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FONÉTICA Coseriu-INTRO LING

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INTRODUCCIÓN A LA LINGÜÍSTICA

Eugenio Coseriu (1986)


IX FONÉTICA

Los sonidos desde el punto de vista acústico y fisiológico. Lugar y modo de


articulación. Clasificación de los sonidos. Valor icástico y valor conceptual
«arbitrario». Los sonidos en el habla. Fonética y grafía.

0. Como fenómeno acústico, el lenguaje se presenta bajo forma de trozos


continuos de sonido, o continuos fónicos, separados por intervalos. En estos
continuos fónicos aislamos e identificamos los sonidos del lenguaje y, como
veremos, lo hacemos sólo porque tenemos una «conciencia fonológica», es decir,
porque distinguimos los fonemas, puesto que, desde el punto de vista puramente
físico, entre los sonidos de un grupo fónico no hay solución de continuidad.

1.0. Los sonidos del lenguaje presentan las cualidades bien conocidas de
cualquier sonido estudiado por la acústica, o sea, intensidad, altura y duración. Tales
cualidades se presentan con evidencia, y pueden medirse, en la representación
gráfica de la correspondiente onda sonora, que se obtiene por medio de un aparato
llamado quimógrafo (del gr. kyma, «onda», y gráphein, «escribir»). El quimógrafo, en
su forma más sencilla, se compone de un cilindro envuelto en papel ahumado y de
una membrana vibratoria que, mediante un estilete, se halla en contacto con el
cilindro. La membrana comunica con un tubo receptor de goma, que termina en una
bocina por la cual habla el sujeto de experimentación. Al cilindro se le imprime un
movimiento en «espiral», es decir, al mismo tiempo rotatorio y vertical, por medio de
un motor cualquiera. Cuando en la bocina se emiten sonidos, éstos se comunican a
la membrana a través del tubo de goma, y las vibraciones de la membrana se
transmiten, a través del estilete, al cilindro y quedan registradas en el papel
ahumado. La fonética instrumental moderna conoce instrumentos mucho más
complicados y de mayor precisión, como el oscilógrafo, que «fotografía» las ondas,
es decir que convierte las ondas acústicas en ondas luminosas. Pero para nuestros
fines nos basta con examinar las ondas registradas por un común quimógrafo.

1.1.1. La onda registrada presenta vibraciones principales y secundarias. El


recorrido general de las vibraciones principales, tratándose de continuos fónicos
análogos, se presenta con un perfil más o menos análogo, aun cuando corresponda
a varios sujetos. Las vibraciones secundarias, en cambio, se presentan como
distintas, siendo las que corresponden a lo que se llama el timbre de la voz. La onda
registrada presenta, además, cierta amplitud y cierta frecuencia: estas dos
cualidades son las que, conjuntamente, determinan la intensidad acústica. La
frecuencia por sí sola determina la altura musical del sonido, o sea, lo que
lingüísticamente se llama el tono. Desde el punto de vista fisiológico, es decir, de la
producción de los sonidos, la intensidad depende de la fuerza de la corriente
respiratoria. La frecuencia, en cambio, depende de la tensión mayor o menor de las
cuerdas vocales y, según los individuos, también de las dimensiones de las cuerdas
mismas: las mujeres tienen, por lo general, las cuerdas vocales más cortas que los
varones y, por tanto, su voz resulta más aguda. Los sonidos pueden tener frecuencia
muy variable, pero el hombre no oye todos los sonidos sino sólo los que tienen una
frecuencia de, por lo menos, 16 vibraciones por segundo y que no superan la
frecuencia de 380 vibraciones por segundo; hay, pues, sonidos muy bajos y sonidos
muy altos que no percibimos. El tiempo en que se desarrollan las vibraciones
correspondientes a un determinado sonido se llama duración y corresponde, desde
el punto de vista lingüístico, a la cantidad.

1.1.2.1. La amplitud resulta fácilmente mensurable, puesto que queda


determinada por la distancia entre los puntos extremos de la onda, medida en la
vertical perpendicular a la dirección de la onda misma. La duración se mide por la
magnitud de la onda considerada en la recta de su misma dirección y en relación
con la velocidad del movimiento que se imprime al cilindro del quimógrafo. La
frecuencia se obtiene dividiendo el número de vibraciones por el tiempo en
segundos.

1.1.2.2. La intensidad de los sonidos no se mide en sentido absoluto, sino sólo


en relación con la de otros sonidos: lo que se mide es, por tanto, una intensidad
relativa. La diferencia mínima de intensidad perceptible para el oído humano
constituye la unidad de intensidad y se llama bell [bel, belio]; en la práctica, sin
embargo, no se emplea esta unidad sino el decibell [decibel, decibelio]. A la
intensidad corresponde, desde el punto de vista lingüístico, lo que se llama acento
tónico, acento de intensidad o acento espiratorio.

1.1.2.3. La altura musical del sonido, determinada por su frecuencia, se


expresa en los comunes tonos y semitonos musicales. Desde el punto de vista
musical, un grupo fónico, considerado en su conjunto, se presenta como una línea
melódica que representa su tonalidad. El campo de variación de la tonalidad, es
decir, la distancia musical entre el tono más bajo y el más alto de un hablante se
llama campo de entonación, y es distinto según las lenguas. El español normal de
España tiene un campo de entonación de una octava y es, por ello, un idioma de
entonación «grave». El italiano tiene un campo de entonación de dos octavas; y el
español del Uruguay, sin llegar a esto, lo tiene, de todos modos, más amplio que el
español de España.

1.2.0. Los conceptos de intensidad (acento), altura musical (tonalidad o tono) y


duración (cantidad) son, en la fonética de las lenguas, conceptos relativos; es decir
que no hay sonidos del lenguaje que sean de por sí, y en sentido absoluto, intensos,
altos o largos: lo son sólo en comparación con otros sonidos, átonos, graves o
breves (o sea, menos intensos, menos altos o menos largos), de un mismo modo de
hablar o de un mismo acto lingüístico. Las tres cualidades nombradas pueden tener
en una lengua valor fonológico (distintivo) o, eventualmente, sólo valor estilístico:
tienen valor fonológico si su variación puede distinguir los signos, es decir, si puede
implicar una variación de significado en el lenguaje enunciativo; tienen valor
estilístico si pueden constituir manifestación de una actitud emotiva del hablante.

1.2.1.1. La duración (cantidad) interesa, sobre todo, en lo que concierne a las


vocales, aunque existe también en las consonantes. El italiano, por ejemplo, conoce
consonantes largas o reforzadas (llamadas «dobles»), con valor distintivo. El
español tiene sólo dos consonantes largas o, mejor dicho, sólo dos consonantes
largas con valor fonológico: nn y rr. Estas tienen valor fonológico porque,
precisamente, pueden distinguir signos (palabras); así, perro es otra cosa que pero.
Por lo mismo, una rr no podría manifestar sólo insistencia, es decir, tener sólo valor
estilístico, como, por ejemplo, la s, que también puede ser larga, pero sin valor
fonológico distintivo.

1.2.1.2. Los gramáticos antiguos enseñaban que las vocales largas son dos
veces más largas que las breves. Esto se ha demostrado ser inexacto; en efecto, la
fonética instrumental ha comprobado que pueden ser hasta diez veces más largas.
En español la duración absoluta de las vocales, va desde un mínimo de cuatro
centésimos de segundo hasta un máximo de veinte: las vocales más largas pueden
ser, por tanto, hasta cinco veces más largas que las más breves. Y, ello, a pesar de
que la duración de las vocales no tiene en español valor fonológico, como ocurre en
otros idiomas (inglés, alemán), en los cuales las vocales largas (que pueden llegar a
una duración de cuarenta centesimos de segundo) son fonológicamente diferentes
de las vocales breves: son otras vocales. Cf., por ejemplo, en inglés, ship (sip),
«barco», y sheep (síp), «oveja»: lo que distingue estas dos palabras es la oposición
entre la i breve y la i larga. También en latín la duración tenía valor fonológico: cf.
malus, «malo», y málus, «manzano».

