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Salmos 61 A 70 PDF

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(11), a la vez que se interroga e interroga a Dios con confianza (12). La confianza desemboca en la esperanza de la ayuda divina (14).

Pese a la evidencia presente, se impone la certeza de la confianza (14), en claro contraste con la antífona inicial. También la Iglesia
perseguida se siente derrotada y pide auxilio. He aquí un salmo para orar con ella ante las catástrofes que asolan a la humanidad.

Escucha, oh Dios, mi clamor


61
2
(60)¡Escucha, oh Dios, mi clamor,
atiende a mi súplica!
3
Desde el confín de la tierra te invoco
con el corazón abatido.
Llévame a una roca inaccesible,
4
porque tú eres mi refugio,
mi fortaleza frente al enemigo.
5
Quiero hospedarme siempre en tu tienda,
refugiado al amparo de tus alas,
6
pues tú, oh Dios, escuchaste mis votos,
me diste la heredad de los fieles a tu Nombre.
7
Añade días a los días del rey,
que sus años sean por generaciones;
8
que reine siempre en presencia de Dios,
que lealtad y fidelidad le hagan guardia.
9
Y yo cantaré siempre en tu honor
cumpliendo mis votos día a día.
Se eleva el clamor suplicante (2) desde el confín de la tierra (3a): ¿desde el campo de batalla o desde el destierro? Acaso sea mejor
no saberlo y que el salmo permanezca abierto. Quien ora –¿el rey?, ¿un sacerdote?, ¿el poeta sin más?, tampoco lo sabemos– pide un
doble refugio: que Dios sea su «roca inaccesible» para el enemigo o su «fortaleza» (3b-4) y también que lo acoja nuevamente en el
Templo, a las sombra de sus alas (5). La experiencia del pasado es garantía de la esperanza del presente (6). Inesperadamente se pide
por el rey. Acaso el recuerdo de Jerusalén y del Templo atrae por asociación la presencia del soberano –tampoco lo sabemos–. Para el
monarca se pide una vida larguísima y, sobre todo, que sea escoltado por dos personificaciones divinas: Lealtad y Fidelidad (7s). La
alabanza continua refleja la seguridad del fiel en la respuesta divina (9). Ser huésped en la tienda evoca pasajes del Nuevo
Testamento, como Heb 11,13; 2 Cor 5,6; Ef 2,19. Orando con este salmo podemos fomentar el deseo de Dios, de morar junto a Él y
con Él.

Sólo en Dios está el descanso


62 3
(61)
2
Sólo en Dios encuentro descanso,
de él viene mi salvación.
Sólo él es mi roca, mi salvación,
mi alcázar: jamás vacilaré.
4
¿Hasta cuándo arremeterán contra uno,
para abatirlo todos juntos
como a una pared que cede
o a una tapia que se desploma?
5
Sólo piensan en derribarme de mi altura,
se complacen en la mentira:
con la boca bendicen,
con el corazón maldicen.
6
Sólo en Dios encuentro descanso,
de él viene mi salvación.
7
Sólo él es mi roca, mi salvación,
mi alcázar: jamás vacilaré.
8
En Dios está mi salvación y mi gloria,
mi roca firme, mi refugio está en Dios.
9
Ustedes confíen siempre en él,
desahoguen con él su corazón,
que Dios es nuestro refugio.
10
Sólo un soplo son los plebeyos,
los nobles, mera apariencia,
todos juntos en la balanza
pesarían menos que un soplo.
11
No confíen en la opresión,
no se ilusionen con el robo;
a las riquezas, si aumentan,
no les entreguen el corazón.
12
Dios ha hablado una vez,
dos veces le he oído:
Que Dios tiene el poder,
13
tuya, Señor, es la misericordia;
que tú pagarás a cada uno
según sus obras.
El autor de este salmo es un mensajero de la confianza. El soliloquio de los versículos 2s y 6s conduce a una doble interpelación: a
los violentos, que además son mentirosos (4s) y a quienes confían en el dinero (11). Tras una serie de imágenes, el poema presenta
un tema metafísico: la contingencia del ser humano. Puede labrarse un poder, apoyándose en «la opresión» (11a), convirtiendo a los
demás en plataforma para afianzarse: el robo, la riqueza, la mentira... (11.5). Con ese poder conquistado arremeten contra los demás
(4). Pues bien, todos los seres humanos, sean plebeyos o nobles, son una falacia. Todos juntos pesan menos que un soplo (10). El
poder le pertenece a Dios en exclusiva (12b). Sólo Él puede ser roca, alcázar y fortaleza (3.7. 8.9), en la que apoyar la existencia el
hombre. El ser humano tiene una disyuntiva: apoyarse en su «poder» o el poder divino, confiar en las riquezas o en Dios. Es imposible
servir a Dios y al dinero (cfr. Mt 6,19.24). Sobre la confianza en Dios o en las riquezas, cfr. 1Tim 6,17; Sant 4,13s; 5,1-6. Si queremos
ser mensajeros de confianza, no debemos hablar de sólo ideas; antes habrá que «experimentar» a Dios como fortaleza y refugio.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo


