La Voluntad Del Rey Eleanor Rigby
La Voluntad Del Rey Eleanor Rigby
La Voluntad Del Rey Eleanor Rigby
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ISBN: 978-84-17832-66-7
Portada: Litworld
Maquetación: LITWORLD
Corrección: LITWORLD
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CUIDADO CON LO QUE DESEAS
Así que ahí estaba yo, la vieja gloria Kathleen Priest, tecleando y
borrando. Tecleando y borrando. Era la historia interminable. Solo a
veces alternaba una larga mirada a la única frase que rellenaba la
página en blanco del documento.
Gavin desabrochó mi sujetador con una sola mano. Notaba sus dedos en
la espalda.
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Solté un bufido sonoro, aparté el portátil de una patada y estiré brazos y
piernas hasta abarcar la cama casi en su totalidad. Era una mujer de
extremidades muy largas y, por eso, tenía un colchón más largo y ancho
que la media, pero, aun así, sentía que me asfixiaba allí tendida. Me
asfixiaban las paredes. Me asfixiaba yo misma.
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sexo en casa. Terrible para mi concentración. Aunque, tal vez, cojonudo
para renovar mis ánimos e inspiración.
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que ya me sonaba muy familiar. Sin mirarle la cara, añadí—: No estoy
interesada en biblias, compañías telefónicas o aspiradoras, gracias.
—¿Cómo?
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en mi estómago. Si no retrocedí instintivamente, fue porque él me
inmovilizó con su voz profunda y masculina.
—La quiera o no, le hace falta una Biblia para aprender que una casa
decente ha de tener las puertas abiertas a todo el mundo.
Le tuve que conceder que había sido sincero reconociendo el asunto del
pecado. El tipo no era guapo hasta donde pude fijarme, pero sí
escultural. La clase de hombre que hacía honor a la definición en sí
misma, con rasgos demasiado marcados, mandíbula prominente y barba
oscura. Me sacaba al menos media cabeza. Tenía los ojos azules como el
fuego fatuo de la fantasía y una ceja con un gran talento expresivo, que
solo arqueada me hizo cómplice de sus pensamientos.
—Por lo que veo ha merecido la pena portarse bien para llegar hasta
aquí.
Extrañamente halagado.
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importantes —decía Sheila—. Espero que no te haya molestado... Si
hubiera tenido tu número te habría llamado.
—Yo lo haré.
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Aparecí en el salón con una taza de humeante café asqueroso en cada
mano y una sonrisa de circunstancia. Enseguida me di cuenta de por
qué sabía ahora de mi antigua profesión: la noche anterior, la nostalgia
por el éxito desaparecido me había invadido y pensé que me animaría
releer el libro. Nada más lejos de la realidad, porque acabé metiéndome
entre pecho y espalda una pizza cuatro quesos mientras veía un capítulo
tras otro de Mentes Criminales, con el libro abierto entre las piernas. Si
Morgan había conseguido animarme o no con su belleza arrolladora y
encanto exótico, no era la cuestión, sino que había dejado el puto libro
en la mesilla del salón, y ahora Sheila lo hojeaba con avidez,
sorprendida porque el mismo nombre de su contrato de alojamiento
estuviera grabado en la portada del ejemplar.
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—Del conjunto de las fantasías de una mujer, como cualquier personaje
de ficción erótica. De lo que las mujeres creen desear, en realidad.
—Pues una muy grande. ¿Has leído ese poema de Margaret Atwood que
dice que todo está condicionado por las fantasías masculinas? «Sobre
un pedestal o sobre tus rodillas; es una fantasía masculina. Incluso
creyendo que tienes una vida que te pertenece solo a ti, eres una mujer
con un hombre dentro, observando a esa mujer. Eres tu propio voyeur»
—recité—. Quiere decir que lo que nos da morbo, nos lo da porque
históricamente, a los hombres les… Da igual.
—Así que escribes erótica —comentó en voz baja, muy interesado en mí.
—Le tuve dos noches sin... ya sabes. —Sé que no me importa—. Pero
mereció la pena, porque Tyler... Oh, Tyler. ¿Seguro que no has conocido
a nadie parecido? —Negué con la cabeza, regodeándome perversamente
al aplastar sus expectativas románticas—. Vaya... Tenía la esperanza de
que hubieras escrito desde la experiencia. Eres la mejor en esto. Es
decir... Me pone la piel de gallina cómo lo describes, cómo lo... Es
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increíble, nunca he leído nada igual. Pensaba que era porque tenías a
alguien especial.
¿En qué momento pasamos del «eres la autora de El yugo del placer» a
«tienes a alguien especial»? Me sentía acorralada, como en las cenas de
Navidad que celebraba cuando mi familia todavía era funcional y podía
fingir que no odiaba estar allí: obligada a hablar de mis intimidades.
Mi intención fue mirarlo con cara de pocos amigos, pero sus párpados
entornados me dieron a entender que debía tener mucho más que
cuidado.
—¿Aludirme? No. Creo que ese comentario dice más de ti que de los
hombres.
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—¿Y qué es para ti un polvo decente?
King soltó una carcajada ronca y se estiró para toquetearse las solapas
de la chaqueta. Iba vestido de forma impecable, con una americana de
raya diplomática, corbata perfecta y el cabello desordenado. Entre el
desparpajo, la piel bronceada y la sonrisa macarra, se daba un aire
latino irresistible. Solo que yo me podía resistir a cualquiera. Hasta al
chino de El Amante.
—Pues para tenerlo tan claro, parece que dedicas mucho tiempo a
fantasear con ellos.
—¿A ti te entretiene?
Él sonrió. A saber, qué imaginó para poner la cara que puso. Con toda
seguridad, a mí, probando el último vibrador del mercado para atraer a
las musas.
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del recibidor. Los bolsillos de sus pantalones elegantes eran lo bastante
grandes para birlar dos como poco si les cogía el gusto.
—Tu vida es ficción, no tus libros —me dijo, mirándome por encima del
hombro. Otra vez sus ojos quemándome el cuello, las clavículas, el
escote—, y tu drama con los hombres es bastante sencillo. Simplemente
no te han debido de follar bien.
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ES QUE KING ES ASÍ
—Sí, el Rock & Blues. Aunque por el momento está cerrado por una
ampliación y andamos de vacaciones.
Por supuesto, todo eso de detestarla por guapa eran lamentos internos
de los míos para recordarme que no podía tener el ego por las nubes y
de vez en cuando era sano envidiar a alguien. En el fondo no me pasaba
el día mirándola como si quisiera llevar a cabo la película Este cuerpo
no es el mío. Yo no admiraba a Sheila y tampoco habría cambiado mis
piernas sin sustancia por sus pantorrillas de gimnasio, al igual que me
quedaba con mi escaso y fino pelo castaño. Lo de los celos era una
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cuestión de costumbre. Mi psicóloga había hablado suficiente de esto
para que lo tuviera interiorizado.
—¿El Rock & Blues? ¡Ahí he ido yo varias veces con mi promotor! Es
cliente frecuente allí, creo que incluso tiene carné de socio. La verdad es
que es un hombre importante, y muy amable conmigo. Caliente como el
demonio, también. Fue el que me consiguió el puesto como modelo de
King, así que le debo mucho.
—Es lo que todo el mundo dice, que las quejas de las modelos son una
tontería, y…
—Lo sé, lo sé. Solo quería que supieras que sé que el modelaje es una
estupidez, al menos comparado con lo que haces tú. Y mucho menos
importante. Yo me dedico a hacerme fotos con diamantes en las orejas,
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mientras que tú creas historias increíbles para que la gente sueñe.
Debes pensar que King y yo somos unos materialistas y frívolos, que no
hacen otra cosa que gastar dinero y tener sexo.
En definitiva, fue cómodo pasar el primer mes y medio con ella a solas.
Lo espantoso, terrible e insoportable era que King venía a visitarla
continuamente y a menudo se quedaba a dormir.
—En realidad he sido yo —dijo él, mirándome por encima del hombro de
Sheila. Sus ojos brillaron con reconocimiento al verme de nuevo con el
camisón de satén beige. Debía pensar que no me cambiaba de ropa…y a
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mí debería importarme un carajo lo que pensara—. No sabía que fuera
una decisión que requiriese deliberación en junta de vecinos.
La pobre Sheila hizo una mueca y miró a King a través de sus largas,
espesas, curvadas, magníficas, naturales y envidiables pestañas. No
había adjetivos suficientes en el diccionario.
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Me di la vuelta para regresar a mi habitación, y justo escuché que decía:
—¿Quieres algo?
Me giré hacia él, chocándome de nuevo con sus expresivos ojos. Era
imposible no saber en qué estaba pensando, sobre todo cuando seguía
barriendo mi cuerpo con miradas lánguidas y humedeciéndose los labios
con la punta de la lengua, siendo muy consciente de que me daba
cuenta.
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—¿Por qué no? ¿Tienes preferencias con tus fans? ¿Tan feminista eres
que solo firmas a mujeres?
Desencajé la mandíbula.
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—Debo tomármelo también como un insulto, ¿no? —repliqué sin
cambiar de postura. El huevo se estaba friendo tanto que apenas
quedaba clara—. Sheila se parece más a Ava Gardner en rubia.
A partir de ese día se tomó más confianzas conmigo. Hubo una vez en la
que le hizo a Sheila el favor de coger la ropa que había puesto a secar
en el tenderete de la terraza común. Cuando lo vi dejando el montón de
su novia en la mesa de la cocina y quedarse con uno de mis tangas en la
mano, por poco me desmayé. Lo estudiaba con una gruesa ceja negra
alzada, las comisuras de los labios rizadas por la risa contenida y los
ojos entrecerrados. Apuntando en mi dirección, claro.
—Eso no es de Sheila.
King apoyó un codo sobre la mesa, justo detrás de mí, y colocó el tanga
delante de mis narices.
—¿Qué co...?
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—¿En serio? ¿El cerdo que pone el pecado en el mundo no va a permitir
que me corrompa? ¿Cuál es tu cometido en la Tierra, entonces?
Me odié por saber que habría dado cualquier cosa por leerle la mente.
Esbozó una sonrisa misteriosa que me puso hasta el último vello de
punta, pero no dijo nada. En su lugar se inclinó sobre mí y me ofreció la
mejilla.
Parpadeé sin poder creerme que ese hombre tuviera treinta y dos años.
Tampoco me aparté. Me quedé mirando los puntitos negros de aspecto
áspero que decoraban sus mejillas, la línea fuerte de su mentón. La idea
de alargar la mano y acariciar esa mandíbula definida me tentó de una
manera que estuve a punto de ceder, de ponerme de puntillas y deslizar
los dedos por su piel...
—No.
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Debió hacerle gracia que no hubiera apartado los ojos del ordenador.
Estuve con un nudo en el estómago por culpa de la carcajada
desganada que soltó una semana entera.
—Puedes meterte el sillón que me regalaste por ese culo arrogante que
tienes.
—Venga, muñeca, no puede ser tan malo. No ha sido idea mía, sino de
Sheila. Te quiere allí.
—Entonces sentaré a Sheila sobre mis rodillas para que puedas ponerte
a mi lado.
La idea de ver una película con una pareja activa sexualmente y que
tenía esa desagradable manía de darse muestras afectivas en público
todo el tiempo me llenó de ansiedad. Esperaba no tener que visitar otra
vez al condenado psicólogo, esta vez por culpa de un hombre que no
sabía decir una palabra sin que sonara al argumento de una película
porno.
—O… Te siento sobre mis rodillas para que Sheila pueda ponerse a mi
lado.
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Levanté la mirada sin poder creerme que hubiera dicho eso a tres
metros de su novia. Abrí la boca para preguntarle cómo era posible que
fuera tan sinvergüenza, pero al final solté:
—¿Qué...?
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Como si nada de eso fuera con él, King me dejó sobre el sofá y se
aseguró de que no me movía pasándome un brazo por el hombro. Por un
momento me planteé quedarme allí en lugar de armar otro follón e irme
a mi cuarto a urdir un asesinato, pero no se le ocurrió nada mejor que
joderlo.
—No está —avisé, de nuevo sin apartar la vista de la novela que leía—.
Vuelve más tarde.
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—He quedado.
—Ya veo que tienes una cita con tu imaginación. —Y señaló la novela.
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Lo decía exactamente por eso. Tyler tenía la culpa de todas mis
desgracias y odiaba que las mujeres lo adorasen cuando, en la vida real,
tendrían que huir de él. Detestaba mi propia creación porque yo ya no
era la misma cuando lo escribí y ahora que me sentaba a plasmar mi
nueva visión de la vida… No fluía. La base de la erótica era la
dominancia, la sobreprotección, los celos y la pelea constante, al menos
en su inmensa mayoría, y yo no podía inspirarme en detalles que ahora
me aterraban.
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Lo miré como si fuera imbécil y decidí que era el momento ideal para
desahogarme.
—¿Qué?
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implantar su falsedad en mi cabeza con persuasivas caricias fraternales
en mi barbilla.
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asquerosamente fascinante y su novio asquerosamente fascinante por
partida doble.
Acabé determinando que lo único que podía subirme la moral eran unos
zapatos nuevos. No era lo mismo enfrentar problemas personales con
unos calcetines —encima mojados, porque Sheila no sabía fregar los
platos sin ponerlo todo perdido— que con unos taconazos.
Concretamente esos que había visto en un escaparate de Grafton Street
yendo con Sheila a hacer la compra.
Me puse un pantalón corto con unas finas medias negras, mis botas de
caña alta por encima de la rodilla, un jersey rojo de cuello vuelto y la
gabardina. Recogí mi dócil y escasa melena castaña en una coleta
despeinada, coloqué un buen par de aros en mis orejas y salí de
compras sin avisar. ¿Que por qué describo mi outfit, si es probable que a
nadie le interese? Porque era la primera vez en muchísimo tiempo que
me arreglaba, y arreglarse era la mejor manera de demostrarle al
mundo que te lo querías comer.
—Sé cómo te va, jaquetona. Te va como una mierda. Por eso nos
tenemos que ver. He vuelto a leer un artículo sobre ti en la prensa
digital. La escritora desaparecida. ¿Por qué no me hablas de esos
gilipollas? Podría hundirles con un solo dedo.
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Jacobus Priest podía ser, ciertamente, la mafia rusa. Era la clase de
padre que odiabas en el instituto porque susurraba a tus pretendientes
que les pondría las vergüenzas como corbata si se propasaban —lo que
hacía que salieran huyendo—, como también del que costaba
enorgullecerse por sus conductas adolescentes. Pero se le quería de
todos modos porque estaba ahí, algo que no podía decir de mi madre.
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—Trabajo en un pub de Temple Bar y tengo un compañero que no sabe
hablar sin soltar palabrotas. Y tengo veintisiete años. Tú, por el
contrario, ninguna vergüenza. ¿Te vas a casar con una mujer que ni
siquiera me has presentado, papá? A Rach por lo menos la invitaste a
cenar conmigo una vez, pero...
Paré mi trayectoria hacia los gloriosos zapatos y cerré los ojos. Cuando
los volví a abrir me relajé un poco al verlos delante de mí. Parecían los
últimos de la colección, y eran mi número.
—¿Eh?
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Se rio. No me consideraba una persona divertida, pero a él por lo visto
le fascinaba tanto mi falta de sentido del humor que me había
convertido en su payaso de circo.
En vez de soltar el dichoso zapato que ahora ya no solo quería, sino que
necesitaba más que a mi propia vida, se inclinó sobre mí. Mi espacio
vital fue brutalmente violado por su cara de adonis pervertido.
—Suena bonito.
—¿El qué?
—Dios… —Puse los ojos en blanco—. Cómo se nota que has estado
leyendo mis novelas.
Él se echó a reír.
—¿Estás sugiriendo algo entre líneas, Kathleen? ¿Te revienta que haya
la suficiente confianza entre mi novia y yo como para que me pida
regalos?
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Me puso enferma que se refiriese a ella por su título oficial —tonta,
tonta y tonta—, pero me convencí de que era porque odiaba que su
papel como mujer hubiera quedado reducido a ser su chica.
Cerré los ojos un momento. Sabía que abrirlos y comprobar que King ya
no estaba habría sido un milagro, y una parte de mí me dijo que no solo
no habría desaparecido, sino que encima habría aprovechado para
pegarse a mí... Pero no di pie a eso. Giré sobre mis talones, decidida a
patearme todo Dublín —y toda Irlanda si fuera necesario— para
encontrar otros parecidos.
King tuvo que agarrarme por el codo para espantar mis intenciones.
Eso era una gran equivocación. Quizá a Gin le dejara las plataformas
elegantes para una ocasión importante, y probablemente le prestaría
cualquier tipo de calzado a Libby si no tuviera el pie del tamaño de un
elfo, pero con Sheila aún no había llegado a ese grado de confianza. No
lo dije. Y tampoco acepté su proposición. Tenía que demostrar que en el
fondo no me importaba, era una mujer madura y sabía actuar como tal.
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pedir. En su lugar tiró de mi mano, que agarró con toda la naturalidad
del mundo, y me obligó a acompañarle a pagar.
Era evidente que esa mujer no había visto nuestro intercambio digno de
gladiadores en la sección de calzado femenino.
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sentirme sexy. También tenía un padre que había recuperado su buen
juicio y parecía por la labor de permanecer soltero al menos unos
cuantos jodidos meses. Ahora tenía a un bravucón pegado al culo y el
pelo empapado, cortesía del chaparrón que estaba cayendo. Además de
las manos vacías y un padre esquizofrénico perdido.
Humillante.
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—Claro, claro. Ven.
Me deslicé hasta la cocina y allí me quité las botas, las medias y los
pantalones empapados. Rápidamente volví a ponerme los pantalones, y
luego me saqué la chaqueta para quedarme solo con el jersey ceñido. Lo
eché todo a lavar, y cuando me di la vuelta, ya estaba King detrás mía
para atormentarme.
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minúscula como único vestido, dejando ver sus largas piernas de
gimnasio y un canalillo bastante más sugerente que el mío.
Solo por curiosidad —y por comprobar que lo que King había dicho era
cierto—, me di la vuelta y miré al único masculino de la sala. Él no le
prestaba atención a Ginebra, lo que supuso tanto un shock como una
pequeña victoria. Ginebra era una de las mujeres más atractivas que
conocía y, además, King había mencionado que le gustaban todas.
Parecía que alguien no estaba siendo fiel al noveno mandamiento.
—King Sawyer. Lo cierto es que sí soy el rey, así que al contrario que tú,
hago honor a mi nombre.
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MANIC PIXIE DREAM GIRL
Me giré y miré a Maddox con los brazos en jarras. Estaba increíble con
la camiseta negra del club ceñida al pecho, enseñando hasta el esternón,
y los pitillos de Danny Zuko con cadenas colgando de los bolsillos.
Siendo simplemente Maddox: el enemigo de toda mujer con sentido
común, el espécimen de ser humano con el superpoder de doblegar a un
ejército con una sonrisa, y el tipo más cañero de todo Temple Bar,
llegando su reputación hasta el último pub de la calle larga. Todos se
disputaban a Maddox como camarero de su club porque era un imán
para las mujeres, pero por suerte, había elegido el Rock & Blues.
—No, pero tú, con lo ilustrativo que eres, podrías probar suerte.
Como ya se nota, también era el tío más cerdo hablando que había
conocido en toda mi vida, lo que le añadía cierto encanto a su ya de por
sí arrollador carisma. No existía chica en Dublín que no lo adorase con
cada célula de su ser. Yo me hacía un poco más la dura, pero formaba
parte del equipo. O del regimiento.
—Te lo dejo a ti, que se te da todo bien. —Me pasó un brazo por los
hombros y fingió que era porque necesitaba meterle mano a la cámara
refrigeradora a mi espalda—. Excepto el trabajo de DJ. Nena, te lo digo
una sola vez. Vuelve a poner esa grandísima cagada y te juro que
cobras.
Maddox me lanzó esa mirada de actor de cine que hasta hacía poco
lograba ponerme los pelos de punta. Derrochaba la promesa de
aventuras de Indiana Jones, te seducía en silencio como James Bond y
encima tenía esa apariencia de dura estrella de rock machacada por la
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vida que lo acercaba peligrosamente a Kurt Cobain. Tenía su cara. Su
hoyuelo, sus ojos claros y el pelo cortado con el mismo estilo, de la
misma tonalidad.
Para reivindicar que era del todo imposible, Maddox se inclinó sobre
ella y dio un pequeño mordisco a su lóbulo diminuto. Esta se apartó
sorprendida, y en lugar de cabrearse, soltó una carcajada y lo empujó
por el pecho.
—Pues sí. Llevo toda la semana quedando con el mismo chico y ayer me
dio la noche —admitió al fin, sonriendo de oreja a oreja. Esa era Liberty
Walsh. Se enamoraba de un hombre en la primera cita—. Y hoy ha
venido al club solo para verme.
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levantando los dos brazos con bandejas para indicar que ella no podía
—, o se va a pensar que soy una fresca.
—Ven, por favor. Tienes que verle, es... Es guapísimo. Está en la mesa
seis. Lleva una corbata azul. Ve, sírvele esto y dime qué te parece. Son
las copas equivocadas... Una excusa para que pueda volver a subir.
Muerta de curiosidad por quién sería el hombre ideal esta vez, cogí los
cubatas que me tendía y ubiqué la mesa seis desde el piso de abajo.
El Rock & Blues era un club al que solo se accedía por invitación, uno
de los pocos que había en la calle principal de los pubs y que habían
situado en el centro por pura maldad. Su exclusividad venía de hacía
relativamente poco, y se decía que el jefe limitó las entradas por una
mala experiencia con el antiguo propietario.
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estaban los que más propinas soltaban al final de la noche, y yo
empezaba a vivir de esos extras.
No me lo podía creer.
—Por supuesto que no, ni la mía ni la de ninguno; ¿no ves que todos los
hombres venimos de Venus?
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—¿Te estás riendo de mí, pedazo de...?
Joder, ese era el tipo de Liberty. Rubio, bronceado y tan perfecto como
un dibujo hiperrealista.
—¿Por qué no dejas de joder a las mujeres, King? —preguntó este, con
amabilidad.
Eso de que los escritores saben lo que decir en todo momento es pura
basura. Me quedé como un pasmarote, mirando a King sin saber muy
bien por qué diablos había reaccionado de ese modo. Quizá porque me
daba la impresión de que era de los que le ponían los cuernos a su novia
cada vez que plantaban un pie en la calle. Quizá porque me miró como
si llevara un conjunto de lencería de Victoria's Secret. Quizá porque me
molestó pensar que Liberty podría salir con el corazón roto otra maldita
vez. Quizá porque no soportaba a los tíos infieles.
Él tuvo que ver todo ese conjunto en mis ojos, porque la burla en su
expresión rebajó un tanto. Presintiendo que se cocía una respuesta en su
cabeza, cogí los cubatas y me los llevé de allí sin decir mucho más que
un «Liberty se ha equivocado».
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—Que le he soltado a un tío que es un misógino y un cabrón sin ningún
motivo. Pero eso da igual ahora. ¿Me quieres explicar a qué viene que
no quieras comerte a Liberty de un mordisco cuando llevas queriendo
hacerlo desde que saliste del huevo?
—Dox, no es por nada, pero Liberty es la persona más fácil del mundo.
—Eso le ofendió por razones obvias: no se había arrojado a sus brazos
en cuatro años—. ¡Vamos! Sabes por qué lo digo. Entrar en su corazón
es tan sencillo que da hasta miedo. Me extraña que no se lo hayan roto
cien veces... —Me quedé pensando—. Solo noventa y nueve.
Maddox bufó.
—Yo pierdo el culo por esa risa, pero no es el punto. Esto se ha acabado,
joder.
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Tuve que reprimir un escalofrío, pensando en lo que sería de mí si
Maddox me abandonaba. Era él quien me cedía la barra las noches en
las que todo estaba abarrotado, protegiéndome directa e indirectamente
de los cabrones que intentaban ponerme la mano encima al mínimo
descuido. Hacía de perro guardián con Liberty, conmigo y con la chica
que nos dejó hacía unos meses, Raeghan. Pero sobre todo conmigo,
porque la primera tenía muy buen revés y a Rae no había quien le
vacilase dos veces.
—¿Y quién tiene mejor olfato? ¿Doña Mala Suerte en el Amor... —señaló
a Libby—, o Don Triunfos en la Cama?
—Soy un hombre. Sé más de los de mi sexo que ella, y ese capullo de ahí
es un mierda. El tiempo me dará la razón. Ahora… Me voy a casa.
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y lo hacía con una sonrisa, además de que para un tipo que parecía ir en
serio con ella, no iba a chafarle la ilusión.
El Rock & Blues era de los pocos pubs que contaban con horario de
after. Estando a punto de amanecer, todo Temple Bar estaba vacío. Lo
único que se escuchaba era el sonido de las cajas arrastrándose y el
tintineo de las botellas vacías al entrechocar. Procuré concentrarme en
ello para tranquilizar el latido de mi corazón.
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—Yo la he oído perfectamente —dijo una voz grave. Dentro de mi ataque
de pánico, escuché que unos pasos se acercaban a nosotros—. Suéltala.
King dio un paso atrás para darme el espacio que necesitaba. Por la
periferia de mi visión observé que hacía unos gestos y gritaba para
llamar a alguien. Luego escuché el frenazo de unas llantas y una puerta
abriéndose.
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Levanté la vista y crucé miradas con una mujer de belleza etérea.
Estaba sentada en el asiento del piloto, con el mango de la puerta en la
mano, y me miraba como si yo fuera alguien para ella.
Dejé que King me guiara hasta el interior del coche. Mi ansiedad creció
hasta llegar a un punto insostenible al verme atrapada entre cuatro
paredes, y eso él lo notó. Intentó alargar los brazos para tocarme, quizá
con la intención de ayudarme a encontrar la calma, pero le di un
manotazo antes de que llegara a rozarme. Él desistió enseguida y se
separó de mí todo lo que pudo. Aun así, no dejó de llamar mi atención.
Empezó a hablarme en voz baja con un tono suave que no le había oído
antes, y que poco a poco me fue relajando. Todavía no podía respirar en
condiciones: tenía el puño apretado contra el esternón y los ojos fuera
de órbita, repitiendo una y otra vez el momento y, sobre todo, lo que
podría haber pasado.
—Está todo bien, ¿me oyes, Kathleen? —Mi nombre sonaba tan dulce,
como si fuera otra persona—. Vamos a ir a casa y vas a dormir hasta la
tarde de mañana, ¿de acuerdo? Nadie te va a hacer daño.
No estaba siendo consciente del aspecto que ofrecía, pero cuando ladeé
la cabeza para mirarlo y di de bruces con la compasión en sus ojos, me
di cuenta de que estaba peor de lo que pensaba. Y así era. Alguien
bombardeó mi cabeza con una imagen aérea de mi postura. Me estaba
abrazando las rodillas, tenía el hombro tan pegado a la puerta que
podría haberse caído bajo mi peso y miraba a King con desconfianza,
como si él me hubiera herido alguna vez.
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con el tintineo del conjunto. King se apiadó de mí y las cogió para abrir
la puerta. No había nadie. Se adelantó para encender todas las luces a
falta de una, como si también supiera que la oscuridad podría
devolverme los recuerdos.
Al ver que me quedaba parada bajo el umbral, se acercó con ese aire de
«lo tengo todo controlado» que me devolvió el aliento. Cogió una de mis
manos y me miró hasta que yo lo hice de vuelta, con el corazón
encogido y el estómago tan revuelto que solo quería vomitar. Pude
contener las ganas dejando que ese azul brillante me distrajera del resto
de colores horribles del mundo, como los que teñían a menudo mis
pensamientos, o los que habían pintado esa noche.
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un ataque de ansiedad. No sé si lo dije en voz alta o él lo averiguó como
todo lo demás, pero al mirarlo a los ojos vi que tenía motivos de sobra
para estar preocupado.
—Sí, no veo por qué no. Es buen amigo; sería buen novio. Y la chica le
gusta.
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rabia, y toda esa rabia me defendió del dolor que me azuzaba por
dentro.
—¿Cómo dices?
—¿Al final te has acostado con ella? ¿Lo has c-conseguido? —continuó
farfullando—. Es lo que llevas q-queriendo desde que la vis... viste.
Enhorabuena, c-capullo.
—Y una mierda... V-vienes a verme porque está ella, y ella se pasea por
delante tuya para p-provocarte. Dilo ya. Por fin ha dejado de hacerse la
d-difícil y ha dejado que te la... —Le dio un ataque de tos que hizo que
me estremeciera—. Sabía que solo iba de interesante para ponerte m-
más cachondo. ¿Frígida? Y un cuerno.
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Sheila soltó una carcajada escalofriante.
Sheila, que seguía farfullando cosas sin sentido mientras alejaba a King
e intentaba ponerse de pie, dejó de moverse de repente y me miró con
los ojos salidos de las órbitas. No hubo ni rastro de calidez por mi parte
al mirarla de vuelta.
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EL PRECIO DEL AMOR
La rutina no era tan mala, sobre todo cuando querías olvidar. Retomar
al día siguiente mi vida tal y como la conocía me sirvió para que lo
sucedido el día anterior se convirtiera en un mal sueño; incluida la parte
en la que el novio de mi compañera de piso me abrazaba y me decía que
me protegería de todo. Esa clase de fantasía sobre la que acostumbraba
a escribir, y que una mujer de carne y hueso no podría vivir sin que le
quedaran secuelas de la estúpida enfermedad del amor.
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—No vuelves a irte andando a tu casa si yo no te acompaño —zanjó.
—Y seguro que tampoco te importó nada, ¿no? Por eso hoy por poco te
quedas bizca mirando alrededor como una paranoica y has guardado
las distancias todo el rato. Nena, cuando te he escondido la etiqueta del
pantalón, te has girado como si te hubiera metido en su lugar la
antorcha de los Juegos Olímpicos. Así que sí que te ha pasado algo. —
Ahí tuve que contener una mueca de desesperación. Creí que no iba a
notarlo—. A partir de ahora te acompaño a tu casa todos los días.
—Dox. —Lo miré con los ojos entrecerrados. Me crucé de brazos por
dos motivos: para que no se diera cuenta de que me temblaban las
manos, y para reivindicar una postura en la que no creía—. No es
necesario. Si te quedas más tranquilo, me apuntaré a clases de defensa
personal.
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—Como hace Rae, ¿no?
—En todo caso estás a dieta, pero uno al año no hace daño.
Inspiré bruscamente.
—Maddox...
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procaz. Era suficiente para escribir un libro que enseñara
cómo no deberían hablar las personas adultas.
—¿Qué expresión?
—Maddox…
—Cazada.
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—Aquí estáis… Por fin os encuentro. ¿Qué hacíais aquí solos?
—Lo han dicho las cartas, no yo. Yo no tengo ni idea de qué está
hablando —me defendí—. ¿Por qué nos buscabas?
Libby se olvidó enseguida del tarot del amor y se estiró un poco. Esbozó
esa sonrisa risueña que concentraba todo lo que, si no tenías de
nacimiento, no podías conseguir después. Ni poniendo todo el empeño
del mundo. Algunos lo llamaban encanto, y otros, magia. Yo lo llamaba
hoyuelos.
—Porque tengo una cita con Dristan esta noche y no sé qué ponerme.
Esperaba que tú me ayudaras porque me da mucha envidia tu estilo
elegante —me señaló. Luego, su dedo apuntó a Maddox—. Y a ti porque
sabes la clase de ropa que te gusta quitar.
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Liberty me silenció apartando la puerta del todo y levantando la maleta
que escondía detrás de ella: una más larga que sus piernas. Que
tampoco era muy difícil. Libby era un adorable cupcake de metro
cincuenta; todo rizos rojos y pecas hasta donde no debería haberle dado
el sol.
—Sabrás que no todos los hombres emplean tus reglas de tres, ¿verdad?
—Soy muy consciente. Si no, les iría tan bien que no habría tantas tías
para mí.
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—Es un sitio muy elegante —recalcó varias veces, mirándonos con
evidente nerviosismo—. He pasado por ahí varias veces cuando llevaba
a mi madre a ver a Jude: su consulta y el restaurante están en el mismo
edificio. Mientras ella la trataba, cerraba los ojos y me imaginaba que
era una princesa o algo así, y un hombre sexy me llevaba con un vestido
muy bonito. Como el negro de Audrey Hepburn...
—El cuento acaba antes de que lo tengan, así que yo diría que no.
Seguramente sean impotentes. Si el romanticismo fríe neuronas, ¿cómo
no va a freírte los huevos?
Se giró con gran dramatismo hacia Liberty y tiró de ella para sentarla
sobre él. Ella lo miró con sus ojos enormes, tan expectante que parecía
que fuera a revelarle un secreto de Estado.
—No puedo hacer eso —le replicó, poniéndole una mano en el hombro y
separándose para mirarlo bien. La menda seguía sobrando—. Hincharse
a comer delante de un hombre es la regla número uno de las cosas que
no puedes hacer durante una cita... Además de que luego me sentiría
gorda cuando me desnudase, me pasaría todo el sexo pensando que no
le estoy gustando y encima querría vomitar.
—Pues que te sujete el pelo y espere al día siguiente para verte desnuda.
Si te lleva a un buen restaurante, aprovéchalo. Haz que se arrepienta de
pagar la cuenta.
