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Folklore Alaves PDF

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^ CONSEJO DE CULTURA DE LA
EXCELENTISIMA DIPUTACION FORAL DE ALAVA

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F O L K L O R E A LAV ES
POR

DON JOSE IÑIGO IRIGOYEN, Pbro.

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Im p re n ta P rovin cial
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DESARROLLO DEL FOLKLORE ALAVES EN SUS

DISTINTAS MANIFESTACIONES: REZOS E INVOCA­

CIONES, CANTOS, COSTUMBRES, TRADICIONES

POPULARES Y FIESTAS

E ste tr a b a jo fu é p rem iad o en lo s Ju e g o s F lo r a le s


o rgan iz ad o s con m otivo de las F ie sta s de
L h B lan ca d e 1945, p o r el E x c m o . A y u n tam ien to
de V ito ria. D e b id am e n te au to rizad o p or é ste , el
C on sejo d e C u ltu ra d e A lava aco rd ó su p u b licación
s íjg ^ao - U JO H m u o j.ïo h h a ^ m

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IINIRODUCCION

E y
I. U-rinino “folklore” es inconcreto; no obstante sigue en
uso a. pesar de los muchos que han sido puestos en
circulación para substituirle. Se hicieron muy lauda­
bles esfuerzos en la bVisqueda del vocablo exacto que signiticara
concretamente el objeto de la moderna ciencia folklórica, pero
sin éxito. La m ism a vaguedad e im precisión de la palabra han
sido causa de que el vocablo “folklore” haya tomado carta de n a ­
turaleza en los modernos léxicos científicos, venciendo a otros
vocablos cientilicamente más acertados.
Vastísima es la m ateria objeto de esta ciencia; es la multi-
u ia de aspectos que, m irada con ojos de universalidad, ofrece 1«
i.i.niplejisim a hum anidad en todo aquello que pueda en alguna
m anera designarse con el apelativo de lo popular.
Debía pues ser, vocablo que tales cosas estudia, vocablo po­
pular y "folklore” no lo es; como no podía serlo u n vocablo exhu­
mado por un erudito, profesional del rom anticism o, que escar­
bó entre los residuos muertos y olvidados del antiguo idioma
sajón y encontró estas dos palabras ya en desuso por arcáicas:
"fo lk ” y "lore", que reunidas equivalen a algo así como “saber
p o pu lar”.
Es por consiguiente un térm ino elaborado cientlticamente,
con la m ira puesta no en la totalidad de los aspectos hoy agru­
pados bajo el m archamo de la ciencia folklórica, sino para de­
signar ftl estudio y la recolección de las tradiciones y leyendas
antiguas y populares.
K1 inventor del térm ino “folklore” fué W illia m s Thoms; la
lecha el año 1846; pero era arqueólogo y tenía la m ira puesla
en la arqueología.
K\ año se creó en Londres la "Folklore Society” y *mi
P ila aun se polarizó más el concepto en un sentido arciueológico,
dándose en el seno de dicha sociedad la curiosa antinom ia de
conjugar dos términos antitéticos, porque "folklore" es el es­
tudio de lo popular palpitante y vivo, mientras que la ar<iueolo-
gin sólo estudia lo pretérito, lo inactual y lo muerto.
Dos realidades distintas se designan con la palabra “folk
Inre": primera realidad; la existencia del Pueblo con sus evir'en-
íes m anifeslacíunes resultantes de la actividad deJ alm a y d fl
cuerpo, que al íi.i y ai cabo son los elementos que integran a
individuos componentes del pueblo. Muchas de esas manlíesta-
cicnes no tian sido recogidas por las distintas ramas de l is
ciencias llam adas antropológicas. La segunda realidad es la
existencia de un conjunto de trabajos que tienen por objeto el
acoplo y estudio de las manifestaciones populares, en lo que
tienen de inconscientes^ anónim as y colectivas.
Lias manifestaciones populares objeto del "folklore” no son
inconscientes en el sentido de que procedan de inteligencias o d«^
vidas menguadas y desprovistas de cultura; sino en el sentid«'
de que tales manifestaciones se producen espontáneamente, sin
apercibirse de que se realiza obra de trascendencia cientltica.
■L lam ar populares a estas manifestaciones no quiere decir
que el J^ueblo las haya creado. K1 Pueblo, como tal Pueblo, co­
mo agente colectivo, no crea los elementos folklóricos, porque
para ello serla necesario un previo acuerdo que aunase ios he­
terogéneos componentes del Pueblo. La producción parte del in ­
dividuo, ei cual crea sin darse cuenta de que crea. Si por fo rtu ­
na su creación reúne aquellas condiciones que i^uadran con el
sentir y el gustar del Pueblo, es aceptada por el Pueblo y, repe­
tida e im itada por él, llega a identilicarse, con el alm a popular:
o sea, que ha dejado de ser propiedad de determinado individuo
para convertirse en instrum ento m anifestativo del espíritu del
Pueblo.
Muchas veces el proceso no arranca de lo individual, smo
que el autor ha tenido el acierto de captar en una tovinula el
sentimiento de la colectividad; en tal caso la génesis tiene su
punto de arranque en la colectividad; el individuo no hizo sino
dar con la form a expresiva, que luego el Pueblo se apropió y la
hizo colectiva y popular. Por consiguiente, sea uno u otro el
proceso, la creación folklórica inconsciente llega a hacerse
anónim a y colectiva.

• El “folklore” subjetivo, a lo menos con tal denominación,


nació hace u n siglo. El "folklore’’ objetivo ha existido siempro
y existirá mientras exista el Pueblo. Aunque la civilización ad­
quiera mucho desarrollo, nunca ese desarrollo ahogará la vida
popular, que subsistirá vigorosa.
(jrandes civilizaciones han sido superadas por las posterio ■
res, pero las manifestaciones dei Pueblo, que vivía en aquellas
civilizaciones, subsisten en lo esencial, que es el fondo com ún y
universal del Pueblo en su m ás ín tim a y sincera desnudez; fo n ­
do com ún y universal del Pueblo que subsiste aunque lo circuns­
tancial desaparezca porque está sometido a las variaciones del
tiempo y del lugar.
El folklorista objetivo o recopilador realiza labor histórica;
reconstruye la Historia que no se escribió e incorpora a esa
Historia u n personaje anónim o y olvidado: el Pueblo. El folklo­
rista toma al Pueblo en su prim itiva ingenuidad y estudia su
desarrollo biológico observando la actuación de los dos elemen­
tos de la actividad -humana: el alm a y el cuerpo.
JKl espectro solar, sometido a análisis, nos dice muchas co­
sas del sol, donde ha nacido y del espacio que ha atravesado. De
modo parecido un cuento — refrán, creencia, ronlance, supers­
tición— recogido, analizado, hallados sus precedentes, com pul­
sadas las variantes, da luz para ver algo de las fases históricas
por donde ha pasado y por refracción puede reconstruirse algún
perhl ideológico, religioso, económico de la vida popular a cuyo
calor fuó creado el cuento, refrán, etc.
l'Jlo, como se comprende, constituye u n sutil estudio de la
historia, que llegará a conclusiones inequívocas y clentíllcas,
las cuales incorporadas a l a Historia General de la Humanidad
l a I l u m i n a r á n e n muchos aspectos que hoy son impenetrables
por el desconocimiento del alm a del Pueblo.
* « *

La ciencia folklórica, o sea la clasitlcación, análisis, cono­


cimiento de las causas productoras de la actividad popular y el
establecimiento de síntesis y deducciones está muy lejos de ser
una realidad. Vivimos época de elaboración. Con ser tanto lo
acopiado es aún insuliciente para proceder con éxito. Todo lo
que hoy sea proclam ar conclusiones y sentar principios dedu­
cidos de lo hasta hoy investigado puede caliticarse de ligereza.
Todo lo más a que se ha llegado en este aspecto cíentííico del
folklore es a la recopilación con comentarios. Algunos se han
lim itado a un estudio perfecto de los procedimientos a seguir
para el acopio de materiales folklóricos.
La invención de la palabra folklore en 1846 no significa la
inauguración de un género de estudios, pues ya de antiguo venían
haciéndose. Solo señala una mera circunstancia en el desarrollo
biológico de los mismos. Señala u n momento en el que, por la
mayor intensidad alcanzada en los trabajos sobre las m anifesta­
ciones de la vida popular, se hizo necesario acoplarlos bajo un
nombre com ún, que los diferenciara de los demás géneros do
estudios antropológicos.
E n 1881 se fundó el “ií’olklore Español", pero con anterio­
ridad se habían estudiado y coleccionado manifestaciones de ac­
tividad popular española y otro tanto puede decirse de los demás
países cultos.
La historia del ''folklore” en España nace con Alfonso X
el Sabio y su Cancionero “Cantigas de Santa M aría”. A partir
de él no cesa la abundante literatura folklórica española de r i­
queza Incomparable.
• El oDjelo del “lollilore” puede deducirse de un modo diáfano
de la Base prim era que Antonio Machado y Alvarez redactó para
la Sociedad “E l i-’olklore E s p a ñ o l”: “Esta Sociedad tiene por
objeto recoger, acopiar y publicar todos los conocimientos de
nuestro pueblo en los diversos ramos de la ciencia (medicina,
higiene, botánica, política, moral, agricu ltu ra); los proverbios,
cantares, adivinanzas, cuentos, leyendas, fábulas, tradiciones y
demás formas poéticas y literarias; los usos, costumbres, cere­
monias, espectáculos y fiestas fam iliares, locales y nacionales;
los ritos, ceremonias, supersticiones, mitos y juegos infantiles,
en que se conservan más principalm ente los vestigios de las
civilizaciones pasadas; las locuciones, giros, trabalenguas, frases
hechas, motes y apodos, modismos, provincialismos y voces in ­
fantiles; los nombres de sitios, pueblos y lugares, piedras, an i­
males y plantas y en suma todos los elementos constitutivos dol
genio, del saber y del idioma patrio, contenidos en la tradici<jn
oral y en los monumentos escritos, como materiales indispen­
sables para el conocimiento y reconstrucción científica de hi his­
toria y de la cultura españolas”.

Los jnateriales folklóricos hay que cogerlos del pueblo, sin


(jue el pueblo se percate de que es objeto de estudio; porque en
el mismo instante en que el pueblo se sienta observado, la m a n i­
festación dejaría de producirse espontánea, natural y sincera, (jue-
dando desfigurada. El “folklore” tiene que sorprender el dato
rodeado de todo cuanto, por ser circunstancia propia, la avalora.
El Pueblo no quiere ser sometido a análisis, siente pudor y a
veces se dan casos de manifiesta rebeldía, como me ocurrió en
mis pesquisas para conseguir el texto de una curiosa oración po­
seída solamente por una anciana de nuestra Montaña. Al pro­
ponerle m i pretensión se negó con u n incomprensible gesto de
ofendida; la secundó su m arido... Hube de desistir y aunque no
renuncio a futuras tentativas me temo que la interesante oración
va a desaparecer, como tantas otras manifestaciones de nuestro
folklore alavés.
Por regla general el Pueblo no debe ser colaborador “cons­
ciente” del investigador folklorista, porque cuando el hombre o
la m ujer del pueblo se encuentran frente al desconocido que Ies
mterroga, se repliegan, se ponen en guardia y cuando no llegan
a tanto, dan sus manifestaciones m utiladas suprim iendo de las
m ismas aquellos elementos que por más ingenuos constituyen
lo más valioso folklóricamente.
.¿ Q u ié n es el creador del “folklore” alavés?. Eso que algunos
llam an el pueblo alavés y del cual muchos creen que es un enfo
im aginario, no es tal sino u n ser de carne y hueso y de plura-
lísima intetigencia. Supervivencia de muclias vidas en unn pran
vida popular, que a su vez, sin descomponerse, se derrama en
todas las vidas individuales que tienen alm a capaz de vivir o de
degustar lo popular.
El "folklore” alavés lo form aron, según yo lie podido ave­
riguar, una solterona muy sabihonda que había en Laguardia; un
albéitar de Uyón; el Canciller i^ópez de Ayala; u n escribano de
Salvatierra, que era un truh án; un preceptor de latinidad en Bur-
gueta; aquel Melquíades que a todos les parecía tonto; otro tonto
•le Viiiarreal, que decía lo que callan los listos; un platero de la
Cuchillería: diez o doce Gredlilas tañedores; un canónigo de Vi­
toria, que ya m urió y alguno que aún vive; un ecónomo de Sali­
nas; Becerro de Bengoa, Baraíbar y Samaníego, el fabulista; un
mozo viejo del (Campillo, muy rondador y muy coplero; una vieja
que se m urió contando cuentos en la Cerancha; u n cabrero de
Santa Cruz; u n ventero de Paracuatro; dos sem inaristas, que no
pasaron a las Ordenes mayores; un herrero de Marquínez; un
hidalguete natural de Oauna, muy favorecido del Marqués de
Santillana el de las Serranillas; don Vicente, el músico de Ara-
mayoiia; uno que pudo ser Arcipreste de Hita porque hacía versos
como Ju an Ruiz, pero que no fué n i de Hita n i Arcipreste; un
barquero de tíuradón; un foral de Llodio y un sacristán, can­
tador de alboradas, que me dedicó algunas con esta nota: “Estas
fueron hechas por m í en los años de la guerra".
A todo ese m ultiform e pueblo alavés me lo he encontrado
por esos mundos de Dios cuando, disparada m i curiosidad haciíi
todos los puntos cardinales de la provincia,- le buscaba el alma,
hecha de cantares y consejas, a la sombra de los pórticos o ai
calor de las recocinas ahum adas.
Al Investigador actual que, con polvo de tocia la tierra
alavesa, se enfrenta con el revuelto m ontón de papeles y re­
cuerdos recogidos sin sosiego y a plazo íijo, no le es posible
hacer una científica clasificación de los materiales. Si opta por
agruparlos en materias nunca podrá señalar lím ite, porque las
interferencias son constantes; si se decide a hacer una clasifi­
cación por comarcas geográficas, se encontrará con que m an i­
festaciones folklóricas que se creían típicas de la Mioja, apa­
recen tam bién como típicas en la Montaña o en los valles lim ítro­
fes con Burgos.
Ante el dilema adopto la clasiücación por materias y, agru­
pados en algunos títulos ofrezco los frutos de mi investigación.

Mis cerca de cuatrocientas fichas fueron todas, sin ninguna


excepción, obtenidas en la fuente viva del testimonio oral del
pueblo alavés. JNo he consultado ni abierto u n solo libro dp
folklore alavés, no porque no los haya excelentes, sino porque,
como llevo dicho, estimo que los trabajos folklóricos están en
período de búsqueda y acopio, período de establecer piem isas
ciertas para futuras consecuencias: por leaitad profesional y
artística el foilclorista debe buscar y acopiar sin cometer fraude,
que tal sería el meterse cómodamente a trillar la mies que otros
segaron.
Eso no quiere decir que no habrán de encontrarse coinci­
dencias entre m i trabajo y otros, trabajos anteriores; tiene que
haberlas, porque al lin y al cabo todx)s hemos metido la hoz eii
los mismos campos. Pero cuando la saturación de recogida de
materiales dé paso al segundo período folklórico, el período de-
duptivo de las consecuencias, será valiosísim o hallar variadas e
independientes versiones de unos mismos materiales.
La versión que yo doy podrá tener dejos de m i personali­
dad, pero he cuidado con escrúpulo de que sea tercamente ob­
jetiva.
E n general mi trabajo ha sido de espigueo y me he lim i­
tado a la copia, con muy escaso atavío literario, de los documen­
tos que el Fueblo alavés me ha sum inistrado. De vez en cuando
y como por excepción hace discreto acto de presencia algiin per­
sonal comentario. Inm ediatam ente desaparece el com entarista y
reaparece el Pueblo alavés.
E n mis andanzas a la busca de manifestaciones folklóricas
he recorrido Alava en todas direcciones. Muchas de las íiestas y
costumbres que en estas cuartillas nacen a la vida literaria las
he vivido personalmente; con frecuencia, para que la impresión
recibida pasase al papel fresca y palpitante, he apoyado raí cua­
derno en rollizos troncos de haya o en el íino césped del prade-
río. tumbado yo corazón a corazón con m i tierra alavesa.
1^0 es precisa m ucha perspicacia para deducir cuales lian
sido las regiones menos observadas o estudiadas. Pero aún en
aquellas donde mejor cosecha he obtenido queda mucho por
segar.
LEYENDAS, CUENTOS y NARRACIONES

i jlEZüU alrededor de medio centenar de leyendas y cuen­

O tos. Todos ellos van expuestos en form a sucinta; ate­


niéndome al compendioso relato oral, y procurando con­
servar el giro de loa relatantes.
iün algunos cito los lugares donde fué recogida la inform a­
ción y en no pocos el nombre de la persona inform ante. üs| esta
una escrupulosidad inform ativa que hubiera podido observar en
casi todas mis üchas folklóricas, a no haberse opuesto la volun­
tad resuelta de los inform antes.
Ue los cuentos burlescos que se transcriben pudieran ha­
berse aportado numerosas versiones, porque son muchos los
pueblos a quienes se cuelgan los mismos hum orísticos sambe­
nitos.
Se observa en Alava una m arcada tendencia a este género
de burlas, hasta el extremo de que habrá m uy pocos pueblos que
no tengan en su haber algún cuentecillo con el que llsgan a los
pueblos vecinos.
Aunque la más exuberante cosecha la dan estos cuentecillos
ligeros, no dejan de aparecer de vez en cuando narraciones y le­
yendas de la más delicada elegancia, como la del Lago de Arreo
o aquella otra de Jesucristo y San Pedro, ingenua y profunda a
un tiempo, que tuve el gozo de descubrir en l^agrán.
Obra (le inuclia envergadura planeaban los ve^'.inos de (ilo-
rrt), porque necesitaban para ella un pino de arriba a abajo y
escogieron el mas talludo del monte. Tras largas delíberariones
acordaron el modo de derribarlo que no lué a liacliazos ni a tron ­
zadera sino como sigue: 'l’reparía uno hasta la punta y se colga­
rla de ella, Iras él otro se agarrarla a los pies del primero, de
los pies del segundo un tercero y así sucesivamente íuista que
el peso de la sarta de correses doblara ai pino y diera en tierra
con él. l-'usieron mano a la obra y colgaban ya uno de otro has­
ta diez o doce lugareños, cuando el primero, que se abrazaba a
la punta del árbol, notó que se le corrían las manos y para
evitarlo no halló mejor expediente que darse en ellas un poco
de salivilla. Soltóse para hacerlo y en menos que se cuenta se
vió arrastrado por la sarta de correses y revuelto con ellos ai
pie del árbol en inform e m ontón de piernas, de cabezas, de bra­
zos y de alaridos.
Pero acaso no fuera eso lo más grave del caso sino la con­
fusión de miembros humanos que allí se arm ó. Tanta fué que
ninguno osaba moverse y, acertando a pasar por allí un leñador,
dijéronle lo que les había sucedido.
— V ¿por qué no os levantáisV— les preguntó.
— ^¿üómo hemos de levantarnos— le respondieron— si n in g u ­
no sabemos cuáles son nuestras piernas?.
Prim o hermano de este es el cuentecillo con el que los pue­
blos lim ítrofes zahieren a los "bubillos”, que es como mal lla ­
m an a los vecinos de Lanciego, los cuales para escalar la torre
y atrapar a la abubilla que anidaba en lo alto del cam panario,
pusieron una sobre otra todas las c o m p o rta s del pueblo. Pero
aún no lograban llegar al nido los ‘'bubillos" que hablan trepsi -
do por aquel novísimo rascacielos. Con una co m p o rta más la
cosa era hecha.
— ¡Una co m p o rta más y la abubilla es nuestra! — gritaban
los de arriba.
Y los de ahajo echaron mano de la prim era que toparon que
fué. naturalm ente, la prim era en que se apoyaba todo aquel ar-
Ulugio, que al faltarle la base se vino al suelo con estrépito aún
mayor que el de los correses del pino.

Se duda de cual fuera su nombre porque las iró n ic a s de


\alpucsta no nos dicen cómo se llam aba; de lo que no hay duda
es de que el tal era un truh án y, desde luego, los de Corro cu-
riosü.s en demasía. Por eso cuando nuestro hombre llego a Uorro
cahallero en su jum ento recién adquirido en la feria de Miranda,
lueron m liuitos ios correses que se le acercaron con la pregunta
a tlor de labio :
— ¿Cuánto te ha costado el burroV.
— Buenos duros habrás tenido que dar por él, ¿eh?.
— ¿Cuánto has pagado por ese pollino?,
y tanto le molieron los oídos que el truh án les propuso:
— ¿Queréis saber cuánto me ha costado?. Pues cuando es­
téis todos juntos os lo diré. No es cosa de ir contestándoos uno
-a uno.
Picados de curiosidad retiráronse a sus casas, cuantío he
allí que al poco rato sonó en la torre u n inesperado repique. Acu­
dió el vecindario como a rebato, pero n i en la iglesia ni en parte
alguna encontró nadie la razón del repique. Vueltos a tran q uili­
dad regresaban a sus hogares y, de pronto, nuevo y más alboro­
tado repique. Vuelta a correr todos a la iglesia, vuelta a regis­
trarla de alto a abajo y vuelta a no hallar rastro viviente.
Sospechándose algo sobrenatural estaban todos y preocupa­
dos m archaban a casa, cuando otra vez estalló el aire con el
misterioso bandeo de las campanas.
No había duda: ángeles o diablos andaban en el asunto y n a­
da mejor que organizar una rogativa. Y en procesión iban hasta
los chiquillos...
E n esto dejóse oir desde la torre la voz ahuecada del m iste­
rioso campanero:
— r¿Estáls todos, pueblo de Corro?.
im agináronse los de Corro que se las habían con el mismo
Jesucristo en persona y caídos de hinojos gritaron:
— ¿y u é queréis. Pastor Uivino?.
Y una voz socarrona desde u n ventanal de la torrea.,
— Trece duros me costó el pollino.

Era u n valiente el sastre de Turiso. Solo u n valiente hubie­


ra ido cómo él, horas antes de amanecer, a ejercer su profesión
en M olinilla, recorriendo las solitarias estribaciones de la Sierra.
E ra un valiente y si alguno lo pone en duda es que no sabe qué
vericuetos son aquellos... Y de noche, como los recorría el sastre
de Turiso.
Tan sin pavor m archaba el tiombre, tan sin cuidado, que
nada vió, pero sintió que una mano artera le sujetaba por los fa l­
dones de la levita: u n malhechor, un asesino sin duda; y que pa­
recía estar bien armado, pues, al tiempo que le agarraba, pinctiá-
bale en la nalga con un puñal aguzadísimo.
IJe noche y en aquella soledad la situación era escalofriante
>. aunque el sastre de Turiso siempre se portó como un bravo.
su bravura no llegaba a U nto y el pobre se quedO de piedra: ni
a volver el rostro se atrevía por no topar con la m irada del f a ­
cineroso.
— C?ue no soy màs que un pobre sastre... — le decía y im
iiailaba arrestos para màs.
— Perdóneme, usted, la vida...
Pero el crim inal callaba y con sus dedos como gartios se­
guía reteniendo al sastre.
¡Santo üío s, qué horas tan largas!
Amaneció. Aventuróse el sastre a m irar de reojo y virt (jup
({uien le tenía sujeto por los faldones era una zarza.
El sastre de Turiso volvió a ser el im pávido sastre de l'u-
riso. Lienósele todo el cuerpo de valor; em puñó las tijera.'? y con
gesto épico rebanó la zarza al tiempo que juraba heróicamento:
— Si fueras homlire como eres zarza, ¡carrasclasoa!.

J.as uegra.s y las m ojadas estaba pasando la pobro iMaría, la


sirvienta del señor cura párroco, novata en la profesión y no muy
diestra en menesteres culinarios.
ijjran los días de las Jiestas del pueblo y a la mesa rectoral
habla de sentarse el predicador, canónigo de muchas cam pani­
llas en la capital, amén de todos los sacerdotes del contorno.
K1 señor cura, por últim,a vez, después de otras mil, repitió a
Alarla en un aparte las indicaciones de cómo había de preparar
los guisos de la comida y m archó a la iglesia a celebrar la Misa
cantada, con lOvS clérigos que habían de ayudarle y el predicador
(jue haría el panegírico.
ü n plena Misa estaba nuestro señor cura cuando, al vol­
verse para entonar un "D om iim s vobiscum”, columbró allí, hacia
la puerta del templo, a la sirvienta que le hacia señas de haber
olvidado como debía condim entar el cordero.
Wi corto ni perezoso, tras el “Dom inus vobiscum '. atacó
el buen párroco el “O rem us” de esta guisa: “María la nostra
ostá aquí; no sabe qué asar ni freir. María la nostra, vaya us­
ted a casa; fría lo de “a la n te ” y lo de “a trá s ” asa, con peregil
y peregilorum. Per om nia saecula saeculorum

Hacía muctio tiempo que en Corro habían muerto las m a­


dres que parían hijos tontos, b^so era cosa vieja y sabida de
todo el mundo. Pero por si Crispin el zapatero de Villanueva
no estaba enterado, bien cuidó de recordárselo Blas, el mozo
de Corro, cuando cierto día llegó al taller de obra prim a para
íincargarle u n par de borceguíes.
— .Pues nada, me alegro Blas; me alegro y eniiorabuena:
que ya era hora de que acabaran las burlas que os hacían a los
de Corro— le felicitó socarrónamente el remendón.
— Si, señor— recalcó Blas—->a se han muerto todas las m a­
dres que parían tontos.
Para dar comienzo a su trabajo profesional, mandó Crispín
a JBlas que se descalzase y pusiera los pies a remojo en nn
pilón que habla junto a la puerta.
— Porque tú, Blas, que no eres tonto, sabes muy bien que.
antes de tomar medidas, conviene que los pies den de sí todo
lo que tengan que dar.
— De acuerdo, hombre; de acuerdo.
Una hora larga duró el reblandecimiento de los pies; pero
a tílas ae le hizo cortísima, porque la pasó convenciendo a Cris­
pín de que efectivamente en Corro hacía muchos años (|uo no
quedaban madres que pariesen tontos.

Del cuentecillo que sigue hallo un venerable progenitor en


lo que Pm heíro da Veiga escribía a cuenta de la rivalidad sur­
gida entre Valladólid y Madrid cuando la corte fué trasladada
de la villa del Manzanares a la ciudad del Pisuerga. Escribe el
cronista portugués: "hablan como apasionados de Madrid, y las
cortesanas y naturales traen guerra entre sí; y llam an a las
de Valladólid “cazoleras” que es llam arlas sucias y cocineras;
y ellas a las de Madrid “ballenatas", porque, cuando hablan de
su Manzanares, les levantan que, llevando una albarda la cre­
cida, acudieron todas diciendo que traía u n tiburón o ballena”.
A lo de la ballena en el Manzanares alude satíricamente
‘juevedo en unos versos escritos, cuando la corte dejó Vallado-
lid para volver a Madrid.
"No hay sino su frir agora
y ser en esta torm enta
nuevo Jonás en el m ar
a quien trague la ballena” .
Para Valladólid fué “torm enta” la pérdida de su condición
de Corte y en la tormenta hubo de hacer el papel de nuevo Joná«5
tragado por la ballena de Madrid.
También de los naturales de Soto de Cameros suelen burlar­
les los demás pueblos serranos y ai'in los vecinos de Logroño
diciéndoles en las barbas: “¡(Jue baja la b alle n a !” . \ es que por
aquellas alturas suele desbordarse el río Leza y bien pudo en
alguna ocasión arrastrar una “ballena” como el Ebro en Fontecha.
No es cosa de la im aginación de Ju lio Verne; ni tienen que
yer los “balleneros” de Fontecha con los arponeros groenlan­
deses o de cualquier otro país más o menos ártico. El hecho
fué muy sencillo, como cuadraba a ribereños de ese verde y to­
davía adolescente Ebro que pasa por Fontecha.
El cual Ebro, por no sé qué rápidos deshielos, creció tanto
y tan súbitam ente que anegó algunos poblados y cobró dim en­
siones de auténtico brazo de mar.
— Vo nunca vi el mar, pero ni el m ar será más ancho— so
decían los de Fontecha.
Como que no había modo de hablarse de orilla a orilla;
ni existía pastor, por muy hondero que fuese, capaz de liuiza»'
una piedra hasta la tierra enjuta de la otra banda.
JNo se perdían el espectáculo los de Fontecha y mucho menos
cuando vieron venir corriente abajo un pez descomunal, que n a ­
daba velozmente sumergiéndose a trechos y ofreciendo a) reapa­
recer un aspecto distinto.
— ¡Una ballena!— gritaron desde allá arriba los que se h a lla­
ban más próximos al cetáceo.
Y, como si el grito fuese de guerra, i'onleoha entero se pu­
so en armas y adoptó un continente castrense y denodado. La o r i­
lla del río se erizó de escopetas y, apenas la ballena estuvo a tiro,
recibió en el lomo andanadas y más andanadas de disparos. Mo
sangraba el monstruoso pez, pero herido de muerte vaya si es­
taba, porque del vientre le salían largos colgajos Ue entrañas...
Vino por tin a agonizar a la orilla y en efecto tenía el vientre
horriblemente desgarrado. Pero no eran entrañas lo que le col­
gaba, era borra de la barata; porque la ballena resultó no ser ba­
llena sino baste, lo cual en nuestro español nunca fué cetáceo s i­
no albarda, más o menos acolchada.

A dos pesetas el trozo de dos palmos de vara de fresno pro­


metía pagar aquel extranjero, fabricante de flautas. El negocio
era redondo porque no había sino podar bonitamente los fresnos
de la orilla del Zadorra e ir a Vitoria a entregar la carga en el
Hotel (Juintanílla, donde el flautero so hospedaba.
Los de Asteguieta desmocharon sus fresnedas y en larga rea­
ta de carros llegaron al '■yuintanilla” embalsamando la calle de
la Estación con la penetrante fragancia del leñame recién cortado.
Pero esta porque delgada, esotra porque gruesa; una porque
torcida, la otra porque nudosa, fué rechazando el socarrón fab ri­
cante de flautas una a una todas las varas de fresno que por cen­
tenares de miles le habían llevado los buenos vecinos de Aste­
guieta
Hay quien dice que, al cabo de los años, cuando se llega a las
pintorescas cercanías del verde puehlecillo, se percibe un cam ­
pestre arom a de fresno podado. Pero no hay quien pueda decir
que en las flestas de la Natividad oyó tocar a flautista. Acordeón
y guitarra ¡bueno 1; pero flauta ni por pienso.
Todos aquellos encinares y pinedas del antiguo feudo de los
Varona de Villanaiie son Ja u ja para los allcionados a ia caza m a­
yor; allí los zorros de piel lina, allí los corzos de carne suculenta,
allí los jabalíes arrobeños.
Precisamente allí fué donde a boca de noche estaba u u caza­
dor, arm a al brazo, en espera de lo que saltase. Pero no a salto
sino a paso lento fué como aparecieron dos jabalíes, tan pegado
el uno al otro que, a Ui escasa luz, no parecía sino que el hocico
del segundo iba injertado en las redondeces zagueras del p rim e i"
Con intento de cobrar dos piezas de un solo tiro, disparó el
cazador al m ism ísim o punto de intersección, donde popa y pri..i
se abordaban, y a la detonación escapó el prim ero cabrioleand-i
de nalgas como alm a que lleva el diablo, en tanto que el seguiido
quedóse en pie, inm óvil, como un jab alí de granito.
Acercóse a él el cazador y lleno de pasmo pudo ver cómo de
la boca del jabalí colgaba el rabo del compañero buido.
¡be trataba de u n jabalí ciego 1 Cautelosamente tomó el ca-
cazador con su mano el extremo del rabo sangrante y, como quien
tira de ronzal, llevóse a casa al pobre ciego, que para mal de sus
penas y de sus pem iles ni siquiera se había percatado del cambio
dp lazarillo.