1.2.2.1. La intensidad (acento) es, como la duración, relativa, es decir que la


sílaba acentuada no es intensa en sentido absoluto sino sólo la más intensa de su
grupo fónico. Pero en un grupo fónico no encontramos simplemente una sílaba
acentuada («tónica») y otras no acentuadas («átonas»), sino que en las varias
sílabas se dan varias intensidades. En general, son menos intensas las sílabas que
se encuentran a los dos lados del acento (sílaba más intensa) y son,
alternativamente, algo más y algo menos intensas las que se encuentran más allá de
esas dos. Consideremos, por ejemplo, las intensidades relativas en una palabra
como re-vo-lu-cio-na-rio: si damos un índice 10 a la sílaba de mayor intensidad (na),
tendremos en la misma palabra sílabas con los índices 4, 6, 8. El hecho de
presentarse la intensidad de este modo, explica el origen de ciertos cambios de
acento; así, por ejemplo, en el caso de vámonos > vamonós, en el Río de la Plata: el
acento ha pasado a una palabra que anteriormente tenía un «acento secundario», o
sea, una intensidad inferior a la máxima del grupo fónico, pero superior a la mínima
del mismo grupo.

1.2.2.2 Hay que advertir que —como, por otra parte, resulta ya de lo dicho— el
acento no distingue palabras sino grupos fónicos: enumera las «palabras fónicas».
Pero los grupos fónicos mismos pueden contener palabras fónicamente autónomas,
con acento propio, y elementos sin acento propio, llamados proclíticos y enclíticos,
según que se «apoyen» al principio o al final de la palabra autónoma (así, por
ejemplo, en grupos fónicos como el pérro, de la mésa, hay un único acento, en la
palabra principal, mientras que los demás elementos son proclíticos).

1.2.2.3. El acento tiene en español valor fonológico. Considérense, por


ejemplo, palabras como continuo, continúo, continuó: lo que distingue a estos tres
grupos fónicos y los hace significantes de tres significados diversos es únicamente
su esquema acentual. No ocurre lo mismo en las lenguas en que el acento tiene una
posición fija en el grupo fónico, como, por ejemplo, el francés, donde el acento
afecta siempre a la última sílaba. En francés, por tanto, el acento sólo señala
cuántos grupos fónicos hay en una expresión, teniendo lo que se llama «función
enumerativa», y no función distintiva, como en español. Pero, por lo mismo, el
cambio de acento puede tener en francés valor estilístico, manifestando, por
ejemplo, insistencia (cf. fórmidable por formidáble), lo cual no podría ocurrir en
español, donde el acento es distintivo.

1.2.2.4. El acento presenta intensidades diversas en los distintos sistemas


lingüísticos. En español, inglés, italiano, el acento es fuerte; en húngaro, es muy
fuerte; en francés, bastante débil. Y hay idiomas en que puede ser tan débil que se
dice que «no tienen acento», como el japonés y el cartvélico (georgiano).

1.2.2.5. La sílaba acentuada es por lo común, al mismo tiempo, la más intensa


y la más alta (aguda) del grupo fónico. Hay, sin embargo, lenguas (como, por
ejemplo, el lituano y el letón) en que la tonalidad es independiente de la intensidad; y
lo mismo puede ocurrir en cualquier otro idioma por razones estilísticas. Asimismo,
se puede decir que la intensidad (particularmente en los idiomas en que la cantidad
no tiene valor fonológico) suele coincidir con la duración; pero ello no ocurre
necesariamente: en castellano, por ejemplo, es generalmente larga la sílaba final de
los grupos fónicos, aun cuando no lleve el acento.

1.2.3.1. Como la duración y la intensidad, también la tonalidad es algo relativo.


Es decir que los sonidos son más agudos o más graves dentro del campo de
entonación característico de una persona; pero el sonido más grave del campo de
entonación de una persona determinada (por ejemplo, de una mujer con voz de
soprano) puede ser más agudo que el sonido más agudo del campo de entonación
propio de otra persona (por ejemplo, de un varón con voz de bajo).

1.2.3.2. En español, el tono tiene exclusivamente valor estilístico: considérese,


por ejemplo, una palabraoración como ¿Qué? pronunciada con distintos tonos,
según los sentimientos del hablante o según sus intenciones expresivas. Pero en
ciertos idiomas el tono tiene valor distintivo, sustituyendo a veces al acento, y en tal
caso se llama acento musical o melódico; así, por ejemplo, en griego antiguo. En la
actualidad, tienen el acento musical, entre las lenguas indoeuropeas, sólo unos
pocos idiomas, como el serviocroata, el lituano, el letón, el sueco. Pero, como se ha
dicho, en lituano y letón la tonalidad puede darse también independientemente del
acento de intensidad. En serviocroata, en cambio, el acento es al mismo tiempo
musical y de intensidad, pero es independiente de la duración. El tono tiene gran
importancia en los idiomas llamados monosilábicos o aislantes, como, por ejemplo,
el j chino. En el chino clásico hay ocho tonos diversos, con valor fonológico, es decir,
distintivo: la misma palabra fu, pronunciada con tonos diversos, puede significar
«marido», «prefectura», «riqueza», etc.

1.3. En el habla, los grupos fónicos se organizan en unidades melódicas que


corresponden normalmente a las oraciones o a secciones de ellas. Cada unidad
presenta un «acento de frase», que se eleva sobre los demás acentos de los grupos
fónicos que la integran, y se caracteriza, además, por una determinada curva
melódica, que constituye su entonación. La entonación es un importante elemento
elocucional que distingue los tipos de oración (enunciativas, interrogativas,
imperativas, etc.), independientemente de las distinciones que puedan efectuarse
por elementos locucionales (palabras, formas o construcciones especiales); en la
escritura, la entonación se representa, pero sólo imperfectamente, mediante la
puntuación. Las unidades melódicas comienzan normalmente, en español, con un
tono grave ascendente y pueden terminar con ascensos dé voz (anticadencia:
ascenso de cuatro o cinco semitonos, característico, por ejemplo, de la
interrogación; semianticadencia: ascenso de dos o tres semitonos, comúnmente
dentro de una oración, al final de una sección de la misma); descensos (cadencia:
descenso de unos ocho semitonos, característico del final de las oraciones
enunciativas completas; semicadencia: descenso de tres o cuatro semitonos, al final
de una sección de la oración), o también con una suspensión, es decir, sin ascenso
ni descenso con respecto al correspondiente trozo de curva melódica. Estas
distinciones han sido hechas por T. Navarro Tomás [Manual de pronunciación
española, Madrid, 1918; Manual de entonación española, Nueva York, 1944], quien
ha introducido también el término tonema para designar la inflexión final de una
unidad melódica.

2.0.1. Hemos tratado hasta aquí de los sonidos desde el punto de vista
acústico y hemos visto los tipos en que se pueden clasificar a este respecto: sonidos
más intensos y menos intensos (acentuados y átonos), más altos y más bajos
(agudos y graves), largos y breves. Pero tales distinciones resultan insuficientes en
la lingüística; por ello, debemos examinar los sonidos también desde el punto de
vista fisiológico, o sea, desde el punto de vista de su producción (fonación).

2.0.2. El aparato fonador del hombre se compone de las cuerdas vocales,


situadas en la laringe (y que pueden hacerse vibrar por el impulso de la corriente
respiratoria), de tres cavidades (bucal, nasal y laríngea) y de una serie de órganos
fijos y móviles. Los móviles son los labios, la lengua (en la que se distinguen tres
secciones: el predorso, el mediodorso y el posdorso) y el velo del paladar con la
úvula; los fijos, los dientes y el paladar. Todos estos órganos intervienen (aunque no
todos conjuntamente) en la producción de los sonidos.