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—Kathleen, este tío quiere que mi cita fracase y me ponga más gorda
por el camino.
Le pasé un brazo torpe por los hombros y él se giró hacia mí. «Todo está
bien, no te preocupes», deletreó sin usar la voz.
Cuando Liberty volvió a aparecer, esta vez con un vestido de vuelo azul,
Maddox alzó la barbilla y volvió a sonreír. Los dos observamos cómo
ella giraba sobre sí misma antes de apoyar las manos en las rodillas de
Maddox y mirarlo con su sonrisa más bonita. Y con «su sonrisa más
bonita» había que tener en cuenta que se trataba de un arma mortal.
—¿A que te gustaría más salir con una chica vestida así que con una
camiseta enorme y unos vaqueros que llevaba a los diecisiete? —le
preguntó, ladeando la cabeza. Con el movimiento, un rizo rebelde le
tapó un ojo. Maddox tuvo la amabilidad de apartarlo...
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—Tiene que gustarte salir con la persona que hay debajo de lo que lleva
puesto. Si no, no vale. ¿Entiendes, bichejo?
—Está bien, nena —repuso él mismo, antes de que Libby pudiera decir
algo—. Ponte eso. Y ya sabes: ponte protección, espera a que sea
Dristan quien te bese, y si te lleva a beber procura no pasarte de las dos
copas... que nos conocemos.
Quise tener unas palabras con Maddox —un «díselo de una puta vez»
habría estado de maravilla—, pero una cara conocida me distrajo de mi
intención principal e hizo que se me encogiese automáticamente el
estómago.
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—Kathleen —dijo. De alguna manera se hizo escuchar por encima de la
música—. Tenemos que hablar.
—Amigo, aquí las camareras son como las obras de arte. Se miran, pero
no se tocan.
King puso una cara que nunca le había visto antes. Mezclaba el alivio
con la irritación, una combinación tan insólita y al mismo tiempo tan
lejana a lo que iba con su personalidad que se me olvidó qué podría
estar haciendo allí.
—No, pero que seas quien eres cambia las cosas. Tío, gracias por lo de
ayer —le dijo, dándole una palmada amistosa en el hombro—. Si quieres
hablar con ella puedes ir llevártela a la sala de descanso. Yo la cubro.
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Maddox me cortó con una sonrisa socarrona, esa made in Tredegar que
se reservaba para sacarme de quicio en momentos puntuales.
—Si King Sawyer quiere hablar, vas a hablar, nena. Ya lo creo que sí.
En realidad, no tenía ni idea de por qué lo hice. Lo que estaba claro era
que no podía comportarme como una cría de diez años, que no podía
huir de lo que ocurrió el día anterior y tampoco podía olvidar que podía
tener cierta culpa de lo que pudiera suceder entre King y Sheila. Porque
todo apuntaba a que había venido para contarme que, después de la
discusión, la chica lo había mandado a paseo. O no.
—He ido dos veces a tu casa y te he enviado tres mensajes —me dijo,
tomando la precaución de cerrar la puerta.
—Eres un encanto.
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lugar, y fingir que no me importaba no serviría para tapar el recuerdo
de la noche anterior. Así que simplemente lo dejé fluir.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me encierre en un zulo y me quede allí
a vivir para siempre? La vida sigue.
—Cambia de trabajo.
—No iba a decir eso. ¿Qué te hace pensar que acataré tus órdenes si no
permito ni que pongas un sillón mi sala de estar?
King avanzó unos cuantos pasos hacia mí. Yo retrocedí por instinto. Él
llenaba toda la habitación con su enorme corpachón. Daba la sensación
de presionar las paredes con sus hombros, metidos en un traje de corte
sencillo que le sentaba demasiado bien. Solo a él podían sentarle
demasiado bien las cosas. Pero hasta que no se probara la soltería, no
me iba a relajar en su única compañía. Aparte de que yo no estaba
preparada para quedarme a solas con un hombre. No cuando ese
hombre era una amenaza en mayúsculas, y me miraba de esa manera
que, además de preocuparme, encendía todo mi cuerpo.
—Solo con los que se creen que sus consejos son bien recibidos.
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—¿De rodillas entre tus piernas? Que conste que eres tú la que me está
tentando a responder de manera explícita. —Dio otro paso hacia mí—.
Me encantaría seguir flirteando contigo, pero voy a tener que insistir en
el detalle de tu ataque de ansiedad de ayer. Deberías dejar tu empleo.
No es el apropiado para una persona con problemas como los tuyos.
—¿He oído bien? —espeté—. Tú no tienes ni puta idea de cuáles son mis
problemas, así que guárdate los sermones al respecto y no me molestes.
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Esa idea evaporó mi entereza.
—Desde que te conozco no has hecho otra cosa que mentir —susurró
King, hablándole a mis labios entreabiertos. Reprimir el coqueto
impulso de mordérmelos me tomó una buena pelea con mi voluntad—. Y
debo agradecer que seas convincente negando que me quieres entre tus
piernas, porque no voy a tocarte mientras no me lo pidas verbalmente, y
la tentación de dar el primer paso si no lo fueras sería irresistible... —Se
inclinó sobre mí hasta hablar casi sobre mi boca. Añadió en voz baja—:
Pero no vas a colarme que no te ocurre nada, Kathleen. Te miro lo
suficiente para saber que te puede el miedo.
—Por fin vas a admitir abiertamente que te gusta jugar a dos bandas.
Vas a confesar que tus tonterías sobre que «miras a todo el mundo
igual» no eran más que eso: tonterías.
—Mira, no tengo tiempo para tus acertijos. Ni tampoco quiero saber las
soluciones. Termina lo que quieras decirme y lárgate. Estoy en el
trabajo y el tiempo que pase aquí me lo descuentan del sueldo, y tengo
suficiente con que me hagas perder la paciencia para ahora también
perder dinero.
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Lo solté todo sin respirar, y cuando terminé, me di cuenta de que estaba
sin aliento. King me observaba fijamente.
—Haz las paces con Sheila. Se siente muy mal por haberte tratado de
esa manera, y no estaba en sus cabales cuando coincidimos. Si puede
ser, hazlo antes de su cumpleaños —añadió. Se separó de mí, lo que
podría haber parecido una claudicación, pero que en su lugar solo fue
un «volveré cuando cargue las pilas»—. Me ha dicho que le gustaría que
fueras.
Suspiré.
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—Esa, por ejemplo, me ha servido.
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***
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Hacía unos años que había olvidado cuáles eran las normas de
convivencia, cómo se trataba a la gente y cuál era el protocolo a seguir
cuando se planteaba una situación del calibre. Es decir: tu compañera
de piso tratándote de puta cuando, por el contrario, siempre hablabas a
su favor cuando su novio te perseguía. Pero siempre podía improvisar y
tomar asiento en ese desagradable sillón beige que se reía de mí;
escuchar lo que tuviera que decirme como si me importara. Acabé
accediendo porque Jacobus Priest tardaba más en acicalarse que una
mujer coqueta, y más si vivía con una con la que se estaba acostando.
Me apostaba cualquier cosa a que estaba entrando a ducharse después
de un polvo.
Por mi parte estaba claro. Yo jamás olvidaba. Era un defecto que había
heredado de mi familia materna y que se había acentuado al no tener
hermanos que disculpar travesuras.
—Ya, eso es cierto, pero en mi caso no fue así. Verás, me... Esa noche
me habían dado una mala noticia, y esa tarde había discutido otra vez
con King por lo de las gargantillas, así que salí por la noche para
despejarme y bebí como desahogo. Estaba enfadada con el mundo antes
de empezar con el tequila, Kathleen, no tuvo nada que ver contigo. Le
habría soltado cualquier barbaridad al primero que se me hubiera
cruzado, incluso si hubiera sido mi ídolo o...
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Pero he de admitir que en ese momento me sentí excepcionalmente fría,
porque se notaba que era sincera y seguí sin inmutarme.
Me quedé callada al repetir para mis adentros lo que iba a decir. «Ten
presente que no soy yo la que se pasea delante de tu novio, sino tu novio
quien se pasea por delante de mí». Lo deseché rápido, avergonzada por
haberme planteado siquiera cubrir de mierda a King cuando en el fondo,
¿qué había hecho? ¿Mirarme de arriba a abajo? ¿Forzarme a ver una
película de acción con él y con Sheila? ¿Invitarme al Starbucks? ¿Entrar
en el baño sin llamar...? Lo del sillón era imperdonable, como tantos
otros elementos decorativos que me hacían mugir cada vez que me
chocaba con ellos, pero no merecía que hiciera mala propaganda sobre
él delante de su novia por una mala elección de mobiliario.
—Solo ten presente que no soy esa clase de mujer —dije al fin—. Y
seguro que King tampoco es esa clase de hombre.
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En eso estaba equivocada, pero me pareció excesivo señalar su error y
mantuve el gesto inexpresivo. O no, a lo mejor no estaba equivocada: en
el fondo tenía mejores cosas que pensar. El problema era que mi orden
de prioridades se había visto trastocado por una repentina afluencia de
hormonas.
«Lo que hay entre él y yo es puro pasatiempo», había dicho. «No estoy
enamorada de King».
—¡Claro que sí! —exclamó, con una sonrisa—. Le tengo mucho cariño.
Él y yo empezamos porque me dio una oportunidad con su firma, y me
impactó su manera de ser, de mirar... No es un hombre al que se pueda
pasar por alto, ¿sabes? Pero no despierta en mí esa necesidad de estar
solo con él, ni me imagino casándome y teniendo hijos con él, ni en un
futuro a largo plazo, a secas.
—¿Y qué es «lo típico»? —Hice las comillas con los dedos.
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—Ya sabes… Pareja con expectativas de futuro, con la que pasas por el
matrimonio, los niños, la hipoteca, los perros, etcétera. A nosotros nos
gusta divertirnos. Solos, juntos, en compañía de otras personas…
—Nope.
Empezaba a marearme.
—No entiendo nada —confesé, fuera de mis sentidos—. Será mejor que
me levante y me vaya… Mi padre me estará esperando.
Tragué saliva.
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Claro que estábamos bien. Después de haberme dado cuenta de qué iba
toda la historia, lo último en lo que pensaba era en ella o su arranque de
no-celos y no-posesión. La que no estaba bien era yo por el
descubrimiento. ¿Se suponía que King estaba flirteando conmigo porque
realmente esperaba algo de mí? No lo hacía por chincharme, o porque
le gustara como mujer, pero no lo suficiente para dejar a su chica… Lo
hacía porque de veras pretendía llevarme a la cama.
—Porque dice que no soy la mujer ideal para salir en las fotos de su
nueva línea de gargantillas, esa de la que te hablé hace tiempo. Me dijo
que me dejaría las diademas si al final los colgantes iban a parar a otro
cuello, pero ahora tampoco me quiere con las tiaras. Básicamente me
ha excluido del equipo.
—¿Por qué quieres hacer esa campaña? —solté con voz de pito.
Cualquier cosa para distraerme—. ¿Necesitas dinero?
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—¡No! —exclamó de inmediato—. Kathleen, en serio, ¿cómo puedes
pensar así? Surgió empezar una relación de este tipo, y acepté porque
siempre he sido muy liberal, ya está. Es solo mi concepto del amor y el
sexo, ¿entiendes? Hay gente que quiere una pasión destructiva, un
sentimiento eterno, y hay gente que prefiere salir a la calle con alguien
con quien no se cierre ni una puerta, aunque el precio a pagar sea no
morirse de amor por alguien. Yo soy de las segundas.
—Claro que hay. Hay muchas cosas. Solo confío en él para experimentar
con mi cuerpo y con otras personas; solo él me hace reír de esa forma.
Solo con él soy yo misma. Lo único distinto es que mi corazón no late
más rápido cuando viene a recogerme, ni me duele la barriga cuando
pienso en sus besos... Y todas esas cosas que tú escribías y que a mí me
hacían soñar. Por favor, no pienses que estoy con él por interés. Él y
yo…
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—Papá, ¿te tengo que recordar que te vas a casar? —pregunté una vez
estuvimos en el ascensor.
—Por supuesto que no, jaquetona, con la edad uno va madurando. Pero
que yo sepa, casarse no te convierte en un cegato, y esa mujer de ahí...
—Yo no he hecho eso nunca —se defendió, cruzando los brazos. Las
puertas del ascensor se abrieron y cruzó el umbral con una sonrisa de
oreja a oreja—. De todos modos, y para evitar pleitos futuros... ¿Por qué
no te echas un novio que sea abogado?
—Jaab.
—Solo es una broma, cariño. —Me pasó un brazo por los hombros y así
me llevó por toda la avenida principal, como si fuéramos colegas de
toda la vida—. ¿Aún no te has dado cuenta de que la mejor forma de
ligar es sacando de quicio a la mujer en cuestión? No con manoseos, así
que cierra esa boquita y olvídate de corregirme. Llevándoles un poco la
contraria ya las tienes en tu terreno.
Mi padre era esa persona que había nacido de buen humor. Era tan fácil
tocarle las narices que nadie sabía si tenía vena en el cuello. También
era ese hombre que no estudió psicología femenina porque vino con ella
instalada en el software. Por eso, tal vez, siempre fue mejor madre que
mi propia madre; siempre sabía lo que pasaba por mi mente, y ese día
no era una excepción. No se le pasó por alto que algo me irritaba.
—No creo que esa sea la actitud más apropiada para ir a comprar un
anillo.
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—Ni la tuya es la actitud más apropiada para ser un novio decente.
—¿King's Pleasure?
El sitio era amplio, estaba muy bien iluminado y gritaba «limpio». En las
vitrinas se exponían toda clase de joyas, en el aparador que servía para
cobrar se exhibían las mejores ofertas y al otro lado del mostrador se
encontraba la clase de mujer con la que King Sawyer se habría
acostado alrededor de diecinueve veces. Una copia idéntica de Sheila
Boyd, con la diferencia de que esta tenía los ojos más verdes y las
caderas menos redondas.
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anillo de boda. Otro más —añadí, mirando a Jaab con los ojos
entornados.
—¿Segundo matrimonio?
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hablaban de él como Bianca Pérez-Mora lo hizo de Mick Jagger: «mi
matrimonio finalizó el mismo día de la boda».
—Este es espantoso. Si vas a comprar algo de oro, que sea oro blanco,
no dorado... Es más fácil encontrar accesorios baratos en colores
plateados. ¿Por qué has cogido este? —Cogí otro al azar—. ¿Es que
quieres que se lo ponga en el meñique? Porque dudo que vaya a caberle
en el anular.
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El vello se me levantó tan bruscamente que acabé estirando la espalda y
la cabeza por la inercia. Los ojos de King estuvieron a la altura de los
míos cuando dejé de fijarme en que tenía los hombros casi encajados en
la puerta que daba a la trastienda. No me avergonzó estar casi segura
de que había presenciado mi episodio de engreída insoportable.
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Mi padre hizo honor a su marcada preferencia hacia los hombres
parecidos a él en ego, narcisismo y labia y soltó una carcajada,
declarando con el lenguaje no verbal que era de su agrado. Esperaba
que con Maddox tuviera suficiente, no sabía si sobreviviría como
decidiera reclutar también al rey.
Sonreí fríamente.
—En ese caso, ¿serías tan amable de explicarme qué hago aquí?
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de joyería que habían elegido. No hizo falta que levantara la cabeza
para saber que King me estaba mirando a la espera de un comentario.
—El señor Priest dice que Jessamine tiene los ojos color ámbar, así que
hemos acordado que ninguna otra gema podría sentarle tan bien como
esta. No es una piedra ámbar, sino un topacio amarillo distribuido en
varias secciones. El color significa optimismo, inteligencia y calidez, las
tres cualidades que el señor Priest realza de su enamorada. Hay tres
pequeñas piezas por ese motivo: cada una representa una de sus
virtudes.
—Uf, no. Me daría miedo que me dieran con la puerta en mis narices.
—Kathleen está segura de que todos los matrimonios del mundo están
hechos para fracasar, pero más concretamente los míos. ¡Qué digo! No
ya matrimonios, sino relaciones en general. Y no crea que no tiene
motivos, señor Sawyer, porque lleva la misma razón que un santo. He
pasado por el altar nueve veces, no exagero, y cada matrimonio acabó
peor que el anterior. Kathleen ha tenido que ver cómo el amor quedaba
enterrado bajo el libertinaje cada vez que me pedían el divorcio por una
infidelidad, y me temo que eso la ha afectado hasta el punto de
convencerla de que el amor no existe y una no se puede fiar de los
hombres. Por eso intenta sabotearme, sabotea a los demás y se sabotea
a sí misma...
—¿Se puede saber por qué diablos le cuentas todo eso? —mascullé—. Ni
siquiera te has expresado bien. No es que no crea en el amor, es que no
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creo en tu amor. Vas a machacar a esa pobre mujer como lo has hecho
con las demás, y lo sabes tan bien que ni me la has presentado.
—¿Papá...?
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cualquiera de mis orificios si le encartaba. ¿Lo decía porque ya no le
interesaba, o…? Cada vez entendía menos.
—¿Se puede saber cuál es mi tipo y por qué podrías saberlo tú? —le
escupí, tan enfadada que necesitaría otro cuerpo para repartir el
mosqueo sin explotar. Estuve a punto de propinarle una bofetada e irme
de allí, pero los beneficios de ser adulta en cuanto a los usos de la
fuerza física eran más bien exiguos. A partir de ahí empezó el problema
de tener que comportarme como lo que era, a lo que inspiré
hondamente—. De acuerdo, Jaab, ya has demostrado un gran punto.
Debería haberme quedado en mi cueva. ¿Hemos terminado?
Podía entenderla hasta cierto punto. Había sido una gran enamorada de
la joyería y los complementos caros hasta que regresé a la soltería, y
hasta que me cerré el grifo dejando de escribir. Pero ser asidua a la
bisutería no había cambiado mi buen gusto, y reconocía una obra de
arte cuando la veía.
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«Y si no fueras un cabrón provocador que hace el combo perfecto con
mi padre, el cabrón provocador número dos».
—He intentado llevar a una mujer a ver una película y a por un café al
Starbucks y me ha respondido con un bufido animal. Y como soy tenaz,
pero bajo ningún concepto un acosador, me he retirado,
conformándome con salir menos. Aunque tomaré tu consejo, porque no
me apetece ir por ahí con nadie más —dijo, apoyando los codos en la
mesa. Su nariz casi rozó la mía—. Ya te contaré cómo me ha ido.
—Te voy a señalar dónde. —Estiré el brazo y dibujé una línea recta en
medio de sus labios, y encima, otra perpendicular. Con esto quedó
trazada una cruz invisible que hizo sonreír a King—. Justo ahí.
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—¿Qué...?
—Date la vuelta hacia mí —me dijo King en voz baja. Su tono fue tan
convincentemente seductor que mis talones giraron al momento.
—¿Lo ves, muñeca? Tal y como imaginaba... Está hecho para ti.
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—¿Y esto qué significa? —logré articular, haciéndome oír por encima de
mis latidos.
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TE VI VENIR DE LEJOS, JUDAS
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—Porque tengo que trabajar...
Después, el actual tipo con el que estaba Liberty, apareció para felicitar
a Sheila, y Maddox sustituyó su exposición sobre la supuesta enemistad
ancestral entre los Rolling y los Beatles por un silencio violento. Y fue
silencio de las dos partes, la mía también, porque ambos compartíamos
la preocupación por las relaciones de Libby.
—¿Perdón?
—Lo que oyes. Siempre tienes que redirigir las conversaciones a mí, no
vaya a ser que, sin querer, toquemos algún tema que no te guste y se
pueda enfadar la chica. Sabes de qué va la amistad, ¿no? Es un toma y
daca. Si quisiera desahogarme a diario acerca de mi frustración
amorosa, iría a ver a un psicólogo; tú estás para algo más que eso.
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sentimental de la tía por la que ando loco. ¿No podríamos hacerlo al
revés, por una vez? ¿No podrías distraerme tú a mí de mis desgracias
contándome las tuyas? Estoy harto de ser quien te aleje de aquello en lo
que no quieres pensar, sobre todo cuando lo hago reviviendo mis
jodiendas.
—No me jodas —exclamó. Soltó una risa sin ganas—. Luego dices que
tienes mala suerte. El Destino se ha dado cuenta de que te interesa
Sawyer y ha favorecido. Es una señal.
—No me seas simple y retrógrada, K. Claro que hay imbéciles que hacen
eso; tu padre, sin ir más lejos, y que conste que yo recibiría una bala por
él… Pero no todo el mundo da asco. Ese es tu gran problema. —Me
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señaló con la bayeta—. Piensas lo peor de todo Cristo. Así, normal que
te dé miedo dar el paso.
—Pues abre esa boquita de piñón que te han dado tus padres y
pregunta.
—¿Por qué no abres tú la tuya para decir lo que te mueres por decir?
Exacto, miedo.
—La novia de Sawyer, ¿no? —cortó él. No acabé de comprender con qué
sentido lo dijo: por un lado, parecía recalcar que estaba comprometida
y que le fuera a otro con el coqueteo, y por otro, sonreía como cada vez
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que tenía en mente acabar la noche acompañado—. Maddox. Pídeme lo
que necesites, nena.
«Qué amargada estás, K…». Pues sí, lo estaba. Me era más fácil estar
enfadada con el mundo que admitir que me asustaba cada aspecto de mi
situación de entonces, que todo me venía grande, y que no sabía a dónde
ir. Todos lo tenían todo muy claro, y yo me encontraba en medio de la
nada. No reconocía la naturaleza de mis sentimientos, y mis principios
de toda la vida no encajaban con los de ninguna persona de mi entorno.
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Liberty no solo era mi fan número uno, sino que me intentaba llenar la
cabeza con posibles desenlaces sacados de su imaginación, además de
obligarme a escribirle una trilogía hasta al perro del protagonista.
También quería que un personaje inspirado en ella protagonizase alguna
novela. Si no le devolví el gesto, fue porque Dristan empezó a mirarme
con más interés.
—Aunque no creas que esto acaba aquí; soy muy fácil de impresionar y
no podría dejarte pasar, siendo toda una celebridad —continuó,
exhibiendo sus dientes perfectos—. Tengo muchas amigas obsesionadas
contigo que me agradecerían que les dijera que sigues viva.
—No lo creo.
—¡Oh, Dios mío, Swan! ¡Qué bonitos! —escuché que clamaba Sheila,
abrazando sus nuevos zapatos de tacón. El grito también distrajo a
Dristan y a Libby, que se olvidaron de mí sobre la marcha.
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todas mis desdichas, que también me observaba desde su lugar
privilegiado en el palco.
—¡No me lo puedo creer! ¡Son justo los que quería! —gritó Sheila,
dando saltos. Se giró y le plantó a King un beso en los labios—.
¡Gracias, gracias...! ¡Y dices que hay otro!
—No todas somos así, y tú mejor que nadie deberías saberlo como sex
symbol internacional. ¿Qué haces aquí, por cierto? —Lo miré
esperanzada—. ¿Vienes a ponerme a resguardo obligándome a volver a
mi puesto?
—De eso nada. —Me pasó una mano por la cintura y me pegó a él—. Es
que no quería perderme el espectáculo. Me sorprende que a Sawyer le
vaya una tía como esa y le vayas tú al mismo tiempo. Pensaba que se
podía ser o inteligente o gilipollas perdido, pero se acaba de cargar el
mito.
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—¿A qué te refieres? Sheila es guapísima.
—Y más tonta que un botijo —se carcajeó. Luego me miró con esa
enorme sonrisa de lobo—. Aunque no me importaría follármela. ¿Qué
opinas? ¿La enamoro de mí de un polvo para que deje a tu príncipe, o
esperamos a que lo dejen por causas naturales?
—Maddox...
—Kathleen...
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—No deberías estar aquí, Kathleen. No sin supervisión. Estás en tensión.
—Para demostrarlo, me puso las manos en los hombros que le había
ofrecido al girarme y deslizó el pulgar por una de las cervicales,
presionando la cadena de contracturas. Apreté los labios para no
suspirar. ¿En qué momento habíamos pasado al contacto directo? —.
Pero no he venido a insistirte en eso. ¿Por qué no vienes con nosotros a
cenar? Sheila...
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Un «oh» que fue creciendo en escala se extendió por la mesa. Uno dio
un golpe incluso, riéndose por el descaro.
—Pues por si algún día te cansas de ser virgen... —dijo, muy despacio.
Era el único que no parecía borracho—, aquí tienes mi número.
Le sonreí burlona.
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—Se han pirado hace unos minutos. Iban al pub nuevo que han abierto,
ese en el que trabaja Rae. Por cierto.... Eres experta ahuyentando tíos
que se mueren por tus huesos.
Señaló con la cabeza hacia su derecha. Fue por ahí por donde Liberty
apareció, tan agitada como de costumbre, y con dos bandejas encajadas
bajo cada brazo.
—¡Dox! Jaab está en la puerta, dice que no tardes, y... —Luego puso cara
de circunstancia. Hizo un gesto muy raro, moviendo las caderas—. ¿Me
podéis subir los vaqueros? Tengo la sensación de que los llevo por los
tobillos.
—Será de niño.
—Vete a...
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—Me lo figuraba… Los buenos nunca se comen una rosca.
—Era una broma, nena. Yo, con suerte, me casaré solo una vez.
Aproveché que estaba sola para ponerme —el ya constituido como una
leyenda— camisón beige. Encendí varias velas aromáticas con las que
decoré la mesilla del salón, me serví Seven Up en una copa elegante —
porque Sheila seguía teniéndole fobia al lavavajillas, y yo no iba a
limpiar cuando no me tocaba— y puse una película en la que volaran
vísceras al azar. Después me hice una bola en el sofá.
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noche. O al menos eso pensé, porque cuando abrí la puerta no me
encontré con ninguna Sheila borracha y con la libido por las nubes.
—Pues para ser escritora de novela erótica te has tomado muy poco
tiempo para los preliminares.
—No, está reservado a un grupo reducido del que solo formas parte tú.
Pareces inaccesible, pero luego leo todo lo que hacen tus protagonistas,
todo descrito con un detalle criminal, y me doy cuenta de que es
imposible que no hayas vivido cada escena tórrida en primera persona.
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—No deberías creerte todo lo que lees —murmuré.
—¿Tienes idea de cuándo fantaseo con las mujeres que beben vino
cuando están solas; con las que se visten de satén para ellas mismas? —
murmuró, con la voz ronca. Sus dedos pulsaban mi piel en busca de un
punto concreto—. Eres tan sensual sin proponértelo que me dejas sin
aliento.
—No.
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—Ella no soportaría que te tocase.
—Yo tengo algo que decir en todo eso, ¿no crees? —atiné a murmurar.
Su voz me estaba hipnotizando.
—Por supuesto.
—Ella no me interesa.
Tragué saliva.
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certeza de que no iba a tenerlo esa noche estuvo a punto de partirme el
corazón.
—No.
Tampoco estaría contigo mientras tuvieras novia. Lo… —Cogí aire—. Lo
siento.
—¿Esto no te convence?
—Kathleen… —siseó con voz irregular—. Dime que quieres que te folle y
lo haré.
—¿Ahora?
—Sabía que eras uno de esos Judas. Si me tocas… —Lo sentía crecer en
mi mano, bajo mis caricias canallas—. Serás un traidor y un infiel.
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—Pues que me corten la cabeza —susurró en mi oído.
Jadeé.
—Sí…, si no hubiera hecho tanto frío esta noche. También podría haber
ido a por otro, pero tu casa quedaba más cerca que la mía.
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ERES UNA PESADILLA DISFRAZADA DE SUEÑO
O quizá no. El problema principal con King era que yo… lo deseaba
contra mi voluntad. Con tanta intensidad que me preocupaba no saber
mantenerlo lejos. Sheila era harina de otro costal. Ella no suponía
ninguna preocupación.
Pero, aunque estuviese conforme con los sentimientos de esos dos por
mí… no podía evitar sentirme ahora violenta. Me querían desnuda en su
cama. Juntos y por separado. Eso siempre era chocante, y un poco
intimidante cuando no sentías lo mismo.
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Se suponía que Gavin iba a ser el nuevo Tyler Fox, quien me iba a
catapultar a la fama otra vez con su labia, sus manos mágicas y su
belleza innegable... Pero no. El que al principio era el colmo de la
perfección angelical, rubio y educado, ahora era un muñeco de metro
ochenta y cinco, barbilla partida, penetrantes ojos azules y dudosa
belleza… pero atractivo feroz. Un arrogante de padre y muy señor mío.
Un hombre obstinado y pertinaz. Y era el delirio eterno de la
protagonista, una mujer más bien normalita, de pelo y ojos oscuros y
que odiaba depilarse las piernas.
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King: Ya tengo algo de ti que los demás no.
Cerdo provocador: ¿Se tomó su tiempo para los preliminares esta vez,
tal y como Dios manda?
Cerdo provocador: Ya veo. Dudo que una chica como tú hubiera invitado
a desayunar a un tipo que no supiera unos cuantos movimientos.
Sí, debía ser eso último. Yo me había tragado muchos gemidos, muchos
azotes, muchos gritos de liberación orgásmica por su culpa. Seguro que
él podría lidiar con una imagen mental.
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fruncir el ceño. Según parecía tenía la poca vergüenza de mandarme
esa clase de mensajes delante de Sheila. Sí, sí, relación abierta, pero un
poquito de respeto, ¿no? Joder, ¿y si me los estaba mandando con Sheila
supervisando? ¿Y si los estaba escribiendo Sheila?
Apreté el paso, lo que hizo que mi frenazo al llegar al salón fuese más
brusco.
No era King Sawyer, pero era un hombre. Uno medio desnudo, que tenía
a una Sheila vestida a juego —o desvestida más bien— entre sus brazos.
—Dios mío, ¿de qué me extraño? —Solté una carcajada vacía—. ¡Es lo
que siempre haces! ¡No puedes parar...! ¿Lo sabe ella? ¿Lo sabes? —
pregunté, mirando a Sheila directamente. La culpabilidad se intensificó
de una manera en su mirada que podría haberme dado pena si no
estuviera sufriendo un ataque de pánico—. ¿Sabías que se iba a...? ¡Te
vas a casar, papá! ¡Te...! Oh, joder, Dios mío.
—Jaque...
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de cómo me sentaban estas cosas, te dije que no quería presentarte a mi
padre por esto!
Largo. Largo los dos. Ni siquiera quiero saber cómo pasó, ni dónde, ni
por qué... Solo... Iros.
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pantalones de pinzas, sin corbatas ni pajaritas... Solo él. Un tipo que era
lo bastante hombre para no fantasear con ninguno más.
Me esforcé tanto por sonreír que lo conseguí, y fue tan convincente que
King olvidó su expresión jocosa.
—Entonces esta vez he debido ir sin ellas, porque estoy muy satisfecha.
Y esta cara se debe a que estoy harta de que vengas a racanearme el
desayuno. A partir de hoy... —Tuve que callarme cuando alzó un paquete
que parecía contener cruasanes—. Da igual lo que hayas traído. Vas a
tener que desayunar solo en el pasillo, porque tengo cosas que hacer en
la calle.
«Estúpida».
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muy cerca de su cara, muy cerca de su nariz y de sus labios, de su
mirada chispeante. Estaba tan alegre como siempre.
—King...
Me sentí tan frustrada porque todo el mundo actuara así, por el poco
respeto, por la falta de lealtad, porque uno de los dos volviera a ser mi
padre y porque la otra fuera la mujer por la que King no se acercaba a
mí…
—¿Qué ocurre, corazón? —lo intentó una vez más, con ternura.
«Te deseo», le quise decir. «Te deseo, pero me harías lo mismo que hace
mi padre. Harías lo mismo que ya me hicieron».
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—Vivo en una pesadilla —confesé con un hilo de voz.
No sé por qué lo hice. Él me miró con esa seguridad feroz que parecía
decir que haría cualquier cosa para ahorrarme sufrimientos, que me
protegería de mí misma… Y olvidé cómo pensar. Me puse de puntillas y
lo besé. Para distraerlo de mi patética verdad, o para poder respirar
tranquila de una vez; para vengarme de los que preferían la pasión de
una noche al amor de sus mujeres... O porque si no lo hacía acabaría
entrando en un bucle de angustia del que no podría ni sabría cómo salir.
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—Nunca beses a un hombre así, si luego pretendes darle la espalda.
Me refugié de mi error y del suyo poniendo una pared entre los dos,
teniendo la prudencia de girar la llave. Sin pasar por el salón, me
precipité hasta mi habitación con el corazón en un puño y me encerré.
Apoyada contra la puerta, me palpé los labios colorados y húmedos, y
tragué saliva.
«¿Ahora qué?».
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después de tocar a la puerta tres veces y Sheila abandonó a la quinta,
concediéndome unas horas de sosiego.
Kathleen: Tal vez cuando mi vida dependa de ello. Por ahora estoy mejor
enfadada.
Cabrón de mierda: Solo puedo decir que lo siento, y que debería haberte
respetado. A ti y a Jessamine. Sabes que eres lo único que me importa y
no soporto que nos peleemos.
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miedo. De todo lo que me hacía daño, Theresa incluida. Por eso mi
madre y yo acabamos separándonos.
Idealista insoportable: Ahora que conozco a King, seguro que hace una
excepción.
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eso me daba cierto margen de huida, por si a King se le ocurría
visitarme, o por si se le ocurría a su novia y a él discutir delante de mí
sobre algo que me tocaba de cerca.
