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La Fuerza o Poder Divino!!!

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LA FUERZA O EL PODER DIVINO

Los filósofos, desde la antigüedad, escribieron sobre el origen del Estado, genética del Estado,
metafísica del Estado. Esencia del Estado, individuo y comunidad. Han descrito teorías sobre el
Estado. Sobre la soberanía, sus orígenes y características, sus formas de gobierno, pero lo que
nunca hicieron fue elaborar una teoría sobre los orígenes ideológicos, la conciencia, del Poder.
Cuándo y cómo el Poder toma conciencia de sí mismo.

Hegel fue quien, en su “Fenomenología del Espíritu” identificó la idea del Espíritu, dios, con el
Poder. Pero lo hizo de manera especulativa y sin definir y determinar los contenidos de la
conciencia del Poder. A pesar de que su Espíritu toma conciencia de sí mismo, no como Poder,
aunque es Poder, sino realizándose, materializándose, personalizándose en la Historia y en el
Estado, un instrumento del Poder. En términos sociales y materialistas Bakunin y Nietzsche fueron
los primeros en asociar la idea de dios con el Estado.

Marx elaboró el concepto de superestructura, cuyos elementos integrantes racionalizan la


dominación, y asoció el Poder y uno de sus instrumentos de dominación, el Estado, con la clase
dominante. Freud le puso al Poder diferentes nombres: súper-yo, civilización o principio de la
realidad y sublimación. En la sublimación se realiza la síntesis del principio del placer o liberación,
como tesis, y del principio de la realidad o represión, como antítesis. Tanto en la superestructura
como en el principio de la realidad, el Poder se manifiesta como represor y dominante. La
civilización, como religión y derecho, es dominación. Poder.

Eric Fromm estudió la relación sadomasoquista entre el dominante y el dominado como una
relación de poder que también se expresa en términos de sicología de masas. Y trató de explicar el
nazismo en términos de relación sadomasoquista. W. Reich concluyó que la represión sexual es un
instrumento de dominación del Poder y de la revolución sexual como una respuesta contra la
dominación. Marcuse, a partir de las revolucionarias aportaciones de Freud, desarrolló la teoría
más elaborada sobre la racionalización de la dominación. Del Poder.

Otros autores, sociólogos, politólogos y filósofos, Weber, Gramsci, Foucault, Parsons, Tawney,
Laski, Hauriou, Burdeau, French, Raven, Freire, Wolf, Michels… han elaborado diferentes
conceptos académicos del Poder, pero no han tenido en cuenta ni sus orígenes ideológicos ni sus
contenidos. E incluso algunos han elaborado teorías tan abstractas que, a veces, no se sabe muy
bien de qué están hablando. Bien es cierto que sus teorías se centran en los tiempos
contemporáneos, pero los orígenes arcaicos de la ideología del Poder permanecen en estos
tiempos, más o menos encriptadamente. Y explícitamente en las dictaduras católicas y en los
Estados islámicos. Las religiones son la ideología del Poder como negación de las libertades.

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Estos autores se han limitado a analizar los reflejos del Poder, sus espejismos y proyección en las
diferentes formas de dominación, pero no han radiografiado sus contenidos. Sus tripas
ideológicas. La referencia a dios como origen de la idea de Poder no aparece nunca en sus escritos.
Además, han construido unas teorías sin hacer referencia al concepto de libertad. Y la palabra
libertad la ignoran como negación del Poder. Y el Poder no se puede entender sin su negación, la
libertad y sin llegar hasta sus orígenes: la idea de dios.

Han estudiado los poderes, los instrumentos del Poder, el ejército, la administración, el Estado, la
religión, los gobiernos, el parlamento, la justicia, la prensa, el derecho, la propiedad… como
manifestaciones del Poder, pero no han tenido en cuenta cuál es la conciencia del Poder. ¿Qué es
el Poder? ¿Cuándo toma conciencia de sí mismo? ¿Cómo se representa así mismo? ¿En qué
formas? ¿Dónde está? ¿Con qué sistema de valores se construye y justifica? En el desarrollo de
esta tesis reproduciré documentos originales, a veces extensos, porque considero que es
necesario conocer de primera mano unos textos, insustituibles por cualquier comentario, en los
que se contiene la conciencia del Poder.

La teoría del Poder no se agota en uno de sus instrumentos, el Estado o la teoría del Estado, es
mucho más compleja porque está contenida en el sistema de valores, la moral, la cultura, las
religiones: la civilización y su mentalidad. Es en ésta donde se condensa la conducta de las
relaciones entre los miembros de la sociedad, la psicología social e individual, la conciencia de
clase de la clase dominante como conciencia de todos y del Poder con el que se identifica. Este,
como el Estado, tiene una ideología. De este aspecto ideológico y del origen de esa ideología no
trataron los filósofos. Hasta las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa. Y sólo
parcialmente.

Para elaborar una teoría de los orígenes ideológicos del Poder podríamos empezar hablando del
concepto de libertad, pero hasta la civilización grecorromana, discretamente, y las revoluciones
citadas, la libertad estaba concebida como sentido del deber hacia el Poder. Es éste, en su forma
racionalizada de Estado y en la idea de dios, el que elabora una teoría de la libertad vinculada a la
dominación. Porque la libertad no podía entrar en contradicción ni con dios ni con el Estado.
Hubiera sido una amenaza para el propio Poder. Algunos creyeron que la libertad se encontraba
en el interior de la conciencia, era una evasión social. Y al final acabaron identificándola con la
necesidad. Porque no se podía ser libre contra la voluntad ni de dios ni del Estado. De que así
fuera se encargaron la Inquisición y el Corán.

Poder y Libertad son la cara y la cruz porque la libertad sólo puede existir como negación de
aquél , no como afirmación del mismo. Por eso, el salto cualitativo en el desarrollo de la libertad
lo darán las revoluciones citadas a partir de la afirmación de una nueva soberanía, la popular, y un

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nuevo concepto de la libertad basado en la declaración de derechos individuales y universales. El
individuo dejó de ser un sujeto de deberes hacia el Poder a ser un sujeto de derechos frente al
Poder, fundamentado en una nueva ideología. La libertad tomaba conciencia de sí misma en el
nuevo sistema de valores: los derechos individuales y humanos.

Diferenciar entre las teorías sobre el origen del Poder, los contenidos de éste y la libertad es
necesario. Porque aunque adquiera formas democráticas de organización no existirá libertad, si el
individuo no tiene derechos. Lo que ocurre cuando la ideología religiosa se impone como deber
frente a los derechos individuales en el marco de una organización democrática de la dominación.
El primer paso consistirá en describir de qué manera la idea del Poder nace asociada,
indivisiblemente, a la idea de dios. Habrá que definir qué es, por qué existe y dónde reside éste.
Finalmente habrá que describir cuál es su conciencia. En qué consiste su sistema de valores que lo
justifican. Y no perder de vista su negación: la libertad.

Desde los orígenes de la civilización urbana, no ha existido civilización sin Estado, civilización sin
dios, civilización sin Poder. En todo tiempo, el Estado ha sido y es la fuerza/violencia organizada
racionalmente para dominar. Cualquier forma de Estado y gobierno, incluso la democrática, es una
forma de dominación. ¿Cómo se presenta racionalizada la fuerza y la dominación?:
tradicionalmente en las religiones y mitologías; complementariamente, en el derecho, la tradición,
la costumbre y la cultura.

En los orígenes de las civilizaciones, allá por el tercer milenio antes de la fundación del Imperio
romano, cuando la idea de la soberanía y el Estado estaba indivisiblemente asociada a la idea de
dios, Estado, dios y Poder eran una misma cosa, la relación entre el Poder, de una parte, y sus
súbditos o creyentes, de otra, se racionalizó en el ritual del sacrificio. En ese ritual, Dios, Estado y
Poder eran reconocidos por sus súbditos como su propia conciencia.

La primera idea que tenemos de dios está asociada con la autoridad, la ley, el miedo, el terror, el
deber, el Poder, ¿por qué? ¿Por qué los dioses se repelen unos a otros, tratan de conquistarse y
destruirse? ¿Por qué las monarquías, la derecha, la democracia cristiana tienen dios, lo adoran e
imponen? ¿Por qué Franco creía, rezaba, adoraba e imponía el dios católico? ¿Por qué Mussolini,
Pinochet, Perón, Salazar…todos los dictadores adoraban a un dios, el católico, y lo imponían? ¿Por
qué Hitler aceptó la existencia del dios cristiano luterano y del católico y trató de crear su propio
dios e imponerlo?

¿Por qué en Estados Unidos el Presidente jura su cargo en nombre de dios? ¿Por qué los
gobernantes de los países capitalistas, esclavistas y feudales invocan a dios? ¿Por qué los calificas,

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emires y gobernantes musulmanes creen en dios, lo adoran y lo imponen a todos sus súbditos?
¿Por qué los gobernantes, la derecha y el nacionalismo, en la Inda, China, el Japón creen, adoran e
imponen sus creencias budistas, hindúes, confucionistas, taoístas, sintoístas…?

¿Qué relación existe entre el dios de cada Estado y la soberanía para que el uno invoque al otro y
para que dios forme parte ella? ¿Acaso la moral, la ideología, los intereses de las clases
dominantes y gobernantes son la conciencia, la única conciencia de la nación, de todos los
súbditos del mismo Estado? ¿Por qué no existe una conciencia de clase popular? La conciencia de
clase de los oprimidos y dominados.

Desde sus orígenes hasta hoy día, ni las religiones, ni sus dioses han servido ni para luchar ni para
acabar con la explotación, la miseria y las injusticias, más bien o han sido indiferentes a la miseria
o la han idealizado, justificado y potenciado. Porque las religiones siempre han estado asociadas a
la riqueza, la propiedad y el Poder. ¿Por qué? ¿Por qué durante milenios han coexistido, justificado
y consentido la esclavitud, la servidumbre, el proletariado, el martirio, el hambre, el
antifeminismo, la homofobia, las guerras?…

Bastaría con que las religiones cristianas y musulmanas lanzaran una ofensiva crítica contra la
dominación, explotación y políticas económicas neoliberales, proponiendo como alternativas la
planificación económica, la propiedad pública y los derechos individuales para que los pueblos se
movilizaran contra los gobiernos que los dominan y explotaran hasta paralizar esas políticas que
son la causa de la miseria económica, política y moral. ¿Por qué no lo hacen? ¿Tal vez porque esas
religiones forman parte del Poder?

Si ni han servido para acabar con la miseria, ni para potenciar la ciencia, proponer, defender y
luchar por las libertades políticas, los derechos individuales, la felicidad y el placer, sino que se han
opuesto al desarrollo científico, potenciando la ignorancia, el fanatismo y la obediencia, exaltando
el sufrimiento, el martirio, la muerte y la castidad… ¿Para qué han servido y siguen sirviendo tanto
las religiones como sus dioses?

Ni el islam ni el catolicismo firmaron la Declaración de Derechos Humanos, 1948. La Iglesia católica


lo ha hecho recientemente, pero con tantas reservas que no los cumple. Empezando en su misma
organización y Estado, donde los sacerdotes, monjas y monjes carecen de libertad de conciencia,
de culto, de religión, de prensa, de pensamiento y sexual por jurar voto de obediencia y de
castidad. Estas religiones monoteístas han combatido los derechos humanos desde que fueron
proclamados por la “revolución norteamericana y la francesa”. Nunca antes, durante la hegemonía

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totalitaria de las religiones monoteístas y sus formas de gobierno y dominación, existieron estos
derechos.

En los orígenes de la Humanidad, dios no existía. La Humanidad fue evolucionando por selección
natural, por adaptación y, sobre todo, por la capacidad de la especie humana para construir sus
propios instrumentos, transformar el medio en el que vivía y acomodar el mundo a sus propias
necesidades. Tampoco existían clases sociales. Ni poderes políticos. Ni Estado. Durante más de
cincuenta mil años, contando desde finales del Paleolítico, hasta los orígenes de las culturas
urbanas en Egipto, Oriente próximo y medio, la India y China, dios había estado ausente de las
civilizaciones emergentes. Aún no había sido creado porque aún no existían clases sociales ni
voluntad de poder o dominación.

La apropiación de los bienes públicos por unas minorías, al instaurarse la propiedad privada de los
medios de producción y de la riqueza, creó un modelo de sociedad construido a partir de la
formación de clases sociales antagónicas, de amos y siervos. La propiedad de los medios de
producción fue idealizada y divinizada. Y lo sigue siendo hoy por las religiones y el derecho. Sobre
este modelo de sociedad, construido sobre este tipo de propiedad privada, se formaron los
gobiernos, Estados y religiones, instrumentos de dominación al servicio de la clase social
dominante. La idea de dios, que apareció al mismo tiempo que la formación de las clases sociales,
no podía ser ajena a los intereses de la clase dominante sino su auxiliar en el proceso de
dominación.

Durante milenios de evolución humana la única experiencia que tuvieron los humanos fue la de
vivir rodeados de espíritus del bien y del mal. Inmersos en un mundo demoníaco que determinaba
sus vidas para bien o para mal. De la decisión de esos espíritus, desconocidos, incorpóreos,
inmateriales e incomprensibles, dependía la suerte de cada cual. La enfermedad y la salud, el
hambre y la comida, el frío y el calor. La superstición, en unas civilizaciones sin capacidad de
entendimiento científico, fue el sentimiento dominante en todas ellas. No creían en dioses, sólo
tenían miedo a los espíritus. Aunque su suerte no dependía de espíritus sino de la naturaleza y del
medio. Del clima y de la necesidad.

Sin embargo, esos espíritus demoníacos tenía una cualidad: el Poder: la fuerza para dominar,
someter, decidir sobre la suerte y fortuna de cada ser humano. La primitiva idea de Poder se
formaba asociada a esos espíritus irreconocibles. Un Poder al que hay que someterse, al que hay
que interpretar y al que hay que rendir culto, comunicándose con él mediante el ritual del
sacrificio.

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El sacrificio es donación e inmolación de algo, una persona, un animal, o menos sanguinariamente,
la dedicación y autodestrucción de la propia personalidad para servir al espíritu, al Poder. El
sacrificio es el ritual del Poder en el que se escenifica la relación vinculante entre el dominante y el
dominado. En el sacrificio el Poder se manifiesta así mismo al ser reconocido por el dominado.

Este ritual es la experiencia religiosa más simple y elemental pero la más elaborada y universal,
porque en todas las civilizaciones se utiliza como único vínculo de comunicación con los espíritus y,
posteriormente, cuando se condense la idea de mundo demoníaco en la idea de dios, lo seguirá
siendo en las religiones monoteístas.

En este ritual se contienen, ya, todos los elementos de la relación entre el dominante y el
dominado, el amo y el siervo, el súbdito y el Estado. De esta manera, asociada a la idea de
capacidad de destrucción de los espíritus, se desarrolla la idea de sumisión a ellos, de
reconocimiento de su autoridad y de identificación con ellos. Se crea una sicología social e
individual de sumisión sadomasoquista: el inferior está sometido al superior; lo universal contiene
lo particular; lo particular es accidental y contingente, lo universal es necesario. Nace así una idea
teocrática y totalitaria del Poder.

Empieza a elaborarse una conciencia universal enajenada basada en la dominación. Asociada ésta
al Poder y sus símbolos: Dios y el Estado. La teología y la filosofía se encargarán de elaborar
teóricamente esta conciencia universal como religión y como derecho. La idea central de la
religión es que los humanos están sometidos a poderes superiores a ellos. Apoyándose en esa idea
los gobiernos que se establezcan desde los orígenes de las ciudades Estado, imperios o
monarquías legitimarán su propia existencia y fuerza en un origen divino. Todo Poder viene de
dios. Todo gobernante o es dios o su representante. Hasta las revoluciones democráticas en Grecia
y posteriormente con las revoluciones liberales y comunistas, la idea y teoría del poder divino es
una idea teocrática, absolutista o tiránica del Poder.

Durante milenios no existió mitología. Los pueblos no tenían conciencia de sí mismos. No habían
creado una historia idealizada construyendo mitos de su propia existencia social. Sólo a partir del
tercer milenio antes de nuestra era, hará unos cinco mil años, las civilizaciones urbanas y sus
imperios empezaron a construir mitologías, elaborando relatos épicos imaginarios de cómo podían
ser esas fuerzas superiores del mundo demoníaco, a las que irían identificando como dioses o
héroes divinizados. Y, sobre todo, una idea del Poder o la Fuerza divina. Estas se fueron creando
en cualquier parte del mundo, sin necesidad de conexión cultural entre ellas, en las que ya existían
sociedades organizadas en torno a clases sociales antagónicas y en las que ya existían poderes
dominantes, camuflados bajo cualquier forma de dominación. Aún no se había elaborado una
teoría, pero sí una experiencia universal de la dominación. Existía una experiencia de la fuerza, la

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violencia, la dominación como idea de la soberanía, que las religiones identificarán con la idea de
dios.

