Gamerro Carlos - El Libro de Los Afectos Raros PDF
Gamerro Carlos - El Libro de Los Afectos Raros PDF
Gamerro Carlos - El Libro de Los Afectos Raros PDF
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norma
CARLOS GAMERRO
nació en Buenos Aires en 1962.
Es licenciado en Letras por la Universidad
de Buenos Aires y ha realizado estudios de
guión cinematográfico en ucla (ee. uu.). S us
publicaciones incluyen la antología sobre
guión Antes que en el cine (1993, en
coautoría con Pablo Salomón) y las traduc
ciones de Un mundo propio de Graham
Greene, La mano del teñidor de
W. H. Auden, Poesía y represión de Harold
Bloom y Enrique VIII de William
Shakespeare. Colabora regularmente en
los suplementos culturales de los diarios
Clarín y Página/12, y ha escrito numerosos
guiones cinematográficos junto con Rubén
Mira. Ha publicado el estudio Harold Bloom
y el canon literario (2003) y las novelas
Las Islas (1998), El sueño del señor juez
(2000), El secreto y las voces
(Norma, 2002) y La aventura de los
bustos de Eva (Norma, 2004).
colección la otra orilla
El libro de los afectos raros
Carlos Gamerro
G R U P O
EDITORIAL
norma
Buenos Aires, Bogotá, Barcelona, Caracas, Guatemala,
Lima, México, Miami, Panamá, Quito, San José, San Juan,
Santiago de Chile, Santo Domingo
www.norma.com
Gamerro, Carlos
El libro de los afectos raros - 1” ed. -
Buenos Aires : Grupo Editorial Norma, 2005.
232 p. ; 21x14 cm.
isbn 987-545-336-6
1. Narrativa Argentina-Cuentos I. Título
CDD A863
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-¿Por?
-Yo pensé que ya... pasó mucho tiempo. Es pasado.
-¿No supiste nada de ella?
-No, Andy, de dónde voy a saber yo nada. Hace
mucho que se separaron.
-Cuatro meses. Y no nos separamos. Ella me largó.
Es una diferencia importante, ¿sabés? Hay que tenerla
en cuenta. Ayuda a tener las cosas claras.
-Sí, te entiendo. Es un punto de vista. Pero tam
poco hace falta irse hasta el extremo, exhibirlo como
si fuese un...
-Un trofeo.
-Eso.
-Trofeo al qué. Al boludo. Al cornudo. ¿Eso querés
decir?
-No, Andy, no. Yo no dije para nada eso. ¡Andy!
-Estoy acabado, Negro. Apenas puedo moverme.
Mirá en lo que me convertí.
-Eso es lo que vine a decirte: no. Lo externo es sólo
ilusión. Los verdaderos músculos del culturista están
más adentro. Eso exclamaba Román el otro día. No
has de culpar a los jueces, el aceite, los malos focos,
sino a tu alma. El hablaba en general, de todos, pero
me parece que en la base iba dirigido a vos.
-¿Y para eso te mandó?
-Vos te mezclás todo. Si me llamaste vos.
-Ah. Ah. Es verdad. Se me confunden las cosas. Los
días como hoy, especialmente. Será el tiempo. ¿Está
lloviendo afuera?
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-¿Devolverme qué?
-Seré el que vos eras para mí antes. Vení, basta de
hablar, a no perder más el tiempo. Sentate acá, sobre
la banqueta, un par de mancuernas y a empezar. Los
dos de nuevo juntos, una serie vos y otra yo, otra vos
y una yo. Como en los buenos tiempos.
-Dejá, dejá. Acá estoy bien.
-¿No podés?
-Vos no entendés, ¿no?
-Qué.
-¿Sabés algo? Estoy cansado de la fuerza de volun
tad. Me la paso por las pelotas, a la fuerza de voluntad.
-¿Y esto te parece mejor? ¿Vivir como un flan?
-También me lo enseñó Lucía, eso. Es increíble
lo que se puede aprender de ella, si tenés con qué.
Tantas minas por mes, tantos polvos por mina, tantas
series con la de cientocincuenta. Todo lo mismo. ¿No
te vinieron ganas, alguna vez, cuando hiciste veinte y
sentís que se te cortan los tendones y tu compañero
enloquecedor te dice una más, una más, la última, de
aflojarte y soltar todos los músculos a la vez y dejar
que la pesa te aplaste? Ah, esa tentación era nuestro
pánico. Para vos todavía debe serlo. Y es lógico, si
querés seguir siendo lo que sos. “Un segundo de des
concentración puede arruinar el trabajo de meses.”
Siempre te lo repetía, ¿no? Como si se pudiera vivir
mucho tiempo así.
-Yo leía todo lo que escribías. Lo guardaba. Era
como una biblia para mí.