Debía alejarme de King Sawyer, y por un motivo más que era, muy a mi
pesar, el más importante: había resultado ser la clase de hombre que
era capaz de engañar a su novia. Sabía que Sheila se tomaría como una
traición que intimase conmigo, y lo había hecho igualmente. Yo no
necesitaba a otro tipo así en mi vida. Bastante tenía con mi padre, con
otro Jacobus Priest en potencia —como lo sería Maddox si se
descuidaba u olvidaba sus principios— y con mis recuerdos.
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Sheila soltó una carcajada seca y se cruzó de brazos. Estaba de perfil a
mí, pero podía ver perfectamente su expresión irritada.
King suspiró.
Inspiré hondo.
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King presionó la mandíbula.
—Lo siento por eso. Pero pensé que había que poner las cartas sobre la
mesa. Ella debía saber qué coño estaba pasando y clarificar la
situación.
—No eres la más indicada para hablar de eso. Te has tirado a mi padre,
un hombre comprometido. Lo mío no tiene más delito que lo tuyo, y en
mi caso no me arrepiento de nada.
—Lo que quieres es quitarme del medio para enrollarte con King sin que
me entere, ¿no? —espetó Sheila—. Pues me enteraré.
«Y una mierda».
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—Igualmente será inteligente que te vayas antes de que la tenga. En
serio, no quiero nada de esto en mi vida. No necesito problemas, ni
complicaciones, ni… —Levanté la vista del suelo—. Por favor, haz tus
maletas.
—¿Ahora vas a decir que por eso te gustamos? —me burlé. No me salió
del todo bien. Me tembló la voz al recibir en flash unos cuantos
recuerdos tórridos.
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Recordé lo que Maddox había dicho. «Me sorprende que a Sawyer le
vaya una tía como esa y le vayas tú al mismo tiempo».
La pregunta me pilló tan por sorpresa, igual que su cercanía, que dejé
de pulsar botones.
—Pero tú sí. Haber respondido mi beso fue como ponerle los cuernos.
Su reacción lo ha dicho todo. Y no me extraña ni que ella se ponga así,
ni me sorprende que lo hicieras. Sabía que eras esa clase de hombre.
—Sí —mentí.
—Cuando haga algo más que intentarlo, te darás cuenta de que eres tú
la que ha estado desperdiciando el tiempo… hasta que llegué yo.
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Me aparté de él con las piernas temblorosas.
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LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN
¿Me hacía eso una zorra? Quizá. ¿Me daba igual? También.
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—Eres una mujer rara, Kathleen Priest —me dijo después de escuchar
mi amplia disertación sobre los beneficios de vivir en un dúplex con
vistas a la ciudad.
—Desde luego que no. Es la mejor noticia que me han dado. Pero me
sorprende que te hayas plantado en mi recibidor con la propuesta de
vivir conmigo. Hace unos meses valorabas tu intimidad por encima de
todas las cosas.
—Sí, bueno, no hará falta que recites todos los problemas que tengo por
no pagar los recibos. Decías, entonces —continuó, apoyando la mano en
la cadera—, que yo pago la mitad y tú la otra mitad. ¿También
compartimos gastos variables? Luz, agua, Wi-Fi...
—Lo que son los estereotipos, ¿eh? Nos creemos que los libros
adolescentes y las comedias exageran, pero la realidad supera a la
ficción.
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—¿Es maja? Entonces, ¿por qué la has echado?
—De hecho, te iba a decir que las dos queremos lo mismo, por eso se
tiene que marchar. Además de otros problemas que no es de Dios
mencionar en medio de un pasillo. ¿Vas a hacer lo que te digo?
—Si pagas el Wi-Fi tú, termino la mudanza esta misma noche —propuso.
—Vale.
Unos minutos después, estaba bajando las escaleras del edificio para
reunirme con mi padre. Jaab me recibió abriendo los brazos, a los que
no me pude resistir. Llevaba histérica mucho tiempo y lo sucedido el día
anterior no mejoraba nada, sino al contrario. Tenía la amenaza sexual
de King muy presente.
—¿Por qué? Siempre has querido encontrarte a una mujer como esa.
¿Vas a dejarla marchar ahora que has descubierto que podría encajar
contigo...? —Sacudí la cabeza—. Olvidaba que tú nunca te enamoras de
ninguna, y que el problema es que nadie te gusta para comprometerte,
aunque sea a medias. Que no le da importancia a la fidelidad... Ya no se
le da importancia a nada.
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—Jaquetona, está bien que tú se la des —señaló, con su tono de sabio.
Casi volví a poner los ojos en blanco—, pero no todo el mundo es como
tú, y eso no está mal. Si dos personas están de acuerdo en estar juntas
bajo esas circunstancias, ¿por qué iban a ser menos válidos, o reales,
sus sentimientos?
Eso me cabreó.
—No tiene nada que ver con eso. Estábamos hablando de ti, un hombre
que encuentra placer haciendo las cosas a escondidas, arruinando a las
mujeres. Haciendo que lloren por ti. Fíjate: has dejado a Jessamine
sabiendo que estaba dispuesta a dejarte libre. En cuanto lo has sabido,
te has marchado. ¿Qué pasa? ¿Es que no tiene gracia estar con una
mujer si no puedes hacerle daño con tu inconformismo? ¿No te quedas
tranquilo hasta que una mujer no se siente insuficiente por tu culpa?
—También se nota que has vivido con ella. No sabes lo equivocada que
estás, Kathleen. Pero sí, mejor dejarlo aquí. Entremos.
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Tuve que dejar el interrogatorio para después al entrar en la joyería. Mi
incomodidad se esfumó para ser reemplazada por el fastidio. Otra
réplica exacta de Ciarán y Sheila estaba detrás del mostrador,
exhibiendo una sonrisa pintada. Gin podía decir que la realidad
superaba a la ficción, pero mi vida y la de King empezaban a parecerse
a la del millonario y la chica humilde. ¿Qué protagonista que levantaba
pasiones solo contrataba a tías buenas? ¿Todos, puede ser?
—No recuerdo haber pisado esta tienda las veces suficientes para que se
acuerden de mi nombre.
Esa fue toda la conversación, pero no me hizo falta saber mucha más
para tener claro que había gato encerrado. Me giré para mirar a mi
padre cuando supe que de la dependienta no sacaría mucho más que
una sonrisa de plástico. Mis sospechas se confirmaron no solo porque
Jaab estuviera fingiendo despreocupación mirando a las musarañas,
sino porque King apareció unos minutos después.
—¿Qué haces aquí? ¿No se supone que fue una casualidad que
coincidiéramos la otra vez?
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Dejé de intentar vocalizar cuando lo vi acercarse a mí con la
determinación grabada en los ojos. Fuera lo que fuere que se proponía,
hizo que me un estremecimiento me envolviera y sacudiera entera.
—La primera vez fue una casualidad; esta no. Tu padre ha sido tan
amable de sacarte de tu cueva y traerte aquí para que pueda hablar
contigo, algo que rehúsas hacer no contestándome los mensajes. ¿Por
qué no lo haces, Kathleen?
Abrí los ojos como platos. Una parte de mí —esa retorcida y que
despreciaba con todo mi ser— se removió con agitación, ansiosa por
una demostración. Pero eso fue una ínfima y diminuta esquina de mi
lado irracional. El resto de mi cuerpo, cien por cien objetivo, reaccionó
con una mueca desdeñosa.
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quieras que lo haga cuando, en tus palabras, solo pretendes regalarme
una noche.
—Tu lenguaje corporal —sentenció. Y tenía razón, porque bastó con que
se volviera a acercar, enredando su brazo en mi cintura, para que mis
tobillos se hicieran gelatina. Cuando siguió hablando, fue apoyando los
labios en mi pómulo. Acarició mi piel con nubes de aliento masculino—.
No puedes negar que empiezas a temblar cuando entro en la habitación
en la que estás. Cada vez que te toco sientes la misma corriente que yo...
Es más que energía. Ni siquiera necesitamos tocarnos para que salten
chispas.
Reuniendo todo mi coraje y rabia, que juntos no eran poco sino más
bien demasiado para que un hombre pudiera pelear contra ellos sin
armadura, lo empujé por el pecho. Mi cuerpo entero ardía por él incluso
al poner distancia.
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—¡Eso no justifica nada! —exclamé, fuera de mis casillas—. ¡Has sido
capaz de hacerle daño a Sheila, sabiendo que le dolería! Los dos
lidiaremos con nuestro arrepentimiento por separado.
—Sí. Aún está gestionando el enfado, pero entiende que era injusto por
su parte intervenir en algo que solo nos concierne a ti y a mí.
Kathleen..., llevo aguantándome las ganas de meterme entre tus piernas
desde que te vi, pensando que se me pasaría y que no tenía importancia,
que no eras más que un capricho; ese bomboncito que plantan en la vida
de un hombre al menos una vez para poner a prueba su fidelidad.
¿Crees que no habría podido mantenerme lejos un día más apartándote
de mí cuando me besaste? Joder, muñeca, te vi medio desnuda dos veces,
y ese camisón de mierda no deja nada a la imaginación. Si pude
resistirme a eso, podría...
Lo miré incrédula.
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—¿Y para qué quieres seguir con ella si no te quiere? ¿Es que tú sí?
¿Estás enamorado de ella?
Me dio tanto miedo la respuesta que podría definir ese momento como
«el punto de no retorno». Ya no podía volver atrás, cuando King solo era
un elemento molesto... si es que fue solo eso alguna vez. Ahora me
importaba. Tanto que esperé que se manifestara con el corazón
encogido, sabiendo que cualquier respuesta me dolería.
Despegué los labios. Primero para hacer hueco en mis pulmones para
un poco de aire. Segundo, para hacer el amago de responder a algo así.
Nada salió de mi boca. En realidad, entendía que no quisiera dejarlo
todo por mí. Él tenía algo con Sheila que no tenía conmigo. Tiempo. Una
historia. Se conocían el uno al otro. Él y yo éramos simple atracción y
quizá algo de complicidad, pero no era suficiente para renunciar a
alguien que le hacía feliz.
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atrás que me moría por un beso. Ya no podía engañarle a él, porque
había revelado mi posición, y esa era de marcada inferioridad: podría
hacer conmigo y mi cuerpo lo que quisiera. Y ya no podía convencer a
nadie de que estaba mal, porque Sheila no era un obstáculo. Ya no.
Pero seguía estando mal... Hasta cierto punto. Que los temores ganaran
en peso no significaba que no hubiera una fuerza superior que me
arrastraba inexorablemente hacia King. Podía llamarse destino, o deseo,
o que sus ojos no solo parecían especiales, sino que lo eran. Fuera cual
fuere su nombre propio, latía entre los dos, y era innegable.
Desgraciadamente.
—Creo que yo tengo algo que decir sobre eso —me escuché decir de
fondo. La sangre se me había concentrado en los oídos.
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discurso, liarlo todo para sacarme de quicio, luego hablar con Sheila y
arreglar las cosas...
—Por supuesto. Te describí. —Mi ceja alzada le dio una idea, porque
sonrió como el malo de la película—. «Pamela, si pasa por aquí una
mujer de piernas infinitas, ojos castaños rasgados, cuello elegante y
humor de perros, llámame inmediatamente». Podría jurar que no me ha
faltado nada... —Se inclinó sobre mi garganta para dejar un beso
húmedo que me puso delirar—. Y ahora, muñeca, voy a...
King estiró los labios en una mueca tan cruel como sexy que me puso el
vello de punta.
Lo tuve claro sin necesidad de que lo dijera. Era cuestión de tiempo que
su pasión me acabara consumiendo. En sus ojos azules estaba escrito el
motivo por el que debía salir corriendo. No iba a darme cuartel, porque
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me quería a mí, y si quería algo, se esforzaba por tenerlo. Y a Kathleen
Priest, en realidad, ya la tenía.
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QUE EMPIECE EL JUEGO
—Ya te la has puesto. Varias veces —señalé—. ¿A qué tiendas vas, que te
dejan devolver las cosas después de haberlas probado?
—A las mismas que tú, solo que soy lo bastante lista para saltarme las
normas sin que me pillen. Como puedes ver, no parecen ni estrenadas. Y
no les quité la etiqueta; se la cosí con puntos de quita y pon a la manga
para que no se moviera.
138/416
—Mi hermana me contó un chiste hace tiempo en el que se mencionaba
una idea parecida, y me pareció muy interesante. A lo mejor ella la sacó
del libro. Es probable; le gustan todas esas novelitas románticas que son
un éxito en ventas.
Me dio dos días de margen para hacerme a la idea de que pronto sería
una cautiva en su habitación: cuarenta y ocho horas que invertí en
imaginación avanzando unas cuantas páginas con el libro de Gavin. Ni
que decir tiene que, a esas alturas, Gavin ya no era Gavin: no como lo
imaginé en su primera definición, al menos. Ahora era la clase de
monstruo seductor que aplaudirían las seguidoras de mi obra.
Justo lo que querían leer. Y justo lo que yo quería evitar cuando decidí
volver al gremio.
—¿Estudias?
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sexy que era la fantasía de todas... La nueva era una rubia
despampanante, y Raeghan habría cerrado el quinteto con su
aire indie y sus rasgos gatunos. Se había dedicado a engatusar a los
«amantes de la edición coleccionista», como llamaba Maddox a los
pocos que la encontraban atractiva.
Ginebra sonrió.
—No, es solo que tengo una teoría. —Se aclaró la garganta y apoyó una
mano en la cadera. Era un gesto muy típico en ella—. Hace unos años
hice un estudio no-oficial sobre la correlación entre la variable
«gustarte los animales» y la variable «ser buena persona». No me hizo
falta indagar mucho para descubrir que, si tratas bien a los animales,
eres inofensivo.
—No creo que eso sea del todo cierto. Hitler era vegetariano y tenía
perros, creo.
Me reí.
—Otro punto a tu favor. —Me apuntó con el dedo—. Me gusta ese rollito
de «cada uno a lo suyo».
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El timbre interrumpió nuestra charla. Me molestó. Me gustaba su
conversación. Ginebra era una mujer con buen humor y que siempre
sabía lo que decir de manera que le interesara a todo el mundo. Era
como si la hubieran educado para agradar a los demás.
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En lugar de quedarme boquiabierta, volví a sonreír irónica.
—¿Quieres decir con eso que te vas a llevar de una vez ese jodido sillón?
—Si quieres las dejo aquí —dijo en voz baja, atravesándome con la
mirada. Logró su objetivo de retenerme en el espacio y parar el tiempo.
—No veo por qué. No necesito ningún Rolex, y odio ponerme cinturón.
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—Conmigo cerca no te haría falta... Aunque teniéndome lejos, me
atrevería a decir que lo necesitarías. No me imagino cómo mantendrías
una treinta y seis en su sitio si un día te olvidaras de cenar.
—¿Cuál es mi tipo?
—Pues cómo se nota que la gente cambia, porque ahora me pirran las
delgaduchas con tetas pequeñas.
—Bueno, los halagos no sirven… A lo mejor eres de esas a las que les
gusta que las piquen.
Como no hacía falta que terminara de hablar para saber lo que quería
decir, le cerré la puerta en las narices y luego me palmeé los muslos,
satisfecha. Miré a una Gin paralizada y con las cejas en alto, que me
estudiaba a su vez como si fuera un ser mitológico. Ya me imaginaba
qué era lo que se estaba preguntando.
143/416
—Pues yo diría que está consiguiéndolo.
Despegar los labios para preguntar qué era fue un error, porque así
tuvo un mejor acceso a mi boca al besarme. Tomó mi rostro entre las
manos y presionó mi pecho contra el suyo mientras me devoraba con
todo lo que tenía, levantándome los pies del suelo.
King bajó las manos de mis mejillas a mis caderas, y rodeó mi cuerpo
para agarrarme de las nalgas, que apretó con tanta fuerza que casi me
volvió a levantar del suelo. Mis brazos ignoraron lo que mi lado racional
gritaba, y lo estrecharon con el ansia más viva. Todo el vello se me puso
de punta, incluido el de la nuca. Cuando sentí su dureza contra mí, supe
que estaba todo perdido, y ahí me abandoné a un beso que se convirtió
en un manoseo frenético y desesperado que acabó conmigo
trastabillando hacia atrás, y con él muy despeinado.
—Vete acostumbrando.
144/416
***
Si no se había olvidado algo, era que lo necesitaba. Si no, que quería ver
un partido de fútbol europeo y había instalado los canales en nuestra
tele en lugar de la suya porque le gustaba verlos con Sheila; y si no, Gin
lo había invitado a tomar algo en casa.
Excepto esos días que quedaban porque se caían bien o porque Gin
necesitaba que le arreglase algo —al tío también se le daban bien los
trabajos manuales—, acostumbraba a dejarnos solos con la ilusión de
que intimáramos. Había declarado en varias ocasiones que, si no estaba
contenta con él, ella se encargaría de redirigir la atención de King a su
persona. Sabía que no lo decía de broma. Se le notaba en la cara que le
encantaría estar con un tío como él. Se pirraba por los hombres ricos. Y
él era rico y atractivo, lo que lo convertía en un hombre de su tipo. Lo
que no sabía era si sería capaz de meterse en… lo que fuera que
tuviésemos King y yo.
145/416
—Deja de insistir o al final pagas el Wi-Fi tú —amenacé—. No me da la
gana de ser la segundona y se acabó.
—No me puedo creer que acabes de decir eso —repetí, con los ojos muy
abiertos—. Córtate un poquito con el humor negro, ¿no?
Para mí era evidente que King había sobornado a Ginebra para que me
hablara bien de él, como si por unas palabras bonitas fuera a cambiar
de opinión. Con lo que no había contado era con que mi padre y Maddox
también me vendrían con la misma perorata: uno mencionando a King
en cada una de sus llamadas, y el otro susurrándomelo al oído cada vez
que pasaba por mi lado.
—¿Qué edad tengo? Nena, yo soy Peter Pan. No pienso crecer para ir a
la par con mis años, y menos para complacer a la amargada que llevas
dentro. Dale una alegría al cuerpo.
—Ya que has venido, podrías haberte traído a Dristan —le dije sin
mirarlo, pasando la bayeta para limpiar la barra—. Libby está
desesperada por verlo.
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King fingió no escucharme y se levantó un poco para pegar la boca a mi
oreja.
Llevaba una camisa negra abierta por el cuello, remangada por el codo,
y ese reloj discreto y elegante que se dejó en la habitación de Sheila.
Evité fijarme en sus musculosos y velludos antebrazos devolviéndole la
mirada. Sus ojos brillaban más que los neones.
—Ah, que le has hablado de mí. ¿No sabes conquistar a las mujeres sin
público?
El tipo se rio. Era solo unos centímetros más alto que King, pero
parecían de la misma estatura por ese aire de arrogancia que le ponía el
cuello tieso. Era menos ancho, pero estaba más fibrado —lo percibí
gracias a la estrecha camiseta de algodón—, y por concluir con las
disimilitudes… No había nada de feo en él. Era una versión de King un
poco menos masculina y menos elegante, pero llena de personalidad y
encanto. Tenía el pelo negro rapado al uno, la barba de dos días y unos
chispeantes ojos claros. Me miraba con interés, entre divertido y
curioso.
—No me extraña que te esté dando calabazas. Eres muy poco para ella.
Debería intentarlo yo.
Lo que yo decía.
—Os noto un poco necesitados. Aquí se viene a beber, no a ligar con las
camareras. Pero si lo que estáis buscando es un par de chicas, os puedo
recomendar un muy buen sitio en el extrarradio de la ciudad.
El tipo silbó.
—Eso no ha sido nada bonito, preciosa. ¿Por qué iba a pagar por
compañía pudiendo ganármela?
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—No le hagas caso, eso ha sido un simple ejemplo de mecanismo de
defensa —intervino King, quemándome con la mirada—. Lo usa cada vez
que le dicen algo bonito, porque tiene miedo de que la traten como a
una reina.
Y tan sucio.
148/416
—No, aunque reconozco que soy del tipo planificador.
Me miró con tanta intención que tuve que buscarle el segundo sentido
hasta a mi nombre. Él se rio al verme poner los ojos en blanco.
149/416
Agradecí que Maddox hubiera tomado el relevo a Fiona, la nueva, para
poner la música a toda pastilla. Así, King no pudo escuchar mi suspiro.
—No entiendo por qué te tomas tantas molestias —jadeé—. Puedes liarte
con quien te dé la gana. Ninguna de las chicas de antes se opondría.
150/416
aceptación no verbal. Yo nunca le diría que me dejase en paz porque una
parte de mí no quería que lo hiciese… Y él lo sabía.
El corazón me latía tan rápido que parecía que estaba a punto de caer
por una pendiente.
Tragué saliva y, sin pensar, viré sobre mis talones y lo miré. Lo que vi en
su expresión me dejó fuera de juego. Aquel hombre realmente
quería tenerme. Realmente me deseaba.
El impulso de besarlo fue tan intenso que lo aparté con las dos manos y
fui a refugiarme al baño de los empleados, donde si no metí la cabeza
bajo el chorro de agua fue porque no cabía. Me empapé el cuello, el
pecho, las mejillas… Estuve refrescándome hasta que la voz preocupada
de King me llegó desde el otro lado de la puerta.
Podría haber hecho oídos sordos y quedarme allí un rato más, pero
después de tanta provocación… Estaba llena de adrenalina. Me sentía
valiente, capaz de hacer lo que quería. Así pues, con la mano
temblorosa y el corazón a mil por hora, giré el pestillo y abrí.
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Me agarré a sus tensos bíceps para no caerme mientras me obligaba a
retroceder. En el momento en que mi coxis dio contra el borde y su
lengua alcanzó la mía, inundándome con su sabor ya familiar, King me
elevó por la parte trasera de los muslos y me sentó sobre el lavabo.
152/416
Tenía claro que no, pero entonces sostuve su mirada embriagada por la
situación y mi cuerpo recibió un latigazo de deseo a modo de castigo
por haber pensado lo contrario.
—Kathleen.
Dejé de hablar cuando esa mano que me sostenía se metió bajo el polo y
trasteó en mi espalda, desabrochándome el sujetador con una sola
mano. Aquello podría haberme hecho reír si su mirada no fuera
solemne. Su enorme palma cubrió uno de mis pechos bajo la ropa. Su
calor casi me hizo cerrar los ojos.
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Lo último que vi antes de que me besara hasta con los dientes, fue su
sonrisa ladina.
—Lo estaré el día en que lo haga... —musitó pegado a mis labios. Me dio
la sensación de que no soportaba la idea de alejarse de mí, aunque solo
fuera para respirar. Yo tampoco quería hacerlo, por eso me dolió que se
fuese apartando lentamente—, pero ese día no va a ser hoy. Tenemos
que disfrutarlo los dos, muñeca, y follarte en un baño sin estar
preparada solo te hará daño.
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estado una década sin un hombre, aunque no hubiera querido, aunque
no me hubiese encontrado bien.
Tragué saliva varias veces antes de encerrarme otra vez, como siempre,
intentando ponerme a salvo de lo que me perseguía. Apoyé la espalda
contra la pared de la sala de descanso y traté de acompasar mi
respiración. «Ese día no va a ser hoy». No sonaba nada a «No te quejes,
sabes que te va a gustar».
La lejanía de King tuvo su efecto sobre mí. Poco a poco, esa excitación
se fue evaporando, y en su lugar me invadió el pánico por lo que había
estado a punto de hacer. Llevaba tres años sin dejar que nadie me
tocara, ¿y ahora dejaba que lo hiciese un tipo con los antecedentes de
King, para el que solo sería… un coño al que recurrir de vez en cuando?
Fui a responder que debería haberlo hecho, que King tendría que
mantener distancias, que necesitaba que me dejasen en paz, pero
llevaba así demasiado tiempo y por fin… Por fin quería a alguien cerca
de mí.
—No es eso.
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—¿Entonces?
Mi voz se apagó.
—No creo que esté preparada para que me traten bien —musité—,
¿entiendes?
Maddox tomó una de mis manos y se la llevó a los labios. Me sonrió con
ternura.
—Claro que lo estás, nena. Nadie te ha tratado mal desde que volviste;
la única que lo hace últimamente… eres tú misma. Deja que la gente te
cuide. Déjanos —corrigió.
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QUERER ES PODER
La friolera que me daba cuando veía esos besos figurados en los textos
rozaba lo surrealista. Esa imaginación que me había abandonado y que
pensé que no recuperaría jamás, había vuelto. No en el sentido en que
yo quería —para ayudarme a escribir de nuevo—: ahora mi lado
fantasioso se dedicaba a reflexionar sobre cómo se las apañaría para
robarme esos besos textuales.
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Agradecí que no anduviera cerca en el momento en que suspiré, porque
ese suspiro no tenía nada que ver con la resignación.
...O no.
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—A ver. Lo primero, trata de tranquilizarte. Y lo segundo… No es
ninguna tontería si te ha puesto así. —Miré a Maddox—. ¿Tú lo sabes?
Él asintió sin despegar la mirada de ella. Liberty soltó una carcajada sin
vida que me puso el vello de punta.
—Solo he sido una estúpida… una vez más. Aún no aprendo que no hay
nadie en este mundo capaz de quererme. Ni siquiera respetarme, en este
caso.
—King me dijo ayer que podía encontrar a Dristan en un pub con... con
sus amigos. —Despegué los labios para intervenir, pero ella me cortó
enseguida—. Ya sé que todos me decís que no debo estar encima de los
hombres, y que tengo que dejarlos hacer su vida, esperar que me
busquen, hacerme de rogar... Lo sé muy bien, siempre intento ceñirme a
ese patrón de cosas que no hacer, cosas que sí hacer... Pero es que lo
echaba de m-menos. —Se le escapó un puchero—. Así que me salté esa
regla y cuando fui... Tenía... Él... Estaba... Y-yo...
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Se mordió el labio para no romper a llorar de nuevo, pero fue
inevitable.
—Eh, deja de echarte la culpa —corté—. Tienes que aprender de una vez
por todas que, si un hombre te engaña, es porque él no vale la pena. Ni
merece tu tiempo, ni tus lágrimas, ni tus pensamientos. No puedes
machacarte a ti misma cada vez que alguien te deja o te cambia. No es
justo para ti...
Sonó tan segura que parecía haber dicho algo tan cierto como que la
Tierra era redonda, y eso me asustó tanto que casi se me contagió el
llanto.
Tragó saliva.
—Pero ya está... No pasa n-nada. Supongo que es cierto eso que se dice,
de que hay mujeres que te alegran la piel y otras que te calientan el
alma, y yo solo soy… de las primeras. Un apaño temporal e
intrascendente.
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Yo no sabía qué hacer. Jamás había visto llorar a alguien de esa manera,
completamente destrozado… Excepto a mí misma. Por eso casi me
rompí con ella, porque sabía lo que era estar herido en el único lugar
donde no se podían poner tiritas. Liberty tenía el corazón partido, pero
no porque Dristan la hubiera engañado y despachado. Había muchas
otras cosas detrás de eso. Inseguridad, baja autoestima, desconfianza…
Y eso ya no era un problema externo. Era algo que formaba parte de sí
misma.
—No está hecha la miel para la boca del asno. Todos esos tíos te tienen
miedo. Saben que no están a la altura del amor que les das y se asustan.
—Hizo una pausa, cabreado por no saber qué hacer. Me miró tan
preocupado que por un momento pensé que iba a llorar él también—.
Vamos, bichejo. ¿Quién no iba a quererte a ti?
—Eh. —La retuve antes de que salieran—. Tienes tres días para
mejorarte. Uno para llorar, otro para llegar a conclusiones que te
favorezcan, y un tercero para comprarte un vestido bonito. El sábado
iré a recogerte e iremos a bailar, ¿de acuerdo?
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—En tres días no creo que haya llorado todo lo que necesito.
—Sé que es muy tentador lamerse las heridas, pero no van a curarse
nunca si les metes el dedo. El sábado nos veremos —insistí—. Si no estás
lista, tendré que agarrarte del brazo.
—Kathleen —me llamó el jefe, como siempre dando vueltas para ver si
todo marchaba correctamente—. ¿Estáis Fiona y tú solas? ¿Dónde
puñetas se han metido los otros dos?
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no le correspondían, como ayudar a los transportistas o pagar a
proveedores. Pese a eso, Brennan no se había molestado en aprenderse
su nombre. También, quizá, porque Rae no se había molestado en
corregirlo cuando se había dirigido a ella de esa manera. Era de las que
preferían farfullar insultos por lo bajo y hacer cortes de mangas en
cuanto se daba la vuelta.
—Por el momento podemos solas, pero parece que será una noche
larga, así que sería mejor que la llamara.
Las horas pasaron rápido, en parte gracias a la charla con Rae y los
comentarios que le soltaba a todo el que se atrevía a ponerle una mano
encima. Sobre las dos de la madrugada terminé el turno, molida
físicamente y hecha polvo en el resto de los sentidos. Solo quería llegar
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a mi casa, tumbarme en la cama y llorar porque el mundo era injusto.
Había días que era mejor no levantarse.
—Un
buen amigo, ¿no? —le solté, con la cara descompuesta por la rabia—.
Un buen amigo que sería buen novio, dijiste. Y que la chica le gusta. —
Me reí sin humor, envenenada—. Así es como os lo montáis ahora los
ligones, aunando fuerzas para tener a las mujeres contentas sin levantar
sospechas hasta que las engañáis. Debería haberlo sabido. La palabra
de un tío que traiciona a su novia porque otra lo pone cachondo no vale
nada.
—Lo juro. —Levantó las manos—. Es un buen amigo mío, sí, pero eso no
significa que sepa cómo trata a sus parejas o cómo se maneja en una
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relación. Me preguntaste si se podía confiar en él y yo dije que sí,
porque puedo hacerlo.
—¿Me estás diciendo que no sabes cómo trata un muy buen amigo tuyo
a las mujeres? Salís juntos, King. Habéis venido cientos de veces al Rock
& Blues junto. ¡Hasta le dijiste a Libby dónde podría encontrar a
Dristan! Sabías lo que estaba haciendo con esa otra mujer, y la enviaste
para que lo viese…
Me tensé de golpe.
—En serio —insistió, aún con una postura defensiva—. Sabía que
Dristan estaría por allí porque me lo dijo. ¿Qué iba a saber yo que
estaría con otra? Me parece ilógico que pagues conmigo lo que le han
hecho a Liberty. Te aseguro que te hablé de corazón cuando me
preguntaste.
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—Yo no te he mentido a la cara nunca. Ni a ti, ni a Sheila. Puedo ser
promiscuo, pero no un mentiroso. Son dos pecados diferentes.
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Odié que le resultase tan fácil leerme. No supe lo que responder durante
un rato. Esperaba una discusión plagada de gritos, recriminaciones
incluso. Esperaba que King se diera la vuelta, desesperado, y me
mandara al carajo por indecisa y… frígida. Pero no fue así. Había un
hombre interesado en saber qué necesitaba y cómo podía dármelo.
King dio otro paso hacia delante, pero yo retrocedí enseguida, tan
contrariada que no sabía a dónde mirar. Era difícil afrontar una
situación que no había vivido antes, o de la que no recordaba cómo
salir. Había estado defendiendo lo que yo quería con absoluta
indecisión, porque ni siquiera estaba segura de que eso importara.
Nunca fue ni remotamente relevante, ¿por qué iba a serlo ahora?
La sola idea de pasar de nuevo por algo así me dio ganas de llorar.
No sabía si era cosa mía o de verdad fue así, pero me pareció que lo
pronunciaba con acritud. Clavé la vista a mis zapatos un momento,
avergonzada por haberle pedido algo así. Darme cuenta de que no sabía
dónde estaba de pies, dónde quería estar o a dónde me llevarían mis
decisiones me hizo experimentar un vértigo que casi derivó en un ataque
de ansiedad.
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fue más comprensiva y decidida que azul—. Solo responde una cosa.
¿Me deseas?
—Porque no quiero que pienses que tiene que ver con que… siento algo
por ti.
—Claro que sientes algo por mí, igual que yo lo siento por ti. Por eso te
estoy pidiendo que pongas las reglas. Yo las acataré —prometió,
mirándome con toda esa sinceridad que pesaba más que él—. ¿Quieres
salir conmigo? Saldrás conmigo. ¿Quieres sexo ocasional? Tendrás sexo
ocasional. Solo dime qué quieres que haga —habló muy despacio—, y yo
lo haré.
Pasar página ya.
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—¿Me dejarás si te digo que me dejes? —balbuceé.
—Lo sé. Y, aun así, te vemos de vez en cuando. Así de fuerte debes de
ser, capaz de brillar en la oscuridad.
King se inclinó para besarme en los labios. Iba a ser un simple sello, una
ofrenda de paz temporal, pero las chispas saltaron en cuanto entró en
contacto conmigo y acabó invadiendo mi boca. Lo hizo muy despacio,
como si quisiera escribir su nombre con la lengua. Me acarició la
barbilla, las mejillas y el pelo con los dedos hasta que me relajé entre
sus brazos.
Él se rio suavemente.
—No —murmuré.
—Lo segundo.