Cuando vayáis sierra arriba, camino de las fuentes del Ome-


cillo, el pastor o el montero que os acompañe os m ostrara aque­
lla encina cuyo tronco tiene hacia la base una rugosa protuberan­
cia, que en su zona más saliente ostenta u n agujero estrecho y
denegrido, como si la hubiese perforado el dedo candente de L u ­
cifer.
— Aquí fué — os dirà vuestro acompañante.
Y, en efecto, fué allí donde el cazador de este cuento se halló
sin bala, ni posta, ni m ostacilla en ocasión en que un zorro se
arrim aba a la referida encina a practicar determinada operación
com im a bípedos y cuadrúpedos y, como es natural, se dispuso a
piacticarla en postura que solo es com ún a perros y zorros.
Los cazadores son fértiles y rápidos en arbitrar soluciones,
tíomo que aún estaba en plena función diurética el zorro, cuando
de pronto sonó un tiro y el pobre anim al se sintió cruentamente
cosido a la encina exactamente por aquella mal nombrada parte
que los zorros suelen dejar al descubierto en su atávico afán de
im itar a los perros.
¿Uue con qué aguja hizo el cazador la sutura? ¿iNo veis ese
agujero negro y estrecho en la verruga rojiza de la encina? Pues
no lo hizo el dedo candente de Lucifer, sino la baqueta del caza­
dor que un día se encontró ante un zorro síin bala, sin postas y
sin perdigones.
A íln de que el ganado que pastaba en el monte no pudiera
correrse a golosear en ios sembrados, decidieron los pegujaleros
de Horro ponerle puertas al campo. Y se las pusieron. Pero el
ganado siguíO paciendo en los verdes labrantíos, porque las puer­
tas no cum plieron su deber.
Corro se creyó obligado a denunciar tal incum plim iento y.
por legítimos procuradores, recurrió ante el Juez de Villaiiañe,
quien, previo el oportuno bastanteo del poder proc\iratorio. oyó a
ios recurrentes, decretando al cabo que las encausadas se perso­
nasen para deponer en juicio.
Veinte m uías, ni una menos, fueron precisas para trasladar
todas las puertas a que fuesen oídas en estrados por el Juez y
tras laboriosa comparecencia se desembocó en una sentencia sa­
pientísim a, cuyos considerandos y resultandos rezumaban sabi­
duría juríd ica y por la cual las puertas fueron condenadas a pri-
si'ón y encarceladas incontinenti en los sótanos del Juzgado.
La justicia quedó satisfecha; (Jorro satisfechísim o y nada d i­
gamos del Juez, que, según m alas lenguas aseguran, no pasó frío
en todo el invierno...

Sí los cazadores del Valle de (jobla (Valdegobía) son como


pocos, sus sabuesos dan punto y raya a todos los perros habidos
y por haber.
Sobre todo “Canelo”, el podenco de Ortiz, el de Basabe. K1 cual
Ortiz regresó de cazar en cierta ocasión, tan abstraído su pen­
samiento en el viaje que al día siguiente tenía que emprender,
que n i se dió cuenta de que el "Canelo”, con el que había pasado
cazando toda la tarde, no le seguía.
Volvió del viaje al cabo de una semana y fué entonces cua n ­
do su m ujer le dijo que desde el últim o día que estuvo de caza no
se había visto el pelo al podenco.
Agarró Urtíz la escopeta y salió ai campo a buscar el cadá­
ver de su perro, con el lin de adobar la piel y conservarla como
recuerdo del m ejor perro que hablan conocido los sígios. Eso si
los buitres no lo habían devorado.
E n un patatal encontró al podenco; pero no muerto n i hecho
buitrera, sino en pié y “puesto” con una cam ada de perdices, a
las que “m arcaba” con la pata izquierda levemente alzada.
ü is p a ró Urtíz y al caer dos perdices alcanzadas por el dis­
paro cayó tam bién el podenco, que había sostenido ocho días su
vigilante postura.
Cayó el pobre anim al, pero no m urió; ¿qué había de m o rir?:
una buena panzada de guisote lo recompuso y volvió a ser el m e­
jo r perro del universo.
* • •
A luer de concienzudo y veraz investigador de ia historia de
Mendlguren digo y redigo que no son de buena ley tantas y tan ­
tas burlas como del encantador pueblln se vienen diciendo: y aun­
que todavía no he conseguido hacer toda la luz sobre r 1 asunto,
si he hecho la suüciente para poder atirm ar que existe una se­
creta y solapada conjura para agrandar las torpezas y m onguar
las glorias y prestigios del asendereado lugarejo alavés.
¡Yo no soy de los conjurados y líbreme Dios de ello!.
Antes, por el contrarío, quiero sacar a püblica adm iración
uno de los muchos timbres de gloria que jalo n a n la existencia
histórica de Mendlguren: no se trata de lum inosos procedimien­
tos jurídicos como el de Uorro, ni de pingües negocios como el
([ue cuentan de Asteguieta, ni de podencos sin par como el fam o­
so de Basabe, sino de lim pia y serena gloria del espíritu y del
cerebro, triunfo en el m agistral empleo del idioma, acierto de
estilo, lapidaria concisión de los escritos.
Hasta ahora era Ju lio César el modelo del género conciso,
por aquello del "vine, vi, vencí” ; pero— aunque se trate de un
acreditado emperador y muy señor mío— yo no tengo n ingún
miedo en afirm ar que ni sabemos a donde fué César, ni qué vió,
ni a quien venció. O sea; que César fué muy conciso, pero obscu­
rísim o...
E n cambio M endíguren...
Pasaba Mendíguren por el dolor de ver rota la cam pana de
su torre y sin posibilidad de restaurarla porque las arcas del
común hallá-banse exhaustas. Pensaron los atribulados vecinos
que acaso el Obispo podría ayudarles en el trance y le dirigieron
lacónico memorial, concebido en estos térm inos: “Mendíguren.
Campana rota. A buen entendedor” . Ni palabra más ni palabra
menos. Mayor concisión no es posible; y en punto a diafanidad,
tan patente estaba el objeto, tan clara la intención que... ¡váyase
muy con Dios el difunto Ju lio César!
Pero el Obispo pisó los talones a Mendíguren y aún lo dejó
atrás por lo que a laconismo hace. Véase la contestación epis­
copal firm ada y signada por el Canciller Secretario y que como
oro en paño guardo en mis archivos: "Resignarse o com prar
otra”.

En la villa aquella de la Rioja gustaban las flestas; pero las


de guardar ¿eh?; las de oír Misa y holgar luego todo el “santo”
día. Por eso querían que el señor Cura anunciase las fiestas que
pudiesen ocurrir durante la semana y que las anunciase al Ofer­
torio de la Misa del domingo, a fin de poderse regodear ya desde
entonces con el anticipado regusto de los largos y jocundos asue­
tos de los “días de guardar”.
Parecíale al señor párroco que aquél saboreo de las fe sti­
vidades tenía un sí es no es pagano o que no era muy ascé­
tico por lo menos, y determinó suprim ir el anuncio y dejar el
Ofertorio en Ofertorio. A llá que cada vecino consultase el “Za­
ragozano”.
Picóse el pueblo de la conducta del párroco y elevó queja al
señor Obispo, el cual dispuso lo que en el caso le pareció más
oportuno. Y fué la cosa que pocos días después recibía el buen
cura párroco atento oficio por el que se le conminaba a que
hiciese el sem anal anuncio de las ílestas, con apercibimiento de
que, caso de om itirlo, incurriría en no sé qué leves sanciones.
Desde aquella m ism a fecha en el Ofertorio de la Misa sonaba
la voz del párroco anunciando: “Lunes y martes, ñesta en todas
partes; miércoles y jueves las más solemnes; viernes y sábados
las mejores de todo el año, y el domingo por obligación".

La Navidad estaba al alcance de la mano como quien dice y


antes de que llegara convenía tener todo bien apañadito, porque
no eran los de Navidad días para andar yendo y viniendo, máxime
si, como era de temer, caía alguna nevada.
Pensando todo esto, dispuso el alcalde de Puentelarrá, no en
funciones de tal, sino de señor Felipe, cabeza de fa m ilia y dueño de
casa, que al amanecer del domingo tom ara Lucio, su hijo, la “B o­
lin a ” y la llevara a la parada de Bergüenda y ... lo sembrado agua
espera.
— Pero m ira, hijo; a ver como vas a prisa y llegas a Ber­
güenda a tieTnpo; que no quiero que te quedes sin Misa.
A toda la prisa que consentía la “B o lin a” cam inó el m uch a­
cho y, luego de dejar al an im al donde correspondía, fuese a la
iglesia, donde entró apresuradamente en el preciso momento en
que el párroco enardecido comentaba el Evangelio:
“¿T ú quis es?" ¿Q uién eres tú?
—^Yo soy el hijo del alcalde de Puentelarrá, que he traído la
cerda a la parada. Pero que me ha dicho m i padre que no deje de
venir a Misa.

Bien sabía Jesús Bezares, el pimentonero de Lodosa, que él y


sus pimientos eran esperados en-los pueblos de Valdegobía; por-
<jue las m atanzas iban a empezar y el pim entón de la Vera, por
más que los andaluces le llam en “a liño ”, deja los chorizos des­
aliñados. E ra preciso que, al igual de otros años, fuese él por el
Valle, como u n a diosa Pom ona del género masculino, llevando a
todas partes las rastras pomposas de sus pim ientos choriceros.
Con buena carga a lomos de su burdégano entró en Villa-
nueva al tiem po en que todo el vecindario congregado en la igle­
sia asistía a la Misa mayor. Y como quiera que, mientras de allí
no saliesen las mujeres, no había manera de vender un mal ciento
de pimientos, optó Jesús, el pimentonero, por irse a la iglesia a
cum plir tam bién él como buen cristiano.
Ató su burro a la verja del pórtico y entró. Tomando agua
bendita estaba cuando una voz, que venía de lo alto, interrogó;
— ¿A qué vino Jesús?.
Creyó el pimentonero que le aludía alguien y contostó:
— A vender pimientos.
Amostazado el párroco predicador, buscó con la m irada por
entre el p úb lico:
— ¿Dónde está ese burro?
— Atado a la verja del pórtico lo he dejado— explicó el de
Lodosa.

Es mucho empeño el que ponen los eruditos en hacernos


creer que Mostrúm, se llam a M ostrúm por derivación de Monaste-
rium ; algo así como Monistrol deriva por no sé qué síncopas o
zarandajas gramaticales de un Vetusto Monasteriol. A llá los ca­
talanes se las hayan con sus etimologías tan enredadas, que nos­
otros los alaveses hace tiempo que las tenemos puestas muy en
claro.
No hay tal Monasterium. Lo que hay es que una tarde, hace
de esto sus buenos m il o m il quinientos años, bebió Luciano tan
lindamente en la Venta de Bartolo o en la que por entonces h i­
ciera sus veces, que se embriagó de los pies a la cabeza.
Creyó que el rem usguillo de la noche de noviembre le pon­
dría los pasos y las ideas en orden y a tal fln emprendió a pié el
camino hacia su pueblo.
Y ya iba llegando, como Dios no quería, cuando al
pasar por junto a la fuente y ver cómo en el abrevade­
ro las estrellas estaban por tierra, dióle todo vueltas, le fa l­
tó el suelo y cayó bonitamente de bruces en un fangal de
hojarasca negruzca y maloliente que, como todos los otoños, h a­
bía fermentado en los escapes encharcados de la fuente.
Levantóse chorreando fango, negro hasta el copete como un
monstruo, por lo que Ju lia n a, la del dulero, que en tal sazón ve­
nía a la fuente y ([ue a la luz de la luna c(ilninl>to ‘ ;i ,'i 'Ma i/a-
rición " espantóse, arrojó la herrada y huyó despavorida al pue­
blo, en donde entró gritando como una loca:
— ¡Monstrum. m onstrum !
Lo cual no era sino clam ar que acababa de ver un monstruo,
pero clam arlo como era natura! en latín que, según es cosa ave-
iiguada por aquellas calendas, era el idioma que hablaban l 0v«i
españoles. -»
Hallábanse precisamente por entonces los conspicuos deva­
nándose los sesos para ver de ponerle nombre al pueblo, que aún
no había sido bautizado, y, dado lo curioso del caso, opinaron
lodos que jam ás hallarían otro ni más original n í más eufónico:
y M onstrúm fué llam ado desde entonces.
Velay por qué esa aideita graciosa, que se acerca a las m on­
tañas, sin aventurarse a penetrar en ellas, se llam a Mostrúm y
no de otra manera, gracias a la borrachera de Luciano y al susto
de Juliana.

No estará de más que comencemos nuestro cuento san tiguán ­


donos y m usitando u n “m ala nostra pelle”, como en trances p a­
recidos hacía aquella “señá” Ambrosia la viejecita alavesa a quien
yo conocí y que tan am iga de exorcismos era.
“Líbrenos Dios de todo m a l” ; porque en nuestros vagabiiii-
deos folklóricos hemos venido a topar nada menos que con la
bruja y eso es m uy peligroso.
A lo que solo es ahora montonera de ruinas solitarias en las
cercanías de Peñacerrada llegó, i:uando las ruinas eran aún ven­
ta famosa, un arriero que por azares de sus negocios se veía
obligado a pernoctar fuera de su casa.
Cenó lo que de no muy buen talante quiso aderezarle la ven­
tera y advirtiendo no sé qué extrañas actitudes en la dueña de la
venta, flngió dorm ir al calorcillo del fuego en el escaño de la co­
cina, pero sin dejar de observar entre pestañas a la mesonera. La
cual, dando por bien dormido al arriero, levantó u n ladrillo (jue
cubría la boca de una disim ulada solapa, sacó solapadamente
una cajita de ungüentos, refregóse con ellos y cabalgando sobre
la escoba pronunció el ensalmo:
Por “encim a" de zarzas y matas
van las brujas al monte
de las zarabandas.
Abrióse el techo; apareció el cielo lleno de luna y allá se fué
por el aire la mesonera que era no menos que una picara bruja
que aquella noche de sábado acudía al “aquelarre” .
P or más que en el hogar ardían leños abundantes, la escena
dejó al arriero frío y espeluznado. Pero resuelto a averiguar en
qué paraba aquello, tomó la caja de los untos, untóse concienzu­
damente y recitó:
Por “entre" zarzas y matas
van las brujas al monte
de las zarabandas.
Disparado salió tam bién el arriero, pero en la precipitación
había equivocado el embrujo y su salida no fué por los aires, si­
no a trompicones, por entre brezos y bujarra le s... y arañado y
molido como cibera llegó a ese monte que hay medio camino
■entre Peñacerrada y Loza y que los montañeses del contorno lla ­
m an Ürquiza.
Hallábanse las brujas allí reunidas en gran número, y al ver­
se descubiertas por un extraño, decidieron h uir y tirando de
fó r m u la :
Por “encim a” de zarzas y matas
van las brujas cada una a su casa

desaparecieron una a una en las más opuestas direcciones.


Como a pesar del plenilunio nada había que ver en ü r ­
quiza, deseó el arriero regresar al mesón y silabeó la frase bru­
ja , pero con no menos descuido que la vez prim era:
Por “entre” zarzas y matas
van las brujas cada una a su casa.
Y allí le vieran ustedes dejando tiras de piel a lo largo del
cam ino por entre sebes y zarzales.
Dicen que el pobre arriero no ha vuelto a meterse en an ­
danzas de brujas.
Y así term inan el cuentecillo las gentes de Peñacerrada, al
tiempo que m uestran con cierto pavor las ruinas del mesón de la
bruja. Así tam bién lo term inó la Revista de la Sociedad de E stu­
dios Vascos, cuando hace una buena docena de años lo dió a la
publicidad: pero el cuento está, según m i opinión, incompleto. Me
induce a pensar así la lógica usual en el género, que siempre gusta
de dejar, de uno u otro modo, malparadas a las brujas o a su
colaborador el diablo. Que es precisamente lo que sucede en otras
muchas versiones que en muy distantes países se dan del cuento.
E n Andalucía, por ejemplo, nuestro hombre, que allí es un sastre
llega hecho jirones, al lugar del aquelarre, que allí es Sevilla,
y, sin que las brujas se aperciban de su presencia, asiste a la
nocturna reunión. Satanás está en un trono; en su honor las
brujas cantan y bailan; luego una a una van acercándosele de
rodillas. El les pone delante de las narices aquella parte que
hasta en el diablo existe, localizada debajo de la espalda, y ellas
se la besan reverentemente. Pero le llega el turno al sastre;
le falta valor para escapar y acercándose genuílexo estampa el
beso ritual en la “m itad" izquierda, al m ism o tiempo que en la
“m itad” derecha clava una agu ja hasta los m ism ísim os tuétanos
del diablejo. Da u n respingo atroz Satanás y llevándose las m a ­
nos a la parte dolorida suelta esta exclamación:
— ¡Diablo; qué barbas tiene esa bruja 1.
y todo term ina con una explosión infernal que hace salir de
•estampía a diablo y brujas.
El ensalmo de las brujas, según los andaluces, es este:
Por encima de peñas,
por encima de matos,
a Sevilla con todos los diablos.
En Portugal la fórm ula es así:
Vea, vea
por encima de toda felha.
En las tierras del noroeste de Francia:
Saute haies, saute buissons
fais nous aller où ils sont.
Y en la alta Bretaña, la de las landas de “bruyeres" asperí­
simas, tan a propósito para que el curioso y desmemoriado em ­
brujado se desgarre concienzudamente, las brujas francesas dicen:
P ar sur haies et bûchons
fau t que je trouve les autres où qu’ils sont.

E1 preclarísimo señor don José María Arzameiidi, Inquisidor


famoso y obispo, hijo y gloria del lugar de Mendarózqueta,
legó en su testamento m anda pía para que con la renta
de la m ism a y a perpetuidad se mantuviese encendida: una lá m ­
para en el recinto sagrado del templo parroquial. Durante m u ­
chos lustros ardió la lám para sin interrupción día y noche, bien
abastecida de aceite.por los exactos cumplidores de la piadosa
fundación.
Pero llegó un día en que, por olvido o por im putable om isión,
dejaron la lám p ara con solo el agua del fondo y la lám para,
alegre siempre y rubia con las transparencias del aceite, quedó
incolora y triste, pero sin dejar de arder porque, no obstante
estar la torcida sumergida en agua y nada más que en agua, una
llam a viva y parpadeante alum braba las penumbras del templo
como un latido y una oración por el alm a del que fué virtuosí­
simo señor don José María Arzamendi.
Mientras el agua ardía milagrosamente, retum baron por el
pueblo ruidos misteriosos y voces lejanas que salm odiaban ora­
ciones.
Todos las oyeron, sin adivinar su sentido, pero en una casa de
olvidadizos herederos oyeron y adivinaron bien pronto el por qué
de aquellos cánticos sobrenaturales en la noche.
Por eso al día siguiente los herederos del que fué virtuo sí­
simo señor don José M aría Arzamendi, llevaron aceito para la
lám para y los espíritus descansaron en paz.
“Esto dice que era” un buen m atrim onio, que no tenía hijos.
El m arido ejercía el oficio de pescador. €on el loable prtipósito de
festejar el aniversario número tantos de su boda, fué el marido
un día a las corrientes del río, cerca de Los Vados, donde se
criaban finísimas truchas. Tuvo buena fortuna y pescó tres.
Pusiéronse los esposos de acuerdo en que debían invitar a co­
mer al señor Cura del pueblo y, mientras la m ujer aderezaba las
truchas, fué el m arido a casa del clérigo a com unicarle la invita­
ción.
Las truchas en manos de la m ujer iban tomando un aspecto
seductor, tanto que la guisandera dijo para sí: — ^Voy a ver si
€sta trucha m ía está bien de sal.
La probó y tan apetitosa debió encontrarla que se la comió
entera. Hizo otro tanto con la de su marido y term inó por co­
merse la destinada al señor Gura.
Solamente cuando hubo dado buena cuenta de las tres cayó
en cuenta del serio compromiso en que su gula la había metido
y no hallaba modo de salir de él.
Al cabo de un rato llegó de la calle el marido acompañado
del Cura; quedóse éste en el comedor y aquél pasó a la cocina
y preguntó a su mujer.
— ¿Qué, preparaste ya las truchas?.
— Sí— respondió la esposa— pero añla antes el cuchillo que
está mellado y no corta bien.
Salió el marido al portal a hacer lo que su esposa le m an­
daba y ésta, aprovechando los momentos aquellos, acercóse al
señor Cura y le dijo al oído:
— Mire usted, señor Cura, por su bien se lo digo; mi marido
está loco y quiere cortarle a usted las orejas. Escuche cómo afila el
cuchillo.
Creyó el Cura la intriga de la m ujer y cuando el m arido en­
traba suavizando la hoja del cuchillo en la palm a de la mano
salió él huyendo con todo el garbo que le perm itía la sotana. El
sorprendido pescador siguióle gritando:
— No desprecie así m is truchas; siquiera una, señor Cura;
siquiera una.
Pero el señor Cura sin dejar de correr respóndía:
— Ni una, ni dos;
mis orejas no son para vos.

Un día Jesucristo y San Pedro, después de recorrer varios


pueblos predicando su doctrina, llegaron a una casa. Habitaba
en ella un centurión del Im perio Romano, que era muy buena
persona y poseía una riquísim a copa de oro. Aquella copa de
oro era muy estimada por el centurión porque le había sido regu­
lada por el mismo emperador como premio a su valor eii las
batallas.
El centurión recibió en su casa a los dos caminantes, obse­
quiándoles en su propia mesa. Mostró a los huéspedes la famosa
copa y para darles mayor muestra de su generosa acogida invitó
a Jesucristo y a San Pedro a que bebiesen en ella.
Se despidieron el Maestro y el Discípulo para seguir su ca­
mino y notó San Pedro que Jesucristo al salir cogía la copa, la
escondía en la alforja y se la llevaba consigo.
(No deja de tener gracia este detalle de la alforja de Je su­
cristo, que probablemente no la usaba en sus cam inatas evangéli­
cas puesto que a sus discípulos había ordenado que no la usasen;
pero a u n aldeano de “los de antes” no le cabía en la cabeza que
nadie se pusiese en camino sin alforja bien abastecida de revuel­
tas provisiones, y es natural que, al dar su versión de la histo­
rieta, alguno colgó del hombro del Salvador las consabidas a l­
forjas, que por otra parte venían muy bien para ocultar la copa
sustraída al centurión).
San Pedro no acertaba a explicarse tal proceder y, no pu-
dlendo resistir a la curiosidad, díjole a Jesús:
— Señor, ¿por qué hacéis eso?
Jesús le respondió:
— Sígueme y calla.
Obedeció el discípulo, y al venir la noche se recogieron los
dos en una cueva. Transcurridas algunas horas, pasó por cerca
de la cueva u n hombre borracho.
Vió Jesús al desgraciado y sacando la copa de la alforja se
la dió diciéndole:
— Toma y vete en paz.
Volvió San Pedro a sus extrañezas y preguntó:
— ¿Señor, por qué hacéis eso?
— Tú— le contestó el Señor— sígueme y calla.
Siguieron los dos su jornada y, al llegar al lago de Galilea
con el fin de atravesarlo, se hallaron con que el barquero no estaba
en la barca. Esperaron tiem po y más tiempo a que el barquero
viniese y, mientras esperaban, el Señor barrenó el fondo de la em ­
barcación en la que hizo u n agujero.
Llegó por fin el barquero; pidió m il perdones por haberles
hecho esperar y emprendieron la travesía. D urante ella, Je s u ­
cristo en pie, tapaba con la sandalia el agujero para que j a nave
no hiciese agua. Cuando llegaron a la orilla no quiso el barquero
cobrarles ni un céntimo en atención a que les había hecho espe­
rar demasiado. Se despidió y m archó de regreso en su barca. Al
poco tiempo se vió a la barca naufragar y hundirse con el b ar­
quero.
Veía San Pedro todo aquello sin acertar a explicárselo; m i­
raba al Señor y el Señor le dijo:
— Pedro; el Centurión de la copa era casi santo, pero el or­
gullo de sus victorias y la vanidad por su trofeo le im pedían serlo
del todo. Por eso le quité la copa; ahora es santo. El borracho al
que se la di era bueno, pero tenía muchos hijos y se eonborrachaba
para echar en olvido sus necesidades. Con la copa pudo salir de
ellas. El barquero había sido muy malo, pero hace poco que arre­
pentido había comenzado una vida de buenas acciones y, antes de
que volviera al mal, quise cogerle en buena hora. Ya está en el
cielo.
Y San Pedro quedó convencido de que era bueno todo lo que
obraba el Señor.

Quien no los conoce sino de pasada suele decir que los al­
deanos alaveses son tacaños. Yo, que los he tratado y he convi­
vido con ellos, tengo pruebas y doy fe de que son dadivosos, hos­
pitalarios y pródigos.
Lo que en verdad no puede negarse es la austeridad del ala­
vés. Como si hubiese hecho voto de pobreza, gusta de prescindir
de lo innecesario; lo superfino le estorba en su vida, cristiana y
casi ascética. ¿Para qué sirve el reloj, habiendo sol y estrellas?.
¿P ara qué la calefacción, si hay espléndidos azadones para quitar
el frío?.
Este m atiz psicológico del labrador alavés se echa de ver
en la siguiente anécdota rigurosamente histórica.
Lugar de la acción: fábrica de harinas de Albéniz; dram atis
personae: dos aldeanos y el gerente de la fábrica.
E ntran aquellos en las oficinas de la gerencia; ven u n baró­
metro circular y debajo de él un termómetro, form ando un solo
aparato, que ornam enta u n paño de la pared.
— Oiga, don Trifón, ¿qué reloj tiene Vd. ah í? Si no es esa
la hora.
Vienen las explicaciones de lo que son aquellos “chism es”
y de cómo sirven para conocer el frío y el calor.
Uno de los aldeanos adopta u n gesto superior y despectivo y
concluye:
— Pues a m í no me hace falta eso. ¿Que hace calor?, pues
me quito la chaqueta; ¿que hace frío?, pues -me la pongo y acabao.

No puede faltar en ninguna primavera la lucha cuerpo a


cuerpo que riñen los vientos en el verde y jugoso Valle de As-
párrena; lucha violenta al par que agostadora de los sembrados.
Sobre todo este año m il novecientos cuarenta y nueve la lucha ha
sido extremada, pero con las m ism as características de otros años.
Al “solano" o viento del sudeste se le enfrenta el “caste-
llano” o sudoeste y, cuando el últim o logra dominar, viene la
lluvia, con torm enta o sin ella y desde luego no muy copiosa: es
un fenómeno constante.
He aquí ahora cómo el buen Sandalio, labrador de Andoin.
hombre dicharadero, dram atizaba el cuerpo a cuerpo metereoló-
gico, la pasada primavera:
— Sale el navarro por el Puerto de Andoin y anda tres o
cuatro días m uy bravo y dom inador por el Valle, hasta que viene
el castellano y lucha con él y le puede. Entonces el navarro se
retira y se echa a llorar; pero poco porque es valiente. (1).

Por las ricas tierras de Hijona, fJauna, Herenchun y Alegría


dicen las gentes que las tormentas que “salen” de la Sim a de
Oquina son-precisamente las que traen pedrisco.
Tanto pedrisco salía del “silo” — así le llam an— de O quina
que los pueblos perjudicados decidieron ir a él y taponarlo. Así
lo hicieron a costa de qué sé yo cuantos trabajos, que no en va­
no tiene la sim a sus cerca de cuarenta metros de diámetro.
Al día siguiente estaba de nuevo abierta.
L a había abierto la B ruja.

Tanto se ha ponderado la quietud del tronco que "quedarse


como un tronco” equivale a adoptar una inm ovilidad tal que no
pueda decirse ni pensarse cosa mayor. Sin embargo el alavés
apostó con el tronco a quien se estaría más quieto. Tum báronse
al efecto y no les mando n i quiero que calculen ustedes lo que u n
tronco “echado" es capaz de resistir... Pero le ganó el alavés.
Porque el tronco estaba verde aún y con los calores del sol
movieron los brotes y se le abrieron las cortezas. Al oír el ruido ca­
racterístico que entonces se produce, se incorporó el alavés y d ijo:
— Yo he ganado.
Y cierto es que él ganó.
Este apólogo con todo su sabor de fábula de Esopo suelen-
contarlo los aldeanos de Aspárrena orgullosos de su temple so­
segado y pacienzudo.

(Transcribo a continuación tres de las muchas versiones que


se me dieron de la leyenda del Lago de Arreo o de Gaicedo. Cu-

(i) A esta ley constante de la poca lluvia tras el ventarrón alude el refráir
francés: Petite p lu ie abat grand vent.
rioso lago, famoso en lencas y lugar de piadosas peregrinaciones
u la ermita de la Virgen del Lago, veneradísima en toda la Ribe­
ra. En las versiones solo hay diferencias accidentales, pero son
dignas de ser anotadas).
Habla donde ahora está el lago una casa habitada por gente
n\ala, que no iba a Misa. Un día, cuando estaban haciendo pan,
llam ó un mendigo y le negaron la lim osna. E l criado de la casa
m ás caritativo que sus dueños le dió a ocultas un buen m endru­
go de pan.
Marchó el mendigo y pasados quince o veinte días volvió y
acercándose al criado le dijo que “a la una y media del medio día”
saliera de casa y se apartara de ella.
Hízole así el criado. Apenas se había alejado cuando volvió
la m irada y vió que de las entrañas de la tierra salía agua que
tragaba la casa, ocupaba todos aquellos terrenos y form aba el
lago que aún existe.
(Versión de Valeriano Guinea, natural de San Miguel,
distante siete kilómetros del lago. 27-III-1945).
Llegó un mendigo a la casa en el momento en que estaban
am asando para hacer pan. Pidió lim osna y para dársela metieron
a cocer en el horno u n trocito de m asa; pero creció tanto dentro
del horno que resultó u n hermoso pan. Les pareció demasiado pa­
ra lim osna y volvieron a cocer una nueva cantidad de m asa. Su­
cedió lo mismo y avariciosamente hicieron un nuevo intento.
Pero ya el pordiosero había perdido la paciencia y m aldi­
ciendo de la casa y de sus poco caritativos moradores marchó.
Cuando ya de lejos volvió la vista hallóse con que la casa
había desaparecido tragada por el lago, que, para castigo de los
mezquinos habitantes, perm itió Dios que se formase.
(Versión dada por don Florentino López de Ar-
mentia. Cura de Alcedo. D ía 3-V-1945).
» Sobre una alta eminencia había una casa habitada por una
cuadrilla de ladrones, quienes raptaron joven para que les
sirviese.
Llegó un pordiosero a la casa; la joven le dió lim osna y el
pordiosero al despedirse le dijo que con cualquier pretexto aban­
donara la casa, porque iba a ocurrir algo extraordinario.
E lla dijo a los bandidos que iba al horno a cocer pan como
de costumbre y aprovechando la ocasión huyó.
A ún estaba a poca distancia cuando la tierra se conmovió
con una espantosa convulsión; volvióse a m irar la joven y vió
que la colina se hundía con casa y todo en un lago que milagro-
sanrkente había aparecido.
(Versión de don Miguel de Nicolás, antiguo Cura
de Fontecha. D ía 3-V-1945).
F O L K L O R E A L A V K S

Mendigaren y Foronda no se ponían de acuerdo para un


pacíílco trazado de sus lím ites jurisdiccionales y, tras prolonga­
das y apasionadas deliberaciones, acordaron que el punto de co­
locación de los mojones se decidiera del modo siguiente: Dos
caballos sin jinete, ni rienda, n i ronzal saldrían uno de Mendígu-
ren y otro de Foronda, en direcciones encontradas, y allí donde
se cruzasen quedaría fijada la divisoria.
Muy avisados, como siempre, los de Mendíguren sobrealimen­
taron y em papujaron a su caballo como si hubieran de llevarlo
a una feria. Y sobre todo el día mismo de la prueba le propinaron
un abundante pienso de habas que no había más que pedir.
Dióse la salida a ambos anim ales a toque de cam pana con
el fm de que fuese sim ultánea y ninguno de los dos tomase ven­
taja, arrancando el de Mendíguren y el de Foronda a un galopo
velocísimo.
De dos saltos llegó el cuadrúpedo representante de Mendí­
guren al río; se lanzó a él y no hubo grito n i garrote que le h i­
ciera dar un paso hasta que apagó la sed terrible que le había
producido el sólido pienso de habas.
Bebía aún con avidez cuando, el de Foronda llegó como un
huracán y fatigado de la galopada púsose tam bién a beber al lado
de su contrincante. Y allí, en medio del río, fué clavado el m ojón,
por lo que el desventurado Mendíguren pasa desde entonces por
la hum illación de ver cómo Foronda, el jactancioso Foronda,
se le mete hasta el río que con cuatro pozales de agua corre por
los m ism ísim os bardales del pueblo.

