FONÉTICA Coseriu-INTRO LING
FONÉTICA Coseriu-INTRO LING
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1.0. Los sonidos del lenguaje presentan las cualidades bien conocidas de
cualquier sonido estudiado por la acústica, o sea, intensidad, altura y duración. Tales
cualidades se presentan con evidencia, y pueden medirse, en la representación
gráfica de la correspondiente onda sonora, que se obtiene por medio de un aparato
llamado quimógrafo (del gr. kyma, «onda», y gráphein, «escribir»). El quimógrafo, en
su forma más sencilla, se compone de un cilindro envuelto en papel ahumado y de
una membrana vibratoria que, mediante un estilete, se halla en contacto con el
cilindro. La membrana comunica con un tubo receptor de goma, que termina en una
bocina por la cual habla el sujeto de experimentación. Al cilindro se le imprime un
movimiento en «espiral», es decir, al mismo tiempo rotatorio y vertical, por medio de
un motor cualquiera. Cuando en la bocina se emiten sonidos, éstos se comunican a
la membrana a través del tubo de goma, y las vibraciones de la membrana se
transmiten, a través del estilete, al cilindro y quedan registradas en el papel
ahumado. La fonética instrumental moderna conoce instrumentos mucho más
complicados y de mayor precisión, como el oscilógrafo, que «fotografía» las ondas,
es decir que convierte las ondas acústicas en ondas luminosas. Pero para nuestros
fines nos basta con examinar las ondas registradas por un común quimógrafo.
1.2.1.2. Los gramáticos antiguos enseñaban que las vocales largas son dos
veces más largas que las breves. Esto se ha demostrado ser inexacto; en efecto, la
fonética instrumental ha comprobado que pueden ser hasta diez veces más largas.
En español la duración absoluta de las vocales, va desde un mínimo de cuatro
centésimos de segundo hasta un máximo de veinte: las vocales más largas pueden
ser, por tanto, hasta cinco veces más largas que las más breves. Y, ello, a pesar de
que la duración de las vocales no tiene en español valor fonológico, como ocurre en
otros idiomas (inglés, alemán), en los cuales las vocales largas (que pueden llegar a
una duración de cuarenta centesimos de segundo) son fonológicamente diferentes
de las vocales breves: son otras vocales. Cf., por ejemplo, en inglés, ship (sip),
«barco», y sheep (síp), «oveja»: lo que distingue estas dos palabras es la oposición
entre la i breve y la i larga. También en latín la duración tenía valor fonológico: cf.
malus, «malo», y málus, «manzano».
1.2.2.2 Hay que advertir que —como, por otra parte, resulta ya de lo dicho— el
acento no distingue palabras sino grupos fónicos: enumera las «palabras fónicas».
Pero los grupos fónicos mismos pueden contener palabras fónicamente autónomas,
con acento propio, y elementos sin acento propio, llamados proclíticos y enclíticos,
según que se «apoyen» al principio o al final de la palabra autónoma (así, por
ejemplo, en grupos fónicos como el pérro, de la mésa, hay un único acento, en la
palabra principal, mientras que los demás elementos son proclíticos).
2.0.1. Hemos tratado hasta aquí de los sonidos desde el punto de vista
acústico y hemos visto los tipos en que se pueden clasificar a este respecto: sonidos
más intensos y menos intensos (acentuados y átonos), más altos y más bajos
(agudos y graves), largos y breves. Pero tales distinciones resultan insuficientes en
la lingüística; por ello, debemos examinar los sonidos también desde el punto de
vista fisiológico, o sea, desde el punto de vista de su producción (fonación).
2.1.1. Las vocales se dividen en tres clases: medias (a), anteriores (e, i) y
posteriores (o, u). La a es una vocal que implica una apertura máxima del aparato
fonador; es decir, que en su fonación la lengua queda en estado de reposo. En las
vocales anteriores, se levanta hacia el paladar el predorso de la lengua; en las
posteriores, el posdorso. Las vocales más comunes, que son las que tenemos en el
sistema fonológico español, no presentan una total correspondencia entre vocales
anteriores y posteriores, ya que las vocales posteriores, además de ser tales, son
también labiales; es decir que en su modulación intervienen también los labios. Pero
hay idiomas en que existen vocales anteriores labializadas, como, por ejemplo, el
francés (eu, u) y el alemán (ó, ü): ö es una e labializada; ü, una i labializada. Y hay,
asimismo, idiomas en que existen vocales posteriores deslabializadas; así, por
ejemplo, el rumano, donde encontramos la vocal a, que es una o deslabializada (o
sea, «no labial»), y la vocal î, que es una u deslabializada (y que existe también en
ruso, turco, guaraní, etc.).