2.1.0. Los sonidos producidos exclusivamente por las cuerdas vocales, y en


cuya fonación el resto del aparato fonador interviene sólo como caja de resonancia y
factor modulador, se llaman vocales; los otros, consonantes. Es decir que, desde el
punto de vista fisiológico, se llaman vocales los sonidos en cuya articulación no hay
ningún cierre absoluto ni relativo del aparato fonador, y consonantes los sonidos en
cuya fonación pueden intervenir, o no, las cuerdas vocales, pero que se articulan y
se producen mediante otros órganos del aparato fonador.

2.1.1. Las vocales se dividen en tres clases: medias (a), anteriores (e, i) y
posteriores (o, u). La a es una vocal que implica una apertura máxima del aparato
fonador; es decir, que en su fonación la lengua queda en estado de reposo. En las
vocales anteriores, se levanta hacia el paladar el predorso de la lengua; en las
posteriores, el posdorso. Las vocales más comunes, que son las que tenemos en el
sistema fonológico español, no presentan una total correspondencia entre vocales
anteriores y posteriores, ya que las vocales posteriores, además de ser tales, son
también labiales; es decir que en su modulación intervienen también los labios. Pero
hay idiomas en que existen vocales anteriores labializadas, como, por ejemplo, el
francés (eu, u) y el alemán (ó, ü): ö es una e labializada; ü, una i labializada. Y hay,
asimismo, idiomas en que existen vocales posteriores deslabializadas; así, por
ejemplo, el rumano, donde encontramos la vocal a, que es una o deslabializada (o
sea, «no labial»), y la vocal î, que es una u deslabializada (y que existe también en
ruso, turco, guaraní, etc.).
2.1.2. Según la duración de la articulación, los sonidos pueden ser continuos o
momentáneos. Son continuos los sonidos prolongables; momentáneos, los sonidos
que se articulan en un solo momento y no pueden prolongarse indefinidamente.
Todas las vocales son continuas. Esta distinción nos sirve también para aclarar otra,
muy empleada en la lingüística: la que opone sonantes y «consonantes». Tal
oposición, puramente lingüística, y no fisiológica, se funda en la función de los
sonidos en la sílaba (capacidad, o no, de constituir el núcleo silábico). Se llama
sílaba el más pequeño grupo fónico pronunciable como tal (es decir, de por sí: como
grupo aislado). Y desde este punto de vista, son sonantes los sonidos que pueden
formar sílaba sin el auxilio de otro sonido; «consonantes», los que pueden integrar
una sílaba sólo conjuntamente con una sonante. Las vocales son normalmente
sonantes, pero algunas veces pueden funcionar también como «consonantes»; así,
por ejemplo, la vocal i en muy, o la vocal u en suelo. El signo diacrítico para señalar
en la transcripción tal función «consonantica» de una vocal es ˆ, de suerte que se
transcribirá mui, suelo. Pero también pueden funcionar como sonantes todos los
demás sonidos continuos (como, por ejemplo, s en ¡Pss!). Entre los sonidos que se
llaman comúnmente consonantes —y que, desde este punto de vista, sería mejor
llamar constrictivas—, hay principalmente cuatro que suelen funcionar también como
sonantes: r, l, m, n (y, en tal caso, se transcriben con r, l, m, n, ya que el signo
diacrítico para indicar la función de «sonante» de una «constrictiva» es,
precisamente, °). Así, por ejemplo, en serviocroata la r es a menudo sonante (cf.
krst, «cruz»; Trst, «Trieste»); en eslovaco, puede ser sonante también la l (cf. vlk,
«lobo»); en inglés, tenemos la l sonante en palabras como castle; en alemán, se
presenta la n sonante, por ejemplo en la desinencia de los infinitivos (cf. binden,
«atar», pron. bindn).

2.1.3. En la casi totalidad de las lenguas los sonidos se producen mediante la


corriente espiratoria (por lo menos, los sonidos comunes: los que pertenecen a los
correspondientes sistemas fonológicos); pero hay también sonidos, llamados
inversivos o avulsivos (y, más comúnmente, con un término inglés, clicks, o, en
francés, cliquements), que se producen por la corriente inspiratoria. Tales sonidos
son muy raros en los idiomas europeos (se encuentran sólo en ciertas
exclamaciones, como por ejemplo, la que se emplea para conducir los caballos); son
comunes, en cambio, e integran los respectivos sistemas fonológicos, en ciertas
lenguas del África austral, a saber, en las lenguas de los hotentotes y bosquimanes.

2.2.0. Hechas estas distinciones, podemos pasar a las varias clasificaciones de


los sonidos. La más sencilla, pero no la más cómoda ni la más empleada, es la que
adopta Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística general y que se basa
exclusivamente en la apertura del aparato fonador. Saussure distingue siete clases
de sonidos, desde los de apertura cero (oclusivos o explosivos, es decir,
pronunciados con un cierre total del tubo de fonación, como p, t, etc.) hasta los de
apertura 6, que es la de la vocal a. Entre estos dos extremos, Saussure ordena las
consonantes fricativas, las espirantes, las nasales, las «semivocales» i y u y las
vocales e y o. Esta clasificación es perfectamente racional, se basa en un único
criterio y tiene, además, la ventaja de incluir en una serie única de clases las vocales
y las consonantes (o «constrictivas»). A pesar de ello, en la lingüística se prefiere la
clasificación basada en el criterio del lugar de articulación, combinado con el del
modo de articulación; clasificación que se emplea especialmente para las
consonantes, puesto que para las vocales suele emplearse la que hemos dado más
arriba.

2.2.1.1. Veamos la clasificación según el lugar de articulación. Hay, en primer


lugar, sonidos pronunciados acercando los dos labios o juntándolos hasta producir
una oclusión; son los sonidos llamados bilabiales, como p, b, m. El labio inferior
puede acercarse en la articulación a los dientes incisivos superiores y es así como
se articulan los sonidos labiodentales, por ejemplo, esp. f, fr. f, v. Con la punta de la
lengua apoyada entre los incisivos superiores y los inferiores, se producen las
consonantes interdentales como: esp. d en amado; ingl. th en three y la sonora
correspondiente de they; la z del español de Castilla (por ejemplo, en zarzuela).
Apoyando la punta de la lengua contra el lado interior de los incisivos superiores, se
articulan las consonantes llamadas dentales: por ejemplo, t, d (ésta, en español,
después de una nasal; por ejemplo, en cuando), riopl. o fr. s, fr. z, en zéro. Tocando
con la punta de la lengua la primera zona del paladar, inmediatamente arriba de la
parte descubierta de los dientes, se articulan las consonantes, alveolares, llamadas
de este modo porque corresponden a los alvéolos de los dientes: por ejemplo, n, r,
rr. Impulsando la lengua hacia la parte anterior del paladar, se producen las
consonantes prepalatales, que no existen como fonemas en español, pero sí, por
ejemplo, en croata y en polaco (c, dz). Un tipo especial de prepalatales son las
cerebrales o cacuminales (llamadas también retroflejas), consonantes características
del sánscrito y de idiomas modernos de la India, en cuya articulación, al tocar el
paladar, la punta de la lengua se vuelve hacia atrás (t, d). Tocando con la lengua la
parte mediana del paladar, se articulan las consonantes llamadas mediopalatales o
simplemente palatales: c, z, n (esp. ch; esp. del Río de la Plata y, en yo; esp. ñ). Más
raros son los sonidos pospalatales, que se articulan impulsando la lengua hacia la
parte posterior del paladar. Todavía más atrás se articulan los sonidos llamados
velares o guturales, en los cuales el posdorso de la lengua se acerca al velo del
paladar o lo toca: k (esp. c, en casa), g, x (esp.: j, en juego), esp. n en tango. Por fin,
tenemos los sonidos uvulares, en los que la úvula toca la base de la lengua, sonidos
característicos de idiomas semíticos, como el árabe, y los laringales, articulados
mediante estrechamiento de la laringe (como, por ejemplo, el sonido ‘ain del mismo
árabe).

