CLASE 2 La Expiacion 1
CLASE 2 La Expiacion 1
CLASE 2 La Expiacion 1
LA EXPIACIÓN ES LA OBRA QUE CRISTO HIZO EN SU VIDA Y MUERTE PARA GANAR NUESTRA SALVACIÓN
Porque era necesaria la expiación: ¿Cuál es la razón que llevó a Cristo a venir a la tierra y morir por nuestros pecados?
Dos cosas que hay que entender para comprender expiación: el amor y la justicia de Dios.
El amor de Dios como una causa para la expiación la vemos en el pasaje más conocido de la Biblia: «Porque tanto amó Dios al mundo,
que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
La justicia de Dios también requería que encontrara una forma de que se pagara el castigo que nosotros debíamos por nuestros
pecados (porque no podía aceptamos para tener comunión con él si no se pagaba ese castigo).
«Propiciación» esto es, un sacrificio que carga con la ira de Dios a fin de que Dios sea «propicio» o esté favorablemente dispuesto
hacia nosotros «Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación... para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado
por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia» (Ro 3:25).
Pablo está aquí diciendo que Dios había estado perdonando pecados en el Antiguo Testamento pero no se había pagado el castigo ,
hecho que haría a las personas pensar: “Si Dios es verdaderamente justo cómo es posible que pueda perdonar pecados sin
castigarlos”. Ningún Dios que de verdad fuera justo podía hacer eso, ¿no es cierto? Con todo, cuando Dios envió a Cristo para morir y
pagar el castigo por nuestros pecados, lo hizo «para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen
fe en Jesús» (Rom. 3:26).
LA NECESIDAD DE LA EXPIACIÓN: ¿Había alguna otra manera de que Dios salvara a los seres humanos sin tener que enviar a su Hijo
a morir en nuestro lugar? Antes de responder a esa pregunta, es importante que nos demos cuenta de que no era necesario en
absoluto que Dios salvara a los seres humanos. Cuando vemos que «Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al
abismo, metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio» (2 Pedro 2:4), nos damos cuenta que Dios podía haber elegido con
perfecta justicia habernos dejado en nuestros pecados en espera del juicio: podía haber decidido no salvar a nadie, como hizo con los
ángeles que pecaron. Así que, en este sentido, la expiación no era una absoluta necesidad.
• Pero una vez que Dios, en su amor, decidió salvar a los seres humanos, varios pasajes en las Escrituras indican que no había otra
manera en que Dios podía llevarlo a cabo sino por medio de la muerte de su Hijo. «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago
amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mt 26:39) . A Jesús no le Hera posible evitar la muerte en la cruz que iba a
experimentar
• Pablo en Romanos 3 también muestra que si Dios iba a ser justo, y con todo salvar a las personas, tenía que enviar a Cristo para que
pagara el castigo de los pecados: «Pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios
es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Rom. 3:26). El autor de Hebreos también argumenta que puesto que
«es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados» (Heb. 10:4), era necesario un mejor sacrificio
(Heb. 9:23). Sólo la sangre de Cristo, esto es, su muerte, podría borrar de verdad los pecados (Heb. 9:25-26). No había otra forma de
que Dios nos salvara que mediante la muerte de Cristo en nuestro lugar.
LA NATURALEZA DE LA EXPIACIÓN: COMO LOGRO CRISTO NUESTRA SALVACIÓN. Veamos dos aspectos de la obra de Cristo: (1) La
obediencia de Cristo por nosotros, mediante la cual él obedeció los requerimientos de la ley en nuestro lugar y fue perfectamente
obediente a la voluntad del Padre como nuestro representante, y (2) los sufrimientos de Cristo por nosotros, mediante los cuales
cargó con el castigo que nos correspondía por nuestros pecados y como consecuencia murió por nuestros pecados. TODO DEPENDIO
DE EL Y NADA DE NOSOTROS.
b. El dolor de la cruz: Los sufrimientos de Jesús se intensificaron al irse acercando a la cruz. Les contó a sus discípulos algo de la agonía
que estaba experimentando cuando les dijo: «Es tal angustia que me invade, que me siento morir» (Mt 26:38). Fue en la cruz donde los
sufrimientos de Jesús alcanzaron su clímax, porque fue allí donde cargó con el castigo que correspondía a nuestros pecados y murió
en nuestro lugar. Las Escrituras nos enseñan que hubo cuatro aspectos diferentes del dolor que Jesús experimentó:
(1) Dolor físico y muerte. la muerte por crucifixión era una de las formas más horribles de ejecución inventadas por el hombre.
Muchos lectores de los evangelios en el mundo antiguo habrían sido testigos de alguna crucifixión y eso crearía alguna imagen mental
vívida y dolorosa al leer las palabras «y lo crucificaran» (Mt 15:24).
Un condenado a muerte que moría crucificado se veía esencialmente forzado a infligirse él mismo una muerte lenta por asfixia.