2.1.2. Según la duración de la articulación, los sonidos pueden ser continuos o
momentáneos. Son continuos los sonidos prolongables; momentáneos, los sonidos
que se articulan en un solo momento y no pueden prolongarse indefinidamente.
Todas las vocales son continuas. Esta distinción nos sirve también para aclarar otra,
muy empleada en la lingüística: la que opone sonantes y «consonantes». Tal
oposición, puramente lingüística, y no fisiológica, se funda en la función de los
sonidos en la sílaba (capacidad, o no, de constituir el núcleo silábico). Se llama
sílaba el más pequeño grupo fónico pronunciable como tal (es decir, de por sí: como
grupo aislado). Y desde este punto de vista, son sonantes los sonidos que pueden
formar sílaba sin el auxilio de otro sonido; «consonantes», los que pueden integrar
una sílaba sólo conjuntamente con una sonante. Las vocales son normalmente
sonantes, pero algunas veces pueden funcionar también como «consonantes»; así,
por ejemplo, la vocal i en muy, o la vocal u en suelo. El signo diacrítico para señalar
en la transcripción tal función «consonantica» de una vocal es ˆ, de suerte que se
transcribirá mui, suelo. Pero también pueden funcionar como sonantes todos los
demás sonidos continuos (como, por ejemplo, s en ¡Pss!). Entre los sonidos que se
llaman comúnmente consonantes —y que, desde este punto de vista, sería mejor
llamar constrictivas—, hay principalmente cuatro que suelen funcionar también como
sonantes: r, l, m, n (y, en tal caso, se transcriben con r, l, m, n, ya que el signo
diacrítico para indicar la función de «sonante» de una «constrictiva» es,
precisamente, °). Así, por ejemplo, en serviocroata la r es a menudo sonante (cf.
krst, «cruz»; Trst, «Trieste»); en eslovaco, puede ser sonante también la l (cf. vlk,
«lobo»); en inglés, tenemos la l sonante en palabras como castle; en alemán, se
presenta la n sonante, por ejemplo en la desinencia de los infinitivos (cf. binden,
«atar», pron. bindn).
2.3.2. Todas las vocales son sonoras y, desde el punto de vista de la función
de la cavidad nasal, pueden ser orales o nasales (a, e, i, o, u: el signo de la
nasalización es comúnmente ~ ). En español puede haber en la pronunciación
vocales nasales, pero no constituyen fonemas, es decir que la oposición entre vocal
oral y vocal nasal no tiene valor fonológico distintivo; en francés, en cambio, y así
también en portugués, las vocales nasales son fonemas y tienen función distintiva.
Entre las lenguas románicas, el español tiene el sistema vocálico más simple,
presentando sólo las cinco vocales fundamentales (llamadas también «vocales
cardinales»); el sistema italiano resulta ya algo más complejo, porque en las vocales
e y o distingue un tipo cerrado y un tipo abierto, es decir que presenta siete vocales.
El inglés tiene catorce vocales y el francés, dieciséis (además de i y u, dos tipos de
a, vocales anteriores labializadas, tipos cerrados y abiertos en las vocales e, o, ö,
una e abierta larga y cuatro nasales).
2.3.3.1. Si la oclusión es total, los sonidos que se producen son los oclusivos,
que se llaman también explosivos porque se realizan mediante una «explosión» del
aire de la corriente respiratoria; pueden ser, según que vibren o no las cuerdas
vocales, sonoros o sordos y, según el lugar de articulación, labiales, dentales,
alveolares, palatales, velares, uvulares, laringales. Por ejemplo: oclusiva bilabial
sonora: b, en italiano o en francés (en español, sólo como inicial absoluta de frase o
después de nasal: zamba); oclusiva bilabial sorda: p; oclusiva dental sonora: d, en
italiano o en francés (en español, sólo como inicial absoluta o después de nasal:
andar); oclusiva dental sorda: t; oclusivas alveolares: t y d en inglés; oclusiva palatal
sorda: c (como la ch española de choza); oclusiva palatal sonora: g (la g italiana de
genérale); oclusiva velar sorda: k (la c española de casa o la qu de quemar);
oclusiva velar sonora: g, en italiano o en francés (en español, sólo como inicial
absoluta o después de nasal: tango). En la lingüística comparada se suelen llamar
medias las oclusivas sonoras y tenues las oclusivas sordas. Los sonidos oclusivos
son todos, desde luego, momentáneos. Los sonidos c y g pueden considerarse
también como «africados» (cf. 2.3.3.5).