2.2.1.2. La mayoría de los sonidos corrientes en los idiomas europeos, y todos


los que hemos enumerado hasta aquí, ‘ se articulan en el eje mediano de la bóveda
palatina. Pero existen también sonidos laterales, en los que la lengua se apoya en
un costado de la bóveda y deja escapar el aire por el otro lado. Los sonidos laterales
comunes en las lenguas europeas son l y l’ (la ll del español ejemplar de Castilla).
Estos sonidos son más numerosos y variados en ciertos idiomas no europeos,
como, por ejemplo, los idiomas indígenas de Centroamérica.

2.3.1. En lo que concierne al modo de articulación, hay que considerar varios


factores. En primer lugar, si en la producción de un sonido vibran o no las cuerdas
vocales. Los sonidos producidos o acompañados por una vibración de las cuerdas
vocales se llaman sonoros; aquellos en que las cuerdas vocales no vibran se llaman
sordos (hay que advertir que se trata, aquí, de una sonoridad también fisiológica, y
no sólo acústica, ya que desde el punto de vista acústico son «sonoros» todos los
sonidos, simplemente por ser tales). El segundo factor que hay que considerar es la
función que tiene en la fonación la cavidad nasal: si el velo del paladar cierra la
comunicación con la cavidad nasal y la corriente espiratoria pasa sólo a través de la
cavidad bucal, tenemos los sonidos que se llaman orales; si, en cambio, el aire pasa
también a través de las fosas nasales, constituyendo, de este modo, la cavidad
nasal una segunda caja de resonancia, tenemos los sonidos llamados nasales.
Finalmente, los sonidos consonánticos pueden ser seguidos por una aspiración
(pequeño ruido producido por el pasaje del aire en la laringe), y en tal caso se llaman
aspirados (th, dh, ph, bh, kh, gh, etc.; por ejemplo, ph, en gr. gráphó, «escribo»; kh,
en gr. khelr, «mano»; th, en gr. thálassa, «mar», o en alem. Tal, o Thal, «valle»).

2.3.2. Todas las vocales son sonoras y, desde el punto de vista de la función
de la cavidad nasal, pueden ser orales o nasales (a, e, i, o, u: el signo de la
nasalización es comúnmente ~ ). En español puede haber en la pronunciación
vocales nasales, pero no constituyen fonemas, es decir que la oposición entre vocal
oral y vocal nasal no tiene valor fonológico distintivo; en francés, en cambio, y así
también en portugués, las vocales nasales son fonemas y tienen función distintiva.
Entre las lenguas románicas, el español tiene el sistema vocálico más simple,
presentando sólo las cinco vocales fundamentales (llamadas también «vocales
cardinales»); el sistema italiano resulta ya algo más complejo, porque en las vocales
e y o distingue un tipo cerrado y un tipo abierto, es decir que presenta siete vocales.
El inglés tiene catorce vocales y el francés, dieciséis (además de i y u, dos tipos de
a, vocales anteriores labializadas, tipos cerrados y abiertos en las vocales e, o, ö,
una e abierta larga y cuatro nasales).

2.3.3.0. Pero el factor más importante en la articulación es el cierre mayor o


menor del aparato fonador. El único sonido en que no hay estrechamiento, o sea
que no hay ningún cierre, ni siquiera parcial, del tubo de fonación, es el sonido a. Es
cierto, sin embargo, que tampoco en los demás sonidos vocálicos hay un
estrechamiento tal que produzca sonido por sí mismo, puesto que los movimientos
realizados por los labios y la lengua sólo sirven para dar una modulación distinta al
sonido producido por las cuerdas vocales. En las consonantes, en cambio, el sonido
se produce en el lugar mismo en que se realiza el cierre parcial o total del aparato
fonador.

2.3.3.1. Si la oclusión es total, los sonidos que se producen son los oclusivos,
que se llaman también explosivos porque se realizan mediante una «explosión» del
aire de la corriente respiratoria; pueden ser, según que vibren o no las cuerdas
vocales, sonoros o sordos y, según el lugar de articulación, labiales, dentales,
alveolares, palatales, velares, uvulares, laringales. Por ejemplo: oclusiva bilabial
sonora: b, en italiano o en francés (en español, sólo como inicial absoluta de frase o
después de nasal: zamba); oclusiva bilabial sorda: p; oclusiva dental sonora: d, en
italiano o en francés (en español, sólo como inicial absoluta o después de nasal:
andar); oclusiva dental sorda: t; oclusivas alveolares: t y d en inglés; oclusiva palatal
sorda: c (como la ch española de choza); oclusiva palatal sonora: g (la g italiana de
genérale); oclusiva velar sorda: k (la c española de casa o la qu de quemar);
oclusiva velar sonora: g, en italiano o en francés (en español, sólo como inicial
absoluta o después de nasal: tango). En la lingüística comparada se suelen llamar
medias las oclusivas sonoras y tenues las oclusivas sordas. Los sonidos oclusivos
son todos, desde luego, momentáneos. Los sonidos c y g pueden considerarse
también como «africados» (cf. 2.3.3.5).
2.3.3.2. Si se produce un determinado grado de estrechamiento de las paredes
del tubo fonador, de suerte que, al pasar la corriente respiratoria, se realice una
fricción, o un roce audible, los sonidos correspondientes son los fricativos, que
también pueden ser sonoros o sordos y, según el lugar de articulación, labiales,
labiodentales, interdentales, palatales, velares, etc. Por ejemplo: fricativa bilabial
sonora: ß (la consonante que se escribe en español b o v, en particular en posición
intervocálica); fricativa labiodental sonora: v, en francés o en italiano; fricativa
labiodental sorda: f; fricativa interdental sonora: δ (la d española, particularmente en
posición intervocálica, por ejemplo, la segunda d de dado; o la th inglesa de this);
fricativa interdental sorda: θ (z o c —delante de e, i— en el español de Castilla, por
ejemplo, en zaguán, cielo; o la th inglesa de three); fricativa palatal sonora: z (y de
yo o ll en la pronunciación rioplatense; o la j francesa de jeu); fricativa palatal sorda:
š (la se italiana de scena, la ch francesa de chou, la sh inglesa de she, la sch
alemana de schreiben); fricativa velar sonora: γ (la γ del griego moderno o la g
española en posición intervocálica y, más claramente aún, en la pronunciación
corriente rioplatense de más grande); fricativa velar sorda: x (la j española en juego
o la g de general), etc. Sonidos fricativos especiales son los espirantes o sibilantes,
que dan acústicamente la impresión de un silbido: la s española de saber (sibilante
sorda), la z francesa de zéro, la s francesa intervocálica, la s italiana de rosa
(sibilantes sonoras). Se pueden considerar dentro de la misma categoría las
fricativas palatales š y z, a las que ya nos hemos referido. Y, viceversa, las sibilantes
s y z (fr.) pueden considerarse simplemente como fricativas dentales.

2.3.3.3. Se acercan a los fricativos los sonidos llamados vibrantes, que se


producen mediante una oclusión intermitente. Las vibrantes más comunes son las
alveolares del español (r y rr) y la velar o uvular del francés (la r llamada grasseyée).
Semejantes son, asimismo, los sonidos llamados líquidos o laterales, en los que,
como vimos, hay oclusión sólo de un lado de la bóveda palatina, dejándose escapar
la corriente respiratoria por el otro lado. Las líquidas más comunes son la alveolar l,
llamada a veces también «linguodental» (la l española de lápiz), la palatal l’ (la ll en
la pronunciación española «ejemplar» de Castilla, o la gli de ital. scoglio, «escollo») y
la velar l (la l rusa o portuguesa seguida por vocales posteriores). Normalmente, las
vibrantes y las laterales son sonoras; pero hay también idiomas en que existen
vibrantes y laterales sordas. Así, por ejemplo, la lateral sorda existe en galés (en la
escritura: ll) y en náhuatl (escr. tl).