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Marina en sol y azul cobalto
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-Si esta puta ciudad de mierda tuviese al menos
un mar cerca...
-¿Qué te pasa hoy? Estás... ¿No te gustó?
-Sí, sí. Lo único que me tiene mal es que no haya
un mar acá, ahora, debajo de mi ventana. Además, ya
es hora de que te vistas y te vayas. En media hora va a
caer la alumnita nueva. ¿Te das cuenta? Tengo trein
ta años y todavía tengo que dar clases particulares a
nenitos de primaria para mantenerme.
-¿No decís siempre que es la vida que elegiste? Tu
libertad, tus investigaciones, todo eso.
-Elegí la vida, pero no este país de mierda. En
otra parte... Ay, por favor, siento que esta conversa
ción ya la tuvimos veinte mil veces. Vestite de una vez,
¿querés?
-Vuelvo esta noche.
-Como quieras. Pero ahora rajá.
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-¡Marina! ¡Mariiinaa!
Estoy en la calle. Estoy aullando. Probablemente
haya gente saliendo a los balcones, pero todavía no
al balcón que a mí me interesa. Sé que es ése. Lo sé
porque me lo dijo. Aquella última vez que la vi, cuan
do la acompañé hasta acá, y me dijo: “¿Ves? ¿Ves ese
balcón? Ahí está mi pieza. Algún día te invito a cono
cerla. Hoy no, porque venía mi hermano. Otra vez...”
Esta es la otra vez, y estoy esperando que me abran la
puerta. Mientras tanto, sigo aullando.
No tuve que esperar mucho. Casi enseguida se
prendió la luz en el cuarto, y su silueta se recortó
contra la ventana, seguida de otra. Hubo un force
jeo, y Marina empezó a gritar. Alguien, agarrándo
la, trataba de arrastrarla de nuevo para adentro.
Alguien que no era su padre.
Corrí, no me acuerdo si gritando o no. El padre
salió a la puerta de calle, abriéndola de golpe, agitado.
-Luis, aléjate. Andate hasta la esquina al menos.
No cagués más las cosas. Andá, que yo ahora voy a
hablarte.
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-No.
-Te la traje para vos. Especialmente, te la busqué.
-Te queda feo así.
-Es de mucha desprolijidad.
-Usted siga con su diario, don Amílcar, que siem
pre puede ser el último. Y vos cambiá la cara. Ma sí.
¿Querés que me corte? Me corto. ¿Querés que me lave?
Me lavo.
¡Norma!
-Las putas ganas que tengo. Pero tampoco tengo
ganas de ninguna otra cosa. ¿Estás contento? Andá,
corré, decile a la putita ésa que se prepare. Que va a
visitarla Víctor.
II
Norma no sabés, esperá que te cuente. Ay, Normita,
tanto tiempo, qué ganas que tenía de verte. ¿Yo? ¿Cómo
se te ocurre? ¿Justo yo? Si yo pensé que vos ibas a ser la
enojada. Claro, otra pensaba mal enseguida, pero vos
confiaste en mí, ¿no? ¿Pero quién te vino con el cuen
to? Ah, claro, no me extraña, pero pará que te cuento.
Sí. No se puede creer, ¿no? Después de todo lo que te
hizo. Lo vieras ahora. Con ojos de carnero degolláu,
tratando de taparse la tonsura con el poco pelo que
le dejé. ¿Eh? Así sería antes, después del método Es
ter quedó como un gatito. Y sí, al principio estaba fu
rioso, pero cuando le expliqué todo entendió. En el
fondo no era malo, sabés, sólo malcriado, demasiado
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No me molestaría seguir con la duda de si fueron
dos o la misma dos veces, si por lo menos pudiera estar
seguro de si fue un sueño o si pasó. Vos decís que salí
de la Age a eso de las cuatro, que se acuerdan bien
porque tenía el papel de todos en el bolsillo, así que
hasta ahí estamos más o menos bien. Según vos mi au
to no estaba en la calle cuando salieron a buscarme,
así que manejando salí, vos sabés que esté en el esta
do que esté con un par de tarjetazos hago como cien
kilómetros. ¿Pero cuatrocientos? No, ya te dije que
con el cuentakilómetros no contamos, si la última vez
que me preguntó el mecánico no supe decirle si trein
ta mil o cuarenta mil. Incluso al principio llegué a pen
sar que no había salido de casa en todo el fin de sema
na, cuando me levanté el domingo a la noche estaban
los diarios de tres días en la puerta pero eso no quie
re decir nada, en el estado en que habré llegado el
domingo de madrugada les habré pasado por encima sin
verlos. ¿Puede ser que haya manejado cuatrocientos kiló
metros sin darme cuenta? ¿Puede ser? ¿Eh? ¿Saliendo a
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