4 Grandes Misioneros
4 Grandes Misioneros
4 Grandes Misioneros
TAREA:
MATERIA: MISIONOLOGIA
PROFESOR: ULISES PAAT EK
ALUMNO: HUBER ROMÁN ARREDONDO LÓPEZ
TAREA SEMANAL
SALON: “A” #1
David Livingstone
Médico y misionero británico que inició la exploración del interior de África (Blantyre,
Escocia, 1813 - Chitambo, Zambia, 1873). Procedente de una familia pobre, sacó adelante
sus estudios de Medicina en la Universidad de Glasgow y se enroló en la Sociedad
Misionera de Londres movido por sentimientos religiosos (fue ordenado sacerdote
protestante en 1840).
A petición propia, fue destinado al sur de África en 1841. Desde allí se adentró hacia el
norte en la actual Botswana, predicando la religión cristiana y explorando territorios
desconocidos en medio de graves peligros. En 1852-54 atravesó el desierto de Kalahari
hasta conectar El Cabo con Luanda, capital de la colonia portuguesa de Angola; desde allí,
rechazando las invitaciones para que regresara a Inglaterra y, a pesar de sus problemas de
salud, inició una nueva travesía del Atlántico al Índico, uniendo Angola con Mozambique a
través del río Zambeze (1854-56).
Durante su posterior estancia en Inglaterra fue premiado y recibido por la reina,
convirtiéndose en un héroe popular. Sus escritos y conferencias despertaron el interés por el
misterioso continente africano en todo el mundo, incitando a la posterior carrera colonial
por el reparto de su dominio entre las potencias europeas; no obstante, las intenciones del
propio Livingstone fueron siempre pacíficas, impulsando el conocimiento científico del
continente, el establecimiento de relaciones amistosas con los pueblos indígenas y la
erradicación de la esclavitud.
El gobierno británico financió un segundo viaje para explorar el Zambeze como vía de
penetración hacia el interior de África en 1858-64; pero las múltiples cataratas que
descubrió frustraron el proyecto. Un tercer viaje, financiado por la Real Sociedad
Geográfica en 1865-73, le llevó a explorar las regiones en torno a los lagos Nyasa y
Tanganika.
En 1871 circuló en Occidente la noticia de que Livingstone se había perdido y dos
periódicos enviaron en su búsqueda a Henry Stanley; éste se internó en el África oriental y
encontró a Livingstone en Ujiji, a orillas del lago Tanganika. Pero no consiguió
convencerle para que regresara y, tras aprovisionarle, ambos se separaron en 1872.
Mientras Stanley continuaba su exploración por el río Congo, Livingstone siguió su camino
y falleció un año más tarde de muerte natural.
Jonathan Edwards
Jonathan Edwards nació en el seno de una familia cristiana en 1703, en la colonia
norteamericana de Connecticut (Nueva Inglaterra, más tarde Estados Unidos). Su padre,
Timothy, era pastor congregacionalista. Al ser el único varón, el joven Jonathan parecía
destinado a seguir los pasos de su padre en el ministerio. La sociedad de Nueva Inglaterra
era nominalmente e institucionalmente protestante ya que sus orígenes se remontaban al
siglo XVII, cuando los “padres peregrinos” (puritanos descontentos con la Iglesia de
Inglaterra) cruzaron el Atlántico para establecerse en una tierra donde poder instaurar una
teocracia basada en la Palabra de Dios. En una sociedad como esta, la figura del pastor era
muy respetada y el ministerio era, por tanto, algo deseable desde un punto de vista humano,
además de espiritual.
Siendo sólo un adolescente, fue encaminando sus estudios hacia la teología. En 1718
ingresó en la recientemente fundada universidad de Yale. Al igual que la conocida
universidad de Harvard (Boston), Yale era un lugar de formación para pastores y hombres
de leyes (legisladores, gobernadores, abogados, etc.). Aunque Edwards iba asumiendo la
vocación del ministerio, mantuvo durante toda su vida un insaciable interés por las ciencias
naturales, la historia y otras áreas del saber. La formación recibida en Yale abarcaba estos
conocimientos además de las letras (filosofía, literatura clásica, griego y hebreo, y teología
bíblica). Aunque podrían destacarse muchas cosas del intelecto y capacidades de Edwards,
lo más importante en su vida fue que Dios quiso usarle como instrumento para la
conversión de muchos y para la defensa de la verdad.
Aunque Jonathan Edwards estuvo influido desde que nació por la predicación de la Palabra
de Dios, los devocionales familiares, y cultos de domingo y entre semana, más tarde
explicaría que su interés por la religión durante su niñez había estado impregnado de
sentimientos de autosuficiencia y justicia propia. En su adolescencia padeció una grave
enfermedad que le acercó a la muerte y, como él mismo dijo, Dios le “sacudió sobre el
hoyo del infierno”. Edwards no estaba ahora tan seguro de que fuese cristiano realmente.