2.3.3.4. Todos los sonidos fricativos, y también los vibrantes y los laterales, son
continuos. Un tipo particular de sonidos continuos lo constituyen, en cambio, las
consonantes nasales, en cuya articulación hay oclusión de la cavidad bucal, pero la
corriente respiratoria pasa a través de las fosas nasales. Las consonantes nasales
más comunes son la bilabial m, la alveolar n (n española de mano) y la palatal ñ
(esp. ñ). Pero los sonidos nasales tienen, por lo común, la propiedad de adaptarse
en el habla a la articulación de la consonante siguiente, de modo que tenemos
también una nasal labio-dental (por ejemplo, la primera n de sinfonía o la n de
anfiteatro), una nasal dental (la n de cuando o de antes), una nasal velar (la n de
tango, ancla). Este último sonido existe en ciertos idiomas, como el inglés y el
alemán, con valor de fonema (cf. ingl. long o alem. singen, donde el grupo ng
representa la nasal velar). Los sonidos nasales son generalmente sonoros.
2.3.3.5. Un último tipo de sonidos que hay que considerar desde el punto de
vista del modo de articulación es el constituido por las africadas, consonantes cuya
articulación comienza con una oclusión y acaba con una fricación; desde el punto de
vista articulatorio, se trata, pues, de sonidos dobles y que, por tanto, se suelen
transcribir como tales. Así, tenemos la africada sonora dental dz (la z italiana de
zanzara), la africada sorda dental ts (la z italiana de nazione o la alemana de zehn),
la africada palatal sonora dz (dj en fr. Djibouti), la africada palatal sorda tš (tch en fr.
cheque, o tsch en alem. Deutschland). Muchos incluyen entre las africadas también
las oclusivas mediopalatales c y g.

2.3.3.6. Finalmente, un lugar especial en la clasificación de los sonidos lo


ocupa la aspiración h (por ejemplo, en alem. Hund, «perro», o Hand, «mano»), que
es un sonido fricativo producido al pasar la corriente del aire por la laringe y puede,
por tanto, considerarse una fricativa o espirante laringal.

3.0. Un problema que se plantea con frecuencia en la lingüística, y más todavía


en las discusiones entre profanos, es el del valor significativo inmediato de los
sonidos, es decir, el de si los sonidos tienen o no alguna relación directa, por su
misma materialidad, con la significación de los signos que integran y con las
«cosas» que éstos designan.

3.1.1. En algunos casos parece, en efecto, que los sonidos tuvieran cierto valor
icástico (imitativo) o deíctico, es decir, mostrativo (deíxis significa en griego «acto de
mostrar»). Así, por ejemplo, en una palabra como viento, parece que el sonido
representado por v (ß) [en grupo fónico en donde resulte fricativa] tuviera relación
imitativa con el ruido producido por el viento. Más aún: observamos que otros
idiomas tienen sonidos parecidos en palabras de significación análoga; cf. alem.
Wind, ruso veter. Puede inferirse, por consiguiente, que esta palabra fue en su
origen de índole imitativa u onomatopéyica. Pero, por otro lado, tenemos que
advertir que la palabra española procede con toda regularidad de la palabra latina
uentus, cuyo primer sonido no era ß ni v, sino un u consonante, y que incluso en la
palabra española ese sonido no es siempre ß, ya que en posición inicial absoluta y
después de nasal se pronuncia [b], obedeciendo a las normas de realización del
sistema fonológico español (cf. un viento, pron. umbiento). Deducimos de ello que en
su origen el signo puede haber tenido alguna relación con un ruido real de la
naturaleza, pero que, después de esa fase inicial, tal vínculo se perdió, entrando el
signo en la normal tradición lingüística y adquiriendo valor puramente simbólico.

3.1.2. Así, también, parece a veces que hay cierta relación directa entre
sonidos anteriores, como i, e, y cosas pequeñas o débiles (cf. palabras como chico,
pequeño) y, por otro lado, entre vocales medias o posteriores, como a, o, u, y lo
grande o fuerte (cf. grueso, grande, fuerte). M. Grammont observa que sería muy
extraño, por ejemplo, decir que una bolsa de harina, cayendo, ha hecho pif: diremos
más bien que ha hecho puf o paf. Todo esto puede parecer cierto mientras
permanezcamos en el ámbito de la exclamación o de la onomatopeya, pero pierde
su fundamento en cuanto nos situemos en el campo de los signos simbólicos
propiamente dichos. En efecto, «pequeño» se decía en latín parvus (es decir, con un
término con vocalismo a, en evidente contraste con la hipótesis aludida); en alemán,
«grueso» se dice dick y «pequeño», klein (pron. klain); en ruso, «pequeño» es malyj
y, por el contrario, «grande» se dice velikij.
3.1.3. Georg von der Gabelentz observa en su tratado de lingüística general
(Die Sprachwissenschaft, [Leipzig] 1891) que en ciertas lenguas africanas hay una
alternancia vocálica en determinados verbos —evidentemente relacionados con
onomatopeyas— según el sujeto a que se refieren; en sudanés, por ejemplo,
«arrastrarse», en general, se dice djarar; pero se dice djirir si se refiere a animales
pequeños y djurur, si se refiere a animales grandes. Asimismo, Ferdinand de
Saussure señala que, en los idiomas indoeuropeos, los adjetivos que designan
enfermedades o debilidades orgánicas se caracterizan por presentar la vocal a breve
en su raíz. Relaciones parecidas entre sonidos y conceptos se pueden observar en
muchas otras palabras de origen onomatopéyico o imitativo, como, por ejemplo, en
las derivadas del lenguaje infantil, que en la mayoría de los idiomas indoeuropeos, y
también en idiomas no indoeuropeos, se caracterizan por la repetición de la misma
sílaba o por la presencia de consonantes geminadas (cf. ital. mamma, babbo).
Estudios muy agudos a este respecto ha hecho el lingüista italiano Vittorio Bertoldi,
quien ha llegado, en muchos casos, a descubrir o a confirmar el origen
onomatopéyico de vocablos corrientes como, por ejemplo, lat. pipió, pipionis,
«paloma», lat. papilio, «mariposa», gr. bárbaros y lat. barbarus, etc. Pero en todos
esos casos o por lo menos, en su gran mayoría, el sentimiento del valor imitativo se
mantiene sólo en una fase inicial, después de la cual, entrando la palabra en la
«evolución» normal de la lengua, todo valor deíctico se pierde y se sustituye por un
valor simbólico «arbitrario», justificado sólo por la tradición. Así, por ejemplo, en esp.
pichón, it. piccione, fr. pigeon, ya no se reconoce el pío-pío imitativo de lat. pipio, del
cual esas palabras proceden; y tampoco se podría reconocer en esp. bravo, que ha
sufrido una larga y compleja evolución, el *ba-ba imitativo del hablar sin sentido (algo
como blabla), que está en el origen del lat. barbarus. Así, también, la palabra latina
crimen parece derivarse de una onomatopeya *krik y relacionarse, por tanto, con la
idea de «grito, alboroto»; pero este origen resulta irreconocible en el propio latín y
más aún en español, donde el término es un latinismo, tomado con la forma y el
significado que tenía ya en la lengua de Roma. Del mismo modo, parece que gr.
kórax y lat. corvus tienen relación con una onomatopeya *ger-gor, con la cual se
quería imitar la voz del cuervo; pero la palabra española cuervo no tiene ya nada
que ver con esa onomatopeya: lo único que se puede decir es que procede del lat.
corvus a través de un desarrollo fonético perfectamente regular en la gramática
histórica española.