Con ánim o de m atar el hambre sin fuerte detrimento de!


bolsillo fuese el aldeano aquel, un día de mercado, a la ultrade-
m ocrática “Posada del G a llo ”.
Para que la comida le resultase a m itad de precio arbitró un
procedimiento de resultado infalible, cual fué el dejarse a la puer­
ta al hijo con encargo de que, en lugar de comer, se entretuviera
viendo pasar a los vitorianos que iban y venían por la calle.
Sirviéronle al padre el condumio y descubierto ante él hizo
oración, como no podía menos u n buen hombre de la Llanada.
Pero al signarse, aún no se ha averiguado por qué, dijo solam en­
te: __ En el nom bre del Padre... y del E s p íritu Santo.
__ Eh, buen hombre — díjole el posadero— , ¿dónde se ha de­
jado usted al Hijo?.
__ A la puerta se quedó; pero eso pronto se arregla.
Y uniendo el hecho al dicho llam ó al m uchacho:
__ Ge, mócete; entra, entra; que este buen señor va a c o n ­
vídate.
Cuando allí, por los años finales del tercero o primeros del
cuarto lustro de este siglo, se iniciaron los trabajos de cim enta­
ción de la actual fábrica de Orbea, en la calle de Arana, aparecie­
ron sepultados en tierra unos puñados de áureas peluconas, que
se las repartieron unos cuantos vecinos ágiles y despabilados.
Aquel hallazgo me hizo recordar cómo un herrero con fr a ­
gua y yunque en la Pintorería, L uis Arceniega se llamaba, nos
contaba a los chicos de la vecindad que hacía poco más de un
siglo, en tiempos de la ocupación de Vitoria por las tropas de
Napoleón, un oficial francés rom pió en no muy honrosa lid su
espadón. Recurrió a un herrero de basto, establecido hacia donde
hoy está el Hospicio, para que se la soldara, a lo que no accedió
el herrero alegando puntos de honor y razones de patriotismo.
Insistió el gabacho; resistió el vitoriano y a tanto llegó el
forcejeo que el m ilitar em puñó su arm a rota y el herrero su m ar­
tillo. Hubo lucha y cayó el francés muerto.
El herrero lo sepultó secretamente en un campo próximo, sin
poner la mano siquiera en un abultado envoltorio oculto bajo el
uniform e del francés; envoltorio que producía un cierto sonido
metálico y que era sin duda botín de alguna rapiña.

Cuando Jesucristo iba por el mundo predicando su doctrina,


ocurrió que una noche, ya cansado, se acercó ju n to con el após­
tol San Pedro a la puerta de u n mesón. Pidieron alojam iento;
accedió la posadera; pero, no habiendo holgura de camas, indicó
a los huéspedes que ambos tendrían que dorm ir en una misma
cama.
El posadero era hombre colérico y gran bebedor, hasta el
punto de que todas las noches regresaba a casa a altas horas y
completamente borracho.
Llegada la hora de descansar, el Señor y el apóstol se reti­
raron a su habitación. San Pedro era miedoso, pero en atención
a la persona del Maestro acostóse él en la orilla y quiso que el
Señor durm iera en el rincón.
Cuando ambos dorm ían profundamente, llegó borracho el po­
sadero y, entrando en la habitación de los forasteros, descargó
una granizada de palos sobre el que halló m ás a mano, en la ori-
llita de la cam a; o sea, sobre San Pedro.
Al día siguiente San Pedro, temeroso de que el posadero re­
pitiese la paliza, suplicó al Señor que le dejara dorm ir en el
rincón.
Iba ya mediada la noche cuando llegó el posadero, tam bién
borracho y con idénticas ganas de zurrar a sus clientes.
— Bueno — se dijo— ; anoche quité el frío al de la o rilla;
esp ya quedó bien servido; hoy “voy a m eterme” con el del rincón.
Y aporreó concienzudaraenLe al pobre San, Pedro, que aque­
lla noche creyó podría dorm ir sin sobresaltos.

Yo tenía una perrita chula, que me quitaba las calzaderas y


no me las quería dar sin que yo le diese pan. F u i a la panadera
a que me diera pan y no me lo quiso dar sin que yo le diese la
llave. F u i al herrrero a que me diera la llave y no me la quiso
dar sin que le diera el changarro. F ui al becerro a que me diera
el changarro y no me lo quiso dar sin que le diera la leche. F ui
a la vaca a que me diera ia leche y no me la quiso dar sin que
le diera la hierba. F ui al prado a que me diera la hierba y no me
la quiso dar sin que le diera el agua. F u i a las nubes a que me
dieran el agua; las nubes me dieron el agua; el agua se la di al
prado; el prado me dió la hierba; ésta se la di a la vaca; la va­
ca me dió la leche; la leche se la di al becerro; éste me dió el
changarro; el changarro se lo di al herrero; el herrero me dió la
llave; la llave se la di a la panadera y la panadera me dió el pan.

Este viejecito de cuerpo caduco, pero de ojos vivos como si


en ellos se reflejara todo ese lum inoso colorido de los hortales
del Ega, nos cuenta que toda la parte antigua de la villa de Santa
Cruz de Campezo está rodeada de m uralla desde “los tiempos de
los moros".
A los moros, nos dice, se les tenia un miedo espantoso y
cuando atacaban al poblado, el vecindario subía al castillo para
defenderse, y a pedradas y flechazos los rechazaba.
Los que no podían acogerse al seguro de los muros del
castillo huían a los montes.
Así huyó u n a vez una pobre m ujer y, estando escondida entre
la maleza, vió por la “Senda de los lobos’' a u n morazo terrible
que, borracho del botín, se tum bó a la sombra de una encina y se
quedó dormido.
Salió la campezana de su escondite; cogió u n hacha; fuese
al moro y le cortó la cabeza.
Y el viejecito caduco se enardece al recordar el temple de
án im o de aquella Ju d it de Campezo.

Quien pase por la carretera de Lezama a Baram bio podrá


ver, entre acebos y espinos, la falda de una colina que se orienta
hacia poniente y al pié de ella una roca de grandes dimensiones,
con una profunda oquedad en su base: aquella oquedad es la
LEYENDAS, CUENTOS Y NARRACIONES

“Cueva de las L am ias", llam ada así porque la habitaban las “la­
m ias”.
Las lam ias— dicen los naturales— eran unos “bichos” de for­
ma hum ana, una de bastante edad, las otras dos, chicas jóvenes:
acaso eran la madre y dos hijas.
Estos “seres” vivían nadie sabe de qué, pues no trabajaban,
ni robaban. De vez en cuando bajaban al m olino y pedían harina
a los que iban a moler.
Hacían sus guisos con grasa abundante, pues en ocasiones
"olía a aceite frito" por las márgenes del riachuelo y llegaba el
olor hasta diez y doce kilómetros río abajo. Otros dicen que lo
que comían era “koipetsu” (tocino asado) y que ese era el olor
que se esparcía por el valle. — “¡Que huele a koipetsu! decían a
los niños para amedrentarlos sus madres; como si les dijesen;
“¡Que andan cerca las lam ia s"!.
La gente no se atrevía a acercarse a la cueva. Pero no faltó
un valiente que se llegó hasta ella en el momento en que las la ­
m ias estaban peinándose.
Cuando ellas lo vieron acercarse desaparecieron, ocultán­
dose en la cueva y dejándose en la precipitación los peines en un
saliente de la roca. Los peines eran de oro. El hombre llamado
Ju a n de Berganzagoitia los cogió y se los llevó a su casa.
Aquella m ism a noche se presentó la lam ia de más edad en
la casa del ladrón y, aporreando la puerta, decía, desde afuera;
“Ju a n de Berganzagoitia, ekarri n iri orrasia, ezpabere nik galdu
zuri kastitsia guztia” ; (Ju an de Berganzagoitia, devuélveme los
peines que, si no, perderás toda tu casta). Ju a n le entregó los
peines y la cosa no pasó a m ás.
Desde este hecho los sacerdotes iban todos los años a con­
ju ra r la Cueva y ocurrió en una ocasión que, estando conjurando,
“echó” un trueno muy fuerte y el m onaguillo asustado se agarró
a la estola del cura y, así agarrado, m iró a la cumbre del monte
de donde había partido el trueno y vió un gran rebaño de cabras
todas rojas y con cuernos, que bajaban por la pendiente.
Cuando, habiéndosele pasado la visión, contaba el m ona­
guillo lo que había visto, nadie le creía. Llegó a oídos del párroco
tal incredulidad y salió en defensa del niño diciendo: — E l niño
dice verdad: iS i supiérais lo que se ve con la estola puesta!. Se
ven cosas que sin estola no es posible ver. Tened en cuenta que
el niño, al agarrar m i estola, no ha visto más que muy poca cosa.
Otras personas a quienes he interrogado dan distinta ver­
sión: Dicen que este hecho no ocurrió en la Cueva de las lamias»
sino en la plaza de la iglesia, debajo de aquel nogal que hay en
ella. Y añaden que “como el cura cuando está conjurando no puede
hablar, pisaba al niño con el pié para que soltara la estola y
así no viera lo que veía”. En la defensa que el cura hace del m o­
naguillo dice según esta versión; “ ...que con la estola puesta se
ven tales cosas que si las vieran los demás se meterían asusta­
dos debajo de la tierra. No falta quien añade que desde el hecho
aquel de las lam ias se añadió un Evangelio más a la Misa, para
ver si con eso y ios conjuros se conseguía hacer desaparecer
a las “lam ias”. — No deja de ser curiosa esta explicación del o ri­
gen del últim o Evangelio de la Misa. Corrientemente en dicho
Evangelio se lee el prim er capítulo de San Ju an , en que se habla
de la Luz verdadera que ilu m in a a todo hombre que viene a este
mundo, sustituyendo a todo lo demoniaco que— como las lam ias—
con visos de luz no es sino tiniebla.

Dicen los de Peñacerrada, y nadie sea osado de contrade<5Ír-


ies, porque lo que ellos dicen lo vieron Lenzo el de Pipaón y el
santero de Ocón, que habían recalado en la casa aquella atraídos
por el cebo de posibles fritangas. Si los de Peñacerrada lo dicen
y Lenzo y el santero lo refrendan, será cierto que en determ ina­
da casa de Peñacerrada estaban un día de m atanza y, después
de sangrado el cerdo, después de cortarle las patas y las orejas,
sacaron la víctim a a la calle con el fm de “c h um arrarla” al aire
libre. Pasó entonces la bruja de Montoria y ¿qué haría? que, ante
el pasmo de todos los presentes, el anim al muerto, sin patas, y
sin orejas “echó” a correr refugiándose en la cuadra...
COSTUMBRES, riVADICIONES, E lC .

ÜESTllOS aldeanos viven tan connaturalizados con las ma-


•• ’ nifestaciones más castizas y tradicionales que cuando me
acercaba a ellos en m i labor de búsqueda y les interrogaba
por lo que en la localidad pudiera haber de tradicional y típico,
me respondían: — Aquí no hay nada de eso.
Claro es: les preguntaba sí en aquel pueblo se hacía algo
extraordinario y ellos en realidad nada extraordinario hacen cuan­
do “plantan el mayo” o “dan una ronda”. Eso es lo corriente en
su vida. Sin embargo, el h ijo de la urbe que tropieza por los ca­
minos una gran comitiva que, rodeando a u n mozo portador de
un pendón, va escalando una m ontaña hacia una erm ita serrana,
se siente invadido de honda emoción y siente deseos de gritar a
los vientos “¡Eureka!” porque ha encontrado el reino de la tra­
dición.
Riquísim os aspectos ofrece en esto nuestra provincia: sin
embargo doy la voz de alarm a, porque muchas de estas cosas han
desaparecido o están a punto de desaparecer. Y no debe desapa­
recer ese mundo tan Heno de poesía.
n t r e las costumbres cuyo desarrollo no sale del ám bito de

E ^ la casa, existe una m uy bella, muy piadosa, y que debería


generalizarse, con m ucha más razón que la de los doce
granos de uva a las doce cam panadas de la Nochevieja.
E n B u jan d a y en la velada de Nochevieja se reúnen
unas cuantas fam ilias y “echan a santitos”. Lo cual con­
siste en tom ar tantos papelotes como personas se hallei\
reunidas; en cada uno escriben el nombre de un santo
y bien doblados los depositan en una boina. Luego van co­
giendo uno cada uno, quedando todos con la obligación de rezar
un Padre nuestro diario al santo que le correspondió en suerte,
durante todo el año. Repítese la operación con papeles que ten­
gan escrita una cualquiera de las advocaciones de la Virgen y
por tercera vez con nombres de difuntos recientes, conocidos, que
se supone son almas del Purgatorio. Por consiguiente son tres
Padrenuestros los que se comprometen a rezar, dando comienzo
desde aquella noche los allí reunidos, y lo hacen en voz alta.
Hablando de reuniones caseras, recuerdan en B u jan d a las
que antaño se tenían durante el invierno para hilar o para char­
lar o ju g a r a la “brisca", a la luz del candil o del quinqué, porque
a ú n era desconocida la luz eléctrica. Lo curioso de aquellas re­
uniones era que todas las mujeres concurrentes tenían que abo­
nar un tanto para el m antenim iento del elemental alum brado.
Aunque éste era muy escaso, siempre había u n pequeño rayo de
luz. que ilum in ab a a través de los cristales el ram ito bendecido el
Dom ingo de Ramos que en el exterior protegía la casa como una
bendición de Dios.
La muerte en Alava es inspiradora de severos sentimientos
y prácticas acordes con la más exquisita dignidad. E n Bujanda.
cuando alguien se muere, quitan todas las plantas de los balco­
nes y ventanas y hasta de la m ism a casa, llevándolas a una huer­
ta o bien las arrancan porque a quien no proceda así se le tacha­
rá de tener poco sentimiento.
En Campezo, antiguam ente, en los entierros de los casados,
llevaban las candelas metidas en cestaños negros y para los sol­
teros en blancos, con algún detalle azul. Cuando el muerto era un
niño, la madre del fallecido, en el prim er domingo después del fa ­
llecimiento, entregaba en la Misa Mayor el pan, llevándolo en un
cestaño tapado con un m antelillo blanco. Se colocaba en la grada
del presbiterio, besaba la estola al sacerdote y lo entregaba.
Hay una obra de m isericordia en el hecho de enterrar a los
muertos y de tal la califtca el Catecismo. Yo creo que con este fin
practica el pueblo alavés la ceremonia de echar a la fosa un pu-
fiado de tierra besado previamente, cuando se está enterrando
( “dando tie rra”, dice el pueblo) algún cadáver. Sin embargo hay
quien hace rem ontar esta costumbre a los tiempos en que los tú­
mulos se form aban cubriendo los cadáveres con piedras. Estas
piedras respondían a la supersticiosa creencia de que lo s m u e r­
to s reclam an o tro s m ue rtos: por eso les sacriflcaban cautivos, es­
clavos, la esposa, etc. Más adelante los anim ales sustituyeron a
las personas: a los animales la antorcha, a la antorcha la piedra
y la tierra. Y así, para evitar que los muertos le arrebatasen la
vida, porque lo s m u e rto s re clam an o tro s m uertos, cada uno de
los que asistían al sepelio depositaba una piedra a la que daba
u n a significación sacrifical y representativa de! espíritu del vivo,
que de este modo acom pañaba al muerto.
Siempre que en nuestro pueblo ocurre alguna defunción se
reparte, poca o mucha, la llam ada “caridad”, consistente en p;vn
y vino y a los mendigos se les dan, además, algunas monedas. Del
pan de la “caridad" tom an todos, aun los m ism os parientes que
inm ediatam ente van a sentarse a la mesa en la comida de entie­
rro; tom an el pan de la “caridad” y llevan luego a casa para que
los hijos y la m ujer participen como de verdadero sacramental.
Cuando el muerto es labrador ricacho, suelen dar sus fa m i­
liares lim osna de alguna consideración a la nube de pordioseros
que acuden, llegados nadie sabe de dónde. Los mal pensados di­
cen que estos pordioseros hacen la oración com ún que es de ri­
gor con esta previa dedicatoria o intención:
Un Padrenuestro y una Avemaria
para que se m oriría
un rico de estos cada día
y así la caridad no faltaría. Padre Nuestro... etc.
Pueblo cristiano el alavés, da en sus actos frecuente mues­
tra de ello. Por ejemplo: usa muy a menudo del signo de la Cruz:
al levantarse, al acostarse, salir de casa, al emprender un viaje,
al pasar frente a ia iglesia, del cementerio o de otro lugar sa­
grado; al ver u n relámpago, al partir el pan, sobre todo si empieza
hogaza; al cerrar la puerta exterior de la casa, la signa también,
pero con la llave m ism a; las mujeres al empezar a am asar; las
horneras al meter en el horno el pan para cocerlo; al cubrir el
fuego del hogar hacen la cruz con la tenaza; al recibir una n oti­
cia sorprendente inician la cruz y dicen: “E n el n om b re ...” o
“Ave M a ría ...”, en tono exclamativo; al ir a dar una lim osna se
santiguan con ella y la besan.
Delicadas muestras de religiosidad se encuentran por todas
las latitudes de la Provincia. Por ejemplo: la “Vuelta de la Salve” ,
en Santa Cruz. Llám ase así el últim o recodo del camino desde don­
de se ve el Santuario de Ibernalo, cuando se regresa de éste, ca­
mino de la Villa. Al llegar a dicho lugar los cantares o risas o
F O L K L O R E AI . A V E S

conversaciones de los devotos se interrum pen y lodos, vueltos de


cara a la E rm ita, rezan una Salve a la Virgen, que se queda allí
entre robles y encinas.
Y esta otra tradición que observé en Lagrán. Siempre he
creído que esta original tradición representa a su modo la ale­
gría del pueblo por la fiesta de la Inm aculada y como sin duda
alguna es anterior a la definición del dogma, nos hallamos ante
una popular exteriorización de la fe que desde tiempos remotos
tenía nuestro pueblo alavés en el dogma de la Concepción in ­
maculada.
La cosa se desarrolla así: Durante unos veinte días antes del
8 de diciembre, niños y niñas de las escuelas van al monte a cor­
tar ramos de boj y de borto y todo lo que cortan lo acarrean al
pueblo, haciendo gigantescos montones que crecen de día en día.
No hay niño que no tome parte en estas operaciones, con las fo r­
malidades de u n rito. La tarde del 7 de diciembre los niños y n i­
ñas tienen vacación, y a hombros, a rastras, en carros de bueyes
o de caballos, pero conducidos por niños — todo niños y sólo n i­
ños— van llevando todo el m aterial acum ulado a un costado de
la plaza pública, donde form an una extraordinaria pira de leña.
Y a las ocho en punto de la noche, una vez iniciado el gran volteo
de cam panas, se da fuego a la pira, que pionto es una hoguera
inmensa. E n derredor niños y niñas cantan alegremente. A este
espectáculo asiste todo el pueblo y lo presiden las autoridades.
Otros espectáculos populares ofrece el pueblo alavés, menos
delicados quizá, pero con dram ático sentido del Evangelio. Lagrán
es un pueblo que ha vivido desde m uy antiguo los misterios de la
Redención, sobre todo en los días de la Semana Santa. Desde tiem ­
pos rem otísim os el pueblecito de la m ontaña alavesa escenifica
ingenuamente, año tras año, la tragedia del apóstol traidor.
El sábado Santo revisten un grotesco m aniquí de p aja; co­
locándole en la espalda u n letrero que reza: “Por falso y traid o r”.
En los preparativos del estrafalario muñeco participa todo el pue­
blo y la noche del sábado al domingo, apenas se duerme en L a ­
grán. El D om ingo de Resurrección, después de Misa mayor, el
muñeco, personificando a Judas, es conducido en una caballería
por las calles del pueblo, acom pañándole todo el vecindario. En
las esquinas de las calles léese públicamente la sentencia. El m u ­
ñeco lleva la bolsa en la m ano. Después de recorrer las calles es
leída de nuevo la sentencia en la Plaza Mayor y acto seguido hace
dños era encerrado hasta que pasasen tres días, por si alguno
deseaba apelar contra la sentencia. E l martes siguiente— hoy día se
hace el dom ingo— era conducido a la plaza pública en una es­
calera. Allí, uno de los más. ancianos del pueblo iba leyendo la
sentencia, cuyo texto no me ha sido posible recoger, aunque sé
que term ina de este modo; “...es condenado a ser colgau, apaleau,
-arrastran y q ue m au”. Efectivamente, acto seguido comienza el
apaleamiento por todo el pueblo y entre una gritería feroz es col­
gado y, por fm, quemado. Todo entre gritos de chiquillos y de
mayores.
He aquí unos vistazos a algunos de los momentos de la Cua­
resma y Semana Santa en Santa Cruz de Campezo; pero vistazos
retrospectivos no pocos de ellos, porque quien nos describe esos
momentos alude en alguno de ellos a cosa pasada: “Se hacía”,
“se decía”, “se ponía”, con toda la nostalgia que entrañan estos
pretéritos imperpectos.
Existe en Santa Cruz de Campezo un cam ino llamado de el
Egido, donde está erigido un Via Crucís. A las doce de la noche
del Jueves Santo iban los vecinos a rezar el Calvario en el Via
Crucis de el Egido. A las cruces de ese Via Crucis les ponían sen­
das coronas de espinas: a la prim era le ponían tres y había entre
los vecinos sumo interés en ser los primeros en poner esas coro­
nas, que se colocaban según se iban rezando las estaciones. El
Viernes Santo, a las cuatro de la m añana, se abría el Ayuntam ien­
to, donde se colocaba un Cristo entre velas encendidas. A llí se
rezaba una Estación y se salía “a dar los pasos”. Se procedía de
este modo: Iban a la iglesia, donde rezaban otra Estación, salían
por la calle principal rezando el Rosario, y llegando a la Erm ita
del Cristo, en la salida del pueblo, hacían el ofrecimiento del Via
Crucis, que lo practicaban luego por el cam ino de el Egido.
Procesión del Jueves Santo. Tiene estas características: Co­
m ienza y term ina en el Ayuntamiento. Salen varios hombres ves­
tidos de largas túnicas moradas y encapuchados, con una corona
de mim bre a la cabeza y descalzos. Uno de ellos es portador dp
una Cruz adornada de banderitas, con la inscripción de las tribus
de Israel. Delante del Clero van tres de estos encapuchados: el
del centro lleva una Cruz a cuestas; el de delante lleva, asida por
un extremo, una soga cuyo otro extremo va atado a un brazo de
la Cruz y el de detrás sostiene en sus manos el extremo bajo de
la Cruz. Los tres cam inan de modo que cada paso es una genu­
flexión. Junto a los portadores de la “Cruz de las tribus" va un
hombre con una vara de hierro que remata en Cruz. La procesión
sale del Ayuntamiento, va a la iglesia, desfilando ante el IMdnu-
mento; allí espera la Verónica, una m ujer convenientemente ata­
viada, que lleva en sus manos el lienzo de la Santa Faz y que lo
da a besar a los tres encapuchados. En la iglesia se incorpora a
la procesión una im agen de la Dolorosa. Luego, la procesión re­
corre el pueblo en dirección a la Capilla del Cristo, pasando todos
por el interior e iniciando el regreso. Se vuelve a pasar ante el
Monumento e inm ediatam ente la procesión se disuelve en el Ayun­
tamiento. Durante el trayecto se hacen varias paradas en las que
los tres encapuchados permanecen de rodillas y repiten el beso
al lienzo que lleva la Verónica. Se va cantando en el trayecto el
Miserere y otros cantos penitenciales.
Después, a ios encapuchados, la Cofradía de la Vera Cruz
obsequia con una merienda.
Ejercicio de los Miércoles de Cuaresma. E n este acto p ia­
doso se reza un Rosario de siete misterios, llam ado Corona F ra n ­
ciscana con largas oraciones intercaladas entre los misterios.
Colócanse dos Cruces y dos coronas en el bajo presbiterio; otra
Cruz en el cuerpo de la iglesia. Al comienzo de cada misterio se
adelantan hasta las Cruces del presbiterio dos hombres que h a­
ciendo profunda reverencia y besando el suelo se ponen las coro­
nas y una soga anudada al cuello. Todo lo cual besan al colo­
cárselo. Toman las Cruces sobre sus hombros y con paso lento
dan una vuelta por el interior de la iglesia m ientras se reza un
m isterio del Rosario. Al m ism o tiempo, ante la Cruz colocada en
el cuerpo de la Iglesia, colócase otro hombre, con su correspon­
diente corona de mimbres y una soga al cuello. Con los brazos en
cruz permanece durante todo un misterio. E n cada misterio se
relevan estos hombres, repitiendo las reverencias y los ósculos
al suelo y a los objetos. E n el sexto misterio, además de los
de las Cruces, sale un hombre que lleva en una mano una cala­
vera y en la otra una palm atoria encendida, y un sacerdote que
lleva un Santo Cristo. El de la calavera va diciendo: “Acordémo­
nos, hermanos, que nos hemos de m o rir”. Y el sacerdote del Cru-
ciíijo, añade: “Este es el Señor que nos ha de ju z g a r”. Los fieles
les salen al paso a tocar la Cruz y la calavera y luego se besan
los dedos. Después de las letanías, se reza una Estación, todo el
pueblo con los brazos en cruz y el ejercicio term ina con un Res­
ponso cantado.
E n Santa Cruz de Campezo es objeto de tierna devoción ia
Virgen de Ibernalo, la de aquella E rm ita blanca que se destaca
en la negrura de la sierra de Codés^ No hay campezano que no
tenga que contar algún prodigio de su m ilagrosa Virgen. E n Santa
Cruz residía una señora llam ada Faustina, la cual tenía en Ma­
drid una h ija casada y una nietecita de pocos años. Madre e hija
vinieron a pasar una tem porada a Santa Cruz y cierto día doña
F austina y su h ija salieron de paseo, dejando a la niña en casa.
Guando volvieron, encontraron las ropas de la niña quemadas y
a la pequeña, sin lesión alguna. Al ser interrogada dijo la niña
que se le prendió fuego en las ropas y que una señora “muy m a ja ”
la salvó. Llevaron la n iña en acción de gracias a la E rm ita de la
Virgen de Ibernalo. Al entrar en la Capilla la n iña empezó a g r i­
tar: “Mira, m ira, m am á: ésa era la Señora que me ha apagado el
fuego”. La n iñ a tenía tres años.
ü n vecino de Santa Cruz de Campezo iba de camino con un
carro cargado de leña; tuvo la desgracia de caerse y bueyes y
carro pasáronle por encima. Al verse en semejante peligro invocó
a la Virgen de ibernalo. ¡Cuánta no sería su sorpresa al ver que
• no sufría la menor herida! atribuyendo todo a la protección de
la Santísim a Virgen.
Estos campezanos devotos de la Virgen tienen tam bién un
piadoso recuerdo para aquella buena m ujer cuyo nombre ya han
olvidado, a la cual porque era andrajosa la despacharon de Ge-
nevilla (Navarra) y se vino a Santa Cruz. M ujer buena y ejem ­
plar; m ujer además rica porque al m orir dejó para Santa Cruz
el monte del Carrascal y el horno de la Villa y todos los afio.s
después de la procesión de San Roque rezaban en el pórtico
un responso en sufragio de su alm a. Así cuentan que contaba don
Samuel, el párroco y patriarca, al que Santa Cruz no olvida.
Para poner fm a las tradiciones o costumbres de carácter
religioso hago constar que en Peñacerrada, en muchas casas la
noche de Navidad dejan fuego en el hogar; dicen que para que
la Virgen baje y pueda calentar los pañales del Niño; y en Bu-
jan da todavía existe la costumbre, tanto al “Incarnatus est” de la
Misa como a la bendición final de la mism a, de hacer una cruz
en el suelo con la mano y dejar un beso de devoción en sus dedos.

R O M E R I A S

# ASI todas las romerías, fiestas y rogativas en suntuarios


de la provincia, term inan con abundantes comidas que
se celebran en paraje determinado y por fam ilias, continuando
con ello la tradición bien señalada por los cronistas, que al des­
cribir fiestas semejantes en otros siglos, dicen de los alaveses que
con ocasión de sus ofrendas de cirios y de Misas tenían luego
abundantes comidas. Un texto de Lope G arcía de Salazar en su
libro “Bienandanzas e fortun as”, escrito en 1471, dice: ' ...e fa ­
cían sus Misas e ofrendas de aquellas candelas, e facían sus co­
meres de muchas viandas para todos”.
Los pueblos de Bernedo, Villaverde, V illafría y Cripán, y aún
los de Yécora, y La Aldea suelen llegar en rom ería a la húmeda
gruta de San Tirso, de donde hacQ años desapareció la imagen
de hierro macizo. La rom ería de C ripán se desarrolla así: Celé­
brase el día 15 de mayo, fiesta de San Isidro. E n la fresca y ra ­
diante m añana de primavera, dobla la “F anfarro n a”, la cam pana
que presume de ser oída desde la Sierra de Abajo. La cruz pro­
cesional precede al pueblo que va en m archa ordenada camino
de la Sierra, cantando las Letanías dé los Santos dirigidas por
el párroco que cierra el cortejo. Un mozo, que hizo promesa de
ello, lleva enarbolado el pendón parroquial, alto de unos 5 metros
y no poco pesado. A la entrada de la espesura del monte, donde
comienza la Sierra, los cánticos cesan y la gente emprende en
grupos la escalada. El sacerdote sigue vestido de roquete y estola
y el mozo continúa con su pendón sin descansar ni apoyarlo un
solo instante en el suelo. Una vez, aprovechando la sombra de los
hayedos, cerca ya del Puerto de Bernedo, se congregan todos y
el sacerdote reza las oraciones íinales de las Letanías. Prosiguen
Sierra arriba y al llegar a la cumbre, al pie de la Peña de San
Tirso, el sacerdote rodeado de todo el puebla bendice la Kioja y
la M ontaña que desde allí se avistan. Sólo después de esto es
cuando el bravo mozo del pendón descansa; ha resistido hora y
media de fuerte cam inata, sin más apoyo para el pendón que la
pretina corriente que lleva a la cintura.
Se celebra Misa cantada en la ermita-gruta y luego descien­
den todos al monte y en el pintoresco lugar' preparado para estu
ocasión, donde hay mesas con asiento cavadas en el suelo, cele­
bran todos la comida larga y copiosa presididos por el corro del
Ayuntamiento, al frente del cual está el párroco. Al caer la tarde
regresan todos alegremente al pueblo llevando verdes ramos de
haya que dan a la fiesta una especial alegría y colorido de Do­
m ingo de Ramos.
Larga y copiosa comida, semejante a la celebrad^j por los do
Cripán, celebran los de Guereñu en San Vítor: son lo^. “comeres
de muchas viandas para todos” característicos de las romerías
alavesas de que habla Lope García de Salazar.j Pero los de Gue­
reñu se im ponen una curiosa m ortificación en medio del comer do
m uchas viandas y consiste en que a nadie se permite fum ar mien­
tras no se haya rezado la oración de acción de .gracias después
de la comida. Ya que se ha hablado de San Vítor, consigno algo
de lo que he visto en aquella erm ita venerable, tan castigada por
algunos “am antes de las cum bres”.
E n San Vítor siempre que se le visita, pero sobre todo el
12 de junio, es frecuente ver cómo los devotos dan vueltas alre­
dedor de la erm ita por creer que ello les libra de los males ner­
viosos y en especial de los dolores de cabeza.
Es interesante el rito que acom paña a la Bendición del Agua
de San Vítor, cuando los pueblos suben en romería a aquella
erm ita m ontañera. Previamente los pueblos peregrinos destacan
hacia G auna una comisión, para que tome la cabeza de plata que
allí se guarda. Durante la Misa celebrada en la erm ita dicha ca­
beza. que en rigor es un relicario, está colocada sobre el altar.
Term inada la Misa se hace la Bendición del Agua con la oración
que el ritual Romano asigna para la Bendición del Agua de San
Ignacio, pero cambiando este nombre por el de San Vítor. Al
tiempo que se recitan las oraciones va echándose agua por el
orificio que la cabeza tiene en la coronilla y al salir por la boca
es recogida en botella, vasos, etc., y se conserva para emplearla
como remedio de enfermedades especialmente de las nerviosas,
contra las cuales es San Vítor especial abogado.
Tras de San Vítor debe tener lugar San Vítores, el santo tan
venerado en La Sierra y Villaluenga. Dos pueblos lim ítrofes en
la Ribera del Bayas y que entre los dos no tienen más que una
sola im agen del glorioso San Vítores. No consintió el señor Obis­
po que tuvieran dos imágenes, una para cada pueblo, porque
hubiera desaparecido el motivo de una bella y emotiva ceremoiiiu.
Los pueblos turnan anualm ente en el honor de tener consi­
go la venerada im agen del santo. Con algunos días de an tic i­
pación a la fiesta, que es el 14 de mayo, el pueblo que ha tenido
durante el año la im agen sale procesionalmente de la iglesia,
cantando las Letanías de los Santos y avanza así hasta un punto
equidistante desde donde se divisan ambos pueblos. A llí está es­
perando el pueblo que ha de custodiar a San Vítores durante un
año, y al reunirse, detiénese la im agen y son leídos los cuatro
Evangelios, uno hacia cada punto cardinal. Luego los del pueblo
que ha de tener el Santo aquel año, m archan en procesión con
San Vítores a su iglesia. El pueblo huérfano los ve ir y nunca
faltan unas cuantas mujeres que lloran y le despiden con estas
palabras: “Adiós, San Vítores: hasta el año que viene”.
E n Larrea llam an ‘‘Fiesta del barte” (un harte es una com u­
ña y una com uña es una torta pequeña de pan) a una rom ería que
dicho pueblo celebra el día 4 de julio, acudiendo a la iglesia de
Hermua. Se dice que-van a visitar una im agen que en tiempos
perteneció a Larrea, pero no se sabe por qué razones de escasez,
hambre o impiedad, cam biaron dicha imagen a Hermua por un
“barte” . La imagen es la de San M artín. Los romeros cam inan no
por la carretera sino por la estrada. Les acom paña el “chun chun”
de Salvatierra y no puede faltar el aurresku ante la erm ita del
Santo.
Las campanas son objeto.y ocasión de muy curiosas notas
folklóricas. En los conjuros de tormentas se consigna el estribillo
que tan perfectamente acomoda el pueblo al toque llam ado del
“tente nublo” :
Tente nublo,
tente tú,
que Dios puede
m ás que tú.
E n lo de acomodar u n estribillo al repique de las campanas
eran maestros los niños de las barriadas próximas a lai Catedral
de Vitoria. Cuando al caer de la tarde el campanero tocaba a dia­
rio el toque de oración, los niños solíamos acom pañarlo con esta
letra, verdadero “m onstruo” m usical, pero que se amoldaba per­
fectamente al repiqueteo de las cam panas:
“Tengo, tengo, tengo,
zapatos tengo,
zapatos tengo,
zapatos tengo,
tengo, tengo”.
Son muy del gusto del pueblo alavés ios “diálogos de cam ­
panas”. De pueblo a pueblo las torres se hablan con palabras qup
rim an con sus habituales sonsonetes.
Las campanas de Lanciego, Cripán y Viñaspre, ya desde la
víspera de los días en que se repica gordo, entablan esta invaria­
ble conversación:
Lanciego: “Que me-han pegao; que me-han pegao; que me-
han pegao” .
Cripán: “Don de-don de-don de-don de-don”.
Viñaspre: “Aquí-aquí, aquí-aquí, aquí-aquí”.
Otros dos pueblos hay— Jio los recuerdo— que, en cuanta
echan a vuelo sus campanas, dice el uno:
“Caparras tengo, caparras tengo, caparras tengo” .
Y le responde el otro:
“Quítatelas, quítatelas, quítatelas.”