El mito tuvo como primera característica la identificación de una comunidad social y política con
una Estado o forma de dominación del Poder. De manera que se elaboraron tantos mitos como
Estados o civilizaciones autónomas. Y tantos dioses como comunidades. Dios ya no es uno de
tantos miles de espíritus que pueblan el primitivo mundo demoníaco. Es un espíritu
individualizado e identificado, como protector o amenaza, con un territorio, con una familia, con
una comunidad, con un Estado. Personificado, identificado y personalizado porque se visualiza en
los símbolos que lo representan: estatuas, libros, edificios, templos, tumbas…No importa la forma
en la que sea representado cada dios o poder. Lo que importa es que, a falta de tener una idea
física de él, se crea que habita en cada uno de esos símbolos.

La idea de dios nunca fue una idea original porque cada poder en la medida en la que se constituía
sobre una familia, comunidad, ciudad o Estado tenía los mismos atributos de origen divino.
Aunque las mitologías, como conciencia colectiva enajenada, fueran diferentes y tuvieran
diferentes dioses, héroes o nombres. En ningún caso el Poder establecido podía justificarse sin
referencia a su origen divino.

Cualquier Poder establecido necesitaba crear su propio dios porque el origen divino del Poder era
su único fundamento de legitimidad. A partir de ese fundamento divino el poder civil y religioso,
indivisibles, elaboraban el derecho como fundamento de legalidad. De esa manera, legitimidad de
origen divino y legalidad de origen político estuvieron siempre, cualquiera que fuera la persona de
su gobernante o la forma de gobierno, hasta las revoluciones liberales del siglo XVIII y posteriores
siglos, al servicio del Poder.

El Poder se construye sobre la explotación económica, la dominación política y la dominación


moral. Sin dominación y explotación no hay soberanía. Y lo poseen quienes explotan
económicamente y dominan política y moralmente, porque el Poder es dominación y ésta se
impone por la fuerza, que es la razón fundamental sobre la que se construye la soberanía. La
fuerza es la violencia, físicamente racionalizada en el Ejército y la Policía y moral y legalmente
racionalizada en la religión y el derecho; pero esta dominación y la misma fuerza no tienen
conciencia de sí mismas. El Poder sólo toma conciencia de sí mismo cuando elabora un sistema de
valores, una moral, y los proyecta en la ley, el derecho y la conciencia social.

Son las religiones, sus sacerdotes o creadores, quienes elaboran esa conciencia mediante la
redacción de un sistema de valores, una moral, una ideología. Es así como la religión y su moral es

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la conciencia de clase de los componentes de la clase dominante. El Poder, representado por los
gobiernos, Estados y religiones, estaba y está integralmente constituido por dos elementos: la
fuerza y la religión, representados por la aristocracia militar y la aristocracia sacerdotal. Las
funciones de cada uno son diferentes pero el objetivo es el mismo: la dominación.

Si conocemos cuáles son las cualidades del Poder: fuerza, violencia, dominación, explotación…,
como todo Poder, según las religiones, viene de dios, conoceremos cuáles son las cualidades de
dios y sus representantes, porque la soberanía es una emanación, a imagen y semejanza, de la
idea de dios. Pero aún tan importante como esto es que, conociendo sus cualidades conoceremos
cuáles son las cualidades que debe tener el súbdito, creyente o fiel en sus relaciones con él:
sumisión, resignación, sufrimiento, humildad, castidad, obediencia… según proponen los libros
sagrados.

La idea de dios nació asociada a una clase social, militar o clerical, que domina sobre todas las
demás clases sociales, a las que explota económicamente y trata de controlar política y
moralmente. El régimen político modelado por todas estas circunstancias se conoce como
“monarquía oriental”. No poseía constitución sino mitología y derecho como fundamentos
constitucionales. Era fuente de ley, pero no estaba sometida a la ley. Sólo se consideraba
responsable de sus actos ante su propio dios. Ella misma. Es así como la palabra “dios”, adquiere
el significado de Poder Absoluto. En todos los textos religiosos se presentará a dios como un Poder
absoluto. Al igual que las monarquías o imperios.

En la Biblia, en el Credo, en el Padre nuestro o en el Corán…se presenta constantemente a dios


como Poder Absoluto. El “Padre nuestro” es una exaltación del Poder absoluto y totalitario de
dios, dice: "Padre Nuestro, que estás en los Cielos, Santificado sea Tu Nombre, Venga a nosotros
Tu Reino, Hágase Tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo”. Su reino han sido las monarquías,
dictaduras y fascismo. Su voluntad una forma de dominación sobre las voluntades individuales.

En la cultura egipcia, referente de otras culturas, contemporáneas y posteriores, el predominio de


los objetos religiosos, tales como tumbas y templos, entre las reliquias de las primeras ciudades,
manifiesta que los dirigentes de las comunidades nuevas fueron sacerdotes. Antes que la casta
militar se constituyese en Poder, éste surgió en torno a la casta sacerdotal. Algo que no tiene nada
de particular porque los sacerdotes eran, en sus orígenes, jefes políticos y religiosos. Exactamente
lo mismo que mucho siglo después ocurrirá con el islam. Y antes que en el islam en todas las
monarquías orientales, incluso con los emperadores romanos.

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Los derechos que sobre el excedente económico reivindicaban los primitivos jefes sacerdotales
tuvieron su origen en la creencia universal de que los curanderos y brujos eran mediadores
necesarios entre los hombres y el mundo superior de los espíritus: el excedente económico, la
plusvalía en nuestro tiempo, era un don de los espíritus, cuyos favores se habían ganado los jefes
sacerdotales. Algo así afirmará, muchos siglos después, a finales del siglo XIX, el papa León XIII en
sus encíclicas “Quod apostolici muneris” y “Rerum novarum”.

En Sumir se consideraba que el dios de la ciudad era el dueño de la misma. El patesi o gobernante
humano sólo era su representante. En Egipto el faraón era considerado un dios vivo y sus
sirvientes eran siervos de dios. Los papas han heredado ese título de siervos de los siervos de dios.
Fue una creencia universal que toda ciudad estaba bajo gobierno y protección directa y personal
de un dios, representado por los gobernantes. Teoría que hoy siguen manteniendo el catolicismo y
el islam, con diferentes discursos. La religión y el Estado se hallaban unidos de tal suerte que,
quienes ejercían la autoridad formaban una teocracia. En sus orígenes todo Poder fue teocrático. Y
todo Poder teocrático lo elaboró la clase social sacerdotal/militar.

El panteón egipcio, lo mismo que el de Mesopotamia, se elaboró bajo el influjo de factores


políticos. En el período predinástico, en el que fueron todopoderosos los sacerdotes de Heliópolis,
Atum, el dios de la ciudad, se identificó con el Sol. Horus, dios halcón, que se identificó con el hijo
divino, fue en sus comienzos dios de Damanhur, situado en el delata. Cuando sobrevino la
desunión política Horus, se opuso a Seth, dios de la ciudad de Ombos. Al volverse a unificar, Horus
estableció su sede en Heliópolis, donde Atum acabó identificándose con Re, el dios solar. Debe
entenderse que los cambios de dioses se debían al Poder de las diferentes castas sacerdotales.

Si en la dinastía quinta el culto a Re se impuso como culto oficial del Estado, posteriormente,
cuando una casta sacerdotal diferente controlaba el Poder en cada ciudad imponía su propio dios.
Así fue como los sacerdotes de Tebas, Heliópolis y Menfis se organizaron en torno a Amón, Re y
Ptah. Y así sucesivamente. Las ciudades y los imperios cambiaban de dioses en función de los
cambios políticos.

Fenómeno sociopolítico y religioso que no debería sorprendernos, no porque fuera constante en


todas las culturas antiguas y modernas, sino porque, precisamente en el Renacimiento, el
cristianismo se escindió, por razones políticas, en los Estados del Sacro Imperio Germánico,
Holanda, Suecia, Inglaterra, España, Austria…Ocurrió exactamente lo mismo que en esas
milenarias culturas, egipcias o no. Siglos antes se había producido la escisión política religiosa
entre Roma y Bizancio. Y entre Moscú y Bizancio.

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Todo Poder tenía un origen divino. Sin embargo, la primera gran teoría del Poder fue en la Biblia
donde se elaboró. En el Pentateuco, los cinco libros atribuidos al período de formación de la
nación judía bajo la dirección de Moisés, se contiene esa teoría del Poder divino. Posteriormente
la reelaboraría el cristianismo a partir de una experiencia política diferente, la existencia del
Imperio romano.

Yahveh se convirtió en el fundamento ideológico y cultural, político y jurídico del pueblo judío. El
era la única fuente de ley. El origen del Poder y el Poder mismo, ejercido por los reyes judíos en su
nombre. Si en el Génesis se presenta al dios judío, posteriormente apropiado por los cristianos,
como el Espíritu absoluto, el Verbo y la Palabra, el origen de todo lo creado. En los Diez
mandamientos el Éxodo lo presenta como Poder absoluto, cuyo referente es el Código del rey
Hammurabi. El Levítico no es otra cosa que una especie de Código de leyes impuestas a los judíos
por dios.

Yahveh era el dios de la guerra, señor del cielo y de la tierra. La vida social del pueblo hebreo se
convirtió en el campo principal de la acción divina. El elemento más original de este dios fue el
sentido de finalidad divina que dio la experiencia social del pueblo judío. Este encontró la
manifestación de la voluntad divina no en la experiencia de la naturaleza física, sino en la
experiencia del proceso social.

La consecuencia de tal interpretación fue dar a la Historia una significación religiosa, no sólo en
cuanto tradición, sino en el presente vivo. Cuanto ocurría, fuera lo que fuere, tenía un significado
en función de los designios de Yahveh. La creencia tradicional de los hebreos fue que los
fenómenos sociales son manifestaciones de la acción divina. Esta idea de que todo lo humano está
predeterminado y guiado por la voluntad divina la encontraremos en los filósofos materialistas e
idealistas griegos. Sólo que, con otras palabras. Y en general en el concepto de determinismo
astronómico. Mucho anterior. Tal vez procedente de los sacerdotes mesopotámicos. Ese concepto
de que todo está determinado por la voluntad divina se mantiene hasta el presente. En las
religiones y en muchas mentalidades. Si bien se va a reelaborar con otros términos y argumentos.
Tras los cuales siempre domina la voluntad divina sobre la humana.

El modelo de monarquía oriental se estableció en Israel como en todas las demás civilizaciones.
Siguiendo un modelo parecido. La alianza entre el estamento sacerdotal y el aristocrático. Éste con
la función social de imponer, mediante la violencia, la dominación de clase y el sacerdotal con la
función social de crear un sistema de valores de origen divino que no tenía otro objetivo que
racionalizar la dominación. Es en la construcción de estos dioses y sistema de valores con los que
el estamento sacerdotal fue construyendo la teoría del Poder.

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Dándole cada estamento su rasgo particular, característico de su sociedad y tiempo histórico, en
todos los casos se justificaba de la misma manera el origen divino del Poder. Fuesen los sacerdotes
iraníes mazdeistas, los hindúes, budistas, confucianos…hasta los orígenes de la religión en Grecia.
En cuyas ciudades Estado se dio un giro a partir de la constitución de las democracias durante los
siglos V y IV antes de nuestra era.

Desde una perspectiva histórica, la monarquía oriental fue producto de la lucha por la posesión de
la propiedad de la tierra y medios de producción; desde una perspectiva social fue el medio para
imponer la dominación de la minoría aristocrático-militar sobre la mayoría, campesinos, artesanos
y esclavos o súbditos; desde una perspectiva religiosa fue una creación de origen divino, justificada
en la creencia religiosa según la cual tanto el déspota como el súbdito debían aceptar
necesariamente su situación en la vida. Los súbditos o creyentes carecen de derechos. Primera
característica de la teoría del Poder de origen divino.

Como todo el que no forme parte del Poder carece de derechos, debe observarse que todo Poder
como todo dios o religión, aún como filosofía espiritual y divina, tienen este mismo fundamento
moral: la necesidad de que los súbditos o fieles acepten, asuman y acaten su situación por
miserable que sea. Es la garantía que tiene el Poder de controlar a sus enemigos. Que serán todos
aquéllos que vivan en su periferia. De la misma manera que la idea de dios es universal porque
está en el origen del Poder en cada Estado no democrático, es también universal este concepto
moral de sumisión absoluta a dios.

Esta actitud moral de sumisión al Poder, fue desarrollada y transmitida al resto de las culturas
posteriores por los sumerios y babilonios, como concepto de “pecado”. Si bien, todo el culto
religioso era un medio de defensa contra las calamidades que causaban a los hombres los espíritus
y dioses, la humanidad padecía por causa de su propia maldad. A partir de este sentimiento de
culpa, la casta sacerdotal elaboró el concepto de pecado.

Según éste, en sus orígenes el hombre había vivido en una especie de paraíso, pero habiendo
abandonado sus deberes religiosos cayó en el pecado. Del que no podía librarse sin ayuda de los
dioses. En castigo de esa prevaricación, pereció todo el linaje humano, excepto un solo hombre, a
cuyos descendientes se transmite, de generación en generación, esa maldición. En la versión
babilónica del Poema del justo atribulado, el dios Marduk, aplacado por la confesión, la plegaria y
los ritos devuelve a los hombres la salud y la paz. Sólo la misericordia del dios universal,
representado por la casta sacerdotal y la monarquía, podía librar a los hombres del castigo.

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Esta misma versión es repetida por los judíos desde la primera página de la Biblia y siglos después,
desarrollada por los cristianos como fundamento a partir del cual se construyó toda la mitología
cristiana relativa a Jesús y el misterio de la salvación. Siglos antes en muchas ciudades griegas este
sentimiento de culpa se representó en variadas versiones. En las fiestas que se celebraban en el
culto al dios Baco, un aspecto de ese culto era el suplicio o sacrificio expiatorio que consistía en
que una comunidad social se purificaba de sus pecados utilizando a uno de sus miembros como
chivo expiatorio, que era el que cargaba con la culpa de todos los miembros de la comunidad
sometiéndose a una especie de tortura en la que participaban sus propios vecinos.

La redención de la Humanidad, como misión de muchos dioses/hombres, anteriores al


cristianismo, fue una característica de las religiones de salvación. Sin el sentimiento de pecado y
culpa hubiera sido imposible construir el mito de los dioses salvadores y el de Jesucristo, un
anacronismo residual de los anteriores. Porque sin pecado no hubiera habido sentimiento de culpa
y sin culpa no hubiera sido necesaria la salvación de la Humanidad. O lo que es lo mismo, sin
necesidad de redención el dios/hombre Jesucristo no hubiera podido ser creado porque hubiera
carecido de misión salvadora. Y, en consecuencia, la Iglesia cristiana no existiría. Esta Iglesia y sus
posteriores ramificaciones cristianas se construyeron sobre ese fundamento.

Por lo que es necesaria la creación del mito del sentimiento de culpa, que Freud recreará como
“complejo de Edipo”, porque era necesario para que las religiones crearan una moral de sumisión
al Poder y justificaran su imposición como norma de conducta. Como conciencia moral de todos
los súbditos. Es así como el individuo es socializado al servicio del Poder, anulando su capacidad de
desarrollo individual y personal, y es así como se racionaliza en la religión y el derecho la
dominación y explotación por parte del Poder. Este comportamiento lo vamos a encontrar en
todas las religiones, hasta el día de hoy.

En las monarquías orientales, y en cualquier forma de gobierno, el deber de los gobernados era
obedecer. Obrar de otra manera significaba violar la voluntad divina y atraer sobre sí la justa
venganza de la autoridad. La fuerza de la tradición política de las culturas antiguas consistió en
negar a los gobernados no sólo toda participación en el gobierno, sino también todo derecho a
oponerse a los actos de los gobernantes. La justicia como la fuerza son instrumentos de
dominación.

Posteriormente, el sistema de valores judeo/cristiano retomó el sentimiento colectivo e individual


de culpa para convencernos de que ante el Poder divino debemos someter nuestras voluntades.
Sobre este sentimiento, a partir del cual arranca la Biblia y establece su relación con dios,
construyeron sus mitos y valores. “La culpa, dice Luis Racionero, (Nietzsche y anarquismo, El Viejo
Topo, nº 16, pg. 5). vuelve enfermos a los individuos, los adocena, somete y debilita. Del maridaje

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del cristianismo romano con el Dios intratable de la mitología judía, ha nacido ese aborto europeo,
el complejo de culpabilidad, medusa que vive agazapada en los cerebros, sorbiendo energías,
reprimiendo deseos, destruyendo la libido, devorando lentamente todo lo que sea alegría, gozo
espontáneo, sobreabundancia. La culpa es el basilisco que petrifica la carne viva, de la emoción,
consumiendo los cuerpos, para reinar en el yermo de las almas…

Evidentemente, “el cristianismo murió en la cruz” y ese híbrido extraño engendrado por los
patricios romanos y la diáspora judía, es una constante negación de la vida. El comienzo de la
Biblia contiene la psicología entera del sacerdote: hay que hacer desgraciado al hombre; se adivina
ya que es lo primero que, de acuerdo con esa lógica, vino al mundo: el pecado, el concepto de
culpa y de castigo; el entero “orden moral del mundo” ha sido inventado contra la liberación del
hombre respecto al sacerdote…el origen de todos los dictadores está en la Biblia”.