63
2
(62)¡Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo:
mi garganta está sedienta de ti,
mi carne desfallece por ti
como tierra seca, reseca sin agua!
3
Que así te contemple en el santuario
viendo tu poder y tu gloria.
4
Porque tu amor vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
5
Que así te bendiga mientras viva,
alzando las manos en tu Nombre.
6
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mi boca te alabará con labios jubilosos.
7
Si en mi lecho me acuerdo de ti,
en mis vigilias medito en ti,
8
porque tú has sido mi ayuda,
y a la sombra de tus alas salto de gozo.
9
Mi vida está unida a ti
y tu mano me sostiene.
10
Pero los que intentan quitarme la vida
vayan a lo profundo de la tierra;
11
sean pasados a filo de espada,
sirvan de pasto a los chacales.
12
Pero el rey se alegrará en Dios,
el que jura por él se felicitará,
cuando tapen la boca a los mentirosos.
Salmo de confianza, estructurado en tres cánticos: la sed (2-4), el hambre (5-9) y el juicio divino (10-12). La intensa espiritualidad
del salmo tiene una densidad corpórea, como detectamos en el desfile de los sentidos: la garganta sedienta y la carne desfallecida (2),
la boca que alaba (6), los ojos que desean ver (3), las manos que se elevan (5b), el contacto de las manos (9), el calor del cuerpo
adherido (9a), madrugar (2) y acostarse (7)... Y todos los sentidos van más allá de lo sensible; el símbolo es trascendente. El orante
vive una aguda sed de Dios (2), toca la mano divina (9b), etc. La sed es tan intensa como la del desierto: tierra «seca, reseca sin
agua» (2b). ¡Ojalá que perdure esa intensidad mientras se contempla a Dios en el Templo y a lo largo de la vida! (3.5), mientras se
sacia de comida y descansa en el lecho (6s), sencillamente porque «mi vida está unida a ti» (9a). La imprecación queda para quienes
«intentan quitarme la vida» (10a). El Jesús de Juan ha hablado del agua y de la sed a lo largo del evangelio (cfr. Jn 4,13-14; 7,37). En
la cruz dice: «Tengo sed» (Jn 19,28). El inquieto corazón humano descansará tan sólo cuando descanse en Dios; hasta que llegue ese
momento, será oportuno orar con este salmo.
Escucha, Dios, mi voz que se queja
64 3
(63)
2
Escucha, oh Dios, la voz de mi gemido,
protege mi vida de la banda hostil;
escóndeme del tropel de los malvados,
de la camarilla de los malhechores.
4
Afilan la lengua como un puñal
y asestan como flechas, palabras envenenadas,
5
para disparar a escondidas contra el inocente:
le disparan de improviso y sin temor.
6
Se obstinan en su palabra delictiva,
calculan cómo esconder trampas,
y se dicen: ¿Quién nos descubrirá,
7
y escrutará nuestro crimen perfecto?
Los escruta el mismo que escruta
hasta lo íntimo del hombre
y la profundidad del corazón.
8
Dios les disparará una flecha:
y súbitamente será heridos;
9
los doblegará a causa de su lengua,
quienes los ven menearán la cabeza.
10
Todos los humanos temerán,
anunciarán la obra de Dios
y entenderán su actuación.
11
Que el honrado festeje al Señor,
que se refugie en él
y los corazones sinceros se feliciten.
En esta súplica individual los enemigos actúan con cobardía y alevosía: se esconden y disparan «de improviso e impávidos» (5b). Su
arma es la palabra calumniadora, más mortífera que la espada y los dardos. Son muchos –banda, tropel, camarilla– los malvados
contra un inocente. Han tramado tan bien su actuación, que nadie los descubrirá (6b). No cuentan con Aquel que escruta los riñones y
el corazón (7b), y llega, por ello, allá donde se preparan las armas: a la profundidad del corazón (7b). El contraataque de Dios es
imprevisto (8), como lo había sido el ataque (5b), y es también certero (8b). Los espectadores han visto todo desde el principio. Una
vez que han contemplado la actuación divina, se burlan de los enemigos (9b), temen ante la fulminante reacción divina, publican lo
que Dios ha hecho, reflexionan y aprenden (10). Los festejos son para el Señor (11). Para las burlas con el movimiento de cabeza, cfr.
Mt 27,39; para el temor ante la actuación de Dios, cfr. Mt 27,54. Cuando la vida corre peligro o somos heridos por palabras afiladas, es
tiempo de orar con este salmo.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión