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LIKE A VIRGIN
Liberty tenía los viernes libres y el fin de semana le tocaba currar a los
de los turnos festivos, así que estuve sin verla un par de días hasta que
llegó el sábado. En teoría habíamos quedado para salir de fiesta, y
pretendía llevarlo a la práctica, aunque la idea me produjera una úlcera
estomacal. Todo fuera por subirle un poco el ánimo, y también por
evitar un par de días más a King, quien había tenido la amabilidad de
darme espacio mientras le daba vueltas a su proposición.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta que haga de novio celoso? Mira que aún no
me he metido en faena con los «llevas demasiado escote». Ni lo haré
nunca. Nunca se lleva demasiado cuando se tienen tus tetas.
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Siendo una preciosa y exótica mulata de ojos verdes, podría ponerse el
escote que quisiera, cuando lo quisiera, y tener el aspecto de una reina.
Casi podría haberme deprimido que estuviera tan guapa con un pijama,
si no me sintiera invencible con mi Chanel clásico; un vestido negro de
corte por encima de la rodilla y abierto hasta medio pecho. Una de las
pocas cosas que me había permitido conservar de mi… digamos… vida
anterior. Y no hablo de reencarnaciones.
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Desencajé la mandíbula y lancé una mirada desesperada al cielo,
preguntándome por qué Dios me había rodeado de hombres con los que
era imposible cabrearse. Muy lejos de forzar mi irritación para darle
una lección por dejarme tirada, le deseé suerte en la tarea de encauzar
el futuro de su hermano problemático. Declan O’Neil coleccionaba
problemas con la ley. Se movía en unos círculos muy poco
recomendados. Sus amigos y él cometían actos vandálicos, además de
delitos —como robos—, y participaba en organizaciones ilegales que
promovían la violencia e incitaban al odio. Pasaba largas temporadas
fuera de casa, lo que era un alivio para la familia, pero cuando
aparecía… Maddox tenía que estar allí para procurar que no se
acercase al pequeño de la familia, ni lo contagiara con su espíritu
antisocial. Lo entendía.
Opté por llamar a Ginebra, decidida a no pasar otro fin de semana más
por la noche en el apartamento. Ella se prestó enseguida a la juerga,
incluso sonó ilusionada por la propuesta. Le di el nombre del Rock &
Blues, el único pub donde me sentiría segura, y declaró que estaría allí
en cuarenta y cinco minutos.
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—Ah, otra frígida. Si no quieres que se te acerquen, no vayas vestida
como una puta.
El pesado número seis se nos quedó mirando con los ojos entornados,
sopesando si creerse lo que acababa de decir o no. Yo aproveché ese
segundo largo para terminar de reconocer el perfil de la susodicha, que
me sonaba bastante. No podría haber olvidado su cara ni queriendo: era
la hermana de King. Me había conocido en unas circunstancias muy
poco favorecedoras, y no solo físicamente; después de trabajar, una no
estaba fresca como una rosa. También en medio de un ataque de pánico.
Esperó con una paciencia envidiable a que el tipo bajase del taburete y
se marchara a incordiar a otra. Entonces se colocó delante mía, me
dedicó una sonrisa encantadora y me tendió la mano.
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la calle con porras y gorra de policía. Ella no la llevaba, pero en su
lugar colgaba de su cuello un silbato con forma de...
—Qué va, Caitriona es la mujer más sociable del mundo. Cuanta más
gente haya en una fiesta, mejor para ella.
Brian era de la misma estatura que Swan con las finas plataformas:
rozaba el metro ochenta, pero no llegaba. Tenía un atractivo innegable,
aunque más que pareja, parecían hermanos. Era igual de pálido, con el
pelo casi blanco y los ojos grises.
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animal social y se dedicó a hacerse amiga de todas las chicas, que
estando borrachas no se negaron a una incorporación.
De ese hombre.
—No, pero los cineastas tenían que darle un toque contundente para
hacer épica la escena. Y usar sus efectos especiales, claro. Por eso había
palomitas en el aire —apostilló—. Mejor que no la hayas visto, porque
he hecho un paralelismo bastante cursi y, si lo hubieses entendido,
habrías puesto los ojos en blanco.
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contrastaba con sus ojos, y sus ojos, con su piel, y su piel con la camisa
blanca, y la camisa blanca, con su pelo negro.
—¿Eso ha sido un halago? Algo me dice que esta noche voy a ser muy
afortunado —rio—. Pues, para tu información, puedo ser cursi. Solo
tendrías que darme tiempo... y una oportunidad —susurró, bajando aún
más la mano y amenazando con colar un dedo bajo el dobladillo de la
falda. Sus labios no se movieron de la punta de mi oreja,
estremeciéndome desde los tobillos—. Sobre eso... ¿Has pensado en mí
estos días?
Tragué saliva.
—Sí.
Me reí sin saber muy bien por qué. Él me rodeó con el otro brazo. Lo
guio a la parte alta de mi espalda, justo donde acariciaban las puntas de
mi pelo. Enredó los dedos en ellas y tiró con suavidad para que lo
mirase.
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King se pasó la lengua por el labio inferior. Parecía tentado de sonreír,
pero no lo hizo. Afianzó sus manos en mi cintura y me estudió un
segundo, como si no supiera si fiarse del todo, y al fin sonrió de verdad.
No era un gesto risueño o arrogante, como era habitual. Significaba el
cierre de un pacto. Su aire solemne me hizo más consciente de lo que
estaba pasando. De lo que iba a pasar.
***
...Y, en cuanto me di la vuelta para asimilar que estaba a solas con él,
todo intento de raciocinio desapareció. King lo aplastó al besarme con
urgencia, sin control alguno; como solo besaría un hombre si le dijeran
que es su última vez. Si el tenso y sexual silencio del camino no me había
excitado lo suficiente, sus labios terminaron por convencer a mis
tobillos de ceder. Me abracé a él y lo convertí en mi único punto de
apoyo.
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Me elevó con una facilidad asombrosa. No bastaba con cogerme en
brazos: me echó sobre el hombro, como cuando me obligaba a ver
comedias malas con él.
Me pareció que caía desde una altura que me pareció vertiginosa sobre
un colchón enorme. No perdí el aliento por el golpe, que fue más bien
suave, sino porque King fue encima para devorar mis labios de nuevo.
Su pecho aplastó el mío y lo único en lo que pude pensar fue en el miedo
a que se percatara de que mi corazón ahora estaba latiendo
desenfrenado solo por él.
—¿Tomas la píldora?
Asentí.
Intenté respirar.
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echando el peso sobre mis rodillas, lo que hizo que elevara el trasero y
acabara siendo el punto de interés de King. Lo supe porque eché un
vistazo por encima de mi hombro y lo vi —y lo sentí— metiendo las
manos debajo de la falda.
Ahuecó los cachetes con las palmas y los pellizcó antes de colar los
dedos en la tira de las bragas e ir deslizándolas poco a poco.
Era consciente de que lo miraba con los ojos entornados, los labios
entreabiertos y siendo toda yo el ojo del huracán que era King Sawyer
entre mis piernas.
—¿El qué?
—Entonces tienes una gran fijación por las mujeres que te tratan mal…
y deberías mirártelo.
King tiró de mi cadera para ponerme bajo él. Se inclinó hasta rozar mi
nariz con la suya.
Sin quererlo, me convenció de que aquel satén raído era mejor que las
telas vaporosas de una diosa. Eso debió hacer brillar mis ojos, porque
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sonrió muy satisfecho y empezó a repartir besos por todo mi cuello, mi
pecho y mis hombros; por mi estómago, por los huesos de mi cadera.
Sus labios tenían un efecto perturbador y sexual. Aunque eran fugaces,
los seguía sintiendo al retirarse, como si me los hubiera tatuado. Sus
besos tenían eco.
—Entonces quítamela.
«No es la primera vez que lo haces. Lo has hecho muchas veces antes»,
me decía mientras intentaba desnudarlo lo más rápido posible. Acabé
sacándole la camisa por los brazos a tirones, poseída por la
impaciencia.
—Si vuelves a mirarme así, te follaré hasta volcarte los ojos. No importa
el lugar, la hora o con quién estemos. Simplemente lo haré, ¿de
acuerdo?
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que separarme las piernas con la rodilla y sostenerme contra él,
convencerme, profundizando como necesitaba para quitarme el sentido.
King volvió a tenderme sobre la cama. Esta vez se ensañó con mis
pechos. Toda mi piel ansió el calor húmedo de su boca. Intenté
concentrarme en cada pequeño mordisco, en cada succión, cada beso,
pero unía y alternaba tan bien unos con otros que no conseguí
diferenciarlos. Empecé a sudar. Todo iba a parar a mi bajo vientre, que
se encogía y dilataba con cada caricia, incapaz de decidir si quería más
o menos. Ahí dentro estaba la pasión que dominaba el resto de mi ser.
Necesitaba algo más, quería algo más: mi cuerpo lo gritaba entre
estremecimientos.
—King, por Dios... —Me mordí los labios para no suplicar entre sollozos
—. Hazlo... Hazlo ahora.
—Me da igual.
King retorció los dedos dentro de mí, pulsando el clítoris con el pulgar y
frotándolo, llevándome a una nueva dimensión de placer. Seguía
pendiente de mí. Me miraba como si no hubiera nada que le produjese
mayor satisfacción que verme al borde del orgasmo.
Por sus ojos pasó un destello de reconocimiento ante ese lenguaje que a
él le encantaba usar. Mi excitación creció cuando lo vi que levantarse
para quitarse los bóxers, Volvió enseguida para separarme las piernas.
Se colocó entre ellas con la espalda recta y la cabeza alta, mirándome
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con los ojos entornados. Entonces pensé que era invencible e iba a
hacerme invencible a mí.
—Oh, Dios...
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y sus ojos puestos sobre mí, empapados de algo muy parecido al orgullo.
Mi visión se emborronó como la pantalla de una televisión antigua. Por
un instante solo vi manchas de colores, solo oí mi incontrolable jadeo, y
después… Volví a la realidad.
—Quién iba a decir que en el sexo serías todo lo serio que no eres
normalmente.
—Quién iba a decir que en el sexo serías todo lo simpática que no eres
normalmente.
—Touché.
—...For the very first time. Y por mí —escuché en mi oído. Su voz sonó
tan ronca y abismal que todo mi cuerpo se encogió, de nuevo
contagiado del ardor que ya debería haber liberado—. Ven aquí. Quiero
que te tumbes sobre mí.
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TODOS LOS LOBOS SON MALOS SI ESCUCHAMOS A
CAPERUCITA
Cuando me desperté al día siguiente, sola en una cama que no era mía y
en una habitación que no conocía de nada, me extrañó. Me giré con el
ceño fruncido y vi una alfombra Aubusson casi de edición coleccionista.
En cuanto la reconocí, me olvidé de todo lo demás y mi cabeza se
bloqueó. Automáticamente entré en pánico.
Me envolví por los hombros y apreté los antebrazos contra los pechos.
Me esforcé por respirar en condiciones. Todo en vano, porque el miedo
y la confusión me paralizaron y tuve que quedarme de pie en medio de
lo desconocido. Cuando se me ocurrió reaccionar, me temblaban tanto
los tobillos que no sabía si aguantaría echando a correr.
Busqué mis cosas por todas partes. No respiré hasta que vi el bolso
tirado sobre la alfombra, donde asomaba el móvil. Me precipité sobre él
y lo agarré con las manos tan dominadas por el ataque inminente que
tardé más de lo normal en teclear un número. Mientras mis dedos
pulsaban, no apartaba los ojos de la Aubusson. Un recuerdo fugaz de
una mujer acorralada contra el suelo me asaltó. Tuve que cerrar los
párpados con fuerza y sacudir la cabeza para apartarlo de mi mente.
—K, nena, son las putas siete de la mañana y ya sabes que los domingos
no me muevo hasta las... Espera, ¿estás llorando?
—Yo…
—Por favor, deja de llorar, sabes que no puedo con eso. Háblame.
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encerrándome en la habitación más próxima: un baño sin ducha que,
por suerte, tenía pestillo.
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paraíso donde solo estábamos yo y el aire que respiraba. Yo y la nada.
Solo yo, tranquila.
Vi que despegaba los labios para decir algo. Intuí que no diría nada, y
no lo dijo. Pareció quedarse sin palabras. En lugar de indagar, se acercó
a mí muy lentamente, como ofreciéndome la posibilidad de apartarme si
así lo quería, y me dio un beso en la frente.
Lo maldije una vez más por tener respuesta para cualquier cosa, y por
echar por tierra mi esperanza de salir de allí.
—¿Por qué?
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Puse a trabajar a mi cabeza a toda velocidad, maquinando un modo de
huir sin dar explicaciones, sin que volviera a preguntarme si estaba
bien, si necesitaba ayuda...
***
187/416
—¿Qué ha pasado? —preguntó mientras me abrazaba—. Maddox me ha
llamado diciéndome que le has hecho un llama-cuelga muy sospechoso,
que estabas llorando, y Gin me ha dicho que anoche desapareciste de la
nada…
Pero no soñé con mujeres siendo inmovilizadas contra el suelo. Soñé con
él. Por eso me desperté varias veces con una presión en el pecho, sin
aire.
***
188/416
Desde el principio de la noche, estuve mirando en todas direcciones,
esperando que apareciese de un momento a otro. Al principio estábamos
solo Liberty, Fiona y yo. La primera seguía estando terriblemente
deprimida, incluso más que el día que la intenté consolar. No lloraba,
pero no levantaba la barbilla del escote y, cuando lo hacía, se veían unas
bolsas oscuras y enormes bajo unos ojos colorados. Estaba apagada. Y
era quien me iluminaba los días.
Fui a decir algo más, pero en ese momento entró Maddox en el local,
vestido de calle. Le hice una seña que sirvió como saludo y como
interrogación. Se suponía que trabajaba de martes a sábado. Él se
acercó a mí para preguntarme cómo estaba y robarme un beso en la
mejilla. Por su sequedad y su ceño fruncido, imaginé que estaba
enfadado conmigo por lo de la mañana anterior.
Intenté llegar hasta Maddox antes de que se largara, pero había tanta
gente en medio que lo perdí de vista. Cuando llegué a la calle, él ya se
había subido al coche e incorporado al tráfico.
«Motivos personales».
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—. Aunque supongo que todo el mundo se larga por la puerta de atrás
en algún momento de su vida.
Saber que Maddox había estado preocupado por algo en las últimas
semanas y no me había dado cuenta, o quizá no le presté la atención que
debía, me sentó como una patada en el estómago. Había estado tan
preocupada por mis estupideces sentimentales que lo había desatendido.
Intenté ponerle arreglo escribiendo un mensaje rápido.
Esperé a que respondiese mordiéndome las uñas, con los codos sobre la
barra. Ignoré a un cliente mientras escribía mi segundo mensaje, una
hilera de interrogaciones y la amenaza de llamarlo. Di un respingo
cuando un vaso se rompió peligrosamente cerca de mi pie. Levanté la
vista y Liberty rompió a llorar.
—No puedo —murmuró. Lo repitió otra vez, en esta ocasión más alto.
Me miró con los ojos enrojecidos, llenos de tristeza y culpabilidad—. No
puedo, Kathleen.
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Repetí la confesión para mis adentros.
—¿Cómo dices?
—No creo que se haya ido por eso —balbució, retorciéndose las manos
en el regazo—. Yo no soy tan importante como para que renuncie a un
buen trabajo, y menos cuando le gusta tanto estar aquí... Pero es posible
que haya dimitido porque me odia.
—Esa es, con toda probabilidad, la cosa más absurda que he oído en
todos los días de mi vida. Dox te quiere con locura. —Liberty se
estremeció—. Todos lo hacemos, así que…
—Liberty —hablé bien alto—. Deja de pensar que tus sentimientos son
una tontería.
191/416
que se quedara conmigo un rato. Necesitaba que me ayudara a quitar
todos esos regalos del medio, porque no podía verlos...
» Vino y, entre los dos, fuimos metiendo en una bolsa de basura cada
uno de los ellos. Luego nos sentamos en el sofá. Él me miró muy serio.
Me dijo que, algún día, alguien me trataría bien. Que yo merecía la
pena, que era buena chica...
—Acostaros.
Me lo pude imaginar.
—¿Qué?
Liberty no pudo aguantarlo más y se echó a llorar otra vez. Y ese llanto
no tuvo nada que ver con ninguno anterior. Parecía a punto de
ahogarse, pero más que triste, estaba cabreada. Sus puños apretados
hablaban por sí solos.
—Me dijo que me quería y que él me iba a hacer feliz… Justo antes de
ponerme a cuatro patas, como hacen todos. Como hizo Dristan, y antes
192/416
Brian, y antes Liam, y antes Owen... Como hicieron todos los hombres
que querían acostarse conmigo y sabían que no lo conseguirían si no me
decían cosas bonitas.
—Tú no sabes las cosas que dijo. Tenían que ser mentira. Y me dio miedo
que fuera capaz de llegar a decir que… me quería... No lo habría dicho
si yo no le hubiese cortado, ¿entiendes? Solo quería follarme.
Había estado dispuesta a regañar a Liberty hasta que dijo todo eso. No
podía culparla por huir o por proteger su corazón, aunque por el
camino hubiera destrozado el de otro, y aunque ese otro fuera
probablemente uno de los pocos hombres que la querrían por lo que
era, no por lo que aparentaba.
Quizá las dos éramos estúpidas por reaccionar mal y merecíamos que
nos odiaran para siempre. Quizá debíamos odiarnos nosotras también:
miraba a Liberty y no me cabía duda de que lo hacía. Ella se detestaba y
yo también. Pero no era un consuelo que no estuviéramos solas en eso,
sino un castigo. No éramos tan dueñas de nuestros actos como
queríamos. El miedo nos dominaba.
193/416
—Kathleen, estamos hablando de Maddox. Llevo años viéndole prometer
el cielo sin intención de cumplirlo, solo para echar un polvo.
—Y si fuiste eso, ¿por qué te sientes culpable? ¿No será que sabes que le
hiciste daño?
—Me siento culpable porque era mi amigo. —Se levantó y se apartó las
lágrimas de la cara para volver a su puesto—. Pensaba que su concepto
de amistad estaría por encima de medio polvo... Pero me equivoqué, una
vez más. Ni siquiera él era lo que parecía.
Me quedé con las ganas de explicarle que le había pasado como a Pedro
con el lobo. Justo cuando era cierto que el lobo venía y quería comérsela
de verdad, hacerla feliz, protegerla de todo, ella ya no se lo creía. Todo
por culpa de todos esos Pedros.
***
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pareja, pero estaba bloqueada y sabía muy bien por qué. Eso último no
era ventaja, sino algo terrible, porque entraba en juego la pregunta de
por qué no hacía nada para resolverlo.
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LAS DAMAS PRIMERO
Solté un grito y casi salté fuera de la cama del respingo que di. Hice el
amago de rodar por el colchón y alejarme, pero él me cogió de la
cintura y me pegó a su pecho, partiéndose de risa. Parpadeé varias
veces para asegurarme de que era real, que había salido del sueño y
King Sawyer me tenía aprisionada entre sus brazos, siendo todo él la
representación de la alegría que me faltaba. Sus burbujeantes
carcajadas me envolvieron, suavizando parte de mis remordimientos.
—¿Se puede saber qué coño haces metido en mi cama? ¿Cómo has
entrado? ¿Quién...? ¿Ginebra ha permitido que te cueles en mi jodida
habitación? ¿Te has vuelto loco? ¿Y ella acaso es imbécil? —Las
palabras se me escapaban sin que pudiera pararme a pensar en su
significado. Me llevé una mano al corazón y la presioné contra la zona,
esperando sin demasiada emoción que llegara el infarto—. ¡Casi me
matas del susto, gilipollas!
—Para ser escritora, eres muy soez cuando quieres. ¿No habría
quedado mejor un «bastardo arrogante» o «soberbio redomado»? Solo
son sugerencias, claro, luego ya tú haces lo que quieras.
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—Cállate, joder. ¡Y quítate de encima!
—Oye, Kathleen. —Por un momento pensé que iba a decir algo con
sentido—. ¿Sabes que el hombre neandertal compartía su cueva con el
resto? Era nómada, pero formaba parte de una tribu.
Quedó claro que no cuando King rodó sobre la cama hasta llegar al otro
lado —ese donde yo me había cobijado esperando que entendiera la
indirecta— y me guiñó un ojo.
—King, ¿qué haces aquí? —repetí casi deletreando—. Son las... seis de la
madrugada.
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—No te estaba recriminando que hayas tardado —corté, frustrada—. Te
preguntaba quién te ha invitado.
—Sería más fácil hacer malabares con erizos que hacerte sentir
inseguro.
—¿Por qué iba a estar enfadado contigo? —Hizo una pausa para
mirarme bien. Me encogí de hombros, tratando de fingir indiferencia,
pero él detectó mi incomodidad. Se incorporó echando el peso sobre el
costado. Tenerlo tumbado en mi cama, completamente vestido, me
produjo una sensación muy… extraña—. ¿Creías que me había enfadado
porque no solo me mentiste diciendo que te quedabas a desayunar, sino
que saliste corriendo sin decir nada, luego no respondiste mi llamada y
después de interrumpir mi sueño, me soltaste dos palabras sin sentido
aparente para finalmente colgarme?
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Antes de que pudiera acabar la frase, King tiró de mi brazo. Y tuve que
agradecerlo, porque ese balbuceo humillante que pretendía servir de
defensa había sido un error.
—No mucho.
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King soltó una potente carcajada. Para castigarme por la burla, me
penetró con los dedos y los retorció hasta que mi espalda se arqueó
hacia él.
—Entonces esto… Esto es solo una forma de reivindicar que eres capaz
de conseguir a la mujer imposible. No más que un desafío para ti.
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—No, cielo. Esto… —Volvió a pulsar mi clítoris y frotarlo en círculos—,
eres tú, siendo tocada como necesitas.
Él sonrió afectado.
Eso me hizo sentir acorralada. Rememoré todas esas veces en las que
me había visto obligada a hacer algo que no quería porque debía. La
duda y las palabras de Jude —«No le debes nada a nadie, Kathleen, si
quieres hacer algo; hazlo. Si no, no lo hagas. Ellos actúan conforme a
sus deseos. Tú no has de ser distinta»— me tensaron lo suficiente para
que él se diera cuenta.
—Debes ser la única mujer del mundo que después de un orgasmo sigue
con el ceño fruncido.
Lo miré con...
Me sentí culpable de nuevo. King estaba fresco como una rosa, vestido
de la cabeza a los pies. Olía a sexo porque yo me había corrido, muchas
más veces que él. Debía estar preguntándose por qué no me bajaba al
pilón, o no tomaba la iniciativa de tocarlo.
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King arqueó una ceja.
—¿Para qué? Por cómo lo has dicho, parece que pretendes castrarme.
—Si lo preguntas no lo habré hecho tan bien como creía. ¿Has fingido el
orgasmo?
«Siempre».
—No me digas que ves el sexo como una cadena de favores. Desde luego
creo que las relaciones deben estar compensadas —continuó. Su mirada
se deslizó de mis ojos a mis pechos, a mi vientre, a la raja del camisón
que me había bajado precipitadamente—, pero mi idea de
«compensación» no es un sinónimo de igualdad.
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otro en mi cabeza limitando mi expresión, coartándome,
avergonzándome de todo lo que hacía y de lo que no hacía.
Fui a escupirle que no tenía nada que ver, que me daba igual, pero
entonces él se levantó también y aprovechó que la falda del camisón se
me había arrugado para colocármela en su sitio. Como si fuera su
muñeca de verdad.
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reacción habría sido negativa. Si hubiera tratado de convencerte
durante un buen rato, también habrías saltado. Si te hubiera dejado ir y
luego me hubiese enfadado, tú te habrías cabreado más. Y si me hubiera
hecho el loco, llamándote como si nada, quizá habrías huido por la
mañana todos los días. Algo que espero que no vuelva a ocurrir —
apostilló.
» Así que opté por la pasividad. Ni dar a entender que estaba contento,
ni hacerte pensar que no me había hecho gracia. Un punto medio. No
pensé que fuera a dar resultado, la verdad. Los comportamientos
equilibrados por mi parte no suelen ser efectivos contigo. Te cuesta muy
poco ignorarme si te ignoro.
—¿Eso crees que hago? ¿Manipularte? Solo intento elegir lo que te hará
sentir mejor sin dejarme pisar por el camino. Resumidamente, me he
comportado de una manera, y tú de otra como respuesta. ¿Te sientes
manipulada?
—No necesito ayuda —repetí, erizada. Odiaba esa muletilla. Odiaba esa
palabra.
«Ayuda».
—Tal vez no. Pero el día que nos encontramos por primera vez, intuí que
había un problema. Te pusiste tensa en cuanto me viste. Te asustaste —
acotó—, y yo me pasé todo el rato devanándome los sesos, tratando de
averiguar si te conocía de algo. Quería saber por qué estarías tan
alterada por mí.
Él sonrió perezosamente.
—Eso me quedó claro. Igual que supe que me querías para ti. Pero
encima de todo eso había un fuerte rechazo. Todo eso que dijiste sobre
que nadie podría follarte tan bien, que no creyéramos nada de lo que
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escribías… No sonaba tanto a mujer despechada como a advertencia
desesperada. Y sonaste más despectiva hacia ti misma que hacia tus
personajes. Me dio la sensación de que odiabas todo lo que escribiste, y
eso, sumado al odio hacia mí… Me intrigó. Así que aproveché que me
atraías y me serví de mis sospechas para sacar al cabrón que llevo
dentro. Te alejabas cada vez más.
—Lo sé. Pero tú te caías peor porque sentías algo que no te gustaba.
» Reaccionaste tan mal cuando te dije que seguiría con Sheila... Te hice
recordar algo horrible, lo sé. Y cuando me besaste, te pusiste como si
hubieras cometido un error imperdonable.
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—¿Tus frases guarras también buscaban una reacción especial por mi
parte, o puedo estar tranquila porque eso haya sido espontáneo? —se
me ocurrió preguntar.
—Mis frases guarras solo buscan un final feliz para los dos.
Me levanté sin saber muy bien qué iba a hacer. Lo que tenía claro era lo
que no iba a hacer.
—Pues vas a ver tus sueños frustrados si sigues tratándome como a una
rata de laboratorio. No voy a ser conejillo de indias para que puedas
aplicar tus juegos psicológicos, sobre todo porque no tienes ni idea de lo
que has dicho. Estoy perfectamente bien. Si tuviera fobia a los hombres,
al sexo o a relacionarme, no estarías aquí, ahora.
Se estaba riendo de mí, a pesar de que todo lo que dije tuvo sentido.
Aparté la vista.
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ni humillante. Significará lo mismo que tu postre preferido y de qué
color te tintarías el pelo si te diera igual que te mirasen por la calle. No
más que un detalle de ti que me ayudará a evitar que te pongas a la
defensiva. Nunca lo usaría en tu contra, si es eso lo que temes. Lo
prometo.
También podía tener que ver con la hora. Eran las putas seis y media.
Podía decirle que sí, que tenía dentro algo horrible y que me estaba
matando. También podía decirle que se largara de mi casa y no volviera,
porque el trato no era que indagase en mi pasado. Esta segunda opción
la deseché antes de asumir las que podrían ser sus consecuencias.
Me abrazó por las caderas y metió las manos bajo el dobladillo del
camisón para acariciarme la piel. Lancé un suspiro apenas audible
cuando levantó la falda y me besó, en un punto por debajo del ombligo.
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CERRAR CICLOS
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Maddox estaba cargando unas cajas en el camión cuando lo vi. Iba
acompañado de un tipo de brazos anchos, y al que reconocí como el
hermano mediano.
No me alegré de verlo.
—Qué pedazo titi —silbó, torciendo la sonrisa—. ¿Qué tal estás, guapa?
La cara del muchacho cambió tan rápido de registro que podría incluso
haberme reído. No dejó de sonreír, pero su matiz ahora era de disculpa.
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—¿Cómo que qué quiero? —repliqué. Puse los brazos en jarras—. Quiero
que me cojas el teléfono. Eso para empezar. Y luego quiero recuperar a
mi amigo. Ese que me cuenta hasta cuál es su uña del pie favorita, y que
pensé que vendría a decirme cómo le fue cuando se declaró a la única
chica que le ha calado hondo.
—No hace falta que hables de Liberty como si fuese la gran cosa. Que
fuera la primera no significa que vaya a ser la última. Ni siquiera que
fuera especial.
—Es que no importa. Deberías irte, por cierto; tengo cosas que hacer. Ya
sabes cómo fue aquello, ¿para qué has venido?
—Para conocer tu punto de vista, y para ver si estabas bien. Por lo visto
me he equivocado pensando que necesitarías consuelo. Te veo de
maravilla.
—Ya, bueno, son cosas que los tíos hacemos cuando queremos un
revolcón. Y lo tuve, más o menos. Fue bastante decepcionante, si te digo
la verdad. Se suponía que las pelirrojas eran más fogosas.
—Te lanzaste sobre ella cuando estaba débil y deprimida —le recordé,
sin poder creérmelo—. ¿Qué querías? Creo que ya se equivocó bastante
dejando que la tocaras, para que ahora digas que...
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Maddox no apartó la vista de lo que estaba haciendo. Con un cúter, se
dedicó a cortar las tiras de precinto de un montón de cajas.
—¿Y quién soy? ¿Qué debería estar haciendo, cómo debería haber
reaccionado? ¿Querías que me pusiera a llorar, que fuese corriendo a
tus brazos en busca de consuelo, que le rogase una oportunidad…? —
Extendió los brazos a cada lado del cuerpo—. ¿Qué querías?
—Mi
padre está mayor y necesita ayuda —explicó Maddox, entre dientes—.
Llevaba tiempo queriendo dejar el trabajo para ayudarlo a jornada
completa. Y no he cogido llamadas porque sabía que me esperarían
conversaciones de mierda como esta.
El ayudante ya no se reía.
—Creo que ya has dicho suficientes gilipolleces por hoy, ¿no crees? —le
preguntó a Maddox. Este le lanzó una mirada hostil.
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—Cállate, Theo.
—No lo harías.
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—Claro que sí. Liberty es… —Cambió el peso de una pierna y lanzó una
mirada a las altas vigas del techo. Tenía los ojos colorados y lloraba
como si no se diera cuenta—. Es, junto con mi hermano pequeño, lo
único bueno que me ha pasado en la vida. Últimamente todo se ha
estado yendo a la mierda. Declan otra vez metido en problemas, mi
padre empeorando, Liam sufriendo bullying en el puto colegio… Iba al
Rock & Blues feliz a trabajar, porque sabía que allí estaría Libby. ¿No
me ves capaz de ir a buscarla si sé que me echa de menos? Poca idea
tienes de las cosas de las que sería capaz un hombre con tal de
encontrar un poco de paz.
Tragué saliva.
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—Que voy a olvidarme de ella, como debería haber hecho hace tiempo.
Ahora tengo razones de sobra para sacarla de mi corazón. No verla ni
hablar con ella me vendrá de maravilla. Me ha estado viniendo de
maravilla, de hecho, hasta que has aparecido a recordármelo.
—Dox, ese no es... Da igual, no soy la persona más apropiada para dar
lecciones de este tipo. Pero, ¿qué piensas hacer cuando la veas?
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EL PLACER DE KING
Tenía que admitirlo. El sillón que King le había regalado a Sheila era
cómodo. Era extremadamente cómodo. Tanto que me arrepentí de
haberlo maltratado por habitar en mi salón sin previa consulta. Era el
lugar ideal para alejarme del mundo, de la culpabilidad, de las tristezas
que azotaban las vidas de otros y a quienes no podía echar una mano…
Perfecto, también, para dejar volar mi imaginación. Llevaba media hora
allí, con el portátil sobre las rodillas, estudiando la página en blanco. Me
tentaba pulsar el botón mágico.
«¿Tienes idea de cuándo fantaseo con las mujeres que beben vino
cuando están solas; con las que se visten de satén para ellas mismas?»,
me sopló King al oído en un recuerdo.
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Me estremecí y tuve que frotarme la piel de gallina para suavizar los
vellos.
—¿De eso va ser escritor? ¿De ponerlos a hacer las cosas que no te
gustan?
Torció el gesto.
—¿En serio? ¿Saltas a otra novela sin más? ¿No vas a darle el final feliz
a Gwen de El yugo del placer? ¿Y por qué no haces un extra de Jasmine?
Todas nos quedamos con ganas de saber más de su vida matrimonial.
—Pues claro que sí. Mi hermana estaba muy obsesionada con ellos y me
obligó a leerlos, y… Bueno, resulta que me gustaron. —Plantó los pies
sobre la mesilla y cruzó los tobillos—. A ver si te crees que mis estúpidas
expectativas románticas estaban ahí antes de ti. Tyler Fox es el
problema de mi incapacidad de enamorarme de un hombre real.
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—Me encanta Joaquin Phoenix —juró, mientras se levantaba para abrir
la puerta. Ya en el pasillo, añadió—: Incluso con bigote haría lo que él
me pidiera.
El timbre sonó una vez más antes de que se oyeran las bisagras, un
intercambio verbal en voz baja y unas pisadas seguras. Esas pisadas
que solo pertenecían a un hombre. Aquel que había puesto en mi salón
un sillón al que se suponía que yo quería prenderle fuego, pero en el que
me estaba restregando con verdadero placer.
—Me divierten las niñerías que haces para que no se note que te gusto.
Parece que no estuvieras preparada para alguien como yo, y eso…
—Por detrás de otra cosa, pero sí. Sabía que acabarías picando —me
confesó—. Resistir la tentación durante mucho tiempo es imposible. Por
no hablar de lo perjudicial que es para la salud.
