Jorge Larrosa - Qué Es Leer - 2020
Jorge Larrosa - Qué Es Leer - 2020
Jorge Larrosa - Qué Es Leer - 2020
Jorge Larrosa
El núcleo de este capítulo tendrá, a partir de aquí, un formato muy clásico: un comentario de texto. Se tratará de
realizar un ejercicio menor, trivialmente escolar, casi convencional: plantear un tema de discusión, proponer un
texto como material, y hacer una llamada a pensar sobre el texto o contra el texto o a partir del texto. O dicho de
otra forma, leer un texto que, al menos idealmente, "da que pensar", y formular una única instrucción: lo
importante al leer no es lo que nosotros pensemos del texto, sino lo que desde el texto o contra el texto o a partir
del texto podamos pensar de nosotros mismos. Si no es así, no hay lectura. Si lo importante fuera lo que nosotros
pensamos del texto, habría erudición, filología, historicismo. Tendríamos, al final, un texto esclarecido. Quizá
hubiésemos aprendido algo que antes no sabíamos. Pero a nosotros no nos habría pasado nada. Y de lo que se
trata, al leer, es de que a uno le pase algo.
Uno de los temas que habrá siempre, y que ya hay, en el transfondo de este capítulo es, justamente, qué es
eso de leer. Y cuáles son sus peligros. Y cuáles son sus precauciones y los mecanismos de control que la
pedagogía establece para conjurar esos peligros. Pero qué es eso de leer cuando va en serio, cuando no es un
fantaseo trivial o una forma de ocio, cuando no tiene que ver sólo con el aprendizaje de algo exterior, con
una mera adquisición de información. En esos casos al que lee no le pasa nada. Y aquí se trata de qué es eso
de leer cuando, al leer, algo (te) pasa.
Cuando el leer tiene efectos en uno, le forma a uno, le transforma, o le deforma. Cuando la lectura es una
experiencia que va de verdad o, como diría Gadamer, una verdadera experiencia.
La experiencia de la lectura ha sido pensada con la imagen de algo que penetra el alma. Al leer, permitimos
que algo entre en nuestra más honda intimidad. Algo se apodera de nuestra imaginación, de nuestros
deseos, de nuestras ambiciones. Algo nos afecta en lo propio, en el centro de lo que somos. Leer, cuando va
de verdad, es hacer vulnerable el centro de nuestra identidad. No hay lectura si no hay ese movimiento en el
que algo, a veces de forma violenta, vulnera lo que somos. Y lo pone en cuestión. La lectura, cuando va de
verdad, implica un movimiento de desidentificación, de pérdida de sí, de escisión, de desestabilización, de
salida de sí.1 Es por eso que la literatura es peligrosa. Porque afecta, en un sentido profundo, a lo que hay de
más íntimo en cada ser humano. Leer, cuando es más que cubrir un programa de estudios, más que un
pasatiempo, más que un ejercicio cultural, es poner en cuestión eso que somos. Incluso cuando eso que
somos ha sido estructurado moralmente. Eso es la experiencia de la literatura: aquello que pone en cuestión
lo que somos, lo diluye, lo saca de sí. En ese sentido es que la literatura es una experiencia de
transformación.
1
A los veinte años, escribía Kafka: "Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara
en el cráneo ¿para qué lo leemos? ¿Para qué nos haga felices? Dios mío, también seríamos felices si no
tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices.
Pero lo que debemos tener es esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos
perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el
suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro" Citado
por G. Steiner, Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano. Barcelona. Gedisa,
1982. Pág.101
1
La segunda modalidad del control pedagógico de la experiencia de la literatura como experiencia de
transformación consiste en someter esa experiencia a la lógica de una finalidad sensata y prevista de
antemano. En este caso la lectura es parte de un proyecto. La experiencia de la literatura está sometida a
una finalidad moral, cognoscitiva, o puramente estética. Pero siempre a un proyecto que la limita y canaliza.
En este caso, la experiencia de la literatura es un medio para llegar a algo. Poner en cuestión lo que somos es
un medio para llegar a ser otra cosa: para saber más, para ser mejores, para aumentar nuestra sensibilidad,
para conseguir un cierto placer sin consecuencias. Y todo ello en un sentido ya previsto. Perderse sería, de
algún modo, una forma de salvarse, disolverse sería una forma de reconstruirse aún más sólidamente,
desposeerse sería solamente una forma de modificar y fortalecer la autoposesión.
Leer, entonces, cuando está pedagógicamente asegurado, es una actividad que ha sido lo suficientemente
controlada para que nada (malo) (nos) pase, o para que lo que nos pase sea lo que está previsto que nos
tiene que pasar y no cualquier otra cosa. Sin embargo, a veces, la experiencia de la literatura desborda el uso
al que intenta ser sometida, el resultado que había sido anticipadamente previsto. Y entonces lo que nos
pasa se abre en un posible inmenso e indefinido.2 ¿No será la apertura de ese posible libre y salvaje lo que la
pedagogía, en nombre de la moral, tratar de conjurar?
Si volvemos al ejercicio que propongo, algo así como entregarnos a un texto que da que pensar, pero no
sobre el texto, sino sobre nosotros mismos, podríamos abrir varias posibilidades a partir de la lectura. La
primera posibilidad, desde luego, es que nada nos pase. Que el texto, bien porque no sea capaz de capturar
nuestro pensamiento, bien porque solamente confirme nuestra manera de pensar, no nos afecte en lo
propio. O, si lo afecta, no lo ponga en cuestión. Tendríamos un texto que no habría podido convertirse en
una llamada, que no nos habría perturbado, que no habría roto, como pedía Kafka, " el mar congelado que
llevamos dentro". La segunda posibilidad es que lo que nos pase esté dentro de lo previsto. Aquí el texto sí
que capturaría nuestro pensamiento, sí que pondría en cuestión lo que pensamos, sí que nos afectaría en lo
propio, pero para hacernos pensar de la forma que el autor (o el comentarista) han previsto. El
cuestionamiento de lo propio se haría en nombre de alguna autoridad. El dar que pensar del texto estaría
sometido, así a alguna forma de proselitismo. El autor, o el comentarista, buscarían, a partir del texto, a
partir del pensamiento sobre el texto, la realización de un determinado proyecto sobre la conciencia de los
lectores.
La tercera posibilidad, desde luego, sólo puede definirse intransitivamente. Como decía Handke, sería la
producción de "esto y aquello". O d forma negativa, como puro cuestionamiento: en la cita anterior de Kafka,
como algo "nos habría golpeado el cráneo". Nuestro pensamiento, por efecto de la lectura, se habría hecho
libre. La lectura sólo habría funcionado, respecto a nosotros mismos, como un poder de contestación. Como
una contestación de nosotros mismos en los límites de nuestro pensamiento.
Tomado de:
Larrosa, Jorge. La experiencia de la lectura: Estudios sobre literatura y formación. ¿Qué es leer? p. 63-66. Fondo de Cultura económica.
Primera edición electrónica, 2011.
2
La llamada cuando es creíble, exhaustiva y vibrante, musical y temblorosa ella misma ante aquello que
afecta a alguien, entonces es eficaz. Lo que produce es algo que uno no puede denominar transitivo: produce
esto y aquello". P. Handke, Pero yo vivo solamente de los intersticios. Barcelona. Gedisa 1990 Pág.79). Sobre
Handke y la idea de formación, ver mi trabajo "del espíritu del niño al niño de espíritu. Peter Handke y la
novela de formación" en J. Larrosa (ed). Las transformaciones del espíritu. La idea de educación en la novela.
Barcelona. PPU. 1994. También más adelante cap.8.