BRUGUE - GOMA-Gobierno Local de La Nacionalizacion Al Localismo y de La Gerencializacion A La Repolitizacion
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BRUGUE - GOMA-Gobierno Local de La Nacionalizacion Al Localismo y de La Gerencializacion A La Repolitizacion
jurídica y se han convertido en entes de Derecho público, pero no se han liberado de una
herencia que -con ventajas y con inconvenientes- los convertía en representantes de algo
tan poco político como son sus intereses propios. Y ésta es la razón principal de la
desconfianza que despiertan en las instituciones políticas centrales. Una desconfianza que
se traduce en limitaciones competenciales, poca generosidad en la transferencia de
recursos, proliferación de mecanismos de control y tutela, o restricciones legislativas a su
capacidad de actuación. Los municipios, en definitiva, son «como niños mimados»:
pequeños seres egoístas y caprichosos a los que no podemos quitar el ojo de encima.
También es cierto que la herencia de la tradición francesa convierte a los municipios
en entes reconocidos constitucionalmente. El Estado central no los puede eliminar ni
modificar sin su consentimiento. Tampoco puede ir en contra de su reconocida autonomía,
aunque sí puede convertir esta autonomía en autonomía para nada. El principio de las
competencias generales que se aplica a estos municipios proclama su potestad para
desarrollar todas aquellas actividades que, sin ir en contra de la ley, se destinen a la
mejora o la promoción de su comunidad. Es más que probable, sin embargo, que un
alcalde o un concejal que se encuentre leyendo estas líneas sostenga una «opinión
reservada» sobre este principio.
Respecto al modelo anglosajón, también sus orígenes ilustran sus resultados. Si-
guiendo la tradición de economistas liberales como Jeramy Bentham, los ayuntamientos
británicos nacen como un instrumento para aumentar la eficacia prestacional de un Estado
que no lo puede hacer todo. Se trata de situar la provisión de los servicios en la escala más
apropiada, pero sin pretender ceder ninguna potestad sustantiva. Ahora el municipio ya no
actúa en el ámbito de su interés propios, sino en el de los intereses generales, pero lo hace
porque es una pieza del Estado, no porque disponga de autonomía. A los municipios, en
definitiva, no se les cede poder, sino que se les delegan funciones. En contraposición al
principio de las competencias generales, la norma británica del ultra vires establece que
los ayuntamientos sólo pueden realizar aquellas tareas que expresamente se les han
encomendado. Estas tareas pueden ser muchas, pero el margen de maniobra continúa
siendo el mismo: prácticamente nulo. El modelo anglosajón, por lo tanto, no genera
autogobierno sino autoadministración.
Este rebautizado modelo de autoadministración ha disfrutado de un gran éxito
durante la construcción de los Estados del bienestar occidentales. La vocación pres-
tacional de estos Estados ha sacado el máximo provecho de la capacidad ejecutora de los
ayuntamientos, convirtiéndolos en gigantescas maquinarias administrativas con una
potente capacidad de acción, pero con una manifiesta incapacidad para la decisión. Los
grandes municipios británicos, daneses o suecos de los años sesenta hacían muchas cosas,
pero -no lo olvidemos- hacían lo que les decían, ni más ni menos. No es extraño, por
tanto, que sus alcaldes y sus concejales representaran roles eminentemente simbólicos y
representativos. Para hacer cosas ya contaban con gerentes más capacitados y
experimentados.
Así pues, desde posiciones dispares se alcanzan dos conclusiones compartidas:
1. De la nacionalización al localismo
1. A partir de aquí seguimos, casi literalmente, parte del capítulo de Quim Brugué y Josep Ma. Valles,
«Sistemas de representación y gobierno en el ámbito local», publicado en el Informe Pi i Sunyer sobre el Gobierno local
en España (1997).
18 GOBIERNOS LOCALES Y POLÍTICAS PÚBLICAS
de las demandas de los ciudadanos orientaron los primeros años del municipalismo
democrático hacia la construcción de unas organizaciones capaces de aumentar y mejorar
los servicios que ofrecían a sus ciudadanos.