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—¿Por qué ibas a inspirarme? ¿Quién te has creído que eres?
—¿El rey?
Desvié la mirada.
—No me ilusiona que hayas leído mis libros para ponerte cachondo. O
para imaginarme a mí cachonda —apostillé con rencor.
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—La trama policíaca también me gustó. Se nota que te encanta Mentes
Criminales. No pensaba en ti adrede, te infiltrabas en mi pensamiento.
Empezaba a leer y al final acababa preguntándome dónde, cómo y
cuándo escribiste esa escena. Si describías tu cena de la noche anterior,
si acababas de correrte cuando narraste la parte erótica, si sonreías
durante los diálogos divertidos… No es tan raro interesarse en el autor,
¿no?
—Una cosa bebe de la otra. Tampoco es tan malo tener fantasías, ¿no?
Me gustaba imaginarte escribiendo.
—Muy erótico.
» Por lo pronto me ha servido para ver que antes no eras tan reflexiva y
creías en el amor que arrasa con todo. Ahora no parece que seas de esa
opinión. Y tus tres años sin sexo coinciden con tus tres años de bloqueo.
Sonrió.
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—No estaba celosa.
—Eso es mentira.
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—Eh... Mírame. —Me obligó a levantar la mirada cogiéndome de la
barbilla—. Podrías gritar el abecedario chino y seguirías poniéndome
como un toro. Solo bromeaba, ¿de acuerdo? Esos gemidos tuyos son lo
último en lo que pienso antes de acostarme.
—No puedes decirme que estorbo. Ahora mismo soy lo que tienes a
mano para inspirarte. ¿Cómo pretendes escribir una escena porno con
el cuerpo tan rígido...?
—No tiene nada que ver con el porno, es literatura... —Su mano trepó
desde mi escote hasta mi cuello. Arañó suavemente el lateral.
A King no le molestó que fuera cortante. Mis intentos por echarlo solo
reforzaron sus simpatías, como siempre. No sabía si me odiaba que
fuera incansable, o me aliviaba. En el fondo de mi corazón no quería
que se fuera, pero tampoco sabía cómo pedirle que se quedara conmigo.
No hacía falta que aprendiera a suplicar, él me entendía. Entendía a esa
parte de mí que estaba en guerra con las demás.
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Su rotunda honestidad me hizo flaquear.
—La única persona cualificada en esta relación para repetir las frases
del otro soy yo —declaré, sin darme cuenta de la palabra que acababa
de utilizar para definirnos—. No por nada. Yo las uso cuando vienen a
cuento, no como tú.
Me ruboricé hasta la raíz del pelo. Al final iba a resultar que también
había recuperado mi sonrojo.
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—Fíjate cómo te has puesto, señorita escritora de novela romántica —
rio—. Me gusta tu idea, Kathleen. Pero más me gustaría si fueras tú esa
dama misteriosa vestida de negro, azul marino o champán.
«¿Qué?»
—¿Oficial? No. Quiero hacerte una foto con esas gargantillas. Tal vez
más adelante saque nuevas colecciones que encajen contigo y te quiera
en las revistas, pero por el momento bastará con la que voy a
promocionar ahora. ¿Aceptas?
—He dicho que no. No me gusta que insistan cuando he dado una
respuesta tajante.
Ese «esta vez» terminó por alterarme, pero retuve a tiempo el impulso
de contestar alguna barbaridad. No lo decía con mala intención; era yo
la que estaba mal, la que se lo tomaba todo como un ataque.
—¿Y sí te hace ilusión ser camarera? —inquirió, con una ceja alzada—.
Muñeca, no te estoy pidiendo que te pasees en pasarelas, te alimentes a
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batidos proteicos y llores porque no entras en una treinta y cuatro. Solo
son unas fotos.
—A ver. —Me rodeó la cintura con el brazo y me atrajo hacia él—. ¿Cuál
es el problema?
—¿Es ese el motivo por el que te has acercado a mí? —murmuré—. ¿Has
esperado a ganarte mi confianza y a estudiarme de cerca para valorar
si sería ideal para la imagen de King's Pleasure?
—¿Eso es lo que piensas? —Asentí con miedo a que dijera que me había
vuelto loca, pero en su lugar guardó silencio y me miró pensativo—.
Espero no haber sido yo quien te ha dado a pensar eso. Creía que estaba
claro que me he acercado a ti porque me puse cachondo en cuanto me
diste el primer corte.
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» La cosa es esta: me he acercado a ti porque me divierten tus
ocurrencias. Me gusta acostarme pensando en cómo me lo voy a montar
para hacerte reír la próxima vez que te vea. Estoy aquí porque me
ponen tus tetas pequeñas y porque eres jodidamente inteligente. Y luego,
si aceptas ser mi modelo, bien. Ese es el orden.
Eso me hizo soltar una carcajada. Una carcajada amarga, pero una
carcajada, al fin y al cabo. Acababa de tratarme como si fuera un perro
amaestrado. Me estaba felicitando por mi buen comportamiento.
—No. Solo creo que, si te hago sentir bien cuando te sinceres conmigo,
lo harás más a menudo. —Y guiñó un ojo—. ¿Puedo aprovecharme de la
situación para hacerte otra pregunta personal, como por ejemplo… por
qué dejaste de escribir?
«Eso siempre».
King sonrió de esa manera. Esa que me ponía a temblar cuando era un
hombre comprometido, y yo solo la estúpida que soñaba, en su fuero
interno, con que la cogiera en volandas para hacer algo peor que ver
una película. Sonreía muy despacio, seductoramente, con un secreto a
cuestas. Aunque esta vez no había secreto: solo satisfacción, porque
había conseguido que pusiera voz a mis pensamientos.
Antes de entrar en pánico por dar un paso más hacia él, hacia lo que
quería y lo que yo detestaba —decir lo que pensaba sin rodeos—, King
se quitó la camiseta de un solo movimiento y la tiró al suelo. Mis ojos se
quedaron prendados de su torso desnudo, que bajo la luz anaranjada de
la lámpara de mesa lo hacía parecer un guerrero de bronce.
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—Es un presentimiento acertado.
Me cogió por los muslos y se tiró sobre el sillón, donde me acomodó con
un par de gestos sobre su polla pulsante. Jadeé al sentirlo tan vital y
duro debajo de mí. Tuve que contenerme para no sonreír al saberme tan
dueña de su cuerpo como él lo era del mío. Tenía cierta potestad sobre
sus sentidos. Era algo innegable, algo sobre lo que jamás podría
autoengañarme.
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Acuciada por la necesidad de llevarlo a otro nivel, me incliné sobre él y
lamí tímidamente su erección desde la base. Recorrí muy despacio el
tallo, notando el leve relieve de las venas marcadas. Su vitalidad me
sedujo y ronroneé al enroscar la lengua en torno al prepucio. Cerré los
ojos un segundo para paladear el sabor salado de su humedad.
Ante eso no tenía nada que decir. Solo acceder. Esperó a que lo soltara
para levantarme por las axilas y sentarme sobre él. Sus dedos hicieron
un reconocimiento lento por mi hendidura, arrancándome un
estremecimiento brutal que me puso los pezones en punta. Tragué saliva
y nos miramos un instante. Él envolvió mi nuca con la mano para
traerme hacia sí.
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—No… —jadeé al separarme—. ¿No te da asco? Besarme después de…
Me agarré al respaldo del sillón para elevar las caderas y dejarme caer.
Yo mandaba. Yo marcaba el ritmo. Él me besaba mientras, trataba de
distraerme, pero estaba sumida en un delirio tan profundo que
seguramente regresaría loca de remate. Lo monté como si hubiera
perdido la cabeza. Rápido. Frenético. Escuchaba el sonido que hacían
nuestros cuerpos al chocar, sentía la profundidad que alcanzaba cuando
estaba dentro. Quería que tocara un punto al que no hubiera llegado
nadie antes.
—Dios, joder...
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mantuve allí, soportando ese azul marino que iluminaba mis cielos.
Había magia entre sus pestañas, había felicidad, seguridad; un mundo
entero de cosas bellas con las que yo ni me había atrevido a soñar, pero
que ahora deseaba descubrir…
—King...
«Cariño».
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—No tienes que apartarte en cuanto lo hacemos —dijo—. Me gusta
tenerte encima.
Él decidió no insistir.
Lo dejé al aire sin saber que eso revelaba mi interés, y peor: que le
divertía.
—¿Me invitas?
Cuando volví él seguía allí, en la misma postura, solo que con los
pantalones puestos y las piernas sobre la mesa. De nuevo me vino esa
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sensación de familiaridad, como si siempre hubiera pertenecido al
salón. A mi vida.
—¿Te has traído las pastillas para dormir por alguna razón en especial?
¿Tan seguro estabas de que iba a invitarte?
«Me gustas».
Tragué saliva.
***
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Así pues, dormimos juntos en el sofá, siendo de todo menos «solo sexo».
O al menos lo hicimos hasta que me agobié y tuve que refugiarme en mi
habitación a solas, de la que emergí al día siguiente con la vana
esperanza de que King no hiciera preguntas sobre por qué se había
despertado solo.
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—Buenos días, Kathleen —saludó con voz ronca—. ¿No te apetecerán,
por casualidad, unas tostadas francesas?
—No creo que quieras saberlo —repliqué. Los rodeé para servirme una
taza de café. Noté la mirada penetrante de King durante todo el viaje,
hasta que me cansé y tuve que mirarlo de reojo—. ¿Qué pasa contigo?
—Entonces deja que te diga, King, que tienes un Prince insurrecto que
no te favorece en nada.
233/416
—Ya soy camarera temporalmente en uno de los mejores clubes
nocturnos y más exclusivos de la ciudad.
Gin me miró con los ojos entornados. Si Sheila era tan perfecta que
molestaba, Gin me irritaba el doble. Era mi problema, claro, la gente no
tenía culpa de ser tan guapa. Pero, aunque fuese mi problema, no
dejaba de ser molesto.
—Ahora me voy a ver las pruebas que le va a hacer Swan a las chicas
en el casting —intervino King, mirándome—. Podrías venir, y si te gusta
la idea, dejar que te haga un par de fotos. Tampoco tienes nada que
hacer, ¿no?
No, no tenía nada que hacer, pero era bastante triste que me lo
recordara. Y, pensándolo bien, estaba un poco cansada de tener tanto
tiempo libre. Me pasaba las mañanas regodeándome en la miseria y
haciendo el paripé de lo mucho que avanzaba escribiendo cuando ya
podía darme un canto en los dientes si pasaba de las quinientas
palabras.
Por otro lado, King había sido muy directo. Se suponía que no pasaba el
tiempo conmigo solo porque me quisiera modelando, y que no se había
fijado en mí por ese potencial oculto, pero...
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No me hizo sentir mejor que, en lugar de apartar la cara, abandonara
su puesto y se acercara a mí. En lugar de darme un beso, esbozó una
sonrisa educada.
Habían pasado casi dos meses desde que la vi la última vez. Lo lógico
habría sido pasar página, tal y como ella había hecho... O al menos eso
parecía. Pero por lo visto yo estaba destinada a no perdonar y a no
olvidar, ni con tiempo ni sin él, porque, aunque no me caía mal y ya no
guardaba malos recuerdos con ella, no me hizo ninguna ilusión tener
que ponerme a charlar sobre banalidades.
—Pues… Sí. King me ha pedido que haga la prueba, a ver qué tal.
—¿No te molesta?
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—¿En vaqueros y sudadera? —Señaló lo que llevaba puesto—. Claro que
no. He venido a ver a King. O lo pillaba aquí y ahora, o ya no podía
localizarlo hasta dentro de dos semanas. Últimamente anda algo
ocupado… Y tengo que darle unas cosas que se dejó anteayer en mi
casa.
«Es mi novio».
El dominio sobre mi cuerpo solo me permitió usar las manos para abrir
la bolsa y sacar unos pantalones y una camisa. Limpios. Lavados por
ella; sabía qué suavizante le gustaba y sabía cuál usaba King. No eran el
mismo, pero sí perfectamente distinguibles.
Empecé a temblar.
—¡Kathleen! —me llamó una vocecita. Tuvieron que llamarme dos veces
más para que me girase, con cara de haber visto un fantasma. Swan me
hacía señas desde la habitación contigua—. Ven, ya está todo preparado.
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—Soy un poco manitas, más bien. Trabajo de community manager para
mi hermano, entrevisto a las modelos y hago las fotos, las mando a la
empresa de diseño gráfico de mi amiga Cay, me encargo de las
encuestas... Bueno, eso suena a ser una chapuzas, no una manitas —rio
—. Pero no, no he estudiado nada relacionado con eso. No soy fotógrafa
oficialmente. Un par de cursos y nada más. Luego Cay hace la magia.
Estoy terminando el último año en Medicina; me falta presentar el
proyecto y entonces me veré libre de las garras de King Sawyer para
trabajar de lo que me gusta.
—¿Por qué todo el mundo dice eso? ¿Tengo cara de madre? —Sacudió la
cabeza—. No. Lo mío es la traumatología.
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—Es algo casual, no crónico. Y viene porque esta noche no he dormido
nada... —Me lanzó una mirada elocuente—. Y con suerte, esta tampoco
lo haré.
—Lo sé muy bien, muñeca —susurró con voz ronca—. Estoy deseando
que las uses conmigo otra vez.
—Que sea solo uno, ¿eh? Tengo una cita a las doce y no puedo perder
mucho tiempo.
—Tranquila. No tardaré.
Swan se tomó su tiempo para desaparecer. Con cada paso que dio hacia
la puerta, mi tensión fue en aumento; cuando la puerta se cerró, estaba
tan segura de que explotaría que me sorprendió mi reacción. Ni lloré ni
perdí los papeles. Le asesté una bofetada directa que le giró la cara.
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—«Pon tú las reglas. Yo las acataré» —parafraseé, con un tono
engañosamente suave—. Conque habías dejado a Sheila, ¿eh?
Mi objetivo era salir de allí, pero King me detuvo cogiéndome del codo.
Me lo sacudí con tanta violencia que le di un manotazo.
239/416
Sheila no te soporta después de aquello, Kathleen. ¿Tan raro te
parecería que hubiera dicho eso solo para molestar?
No dije nada.
King arrojó la bolsa de plástico al suelo y envolvió mis mejillas con las
manos. No me quedó otro remedio que mirarlo a los ojos.
De pronto me sentí ridícula. Debía estar pensando que era una tarada
de remate. Me carcomía la desazón cuando elucubraba sobre la idea
que tendría de mí. Una mujer que aprovechaba cualquier excusa para
alejarlo, que dudaba de todo, que no confiaba ni en sí misma… Iba por
la vida mirando a todo el mundo de reojo, segura de que acabarían
traicionándome. Y si ya me costaba vivir así, vivir sabiendo que las
personas de mi entorno eran conscientes de mis problemas… Me
afectaba el doble.
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—Mira… Sé quién eres desde hace unos meses, pero no te conozco
demasiado. No sé de lo que eres capaz. No sé si puedo esperar fidelidad
de alguien que llevaba años en una relación sin restricciones. No sé…
Suspiré.
—No sé por qué dije eso —admití—. ¿Podemos olvidar lo que acaba de
ocurrir? Por favor. Además, estamos aquí para una prueba de
fotografía, no para discutir o abrir nuestro corazón.
—¿Todo bien?
—Sí.
Asintió y cerró la puerta. Sentía los ojos de King sobre mí, a unos
cuantos pasos de distancia. Los dos hermanos se juntaron para
intercambiar unas palabras que fingí no oír acariciando distraídamente
la gargantilla. Era preciosa. ¿La habría diseñado King? ¿O King era
solo el director, el que aportó el capital para que King’s Pleasure fuera
una realidad? ¿Heredó el negocio de su familia…? No sabía nada. Solo
que me gustaba, y que la idea de que pudiera estar con otra no solo era
humillante, sino que me partía el alma.
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mí. Le había visto estrenar alrededor de quince pares, todos mocasines
clásicos de Santoni. No creía en los médicos, a los que evitaba a toda
costa. No era exactamente generoso, más bien un derrochador.
Compraba tonterías que luego no usaba, por si acaso. Citaba mucho
aquel discurso que Steve Jobs dio en Stanford; era un hombre al que
admiraba. Se reía de sus propios chistes mientras los contaba, tanto que
nunca los acababa a tiempo…
Él se dio cuenta de que lo estaba mirando y clavó sus ojos en los míos.
—Muñeca, ríete un poco —me dijo. Fruncí el ceño, a lo que él sonrió con
algo parecido a la ternura—. Estoy empezando a pensar que tienes el
síndrome del crío caprichoso. Haces lo contrario a lo que digo solo para
molestarme.
—¿Qué co... jones estás hacien... do? —logré articular entre las
carcajadas—. ¡K-King!
—Swan, haz las fotos ahora. ¡Rápido, antes de que la posea el espíritu
de Trunchbull!
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—K-King... P... Por favor...
King sonrió.
—No exactamente. Me gusta tu culo tal y como está. Solo me hacía falta
un poco de inspiración. ¿Has conseguido hacer las fotos? —le preguntó
a Swan.
Ella asintió, con una sonrisa bobalicona en los labios. Hice el amago de
acercarme para verlas yo también, pero King chasqueó la lengua en
señal negativa.
—No hasta que no estén impresas —apuntó—. Pierden mucho si las ves
aquí.
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EL REGALO DE LA VIDA
Esa noche, Liberty estuvo especialmente torpe, y sentí que en parte era
mi culpa. Me había asaltado en la sala de descanso, preguntándome por
Maddox, desesperada por saber algo de él. No había podido resistirme a
inventarme cualquier tontería que aplacara su angustia.
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—A saber, lo que va a hacer con ella —comentó Rae, echando un vistazo
a la puerta cerrada—. Ese tío te ofrece unos tratos que parece que estás
pactando con el diablo.
Las bromas sobre su supuesto amor inmortal por Maddox eran el pan
de cada día. Hasta el propio Dox le metía caña, sabiendo que, de los
dos, el que estuvo más pillado durante su noviazgo, fue él. En todas las
relaciones que Rae había tenido, el que se había enamorado siempre era
el otro.
Rae se giró hacia el tipo con una ceja arqueada. Estaba colorado de
tanta cerveza. Había perdido la cuenta de las jarras que me había
pedido.
—No deberías decir esas cosas en voz alta si no quieres un final feliz,
bonita. Estás provocando.
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El tío la agarró de la muñeca bruscamente y tiró de ella, haciendo que
se clavara las costillas en el borde y soltara un jadeo de dolor.
—Para ser una camarera tienes la lengua muy suelta, ¿no crees? ¿Se te
ha olvidado cómo tienes que tratar al cliente?
—Repite eso.
—Gilipollas —deletreó.
Estaba segura de que Rae habría dicho algo más si el tío no le hubiera
soltado un golpe en la mejilla. Vi a cámara lenta cómo le giraba la cara,
y ella, con cara de incredulidad, se quedaba inmóvil un segundo.
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—Y yo digo que me largo. Dimito.
Me fijé en que había mucho más que tristeza en sus ojos. Algo debía
haber pasado, y no estaba segura de que hubiera ocurrido en un sentido
físico. Liberty había cambiado. Se le había perdido algo por el camino, y
no sabía qué era, pero estaba dispuesta a averiguarlo.
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Le hice una seña a Liberty para que esperase y me acerqué a él.
—Ahora no me puedo ir, ni te puedo atender —le dije con pies de plomo.
Esperé que me frunciese el ceño, o se quejara, pero esperó a que
continuase. Claro, era eso: la dichosa explicación que King Sawyer
necesitaba para respirar—. Liberty ha dimitido, Maddox no está y Rae
se acaba de largar porque ha habido un... problema. Supongo que el
jefe llamará a Fiona y a alguien más, pero mientras no me puedo mover.
Miré a King.
—Luego me iré con ella a casa —dije, muy segura de mi decisión, pero
dudando sobre su aceptación—. Creo que… Necesita a alguien.
—Eres una buena persona, Kathleen. ¿Lo sabías? Porque a veces creo
que se te olvida.
—¿A qué viene eso? —Fruncí el ceño—. No será uno de esos refuerzos
positivos de los tuyos, ¿no?
—Claro que no. —Sonrió sin enseñar los dientes—. Estaré por aquí si me
necesitas.
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«No seas dura contigo misma», me decía siempre Jude. «Que una
persona se porte mal contigo no significa que lo merezcas. Y que ocurra
algo terrible a tu alrededor no quiere decir que tengas la culpa. No
tienes el control sobre todas las cosas, Kathleen; ni siquiera sobre tus
propios sentimientos». Eso era cierto.
—Te conozco desde hace unos años, y has salido con toda clase de tíos
desde entonces. Cuando te han hecho daño, te has encerrado en ti
misma un par de días, y luego has vuelto a ser la alegre Libby que todos
conocemos. Supuse que no te repondrías tan rápido de lo de Dristan
porque... en fin, era algo que no te esperabas, y ha acabado siendo el
colmo. Pero nunca te habías planteado antes cambiar tu vida
radicalmente. Llevas trabajando aquí desde que cumpliste los dieciocho,
y te encanta. Y de pronto, cuando te peleas con Maddox, odias esto, no
puedes sujetar una bandeja y a duras penas abres la boca. Así que
dime... —Inspiré profundamente, sabiendo cuánto llegaría a dolerme
una respuesta afirmativa—. ¿Tienes sentimientos por Maddox?
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En ese momento me creí todos los argumentos de todas las películas
trágicas románticas que había tenido la mala idea de ver. Era real. Era
cierto. La vida podía ser tan enrevesada con sus juegos de tiempo como
lo era en la pequeña y gran pantalla.
Mi corazón se aceleró.
—¿Qué quieres decir con esto, Libby? ¿Era una percepción acertada?
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Antes de llegar a la barra, alguien me dio un par de toquecitos en el
hombro. Me giré casi sonriendo, imaginando que sería King, e intenté
hacer desaparecer esa mueca en cuanto asimilé lo que estaba a punto
de hacer. Demostrarle que tenía un gran poder sobre mí.
—¿Qué hace aquí? Creo recordar que el portero le ha dicho que se vaya.
¿Cómo ha entrado de nuevo?
Apreté los labios e intenté hacer oídos sordos a la ansiedad que iba
adueñándose de mí. Eran unas manos desconocidas, unas manos
desagradables, unas manos que no quería que estuvieran en mi cuerpo.
Y ahora me rodeaba con el brazo, trayéndome más hacia él, como si
todavía no fuera suficiente.
Pero no pude.
Comprobé con horror que seguía siendo insuficiente, y que nada podría
devolverme la tranquilidad. Ese «déjame en paz» se atascó en mi
garganta y allí se quedó. Ese que podría haberme librado de un
manoseo desagradable que subió de mis caderas, se recreó bajo el polo
y llegó a jugar con el aro de mi sujetador.
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Excepto...
—Kathleen, joder.
—Todo está bien, ¿de acuerdo? Todo está bien —repitió, haciéndome
caminar—. Venga, concéntrate en andar. Solo en tus pasos. Hazlo,
cariño. Iré a donde tú me lleves.
***
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—Nadie te ha pedido que ejerzas de psicólogo —solté, poniéndome en
tensión—. Déjame en paz, King. No quiero hablar de eso en este
momento, estoy bien.
—¿Que estás bien? —Soltó una carcajada vacía, apenas una exhalación
que me obligó a tragar saliva—. Mira, Kathleen… Me alegra
que te haya servido rehuir a los demás para no tener que hablar de ello.
Me alegra que hayas tenido la suerte de poder rodearte de gente que no
insiste y te deja hundirte en la miseria. Pero a mí no me vas a pasar por
alto. Así que habla.
No aparté la mano del asidero de la puerta, pero lo miré por encima del
hombro. Hice de tripas corazón para esbozar una sonrisa. Estaba
destinada a ser despectiva, o por lo menos indiferente. El problema era
que venía teniendo dificultades con todo desde que King había
aparecido, y al final se torció en una mueca dolida.
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tenía miedo. Sabía cómo reaccionaba un hombre cuando no hacían lo
que le pedía.
La brisa fría aireó mis mechones sueltos y se metió por debajo del poco,
haciéndome estremecer. O eso pensé. Había sido yo misma quien me
había provocado el temblor, y no era uno común por la temperatura,
sino por lo que venía a continuación. Tuve que echarle un nudo mental a
mi estómago y a mi cabeza para retener los pensamientos, y así evitar
romper a llorar.
—¿Por qué insistes? —balbucí—. Esto no te afecta a ti, no... ¿Es que no
ves que son cosas que... que duelen? No puedo decirlo en voz alta y
volver a casa como si nada, King —mi voz tembló—. Es algo que he
estado evitando durante mucho tiempo. No puedo hablar de ello y
esperar... Que no me ataque mientras duermo.
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falso. Todo aquel que vive cerca de ti, que te tiene en su día a día y se
preocupa por tu bienestar, sufre si lo haces. Y todos te vemos sufrir.
Aunque no hagas ruido o no llores... Es algo que está en ti. Déjalo salir
antes de que te asfixie.
—Cada vez es más evidente que los fantasmas son reales, pero no,
nunca he dudado de mí mismo. He vivido durante años con una persona
que se comportaba de una manera muy similar a la tuya, Kathleen.
Reconocería los síntomas en cualquier persona, en cualquier sitio.
Parpadeé varias veces para enfocar la vista y aparté sus brazos para
girarme y mirarlo. No estaba convencida de querer enfrentar sus ojos,
pero cuando lo hice supe que me habría perdido mucho si lo hubiera
ignorado.
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listo o perspicaz. Solo supe que había algo mal, y necesité —necesito—
erradicarlo.
—Claro que no, por Dios. Perfectamente podría haberte ayudado desde
fuera, recomendándote especialistas o estando a tu lado como un apoyo.
Si estoy aquí, contigo, no es porque quiera ser un héroe. Tampoco
quiero ser tu héroe. Ni la persona que te ha ayudado a crecer, porque
necesitas ser tú la que te salve para nunca depender de nada ni de
nadie... Estoy porque quiero estar contigo.
Inspiré hondo.
Él no contestó enseguida.
—¿Qué consecuencias?
King ni pestañeó.
—Yo. Pero de nuevo: esto no es sobre mí, ni de ti y de mí, sino solo de ti.
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preocupado. Tampoco tan triste como desgarrador. Solo era... No sabía
qué era, o cómo tomármelo.
—Es más que suficiente. Sobre todo, por esa promesa en el «por
ahora».
Sonreí por inercia. Era incansable. Siempre tenía que conseguir lo que
quería.
—No lo sé. —Recogí las piernas y me las abracé—. ¿Qué quieres que
sepa de ti?
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Él se rio.
—La primera vez que di una patada a mi madre, fue cuando estaba
comprando el último libro de Stephen King. Se acababa de publicar
Misery. ¿La has leído?
—¿Qué dices?
—No me lo creo.
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—Ya hemos llegado —anunció King, aparcando justo en la puerta de la
cochera—. Puedo arriesgarme a acompañarte a la puerta. No creo que
a estas horas vayan a multarme por poner el coche donde no debo…
—King —interrumpí.
Él me atendió enseguida.
—Dime.
Me aclaré la garganta.
—El otro día dijiste que, fuera lo que fuese que me pasó… No lo usarías
en mi contra. Y que no sería un condicionante a tus ojos.
—Me alegra que me escuches cuando hablo. A veces pienso que solo te
quedas con lo que podría malinterpretarse para desacreditarme.
Se estaba abriendo a mí. No era nada nuevo. King era todo verdad. Pero
hasta entonces, lo había visto como una persona feliz por su
simplicidad. Dudaba que cargara con ninguna tristeza o algo le
preocupara. Nada de eso. Se acababa de presentar ante mí como un ser
humano con sus sombras y miedos, a quien también le mortificaban
algunos aspectos de mi actitud.
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alguien pasarlo mal, mi primer impulso no es pensar en qué me
produce, sino ofrecerme a ayudarlo.
No sabía que necesitaba esa respuesta hasta que la tuve. Me alivió hasta
tal punto que por fin me relajé, y unas repentinas e inexplicables ganas
de abrazarlo estuvieron a punto de absorberme. Por primera vez, no me
reprimí. Desabroché el cinturón y me senté torpemente en su regazo. Él
no dijo nada. Solo me ayudó a acomodarme y me rodeó la cintura con
sus brazos.
—No se dan. Este tipo de historias hay que contarlas para que no
queden en el olvido.
—¿Terminó queriéndote?
—Muchísimo. El corazón de esa mujer era tan grande que ese cabrón no
pudo romperlo del todo, ni echarlo a perder para mí. Pero si no me
hubiera querido… Lo habría entendido. Todo el mundo aplaude su
decisión, dice que hizo lo correcto, que fue valiente. Lo fue —susurró—,
pero no era su obligación. Si yo no hubiera estado aquí, ahora, me
habría gustado que también se refirieran a ella de esa forma. Y que
nunca la hicieran sentir un monstruo por no haberme tenido.
—Todo el mundo me mira mal cuando digo algo así, pero es lo que
pienso. Ser fruto de una violación condiciona tu vida desde que naces.
Mi madre no estaba bien, y no lo estuvo hasta mucho tiempo después,
cuando yo ya la había oído llorar y visto sufrir por esto. Lo pasaba
jodidamente mal por ella, muñeca. Pasamos muchos años visitando un
psicólogo. Podía querer más que a nada en el mundo, pero se alegró
cuando le dije que me independizaba. Yo no dejaba de ser una conexión
al mayor horror de su vida. Y aunque lo hacía bien, aunque se esforzaba
por ser una buena madre —lo ha sido—, me daba cuenta de lo que
estaba pasando. No te imaginas la impotencia que me daba.
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quedado allí para siempre, pero debía subir a casa y preparar las cosas
para irme con Liberty, o, a lo mejor, llamarla por teléfono para decirle
que había tenido un percance y me aterraba la idea de poner un pie en
la calle.
—¿Mm?
—De una manera algo retorcida, creo que es inspirador saber que
podrías no estar aquí. Te motiva a cumplir metas. Estoy muy agradecido
por la oportunidad que se me dio, y quieras que no, eso deriva en la
obligación de ser feliz. Pero no es solo una responsabilidad, sino un
gusto que me doy, un regalo que adoro hacer a quienes me rodean. La
ilusión es contagiosa y me encanta hacer de mi existencia algo
memorable. Así que, sí. Soy muy feliz, muñeca. —Me besó la frente con
cariño—. Y no dudes que te arrastraré conmigo, porque en mi paraíso
personal faltan chicas como tú.
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LOS FEOS TAMBIÉN LO HACEN BIEN
Esa noche tuve un sueño que me obligó a abrir los ojos de sopetón. Por
variar un poco, no fue una pesadilla. Fue la inspiración.
Me incorporé tan repentinamente que, esta vez, pudo haber sido King el
sorprendido. Pero no fue él, porque él ya sabía quién estaba en la cama.
Volví a ser yo la que soltaba un grito ahogado y se llevaba una mano al
corazón por la impresión de verlo allí, de nuevo, tendido sobre su
costado y mirándome con la sonrisa del gato que se comió al canario.
Pero eso no era lo importante, sino que algo había cambiado entre
nosotros en las últimas horas. Pensaba que ese cambio se trasladaría a
todos los ámbitos, no solo al vínculo invisible que nos unía, pero estaba
equivocada. King no me miraba diferente y no parecía por la labor de
actuar de manera distinta. Seguía siendo el King de sonrisa arrogante y
mirada lasciva al que le encantaba salirse con la suya.
—Vaya, no me puedo creer que por una vez hayas captado el mensaje. —
Aparté las sábanas de un movimiento airado e intenté levantarme, pero
King se colocó encima mía antes de que pudiera incorporarme un poco
—. Pero, ¿qué...?
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No fueron sus palabras lo que me silenciaron, sino su mirada. Se
intensificó hasta cambiarle de color los anillos de los iris, pasando por
tantas tonalidades de azul, gris e incluso verde, que parecía estar
contemplando un espectáculo de auroras boreales.
—Tengo que enseñarte las fotos que te hice. Caitriona es rápida. Ya las
ha revelado y editado.
—¿De veras piensas que necesito excusas? —Me guiñó un ojo—. Qué
importa. Mi pretexto de hoy es bastante más sencillo. Me he levantado
con ganas de lamerte de arriba a abajo.
¿Cuándo había llegado a reconocer sus emociones tan bien? King no era
un hombre difícil de leer: no tenía problema en expresarse, y Dios había
visto desde allí arriba cuántas veces había dicho en voz alta lo que
pensaba, escandalizándome o haciéndome temblar por el camino. Pero
seguía siendo curioso, y quizá algo perturbador, que ya supiera sus
formas de reaccionar antes incluso de verlas venir.
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Me senté en el sofá con el ordenador sobre las rodillas y me puse a
teclear sin parar. No sé cuánto tiempo estuve allí, moviendo los dedos
sobre las letras, sin detenerme a releer. No paré hasta que terminé el
capítulo, momento en el que sonreí, satisfecha, por lo bien que habían
quedado algunas líneas. Escribí diez páginas de un tirón, lo que ya era
decir teniendo en cuenta que hacía años que no podía terminar dos en
un día.