65 3
(64)
2
Oh Dios, tú mereces un himno en Sión
y a ti se te cumplen los votos.
A ti, que escuchas la oración,
ha de presentar todo mortal
4
sus acciones pecaminosas.
Innumerables son nuestros delitos
pero tú los perdonas.
5
Dichoso el que tú eliges e invitas
a morar en tus atrios.
Que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.
6
Con portentos favorables nos respondes,
Dios Salvador nuestro,
esperanza de los confines de la tierra
y del océano lejano.
7
Tú afianzas los montes con tu fuerza
ceñido de poder.
8
Tú acallas el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.
9
Los habitantes de los confines
se sobrecogen ante tus signos
y tú haces que canten de júbilo
las puertas de la aurora y del ocaso.
10
Tú cuidas de la tierra, la riegas,
la enriqueces sin medida;
La acequia de Dios va llena de agua.
Preparas sus trigales.
Así preparas la tierra:
11
empapas sus surcos,
igualas los terrones,
la mulles con lloviznas;
bendices sus brotes.
12
Coronas el año con tus bienes
y tus rodadas rezuman abundancia;
13
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría;
14
las praderas se visten de rebaños
y los valles se cubren de mieses
que aclaman y cantan.
En este himno a Dios que mora en Sión pasamos del microcosmos del Templo (2-5) al cosmos (6-9), y de aquí a la tierra de Israel
(10-14). El Templo es lugar de escucha y de perdón, de gozo y de saciedad, de abundancia y de belleza. El fiel cumple en el Templo lo
prometido. ¡Dichosos quien es invitado a morar en los atrios, no en el interior del santuario! (5a). Dios escucha y responde con
«portentos favorables» (6a): es el Dios liberador de los oprimidos, Señor de la creación y de la historia, ante cuyo poder se acalla
cualquier otro poder. Los pueblos que confían en Él viven el sobrecogimiento religioso y el júbilo (6-9). Un Señor tan grande y
poderoso no se desentiende de las minucias. El Dios que aploma las montañas allana los terrones (7.11). Se parece al solícito padre de
familia que cultiva la tierra para que los suyos tengan de todo. La tierra se viste de colores. Las espigas, movidas por el viento, se
yerguen para aplaudir y cantar. La Sión terrena nos remite a la Jerusalén futura (Ap 21s), la tierra nueva. El Señor de la naturaleza y
de la historia se ocupa también de nuestras minucias. ¿No es motivo suficiente para entonar este himno a Dios que habita entre
nosotros?