3.1.4. Y ni siquiera de las interjecciones y onomatopeyas se puede decir en


todo caso que tengan valor icástico real o inmediato: tal valor se les atribuye más
bien por el significado simbólico y «arbitrario» que tienen en una lengua. Hemos
visto ya que las onomatopeyas —por ejemplo, las que imitan voces de animales—
no son idénticas en los varios idiomas, como deberían serlo si reprodujesen con
exactitud ruidos de la naturaleza. En castellano decimos que la vaca hace mu, pero
en otros idiomas la onomatopeya correspondiente es bu; la oveja hace, según los
idiomas, bee o mee; el perro, guau-guau para los oídos españoles, pero bau-bau
para los italianos, y ham-ham, para los rumanos; la voz del gallo es quiquiriquí en
español, pero en otros idiomas es cocoricó o kirikukú, y para los ingleses es cock-a-
doodle-doo. Una interjección como ai expresaba dolor en latín (y lo mismo expresa,
por tradición, en las lenguas románicas), pero es manifestación de alegría en lituano.
3.2.1. Incluso las interjecciones y las onomatopeyas, a pesar de tener cierto
valor imitativo, son, por tanto, en las lenguas, elementos convencionales y
«arbitrarios» que tienen un determinado valor en virtud de una tradición. Esto nos
explica por qué ellas, como las demás palabras, pueden pasar de una lengua a otra
(así, por ejemplo, el latín tiene varias interjecciones de origen griego). Y, de todos
modos, allende el limitado dominio de las onomatopeyas y de las palabras
evidentemente imitativas, los sonidos que integran los signos del lenguaje no tienen
ningún valor icástico, y si a veces tenemos la impresión o el sentimiento de que lo
tuvieran, ello ocurre sólo porque nos dejamos influir por el significado de los signos
en que se presentan. No hay, por consiguiente, ninguna razón «natural»,
relacionada con los objetos designados, para preferir mesa a tavola, table, Tisch o
stol: el significado de un signo no depende de modo «natural» de los sonidos que lo
integran, sino exclusivamente de la tradición cultural vigente en la comunidad
considerada.

3.2.2. Lo que a veces da a los sonidos cierto valor imitativo no es su especie


acústica o articulatoria, sino más bien la inflexión de la voz: el «tono» (en el sentido
corriente del término). En esto, el lenguaje humano se distingue netamente de todo
pseudolenguaje animal, que es sólo inflexión carente de significación, presentando
una adherencia íntima y necesaria al objeto de la expresión, y que, por consiguiente,
tiene siempre la misma inflexión en las mismas situaciones. En el lenguaje humano,
en efecto, el valor designativo directo de los sonidos puede considerarse nulo, ya
que los signos sólo tienen su significado dentro de una «convención», por oposición
a otros signos dentro de un sistema y en relación con otros signos dentro de un
contexto. Esto último se advierte con toda evidencia en los casos de homofonía (por
ejemplo, dieta, «asamblea», y dieta, «régimen alimenticio»), fenómeno que en
ciertos idiomas, como el francés, llega a formas casi patológicas: cf. sang, sans,
s’en; vin, vint, vingt; soi, soie, soit; crois, croix; toi, toit; pois, poids, poix, etc. Charles
Bally (Linguistique genérale et linguistique francaise, [Berna] 1932) aduce a este
respecto numerosos ejemplos de expresiones y de frases enteras que se prestan a
equívocos y que, fuera de un determinado contexto, resultarían incomprensibles: cet
artiste y cette artiste, il y a une femme qui l’aime e il y a une femme qu’il aime, cela
peut étre utile y cela peut être utile; tu l’as cueilli, tu la cueillis, tu l’accueillis; on est
esclave y on naît esclave, beaucoup oser y beaucoup poser, trop heureux y trop
peureux, l’admiration y la demiration, calorifére y qu‘alors y faire, pauvre mais
honnête y pauvre maisonnette, allez vous l’avez y allez vous laver, y otros muchos
que resultan incluso humorísticos: j’habite á la montagne et j’aime à la vallée y
j’habite á la montagne et j’aime á l’avaler; l’amour a vaincu Loth (vingt culottes); sur
le sein de l’épouse on écrase l’époux (les poux); corps nú (cornu); pas encore né
(encorné); herbette (air bête); coquin parfait (coq imparfait); c’est la Confédération
(c’est là qu’on fait des rations); il est ailleurs (il est tailleur); l’ours est maître au póle,
París est métropole, Virginio aimait trop Paúl.

Se deduce de todo esto que el valor significativo de los grupos fónicos se


identifica por el contexto, es decir, por la relación con otros signos del mismo
«discurso», y a veces sólo por la situación en que se producen, es decir, gracias a
hechos extralingüísticos.

4.1. Hemos hablado hasta aquí de los sonidos del lenguaje considerados como
unidades aisladas. Pero hemos dicho que ellos no se dan de este modo, sino que se
presentan en oraciones, palabras, sílabas, es decir, en trozos de hablar. Ahora bien,
los sonidos de los que hablamos al señalar sus varias clases son, en la mayor parte
de los casos, sólo sonidos típicos, que pueden constituir fonemas dentro de
determinados sistemas fonológicos, pero que no se realizan nunca de manera
idéntica en el habla. En el habla, los sonidos típicos de una lengua presentan
múltiples realizaciones acústicas, cambiando su aspecto según la posición en las
sílabas, en las palabras y en las oraciones. La sílaba es, como se ha dicho, el más
pequeño grupo fónico pronunciable como tal (o sea, el más pequeño grupo fónico
que se produce con una sola emisión de voz). Las palabras son, desde el punto de
vista fonético, los grupos fónicos enumerados por los acentos (o por los tonos, en las
lenguas en que el acento es melódico). Y las oraciones, desde el mismo punto de
vista, son conjuntos de grupos fónicos caracterizados por una curva melódica
completa.

4.2.1. Entre las sílabas hay que distinguir las abiertas y las cerradas. Se llaman
abiertas las sílabas que terminan en vocal (sonante); cerradas, las que terminan en
consonante. Generalmente, las vocales son más largas en las sílabas abiertas y
más breves en las cerradas; y en algunos idiomas basta con que una vocal se
encuentre en sílaba abierta para que sea larga «por naturaleza» (así, en inglés y en
alemán). También las consonantes modifican a menudo su aspecto al encontrarse
en final de sílaba: compárese, por ejemplo, la m de homenaje con la de hombre (la
primera es la común consonante nasal bilabial, la segunda se reduce a menudo a
una simple nasalización de la o). En el español rioplatense, la consonante k en final
de sílaba cerrada se está rápidamente debilitando: en casa la consonante es la
común oclusiva velar sorda; en activo, doctor, respecto, se reduce a menudo a un
esbozo consonantico irreconocible, que es apenas una inflexión especial de la
siguiente. Lo mismo se puede decir de la í rioplatense: la espirante dental sorda que
encontramos en posición inicial de palabra o de sílaba (saber, casa) se reduce a una
simple aspiración en posición final (cf. la pronunciación corriente de pasto, mosca,
mismo, patos, etc.).