Uno de los primeros domingos de diciembre suena en Santa


Cruz de Campezo la que llam an “voz del provecho". Después de
Misa Mayor se sacan a pública subasta el arriendo de los abastos
y otros. Reunidos en el salón del Ayuntamiento, bajo la presiden­
cia del señor Alcalde y u n concejal, el Secretario da lectura de
las condiciones de la subasta y acto seguido el alguacil dice en
alta voz: “A la una, a las dos, a las tre s ...”, y añade, por ejem ­
plo: “El horno de la Villa en trescientas cincuenta pesetas”. Si la
subasta quedase desierta la operación se repite el domingo si­
guiente; pero si hay algún postor, se le adjudica y lo hace so­
lemnemente el concejal, diciéndole: “Buen provecho". A esto le
llam an “la voz del provecho".
La condición de ser Santa Cruz famoso “paso de palom as”
ha dejado en su folklore muchos cuentos de cazadores y una bre­
ve nota de tipo adm inistrativo que es la “subasta de los puestos”.
El día de la Cruz de Septiembre, a toque de cam pana, se reúnen
en el Ayuntamiento los cazadores y buen núm ero de cuíiosos. El
alguacil pone a subasta u n puesto y dice: “E l Robledón, cuaren­
ta y dos pesetas, ¿quién lo quiere? A la una, a las dos, a las tres".
Aquel a quien interese, dice: “Yo cubro la prim era postura” . Se
dan casos de haber subido desde una peseta hasta ochenta. De
este modo, se subastan los codiciados puestos de “Los Ecos” .
“Pieza Marco”, “Los Pozos”, “El Plano de A rrib a”, “Marcelo”,
“Valpedrosa” , etc.
In stitución de caridad entreverada de adm inistrativa era en
Santa Cruz “la p rim ic ia”. Se daba este nombre, y aún sigue n o m ­
brándosele, a un local contiguo a la iglesia. E n él se tenía en
depósito cierta cantidad de trigo para darlo en préstamo y reme­
diar a los labradores pobres con la condición de que en tiempo
de recolección habían de reintegrarlo juntam ente con “las cre­
ces”, que así se llam aba al pequeño rédito que habían de pagar
y que lo abonaban en trigo los prestatarios. E n el día de la en­
trega se tocaban las campanas convocando al vecindario.
Costumbre de marcado carácter social y cooperativo es la
tasación de ganado que en Mendoza se hace el día 15 de enero,
festividad de San Antonio Abad. Después de la Santa Misa y a
toque de esquila se reúne en Bicolanda todo el ganado mayor y
menor del pueblo. Mientras tanto el Párroco, acompañado del
Alcalde, Regidor y Sacristán, se instalan en la huerta de la Casa
Rectoral desde donde se avista plenamente el ganado. A una señal
del Alcalde todas las personas se decubren y en medio de la a l­
garabía que es de suponer, bendice el párroco el ganado.
A continuación los comisionados y peritos de la Hermandad
de ganaderos proceden a la tasación del ganado, con el objeto
de establecer la cantidad que en caso de accidente deberá abo­
nar la Hermandad al dueño del anim al que se desgracie.
El dicho clásico de "cobrar el barato” tiene en los pueblos
de Alava su auténtico significado. Hay mozos que cobran; el ba­
rato, pero eso no quiere decir que en nuestros pueblos haya mo­
zos que alardeen de m ajeza, n i mucho menos que adopten con­
tinente de perdonavidas. La cosa es mucho ¡más hum ana, y hasta
tiene un marcado regustillo de arcàdica supervivencia.
Aunque el apunte ha sido tomado en Santa Cruz de Cam­
pezo, algo semejante ocurre en casi toda la provincia. El do­
m ingo anterior a las fiestas, reúnense las distintas cuadrillas de
mozos y proceden a ganarse el derecho de organizar y amenizar
los festejos. Lo hacen por subasta. El “Mozo m ayor” del pueblo
se coloca en medio de todos y dice: “D an ... ¿Hay alguno que dé
m ás? A la una, a las dos”, si alguna cuadrilla ofrece más, se
prosigue la subasta y el derecho se adjudica a la que más pujó.
La cantidad ofrecida en la subasta tienen que hacerla efectiva
en el acto y se la reparten entre sí las diversas cuadrillas, ex­
cluida aquella que se ha quedado con la subasta. Esta cuadrilla
ha adquirido la exclusiva para cantar, rondar, recaudar dona­
tivos, cobrar el barato, etc., durante las fiestas: corriendo a su
cargo la m úsica, cohetes y demás esparcimientos, funciones que
empieza a desarrollar el mismo domingo de la subasta. Las
restantes cuadrillas no tienen derecho n i a cantar ni a recau­
dar nada. E n este m ism o acto tiene lugar el ingreso en la mo-
cendad de los nuevos mozos, quienes por haber alcanzado la
edad de dieciséis años, y previo el pago de una peseta, tienen
derecho a entrar en cuadrilla.
La fiesta de Santa Agueda en L agrán se desarrolla del
modo siguiente. A las nueve de la noche del 2 de febrero todos
los mozos se reúnen junto a la fuente del pueblo. El mozo m a ­
yor expone el objeto de la reunión, que es el de celebrar la fiesta
de Santa Agueda; dice que los que deseen tom ar parte en la fu n ­
ción den un paso adelante. Una vez hecho esto se procede a la
designación de cargos. Hay que constituir el Ayuntamiento de
Mozos, que durante el día 5 de febrero gobernará al pueblo. Una
vez elegidos entre los mozos los concejales, se nom bran dos al­
guaciles, los mozos que h an de actuar de m onaguillos, los porta­
dores de las varas de las andas y los mozos que han de cargar
con la obligación de traer el vino, m atar las reses, y sefialar la
casa donde ha de celebrarse la comida.
La víspera, día 4, el nuevo Ayuntamiento de Mozos, en cor­
poración y acompañado de los alguaciles, acude a casa del señor
párroco a participarle su nom bram iento y rogarle perm ita tocar
las cam panas; después acuden al Alcalde quien les hace entrega
de la vara. La víspera se tocan las campanas a las ocho en
punto por los mozos designados y el día de Santa Agueda, a las
diez de la m añana, acude el nuevo Ayuntamiento a la Iglesia
Parroquial y se coloca en los escaños propios de las autoridades.
Todos los m inistros que ayudan a la Misa deben ser mozos y
todas las funciones se ejecutan con digna seriedad, como quien
se da cuenta de que ejerce funciones de responsabilidad.
Hay procesión antes de la Misa, con la im agen de la Santa.
Detrás de las autoridades se colocan cinco mozas, las cuales,
en sendas bandejas, llevan sus “roscos”, panes dulces, redondos
recubiertos de pastel. Antes de llegar al Ofertorio, previa genu­
flexión al altar, las cinco mozas portadoras de los “roscos”, que
han estado detrás, pasan adelante de los mozos y después de una
inclinación profunda, entregan la ofrenda de roscos al joven
Ayuntamiento. Los mozos, una vez recogida la ofrenda de las
mozas, suben con ella al altar y ofrecen su óbolo más el “ros­
co”, previo ósculo de la estola sacerdotal, dejando al pie dfi
altar las ofrendas. A continuación de los mozos suben las mozas
a hacer la ofrenda en metálico.
Term inada la Misa, entra el Ayuntamiento en la sacristía
y el Alcalde ruega al señor párroco que escoja el rosco que más
le agrade y le invita al banquete.
Para sufragar gastos del banquete, hacen los mozos una
colecta entre las mozas y a él son invitados, según costumbre
inm em orial, el Alcalde “d im isionario” y el párroco. La responsa­
bilidad de todo recae sobre el nuevo Ayuntam iento cuya auto ri­
dad reconocen y acatan todos con verdadera disciplina.
El aviso para la comida, cena, reuniones, etc., lo dan los
alguaciles de un modo sim ilar a lo que hace el m usulm án desde los
minaretes de la Mezquita, invitando a la oración. Se colocan estos
mozos en unas ventanas y gritan: “Así so b ra a a á...” prolongando
mucho la ú ltim a vocal. Si alguno no acude o Uega tarde no se
le reconoce derecho a reclamar, pues por algo precedió el esten­
tóreo aviso de los voceadores.
En la Nochevieja salen todos los chicos del pueblo de B u ja n ­
da y hacen una hoguera en la plaza, y después corren por todo el
pueblo con los tizones encendidos, como si fuesen teas, cantando
y alborotando a más no poder.
Es de rigor gritar desaforadamente en españoJ o en vas­
cuence cuando en las aldeas alavesas se hacen hogueras en de­
terminadas fechas del año. Empléase todo género de com busti­
ble que cae al alcance de los muchachos: el tamo que quedó en
las eras o las “aulagas” de los llecos. Y sin duda( que data de
antiguo esa tendencia incendiaria a la que yo atribuyo un p ri­
mitivo origen de sentido puriíicatorio. Basta observar con alguna
detención la estampa evocadora que en la obscuridad de la Noche-
vieja ofrecen ios muchachos, corriendo y agitando al viento los tra­
pos, la escoba o la corambre en llam as y gritando a todo p ul­
món, como un alarido nigrom ántico: “Errepuyerre, errepuyerre”,
para convencerse de que nos hallam os ante la supervivencia de
u n viejo rito.
De la antigüedad de esta costumbre en la que parece de r i­
gor el hacer mucho fuego y gritar de un modo desaforado, algo
dice la palabra vasca “errepuyerre”— en rigor “erre bai erre”,
quema, sí, quem a; quem ar y más quem ar— que al calor de esta
juvenil costumbre quedóse en estos pueblos de la Llanada o de la
Montaña desde los olvidados tiempos en que el idioma vasco era
hablado en esas tierras. (1).
El Jueves de Lardero, del que hoy apenas queda otra cosa
que el nombre, se celebraba antiguam ente como vamos a des­
cribirlo. según referencias que me dan en Santa Cruz de Cam­
pezo.
Los niños y niñas de la escuela salían a recorrer las ca­
lles, llevando cestas. Uno de ellos iba vestido de obispo y dos
le escoltaban, llevando una especie de cetros. Una niña, vestida
de reina, llevaba como escolta a otras seis, ataviadas de blan­
co, que cantaban graciosas canciones. Las más corrientes eran
las que siguen:
Jueves de Lardero.
Viernes de la Cruz,
Sábado de Pascua
resucitó Jesús.
* « *
Angeles somos
del Cielo “venemos"
a pedir chorizos
patatas y huevos

(1) Teniendo en cuenta que cuando se grita el “errepuye­


rre” es precisamente al acabarse el año, en las fogatas de Noche-
vieja, me parece sostenible la etimología que algunos dan al vo­
cablo vasco. Según estos el actual “errepuyerre” fué origin aria­
mente “ipurdiya erre”, integrado por “erre” quem ar e “ipurdiya”
<iue^ además de su propia significación, tam bién puede signi/icar
extremo, cola, etc. Por donde el “errepuyerre” equivaldría a
‘■(luemar la cola” al año.
T am bién algún cuarto
ya recibiremos
pa pasar el día
Jueves de Lardero.

Aquí venimos dos


cantaremos cuatro
a la señora Petra
y al señor Torcuato.
(E sto s eran un m atrim on io del pu eb lo)

* * *

Madres que tenéis bijas,


m iradlas con piedad
al ver a vuestras hijas
por las calles pasear

Yo tengo una tía coja,


otra que le falta un pie,
otra que no ve ni gota
y otra que ni gota vé.

Yo soy un chico muy listo


de m ucha disposición
porque rompo n ás barriles
que traigan de Marañón.

Si m i madre me reniega
le contesto muy agudo
que no me mande a la fuente
y no romperé ninguno.

Dadnos algún cuarto


huevos y demás
para el Jueves de Lardero
poderlo celebrar.

Después de haber recorrido el pueblo iban a la Plaza donde


ataban u n gallo por las patas a una soga que sujetaban al balcón
del Ayuntamiento, vendaban los ojos a las niñas y les ponían una
espada en la mano para ver si h golpes de espada lograban m atar
al gallo. E ra de rigor que las niñas cantasen algo antes de co­
menzar sus “ataques al g allo ”. Las coplillas que hoy se recuer­
dan son las siguientes, en alguna de las cuales se echan de ver
alusiones al pobre gallo colgado.

Este gallo escarbador


de trigo y cebada ajejia,
aquí ha de m orir traidor
entre niños de la escuela.
* « «

Soy hijo de Joa q u ín Soto


y me vivo en el Castillo
y he venido a pelear
con este gran picarillo.
« * *

E n el prim er espadazo
no pienso tocarle plum a:
al segundo y al tercerí)
lo dejaré sin ninguna.
* « *

El maestro don l.eón


ya tiene el diente alilado
para clavárselo luego
a este pobre • degollado.
* • *

Yo voy a m atar al gallo


para que lo coma el maestro;
las plumas son para mí
y la carne pál señor maestro.
* « *
El maestro se come el gallo
y tam bién los higadillos;
a los chicos de la escuela
nos da cuatro garbancillos.
* * *
Uno le pega en la cola
otro le pega en la frente
yo he de pegarle en la cresta
porque soy el más valiente.
• * *
Las mujeres de hoy on día
nadie las puede entender
pimientos de cuerno-cabra
nos ponen para comer.
Soy h ijo de molinero,
nieto de Vicente ügarte;
la que se case conmigo
tom ará buen chocolate.

Toda n iña después de haber cantado tenia derecho a atacar


al gallo a estocada lim pia sin obtener la mayoría de las veces
los resultados apetecidos, porque los que estaban a un lado y a
otro del balcón, tirando la cuerda, esquivaban el gallo subiéndolo
o bajándolo.
El día 4 de julio es fiesta rigurosa con Misa solemne y mesa
bien abastecida en Apodaca y el 24 de mayo lo es en Com unión y
en Salcedo, porque hace m ucho tiempo en los pueblos y días m en­
cionados descargaron espantosos pedriscos.
Y para term inar este largo sartal de fiestas, romerías, cos­
tumbres, etc., incluyo algunas de las que directa o indirecta­
mente, de un modo claro o encubierto, dicen relación con el m a­
trim onio.
Por el campo de “In ta ”, en Santa Cruz de Campezo, pasa el
río Ega y a llí bajaban las chicas el día de San Ju a n antes de que
amaneciese, con el fin de lavarse el rostro en las aguas del río.
Las de Orbiso venían tam bién a la otra orilla del río. E n tal
ocasión las mozas cantaban esta copla:
El que coja la “alem ania” (hierba/
la m añana de San Ju an
no le tentará el demonio
y si le hubiere tentado
no le tentará ya más.
Quien me cuenta lo que antecede no repara en anacronismo
más o menos y añade que, luego de cantar, iban las mozas a robar
una prenda a las moras que vivían en la cueva de In ta; en la per­
suasión de que si lo conseguían serían felices.
Muy generalizada era en Santa Cruz la costumbre de obs­
tru ir las cerraduras de las casas de aquellos jóvenes que habían
dado calabazas a las chicas. Para ello hacían un am asijo de ha­
rina y piedrecitas que lo m etían por el ojo de la cerraja.
E n la m ism a Villa del Ega es corriente, cuando alguien se ca­
sa con otro que no sea del pueblo, que al regreso del viaje de n o ­
vios, vayan a dar la cencerrada a los nuevos esposos, cantándoles
agudas coplas improvisadas. Esto igual lo hacen los casados que
los solteros.
Muy pocos vitorianos se percatan de algo que pasa como de
matute en la Feria de Santiago, en la ciudad de Vitoria. Además
del ojeo y tanteo del buen ganado en el ferial, hay otro ojeo no
menos interesante en calles, paseos, bares y cafés. Los mozos
casaderos del agro alavés pasan el día observando y catalogando
mozas, aunque recatando lo posible y muy lugareñamente sus
observaciones. Acábase el 25 de julio y los mozos retornan a sus
casas, llevándose cabeza adentro la figura de la moza elegida. P a ­
sa un mes durante el cual se realizan por el mozo y sus padres
diligencias de tasación y com pulsación del valer de la moza y del
valor de lo que a la moza puede advenirle. Si- la “cosa” merece la
pena, negóciase una entrevista, que tiene lugar con pretexto de
una fiesta popular, que aunque emplazada en suelo de Treviño,
tiene una afluencia de alaveses mayor qué de trieviñeses. E n San
Formerio es donde lo iniciado cauta y aldeanamente en Vitoria
toma carácter oficial que puede que allá en el invierno, sí las ne­
gociaciones no han acabado en ruptura, reciba el carácter sa­
cramental.
También hay que recordar en este lugar que muchas alave­
sas casadas van al Santuario de Santa Casilda, en tierras de Bri-
viesca, en penosa peregrinación. De allí suelen traerse algunas
piedrecitas que son tenidas por verdaderos amuletos para m u­
chas cosas, entre otras para conjurar la esterilidad. Una m ujer
conocí que llevaba años sin descendencia; acudió a Santa Casilda
y tuvo cuatro hijos en dos partos. Por cierto que un poco cons­
ternada decía la m ujer al segundo lance: — No, no; yo voy á San­
ta Casilda y le devuelvo sus piedrecitas.
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CONJUROS, CREENCIAS Y
SUPERSTICIONES

E N el pueblo alavés, y creo que en todos los pueblos, existe


▼ un fondo de vieja m itología casi desaparecida bajo la opu­
lenta religiosidad católica. Diríase que de vez en cuando las
divinidades del antiguo paganism o vienen a hurtadillas a sentar­
se en las peñas de la vera del cam ino y encima de los dólmenes
alaveses, resistiéndose a abandonar su influjo en la vida.
El campaneo del culto católico y Cristo-Viático que visita los
hogares aldeaniegos, han ahuyentado los prim itivos cultos, y los
dólmenes ya no son religión, sino arqueología. Sin embargo, al
surgir las atenazadoras realidades del m al y de la muerte, pare­
cen recobrar algún fuero las teogonias de la prehistoria, porque
no en vano aquellas divinidades eran hijas de las tinieblas y en­
gendraban el mal y la muerte.
Por eso, cuando asoma la muerte, la enfermedad, la desgra­
cia, el m al en cualquiera de sus especies; tam bién cuando llega
la noche, que es la hora del poder de los m alignos, la cam pana y
el altar atraen al alavés a la oración, pero al lado de la oración
aparece en labios del pueblo el conjuro misterioso y estremecido.
Conjuro de form a cristiana, ortodoxo casi siempre, pero que en
su form a literaria o en la actitud corpórea que le acom paña deja
adivinar resabios de remotísim as liturgias, acaso de remotísimas
creencias y quizás de actuales miedos supersticiosos.
Conjuros, creencias y supersticiones del pueblo alavés for­
m an un interesantísim o conjunto, muy digno de más amplio es­
tudio.
ONTRA la m ala influencia del Tentador, a quien ia B iblia ve

C todos los días rondando en busca de presa, dicen en Cripán


el día 25 de marzo cien Avemarias y se santiguan otras cien
veces, intercalando en cada decena este conjuro: “Quítate de
aquí, Satanás: que aquí no tienes que hacer, que el día 25 de
marzo, cien Avemarias recé y cien veces me santigüé".
Ig ual en el fondo, pero quizás más cercana al original es la
fórm ula que se oye en Sarita Cruz de Campezo:

Alma, del cuerpo saldrás;


Por el Valle Ja safat pasarás;
Con el enemigo te encontrarás
y le d ir á s :
Enemigo, apártate,
Que conmigo no tienes que hacer,
Que el día de la Virgen de Marzo
Cien Avemarias recé
Y cien veces me santigüé.
T am bién los campezanos rezan los días de la Cruz de mayo
y septiembre lo que ellos llam an el rosario de la Cruz:
Por la señal, etc., etc. Señor mío Jesucristo, etc.
Vete de aquí, Satanás,
Que conmigo no estarás
Porque el día de la Cruz,
Cien veces dije Jesús.
Jesús, Jesús, Jesús (hasta diez veces).
G loria Patri, etc.

Así sucesivamente otras diez veces y se term ina con una


Salve. }
Muy herm osa y divulgadísim a en toda la provincia en la fó r­
m ula empleada por el pueblo cuando él m ism o se impone el sa­
cram ental del agua bendita:
Agua bendita,
Por Dios consagrada.
Sáname el cuerpo
Y lim píam e el alm a. Amén.
T am bién tiene sabor de conjuro la triple cruz que la madre
hace sobre su hijo cada vez que lo am am anta; costumbre que
hemos visto en el pueblo de Mezquía.
Por su parte los de Mendoza aseguran que los lirios que a l­
fom bran la calle el día del Corpus tienen virtud para conjurar
diversos males. Si se tom an del suelo dos y, puestos en cruz, se
clavan en. la puerta de casa “no entrarán ladrones”. Si esos lirios
del Corpus se aplican a los riñones, éstos no duelen.
Algo habían de dejar los gitanos en nuestros pueblos, que
no todo ha de ser despoblar gallineros y llevarse asnos descuida­
dos. He aquí un conjuro, que tiene un marcado sabor gitano. Se
basa probablemente en la virtud terapéutica atribuida al ajo. En
Lagrán, después de colocar una cabeza de ajo a la cabecera de
!a cama, hay quien recita al acostarse:
A los pies, la Cruz;
el ajo a la cabeza;
al lado derecho Adán
y al izquierdo Eva,
para que no entre sapo, ni culebra,
ni sabarandijé, n i sabarandijeta.
Cuando amenaza el peligro de descalabradura al dar un salto,
no hay como cantar:
Salto, salto
de u n p ajar;
Si me rompo la cabeza
Dios me la curará.
Y las piernas se hacen flexibles y hasta parece que se esfu­
m a el peligro.
Si se cree punto menos que imposible el hallazgo de un ob­
jeto perdido, es preciso apelar a lo que hace unos lustros cantu­
rreaban los niños de Vitoria:
Arre luz, arre luz, (Acaso “Abre o Hazme luz").
Que se me ha perdido
Una Santa Cruz
Por las escaleritas
Del Niño Jesús.
Después de su persona, el campo es lo que más afanes des­
pierta en el labrador alavés. Hay que rociarlo con el agua lustral
del Sábado Santo y Pentecostés, empleando el ramo del Domingo
de Ramos como hisopo, mientras se m usita quedamente el con­
ju r o :
Agua bendita,
del Cirio Pascual:
muérete, sapo,
para que no hagas mal.
Una ligera variante encontramos en Mendoza, donde dicen:
Agua bendita,
del Cirio Pascual,
m átam e el sapo
y guárdam e el pan.
E n el mismo pueblo de Mendoza clavan en el suelo de los
labrantíos los ramos bendecidos el Dom ingo de Ramos, rociados
previamente con el agua del Sábado Santo y al clavarlo en el
suelo rezan un Padrenuestro y los versos siguientes:

Ramo bendito
del Cirio Pascual,
m átam e el sapo
y guárdam e el pan.

Colocar ramos bendecidos en los campos es rito usado en


casi todos los pueblos de Alava. E n Cripán, pueblo eminentemente
tradicional, ponen ramos, bendecidos precisamente el día de San
Pedro M ártir, 29 de abril, y la colocación se hace con esta invo­
cación: “Que la bendición de Dios Padre caiga sobre estos cam ­
pos, en el nom bre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” . Al
ir a segar la mies, el segador que se encuentra con el ramo tiene
que rezar u n Padrenuestro a San Pedro M ártir y, claro es, los
segadores echan un trago, que bien lo merece la cosa.
E n Alcedo los ramos son de “borto”, traídos del monte de
Sobrón, en el pintoresco desfiladero de Besantes.
E n Elciego tam bién hemos recogido una curiosa costumbre:
Cuando se siem bran los garbanzos se ponen cuatro cruces a los
cuatro vientos, para que no se “espanten”. Otros dicen que para
evitar las tormentas y no ataque a la planta la “cabezuela” , que
deja vana esta variedad de legumbre.
Uno de los mayores males para el hombre del campo lo cons­
tituye la torm enta y contra ella fu lm in a conjuros el sacerdote.
Antiguam ente, cuando los nublados se reunían amenazadores
— nos refieren en Santa Cruz de Campezo— tañíanse las cam pa­
nas, y en una puerta pequeña que hay en el pórtico de la que
apenas se hace servicio, colocábase el señor Cura a “echar” los
conjuros contra las torm entas. E n las casas se encendían las
velas del Santísimo y fa m ilia había que agitaba una cam panilla
traída de Rom a ex profeso. Esa cam panilla aún ia conservan.
En muchos pueblos de Alava hay costumbre de tocar las
cam panas a mediodía, de Cruz a Cruz, o sea, desde el 3 de mayo,
Invención de la Santa Cruz, hasta el 14 de septiembre, día de la
Exaltación de la Santa Cruz. A eso llam an “tocar al tente nublo",
y el pueblo no hace con ello sino invitar con el toque a que todos
los que oigan hagan oración contra los peligros que corren las
cosechas. Saben los alaveses que la bendición de las campanas
atribuye a estos objetos litúrgicos poderes contra los agentes at­
mosféricos. Al ritm o del repique del “tente nublo" se acomoda el
conjuro con que los fieles suelen acom pañarlo.
Tente, nublo, tente tú,
Que Dios puede más que tú;
Tente, nublo, tente malo,
Que Dios puede más que el diablo,
Tente, nube, tente ahí
Y no caigas sobre mí.

Las velas del Monumento de Semana Santa y las del teno-


brario tienen gran virtud contra las tormentas, pero ¡cuidado
con dar a estas velas otra aplicación!, me dicen en Lezama.
Me he enterado de que en Oquendo hace todavía pocos años,
cortaban en pequeños pedacitos las velas del tenebrario y las re­
partían entre los vecinos para que las encendiesen durante las
tormentas.
Contra los rayos, no hay alavés -que desconozca el conjuro
de Santa Bárbara:

Santa Bárbara bendita,


Que en el Cielo estás escrita
con papel y agua bendita
en el árbol de la Cruz;
Santa Bárbara bendita,
Amén, Jesús.

Sería curioso averiguar el origen de la m anera muda de


conjurar las tormentas que emplean en Mendoza. Los mendoci-
nos ponen u n hacha en la gatera de la puerta principal, mirando
el corte hacia el cielo “para que no apedree".
De m uy antiguo se conserva en Mendoza la costumbre de
bendecir ramos de rosas el día de San Juan, pero estos ramos lle ­
van imprescindiblemente una ram ila de espino albar. Bendecidos
esos ramos, son colocados en los balcones porque tiene virtud
“contra las centellas”. Como que en cierta ocasión cayó un rayo
en una casa de dicha villa; una n iña estaba en la cama al ¡lado de
donde pasó la centella y no le ocurrió ;mal alguno, gracias al es­
pino albar.
E n Lezama me dicen: Los rayos no caen en el espino albar;
¿cómo han de caer, si en el espino albar es donde suele aparecer­
se la Virgen? Por eso cuando una torm enta sorprende a cualquie­
ra en el campo debe refugiarse bajo uno de estos arbustos. Y, si
no es posible, va seguro con solo llevar una ram ita de dicho es­
pino en la mano.
Una viejecita de Lezama se me acerca y me dice: Si no caen
rayos en el espino no es porque la Virgen se aparezca en los es­
pinos, sino porque tendía en ellos los pañales.
La sequía es u n gran mal para los campos. Bien lo saben
los niños de las aldeas y los de la ciudad que cantan:
O ja lá que llueva,
ojalá que no;
o jalá que eche
buen chaparrón.
Y por si eso es poco tam bién las niñas conjuran a las nubes:
Que llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva;
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan.
Que sí, que no;
que caiga un chaparrón,
con azúcar y turrón.

Pero después de la lluvia es necesario el sol para que la tie­


rra se fecunde.
Sol piden las palabras que pronuncia el labrador m irando al
cielo encapotado:
Sol, solito,
sál un poquito
para hoy y m añana
y para toda la semana.
Juntam ente con los campos y las cosechas es el ganado ele­
mento fundam ental en la vida del labrador. Por consiguiente hay
que protegerlo contra todo influjo maléfico que pueda acecharle.
E n u n diálogo pastoril, Endelequio, poeta aquilano de fines
del siglo IV, hace decir a un pastor cristiano que el medio más
eficaz para librar de la peste a los anim ales es colocar entre sus
cuernos la Cruz “del Dios que es en las grandes ciudades objeto
de u n culto exclusivo” . “Lignum , quod perhibent esse crucis Dei,
m agnis qui colitur solus in urbibus". (Antigüedades Cristianas,
pág. 239).
“Vide ibidem ”, pág. 240, un cordero con la Cruz sobre el es­
pinazo. E stá reproducido de un bajo-relieve hallado en D eir Sam-
bil (S iria ).
Además de las bendiciones rituales del ganado que el sacer­
dote suele im partir el día de San A ntón d de San Roque en casi
todos los pueblos alaveses, los ganaderos de Elciego, al cerrar
los anim ales en las corralizas, hacen con la llave una Cruz sobre
la puerta diciendo: “San Antón os guarde".
Las velas que el día de la Candelaria^ se bendijeron en la
Iglesia tienen muchas aplicaciones y por eso arden en las. tor­
mentas, en los trances apurados, cuando algún enfermo se agra­
va, cuando agoniza, etc.
E n B ujanda tienen m ucha fe en la eflcacia de dichas velas
para las enfermedades de los cerdos. Con la vela encendida dejan
caer sobre ellos algunas gotas de cera y parece ser que se curan..
Kn los pueblos de Ayala los pastores cortan un árbol la m a­
ñana de San Juan, lo plantan en medio de las corralizas y los
lebafiüs quedan preservados de todo género de enfermedades.
lis cosa ae ver la unción que al recitar el conjuro siguiente
ponen en sus palabi'us» ia* mujeres de Elciego y otros pueblos de
Rioja. Preparan los huevos para incubar; tom an la gallina y ha­
ciendo la Cruz sobre los huevos rezan:

San Salvador,
sácame catorce pollitas
y un cantador.