Todo el mundo aclame a Dios


66
1
(65)Aclame a Dios toda la tierra,
2
canten en honor de su Nombre,
tribútenle una espléndida alabanza.
3
Digan a Dios: ¡Qué formidable eres por tus obras,
por tu inmenso poder te adulan tus enemigos!
4
Que todo el mundo te rinda homenaje
cantando para ti, cantando en tu honor.
5
Vengan a ver las obras de Dios,
sus hazañas formidables
a favor de los hombres:
6
Transformó el mar en tierra firme;
a pie cruzaron el río.
¡Venid, alegrémonos con él!
7
Con su autoridad gobierna por siempre:
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.
8
Bendigan, pueblos, a nuestro Dios,
proclamen a voces su alabanza.
9
Nos conservó entre los vivientes
y no permitió que tropezara nuestro pie.
10
Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como se refina la plata.
11
Nos metiste en una prisión,
pusiste un cincho en nuestros lomos,
12
dejaste que los mortales
cabalgaran sobre nosotros,
pasamos por fuego y agua,
pero nos llevaste a la abundancia.
13
Entraré en tu casa con holocaustos
para cumplir los votos
14
que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en la angustia.
15
Te ofreceré holocaustos cebados
con el incienso de carneros,
inmolaré vacas y cabras.
16
Vengan a escuchar, fieles de Dios,
les contaré lo que hizo por mí:
17
Lo invoqué con la boca,
con la lengua lo alabé.
18
Si yo hubiera tenido mala intención,
el Señor no me habría escuchado.
19
Pero Dios me escuchó,
atendió a la voz de mi súplica.
20
¡Bendito sea Dios,
que no rechazó mi súplica
ni apartó de mí su misericordia!
Salmo mixto, de alabanza y de acción de gracias. Se entrelazan en este salmo las actuaciones de Dios en el cosmos y en la historia.
Todo el mundo, la tierra entera, es invitado a aclamar, cantar, tributar una espléndida alabanza a Dios por su inmenso poder o por sus
obras terribles. También los enemigos reciben la invitación de postrarse ante el soberano. Lo harán aunque sea a regañadientes: «te
adulan» (3b-4). Venir y ver (5), venir y alegrarse (6b), venir y escuchar (16) son invitaciones escalonadas a lo largo del salmo. Se trata
de ver las obras de Dios (6), de ser espectadores del paso del Río o el Mar (cfr. Éx 14), antes de entrar en la tierra de la libertad (6).
Quien salvó a su pueblo en otro tiempo, también lo salvará ahora (8s), aunque tenga que ser purificado pasando por el fuego del
destierro (10-12). Ya en la abundancia, el pueblo, o el orante en su nombre, cumplirá lo prometido: un holocausto o un sacrificio de
comunión (13-15). En vista de lo que Dios ha hecho en el cosmos y en la historia, es el momento de escuchar. El Señor ha escuchado
«la voz de mi súplica» (19). Es el gran anuncio. Por eso la alabanza y la bendición (17.20). Sobre el gobierno universal del versículo 7
puede leerse Rom 14,9; el versículo 9 puede remitirnos a Ef 2,5; el versículo 12 a Hch 14,22. Repasemos nuestra historia o la historia
de la Iglesia, y veamos cuánto ha hecho Dios por nosotros. Así le adoraremos, alabaremos y daremos gracias.