Por este tiempo y de manera gradual, fue entendiendo que sólo la gracia soberana de Dios
podía salvarle y no sus obras o esfuerzos. Durante sus años de estudiante había cuestionado
las doctrinas de la gracia, y muy particularmente la enseñanza bíblica de que Dios salva a
quien quiere “según el puro afecto de su voluntad” y es totalmente libre en su elección. Sin
saber cómo, Edwards aceptó que Dios era perfectamente justo al obrar de esta manera, y no
sólo eso, sino que era una razón más para adorarle y deleitarse en Él.
La experiencia espiritual verdadera, como explicaría más adelante en sus sermones y
escritos, no consiste en estar seguro de que uno es salvo y deleitarse en que es amado por
Dios; más bien, el creyente se fija en Dios mismo y aprecia que es perfecto en todos sus
atributos y hermoso y majestuoso en sí mismo. Un espíritu de adoración consiste en
desprenderse de uno mismo y acercarse contrito y humillado ante la presencia de un Dios
santo. La santidad de Dios era para Jonathan Edwards lo que hacía deseable conocerle y
estar en Su presencia por toda la eternidad. La vida de este joven había cambiado con esta
visión renovada de la divinidad y con una nueva determinación de vivir para Su gloria.
Después de un breve período como ayudante de pastor, finalmente Edwards se estableció
como pastor en Northampton (Massachusetts). Era un pueblo pequeño (unos 1.200
habitantes) pero conocido por su fervor religioso, aunque los que eran formalmente
miembros de la iglesia y tomaban la santa cena eran menos del 50% de la población. Su
abuelo materno, que fue pastor de esta iglesia hasta su muerte en 1729, había sido un gran
predicador y había visto varios avivamientos durante su ministerio. Durante los años 1734-
35, siendo Edwards pastor, hubo un avivamiento espiritual en Northampton y otros pueblos
cercanos. Más de 300 personas se convirtieron al Señor en unos seis meses en Northampton
tan solo. Edwards describiría más tarde este avivamiento como un “derramamiento del
Espíritu de Dios” y un tiempo de “conversiones sorprendentes”. Leyendo los sermones que
Edwards predicó durante este período, podemos constatar que este “avivamiento” no fue un
mero entusiasmo pasajero o un desvarío emocional (como afirmaban los críticos), sino que
estuvo motivado por la predicación del verdadero evangelio y por la comprensión por parte
de la gente de que el arrepentimiento era urgente, el infierno era real y que Cristo era el
único camino de salvación. Cada sermón estaba encaminado a que la gente se aferrase al
sacrificio de Cristo para perdón de los pecados y para ser justificados ante Dios. Edwards
exhortaba a los creyentes desde el púlpito a que viviesen una vida en santidad para la gloria
de Dios, en total dependencia de Él.
Philip James Elliot
Nació el 8 de octubre de 1927 en Portland, Oregón, Estados Unidos, falleció el 8 de enero
de 1956 en Rio curaray, Ecuador.
Fue uno de los cinco misioneros muertos mientras participaba en la Operación Auca, un
intento de evangelizar a los huaorani del Ecuador.
Finalizando sus estudios en 1949, de cuyo valor en algún momento comenzó a dudar, hizo
un curso de lingüística práctica, allí oyó hablar de los aucas, el curso erza un preparatorio
para instruir a futuros misioneros deseosos de aprender a hablar lenguas indígenas.
Su entrada en el diario del 28 de octubre de 1949, expresa su creencia de que el trabajo
dedicado a Jesús fue más importante que su vida (vea Lucas 9:24. "Porque todo el que
quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa , lo mismo lo
salvará. ")
Éscribió," él no es un tonto que da lo que no puede mantener para ganar lo que no puede
perder ". Sigue la anotación en el diario con una cita de Lucas 16: 9 ("para que, cuando
falle, te reciban en habitaciones eternas"). Es un dicho cercano al predicador inglés
inconformista Philip Henry (1631-1696) que dijo: "No es un tonto quien parte con lo que
no puede mantener, cuando está seguro de que será recompensado con lo que no puede
perder". (Jim Elliot)
El otoño de 1949 fue una temporada emocionante para el neo-evangelicalismo, que buscaba
diferenciarse del fundamentalismo del pasado, revivir a la iglesia, ganar a los perdidos y
ganarse el respeto de la cultura. Billy Graham, de 30 años de edad, quien se había graduado
de Wheaton seis años antes de Jim Elliot, realizó su primera cruzada, cuando más de 6,000
personas vinieron a escucharlo predicar en el Auditorio Cívico en Grand Rapids, Michigan
(13 al 21 de septiembre).
Después de eso, se fue a Los Ángeles para una campaña de dos meses que lo catapultaría a
la fama nacional. Ese diciembre, se reunió la primera reunión de la Sociedad Teológica
Evangélica, cuando sesenta profesores de Biblia y teología se reunieron en Cincinnati para
escuchar un discurso de Carl Henry, quien había publicado The Uneasy Conscience of
Modern Fundamentalism dos años antes.
Fue durante este tiempo, el 28 de octubre de 1949, para ser exactos, que Jim Elliot escribió
una entrada de diario...