Uno de los conjuros más dignos de tenerse en cuenta es el


■que acompaña la casi sagrada ceremonia del “cubre fuego”. A
la noche, después de acostados todos los miembros de la fam ilia,
es corriente oir cómo la madre “trastea” en ia cocina. Es el m o­
mento interesantísim o de cubrir el fuego, desempeñado a solas
por la dueña de la casa con solemnidad de rito. En las cocinas
modernas no hay lugar para esta ceremonia; tiene que ser en las
■cocinas aldeanas de hogar bajo, lumbre de leña, llares y m ori­
llos denegridos. La madre cubre las brasas con ceniza, cubre
tam bién el extremo encendido del trashoguero (otros le llam an
“arrim adero” ) y una vez term inada la operación, traza lenta­
mente una Cruz con la tenaza pronunciando estas palabras, joya
del folklore alavés:
Tápote, lumbre; hágote, Cruz;
para que cuando venga el ángel
encuentre Cruz y luz.
Este texto, digno de una antología por su belleza literaria y
por ei bello sentido que contiene, lo conseguí en Lagrán.
E n Cripán emplean ese conjuro, pero con algún accidental
•cambio :
Raya y Cruz;
si viene Dios
que encuentre luz;
si viene el Diablo
que encuentre la Cruz.
Las madres de fam ilia de Santa Cruz de Campezo hacen el
•conjuro con alguna variante. E llas no hacen la Cruz en el aire
con la tenaza, sino que ponen sobre la chapa del hogar la tenaza
y la badila en form a de Cruz y así quedan durante Ifí noche. La
fórm ula apenas varía:
“Si viene Dios
que encuentre luz;
y si viene el Diablo
que encuentre Cruz.”
A título de curiosidad termino el capítulo de conjuros, dan­
do cueiita de dos falsos conjuros que hallé en Vitoria; conjuros
de engaño, pero cuyo engaño se funda en la fe que las gentes
tienen en los conjuros. Son los conjuros de “la curita sana ’ y
el de “la oración del gato blanco”. El prim ero lo vf practicar
a una madre en su hijo que lloraba a consecuencia de un peque­
ño golpe. Cariñosamente, como un m im o, pasaba su m ano por la
parte dolorida diciendo:
Curita sana,
si no te curas hoy
te curarás m añana.
Desde luego el n iño dejó de llorar.
Del otro me dicen que es autor un gitano, quien pidió pan
a un pastor,! prometiéndole que en pago le enseñaría )a oración
del gato blanco que tiene virtud para todo. Dióle pan al pasto:-
y el gitano le recitó:
La oración del gato blanco;
tú me das pan
y yo me lo zampo.
A continuación de los conjuros es donde tienen su más ade­
cuado lugar las supersticiones, las creencias y las brujerías que,
a pesar de los siglos y de la cultura religiosa, viven aún- agaza­
padas en esos pliegues obscuros del alm a de los pueblos.
T ranscribiré alguna de las creencias y supersticiones que
p ululan por los pueblos alaveses.
Es m uy com ún y por consiguiente no puede asignarse a un
pueblo determinado la creencia de que quien visita por prim era
vez una iglesia obtendrá de Dios las tres gracias que en ella le
pida.
Existe tam bién la creencia de que, si el celebrante en la Misa
deja por descuido el m isal abierto al term inar, las personas que
tienen comercio con el m al espíritu quedan pegadas en el asiento
de la iglesia sin poder moverse hasta que el m isal haya sido ce­
rrado. (L a g rán ).
Si por una coincidencia suena el reloj de la torre al mismo
tiempo que en la Misa se eleva la Sagrada Form a, suele
interpretarse como presagio de muerte próxim a de a lg ún vecino
del pueblo. Otros creen que lo único que pasará será un simple
cambio de tiempo. (L a g rán ).
Cuando el reloj de la torre al dar las horas produce un so­
nido largo y prolongado, es signo de m uy m al agüero: pronto
fallecerá algún habitante del pueblo. (L a g rá n ).
Acaso tenga su origen en un lugar de la Sagrada Escritura,
donde el Señor promete estar con los que unánim em ente oren,,
aquello que una joven montañesa me dijo: Hablando dos a la-
vez una m ism a cosa y en viernes se saca alm a del Purgatorio.
Hay muchos niños que ocultan con rubor las manchas blan­
cas que les salen en las uñas porque prueban inequívocamente
que son mentirosos.
Que nadie coloque el pan “cara abajo” porque sufren las
ánim as.
El pan obtiene todos los respetos en casa del labrador ala­
vés, porque no solo sufren las ánim as. Cuando el pan está con
el asiento hacia arriba padece un ángel y llora al Virgen y hay
que apresurarse a colocarlo en la posición natural.
El pan caído en el suelo hay que recogerlo y besarlo, de lo
contrario se ríe el diablo y llora Dios.
Si se asa el pan llora la Virgen. (B u jand a).
Antes de acostarse no debe tomarse en la mano la escoba,
n i barrer la cocina, porque si alguien barriese podrían al ruido
despertarse las brujas y con su maleficio causar daño a las per­
sonas que están en la casa y tam bién m atar algún anim al de la
cuadra. (L ag rán ).
¿A úllan mucho los perros? Cuidado; que ronda el mal. (L a­
g rá n ).
Y tras uno de perros otro de gallinas: E l día de la Ascen­
sión, si se pone una gallina con huevos, aunque no esté clueca,
saca “chitos"; fuera de ese día nadie espere tal resultado. (Bu-
.janda).
Un segundo tam bién de gallinas, me lo dijeron tam bién en
Bujanda, pueblo de rico folklore. Ni en el gallinero ni en sus
proximidades debe quemarse madera de saúco, porque se mueren
las gallinas.
El temor supersticioso a la muerte hace ver en las rayas de
los pliegues naturales de la m ano una M, inicial de Muerte y dicen
que en la planta del pie hay una S, inicial de Segura.
Yo creo que es tam bién miedo supersticioso a la muerte lo
que actualm ente sucede en Apodaca. El pasado año 1944, día 19 de
marzo, se ahorcó u n hombre colgándose de u n roble. Todo el ve­
cindario desea que el tal roble, m uy próximo a las casas del pue­
blo, desaparezca. Para ello bastaba un hacha bien m anejada; más
nadie se atreve a cortar el árbol donde se ahorcó el desgraciado.
Pero es lo curioso que han cortado la ram a de donde se colgó, y
han arrancado una cinta de corteza como u n anillo en rededor
del tronco para que se seque. Empero cortarlo...
Las jóvenes casaderas de hace medio siglo creían en Santa
Cruz de Campezo que, si se llevaba un alfiler de los llamados
“m o n jilla ” clavado en la bocamanga del vestido, se iba a ser muy
feliz en el m atrim onio.
Y las de B ujanda oreen hoy día que, si una m ujer que va de
cam ino se enreda en los espinos, se casará con un viudo.
E n el m ismo pueblo aseguran las mujeres que si se caen las
tijeras y quedan con las puntas hincadas en el suelo la mala,
suerte es inevitable.
Pero no todo ha de reducirse a m ala suerte y desgracia: en
Lezama hay una m ujer que me cuenta: Si al anochecer de la vís­
pera de San Ju a n se echa la clara de un huevo en un vaso de­
agua aparecerá, m irando al trasluz, la figura de un velero. (? ).
Y que arrancando u n cardo la m añana de San Juan, desapa­
recen todos los de la heredad.
Y que los rosales, si se plantan el día de San Ju a n , antes
de salir el sol, “prenden siempre”.
Otro bien y no pequeño para el aldeano con horno de pan
cocer en el trascorral es el que le trae tam bién la benéíica m a­
ñ an ita de San Ju an . Porque están ciertos en Lezama de que, co­
giendo agua fresca dicha m añana y mezclándola con harina, pue­
de utilizarse inm ediatam ente como levadura y hace “ledar” (fer­
m entar) la masa como levadura corriente y añaden que además
sirve para todo el año.
Pero no han acabado ni tendrían fln, si fuésemos a dar cuen­
ta de todos, los bienes atribuidos al favor celestial del Precursor.
E n Apodaca, por ejemplo, el día de San Ju a n bendicen rosas-
y demás flores y afirm an que son m aravillosas para curar en­
fermedades.
Hasta la sarna, la repugnante sarna, cede a la acción lus-
tral que se diluye por todo en la alegre m añana de San Ju a n .
El rocío del amanecer del día del Bautista tiene la virtud de curar
aquella asquerosa enfermedad. Basta con que el enfermo “to­
talmente desnudo” se dé una buena “corrida” por los trigales.
Bien es cierto que los mismos efectos se obtienen tomando una
taza de caldo de culebra cocida. (L ezam a).
Y con la m añanita de San Ju a n la gran m añana del Corpus
Christi, porque con los ramos de árboles que se colocan en la
carrera de la procesión del Corpus se evitan rayos y desgracias
si, luego de pasar el Santísimo, se ponen como adorno de la fa ­
chada de las casas. (Apodaca). '
No inm uniza contra toda desgracia, pero sí contra rayos y
tormentas el ram ito del Domingo de Ramos, si se echa al fuego
de la cocina. Aunque esto no puede considerarse superstición,
pues el sacerdote al bendecirlos pide a Dios que aquellos ramos
protejan contra todo mal.
J.a fe en las b rujas casi ha desaparecido. Cuando yo busca­
ba el rastro de las nocturnas cabalgadas a lomo de escoba hacia
el lugar del aquelarre, una m ujeruza cam pezana quería hacerme
dosistir: “Los curas— me decía— nos dicen que no hagamos caso
de cuentos de brujas y ya apenas hay quien crea en ellas”.
Sin embargo cuando alguna desgracia grande o pequeña
se ceba pertinazmente en una fam ilia, revive la superstición y
topa uno con la vecina que se lam enta: “Pero, ¿quién es la que
a m í me hace tanto m a l? ”. Indagué un poco y fué a aquella
vecina a quien sonsaqué que los pollos que se le m orían se los
m ataban las brujas.
Luego, como cerezas, fueron viniendo enredadas unas en
otras brujerías y más brujerías. Todas ellas del Valle de Cam­
pezo y todas sin excepción ocurridas en tiempos que pertenecen
a ia historia.
A la salida del pueblo de Santa Cruz vivía u n señor apoda­
do “el Tronco” . E ra el salinero del pueblo y andaba siempre con
su borriquito de Santa Cruz a A guilar de Codés acarreando sal.
Vivía el hombre triste y sobresaltado porque estaba per­
suadido de que las brujas andaban por su casa.
Un día, al regresar a ella, encontróse con que el pesebre se
lo habían sacado a la calle y con esta y otras cosas pasaba el
salinero unos miedos atroces.
E n cierta ocasión un tal Alejandro le dijo:
— ¿Qué tal, “Tronco” ?
— No me hables; — le contesta— más quisiera m orir que
vivir víctim a de las brujas.
Al instante apareció la Muerte y gracias a que el “Tronco”,
curado y arrepentido de su desesperación, no quiso m orir y la
Muerte desapareció.
E n una casa de Santa Cruz vivían juntas suegra y nuera.
E sta últim a una noche se puso a hilar luego que la suegra se
acostó y poco más tarde puso aceite a la lum bre para freir un
huevo.
Apareció de pronto un gato, que m aullaba sin cesar y la
m ujer le tiró el aceite hirviendo a ia cabeza.
A la m añana siguiente la suegra salió toda llena de quem a­
duras y de ahí sacaron en consecuencia que aquella vieja era
una bruja que había tomado la form a de gato.
E n otra casa del pueblo había un joven que no se atrevía a
dorm ir en su cama porque todas las noches oía ruidos y en la
puerta se ponían a bailar m uchas brujas tocando panderetas.
Es cosa de estudiar la creencia de que el dar u n segundo
golpe o palo a las brujas neutraliza el efecto del primero. A fa l­
ta de más sabia explicación se me ocurre pensar que el extrfiño
efecto atribuido al segundo golpe tiene u n origen m oralizador
y acaso eclesiástico. Bien está el castigo de la vida malvada de
las brujas, pero el ensañamiento del golpe segundo es tam bién
u n género de maldad por el exceso de castigo.
E ncim ita de la fuente de Santa Cruz está la casa aquella
donde una vez se escondió una bruja metiéndose debajo de un
carro. El dueño que la vió allí agazapada le dió un fuerte esta­
cazo. E lla le dijo: — Dame otro palo, puesto que el par no hace
daño.
El hombre le contestó: — ¿Con que no hace daño ot par?;
pues entonces, ya estás bien...
Y a continuación de este relato de brujas, otros dos que
tienen de com ún con él la reacción agresiva del hombre contra
la bruja o el brujo y el curioso detalle de que, si en dicha agre­
sión se propinan dos golpes a las brujas, el golpe segundo anu­
la el efecto y el daño del primero.
E n cierta ocasión pasaba un vecino del pueblo de Santa Cruz
por la carretera con su carro de bueyes. De pronto una cabra
púsosele delante y le estorbaba y a pesar de las amenazas se­
guía estorbándole, hasta que, cansado el del carro, le dió un
buen palo.
La cabrita entonces estorbaba más al hombre y se le acer­
caba poniéndole los costillares de form a que parecía estar p i­
diendo u n segundo palo.
El hombre concibió tal miedo que no tuvo resolución para
dar el segundo golpe.
Al día siguiente una m ujer salió toda vendada y creyeron
todos que era ella la cabrita del día anterior.
Otra vez estaba u n labrador trabajando en el campo de­
nom inado “La F lorid a”, cuando oyó tocar a muerte de niño en
la torre de la parroquia, al mismo tiempo que en la orilla del
Ega vió unas ropas de hombre.
Estando m irándolas saltó un gato al lado de donde él esta­
ba. Dióle un palo y el gato lejos de huir, púsose en adem án de
querer recibir otro golpe.
El hombre entonces le dijo:
— ¿Q uién eres tú?
El gato, recobrando la form a de hombre, le contesta:
— Yo soy Fulano de Tal. ¿No has oído tocar a m uerto?
— Sí; — le contestó el campesino— y creo que habrá sido
u n niño el muerto.
— A sí es y yo m ism o lo he matado.
— Pues si tú lo has matado; te m ataré yo a tí, si no haces
que el n iño recobre la vida.
— Es ya tarde; — le contesta— después de tocar las cam ­
panas es imposible que resucite.
La b ruja a veces no puede dañar a quien le place porque
o no le conoce o está lejano o porquej otro espíritu le proteje;
entonces basta que la b ru ja posea la im agen de la persona, algo
de su pertenencia, una parte cualquiera de su cuerpo, o la som ­
bra o el nombre, todo lo cual, en el modo de pensar prim itivo,
entrañaba la realidad total de la persona y bastaba cualquiera
de aquellas cosas para poder maleficiar a la persona.
Basándose en esa creencia y refiriéndome ahora solo a los
dientes de leche, no se arrojaban éstos a cualquier sitio cuando
se caían, porque podían venir a manos de las brujas y produ­
cirse el maleficio, sino que se ponían a buen recaudo o se en­
terraban.
Hoy ha evolucionado esta creencia, pero subsisten vesti­
gios de ella, porque yo he visto a muchas madres vitorianas po­
ner cuidado en guardar o por lo menos dejar los dientecitos de
leche de sus hijos donde n in g ú n anim al pueda haHarlos y co­
merlos, porque si los comiera algún perro o un asno saldrían al
niño dientes de perro o de asno.
¿No será reminiscenci,a de algún tem or al maleficio el he­
cho de pisar la saliva cuandoi se escupe? Razones de higiene o
de estética no creo que existan. Por lo menos pisada y destruida
la saliva queda ya anulada para la acción del mal hado...
Doy cuenta por ñn de una nota de mis cuadernos en la que
se recoge la vieja superstición, campezana de “el Nogal del d ia­
b lo”. No he conseguido poner en claro el origen de esta deno­
m inación dada a u n pobre nogal; pero su sabor demoníaco me
determina a incluirla aquí.
El árbol de referencia se hallaba en una Anca a pocos me­
tros del cam ino viejo que de Santa Cruz va al Santuario de
Ibernalo. Lo cierto es que no pasaba por el camino chico ni
grande que no lanzase su pedrada al nogal, con lo que el m al­
aventurado estaba hirsuto y desmochado y la heredad conver­
tida en pedregal.
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TO
ORA C I O N E S

O es posible en un trabajo de esta índole recoger todo

N lo que en la vida del pueblo alavés pudiera catalogarse


bajo el título de oración. Reza rauchd el pueblo alavés y
sus fórm ulas de oración son inagotables.
Prefiere desde luego las devociones y oraciones clásicas de
la Iglesia.
Ai m árgen de estas aparece sencilla y a veces pintoresca
la retahila “que recitaba la abuela” y que en los versos Anales
no deja de hacer notar que está enriquecida de copiosas y, claro
es, apócrifas indulgencias. Alguna de estas últim as se encon­
trarán en el capítulo que. Dios mediante, dedicaremos a los
romances.
Este capítulo de las oraciones podría haber sido interm i­
nable si en él hubiera dado cabida a todos los “gozos”, Via Cru­
cis, responsorios, “visitas”, etc. que llevo oídos. Tengo en la
míino un cuaderno con 365 alboradas, una para cada día del año.
Las alboradas, cantadas aún en algunos pueblos de Alava
al amanecer de los días solemnes, tienen por finalidad el invi­
tar al pueblo a que comience el día orando; para ello las albo­
radas le recuerdan el misterio, el santo o la festividad que celebra
la Iglesia aquel día.
Sin desdeñar todo eso, que encierra abundantes bellezas,
me he lim itado a incluir en m i trabajo los rezos más populares,
la ín tim a y recatada oración que no está en los devocionarios, la
que se recita a ocultas porque hay quien aseguró que la oración
aquella “es de los protestantes”.
Quiero dejar consignado que falta una oración; solo la
conoce una ancianita de un pueblo m ontañés. Muchos pasos di
para conseguirla. No fué posible: la ancianita se resistió siem-
prfe a recitarla con una obstinación casi fanática.
Pero aún no he renunciado a tenerla algún día en m i cua­
derno de notas folklóricas.
H E aquí la oración sencilla, clara y alegre corno la luz de la
m añana, que rezan muchas gentes de Alava al rayar ol alba.
La recogí en Lagrán.
Bendita sea la luz del día
y el Señor que nos la envía;
gracias a El se den,
bendito y glorificado. Amen.
Oh, María, por tu Inm aculada Concepción,
purificad m i cuerpo,
santilicad m i alma.
Esta otra oración sobria y digna como calcada en los mo­
delos de la oración litúrg ica: “Os ofrezco. Señor, esta obra y os
pido me enseñéis y ayudéis eii ella para hacerla con el debido
acierto”, suelen recitarla las mujeres de Cripán cuando com ien­
zan a hacer la levadura o el pan.
El reloj deja oír sus campanadas y su sonido no es un frío
fragm entador det tiempo, que lo cort,a en trozos de horas o de
medias horas, como u n cuchillo corta en rodajas un embutido.
Es sobre todo avisador de que nuestras horas se deslizan en
las manos de Dios y que hay que dedicarle algún pensamiento.
E n el citado Cripán, por ejemplo, al dar una hora cualquiera
del reloj, recitan la jaculatoria: Ave M aría P urísim a y el Bendita
sea la hora en que Nuestra Señora del P ilar vino en carne mor­
tal a Zaragoza. Añadiendo un Padre Nuestro con esta intención
expresa: “por lo que padeció Nuestro Señor Jesucristo en esta
hora y que sea en sufragio de las benditas Almas del Purgatorio.
Cuando dan las cuatro añaden a lo anterior: “Cuatro mil
ángeles de la guarda nos acompañen y la siempre Virgen M aría”
y rezan por los buenos temporales invocando a San Sebastián,
San Isidro Labrador y San Pedro M ártir.
A las siete rezan a San Rafael por los cam inantes y nave­
gantes de tierra y m ar, para que lleguen con bien a sus casas.
Si anda mucho viento o hay tempestad, invocan a San Valentín.
El día de la Ascensión del Señor, a la hora de mediodía, van
a la iglesia y a toque de cam pana rezan cuarenta Credos.
E n B ujanda no son cuarenta sino treinta y tres los Credos
que recitan dicho día.
Durante los ú ltim o s tiempos han creído muchos que la de­
voción a San Cayetano para que ayudase en días de escasez era
u n a novedad; pero no lo es. En V itoria los antiguos fo rm u la ­
ban antes de comer la siguiente oración: “ü n Padre Nuestro a
San Cayetano, Padre de la Providencia, para que no nos falte
el sustento diario.
De labios de u n buen campesino de Campezo obtuve esta
plegaria en verso, piadosa y elocuente y hasta con un poco de
latiguillo al final:

Jesucristo, que en la Cruz


clavado te viste un día,
ilum ina el alm a mía
y dame un rayo de luz.
Tú, (jue fuiste todo amor
te sabrás compadecer
de u n corazón pecador,
que el pobre se va a perder.
Si nuestras alm as son puras
y en nada han de avergonzarse,
perm ítelas enlazarse
y cólm alas de venturas.
Pero si van al abismo,
por “ande” siempre se llora,
detén m i vida ahora mismo
con tu mano salvadora;
y apiádate, buen Señor,
de un alm a en duda sumida,
que ant-es con honra y sin vida
que con vida y sin honor.

Cuando en B ujanda oyen la cam panilla del Viático dicen así:

El Señor va por la calle


vestido de carne hum ana
a visitar a una enferma
que está postrada en la cama.— Padre Nuestro, etc.
Pongo fin a este capítulo de oraciones, que he querido que
sea breve, con unas cuantas, empleadas por el cristiano alavés
al acostarse. Las fases de tal operación van acom pañadás de
oraciones propias. Cuando va desnudándose:
Con Dios me acuesto;
con Dios me levanto,
con la Virgen María
y el Espíritu Santo.
Otros ia prolongan un poco:
Con Dios rae acuesto,
con Dios me levanto;
la Virgen María
duerme a mi lado;
vete, enemnigo,
no vengas conmigo,
yo voy con Dios
y Dios viene conmigo.
Angel de la guarda,
dulce compañía,
no me desampares
n i de noche ni de día.
Rezaré u n Padre Nuestro
y un Avem aria. (Los reza).
Recuerdo, porgue creo ver alguna coincidencia con él, aquel
cantar que Alvarez Gato endereza a lo espiritual:

“Q uita allá, que no quiero,


falso enemigo;
quita allá, que no quiero
que huelgues conm igo.”
(Vide “Poesías ascéticas". Biblioteca Universal, pág. 135).
El que va acostándose toma agua de la “bonditera” y se
signa con ella diciendo:
Agua bendita,
de Dios consagrada,
sáname el cuerpo,
lím piam e el alm a.
Sentado en la caina y antes de tenderse:
Bendigo esta cama
de extremo a extremo
para que duerma conmigo
Jesús Nazareno.
Bendigo esta cama
de esquina a esquina
para que duerma conmigo
la Virgen Santísim a.
Y hace dos cruces con la mano, la una de extremo a extre­
mo en form a de cruz latina, la otra de esquina a esqiuina en fo r­
m a de cruz de San Andrés.
Cuando se introduce en la cama se santigua y reza:
Al entrar en esta cania
da luz la cerilla
de la gloriosa Santa Ana.
Al santo de m i nombre
y al Angel que es de m i guarda
que sean buenos les pido
para acom pañar m i alm a. (Tres Ave M arías).
Una vez acosiado:
Como me echo en esta cama
me echaré en la sepultura;
en la hora de m i muerte
am páram e, Virgen pura.
Estrellas de dos en dos.
¿Quién estará esta noche
con la Madre de Dios?
Cruz bendita,
tú me sanes,
tú me salves;
la salvación de mi cuerpo
la salvación de mi alm a. (Tres Ave M arías).
Cuatro cantones
tiene esta cama,
cuatro m il ángeles
que me acompañan.
Lucas y Marcos,
Ju a n y Mateo,
nuestro Redentor Jesús
en medio. (Tres Ave M arías).
El santo Angel de la guarda
y el Santo de nuestro hombre
nos dejen pasar la noche
en paz y servicio del Señor. Amen.
« « *

Una buena m ujer de Vitoria me recitó la oración que ella


reza al acostarse. E lla la dice toda seguida, sin interrupción
alguna, aunque parece mosaico de diversos fragm entos; por lo
menos algunas “soldaduras" aparecen clarísim as.
Con Dios me acuesto,
con Dios me levanto;
la Virgen María
duerme a m i lado;
vete, enemigo,
no vengas conmigo,
que yo voy con Dios
y Dios viene conmigo.
Si yo me muriere
Cristo me vele.
Cuatro bolos
tiene esta cama,
cuatro m il ángeles
acom pañen m i alm a;
Ju an y Mateo,
Lucas y Marcos,
Nuestro Señor Jesucristo
y la Virgen en medio.
Santa Mónica del alma,
madre de San Agustín,
a Dios entrego m i alm a
y me voy a descansar.
Señor mío Jesucristo,
dueño de m i corazón,
los pecados que yo tengo
"ya sabe usted cuántos son”.
Si me muero en esta noche
me sirva de confesión.
CAN'rÀRES PARA JUEGOS

/- A pesar del cine que absorbe millares de niños y les roba


los ratos de juego; a pesar de la adustez de la ciudad
moderna, a la cual le estorban los niños, aunque no le
estorben las motocicletas de los holgazanes ni los automóviles
de los sibaritas; a pesar de todo, no han de desaparecer los ju e ­
gos de los niños.
El niño a ciertas edades juega siempre y jugará, y lo hará
según los modos perennes, porque hay elementos del juego fijos
y eternos, requeridos por la m ism a constitución espiritual y psí­
quica del niño. Acaso muden los juegos en lo accesorio, pero en
lo esencial permanecen.
No desaparecerán ios juegos de niños porque esos juegos
son la tradición que une remotas generaciones con las genera­
ciones del porvenir. Puede ser que un juego haya caído tem po­
ralmente en desuso y lo desconozcan los niños, pero un buen
día, día de fiesta en la fam ilia, papá se olvidará de sus cuarenta
años, se pondrá a “cuatro patas” y enseñará a sus hijos a jugar
a “Mosca, m onta”.
La supervivencia de lo esencial en los juegos a pesar del
liempo y del espacio, no es el único carácter de estas m anifes­
taciones folklóricas; lo es tam bién la universalidad de lo fu n ­
damental de los juegos. E n virtud de esta universalidad los ju e ­
gos de, los niños alaveses son, con las m etamorfosis que imponen
las circunstancias y costumbres, los mismos de los niños portu­
gueses, franceses o italianos. Y si esto es cierto en lo interna­
cional, lo es mucho más en lo regional dentro de una nación
porque en este caso a la inm utabilidad biológica de lo que es
entraña y médula de los juegos, se une la trashum ancia de las
gentes con sus niños y los juegos de sus niños.
En pinturas y mosaicos antiquísim os pueden verse niños
jugando al escondite, a las tabas, al corro, al aro, saltando a la
comba y a lo que en Vitoria llam ábam os “el cero”.
No hay juego actual que no tenga sus viejos antepasados en
Egipto, Grecia o Roma y sus menos viejos antepasados en la
Plazuela de la Gatedral o en nuestros típicos “cantonea”, sin
automóviles y sin guardias de circulación.
Gambien o no cambien las costumbres, subsistirán siempre
los juegos que estimulen el desarrollo físico o den rienda suelta
al vigor masculino o a la sensibilidad femenina o a la curiosi­
dad, a la m anifestación espontánea de la inquietud intelectual
o a poner en juego la habilidad o el ingenio.
Nuestras aldeas juegan poco y sus juegos son poco varia­
dos. Apenas he encontrado en el medio rural juegos que no se
conozcan en la capital. E n esta he^ hecho casi todo el acopio y
con u n poco de m elancolía porque los niños juegan si, ju g a rán
siempre; pero... qué poco juegan los niños de hoy.
Alrededor de medio centenar de cantares para juegos inclu­
yo en la colección que presento y cerca de una docena de fór­
mulas para “donar”, que en el léxico de nuestras niñas y niños
equivale a echar suertes para que la suerte designe a! que ha de
“pagar” en el juego.
La cantera donde fueron recogidos fueron las calles de Vi­
toria, donde a pesar de todo subsisten las canciones infantiles
breves y graciosas.
E ra m i deseo que la melodía acompañase a la letra de las
canciones y algo hice en ese sentido. Pero, sin tiempo para hacer
una recopilación m edianam ente extensa, he renunciado a presen­
tar lo hecho, que no ha de faltar ocasión para que salga a luz
juntam ente con lo por hacer.
G ran núm ero de canciones no son conocidas por los niños
sino fragm entariam ente y como en sus juegos los fragm entos Ies
resultan cortos, hilvanan trozos y trozos y saltan y saltan a la
soga o danzan en el corro entonando verdaderos puzles literarios
y musicales.
Con el fin de salvar en lo posible la integridad de esas can­
ciones, que van a fenecer despedazadas, me he impuesto el tra­
bajo de recurrir a las niñas de hace medio siglo— m am ás y abue­
las de hoy— y con la ayuda de su buena m em oria y el cotejo de
los fragntentos actuales han quedado recompuestas cancionci-
lias hacía tiempo rotas. Otras hay en las cuales todavía no me
ha sido posible hallarles los puntos para la sutura.
V AYAN por delante las canciones de las niñas que juegan al
corro.

El señor (nom bran a uno de los que juegan),


como es tan form al
lleva ios perros a Misa,
los gatos a confesar;
su padre toca el bombo,
su madre los platillos
y el señor... (repiten el nombre)
que baile un fandanguillo.
Que salga usted,
que la quiero ver bailar,
saltar y brincar;
dando vueltas al aire;
por lo bien que lo baila,
al mocito
dejarle solito,
solito en el baile.

Al Angel del oro


que bonito es.
— Que me ha dicho una señora
cuántas hijas tiene usted.
— Si las tengo que las tenga;
no las tengo para dar,
que del pan que yo comiere
tam bién ellas comerán
y del vino que bebiere
tam bién ellas beberán.
— Tan alegre como vine
y tan triste que me voy:
que las hijas del rey moro
no me las quiere dar hoy.
— No se marche, caballero;
no se marche tan tristón;
de las hijas del rey moro
escoja usted la mejor.
— A esta no la quiero
por ser pelona;
a esta me la llevo
por ser hermosa,
que parece una rosa,
que parece un clavel
acabado de nacer.
A comer sopitas de ajo
y a barrer.

(Al cantar esta canción una niña se coloca dentro de la rue­


da y procura con sus gestos sim ular que hace todo lo que en la
canción se dice).

Este corro es un jardín,


nosotras somos tas rosas (bis)
y en el medio del jard ín
se pasea una amapola, (bis)
¿Dónde va la m irusita,
m irusí, m irusá;
dónde va la m irusita,
m irusí, m irusá?
Al campo a por violetas,
m irusí, m irusá;
al cam po a por violetas,
m irusí, m irusá.
¿Para quién son las violetas,
m irusí, m irusá;
para quién son las violetas,
m irusí, m irusá?
P ara la h ija de la reina,
m irusí, m irusá;
para la h ija de la reina,
m irusí, m irusá.
Y si la reina te viera,
m irusí, m irijsá;
y si la reina te viera,
m irusí, m irusá;
te haría la reverencia,
m irusí, m irusá;
te haría la reverencia,
m irusí, m irusá.

Piso, oro, piso plata, (bis)


piso las calles del Rey;
que me ha dicl») una señora (bis)
que buenos hijos tañéis.
6i los tengo o no los tengo
míos son y no del Rey.
A esta no la quiero
porque es muy sosa,
a esta me la llevo
por linda y hermosa,
que parece una rosa,
que parece un clavel,
que ha acabado de nacer.

- 0-

Estaba la p ájara pinta


sentadita en u n verde lim ón,
con el pico picaba la hoja,
con la h oja picaba la ñor.
lAy! ¡ay! cuándo vendrá m i amante.
]Ay! ¡ay! cuándo vendrá m i amor.
Se despiden los dos al instante:
dame una mano;
dame la otra;
toma un besito,
quédate moza.

(Esta canción se canta el día 18 de diciembre)


A la i, a la o;
de hoy en ocho días
la Virgen parió
un N iñito blanco, .
rubio y encarnado;
ha de ser Pastor,
para cuidar el ganado
y a la noche, cuando venga,
le pondremos un guisado
de capones y gallinas
y la pechuga de u n pavo.

(Evidente relación con el siguiente cantarcillo dialogado,


m uy extendido en toda la provincia de Alava, tiene otro vasco,
que he obtenido en Aram ayona y que irá en u n apéndice).
Santa María,
m ala está m i tía.
— i¿Con qué la curarem os?
— Con palos que le demos.
— ¿Dónde están los palos?
— ^E1 fuego los ha quemado.
— ¿Dónde está el fuego?
— ^Et agua lo ha apagado.
— ¿Dónde está el agua?
— Las gallinas la han bebido.
— ¿Dónde están las g allinitas?
— A poner huevos han ido.
— ¿Dónde están los huevos?
— Los frailes los han comido.
— ¿Dónde están los frailes?
— A decir Misa han ido.
— ¿Dónde están las Misas?
— Al cielo se han subido.
E l cantarcillo que precede lo dicen las niñas dialogando;
parte de ellas dicen los versos im pares y los pares las demás.