2.3.3.2. Si se produce un determinado grado de estrechamiento de las paredes
del tubo fonador, de suerte que, al pasar la corriente respiratoria, se realice una
fricción, o un roce audible, los sonidos correspondientes son los fricativos, que
también pueden ser sonoros o sordos y, según el lugar de articulación, labiales,
labiodentales, interdentales, palatales, velares, etc. Por ejemplo: fricativa bilabial
sonora: ß (la consonante que se escribe en español b o v, en particular en posición
intervocálica); fricativa labiodental sonora: v, en francés o en italiano; fricativa
labiodental sorda: f; fricativa interdental sonora: δ (la d española, particularmente en
posición intervocálica, por ejemplo, la segunda d de dado; o la th inglesa de this);
fricativa interdental sorda: θ (z o c —delante de e, i— en el español de Castilla, por
ejemplo, en zaguán, cielo; o la th inglesa de three); fricativa palatal sonora: z (y de
yo o ll en la pronunciación rioplatense; o la j francesa de jeu); fricativa palatal sorda:
š (la se italiana de scena, la ch francesa de chou, la sh inglesa de she, la sch
alemana de schreiben); fricativa velar sonora: γ (la γ del griego moderno o la g
española en posición intervocálica y, más claramente aún, en la pronunciación
corriente rioplatense de más grande); fricativa velar sorda: x (la j española en juego
o la g de general), etc. Sonidos fricativos especiales son los espirantes o sibilantes,
que dan acústicamente la impresión de un silbido: la s española de saber (sibilante
sorda), la z francesa de zéro, la s francesa intervocálica, la s italiana de rosa
(sibilantes sonoras). Se pueden considerar dentro de la misma categoría las
fricativas palatales š y z, a las que ya nos hemos referido. Y, viceversa, las sibilantes
s y z (fr.) pueden considerarse simplemente como fricativas dentales.
2.3.3.4. Todos los sonidos fricativos, y también los vibrantes y los laterales, son
continuos. Un tipo particular de sonidos continuos lo constituyen, en cambio, las
consonantes nasales, en cuya articulación hay oclusión de la cavidad bucal, pero la
corriente respiratoria pasa a través de las fosas nasales. Las consonantes nasales
más comunes son la bilabial m, la alveolar n (n española de mano) y la palatal ñ
(esp. ñ). Pero los sonidos nasales tienen, por lo común, la propiedad de adaptarse
en el habla a la articulación de la consonante siguiente, de modo que tenemos
también una nasal labio-dental (por ejemplo, la primera n de sinfonía o la n de
anfiteatro), una nasal dental (la n de cuando o de antes), una nasal velar (la n de
tango, ancla). Este último sonido existe en ciertos idiomas, como el inglés y el
alemán, con valor de fonema (cf. ingl. long o alem. singen, donde el grupo ng
representa la nasal velar). Los sonidos nasales son generalmente sonoros.
2.3.3.5. Un último tipo de sonidos que hay que considerar desde el punto de
vista del modo de articulación es el constituido por las africadas, consonantes cuya
articulación comienza con una oclusión y acaba con una fricación; desde el punto de
vista articulatorio, se trata, pues, de sonidos dobles y que, por tanto, se suelen
transcribir como tales. Así, tenemos la africada sonora dental dz (la z italiana de
zanzara), la africada sorda dental ts (la z italiana de nazione o la alemana de zehn),
la africada palatal sonora dz (dj en fr. Djibouti), la africada palatal sorda tš (tch en fr.
cheque, o tsch en alem. Deutschland). Muchos incluyen entre las africadas también
las oclusivas mediopalatales c y g.