Parpadeé varias veces. Dios, no había leído las páginas nuevas, sino las
antiguas. Esas en las que describía a Gavin a imagen y semejanza de
King, o lo que King me pareció la primera vez que lo vi. Como un
hombre de rasgos demasiado marcados y cuya única característica
atractiva era la barbilla, un plagio de la de Espartaco.
Despegué los labios por inercia, porque no existía defensa alguna. King
se acercó a mí con una caminada de depredador al acecho, mirándome
con los ojos oscurecidos...
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—Este feo te está sobando las tetas y estás a punto de desmayarte —
susurró en mi oído—. ¿No te gustaría rectificarlo?
Ah, no. Nadie iba a volver a decirme lo que podía escribir y lo que no.
Roté las caderas hacia él y metí la mano en sus pantalones. Lo miré con
ese desdén que a veces le hacía tanta gracia, y que en ese momento le
excitó.
Él debió ver en mis ojos que estaba más que lista y dispuesta a que
hiciera conmigo lo que le diera la gana, porque no se lo pensó dos veces
a la hora de desnudarme muy despacio. Comenzó ese ritual que yo
empezaba a adorar, el de besar y venerar todo mi cuerpo. Sus labios
tenían un don. Encontraban un punto perdido y lo estimulaban con la
dulce presión de besos castos, de sus ardientes lamidas, de sus
mordiscos considerados. Todo hacía eco en mi vientre. Me ponía a
vibrar antes de poder siquiera concienciarme de lo que estaba pasando.
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con los labios para succionarlo. En cuanto noté la textura ligeramente
rasposa de su lengua indagando sobre mi sensibilidad, mi impulso fue
cerrar las piernas. Él las mantuvo abiertas. Un estremecimiento de puro
placer me atravesó como un rayo. El recorrido de sus uñas, arañando la
cara interna de mis muslos, no tenía nada que ver con la insistencia de
su boca. Me succionaba y me animaba a comportarme con una
pervertida. Mi espalda se arqueó sin que yo se lo pidiera.
—¿Un feo te puede hacer esto? —Su voz ya no era ronca; estaba
quebrada, partida en dos por el deseo. Juré que el sonido de sus jadeos
no viajaba por el aire, sino a través de mí—. ¿Un feo te puede hacer
sentir así...?
No me di cuenta de que tenía los ojos cerrados hasta que los abrí y me
topé de golpe con King, que ya se había colocado delante mía con
expresión interrogante.
Él solo se rio.
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—No lo he tenido en secreto en ningún momento.
—Quiero que veas tus fotos, a ver si por casualidad sientes lo mismo que
he sentido yo y me dejas convertirte en mi musa.
En todas esas fotos habían captado algo distinto. Fuera cosa de Swan o
de la editora, había hecho un trabajo que me dejó muda. Sabía que la
hermana de King tenía fotos mías seria, con otras posturas, desde otras
perspectivas, pero él había sido consecuente con lo que buscaba
imprimiendo solamente en las que parecía una niña risueña.
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Estuve un rato callada. Me gustaría complacerlo y complacerme a mí:
era un trabajo que no me vendría mal. Pero no podía arriesgarme. Era
una mujer anónima porque había pasado mucho tiempo desde mi última
aparición en público; porque escribía sin dar la cara, y porque me
preocupé de que mi aspecto cambiara radicalmente para no ser
reconocida. Incluso me mudé para que no me reconociesen por la calle.
Y lo había conseguido. Pasar desapercibida. El «me suena haberte visto
en alguna otra parte» de Dristan fue lo único que logró turbarme en ese
aspecto.
¿Qué me aterraba tanto? King no parecía ser como él. King tenía en
cuenta mis opiniones, mis deseos; se preocupaba por mí y aseguraba
que pretendía cuidarme. No solo de amenazas externas, sino de mí
misma. Incluso de su propia forma de ser, a veces autoritaria, y de la
arrogancia que me sacaba de quicio. Pero no podía fiarme del todo. No
podía simplemente alegrarme por el descubrimiento. El hecho de que
parte de mi ilusión estuviera en manos de otra persona, nunca sería una
buena noticia. Ni siquiera en caso de que fuera recíproco.
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O no.
—Me gustan las fotos. De veras, son muy bonitas —dije al fin,
componiendo una mueca con la esperanza de que pudiera hacerlas de
sonrisa—. Pero no voy a trabajar para ti. Y por favor, no insistas. No
quiero ser una imagen pública, ni que me llamen modelo en Internet, ni
que se me hagan fotos a traición en la calle. Quiero y necesito ser una
persona anónima.
—No.
Tragué saliva.
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Hasta yo me frustraba a mí misma.
—Será porque estudié Filosofía. —Me guiñó un ojo. Yo alcé las cejas,
sorprendida.
—¿En serio?
—Sí.
—Bueno… Todos los negocios tienen y siguen una filosofía. Con una muy
bien cimentada no hay lugar para los problemas, al menos, no los
estructurales; pequeños percances surgen siempre. Pero estudié
Economía aparte. Una carrera por gusto, y otra por la salida
profesional. Aun así, no creas que soy un genio de nada, ni que levanté
un imperio de joyerías de la nada. Compré una empresa en bancarrota
con ahorros y una aportación de mis padres, y ambos me ayudaron a
convertirla en lo que es hoy día. Si no hubiera sido por mis
colaboradores y mi familia, dormiría en mi habitación de la infancia,
acompañado de pósters de las Spice Girls.
—Reconozco que me han ido siempre las rubias, pero en este caso me
moría por Victoria Beckham.
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—¿Y siempre te han ido las relaciones abiertas, o también ha habido
excepciones?
King sonrió.
—Otro que me suelta que soy una zorra imbécil y oportunista porque no
tengo estudios —resumió, sacándose los zapatos y tirándolos a ninguna
parte—. Genial; un trabajo a la mierda. Ahora tendré que buscarme
otros dos para compensar el salario de este.
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—¿Cómo? —exclamé—. ¿Tenías dos empleos al mismo tiempo? ¿No
dejaste de hacer eso a los dieciséis?
Me quedé tal cual estaba, sentada en el regazo de King con los ojos
puestos en las fotos. Intercambiamos una mirada rápida.
—Claro.
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Esa noche, fuimos juntas al Rock & Blues. Aún no había dimitido
propiamente, y estaba segura de que Brennan agradecería tener a
alguien para esa misma noche.
Todo quedó arreglado rápidamente. Aunque el jefe quiso saber por qué
quería irme, bastó con una respuesta escueta por mi parte para que no
insistiera. Eso sí; esa jornada la tenía que cubrir. Brennan disponía de
una larguísima lista de suplentes a los que podía llamar en cualquier
momento, pero quería que estuviese allí para enseñarle a Ginebra todo
lo que debía saber.
Le hice un tour por el sitio para que se hiciera una idea de dónde
estaban las cosas, qué clientes tenían preferencia, cómo funcionaba el
sistema de propinas —algo que no le hizo ninguna ilusión, quedándome
claro que ella se quedaría lo equivalente a las suyas, mandando a tomar
por saco la igualdad y la justicia económica— y le presenté a las chicas.
A Fiona y a Raeghan, que había vuelto.
—El Rock & Blues es para mí como el primer amor. Nunca lo dejo del
todo.
—Me gustas. —La apuntó con el dedo—. Soy la más antigua en este
sitio, así que procura que eso siga siendo así. No la cagues, Beyoncé.
—Eso es lo más bonito que me han dicho. Y que me dirán —añadió Gin,
muy convencida.
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—Sí. ¿Qué?
Dristan entornó los ojos ante mi tono hostil, pero no hizo ningún
comentario.
—Lo que también puedo decirte es que te vayas a la mierda —solté sin
ningún reparo—. Estoy segura de que lo último que quiere Libby es
volver a verte, así que ten un poco de vergüenza y olvídate de ella.
—¿Perdón?
—Lo que oyes. Déjala en paz. ¿No crees que ha tenido suficiente?
—Lo siento, guapa, pero no creo que tengas derecho a meterte entre
nosotros. No te he pedido opinión sobre esto, sino que me digas dónde
está.
Dristan esbozó una sonrisa de cabrón. Ah, por fin nos entendemos…
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PREPÁRATE CONMIGO
Aunque contaba que su sueño siempre había sido ir de un sitio para otro
sin sentar la cabeza, recientemente había tomado la decisión de levantar
una clínica y acomodarse en la ciudad donde nació. No se podía decir
que le fuera mal. Era una de las personas más solicitadas del país, y yo
había tenido la suerte de conocerla cuando aún no era una especie de
personaje público por culpa de su marido. Ni cambiando de continente
te libras de que te señalen como «la esposa de Vince Luna», la leyenda
de la guitarra por detrás de Jimi Hendrix.
—¿A qué hora tenías la cita? —le pregunté a Libby, que acariciaba
distraídamente la mano de su madre.
—Pues... Hace unos cuarenta y cinco minutos, pero siempre pasa esto.
Ya sabes cómo es ella. Si hace falta alarga la hora, y parece que hoy era
necesario.
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El tipo era muy guapo, con el pelo rubio rapado al uno, los ojos
almendrados y los labios carnosos. Y mejor aún: parecía digno de
confianza.
—¿Nos conocemos?
—Que sea la última vez que te crees que puedo recibirte en consulta con
un simple «voy a ir a verte» —comentó, haciéndome un gesto para que
pasara—. Tengo una vida y una agenda de pacientes.
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—Más te vale. Tienes suerte de que tenga un rato libre… —suspiró. Se
sentó en su sillón con cuidado. Cruzó las piernas, le dio al botón del
bolígrafo y me miró—. Así que has conocido a un hombre.
—No me pongas esa cara. Se pilla antes a una mujer enamorada que a
un cojo.
—No creo que sea así el refrán… Y no he dicho que me haya enamorado
—me apresuré a balbucear. Fue justo el balbuceo lo que supuso mi
perdición—. Solo que... estoy con un hombre. El primero después de...
bueno, del anterior.
—No nos vayamos por otros derroteros, ¿quieres? Tengo como mucho
media hora antes de que vengan a recogerme para ir al aeropuerto. Y
después de años de terapia, creo que tú y yo podemos hablar sin
tapujos.
—¿Dónde vas?
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» Pero dime. ¿Cómo se llama tu hombre? ¿Cómo es?
—Porque tienes miedo —adujo—. La pregunta es… ¿de qué? ¿De lo que
sientes, de su reacción, o de que vaya a hacerte lo mismo?
«¿De lo que siento?», repetí para mis adentros. Desde luego, eso me
tenía acorralada.
—Sabes que no se lo he contado a nadie más que a ti. Debe ser eso.
Sacudí la cabeza.
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—A él nunca le di detalles. Puede sospecharlos, sí… Pero no sabe nada,
en realidad. Solo que la prensa me estaba presionando, y porque sabía
que podría hacer algo para evitarlo.
Lo pensé.
Tenía más razón que un santo, así que cerré el pico y no lo intenté. No
era la persona más indicada para abogar por el amor o las
oportunidades. Fui a cambiar de tema para suavizar la tensión que se
había instalado entre nosotras, pero no pude porque al cruzar el umbral
de la puerta de salida, una barahúnda de desconocidos con cámaras y
libretas se echó sobre nosotras.
—¡Señorita McGrath! ¿Es cierto que ahora sale con el empresario King
Sawyer?
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—¿Qué nos puede decir sobre Nolan Sullivan? ¿Sigue en contacto con
él?
—¿Estás bien? ¿Pedimos un taxi? Creo que llevo algo encima para
pagarlo.
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Habían preguntado por Sheila y Jaab. ¿Cómo se habían enterado?
Habría relacionado la amenaza de Dristan con todo si no hubieran
hecho preguntas tan concretas. Hasta donde yo tenía entendido, él no
sabía nada del asunto. La única que sabía tan bien como yo lo que había
ocurrido, era Sheila.
King cruzó el umbral para abrazarme sin decir nada. Sus manos fueron
deslizándose lentamente por mi cintura hasta que me alzó en vilo y me
llevó al interior. Por primera vez, sin hacer una sola pregunta. Y también
por primera vez dando yo el paso de decir en voz alta cuál era el
problema.
Porque por suerte, en esa ocasión, no tenía nada que ver con él.
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perseguirme o intentar averiguar detalles sobre mi vida. Este ha sido el
primer año que he podido salir a la calle sin que nadie me reconociera,
en parte porque he cambiado mucho físicamente.
—No exactamente. Salía con una figura pública. Mi expareja era una de
las más grandes fortunas de los Estados Unidos, aunque se les conocía
más por su personaje que por su dinero. Su familia era muy famosa.
Como las Kardashians, o los Trump. Pero eso no importa ahora —añadí,
intentando concentrarme en la cara de King. Solo la cara de King. Lo
demás era irrelevante—. Lo que me preocupa es que alguien ha contado
que tú y yo podríamos estar saliendo, y tú... Tú sí lo eres. Tú si eres un
personaje importante. Creía que esto no pasaría, porque solo nos
acostamos, no salimos a la calle juntos, ni me llevas a tus cenas de
negocios, ni... —Cogí aire—. Pero ha pasado. Ha pasado, King, y no
puede volver a pasar. No puede volver a pasar, ¿entiendes?
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la posibilidad de que hubiera sido él hasta ese instante. Ni me lo había
planteado.
Fui a replicar, pero acabé asumiendo que tenía razón e hice el esfuerzo
de relajarme. Por un lado, fue sencillo: el silencio aminoraba la carga
sobre mis hombros e iba despejándome poco a poco. Los brazos de King
me mecían a un ritmo en el que me pude concentrar para dejar de
pensar. Por otro lado…, costó. La cercanía de King era agobiante a su
manera. Era imposible que pudiera calmarme si su cuerpo comprimía el
mío con su fuerza viril. Tuve que aceptar que eso era lo único que
necesitaba para no darle vueltas.
Él.
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dándome un beso febril, hambriento; un beso que habría sabido a
despedida si no hubiera estado segura de que con él… iba para largo.
—No hace falta que lo digas —dijo entre dientes, sin expresión—. Me lo
puedo imaginar.
—Sabes que eso es lo más cercano a un «te quiero» que me has dicho
nunca, ¿verdad?
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—Sea cual sea ese «algo» secreto y doloroso que está haciendo que me
mires así, olvídalo y recuerda que yo no lo soy y no te lo voy a hacer —
dijo en voz baja, estrechándome contra su pecho—. Joder, Kathleen... Si
me dejaras, si hablaras; si te abrieras a mí... Te protegería hasta de ti
misma.
—Y yo te digo ahora qué es lo que quiero yo. Mira, sé que tienes miedo...
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—Claro, pero… Yo… —Me mordí el labio—. No lo esperaba. Ahora no.
—Mi arrogancia y mi ego no tienen nada que ver aquí. Ni siquiera soy
yo el que necesita creérselo. Eres tú. Me quieres, joder, y no voy a
permitir que me dejes porque te absorbe que así sea. A mí también me
absorbe. No me he enamorado nunca, y me ha tocado hacerlo de una
mujer testaruda como ella sola... Pero estoy preparado para cualquier
cosa. Así que prepárate conmigo.
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Sí, yo era el problema. No King. Quizá ni siquiera lo fuera Nolan, quien
a fin de cuentas llevaba años lejos. Quizá siempre fui yo.
No se podía vivir con miedo. Pero menos aún con el riesgo de contagiar
a alguien feliz con mi eterna turbación. Si hacía de King alguien triste
no me lo perdonaría nunca.
Solo Dios sabía por qué me había elegido a mí entre todas las mujeres
del mundo. El poder de la atracción era innegable. Nos arrastraba
inexorablemente. Pero no era suficiente para conquistar un corazón. Me
preocupaba que pudiera haberse enamorado de mi fragilidad, porque
esperaba que algún día eso desapareciera. No se sostenía: él había
dicho lo que amaba de mí, y era todo lo que podía encontrar debajo.
Pero era ahí donde estaba. Debajo. Tan debajo que tal vez nunca lograra
salir. Y él se acabaría cansando. Yo misma estaba cansada de mí.
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CAITLIN MCGRATH
—No hace falta que hagas promesas en vano para hacerme sentir bien;
no funciona desde que cumplí los doce, papá, y sabes que no me van a
olvidar nunca —suspiré. Él sostuvo mi mirada con tristeza, sabiendo que
tenía razón—. Hasta que no estén seguros de que estoy muerta no van a
dejar de chismorrear y buscarme por todas partes. Lo que me extraña
es que sepan que estoy en Dublín.
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El vértigo hizo que me marease.
—No, no, no iba a decir Maddox, sino Dris. Dristan —se corrigió
enseguida—. Al escuchar las preguntas que te hicieron... Recordé algo
que me dijo no hace mucho tiempo.
» Pero no apostaría por ello al cien por cien —añadió—. ¿Por qué iba
Dristan a hacer eso?
—Lo haría —cabeceé—. El otro día se pasó por el club para verte y lo
mandé a casa... entre otras cosas. Insistió hasta que supo que no le diría
dónde estabas, y entonces me amenazó.
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—Cómo se nota que eres nueva —sonrió Libby, afectada—. Yo llevo ahí
cinco años, y hace solo tres que el local fue traspasado y cobró una
fama más o menos decente. Antes lo llevaba un tipo bastante peligroso
que tenía unos amigos con antecedentes penales. Supongo que, por no
perder la costumbre, esos amigos siguen visitando el club. Hasta hace
poco, los clientes se pensaban que las camareras estábamos allí para
frotarnos en sus regazos o ponerles el escote en la cara. Tienes suerte
de que estés viviendo la experiencia del nuevo Rock & Blues con el señor
Brennan. Y con Dos Santos, sobre todo con Dos Santos. Nadie se pasa
ni un poco cuando él anda cerca.
Me llevé las manos a las sienes y las froté con las yemas de los dedos,
esperando que así remitiese la jaqueca.
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Debía haberse despertado y haber venido en cuanto había visto que no
estaba con él.
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—Creía que no te enfadabas nunca —murmuré.
—No sirve ser suave contigo. No sirve ser pasivo. No sirve nada —se
defendió—. Cabrearme es lo único que me queda para hacerte entrar en
razón.
—No te has largado porque sepas que vas a sentirte mejor sola —
prosiguió, solo un poco más calmado al ver que estaba por la labor de
escuchar—. Te has largado porque eres una cobarde. ¿Te ha asustado
que te quiera? Pues bien, te voy a acojonar otra vez. Te quiero. Y otra.
Te quiero. Y todas las que haga falta. Te quiero, te quiero y te quiero.
No sé por qué lo hice, pero asentí. Asentí muy despacio, sin saber qué
puñetas significaba ese gesto y sin saber qué iba a ocurrir a
continuación.
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Sin poder contenerla, esbocé una sonrisa temblorosa que él copió.
—¿Por qué?
—Ya sabes lo cerdo que me ponen. Soy capaz de ponerte a desfilar con
ellos... Aquí no hay nada —bufó, abriendo el último cajón. Empezó a
rebuscar ahí mientras yo me fijaba en cómo se movían los músculos de
su espalda, en los dos hoyuelos sobre su trasero...
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Luego los músculos dejaron de moverse.
—¿King?
—Sí, voy a responder —corté, antes de que dijera algo que pudiera no
gustarme—. Solo... dame un momento, por favor. Necesito ordenar mis
ideas.
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que yo solía frecuentar, sobre todo porque cuando salía era para
trabajar. No tenía que pisar mi piso porque ya no tenía una novia
viviendo allí, y tampoco un rollo casual. No trabajábamos juntos. No
coincidiríamos en el Rock & Blues... Y tampoco le debía nada. Eso era lo
único de lo que estaba segura.
—No sé por dónde empezar. Ahora mismo está todo muy confuso en mi
cabeza... Pero creo que sería bueno que supieras que eso que has leído...
—carraspeé—. Tiene una fecha. No es actual. Es el primer diagnóstico
definitivo que me hizo. Por lo que sé, normalmente se anotan los
síntomas. Nunca se llega a hablar de trastornos porque esas palabras
tan grandes causan ansiedades innecesarias. Pero Jude no es una
especialista al uso, y yo se lo pedí para poder presentarlo a la editorial.
Tenía que justificar de alguna manera que no pudiera cumplir con mis
compromisos, y en realidad quería saber hasta qué punto estaba… mal.
—Lo del autismo, como ves, está en una hoja aparte. Es de anotaciones
que hizo porque yo le conté que a los cinco años estuvieron a punto de
diagnosticarme autismo. Aunque lo descartaron más adelante porque no
llegaba a los mínimos, sino que simplemente era un poco más...
introvertida y asocial que el resto de los niños, Jude lo apuntó para
tenerlo presente —continué, tratando de restarle importancia—. Según
dijo, podía ser posible que lo tuviera y no se hubieran equivocado al
principio. A fin de cuentas, compartía algunos síntomas. Rehuía la
mirada, no tenía ninguna empatía, me aislaba continuamente, ya fuera
encerrándome en una habitación o en mi propia imaginación, y que me
cambiaran las rutinas me causaba una gran ansiedad.
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—Eso te sigue ocurriendo —señaló él, sin expresión—. Eres tú la que
aparta la mirada siempre, tienes ansiedad y vives aislada. Nunca se me
habría ocurrido... —empezó a murmurar.
No quería mirarlo, pero percibía sus brazos y sus piernas tensas por el
rabillo del ojo. Al contrario de la rigidez de su cuerpo, su voz fue un
llamado a la suavidad.
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Esa era la pregunta que hacía tiempo desde que nadie me proponía en
voz alta, y que ni yo quería hacerme. Toda mi templanza y tranquilidad
se vino abajo conforme fui revisando determinadas secciones de mi
mente, sacándole el polvo a los recuerdos que, en el fondo, nunca
habían llegado al desván. Siempre habían estado en el pie de las
escaleras, en un punto estratégico para hacerme tropezar.
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—No es el final de la historia; es el principio. El idílico y engañoso
principio. —Sonreí notando un regusto amargo—. Nolan era el hombre
perfecto. Todo con lo que siempre había soñado. Alto, fuerte, ojos claros
y pelo oscuro, sonrisa matadora; seductor, algo arrogante, con labia.
Comprensivo. Le importaba lo que tuviera que decir. Me trataba tan
bien, me cuidaba, me respetaba... —Levanté la mirada para observarle
un instante. Su semblante se había ensombrecido. Entendía lo que
quería decir. Nolan fue todo lo que era King Sawyer—. Solo era... un
poco celoso, pero comparado con todas sus virtudes, esa empequeñecía.
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» No era infeliz. Aunque las cosas no estaban saliendo como quería,
tenía un grupo de amigas, tiempo de ocio para hacer lo que quisiera,
hablaba con mi padre y mis conocidos de Dublín a menudo... y tenía a
Nolan, lo que llegué a considerar más importante que cualquier otra
cosa, así que todo iba sobre ruedas. Simplemente no era mi momento de
brillar en el ámbito profesional. Pero sí el de Nolan, que pronto le dio en
las narices a la empresa de su padre presentando un proyecto increíble.
Se hizo tan famoso que no me lo podía creer, y él tampoco. En cuestión
de meses pasó de ser el Nolan perseguido y machacado por la prensa
por sus problemas personales, al Nolan que acababa de sacar el
teléfono inteligente más competitivo del mercado.
» Nolan me consentía con regalos, pero cada vez pasaba menos tiempo
conmigo. Fue en esos días cuando me afané en escribir para no pensar
que era un estorbo. Me sumergí en un mundo que era solo una copia del
mío. Una mujer más, seducida por un hombre perfecto. Solo que ese
hombre perfecto no era Nolan, porque Nolan era un fantasma al que
veía tres veces por semana.
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» Él me miró con los ojos rojos. Estaba encolerizado, quizás porque algo
había salido mal en el trabajo. Fuera cual fuese el motivo, dijo algo que
se me clavó en el corazón y que todavía recuerdo: «Eres mía. Te vestirás
como yo te diga, porque para eso vives bajo mi techo».
» Después de eso, mi primer instinto fue irme. Le dije que sería buen
momento para volver a Dublín y terminar con lo nuestro, ya que le iba
muy bien y hacía casi dos años de la muerte de su madre. Admito que en
realidad mi esperanza era que se arrodillase y me pidiera perdón. Fue
exactamente lo que hizo, así que olvidé aquel... percance, suponiendo
que sería la última vez y que en realidad era bonito que quisiera
considerarme suya. Tenía que ser bonito, ¿entiendes? Si no lo era, todo
mi mundo, mi burbuja, se rompería, y me daría cuenta de que en
realidad no tenía nada. Ni gente que me quería, ni sueños, ni nada.
Tendría que ver que era una mujer florero sin aspiraciones y con la
cabeza lavada.
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cómo el miedo casi hizo que vomitara cuando él abrió la puerta y se dio
cuenta de que mi intención era salir.
» Hubo tantos episodios de celos por sus tardanzas... Creo que eso fue
lo que más daño me hizo, lo que mejor recuerdo. Es como si hubiera
ocurrido ayer: como si solo hace diez minutos él acabara de entrar por
esa puerta, y yo, con la ropa del día anterior, unas ojeras horribles y
llorando de impotencia, le asediaba con preguntas. Me estoy viendo
ahora mismo hecha una energúmena, y estoy viendo a Nolan riéndose
de mí, apartándome con manotazos y diciendo que estaba volviéndome
loca. Luego se ponía cariñoso, me liaba y me manipulaba a través del
sexo para convencerme de que me quería a mí y solo a mí. «Yo nunca te
haría eso, mi amor. Yo jamás haría nada para perjudicarte. Eres mi
vida, eres todo lo que tengo, lo más valioso para mí...»
302/416
maltrecho. O, aunque solo fuera para que las personas de mi entorno
dejaran de sufrir por mí.
» Pero yo no iba a dejar de escribir por él. Continué haciéndolo, esta vez
a mano, escondiendo las páginas en uno de los compartimentos de un
cajón de la cómoda. Un lugar que se suponía que no debería haber
encontrado jamás. Pero lo encontró. Lo encontró el mismo día que yo
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hallé la prueba irrefutable de que se acostaba con otras mujeres y con
sus mentiras me había vuelto loca, haciéndome creer que siempre fue
problema mío.
» Nunca olvidaré esa discusión. —Clavé los ojos en mis manos—. Nolan
me había zarandeado, empujado e insultado muchas veces. Le
encantaba acusarme de puta por vivir bajo su techo a cambio de polvos,
aunque luego pidiera disculpas. A veces fue tan brusco intentando
separarme de él que me di un golpe en la cabeza con un estante y
tuvimos que ir a urgencias. Allí dijo que me había dado sola... También
pidió perdón. Yo lo excusaba por eso. Porque parecía arrepentido de
veras, porque conseguía hacer, de una manera u otra, que me creyera
todo lo que salía de su boca. Pero esa vez...
» Le eché en cara todo lo que había hecho y que había tenido tan
dentro, tan escondido, que me sorprendí a mí misma recordándolo todo
con detalle. Él contraatacó, de nuevo recurriendo al victimismo, al
chantaje. Me dijo que estaba loca, que era una zorra insaciable, que me
odiaba... «Entonces deja que me vaya», le dije. Nolan me contestó...
—Me contestó que nunca me iría de allí porque prefería que estuviera
muerta a verme lejos de él.
Cerré los ojos para contener las lágrimas, pero eso hizo que la escena
que estaba narrando apareciera ante mí con total nitidez y volví a
abrirlos rápidamente. Me topé por vez primera con King, al que no
había mirado más de dos segundos. Él sí me observaba a mí. Me miraba
como no me había mirado nunca, y no había ni rastro de lástima o
humillación. Quizá había odio y rabia, porque apretaba tanto la
mandíbula que los músculos tensos de su mentón se intentaron
superponer a su piel... Pero no era lo que quería transmitirme. King no
pretendía llenarme de impotencia, ni parecía planear un terrible destino.
Estaba serio, en sus ojos brillaban las lágrimas que no iba a derramar,
pero me miraba...
304/416
King me miraba con amor. Como si yo estuviera por encima de todo lo
que estaba contando.
King inhaló.
Solo Dios sabía cómo había logrado contener las lágrimas durante tanto
rato, y solo Dios sabría que no estaba llorando por pena o por rabia,
sino porque no podía creerme que de verdad lo hubiera soltado de una
vez. Ni que ese hombre siguiera ahí después, acercándose a mí, sentado
a mi lado y besándome las manos.
» Pero yo no me abrí. Fui un fantasma durante el año que viví con él.
Luego entendí que estaba siendo egoísta reteniéndolo allí cuando
siempre ha estado en su composición lo de salir y entrar, conocer
mundo y el trabajo nómada. Fingí que estaba bien para irme a vivir
sola. Me puse en contacto con la doctora Murphy, y unos meses después
probé a trabajar. Cambié de nombre, me dejé el pelo largo, me teñí de
morena, adelgacé casi quince kilos y desaparecí de la faz de la Tierra.
305/416
—¿Qué? ¿Kathleen Priest no es tu nombre real?
—No. Siempre llevé el apellido de mi madre porque viví con ella hasta
que me marché a Estados Unidos, cosa que en parte hice por esa pelea.
En realidad, me llamo Caitlin McGrath, pero preferiría que no me
llamaras así. Nunca —especifiqué—. Me dan escalofríos cuando me
llaman por mi nombre real.
—Entonces es cierto y nunca fallo; me van las rubias al cien por cien —
comentó, con el objetivo de suavizar el ambiente.
—¿Cómo qué?
—¿Por qué?
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—Por presionarte a soltarlo todo, por haberte llamado frígida y no
haber sospechado en ningún momento que tenías motivos por los que
quedarte en casa. Porque tenías motivos y no los tienes ahora, ¿verdad?
¿Ese cabrón...?
—No, no me está buscando ni quiere nada de mí. Sabe dónde estoy, eso
seguro. En cuanto desaparecí, se encargó de hacerme llegar un mensaje
muy claro. Especificaba que, como se me ocurriese contar algo, iba a
hundirme la vida. Por lo demás, prefiere que me pudra. Ahora está
casado y tiene un hijo, según las noticias. Es muy feliz.
Carraspeé.
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el bar, se aplicó muchísimo conmigo a raíz de que me abrazara por la
espalda y casi me diera un ataque de ansiedad. Tuve que explicarle que
estuve con un hombre que no me trataba bien y que estaba yendo a
terapia para superarlo, que no era su culpa. Él no necesitó nada más, e
hizo de ángel de la guarda manteniendo las distancias. Hasta hace poco
no podía tocarme, y aunque a veces me siento incómoda, ahora puede
abrazarme en casi cualquier momento.
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—Pero no tu deseo de luchar. Has dicho antes que sí, pero no estoy de
acuerdo. No rompió tu deseo de luchar, porque luchaste. Seguiste
escribiendo y huiste de él. Eso demuestra entereza y una fuerza
arrolladora.
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enamorarme, ni sufrir por el camino, ni desconfiar, ni temer. No quería
volver a eso.
—Me largo porque me lo pides. Solo por eso, ¿de acuerdo? Y no me voy
a cansar de repetírtelo —añadió, antes de marcharse—. Te quiero, y lo
voy a usar como lanza y como escudo contra todo lo que quiera hacerte
daño.
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UNA SEÑAL
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King decidió que era un buen momento para darme espacio,
aunque lo hizo a su manera. Con esto quiero decir que no
desapareció de mi vida sin más, sino que cambió las continuas
visitas por algún que otro mensaje. Yo al principio no le
contestaba para no pensar demasiado en él, pero luego me di
cuenta de que era inútil porque, le respondiera o no, tendría su
nombre en la cabeza. Nos pasamos unas semanas mandándonos
mensajes como un par de adolescentes idiotas. Mensajes sin
mucha coherencia, que a veces se convertían en guerras de a ver
cuál de los dos ponía más corazones.
—¿Te has quedado dormida encima del teclado? —me preguntó Gin sin
acritud, echando un vistazo a la pantalla de mi móvil, donde había una
fila de equis.
312/416
Kathleen: Bonita frase. La usaré como título de un libro.
313/416
pensar, algo grabado a fuego. Yo no sabía si reírme o llorar. Al final
lloraba, porque rara vez me corría después del tremendo gatillazo.
Fue interesante poder pasar un tiempo entre chicas, sobre todo porque
pude conocer a Gin más a fondo —salía con un tipo bastante
importante, su madre fue actriz de telenovelas cuando era joven y sentía
una peligrosa atracción hacia Vincent Cassel; solo Dios sabía por qué—
hasta el punto de decidir celebrar su cumpleaños con nosotras.
Libby se quedó unos días en casa porque estaba muy alicaída y porque
yo tenía cosas en las que pensar y prefería procrastinarlo con la excusa
de hacerle compañía. Ambas nos apoyamos mutuamente con lo nuestro,
sin necesidad de hablar en voz alta de ello. Gin mediaba hablando de
estupideces que enterraban más nuestras preocupaciones.
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—Debes ser la única persona en el mundo a la que le gustan los
anuncios —acoté.
—Con esos anuncios de perfume en los que sale David Gandy en pelotas,
renuncio a la película para conocer todos los números de Chanel que
saldrán estas Navidades. Por cierto, y ya que he mencionado a un tío
bueno… Creo que he conocido al famoso Maddox del que me habéis
hablado mil veces. Vino el otro día al Rock & Blues. Un tipo rubito, no
excesivamente alto, ojos claros...
—Está pelado, por desgracia. Pero es muy guapo. Si tanto interés tienes
en conocerlo, puedo llamarlo ahora. Solo habrá un par de horas de
diferencia horaria, y Dox es de los que se acuestan tarde. Se pasa las
noches enteras viendo series.