Los dos que siguen podían calificarse de cantares “pedagó­


gicos” . Cántanse en los recreos de las escuelas prim arias y pa­
recen una prolongación de los ejercicios de lectura.
Te, erre, a, ene, tran
te, erre, e, ene, tren
te, erre, i, ene, trin
tran, tren, trin;
te, erre, o, ene, tron
te, erre, u, ene, trun
tran, tren, trin,
tron, trun;
tran, tren, trin,
tron, trun.
Estos son los müsterios
del tran tren trin
tron, trun;
estos son los misterios
del tran, tren, trin,
tron, trun,
tran, tren, trin, tron, trun.

A, a, a,
mi gatita enferma está:
no sé si se curará
o si se m orirá;
a, a, a,
m i gatita enferma está.
E, e, e,
a m í me gusta el café;
no sé si lo tomaré,
n i sé si lo dejaré;
e, e, e,
a m í me gusta el café,
l i, i,
un sombrerito perdí
con un lazó carmesí
y unas flores de alhelí;
i. i, i,
un sombrerito perdí.
O, O; o,
tengo un bonito reloj;
mi papá me lo compró,
pero ayer se me paró;
o, o, o,
tengo un bonito reloj.
U, u, u,
así cantaba el cucú
en la ram a del bambú
y lo oíste tam bién tú;
u, u, u,
así cantaba el cucú.

ü h , uh, uh,
— ¿Q ué es ese ruidito
que anda por ahí,
ni de día, ni de noche
no nos deja dorm ir?
— Somos los estudiantitos,
que venimos a estudiar
a la capillita de oro
de la Virgen del P ilar:
Con u n pañuelo de oro,
otro de oro y plata;
que se quite, que se quite
esta puerta falsa.

(Los dos siguientes suelen ser cantados con alguna ilustra­


ción m ím ica por parte de las niñas, que represente lo que va
cantándose.)
Una tarde de verano
me sacaron de paseo;
al dar la vuelta a la esquina
había un convento abierto.
Salieron cuatro m onjitas
todas vestidas de negro,
cada una con su haclia
que parecía un entierro.
Me cogieron de la mano
y me metieron adentro.
Lo que más sentía yo
que me cortaron el pelo.
Pendientes de mis orejas;
anillitos de mis dedos;
mi m a n tillita de raso;
mi ju b ó n de terciopelo.
V inieron mis padres
con m ucha alegría,
me echaron el manto
de Santa Lucía.
(Palm etean...) Vinieron mis padres
con m ucha atención,
me echaron el manto
de la Concepción.

Estaba el señor don Gato (bis)


en silla de oro sentado,
m urrúm m urrúm m iau
en silla de oro sentado;
luciendo media de aguja
y zapato colorado.
(Cada dos versos los mismos bisados y estribillo.)
Ya le vino la noticia
que pronto será casado
con una gata rabona,
que era hija de u n gato pardo.
El gato de la alegría
cayó del tejado abajo;
se rom pió siete costillas
y la p u n tita del rabo.
Ya le llevan a enterrar
por las calles del Mercado.
Los gatos iban de luto,
las gatas de luto pardo
y los ratones contentos
por detrás iban bailando.
Entre las matas,
entre las flores
hay un niñito
de m il colores;
¿si será blanco?
¿si será rubio? -
¿si será blanco
o rubio será?
Bien y usted,
¿qué tal está usted?
Bien y usted,
¿qué tal está usted?
(Y continúan preguntándose las niñas unas a otras ¿qué tal
está usted? Al llegar a estas interrogantes el corro se ha dete­
nido en sus giros; las niñas al interrogarse vuelven unas hacia
otras la cabeza como si se saludaran cortésmente.)

Quién sería tan alto como la luna,


ay, ay, como la luna;
para ver los soldados de Cataluña,
ay, ay, de Cataluña.
De C ataluña vengo de servir al Rey,
ay, ay, de servir al Rey;
con licencia absoluta de mi coronel,
ay, ay, de m i coronel.
Al pasar el arroyo de Santa Clara,
ay, ay, de Santa Clara,
se me cayó el anillo dentro del agua,
ay, ay, dentro del agua;
por coger el anillo cogí un tesoro,
ay, ay, cogí un tesoro,
con la Virgen de plata y el Cristo de oro
ay, ay, y el Cristd de oro.

Estaba la pastora, larán, larán, larito,


estaba la pastora
cuidando el rebañito.
Con leche de sus cabras, larán, etc.
con leche de sus cabras
hacía los quesitos.
E: galo los miraba, la rán ...
el gato los m iraba
con ojos golositos.
— Si tú metes la pata, ia rá n ...
si tú metes la pata
te cortaré el rabito.
E l gato por goloso, iarán ...
el gato por goloso
comióse un mordisquito.
La pastora enfadada, Ia rán ...
la pastora enfada
m ató a su gatito.
A confesar su culpa, Ia rán ...
a confesar su culpa
se fué al Padre Agapito.
— Oh, padre, me confieso, Iarán.
oh, padre me confieso
que he matado un gatito.
— De penitencia te echo, Ia rán ...
de penitencia te echo
que reces un Crédito.
— El Credo está rezado, Ia rán ...
el Credo está rezado
y el cuento se ha acabado.

(Los cantares que siguen son todos ellos “escénicos” ; o sea,


que las niñas al cantarlos representan alguna sencilla y elemen­
tal escena.)

(E n medio del corro tres niñas sim ulan bordar.)


E n la orillita del Ebro (bis todos los nones)
hay tres doncellas, (ter todos los versos pares)
bordando pañuelos de oro
para la reina;
en medio de aquel bordado
les faltan sedas.
P or allá viene un m arino (señalan a lo lejos)
vendiendo sedas.
— ¿De qué color las quería?
— Blanca y morena.
— Blanca y m orena no tengo.
— De las m ás bellas.
— A mí, zapatito de oro. (dice u n a de las tres)
— A mí, de plata, (dice la segunda)
— A mí, por ser la pequeña,
las alpargatas, (dice la tercera)
m 9 m
(Por el arco que form an doa niñas con sus brazos en alto
y enlazados van pasando las demás niñas en hilera y cantando:)
Paso misí, paso mi>iá
por la puerta de Alcalá;
la de “alante" corre mucho,
la de atrás se quedará.
E n efecto; al pasar la ú ltim a de la hilera, las dos n iñas que
form an el arco bajan sus brazos y entre ellos cogen a la n iña;
le interrogan si quiere ir con Jesús o con la Virgen, con Santa
Isabel o Santa Inés o con la frutera o la pastelera, nombres agra­
dables que, sin que las otras lo sepan, han adoptado la s dos
"am as”. La pregunta se hace en secreto y tam bién la contesta­
ción. Opta por una o por otra y se coloca tras la elegida abra­
zándola por la cintura. Prosigue el juego y cuando todas han ido
colocándose tras las elegidas, term ina el juego del modo siguien­
te: los dos bandos tiran fuertemente a cual arrastra a cual y a
todo suele poner fln el soltar las manos las doa amas y caer ro­
dando los dos bandos con gran algazara de gritos y carcajadas.

La n iña que hace de Milano se pone separada de las demás.


Estas, en corro, cantan:
Milano, m ilano;
los ojos tienes canos;
¿quién te los cañó?
el cucurucú que por el puente pasó.
Fuim os a la fuente
cogimos peregil
a ver si el Milano
podía revivir.
La que actúa de am a ordena a una n iñ a : — Vete a ver qué
hace el Milano. Vuelve la n iñ a y dice: — Lavarse.
Milano, m ilano;
los ojos tienes canos... etc.
— Vete a ver qué hace el Milano.
— Poniéndose los zapatos.
Milano, m ilano, etc.
— Vete a ver qué hace el Milano.
— E stá cogiendo cuchillos para m atarnos.
El corro se disuelve huyendo todas perseguidas por el M i­
lano y term ina en juego de “banda atada", en el que las que van
siendo cogidas por el Milano persiguen, agarradas de las manos,
a las restantes. La que queda últim a hace de Milano la vez s i­
guiente.
Cantan las niñas en rueda:
A las cam panas de San Miguel,
que todas vienen cargadas de miel;
a lo duro,
a lo maduro,
que se ponga la señorita (se nom bra a una)
de culo.
La nom brada vuélvese de espalda y de este modo continúa
la rueda. Repiten la cancioncilla y a cada vez vuélvese de espal­
das la n iña nom brada. Cuando todas están ya de espaldas, de-
tiénese la rueda y comienza el diálogo. Pregunta la que hace de
“am a” y contestan las restantes:
— ¿Qué hay en esa ventana?
— Una m anzana.
— ¿Qué hay en ese balcón?
— Un melocotón.
— ¿Q^íí hay en esa huerta?
— Una m ujer muerta.
— ¿Qué hay en ese huerto?
— Un hombre muerto.
— ¿Cuándo tocan las cam panas?
— Mañana.
Y en este momento todas las niñas empiezan a balancearse
de adelante a atrás, procurando tropezar unas con otras con la
parte posterior del cuerpo diciendo:
Tilín, tilán, tilín, tilá n ...

E n este juego de rueda hay, además de las niñas que la com ­


ponen, dos que hacen de ratón y de gato, las cuales en el m o ­
mento oportuno se persiguen zigzagueando entre las niñas de la
rueda, que se detienen y permanecen enlazadas por los brazos
puestos en alto. La letra es:
Ratoncito, ratoncito,
no salgas de donde estás;
porque me has hecho una tram pa
y si sales m orirás.
(R atoncito): — No m oriré.
(G ato): — Sí m orirás.
Y durante la persecución, hasta que el ratón cae en las g a­
rras del gato, grita aquél: No m oriré. Y éste; Sí, m orirás.
Las niñas que tom an parte en este juego se enlazan por las
manos y, no en corro, sino en banda, ocupando a poder ser todo
lo ancho de ia calle, cantan:
A la banda, a la banda,
la cuchi cuchi banda;
a tapar la calle
que no pase nadie,
villa, villa, villa,
que se pongan de rodillas; (se ponen)
cuando pasa Jesús
que se pongan en Cruz; (se ponen)
cuando pasa María
que se pongan de rodillas. (Id.)

Para este juego pénense las niñas en cuclillas y dan lige­


ros saltitos en dicha postura. D istintas letras he hallado con es­
tribillos popularísim os a cuyo compás dan los saltitos:
Una vaca se cayó;
las tripas le hicieron “g u á ”,
arremoto piti poto,
arremoto piti pá.

Un ratón se subió a una baranda,


tiró u n pedo y dijo ¡caram ba!
¡viva la sal
¡viva el salero!
I vivan los ratones
que gastan chambergo I

Las tablitas caen al suelo


y los chivos dicen “ba";
arrecógete, catapHta;
arrecógete, cataplá.

El juego de las “tabas” , tan amado de las niñas, está hoy


casi olvidado. He encontrado una letrilla que creo debía em plear­
se para ju g a r a aquel juego.
Se derram aban las tabas por el suelo diciendo al recogerlas,
mientras para cada una se arrojaba la pita al aire:
La gallina,
la pavana,
pone huevos
a m anadas;
pone uno, pone dos,
pone tres, pone cuatro,
pone cinco, pone seis,
pone siete, pone ocho,
pan cocho,
carne asada
bien guisada,
con hojitas de laurel.
Esta pita
redondita
va muy alta.

A continuación se incluyen unos cuantos cantares para can­


tarlos saltando a la comba.
Ayer fu i a la huerta
de m i tío A ntón;
cogí un pepinillo,
me dió un bofetón.
Por más que corría
m i tío volaba;
caray con m i tío,
qué palos me daba.

Al saltar con la canción que sigue, la comba no da vuelta


completa, sino lim ítase a oscilar de un lado a otro:
Al pasar la barca
me dijo el barquero:
Las niñas bonitas
no pagan dinero.
La volví a pasar,
me volvió a decir:
Las niñas bonitas
no pagan aquí.
Yo no soy bonita,
n i lo quiero ser;
arrib a la barca
de Santa Isabel.
Una, dos, tres,
salte, niña, que vas a perder.
w 9 m
Las niñas sallan “al u n o ”, o sea: dando cada una u n solo
salto a u n paso de la soga:

Uno, gerulo,
patas de chulo,
cuanto más viejo
más pellejo.

Uno, dos, tres y cuatro;


bas tanto quehacer
tiene m i gato;
lavarse, peinarse,
irse por tabaco.

Por ser aplícadita


me ha dado papá
cinco duros en plata
los quiero gastar;
uno en una pulsera,
otro en un collar
y tres para la Virgen
de la Soledad.

Al entrar en el Hospital Santiago,


al subir, al subir las escaleras,
hay un le hay un letrero que dice;
aq uí se aquí se cura y se opera.
Guando a m í cuando a m í m,e operaron
yo teñí yo tenía m ucho miedo
y a los tres y a los,tres días siguientes
me sacá me sacaron a paseo.
Ven, niña, ven
al jard ín del Hospital
y verás a Fernandito
que no deja de llorar,
de llorar.

Una y dos
p atiná
p atiná
patinaba una niña en Madrid;.
resbaló
resbaló
y en la acera de enfrente cayó
y de pre
y de pre
y de premio le iban a dar
un vestí
un vestí
un vestido para Carnaval.

Al final de cada verso par de la canción siguiente se ínter


cala el estribillo que va tras el verso segundo.
A llí arriba, más arriba,
en los montes de Navarra,
que con el rengue rengue rengue
que con el rengue rengue ranga;
había una doncelUta,
Catalina se llam aba, que con...
Su padre era u n perro moro,
su madre u n a renegada, que con...
Todos los días de fiesta
su madre la castigaba, que con...
porque no quería hacer
lo que su padre mandaba, que con...
Le mandó hacer una rueda
de cuchillos y navajas, que con...
La rueda ya estaba hecha
y la Santa preparada, que con...
Ya baja un ángel del cielo
con su corona y su palm a, que con...
— Sube, sube, Catalina,
que el Rey del cielo te llam a, que con...
— ¿Qué me querrá el Rey del cielo
que tan a prisa me llam a? que con...
— Que te subas a la gloria
que la tienes bien ganada, que con...

Con la tonadilla y estribillo de la canción anterior cantábase


en V itoria hace años:
No lejos de esta ciudad,
sobre una bella esplanada, que con...
salpicada de aldehuelas
como palomas nevadas, que con...
levántase airoso u n cerro
que de Estíbaliz se llam a, que con...
Los monjes benedictinos
dentro del Santuario guardan, que con...
cual se guarda en un joyel
la perla más delicada, que con...
A la Reina de los cielos
María llena de gracia, que con...
Y seguían las niñas saltando a la soga con otra canción
adaptada a una melodía no menos popular: ( t )
Tienen los alaveses
no lejos de aquí,
ay, ay, no lejos de aquí,
sobre Estíbaliz bello
u n lindo jardín, ay, ay...
Su alfom bra de esmeralda
borda el mes de abril, ay ay...
de flores azuladas
y vivo carm ín, ay, ay...
Pero entre todas ellas,
reina del pensil, ay, ay...
una liermosa azucena
yérguese gentil, ay, ay...
La azucena es María
y el bello jazm ín, ay, ay...
que en sus brazos florece
su tierno In fa n tín , ay, ay...
Alavesa graciosa
cual u n querubín, ay, ay...
¿quieres al lindo cerro
conmigo subir? ay, ay...
A la Virgen bendita
hemos de pedir, ay, ay...
vierta su dulce aroma
sobre este país, ay, ay, sobre este país.

Al paseíto de oro
tres palom itas van
y la que va en el medio
h ija de u n capitán,
sobrina de u n alférez,
nieta de un coronel;
soldado de a caballo,

(1) La de la letra “¿Q uién sería tan alto como la luna;


ay, ay" arriba consignada.
retírate al cuartel,
que, sí no te retiras,
doy parte al coronel,
que te encierre en un cuarto
y te tenga a llí un mes.

Cocherito me dijo anoche


que si quería andar en coche;
yo le dije, con gran salero,
no quiero coche que me mareo.
Hache, i, jota, ka. ele. eme, ene, o;
que si tú no me quieres
a otra n iña quiero yo.

Tengo una muñeca vestida de azul,


con su cam isita y su canesú;
la saqué a paseo, se me constipó,
la tengo en la cama con m ucho dolor
Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho y ocho dieciseis
y ocho veinticuatro y ocho treinta y dos,
ánim as benditas, me arrodillo yó.

Yendo por un camino


cansado de andar,
a la sombra de un árbol
me puse a descansar;
estando descansando,
por allí pasó
un a n iña m uy guapa
que me enam oró;
rubia de cabello,
blanca de color,
estrecha de cintura,
que así las quiero yo.

• * »

Estaba la p ájara pinta


a la sombra de un verde lim ón,
con el pico picaba la hoja,
con la hoja picaba la flor.
Ay, ay, cuando vendrá m i amante;
sy» cuando vendrá mi amor.
Se despiden los dos al instante:
Dam e una mano, dame la otra,
tom a un besito y quédate moza.
• • *

Los tres que siguen los tengo por letrillas para juegos se­
dentarios en los que solo intervienen las m anos dando palmadas
o ía cintura haciendo leves balanceos, además de la garganta can­
tando; los dos últim os se cantan al modo que los músicos lla ­
m an “en canon” :
Tin, tin, tin,
zarramacatín,
debajo la coneja
perdió su sabaneja,
sabaneja real,
pide “p a ” la sal;
sal menuda,
pide “p a ” la cuba;
cuba de barro,
pide “p ’a l” caballo;
caballo mordisco,
pide “p ’a l” obispo;
obispo de Roma,
tapa esa corona,
que no te la vea
la cuca Ram ona;
toma y toma
pan y borona.

Juan Francisco,
el campanero,
sube y toca
las campanas,
din, dan,
din, dan.

Dentro de un bastón,
ton, ton,
que tenía Martín,
tin, tin,
había u n ratón,
ton, ton,
m uy chiquirritín,
tin, tin.
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LETRILLAS PARA DONAR

tras las canciones que acom pañan los juegos de las ni-
ñas vienen oportunam ente las fórm ulas que las niñas
em plean para dilucidar ia cuestión batallona de quién ha
de ser la que “pague" en el juego, üsanse para ello fórm ulas
variadísim as y pintorescas, de las que ofrezco unas cuantas es­
cogidas en Vitoria y algunas en los pueblos de la provincia. Las
niñas llam an a esta operación “donar".
UESTAS las niñas en corro, dice la que va a donar:

Mi papá tiene un cajón


lleno de clavos.
¿Cuántos son?

Y al hacer la pregunta señala con el dedo a una niña, la


cual canta un núm ero cualquiera, pero que conviene que sea bas­
tante alto y luego la que dona cuenta hasta llegar al núm ero
cantado y la n iña a quien corresponda dicho núm ero queda libre.
Repítese hasta que quede una sola n iñ a que es la que paga.

Debajo una rosa había un clavel;


debajo u n clavel había u n a rosa.
Flor con flor,
rosa con rosa,
la m ás florida y hermosa
que usted escoja.
Y queda libre la n iña a quien haya correspondido la palabra
“escoja”.

Dona, dona, la coqueta,


no me quiso dar la teta,
n i por pan, ni por vino,
ni por onzas de tocino;
salte tú, gran indino,
por la puerta del vecino.
M anzana asada,
una, dos, tres y nada.
Manzana podrida,
una, dos, tres y salida.
La palabra “salida" indica que está libre aquél a quien haya,
correspondido.

Yo no sé de dónde ha podido salir este engendro que va a


continuación. ¿Será de im portación extranjera y alterado después
por las niñas desconocedoras del idiom a? Yo opino que debe in ­
cluirse en la colección y lo incluyo.
Don, don,
catrá
([uicusí
rnunifá
pete pete sameló
altam á
maseló
pete pele arró.
J.H sílaba final es la que “libi-a’

ü n don din
de la poli politaina;
un franc.és que pasaba por España;
niña, ven aquí,
no (juiero venir,
un, don, din.
Onrnfi en el anterior la sílaba final es la de la suerte.

Las dos tonadillas de “d onar” que siguen las encontré en


Alegría; como en todas, el final es la suerte.
Catalina, mi vecina,
tente, potente,
tipi tipi ton
iji. aja,
Marcelino baja;
salte tú
por la puerta de tu casa.

Un don din colorín colorete;


tni m ujer se com iú un cacahuete.
Cacaliuet de la buena moza
a lo perejil
doscientas mil,
a lo perejal
doscientas m al;
el estuche, las tijeras y el dedal;
Iris, tfjis. afuera estás.
Un don din colorín eotorete,
un don din colorete fa;
a la verabanda que banda, que banda;
a la verabanda que bandará.
Arre finí,
arre flná.
Salte, león, fuera del corral;
bucón, buquera, cabrito y afuera.

Galios Quinto fué a la guei-ra,


m ontadito en una perra;
ia perrita se m urió,
Garlos Quinto no volvió.
¿Dónde se quedó?
La n iña en quien recayó la sílaba ú ltim a dice el nombre de
una ciudad, nación, etc., y se sigue donando con las sílabas del
nombre dado y queda libre la que coincide con la sílaba últim a.

M añana Navidad,
triste de m í;
el gallo en la cazuela
kikirrikí;
el besugo de ayer
me hizo mal,
por usted, por usted,
que se salga usted.
DESCRIPCION DE ALGUNOS JUEGOS

J U E G O D E L A ‘‘P A C IY E R B A ’

M ODO de jugarlo en Santa Cruz de Campezo.

Sobre un yerbín siéntanse las niñas que van a ju g ar y con


la mano derecha arrancan yerba, que depositan en la mano iz­
quierda; acompañándose con el cantar siguiente:
A la paciyerba,
que viene la culebra;
al paciyerbón,
que viene el culebrón.
Ha dicho la culebra
que pongas buena cena
para hoy y m añana
y toda la semana.

Que vienen las monjas


cargadas de rosas,
que no pueden pasar
por el río de Aguilar.

Que pase una,


que pasen dos,
que pase la Madre
y el Hijo de Dios.
Que pase el burro blanco,
que relum bra todo el campo;
que pase el burro negro
que relum bra lodo el cielo.
Una vez terminado el cantar, dan un soplido a la yerba que
tienen en la palm a de la mano izquierda; si queda alguna brizna
en la mano, el dueño de la mano deposita prenda o es sometido
a un castigo.
Algunas variantes existen en la versión que en Mendoza dan
de este mismo juego, al que en esta últim a villa llam an “Juego
de la “chipi-yerba” . La canción es como sigue:
(’hipi, chipi, yerba,
que canta la culebra;
chipi chipión
que canta el culebrón.
Los chicos de la escuela
van arrancando yerba,
y ha dicho don Tomás
que arranquen cuatro más
una, dos, tres cuatro.
¿A dónde van estos palitos?
A la mar.
Si queda alguno,
Dios lo pagará.

Mientras cantan lo que antecede van todos arrancando yerl»a


y depositándola sobre la palm a de la mano. Al llegar a la pre­
gunta: ¿A dónde..., etc., se levantan todos y, bien abierta ia
mano, soplan sobre las yerbas que llevan en ella. Aquel a quien
se le queden más briznas de yerba es castigado a buscar un pa-
pelito que los demás esconden. Todos le acompañan con r-oii-
sabido: “F río ” o “Caliente".

E L “ V E O , V E O ’*
Hay en este juego un “am o”, cjue dialoga a.sí cnn los rc's-
lantes :
— Veo, Veo.
— ¿Qué ves?
— Una cosita.
— ¿Con qué está escrita?
— Empieza con... y acaba con...

El “a m o ” declara la primera y la ùltim a letra de la palabia


que hay que adivinar.
Quien consigue adivinar la palabra hace de “am o" en la
jugada siguiente.

“T O C A T O R R E ”

Juego propio de muchachos y que se juega por dos i)an-


dos de seis personas en adelante. Cada bando escoge im árbol,
esquina de casa, puerta, etc., que es la llam ada “torre”, frente
por frente de la enemiga y a una distancia no inferior a diex
metros. Consiste el juego en correr los muchachos de un bandu
ti’as ios del otro y apresarlos, lo que ae logra con solo tocarlos:
además de tocar al contrario es preciso ‘‘tener torre’’ sobre él.
Se “tiene torre” cuando se ha to< ado la torre propia después que
el contrario haya tocado la suya.
Se inicia el juego de este modo: Uno de u n bando toca torrf
y sale a correr; toca torre otro contrario y sale tras él para co-
gpilo; detrás de estos salen alternativam ente otros y ntros, de­
biendo todos llevar cuenta de quién “tiene torre” sobre quién.
(]ontra el primero tienen torre todos, sobre el segundo' todos los
que salieron después que él y así sucesivamente. Se puede regre­
sar a la torre propia en cualquier^ momento y tocándola “tom ar
torre” sobre todos los que tocaron la suya con anterioridad.
Los apresados son llevados a la torre contraria y allí se co­
locan en hilera, dándose la m ano uno a otro y estirando la fila
iodo lo posible hacia la torre propia, de donde ha de venir la li­
beración; uno por lo menos de la hilera de presos deberá estar
en contacto físico con la torre en que está preso y nunca deberá
romperse la hilera, puesto que se m alograría la liberación.
Sigue el juego: Pero ahora, además de coger al adversario,
hay que atender a custodiar los presos capturados y a salvar a
lo.s propios que hubieren caído.
Los presos quedan libres cuando uno del bando propio lo­
gra tocar la hilera de presos, siempre que ni la hilera se haya
roto ni el primero de ella haya perdido contacto con la torre.
La partida term ina cuando se consigue apresar a todo el
]>ando i'ontrario.
Es juego muy varonil; requiere muchachos veloces, hábiles
para esquivar" al perseguidor e impetuosos para lanzarse a
salvar.

"L O S B U R R O S ”

Es tam bién juego de bandos: cuatro muchachos por cada


uno. Cada nifio cabalga sobre un contrario y se colocan form an­
do cuadrilátero a cinco o seis metros uno de otro. Una vez así
colocados' se inicia el juego, que consiste en irse echando una
pelota los jinetes, que deberán cogerla en el aire sin que caiga
al suelo. Los “burros” observarán una absoluta inm ovilidad y
estarán atentos a la m archa de la pelota, por si ésta llegara
fí'cju el .‘iuclo. En tal caso los burros cogen la pelota y la lan ­
zan contrí\ los jinetes, que huyen: si aciertan a dar con la pelo­
ta a uno cualquiera de los jinetes, éstos pasan a ser “b u rro s ’ .
“ M OSCA, M O N T A ”

Otro juego de bandos y con “um o”. Lo ideal es que jueguen


cuatro por bando, más no. El desarrollo es el siguiente: Coló­
case el “am o ” en pié, pegado de espaldas a una pared o a un
árbol. El primero del bando que “paga” se pone de “b u rro ” apo­
yando la cabeza en el vientre del “am o” con el fin de no haoerst-
daño, el segundo la apoya en las nalgas del prim ero y así los
demás.
Una vez así colocados el jefe del bando que salta dialoga
con el jefe de los que “pagan’’ :
— Mosca.
— Monta.
— Montaré;
si hablo perderé,
pero no hablaré.
y de im gran salto cabalga sobre la fila de “burros”, procui^audo
alcanzar él “burro” primero, con el fin de que los demás tengan
sitio para cabalgar cómodamente.
A continuación del jefe saltan los otros del bando, soste­
niendo previamente el m ism o diálogo transcrito.
N inguno de los jinetes hablará, después de dar el salto, ni
tocará el suelo con parte alguna de su cuerpo, so pena de pasar
a ser “b u rro ” todo el bando.
Luego que todos hayan montado, el jefe de. los jinetes aga­
rra un dedo cualquiera de la mano del “am o” y grita estas cin ­
co palabras que corresponden a Iosp cinco dedos, empezando por
el m eñique: “Chorro, borro, pico, tallo, que”.
Contesta ei jefe de los “burros”, y, si acierta el dedo que el
jinete tiene agarrado, se truecan los papeles; si no, los “burros”
continúan tan “burros” .

“S A LTO D E LA RANA”

Este más que juego es ejercicio de agilidad y destreza.


Lejos de árbol o pared que estorbe, dos, tres, cuatro o más
niños (según la habilidad del que va a saltar) se ponen de “bu­
rros” en hilera dando “proa” con “popa” . Otros tres muchachos
en banda corren hacia la hilera y al llegar a ella el que va en
el centro se hiza, apoyando sus brazos en los hombros de los
otros dos y llevado así por la carrera de éstos pasa sin tocar por
encima de toda la hilera de “burros”, que deberán permanecer
inmóviles.
Son necesarios buenos pulsos en quien salta y en los dos
que le llevan apoyado velocidad, regularidad y no separarse en­
tre sí más de lo conveniente.

«JU E G O DE LA C A LV A ”

Así me describen este juego en Santa Cruz de Campezn: En


una era colócase metido en u n agujero un cuerno de buey; toma
el jugador la calva (una piedra) y a bastante distancia la lanza
para ver de lograr que, al golpe de la calva, salga el cuerno* de
donde está metido. Quien esto consiga gana la apuesta o el d i­
nero que se cruza o u n sim ple trago de vino.
Es juego que lo juegan lo m ismo hombres que mujeres y
por cierto hay muchas mujeres famosas por su destreza en el
juego de la calva.

" J U E G O D E LO S O F IC IO S ”
Eís propio de niños o de niñas. Hay u n “am o” del juego que
es quien asigna a cada jugador un oficio; sastre, zapatero, pe­
luquero, etc. A garran todos con una mano los bordes de un gran
pañuelo, que de esta m anera se mantiene tenso. La otra mano
queda libre para, en el momento oportuno, sim ular que se ejer­
cita el oficio asignado.
El “am o”, cantando, im ita a su antojo los oficios impuestos:
Al pan, al pan, al pan pirulero;
cada cual, cada cual
que atienda a su juego
y el que no atendiere
pagará, pagará
la prenda que debe. (Lo repite indefinidam ente).
Nadie debe estar descuidado, porque cuando el "am o”, can­
tando, sim ula un oficio, el jugador que tiene aquel oficio debe
tam bién sim ularlo y hay que iniciar y term inar al mismo tiempo
que inicia o term ina el “a m o ”. Los descuidados pagan prenda.

“JU E G O DE L E TR A S ”
Todos los participantes form an corro en torno del "am o ”,
el lu a l canta una letra cualquiera del alfabeto. Inm ediatamente
echa un pañuelo a cualquiera de los' jugadores, diciendo: “De la
Habana ha venido un barco cargado d e ...” Quien recibió el p a­
ñuelo debe pronunciar en el acto una palabra que empiece por
la letra cantada. Dicha la palabra, lanza el pañuelo a otro, repi­
tiendo lo de “De la Habana, etc.” Este otro dice la palabra y lan ­
za el pañuelo a un compañero y así sucesivamente ha.sta qun
alguno no sepa palabra que empiece por la letra señalada o ando
tardo en decirla, en cuyo caso pierde prenda. Se recomieiiza ol
juego con igual letra o con distinta. E n este juego no es válidn
repetir palabra ya dicha.

No podrá negarse la oriundez netamente vitoriana del ju e ­


go aquel que consistía en sem itaponar los grifos de las fuente.s
públicas para que el agua saliese a presión y alcanzase a los niños
amigos, que a prudente distancia o permitiéndose hacer alguna
“guasa” gritaban:
Las aguas de Gorbea,
que hasta aq uí no llegan.
Y otros más versolaris añadían:
Las aguas de Bilbao,
que hasta aq uí no han “llegao".
JUEGOS Y CANTARES DE CUNA

OR vía de apéndice a esta sección de juegos añadiré una

P interesante colección de “m onerías”, juegos y cantares de


cuna. Delicados todos ellos, dejan traslucir de u n modo
luminoso la inteligente m aternalidad de las madres alavesas.
Echase de ver en las florecillas folklóricas que voy a transcribir
discretos procedimientos de iniciación religiosa, sencillas mane­
ras de adiestrar al niño en la elocución, en la estabilidad verti­
cal, en el difícil arte de andar; procedimientos todos ellos que
hacen pensar en una natural intuición de los más modernos p rin ­
cipios de la psicología pedagógica.
¿Q UlEN no ha oído a las madres vitorianas silabeando
jun to a la carita de su hijo esta joya literaria y p ia­
dosa:
Jesusito de mi vida,,
eres niño, como yo,
por eso te quiero tanto
que le doy m i corazón.
Tómalo, lóm alo;
tuyo es,
mío no.