3.1.1. En algunos casos parece, en efecto, que los sonidos tuvieran cierto valor
icástico (imitativo) o deíctico, es decir, mostrativo (deíxis significa en griego «acto de
mostrar»). Así, por ejemplo, en una palabra como viento, parece que el sonido
representado por v (ß) [en grupo fónico en donde resulte fricativa] tuviera relación
imitativa con el ruido producido por el viento. Más aún: observamos que otros
idiomas tienen sonidos parecidos en palabras de significación análoga; cf. alem.
Wind, ruso veter. Puede inferirse, por consiguiente, que esta palabra fue en su
origen de índole imitativa u onomatopéyica. Pero, por otro lado, tenemos que
advertir que la palabra española procede con toda regularidad de la palabra latina
uentus, cuyo primer sonido no era ß ni v, sino un u consonante, y que incluso en la
palabra española ese sonido no es siempre ß, ya que en posición inicial absoluta y
después de nasal se pronuncia [b], obedeciendo a las normas de realización del
sistema fonológico español (cf. un viento, pron. umbiento). Deducimos de ello que en
su origen el signo puede haber tenido alguna relación con un ruido real de la
naturaleza, pero que, después de esa fase inicial, tal vínculo se perdió, entrando el
signo en la normal tradición lingüística y adquiriendo valor puramente simbólico.
3.1.2. Así, también, parece a veces que hay cierta relación directa entre
sonidos anteriores, como i, e, y cosas pequeñas o débiles (cf. palabras como chico,
pequeño) y, por otro lado, entre vocales medias o posteriores, como a, o, u, y lo
grande o fuerte (cf. grueso, grande, fuerte). M. Grammont observa que sería muy
extraño, por ejemplo, decir que una bolsa de harina, cayendo, ha hecho pif: diremos
más bien que ha hecho puf o paf. Todo esto puede parecer cierto mientras
permanezcamos en el ámbito de la exclamación o de la onomatopeya, pero pierde
su fundamento en cuanto nos situemos en el campo de los signos simbólicos
propiamente dichos. En efecto, «pequeño» se decía en latín parvus (es decir, con un
término con vocalismo a, en evidente contraste con la hipótesis aludida); en alemán,
«grueso» se dice dick y «pequeño», klein (pron. klain); en ruso, «pequeño» es malyj
y, por el contrario, «grande» se dice velikij.
3.1.3. Georg von der Gabelentz observa en su tratado de lingüística general
(Die Sprachwissenschaft, [Leipzig] 1891) que en ciertas lenguas africanas hay una
alternancia vocálica en determinados verbos —evidentemente relacionados con
onomatopeyas— según el sujeto a que se refieren; en sudanés, por ejemplo,
«arrastrarse», en general, se dice djarar; pero se dice djirir si se refiere a animales
pequeños y djurur, si se refiere a animales grandes. Asimismo, Ferdinand de
Saussure señala que, en los idiomas indoeuropeos, los adjetivos que designan
enfermedades o debilidades orgánicas se caracterizan por presentar la vocal a breve
en su raíz. Relaciones parecidas entre sonidos y conceptos se pueden observar en
muchas otras palabras de origen onomatopéyico o imitativo, como, por ejemplo, en
las derivadas del lenguaje infantil, que en la mayoría de los idiomas indoeuropeos, y
también en idiomas no indoeuropeos, se caracterizan por la repetición de la misma
sílaba o por la presencia de consonantes geminadas (cf. ital. mamma, babbo).
Estudios muy agudos a este respecto ha hecho el lingüista italiano Vittorio Bertoldi,
quien ha llegado, en muchos casos, a descubrir o a confirmar el origen
onomatopéyico de vocablos corrientes como, por ejemplo, lat. pipió, pipionis,
«paloma», lat. papilio, «mariposa», gr. bárbaros y lat. barbarus, etc. Pero en todos
esos casos o por lo menos, en su gran mayoría, el sentimiento del valor imitativo se
mantiene sólo en una fase inicial, después de la cual, entrando la palabra en la
«evolución» normal de la lengua, todo valor deíctico se pierde y se sustituye por un
valor simbólico «arbitrario», justificado sólo por la tradición. Así, por ejemplo, en esp.
