Hope Gwendolen - Confias en Mi
Hope Gwendolen - Confias en Mi
Hope Gwendolen - Confias en Mi
Independently published
¿CONFÍAS EN MÍ?
Una novela
de
GWENDOLEN HOPE
Se non sei abbastanza coraggioso, lascia stare l’amore.
Serena Santorelli
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, utilizada o transmitida sin autorización del autor.
El contenido de esta novela es fruto de la imaginación, cualquier referencia a hechos o a personas, vivas o difuntas,
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo 1
Lana se hubiese quedado toda la vida en esa azotea, observando al río Mistyc correr. Era tan
hipnótico y relajante. A lo lejos, la vista de la ciudad se asemejaba a una postal y hacía de fondo.
Había subido a la terraza de su lujosa casa victoriana en South End, un vecindario tan elegante que
parecía ajeno al caos de Boston; solo quería tomar el aire e intentar respirar. Desde la terraza
había trepado a la azotea, a una reducida porción de espacio de difícil acceso. El sitio era
peligroso, pero tenía una vista sugestiva. Un momento: ¿su lujosa casa victoriana? No era suyo ese
edificio, al que no se podía definir como “casa” sin menospreciarlo. Un palacete, eso era, con una
decena de escalones de mármol blanco en el ingreso y una barandilla de hierro forjado con un
motivo de hojas entrelazadas, una pequeña calle adoquinada frente a la entrada y, a ambos lados
de la misma, un puñado de farolas a gas que iluminaban el verde parque.
Era propiedad de Gordon, su esposo, y probablemente nunca sería suya. Pero no importaba. Lo
importante era encontrar el modo de respirar. Abajo, en la fiesta, sentía que le faltaba el aire.
Había besado innumerables mejillas arrugadas y había conversado sobre los más aburridos temas
con hombres de la edad de su marido, probablemente igualmente ricos, pero no más. Era difícil
igualar en posesiones, acciones y cuentas bancarias a Gordon Hale, de profesión: banquero. Había
intercambiado falsos cumplidos y frases de cortesía con mujeres que llevaban vestidos que
costaban al menos tres veces el salario de un empleado promedio, gente que vivía de la
especulación y que a lo largo de su existencia había acumulado mucha más riqueza de la que
podría haber dilapidado en varias vidas. Posiblemente, de esos encuentros dependían los destinos
de muchos inversores, de seguro entre los invitados había quien planeaba aprovechar la ocasión
del lujoso brunch para resolver alguna crisis financiera, evitar la quiebra o, en el mejor de los
casos, proyectar nuevas adquisiciones. Un evento de Gordon Hale siempre tenía consecuencias
económicas cuyos ecos repercutían en todo el estado.
Lana, en cambio, solo quería respirar sin sentir esa horrenda opresión en el pecho, similar a
una roca presionando y aplastando a su pobre corazón. Tenía que encontrar la fuerza para enfrentar
el final del brunch, incluso cuando no sabía a ciencia cierta de dónde podría sacarla.
Sentía que toda su fuerza se había agotado a lo largo de ese año de vida conyugal con Gordon.
Había bastado un año, que podía ser un período muy largo o muy corto, dependiendo del punto de
vista, para hacer que se sintiera vacía, completamente desprovista de toda iniciativa, de la alegría
de vivir, del deseo de hacer cualquier cosa. No es que las vísperas del matrimonio hubiesen sido
particularmente felices. ¿Cómo se podía ser feliz luego de lo que le había sucedido a su familia?
¿Qué era lo que verdaderamente deseaba hacer con su vida? Ni ella lo sabía. Le hubiese hecho
mucha ilusión enseñar, tal vez en la universidad. Poseía un flamante título en literatura que se
había visto obligada a guardar en un cajón por causas de fuerza mayor y, en ese momento, su
trabajo era ser la joven esposa de un añoso y rico banquero. No había tenido muchas alternativas.
Había sido la vida quien había escogido y ella no había encontrado en ningún sitio el valor para
luchar. Se había rendido y había acabado en Boston, en South End, presenciando fiestas donde
solo tenía un propósito decorativo.
Un crujido hizo que se girara hacia la puerta trampa por la cual ella misma había salido poco
antes. ¿Era posible que Gordon hubiese notado su ausencia y hubiese enviado a alguien a buscarla
precisamente allí? ¿Cómo se justificaría? Refugiarse en la azotea, en medio de un evento en la
residencia Hale, ciertamente no era un comportamiento normal. Lana se tensó mientras, a toda
prisa, intentaba elaborar una excusa plausible que justificase su presencia en la terraza durante la
fiesta. Y era difícil encontrarla. Para tomar un poco de aire fresco bastaba salir a uno de los tantos
balcones de la casa. Subir a la azotea era un comportamiento más bien propio de alguien con
tendencia suicida. Con creciente estupor, notó que por la trampilla asomaban primero un brazo,
luego una cabeza de cabellos oscuros y, finalmente, un par de hombros envueltos en una elegante
chaqueta negra. De inmediato, un hombre con un smoking del color de la noche se materializó
sobre la misma terraza desde la cual Lana estaba contemplando el paisaje. Se encontraba de
espaldas a ella y aún no había notado su presencia.
Lana lo observó atentamente mientras se limpiaba los pantalones del traje con golpes secos de
las manos y luego repetía la operación con la chaqueta. Hubiese querido decirle que no había
necesidad, que se veía perfecto así como estaba, sin siquiera una partícula de polvo, a pesar de lo
estrecha que era la escalera que conducía hasta allí arriba. Pero una campana de alarma resonó en
su cabeza, alertándola del peligro. Instinto, tal vez.
Cuando el hombre se giró hacia donde ella se encontraba, Lana notó en forma simultánea, dos
factores por demás de inquietantes. El primero fue el cambio de expresión cuando el desconocido
reparó en su presencia y el segundo, la pequeña bolsa de terciopelo que colgaba de su mano
izquierda.
Hubo un largo momento durante el cual ambos se observaron en silencio. Ella con curiosidad y
él con una especie de fastidio en la mirada. No lo conocía, de lo contrario de seguro no hubiese
podido olvidar esos ojos de un azul tan penetrante que recordaban al mar embravecido y el modo
en que esos cabellos oscuros caían sobre su frente. Sin mencionar la altura, la piel de color oliva,
la figura fuerte y al mismo tiempo elegante. Y la intensidad de su mirada. Si estaba sorprendido no
lo dejaba ver, lo único claro era que no se sentía particularmente contento de que ella estuviese
allí.
—¿Busca algo? —Lana se le anticipó, alzando la barbilla. Después de todo, ella era la
anfitriona. En una casa que no era suya, en un matrimonio infeliz, pero seguía siendo la señora de
la casa. Por otro lado, esos parecían simples detalles en su vida.
El hombre no podía no conocerla, estaba en su fiesta. Debía saber que se encontraba frente a su
anfitriona.
La vacilación al responder, sin embargo, hizo que sospechara. Sus ojos se dirigieron a la
pequeña bolsa de terciopelo que había notado de inmediato, pero que luego había pasado a un
segundo plano a causa del imponente tamaño y el amenazador aspecto del desconocido.
—¿Qué hay allí dentro? —preguntó contra toda regla de buena educación—. ¿Y quién es
usted? —insistió ya sin remordimientos, segura de que había algo sospechoso. Quien no tiene nada
que ocultar, responde de inmediato, no se cierra en un silencio obstinado y culpable. El hombre
avanzó unos cuantos pasos y Lana evaluó la situación. Se encontraba sola, en la parte más alta de
la mansión, con un desconocido. Si él lo hubiese deseado, incluso podría haberle hecho daño.
¿Por qué de inmediato tenía que pensar en el peligro? La respuesta acudió a su mente en forma
espontánea: porque el que tenía delante era un hombre en cuyo rostro se leía una completa falta de
escrúpulos, indudablemente era capaz de todo. Lo veía en el pliegue de sus labios, en la arruga de
expresión entre sus ojos, en la mirada cargada de desprecio con la cual la estaba desafiando. Lana
buscó en su bolso de mano y tomó el móvil. En ese momento, hubiera deseado tener gas pimienta o
un cuchillo con el que amenazarlo, aunque tal vez, pensándolo bien, con ese tipo todo habría sido
inútil. Tenía el aspecto de alguien que podía dejarla fuera de combate en tan solo dos
movimientos, sin demasiado esfuerzo. Y no solo porque era físicamente superior a ella, sino
también porque parecía rodeado de un aura que gritaba peligro.
