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Sociologia Docente

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Introducción

Desde hace por lo menos una década la literatura educativa viene insistiendo en la
necesidad de enfrentar cambios radicales en la educación formal de las nuevas
generaciones. La finalidad, entonces, es poner a tono la escuela con la «sociedad del
conocimiento». Esta manera de denominar la sociedad insinúa que el eje de la vida
económica, política y cultural es el conocimiento, y que en torno a él se toman las grandes
decisiones que rigen los destinos de la humanidad. Estos supuestos se están convirtiendo
casi en un lugar común y merecen un análisis más profundo para comprender los cambios
que realmente se están produciendo.

Los cambios de la sociedad son también de tipo económico y político, y sería simplista
asociarlos de manera unilateral con la revolución de las comunicaciones. En nuestra
hipótesis estamos de acuerdo con quienes hablan de cambios sustantivos que
trascienden a la tecnología y que tienen que ver incluso con el modo de ser del
pensamiento, o, dicho de otra manera, con las formas de representación que la cultura
occidental tiene de sí misma 1.

Lo que vamos a desarrollar más adelante es que los cambios que se están operando en
las estructuras de los Estados obligarían a redefinir el lugar de lo educativo en la
sociedad. Con las diferencias y matices que se dan entre ellas, «creemos que lo que
estamos viviendo es una época de transición que marcaría el paso del Estado docente a
la ‘sociedad educadora’». Tal como lo planteáramos en otro trabajo, «En América
Latina, a diferencia de Europa, quizá sea más visible esta tendencia, toda vez que la
forma como se consolidaron los sistemas de instrucción pública ha impedido que se
fortalezca una sociedad civil más protagónica en el ejercicio de la función educativa. La
sospecha que tenemos es que Europa sí ha tenido esa tradición y en esa medida no es
tan notoria la disminución del peso del Estado en la educación, lo cual, parece ser, es una
clara tendencia de las reformas que se implementan en el mundo entero» 2.

Para acercarnos a la posible verificación de esta hipótesis creemos necesario optar por la
perspectiva histórica, esto es, por tomar distancia temporal de lo que hoy nos sucede para
visualizar las dimensiones de los cambios que estamos presenciando y apreciarlos en
cuanto acontecimientos 3.

2. La educación antes de la era moderna 4

La educación no siempre dependió de la institución escolar.


Durante muchos siglos las sociedades utilizaron mecanismos
diferentes a la escuela para reproducir sus valores y sus
maneras de pensar. La manera de ver el mundo de esas
sociedades estaba regulada por un conjunto de rituales que no
tenían que ver con un maestro, un salón y unos estudiantes
recibiendo clase de lectura o de geografía. La historia de la
educación había tenido, antes de nuestra era moderna-
occidental, otro tipo de prácticas, de instituciones y de sujetos
que la hacía incomparable a la que hoy tenemos. En Europa,
antes del siglo xvi o quizás del xv, la educación era un asunto
propio de la Iglesia y se refería fundamentalmente a las prácticas
de la fe. Además de la catequesis, la acción intencionada de
educar a la población no era un asunto importante. En América
este fenómeno perduró hasta la segunda mitad del siglo xviii.
Antes, las culturas llamadas genéricamente precolombinas
practicaban otro tipo de rituales muy distintos, relacionados con
los papeles diferenciados que los hombres y las mujeres
representaban en sus sociedades.

3. La era del Estado docente

Allí emergieron nuevos sujetos y una nueva institución . Las repúblicas liberales que se
comenzaron a gestar en América desde finales del siglo xviii y luego en todo el mundo
occidental durante el xix, institucionalizaron este modo de ser de la educación. Desde
entonces el Estado asumió la función educativa y su aparato se fue sofisticando cada vez
más en busca de la regulación absoluta de la enseñanza. La escuela se convirtió en el
último eslabón de aquella compleja cadena que terminó llamándose sistema educativo.

La estructura vertical que ordenaba este edificio burocrático hizo del maestro un
funcionario a quien le correspondía representar la voluntad del Estado en la tarea
educadora. Durante casi cuatro siglos en Europa y casi dos en América, la institución
escolar fue prácticamente el único medio a través del cual se podía expandir la
«civilización occidental». El proyecto ilustrado de educar para alcanzar la perfección
humana en cada individuo solamente podía hacerse a través de la escuela, pues no
existía otro dispositivo de comunicación más eficaz, a no ser la prensa. Nuevas actitudes
frente a la vida, nuevas estructuras familiares, nuevos hábitos personales, en fin, nuevos
sujetos sociales, eran necesarios para impulsar el «progreso» y el crecimiento económico
que el capitalismo jalonaba con tanto ímpetu.