Junto con el sentimiento de culpa era necesario crear otro elemento que racionalizase la
ignorancia, el fanatismo y la sumisión absoluta al Poder/dios. Ese elemento es la fe. Según escribió
el Papa Pío XI, contemporáneo de Mussolini, Hitler y Franco, en su encíclica “Mit brennender
Sorge” ,14 de marzo de 1937, “La fe consiste en tener por verdadero lo que Dios ha revelado y que
por medio de la Iglesia manda creer: es demostración de las cosas que no se ven”. Porque, como
ratificó un papa posterior, Juan Pablo II en su encíclica “Fides et ratio”,…“La razón, privada de la
aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle
perder de vista su meta final”....

Para Juan Pablo II, el agua profunda en la que se puede beber para cobrar energías es, como
estamos viendo, la confianza receptiva y abierta a un don inmerecido que queda recogida en esa
espléndida expresión paulina que es la obediencia de la fe (cfr. Rom 1, 5; 16, 26). Remata el jesuita
A. Llano, en su artículo “Audacia de la razón y obediencia de la fe”, revista Humanitas nº 14. La fe
es un instrumento de la voluntad del Poder clerical para controlar absolutamente la voluntad
individual. El sentimiento de culpa es el estado de convicción individual y colectiva de que
debemos estar sometidos al Poder.

La monarquía oriental contenía todos estos elementos. La mentalidad que determinaba la relación
entre gobernantes y gobernados, existe hoy igual que hace milenios. Creías que los gobernantes,
fuese cual fuese su proceder, obraban con justicia, porque invocaban la sanación divina y los
gobernados, pese a lo mucho que padecían bajo la dominación, carecían de derechos morales y
legales para resistir al Poder. Observemos que este es otro rasgo del pensamiento político
religioso: el rechazo del derecho de los súbditos a revelarse contra el Poder. Que, sin embargo, la
religión justificará cuando el Poder ataque una determinada religión para imponer otra.

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Cuando en Grecia se sustituye el modelo de monarquía oriental por el democrático se produce el
fenómeno de pluralidad religiosa junto con los comienzos del pensamiento científico, basados en
la filosofía materialista. En estas ciudades griegas el individuo pasó a ser el origen y fundamento
del Poder. El panteón griego, construido con dioses aristocráticos, fue sustituido por religiones
privadas. Dionisíacas, algunas, de los misterios otras y de salvación. La isonomia o igualdad de
todos ante la ley rompía con el concepto religioso de sumisión ante el Poder. Los fundamentos del
origen popular del Poder se estaban poniendo. A pesar de Platón. En Grecia no se creó una casta
sacerdotal y la aristocracia fue desplazada del Poder, durante estos siglos y con diferente suerte.

Destruida la democracia y sustituida, durante el helenismo, por el modelo de monarquías


orientales, el órgano central de éstas fue la realeza. El culto griego a los héroes se unió con la
concepción oriental del rey divino para crear la práctica de deificar a los gobernantes. Así, los
reyes, prescindiendo de sus antecedentes, se divinizaron y su Poder se consideró como provisto de
una base sobrenatural. El rey, dios, y el Estado eran la misma cosa. Su Poder era absoluto e
irresponsable. El rey era jefe militar, jefe civil y jefe sacerdotal.

La República romana tampoco creó una casta sacerdotal, aunque reprodujo el modelo
aristocrático de panteón divino. Como en Grecia, las religiones, a diferencia de las monarquías
orientales y el judaísmo, no elaboraron ninguna moral o código de conducta por lo que el Poder no
estaba en dios o la casta sacerdotal, que no existía. El pueblo romano era el único origen del
Poder, si bien, los dioses vigilaban y protegían la ciudad y mantenían relaciones estatales,
colectivas y familiares con sus ciudadanos mediante el sacrificio.

Los romanos sí tuvieron claro cuál era la función social de las religiones al servicio del Poder. Al
decir de Polibio: “Pero la cualidad por la cual la república romana se considera distintamente
superior es, en mi opinión, la naturaleza de sus convicciones religiosas. Creo que es precisamente
lo que entre otros pueblos constituye un objeto de reproche, a saber, la superstición, lo que
mantiene la cohesión del Estado romano. Estas cosas están revestidas con tal fausto e introducidas
en la vida pública y privada hasta tal grado, que nada lo podría superar, hecho que sorprenderá a
muchos. Este curso de los hechos podría haber sido innecesario si no fuera imposible formar un
estado de hombres sabios, pero puesto que toda multitud es voluble, llena de deseos ilegítimos,
de pasiones insensatas y de ira violenta, es preciso frenarla mediante terrores invisibles y
exteriorizaciones pomposas. Por esta razón creo que los antiguos no actuaban irreflexiva o
arbitrariamente introduciendo entre el pueblo nociones relativas a los dioses y creencias en los
terrores del infierno, sino más bien que los modernos actúan irreflexivamente proscribiendo tales
creencias”. (Historias, libro VI).

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Carente la Roma republicana, como la Grecia democrática, de una religión monoteísta, sus
ciudadanos, sus gobernantes y el propio Estado disfrutaban de pluralidad de dioses. Esta
pluralidad favoreció la penetración de todas las religiones de los pueblos conquistados. De los
misterios, de salvación, el gnosticismo y muy especialmente el estoicismo. Con la suplantación de
la República por el Imperio se fue instaurando, como en el caso del helenismo, una monarquía
oriental. Que encajaba mal con la pluralidad religiosa del Imperio.

No ha existido nunca un Imperio, una monarquía o una dictadura que no sean monoteístas. En
Egipto el faraón y la clase sacerdotal vivieron en conflicto por la hegemonía de uno de sus dioses.
Un Imperio necesita un dios que legitime la autoridad del emperador y que unifique e integre a
todas las partes, porque la existencia de varios dioses en el mismo Imperio crea centros de poder
que cuestionan el Poder central o imperial, constituyéndose en una amenaza para el Poder
imperial. Además, un Imperio, a diferencia de una República, no se construye sobre ciudadanos
libres sino sobre súbditos. Un Imperio, como una monarquía o dictadura, dado que la soberanía, el
origen del Poder no es popular sino divino, necesita una ley moral de origen divino, unos valores y
un código de conducta que imponga la conciencia del sentido del deber y obediencia a la
autoridad.

Este camino lo fue elaborando, ya desde los tiempos del helenismo, el estoicismo, difundido por
Seneca y el mismo Emperador Marco Antonio. Esta concepción filosófica, junto con todo tipo de
religiones, se fue difundiendo por el mundo romano. Los estoicos difundieron una idea que se
acomodaba al poder absoluto. La idea de que el ser humano encuentra su felicidad cuando actúa
conforme a la ley y la razón. En ello consiste la virtud: en la fidelidad a la ley, la conciencia del
deber, la abnegación, la renuncia a los placeres de la vida, la exigencia y dureza contra uno mismo.
Siguiendo el modelo helenístico, en la monarquía oriental en la que se había transformado el
Imperio, la voluntad imperial es la ley. A ella deben someterse, por imperativo categórico, todos
los ciudadanos. Pero entonces los ciudadanos deben perder esa condición y son transformados en
súbditos por los emperadores.

En el siglo III de nuestra era el emperador Aureliano decidió darse a sí mismo el título de Dominus
et Deus, señor y dios, e impuso el monoteísmo en el culto al Sol invictus. Poco después, el
emperador Diocleciano decide transformar a los ciudadanos en súbditos mediante el decreto de
“utilitas pública”. La isonomia griega, que igualaba a todos ante la ley, es sustituida por la sumisión
de los ciudadanos al Poder imperial. Que es divinizado.

Pero en éste y el siguiente siglo el Poder imperial estaba cuestionado por otros poderes, apoyados
por otros dioses. La pluralidad de dioses era una amenaza para cualquier poder con vocación
totalitaria o absolutista. Era necesario imponer un dios en todo el Imperio. El estoicismo no estaba

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organizado ni como sacerdocio ni como iglesia. El cristianismo, que se estaba formando
orgánicamente en torno a la casta sacerdotal y a los obispos e intelectualmente bajo las
influencias del estoicismo, del gnosticismo y de los restos de las otras religiones, sí ofrecía una
institución organizada y jerarquizada al servicio del emperador. Y un sistema de valores que
empezaba invocando la obediencia al Poder, por uno de sus fundadores, San Pablo.

En el siglo IV los emperadores Constantino y Teodosio decidieron elegir la opción cristiana como
religión estatal frente a un mundo plagado de dioses y de centros de Poder descentralizadores.
Constantito legalizó el cristianismo y lo igualó con el resto de los cultos. Finalizando el siglo,
Teodosio lo declaró religión única del Imperio e ilegalizó todas las religiones y cultos existentes. De
esta manera, por voluntad imperial, el cristianismo pasó a ser la religión de la monarquía imperial
romana. Como todas, una forma de gobierno monoteísta. Pero estos emperadores y sus sucesores
hicieron mucho más que institucionalizar el cristianismo, contribuyeron definitivamente en la
elaboración de su doctrina y de la teoría del Poder.

Junto con la legalización y estatalización del cristianismo, el siguiente paso en importancia lo dio el
emperador Constantino al sancionar, en los concilios de Nicea y de Constantinopla, la doctrina
contenida en el “Credo”. Esta confesión de fe fue especialmente importante porque el emperador
se garantizaba la unidad ideológica, política y orgánica, que estaba siendo cuestionada, dentro de
la misma Iglesia. Esta unidad religiosa y política era necesaria para garantizar la unidad orgánica
del Imperio. Y porque en el “Credo” se invocaba la idea de un dios absoluto. Necesaria para
justificar la idea de un emperador absoluto. “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador
del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”, así comienza esta declaración de fe.
Complementada con el “Padre nuestro”.

Los emperadores decidieron, también, sobre otras dos cuestiones trascendentales en el devenir
orgánico y teológico de esta iglesia. En el Concilio de Éfeso fue condenada la doctrina de Nestorio
y en el de Calcedonia se aprobó, cuatro siglos después del nacimiento de Jesucristo, que éste tenía
una doble naturaleza, humana y divina, en una sola persona. Definitiva fue la intervención
imperial, de Teodosio el Grande y de Valentiniano, al imponer que el obispo de Roma era el
primado, papa, de la Iglesia en la parte occidental del Imperio. Tras esta decisión imperial se
generaron dos problemas, dos dioses, dos imperios y dos autoridades: la de Bizancio y la de Roma.

Durante varios siglos, desde los orígenes del cristianismo, que coinciden con los comienzos del
Imperio romano, las comunidades helenísticas judeo/cristianas, estuvieron elaborando códigos de
conducta - una moral, una ley, como ya hizo Moisés- con los que la religión cristiana pudiera llegar
a formar parte del Poder. Sus códigos de conducta, su ideal social, su moral, su concepto de la
libertad y del Poder no podían cuestionar la autoridad imperial. Debían dotar a esta autoridad de

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súbditos fieles al Poder imperial. Desde esa perspectiva, acomodaticia al objetivo de ser la religión
del Estado, elaboraron sus códigos de conducta, su moral, su ideal social. Por esa razón en la
concepción social las comunidades cristianas se adaptaron a las realidades sociales del Imperio.

En esta adaptación a las instituciones imperiales el cristianismo no transformó ese orden social
existente. Pocos fueron los cambios producidos en la sociedad por las influencias cristianas.
Excepto en la medida en que la supremacía de la clase sacerdotal alteró algo la jurisdicción del
Estado en los asuntos religiosos, la institucionalización del cristianismo no originó prácticamente
ningún cambio ni político ni social. Todo siguió como estaba.

Al aceptar el régimen imperial, adoptó la monarquía oriental y la institución aristocrática como


formas políticas de dominación. La obediencia a los poderes imperiales fue un deber religioso. En
el ejercicio de sus respectivos poderes la Iglesia era la intérprete exclusiva de la ley divina, de la
voluntad de dios, que tanto los gobernantes como todos los súbditos estaban obligados a aceptar.

Los cristianos no sólo aceptaron la existencia de la estructura de clases, sino que encontraron
nueva justificación de esa misma estructura. Orígenes, uno de los padres de la Iglesia, enseñó que
las desigualdades de nacimiento y de fortuna reflejaban los abismos de pecado en que habían
caído los hombres. Agustín de Hipona, otro padre de la Iglesia, también sostuvo que las clases
sociales tenían su origen en el pecado. Juan Crisóstomo, predicaba que la servidumbre de la mujer
respecto al hombre, la del hombre con su dueño y de todos los súbditos en relación con el Estado,
tenía sus raíces en la corrupción moral y a causa de este origen, era permanente, natural,
inevitable e imposible de cambiar la sociedad clasista. La condición de ricos y de pobres. De
explotados y explotadores.

La diferenciación de la clase sacerdotal como un orden privilegiado es prueba completa de la


aceptación cristiana de la existencia de clases sociales. La energía de muchos obispos por la
obtención de cargos y honores, para acumular riquezas y para adoptar lujos propios de la
aristocracia, tales como guardias de corps, residencias magníficas, vestiduras y comidas ostentosas
y una moral corrompida, destacó esta adaptación al orden social imperial. (Turner, R., Las grandes
culturas de la Humanidad”, T.I, FCE, México, 1974, pgn. 1080 y ss.)

La conversión de las clases ricas del Estado imperial y la enseñanza de que la posesión de riquezas
no estorbaba el camino al cielo, aseguró la permanencia del orden social imperial. Esta concepción
social permaneció con el tiempo y dura hasta el día de hoy. En el siglo XIV, 1323, el papa Juan XXII
condenó en su Bula “Cum inter Nonnullos”, la doctrina franciscana de la pobreza absoluta de
Cristo y de los apóstoles. Finalizando el siglo XIX, el papa León XIII, en su encíclica “Rerum

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novarum” afirmaba: (...) “14. Como primer principio, pues, debe establecerse que hay que
respetar la condición propia de la humanidad, es decir, que es imposible el quitar, en la sociedad
civil, toda desigualdad. Lo andan intentando, es verdad, los socialistas; pero toda tentativa contra
la misma naturaleza de las cosas resultará inútil. En la naturaleza de los hombres existe la mayor
variedad: no todos poseen el mismo ingenio, ni la misma actividad, salud o fuerza: y de diferencias
tan inevitables síguense necesariamente las diferencias de las condiciones sociales, sobre todo en
la fortuna. - Y ello es en beneficio así de los particulares como de la misma sociedad; pues la vida
común necesita aptitudes varias y oficios diversos; y es la misma diferencia de fortuna, en cada
uno, la que sobre todo impulsa a los hombres a ejercitar tales oficios”.

El que explota, domina impone, gobierna lo hace por la fuerza. La fuerza, la violencia es el Poder,
pero no es la fuerza la que elabora una teoría del Poder. Al menos hasta las revoluciones
burguesas y los regímenes totalitarios de izquierdas y en alguna medida el nazismo. Pero estas
teorías del Poder son muy recientes. Hace poco más de 200 años. Si bien desde Marsilio de Padua
y posteriormente otros pensadores o filósofos estaban poniendo las bases de una nueva teoría.
¿Quién elabora la ideología del Poder?

Han sido las religiones las que han elaborado esa ideología. E incluso el derecho político y la
legislación. No sólo el catolicismo crea su propio derecho canónico, ya he hablado del Pentateuco,
el Corán es, fundamentalmente, un código de leyes. ¿Cómo elaboran las religiones monoteístas
esa ideología? Ya he hablado de rasgos universales de las religiones: el sacrificio, el sentimiento de
pecado y culpa y la fe. Estos elementos constituyen, en sí mismos, los fundamentos del Poder.
Porque no hay Poder antidemocrático que no los contenga. Y porque ningún Poder absoluto y
teocrático o totalitario puede construirse sin esos elementos.

Aún en el caso del nazismo que no se presentan como religiosos sino como estatales, son los
mismos. En el Islam el sentimiento de culpa no está elaborado porque su dios no es un dios de
salvación pero en su ritual de formas de sumisión a dios y en su sacralización del martirio y juicio
final, está contenido ese sentimiento. Cuando hablo de Poder estoy hablando del origen del Poder
anterior a las revoluciones liberales. O de cualquier forma de Poder totalitario, absolutista y
antidemocrático. Aunque se presente en formas laicas o estatales, en la actualidad.