—Tengo una cita —respondió finalmente el hombre, en forma pausada y con seguridad, al
tiempo que Lana notaba que no se le escapaba que ella había sacado su teléfono. ¿Una cita había
dicho? Nunca antes una afirmación había sonado tan falsa. Sintió temor. El hombre tenía una voz
profunda, pero ese era un detalle secundario y advertirlo en ese preciso instante estaba
completamente fuera de lugar. Probablemente no volvería a oírla luego de que él la arrojara al
vacío. Precipitándose desde lo alto de la azotea podía llegar a morir. Un arrebato de valor o tal
vez de inconciencia, cobró fuerza en su interior y las palabras parecieron aflorar por sí solas en
sus labios.
—Me da gusto que tenga una cita aquí, en lugar de abajo, donde se encuentran todos los
invitados, pero de cualquier forma le agradecería que se presentara y me dejara ver qué tiene en
esa bolsa.
—¿O de lo contrario? —respondió en forma rápida y provocativa. Parecía que simplemente no
le importaba en lo más mínimo resultar creíble ante sus ojos. Por otra parte, ¿de quién
hablábamos? De una mujer de sesenta kilos contra un hombre de noventa. Ese tipo tendría las de
ganar, ni siquiera sudaría.
—Llamaré a seguridad, al fin y al cabo soy la dueña de casa. —Y agitó su móvil como un
arma.
El hombre no se inmutó. Evidentemente sabía ya tanto que tenía en frente a la señora Hale,
como que ella misma llamaría a seguridad.
—No es necesario, olvídate de mí, olvídate de lo que has visto y continúa mirando el cielo —
utilizó su arrogancia para hacerla callar y sonrió lascivamente, como si ella fuese una chiquilla
petulante.
Lana pensó que, además de asustarla, era todo un engreído. ¿Cómo se permitía tutearla y
dirigirse a ella como si fuese una chiquilla incauta? Maldición, se encontraba en su casa, se estaba
llevando quién sabe qué en esa bolsa de terciopelo, ¿y tenía el tupé de ordenarle fingir que no
sucedía nada? Era un disparate.
—De hecho, no estaba mirando el cielo, estaba... —cerró los ojos en un instante de confusión
pero rápidamente se recuperó y volvió a abrirlos—, no le importa qué es lo que estaba haciendo y
no pienso recibir órdenes de usted en mi propia casa. Muéstreme qué es lo que tiene en esa bolsa.
De inmediato, de lo contrario llamaré a seguridad.
La amenaza repetida hizo que le temblara el músculo de la mandíbula. A pesar de que el
hombre intentaba mantener la calma, Lana tenía el convencimiento de que había conseguido
ponerlo nervioso. De hecho, estaba completamente segura de que, en ese momento, la tentación de
arrojarla al vacío era aún más fuerte para él.
—He dicho ahora —agregó cáustica.
Lo vio rechinar los dientes y apretar los labios hasta convertirlos en una delgada línea. Fuera
lo que fuera que contuviera esa pequeña bolsa, el hombre habría sido más que feliz de golpearla
con ello en la cabeza hasta hacerle un agujero, del que saldría sangre y materia gris. Lana se
estremeció ante esa perspectiva.
Él permaneció inmóvil con deliberada insolencia.
—Voy a llamar —amenazó nuevamente, teléfono en mano.
El rostro del desconocido se tensó. No le agradaba recibir órdenes. Bien.
—De acuerdo, usted lo ha querido.
Lana blandió el teléfono como si fuese un arma. No sabía qué hacer y, si ese energúmeno
elegante hubiese querido agredirla, probablemente la habría derrotado en pocos segundos, con o
sin teléfono. Sin embargo, finalmente la amenaza pareció surtir efecto y con un movimiento que
llamar renuente era poco, el hombre extrajo el contenido de la bolsa. Lana estuvo a punto de
desvanecerse.
—¡La Virgen de las Nieves!
Allí, en esa terraza y a plena luz del día se destacaba una estatuilla de pequeñas dimensiones,
una virgencita blanca y dorada, de expresión seráfica; en sus brazos sostenía al niño Jesús, que la
observaba embelesado. Lana podía decir, sin temor a equivocarse, que ese diminuto objeto valía
una cifra incalculable. En efecto, en alguna oportunidad había oído decir a Gordon que la
estatuilla en cuestión había sido obra de un escultor del Renacimiento italiano, Antonello Gagini.
Pero lo más inquietante era que usualmente la Virgen de las Nieves se encontraba en el vestíbulo
de su oficina, exhibida en una columna de alabastro, en un ala de la casa a la que los invitados de
ese evento no tenían acceso. Cómo diablos había hecho para…
Llevó la mirada de la estatuilla a los ojos del hombre y los encontró más que furibundos. Azul
cobalto. Si esos ojos hubiesen podido traspasarla, apuñalarla e incinerarla, lo hubiesen hecho, las
tres cosas, simultáneamente. Sin el más mínimo remordimiento, es más, con malévola satisfacción.
—Ni siquiera lo pienses —lo intimó, no sabía con qué fuerza. Era absurdo creer que un tipo
como ese se dejaría intimidar por una mujer de veinticinco años, de aspecto inofensivo. Era una
locura tan solo imaginar que eso podría suceder. ¿Qué podía hacer? No tenía un arma, no tenía
ningún poder de persuasión. Lo único que tenía era su teléfono. ¿Qué podía hacer un teléfono de
última generación contra el que había resultado ser un ladrón oculto entre los invitados? Hizo el
único movimiento que instintivamente le surgió. Una foto. El flash se disparó y el teléfono vibró
con un sonoro click.
—¿Qué coño haces? —ladró el hombre. Y en ese instante le pareció verdaderamente
amenazador.
Los dedos de Lana volaron con desesperación sobre el teléfono. Tenía que actuar de prisa,
antes de que él extendiera la mano para arrebatárselo. Y en efecto, eso fue lo que sucedió. Bastó
una fracción de segundo: el aparato ya no estaba en su mano, ahora descansaba en la enorme
palma de él.
—He enviado una foto de ti con la estatuilla en mano, destruir mi teléfono no te servirá de nada
—dijo prácticamente sin detenerse ni para respirar y con su corazón latiendo a toda prisa. Lo vio
tensarse.
—¿A quién? —rugió, mostrándole los dientes. Realmente daba mucho miedo, parecía un loco,
uno de esos sujetos fríos y capaces de matar sin sentir compasión. Lana retrocedió—. Sería una
imbécil si te lo dijera.
—Debería arrojarte —tronó y Lana pensó que verdaderamente lo haría. Podía verlo en el
fuego que ardía en el azul de esos ojos, feroces y crueles. ¿En qué estaba pensando? ¿El
patrimonio de Gordon valía más que su vida? La culpa era de la arrogancia de ese maldito ladrón;
si no la hubiese provocado con ese aire presumido, Lana nunca habría llegado a tanto. Pero el
daño estaba hecho y ya nada podía remediarlo.
Por un instante, ambos permanecieron inmóviles: Lana completamente paralizada por el miedo;
el ladrón, probablemente completamente paralizado por la furia. A lo lejos se oyó un zumbido
persistente. Lana levantó la vista para ver qué era lo que interrumpía ese momento tan dramático y
rogó que, se tratara de lo que se tratara, pudiera ser una solución caída del cielo a todo lo que le
estaba sucediendo. Pero no era el caso. Simplemente se trataba de un avión, semejante a un
helicóptero pero más pequeño y menos complicado de pilotar, que parecía dirigirse precisamente
en dirección a ellos. La terraza era lo bastante amplia como para permitir que ese aparato, que
tenía el aspecto de un juguete capaz de volar, pudiese aterrizar. Contrariamente a lo que se podía
imaginar, el ruido no era tan intenso y, mientras Lana dirigía nuevamente la mirada al hombre, notó
que él no parecía en absoluto sorprendido por la llegada del vehículo. El zumbido insistente del
motor que se aproximaba cada vez más, no lo desconcertaba en absoluto y en él no había rastro de
la consternación y la ansiedad que, en cambio, ella sentía crecer en su interior a medida que el
avión se avecinaba. Había ido para recogerlo a él. El ladrón deslizó hábilmente el móvil en su
bolsillo.