Que te den gracias los pueblos, oh Dios


(Nm 6,22-27)
67 3
(66)
2
Que el Señor tenga piedad y nos bendiga,
que nos muestre su rostro radiante,
que se reconozca en la tierra tu poderío,
y entre las naciones tu victoria.
4
¡Que te den gracias los pueblos, oh Dios,
que todos los pueblos te den gracias!
5
Que se alegren y salten de gozo las naciones
porque riges al mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
6
¡Que te den gracias los pueblos, oh Dios,
que todos los pueblos te den gracias!
7
La tierra ha dado su cosecha:
nos bendice Dios, nuestro Dios.
8
Que Dios nos bendiga, y que lo respeten
hasta en los confines del mundo.
Bendición en forma imprecatoria, como comentario a Nm 6,24-26; ésta, en boca de los sacerdotes aarónidas; en el salmo en plural:
«nos». Es decir, se democratiza la bendición de Números. Todo bien procede de la bondad divina. Si estamos alegres ante Dios, todos
los pueblos reconocerán su poderío y su victoria (2-4). El gobierno universal de Dios, es motivo para que todos los pueblos se alegren y
salten de gozo (5s). La cosecha abundante es un signo de la bendición divina. Brota de aquí la alegría y el júbilo universal, como se
repite rítmicamente en el estribillo (4.6). La bendición sálmica nos lleva al comienzo de la carta a los Efesios (Ef 1,3). Podemos orar con
este salmo para dar gracias a Dios por los bienes de la tierra.
Oda patriótica y religiosa
(Jue 5; Hab 3)
683
(67)
2
Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia quienes lo odian.
Como se disipa el humo, los disipas,
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los malvados ante Dios.
4
En cambio los justos se alegran,
se alborozan en la presencia de Dios,
y festejan de alegría.
5
Canten a Dios, toquen en su honor,
ensalcen al jinete de las nubes;
su Nombre es el Señor, salten de gozo ante él.
6
Padre de huérfanos, protector de viudas
ése es Dios desde su santa morada.
7
Dios da un hogar a los que están solos,
libera de la prisión a los cautivos;
mas los rebeldes se quedan en el yermo.
8
Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo,
cuando avanzabas por el desierto,
9
la tierra tembló, los cielos se licuaron,
ante Dios, el Dios del Sinaí,
ante de Dios, el Dios de Israel.
10
Tú derramaste, oh Dios, una lluvia generosa,
aliviaste tu heredad extenuada.
11
Tu rebaño habitó en la tierra,
que bondadosamente, oh Dios,
habías preparado para los pobres.
12
Mi Señor pronuncia un oráculo,
y una multitud anuncia la noticia:
13
Los reyes, los ejércitos huyen, van huyendo,
y las mujeres de la casa reparten el botín.
14
Mientras dormían en los apriscos,
las alas de paloma se cubrían de plata,
y sus plumas de oro amarillo.
15
Cuando el Todopoderoso dispersaba reyes,
nevaba en el Monte Salmón.
16
Montaña altísima es la montaña de Basán,
montaña escarpada es la montaña de Basán.
17
¿Por qué envidian, montañas escarpadas,
al monte que Dios eligió para habitar?
El Señor habitará en él por siempre.
18
Los carros de Dios son miles y miles,
los arqueros, millares:
el Señor marcha del Sinaí al santuario.
19
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
recibiste tributo de seres humanos,
aun de quienes se oponían
a la mansión del Señor Dios.
20
Bendito sea el Señor día tras día:
Dios, nuestro salvador, nos alivia.
21
Nuestro Dios es un Dios salvador,
el Señor, mi Dueño, nos libra de la muerte.
22
Dios aplasta la cabeza de sus enemigos,
el cráneo melenudo de los criminales.
23
Dice el Señor: Los traeré de Basán,
los traeré desde el fondo del mar,
24
para que bañes tus pies en su sangre
y la lengua de los perros
tenga en tus enemigos su porción.
25
Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, mi Rey, al santuario.
26
Al frente marchan los cantores,
al final, los arpistas;
en medio, las jovencitas
van tocando panderos.
27
En la asamblea bendicen a Dios,
al Señor en la congregación de Israel.
28
Miren: los guía Benjamín, el más pequeño,
los príncipes de Judá y sus huestes,
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.
29
¡Manda, oh Dios, tu fuerza,
