comprobar el término completo e irreversible de las
funciones encefálicas sean suficientemente confiables y que el criterio satisfaga la
definición de muerte como el término permanente del funcionamiento del organismo
como un todo.

La expresión: «pérdida total o abolición completa de las funciones encefálicas»,


corresponde a un concepto en que, «pérdida total», significa ausencia absoluta. De
modo que, la persistencia de alguna actividad encefálica estaría indicando que no existe
una suspensión completa de las funciones encefálicas. Además, la pérdida irreversible
de la función encefálica significa que el encéfalo no funciona y no volverá a funcionar.

Existen observaciones clínicas de individuos que cumplen todos los requisitos exigidos
para el diagnóstico de muerte encefálica pero que muestran evidencias de una función
encefálica integrada a nivel del tronco encéfalo y, algunos, pueden evidenciar alguna
función cortical. Por consiguiente, no presentan una suspensión total y permanente del
funcionamiento de todo el encéfalo. Así, algunos estudios han demostrado que un
número no despreciable de pacientes (20% en una serie) que cumplían los criterios de
muerte encefálica, continuaban mostrando actividad eléctrica en sus
electroencefalogramas.

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11
Extracción y donación de órganos

Dentro de la labor de los coordinadores de trasplantes, la extracción constituye


indudablemente el punto en el que los diversos esfuerzos realizados a lo largo del
tiempo para conseguir una donación culminan y entran en máxima tensión. A la
organización relacionada con la extracción la denominamos en argot "operativo".

En el momento de la extracción de órganos se expone el sistema de coordinación al


control externo del resto del hospital y, a menudo, de compañeros de otros centros.

El buen término de una extracción es fruto de largas horas de trabajo rutinario y


anónimo, que no deben descuidarse.

La logística de la extracción de órganos puede analizarse según cuatro puntos de vista:

1. Medios materiales necesarios para la extracción multiorgánica; necesidades y


localización del personal que interviene.
2. Preparación de la extracción multiorgánica.
3. Coordinación intrahospitalaria en el momento de la extracción.
4. Reposición y análisis a posteriori del acto extractor.

Técnica quirúrgica en la extracción de órganos

El objetivo que persigue la extracción es conseguir un órgano viable sin lesionarlo y


preservarlo hasta su implante. Hoy en día esto se logra gracias a los avances en la
técnica quirúrgica de extracción multiorgánica y al empleo de soluciones de
preservación frías a (4ºC) que difieren en su composición según el órgano a extraer. Así
conseguimos mantener viables un corazón 4 horas, un pulmón entre 7 y 8 horas, un
hígado entre 12 y 18 horas y un riñón o un páncreas hasta más de 24 horas.

El coordinador de trasplantes debe planificar la actuación de todo este personal tanto en


lo referente a localización del personal, su transporte (en caso necesario) al centro
extractor; la hora de inicio de la extracción y traslado de vuelta al centro donde se
implanten los órganos, siempre teniendo en cuenta las peculiaridades de cada órgano y
el tiempo disponible para su implante con garantías.

El proceso de extracción multiorgánica en el donante cadáver mantenido


hemodinámicamente conlleva la actuación y coordinación de varias disciplinas
quirúrgicas que deben intervenir de forma simultanea sin afectar a la viabilidad de los
diferentes órganos a extraer.

En el caso de un donante "ideal" del cual pueden obtenerse todos los órganos hoy en día
trasplantables, se requiere la actuación de los siguientes equipos quirúrgicos:

1. Cirugía cardiaca: Un cirujano, un ayudante y un perfusionista/instrumentista.


2. Cirugía Torácica: Un cirujano, un ayudante y un perfusionista.
3. Equipo de extracción hepática: un cirujano, dos ayudantes y un perfusionista.
4. Equipo de extracción renal: un cirujano, un ayudante, un perfusionista.

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5. Cirujanos extractores de otros tejidos (piel, huesos, válvulas cardiacas, córneas)
6. Anestesista (del centro extractor)

El hospital generador de los órganos aporta también el/la enfermeros instrumentista y


resto de personal de enfermería, auxiliares y celadores precisos para la extracción.

Tipos de donantes

Existen dos tipos de donantes según la procedencia del órgano o tejido: donante vivo y
donante fallecido.

Donante vivo: es aquella persona que realiza la donación en vida. Este tipo de
trasplantes se realiza con la garantía de que la extracción no va a representar ningún
problema de salud para el donante. Los órganos que se pueden ceder en vida son un
riñón, una parte del hígado, de un pulmón o del páncreas. Los progenitores
hematopoyéticos (sangre periférica, médula ósea y sangre de cordón umbilical), el
tejido óseo, membrana amniótica y la piel son los tejidos que se pueden donar en vida.
Los donantes vivos más habituales son los de sangre de cordón umbilical, de médula
ósea y de riñón. El órgano procedente del donante vivo siempre irá dirigido a una
persona concreta, que suele ser del entorno familiar, aunque no es imprescindible.
Actualmente existen técnicas quirúrgicas laparoscópicas para la extracción de órganos a
donantes vivos que minimizan la agresión quirúrgica y reducen el tiempo de ingreso
hospitalario y de reincorporación a la vida laboral activa.