—¡No creas que podrás marcharte con esa estatuilla! —rugió al notar que no tenía más opción
que amenazarlo. En vano.
—Intenta impedírmelo —fue la respuesta que el hombre escupió con malicia. Era claro que
lucharía hasta el final para impedirle que recuperara el preciado objeto.
Lana pensó rápidamente. A veces, en la vida, las ocasiones se presentan en forma imprevista y
es necesario cogerlas de inmediato, sino queremos que se esfumen. Pensó en el último año, en
todas las veces que había deseado huir, marcharse, dejarlo todo y comenzar su vida desde cero,
lejos de Gordon y de las invisibles cadenas que la mantenían prisionera. De hecho, no desde cero,
sino partiendo de lo que realmente quería para ella. Quizás su segunda oportunidad estaba
llegando, en la parte más alta de la mansión de su esposo, a través de un cachorro volador y de un
ladrón de casas de lujo. Reunió todo el valor que no tenía y lo intentó.
—Mantendré la boca cerrada, si me das la mitad.
El hombre la miró como si hubiese enloquecido. Una arruga surcó el puente de su nariz, como
si no estuviera comprendiendo bien. —Solo quiero irme de Boston, alejarme de aquí. Ahora
mismo. Y quiero la mitad del valor de la estatuilla o juro que haré circular la foto que te retrata
con tu botín.
—Tengo tu teléfono —le recordó con voz fría— y acabará mal.
—He enviado la foto a una persona de mi confianza, destruirlo no te servirá. Todo lo que tengo
que hacer es llamar y pedir que sea entregada a la policía —replicó sin pestañear. Vio la furiosa
lucha que se libraba en el interior de esos hermosos ojos azules. Por un lado la prisa por
marcharse y, por el otro, la duda de que ella realmente pudiera arruinarlo.
—Estás loca —explotó, a pesar de que por su rostro parecía que no solo quería insultarla sino
ponerle las manos alrededor del cuello y apretar.
—Una loca que te enviará a prisión. Recuerda lo que te he dicho.
Su corazón latía como un tambor. Tenía miedo de todo. Que el hombre dijese que no, que dijese
que sí, que decidiera arrojarla al vacío, que posara el precioso contenido de la bolsa en el piso de
la azotea y la estrangulara en ese mismo momento. Parecía especialmente capaz de las últimas dos
opciones.
—No te creo —respondió con tanta sangre fría que Lana sintió que se le helaban las venas. Y,
si no le creía, ese era un enorme problema. ¿Qué debería responder a una objeción como esa
cuando se encontraba sobre el techo de la mansión con una espectacular ocasión para huir?
—Arriésgate —escupió con toda la fuerza que tenía y rogando que su voz no temblara. ¿Cómo
podía un tipo así sentirse intimidado por una mujer como ella? ¿Una que apenas le llegaba a los
hombros y que para hablarle mirándolo a los ojos tenía que levantar la cabeza? El ruido del avión
se hizo cada vez más insistente, como un zumbido. Lana leyó tanta ira en el rostro de ese hombre
que sintió temor. ¿A quién estaba tratando de chantajear? A alguien que podía comérsela de un
solo bocado y luego escupiría sus restos, como si nada hubiese sucedido.
—Tienes el cerebro de un mosquito —dijo disgustado. Parecía mirarla con una mezcla de
rabia y desprecio.
—No creo que estés en condiciones de negociar.
—Eres tan estúpida que no te das cuenta que me desharé de ti tan pronto como pueda y no será
algo lindo para recordar. Admitiendo que estés en condiciones de recordarlo. —Solo buscaba
atemorizarla y hacerla desistir, se dijo Lana. Y, al menos en ese primer intento, estaba teniendo
éxito. Lana se lo repitió con fuerza, a pesar de que no creer en la amenaza de esos ojos azules y
furiosos era imposible.
El hombre le dio la espalda y se introdujo en el avión bajo la confusa mirada del piloto. Lana
no dudó, tomó impulso y se tiró tras él en el pequeño habitáculo, empujando su propio cuerpo en
ese espacio sofocante. El hombre hizo una seña al piloto levantando el pulgar y bajando la
barbilla, luego le dirigió a ella una mirada que era todo un espectáculo. Parecía decidido a abrir
la puerta de un momento a otro y arrojarla de repente al vacío. Pero no lo haría, Lana se esforzó
por creerlo, solo porque le importaba su propia libertad y no podía correr semejante riesgo.
La mansión se volvió pequeña bajo sus ojos mientras se alejaban en forma inverosímil,
sobrevolando el cielo de Boston.
Capítulo 2
Ese absurdo viaje había durado relativamente poco. Cuando se piensa en una fuga, por lo
general vienen en mente grandes distancias. Sin embargo, ese no era el caso. Lana había
mantenido todo el tiempo los ojos pegados a las manos del ladrón, temiendo que pudiese llevarlas
a su cuello o peor aún, abrir la puerta y arrojarla desde lo alto. Había alternado entre observar sus
manos y fijar la vista en sus ojos, pero en un momento no había sido capaz de seguir sosteniendo
ese azul tan penetrante y lleno de hastío y había preferido desviar la mirada.
A pesar de que mirar hacia abajo a través de la ventana, era peor. Por lo general, volar no le
causaba fastidio, pero estaba habituada a los aviones de línea, en primera clase, no a cacharros
voladores en los que ponía en riesgo su vida. Pero había sido ella misma quien lo había querido.
Se lo repitió sin cesar, como un mantra, para exorcizar el temor de mirar hacia abajo, al vacío.
—¿Cómo has hecho para colarte en mi casa? —preguntó a quemarropa para distraerse de ese
absurdo viaje.
El hombre la miró con el mismo desprecio con que la había mantenido vigilada todo ese
tiempo. —No es difícil obtener una invitación para vuestros estúpidos almuerzos —respondió
finalmente.
—Y sin embargo no debería ser nada sencillo. —Los invitados eran seleccionados y luego se
los controlaba en la entrada. Había mucho personal de seguridad, una agencia a la que Gordon
pagaba generosamente con el único fin de realizar ese trabajo.
Él la observó con repulsión. —Es evidente que no comprendes una puta mierda de estas cosas.
—Lana se quedó sin palabras. Nadie nunca se había atrevido a hablarle de ese modo, ni Gordon
ni nadie. Por otra parte, ¿qué pretendía? Se había entrometido en los planes de un ladrón,
obligándolo a compartir el botín con ella, una perfecta desconocida, mejor dicho, en teoría la
persona que había sido víctima del robo. Debía tratarse de un ladrón de cierto calibre, ya que la
pieza que se encontraba en esa pequeña bolsa valía una cifra astronómica. Además, para ser
sinceros, el hombre no tenía el aspecto de un ladrón de gallinas. Parecía alguien que sabía lo que
hacía. Lana lo escrutó de reojo, no pudiendo evitar notar su imponente físico. Era grande,
realmente grande, en el verdadero sentido de la palabra. Un hombre macizo y bastante enfadado.
—Eres un ladrón —escupió disgustada, razonando en voz alta.
—Eres perspicaz, no se te puede ocultar nada —replicó mirándola como si fuese algo de lo
que sentir repugnancia.
Lana se tensó. —¿Qué es lo que quieres hacer con la estatuilla?
—Colocarla en la cómoda de mi casa e hincarme a rezar frente a ella. —Lo dijo tan
rápidamente y con tanta seguridad que, por un instante, Lana quedó completamente confundida. —
Muy gracioso —se recuperó de inmediato.