En este contexto, se produce un proceso de despolitización (o, mejor, de no po-
litización) de la joven democracia local. Los concejales se consideran a sí mismos como
«operarios» al servicio de una comunidad que no tiene conflictos de intereses, sino que
reclama polideportivos, reparar las aceras o agilizar los trámites administrativos; los
partidos políticos se convierten en «instrumentos» para acceder al desempeño de las
responsabilidades operativas; los ciudadanos, en «clientes» con demandas a satisfacer; y el
propio ayuntamiento observa el «mito de la empresa privada» como un ideal sobre el que
construir sus modelos de actuación. La participación ciudadana, aquella vieja esperanza de
la democracia local, se convierte en la asignatura pendiente de la primera legislatura, de la
segunda, de la tercera...
Los partidos políticos, por lo tanto, no son articuladores de intereses ni representan
prioridades en los posibles conflictos de la comunidad. Los partidos políticos son -siendo
exagerados en la terminología, aunque no en el fondo de la idea- una «agencia de
ocupación», unas instancias dedicadas a colocar a sus miembros en puestos de
responsabilidad gerencial.
Si esto es cierto -y creemos que al menos para los años ochenta lo es-, ¿cómo se
explica el creciente protagonismo de los partidos políticos en el ámbito local? ¿Por qué
son ellos los que acaparan la selección de gestores municipales cuando candidaturas
independientes podrían desempeñar la misma función? ¿Por qué los partidos políticos
sirven de cobertura a la práctica totalidad de unos concejales que, en la mayoría de los
casos, se niegan a reconocer la dimensión política de su cargo?
La aparente paradoja que surge de estos interrogantes se resuelve en clave de política
nacional, no local. La implantación de los partidos políticos en el ámbito local no se
utiliza como vía para politizar las elecciones municipales, sino como una estrategia para
facilitar la implantación territorial de los partidos y, de este modo, ayudar a la
consolidación de la democracia en España. El sistema electoral y la LRBRL conducen el
proceso de «partidificación» de los municipios, pero lo hacen de una forma excesivamente
artificial y, por lo tanto, sin propiciar una relación entre partidificación y politización. Lo
prioritario es generar un entramado partidista en el territorio que sirva para reforzar los
débilmente arraigados partidos políticos y, de este modo, dar fluidez y base social a la
democratización del país. Es esta prioridad de política nacional la que, en nuestra opinión,
facilita la paradoja municipal de una «partidificación sin política» o, «gerencialista».
Existe una segunda respuesta a los interrogantes planteados más arriba: esta situación
aparentemente paradójica no es original del caso español, sino que es generalizable al
municipalismo que se desarrolla en un período de construcción y consolidación del Estado
del bienestar. En el conjunto de los países que han avanzado en este modelo, el Estado del
bienestar ha supuesto una especialización de funciones entre un nivel nacional dedicado al
diseño de políticas económicas y estructurales y un nivel local ocupado en la ejecución de
las llamadas políticas de bienestar (educación, sanidad, servicios personales, etc.). La
especialización local es eminentemente ejecutora y, por lo tanto, despolitizadora. Se trata
de un proceso ampliamente estudiado en los países de nuestro entorno occidental y que en
nuestro caso nos ha sorprendido más por desconocimiento que por la excepcionalidad de
la situación.
OBJETO DE ESTUDIO E INSTRUMENTAL DE ANÁLISIS 21
Sin embargo, tal como señalan diversos autores, se detectan una serie de cambios en
el ámbito local español -y también europeo- que podrían estar propiciando un proceso de
politización que re definiría el papel que hasta ahora han desempeñado los partidos
políticos. Siendo muy esquemáticos, debemos referirnos a la superación de los déficit
prestacionales heredados del franquismo, a la consolidación de unas estructuras de gestión
más o menos estables (y, por lo tanto, independientes de la actividad de los concejales), a
una transformación en las demandas de los ciudadanos o a la persistente situación de
crisis económica que aqueja al municipalismo español.
Es decir, ya no se trata de construir sino de mantener, ya no se trata de hacer sino de
priorizar, ya no se trata de gestionar sino de dirigir, ya no se trata de poner horas y
esfuerzos sino de tener ideas y capacidad de elección. No todo el mundo estaría de
acuerdo con la tesis de la politización, pero, sin pretender ahora entrar en debate,
pensamos que la reciente proliferación en el ámbito local de planes estratégicos o de
mecanismos de comunicación-participación es la manifestación de dos actividades
esencialmente políticas: tener un proyecto a medio y largo plazo que exprese opciones, y
vehicular tanto el diálogo con la comunidad como la capacidad de escuchar a sus
ciudadanos.