La oración siguiente la recila la madre como una cantilena


a su h ijo y con ella enseña al hijo a orar y a percibir ideas
enseñándole a que acom pañe con gestos elementales algunas
palabras, apuntando o tocando partes de su cuerpo-

Jesucristo de m i vida,
tu eres niño como yo;
por eso te quiero tanto
que te doy m i corazón (apunta al corazón)
¿tus ojitos habladores (los ojos)
me piden u n cariñito?
m i corazón todo entero
sin quitarle ni un poquito (la p untita del dedo)
Bellos, lindos
los ojos del Niño son;
yo no sé qué tienen ellos
que me roban el corazón.
¿Dónde está Jesús?
E n m i corazón (lleva la m anecita al pecho)
¿Q uién lo ha puesto?
la gracia.
¿Q uién lo q uita?
el pecado.
Vete, vete, m aldito pecado,
Ven, Jesusito m ío;
ven a m i corazón.
El n iño ju n ta sus bracitos sobre el pecho como si abra­
zase al N iño Jesús.
Angel de la guarda,
tú, que al cielo vas,
al Niño Jesús
me encomendarás;
dile de m i parte,
dile quien soy yo,
el niño más guapo
de su Corazón.

E n Santa Cruz de Campezo, donde recogí la siguiente can­


ción de cuna, no la llam aba así la m ujer que me la recitó, sino
“canto de arrullo".
A rrullaba la vieja ai niño,
y le arrullaba con cariño;
cada vez que le m iraba
le cantaba este cantar:
Démosle caldo de uva
a la vieja de San Rom án;
démosle caldo de uva,
porque no le gusta el pan.

T am bién de Santa Cruz de Campezo son las tres siguientes


Este niño hermoso,
que nació anoche,
quiere que le lleven
a pasear en coche.
Este niño hermoso,
que anoche nació,
quiere que le hagan
ronnn, ronnn, ronnn.

— ¿Señor San José,


por qué llora el Niño?
— Por una m anzana
que se le ha perdido.
— Venga usté a m i casa
yo le daré dos,
una para el Niño
y otra para Vos.

• * *
A1 rorró m i niño,
al rorró m i sol,
al rorró la prenda
de m i corazón;
este niño hermoso
se quiere dormir,
y el picaro sueño
no quiere venir.

Aunque divulgadfsimos no deben faltar en la colecrión es­


tas dos venerables cancioncillas de cuna;
Duérmete, niño;
que tengo que hacer:
lavar los pañales,
ponerme a barrer.
Duérmete, niño,
que viene el coco
a coger a los niños
que duerm en poco.

Casi constituye un acontecimiento el hecho de que el nene


haga el prim er “a jito ”. Un buen día, cuando el hijo cuenta su
edad por días o por quincenas, sus órganos guturales se con­
traen y actúan de form a que por la boquita de rosa sale expelido
un sonido que se traduce por: “a jo ". La madre toma pié de él
para estim ular a su hijo a que articule los primeros m ovim ien­
tos coordinados de elocución.

Con la oración, las canciones y los “ajitos" entran a form ar


parte de ia vida folklórica, en torno a la cuna, las “m onerías”
tendentes a entretener al hijo y a provocar en él los encanto*
de la risa.
Un leve cos(juilleo en la palm a de la mano acom pañado n-.
una letra juguetona hace que el niño suelte la carcajada:
A la buena ventura,
que Dios te la da;
ai te pica la mosca,
arrástela, arráscatela...
La madí-e l\u(5e a 8U hijo gestos y caricias con estos versos;
Gatito marrau,
¿qué has alm orzau?
Sopitas de leche
¿Por qué no me lias guaidau?

En el hracito tierno del nene va avanzando la mano suavo


de la madre al tiempo que dice: “Cuando vayas a la carnicería,
íes dices que no te den carne ni de aquí, ni de aquí, ni de aquí,
ni de aquí: sino de aq uí", al decir “sino de aq uí” es que la
madre ha llegado en el bracito (o en la piernecita) a alguna
parte sensible al cosquilleo y allí da un leve golpecitd d hace
alguna cosquilla.

La madre pasa tres ve<;es los dedos de su mano tam bori­


leando en los labios de su boca, mientras dice:

Borororito,
borororoso,
borororito.
Y después, con todos los dedos en capullo, se da un golpe-
cito en el “papo” inflado, dejando salir ruidosamente el aire do
la boca.
Este juego hace reir mucho a los niños.

Con el lili de que el hijo se adiestre en el mtivimiento de. los


dedos, la madre le enseña a esconderlos, doblando uno u otro
mientras loa demás (juedan rectos. He aquí una tonadilla para
ese juego:
Pin, pin,
garram ín,
cuchillejos de San Martín.
M artinillo está en la puerta
con la capotita puesta,
esperando al Redentor
que le lea la oración.
Vamos, vamos, Magdalena,
no te pongas a llorai-;
los cliiquillos comen sopas,
los mayores comen pan;
y los otros motilones
que lo váyan a ganar
a la tierra de Palencia,
que allí dan
currusquillos de pan.
La cancioncilla se recita al tiempo que la madre dobla los
deditos del hijo y los vuelve a estirar al compás de la melodía.
El dedo a quien corresponda la palabra pan fmal deberá quedar
“escondido” . Y se vuelve a jugar.

Con la m isma finalidad que la cancioncilla anterior ae com ­


puso la que sigue.
Los dedos, a p artir del meñique, van siendo doblados y do­
blados quedan hasta que los versos terminen.
Este com pi’ó u n huevito. (el meñique)
Este lo puso a asar, (el anular)
Este le echó la sal. (el medio)
Este lo probó, (el anular)
Y este picaro gordo (el pulgar)
todo se lo comió.
Y al picaro gordo se le dá un tironcito en castigo.
* * *

No solo los dedos deben ser diestros; tam bién la m ano debe
comenzar a hacer algvin ejercicio. Las palm aditas lo son y muy
bueno. Los niños dan palm adas al com pás de esta letra:
Tortitas, tortitas
que viene papá,
tortitas, tortitas
que está en casa ya.
Tortitas de manteca
para la madre que le dió la teta.
* • *
El juego siguiente es ya más complicado y el n iño habrá de
ser de alguna edad. Al son de la tonadilla da él m ism o palm adas
y las da tam bién contra las manos de m am á.
Mi papá me prometió
un hermoso muñeco,
que se llam a bebé
y se pone de pie.
¿í-uándo me lo traerá
para ju g a r con él?
Palé, paletín, paletín, paletaina,
palé, paletín, paletín, paletón.
El niño cuyas piernecitas van fortaleciéndose llega a m an­
tenerse en pie con el apoyo de la pared o de la mano de m am á:
¡Ha hecho un “tente” ! La madre le ríe y comienza a estimularle
para que se decida a dar un pasito.
No es solo la madre, tam bién las herm anas mayores toman
parte en ia tarea de enseñar a andar al pequeñín. Colócase a
alguna distancia de él y con los brazos abiertos, que prometen
apoyo, le invitan a que venga a echarse en ellos diciéndole:

Andar, andar,
zapatitos a volar;
los niños chiquititos
no saben bailar.

Otras veces no es la promesa de un apoyo o de un abrazo


lo que se ofrece al niño para que se determine a andar, es una
golosina que se le muestre o que se le canta:

Aquí te espero
comiendo un huevo,
unas sopitas
y un caramelo.

Algunas veces la madre o el padre entretienen a su nene con


juegos que sirven para robustecer su sistema óseo y acostum ­
brarlo a los contrabalanceos tan necesarios para la estabilidad
y la progresión. Eso hace la m am á que sentando al hijo en sus
rodillas lo somete a los m'ovimientos propios de quien cabalga y
le c a n ta :
Arre, borriquito;
vamos a Belén,
que m añana es fiesta
y al otro tam bién.

Para que el niño se habitúe a ver y tocar a los anim ales


sin tener miedo, pónele la madre un caracol en la mano y le en­
seña a cantar:

Caracol, col col,


saca los cuernos al sol,
que tu padre y tu madre
también los sacó.
Caracol, col coi,
saca los cuernos al sol;
caraquiila, caraquilla,
saca los cuernos v vete a la orilla.

O el canlai' del sapito de San Ju an;


Sapito de Dios,
cuéntame los dedos
y vete con Dios.
DEL LEXICO ALAVES

D ICESE que en tiempos en que los vinateros traginabai\


por esas carreteras de Dios con sus galeras bien lastra­
das de orondos pellejos, los labriegos que trabajaban en
los campos, al verlos acercarse, salían a Jos caminos buscando
que los vinateros, gente de mano larga y convidadora, les “esti­
rasen” la bota como solían.
Y salían al encuentro no como quiera, sino comiéndose una
rebanadita de pan extraída de la alforja a fin de “hacer cama"
para el trago que ya se prom etían seguro.
Acontecía a veces que el vinatero era tacaño o dormía o no
estaba de hum or y pasaba de largo sin invitar.
Entonces el labriego volvíase cariacontecido a su trabajo,
diciendo para su capote: “P an perdido".
La frase, como se ve, alude a la rebanadita que no pudo ser
rociada y equivale a intento frustrado y en tal sentido aún suele
oirse en nuestra Rioja.

Cuando un alavés dice que “tiene m ala correa” ya todo el


mundo entiende y sabe que el hombre no “se encuentra bien";
es decir, que “no está bien”, o sea, que está enfermo o poco
menos.
Si dice que "está fallo" es que está necesitado de tom ar un
“tente en pié” y si pregunta: “¿Hay apetito?”, la' cosa es mucho
más clara y huelgan las explicaciones.
Lo ininteligible, lo enigm ático, son laa palabras del hombre
o del “m ócete” que, asomando la cabeza por la media puerta
abierta del portal, grita: “¿H ais esciibillau?”
Eso no hay quien lo comprenda. Es decir, lo comprende a l­
guien, ya que en respuesta al grito que pregunta, baja de la co­
cina otro grito: “Enseguida; ya puedes ir subiendo”.
Donde aqueUo se pregunta y esto se responde es que vive
una fam ilia modesta sin grandes refinamientos; donde todos co­
men metiendo cuchara en el mismo recipiente, en el que se ver­
tió el nutritivo guiso de !a olla.
Al recipiente los cultos de la urbe llam an, mal llamado,
fuente.
Los incultos de la aldea le llam an, m uy bien llam ado, “es­
c u d illa”,
Lo que sucede es que, en virtud de respetables leyes de fo­
nética rural, la pregunta: “¿Habéis escudillado?”, pasó a ser
“¿Hais escubillau?", y nada más.
Y para que todo quede claro añadiré que escudillar, según
los aldeanos de las vertientes de Toloño y según la Real Acadíí-
mia, es echar a la escudilla los manjares para que empiece la
acción de la cuchara...

Cuando a aquello de la media m añana el labrador interrum ­


pe su faena y sale al “orillo ” de la heredad, donde tiene su a l­
forja y sus viandas, si el labrador es de Campezo dice que va a
“echar la ley”, si es de la Rioja dice sencillamente que “va a la
ropa”.

Hace muchos años, cuando después de vísperas se reunían


los hombres en Bicolanda, jun to a la fuente, la Cruz y la Horca
de Mendoza, para ju g a r “una pasada” a los bolos, hajo los olmos
y castaños, oíase esta frase: “Qué, ¿nos jugam os una Misa cuar-
tanguesa?”
Y para jugársela depositaba cada jugador una peseta y el to­
tal de lo depositado lo ganaba quien más bolos derribase.
Mendoza no dista mucho del Valle de Cuartango, del quo
está separado por la Sierra de Badaya. Es muy probable que lo
de “jugarse una Misa cuartanguesa” signiñcara que iban a j u ­
garse el importe del estipendio de una Misa en Cuartango. quo
en aquel entonces sería una peseta.

No es que fuesen feos los que en la villa de Mendoza habi­


taban el Barrio de Abajo; iqué habían de serlo!; pero era feo y
m ucho el propio Barrio de Abajo, triste, pobre, despoblado y
asustado bajo la mole de! Torreón.
Por eso es por lo que los del Barrio de Arriba burlaban a los
del de Abajo cuando pasaban por delante de sus casas al subir
a Bicolanda, a la escuela o ai Alto de Mendía en que: se asientu
la iglesia.
O riginábanse peleas y abundaban los mojicones, sobre todo
cuando los chicos subían o bajaban de la escuela.
E n evitación de todo ello decidieron los del B arrio de Abajo
abrirse cam ino propio alejado de la caUe. Hiciéronlo por terreno
“h ond ial” y barrizoso y como quiera que por él pasaban solo los
del B arrio feo, “cam ino de los feos” se le llam ó y todavía signo
llamándosele.
Ató la cabalgadura a la argolla de un poyo e hizo sonar la
cam panilla de la portería del desaparecido Convento que los fra i­
les dominicos teníart en Vitoria, donde hoy se levanta un jar'dín
in fa n til y un frontón de vecindad.
Abrió e! Hermano portero y...
Poco después, Prudencio, el de Foronda, exponía el objeto
de su visita al reverendo Prior de la Comunidad:
^— Pues, mire usted; que ya pronto va a ser San Martín:' te­
nemos que hacer la fiesta y aquí he venido "sobre” un predi­
cador.
— Hombre, hombre; habrá usted venido sobre una m uía— le
l eplicó el Prior.
Y luego de ultim ar satisfactoriam ente el asunto, regresaba
Prudencio a su pueblo, diciendo para su capote:
“T ambién son ganas de perder el tiempo; si me había com ­
prendido ¿a qué me viene con bromas de si he venido o he deja­
do de venir montado en la m u ía ? ”
Otra vez fueron los comisionados del pueblo de Monasterio-
guren quienes tenían que ventilan en la D iputación no sé qué
trámites sanitarios referentes al macho de la cabrada. Y volvió
a hacer su aparición esa malhadada preposición que tantas bur­
las vale a nuestros aldeanos:
— Pues aquí, los de Monasterioguren. que venimos "sobre”
lo del chivo. .
— Muy bien; hagan ustedes el obsequio de apearse...
Cuando los comisionados salieron del Palacio (Je !a Provin­
cia, cam biaron impresiones acerca de la entrevista con el inge­
niero pecuario:
— Hablar, pué que hable m ejor que nosotros; pero de (’.hivoa
poca cosa entiende.
No son m uy dados a puritanism os de lenguaje nuestros al­
deanos. Ellos tienen del idiom a la idea de que es una comodidad,
no una tortura, n i un quebradero de cabeza. Sirve para enten­
derse y no para andar en sutilezas de p rosodias.ni de s in tá x i^
Las de la ciudad se ríen de las incorrecciones aldeanas y no
dan cuenta de que el aldeano se ríe de las poquiterías en que se
fija el hombre de la ciudad. Yo, puesto a juzgar, creo que la risa
del aldeano es la que tiene razón.
í ;E am ^U ít> aiy j| Jü ja t ir r s

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^íb i/ t «niho*íuiq ‘«b eíW<»lÚií* frv 'V r^ q ' tírt’'^
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ROMANCES

■ OMO final de este trabajo sobre el folklore alavés voy a


incluir en las últim as cuartillas una serie de materiales
los m ás diversos ninguno de los cuales tiene extensión
suficiente para que le concediese honores de capitulo especial.
Esos materiales son romances, refranes, coplas de ronda,
meteorología aldeana, apodos, m edicina casera, trabalenguas y
calendario.
R O M A N C E S
(Jue llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva,
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan;
dile al pastor
que toque el tambor;
dile a la abuela
que toque la vihuela.
Si no la toca bien,
que le den, que le den
con el rabo la sartén.
La sartén era de plomo,
las tajaditas de lomo;
tú me las fríes
y yo me las como.

Arretaña, arretaña,
la Virgen te llam a
que hagas la cama
del Niño Jesús,
que viene cansado
de llevar la Cruz.
Tres palomitas
en un palomar,
suben y bajan
al pie del altar.
Tocan a Misa,
encienden la luz,
le besan la mano
al Niño Jesi'is.

Arretaña, arretaña
de San Salvador
cuando la Virgen
parió sin dolor.
— Levanta, José,
enciende candela;
m ira quien anda
por la cabecera.
— Los ángeles son
que traen carrera;
K O M A N C E S

que traen un Niño


envuelto en un paño.
— ¿De quién es el Niño?
— De Santa María.
— ¿ “Ande” está María?
— Hablando con José.
— ¿ “Ande” está San Pedro?
— Abriendo y cerrando
las puertas del cielo.
Lucas y Marcos,
Ju an y Mateo,
Nuestro Señor Jesucristo
en medio.

Tus cabellos rubios,


hebras de oro fino,
donde yo me enredo
cuando te im agino.
Te estoy “m aginando’
las horas del día;
estoy contemplando
cuando serás mía.
Tu frente espaciosa
es campo de guerra,
donde mis amores
plantaron bandera.
Esas dos tu<s cejas
son luceros de alba,
que alum bran de noche
a mis esperanzas.
Esos tus carrillos
son tan colorados,
que a la propia grana
están comparados.
Tu nariz aguda
como fiel espada,
que a los corazones
sin sentir los pasa.
E.sa tu boquita
tiene dos carreras
de dientes menudos
que parecen perlas.
El hoyo que tieues
en esa barbilla
“sepoltura” y caja
para el alm a mía.
Esas tus orejas
una a cada lado,
colgando pendientes,
adornan tu garbo.
Esos dos tus labios
son dos ñligranas,
que cuando los mueves
me m atan el alma.
Esa tu garganta,
tan clara y tan bella,
que el agua que bebes
en ella “enclarea”.
Esos cinco dedos,
que hay en cada mano,
son diez azucenas
cogidas en mayo.
Esa tu cintura
me tiene temblando,
que no se te rompa
cuando vas andando.
Esa tu rodilla,
butaca bord'ada,
bienhaya si alguno
en ella descansa.
Tu pié pulidito,
m archando al compás,
como si contases
los pasos que dás.
T u pié pulidito,
de pisar menudo,
con esos pasitos
engañas al mundo.

Caminito, cam inito,


cam inito del Calvario
me encontré a m v á m ujer
con u n librito en la mano.
Le dije: — Mujer cristiana,
¿has visto a Jesús amado?
— Sí, señora; ya lo he visto;
por aquí “uesto" ha pasado,
con una Cruz en los hombros
y una cadena arrastrando.
San Ju a n y la Magdalena
le agarraban de la man(».
La Magdalena decía:
— Caminemos al Calvario,
que, para cuando lleguemos,
ya le habrán crucificado;
ya le habrán “clavao” los pies,
ya le habrán “clavao” las manos,
ya le habrán “dao” la lanzada
en su divino Costado.
La sangre que le caía
caía a un cáliz sagrado
y el hombre que la bebiera
será bienaventurado;
será rey en este mundo
y en el otro coronado.
El que esta oración dijera
todos los viernes del año
sacará un alm a de pena
y la suya de pecado.

Jesucristo dice Misa


con grande divinidad;
lleva la Hostia y el Cáliz
para ir a com ulgar;
tam bién la lleva San Pedro,
tam bién la lleva San Juan,
la llevan los doce apóstoles
que en la Mesa comen pan.
Venid, venid, hijos míos,
esta tarde a confesar,
m añana por la m añana
os daré de comulgar.
Quien esta oración dijere
tres veces al acostar,
aunque tenga más pecados
que arenas hay en la mar
y tejas en los tejados,
no se podrá condenar.
l^as puertas del cielo
abiertas estarán;
las del infierno cerradas
por toda la eternidad.

i.a Viigen p a iió en Belén


escogida del Señor,
parió u n Niño como el oro,
relumbrante como el sol.
Dos pechos le daban leche,
bienaventurados son.
Mientras el Niño mamaba
Ella llora la Pasión.
— ¿P o r qué Horas, Madre mía,
Madre de m i corazón;
si lloras porque he nacido.
Madre, no tenéis razón.
— No lloro por eso, Hijo,
Hijo de m i corazón;
que subirás a los cielos
el día de la Ascensión;
sacarás a Adán y a Eva
de la boca del D ragón;
hallarás tres siUas de oro;
sentarás en la mejor,
sentarás en la de en medio
que es la de Nuestro Señor.
Jesucristo se ha perdido,
su Madre lo va a buscar
— Señores, ¿h an visto ustedes
un estrella relum brar?
— Sí, señora, yo la he visto;
por aquí “nesto" ha pasado
a Jas tres de la m añana,
antes de cantar el gaUo.
Me ha pedido que le diese
un paño de mi tocado,
para lim p ia r a Jesiis
que venía ensangrentado.
— ¿ “Ande” vienes, mi Jesi'is,
tan herido y m altratado?
— Vengo de Jerusalén
de visitar los cristianos.
— E n el cam ino me han dicho
que el cielo habías ganado.
— Verdad le han dicho, señora;
mis trabajos me hu costado,
con un m artillo y azotes
y una lanzada y tres clavos
y una corona de espinas
que el cerebro me ha pasado.
Si no lo quieres creer
por testigo a San Ju a n traigo,
desde el Calvario a la Cruz,
desde lu Cruz al Calvario.

Como me echo en esta cama


me echarán en la huesera;
como me cubre esta ropa
me cubrirán con la tierra.
Oh, sepultura de Uno,
cuántos suspiros me debes,
cuántos hombres y mujeres
se acuestan sanos y buenos
y a la m añana amanecen
difuntos y sepultados.
No perm itáis, gran Señor,
que sea yo uno de esos;
perm itid que me confiese
para subir a los cielos.
Esta es la buena oración
que recitara San Pablo
cuando bajó de los cielos.
Cada vez que se dijera
tres veces cuando se duerme
bajará la Santísim a Virgen
a la hora de la muerte.

Oid una m aravilla


de m ilagro verdadero,
que por el año pasado
pasó a un pobre pasajero.
De Villahermosa salió,
«n su bestia caballero.
Cuando iba más descuidado,
le salen seis bandoleros
en una sierra a robarle.
Diez puñaladas le dieron;
lo tiraron a una acequia
y lo dejaron poi- muerto.
Al cabo de veinte días
dos leñadores pasaron,
vieron su cuerpo tendido.
Quejábase con dolor,
xon tristes voces decía:
— Me traigan u n confesor.
Atónitos y pasmados
de tan grande m aravilla,
dieron parte al señor Juez
y acudió toda la villa.
Un religioso llegó
diciéndole qué pedía.
— No he muerto sin confesión
por esta imagen bendita.
E n el pecho le encontraron
con una fe verdadera,
este divino retrato
de Bárbara hermosa y bella.

Cam ina la Virgen pura,


cam ina para Belén;
a la m itad del camino
pidió el Niño de beber.
— No pidas agua, m i vida,
agua no pidas, m i Bien,
que los ríos bajan turbios
y los arroyos tam bién.
A llí arriba, en aquel alto,
hay un verde naranjel,
un pobre ciego lo cuida
¿qué diera el ciego por ver?
— Ciego, dame una naranja
para quitar esta sed.
— Coja todas las que quiera,
las que haya menester.
Cuantas más coge la Virgen
más lleno está el naranjel.
La Virgen comenzó a andar;
el ciego comenzó a ver.
— ¿Q uién ha sido esa señora
que a m í me hizo tanto bien?
¿si será la Virgen pura
que va de Egipto a Belén?
Jesucristo iba de caza,
de caza como solía;
los perros iban cansados
de subir cuestas arriba;
no encontraba caza muerta,
ni tampoco caza viva.
Se encontrara con un rico,
rico de m elancolía;
le dice si había Dios,
le contestó que no había.
— Mira lo que dices, hombre;
que hay Dios y Santa María,
que El ha de darte la muerte,
como te ha dado la vida.
— Yo no le temo a la muerte,
ni tampoco a Quien la envía.
Y al otro día la muerte,
la muerte por él venía.
— Detente, muerte rabiosa;
déjame siquiera u n día,
com ulgar y confesar
los pecados que tenía.
— No me puedo detener;
que el Dios del cielo me envía,
que te lleve a los infiernos
a los más hondos que había.
Le dieron para comer,
una culebra cocida;
le dieron para beber
un vaso de trem entina;
le dieron para dorm ir
una cam a bien m ullida
de cuchillos y navajas
que lo levantan “p ’arriba”.

A la una nací yo;


a las dos me bautizaron;
a las tres me busqué novio
a las cuatro me casaron;
a las cinco tuve u n hijo;
a las seis lo bautizaron;
a las siete se m urió;
a las ocho lo enterraron;
a las nueve se hizo polvo;
a ]as diez se hizo gusanos;
a las once subió al cielo;
a las doce se hizo santo.

l ‘ara cantar la baraja


señores, pido atención,
de los Dolores María
y de Cristo la Pasión.
E n el as yo considero
que no hay más que un Dios inmenso,
donde no puede haber m ás.
E n el dos yo considero
aquellas puras bellezas,
el Verbo tan encarnado
sobre dos naturalezas.
En el tres yo considero,
ésta si que es cierta y clara,
las Tres Personas distintas
de la T rinidad Sagrada.
En el cuatro considero,
aunque las vea de lejos,
cosas que m anda la Iglesia,
que son los cuatro Evangelios.
En el cinco considero
y sigo considerando,
las cinco llagas de Cristo,
pies y m anos y costado.
E n el seis yo considero,
ésta si que es carta hermosa,
la Muerte y Pasión de Cristo,
afligida y dolorosa.
E n el siete considero
"p a ” que te sirva la guía,
la Muerte y Pasión de Cristo
y el m artirio de María.
E n la sota considero
aquella ingrata mujer,
la fruta de árbol vedado
a Adán se la dió a comer.
En el caballo contemplo
corrido y avergonzado,
desnudo cayó en la gracia
y Adán cayó en el pecado.
E n el Rey yo considero,
siendo rey de cielo y tierra,
obligado a padecer
porque yo no padeciera.
Cuando juegas a los naipes
siempre pensando en ganar,
la muerte y pasión de Cristo
debemos considerar.
El juego de la baraja
se juega de varios modos,
y en el Reino de los cielos
allí nos veamos todos.
Ribera Alta.

C O P L A. S
Ya no queremos cantarle
cantares a la raposa,
porque nos ha dicho el alcalde
que cantemos otra cosa.

El que en esta casa vive


no sé si es cojo o es sano,
pero tiene una m ujer
que viste de colorado.

Entre las suegras y nueras


muy poquitas se hacen bien,
las suegras por renegar
las nueras por responder.

Piensan ios que se casan


que van al cielo,
y salen del purgatorio
y van al infierno.

Si piensas que con casarte


aseguras la com ida...
aseguras los trabajos
que no has tenido en tu vida.
Te llevo relratadita
en el papel del librito;
cuando me acuerdo de tí
echo la m ano ai bolsillo.

Si piensas que por el lujo


te tengo de querer m ás...
si no te quitas el lujo
te estarás como te estás.

Tengo un burro chiquitín,


valiente donde los haya;
lleva tres hombres a pie
y unas alforjas sin nada.

Una suegra y un candil


hacen falta en una casa,
la suegra “p a ” renegar,
el candil “p a ” gastar grasa.

En los tiempos de mi abuela


no había ferrocarril,
y se acostaba la gente
"en apagando” e! candil.

Siempre me ha “gustao” lo bueno,


nunca me ha “gustao” lo malo,
las mozas de Santa Cruz
y la Virgen de Ibernalo.

Eres blanca como leche,


colorá como la sangre,
verde como la lechuga,
fuerte como la vinagre.
Il o M A N C E S E T C

Santa Cruz tiene tres cosas


que no las tiene Madrid,
San Rom án y la Borguilla
y el cam ino Roldahin.

Tres oosas tiene Campezo


que no las tiene “BÌIbado”,
Berdijón y la Berguilla
y el cam inito de Piado.

De A rriaga a Yurre
las chicas van;
pero sólitas
no volverán.

-Mañana no hay escuela,


que se ha muerto m i abuela,
la llevan a enterrar
en una cazuela.

Aquella morena, madre,


que vive ju n to a la Peña,
agua cristalina bebe,
canta como u n a sirena.

Si vas a Adana
te atan con una lana;
si vas a Acilu
te atan con un hilo.

Una, dos y tres y cuatro,


vivan los de Paracuatro;
cuatro, cinco, seis y siete,
vivan de los de Navarrete:
siete, ocho, nueve y diez,
vivnn los de San Andrés.

En Lubraza, buenos aires;


en Barriohusto. la fuente;
en Yécora, buenas mozas
y en Lanciego, m ala gente.

Vírgala Mayor,
Vfrgala Menor,
Berroci y Atauri
cuatro pueblos son.

Por Vitoria sale el sol;


por Estarrona la luna
y de Mendoza, señores,
sale toda la hermosura.

La m ujer pequeñica
¿para qué vale?;
para tapar una cuba
cuando se sale.

La m ujer pequeñica
es un regalo;
mfás vale poco y bueno
que mucho y malo.

A P O D O S
Los de Orbiso, “patanes".
Los de Antoñana, “chaperos”.
Los de Corres, “balleneros".
Los de Q uintana, “moquiteros” .
Los de Bujanda, “charrines”.
Los de Santa Cruz, “chirriqueros” .
(Acaso tirriqueros, de “tirriq u ia ”, carraca, de las
que allí, se hacían tantas.)
Los de Guinea, “m oricos”.
Los de Villanañe, “callarranas”.
Los de Villanueva, “papeleros” .
Los de Espejo, “robacristos".
Los de Barrón, “rebeldes”.
Los de Cárcamo, “latones”.
Los de Atiega, “hueveros”.
Los de Montevite, “raposos”.
Los de Ollávarre, “espolistas”.
Los de Bachicabo, “novillos”.
Los de Salinas, “salineros”.
íl o M A N G K S E 1’ G .

Los de Tuesta, “tostados".


Los de Lanciego, “bubillos".
Los de Cripán, “montortos".

REFRANERO
La zorra y el centeno en abril o reventar o parir.
Si ves un señorito con ropa de verano en Navidad, no le pre­
guntes cómo le va.
Quien coma caracoles en abril, prepárese a morir.
Todo lo que se cubre de nieblaí (¿nieve?) en marzo, se cu­
bre de flor en abril o mayo.
En día de vereda, quien más trabaja peor queda.
Truenos tempranos, señal de buen año.
Mayo pardo, señal de buen año.
Marzo marceaba y abril agua-nieve echaba.
Marzo marceaba y abril agua nevaba.
En la mengua de enero siembra los ajos el ajero.
Marzo, sé bueno y te regalaré un cordero. (Y cuando solo
faltaba un día a marzo, le dijo: “Ya no te tengo miedo". A lo
que marzo contestó; “Con uno que me queda y treinta de abril,
no te dejaré rabo ni rabil”.)
Si quieres coger ajos m i!, siémbralos por San Martín.
Los espárragos de abril, para m í; los de mayo, para mi am o;
los de junio, para ninguno.
Marcos, Marquete, que corta las uvas sin corquete. (Porque
las hiela).
En martes, ni te embarques, ni te cases, ni cerdo mates.
Tarde o temprano no hay anim al que no se parezca al amo.
Mal de pata, emplasto de cama.
Cuando la culebra canta, pide agua.
Cuando la perdiz canta, nublado viene; no hay mejor señal
de agua que cuando llueve.
Hijos chiquitos, trabajos chiquitos; hijos criados, trabajos
doblados.
Al que tenga hijos y ovejas, no le faltarán quejas.
Antes le falta la madre al h ijo que la nieve al granizo.
De molinero cam biarás, pero de ladrón no te escaparás.
Guando por blando, cuando por duro, nunca le faltan que­
jas al culo.
El que para Navidad no hila, después suspira.
A las diez en la cama estés, mejor antes que después.
Díjole la patata al am o: Que me siembres en marzo o me
siembres en abril, hasta mayo no he de salir.
¡Qué buena la lumbre de aliaga, si como calienta durara!
Febrero corto, pero tan malo como el otro (enero.)
Al aldeano y ai gorrión, perdigón.
E i vino de E lvillar, beber y callar.
La vaca pequeñica siempre parece novilla. (Suele aplicarse a
las mujeres de poca talla.)
L a sardina, cuanto más pequeñica, más lina.
Cuando nieva menudo, poca p aja al burro.
Abril sacó a su padre al sol y lo apedreó.
La m orcilla para que sea buena Ita de estar pilisosa, pMI-
grasosa, pilipicante. (Ese pili es dim inutivo de cantidad, como
“p oqu ito").
Ante la puerta del rezador, no pongas nunca tu trigo al sol
y ante la del que no reza nada, ni ei trigo ni la cebada.
Con m ala sangre no se hacen buenas morcillas.