La ideología del Poder se fue construyendo en el sistema de valores y la moral. En las monarquías
orientales ya estaban identificados, dios y el Estado, como único Poder pero, al mismo tiempo,
faltaba por elaborar una teoría del origen del Poder y del concepto de la libertad que ese Poder
tiene de sí mismo y que no puede entrar en conflicto con su posición dominante. Con su
autoridad.

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Sobre la libertad y el Estado ya habían elaborado los filósofos griegos diferentes teorías pero es el
cristianismo el que, una vez formando parte del Imperio, fue elaborando una teoría sistemática y
propia sobre el origen del Poder. La soberanía. El cristianismo nacía con voluntad de Poder. El
mismo Cristo hizo una propuesta política al prometer la instauración de su propio Reino en el
mundo. Y la Iglesia tomó está idea de crear su propio Reinado y, en consecuencia, de instaurar su
propia soberanía imponiendo su propio dios.

Cuando Cristo y Pablo de Tarso recomendaban a sus pocos fieles que debían someterse a la
autoridad imperial, estaban indicando el camino a los cristianos de buscar los medios para ser
aceptados en el Estado. Sin embargo, el Imperio ya se estaba desintegrando en múltiples centros
de Poder. Primero en dos grandes bloques: oriental y occidental. Luego el Occidental se
desintegraría en multiplicidad de centros de Poder muchos de los cuales aún no tenían dios,
aunque sí espíritus. Los pueblos bárbaros, visigodos, ostrogodos, vándalos, suevos, germanos,
francos, estaban ocupando y distribuyéndose el Imperio romano occidental.

De hecho, en esos siglos, IV, V, VI, VII, el cristianismo en Occidente se reducía a la existencia del
papa en Roma y a la Hispania visigoda que, finalizando el siglo VI, con la conversión de los
visigodos al cristianismo impusieron esta religión a la población hispanorromana, hasta la invasión
musulmana en los comienzos del siglo VIII, que impuso una nueva soberanía y un nuevo dios. En
esta nueva realidad geopolítica europea se instauraron diferentes soberanías, ninguna de las
cuales reconocía al dios cristiano ni la autoridad de Roma.

Fue en ese contexto, a partir del siglo V, cuando el obispo de Roma, León I, apoyado en las
decisiones imperiales, se proclamó papa de Occidente y Oriente y, finalizando el siglo, otro papa
Gelasio I puso los cimientos de la primera teoría del origen del Poder, conocida como doctrina de
los “dos poderes” o “dos espadas”. Sus referentes intelectuales fueron San Pablo y San Agustín de
Hipona, autor de “La Ciudad de Dios”. Como corporación clerical, siguiendo el mismo modelo de la
casta sacerdotal egipcia y considerándose a sí misma, en el derecho canónico, como sociedad
perfecta, la Iglesia actuaba como un Estado dentro del Estado. Era la conciencia e ideología del
Estado imperial y lo irá siendo de los reinos bárbaros como ya lo era en el Imperio Bizantino, pero
reivindicaba autonomía organizativa y administrativa, soberanía, frente al mismo Estado.

Para justificar esta reivindicación el alto clero empezó a elaborar una teoría del origen divino del
Poder, que nunca antes se había elaborado. Su novedad fue concebir la existencia de dos poderes.
Uno, divino y el otro, civil. Dios es el origen de todo Poder y como la soberanía religiosa tiene una

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misión superior, por ser espiritual, a la soberanía civil, material o social, ésta, sus gobiernos y el
Estado deben estar sometidos a la soberanía religiosa.

Este planteamiento tan simple perdura hasta hoy día y para proteger la soberanía clerical
elaboraron un concepto de la libertad, complementario del Poder clerical, que, en esencia dice
que la libertad es elección de la verdad divina o sometimiento de la voluntad individual a la
voluntad divina o clerical. De manera que quien no somete su voluntad a la voluntad clerical no
puede ser libre. Según este concepto de la libertad, cuyos orígenes se encuentran en el
pensamiento griego y especialmente en los estoicos, para ser libre hay que someterse al sistema
de valores cristiano. Esto es, hay que identificarse con la conciencia y la ideología de la clase
dominante. Su propósito no fue otro que establecer una autoridad teocrática sobre cualquier otra
autoridad política. Su voluntad no fue otra que la de imponer la casta sacerdotal como gobierno
absoluto de la sociedad.

En ese proceso de desintegración del Imperio, al que ya me he referido, en el que la misma Iglesia
había quedado reducida a la mínima expresión territorial de la ciudad de Roma, en un último
intento de supervivencia, se presentó a sí misma, ante los bárbaros, como depositaria del Poder
imperial romano, ofreciéndose a restaurar la unidad imperial bajo la autoridad de un poder
teocrático sacerdotal.

En un documento falsificado se presentaba, la Iglesia, como heredara y transmisora de la


autoridad imperial. Lo paradójico de este documento es que fundamenta el origen de su autoridad
no en dios sino en los emperadores. Aunque no entra en contradicción con la teoría del origen
divino del Poder porque los emperadores lo fueron, según la Iglesia, por voluntad divina. Y por
intermedio de los emperadores la Iglesia misma recibía la autoridad de dios. Sólo en ese momento
histórico de lucha por la supervivencia clerical. Lo más importante, sin embargo, es que trata de
afirmar la autoridad del Poder clerical sobre el Poder civil. Esta tesis se mantiene hasta hoy día
incluso en los Estados democráticos y con pluralidad religiosa, libertad de conciencia, moral y de
culto.

Este documento conocido como la “Donación de Constantino”, fue publicado cuando el papa
Esteban II, último reducto de la Iglesia en Occidente, cuya existencia estaba amenazada por los
lombardos, constituyó al mayordomo palatino Pipino el Breve como rey de los francos y Patricius
Romanorum, dando por extinguida la dinastía merovingia (año 752). De este modo el papa se
arrogaba la capacidad de traspasar la dignidad real de una dinastía a otra y a la vez, como
contrapartida, concedía al rey de los francos la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. Lo
de menos es que la “Donación” fuera documento falsificado, lo relevante son los argumentos,

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atribuidos a Constantino, reelaborados por el clero para legitimar el origen imperial y divino del
Poder y la superioridad del clero sobre el Estado. Dice el documento:

« [...] Junto con todos los magistrados, con el senado y los magnates y todo el pueblo sujeto a la
gloria del Imperio de Roma, Nos (Constantino) hemos juzgado útil que, como san Pedro ha sido
elegido vicario del Hijo de Dios en la tierra, así también los pontífices, que hacen las veces del
mismo príncipe de los Apóstoles, reciban de parte nuestra y de nuestro Imperio un poder de
gobierno mayor que el que posee la terrena clemencia de nuestra serenidad imperial, porque Nos
deseamos que el mismo príncipe de los Apóstoles y sus vicarios nos sean seguros intercesores
junto a Dios. Deseamos que la Santa Iglesia Romana sea honrada con veneración, como nuestra
terrena potencia imperial, y que la sede santísima de san Pedro sea exaltada gloriosamente aún
más que nuestro trono terreno, ya que Nos le damos poder, gloriosa majestad, autoridad y honor
imperial. Y mandamos y decretamos que tenga la supremacía sobre las cuatro sedes eminentes de
Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla y sobre todas las otras iglesias de Dios en toda la
tierra, y que el Pontífice reinante sobre la misma y santísima Iglesia de Roma sea el más elevado
en grado y primero de todos los sacerdotes de todo el mundo y decida todo lo que sea necesario
al culto de Dios y a la firmeza de la fe cristiana [...]

Nos con nuestras propias manos hemos puestos sobre su santa cabeza una tiara brillante de
cándido esplendor, símbolo de la Resurrección del Señor y por reverencia a san Pedro le
sostuvimos las riendas de su caballo, cumpliendo para él el oficio de caballerizo: establecemos que
también todos sus sucesores lleven en procesión la tiara, con un honor único, como los
emperadores. Y para que la dignidad pontificia no sea inferior, sino que tenga mayor gloria y
potencia que la del Imperio terreno, Nos damos al mencionado santísimo pontífice nuestro
Silvestre, papa universal, y dejamos y establecemos en su poder gracias a nuestro decreto
imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no solamente nuestro palacio,
como ya se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, lugares y ciudades de
Italia y del Occidente. Por ello, hemos considerado oportuno transferir nuestro imperio y el poder
del reino hacia Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro
nombre, y establecer allí nuestro gobierno, puesto que no es justo que el emperador terrenal
reine allí donde el Emperador celestial ha establecido el principado de los sacerdotes y la Cabeza
de la religión cristiana.”

Sin embargo, con Carlomagno, lo que ocurrió no fue que el clero impusiera su autoridad sobre los
francos, sencillamente porque carecía, en esos momentos, de fuerza militar para imponer su
voluntad; sino que fue Carlomagno quien, como ya hicieron las monarquías orientales y los
emperadores romanos, instrumentalizó la religión para unificar religiosamente a sus súbditos y
garantizar la uniformidad política. Vuelve a repetirse la idea de un Imperio, un Poder, un Dios. Sin
la figura de Carlomagno la Iglesia habría desaparecido. Fue él quien a cambio de proteger a la

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Iglesia de los lombardos fue legitimado como rey y posteriormente como emperador y rey de
Roma, con el título “Romanum gubernans Imperium”, concedido por el papa León III.

El soberano al ser ungido por el papa recibe la “autoridad por la gracia de dios, “Dei gratia” y el
papa se manifiesta, en ese acto de conceder la dignidad imperial, como transmisor del Imperio
romano, “traslator imperii” o suma autoridad, según la Donación de Constantino. Autoridad
clerical a la que el emperador nunca se someterá puesto que él se considera a sí mismo como una
monarquía sacerdotal, a la manera oriental. Carlomagno, en realidad, fue quien reconstruyó la
Iglesia sobre sus propias cenizas. Pero él, sin la Iglesia, no habría podido dar unidad política a su
Imperio ni integrarlo en un mismo sistema de valores. Como protector de la Iglesia, designado por
dios, reivindicó el derecho a dirigir los asuntos religiosos. Como los emperadores romanos,
presidía los Sínodos episcopales e intervenía en la Asamblea popular en cuestiones eclesiásticas.
Estableció el diezmo de la Iglesia y creó las circunscripciones metropolitanas y parroquias. La
Iglesia fue el aparato ideológico del Imperio carolingio. Y esa fue la razón por la que se asociaron
ambas autoridades.

Fomentó la formación del clero, la unificación de la liturgia, la vigilancia de la conducta moral de


sus súbditos, como garantía de uniformidad política del Imperio, función a la que se dedicó la
Iglesia reconstruida. Intervino en cuestiones teológicas, también como los emperadores, y se
atribuyó la parte más importante de la reorganización y expansión de la clase sacerdotal y su
jerarquía episcopal por todo el Imperio nombrando los obispos y abades, a quienes transformó en
funcionarios encargados de la salvación de las almas y vigilantes de sus súbditos. Posteriormente,
la Inquisición asumirá estas funciones contra las amenazas a la Iglesia y al Imperio.

El emperador, sus herederos y otros señores feudales en sus feudos fueron creando una jerarquía
sacerdotal de señores feudales. Los obispos adquirieron la condición de príncipes de la Iglesia,
formando parte del estamento privilegiado de los aristócratas. La Iglesia se difundió y consolidó en
toda la Europa feudal. Adquirió inmensas propiedades y, debilitado el Poder imperial, mantuvo un
pulso permanente contra los poderes feudales e incluso contra el Sacro Imperio Romano
Germánico, creado por el emperador Otón I, en el siglo X.

Debilitado el Poder central y fortalecido el Poder feudal de la Iglesia en todos los Estados y feudos,
algunos papas mantendrán un pulso para imponer el poder clerical sobre el poder civil. Durante
los siglos XI y XII este conflicto será conocido como lucha de las investiduras. Se resolvió en tablas,
pero el papa Gregorio VII contribuyó a elaborar la teoría del origen clerical o divino del Poder. En
el año 1075, Gregorio VII en su Dictatus Papae, ratificó la autoridad papal sobre el Poder civil
proclamando: “Que le es permitido deponer a emperadores”. En el siglo XIV, el papa Bonifacio VIII
en la Bula “Unam Sanctam” se ratifica en lo anterior, en los siguientes términos:

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"Ambas, la espada espiritual y la espada material, están en poder de la Iglesia. Pero la segunda es
usada para la Iglesia, la primera por ella; la primera por el sacerdote, la última por los reyes y los
capitanes, pero según la voluntad y con el permiso del sacerdote. Por consiguiente, una espada
debe estar sometida a la otra, y la autoridad temporal sujeta a la espiritual... Si, por consiguiente,
el poder terrenal yerra, será juzgado por el poder espiritual... Pero si el poder espiritual yerra,
puede ser juzgado solo por Dios, no por el hombre... Pues esta autoridad, aunque concedida a un
hombre y ejercida por un hombre, no es humana, sino más bien divina... Además, declaramos,
afirmamos, definimos y pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación que toda
criatura humana esté sujeta al Pontífice romano”.

Siglos después, finalizando el XIX, el papa León XIII su carta encíclica “Quod Apostolici Muneris”
afirma las mismas ideas:

“El "poder": doctrina católica

La verdad es que la Iglesia inculca constantemente a la muchedumbre de los súbditos este


precepto del Apóstol: No hay potestad sino de Dios; y las que hay, de Dios vienen ordenadas; y así,
quien resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios; más los que resisten, ellos mismos se
atraen la condenación. Y en otra parte nos manda que la necesidad de la sumisión sea no por
temor a la ira, sino también por razón de la conciencia; y que paguemos a todos lo que es debido:
a quien tributo, tributo; a quien contribución, contribución; a quien temor, temor; a quien honor,
honor [7]. Porque, a la verdad, el que creó y gobierna todas las cosas dispuso, con su próvida
sabiduría, que las cosas ínfimas a través de las intermedias, y las intermedias a través de las
superiores, lleguen todas a sus fines respectivos”.

La Edad feudal fue la Edad del Poder absoluto del clero y de la teología. Y sin embargo esa
autoridad empezó a ser contestada por los poderes civiles. De hecho, en la práctica política de los
Estados feudales, y especialmente en Inglaterra, se fue generando una soberanía alternativa a la
soberanía de origen divino, encarnada en el monarca. Era la soberanía de las cortes o parlamentos
cuyos orígenes no eran divinos sino sociales. En el terreno de la teoría, en los comienzos del siglo
XIV, Juan de París cuestionaba el Poder del papa sobre los reyes y Marsilio de Padua, protegido por
el príncipe Luis de Baviera, en sus tratados “Defensor pacis” y “Defensor minor”, desautorizaba la
autoridad jurídica del Derecho canónico y del clero sobre la autoridad y la legislación civil.

Dentro de la propia iglesia, sin cuestionar el origen divino del poder, pero sí el poder absoluto del
papa, gritaron voces de franciscanos y obispos proponiendo la soberanía del concilio contra la
soberanía papal. Más lejos aún llegaron John Wicliff en Inglaterra y Juan Hus en Bohemía
rechazando el poder clerical y reivindicando la soberanía nacional y un dios nacional. Las

23
mentalidades estaban cambiando en dirección a una teoría sobre la secularización del origen del
Poder. De momento el papa Pío II, finalizando el siglo XV, tratando de frenar esa corriente de
pensamiento, ratificó en su bula “Execrabilis”, todo los que se había dicho a favor del poder
absoluto del papa y condenaba las teorías conciliares y populares.

Parecía ya imposible de contener esas nuevas mentalidades. Mediado el siglo XVI, el Concilio de
Trento, impulsor de la Contrarreforma contra los valores del humanismo renacentista y contra los
nuevos centros de poder político-religioso que se estaban afirmando para consolidar las nuevas
naciones y Estados, dio por zanjada la cuestión ratificando el origen divino del Poder y el poder
absoluto del papa.

No le sirvió de nada porque otros centros de Poder, que todavía no rechazaban su origen divino, sí
rechazaron el Poder clerical y papal. Eran las naciones y Estados que se estaban afirmando así
mismos contra el Imperio y contra el papa: Inglaterra, Holanda, Estados alemanes, Suecia,
Noruega, Suiza, Francia… Para dar la batalla a estos insurgentes, el catolicismo romano recuperó el
concepto de libertad como “libero arbitrio”, para, de una manera indirecta, afirmar su propia
autoridad y la de su dios, afirmando que sólo se puede ser libre sirviendo a dios, al católico. La
libertad está en la sumisión a la verdad divina. Se deja de ser libre cuando uno no se somete, en el
acto de elegir, a esa verdad.

Este debate teórico sobre las nuevas teorías del Poder y sus enemigos estuvo precedido por
Francis Hotman, autor de la Franco Galia; Plessis-Mornay, a quien se atribuye “Vindicae contra
tyranos”; Altusio autor del “Politica methodice digesta”; Jacobo I, autor de ““The trew Law of Free
Monarchies” y sus enemigos, los jesuitas: Mariana, autor de “De rege ac regis institutione”,
Suárez, autor de “De legibus ac deo legislatore” y “Defensio fidei” y Botero autor de “Ragion di
Estato”. Desde otra perspectiva, tanto Lutero, como Calvino, como Enrique VIII atacaron y
destruyeron el poder absoluto del papa y de la Iglesia católica.