refuerza, oh Dios, lo que hiciste por nosotros
30
desde tu templo de Jerusalén!
Que te traigan los reyes su tributo.
31
Reprime a la Fiera del Cañaveral,
a la manada de Toros,
a los Novillos de los pueblos:
que se sometan con lingotes de plata.
¡Dispersa a los pueblos belicosos!
32
Que los mercaderes de Egipto
vengan con regalos,
Etiopía tienda sus manos hacia Dios.
33
Reinos del mundo, canten a Dios,
toquen para nuestro Señor.
34
¡Véanlo cabalgando por los cielos,
los cielos antiguos!
¡Ya lanza su voz,
su voz de victoria!
35
Reconozcan la victoria de Dios:
sobre Israel, su majestad,
su poderío, sobre las nubes.
36
Dios es terrible en su santuario.
Ciertamente el Dios de Israel
da fuerza y poder a su pueblo.
¡Bendito sea Dios!
Himno al poder divino y a su majestad. El enemigo se dispersa y huye, se disipa como humo y se derrite como cera; el justo se
alegra, se alboroza y se alegra. Es el preludio del poema (2s). Viene a continuación el cántico del éxodo y de la tierra (5-11): La tierra
se estremece (9) ante el «Jinete de las nubes» (5b), que muestra su poder siendo padre del pobre (6), liberando a los prisioneros (7) y
preparando una tierra que será el hogar del rebaño rescatado de Egipto (9.11). El nuevo hogar es una tierra conquistada, tal como se
celebra en el cántico siguiente, dedicado a la tierra (12-19). Dios abre la marcha del pueblo hacia la tierra. Los reyes huyen, y dejan
tras de sí un rico botín para Israel (14). Las altas montañas del norte se inclinan reverentes ante la humilde colina de Sión, morada
elegida por Dios (16s). Los reyes vencidos forman parte del cortejo divino, que llega a su santa morada flanqueado por su ejército
(18s). Las gestas del alivio del pueblo, liberado de la muerte, y la derrota de los profesionales de la guerra (22) son celebradas en el
culto, como se canta en el interludio (20-22). A partir de aquí, el poema es un cántico procesional hacia Sión (23-34). Los enemigos no
tienen salvación: han de comparecer ante el Soberano, aunque se escondan en lo más alto y escarpado o en lo más profundo y remoto
(23s). Sucede lo contrario con el pueblo de Dios. Está representado por dos tribus del norte, Zabulón y Neftalí, y por otras dos del sur,
Benjamín y Judá (27s). Se dirige hacia el Templo cantando y danzando (27s). Ya en el Templo pide a Dios que derrote a los enemigos
de Israel, aludidos con nombres de fieras (29-32), y que todos los reyes vengan a Jerusalén trayendo tributo al Soberano, Auriga de las
nubes (33s). Finaliza el salmo con un postludio (35s), en el que se pide que todos reconozcan el poderío de Dios. El versículo 19 es
aplicado a la ascensión del Señor por Ef 4,8 (cfr. Hch 2,33); el que subió es el que «bajó» para aplastar la cabeza del enemigo (21).
Este salmo es apto para celebrar nuestra liberación, mientras nos encaminamos hacia la tierra prometida.
¡Sálvame, Dios, que me llega el agua al cuello!
(109)
693
(68)
2
¡Sálvame, Dios,
que me llega el agua al cuello!
Me hundo en el fango profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en las aguas sin fondo
y me arrastra la corriente.
4
Estoy exhausto de gritar,
tengo ronca la garganta,
se me nublan los ojos
esperando a mi Dios.
5
Más que los cabellos de la cabeza
son los que me odian sin motivo,
más numerosos que mis cabellos
son mis enemigos mentirosos.
¿Es que tengo que devolver
lo que no he robado?
6
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis culpas.
7
Que por mi culpa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor Todopoderoso;
que por mi culpa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
8
Pues por ti aguanté afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
9
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre
10
porque me devora el celo por tu templo
y las afrentas con que te afrentan
caen sobre mí.
11
Si sollozo ayunando, se burlan de mí;
12
si me visto de sayal, se ríen de mí;
13
sentados a la puerta cuchichean,
los borrachos me sacan coplas.
14
Pero yo, Señor, a ti dirijo mi oración,