íMETEOROT.OGIA

Cuando vuela m uy rastrero algún ánade, va a cam biar el


tiempo. (Ezquerecocha).
Cuando los leños producen llam itas silvantes como sopletes
a causa de los gasep que hallaron salida en la cremación, ap li­
can las mujeres a dichas llam as la badila y si ésta queda hum e­
decida se interpreta como señal de que va a llover. (Ezquereco­
cha) .
Sí los bueyes se acuestan todos en la m ism a posición, o sea,
todos sobre el m ismo costado, pronto lloverá. (Santa Cruz de
Campezo y Mezquía).
Si el rebaño no quiere regresar a casa, sino continuar p a­
ciendo, es porque va a haber cambio de tiempo. (Santa Cruz de
Cam pezo).
Cuando se echa la niebla en “el H ornillo”, lluvia viene.
Si los bueyes retozan al sacarlos a abrevar o al campo a pa­
cer, es que va a nevar. (M ezquía).
En las estribaciones de Urbia, hacia los pueblos de Gordoa
y Narvaja, suele aparecer, según afirm an los de aquella com ar­
ca, una estela brillante en los lastrones de la ladera de la Sie­
rra; las gentes dicen que aquella estela es un río y cuando apa­
rece es segura la lluvia.

MEDICINA CASERA
Caracoles machacados, buenos para emplastos. (Campezo).
La hierba “san g uin aria”, que se da mucho en los llecos de
El Ejido, es inm ejorable para la pulm onía. (Idem ).
Ceniza de sarmientos empléase con éxito contra los golon­
drinos. (Id.)
Las raíces de “carajelas" cocidas, peladas y bien machaca­
das, raézclanse con manteca, se hace cataplasm a y es indicadí­
sim a para tumores, (id.)
La hierva ‘‘p lantain a’’, planta baja con hojas redondas y
que se cría en cualquier terreno, muy buena para los males de
la boca. (Id.)
Amapolas de pieza excelente purgante. (Id.)
Flores espinosas de las orillas de los ríos sirven para lavar
la ropa negra. (Id.)
En Apodaca es muy fácil aliviarse y aun curarse el doloi'
de muelas; basta que el doliente dé vuelta al calcetín o la media
y se la ponga de revés.
También en Apodaca han dado con un remedio fácil para
los dolores que las mujeres sufren en los pechos, consiste en
que ellas mismas se extraigan un poco de leche; pero es indis­
pensable que la operación sea hecha m irando a la pared.
También creen en Apodaca que el dolor de muelas se cura
pasándose por el carrillo dolorido un zarrapo vivo, al cual hay
que colgarlo después donde el doliente lo vea.
En Lagrán aseguran que una nuez de cuatro costuras es el
m ejor amuleto para el dolor de muelas.

CALENDARIO
Lunes a Cabriana,
martes a San Antón,
miércoles a Escolumbe
y el Jueves la Ascensión. (Ribera Alta.)

El Dom ingo de Lázaro


cogimos un pájaro;
e! Dom ingo de Ramos
lo pelamos;
el Domingo de Pascua
lo echamos al ascua
y el Domingo de Cuasimodo
nos lo comimos todo.

Existe esta variante:


El Domingo de Lázaro cogimos un pájaro:
el Domingo de Ramos lo pelamos;
el Domingo de Pascua lo echamos al ascua,
del ascua a la boca,
en siete semanitas
no he comido mejor sopa.
TRABALENGUíVS
Lo oí en la llio ja:
Brindo, rebrindo,
copa de copindo
de oopín de copa;
quien no diga tres veces
brindo, rebrindo,
copa de copindo
de copín de copa
no bebe en bota. - Otros: no bebe gota.

Este circula en Vitoria.


Una vieja enteca y ñeca
cbiviringorda, sorda y ciega,
tenía tres hijos entecos y ñecos
chiviringordos sordos y ciegos;
si la vieja no sería enteca y ñeca,
chiviringorda sorda y ciega
no criaría los hijos entecos y ñecos
chiviringordos sordos y ciegos.
FOLK LORE
DEL VALÍ.E DE ARAMA YON A

üS apremios de tiempo con que ha tenido que ser elaborado

L este trabajo se echarán de ver en muchas cosas y a la


vuelta de cada página. No ha habido manera de darle m a ­
durez y asentamiento.
Al m ism o tiempo que se ponía en lim pio apresuradamente
lo ya recopilado proseguían las investigaciones en busca de más
copiosos materiales y por esa causa me veo obligado a dar en
forma de apéndice todo ló correspondiente al Valle de Aramayona.
Por su aislam iento geográfico y lingüístico, es Aramayona
riquísim o filón del más típico folklore, conservado allí, no en v i­
trina y desecado sino viviente, metiéndose hasta por los poros del
observador curioso.
Quien haya leído los capítulos del folklore alavés que pre­
ceden, ha de encontrar aquí, en vascuence, evidentes coinciden­
cias con el folklore de otras regiones en las que acaso nunca se
habló aquel idiom a. No voy a plantearm e la cuestión de la p a­
ternidad, porque sería muy difícil llegar a una conclusión con­
vincente sobre si tal canción, superstición o leyenda nació en
Aramayona o en otro lugar. Tiempo vendrá para ello.
En beneficio de los que desconocen el vascuence doy a se­
guido de la frase o en colum na adjunta la traducción de todo lo
que en Aramayona fué recogido en el secular idioma de los
vascos.
CUENTOS Y LEYENDAS
Andrà gizonak bizi ziran elxe A una cusa donde vivían ina-
batera eidu zan bein Lxakur bat rido y m ujer llegó u n perro, la-
saunka baten ixildu barik; aii- drando sin cesar; la m ujer sale
driak urten da: — Anda fuera— y le grita; “Anda fuera”, pero
esateutso; baña alperrik; zeinbai en vano; cuantas más veces le
eta “anda fuera” geiau andi ink. dice ella “anda fuera” tanto más
txakurrak errespetu gitxiagu¡i;' ladra el perro y con menos res-
saunka geiau. peto.
Alango baten, otzarupiaii an- E n una de estas el hombre,
driak kastigauta eukan gizonak. que estaba castigado debajo del
otzarapetik diño: “Anda fuera” , cesto, dice desde allí: — “Anda
E ta txakurrak igixi. fuera” ; y el perro se marchó.
M oraleja. Gizona gizoiitxi'. M oraleja: El hombre es lioin-
otzarapian be. hre aún debajo del cesto.

Había en Uncella (barrio de Aram ayona) un caserío que se


llam aba Uletxe. Un hijo trae de a llá hacia el Hospital de A ram a­
yona a su padre anciano, para desentenderse de él. En medio de
la cam inata, de buenos tres cuartos de hora, el anciano pide un
rato de descanso. Le m uestra el hijo una piedra para que se sien­
te en ella.
El anciano llora y dice: — E n esta m ism a piedra se sentó
a descansfír m i padre cuando yo le llevé al Hospital.
— Entonces vamos a casa, padre— le contestó el h ijo — ; por­
que no quiero que hagan mis hijos conmigo lo que yo iba a lia-
cer con usted.

LA VIRGEN DE MARIEKA
V EL «MANDAZAIN:^ PL\DOSO
En el cam ino de Aram ayona a Villarreal, jun to a ia caseta
del caminero de Albina, en el extremo a donde llegan las aguas
del embalse actual, quedó destruida hace ocho años, durante la
guerra, una erm ita dedicada a la Virgen Nuestra Señora de la O:
“Andra Mari de Marieka”.
Vivía en Aramayona u n recadista, “m andazain’’, que poseía
un carro, “m andazaiña”, para su oficio. Pasando jun to a dicha er­
m ita en sus continuos viajes a Vitoria, nunca dejó de detenerse
para rezar u n a oración a la Virgen.
Cerca de esa erm ita le salió u n atracador, que de una cuchi­
llada le cortó el cuello. D ió un grito el infortunado y por u n pro­
digio celestial la Virgen, al oirlo, volvió hacia él la cabeza.
I‘ recisamente en aquel instante una voz despertó al Üiirii di*
üríb a rri (barrio el más próximo de Aram ayona). La Voz docía:
“Mariekara untziñuaz” (A Marieka con la U nción). El piadoso p á ­
rroco corrió con su sacristán hacia el lugar que indicaba la voz;
el sacristán oía por el camino otra voz que decía: “Ilda da-
go” ( “ya está m uerto” ).
Comunicó el sacristán al párroco lo que oía; pero ésto le
respondió: “Aurrera” ( “Adelante” )
Llegaron por fin y encontraron muerto al recadista: pero
resucitó y recibió los Sacramentos y después de nom brar al aso-
sino y de pedir perdón para él expiró.
Me aseguran en Aram ayona que la im agen que pereció al ser
destruida la erm ita no fué la Virgen de Marieka, sino una repro­
ducción; la auténtica, con su cabeza vuelta desde que oyó el g ri­
to del “m andazain”. se conserva en el caserío “Aldeko” (Urí-
b a r r í).

Lu leyenda de “Martín-abade” (del sacerdote ¡Martín) tiene


muchas similares en España y fuera de España; pero, tratándose
de recoger folklore del Valle de Aramayona, no puede menos do
citarse esta bellísim a tradición, porque los ancianos de este Va­
lle aseguran que ellos han oído' muchas veces los ladridos dol
perro de Martín-abade.
El cual era un sacerdote, cazador empedernido. Un día, con
el tin de ponerse a cazar casi desde el amanecer, fué temprano
a celebrar a la iglesia de Udala. distante una hora y pico de
Aramayona. flomenzó a celebrar, mientras el perro seguía en las
proximidades rastros de las liebres. Al llegar al Alzar, com pren­
dió por los ladridos del perro que éste había encontrado alguna
de ellas y cegado por la apasionada afición, salió con ornam en­
tos y todo, dejando interrum pida la Misa.
Por esta sacrilega profanación fué castigado por Dios a a n ­
dar por los aires detrás de su pervo, que no cesa de ladrar.
Hay ancianos que aseguran haber oído los ladridos del po­
rro de Martín-abade, que todavía sigue cumpliendo su castigo.
Lo mismo que se oye por los aires el ladrido del perro de
Martín-abade, ven muchos tam bién a doña Urraca, llam ada “Am-
botoko Señorea” (la Dam a de Am boto). Hablan los caseros de
túneles que van desde Zalgo, actual cementerio de Ibarra y a n ti­
gua parroquia, haóta las peñas de Ganzaga y Amboto.

BRUJAS
E n Bolintxo se les oía todas las no(;hes lavando la ropa (le-
xlha jo te n ).
Tenían cuerpo de m ujer y patas de pato.
Mai i Engrasi se atrevió un día a robarles un peiue que ha­
bían dejado en el río de Bolintxo. ¡Menuda cantilena le armaron
por la noche! “Mari Engrasi, emon eiguzu guri orrasi, emongo-r
jatzu beztela dozuna m eresi” (M aría Engracia, danos nuestro
peine, si no. se te dará lo merecido). (1)
X » *
E n este Valle de Aram ayona son inagotables los cuentos de
Juanakala, la bruja más reciente, de ayer como quien dice. Era
una vieja borracha y vividora que tenía atemorizado al Valle. Se
hacía pasar por autora de todas las desgracias y calamidades
acaecidas al ganado de los caseríos y con constantes amenazas
sacaba dinero para sus vicios.
Fué un día a la taberna de Polico (esa en la que todavía
puede beber el que quiera un vaso de vino de Rioja) a comprai'
vino. Un joven le dice con ánim o de bromear:
— Juanakala, juango ga akelarrera? (Juanakala. ¿iremoj? ul
a(iuelarre?)
Pregúntale ella:
— Esan dozun berbien jabe z a r a ( ¿ E r e s capaz de hacer lo
que dices?)
Por no parecer cobarde responde el muchacho que sí y en­
tonces Juanakala, en presencia de todos los de la taberna, le em ­
plaza repitiendo tres veces con voz cada vez m ás solemne:
— Ba, feldu gaur gabeko amabietako urlie lekuko bide-ku-
rutzira eta an dagon pago gañien itxoiskusu. (Pues para las
doce de esta media noche, ven al cruce de tal sitio y espérame
encima del haya que allí hay.)
Apurado y temblando el joven corrió a la iglesia de Nuestra
Señora de B arajuen; llam ó al Cura; explicó lo ocurrido; se con­
fesó; recibió los consejos del sacerdote que no fueron precisa­
mente de faltar al compromiso adquirido.
Recibió la bendición y bien protegido de rosarios y medallas y
de una botella de agua bendita, corrió al lugar de la cita para
llegar antes de las doce. *
Sonó la hora se subió al árbol y oyó el g ru ñir de una gran
piara de cerdos, que en fila interm inable empezó a pasar por
dehajo-de donde el joven estaba.
Cerraba la m archa una cerda de gran tam año, que abriendo
descomunalmente sus fauces le dijo:
— Motivos tienes para dar gracias; si no porque has andado
listo ...
Espantado el joven cayó del árbol y enfermó gravemente.

(I) Recuérdese que la “Mari E n g rasi” del cuentecillo s i­


m ilar a este, recogido en Baram bio, página 34, se llam aba Juan
Bergmizngoitia: además allí los peines eran de oro
Otro día apareció un gato que m aullaba sin cesar en el ca­
serío de Ibabe. Le lanzaron un palo y acertaron a darle en líis
patas. Al día siguiente apareció Juan akala por los alrededores
de Ibabs, cojeando.
Algunos le dijeron:
— Zer daukozu ankan? (¿Q ué tienes en el pie?)
— Oindiño preguntan eiten dozue, zeuek ja u r ti m akillie neure
aiiketarata. (Todavía preguntáis, si fuisteis vosotros los que lan­
zasteis el palo a mis pies.)
Quedaron con esto atemorizados los caseros de íbahe.

Había en, el caserío de Pintorrena de Uncella un famoso car­


pintero. Fué en cierta ocasión a Mondragón en busca de trabajo
y le adm itieron en u n taller; pero tenía que dar prueba de su
capacidad en el oficio y le m andaron que hiciese una maza.
Tres meses tardó en hacerla, por lo que le despacharon como
a persona inútil.
La m aza que él construyera empleábase en el taller para las
tareas ordinarias, hasta que un día, ai dar con ella un fortísim o
golpe, se partió en trece pedazos.
El trozo del mango representaba, en las caras que queda­
ron al descubierto, la im agen perfecta de Jesucristo y cada uno
de los otros doce uno de los apóstoles.
Visto lo cual se fué a buscar al carpintero, porque reco­
nocían que no tenían en el taller un artesano mejor que el car­
pintero de Uncella.

JUEGO DE NIÑOS
Colócase un niño en el extremo de la vara de un carro.
Otros niños pisan el carro por detrás, hacen contrapeso, y así el
niño de la vara sube cuanto perm ita el balanceo del carro sobre
el eje. Sostenido en esta posición, los niños que contrapesan
dan leves golpecitos con la parte zaguera del carro en el suelo
lo que mantiene al niño, que fué elevado en la vara, en un con­
tinuo movimiento y zozobra, mientras se le canta:

Txuntxuruntxu Jaune. Señor de la cima,


Nunda aite jaune? _ dónde está tu padre?
Zeruetan, jaune. En los cielos, Señor.
Zetan zeruetan? ¿Qué hace en el cielo?
Artuak garanketan. Desgranar borona.
Artue zetako? ¿Para qué la borona?
Olluentzako. Para las gallinas.
Ollue zetako? ¿P ara qué la gallina?
Arrautzie eiteko. Para hacer el huevo.
Arrautzie zetako? ¿ Para qué el huevo?
Oblatie eiteko. Para hacer la oblata.
Üblatie zetako? ¿Para qué la oblata?
Abadientzako. Para el Cura.
Abadie zetako? ¿Para qué el Cura?
Mesie emoteko. Para decir Misa.
Mesie zetako? ¿Para qué la Misa?
Aingerutxo bien erdien zartii Para ponerse entre dos angoli-
ta zerure igoteko. tos y subir al cielo.

OTRO JUEGO
Colocan todos los niños sus dedos índices sobre una piedra
I) iin banco, menos uno que es el que dice:

Atxie mutxie pUoripnii Atxie mutxie piloripan.


ñire semie errotan; Mi hijo en el molino;
Errota txikie, klin, klan. el pequeño molino, klin. klan.
líein Juan nintzan basora; Una vez me fui al monte:
Topau nuan erbie; encontré una liebre;
Ja u rti nutzen arrie le di una pedrada
Ata nutzen eskereko begi goi-t ic: y le saqué el ojo izquierdo roj»i:
Gorri, gorri, gorri, gorrie. rojo, rojo, rojo, rojo.
Lodio, piti, konkordo. Gordo, pequeño, jiboso.
Gauzon salle neu nago: Me gustan las cosas;
Atzera begire dauenendaki» para eí que está m irando atrás
Gauzon gitxi dago. pocas cosas hay.
Al sonar la últim a palabra todos los niños deben llevar sus
índices a la boca; si alguno distraído se deja coger el índice por
el cantor antes de llevárselo a la boca, es castigado a aceptar
un castigo de los tres que se le dan a escoger con estas p ala­
bras: “Pipita, gili-gili, edo m atarro”. (Pellizco, cosque o cachete?)

ABARKETA ZARKA (EL JUEGO DE LA ALPARGATA)


('clocados en corro y en cuclillas chicos y chicas alternados,
sitúase en el centro el castigado. Una alpargata va pasando por
debajo de las piernas y de las sayas de chicos y chicas, quienes
procuran que el castigado no pueda seguir la pista de la al­
pargata. i
Si el castigado se descuida, los del corro le sacuden fuertes
alpargatazos en la espalda, pero sin dejarle que atrape la alpa r­
gata que vuelve a esconderse entre faldas y piernas.
Asi se desarrolla el juego hasta que el castigado logra coger
infraganti a alguno con la alpargata en la mano. En este caso
el cazado pasa a ser castigado y continúa ei juego de manera
idéntica.
En el VaHe de Arairvayona hay verdaderos artistas por su
hal)ilidad en hacer correr ocultamente la alpargata.

Los "liñ a joten" (golpeando el lino) eran en otros tiempos


temas obligados de las filípicas do los púlpitos de Aram¡i-
yona, porque las veladas que los “liña jo tzallak ” (golpeadores
de lino) organizaban para sus trabajos debían desarrollarse poco
edificantemente.
Una de las operaciones a que tenía que ser sometido el
lino era lo que llam aban “in g urtsi”, que consistía en sobar las
libras ya “trangadas” entre las manos. Para esta labor se reunían
chicas y chicos de los caseríos próximos, en uno de ellos, y tra­
bajaban durante toda la noche hasta el amanecer.
Con el fin de am enizar las prolongadas veladas recurrían
a muchos procedimientos uno de ellos eran el siguiente:
A cada chico había que buscarle una novia y viceversa. La
presentación de la chica era variadísim a, según la inspiración
que en el momento asistía a los versolaris, y desde luego can­
tando. Véase un ejemplo:
Neskatilla izan ar:oii Aunque sea muchacha
Eder eta pitxi, hermosa y linda,
Aretxek euki leike ella puede ser
Arduria gutxi. poco hacendosa.
Neskatilla izan arren Aunque sea muchacha
Baltza ta igerra, morena y flaca,
Aretxek egin leike ella puede ser
Soluen hierra. laboriosa en el campo.
Muchas veces estos cantos eran un tanto impúdicos. El tra­
bajo term inaba con un pantagruélico desayuno a base de leche y bo­
rona; para el cual cada asistente llevaba un litro de leche y la co­
rrespondiente cantidad de pan de maiz. Había quienes tragaban
siete escudillas de sopa.

COSTÜMimES
“Gabón am porra" (El tronco de Noche buena).— En la .N'oche
buena se hace lumbre con leña de u n solo árbol que se trae en­
tero a casa. La leña a medio quemar, que sobre, se guarda en la
cuadra y servirá para encender el fuego el próximo “Gabón”, en
que un nuevo árbol dará calor a la casa con el “Gabón zue” (fuo-
go de Noche buena) y cuyos residuos se conservarán también
para repetir la operación el año siguiente.
A los restos de leña medio quemada en la Noche buena se
les atribuye virtud para proteger a los anim ales de la cuadra.
Al anunciarse una tormenta, se enciende la vela guardada el
día 2 de febrero, quémanse ramos bendecidos y las hierbas de
San Juan, llamadas así las que el día de San Ju a n estuvieron col­
gadas en el dintel de la puerta.
Las precauciones que han de tomarse contra el rayo son:
Colgar el caldero del “Ijaratzu" (llar) sobre el fuego del hogar,
poner en la chimenea la Cruz de espino bendecida el día' de Ra­
mos y después decir:
Santa B árbara Santicu«. Santa Bárbara Santa Cruz,
Jauna, balixo zakigu«; Señor, ayúdanos;
Iñusentien ogie; Pan de los inocentes,
Jaune, misericordie. Señor, misericordia.

Santa Bárbara y Santa Cruz son dos ermitas existentes en


los dos extremos de la serie ininterrum pida de picachos que for­
m an las peñas de Echagüen, Ganzaga y Amboto. Por estas peñas
aparece siempre la torm enta y los rayos parece que corren de
Santa B árbara a Santa Cruz.
Todas las Cruces que se colocan en los labrantíos de este
Valle de Aramayona deben estar m irando a Santicruz. Es intere­
sante el detalle de que estas Cruces llevan todas adheridas algu-
tias lágrim as de cera de las velas am arillas usadas el año ante­
rior en ei Tenebrario, durante el Oficio de Tinieblas de la Sema­
na Santa.

El día de Jueves Santo se celebra en los caseríos la Cena del


Señor. Gómense en ella huevos en salsa y se bebe vino, cosa no
muy usual en los caseríos de antaño. Y tras los huevos y el vino
sopas de leche. La leche tiene que ser obtenida de todas las ove­
jas de la casa, aunque solo sea un poquito de cada una.

El día de San Roque nadie siembre nabo “bestela sam brutu


egiten d irá” si se siembra se pierde.
El día de San Lorenzo no debe comerse carne, porque al que
coma le saldrán bultos.
Antes de acostarse toda m ujer cristiana y hacendosa debe
recoger la ceniza del hogar y barrer muy bien barrida la cocina,
para que los ángeles puedan danzar en ella por la noche.

FORMULAS
En Aramayona no se blasfem a y como exclamación usual en
el Valle suele oirse esta: “Arralo m ille demoniuek; aida aida
am arm illfi aingeruek”. que. sin traducción posible, podría tener-
«sta versión: “Malditos m il demonios; válgame diez mil ángeles*
y desde luego es de muy enérgica eufonía.

Al beber agua en la fuente: “Nok edan dau emen ure? An-


jjerutxo batek. Zeinbat bider? Iru bider. Nik beste iru blder. Je ­
sús m lllebider" (¿Q uién ha bebido agua aquí? Un ángel. ¿C u án ­
tas veces? Tres veces. Yo otras tres veces. Jesús m il veces).
Si se tiene que beber agua después de las Avemarias ( “Amai-
tako ostien” ) hay que meter en el agua un tizón encendido “ma-
luek galdu deitezen” (para que se pierdan los m alignos).

Al term inar la siembra de una heredad, el casero reza esta


o ración: “Jaungoikuak bedeinkatu deizala eiñek eta eiteko guz-
tiek. Osasuna eta bakiaz jateko izan gaizala”. (Bendiga Dios lo
hecho y todo lo por hacer y que vivamos para comerlo con sa­
lud y paz.

Antes de comer: “Ja un a, gure esperantza dago zugan. Zeuk


«m oteuzkuzu jateko biar doguna. Zure eskue zabaldu eta guztie
bedeinkatu egizu” (Señor, nuestra esperanza está en Tí. Tú nos
das lo que necesitamos para comer. Extiende tu mano y bendíce­
lo to d o ).

CREENCIAS
Origen del Rayo y del Trueno: Lucifer dijo a Dios: “Gizonak
bildurtseko gauza bat asmauko ju a t” (Para amedrentar al hom ­
bre inventaré una cosa) (El trueno). Dios respondió: “B aña neuk
aurretik abixua hialduko ju a t” (Pero por delante enviar<5 yo el
aviso) (El Rayo).

Al amenazar una torm enta se tocan ias cam panas, como en


otros muchos pueblos de Alava. El sacerdote conjura las tempes­
tades, mientras los fieles que residen en las cercanías de la igle­
sia entran en ella a rezar.
Hay sacerdotes a quienes se atribuye una gracia especial pa­
ra hacer que el pedrisco descargue en los montes y matorrales.
Si hay alguna invasión de ratas se le llam a al señor Cura
para que las conjure. Me dicen que existen fórm ulas especiales
para ello, aunque no he conseguido por ahora hacerme con n in ­
guna de ellas. Desde luego es de rigor que en el conjuro el sacer­
dote señale a las ratas el lugar a donde han de huir.

Transcribo llelmente la fórm ula que me da u n buen easeio


para extirpar la hierba llam ada “KaskabiJlo bedarra” que cons­
tituye una plaga de los sembrados: “San Ju a n gabeko amahiek
erlojuen joten asten diranien, drangara bakotxian bedarbat ata
eskero, galtzenda zoloko kaskabillo bedarra” (Guando en la n o ­
che de San Ju a n empiezan a sonar las doce, si se saca una hier­
ba a cada cam panada, se extirpa la mala hierba del cam po).
Y esta otra no menos curiosa: “Txalai, jaio eta lenengo ba-
rikuan belarritik burduntsi gori bat zartu biar jake, istermiñen
gatxa etorri estakiuen” (A las terneras hay que meterles por la
oreja, el prim er viernes después de nacidas, un hierro candente,
para que no les venga el mal de patas).
Para quitar las berrugas a las vacas: “Ezkerreko belarritik
burduntzi goria zartu iru il barritako barikuetan”. (Meter por la
oreja izquierda un hierro candente los viernes de tres lunas
nuevas).
Remedio para el ganado: “Zazpi elexetako ur bedeinkatuak
etxera ekarri. D anak naztu eta beragaz ganadue buzti”. (Traer
a casa agua bendita de siete iglesias. Mezclarlas y rociar al g a­
nado) .
Otro: Pedir a un mendigo el pan que ha mendigado, dándolo
en cambio lo equivalente o más del de casa. El pan del mendigo
se da al ganado enfermo).

R E F R A N
A prili biribille Abril redondo
Urdie urditeien ilde: cerdo matado en la pocilga:
Auntze labagañien la cabra encima del horno
Tdie labaostien. y el buey detrás del humo.

C A N T A R E S
Los muchachos danzando alrededor de la fogata de San Ju an
San Juan, San Juan; San Juan, San Ju an ;
Arrautza bi kolkuan, dos huevos en el coico,
Bezte bi altsuan otros dos en el aida
.\rtuek eta gariek gorde (bis) guardar borona y trigo, (bis)
Sorginik ez, lapurrik ez B rujas no; ladrones no,
Badagoz bo errebeitez. si los hay que se quemen.
Los cantares de los coros de Santa Agueda que se cantan en
Aram ayona son los que se cantan en cualquier otra parte. Aca­
so no sea original m ás que el comienzo de una de las peticiones,
que es así:
“Zesin-urdaiek agetan, Cecina y tocino en la tranca,
ni emen gosiek tragetan.” yo aquí víctim a del hambre.

CANCION DE CUNA
Nere maitie lo ta lo Querido mío, duerme y duerme;
Zeuk orain eta neuk gero; tú ahora, después yo;
Zeuk gurozun orduren baten en la hora que tú quieras
Biok egingodogu lo ta lo. los dos haremos dorm ir y dormir.

DOS CANCIONES DE ROMERIAS


Maritxu, maiñendoko Marichu, madre de
Maritxuren ama, M arichu la de Mariñondo,
Berba gogorrak baña palabras duras pero
Borendate ona. buena voluntad.

Urkiolara noa Voy a Urquiola


Dom uruz Santuruz; por las Anim as; (tiempo)
Lenengo preguntia: prim era pregunta:
Nunda Mari Jesús ? ¿dónde está María Jesús?
i y ■
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i í ;íí .,- c
Nota del Censor
N I HI L OBSTAT
F é lix O z. de M e n d iv il

IMPRIMASE
Vitoria, 4 de febrero de 1950
D r. José G ran.
I N D I C E

PAGINAS

Introducción ................................................................... 7
Leyendas, cnentos y narraciones ............................. 13
Costumbres, tradiciones, etc......................................... 37
Conjuros, creencias y supersticiones ........................ 55
Oraciones ........................................................................ 69
Cantares para juegos .................................................. 75
Letrillas para donar ...................................................... 95
Descripción de algunos juegos ................................. 99
Juegos y cantares de cuna ......................................... 105
Del léxiQO íilftvég ........................................................... 113
Romance», ete................................................................... 117
Folklore del Valle de Aramayona ............................ 135
Aprobación eclesiástica .............................................. 147
•...la procesión recorre el pueblo en
dirección a la Capilla del Cristo, pa­
sando por el interior...» Púgina 4i
•...n iño s y niñas de las tscutías m n al
montt a cortar ramos de boj y de borto y
todo ¡o cfue cortan lo acarrean...“ Pó8¡r>o *o
• ...ivin lleiHindo todo f¡
m alerinl acumulado a
un cosifído de la plaza
p ú b l ic a ...' Pégina 40

«...los vecinos de Lancie­


go, los cuales para esca­
lar la torre y atrapar a
la abubilla...- Página 14
•‘^lendipuren piisa desdt entonces por ¡a
humillíK'iim ¡ir rer cóiHi’ Turojníd, el /'<«'-
Ííiiidp.vi) .Torofiífít, s( le mete hasUi ti rio,
tjue con ciw /ro /»oriiífs deaiiiiíi corre por
los mismos burJiiíes del pueblo.' Pógi na 32.
C ancit^o.-^Q ue me-han peffao;
cjue me-han pegao, cfue me-han
pegao.* Página 46

I
f

•r-

' < í í 5
l ¿ r " k • Jl M
f - / •
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ii
• J ’or t¡ campo de
• tn Santa
C ruz de Campezo.
pasa el río Ega y
a llí..,' Página 52

‘ ...iban las mozas


a robar una prenda
a las moras, f/ue pi­
pían en la cuepa de
• Jn tü ’ . PcSflino 52.
Dü5 escenas de u m ro­
mería en las montañas
de Santa C ruz de Cam ­
pezo.

A l fondo de una
de tilas la Sierra de
Codés, a l de la otra
el 'Valle de Campezo.
• ...el que va tn ti cenirose iza, apoyando sus bra­
zos en los hombros de los otros dos...- Página 102
'Chorro, horro, pico, tallo. (tut.‘ pagino 102

k
lí-
• CaJtì niño cabalga sobre sh contrario y se
colocan form ando cuadriiáiero...* Pógino 101

• -..est monte tJue b a y a medio camino entre


Penacerrada y £ o za y que ìos montaneses
del contorno liam an K rcju iza .' Pógino 2S

A '
•7 u é un día a ¡a laherna de
PoUco (esa en Ja i/ue todavía
puede beber eí <^ue (Quiera un
raso de vino de Jlioja) a
comprar vino. • Págino i38

•Co/ócíJs? m niño en el e x ­
tremo de la vara de un carro.
O tros níHos pisan el carro
por detrás, hacen contrapeso,
y asi el niño de la vara sube
cuanto permita el balanceo del
carro sobre el eje.* Pógino 139
• V n mozo, que hizo pro­
mesa de ello. Ileyfl enarbo-
b do el pendón parroijuial.
alto de unos cinco metros y
no poco pesado.' Pógino 43

‘ ...eí Ayuntamiento de mozos


de Cripán, c/Hf, como los de otros
pueblos, durante el 5 de febrero
gobernará a l pueblo.* Pógina 47
• Encimita de la
fuente de Sania
Cruz...* P00ina 65

• Bujanda. pueblo de ri­


co folklore.* Pógina 63
« YutU os de cara a ìa
Erm ita rezan una Sal­
ve a la Virgen, (¡ue se
cfueda a llí entre robles
y encinas.' Página 40

• ...toda ia parte a n ti­


gua de la villa de Santa
C ruz de Campezo está
rodeado de murallas
desde los tiempos de
los moros.» pagina 34
Portiítos esirm ecedorts hora­
dan la Sierra de Cantabria
y a través de ellos crúzanse
leyendas riojanas y monta­
ñesas a lomo de las cabalga­
duras de iñnaieros y leñadores.

liuen escenario para los ^:M iste-


rios de ¡a Redención •, sobre fodc
en los dias de la Semana Sania,
este ifue se extiende de la fuente
a la iglesia de Lagrán. Pàgina M
M campo a "rociarlo con el (ii)iu¡ lus­
tral del Sálfeido Sanio y Penlecoslés,
empleando el ramo deí Domingo de
Jlamos tVíMo hisopo, mientras se mu­
sita (juedamenle el conjuro.” Pdgina 57

•...c'OM SU aibeza m ella


desde ijue oyo el grito del
• m iindúzain’ ... Pógmo 137 S fi 'BoUntxo se íes túa iodos l<tS
M c t c r im n iío la ropa. F e » h » m
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