Donante fallecido: se denomina así a la persona que dona sus órganos o tejidos para
que sean extraídos tras su fallecimiento. Los donantes fallecidos pueden ser por muerte
encefálica (destrucción irreversible del cerebro) o donantes en asistolia (parada cardiaca
irreversible).

¿Qué se puede donar?

En todos los casos sólo se procederá a extraer los órganos o tejidos con posibilidades de
ser trasplantados. Hay que diferenciar los órganos denominados sólidos como: riñón,
corazón, hígado, intestino, pulmón, páncreas; de los tejidos como: córneas, hueso, piel,
cartílago, tendones, membrana amniótica, válvulas cardíacas, arterias, venas y
progenitores hematopoyéticos (de sangre periférica, de médula ósea o de cordón
umbilical).

El donante fallecido puede donar todos sus órganos sólidos y tejidos mientras que el
donante vivo sólo puede donar uno de sus riñones, una parte del hígado, pulmón o
páncreas y tejido óseo, progenitores hematopoyéticos, membrana amniótica o piel.

Si se procede a la extracción de más de un órgano sólido (riñón, hígado, corazón,


pulmón o páncreas) la donación se denomina multiorgánica. Si los tejidos extraídos son
dos o más, hablamos de donación multitejidos.

¿Por qué no pueden ser donantes de órganos la mayoría de los fallecidos?

Los donantes de órganos tienen que fallecer obligatoriamente en un hospital. Los


donantes en muerte encefálica deben fallecer, concretamente, en unidades de Cuidados
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Críticos que disponen de los medios técnicos necesarios para mantener artificialmente la
ventilación pulmonar y la circulación del donante.

Cuando se cumplen todos los criterios legales de muerte cerebral es posible declarar y
certificar la muerte de una persona que mantiene circulación sanguínea y el
funcionamiento de algunos órganos porque está conectada a un respirador artificial y
recibe la medicación necesaria para mantener función cardiaca (medicación
vasopresora). El diagnóstico de muerte cerebral precisa que tres médicos, distintos a los
que van a participar en la extracción o trasplante, comprueben la ausencia completa de
respuesta cerebral mediante exploración de reflejos de troncoencéfalo y pruebas
instrumentales demostrativas de destrucción completa del cerebro. En estas
circunstancias, los órganos se mantienen perfundidos y oxigenados hasta el momento de
la extracción en quirófano. Con estos requisitos sólo pueden ser donantes de órganos
entre el 1 y 2% de todos los fallecidos en un hospital.

Mitos y leyendas en donación y trasplante

Al igual que sucede con otras tecnologías, existen rumores, mitos y malas
interpretaciones alrededor de los donantes y los trasplantes de órganos. Así,
periódicamente se publican noticias sobre tráfico criminal de órganos. En la mayoría de
los casos coincidentes con la desaparición de niños, llevadas a cabo por mafias
dedicadas al tráfico de órganos y localizadas fundamentalmente en países en desarrollo.
Sin embargo, ninguno de estos casos denunciados ha sido jamás probado.

No obstante, algún tipo de comercio más o menos legal o tolerado, sí que existe en
algunos países, fundamentalmente asiáticos, en los cuales es posible que alguien venda
uno de sus riñones a un desconocido, enfermo de insuficiencia renal crónica. Esta
transacción, prohibida en todos los países occidentales y éticamente criticable desde
nuestra cultura, sucede en un contexto económico de gran desigualdad social y con
difícil acceso a la diálisis crónica. Lamentablemente existen grupos o mafias muy
organizadas que ponen en contacto donantes y receptores exclusivamente para
trasplante de riñón y en ambientes locales, sin todas las garantías requeridas, se realizan
estos trasplantes.

¿Qué opinan las principales religiones sobre donación y trasplante de órganos?

La mayoría de las religiones de nuestro entorno se han manifestado a favor de la


donación de órganos con fines terapéuticos.

La Iglesia Católica: por ejemplo, ha expresado de forma clara y contundente que la


donación de órganos es el acto supremo de caridad, generosidad y amor que una
persona puede hacer por otra en esta vida. Los últimos Papas en diferentes encíclicas y
otros documentos animan a todos los católicos a que se expresen en vida a favor de la
donación. Obispos y sacerdotes predican la necesidad de la donación de órganos para
salvar vidas o evitar sufrimientos a personas con graves problemas de salud.

Las iglesias cristianas reformadas (adventistas, anglicanos, evangélicos, metodistas)


abogan en general porque cada persona resuelva en conciencia sobre la decisión de ser
donante, no planteando por tanto problemas ante la donación y los trasplantes.

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Los testigos de Jehová: que manifiestan con rotundidad su oposición a las
transfusiones de sangre, no presentan, por el contrario, ninguna oposición a la donación
de sus propios órganos ni a recibir trasplantes, siempre que se les asegure que no van a
ser transfundidos durante la operación.