El problema, que ya demanda ser abordado urgentemente, radica en que los partidos
políticos continúan centrados en su papel de «agencia de colocación», sin darse cuenta que
deberían adaptarse a una nueva situación que les reclama su naturaleza más genuina, la
política. Frente a la paradoja inicial de una «partidificación sin política», podríamos estar
generando una segunda paradoja: la politización sin partidos.
Quizá donde mejor se manifiesta la aparición de este incipiente proceso de poli-
tización es en la situación de crisis de una democracia local lejana y representativa a la que
se acusa de desvirtuar la comunicación entre los ciudadanos y la política. Esta situación ha
estimulado, por una parte, la aparición de formas de participación alternativas y, por otro
lado, la emergencia de una nueva cultura política local. Vamos a referirnos brevemente a
estos dos fenómenos, pues son manifestaciones claras de la presión politizadora.
En primer lugar, los límites de la democracia representativa sólo se han manifestado
después de que los ayuntamientos han dejado de lado su concentración gerencial y han
iniciado los ya mencionados procesos de politización. Es, por lo tanto, a finales de los años
ochenta cuando los gobiernos locales españoles empiezan a convertir su retórica sobre la
participación ciudadana en una preocupación efectiva. Y cuando, consecuentemente,
empiezan a diseñar mecanismos de participación que permitan mejorar los canales de
comunicación entre los gobernados y los gobernantes. Los canales a los que nos estamos
refiriendo son bidireccionales: van del gobernante al gobernado y del gobernado al
gobernante. La primera dirección se concreta en mecanismos de relaciones públicas, de
marketing institucional o en la aparición de distintos canales de información local; mientras
que la segunda se traduce en la proliferación de mecanismos muy variados para captar las
sugerencias, las demandas o las quejas de los ciudadanos.
Desde finales de los años ochenta, los municipios españoles han experimentado el
fortalecimiento de ambas líneas de comunicación. Respecto la primera, abundan los
teléfonos de información al ciudadano, los boletines informativos, los programas
radiofónicos dedicados a la Administración local, los gabinetes de prensa o los servicios
22 GOBIERNOS LOCALES Y POLÍTICAS PÚBLICAS
de relaciones públicas. Respecto la segunda, han aparecido iniciativas como los consejos
sociales, la revisión de los protocolos de reclamación, la descentralización, los fórums
consultivos, la involucración de los ciudadanos en la gestión de determinados servicios o
la mejora del servicio de atención al cliente. Sin entrar en valoraciones sobre el éxito o el
fracaso de las múltiples experiencias que se han dado, lo cierto es que el énfasis puesto en
estos ámbitos manifiesta la voluntad de los responsables municipales para revitalizar unas
relaciones que un modelo representativo, elitista y gerencializado había olvidado.
En segundo lugar, las transformaciones referidas en el punto anterior no se refieren
únicamente a una reacción frente a la pasividad electoral de los ciudadanos, sino que
expresan un cambio más profundo en la dirección de la actividad política de los
gobernados. Por un lado, los ciudadanos se sienten menos motivados por las variables
socioeconómicas tradicionales. La pertenencia a una determinada clase social cada vez
explica menos el comportamiento político de unos ciudadanos más preocupados por
factores de índole sociocultural. Por otro lado, la aparición de los denominados nuevos
movimientos sociales y la generalización de una clase media más educada y exigente
canalizan las demandas de los ciudadanos hacia temas nuevos y hacia posiciones más
particularistas.
La combinación de ambos procesos genera lo que algunos observadores califican
como reactivación de los roles individuales. Esta reactivación se observaría en los dis-
tintos ámbitos de relación entre los individuos y el ayuntamiento: en el ámbito político,
pasando de los antiguos contribuyentes a los nuevos accionistas; en el ámbito
prestacional, pasando de los viejos usuarios a los nuevos y tan aclamados clientes; y en el
ámbito político, pasando de unos pasivos votantes a unos activos ciudadanos.