Cuando los brazos del condenado eran extendidos y sujetados mediante los clavos a la cruz, tenía que sostener la mayor parte del
peso de su cuerpo con los brazos. En esa posición, la cavidad torácica tenía dificultades para respirar y obtener aire renovado. Pero
cuando la necesidad de aire de la víctima se hacía insoportable, tenía que hacer lo posible por levantarse empujando con sus pies,
dando así un apoyo más natural a su cuerpo y aliviando los brazos del peso del cuerpo, y de esa forma podía respirar un poco mejor.
Al esforzarse por levantar el cuerpo apoyándose en los pies el crucificado podía aliviar la asfixia, pero resultaba en extremo doloroso
para él porque implicaba poner toda la presión de sostener el cuerpo sobre los clavos que le sujetaban los pies, y doblar los codos y
empujar hacia arriba sobre los clavos que le sujetaban las muñecas. La espalda del crucificado, que había sido flagelada repetidas
veces mediante los latigazos propinados, se rozaría contra la madera de la cruz con cada movimiento. Por eso Séneca (autor del
primer siglo) habló de los crucificados como personas que «aspiraban el aire vital en medio de intensa agonía» (Epístola 101, a Lucio,
sección 14).
(2) El dolor de cargar con el pecado. Más horrible que el dolor del sufrimiento físico que Jesús soportó fue el dolor psicológico de
estar cargando con la culpa de nuestros pecados.
En nuestra experiencia como cristianos sabemos algo de la angustia que sentimos cuando hemos pecado. El peso de la culpa es
tremendo sobre nuestros corazones, y hay un sentido amargo de separación de todo lo que es recto en el universo, una conciencia
de algo que en un sentido muy profundo no debiera ser.
Jesús era perfectamente santo. Aborrecía el pecado con todo su ser. Mucho más de lo que nosotros lo hacemos, Jesús se rebelaba
instintivamente contra el mal. Con todo, en obediencia al Padre, y por amor a nosotros, Jesús tomó sobre sí todos los pecados de
todos los que un día serían salvos. Cargar sobre sí todo el mal.
(3) Abandono. El dolor físico de la crucifixión y el dolor de cargar sobre sí el mal absoluto de nuestros pecados se agravó por el hecho
de que Jesús enfrentó este dolor solo. En el huerto de Getsemaní, cuando llevó consigo a Pedro, Juan y Santiago, les expresó algo de
la agonía que sentía: «Es tal angustia que me invade que me siento morir... Quédense aquí y vigilen» (Mar. 14:34). Esta es la clase de confidencia
que uno expresa a un amigo íntimo, e implica un ruego de apoyo en horas de gran prueba.
Sus discípulos lo abandonaron «todos los discípulos lo abandonaron y huyeron» (Mt 26:56). Cuando lo que él lo único que hizo fue amarlos
y ayudarlos «habiendo amado a los suyos que estaba en el mundo, los amó hasta el fin» Juan 13:1.
Jesús se vio privado de la cercanía con el Padre que había sido su más profundo gozo durante toda su vida terrenal . Cuando Jesús
exclamó: «Eloy, Eloy, ¿lama sabactani? (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparador'» (Mt 27:46), él mostró que estaba
separado por completo del dulce compañerismo con su Padre celestial que había sido la fuente constante de su fortaleza interna y
el elemento de su mayor gozo en una vida llena de dolor. Al cargar Jesús con nuestros pecados en la cruz, se vio abandonado por su
Padre celestial porque «son tan puros tus ojos que no pueden ver el mal» (Hab 1:13). Jesús se enfrentó solo al peso de la culpa de millones
de pecados.
(4) Cargar con la ira de Dios Sin embargo, más difícil que estos aspectos previos del dolor de Jesús fue el dolor de cargar sobre sí la ira
de Dios. Al llevar Jesús solo la culpa de nuestros pecados, Dios el Padre, el Creador todopoderoso, el Señor del universo, derramó
sobre Jesús la furia de su ira:
Jesús se convirtió en el objeto del intenso odio por el pecado y de la venganza en contra del pecado que Dios había acumulado
pacientemente desde el comienzo del mundo. Romanos 3:25 nos dice que Dios ofreció a Cristo como «propiciación» (<<sacrificio
expiatorio»), palabra que significa «sacrificio que carga con la ira de Dios hasta el final y que al hacerse cambia en favor la ira de Dios
contra nosotros ». Pablo nos dice que «Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su
justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar
su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3:25-26).
En la cruz la furia de toda esa ira acumulada en contra del pecado se desató contra el propio Hijo de Dios. Jesús cargó con la ira de
Dios contra el pecado. Es importante insistir en este hecho, porque es céntrico en la doctrina de la expiación. Quiere decir que hay
un requerimiento eterno e inalterable de la santidad y justicia de Dios de que hay que pagar por el pecado. Además, antes de que la
expiación pudiera tener efecto sobre nuestra conciencia subjetiva, primero tenía que afectar a Dios y sus relaciones con los
pecadores que planeaba redimir. Aparte de esta verdad central, la muerte de Cristo no puede entenderse adecuadamente.
«derramó su vida hasta la muerte, y fue contado entre los transgresores» (Isaías 53:12). Dios el Padre vio el «fruto de la aflicción de su alma» y
quedó satisfecho (Isaías 53:11).