La reacción católica, encabezada por estos jesuitas, afirmaba la teoría medieval de los “dos
poderes” y con razón porque la teocracia papal había sido cuestionada y se encontraba en
retirada. Como último recurso, el jesuita Suárez, en su citado libro, retomo la tesis de la soberanía
de los calvinistas pero haciendo una concesión formal a la afirmación calvinista del origen social y
contractual del Poder, que sólo podía ser utilizada contra los enemigos de la Iglesia, no por éstos
contra ella, acababa afirmando que el papa, no obstante, tiene “un poder indirecto” para
entrometerse en los asuntos humanos, políticos, sociales y morales, porque, siendo su autoridad y
finalidad de origen divino, lo espiritual está por encima de lo político y social. Dando este rodeo,
un galimatías de apariencias democráticas, afirmaba la teocracia. Actualmente siguen

24
manteniendo esta misma tesis presentada con otros argumentos posibilistas, a los que me referirá
más adelante.

A pesar de la ofensiva clerical/católica, sin embargo, el proceso de secularización del origen del
Poder avanzaba y lo hizo, paradójicamente, invocando a dios, para luego, prescindir de él. Fueron
los calvinistas quienes introdujeron tres conceptos nuevos en la teoría del Poder, junto con el de
democracia. Estos tres conceptos los retomarán los jesuitas para darles la vuelta y defender todo
lo contrario, cuando les conviniera, de lo defendido por los calvinistas, luteranos o anglicanos.
Fueron estos conceptos: el de contrato, consenso, doble pacto o pacto social, todos ellos
contenidos en la idea de contrato social, que, a su vez, propone ya una nueva soberanía de origen
popular y no divino, mucho antes de que Rousseau escribiera su propia reelaboración; el de
separación de podres; el de “derecho de resistencia” a la opresión y el de la “razón de Estado”.

El proceso hacia una nueva teoría de la libertad y la soberanía comenzó en el Renacimiento.


Durante el Renacimiento, la Reforma y la Contrarreforma, Europa dejó de ser monoteísta para
transformarse en politeísta. Con tantos centros de Poder como naciones y Estados y con tantos
dioses como nuevos soberanos. Cada nuevo centro de Poder civil se identificó con su propio dios
como legitimador del Estado. La paz de Wesfalia, 1648, confirmó esa pluralidad de centros de
poder y el proceso de secularización del origen de la soberanía. Porque había abierto las
compuertas intelectuales libres contra la teología para que otros, a continuación, en otras
experiencias políticas: las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa, y otros pensadores:
Bodino, Hobbes, Spinoza, Winstanley, Linburne, Locke, y un siglo después Rousseau pongan las
bases teóricas de una nueva teoría del Poder de origen popular.

Faltaba un cuarto elemento, que consolidara la nueva teoría del Poder: la separación de la Iglesia
y el Estado. Este será ratificado durante la Revolución francesa y en la independencia de Estados
Unidos en la ley “Virginia Statute of Religious Liberty. En el caso del Islam religión, dios y Estado
son indivisibles, independientemente de cualquier forma de gobierno. En este caso no es
necesario demostrar que la idea del Poder no es otra cosa que la idea de dios, porque el Corán es
la conciencia del Poder musulmán y su clase dominante. Con el que controlan, totalitariamente, a
sus creyentes.

El quinto elemento, la soberanía de origen popular, ya desarrollada en los procesos


revolucionarios, la proclamarán las revoluciones liberales. Y finalmente, el séptimo elemento,
contenía la nueva ideología de una nueva concepción moral. Fue proclama en la Declaración de
Derechos y de la Independencia norteamericana y en la Declaración Universal de Derechos del
Hombre y del Ciudadano durante la Revolución francesa. Se proclamaba un nuevo concepto de

25
libertad como afirmación del ejercicio individual de derechos individuales y universales y como
negación de cualquier poder absoluto o clerical.

El Pueblo era el nuevo Poder, representado así mismo en el Parlamento. Automáticamente la


Iglesia, la religión y dios quedaron desplazados del Estado y desvinculados de la única soberanía: la
popular. La cuestión religiosa pasaba a ser un asunto privado e íntimo, personal y directo entre el
creyente y su dios. La casta sacerdotal era arrojada del Estado.

Una vez más, la reacción de la Iglesia contra las nuevas teorías del Poder y la libertad no se hizo
esperar. Durante los siglos XIX y XX, hasta hoy día, la beligerancia del Poder teocrático que se
apoyará en todos los enemigos de la soberanía popular y de los derechos humanos y sociales, la
burguesía financiera, industrial y terrateniente, la nueva clase social que se hizo con el Poder del
Estado y que rechazaba la ideología de la revolución se refugió en la doctrina cristiana, su moral y
teoría del Poder para combatir las conquistas revolucionarias.

Una nueva alianza, alternativa a la que existió durante el Antiguo Régimen, entre el Altar y el
Trono, se fue configurando, ahora entre la Burguesía conservadora, el Capital y la Iglesia. Hasta el
momento presente. Como antes había ocurrido con las dictaduras militares y el fascismo, esta
burguesía, temerosa de las revoluciones proletarias y su ideología, de origen ilustrado y laico, fue
reorganizada políticamente por las iglesias cristianas y católica con nuevas formas: las democracias
cristianas o partidos populares.

Como antes había ocurrido con el Antiguo régimen, ahora esta nueva alianza se establecía sobre el
rechazo del nuevo sistema de valores fundamentado en las libertades, los derechos individuales y
la soberanía popular. La derecha, en cualquier democracia, establecía una nueva relación con las
religiones a las que, burlando el principio de separación entre Iglesia y Estado, instauraba a la
Iglesia y su ideología y valores de origen divino, como aparato ideológico del Estado democrático y
capitalista.

Bien fuera apoyando la enseñanza religiosa, bien fuera utilizando los parlamentos en los que esta
derecha aprueba leyes cuyos orígenes morales son religiosos antagónicos de las mismas
declaraciones de derechos que se proclaman en las constituciones. Esta es la situación actual entre
la ideología de derechas, de origen divino, y la ideología popular y progresistas, de origen humano.

Se reproduce una situación paradójica, semejante a las monarquías orientales y el Imperio


romano. Como estas formas de dominación carecían de legitimidad popular, necesitaban

26
establecer los fundamentos de su legitimidad de alguna manera. Dios, y sobre todo su ideología y
moral, fue ese fundamento de legitimidad, en todos los casos. Actualmente, ocurre con la derecha
en todas las democracias, exactamente lo mismo, que rechazando las libertades individuales y
sociales y tratando de justificar el autoritarismo, recurren como ideología al catolicismo. Este,
como el Islam, se está configurando como un aliado necesario para imponer las políticas
neoliberales y el retroceso de las libertades.

A la situación actual se llega después de dos siglos de reacción cristiana contra las libertades
individuales. Empecemos por los orígenes. Volviendo a la Revolución francesa la iniciativa
ideológica contra las nuevas ideas la tomó la Iglesia católica. La más beligerante contra esta nueva
conciencia de las libertades. En respuesta a las ideas de la revolución el Papa Pío VI en su Carta al
Cardenal Rochefoucauld y a los obispos de la Asamblea Nacional, 10 de marzo de 1791, afirmaba
el origen divino del Poder contra la soberanía nacional, en los siguientes términos:

“A pesar de los principios generalmente reconocidos por la Iglesia, la Asamblea Nacional se ha


atribuido el poder espiritual, habiendo hecho tantos nuevos reglamentos contrarios al dogma y a
la disciplina. Pero esta conducta no asombrará a quienes observen que el efecto obligado de la
constitución decretada por la Asamblea es el de destruir la religión católica y con ella, la
obediencia debida a los reyes. Es desde este punto de vista que se establece, como un derecho del
hombre en la sociedad, esa libertad absoluta que asegura no solamente el derecho de no ser
molestado por sus opiniones religiosas. sino también la licencia de pensar, decir, escribir, y aun
hacer imprimir impunemente en materia de religión todo lo que pueda sugerir la imaginación más
inmoral; derecho monstruoso que parece a pesar de todo agradar a la asamblea de la igualdad y la
libertad natural para todos los hombres. Pero, ¿es que podría haber algo más insensato que
establecer entre los hombres esa igualdad y esa libertad desenfrenadas que parecen ahogar la
razón, que es el don más precioso que la naturaleza haya dado al hombre, y el único que lo
distingue de los animales?...

"Sed sumisos por necesidad", dice el apóstol San Pablo (Rom. 13, 5). Así, los hombres no han
podido reunirse y formar una asociación civil sin sujetarla a las leyes y la autoridad de sus jefes. "La
sociedad humana", dice San Agustín (S. Agustín, Confesiones), "no es otra cosa que un acuerdo
general de obedecer a los reyes"; y no es tanto del contrato social como de Dios mismo, autor de
la naturaleza, de todo bien y justicia, que el poder de los reyes saca su fuerza. "Que cada individuo
sea sumiso a los poderes", dice San Pablo, todo poder viene de Dios; los que existen han sido
reglamentados por Dios mismo: resistirlos es alterar el orden que Dios ha establecido y quienes
sean culpables de esa resistencia se condenan a sí mismos al castigo eterno”.

Hasta el día de hoy esta ha sido la posición de la Iglesia rechazando la soberanía popular y los
derechos individuales. Durante el siglo XIX todos los papás atacaron los principios de las

27
revoluciones liberales y según avance el siglo la alianza entre el Capitalismo, Dios y la Iglesia se irá
consolidando contra una nueva amenaza: el anarquismo y el socialismo. Se combate contra la
soberanía popular pero también contra los nuevos derechos y libertades. La nueva conciencia del
pueblo como alternativa a la vieja conciencia divina.

15 de agosto de 1832, el papa Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos, atacaba, una por una las
libertades. Afirmaba en esta encíclica:

“Celibato clerical

Queremos ahora Nos excitar vuestro gran celo por la religión contra la vergonzosa liga que, en
daño del celibato clerical, sabéis cómo crece por momentos, porque hacen coro a los falsos
filósofos de nuestro siglo algunos eclesiásticos que, olvidando su dignidad y estado y arrastrados
por ansia de placer, a tal licencia han llegado que en algunos lugares se atreven a pedir, tan
pública como repetidamente, a los Príncipes que supriman semejante imposición disciplinaria.
Rubor causa el hablar tan largamente de intentos tan torpes; y fiados en vuestra piedad, os
recomendamos que pongáis todo vuestro empeño en guardar, reivindicar y defender íntegra e
inquebrantable, según está mandado en los cánones, esa ley tan importante, contra la que se
dirigen de todas partes los dardos de los libertinos.

Matrimonio cristiano

Aquella santa unión de los cristianos, llamada por el Apóstol sacramento grande en Cristo y en la
Iglesia,15 , reclama también toda nuestra solicitud, por parte de todos, para impedir que, por
ideas poco exactas, se diga o se intente algo contra la santidad, o contra la indisolubilidad del
vínculo conyugal. Esto mismo ya os lo recordó Nuestro predecesor Pío VIII, de s. m., con no poca
insistencia, en sus Cartas. Pero aun continúan aumentando los ataques adversarios. Se debe, pues,
enseñar a los pueblos que el matrimonio, una vez constituido legítimamente, no puede ya
disolverse, y que los unidos por el matrimonio forman, por voluntad de Dios, una perpetua
sociedad con vínculos tan estrechos que sólo la muerte los puede disolver. Tengan presente los
fieles que el matrimonio es cosa sagrada, y que por ello está sujeto a la Iglesia; tengan ante sus
ojos las leyes que sobre él ha dictado la Iglesia; obedézcanlas santa y escrupulosamente, pues de
cumplirlas depende la eficacia, fuerza y justicia de la unión. No admitan en modo alguno lo que se
oponga a los sagrados cánones o a los decretos de los Concilios y conozcan bien el mal resultado
que necesariamente han de tener las uniones hechas contra la disciplina de la Iglesia, sin implorar
la protección divina o por sola liviandad, cuando los esposos no piensan en el sacramento y en los
misterios por él significados.

Indiferentismo religioso

28
Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el indiferentismo, o
sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que
enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y
honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de
vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo
bautismo16, entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de
salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con
Cristo17 y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es
indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin
mancha18; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes
por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno
está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él19. No se hagan ilusiones porque están
bautizados; a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está
separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz?20.

Libertad de conciencia

De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor
dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este
pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de
la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la
impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión.
¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín21. Y ciertamente que,
roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose
precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo22
del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que
devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el
desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables;
en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua
experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria,
sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y
ansia de novedades.

Libertad de imprenta

Debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca suficientemente


condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a la luz pública toda clase de escritos; libertad,
por muchos deseada y promovida. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar qué
monstruos de doctrina, o mejor dicho, qué sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por
todas partes, en innumerables libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su
extensión, no lo son ciertamente por la malicia que encierran; y de todos ellos sale la maldición

29
que vemos con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin embargo, ¡oh dolor!, quienes llevan
su osadía a tal grado que aseguran, con insistencia, que este aluvión de errores esparcido por
todas partes está compensado por algún que otro libro, que en medio de tantos errores se publica
para defender la causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado además por todo
derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque haya esperanza de un pequeño bien
que de aquel resulte. ¿Por ventura dirá alguno que se pueden y deben esparcir libremente activos
venenos, venderlos públicamente y darlos a beber, porque alguna vez ocurre que el que los usa
haya sido arrebatado a la muerte?

Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la publicación de los


malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos mismos quemaron públicamente un gran
número de libros23. Basta leer las leyes que sobre este punto dio el Concilio V de Letrán y la
Constitución que fue publicada después por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para
el aumento de la fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una finalidad contraria,
ocasionando daño a los fieles24. A esto atendieron los Padres de Trento, que, para poner remedio
a tanto mal, publicaron el salubérrimo decreto para hacer un Índice de todos aquellos libros, que,
por su mala doctrina, deben ser prohibidos25. Hay que luchar valientemente, dice Nuestro
predecesor Clemente XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según lo exige
asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues existirá materia para el
error, mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de maldad26. Colijan, por tanto, de la
constante solicitud que mostró siempre esta Sede Apostólica en condenar los libros sospechosos y
dañinos, arrancándolos de sus manos, cuán enteramente falsa, temeraria, injuriosa a la Santa Sede
y fecunda en gravísimos males para el pueblo cristiano es la doctrina de quienes, no contentos con
rechazar tal censura de libros como demasiado grave y onerosa, llegan al extremo de afirmar que
se opone a los principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el derecho de decretarla y
ejercitarla.

Rebeldía contra el poder

Sabiendo Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas doctrinas
que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes, que por doquier encienden la antorcha
de la rebelión, se ha de trabajar para que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del
bien. Sepan todos que, como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son
ordenadas por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de
Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos27. Por ello, tanto las leyes divinas como las
humanas se levantan contra quienes se empeñan, con vergonzosas conspiraciones tan traidoras
como sediciosas, en negar la fidelidad a los príncipes y aun en destronarles.

Por aquella razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los primitivos
cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos levantadas, se distinguieron
por su celo en obedecer a los emperadores y en luchar por la integridad del imperio, como lo
probaron ya en el fiel y pronto cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su

30
fe de cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los enemigos del
imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron fielmente a los emperadores infieles;
mas cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocieron otro emperador que al de los cielos.
Distinguían al Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al
segundo28. Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la legión
Tebea, cuando, según refiere Euquerio, dijo a su emperador: Somos, oh emperador, soldados
tuyos, pero también siervos que con libertad confesamos a Dios; vamos a morir y no nos
rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y no resistimos porque preferimos morir mucho
mejor que ser asesinos29. Y esta fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes brilla aún
con mayor fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya hizo observar Tertuliano,
no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo de la valentía, si hubiesen querido
mostrarse como enemigos: Somos de ayer, y ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas,
castros, municipios, asambleas, hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias, los
palacios, el senado, el foro... ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos capaces, y dispuestos a
ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente morimos, a no ser porque según nuestra
doctrina es más lícito morir que matar? Si tan gran masa de hombres nos retirásemos,
abandonándoos, a algún rincón remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la
pérdida de tantos y tan buenos ciudadanos, y os veriais castigados hasta con la destitución. No hay
duda de que os espantariais de vuestra propia soledad...; no encontraríais a quien mandar,
tendríais más enemigos que ciudadanos; mas ahora, por lo contrario, debéis a la multitud de los
cristianos el tener menos enemigos30.