Si aplicamos estas ideas a una aproximación cronológica que distingue entre los
municipios del bienestar de los años ochenta y los municipios de la reestructuración del
Estado del bienestar de los años noventa, podemos deducir una evolución paralela en el
modelo de ciudadanía. En el primer período, el ciudadano es eminentemente un miembro
del Estado y, como tal, sometido a una autoridad gubernamental que define sus derechos y
sus obligaciones. En este contexto, la ciudadanía se somete pasivamente a los dictados de
una Administración jerárquica y de una democracia representativa de mínimos.
En el segundo período, la definición del modelo de ciudadanía (de la relación entre
gobernantes y gobernados) puede tomar dos direcciones, las cuales representan opciones
político-ideológicas de fondo. De nuevo, queremos subrayado, aparece la tesis de la
politización.
Una primera posibilidad consiste en percibir al ciudadano como poseedor de de-
rechos individuales, los cuales deben articularse a través de mecanismos que impulsen su
libertad y su capacidad de elección. Desde esta perspectiva, se mercantilizan las relaciones
entre el ciudadano y la Administración, al mismo tiempo que se restringen las
posibilidades de participación a una exigencia de tipo mercantil en la compra de bienes y
servicios públicos. La segunda posibilidad, en cambio, define al ciudadano como miembro
de una comunidad, de una colectividad donde se producen relaciones de solidaridad -no
únicamente de competencia- y donde se desarrollan mecanismos de regulación social. Los
partidarios de esta postura defienden el advenimiento de una Administración más
descentralizada y de una democracia más participativa.
OBJETO DE ESTUDIO E INSTRUMENTAL DE ANÁLISIS 23
Así pues, tras un período en el cual las relaciones entre gobernados y gobernantes
generó una ciudadanía pasiva y una democracia claramente representativa, se abre una
situación que puede derivar hacia una mercantilización o hacia un acercamiento de las
relaciones entre la política y los ciudadanos. En el primer caso se potenciaría lo que
algunos han llamado una democracia de supermercado, mientras que en el segundo se
avanzaría hacia una democracia participativa en el sentido clásico del término. El punto
de partida sirve para caracterizar la democratización de los municipios españoles durante
los años ochenta, mientras que la década de los noventa ha abierto un interrogante sobre
cuál de las dos direcciones alternativas tomar. Escoger una u otra es una cuestión
ideológica trascendental. La politización del ámbito local, por lo tanto, servirá para
entender-qué modelo de democracia local nos depara el siglo XXI.
3. Algunas conclusiones
A través de dos hipótesis simples pero problemáticas hemos intentado mostrar cómo
el ámbito local está experimentando un importante proceso de reestructuración. Un
proceso que parece escapar al control de sus protagonistas y que se rige por las exigencias
de un guión donde se describe una sociedad más fragmentada y más dualizada, donde
aparece el villano de la globalización y donde las nuevas tecnologías dominan el
escenario. Se trata de un guión complejo y que no gusta a aquellos que van al teatro para
relajarse y no pensar en nada. Esto genera resistencias y malentendidos; pero, aunque
algunos se nieguen a comprar su entrada, la función continúa.
Nuestra función incluye dos protagonistas: el localismo y la politización. El primero
representa la irrupción en la corte de un pobre vasallo. Es decir, representa la aparición de
los actores locales en las arenas donde se deciden e implementan políticas que afectan a
los ciudadanos. Una aparición que, además, no es simbólica ni testimonial, sino que se
traduce en capacidad de actuación e influencia: el vasallo adquiere poder.
Nuestro segundo protagonista representa el papel de personaje complejo, dubitativo y
con capacidad de elección. La politización del ámbito local, en otras palabras, supone
dotado de márgenes de maniobra sustantivos. Supone que los políticos locales pueden
optar por caminos diferentes y que esto tendrá consecuencias relevantes para su
comunidad.
En este libro pretendemos trasladar nuestras hipótesis del terreno de la teoría al de la
práctica. Para conseguido, consideramos esencial comprobar qué es lo que efectivamente
ocurre cuando nuestros ayuntamientos desarrollan sus actividades en ámbitos tan
diferentes como los servicios personales, la promoción económica o el urbanismo: ¿son
sus acciones relevantes? ¿Tienen opciones? ¿Se enmarcan dentro de proyectos políticos
de mayor alcance? ¿Incorporan a sus ciudadanos?