Permanecieron en silencio por algunos minutos y luego Lana volvió a la carga. —¿A dónde
vamos? —Estaba nerviosa y asustada y cuando se encontraba en esas condiciones, era poco
probable que pudiese permanecer en silencio.
—Creía que todo lo que te interesaba era obtener tu parte. Pero claro, olvidaba que estás como
una cabra.
Lana lo miró con los ojos desmesuradamente abiertos y él le devolvió la mirada con tal
intensidad que hizo que se le secara la boca. —Eres cómplice en el robo de un objeto que te
pertenece. ¿Lo comprendes? O has perdido la cabeza o estás desesperada.
Sus palabras tuvieron el poder de herirla, pero Lana no se detuvo demasiado en ello y de
inmediato hizo a un lado ese estúpido sentimiento. Después de todo, no le debía ninguna
explicación acerca de sus motivaciones. Eran solo suyas.
—Y sin embargo me interesa, visto y considerando que estoy aquí arriba.
—Si hubiese sido por mí, te habrías quedado abajo. El viejo ya debe haber enviado a sus
mejores hombre tras de ti. Eres una complicación innecesaria, una espina en el culo que me
costará caro.
Lana resopló. —No notará mi desaparición hasta mañana y ni siquiera sé en qué momento del
día. —Se abstuvo de decir que esa tarde Gordon estaría absorto en sus negocios, olvidándose
completamente de ella y así hasta el final de la noche, que pasaría concluyendo tratativas que
harían que su banca fuera aún más sólida y él aún más rico. Y luego, al día siguiente, entre una cita
y otra, tal vez se preguntaría qué había sido de su joven esposa. Pero todo eso no tenía nada que
ver con su misterioso ladrón. ¿Qué podía importarle a él su infelicidad? Nada.
—Felicitaciones.
—¿Por qué? —espetó ofendida.
—Por el matrimonio —siseó con tono odioso.
—¿Que quieres decir? —Estaba fastidiada por ese matiz pedante del que había cargado sus
palabras. ¿Cómo se permitía hacer insinuaciones sobre su vida? Un hombre que ni siquiera la
conocía, que no sabía nada de ella.
Pero él eludió la pregunta. —Para tú información, vamos camino a Sheffield —dijo tranquilo,
por toda respuesta, mirando hacia abajo, mientras ella sentía un nudo en la boca del estómago y el
presentimiento de una muerte inminente. ¿Sheffield? Lana dio un saltó que hizo que por poco su
cabeza golpeara contra el techo de ese aparato infernal.
—¡No puedo ir tan lejos! —replicó mirándolo fijamente. Pero él no se inmutó. Esos ojos
azules permanecieron fríos, cargados de resentimiento.
—No parecías tan exigente cuando subiste aquí arriba a la fuerza. Además, si de mí
dependiera, haría que aterrizáramos de inmediato justo aquí, en medio de la nada, para hacerte
bajar. —La perspectiva de la desolada campiña hizo que temblara de miedo. Ese hombre no
tendría reparos en hacerlo realmente.
—Pero no lo harás —replicó y tuvo la satisfacción de ver que enrojecía de rabia.
—¿Por qué precisamente a Sheffield?
—Porque allí tengo a mi comprador y ahora deja de hacer preguntas estúpidas. De hecho, deja
de hacer preguntas y ya, no creo que de esa boca pueda salir nada que no sean pendejadas,
considerando lo que has hecho hasta ahora.
El resto del vuelo transcurrió en silencio y, cuando el vehículo comenzó a descender, Lana
percibió que su nerviosismo aumentaba. Estaban aterrizando en una pequeña pista, nada
improvisada esta vez. ¿Qué había hecho? Se encontraba en un sitio desconocido, con un hombre
desconocido, como si fuera poco, un delincuente. Lo suyo era para internarse. Tendría que
buscarse un buen psiquiatra y pronto. De hecho, con el dinero que obtuviera por su mitad de la
estatuilla, podría pagar una estadía en una clínica para enfermedades mentales. Lo necesitaría.
¿Quién cogía al vuelo la oportunidad de liberarse de su esposo extremadamente rico y para
hacerlo decidía marcharse con alguien que acababa de saquear su casa? No es que la estatuilla
fuese suya, pertenecía a la colección privada de Gordon. Ella no tenía nada, excepto un título en
Literatura y la juventud de una chica de veinticinco años que sentía que tenía sobre sus hombros el
triple de su edad. Y había sido precisamente eso, su juventud, lo que su madre había inmolado,
entregándola como esposa al rico banquero Gordon Hale para salvar a la familia de la bancarrota.
—A propósito, tendré que advertirle de algún modo. —Notó que había pensado en voz alta.
—¿A quién? ¿Al viejo? —No se molestó en responder, ocupada en pensar cómo lo haría. Le
escribiría tan pronto como tocara tierra y le diría que había decidido pasar algunos días en
Worcester, con su madre. Gordon nunca podría corroborarlo, todo el diálogo que sostenía con su
suegra se limitaba a monosílabos: sí y no, excepto eso, solo habían hablado un par de veces en la
vida. Una de ellas para acordar el matrimonio por conveniencia y el consecuente salvataje
económico de la familia Henderson. Respecto al robo de la estatuilla, estaba segura de que no lo
notaría de inmediato. Tenía tantas antigüedades en esa mansión que quién sabe cuándo advertiría
la falta del objeto.
El sonido de la puerta que se abría y el movimiento del hombre que se aprestaba a bajar del
avión la distrajeron de sus pensamientos. Lana se apresuró a imitarlo y, mientras descendía, sin
querer observó su trasero. De hecho, queriendo. A pesar de que llevaba un par de pantalones
elegantes, se veía que era firme y musculoso, un culo respetable. Él no le ofreció la mano para
bajar y Lana estuvo a punto de caer sobre el asfalto de la plataforma. Se recuperó justo en el
último instante, tambaleándose con poca gracia sobre sus tacones.
El ladrón intercambió algunas palabras con el piloto, lo saludó con una palmada en la espalda
y se alejó sin preocuparse por ella. Mientras Lana intentaba seguirlo, el avión despegó
nuevamente, dejándolos solos y en medio de la nada.
Lana se encontró prácticamente corriendo tras él. —¿A dónde vamos ahora?
El desconocido no respondió pero caminaba directo hacia un coche, el único que había en el
claro de hierba que rodeaba la pista de aterrizaje.
Lana nunca había estado en esa parte de Massachussetts y, si no hubiese sido por la absurda
situación en la que se encontraba, podría haber admirado ese hermoso paisaje que parecía haber
sido pintado de verde y anaranjado por una mano misteriosa. El otoño acababa de comenzar y
convertía al bosque lindero en un conjunto de colores cálidos, como la paleta de un pintor en
pleno uso.
Lana dio un salto y se aferró con fuerza a una de las mangas de la chaqueta del hombre,
obligándolo a detenerse. —Te hice una pregunta —jadeó, intentando imprimir a esa declaración
toda la violencia de la que era capaz, pero resultó muy poca en comparación a la hostil mirada
que obtuvo en respuesta.
—Has decidido arriesgarte —murmuró con los dientes apretados.
—Soy tu socia, no tu felpudo. —La palabra socia debía darle urticaria porque el hombre
estalló en una malévola carcajada—. Socia, ¿tú? Eres solo una piedra en el zapato, eso es lo que
eres.
—Bien, esta piedra en el zapato pretende conocer el plan, no me moveré a ciegas contigo—.
Lana esperaba recibir la misma indiferencia con que se había dirigido hacia ella hasta ese
momento. Sin embargo y para su sorpresa, el hombre respondió.
—Al final de esta carretera hay una ciudad, es allí a donde tenemos que ir —respondió como
si alguien le estuviese retorciendo las pelotas. Completamente enfadado.
—Una cosa más.
—¿Qué? —prácticamente ladró, con tal ferocidad en sus ojos que Lana sintió el impulso de
retroceder.
—Quiero saber cómo te llamas.
***
Transitaban con el coche por un boulevard arbolado, más anaranjado que verde. Ella y Trey
Bolton. No sabía si ese era su verdadero nombre. Había tenido que conformarse con lo que había
dicho, ya que considerando cómo había reaccionado cuando le había pedido que revelara su
nombre, hacerle más preguntas estaba fuera de discusión. Parecía que le estuviesen arrancando los
dientes uno a uno.