La lectura y la escritura, la aritmética y la ideología patriótica, eran los baluartes con los


que la escuela debía emprender la cruzada civilizadora que allanaría el camino del
progreso. La escuela, y por lo tanto el maestro, los edificios, los manuales y los
escolares, eran su responsabilidad. El Estado era funcional a la escuela y
viceversa, gracias a aquel aparato complejo en que se constituyeron los sistemas de
instrucción pública. En particular, disputarle la función educadora a la Iglesia , que la
había detentado durante tantos siglos, fue muy difícil y provocó incluso guerras en varias
regiones del mundo occidental.

Toda la parafernalia que el Estado liberal moderno fue construyendo en torno a su función
educadora se tradujo en intrincadas y sofisticadas leyes, normas y reglamentos, así como
en pesados presupuestos que determinaban el éxito o el fracaso de la empresa
alfabetizadora. La educación escolarizada, como ya dijimos, era prácticamente el único
medio que se tenía para acceder a lo que entonces se denominó cultura universal o
moderna. Incluso se llegó a sostener que la educación escolar era una de las condiciones
necesarias para enfrentar y superar la pobreza de las regiones más atrasadas del
mundo. Los conocimientos y los valores adquiridos en ella eran suficientes para que una
persona sobreviviera el resto de la vida en medio de las exigencias de la sociedad
industrial.

Surgieron teorías acerca de lo que significaba ser hombre o mujer y se separaron


claramente las etapas de crecimiento, los primeros años de vida, del resto, para
configurar lo que hoy conocemos como infancia. Ser niño, desde entonces, era
fundamentalmente ser escolar.

4. La época de la sociedad educadora

Pero lo que estamos viviendo son apenas signos, huellas y rastros de lo que será quizás
una nueva era en las formas como se educa la sociedad. El nombre de sociedad
educadora, en ese sentido, es apenas una categoría provisional que puede perder
significado según sea la dirección de los acontecimientos que apenas comenzamos a
vislumbrar. Las intensas e interesantes, si bien a veces dramáticas discusiones que
animan hoy en día el debate sobre la educación, expresan de alguna manera las diversas
tendencias que alinean las fuerzas en pugna por redefinir la tarea de la educación. Las
presentaremos como huellas o rastros que van dejando las pugnas en las que se mueven.
4.1. Primera huella: viejos sueños de autarquías
Durante las décadas del 60 y del 70 se consolidó un conjunto de teorías
críticas, herederas del marxismo y de la crítica filosófica a la cultura y a la ciencia. De la
oposición al capitalismo se pasó a una crítica más amplia de la cultura occidental, a los
principios de la Ilustración y luego a los del positivismo científico. Los existencialistas, las
feministas, la Escuela de Frankfurt, el psicoanálisis y el estructuralismo fueron las
escuelas de pensamiento que coparon los intereses de la juventud desde los años
cincuenta hasta entrados los ochenta del siglo pasado. Cuestionó la familia como
institución, el patriarcado, la clínica, la psiquiatría, la cárcel, el ejército, y, por supuesto, la
escuela.

La crítica radical a las instituciones se resumía en una postura antiestatalista que en el


fondo propugnaba espacios de autonomía, donde la sociedad pudiera expresarse y
decidir su destino de la manera más autárquica posible.

4.2. Segunda huella: las reformas educativas


Desde la década del 80 se vienen impulsando en Iberoamérica reformas legales de los
sistemas educativos, que por su recurrencia se han convertido en un signo más de lo que
está pasando. Se habla entonces de un giro radical en la manera de organizar el
sistema, con el propósito de responder a los retos de cobertura y calidad en un mundo
que, tal como lo reconocen los discursos introductorios a las reformas, se está
globalizando y exige mayores niveles de competitividad. Tal como dice Braslavski , dichas
reformas tienen en común una ambigua asignación de responsabilidades frente a la
administración del aparato educativo. Todas esas reformas están en marcha, y casi diez
años después muchas de ellas no han podido resolver los asuntos de la eficiencia
administrativa y de la racionalidad del gasto, tal como se lo propusieran.

En parte puede ser por la ambigüedad en relación con las responsabilidades del
Estado. El afán por descentralizar y delegar responsabilidades no les ha permitido
fortalecer profesionalmente los cuadros administrativos ni los esquemas organizativos y
de planeación, que en todo caso se están necesitando tanto en el nivel central como en el
provincial. Si la tendencia de las reformas se dirige a desconcentrar responsabilidades, no
se ven los esfuerzos por consolidar un nuevo sistema que reemplace al viejo aparato
central.

Esta es una huella que desconcierta...

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