—Qué bien que se haya ido de viaje —murmuró Libby, lejana. Me miró
con sus ojos avellana, entre triste y curiosa—. Siempre le ha hecho
mucha ilusión viajar por ahí. Íbamos a hacerlo juntos este verano, pero
supongo que es normal que haya cambiado de planes. ¿Has dicho que
está con Jaab?
—Solo una parte del recorrido. Cuando lleguen a Polonia, mi padre coge
un vuelo a la India y Maddox se vuelve.
Liberty no dijo nada más. Poco le faltó para meter la cabeza en las
palomitas. Gin, en cambio, me animó a hacer esa llamada. Decía que
era porque «quería conocer a Dox», pero en realidad lo hizo para que
Libby pudiera enterarse de primera mano qué estaba haciendo. Me
pareció bien hasta que, tras las presentaciones, descubrimos que estaba
acompañado.
—No es por nada, pero las británicas comparadas con el resto de las
europeas... salen perdiendo —comentó, sonriente. Parecía mucho más
contento—. Tu padre se ha encaprichado con la guía de hoy, Kathleen.
He intentado frenarlo, pero no hay manera. Tampoco se le puede culpar.
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Yo he acabado con la que alquilaba las motos, así que voy a tener que
decirte adiós.
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—Voy a hacer más palomitas —murmuró. Desapareció como una
ultratumba en la cocina bajo la atenta mirada de Gin, que luego se
centró en mí.
—Pues sí, nos vienen bien para el drama que se ha montado en cuestión
de minutos. ¿Siguen sin hablarse? —Asentí tristemente—. Joder, pues
menudo niñato está hecho Maddox. ¿Y tú sigues sin ver al rey? Se echa
de menos su alegría y potencia sexual por aquí, me contagia sin querer
con esa testosterona que derrocha.
—Claro que no. Los únicos cualificados para ser niñatos, cabrones, hijos
de puta e incluso zorras, son los hombres. Que no te engañe la
terminación en femenino. —Me guiñó un ojo y se acomodó en el sofá,
sentándose en posición de loto—. ¿Lo habéis dejado?
—A veces una necesita darse con una pared para encontrar el pasadizo,
¿o no lo viste en Harry Potter, con el andén nueve y tres cuartos y el
callejón interrail? —Negó con la cabeza como si ya tuviera que saberlo
—. Kathleen, no sé casi nada de ti, pero has cambiado desde que te
conocí. Ahora estás más contenta. A lo mejor es por él.
—No tiene mucho que ver con él. Es cierto que ha ayudado —admití—,
pero es porque estoy dejando muchas cosas atrás.
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—No lo conozco, en realidad. No sé casi nada sobre él. Creo que es
demasiado pronto para que me quiera, que es demasiado bueno
conmigo y sin ningún sentido.
—Llámame loca, pero creo que el hecho de que haya vivido con una
persona afectada por un problema de proporciones épicas da por
sentado que no está siendo bueno contigo para meterte la puñalada
trapera. Te trata así porque le sale de dentro, igual que le salen esas
guarradas fantásticas.
—Tienes razón. Pero hay una barrera que me impide dar el paso. A lo
mejor necesito una señal, o...
—¿Qué es?
—Ábrelo.
King Kong
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—¿Por qué?
—Me pareció terrible quitarte algo que querías con tanta ilusión y que
solo era un capricho para ella.
—Ni por asomo. Soy demasiado capullo, así que, a poder ser, si sonríes,
me gusta que sea por mí. Además: me pareció que me los habrías tirado
a la cara si te los regalaba en el momento.
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—Nada. Si crees de veras que es un soborno, no lo es. Aunque si sientes
la dolorosa necesidad enseñarme cómo te sientan desfilando para mí sin
nada encima, no lo voy a impedir.
—Sí.
—Quiero conocerte —dije en voz baja—. Creo que necesito saber cuáles
son tus puntos débiles como tú conoces los míos para no sentirme en
inferioridad de condiciones.
Y no era unilateral.
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—Ocho y media.
—A las ocho.
—No.
—¿Qué es entonces?
King gruñó.
—Esto es un castigo satánico para mí. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué
estás desnuda? ¿Vas a ducharte?
321/416
—¿Por qué no hacemos una cosa? —propuse—. Anoche vi una película
en la que los protagonistas coincidían en todas partes. Era cosa del
destino, o algo así...
—Así es.
***
Como era lógico, familiares y amigos quisieron celebrar por todo lo alto
que había conseguido terminar la novela y que se auguraba un gran
éxito. Entre ellos mi padre, que consiguió arrastrar a Maddox a la India
y de la que ambos regresaron con unos días de retraso. Nunca pensé
que pudiera hacerme tanta ilusión una visita inesperada: cuando se
plantaron delante de la puerta de mi casa, bronceados, sonrientes y
decididos a sacarme a bailar esa noche, sentí alivio instantáneo. Alegría.
322/416
Puse los ojos en blanco y me separé enseguida de él. Le lancé una
mirada perdonavidas, esperando que no hicieran falta las palabras.
Siempre.
—Nadie diría que somos padre e hija. Me has dado más sermones con
esto de los que yo te he dado en la vida. Aunque eso es porque siempre
has sido una niña rápida. —Me guiñó un ojo—. ¿Cómo han estado las
cosas por aquí? Me he acordado de ti todos los días. He estado
llamando a todas las oficinas de empresas de telecomunicación y
revistas. No ha sido necesario utilizar las amenazas, así que supongo
que no te han vuelto a acosar.
323/416
Por eso era hasta gracioso que Dox hubiera ido directo a las
magdalenas.
Él frunció el ceño.
—Pensabas que decirlo en voz alta lo haría más real —dedujo Jude en
una de mis visitas esporádicas—. No niego que, para algunos pacientes,
324/416
hablar de un suceso traumático puede angustiarles y causar un
retroceso en la curación. Pero estos pacientes suelen ser los que han
sufrido un asalto: algo de una noche, de un instante. Tú has sido víctima
de maltrato psicológico durante años, y ahí la cosa cambia. Creo, y
siempre he creído, que hablar dentro de un margen de lo que viviste te
ayudaría a darte cuenta de que ya no estás ahí, y de que no volverás a
estarlo. Ahora tienes todas las herramientas necesarias para darte
cuenta de cómo funciona un maltratador en caso de volver a toparte
con uno. Ahora tienes otra vida. Ahora eres otra persona. Todo lo que
cuentes será una historia que te pertenece y que te afectó directamente,
pero que ya no tiene nada que ver contigo.
Y eso podría haberme hecho feliz si, al darme la vuelta, no hubiera visto
que Maddox miraba a Libby con la mandíbula desencajada.
325/416
Liberty perdió la sonrisa. Su mirada pasó de Jaab a mí, de mí a Jaab, y
al final solo hizo una mueca.
Me dieron ganas de pegarle una voz, pero al final me calmé y pasé por
su lado tranquilamente.
326/416
asusta más. Hace que te preguntes qué coño sentiste si ya no puedes ni
recordarlo. Pero tú no estás en ese punto, ¿verdad?
—Sabes muy bien lo que quiero decir con eso. Algo que no va de mí. —
Agarró su chaqueta y se la echó sobre un hombro. Lanzó una rápida
ojeada a la puerta del salón, y luego se acercó a mí para hablarme en
voz baja. Me acarició la mejilla con los nudillos—. No te sabotees a ti
misma, ¿vale, nena? Ese hombre te va a cuidar. Y tú quieres que te
cuide.
—¿A ti te sale del corazón irte sin verla, aunque sea para decirle hola?
—¿El qué?
—¿Quién sigue sus propios consejos? —bromeó sin ganas—. No, eso no
me sale del corazón. A nadie le gustaría saber lo que me está pidiendo.
—Estiró una comisura hacia arriba, torciendo la sonrisa—. Nos vemos
esta noche, nena. Ponte guapa.
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Capítulo 26
Siempre lo había visto por el lado contrario, por el pesimista. Era una
Kathleen condicionada por los demás. Una persona que no valía nada
sin Nolan Sullivan. Todo lo que me impedía avanzar y me dolía estaba
ahí por su culpa. Pero también había virtudes en mí gracias a la
presencia de otros en mi día a día, y eso, al final, pesaba mucho más
que la tristeza, el miedo y la preocupación.
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preciosa, a pesar de estar cogiendo su chaqueta para irse a fregar
platos al DeLuca's—. Pásalo muy bien, K.
—Tengo que darte las gracias por dejarme estar aquí un tiempo...
Liberty se me colgó del cuello. Era tan pequeña que me tuve que
agachar para abrazarla de vuelta. Sus rizos me hicieron cosquillas en la
mejilla.
—Me alegra que sea un capítulo cerrado —asentí, mirándola con una
sonrisa.
Y quizá lo fuera para ellos, pero no para mí. Mientras esperaba el taxi
que me llevaría a Temple Bar, le iba dando vueltas a lo distinto que
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habría sido todo si Maddox se hubiera declarado en otro momento. Uno
en el que la reacción de Liberty no hubiera sido extrema.
Ella había dicho que no. Había negado cuando le pregunté si estaba
enamorada de él, pero no lo tenía del todo claro. Quizá bajo otras
circunstancias habrían tenido otra oportunidad. O quizá no estaban
hechos el uno para el otro, tal y como yo pensaba.
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Kathleen: Me gusta más Hesse. Su crisis espiritual me caló hondo con El
lobo estepario. De todos modos, 1984 es de lectura obligatoria. Es uno
de esos libros que no puedes decir en voz alta que no te has leído, o que
no te gustan, o se te echan encima los listos de turno.
Suspiré.
King: Claro que no. Las mujeres van sobradas de capacidad crítica.
Disfrutan lo que leen, y a la vez saben que no querrían algo así en su
vida. Mi hermana, al menos, diferencia. Tiene una estantería solo de
romance adulto y se traga los libros de tres en tres, pero siempre los
comenta conmigo y a veces me suelta que el protagonista era mejor
dejarlo para un solo polvo.
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colmo del virtuosismo. Como el hombre ideal. Aún me acuesto pensando
en lo mal que lo hice. Solo espero haberlo arreglado con el desenlace.
Kathleen: Tendrás que esperar a que salga. Solo diré que le he dado una
vuelta de tuerca.
King abrió con una camiseta blanca de algodón, los pantalones del
pijama y los pies descalzos. Me quedé un poco parada, sorprendida por
su naturalidad. Pero me repuse rápido. Justo lo que él tardó en apartar
la vista de lo que parecía un prospecto médico.
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Arrugó el papel que tenía en la mano e hizo ademán de cernirse sobre
mí, pero se frenó antes de que la punta de su nariz rozara la mía.
Él levantó una ceja y me lanzó una mirada risueña que acogí con el
corazón abierto.
—Amén.
King me bajó al suelo y se separó para mirarme bien. Fui tan consciente
de mi físico y de mis formas que me ruboricé, y a la vez… Fui más
inconsciente y tonta que nunca, porque no creí que tuviera ningún
defecto. Cuando parecía que King había terminado de revisarme, volvía
a recorrerme con sus ojos, como si no hubiera visto nada igual.
—¿Y qué tal si empiezas por llevarme a la cama? —sugerí, divertida por
su indecisión.
King besó un punto cercano a mi rodilla, otro encima; bajó al lateral del
gemelo y luego subió a la raja de mi falda, que levantó con un par de
dobleces hasta descubrir las bragas de encaje. Se me olvidó cómo se
reía pese a que me encantó que resoplara sonoramente. Su aliento
ardiente contra aquella zona sensible me excitó.
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—Adoro estas jodidas piernas —musitó contra mi muslo, que a esas
alturas ya temblaba de los nervios—. Las aseguraría por un millón de
dólares, como hizo Jennifer López con su culo.
—No digas tonterías, eso solo era un bulo, y... Levántate de ahí... —
jadeé, mirándolo con los ojos entornados.
No tenía nada más que decir contra eso, y King lo supo, porque sonrió
antes de levantarme el vestido hasta el pecho y deslizar las bragas por
mis piernas. No se perdió detalle del recorrido, que él mismo supervisó
acariciándome con la nariz, haciéndome cosquillas y calentándome con
su respiración irregular. Sí que podía. Podía ponerme el vello de punta
con soplarme. Y joder, quién me lo iba a decir...
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—He echado esto de menos todos los días —susurró contra el hueso de
mi cadera, que besó con auténtico fervor—. Me pones tan cachondo.
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Lo hizo lenta y seductoramente, nada que ver con el ritmo desenfrenado
que nos mantenía unidos.
Abrí los ojos y, al toparme con su brillante y viva mirada azul, lo supe.
Supe que por fin había llegado tan profundo como quería. Había llegado
a mi corazón. Y de alguna manera, él también se dio cuenta. Mi
estómago se retorció. Me asustó pensar que pudiera hacer algún
comentario al respecto, pero lo descartó. Solo sonrió con levedad, me
levantó de y me llevó a la cama.
Qué más daba. Me lo tomé como un aviso: no iba a hacer nada que
pudiese herirme.
Nunca.
—Gracias —murmuré.
***
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primer impulso, absolutamente irracional, fue levantarme y dirigirme a
la salida.
Una vocecita interna me prometió que saldría bien. No solo eso, sino
que, por primera vez en mucho tiempo, tuve la certeza de que no abrir
la puerta y salir corriendo me traería algo bueno. Estaba allí porque
quería darle esa oportunidad, conocerlo y ver hasta dónde podíamos
llegar. Era innegable que él había formado parte de mi recuperación,
como también que quería que siguiera haciéndolo.
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King estaba preparado para soltarme un discurso. Se lo vi en la cara.
Pero no me detuve a imaginar qué quería decirme, en parte porque lo
sospechaba.
—No tengas miedo a ser curiosa. Llevo esperando que me hagas una
sola pregunta personal desde que te conozco —me contestó en su lugar.
Lo miré sorprendida.
—Quizá porque todas las mujeres con las que he estado antes me han
acostumbrado a interrogatorios. No sé qué placer encuentra el género
femenino en los traumas infantiles o los problemas personales de sus
parejas, pero era como si todas se hubieran puesto de acuerdo para
sonsacarme mi mayor tristeza y luchar contra ella. O quizá quería que
preguntaras solo por ver un poco de interés en ti.
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asuntos de los demás. Soy la clase de persona que espera a que se
abran, o que no lo espera nunca y simplemente respeta su silencio.
—Tal vez por eso también quería que te interesaras —comentó, dejando
la sartén sobre el fuego y acercándose para coger el porta-fotos. Por el
camino se metió una cápsula en la boca y se la tragó—. Ya estaba
bastante agradecido con tu silencio y te veía digna de mis secretos.
Desde luego, no había nada feo en ella. En la imagen debía rondar los
cuarenta y cinco años, y aunque se la veía descuidada y envejecida, no
era porque su piel se hubiera arrugado o porque estuviese arreglada.
Eran sus ojos. Idénticos a los de King, con una forma más femenina, un
arco de pestañas envidiable... Pero con tanta tristeza en ellos que debía
hacer un esfuerzo por no estremecerme. Aunque solo era una
fotografía, sentí una conexión con ella. Fue eso lo que me permitió
mirarla con detenimiento.
Tragué saliva y asentí, aún mirándola. Esa imagen daba todas las pistas
para pensar que quería estar en cualquier otro sitio excepto en el
mundo.
—No creo que eso sea posible —dije, dejando el portafotos sobre la
mesa—. La felicidad no es algo que puedas meter en tu cabeza a base de
bien.
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acostumbro a sugerir que ese cada uno se replantee la suya y la adecue
a lo que le parezca más sencillo alcanzar.
—¿Eso no es esperanza?
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—Tengo algo mejor: miles de momentos con ella almacenados aquí
dentro. —Se pulsó la sien, sonriendo—. Muñeca, la vida será tan dura
como tú la dejes. Lo que tú quieras que sea. Porque no es lo que nos
pasa, sino cómo afrontamos las circunstancias. Podemos hacer de algo
terrible, algo realmente bonito. Mira todas esas rosas que florecen en el
desierto. Era lo que mi madre siempre ponía de ejemplo, y que yo
recuerdo todos los días mirando el cambio de esta foto a esa de ahí. —
Señaló el retrato familiar que descansaba sobre el estante, esa donde la
misma mujer sonreía de oreja a oreja—. Mientras tenga la posibilidad
de un momento de risas, de abrazos, de besos, de sexo escandaloso en el
recibidor, voy a ser feliz. Mientras tenga la posibilidad de un momento
contigo, con Swan, con mi padre, con mis colegas... voy a ser feliz. Y tú
deberías serlo también, porque estás rodeada de posibilidades.
—¿Por qué le hicieron eso? —pregunté en voz baja, sin poder quitarme
de la cabeza la mirada triste de la señora Sawyer—. ¿Por qué?
—¿Por qué te hicieron daño a ti? —replicó—. No lo sé. Hay gente que es
mala por naturaleza y simplemente no merece vivir.
—Si puedo tragarme las mías a todas horas, créeme, podré con las de tu
madre —bromeé, cogiendo una tostada y dándole un mordisco. Él
pareció satisfecho con la respuesta, porque se reclinó hacia atrás y miró
al techo antes de empezar a hablar.
—Él estaba... obsesionado con ella. No tiene mucho más. El tipo tenía
fama de hijo de puta en la empresa, pero nadie le paraba los pies, así
que llegó todo lo lejos que quiso.
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—¿Y por qué nadie dijo nada, si sabían que era un cabrón? ¿Era el jefe?
—Era mentira. Sus padres la obligaron a tenerme. Parece ser que, como
era una adolescente promiscua y le encantaba salir por las noches, no
tenía ninguna credibilidad que la hubiesen forzado. Mi abuelo sigue
pensando que mintió para que le pagasen un aborto. La de mierdas que
tuvo que aguantar mi madre no están pagadas —bufó, con una risa
irónica sin rastro de humor—. Se habla del «regalo de la vida»
continuamente, pero a algunas no les dan la oportunidad de decidir si
quieren otorgarlo o no. En determinados casos deberían llamarlo «la
obligación de dar vida».
—¿Por qué dices «el único que pensó que tendrías»? Antes has
mencionado un padre.
—¿Swan no es su hija?
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Fruncí el ceño.
—¿Tan mayor?
Sacudí la cabeza.
«Cada uno tiene su ritmo», decía Jude. «No te sientas peor por tardar
más que los demás en superar un problema».
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King asintió con la cabeza.
—Vaya, vaya. Eres una caja de sorpresa. —Me incliné hacia delante y lo
miré a los ojos—. ¿Qué más debería saber sobre ti?
—Un monstruo viene a verme. Reconozco que tiene mucho que ver que
sea una película de Bayona y que esté enamorado de Felicity Jones.
—Efectivamente.
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—De ahí… Y de que siempre me ha impresionado que la filosofía lleve
siglos plasmando en teorías todas las preguntas que me hago antes de
dormir.
—¿Como cuáles?
—Bien, por el momento, aunque creo que me tomaré algo después por si
acaso.
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físicamente a su interlocutor, mientras que Swan, aunque sonreía y
transmitía confianza, evitaba el contacto.
Disimuló tan bien que no me costó entender por qué Liberty se creyó su
papel de príncipe azul.
—Me alegro.
—Oh, ¿sí? ¿Te alegras? Quién lo iba a decir. —Me crucé de brazos para
que no se diera cuenta de que me temblaban las manos—. Y yo que
pensaba que echaste a los periodistas sobre mí porque querías
justamente evitarlo.
—¿Cómo?
—No —contestó él, metiéndose las manos en los bolsillos—. Supe quién
eras en cuanto te conocí. Te había tratado antes. Estuve en una de las
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fiestas de Sullivan. Fui el que le vendió la casa que tiene en el distrito
dos de Dublín. Tú ibas con él. Y cuando coincidimos hace unos meses,
me sorprendí. Verte al otro lado del charco, con otro nombre...
—¿Qué? —espetó King. Se dio la vuelta del todo y lo cogió del hombro—.
¿A qué te crees que estabas jugando? ¿Con qué derecho vendes su vida
privada?
—No puedo hacer eso, no tengo influencia como para silenciar a todos
los medios.
—¿Qué está pasando? —se metió Swan, sin entender—. ¿Quién es Nolan,
y por qué hay paparazzis detrás de Kathleen…?
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—No te pongas así —pidió Dristan—. Ni siquiera he hecho nada contra
ti. ¿Qué importa esa tía?
King lo cogió por la nuca y lo acercó a él. No podía verlo porque estaba
de perfil y me había quedado bloqueada, pero sabía que sus ojos
echaban chispas.
—Lo es, pero últimamente está haciendo muchas gilipolleces. Iré viendo
cómo prospera a partir de esto para decidir qué hacer con él. No me
gusta que haya mala gente en mi vida, aunque sus errores no me rocen.
Nunca se sabe cuándo se van a volver contra ti.
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caprichoso. Sé que algunas cosas toman tiempo… y para mí es un placer
dártelo.
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SIEMPRE ES TAN MALO COMO PARECE
—¿Qué tal una novela sobre la mejor amiga, Danielle? Ahora que eres
una autora comprometida con lanzar un mensaje, creo que podrías
desarrollar muy bien el problema que tiene con su identidad sexual.
Siempre he querido leer una novela con visibilidad transexual.
Me hacía mucha gracia que me abordara cada dos por tres con
propuestas. Las anotaba todas —o casi todas— para un posible
desarrollo, y eso que desde el principio decidí tomarme con calma la
escritura. Pamplinas. Apenas días después del lanzamiento oficial del
final de Tyler Fox, me puse con un nuevo proyecto de bilogía que,
efectivamente, iba a dedicarle a Gin. Porque las mujeres superficiales
también tenían derecho a ser felices.
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Por primera vez en mucho tiempo tenía las ideas muy claras en todos los
ámbitos. Pensaba retomar mi oficio en serio, salía oficialmente con un
hombre que hacía más amenos mis días, estaba rodeada por todas las
personas que adoraba... Recibía cariño por todas partes. Tanto que a
veces me saturaba, pero no me quejaba porque sabía que formaba parte
de la terapia de recuperación.
—¿De qué te ríes tanto? —me preguntó King un día, observando que
tenía que hacer serios esfuerzos para no partirme de risa delante del
ordenador.
—¿Qué dicen?
King se rio alegremente y dejó la cajita con las pastillas sobre la mesa,
con la que había estado jugando hasta el momento.
—Están intentando descubrir quién usa como apodo «cerdo que pone el
pecado en el mundo».
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—Muñeca... ¿Me has puesto en los agradecimientos de tu libro como «el
cerdo que pone el pecado en el mundo»?
—No tienes que agobiarte con eso. Forzar un «te quiero» es, para mí,
uno de los peores delitos que se pueden cometer —me dijo ella—. En un
noventa y nueve por ciento de los casos te acabas arrepintiendo.
Siempre te sientes mal por no haber sido sincera ni contigo misma, ni
con la persona en cuestión.
—Opino igual, aunque bajo mi punto de vista estás más que enamorada
—comentó Gin—. Solo tienes que encontrar el momento de decirlo. Ese
en el que sea o declararte o explotar.
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No pude pedirle segunda opinión a Jaab o a Maddox. El primero se
marchó de nuevo por el mundo por motivos de trabajo. Por fin había
decidido embarcarse en un proyecto algo más personal; quería hacer un
reportaje sobre las distintas culturas del continente asiático. En cuanto
al segundo, estuvo ocupado encargándose de la empresa de su padre,
quien falleció apenas unos meses después de su regreso de la India a
causa de un cáncer muy agresivo. Fue hermético y no habló del tema.
Tampoco buscó consuelo. Se cerró en banda, y aunque lo intenté, fue
difícil ofrecerle apoyo.
—No está tan mal como puedas imaginar —me dijo, probablemente para
intentar que me reconciliase con la impresión que tenía de no haber
insistido lo suficiente—. Lo quería, pero sabía en qué desembocaría su
enfermedad. De todos modos, está rodeado de apoyos en casa.
Prácticamente todo estaba en orden. Cada uno seguía con su vida como
consideraba mejor. Así, mi día a día se reducía al trabajo desde casa, a
mis cenas informales con Gin y a King, quien se tomó muy en serio mi
petición de conocerlo.
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No se puede decir que conectamos, pero nos entendimos a primera
vista. Seamus no era una persona muy habladora, sociable o alegre,
como en cambio sí que lo eran Swan o King. Y seguía sufriendo la
muerte de Roslyn: estaba en sus ojos.
—No lo es. Puede evitar algo como eso. La muerte de alguien joven, por
algo tan estúpido como el hipo. Con seguimientos y medicamentos a
mano, es imposible.
Me quedé mirando su semblante afectado sin saber muy bien qué hacer.
Ahí me di cuenta de que King tenía un punto débil; de que era vulnerable
en un aspecto que hasta entonces me había pasado desapercibido, quizá
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porque no hice las preguntas adecuadas, o no me interesé lo suficiente.
Me sentí culpable y estúpida por no haberlo detectado antes.
—No las tomo sin más —se defendió—. Solo cuando me duele algo.
Salvo por los relajantes musculares para el estrés, y algunas para
dormir.
Descolgué la mandíbula.
—Joder. ¿Te las tomas sin receta médica? ¿Sabes lo malo que es eso? —
insistí—. No puedes tomarte una pastilla porque sí. ¿Qué hay de tu
sistema inmunológico? No soy ninguna especialista de la medicina, pero
estoy segura de que…
Esperaba que King me hiciera algún caso, pero como tenían por
acostumbrado los hombres, se quedó con la parte del discurso que le
interesó. Sonrió de oreja a oreja y tiró de mí para sentarme encima
suya.
—Si tienes que preocuparte por algo, que sea porque no encuentro a
una community manager decente —me susurró en el oído, después de
follarme de espaldas en el sofá—. Mi negocio acabará cayendo en
picado por culpa de lo mal que se me dan las cuestiones de publicidad.
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No puedo hacerlo solo y eso me estresa lo que no puedes imaginarte. De
ahí los relajantes, para la tensión. Y los dolores de espalda…
Como cabía esperar, tenía el mismo físico que el resto de sus empleadas.
Muy rubia, muy bronceada, con los ojos enormes y claros y una talla de
sujetador bastante por encima de la media. Esta se diferenciaba de las
otras en una sola cosa, y es que tenía dos carreras universitarias, un
máster y gran experiencia laboral. Todo eso siendo solo un año más
mayor que yo.
—No sé por qué lo harán ellos en los libros, pero lo mío es pura
estrategia comercial. Sé que no es lo ideal usar a una persona para
atraer clientes, y cuando se descubra otra forma de hacerlo, la usaré;
por lo pronto me ciño a lo que es evidente y casi necesario. Vendo joyas
y las características más representativas de estas. Elegancia, belleza,
riqueza. Las mujeres detrás del mostrador y que prestan su ayuda deben
tener esas cualidades.
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—Es normal que lo pensáramos. Una cosa es que te dejen, y otra que te
reemplacen dentro y fuera de la cama… Y por una mujer más fea que tú
—exclamó—. ¿Tú no dejarías tu trabajo por un tiempo y mantenerte al
margen de los medios? Porque yo sí.
—¿Para comer?
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—¿De qué clase de amistad estamos hablando? —inquirió Pamela. Por el
tono que usó, era obvia la respuesta que quería escuchar—. Qué suerte,
y yo que no conseguí nada con él...
—Oh, lo es, créeme... Con la lengua, sobre todo —rio Ciarán. Pamela no
tardó en secundarla—. En fin, te toca a ti disfrutarlo, Gab... Qué envidia
me das.
Junto con una imagen de los dos pasando la tarde juntos —y no como
amigos—, un temblor trepidante me sacudió de golpe. La bilis me quemó
en la garganta, y acabé vomitando en el callejón paralelo todo el
desayuno.
***
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problema, prefería tratarlo con su community manager antes que
conmigo. Pero no iba a prender las alarmas. Quería confiar en que,
aunque todas las asalariadas de la joyería lo creyeran, King no estaba
interesado en Gabriella. Eso fue lo que me repetí mientras volvía a casa
con el equilibrio doblado. Me encontraba mal, pero no era su culpa. Fue
doloroso oír cómo me consideraban tan poca mujer que ni respeto
sentían por la elección de King. Se habían dirigido a Gabriella como si
ya lo tuviera en el bote. Como si fuera cuestión de días que me diera la
patada y se fuese con ella. Como si yo no valiera una mierda. Y aún
estaba demasiado sensible para gestionar un ataque como ese a mi
autoestima.
Pero no me estaba engañando. Claro que no. Había dicho mil veces que
no era de esos. Me quería. Lo demostraba y lo repetía sin cesar.
Lamentablemente, eso no quitaba que fuese coqueto y abierto de mente
por naturaleza, dos cualidades que me encantaban… Y que entonces me
tenían con el corazón en vilo. No me extrañaría que se hubiese cansado
de la monogamia y ahora quisiera probar con otras mujeres. A fin de
cuentas, estaba contento con Sheila y aun así le apetecía acostarse
conmigo.
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que aún hoy, cuando estábamos juntos, le costaba entenderme. A los
hombres les encantaban los enigmas, las mujeres que se hacían de
rogar…
Claro, pero… ¿Qué era yo? Solo era una mujer corriente. Tal vez poco
más alta que la media, delgada como Kate Moss, y que sabía andar
sobre unos tacones sin tropezarse. ¿Era elegante? Tal vez, pero no podía
competir con la belleza de una modelo, o con la de su jodida community
manager.
—No —espeté. Busqué las llaves en el bolso, sin hacer caso—. ¿Qué
demonios hacen en la puerta de mi casa? ¿Es que no tienen respeto por
nada? Voy a llamar a la policía.
—Por favor, solo serán unas cuantas preguntas —machacó una de ellas
—. Nos marcharemos enseguida. Somos una revista muy poco conocida,
y...
—Pero...
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entrometidos, y me asombró cómo logré mantener la calma. Pero no me
alivió mi reacción. Si pude lidiar con ello fue porque el pesimismo
respecto al tema de King me tenía tan absorbida que ni me di cuenta de
lo que pasaba.
—¿Por qué has tardado tanto? —pregunté, aun así, tanteando el terreno.
King alzó una ceja y se tumbó a mi lado, mirándome con una sonrisilla.
Hacía tiempo desde la última vez que una palabra me hizo tanto daño.
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A la mañana siguiente intenté volver a la normalidad. Me olvidé del
tema, pensando que a lo mejor no me lo había contado porque no era
importante, o porque en realidad era una comida general y no en
pareja. A fin de cuentas, Gabriella no había especificado nada sobre que
fueran a solas. Y me sirvió para estar bien durante las semanas
posteriores... Hasta que le pillé una mentira para la que no encontré
explicación. Se suponía que King debía estar en casa de su padre, y en
su lugar me lo encontré en la consulta de Jude, a la que fui para
acompañar a Liberty y a su madre.
Fue evidente que ni King ni Jude se esperaban verme allí, porque sus
caras cambiaron al toparse conmigo. Los dos controlaron su expresión
enseguida, una como buena psicóloga que era, y otro como buen
mentiroso.
—¿Por qué estás mosqueada? No he hecho nada malo, que yo sepa. Solo
he estado pensando en todo lo que me dijiste sobre las pastillas, y pedí
cita con ella para hablar.
—¿Justamente con ella?
—Va a venir unos cuantos días más —contestó Jude—. Me parece que
este tema de la hipocondría puede desembocar en algo peligroso. Sería
bueno que, aprovechando que casi vivís juntos, lo vigilaras. De todas
formas, estoy empezando a hacerle un seguimiento.
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—Últimamente estás muy rara. ¿Te preocupa algo? —me preguntó
cuando doblábamos la esquina de la calle—. Sabes que puedes contar
conmigo para lo que sea, ¿verdad?
—Sí, claro que sí. Pero estoy bien —mentí. Mentir: la primera
prohibición de todas las que me impuso Jude al llegar a su consulta, y
que me pidió que practicase de puertas para fuera—. Solo un poco más
sensible.
Pero sí que lo era. King no hizo nada raro en las semanas póstumas al
encontronazo en la consulta, y eso me pareció sospechoso. Un día al
azar, y sin pensar en una excusa, fui a la joyería en la que se suponía
que debía estar. El alivio se extendió por todo mi cuerpo al ver que no
me había mentido. Sí, estaba allí... Pero a solas con Gabriella, con la que
hablaba en la trastienda en voz baja. Me asomé por el hueco de la
gruesa tela. Todo lo que vi fue que King jugaba con la mano de la mujer,
mientras que ella sonreía, mirándole con amor y escuchando
atentamente lo que él susurraba. Aquella estampa fue tan romántica y
perfecta que volví a notar esa punzada en el pecho, una que perduró
durante el resto del día.
No tenía por qué significar nada. Ese era mi mantra. Lo repetía sin
cesar a todas horas, y luego lo desdeñaba porque me parecía terrible
desconfiar de un hombre que había sido tan bueno conmigo. Porque me
estaba desquiciando. Después le echaba la culpa a Nolan por
enloquecerme, y finalmente la tomaba conmigo misma. Por ser tan
débil. King no se merecía que estuviera maquinando contra él, ni que
desconfiase.
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dio cuenta de que había un problema, porque abandonó la costumbre de
contar hasta el último detalle de su vida para escucharme a mí.
—¿Cariñoso?