Habían caído en un silencio de ultratumba. El único sonido era el de los neumáticos del
automóvil que se deslizaba rápidamente por el camino rural. Encontrarse con un ladrón
desconocido —que se llamaba Trey Bolton, lo cual no era verdaderamente mucho como
información— en una carretera aislada, en las proximidades de Sheffield, con un objeto de
inestimable valor para revender a un traficante también desconocido, en una parte del país en la
que nunca había estado, ciertamente no le infundía el máximo de tranquilidad. De hecho, se sentía
tensa como un resorte listo para saltar. Observó por el rabillo del ojo a su compañero de viaje,
quien hubiese deseado encontrarse en cualquier sitio que no fuera en ese coche, junto a ella.
Lúgubre, tan mortalmente serio que podría haber sido empleado en una agencia de servicios
funerarios. Guapo era guapo, si no fuera porque siempre estaba enfadado, desde el primer
momento en que lo había visto. No es que le faltaran motivos para estarlo. De hecho, lo anormal
hubiese sido que se mostrara despreocupado y feliz.
El auto tomó una curva, la enésima de ese camino que parecía hecho a posta para hacer sentir
mal a cualquiera, aunque tuviera un estómago de hierro, caso que no era el de Lana.
—Tienes que ir más despacio porque estoy sintiéndome mal —le advirtió al hombre.
Trey ni siquiera volteó a verla, de hecho, aceleró y tomó con más ímpetu la siguiente curva. —
No me importa, tengo prisa por llegar, cerrar el negocio y abandonarte para no volver a verte
nunca más.
No fueron esas palabras groseras las que la hicieron sentir peor, sino el movimiento
ondulatorio del coche que hizo que su estómago subiera por su garganta y luego volviera a bajar.
—Por favor —se oyó decir con una voz que ni ella podía reconocer. Modulando penosamente
las palabras, haciendo uso del último resto de energía antes de vaciar su estómago. Pero él hizo
caso omiso y continuó acelerando, frenando, conduciendo con la misma gracia de un elefante,
hasta que el pobre estómago de Lana ya no pudo resistir. Intentó aguantar, aguantar y aguantar,
hasta que no lo soportó más y vomitó. En un primer momento, el contenido expulsado dio de lleno
en el muslo de Trey. Luego, un segundo disparo fue aparar al tablero del coche, como un chorro
incontrolado.
—Pero qué demonios... De repente, el coche se desvió y estuvo a punto de estrellarse contra un
árbol. Luego se detuvo en seco, con un hipido del motor, mientras Trey escupía blasfemias y
maldiciones propias de un estibador del puerto.
—Maldita bruja, hija de puta, ¿se puede saber qué coño estás haciendo?
Lana tenía el cabello despeinado, los ojos casi fuera de sus órbitas por el esfuerzo y su
garganta ardía como consecuencia del ácido reflujo que la había atravesado. Levantó la vista
hacia Trey, que por su expresión parecía Belcebú en persona. Su rostro estaba contorsionado por
la furia y el hedor que subía de sus piernas era algo repugnante.
—¡Te advertí que me estaba sintiendo mal, pero tú, nada! Podías bajar la velocidad…
—¡Y tú podías decir que estabas por hacer este desastre!
La rabia le dio la fuerza para hablar: —¡Pues para mí no fue precisamente una fiesta, idiota! —
Sentía deseos de llorar y no sabía por qué. Tal vez por el cansancio, el temor y la injusticia de ser
insultada por alguien que no tenía realmente nada para enseñarle. El hecho es que con gusto ella se
hubiese acurrucado sobre sí misma para derramar todas las lágrimas que su cuerpo pudiera
producir, y tal vez lo habría hecho, si en ese mismo momento, un coche que circulaba en sentido
contrario, no se hubiese detenido con una estridente frenada precisamente junto a ellos.
Capítulo 3
Parecía la escena de una película cómica. Pero, a decir verdad, también podría haber sido de
una película de terror, porque Trey se encontraba tan enfadado que una vena podía estallar
repentinamente en su frente o en su cuello. Luego sucedieron varias cosas al mismo tiempo. La
puerta del lado del conductor del coche que se había detenido junto a ellos se abrió y una pierna
desnuda y femenina, con el pie enfundado en un zapato de tacón alto y cuadrado, salió con
elegancia. La propietaria de la pierna llamó a Trey con tal entusiasmo que le hizo pensar que
estaba realmente feliz de verlo. Imposible. ¿Ese hombre podía gustarle a alguien? ¿Un ser humano
podría encontrarlo, además de odioso, al menos agradable de algún modo? Evidentemente sí,
había alguien que lo hacía.
La mujer de cabellos castaños que se había deslizado fuera del coche, se dirigía hacia él
llamándolo como si su vida dependiera de ello. Lana intentó recomponerse mientras observaba la
escena. Quienquiera que fuera debía estar completamente loca. Con estupor vio a Trey salir del
auto de manera fluida y elegante, a pesar de que tenía una pierna completamente embadurnada con
vomito. Sacó un pañuelo de su bolsillo y se limpió lo mejor que pudo mientras la mujer
continuaba avanzado a su encuentro. La abrazó intentando no mancharla, bajo la atenta mirada de
Lana que observaba la escena con curiosidad. Ella era más baja que él, pero de todos modos alta,
mismo físico delgado, misma postura elegante. La mujer lo miró con los ojos cargados de
adoración y le dio un sonoro beso en la mejilla, uno de esos que hacían pensar en verdadero
afecto. Luego observó a Lana que, movida por el insoportable olor que provenía de su propio
vómito, en tanto había bajado del coche y se limpiaba la boca con pañuelo para borrar las huellas
de lo sucedido. La mujer le habló primero a Trey, que sacudió la cabeza entrecerrando los ojos
con exasperación, luego dirigió a Lana una sonrisa radiante y fue hacia ella con zancadas
decididas.
—Mucho gusto, soy Molly Bolton, la hermana de Trey.
Lana estuvo a punto de perder el poco equilibrio que mantenía. Se recostó sobre el coche y
trató de mantenerse de pie, a pesar de que le resultaba realmente difícil. Finalmente, ella también
tendió su mano y estrechó la que le ofrecían.
—Mucho gusto, soy Lana. —La esposa del hombre a quien tu hermano acaba de robar con mi
permiso y del cual hui. Vamos camino a revender esta valiosa estatuilla que pertenece a mi
marido y dividiremos el botín porque soy una sucia chantajista.
Realmente era demasiado. Cuándo decir la verdad o cuándo callar podía marcar la diferencia.
—Trey no me ha dicho nada de ti, pero él es tan reservado, casi un ermitaño. —Molly sonrió
como si estuviesen hablando de una persona que ambas conocían muy bien. En resumen, todo lo
que sucedía se asemejaba cada vez más a escenas salidas de una comedia musical.
Lana sonrió en forma automática, fruto de un constante entrenamiento con las fiestas
organizadas por Gordon. —Sí, yo también lo diría. —No lo conocía de nada, pero que era un
tocapelotas estaba constatado.
—¿Habéis tenido un pequeño accidente? —La mirada de Molly se detuvo en el vómito que los
había afectado a ambos, pero especialmente a su hermano en la pierna.
—Sufro de náuseas en los coches, se lo había advertido a Trey y, de hecho, él precisamente
estaba deteniendo el auto a un lado del camino para que yo pudiese tomar algo de aire, pero no
pude resistir. —La mirada azul de Trey podría haber sido tan letal como un proyectil, de esos que
se adentran en el cuerpo y se descomponen en mil partículas metálicas capaces de penetrar la
carne. Con dolor, mucho dolor. Lana la sostuvo, solo para fastidiarlo.
—Tenéis que venir a casa y limpiaros. Además, era hacia allí que os dirigíais, ¿cierto?
Esta vez, Trey estaba listo para responder.
—No, tenemos otros planes. Una visita relámpago al Rocherfird y luego Lana deberá regresar
a Boston de inmediato.