Estos hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia de los


santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y gravedad de los que,
agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se proponen otra cosa sino quebrar y aun
aniquilar todos los derechos de los príncipes, mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al
pueblo con el mismo señuelo de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos de los
valdenses, beguardos, wiclefitas y otros hijos de Belial, que fueron plaga y deshonor del género
humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron anatematizados por la Sede Apostólica. Y
todos esos malvados concentran todas sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse
triunfantes felicitándose con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo
mejor y con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.

Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y sobre las naciones, si se cumplieran los
deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado, y que se rompiera la concordia
entre el sacerdocio y el poder civil. Consta, en efecto, que los partidarios de una libertad
desenfrenada se estremecen ante la concordia, que fue siempre tan favorable y tan saludable así
para la religión como para los pueblos”.

Como no podía ser de otra manera, todos los papas sucesores defendieron las mismas ideas. Pío
IX en su encíclica Quanta cura y el Syllabus, León XIII, el más prolífico en sus encíclicas: Quod
apostolici muneris, Diuturnum illus, Inmortale dei, Cum multa, Inter gravisimas, Rerum novarum;

31
Pío X en la suya “Pascendi”; Pío XI en las “Quadragessimo anno”, Divini redemptoris, Divini illius
magistri… dejando establecida, hasta el día de hoy, la doctrina católica contra el origen popular de
la soberanía y los derechos individuales.

El que llegó más lejos que todos fue León XIII en sus dos encíclicas, la Quod apostolici muneris” en
la que anticipa la “Rerum novarum”. En estas encíclicas proponía a la burguesía financiera y
empresarial la formación de un Estado corporativo de alianza de clases sociales con el objetivo de
impedir que el proletariado se aliase con el comunismo, el socialismo y el anarquismo. Anticipa
este papa la alternativa del totalitarismo, fascismo, nazismo o dictaduras del siglo XX.

Hablando de esta encíclica, quiero hacer un apartado para referirme al siguiente hecho. De la
misma manera que en el siglo VIII la Iglesia falsificó la “Donación de Constantino”, he podido
comprobar, con gran sorpresa, que la versión actual de esta encíclica, editada por el Estado
Vaticano, no tiene casi nada que ver con la original publicada en mayo de 1891. ¿Por qué? Por la
sencilla razón de que, derrotados el fascismo y progresivamente las dictaduras militares católicas,
habiendo triunfado la democracia contra el totalitarismo y el comunismo contra el nazismo, esa
encíclica era una prueba evidente de la influencia de la ideología clerical católica en todas estas
dictaduras y totalitarismos. Era necesario cambiarla por otra. La versión original puede
encontrarse en Internet conservada por las comunidades católicas más intransigentes, como
fueron los carlistas, en su momento. O en Francia hoy.

La versión actual, de los años setenta del siglo XX, cien años después de la versión original, está
completamente descafeinada. Carece del contexto histórico en el que fue escrita. Esa encíclica era
invocada por todas las derechas católicas durante la primera mitad del siglo XX y sirvió como
referente ideológico para construir los Estados totalitarios y las dictaduras. El papa propone la
creación de un Estado corporativo y Gil Robles, que pensaba al dictado de los intereses del clero,
invocando la “Rerum novarum” defiende ese modelo de Estado corporativo, como dice en este
texto:

“El corporativismo es una forma de democracia distinta a la predominante en nuestros días, que
es la democracia liberal o inorgánica. Los sistemas demoliberales parten de la idea de que el
individuo es un ser aislado, con tendencia a convivir, que libremente pacta con otros hombres y
crea una sociedad concreta. El sujeto de la política es, pues, el individuo que ha sustituido a su
comunidad. En consecuencia, no hay más técnica de representación popular que el sufragio
universal inorgánico en el que cada individuo tiene un solo voto igual. Por el contrario, la
democracia orgánica o corporativismo defiende que el individuo no es un ser aislado sino que está
integrado en los órganos de la sociedad. Este tipo de democracia admite una pluralidad de
cuerpos sociales intermedios tanto territoriales (municipio, comarca, región, nación, etc.) como

32
institucionales (iglesias, administración, ejército, etc.) o profesionales (agricultura, industria,
servicios, etc.). La diferencia entre estos dos tipos de democracia es obvia. En la democracia
inorgánica o liberal, los individuos ejercen sus derechos a través de los partidos políticos, que no
reconocen capacidad política representativa a los demás cuerpos sociales. Es más, es fácil que
degeneren en partitocracia y que no defiendan los derechos de los ciudadanos sino los intereses
de los partidos. Representan, en primer lugar, a la oligarquía del partido, y en segundo lugar, los
intereses de su ideología, imagen, programa, etc. En cambio, un diputado orgánico, de un
municipio o de un sindicato, representa unos intereses localizados y concretos. Además, no están
sometidos a la férrea disciplina de un partido político y no corren el riesgo de que unas elecciones
inorgánicas provoquen una revancha revisionista de los partidos opuestos, aún a pesar del interés
general de la nación”. (Tardieu, A.: La reforma del Estado. Su problema en España, preámbulo de
José María Gil-Robles, Madrid, Librería Internacional, 1935, pg. 25; Rojas Quintana, F.A.: José
María Gil-Robles (1898-1980). Una biografía política. Tesis doctoral, Universidad Complutense,
2000).

Sólo con este texto se pone en evidencia la falsificación del texto actual de la “Rerum novarum”.
Históricamente no se podrían explicar ni el Estado clerical de Salazar en Portugal, construido bajo
el dictado de esta encíclica, ni el Fuero de los Españoles de 1938 que también se elaboró siguiendo
los dictados de esta misma encíclica. Pero es más, como la “Rerum novarum”, viene
inmediatamente precedida por la Quod apostolici muneris, en la que se anticipa el contenido que
luego se desarrolla en aquélla, por un lado, y como, cuarenta años después, el papa Pío XI, aliado
de Hitler, de Mussolini, de Franco, de Salazar…, hizo una apología de la “Rerum novarum” en su
encíclica “Quadragessimo anno”, el contenido original de aquélla queda referido en ésta y no tiene
nada que ver con la redacción de la versión actual. Es una prueba de la inmoralidad de la jerarquía
clerical católica que piensa que borrando sus propias huellas carece de pasado fascista.

Pero, además, este mismo papa, León XIII, nos dejó en las otras encíclicas una retahíla de
argumentos contra la soberanía popular y los derechos individuales con las que superó al propio
Gregorio XVI. Ya he citado esas encíclicas, pero tiene una dedicada expresamente a definir el
concepto católico de libertad, la “Libertas”. Nos dice en ella:

… “Considerada en su misma naturaleza, esta libertad no es otra cosa que la facultad de elegir
entre los medios que son aptos para alcanzar un fin determinado, en el sentido de que el que
tiene facultad de elegir una cosa entre muchas es dueño de sus propias acciones. Ahora bien:
como todo lo que uno elige como medio para obtener otra cosa pertenece al género del
denominado bien útil, y el bien por su propia naturaleza tiene la facultad de mover la voluntad,
por esto se concluye que la libertad es propia de la voluntad, o más exactamente, es la voluntad
misma, en cuanto que ésta, al obrar, posee la facultad de elegir. Pero el movimiento de la
voluntad es imposible si el conocimiento intelectual no la precede iluminándola como una

33
antorcha, o sea, que el bien deseado por la voluntad es necesariamente bien en cuanto conocido
previamente por la razón. Tanto más cuanto que en todas las voliciones humanas la elección es
posterior al juicio sobre la verdad de los bienes propuestos y sobre el orden de preferencia que
debe observarse en éstos. Pero el juicio es, sin duda alguna, acto de la razón, no de la voluntad. Si
la libertad, por tanto, reside en la voluntad, que es por su misma naturaleza un apetito obediente
a la razón, síguese que la libertad, lo mismo que la voluntad, tiene por objeto un bien conforme a
la razón. No obstante, como la razón y la voluntad son facultades imperfectas, puede suceder, y
sucede muchas veces, que la razón proponga a la voluntad un objeto que, siendo en realidad
malo, presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad. Pero, así como
la posibilidad de errar y el error de hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto,
así también adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre albedrío, como la
enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad. De modo
parecido, la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto
que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad.
Y ésta es la causa de que Dios, infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y
bondad por esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal moral; como
tampoco pueden quererlo los bienaventurados del cielo, a causa de la contemplación del bien
supremo. Esta era la objeción que sabiamente ponían San Agustín y otros autores contra los
pelagianos. Si la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la perfección de la
libertad, entonces Dios, Jesucristo, los ángeles y los bienaventurados, todos los cuales carecen de
ese poder, o no serían libres o, al menos, no lo serían con la misma perfección que el hombre en
estado de prueba e imperfección…

… En cambio, los seres que gozan de libertad tienen la facultad de obrar o no obrar, de actuar de
esta o de aquella manera, porque la elección del objeto de su volición es posterior al juicio de la
razón, a que antes nos hemos referido. Este juicio establece no sólo lo que es bueno o lo que es
malo por naturaleza, sino además lo que es bueno y, por consiguiente, debe hacerse, y lo que es
malo y, por consiguiente, debe evitarse. Es decir, la razón prescribe a la voluntad lo que debe
buscar y lo que debe evitar para que el hombre pueda algún día alcanzar su último fin, al cual debe
dirigir todas sus acciones. Y precisamente esta ordenación de la razón es lo que se llama ley. Por lo
cual la justificación de la necesidad de la ley para el hombre ha de buscarse primera y
radicalmente en la misma libertad, es decir, en la necesidad de que la voluntad humana no se
aparte de la recta razón. No hay afirmación más absurda y peligrosa que ésta: que el hombre, por
ser naturalmente libre, debe vivir desligado de toda ley. Porque si esta premisa fuese verdadera, la
conclusión lógica sería que es esencial a la libertad andar en desacuerdo con la razón, siendo así
que la afirmación verdadera es la contradictoria, o sea, que el hombre, precisamente por ser libre,
ha de vivir sometido a la ley. De este modo es la ley la que guía al hombre en su acción y es la ley
la que mueve al hombre, con el aliciente del premio y con el temor del castigo, a obrar el bien y a
evitar el mal. Tal es la principal de todas las leyes, la ley natural, escrita y grabada en el corazón de
cada hombre, por ser la misma razón humana que manda al hombre obrar el bien y prohíbe al
hombre hacer el mal”.

34
Estamos viendo de qué manera el sistema de valores cristiano es la negación del sistema de
valores proclamado en todas las declaraciones de derechos. La teoría del origen del poder divino y
su ideología y moral, contenidas en la moral y doctrina cristianas, es una ideología autoritaria,
totalitaria, antifeminista, homófoba y teocrática que se desarrolla doctrinalmente en el conjunto
de sus valores. Estos, como su concepto de la libertad, nunca pueden entrar en conflicto con el
Poder religioso sino, más coherentemente, reforzarlo.

He hablado del sacrificio ritual, la misa hoy, por ejemplo, como un rasgo universal a todas las
religiones y teorías del Poder de origen divino. De hecho, esta relación sadomasoquista se
desarrolla en otra serie de valores morales contra las libertades. Sobre uno de ellos se construyen
los fundamentos de la moral cristiana y la cultura occidental, es: la represión del placer sexual.

Con ésta se potencian como valores la obediencia, la resignación, el sufrimiento, la sumisión.


Gracias a ésta el individuo acaba siendo plenamente dominado porque su voluntad es
absolutamente dominada por la voluntad del Poder. De esta manera las religiones monoteístas
van construyendo los contenidos ideológicos del Poder. La conciencia del Poder. Conciencia que se
complementa con su teoría de la libertad, de sumisión a la autoridad, del origen divino de la
soberanía y del rechazo de los derechos, de cualquier derecho individual. Como ya hemos visto en
alguna encíclica.

Es la misma actitud de sumisión y resignación, de aceptación del sacrificio y negación individual en


beneficio del Estado, de dios o del bien común, que ya reivindicaron los estoicos. Y que en el siglo
XX reivindicarán las dictaduras militares católicas, el fascismo y el nazismo. Catolicismo,
cristianismo, fascismo, nazismo e islamismo. Si bien fue el judaísmo y su proyección cristiana y
católica quienes desarrollaron esta teoría y sistema de valores de origen estoico con mayor
interés.

Sin embargo, durante las monarquías orientales y antes de la existencia del monoteísmo judío
nunca existió represión del placer sexual. En esto se equivocó Freud, porque el origen moral de la
represión sexual aparece en la Historia en la Biblia y se transmite al cristianismo y al islam. De otra
manera, el rechazo de los placeres está, también, en el fundamento moral de las religiones
asiáticas: hinduismo, budismo, confucionismo, taoísmo, jainismo…Con anterioridad al monoteísmo
la mujer, no el hombre, tenía limitadas sus capacidades para relacionarse sexualmente pero no era
por razones morales sino por razones económicas patrimoniales. Era una forma de dominación,
pero no tan patológica como la de origen judío transmitida al cristianismo y al islamismo.

La represión del placer sexual es Poder. Poder absoluto de dominación sobre la voluntad
individual. Se puede explotar y dominar económicamente, se puede dominar políticamente, pero

35
si no se domina la libertad sexual, los individuos siguen teniendo voluntad, autonomía y capacidad
mental para rebelarse contra el Poder. La voluntad individual, garantizada por la libertad sexual o
el deseo consciente de ser sexualmente libres, contra la conciencia o moral del Poder es el mayor
enemigo de éste. No existe Estado, ni dios, ni religión, ni autoridad que no reprima y controle la
conducta sexual de los individuos.

La represión de la libertad y placer sexual es el principal fundamento ideológico del Poder. Nadie
tiene más Poder sobre otra persona que aquélla que puede imponerle una conducta moral
represiva. Sin voluntad individual para decidir sobre la propia sexualidad no se puede ser ni feliz ni
libre. Se podría ser parcialmente libre en el ejercicio de otras libertades. Se podría ser incluso
económicamente libre, liberado de la explotación, pero si en cualquier régimen político, de
izquierdas o derechas, no existe libertad sexual, los individuos permanecerán siempre dominados
bajo podres autoritarios, teocráticos o totalitarios.

Podemos leer un relato de la novela “1984” de Orwell, donde nos describe el enorme Poder de la
represión sexual y el sufrimiento: “El verdadero poder (dice el verdugo O’Brien), el poder por el
que tenemos que luchar día y noche, no es poder sobre las cosas, sino sobre los hombres…Vamos
a ver, Winston (la víctima), ¿cómo afirma un hombre su poder sobre otro?

Winston pensó un poco y respondió: Haciéndole sufrir. Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta
con la obediencia. Si no sufre ¿cómo vas a estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya
propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer
pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti. ¿Empiezas a
ver qué clase de mundo estamos creando?

…Un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo
que se hará cada vez más despiadado. El progreso de nuestro mundo será la consecución de más
dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda
en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el auto
rebajamiento…El instinto sexual será arrancado donde persista…Suprimiremos el orgasmo…Todos
los placeres serán destruidos…será un mundo de terror a la vez que un mundo triunfal…Siempre
tendremos al hereje a nuestro libre albedrío, chillando de dolor, destrozado, despreciable y, al
final, totalmente arrepentido, salvado de sus errores y arrastrándose a nuestros pies por su propia
voluntad”.

Orwell en su novela nos expone una mentalidad, la del Poder, que ya había sido elaborada por el
cristianismo. En los años treinta del siglo XX el papa Pío XI en su encíclica “Casti connubi”,

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razonaba sobre la importancia de la represión sexual como fundamento del Poder sobre los
súbditos. Evidentemente él lo argumenta como una exigencia divina para salvar el alma. Dice en
esta encíclica:

“Sumisión a la iglesia.

Pero esta conformidad de la convivencia y de las costumbres matrimoniales con las leyes de
Dios, sin la cual no puede ser eficaz su restauración, supone que todos pueden discernir con
facilidad, con firme certeza y sin mezcla de error, cuáles son esas leyes. Ahora bien; no hay quien
no vea a cuántos sofismas se abriría camino y cuántos errores se mezclarían con la verdad si a
cada cual se dejara examinarlas tan sólo con la luz de la razón o si tal investigación fuese confiada
a la privada interpretación de la verdad revelada. Y si esto vale para muchas otras verdades del
orden moral, particularmente se ha de proclamar en las que se refieren al matrimonio, donde el
deleite libidinoso fácilmente puede imponerse a la frágil naturaleza humana, engañándola y
seduciéndola; y esto tanto más cuanto que, para observar la ley divina, los esposos han de hacer a
veces sacrificios difíciles y duraderos, de los cuales se sirve el hombre frágil, según consta por la
experiencia, como de otros tantos argumentos para excusarse de cumplir la ley divina.