en el momento propicio;
por tu gran amor, respóndeme, oh Dios,
con tu fidelidad salvadora.
15
Sácame del fango, no me hunda,
líbrame de los que me aborrecen
y de las aguas sin fondo;
16
que no me arrastre la corriente,
ni me trague el torbellino,
ni el pozo se cierre sobre mí.
17
Respóndeme, Señor, por tu bondadoso amor,
por tu inmensa ternura vuelve tus ojos a mí.
18
No ocultes tu rostro a tu siervo,
estoy angustiado, respóndeme enseguida.
19
Acércate a mí, rescátame,
líbrame de la guarida del enemigo.
20
Tú conoces mi oprobio,
mi vergüenza y deshonra,
ante ti están mis opresores.
21
El oprobio me parte el corazón
y me siento desfallecer;
espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no los encuentro.
22
Echaron veneno en mi comida
y en mi sed me dieron vinagre.
23
Que su mesa se vuelva una trampa
y sus compañeros, un lazo.
24
Que se apaguen sus ojos y no vean,
y sus lomos flaqueen sin cesar.
25
Descarga sobre ellos tu enojo,
que los alcance el incendio de tu ira.
26
Que su campamento quede desierto
y nadie habite sus tiendas,
27
porque persiguen al que tú heriste
y cuentan las heridas del que laceraste.
28
Añade culpa a sus culpas,
y no accedan a tu justicia.
29
Sean borrados del libro de los vivos,
no sean inscritos con los justos.
30
Pero a mí, pobre y malherido,
tu salvación, oh Dios, me restablecerá.
31
Alabaré el Nombre de Dios con cantos:
proclamaré su grandeza
con acción de gracias:
32
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
33
Mírenlo, humildes, y alégrense,
recobren el ánimo, buscadores de Dios;
34
porque el Señor escucha a los pobres
y no desprecia a sus cautivos.
35
Alábenlo, cielo y tierra,
mares y cuanto bulle en ellos.
36
Pues Dios salvará a Sión
y reconstruirá los poblados de Judá:
la habitarán y la poseerán,
37
la estirpe de sus servidores la heredará,
los que aman su Nombre vivirán en ella.
La súplica de este salmo se eleva desde lo profundo del dolor. El comienzo (2-5) nos sorprende con un cúmulo de imágenes: Aguas
profundas, ciénagas sin fondo, corrientes arrolladoras son otras tantas imágenes del diluvio del mal y causa de la destrucción física. De
esta situación brota el grito inicial: «Sálvame, Señor». Los versículos 6-19 reitera la temática, aunque en orden inverso: un cuerpo
destruido (6-13) y el diluvio del mal (14-19). Sin duda que el salmista sufre a causa de los pecados personales; pero también por ser
fiel a Dios y a su Templo (8-10), por las prácticas penitenciales (11-13). Se ha quedado solo. Ahora puede presentar ante Dios un
cuerpo destruido y un espíritu lacerado. ¿A quién dirigirse sino a Dios, que, sin duda, responderá por «su inmenso amor» (14b). A
partir de aquí se acumulan los imperativos. El Dios fiel, de inmensa ternura y amor, no puede permanecer indiferente ante tanto
apremio; mucho menos cuando Él conoce la necedad (6). También conoce «mi oprobio, mi vergüenza y mi deshonra» (20), causados
por la presencia externa del mal (20-30). Los hombres inmisericordes añaden nuevas aflicciones al dolor íntimo procedente de la mano
divina (27). El orante pide que Dios actúe de dos formas: descargando infortunios sobre los inmisericordes: doce improperios (23-
26.28-29), hasta borrarlos del libro de la vida (29), y restableciendo al pobre malherido (30). El hecho de que Dios escuche a los
pobres inspira un himno de acción de gracias, primero personal (31-34) y después cósmico (35-37), que agrada a Dios mucho más que
cualquier sacrificio, según la legislación del Levítico. Son varios los versículos de este salmo citados o aludidos en el Nuevo Testamento:
El versículo 5 en Jn 15,25; el versículo 10a en Jn 2,17; el versículo 10b en Rom 15,3; se alude al versículo 13 en Mt 27,27-30; al 22 en
Mt 27,34 y en Mc 15,23; los versículos 23s en Rom 11,9; el versículo 26 en Hch 1,20. El registro de los vivos (29) es mencionado en
Flp 4,3; Ap 3,5 y 13,8. Con el dolor de nuestros hermanos podemos recomponer el rostro del Cristo roto. Unidos a ellos podemos
suplicar: «¡Sálvame, oh Dios, que me llega el agua al cuello!» (2).