Molly observó a su hermano como si hubiese pronunciado una blasfemia. —No podéis ir por
la vida con esas fachas, menos que menos si vais al Rocherfird. Absolutamente no, venid a casa a
cambiaros de ropas. Además, ¿has visto el tiempo?
Una gran hilera de nubes grises se había amontonado sobre sus cabezas. Pésimo tiempo,
pésimo día.
—No podemos —afirmó solemnemente Trey y luego prácticamente se ahogó cuando Lana posó
una mano en su brazo. Se giró de forma tan rápida y la miró de un modo tan feroz, que en un
primer momento ella sintió la tentación de retirarse. Podría haberla atravesado con esos ojos
cobalto, afilados y hostiles. Pero resistió. —Por favor, Trey. Me gustaría mucho refrescarme. Y
también tú deberías hacerlo, no querrás presentarte así en el Rocherfird.
¡Que el cielo la ayudara! ¡Quién sabe qué demonios era ese lugar!
—¿Has oído? Vamos Lana, ven, sube al auto conmigo, al menos no viajarás con ese terrible
hedor en la nariz. Trey, nos vemos en casa, ¡estoy tan feliz con esta sorpresa!
***
El viaje en coche con la hermana de Trey había sido un auténtico salto al vacío. ¿En qué estaba
pensando cuando aceptó ir con ella? Tendría que haber insistido para continuar camino con él,
pero había sido tan odioso e insoportable que la simple idea de estar a su lado le resultaba
intolerable. Comenzaría a insultarla, a maltratarla y ella no podía seguir soportándolo. Había sido
una decisión impulsiva, no había reflexionado mucho antes de aceptar y el resultado era que ahora
tendría que improvisar, esperando no contradecirse demasiado. Detrás de la ventana del coche, el
paisaje corría majestuoso, un desborde de colores otoñales que parecía salido de un cuadro, a
pesar de que la luz del día se estaba apagando.
—¿Tú también eres fotógrafa?
¿Fotógrafa? ¿Qué clase de excusas daba Trey Bolton a su familia para cubrir su verdadera
actividad? Lana buscó una respuesta plausible mientras observaba las cuidadas uñas de Molly,
que destacaban sobre el volante del auto clásico. Era difícil responder sin embrollarse.
—Oh no, yo tengo un título en literatura. —Había quien afirmaba que, si era necesario mentir,
lo mejor era mantenerse siempre lo más cerca posible de la verdad.
—Qué maravilla. ¿Y cómo os habéis conocido?
—En una fiesta, en Boston. Un conocido en común, ya sabes como es… —Todo era cierto,
hasta el momento.
—Trey adora Boston.
Me imagino, si siempre le resulta tan provechoso.
Lana esperó que las preguntas sobre su vida juntos hubiesen acabado, al menos de momento.
—¿En verdad mi hermano tenía intenciones de pasar por aquí sin siquiera detenerse a saludar?
No puedo creerlo. —Molly se enfurruñó ligeramente.
—Oh no, definitivamente no —se sintió en el deber de precisar Lana—, pensaba ir primero al
Rocherfird y luego pasar a verte. Él mismo me lo dijo.
Ignoraba por completo que era el Rocherfird y se estaba moviendo en un terreno peligroso.
—¿Estás segura? Porque no es propio de él acudir a ese sitio, prestarse para que esa gente
hable a sus espaldas. Y además, ¿qué es lo que quería hacer? ¿Pasar la noche allí en lugar de venir
a casa? Ya no lo comprendo. El asunto de la hipoteca lo está volviendo loco. Él trabaja mucho
pero... no sé si conseguiremos salvar el castillo.
Lana se estampó una sonrisa en la cara, esperando no haberse traicionado demasiado.
¿Hipoteca? ¿Castillo? ¿Los hermanos Bolton tenían un castillo y navegaban en aguas turbulentas?
He ahí un detalle digno de interés acerca de la vida de ese hombre.
—Sabes cómo es tu hermano, siempre se toma todo a pecho, también esta historia de la
hipoteca.
—¡Lo sé, es tan orgulloso que a veces le daría unas cuantas bofetadas! Le he dicho mil veces
que no es nuestra culpa que haber heredado las deudas de nuestros padres. No puede culparse
siempre por todo y tampoco puede pensar que tiene una solución para cada problema.
Ok, en ese momento era mejor que callara, de lo contrario podría meter la pata. Lana
aprovechó el silencio para espiar a la hermana de Trey. Molly Bolton era una verdadera belleza,
con una respetable estatura, ojos azules como los de su hermano y una abundante cabellera
castaña. Se parecía muchísimo a él, en lo físico era como estar frente a su versión femenina,
mientras que desde el punto de vista del carácter, era su opuesto. Tan cordial y acogedora ella, tan
imbécil y maleducado él. Además de ser un ladrón. Pero, por lo que acababa de descubrir, robaba
por el bien de su familia.
El trayecto fue breve y pronto el coche de Molly trepó por una cuesta flanqueada por setos muy
bien cuidados. En la cima se alzaba un pequeño castillo de aspecto antiguo y bien conservado.
Lana estaba habituada al lujo, se había codeado con él tanto cuando era una niña, al menos antes
de la desgracia de su padre, como en su vida de casada. Sin embargo, esa majestuosa mansión de
otra época la dejó boquiabierta por la sorpresa. Parecía el tema de una pintura, antigua pero no
vieja, vivir allí debía ser como estar en un lugar de cuentos de hadas. Y de acuerdo a lo que había
descubierto recientemente, todo indicaba que ese sitio de fábula pronto dejaría de pertenecer a los
hermanos.
—Aquí estamos querida, bienvenida a la casa Bolton.
Los ojos de Molly se concentraron en ella, pendiente de cada una de sus reacciones, como si la
estuviese estudiando. Se demoraron unos segundos demás, lo suficiente para hacerle comprender
que la hermana de Trey sentía un genuino interés por ella. ¡Quién sabe por qué! ¿La vida privada
de su hermano estaba tan desordenada que le parecía absurdo que estuviera acompañado por
alguien? Por otra parte, no era improbable, ¿quién hubiese querido acompañar a un hombre tan
gruñón y maleducado? Lana le devolvió la sonrisa con una mezcla de aprensión y pánico escénico.
Una cosa era cierta: cualquiera fuera la situación que la esperara, sería mucho más complicada de
lo previsto.
Capítulo 4
Trey
Si alguien le hubiese pronosticado como pasaría esa tarde, Lana nunca lo habría creído. En un
solo día había pasado de la recepción de Gordon, con esos aburridos financistas que solo
hablaban de inversiones, spreads, valores y otras cuestiones de las que no comprendía nada, a una
cena en un castillo en Sheffield. Gordon siempre había desestimado el hecho de que ella se
aburriera diciendo que tenía un título en literatura, como si eso lo justificara todo. Y luego reía,
una de esas risas medidas, nunca grosera, nunca excesiva. Y los viejos mentecatos que lo
rodeaban, reían con él. Como si un título en literatura fuese algo de lo que avergonzarse en el
mundo de las finanzas, algo reservado a las mujeres, algo ligero que no requería ningún esfuerzo
o, al menos, no un esfuerzo comparable al hecho por quien acaparaba un asiento en primera fila en
el mundo de las finanzas. ¡Y su madre había tenido el valor de entregarla de ese modo! Sería
difícil perdonarla.
—Es preciso informarle a tu marido. —La voz de Trey tronó a su lado, casi más altisonante
que el trueno que siguió al rayó poco después. Lana se sobresaltó y observó el teléfono que él
había depositado sobre la cama.
—No puedo creerlo, eres tan papanatas que ni siquiera has pensado en ello.
¿Papanatas? Pero ¿cómo se permitía llamarla de ese modo? Era un ladrón que hablaba con una
mujer graduada y de una cierta posición social. ¿Cómo se atrevía a hacer una afirmación de esa
clase?
—Lo haré en este preciso instante —se encontró diciendo, para arrepentirse prácticamente de
inmediato. ¿Qué hacía? ¿Acaso se estaba justificando con él?