Para responder a éstos y otros interrogantes presentamos diferentes análisis de
políticas públicas locales de ámbito sectorial. Retomando la metáfora con la que ini-
ciábamos este apartado, hemos comprado nuestras entradas y hemos ido al teatro a ver con
nuestros propios ojos esta obra tan extraña, tan aclamada y también tan criticada. Antes,
sin embargo, nos referiremos al instrumental analítico que ha caracterizado nuestro
enfoque: el análisis de las políticas públicas.
CAPÍTULO 2
Por ello, iniciaremos este apartado con una propuesta simple de ordenación del campo
teórico de las políticas públicas; seguidamente, abordaremos algunas consideraciones
tipológicas; finalmente, adoptaremos el modelo de ciclo de las políticas públicas para
conectar las diferentes fases de elaboración con cada una de las dimensiones presentes en
cada proceso de actuación pública: la simbólica, la sustantiva, la formal o de estilo y la
operativa o de gestión.
Dimensión
Conflictos
simbólica
epistémicos
Modelos de
Dimensión interacción
de estilo
Opciones de
fondo
Dimensión
sustantiva
Escenarios de
gestión
Dimensión
operativa
Como última pieza de reflexión, nos adentramos en una breve revisión de la pro-
puesta metodológica que ha estructurado buena parte de los análisis empíricos de política
pública: el modelo de fases o de proceso. De acuerdo con dicho modelo, podemos
considerar que las políticas públicas definen un cierto itinerario, no estrictamente lineal,
con interacciones complejas entre fases, pero de lógica globalmente secuencial. Dicho
recorrido es fragmentable en tres grandes etapas. En primer lugar se desarrolla el proceso
de definición de problemas y de acceso de determinadas cuestiones a la agenda pública de
actuación. Posteriormente se desencadena el proceso de negociación entre alternativas de
actuación que conduce directamente a la formación de mayorías y a la consiguiente toma
de decisiones. Por último, se articulan los escenarios organizativos y de gestión que
posibilitan la puesta en práctica de las decisiones tomadas. En el marco de este esquema de
proceso, los actores políticos interactúan en función de intereses, ideas y valores, y lo
hacen bajo distribuciones cambiantes de recursos de poder y bajo reglas del juego más o
menos formalizadas en clave institucional.
El modelo reseñado permite situar sobre las diferentes fases de elaboración de
políticas las cuatro dimensiones que entran en juego en toda intervención pública: la
dimensión simbólica, que se relaciona con la construcción de estrategias discursivas y
marcos cognitivos, adquiere un mayor relieve en el conflicto epistémico sobre la de-
finición de problemas y sobre su posible inclusión en la agenda; la dimensión de estilo,
que observa las actitudes, disposiciones y estrategias de los actores, cristaliza prin-
cipalmente en la fase de negociación; la dimensión sustantiva, que tiene que ver con
contenidos, es decir, con las grandes opciones alternativas de fondo, tiende a concretarse
con más fuerza en el proceso de toma de decisiones; finalmente, la dimensión operativa,
que considera modos y valores de gestión, se ubica principalmente en la fase de
implementación.
OBJETO DE ESTUDIO E INSTRUMENTAL DE ANÁLISIS 29
plasmar de forma tecnocrática sobre las comunidades y el territorio los niveles de bie-
nestar decididos por el juego político nacional.
En el ámbito económico, el ciclo que se inicia tras la crisis energética de los años
setenta y se extiende hasta bien entrada la década de los ochenta, presenta un rasgo
fundamental: la conjunción temporal del ciclo recesivo, por primera vez después de tres
décadas de crecimiento sostenido, con el cambio en el paradigma productivo hacia
modelos postindustriales y de especialización flexible. El nuevo escenario se plasma en la
destrucción a gran escala de tejidos industriales y en la aparición del desempleo masivo
con fuertes ribetes estructurales. Todo ello se desplaza a la esfera pública en forma de
crisis fiscal, la cual presenta rasgos mucho más acucian te s en las Haciendas regionales y
locales.