4.2.2. Lo que ocurre en las sílabas, dentro de las palabras, puede ocurrir
también entre las palabras, dentro de la oración: la s de es en es Carlos, o la de las
en las partes, es idéntica a la de mosca, pasto, mientras que la de las en las dudas
se sonoriza a menudo por efecto de la sonora siguiente; la n de son se reduce a una
nasalización de la o en la palabra aislada, es una nasal alveolar en son ocho, una
nasal dental en son tres, una nasal velar en son grandes y una nasal bilabial en son
bárbaros; la g precedida en la frase por una s pierde a menudo toda oclusión,
haciéndose claramente fricativa (compárese, por ejemplo, la g de ¡Gordo! con la de
más gordo), y lo mismo sucede cuando esta consonante h se encuentra entre
vocales. El estudio de la adaptación recíproca de los sonidos en las palabras, y
particularmente en la oración, se llama fonética sintáctica. Esta misma adaptación
constituye la forma inicial de muchos cambios fonéticos (así, por ejemplo, en el
desarrollo de lat. aestatem, testa > fr. été, tete, la s, antes de desaparecer
totalmente, tuvo que pasar sin duda a través de una fase análoga a la que tenemos
hoy en el Río de la Plata en pasto, cesto).

4.2.3. Los fenómenos de fonética sintáctica, es decir, de interadaptación de los


sonidos en la frase, tienen mucha importancia en el sistema fonético de ciertos
idiomas, como el portugués, donde los fonemas finales de palabra adaptan muy a
menudo su realización a los fonemas iniciales de las palabras que siguen (así, por
ejemplo, la s final se pronuncia en portugués z si sigue una vocal; s si sigue una
consonante sorda; z si sigue una consonante sonora).

4.3. Otro fenómeno característico de influencia recíproca entre los sonidos es


el de la armonía vocálica, que caracteriza a los idiomas turcos y a varios idiomas
ugrofínicos (como, por ejemplo, el húngaro). En tales idiomas no puede haber en el
mismo grupo fónico sino vocales del mismo tipo (o anteriores o posteriores): una
palabra como pequeño sería imposible en esas lenguas (si existiera, debería ser
pekeñe o pekeñö). Los sufijos, que son morfemas fundamentales en esos mismos
idiomas, tienen dos o más formas según el vocalismo de las palabras a que se
aplican. Así, por ejemplo, en turco el sufijo de plural es -ler para las palabras con
vocalismo e, i, ö, ü (cf. ev, «casa», evier, «casas») y -lar para aquellas las con
vocalismo a, i, o, u (cf. yol, «calle», yollar, «calles»); en el mismo idioma, el sufijo del
pretérito perfecto es -di para las bases verbales con vocalismo e, i, -di para las
bases con vocalismo a, i, dü para las bases con vocalismo ó, ü, y -du para las con
vocalismo o, u (por ejemplo geldi, «vino», aldi, «tomó», gördü, «vio», buldu,
«encontró»).

5.0. La tarea fundamental de la fonética, como ciencia de los sonidos «en el


habla», es describir lo más exactamente posible los sonidos correspondientes a una
lengua (las varias realizaciones acústicas de sus fonemas), en sus múltiples
combinaciones. Es tarea que no presenta dificultades insalvables si se trata de
lenguas «vivas», que pueden someterse a la investigación directa e instrumental.
Resulta, en cambio, mucho más difícil cuando se trata de lenguas que han dejado de
hablarse, o de actos lingüísticos que sólo conocemos en cuanto registrados por la
escritura, como ocurre en la mayor parte de los casos en la lingüística histórica. En
efecto, la escritura es otro sistema de signos, paralelo al sistema fonético (y, con
más frecuencia, al sistema fonológico), pero que discrepa a menudo de éste; es
decir que el paralelismo nunca es perfecto. Lo que ocurre, generalmente, es que los
sistemas de escritura corresponden a los sistemas fonológicos en la época en que
se establecen, pero no se siguen modificando paralelamente a la «evolución» de los
sonidos. Por ejemplo, en español se sigue distinguiendo en la escritura entre b y v,
que ya no se distinguen en la pronunciación. De aquí que tengamos tantas
ortografías tradicionales o «etimológicas», lo cual se observa especialmente en el
caso de lenguas cuyos sistemas fonéticos han sufrido modificaciones profundas, y
en épocas relativamente recientes, como el francés o el inglés. En el siglo XI se
decía en francés rei y lei y se escribía «como se pronunciaba»; y en el siglo XIII, se
pronunciaba y se escribía roí, loi. Pero después de esa época la escritura ya no
siguió la evolución fonética. En el siglo XVI se decía ya roè, loè, pero se seguía
escribiendo roi, loi; y más tarde se difundió desde París la pronunciación rwa, lwa,
que es la actual, pero la grafía siguió siendo la del siglo XIII, es decir, roi y loi.

5.1.0. Existe, sin embargo, la posibilidad de reconstruir, sobre la base de


diferentes indicios, la pronunciación más o menos exacta de una lengua, sobre todo
si se trata de una lengua ampliamente documentada. Veamos, como ejemplo, el
caso del latín.

5.1.1. Tenemos, en primer lugar, indicaciones expresas en los gramáticos o en


los escritores, así como juegos de palabras reveladores de la pronunciación. Por
ejemplo, sabemos por los gramáticos que en el siglo III d. C. el diptongo clásico ae
no se pronunciaba ya ae, sino simplemente e. Y por lo que concierne al diptongo au,
leemos en Suetonio que un pedante criticó al emperador Vespasiano porque éste
decía plostrum, en lugar de plaustrum, y que el emperador, hombre de ingenio,
encontrando al pedante al otro día, lo saludó con una forma «hipercorrecta»,
diciéndole Salve Flaure!, en lugar de Salve Flore! (el pedante se llamaba Florus).

5.1.2. Tenemos, en segundo lugar, los reflejos del latín en otros idiomas, en
particular las transcripciones griegas de palabras latinas y los préstamos griegos y
germánicos de origen latino. Comprobamos, por ejemplo, que un nombre latino
como Marcellus se transcribe en griego, hasta cierta época, Markellus, y más tarde
Martsellus, de lo cual se deduce que la pronunciación latina del nombre había
cambiado. Análogamente, un préstamo alemán de origen latino, como Kaiser
(<Caesar), nos revela que, en la época en que los germanos tomaron la palabra de
los romanos, éstos últimos la pronunciaban Kaesar, o sea que no habían todavía
palatalizado la velar inicial ni simplificado el diptongo ae.

5.1.3. También nos sirven las transcripciones en sentido contrario, por ejemplo,
las transcripciones latinas de palabras griegas: una palabra como pharmacia (gr.
pharmakía) nos muestra que la c en latín tenía también delante de e, i la
pronunciación k.

5.1.4. Otro medio para reconstruir el fonetismo de una lengua nos lo


proporcionan las eventuales formas onomatopéyicas. De un verbo como baubari,
para designar el ladrar de un perro, verbo que encontramos en Lucrecio, deducimos
que au se pronunciaba en esa época como diptongo, y no como o, sonido que
representa el resultado de ese diptongo en la mayoría de las lenguas románicas
actuales. Así, también, uno de los argumentos de Erasmo, al reconstruir la
pronunciación del griego antiguo, fue la onomatopeya be, imitativa de la voz de las
ovejas, que resultaría muy extraña si se la pronunciase [vi], como el mismo nexo
gráfico se pronuncia en griego moderno.

5.1.5. Indicaciones más preciosas aún nos las proporcionan las oscilaciones en
la grafía que encontramos en documentos paleográficos o epigráficos; o sea que los
eventuales «errores», con respecto a la grafía normal nos revelan que ésta no
correspondía a la pronunciación. Así, por ejemplo, encontramos en inscripciones
latinas niil, en lugar de nihil, o cosul, en lugar de cónsul, lo cual nos muestra que la h
había dejado de pronunciarse en la época en que se grabaron esas inscripciones y
que la n final de sílaba cerrada se había reducido a una nasalización insignificante
de la vocal que la precedía. Del mismo modo, la oscilación entre i y u en palabras
como optimus-optumus, satira-satura (sólo después de César se escribe
constantemente optimus y satira) nos indica que no se trataba, en estos casos, ni de
i ni de u, sino de un sonido intermedio, que en la escritura podía interpretarse de las
dos maneras.