pichón, it. piccione, fr. pigeon, ya no se reconoce el pío-pío imitativo de lat. pipio, del
cual esas palabras proceden; y tampoco se podría reconocer en esp. bravo, que ha
sufrido una larga y compleja evolución, el *ba-ba imitativo del hablar sin sentido (algo
como blabla), que está en el origen del lat. barbarus. Así, también, la palabra latina
crimen parece derivarse de una onomatopeya *krik y relacionarse, por tanto, con la
idea de «grito, alboroto»; pero este origen resulta irreconocible en el propio latín y
más aún en español, donde el término es un latinismo, tomado con la forma y el
significado que tenía ya en la lengua de Roma. Del mismo modo, parece que gr.
kórax y lat. corvus tienen relación con una onomatopeya *ger-gor, con la cual se
quería imitar la voz del cuervo; pero la palabra española cuervo no tiene ya nada
que ver con esa onomatopeya: lo único que se puede decir es que procede del lat.
corvus a través de un desarrollo fonético perfectamente regular en la gramática
histórica española.
4.1. Hemos hablado hasta aquí de los sonidos del lenguaje considerados como
unidades aisladas. Pero hemos dicho que ellos no se dan de este modo, sino que se
presentan en oraciones, palabras, sílabas, es decir, en trozos de hablar. Ahora bien,
los sonidos de los que hablamos al señalar sus varias clases son, en la mayor parte
de los casos, sólo sonidos típicos, que pueden constituir fonemas dentro de
determinados sistemas fonológicos, pero que no se realizan nunca de manera
idéntica en el habla. En el habla, los sonidos típicos de una lengua presentan
múltiples realizaciones acústicas, cambiando su aspecto según la posición en las
sílabas, en las palabras y en las oraciones. La sílaba es, como se ha dicho, el más
pequeño grupo fónico pronunciable como tal (o sea, el más pequeño grupo fónico
que se produce con una sola emisión de voz). Las palabras son, desde el punto de
vista fonético, los grupos fónicos enumerados por los acentos (o por los tonos, en las
lenguas en que el acento es melódico). Y las oraciones, desde el mismo punto de
vista, son conjuntos de grupos fónicos caracterizados por una curva melódica
completa.
4.2.1. Entre las sílabas hay que distinguir las abiertas y las cerradas. Se llaman
abiertas las sílabas que terminan en vocal (sonante); cerradas, las que terminan en
consonante. Generalmente, las vocales son más largas en las sílabas abiertas y
más breves en las cerradas; y en algunos idiomas basta con que una vocal se
encuentre en sílaba abierta para que sea larga «por naturaleza» (así, en inglés y en
alemán). También las consonantes modifican a menudo su aspecto al encontrarse
en final de sílaba: compárese, por ejemplo, la m de homenaje con la de hombre (la
primera es la común consonante nasal bilabial, la segunda se reduce a menudo a
una simple nasalización de la o). En el español rioplatense, la consonante k en final
de sílaba cerrada se está rápidamente debilitando: en casa la consonante es la
común oclusiva velar sorda; en activo, doctor, respecto, se reduce a menudo a un
esbozo consonantico irreconocible, que es apenas una inflexión especial de la
siguiente. Lo mismo se puede decir de la í rioplatense: la espirante dental sorda que
encontramos en posición inicial de palabra o de sílaba (saber, casa) se reduce a una
simple aspiración en posición final (cf. la pronunciación corriente de pasto, mosca,
mismo, patos, etc.).
4.2.2. Lo que ocurre en las sílabas, dentro de las palabras, puede ocurrir
también entre las palabras, dentro de la oración: la s de es en es Carlos, o la de las
en las partes, es idéntica a la de mosca, pasto, mientras que la de las en las dudas
se sonoriza a menudo por efecto de la sonora siguiente; la n de son se reduce a una
nasalización de la o en la palabra aislada, es una nasal alveolar en son ocho, una
nasal dental en son tres, una nasal velar en son grandes y una nasal bilabial en son
bárbaros; la g precedida en la frase por una s pierde a menudo toda oclusión,
haciéndose claramente fricativa (compárese, por ejemplo, la g de ¡Gordo! con la de
más gordo), y lo mismo sucede cuando esta consonante h se encuentra entre
vocales. El estudio de la adaptación recíproca de los sonidos en las palabras, y
particularmente en la oración, se llama fonética sintáctica. Esta misma adaptación
constituye la forma inicial de muchos cambios fonéticos (así, por ejemplo, en el
desarrollo de lat. aestatem, testa > fr. été, tete, la s, antes de desaparecer
totalmente, tuvo que pasar sin duda a través de una fase análoga a la que tenemos
hoy en el Río de la Plata en pasto, cesto).