La proyección de todo ello sobre el territorio presenta efectos casi devastadores en
las áreas urbanas y metropolitanas de industrialización fordista. En el centro de dichos
efectos, la escasez y precariedad del empleo constituye, para muchos grupos de población,
el eje articulador de una nueva realidad vivencial. Más allá, tampoco parece perfilarse la
salida colectiva del túnel, nadie parece saber cómo van a re activarse las ya agotadas bases
de crecimiento. Es más, las respuestas políticas a la crisis diseñadas desde el ámbito
estatal presentan límites muy claros, no parecen disponer del instrumental adecuado ni
para combatir el desempleo ni para ofrecer nuevas perspectivas a las localidades en crisis.
En síntesis, la crisis industrial y de empleo, circunstancia que impregna el día a día
de las comunidades, sumada a la centralidad del factor territorial en los modelos
emergentes de desarrollo, circunstancia que limita el potencial de respuesta de las po-
líticas centralizadas, se convierten en los factores clave de irrupción de las políticas
económicas en las agendas públicas locales. Si en el marco del EBK la esfera económica
quedaba excluida del programa de actuación de los municipios, en el nuevo contexto éstos
se ven impulsados, primero, a diseñar respuestas imaginativas al problema del paro, y
luego a elaborar estrategias de desarrollo local que ofrezcan nuevos horizontes de
promoción a sus propias comunidades.
OBJETO DE ESTUDIO E INSTRUMENTAL DE ANÁLISIS 31
La suma de impactos de los cambios contextuales sobre la esfera local recrea las
condiciones para una aportación mucho más significativa de los municipios en el terreno
de las políticas públicas. En concreto, la transición múltiple hacia un modelo económico
más valorizador del territorio, hacia estructuras sociales más fragmentadas, hacia
identidades colectivas de matriz más vivencial y comunitaria, hacia un sistema urbano
difuso con nuevas fracturas y hacia formas de gobierno multinivel, se proyecta en: a) una
agenda pública local más compleja, b) nuevos roles de política pública más sustantivos y
estratégicos, c) nuevos estilos de gobierno local relacional, con confluencias
intergubernamentales y ciudadanas que quiebran las pautas tradicionales de división
centra/local y público/privada del trabajo político.
La oferta de políticas públicas de los nuevos gobiernos locales -en el marco de los
límites que impone el modelo territorial del Estado y las pautas de distribución del gasto
entre niveles de gobierno- adquiere una naturaleza mucho más compleja. Por una parte, se
extiende hacia sectores tradicionalmente al margen de la regulación pública local; valgan
los ejemplos de promoción económica, empleo, medio ambiente o telecomunicaciones.
Por otra parte, se profundiza el nivel de intervención sobre sectores ya incluidos en la
agenda: nuevas políticas de servicios personales y nuevas políticas de regeneración
urbana. Para conectar con la organización de capítulos de
OBJETO DE ESTUDIO E INSTRUMENTAL DE ANÁLISIS 33
este libro, el cuadro 2.1 presenta la estructura de las agendas locales en los tres ámbitos de
política pública que consideramos clave bajo las actuales circunstancias.
En el cuadro se observa cómo en el ámbito económico-laboral las estrategias de
desarrollo local pasan por cuatro componentes básicos: la promoción del tejido em-
presarial local, la potenciación del factor humano con mecanismos de conexión entre
crecimiento y empleo, el desarrollo territorial y la dinamización de los vínculos y los
mecanismos de tipo comunitario. En el ámbito del bienestar social, las nuevas políticas
de servicios personales se despliegan en tomo a dos ejes: el sociosanitario, como
componente de respuesta ante los procesos de marginación, y el sociocultural, como
componente de respuesta ante las demandas de bienestar comunitario y apegadas a
valores posmaterialistas emergentes. Por último, en el ámbito urbano, las agendas locales
tienden a incorporar tres grandes objetivos con sus respectivas políticas: dotar de
competitividad al sistema urbano por medio de la difusión de centralidades, plasmar la
equidad espacial por medio de políticas de suelo, vivienda, equipamientos y transporte, y
cohesionar las desigualdades por medio de políticas urbanas social y/o territorialmente
focalizadas.
locales; en ese caso, el cambio sería limitado. Sin embargo, observamos como hipótesis de
partida que a los procesos de extensión y profundización de la oferta de políticas se añade
un proceso de reestructuración funcional: a las actuaciones meramente operativas y
ejecutoras se suman actuaciones de horizonte estratégico, los gobiernos locales empiezan
a definir modelos económicos, sociales y territoriales para sus ciudades, sobre la base de
alternativas de fondo apoyadas en valores políticos diversos. ¿Cómo se concreta dicho
horizonte estratégico en líneas tangibles de política pública, en cada uno de los ámbitos
que analizamos en este libro? Apuntemos algunos elementos a desarrollar en capítulos
posteriores.