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—¿Cómo?
«En mi caso no sería como una infidelidad (…) Ya no estoy con ella».
Hijo de perra.
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—¿Puede saberse qué coño te pasa? —preguntó, mosqueado—. Te he
enviado ochocientos mensajes preguntando si me necesitas. Nunca te
interesa si aparezco o no, ¿y ahora ni me respondes los mensajes?
—Mira, lo siento —musitó él—. Estoy muy agobiado. Las cosas no están
saliendo como quiero últimamente, y veo que te cierras en banda… ¿Qué
pasa? ¿Por qué no me hablas desde hace semanas?
—Kathleen...
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—No me he acostado con nadie estando contigo. Te lo juro por lo que
más quiero, y ella también podrá jurártelo. Desde que estuviste en mi
casa aquella noche no ha habido nadie excepto tú, ni siquiera durante
ese tiempo que pasamos separados a petición tuya.
—Te mentí. Cuando te dije que ya no estaba con ella, aún éramos pareja.
Y lo seguimos siendo hasta el día de las pruebas de imagen en King’s
Pleasure. Pero desde que dijiste que querías exclusividad, no le he
puesto un dedo encima. Nos hemos visto como amigos. Puedes
preguntarle a ella.
Cogí aire abruptamente y eché un vistazo alrededor sin ver nada más
que manchas borrosas.
Ya no me valía.
—Vete.
—Escúchame…
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Él no se movió de donde estaba. Iba a gritarle de nuevo que se perdiese,
pero me interrumpió en tono suave y contundente.
—Márchate.
—Lo voy a hacer, pero por favor, no me alejes. Nos ha costado mucho
llegar hasta aquí y no soportaría la idea de perderte, Kathleen —dijo de
corazón. Su voz se quebró al hablar, lleno de emoción—. Sé que la he
jodido en algo básico… No trato de excusarme. Pero déjamela pasar.
Solo esta. Te lo ruego.
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COSA DE DOS
King significaba muchísimo para mí. Y era verdad lo que dijo. Estaba
avisada. Sabía que, cuando venía a mi casa a robarme un beso y se
colaba en la barra del Rock & Blues, estaba con Sheila. Eso no me echó
para atrás cuando casi tuvimos sexo en el baño. Lo que me dolía era la
mentira, y él la había reconocido, se había disculpado... ¿Era suficiente
eso para mí? Quería perdonarlo, pero ¿y si lo hacía de nuevo?
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había pospuesto su viaje de regreso a Ámsterdam para felicitarme e ir a
la fiesta sorpresa —o no tan sorpresa, porque lo sabía— que Ginebra y
Libby habían montado para mí en el Rock & Blues, contando con el
apoyo de Brennan y la ayuda de Rae.
—Kathleen, hola. Qué agradable verte por aquí. Supongo que buscas a
King —comentó—. Su despacho está al fondo del pasillo; ¿por qué no
esperas allí?
Hacía un tiempo desde que traté con Jude ese problema tan grande de
«competencia». Decía que las mujeres estábamos enfrentadas
históricamente por diversas razones, y todas ellas bebían del machismo
estructural. Cuando se ponía a hablarme de temas tan concretos de su
profesión, desconectaba, pero confieso que me dio que pensar y desde
entonces no las veía a todas como una amenaza. Gabriella era la
excepción. Me había dado razones.
Tenía cosas que hacer, así que me dejó sola en el pasillo y se dirigió a
hablar con un hombre que la esperaba bajo el quicio de la puerta
contigua. La oficina era preciosa; espaciosa, luminosa, toda hecha de
vidrio azul y baldosas en las que podría depilarme las cejas. Todo muy
moderno y hasta cierto punto minimalista. Nada que ver con su
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apartamento, lo que me llevó a pensar que un especialista se habría
encargado de la decoración.
Tenía mi foto colgada en su despacho, tan grande que era lo único que
podía mirar.
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que le quedaba a la vista, como pronto fueron mis labios. Cuando
nuestras bocas entraron en contacto, me dio la sensación de que llevaba
años sin sentirlo tan cerca.
Hay quien no cree en estas cosas, pero su beso me habló. Su beso lento
me pidió perdón y me juró que me quería. Era lo que necesitaba oír.
Lamentablemente, cuando nos separamos, me quedó un regusto
amargo. No me lo había dicho lo suficiente.
King sonrió.
—¿Qué asunto?
Él sacudió la cabeza.
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ojos un momento, conteniendo el enfado, y luego lo miré—. ¿Para qué es
esa pastilla ahora?
Pero no apareció.
El único que faltaba era King, y aunque me sentí traicionada por haber
roto su promesa, fue tan maravillosa la acogida de mis amistades que
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no le di muchas vueltas. Me di cuenta de que no necesitaba a King. Solo
quería que estuviera allí y compartiera conmigo ese momento tan
especial, pero su ausencia no iba a amargar mi noche. Había un buen
número de gente más que dispuesta a entretenerme y hacerme reír con
sus ocurrencias.
Fui saludándolos uno a uno, contenta, hasta que me topé con una figura
femenina que me resultó familiar. La mujer se dio la vuelta y me miró
con una sonrisa llena de emoción.
—Me alegro tanto de verte, K. No sabes cuánto. —Me abrazó con fuerza.
Yo no salía de mi asombro—. Estás guapísima.
—No, no, no, claro que me acuerdo. Yo... Es que no... No te ofendas; sé
que no fue tu culpa, ni la de Rachel, pero creía que no os importaba.
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entonces ya no sabía cómo contactar contigo, ni dónde estarías.
Desapareciste del mapa. Saber de ti ha sido... un sueño cumplido.
Cuando pasó el rato e imaginé que King estaba demorándose por cosas
de trabajo, me despedí temporalmente de los que estaban en la fiesta y
fui a buscarlo a la oficina. Me moría de ganas de darle las gracias y
preguntarle cómo demonios había conseguido localizarla. Siendo una
celebridad en Los Angeles por su trabajo de chef, imaginaba que no le
habría resultado muy difícil: Sugar había estado enseñándole algunas de
las fotos suyas que aparecían en Internet para que me riera de sus
caras. Era muy poco fotogénica.
A los pocos segundos tuve la respuesta ante mis ojos. King estaba
sentado con Gabriella en la terraza del local, pegado a la cristalera que
daba al interior. El barullo generalizado me impidió escuchar su
conversación al detalle, pero su expresión mortificada junto con la
conciliadora de la mujer lo dijo todo. Sus manos estaban unidas por
encima de la mesa.
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No sé, debo hacerlo con tacto. Ya te he contado cómo es. Nunca sabes
cómo va a reaccionar, y casi siempre lo hace peor de lo que preveo.
—Pero no creo que reaccione mal con esto... Ya sabe cómo te sientes,
¿no? Te conoce.
Tuve que morderme el labio para no gritar de impotencia. Era eso. Bien
podía no estar liado con Gabriella, pero era evidente que ya no quería
estar conmigo y no sabía cómo decírmelo.
Saber que tenía razón fue un duro golpe. ¿Cuándo se había sentido King
seguro conmigo, si nunca le había hablado de mis sentimientos, si nunca
le había dicho que le quería?
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la boca. King no era perfecto. Me había mentido y presionado muchas
veces, pero la mayor parte del tiempo fue paciente y considerado. Y yo
no había sido capaz de decirle que lo quería. Ni que me importaba. Ni
siquiera sabía expresar mi preocupación en condiciones. En
consecuencia, me encontraba con una situación que no me gustaba. Con
King desahogándose con otra mujer sobre mí durante mi cumpleaños;
quizá meditando cómo y cuándo convendría dejarme.
—¿Kathleen?
—He ido al despacho para darte las gracias por lo de Sugar y me han
dicho que estabas aquí. Eso era todo, en realidad; siento haberte
interrumpido. —Me forcé a sonreír con educación—. Muchas gracias,
King. Ha sido un detalle.
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suficiente y que te hartarías. Te lo dije... Yo no estaba preparada para
este compromiso, igual que no estoy preparada para ver cómo te vas.
Llámame cobarde, pero no soporto pensar que te he convertido en una
persona triste.
—Estoy segura de que tendrás una buena excusa que explicará por qué
no estabas en el Rock & Blues esta noche, igual que tu visita a Jude y
todo lo demás. Pero no va de eso la conversación. Va de que casi me he
vuelto loca yo sola estas últimas semanas, y tú ya no sabes cómo
dirigirte a mí. Te da miedo mi reacción, y sinceramente... No quiero que
estés asustado por mi culpa. —Se me quebró la voz—. No quiero que
sufras, dudes, o te preocupes por mi culpa. Así que... Hemos terminado.
Solo esperaba que no fuera demasiado tarde para él, y pudiera sacarse
de encima la miseria que le había contagiado.
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—Kathleen, la próxima vez vas a abrir tú —me decía todas y cada una
de esas veces, mirándome muy seria—. Soy una tía dura, pero me
pueden los grandotes enamorados que no se avergüenzan de sus
lágrimas… Y, joder, ese está desesperado. Sé que lo de la mentira fue
rastrero; yo no lo habría perdonado. Pero tengo mi corazoncito y me da
pena darle puerta.
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tanto a la que viví con mi ex —sola en casa esperando llamadas,
preguntándome dónde estaría el otro, comiéndome las uñas— que solo
veía plausible una salida.
Pero pasaban los días y King seguía insistiendo, utilizando todos y cada
uno de los medios que sabía que conectaban conmigo para llegar a mí.
—Me he tenido que enterar de que lo has dejado por él —me recriminó
Maddox en cuanto le abrí la puerta. Entró en mi apartamento con sus
andares de chico malo y desde el salón me lanzó una mirada entre
reprobatoria y preocupada—. Coño, estás hecha un asco.
—¿Y con qué tono quieres que te hable? —interrumpió—. ¡Si no entiendo
una mierda! King está mil veces peor que tú, y te importa un carajo.
¿Qué coño os pasa a las mujeres? —Extendió los brazos y echó un
vistazo alrededor—. Todas queréis un príncipe azul, pero cuando se os
presenta, lo mandáis al carajo.
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sentirías tú en su lugar? ¿Vas a ponerte en sus zapatos alguna vez? —
Sacudió la cabeza, nervioso—. Abre los putos ojos, Kathleen, o sácate la
cabeza del culo. No eres la única persona que sufre en el puñetero
universo.
—Lo he dejado justo por eso, Dox. Porque no quiero que me siga
excusando.
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La puerta del cuarto de Gin se abrió muy despacio. Se asomó por el
hueco que había dejado, perfecto para meter su cabeza.
Pestañeé en su dirección.
Uno podía estar triste, pero no podía permitir que eso intercediera en su
felicidad. La felicidad encajaba con cualquiera; Dios no le tenía manía a
nadie. Se trataba de tener la posibilidad de un momento con tus seres
queridos. El problema iba a ser descubrir en qué momento deseaba yo
vivir, y si tenía posibilidades con ello. La decepción, el miedo y sus
sucedáneos, no justificaban ningún mal comportamiento hacia los
demás, solo explicaban un modo de vida y una forma de sentirse.
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Hubo un breve silencio.
—Soy fiel defensor de que las cosas no se deben hablar por teléfono, y
menos algo tan importante como esto. Porque eres importante para mí,
por si en algún momento no lo he dejado claro, cosa que dudo. No voy a
llamar más a tu puerta, Kathleen. No voy a insistir, ni me voy a
arrastrar. Igual que tú no me debes nada, yo tampoco te debo nada a ti.
Pero tengo tus palabras metidas en la cabeza y no pienso dejar que se
me queden grabadas cuando no las merecía. Así que, por mi propia
salud mental, voy a decirte lo que no quieres escuchar.
» Sí, es cierto que he pasado mucho tiempo con ella. Han sido tres
semanas en las que he tenido que escaparme y mentirte para que no
supieras lo que me proponía. Ni se me pasó por la cabeza que pudieras
malinterpretarlo, pero debería haberlo visto, sobre todo teniendo en
cuenta tus antecedentes, así que lo siento. No obstante, no me voy a
disculpar por nada más. Si había perfume en mi camisa no es porque
me haya follado a nadie, y si cenaba con Gabriella es porque de algún
modo tenía que agradecerle todo lo que ha hecho por mí, y también por
ti.
—¿En mi cumpleaños?
—Quería que fuese un día especial e inolvidable para ti, y temía que
conmigo solo te sintieras violenta. Justo como esa misma mañana; nos
vimos en mi despacho y no estabas cómoda. Decidí que lo mejor sería
limitarlo a tus amigos. No pretendía salir con Gabriella ese día, pero me
vio solo a las tantas y me invitó a tomar algo. Acabamos hablando de ti.
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prosiguió de carrerilla—. No, claro que no quiero acostarme con
Gabriella. Sabes que el poliamor era mi forma de vida, y que hasta hace
poco no concebía la monogamia, pero contigo me comprometí a probar
algo distinto y estoy bien con ello. Eres lo único que quiero, ¿entiendes?
—Sí. Siempre.
A esas alturas estaba llorando, sintiéndome tan mal que tuve que ir a la
cocina para conseguirme un vaso de agua. Bebí a sorbos cortos para no
vomitar.
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—También dijeron... —balbucí, apretando el teléfono con fuerza.
Recordé que era una estupidez y que sería humillante sacarlo, aunque
viniera al caso, y me quedé en silencio.
—¿Qué dijeron?
—No tiene mucho que ver con esto, pero... Me di cuenta de que
comparada con Sheila no valgo nada. Se refirieron a mí como si debiera
dar gracias de que me dedicaras una caída de ojos, y fue como
despertar de un sueño demasiado bonito para ser cierto. Creo que ahí
empecé a desconfiar y a tomármelo todo como algo personal. Me sentí
tan insignificante que devalué tus sentimientos. Estaba convencida de
que solo un ciego podría enamorarse de mí, y que algún día se te caería
la venda. Ya te la había quitado Gabriella, o eso pensé.
El corazón se me aceleró.
Cerré los ojos y no hablé hasta que la última lágrima llegó a mi barbilla.
—No te hicieron para mí. Nadie nace destinado a nadie. Pero te quiero
para mí, y eso me parece mucho más importante, porque significa que
te elijo. Yo, no una fuerza superior e incomprensible. ¿No es suficiente
para ti? —Inhaló—. ¿Por qué no me dices cómo te sientes en el momento
en que lo sientes? ¿Por qué no me dijiste todo esto entonces?
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Cuando dejé de hipar al teléfono, los sollozos seguían escuchándose. Y
no eran míos.
Me mordí el labio inferior. Estaba llorando por mí. Ese hombre lloraba
porque yo era infeliz.
Tragué saliva.
—¿Qué debo hacer ahora? —preguntó con voz queda—. ¿Te olvido, o te
espero?
Otro silencio.
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—Muy bien —dijo muy despacio—. Pero si estás preparada y cambias de
opinión, ven a buscarme. No importa si han pasado tres semanas,
cuatro meses o dos años. Solo... ven.
—¿Sí?
«Yo también».
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ME TOO
No estaba bien, pero tenía la esperanza de que eso cambiara algún día.
—Fue porque vino a verme, ¿no? Todo fue por ti, Kathleen. Pensó que, si
alguien podría darle una respuesta fiable sobre tu reacción a una pedida
de mano, esa sería yo.
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—Que no podía poner la mano en el fuego por ti, pero que, a mí,
personalmente, me parecía una idea pésima. Te quedan muchísimas
cosas por superar, Kathleen. Un matrimonio, aunque sea con el hombre
adecuado, podría haber acabado contigo. Requiere un gran
compromiso, tener las cosas muy claras... Y tú no las tienes.
No sabía hasta qué punto. Era muy difícil vivir en un sitio en el que él
podría haber dejado su cepillo de dientes hacía meses. El apartamento
tenía la esencia de King grabada en cada rincón. Los ecos de mis pasos
sonaban a las carcajadas estridentes que hacían refunfuñar al vecino de
al lado, y los recuerdos aparecían cuando menos me lo esperaba.
Había llorado muchas veces, pero cada vez lloraba menos y sonreía
más.
—Claro que es suficiente. Somos los seres humanos los que hacemos las
cosas difíciles cuando en su origen no lo son. En vuestra relación está
todo hecho, Kathleen.
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color natural, un rubio oscuro favorecedor. Según Jude, era una buena
manera de traer el pasado al presente, adueñarme de él y olvidarme de
cómo me hacía sentir para crear a partir de ahí nuevos recuerdos. Unos
agradables.
Aunque pensaba que sabía por qué lo había dejado y creí que tenía claro
por qué no era el momento de volver, no entendí del todo cuál había sido
la situación hasta que no la vi reflejada en Liberty. Lo detecté en su
actitud con Samuel, el psiquiatra de su madre. Se notaba que al hombre
le gustaba, y parecía recíproco, pero era difícil cuando Liberty estaba
cerrada en banda.
—¿Por qué no sales con él? —le pregunté una vez, sin poder resistirme
—. No puede ser tan malo. Es decir... Se le nota que es un buen hombre.
—Pero si lleva insistiendo tanto tiempo no creo que sea porque quiera
echarte un polvo y luego irse de tu vida. Es bastante tenaz, y te está
pidiendo un café, no que vayas a tomar copas a su casa.
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—Libby... No me gusta que todo esto de Dristan y Maddox te haya
condicionado —murmuré. Me costó horrores decirlo, en mi línea de ser
pésima expresando mis sentimientos—. Eres una persona maravillosa.
No mereces cerrarte puertas porque te hayan hecho daño.
Ella me miró con su sonrisa preferida. Esa que solo sacaba cuando
estaba cien por cien segura de que tenía la razón y no se iba a
equivocar.
—Yo llevo toda la vida esperando que llegue alguien y me rompa los
esquemas, y al final lo que me han roto es el corazón. Por ahora
prefiero ahorrarme problemas, K. No voy a salir con Samuel, aunque
sea buen chico. Va siendo hora de que aprenda a estar sola y deje de
buscar la aprobación de los hombres para sentirme bien.
Esa breve conversación me abrió los ojos del todo. Si tuve alguna duda
sobre lo que estaba haciendo, si alguna vez casi me pudo el instinto de
llamar a King y decirle que ese tiempo sin él había sido un error, cambié
de opinión. Había hecho lo correcto. Y ahora tenía claro que volvería,
porque, aunque yo sí sabía estar sola —de hecho, la soledad siempre fue
mi amparo—, no iba a estarlo cuando había encontrado a la persona
perfecta para mí.
Había estado rehuyéndolos, pero no servía para quitarme del ojo del
huracán. Jaab había hecho un excelente trabajo disuadiendo a varias
revistas. Otras, desgraciadamente, seguían en sus trece. Eran esas las
que me perseguían días aleatorios o me sacaban fotografías. Acabé
comprendiendo que no iban a dejarme en paz nunca si alguien no les
paraba los pies, y si ni Jaab, ni el propio Dristan —quien lo empezó todo
—, habían conseguido frenarlos, no era porque no hubiera solución.
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Sentí que mi mundo empequeñecía y luego explotaba a cada pitido del
teléfono. Tenía el corazón acelerado, y todos los recuerdos acudieron a
mi mente. Estaban más borrosos que de costumbre, pero seguían allí. Y
ya no dolían por un sencillo motivo: había terminado de asumir que
nunca se irían, y los hice míos por la parte que me tocaba. La que no
podría hacerme daño.
«La vida es lo que tú quieres que sea», dijo King. Yo quería que fuera
buena para mí.
—Me temo que no guardo su número en mis contactos. Pero ¿de verdad
que no me lo va a pasar? ¿Ni siquiera si quien llama es Caitlin? —
pregunté, alzando una ceja. Hubo un breve silencio—. Vamos, Monica;
nos conocemos desde hace tiempo y sabes que algún día tenía que pasar
esto. Pásame con él.
—¿Y?
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—Hay mucha gente interesada en la relación entre Caitlin y tú. Creo que
los dos estamos de acuerdo en que no nos hace ninguna ilusión hablar al
respecto.
Inspiré hondo.
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—¿Cómo sé que no vas a volver a joderme con esto? ¿Cómo sé que no
me vas a llamar dentro de unos cuantos meses a amenazarme con lo
mismo?
***
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Por milagroso que pareciese, Nolan cumplió su palabra.
Se tomó su tiempo. Tuvieron que pasar unos cuantos días hasta que
anunció en sus redes sociales que su relación con Caitlin McGrath
acabó sencillamente por diferencias y que ahora ambos eran muy felices
cada uno por su lado. Fue tan impersonal como pedí. De todas maneras,
los periodistas no iban a dejar de perseguirme de la noche a la mañana:
fue una suerte que justo saliera a la luz que su hermana se había casado
en Las Vegas para que toda la atención cayera sobre ella.
—Jude siempre dice que no hay mejor manera de evitar la tristeza que
ocupándose con tareas o haciendo planes. He hecho los míos, y la
verdad es que me tienen entusiasmada.
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—No, claro que no. Publicaré menos novelas por año, porque me
volcaré en mis estudios, pero no se me ocurriría abandonar a mis
lectoras. Tengo más ganas de escribir que nunca. Estoy llena de ideas.
Quiero cambiar el género… Quiero acabar con el prototipo de hombre
machista y celoso que domina las listas de vendidos. Quiero enviar un
mensaje y para eso no hay nada mejor que un libro.
—Otro de mis planes es que dejes de llamarme así. Hace siglos que
acabé la dieta para perder las cartucheras. Pero eso no es todo —añadí
muy despacio, mirándolo de hito en hito—. Creo que voy a volver a
relacionarme con la familia de mamá. Quizá, si están abiertos a
recibirme, les cuente todo lo que ha pasado estos años. de cero.
Recuerdo que cuando era una cría los quería muchísimo.
—Claro que sí. Son buena gente, sobre todo la abuela Sophie. Fue un
duro golpe para ella perder a su hija siendo tan joven. Me parece una
gran iniciativa. Son la única que vas a tener, porque por mi parte soy un
perro solitario, y una buena conexión con tu madre… aunque ya no esté.
Nunca me hizo ilusión que os distanciarais —confesó—, y menos que lo
hiciera utilizándome a mí como excusa.
—Es normal que te odiara, papá. Le hiciste daño. —Opté por reservarme
un «como le haces a todas»—. Pero es cierto que no debería haber
permitido que ese rencor hacia ti influyera en nuestra relación.
Él sacudió la cabeza.
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por algo que no hice, así que te voy a hacer un breve resumen de mi
historia con Theresa.
—No la dejó. Le dijo que no le importaba criar al hijo como suyo y que
se olvidara de mí, su padre biológico. Yo, como es natural, no iba a
permitir que Theresa se largara a otro país con mi hija sin posibilidad
de verla. Estaba preparado para querer a esa niña, para cuidarla. Me
parecía bien que ella tuviera un novio, no que me apartara de mi
sangre. Y eso le sentó fatal, porque su pareja acabó dejándola. Era o
irse con él o nada.
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» De ella no se puede decir lo mismo. Ese novio del instituto volvió a
buscarla y su primer impulso fue coger las maletas e irse. Y eso hizo. Se
largó dejándome solo contigo. Imagina a un chaval de diecisiete años
con un bebé. No sabía qué coño hacer.
—Volvió, claro está. Y volvió muy arrepentida, dos o tres meses después.
Pero yo no quise volver con ella. Eso es lo que tu madre nunca me
perdonó. —Se encogió de hombros—. Que yo no disculpase sus errores,
le pidiera el divorcio y rehiciese mi vida.
—Es porque intenté estar con ella unos años más, pero no resultó. Soy
un perro rencoroso. —Encogió un hombro—. Y me tomo muy a pecho mi
papel de hombre ofendido.
—Por supuesto que no. Soy un cabrón putero porque así concibo la vida
y las relaciones. Pero cierto es que, si las cosas se hubieran dado de
otra manera, quizás no sería como soy ahora. Y tal vez cambie de
opinión otra vez antes de morirme, convirtiéndome en un predicador de
la fidelidad. Nunca se sabe, Kathleen. La vida es el constante cambio.
Tenía razón. Yo era la primera que estaba sujeta a ese cambio del que
hablaba. Lástima que hubiera tardado tanto en comprender que no
convenía resistirse a lo que estaba por llegar, y que el mejor mecanismo
era el de adaptación.
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—Lo he preparado —admitió—, y con varios motivos. Uno de ellos,
ejemplificar que nada es lo que parece —y me lanzó una mirada
significativa—. El otro día me llamó Maddox y me contó que lo has
dejado con King por un malentendido.
—No lo hemos dejado por eso, papá. Lo hemos dejado porque no estaba
preparada para una relación, y porque él es una persona que... Siento
que tendré que estar todo el rato histérica y desconfiando. Es así,
¿entiendes? King es así. Flirtea con todo el mundo, tanto que no podría
diferenciar la verdad de las bromas, y eso me aterra.
No contesté.
—Solo piénsalo.
—¿Hola?
—¿Qué?
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—King —repitió—. Estamos en urgencias. Le ha... Llevaba unos días con
un dolor en el pecho, y… y nada más llegar al m-médico, nos han dicho
que tenía un infarto. Están operándolo.
«Infarto».
«Infarto».
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A King Sawyer no le podía pasar algo así. Era King Sawyer. Era el
maldito King Sawyer.
Pero tampoco estando allí pude asociar a King con el ambiente, con las
lágrimas o el olor a antiséptico. La compañía solo me indujo a pensar
que estaba a punto de llegar, que iba a aparecer en cualquier momento
con su sonrisa graciosa, meneando las llaves de casa. Tener eso en
mente me tranquilizó. Liberó un peso asfixiante y lo reemplazó por la
calidez que te hacía cosquillas en el estómago cuando pensabas en
alguien a quien querías.
Respiré hondo.
A King Sawyer no le podía pasar algo así. Él estaba por encima, era
imbatible.
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Capítulo 30
Swan le dijo algo a Sheila y entró en la sala donde estaba él sin añadir
nada.
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colmo ha estado de celebraciones... El resultado ha sido una
desafortunada coincidencia.
—Claro que debo —cortó—. De hecho, es justo lo que debo hacer. Que
esté mal es distinto.
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—Yo no escribo las reglas —se lamentó él—. No puedes estar aquí. Y
usted tampoco.
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duros y muy marcados, el pelo más largo, los surcos de expresión en la
frente y las comisuras de los labios...
» Te gustan más las rubias, ¿verdad? Pues si abrieses los ojos verías que
he regresado a mi color de pelo natural. Te volverías loco. Lo digo en
serio, me queda muy bien. —Probé a sonreír mientras le acariciaba la
mejilla—. También me he comprado ropa muy sexy y bonita, para que
cuando me preguntes por teléfono qué llevo puesto, no te lleve la
experiencia a deducir que es ese horrible camisón beige. Y me he
adaptado a mi entorno. Ahora, si un hombre se me acerca, no siento
miedo. Quizá me pongo un poco nerviosa al principio, y a lo mejor me
aparto rápido, pero puedo mantener una conversación relajada e
incluso reírme. También he aceptado por fin la comida de lata como
suplemento alimenticio: Gin no quiere gastar dinero ni perder tiempo en
cocinar, y me ha arrastrado con ella al club de las ratas. ¿Sabes que
además de eso, convivo felizmente con cierto sillón horrible? Incluso se
ha convertido en mi rincón preferido de la casa, ahí donde me siento
para ponerme a escribir.
Inspiré hondo.
405/416
extremista. Nada tiene sentido al lado del amor. Amor por lo que sea,
supongo. Por ti, por mí, por mi trabajo… Hoy es solo por ti.
» He estado bien. He salido, reído, bailado y hecho mil cosas más sin
estar contigo, pero en cierto modo tampoco estaba sin ti. Era feliz, King:
lo soy. Pero no habría sido lo mismo si no hubiera sabido que, si quería,
podía volver a tu lado; podía besarte o hacerte reír, o simplemente verte.
Esa era parte de mi felicidad, King. La posibilidad de un momento
contigo. La tenía, aunque no la hiciese realidad.
Una de las dos enfermeras me cogió del brazo y tiró para sacarme de la
cama. Sacudí la cabeza e intenté apartarme, defenderme, pero ella no
cambió de opinión y me arrastró hasta la puerta.
406/416
***
No había llorado tanto en toda mi vida. Tenía los ojos tan hinchados que
llegó un momento en el que no pudieron permanecer abiertos. Me quedé
dormida con la cabeza apoyada en la pared, sin dejar de soltar la mano
de King. Incluso en sueños lo tuve tan presente que me desperté después
de una cruda pesadilla en la que todo salía mal.
Ese era el verdadero dolor, entonces. Ese era el verdadero miedo. Haber
querido a una persona que no dejaba de hacerme daño era terrible, un
sufrimiento constante y que no me llegó a aportar nada salvo la gran
lección de no volver a cometer ese error de nuevo. Si ya padecí durante
años el miedo a amar y a entregar mi corazón a causa de la persona
equivocada, ¿qué me habría esperado si hubiera pasado lo peor? ¿Quién
me habría curado de perder a alguien que merecía la pena; de perder
algo de lo que jamás me arrepentiría?
407/416
mascullaba por lo bajo que debería buscar ayuda profesional—. Para tu
información, no, no necesito ayuda.
—Mi señora... No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra
tuya ha bastado para sanarme.
—Qué susto me has dado, por Dios. Y ahora te haces el galán como si
nada.
408/416
te imaginas la cantidad de cosas horribles que han pasado por mi
cabeza en los últimos días.
Darme cuenta de lo cerca que había estado hizo que me derrumbase del
todo.
—No digas esa palabra. Ni siquiera has estado cerca de morir en ningún
momento.
—Te lo prometo.
409/416
temiendo hacerle daño y queriendo que supiera que confiaba en él y
quería todo lo que tuviera para darme.
410/416
Epílogo
Sí, es verdad que las novias tienden a ver su vida pasar por delante de
sus narices antes de dar el sí. Pero apuesto lo que sea a que muy pocas
se habían escondido en un cobertizo junto a la iglesia para ponerse a
meditar. Lo admito: estaba cagada. Y no porque no tuviera claros mis
sentimientos o King no me hubiese convencido de los suyos. Tenía
mucho que ver con eso de «hasta que la muerte os separe». Si todo salía
bien —no me atropellaba ningún coche al cruzar la vía principal y no me
atragantaba con una raspa de pescado en Navidad—, no moriría hasta
pasado un tiempo. Y en todo ese tiempo, que calculaba que serían unos
cuarenta años —treinta si no me ponía tan optimista—, a King le habría
dado tiempo a dejar de quererme alrededor de siete u ocho veces. Era
pura matemática. Y sentido común.
411/416
que iba a casarme con él ese día que se reía al ir a visitar a su novia
fugada.
Sí que me gustaba hablar mal de su novia, sí. Aunque cada día lo hacía
menos, porque por mucho que lo había intentado, no había conseguido
que dejara de quererla. Pero dejaría de hacerlo al verme con las pintas
que tenía. Con el estómago ardiendo y semejante humillación encima, no
habría quien me soportara.
—No es eso.
—Pero ¿qué estás diciendo? —bufé—. ¿Me ves como la clase de mujer
que se casa como afición? ¿O para heredar todo tu dinero? Porque te
recuerdo que tengo tanto como tú, y me lo he ganado yo solita con mis
thrillers psicológicos.
—Ya sé que no me diste el sí por eso, pero estabas bajo mucha presión.
Te digo en serio que, si no quieres salir ahí fuera, no pasa nada. Les
digo que se vayan y nos vamos solos al hotel. Tengo tanta hambre que
no voy a necesitar ayuda para comerme todo lo que sirvan.
412/416
—Deja de decir tonterías y entra. Juzga por ti mismo.
—No es justo —me quejé—. ¿Por qué me tiene que pasar esto en mi
boda? Te juro por lo que más quieres que no pretendía tener un ataque
de pánico, ni echarme atrás, ni dejarte plantado. Lo había planeado
todo para que saliera perfectamente… Y ahora esto.
413/416
—Que me ha bajado la regla —insistí—. ¿Qué vamos a hacer en la luna
de miel? ¿Jugar al parchís?
—¿Por qué no? Si no te puedo comer a ti, pues te como las fichas.
—Pues claro que te voy a poner un dedo encima. Has tenido la regla
todos los puñeteros meses desde que te conozco. Sé tirar de otras
alternativas, por Dios. Y si tienes tanto interés en follar conmigo, que
parece que es lo único que quieres de mí, pues nos vamos la semana que
viene.
—Me da igual.
—Pues vale. Parece mentira que creas que tus fluidos me asustan en lo
más mínimo.
Acepté la mano que me había ofrecido; King tiró con más fuerza de la
necesaria y choqué con su pecho. Me abracé a él y automáticamente me
sentí mejor. Se sentía igual que el día que acepté que lo quería, el primer
día del resto de mi vida. Como un hogar. Pero no el hogar de invierno,
machacado por la rutina, sino la casa de la playa a la que se iba solo en
vacaciones. Era la casa con esa terraza que olía a sol, brisa y salitre, en
la que cerrabas los ojos para saborear la fresca caricia de la brisa.
414/416
Dejé que me envolviera con sus brazos: esos que sabía que siempre me
pondrían en pie si me caía, que me protegerían de mí misma. Esos que
me empujarían a volar lejos para encontrarme y luego regresar a donde
pertenecía.
A mí.
Sonreí, cerré los ojos, y entonces respiré esa brisa. Esa calma. Esa paz.
415/416
416/416