El Principio de Humanidad en Derecho Penal
El Principio de Humanidad en Derecho Penal
El Principio de Humanidad en Derecho Penal
(AIDP-IAPL
https://www.ehu.eus/documents/1736829/2010409/A+76+El+principio+de+humanidad+en+d
erecho+penal.pdf
Por su misma condición de poder jurídico, el ius puniendi estatal, para conservar su
legitimidad, ha de respetar un conjunto de “axiomas fundamentales”1: necesidad, legalidad,
imputación subjetiva2 y culpabilidad, con sus correspondientes corolarios: subsidiaridad,
intervención mínima, carácter fragmentario del Derecho penal, preeminencia absoluta de la
ley, taxatividad, garantías penales básicas (criminal, penal, procesal y ejecutiva), interdicción
de toda responsabilidad por el resultado, responsabilidad personal...
En una sociedad democrática, centrada por tanto en el valor de la persona, también ha de ser
respetuoso del principio de humanidad, un principio menos estudiado, pero, sin lugar a dudas,
“no menos importante”3 que aquéllos.
1. CONTENIDO Y EXTENSIÓN
Recuerda BERISTAIN que el axioma fundamental de humanidad presupone “que todas las
relaciones humanas, personales y sociales que surgen de la justicia en general y de la
justicia penal en particular, deben configurarse sobre la base del respeto a la dignidad de la
persona”,4 a lo que ha de añadirse su consiguiente derecho al “pleno desarrollo de la
personalidad”.5
Con todo, tras identificar el principio de humanidad con el respeto de la dignidad, no pocas
perspectivas extraen sólo como consecuencia la garantía de no sumisión del sujeto a
ofensas o humillaciones. Es, en efecto, esta faceta –que proscribe todo trato de carácter
cruel, inhumano o degradante– la que más se subraya al delimitar el alcance del principio
de humanidad en Derecho penal: de aquí que sea común indicar como ámbito
tres son las líneas principales en las que se manifiesta el contenido específico del
principio de humanidad en Derecho penal:
1. la prohibición de la tortura y de toda pena y trato inhumano o degradante, con sus
importantes reflejos en la parte especial del Derecho penal y en las consecuencias
jurídicas del delito;
2. la orientación resocializadora de la pena, en particular, si privativa de libertad;
3. la atención a las víctimas de toda infracción penal
La distinción entre tortura y demás tratos ha suscitado importantes esfuerzos. Destacan entre
ellos, junto a la jurisprudencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América, las
decisiones del Comité de Derechos Humanos de la ONU y, sobre todo, la labor del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo en aplicación del art. 3 del Convenio de
Roma18.
El art. 1 de la propia Convención de 1984 excluye del ámbito de la tortura “los dolores o
sufrimientos que sean consecuencia únicamente de sanciones legítimas, o que sean
inherentes o incidentales a éstas”; pero, el mero respeto del principio de legalidad no
convierte en legítimas aquellas penas que, dirigidas tan sólo a causar sufrimientos o
humillación, por su carácter cruel, inhumano o degradante, entran de lleno en el campo de
la prohibición internacional.
a) Pena de muerte
Por su parte, algunas legislaciones que no recurren a la prisión a perpetuidad han introducido
penas temporales de una duración tan extendida (y completada en su ejecución por reglas tan
estrictas dirigidas a su cumplimiento íntegro), que acaban asimilando la situación de los
condenados a la de los presos a perpetuidad.
En realidad, como hace tiempo señalara BERISTAIN51, “la privación de libertad durante más de
14 ó 15 años resulta nefasta”: todo internamiento de duración superior a 15 años corre un
grave riesgo de daños irreversibles en la personalidad del preso, por lo que debería adoptarse
como límite máximo de cumplimiento efectivo de la pena privativa de libertad. Obviamente
una decisión de este estilo –hoy por hoy inimaginable en esta “sociedad punitiva”52,
obsesionada con la extensión de la duración de las penas de prisión y de su cumplimiento
efectivo e íntegro– obliga a plantear el tratamiento de los delincuentes peligrosos, que, al
término de su condena, sigan presentando un riesgo relevante de comisión de graves hechos
delictivos53. Otros Derechos contemplan para estos casos diversas respuestas, generalmente
sometidas a fuertes críticas doctrinales por lo que suponen de extensión de la intervención
penal más allá de la duración de la pena impuesta, que en un Estado respetuoso de las
garantías individuales debería ser barrera infranqueable en la intervención del poder punitivo
estatal.