5.1.6. Otra fuente la constituye el desarrollo ulterior de los sonidos en lenguas


que se siguen hablando: en el caso del latín, en los idiomas románicos actuales. El
hecho de que en sardo (logudorés) a la c latina corresponda k también delante de e,
i, nos indica que ésta era la pronunciación del latín, ya que no podríamos suponer
que la velar haya surgido de las palatales o sibilantes que encontramos en las
restantes lenguas románicas. Así, también, podemos deducir que la v latina se
pronunciaba como u consonante por el hecho de que en palabras como vadum ha
dado el mismo resultado gu (it. guado, fr. gué) que encontramos en palabras
germánicas que tenían ese mismo sonido (germ. werra > it. guerra, fr. guerre).

5.1.7. Finalmente, también la métrica puede ofrecernos importantes indicios.


Así, de la métrica latina deducimos que el sonido h ya no se pronunciaba en la
época clásica, puesto que en el verso no impide el hiato y exige la elisión de la vocal
anterior. También se eliden en el verso las vocales seguidas por m en sílaba final
(consulem audio se convierte en el verso en consulaudio), de lo que se deduce que
la m final no tenía ya consistencia consonantica.

5.2.0. Estos mismos procedimientos que acabamos de señalar para el latín se


han empleado para otros idiomas de los que sólo conocemos textos escritos y
también para establecer el fonetismo más antiguo de idiomas actuales. Ello, porque
en la lingüística es muy importante distinguir el sistema fonético del sistema gráfico,
lo cual no hacen muchos profanos, que hablan a menudo de «letras» cuando
deberían hablar de «sonidos» y viceversa.

5.2.1. Hoy día la distinción entre sonidos y letras es, en la lingüística, una
distinción elemental. Sin embargo, se ha hecho relativamente tarde: la encontramos
establecida expresamente sólo en la primera edición del primer tomo de la gramática
comparada indoeuropea de Bopp ([Vergieichende Grammatik..., Berlín] 1833), quien,
al describir los idiomas indoeuropeos, diferencia por primera vez netamente el
sistema fonético del sistema gráfico (LATU und Schriftsystem). El evidente progreso
que tal distinción representa se debe también al estudio del sánscrito, puesto que los
gramáticos antiguos de la India, mucho más que los griegos y latinos, supieron
transcribir con exactitud los sonidos de su idioma: el alfabeto sánscrito es casi
perfectamente fonético. Un alfabeto es «fonético» cuando representa
constantemente el mismo sonido mediante el mismo signo y cuando sus signos
tienen constantemente el mismo valor fonético; no son fonéticos, en cambio, los
alfabetos en que el mismo signo puede representar más sonidos o en que el mismo
sonido puede representarse por más signos.

5.2.2. La norma fundamental de toda transcripción fonética es, por


consiguiente: un solo valor fónico para cada signo gráfico y un solo signo (o grupo
de signos) para cada valor fónico. Existe actualmente un alfabeto fonético
internacional, empleado sobre todo por los especialistas en fonética (es decir, por
quienes se ocupan en la fonética como ciencia autónoma) y también por muchos
lingüistas. Sin embargo, en la lingüística se emplean con más frecuencia
transcripciones fonéticas tradicionalmente establecidas para cada idioma, o también
establecidas convencionalmente, en cada caso, por los varios autores: lo importante
es que se respete la norma antedicha y que la convención, aunque arbitraria, sea
explícita y se aplique con todo rigor.

5.2.3. Señalemos algunos de los elementos más característicos de las


transcripciones tradicionales empleadas en la lingüística. Una raya horizontal en el
trazo vertical de una letra (b, d, g) indica que se trata de un sonido fricativo, y no de
las oclusivas que se representan por las mismas letras; el signo ¯, encima de un
signo vocálico (por ejemplo: a), indica que se trata de vocal larga; el signo ˇ,
también sobre un signo vocálico (o), indica que se trata de vocal breve; el signo ‘
puesto debajo de la letra (por ejemplo: e), significa vocal abierta, y un punto puesto
debajo (e), vocal cerrada; el signo ~, puesto sobre una vocal, significa nasalidad; el
signo ’ indica consonante prepalatal (por ejemplo, z), y el signo ˇ, consonante
palatal (¿). Un punto debajo de un signo consonántico indica que se trata de una
enfática (así, en la transcripción del árabe) o de una cacuminal (por ejemplo, en la
transcripción del sánscrito). Véase también lo dicho en 2.1.1.

5.3.1. En la grafía común de las lenguas se emplean, en cambio, sistemas


diversos y que, con frecuencia, sobre todo desde el punto de vista actual, resultan
poco racionales e incoherentes. En las lenguas que se escriben con el alfabeto
latino, y que son la mayoría de las lenguas de cultura, se emplean muchos de los
signos latinos con valor constante y general y otros con valores diferentes según los
idiomas. Pero en muchos casos las letras del alfabeto latino resultan insuficientes,
por lo cual se hace necesario recurrir a grupos de letras para representar fonemas
únicos, o a letras con signos diacríticos. Así, por ejemplo, el español emplea la letra
con signo diacrítico ñ y los grupos de letras ch, ll, rr. El inglés emplea comúnmente, y
en medida muy amplia, el procedimiento de los grupos de letras (ch, sh, ee, oo, etc.);
así también el alemán (ch, sch, tsch, etc.), que utiliza asimismo ciertos signós
diacríticos (en particular, la diéresis: ä, ö, ü), y el francés (ai, au, eau, ch, tch, etc.),
que emplea también los acentos con valor diacrítico (por ejemplo, é y è indican, en
general, e cerrada y e abierta); el italiano emplea casi exclusivamente el
procedimiento de los grupos de letras (gn, gli, se, etc.); el rumano, sobre todo el de
las letras con signos diacríticos (â, î, t, s). Entre las lenguas eslavas, el polaco
emplea los dos procedimientos (c, s, cz, sz, z, dz, etc.), y el croata y el checo, casi
exclusivamente las letras con signos diacríticos.

5.3.2. Las vocales largas y breves se distinguen raramente en la grafía común


de las lenguas. Así, el latín no las señalaba; el griego tenía signos distintos para la e
breve y la larga, y también para o breve y o larga, pero no hacía la misma distinción
para las vocales a, i, y; en letón, las vocales largas se señalan mediante el mismo
signo que emplean los lingüistas (ã, õ, etc,); en húngaro, checo, eslovaco, las
vocales largas llevan acento gráfico; en finés, se representan asediante letras dobles
(así, aa vale a larga), y lo mismo ocurre en holandés (pero sólo en sílabas —
ortográficamente— cerradas, mientras que en sílaba abierta la vocal se entiende
siempre como larga); el alemán emplea para las vocales largas, a veces, letras
dobles (Meer) y, otras veces, una h con valor diacrítico (sehr).

5.3.3. En general, todo idioma escrito que emplee una escritura alfabética tiene
su propio sistema para la transcripción de sus fonemas y casi nunca las ortografías
comunes son perfectamente «fonéticas» (o «fonológicas»). Son, con todo, más o
menos exactas, desde este punto de vista, las ortografías de las lenguas eslavas
que emplean el alfabeto latino, la del húngaro, la del finés y algunas otras que se
han establecido en época relativamente reciente, como la albanesa (1912) y la turca
(1928). Por lo común, los sistemas ortográficos reflejan con cierta fidelidad los
sistemas fonéticos en las lenguas cuyo fonetismo ha cambiado poco después de la
época en que se establecieron sus respectivas escrituras, como, por ejemplo, el
húngaro o, entre los idiomas románicos, el italiano, mientras que, como se ha
aludido más arriba, los dos sistemas se presentan como profundamente divergentes
en las lenguas cuyo fonetismo ha seguido sufriendo modificaciones notables
después de establecida su ortografía.

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