—Tal vez ya ha comenzado una cacería internacional.
Le molestaba admitirlo pero tenía razón. No ponerse en contacto con Gordon le había resultado
espontáneo. No había sentido la necesidad de aportarle calma. ¿Qué podría significar? Miró su
reloj, muy probablemente estaría ocupado en alguna transacción financiera y casi con seguridad
ignoraría cualquier mensaje para leerlo a la mañana siguiente. Tomó el teléfono como si estuviese
ardiendo, lo desbloqueó y escribió a toda velocidad. No hizo tiempo a terminar de enviar el
mensaje, repentinamente el aparato le fue arrancado de las manos. Se estaba volviendo costumbre.
—¿Qué haces?
—Controlo lo que tu estúpida cabeza planea. He dicho que era necesario advertirle, no que
deberías hacerlo tú.
Lana quería recuperar su móvil, pero se encontró frente a una especie de montaña imposible de
escalar. Chocó con su pecho, duro como una roca, y con su obstinada negativa a entregarle
nuevamente su teléfono. —Devuélvemelo, ahora —lo increpó, mientras no podía evitar dejarse
cautivar por el perfume que desprendía su sweater. Un aroma masculino, viril y penetrante, que
nunca en su vida había sentido. Gordon usaba una colonia refinada, completamente diferente a ese
perfume que olía a hombre oscuro y rudo.
Él la ignoró y escribió algo, más allá de su vista. Luego arrojó el móvil sobre la cama, como se
lanza un hueso a los perros. Si no hubiese aterrizado sobre el colchón, seguramente se habría
abierto. Y no le hubiese importado el aparto, sino el desprecio de ese gesto. Lana lo miró como si
pudiese destruirlo.
—¿Qué fue lo que escribiste?
—Que estás en casa de tu madre porque necesitas descansar.
Lana se enfurruñó. —También podría haberlo escrito yo.
—No confío en ti —fue la respuesta.
—No tienes alternativas —respondió, ostentando una seguridad que no sentía en absoluto. Y de
inmediato pagó por ese intento de insubordinación. Trey se dio la vuelta. Ya no miraba a la
ventana sino que la observaba a ella. De repente había despertado su interés y no de un modo
positivo. Lo vio entrecerrar los ojos, como si estuviese intentando descubrir quién era esa perra
arrogante que estaba tratando de arruinar todo sus planes. Repentinamente Lana sintió un
escalofrío. Reconoció la familiar sensación de asfixia y la opresión en el pecho que había sentido
el día de su boda con Gordon. Era extraño que le ocurriera precisamente en ese instante que no
tenía nada que ver con su vida pasada, pero así era. Parpadeó para apartar esa sensación,
concentrándose en lo que podía hacer para enfrentar ese ataque.
—Tú no tienes idea de lo que podría hacerte.
No había nada de romántico en esas palabras, no era la promesa de una noche de fuegos
artificiales pronunciada por un novio apasionado, nada de eso. Se asemejaba más a la amenaza de
un asesino serial que cumplía sin un atisbo de duda con sus promesas.
—¿Qué? ¿Asesinarme? —escupió con arrogancia, sin sentir ni una pizca del valor que
ostentaba. Su labio tembló y se maldijo por su debilidad.
Trey estuvo encima de ella en un instante. —El estrangulamiento es lo ideal en casos como
este. No ensucia.
Fue el modo en que lo dijo lo que hizo que por poco se desvaneciera. Hubiese deseado rebatir
algo mordaz, tal vez que lo tenía en su puño con esa mentira de que le había enviado las fotos a
alguien de su confianza. Pero no tuvo la fuerza de emitir ni un solo sonido. Su boca permaneció
sellada mientras retrocedía y sus piernas cedían, haciendo que se sentara torpemente sobre la
cama. Y fue peor. Porque Trey, por el contrario, permaneció erguido, cerniéndose amenazador
sobre ella, como un déspota.
—Eres un ladrón pero no creo que seas capaz de matar. —Lo dijo más que nada para
convencerse a sí misma, como si pronunciarlo en voz alta pudiera dar a ese hombre misterioso y
cruel, una condición diferente. Más humana, menos glacial de lo que parecía.
—Si yo fuera tú, no me gustaría averiguarlo —la amenazó irguiéndose y mirándola fijamente
desde lo alto.
Lana echó un vistazo a su reloj principalmente para distraerse de esa situación. —Falta una
hora para la cena creo que iré…
—A ninguna parte —tronó molesto mientras se alejaba de ella. Lo vio dirigirse al armario,
abrirlo y sacar un maletín de cuero. De su interior extrajo un ordenador portátil que desplegó
sobre la mesa de madera oscura que se encontraba junto a la ventana. Encendió la laptop, que se
puso en marcha con un ligero zumbido, y la ignoró por completo, dándole la espalda.
—No quiero estar aquí dentro contigo.
—Deberías haberlo pensado antes —la congeló primero con su voz y luego con la mirada—.
Antes de hacer una estupidez como esta y meterte en un lío más grande que tú.
Sus palabras la hirieron.
—¿Qué debería hacer?
—Duerme. Mi hermana te machacará a preguntas más tarde. —Podría haber sido una
recomendación amable, si no hubiese sido pronunciada con una acritud tal que le hizo rechinar los
dientes.
Lana se tumbó en la cama. No hubiese querido obedecer, pero se sentía tan cansada que sus
piernas se habían movido casi por si solas. Aún llevaba el vestido que apestaba ligeramente a
vómito, su cabello estaba hecho un desastre, los pies le dolían a muerte.
—¿No deberíamos ponernos de acuerdo en qué responder a tu hermana para darle la misma
versión de nuestra historia? —Estaba embelesada mirando el techo. Había un rosetón de estuco
blanco justo en el centro y de él pendía una araña de hierro forjado. Si el resto del castillo de
Bolton era como el dormitorio, podía comprender que él robara para reunir el dinero necesario
para conservar la propiedad.
—Esas cosas como: ¿cuándo os habéis conocido? ¿Dónde? ¿Cuál es vuestra canción? —Como
no hubo respuesta Lana, quitó los ojos del rosetón para posarlos en él. Tecleaba como un poseso
y, cuando dejó de hacerlo para observarla, le dirigió una mirada que era una mezcla entre
desprecio y deseo de lastimarla. Parecía querer silenciarla del más violento de los modos—. Te
daré un consejo desinteresado, y ni siquiera sé por qué lo hago: quítate esas ideas de la cabeza.
—¿Por qué? ¿No te importa ser al menos algo creíble?
Trey dejó de teclear y giró la parte superior de la silla, volviendo toda su atención a ella. —
Quizás se te escape algo. Mañana por la mañana, cuando haya entregado la estatuilla a su
comprador y haya liquidado mi deuda contigo, tú te irás a llorar a algún sitio —francamente no me
importa en lo más mínimo cuál— y yo me centraré nuevamente en mi trabajo. Después de la cena
de esta noche, mi hermana no volverá a verte, por lo tanto, aunque piense que te conocí en un
burdel, me importa un carajo.
Giró sobre sí mismo y regresó a su trabajo. Lana dejó caer la cabeza sobre la almohada y cerró
los ojos. Se había metido en un enorme y absurdo enredo, con un hombre a quien definir como
odioso no hubiese bastado. ¿Qué diferencia había entre él y Gordon? Que su marido la trataba
como a una retardada mental, pero al menos era gentil. En cambio, Trey era el patán más patán que
había conocido hasta ese momento de su existencia. Nadie se había dirigido a ella de ese modo.
Le decía lo que pensaba, incluso las peores cosas, de ella y de su vida. Por otra parte, ¿qué había
hecho para ganarse su buena voluntad? Chantajearlo, forzarlo a que la llevara con él,
entrometiéndose en la relación con su hermana, que parecía ser la única persona en el mundo que
le importaba. Si la odiaba, realmente había una serie de motivos válidos y no podía culparlo.
¿Qué podía saber él de lo que la había empujado a escapar como una delincuente de su casa?
¿Y aún antes, a entrar en esa casa? Las cosas no habían sucedido por azar, ella había sido una
víctima, pero una de esas víctimas que contribuye a ayudar a su propio verdugo.