5.1.2. Tenemos, en segundo lugar, los reflejos del latín en otros idiomas, en
particular las transcripciones griegas de palabras latinas y los préstamos griegos y
germánicos de origen latino. Comprobamos, por ejemplo, que un nombre latino
como Marcellus se transcribe en griego, hasta cierta época, Markellus, y más tarde
Martsellus, de lo cual se deduce que la pronunciación latina del nombre había
cambiado. Análogamente, un préstamo alemán de origen latino, como Kaiser
(<Caesar), nos revela que, en la época en que los germanos tomaron la palabra de
los romanos, éstos últimos la pronunciaban Kaesar, o sea que no habían todavía
palatalizado la velar inicial ni simplificado el diptongo ae.
5.1.3. También nos sirven las transcripciones en sentido contrario, por ejemplo,
las transcripciones latinas de palabras griegas: una palabra como pharmacia (gr.
pharmakía) nos muestra que la c en latín tenía también delante de e, i la
pronunciación k.
5.1.5. Indicaciones más preciosas aún nos las proporcionan las oscilaciones en
la grafía que encontramos en documentos paleográficos o epigráficos; o sea que los
eventuales «errores», con respecto a la grafía normal nos revelan que ésta no
correspondía a la pronunciación. Así, por ejemplo, encontramos en inscripciones
latinas niil, en lugar de nihil, o cosul, en lugar de cónsul, lo cual nos muestra que la h
había dejado de pronunciarse en la época en que se grabaron esas inscripciones y
que la n final de sílaba cerrada se había reducido a una nasalización insignificante
de la vocal que la precedía. Del mismo modo, la oscilación entre i y u en palabras
como optimus-optumus, satira-satura (sólo después de César se escribe
constantemente optimus y satira) nos indica que no se trataba, en estos casos, ni de
i ni de u, sino de un sonido intermedio, que en la escritura podía interpretarse de las
dos maneras.
5.2.1. Hoy día la distinción entre sonidos y letras es, en la lingüística, una
distinción elemental. Sin embargo, se ha hecho relativamente tarde: la encontramos
establecida expresamente sólo en la primera edición del primer tomo de la gramática
comparada indoeuropea de Bopp ([Vergieichende Grammatik..., Berlín] 1833), quien,
al describir los idiomas indoeuropeos, diferencia por primera vez netamente el
sistema fonético del sistema gráfico (LATU und Schriftsystem). El evidente progreso
que tal distinción representa se debe también al estudio del sánscrito, puesto que los
gramáticos antiguos de la India, mucho más que los griegos y latinos, supieron
transcribir con exactitud los sonidos de su idioma: el alfabeto sánscrito es casi
perfectamente fonético. Un alfabeto es «fonético» cuando representa
constantemente el mismo sonido mediante el mismo signo y cuando sus signos
tienen constantemente el mismo valor fonético; no son fonéticos, en cambio, los
alfabetos en que el mismo signo puede representar más sonidos o en que el mismo
sonido puede representarse por más signos.
5.3.3. En general, todo idioma escrito que emplee una escritura alfabética tiene
su propio sistema para la transcripción de sus fonemas y casi nunca las ortografías
comunes son perfectamente «fonéticas» (o «fonológicas»). Son, con todo, más o
menos exactas, desde este punto de vista, las ortografías de las lenguas eslavas
que emplean el alfabeto latino, la del húngaro, la del finés y algunas otras que se
han establecido en época relativamente reciente, como la albanesa (1912) y la turca
(1928). Por lo común, los sistemas ortográficos reflejan con cierta fidelidad los
sistemas fonéticos en las lenguas cuyo fonetismo ha cambiado poco después de la
época en que se establecieron sus respectivas escrituras, como, por ejemplo, el
húngaro o, entre los idiomas románicos, el italiano, mientras que, como se ha
aludido más arriba, los dos sistemas se presentan como profundamente divergentes
en las lenguas cuyo fonetismo ha seguido sufriendo modificaciones notables
después de establecida su ortografía.