El aspecto más sorprendente de esta increíble historia fue que era una repetición virtual de
una tragedia que había ocurrido una década antes en Bolivia cuando Cecil Dye, su hermano
Bob y sus tres compañeros, todos con la Misión de las Nuevas Tribus, entraron a la jungla
en una Esfuerzo por abrir el camino al trabajo misionero entre los bárbaro. . . . No fue hasta
1949 que las esposas supieron de manera concluyente que sus esposos habían sido
asesinados.
Gladys Aylward
Gladys Aylward era una joven inglesa que había nacido en el invierno de 1902 en el seno
de una familia trabajadora. Sus padres podían mantener a duras penas a ella y sus dos
hermanas por lo que tuvo que ayudar económicamente trabajando como empleada de
hogar.
Pronto descubrió su verdadera vocación, quería ser misionera en China, así que intentó
prepararse para aprender su complicado idioma y sus tradiciones. La primera puerta que se
le cerró a Gladys fue la de una organización misionera, la China Inland Mission, debido a
sus malas calificaciones académicas pero, lejos de rendirse, continuó ahorrando lo poco que
podía y, gracias a algunos de los dueños de los hogares en los que trabajaba, devoró todos
los libros que pusieron a su alcance sobre la cultura china.
Cuando consiguió recoger el suficiente dinero para pagarse un viaje en tren (viajar en barco
era demasiado caro para ella), una Gladys a punto de alcanzar los treinta se dispuso a
atravesar medio mundo para hacer realidad su sueño. En tren, autobús, mula, andando,
Gladys se enfrentó a un largo y peligroso viaje cargada con un sencillo equipaje en el que
llevaba una Biblia, sus pocas pertenencias y sus escasos ahorros, atravesando territorio de
profundas tensiones políticas entre la Unión Soviética y China.
Su periplo finalizó en la localidad de Yangcheng donde empezó a colaborar con una
misionera llamada Jeannie Lawson. Juntas acogieron en su “Posada de las ocho alegrías” a
los viajeros que atravesaban aquella zona, situada en una de las rutas comerciales chinas.
Además de darles cobijo y comida, ambas mujeres, de los escasos occidentales instalados
en la zona, predicaban la Palabra de Dios a todos aquellos que las querían escuchar y
consiguieron que algunos de aquellos comerciantes se convirtieran al cristianismo.
El tiempo que Gladys vivió en la posada consiguió dominar el idioma local y sumergirse de
lleno en la vida china. Había alcanzado la felicidad consiguiendo cumplir un sueño
largamente soñado pero que se truncó con la muerte de Jeannie. Ella sola no podía
mantener la misión que ambas habían levantado pero pronto una nueva oportunidad llamó a
su puerta.
La fama de Gladys y Jeannie se había expandido por la comarca de tal manera que las
autoridades de la zona decidieron contratar a Gladys para una importante misión. Hacía
poco que se había decretado prohibir una opresiva y dolorosa tradición ancestral que
obligaba a las mujeres a vendarse los pies para impedir su crecimiento provocando
horribles malformaciones. A Gladys se le encomendó transmitir dicho decreto entre las
mujeres chinas como inspectora gubernamental. Además, para ella fue una nueva
oportunidad para continuar expandiendo el Evangelio.
Gladys fue rebautizada pronto como “la virtuosa”, por el cariño y la devoción con la que se
volcó en su trabajo de ayuda a los demás. Además de su labor como “inspectora de los
pies”, Gladys colaboró con las autoridades para mejorar la vida en las prisiones y empezó a
hacerse cargo de los muchos niños huérfanos que deambulaban por las calles.
Cuando estalló la guerra entre China y Japón en 1938, y la localidad de Yangcheng fue
bombardeada, Gladys no dudó en huir con el centenar de niños que había llegado a recoger
con los que atravesó montañas y cruzó ríos para ponerlos a salvo. Luchadora incansable,
Gladys ayudó a construir una iglesia cristiana en Sian y colaboró en una leprosería cerca
del Tíbet.
Una labor agotadora que terminó con dejar exhausto su cuerpo, obligándola a regresar a
Inglaterra en la década de los 40 donde, lejos de retirarse, continuó predicando el
cristianismo y trabajando con niños huérfanos, siempre pensando en la posibilidad de
regresar a Oriente, objetivo que cumplió hacia 1958 cuando se instaló en Taiwán.
Por aquel entonces, Gladys ya era una celebridad que había inspirado un libro y una
película de Hollywood. La posada de la sexta felicidad no sólo había adaptado el nombre de
la misión de Gladys y Jeanne sino que modificó de tal manera su personalidad que sintió
que habían manipulado la historia. No solo Ingrid Bergman era muy distinta físicamente a
Gladys sino que el relato de los hechos en los que se incluyó una historia de amor disgustó
a la verdadera misionera.
Gladys Aylward intentó olvidarse de la imagen distorsionada que Hollywood había creado
de ella y continuó con su labor cristiana en Taiwán donde falleció a principios de 1970