En el marco de la promoción económica, las IDE (iniciativas de desarrollo eco-
nómico) significan un salto adelante cualitativo en la perspectiva estratégica. Las IDE
implican el diseño de un modelo de crecimiento con fuertes componentes endógenos y
liderado por el gobierno local. Éste adquiere roles de primer rango en la medida en que
puede impulsar mejor que ningún otro actor público o privado los elementos de
valorización territorial (suelo, infraestructura) comunitaria (redes de cooperación) y
humana (formación continuada), fundamentales para garantizar el futuro de unas
economías locales sujetas a las dinámicas de la competencia global. En el campo del
bienestar, el mantenimiento y profundización de los niveles de integración y cohesión
social requiere sumar a las políticas de servicios universales, nuevas políticas de servicios
personales y comunitarios. Nadie mejor que los gobiernos locales para diseñar dichas
políticas desde la proximidad, desde el conocimiento de la realidad concreta de cada
municipio. Ello abre la posibilidad de definir localmente modelos sociales de ciudad, con
opciones públicas de bienestar local más o menos integrales en función de decisiones
políticas municipales de claro alcance estratégico. Finalmente, en el ámbito de las
políticas urbanas puede aducirse un mínimo de tres razones para cimentar los roles
estratégicos del gobierno local en la ciudad difusa. En primer lugar, la fortísima conexión
entre las políticas urbanas de difusión de centralidades con la dimensión de desarrollo
territorial de las IDE. En segundo lugar, la posibilidad de impulsar desde la política
municipal la recuperación de la complejidad funcional y social sobre el espacio tras largos
años de zonificación y segregación. Finalmente, la posibilidad de restablecer, también
desde el gobierno local, un esquema de actuación sobre los tejidos edificados regido por la
decisión política y no sólo por la lógica de la renta urbana.
La estricta lectura del punto anterior podría llevar a pensar que nuestro razonamiento
carece de realismo. Que difícilmente pueden hacerse tangibles contenidos autónomos de
política pública a escala local en un mundo que tiende hacia la globalización y hacia la
concentración de los recursos de poder. En efecto, no se trata de pasar de la subordinación
de los gobiernos locales en el esquema clásico del EBK a la centralidad política de éstos
en un esquema de lógica jerárquica pero revertida. No se trata, en definitiva, de seguir
estructurando la acción de gobierno, de diseño de políticas, bajo la lógica de las
jerarquías, de ningún tipo. La posibilidad de que las instancias locales realicen
aportaciones estratégicas al desarrollo y al bienestar de sus
OBJETO DE ESTUDIO E INSTRUMENTAL DE ANÁLISIS 35
ciudades debe entenderse en el contexto del estilo relacional de gobierno. Un estilo que
implica gobernar a través de redes de actores interdependientes y no de jerarquías
decisionales legalmente establecidas, que tiene que ver más con la influencia que con el
ejercicio de la autoridad. En definitiva, la lógica de lo relacional como contexto y límite
de lo estratégico en el ámbito local.
¿Cómo se concretan estas ideas en los sectores de política local estudiados? Lo
veremos en detalle en los capítulos posteriores; avancemos ahora los elementos clave. La
lógica relacional cristaliza en dos aspectos. Por una parte, las nuevas relaciones entre la
esfera pública local y la sociedad. En este punto, se trata de impulsar instrumentos
profundamente renovados de participación personal, comunitaria y empresarial. Por otra
parte, la nueva realidad del gobierno multinivel, es decir, de la codeterminación de
políticas a múltiples escalas territoriales de gobierno. En esta línea, los gobiernos locales
se sitúan en condiciones muy favorables para impulsar esquemas de integración flexible
de esta multiplicidad de niveles. Por ejemplo, los partenariados de promoción económica
y urbanística, o los acuerdos y convenios interinstitucionales que rigen el desarrollo de los
programas municipales de servicios personales en coherencia con las redes educativas,
sanitarias o culturales de alcance nacional o estatal.