La religión judía: es así mismo favorable a la donación de órganos. Incluso se puede


leer en el Talmud "Quien salva una vida salva el mundo", y sus jerarquías religiosas
interpretan que la donación de órganos para trasplante es la mejor actitud para ayudar a
otro a salvar su vida.

La religión musulmana: tampoco se opone a la donación, y así ha quedado expresado


en diversos documentos difundidos por sus autoridades religiosas. Sin embargo, la
ausencia de una autoridad religiosa que unifique doctrinas hace que, en la realidad, sea
infrecuente la donación de personas de religión musulmana. Habitualmente se unen
problemas religiosos con problemas sociales y ciertas costumbres, con cultos tras la
muerte que hacen difícil facilitar la donación. Países de religión islámica como Turquía
tienen incluso legislación específica sobre la muerte encefálica y las donaciones son
relativamente frecuentes. En otros como Pakistán, de la misma religión, la donación de
órganos de fallecidos la consideran inaceptable.

La donación y el trasplante de órganos han supuesto un enorme avance en el


conocimiento de la biología y en el bienestar de las personas al tiempo que han
originado preguntas éticas sobre alguno de los aspectos relacionados con ellos. Así, los
trasplantes de órganos plantean múltiples cuestiones sobre el significado de la muerte, la
constitución de la identidad humana, las fronteras entre los individuos y entre las
especies, las diferencias entre la naturaleza y la cultura, el tipo de ciencia biológica y
médica que nuestra sociedad desarrolla, etc. Los trasplantes nos dicen mucho sobre
nosotros mismos porque revelan valores culturales que asignamos al cuerpo y, a su vez,
nos descubren nuevos terrenos sobre los que reflexionar para entender los límites que
definen los lazos sociales, y cuestionan muchas asunciones generalizadas sobre la
relación entre el cuerpo y la identidad personal. Los éxitos conseguidos en las últimas
dos décadas han provocado la extensión de la tecnología de trasplante a nuevos tipos de
pacientes y la posibilidad de extenderla a órganos no vitales. Las cuestiones éticas nos
obligan a reflexionar sobre cuáles son los objetivos de las cosas que hacemos (y de las
que no hacemos) y sobre la forma en que las hacemos para que cumplan unos mínimos
éticos básicos y, si se puede, lleguen a ser, además, excelentes. El trasplante de órganos
conforma una de las acciones humanas más beneficentes y solidarias que se dan en
medio de lo que algunos califican como una medicina excesivamente tecnologizada y
deshumanizada.

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Conclusión

Es posible concluir que la muerte es un diagnóstico posible en la atención a pacientes


llevados a los servicios de urgencias. El médico urgenciólogo debe conocer este
diagnóstico y estar en capacidad de llegar a este apoyado en una herramienta práctica,
aplicable y que minimice los riesgos de error. Los médicos urgenciólogo deben conocer
las implicaciones médico-legales y ajustarse a la normatividad vigente cuando se
enfrentan a esta situación clínica, entendiendo que la aplicación de la guía práctica para
el diagnóstico de muerte sirve como elemento probatorio de buena praxis.

Es muy común decir que lo único seguro que tenemos es la muerte, hecho que es cierto, 
pero en aquellas personas que mueran con un estado óptimo en uno o varios órganos
tienen la oportunidad de volver  a la muerte, un paso para poder dar vida a otros.
Irónico, sin embargo una realidad, se tiene que impulsar una cultura en la donación de
órganos, Para ser donador de órganos se necesita: Ser mayor de 18 años, tomar la
decisión de querer ser un donador, expresar su decisión de manera voluntaria, llenando
la credencial de donación voluntaria de órganos especificando los órganos y tejidos que
desea donar, comunicar su decisión de donar órganos y tejidos a sus familiares y
amigos, llevar siempre consigo su credencial, expresar al momento de solicitar su
licencia de conductor la voluntad de donación de órganos. En el caso de fallecimiento
de un menor, es facultad de los padres el tomar la de cisión de donar sus órganos. Se ha
buscado la forma de que la sociedad cambie de idea en relación a la muerte, tratando de
enseñarle que, cuando se pierde un ser querido, si se está en capacidad de hacerlo, el
donar alguno de sus órganos es la mejor manera de darle amor al prójimo y a la
sociedad brindando la obtención de sus órganos para trasplantes.

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Bibliografía

Martínez K. (2013).Algunos aspectos éticos de la donación y el trasplante. Recinto


Hospital de Navarra

Querevalú W, Orozco R., Díaz S., Herrera K, López T, Martínez A, Torres P, y Miranda
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Carral, J. y Parrellada, J. (2012) Problemas bioéticos para la donación postmorten para


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1. Ley sobre Autorización para Trasplantar Órganos y Materiales Anatómicos Humanos


y su Reglamento. (1998, 13 de octubre). La Gaceta, Nº 198

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3. A definition of irreversible coma: report of the ad hoc committee of the Harvard


Medical School to examine the definition of brain death. (1968). JAMA. 205, 337–340.

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