Por todo lo cual, a fin de que ninguna ficción ni corrupción de dicha ley divina, sino el verdadero y
genuino conocimiento de ella ilumine el entendimiento de los hombres y dirija sus costumbres, es
menester que con la devoción hacia Dios y el deseo de servirle se junte una humilde y filial
obediencia para con la Iglesia. Cristo nuestro Señor mismo constituyó a su Iglesia maestra de la
verdad, aun en todo lo que se refiere al orden y gobierno de las costumbres, por más que muchas
de ellas estén al alcance del entendimiento humano…

…por lo tanto, obedezcan los fieles y rindan su inteligencia y voluntad a la Iglesia, si quieren que su
entendimiento se vea inmune del error y libres de corrupción sus costumbres; obediencia que se
ha de extender, para gozar plenamente del auxilio tan liberalmente ofrecido por Dios, no sólo a las
definiciones solemnes de la Iglesia, sino también, en la debida proporción, a las Constituciones o
Decretos en que se reprueban y condenan ciertas opiniones como peligrosas y perversas”. Y
continúa:

37
“PLAN DIVINO

Es necesario, pues, que todos consideren atentamente la razón divina del matrimonio y
procuren conformarse con ella, a fin de restituirlo al debido orden.

Mas como a esta diligencia se opone principalmente la fuerza de la pasión desenfrenada, que es
en realidad la razón principal por la cual se falta contra las santas leyes del matrimonio y como el
hombre no puede sujetar sus pasiones si él no se sujeta antes a Dios, esto es lo que primeramente
se ha de procurar, conforme al orden establecido por Dios. Porque es ley constante que quien se
sometiere a Dios conseguirá refrenar, con la gracia divina, sus pasiones y su concupiscencia; mas
quien fuere rebelde a Dios tendrá que dolerse al experimentar que sus apetitos desenfrenados le
hacen guerra interior.

San Agustín expone de este modo con cuánta sabiduría se haya esto así establecido: Es
conveniente -dice- que el inferior se sujete al superior; que aquel que desea se le sujete lo que es
inferior se someta él a quien le es superior. ¡Reconoce el orden, busca la paz! ¡Tú a Dios; la carne a
ti! ¿Qué más justo? ¿Qué más bello? Tú al mayor, y el menor a ti; sirve tú a quien te hizo, para que
te sirva lo que se hizo para ti. Pero, cuidado: no reconocemos, en verdad, ni recomendamos este
orden: ¡A ti la carne y tú a Dios!, sino: ¡Tú a Dios y a ti la carne! Y si tú desprecias lo primero, es
decir, Tú a Dios, no conseguirás lo segundo, esto es, la carne a ti. Tú, que no obedeces al Señor,
serás atormentado por el esclavo [76].

Y el mismo bienaventurado Apóstol de las Gentes, inspirado por el Espíritu Santo, atestigua
también este orden, pues, al recordar a los antiguos sabios, que, habiendo más que
suficientemente conocido al Autor de todo lo creado, tuvieron a menos el adorarle y reverenciarle,
dice: Por lo cual les entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, de tal manera que
deshonrasen ellos mismos sus propios cuerpos y añade aún: por esto le entregó Dios al juego de
sus pasiones [77]. Porque Dios resiste a los soberbios y da a los humildes la gracia [78], sin la cual,
como enseña el mismo Apóstol, el hombre es incapaz de refrenar la concupiscencia rebelde [79].

PIEDAD NECESARIA

Luego si de ninguna manera se pueden refrenar, como se debe, estos ímpetus indomables, si el
alma primero no rinde humilde obsequio de piedad y reverencia a su Creador, es ante todo y muy
necesario que quienes se unen con el vínculo santo del matrimonio estén animados por una
piedad íntima y sólida hacia Dios, la cual informe toda su vida y llene su inteligencia y su voluntad
de un acatamiento profundo hacia la suprema Majestad de Dios.

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Obran, pues, con entera rectitud y del todo conformes a las normas del sentido cristiano aquellos
pastores de almas que, para que no se aparten en el matrimonio de la divina ley, exhortan en
primer lugar a los cónyuges a los ejercicios de piedad, a entregarse por completo a Dios, a implorar
su ayuda continuamente, a frecuentar los sacramentos, a mantener y fomentar, siempre y en
todas las cosas, sentimientos de devoción y de piedad hacia Dios.

Pero gravemente se engañan los que creen que, posponiendo o menospreciando los medios que
exceden a la naturaleza, pueden inducir a los hombres a imponer un freno a los apetitos de la
carne con el uso exclusivo de los inventos de las ciencias naturales (como la biología, la
investigación de la transmisión hereditaria, y otras similares). Lo cual no quiere decir que se hayan
de tener en poco los medios naturales, siempre que no sean deshonestos; porque uno mismo es el
autor de la naturaleza y de la gracia, Dios, el cual ha destinado los bienes de ambos órdenes para
que sirvan al uso y utilidad de los hombres. Pueden y deben, por lo tanto, los fieles ayudarse
también de los medios naturales. Pero yerran los que opinan que bastan los mismos para
garantizar la castidad del estado conyugal, o les atribuyen más eficacia que al socorro de la gracia
sobrenatural.”

Más recientemente, el Pontificio Consejo para la familia publicó el documento titulado “Sexualidad
humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia (8 de diciembre, 1995). La
conclusión de este documento con el que se pretende orientar la educación sexual de los jóvenes,
pero también de los padres es otra manifestación de la patología doctrinal cristiana. En resumen,
este documento lo que propone no es una educación para disfrutar de la sexualidad sino todo lo
contrario, para suprimir cualquier actividad sexual de la conducta humana y de las relaciones
humanas. Es una teoría de la educación contra la sexualidad como placer en sí misma.

Su conclusión es, sencillamente, alucinante. Propone que los padres, y profesores, deben procurar
educar a los niños y jóvenes en la absoluta castidad, y añade que, una vez casados, la castidad
debe mantenerse como necesaria para la salvación del alma y como ejemplo para los jóvenes. En
una palabra, nunca bajo ningún concepto deben tenerse, en ninguna edad ni en el matrimonio,
relaciones sexuales por placer. Ese acto es condenable porque impide que el alma se purifique y
pueda salvarse.

En este patológico documento, cuyo texto es un galimatías de esperpéntica confusión y caos


terminológico en el que se mezclan palabras como sexualidad que no hacen referencia al placer,
sino que inducen a todo lo contrario, la castidad, podemos leer cosas como las siguientes:

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“El uso de la sexualidad como donación física tiene su verdad y alcanza su pleno significado
cuando es expresión de la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte. Este amor
está expuesto, sin embargo, como toda la vida de la persona, a la fragilidad debida al pecado
original y sufre, en muchos contextos socioculturales, condicionamientos negativos y a veces
desviados y traumáticos. Sin embargo, la redención del Señor, ha hecho de la práctica positiva de
la castidad una realidad posible y un motivo de alegría, tanto para quienes tienen la vocación al
matrimonio - sea antes y durante la preparación, como después, a través del arco de la vida
conyugal -, como para aquellos que reciben el don de una llamada especial a la vida consagrada.

En la óptica de la redención y en el camino formativo de los adolescentes y de los jóvenes, la


virtud de la castidad, que se coloca en el interior de la templanza - virtud cardinal que en el
bautismo ha sido elevada y embellecida por la gracia -, no debe entenderse como una actitud
represiva, sino, al contrario, como la transparencia y, al mismo tiempo, la custodia de un don,
precioso y rico, como el del amor, en vistas al don de sí que se realiza en la vocación específica de
cada uno. La castidad es, en suma, aquella " energía espiritual que sabe defender el amor de los
peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena".

Y continúa: “2. El Catecismo de la Iglesia Católica describe y, en cierto sentido, define la castidad
así: " La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la
unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual ".

¿Alguien puede entender el significado de este galimatías? Un galimatías es un recurso muy


utilizado por el clero católico y sus portavoces laicos para emplear un montón de palabras que
carecen de sentido o fundamento científico. Aquellas que en lugar de aclarar el concepto o idea
que se pretende definir sólo sirven para confundir más a quien lo escucha.

“5. La formación a la castidad, en el cuadro de la educación del joven a la realización y al don de sí,
implica la colaboración prioritaria de los padres también en la formación de otras virtudes como la
templanza, la fortaleza, la prudencia. La castidad, como virtud, no subsiste sin la capacidad de
renuncia, de sacrificio y de espera.”

Esta aversión contra el placer sexual, calificado nada menos que de “perversión”, es necesaria para
dominar, para el Poder, quien racionaliza esta patología sexo fóbica creando otra patología: el
sadomasoquismo. De esta manera el Poder, dios, se representa a sí mismo como conciencia
racionalizada de sus propias aberraciones. La exaltación del sufrimiento, sacrifico, martirio y
muerte, con los que se construyen otros valores, es otra de ellas. Al final la muerte es, para las

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religiones monoteístas, la salvación. La muerte es la respuesta a la pregunta religiosa del “sentido
de la vida” humana.

En coherencia con la relación sadomasoquista entre dios, Poder, y súbdito, la exaltación del
sufrimiento, es otro concepto moral construido por el Poder para su propio beneficio. Y como no
podía ser menos, la Iglesia católica, como Poder teocrático totalitario es la más interesada en
elaborar esa conciencia de dominación del Poder. Y lo hace construyendo toda una teoría de
exaltación y racionalización del sufrimiento. Sin aceptar este valor no podríamos soportar la
represión sexual. Los dos pilares sobre los que se construye la conciencia moral del Poder y todo
su sistema de valores.

Existe un libro, “Camino”, escrito por el santificado y divinizado J.M. Escrivá de Balaguer, que es un
monumento a la exaltación de la conducta sadomasoquista. En este libro podemos leer un recital
de sentencias del siguiente tono:

“175. Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. - Niégate. ¡Es tan hermoso ser víctima!

¿Quieres que te diga todo lo que pienso de "tu camino"? - Pues, mira: que, si correspondes a la
llamada, trabajarás por Cristo como el que más: que, si te haces hombre de oración, tendrás la
correspondencia de que hablo antes y buscarás, con hambre de sacrificio, los trabajos más
duros...Y serás feliz aquí y felicísimo luego, en la Vida.

No pretendas que te "comprendan". - Esa incomprensión es providencial: para que tu sacrificio


pase oculto.

Te veo, caballero cristiano - dices que lo eres -, besando una imagen, mascullando una oración
vocal, clamando contra los que atacan a la Iglesia de Dios..., y hasta frecuentando los Santos
Sacramentos. ¡Pero no te veo hacer un sacrificio, ni prescindir de ciertas conversaciones...
mundanas (podría, con razón, aplicarles otro calificativo), ni ser generoso con los de abajo... ni con
esa Iglesia de Cristo!, ¡ni soportar una flaqueza de tu hermano, ni abatir tu soberbia por el bien
común, ni deshacerte de tu firme envoltura de egoísmo, ni... tantas cosas más! Te veo... - No te
veo... - Y tú... ¿dices que eres caballero cristiano? ¡Qué pobre concepto tienes de Cristo!

Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. - ¿Qué importa
padecer diez años, veinte, cincuenta..., si luego es cielo para siempre, para siempre..., para
siempre? - Y, sobre todo, - mejor que la razón apuntada, "propter retributionem"-, ¿qué importa
padecer, si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación,
unido a Él en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?...

Quieres ser mártir. - Yo te pondré un martirio al alcance de la mano: ser apóstol y no llamarte
apóstol, ser misionero - con misión- y no llamarte misionero, ser hombre de Dios y parecer
hombre de mundo: ¡pasar oculto!

Me preguntas: ¿por qué esa Cruz de palo? - Y copio de una carta: "Al levantar la vista del
microscopio la mirada va a tropezar con la Cruz negra y vacía. Esta Cruz sin Crucificado es un

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símbolo. Tiene una significación que los demás no verán. Y el que, cansado, estaba a punto de
abandonar la tarea, vuelve a acercar los ojos al ocular y sigue trabajando: porque la Cruz solitaria
está pidiendo unas espaldas que carguen con ella".

Pero la exaltación del sufrimiento, anulación de la personalidad y sumisión absoluta al Poder no es


cosa de este personaje sádico, Escrivá, en la línea de Moisés y los profetas bíblicos. Es doctrina de
la Iglesia. En la encíclica “Salvífici doloris”, “El valor salvífico del sufrimiento”, 1984, Juan Pablo II
exalta el sufrimiento como fundamento de la doctrina cristiana y sus valores. Dice, entre otras
cosas: “La alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento… lo que expresamos con la
palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre… la
redención se ha realizado mediante la cruz de Cristo, o sea mediante su sufrimiento…¿Por qué el
mal? ¿Por qué el mal en el mundo? Cuando ponemos la pregunta de esta manera, hacemos
siempre, al menos en cierta medida, una pregunta también sobre el sufrimiento…El sufrimiento
humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él
está contenida la grandeza de un misterio específico.”

En primer lugar, habría que explicarle al papa que el sufrimiento no es ningún misterio, ni un
castigo atribuible a lo que llaman pecado original, sino que está causado por enfermedades
naturales o desgracias naturales, una epidemia o un tsunami carecen de misterio, y sobre todo por
la explotación económica, la dominación política y la opresión moral. Que causas las guerras. No
existe otra causa del mal social que la existencia de lucha de clases y que esta lucha existe porque
existen clases sociales y esas clases están creadas como consecuencia de la explotación
económica. Las enfermedades nada tienen que ver ni con maldiciones de los espíritus ni de los
dioses. Son males químicos y biológicos e incluso sicológicos.

Si se acabara con la explotación económica, política y moral, eliminando las clases sociales,
desaparecería la lucha de clases y se acabaría con el sufrimiento social. Es bien sencillo. De las
enfermedades naturales ya se encargan la medicina y los hospitales de combatirlas. Hasta el papa
cuando se pone enfermo va a un hospital. Y lo cierran para él solito.

No puede atribuirse este sufrimiento social y político a fuerzas espirituales extrañas a los seres
humanos. Eso era cosa de la ignorancia del pasado cuando se creía en la existencia de un mundo
demoniaco. El papa, la Iglesia, debería abordar las causas reales, sociales y políticas que
desencadenan el sufrimiento, pero, entonces, tendría que condenar la propiedad privada de los
medios de producción en lugar de santificarla. La Iglesia católica, como el islam, justifica y defiende
la propiedad privada de los medios de producción. Siendo esta propiedad la única causa de todos
los males sociales e individuales.

El sufrimiento es necesario para la existencia de la idea de dios y el Poder. En él se racionaliza la


redención y sin la redención no existiría la figura de Jesucristo. El Poder. Quebrándose el mito de
salvación, que necesita del sacrificio individual y social, sobre el que se justifica toda la teología y
razón de ser de la Iglesia y el cristianismo. En otro acto religioso, la santificación de la judía

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cristianizada Edith Stein, el mismo papa, racionalizando las causas de su santificación y las palabras
de la misma santa, declaraba:

“Ahora bien, en el comienzo de la Scientia Crucis, explorando la fuente bíblica de la mística de San
Juan de la Cruz, ella escribe: “El alma se convierte en una sola cosa con Cristo, llegando a vivir de
su vida, pero únicamente en la rendición voluntaria al Crucificado, sólo después de haber recorrido
todo el Vía Crucis junto a Él”. La autora veía ese concepto expresado con la máxima claridad y
precisión al leer a San Pablo:

“Éste en realidad posee una ciencia de la cruz ya bien desarrollada, una teología de la cruz que
emana de su íntima experiencia. (..) El evangelio de Pablo es precisamente esto: la doctrina de la
Cruz, el mensaje que él anuncia a los judíos y a los gentiles. Se trata de un testimonio lineal, sin
artificio oratorio alguno, sin esfuerzo alguno por convencer recurriendo a argumentos racionales.
Ese testimonio recibe toda su fuerza de aquello que anuncia. Y es la Cruz de Cristo, o sea, la
muerte de Cristo en la cruz, el Cristo mismo crucificado. Cristo es el poder de Dios, la sabiduría de
Dios no sólo por ser enviado de Dios, Hijo de Dios y Dios él mismo, sino precisamente por ser
Crucificado”. Este “verbo de la cruz”, objeto de la predicación de Pablo, él lo ha formulado
perfectamente como “ciencia de la cruz”, o sea, como escuela de vida que implica la perfecta
conformidad con Cristo crucificado”. Con todo, ya en el alba de su conversión (1921) y mientras, a
comienzos de los años 30, crecía en Alemania la oleada del odio nazi que arrasaría al pueblo
hebreo mediante el exterminio (Shoà) e incendiaría toda Europa con la Segunda Guerra Mundial,
Edith Stein, “filósofa crucificada”4, observaba con impresionante lucidez la evolución del drama
sociopolítico y al mismo tiempo percibía claramente que únicamente en el misterio de la cruz y en
la participación directa en su sacrificio, en la scientia crucis, se podía tener esperanza en un mundo
nuevo, apoyado en la reconciliación, el amor y la paz. “No hay inteligencia humana que nos pueda
ayudar, sino únicamente la pasión de Cristo. Por eso deseo participar en ella”. Así escribía Edith
Stein en la víspera de la Navidad de 1938, al dar cuenta de su ingreso al Carmelo de Colonia.”
(Giovanni Marchessi, S.J., “La ciencia de la cruz en Edith Stein”, Humanitas, nº25).