Frente a las múltiples propuestas de entendimiento del (por otra parte, ambiguo)66 ideal
resocializador, esta configuración democrática de la resocialización parte de que el modelo de
resocialización penitenciaria no puede ser muy distante del modelo de socialización de los
demás ciudadanos, sustentado constitucionalmente en el respeto y disfrute de los derechos
fundamentales y el desarrollo integral de la persona-lidad67. De este modo, y evitando la
identificación con la necesidad de articulación en prisión de un tratamiento para todos los
internos, sortea los problemas de legitimidad no pocas veces subrayados, articulando la meta
resocializadora de un modo plena-mente compatible con el reconocimiento a los presos de sus
derechos constitucionales y, entre ellos, del derecho a ser diferente, de donde deriva la no
sumisión a un trata-miento que no sea voluntariamente aceptado.
Toda política criminal respetuosa, como no puede ser menos, del principio de humanidad para
las víctimas ha de partir del aseguramiento de sus derechos, que exceden con mucho del mero
ámbito de la responsabilidad civil. Las víctimas han de ser tratadas con humanidad y con pleno
reconocimiento y respeto de lo que jurídicamente conlleva su condición de víctimas: en
particular, su derecho a la información y a la verdad, al acceso a la justicia y a la reparación. El
derecho a la reparación de las víctimas –que ha de abarcar, cuanto menos, la prevención de
situaciones de desamparo, al lado de la restitución, reparación de daños e indemnización de
perjuicios–, no debería quedar en lo meramente patrimonial; siempre que la agresión alcance
a bienes personalísimos con una cierta entidad, ha de buscarse una reparación integral,
inclusiva de medidas de asistencia y acompañamiento y de la obtención y disfrute de ayudas
públicas para la superación de la victimización (rehabilitación personal y reinserción social).
Ahora bien, frente a quienes entienden que la protección de la víctima queda al margen del
Derecho penal, conviene afirmar la importancia y repercusiones que alcanza el reconocimiento
del principio de protección de las víctimas, como corolario del axioma de humanidad. Como
indica SUBIJANA ZUNZUNEGUI, función de este principio ha de ser “garantizar la máxima tutela
jurídica de los derechos de las víctimas en el orden penal, sin desnaturalizar, con ello, los
principios que adecuan el Derecho Penal a las exigencias de un Estado social y democrático de
Derecho”; y, en el plano procesal, sin “vaciar las notas jurídicas que permiten concebir a un
juicio como un proceso justo e idóneo para obtener una tutela efectiva de los derechos e
intereses legítimos”78. Partiendo de una adecuada definición de víctima (de la que carece en
la actualidad el Código penal), esto requiere, en el plano sustantivo,
– seleccionar y tipificar adecuadamente aquellos supuestos de desistimiento,
comportamiento post-delictivo o especial relación con las víctimas que merecen
un tratamiento privilegiado, así como de los que, por prevalerse de un contexto o
situación de desprotección o debilitar significativamente los mecanismos de
autoprotección de las víctimas, han de recibir un tratamiento agravado;
– desarrollar la justicia reparadora, potenciando la mediación, mejorando la
regulación de la responsabilidad civil, convirtiendo a la reparación en una tercera
vía penal y dotando de un mayor contenido reparatorio de la víctima al trabajo en
beneficio de la comunidad; y, en general,
– “colocar a las víctimas en el centro neurálgico de las sanciones penales”79,
o promoviendo respuestas penales que protejan a las víctimas, al generar barreras
a ulteriores procesos de victimización (como las inhabilitaciones especiales en el
ámbito familiar, las prohibiciones de residencia, acercamiento y comunicación o la
sumisión del victimario a programas formativos, culturales, educativos,
profesionales, de educación sexual o similares);
o dando mayor cabida en los procesos de determinación judicial de la sanción
penal a consideraciones relativas a las circunstancias de la víctima, que en la
actualidad sólo pueden encauzarse a través del juicio sobre la gravedad del hecho
delictivo;
y o abriendo espacios de participación de las víctimas en el ámbito de la
ejecución80.En cuanto al principio in dubio pro victima81, se trata de una
propuesta del mayor interés que debería abrirse progresivamente camino,
particularmente en la legislación específica en materia de víctimas, ámbito que
ofrece al efecto posibilidades mayores y más ricas que el Derecho penal sustantivo
y procesal.