¡Oh Dios, ven a librarme!


(40,14-18)
70
2
(69) ¡Oh Dios, apresúrate a librarme,
Señor, date prisa en socorrerme!
3
Queden derrotados y humillados
los que me persiguen a muerte,
retrocedan confundidos
los que desean mi daño.
4
Retírense avergonzados
los que se carcajean de mí.
5
Alégrense y gocen conmigo
todos los que te buscan;
Digan siempre: ¡Dios es grande!,
los que anhelan tu salvación.
6
Yo soy humilde y pobre,
¡oh Dios, ven pronto a mí!
Tú eres mi auxilio y mi salvador,
¡Señor, no tardes!
Esta súplica individual –que es una repetición de Sal 40,14-18 con pequeñas variantes– está formada por una maldición (3s) y una
bendición (5), enmarcadas entre un invitatorio (2) y una conclusión (6). La confusión será para quienes se burlan del salmista; la
bendición para quienes confiesan la grandeza divina. La urgencia del comienzo del salmo y la súplica «¡No tardes!» del final se dan la
mano. Dios debe apresurarse porque tiene ante sí a un pobre y oprimido. Las burlas del enemigo son las de Mt 27,42s; su retroceso
sucede en el huerto (cfr. Jn 18,6). El pobre es aquel que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros (2 Cor 8,9). Cuando deseamos
suplicar por nosotros o por los demás podemos recurrir a este salmo.

Que no fracase para siempre, Señor


(90)
71
1
A ti, Señor, me acojo
(70)
nunca quede defraudado.
2
Por tu justicia, líbrame y rescátame,
tiende tu oído hacia mí y sálvame.
3
Sé mi roca de refugio, siempre accesible,
la que prometiste para liberarme,
pues mi peña y mi alcázar eres tú.
4
Dios mío, líbrame de la mano perversa,
del puño criminal y opresor.
5
Tú eres mi esperanza, Señor mío,
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
6
Desde el seno materno me apoyaba en ti,
desde la entrañas de mi madre me sostenías.
¡A ti la alabanza continua!
7
Eres un prodigio para muchos,
pues tú eres mi refugio fortificado.
8
Llena está mi boca de tu alabanza,
de tu elogio todo el día.
9
No me rechaces ahora en la vejez,
no me abandones, cuando decaen mis fuerzas,
10
porque mis enemigos hablan de mí,
quienes me espían dictaminan:
11
Dios lo ha abandonado,
persíganlo, aprésenlo,
que no hay quien lo libre.
12
Oh Dios, no te quedes lejos,
Dios mío, apresúrate a socorrerme.
13
Sean confundidos y humillados
los que atentan contra mi vida;
cúbranse de humillación y de vergüenza
los que buscan mi daño.
14
Yo en cambio esperaré siempre,
reiterando tus alabanzas.
15
Mi boca anunciará tu justicia
y tu salvación todo el día,
aunque no sepa contarla.
16
Entraré en tu fortaleza, Señor mío,
recordaré tu justicia, Señor, sólo tuya.
17
Me instruiste, Dios mío, desde mi juventud
y hasta hoy he anunciado tus maravillas.

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