Queda claro, por lo tanto, que el sufrimiento no es ningún misterio sino la condición necesaria que
debe soportar el cristiano para alcanzar la purificación de su alma, salvarse e integrarse en dios. Al
igual que el cristianismo todas las dictaduras políticas, el Nazismo y el Fascismo, y mucho antes
que ellos Hegel, repitieron los mismos argumentos para justificar y legitimar el sacrificio individual
de los súbditos de esos Estados en beneficio del Estado, la Nación o Iglesia, que dirían los papas.

“Sufrir sin lamentarse, dice Fromm, constituye la virtud más alta y no lo es, en cambio, el coraje
necesario para poner fin al sufrimiento o por lo menos disminuirlo. El heroísmo propio del carácter
autoritario no está en cambiar su destino, sino en someterse a él”. (Fromm, E. “El miedo a la
libertad”, Paidós, Buenos Aires, 1977, pg. 210).

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Y continúa Fromm en la pgn. 274-275: “Existe el deseo de someterse a un poder de fuerzas
abrumadora, de aniquilar su propio yo, del mismo modo que existe el deseo de ejercer poder
sobre personas que carecen de él. Este aspecto masoquista de la ideología y prácticas nazis resulta
evidente sobre todo con respecto a las masas. Se les repite continuamente: el individuo no es
nada y nada significa.

El individuo debería aceptar así su insignificancia personal, disolverse en el seno de un poder


superior y luego sentirse orgulloso de participar de la gloria y fuerza de tal poder. Hitler expresa
esta idea con toda claridad en su definición del idealismo: “Solamente el idealismo conduce a los
hombres al reconocimiento voluntario del privilegio de la fuerza y el poder, transformándolos así
en una partícula de aquel orden que constituye todo el universo y le da forma.

Goebbels formulaba una definición similar de lo que él llama socialismo (nacionalsocialismo): “ser
socialista, escribe, significa someter el yo al tú; el socialismo representa el sacrificio del individuo al
todo”. Sacrificar el individuo y reducirlo a una partícula de polvo, a un átomo, implica, según
Hitler, renunciar al derecho a afirmar la opinión, los intereses y la felicidad individuales. Este
renunciamiento constituye la esencia de una organización política en la que “el individuo deje de
representar su opinión personal y sus intereses…

El fin de la educación es enseñar al individuo a no afirmar el yo. Ya en la escuela el muchacho debe


aprender “no sólo a quedar en silencio cuando ha sido justamente reprendido, sino que también
debe soportar en silencio la injusticia. Acerca de este último objetivo de la educación escribe: En el
Estado del pueblo la visión popular de la vida ha logrado por fin realizar esa doble era en la que los
hombres ponen su cuidado no ya en la mejor crianza de perros, caballos y gatos, sino en la
educación de la humanidad misma; una época en la que algunos renuncian en silencio y con plena
conciencia y otros se sacrifican de buen grado”.

Después de leer a Hitler podría afirmarse que Escrivá de Balaguer escribió “Camino” al dictado de
las opiniones de este dictador. En realidad podría haber sido su secretario que en lugar del “Mein
Kampf”, una teoría para la dominación, escribió Camino, la conciencia racionalizada de la
dominación. La misma santa Edith Stein, con palabras más místicas, dice lo escribió lo mismo en su
libro la “Ciencia de la Cruz”: “El alma se convierte en una sola cosa con Cristo, llegando a vivir de
su vida, pero únicamente en la rendición voluntaria al Crucificado, sólo después de haber recorrido
todo el Via Crucis junto a El”. Y añade:

“Existe un estado de reposo en Dios, de total aflojamiento de toda actividad espiritual, en el cual
no se hacen más planes, no se toman decisiones y además de no actuar, uno entrega todo cuanto
es propio del futuro a la voluntad divina y se “abandona” totalmente al “destino”. Este estado lo
he vivido en parte yo misma, después de ocurrir un hecho que superó mis fuerzas absorbiendo
completamente las energías espirituales de mi vida y despojándome de toda actividad. El reposo
en Dios, en cuanto debilitamiento de la actividad por falta de fuerza vital, es algo totalmente
nuevo y especial. El debilitamiento se caracterizaba por un silencio mortal, en cuyo lugar se
presenta ahora una sensación de seguridad” y “cuando uno se abandona a este sentimiento,
comienza a llenarse paulatinamente de nueva vida y siente un impulso hacia una nueva actividad,

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pero sin esfuerzo alguno de la voluntad”. Por último, en la segunda parte del mismo ensayo,
titulada “Individuo y comunidad”, Stein parece fotografiar el camino de profunda purificación que
está viviendo su alma: si en el plano interior “se produce una transformación, ésta no se considera
resultado de un desarrollo, sino más bien una conversión debida a una fuerza sobrenatural o una
fuerza situada fuera de la persona y fuera de todos los nexos con los cuales la misma está ligada”.

Y contesta Eric Fromm con las siguientes palabras: “Todas las distintas formas de sadismo que nos
es dado observar pueden ser reducidas a un impulso fundamental único, a saber, el de lograr el
dominio completo sobre otra persona, el de hacer de ésta un objeto pasivo de la voluntad propia,
de constituirse en su dueño absoluto, su Dios, de hacer de ella todo lo que se quiera.

Humillar y esclavizar no son más que medios dirigidos a ese fin y el medio más radical es el de
causar sufrimientos a la otra persona, puesto que no existe mayor poder que el de infligir dolor, el
de obligar a los demás a sufrir, sin darles la posibilidad de defenderse. El placer de ejercer el más
completo dominio sobre otro individuo (u otros objetos animados) constituye la esencia misma del
impulso sádico”. (Fromm, E. “El miedo a la libertad”, Paidós, Buenos Aires, 1977, pg. 194). En
definitiva, la represión sexual, el sacrificio y sufrimiento personal como fundamentos éticos del
Poder/dios.

Allí donde no triunfaron las ideas progresistas y liberales sobre la soberanía popular y los
derechos individuales, como en muchos países católicos, fueran repúblicas o monarquías, y en
todo el mundo islamita y de las religiones hindúes, budistas, jainitas, confucianas, tahoistas…, el
Poder siguió teniendo el mismo sistema de valores que el de estas religiones. Desde la época de
las revoluciones progresistas y, posteriormente, comunistas, el mundo ha quedado escindido
entre dos conceptos diferentes del Poder y de la libertad. El de origen religioso y el de origen
progresistas. Ambos, como conciencias de clase de clases antagónicas, son, también antagónicos.
Desde entonces existen dos ideologías o conciencias de clase y de Poder: la totalitaria, de origen
divino y la progresista, de origen social.

La consecuencia final ha sido que, en las democracias capitalistas, fundadas sobre la coexistencia
de clases de clases antagónicas, coexisten dos sistemas de valores, unos de origen autoritario y
religioso, representados por la derecha y el clero en cualquier país democrático y otro
representado por las fuerzas progresistas que, actualmente, no siempre coinciden con las
izquierdas tradicionales. En cualquier caso esos dos sistemas de valores, conciencias e ideologías
de clase existen y coexisten.

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A pesar de que las constituciones democráticas proclaman una declaración de derechos
individuales que garantiza, teóricamente, las libertades individuales y rechaza la opresión
autoritaria de cualquier sistema de valores no fundamentado sobre las libertades individuales y
por lo tanto rechaza cualquier Poder que sea de origen religioso o divino, sin embargo, la derecha
y el clero enemigos de los derechos individuales y sociales e identificados con las teorías e
ideologías religiosas, que en cualquier momento apoyarían un golpe de Estado como apoyaron el
surgimiento del Fascismo, del Nazismo y de las Dictaduras militares católicas o musulmanas,
mantienen una actitud beligerante contra los derechos individuales por muy constitucionales que
sean.

En nuestro tiempo, a través de los partidos de derechas, dios sigue presente en el Poder y éste se
racionaliza como dominación utilizando la moral religiosa contra todas las libertades. Sin el recurso
constante a los valores religiosos la ideología de la derecha no podría soportarse sobre sí misma.
Necesita de la religión para racionalizar su dominación, su brutalidad y violencia recurriendo a los
valores divinos. Estos poderes están identificados con el Capitalismo, la explotación económica, la
dominación política y la dominación moral y religiosa que las clases dominantes, en cualquier
parte del mundo, siguen imponiendo a cientos de millones de personas al sufrimiento

El catolicismo, en cuyo nombre la derecha protege la propiedad privada de los medios de


producción y el clero sus propios intereses multinacionales y su voluntad absoluta de Poder, ha
elaborado una interesante teoría sobre cómo conquistar el Poder de los Estados democráticos,
hoy. Sin necesidad de pegar ni un solo tiro. Por la vía parlamentaria la Iglesia católica trata de
recuperar su dominación sobre el Estado y sobre la sociedad.

Como ya había anticipado, para terminar, es necesario hablar de la estrategia que actualmente
utiliza la Iglesia para mantenerse en el Poder aliada a la Derecha o al Capital. En el libro “Historia
de la Iglesia católica. Tomo IV. La Iglesia en su lucha y relación con el laicismo y su expansión
misional, 1648-1951”, escrito por Llorca y otros tres jesuitas más y publicado por la BAC, Biblioteca
de Autores Cristianos, podemos leer la siguiente descripción de esta estrategia:

“Había en el campo liberal-conservador, formando su derecha, sinceros católicos. El programa


político de esta agrupación era el reconocimiento total a las decisiones pontificias, sobre todo a las
del Syllabus, pero reconociendo que, dentro del constitucionalismo, había que atemperarse a las
circunstancias de los tiempos, haciendo ciertas concesiones, no en el terreno teórico, dogmático,
de los principios, sino en el práctico del Gobierno de los hombres, por no hallarse España en
estado de aplicar tales principios según procedimientos de tiempos pasados, que, a su juicio,
serían más perjudiciales que beneficiosos a la Iglesia.

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En una palabra, según los términos que se hicieron muy corrientes en la contienda que se
entablaba, España no se hallaba en un estado de “tesis”, sino de hipótesis.” El tomista Pidal y
Mont resumió esta estrategia en la divisa: “Querer lo que se debe, el dogma católico, y hacer lo
que se puede” modificando las leyes laicas y anticlericales.

El padre Conrado Muiños (Historia de la Iglesia, o.c. pg. 620): explicó así esta estrategia: “Tesis es
el ideal o los principios y doctrinas cristianas que por ley divina deben regular la vida pública de
todos los Estados; hipótesis es la parte del ideal realizable, según las circunstancias. Por otra parte,
Sardá y Salvany dio en su libro “El liberalismo es pecado” la siguiente explicación: “Tesis es el
deber sencillo y absoluto en que está toda sociedad o Estado de vivir conforme a la ley de Dios,
según la revelación de su Hijo Jesucristo, confiada al ministerio de la Iglesia. ¿Qué es la hipótesis?
Es el caso hipotético de una nación o Estado que por razones de imposibilidad moral o material no
puede plantearse francamente la tesis o el reinado exclusivo de Dios, siendo preciso que entonces
se contenten los católicos con lo que aquella situación hipotética pueda dar de sí”. (El liberalismo
es pecado, publicado en Propaganda católica, T.6, pg. 150, Barcelona, 1887).

El papa León XIII publicó una serie de encíclicas en las que difundió esta estrategia y lo hizo desde
diversas perspectivas persiguiendo siempre un solo objetivo: que por encima del Poder civil,
político, social o humano está el Poder del clero, llamado por ellos divino. Estas encíclicas son: la
Nobilissima galorum, Au milieu des solicitudes, Inmortale Dei, Diuturnum illud, Quod apostolici
muneris, Rerum novarum… a las que siguieron otras de sus sucesores. Hasta hoy. Se afirma en
todas ellas la voluntad absoluta de Poder del clero no superada ni por Hegel, ni por el propio
Hitler, ni por el Emperador japonés. Y por negación, la condena del poder popular y de los
derechos libertades individuales.

En realidad, esta estrategia posibilista no es otra cosa que la aplicación de la teoría del “poder
indirecto del papa” elaborada en el siglo XVII por el jesuita Suárez en dos de sus tratados, “De
legibus ac deo legislatore” y “Denfensio fidei”. El poder indirecto del papa no significa otra cosa
que cuando un gobernante, cualquiera que sea la forma de gobierno, gobierna contra la voluntad
del papa éste puede ordenar a los súbditos del Estado, porque también son súbditos de la Iglesia,
y ésta se considera autoridad superior a la autoridad civil, que desobedezcan a la autoridad civil o
las leyes civiles e incluso la proclamación de derechos de la Constitución.

Así ocurrió con el papa Juan Pablo II. En septiembre de 1987, Juan Pablo II, hallándose de visita en
Estados Unidos, ignoró una solicitud de los obispos estadounidenses de que afirmara su creencia

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en la libertad de expresión, optando en cambio por afirmar que: “La Iglesia católica romana no es
una democracia. El desacuerdo con el magisterio es incompatible con la condición de católico”.

La intromisión de la Iglesia en los asuntos políticos y públicos, así como en la redacción de las leyes
cuando atañen a los valores cristianos es una consecuencia necesaria de su voluntad de Poder,
expresada en su teoría del Poder. De esta intromisión en los asuntos públicos y políticos depende
su propia existencia como corporación clerical. De ahí que no renuncien nunca a participar directa
o indirectamente en los asuntos políticos. La Iglesia es una institución política que goza de
autonomía, como si fuera un partido político, frente al Estado. Algo que es sólo posible porque la
derecha la necesita como su único referente ideológico.

En aplicación actualmente de esta estrategia posibilista, allí donde los gobernantes católicos se
resisten a someterse a la doctrina cristiana, como la lucha a favor del aborto, en el caso de
cualquier país católico, incluso en Estados Unidos, en 2004, muchos obispos estadounidenses
hicieron grandes esfuerzos por lograr que el laicado obedeciera su oposición al aborto. En enero
de ese año, el obispo Raymond Burke, estrella ascendente en la jerarquía estadounidense, llamó la
atención de los medios cuando declaró en su diócesis de Lacrosse, Wisconsin, que ningún político
católico que, según él, hubiera mostrado apoyo al aborto o a la legislación de la eutanasia le sería
concedida la sagrada comunión en su diócesis. Este pronunciamiento deliberadamente
coincidente con las primeras elecciones primarias demócratas, fue visto como un ataque directo
contra el senador John Kerry, católico y uno de los contendientes por la nominación demócrata.

Cuando Kerry se presentó como candidato a las elecciones presidenciales, el obispo Burke
interfirió en la campaña en contra de Kerry anunciando que: “…todo elector católico que votara
por él en las siguientes elecciones también sería excluido de la comunión hasta que se arrepintiera
de su pecado de haber votado por ese político por estar a favor del derecho de la mujer a decidir
sobre su cuerpo”. El obispo Michael Sheridan, de Colorado Springs, intervino en el acto
advirtiendo que los católicos que votaran por Kerry “pondrían en peligro su salvación”. Este obispo
ya no parecía tan contundente al limitarse a declarar que podrían condenarse, pero no se atrevió a
excomulgarlos. (Yallop David - El Poder y la Gloria, Editorial Planeta Mexicana, 2007, pg. 326)

A pesar de lo cual, Kerry obtuvo 60 millones de votos frente a los 62 millones de Bush. Sólo 2
millones de diferencia. El pueblo norteamericano dio la espalda a los obispos católicos quienes, a
pesar de movilizar todas sus fuerzas con propagandistas y contertulios en las televisiones
tradicionalistas y organizaciones antiabortistas, fracasaron en su intento por imponer su
autoridad. La Iglesia americana ha enmudecido después de esa aplastante derrota.

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La derecha, la dominación, la opresión no elaboran su propia ideología. De esta función se
encargan las religiones. Creando así la conciencia de clase de la derecha y del Poder. La Iglesia si
no está apoyada en el Estado no tiene poder ninguno, pero la derecha católica, de otras iglesias
cristianas y los gobiernos musulmanes necesitan de la religión porque en ella se contienen las
ideas totalitarias y autoritarias del Poder con las que poder legitimar los abusos del Poder y las
restricciones de las libertades y derechos individuales. En esa situación nos encontramos en la
actualidad con gobiernos que no dejan de obstruir y restringir el ejercicio de las libertades y
derechos individuales.

Necesariamente la libertad económica, en ausencia de explotación económica, la libertad política,


en ausencia de dominación política, y la libertad moral, en ausencia de represión sexual, libertades
negadas por todos los dioses, cuyos valores son los valores del Poder, proponen otra conciencia
del poder como conciencia de la libertad y derechos individuales.

Javier Fisac Seco

Historiador, analista político, caricaturista, diseñador

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