Y en ese caso el verdugo había sido su madre, Fiona Henderson, viuda de William Henderson,
de Worcester, rico industrial de instrumentos y aparatos ópticos para fotografía que se exportaban
en todo el mundo. Mientras las cosas le habían ido bien, sus días habían estado marcados por
fiestas, vacaciones y en definitiva, habían disfrutado todos los privilegios de la vida en la buena
sociedad. La crisis y una serie de inversiones equivocadas habían hecho que su padre terminara en
la bancarrota. No había sido una caída abrupta sino una ruina progresiva que había vuelto tensa la
relación entre sus padres y cada vez más silenciosas las cenas familiares. Hasta que no había
habido más cenas familiares. Su padre prácticamente no regresaba a casa y su madre la evitaba
gastando el poco dinero que había quedado en sesiones con el psicoanalista, intentando
comprender cómo vivir sin enloquecer visto que ya no estaban rodeados de dinero. Hasta que, una
mañana, su padre había sido encontrado colgado en el estudio de su casa.
Con ese terrible recuerdo en sus ojos, Lana se deslizó en un sueño atormentado e inquieto
mientras se preguntaba, en el límite de la conciencia y el duermevela, si alguna vez en su vida
conocería la verdadera felicidad.
Capítulo 6
Trey
Es solo una cena. ¿Cuánto puede durar una cena? Una hora, máximo dos, dependiendo de la
conversación. ¿Y qué conversación? Solo Molly hablará y la perra con la que cargo se limitará a
desplegar una cantidad industrial de mentiras con las cuales no la ayudaré ni una vez. Si se mete
en algún callejón sin salida, juro que la empujaré para que se hunda, haciendo que Molly
comprenda que mi novia es una mentecata mentalmente desorganizada. La perspectiva me arranca
una sonrisa, aunque la satisfacción es realmente pobre en comparación con lo que deberé sufrir
por su culpa y el daño al que tendré que hacer frente. En especial, el económico. Si
verdaderamente tengo que darle la mitad del valor de la Virgen de las Nieves, deberé dar otro
golpe. Y una mierda que le daré la mitad, necesito inventarme algo.
Me cambié tan pronto como llegué, los jeans y el sweater estarán más que bien para una cena
en casa.
Me siento en la cama para atarme los zapatos. Mi peso hunde ligeramente el colchón pero ella
no se mueve. La arpía duerme con la boca abierta y emite un ronquido bajo y rítmico, muy poco
femenino. Aún lleva el vestido de la fiesta y se le ha subido, dejando al descubierto una abundante
porción de sus muslos. No usa medias, sus piernas están desnudas y a la vista. No es muy alta,
pero a mi pesar debo admitir que sus piernas no son nada despreciables, torneadas y firmes. Se ha
quitado los zapatos. Tiene las uñas de los pies pintadas de rojo, dedos pequeños, proporcionados.
Pero, ¿qué estoy haciendo? ¿La admiro? Soy un hombre, joder, no hay nada malo en mirar un par
de piernas, pero eso no quiere decir que tenga intenciones de facilitarle la velada. Por lo tanto, a
las nueve en punto, cuando estoy perfectamente listo, aseado e impecablemente vestido, la sacudo
por el hombro con poca amabilidad. Debe haber caído en un sueño profundo porque abre los ojos
y me mira asustada, como si fuese una alucinación, pero de esas feas. Y está bien que así sea.
—¿Qué hay? ¿Qué sucede? —Se sienta en la cama y tiene los ojos desorbitados. El vestido se
le enrolla y deja expuestas sus braguitas. Negras. Enarco una ceja. Ella sigue mi mirada e
instintivamente baja su vestido, aunque hay poco que bajar. Tiene el cabello que parece un nido de
pájaros y su boca está ligeramente babeada. El rímel en su ojo izquierdo se le ha corrido un poco.
En resumen, tiene un aspecto francamente horrible.
—Molly nos está esperando abajo.
Mira a su alrededor confundida y disfruto verla desorientada. Demora pocos segundos en
recordar todo y mete una mano en su cabello creando un resultado aún peor. Me observa notando
que estoy listo, cambiado y arreglado y luego se da cuenta que ella está a años luz de mi
impecable condición.
—No puedo, no estoy lista.
Me encojo de hombros posando la mano en el pomo de la puerta.
—A quién le importa, podías arreglarte en lugar de dormir.
Mis palabras parecen hacerla lanzar chispas por los ojos. —Debes haberme drogado. No
recuerdo nada de lo que sucedió luego de que te sentaras en ese ordenador y comenzaras a actuar
en forma odiosa. ¿No podías haberme despertado media hora antes?
—Me hubiese perdido la diversión de verte a mi lado en las lamentables condiciones en las
que te encuentras. Ahora date prisa, Molly ya estará en la mesa comprobando su reloj. —
Obviamente sé que no es el caso, pero ella me cree. Y vaya que lo hace. Pone los ojos en blanco,
salta de la cama y cuando se mira al espejo hace una mueca que me alegra la noche. Luego se
dirige al baño con paso decidido. Oigo que abre el agua y después de un par de minutos sale con
el rostro limpio y el cabello suelto, se ha liberado de ese peinado que ya estaba completamente
deshecho. Debo decir que sin maquillaje parece menos odiosa y ni siquiera yo sé explicar por qué
me encuentro pensando en esto. Se coloca sus zapatos de tacón y me mira con ferocidad.
—Estoy lista. Imbécil.
Mientras abro la puerta para darle paso, siento deseos de sonreír. Creo que al menos me
divertiré un poco.
—¿Es que acaso te has vaciado el frasco de mi perfume encima? —le recrimino. Es un perfume
costoso—. He tenido que apañármelas teniendo en cuenta que llevo este vestido hace horas y que
incluso tiene manchas de vómito —afirma casi ferozmente.
Bajamos las escaleras en el más absoluto silencio, si no fuera por el sonido de sus tacones
sobre los peldaños. El castillo es casi en su totalidad de piedra, los muros, las escaleras, los
pisos. Por explícito pedido de mis padres, la restauración se ha mantenido fiel a la construcción
original. Pero pronto todo esto podría dejar de ser nuestro y esa idea me pone furioso. Mientras
continúo perdido en mis pensamientos, noto que hay demasiado silencio. Toda esta calma me hace
sospechar y la sospecha se vuelve una horrible certeza cuando descubro a qué se debe.
Estaba convencido de que me divertiría pero cambio rápidamente de opinión en el preciso
momento en que noto lo que me espera. No puedo creerlo.
Verdaderamente no puedo creerlo.
La sala de mi casa, repleta de una veintena de personas que miran en silencio en nuestra
dirección. No sabría cómo más definir esto sino como una maldita fiesta sorpresa.
La inmovilidad y la luz suave duran solo unos segundos, el tiempo suficiente para hacerme
comprender que estoy jodido, condenado, no tengo escapatoria. Luego se encienden las luces y un
coro de bienvenido, hola, cómo estás, llena el aire.
Molly me las pagará y muy caras. Las personas vienen a mi encuentro en grupos y no tengo
tiempo de ver qué le está sucediendo a esa arpía aprovechadora con la que cargo a mis espaldas
porque estoy demasiado ocupado defendiéndome de toda esa bienvenida. El primero en venir a mi
encuentro es Matt, mi compañero de escuela que ahora es leñador. Matt tiene dos hombros
cuadrados que lo hacen ver como un armario, mejillas rosadas como si acabase de beber dos
copas de vino y la sonrisa abierta de quien siempre tiene la conciencia tranquila. Pero en este
momento su sonrisa es lo más irritante que mis ojos pueden ver. De hecho, podrían sangrarme los
oídos cuando me abraza y me pregunta si me ha gustado la sorpresa.
—Mucho —gruño con la misma expresión de quien está a punto de ser colgado. Él no lo nota y
cree que lo digo con sinceridad—. Ayudé a Molly con el catering y las invitaciones de último
momento.
Soy literalmente incapaz de responder que ha hecho un buen trabajo. En verdad, quisiera no
parecer tan maleducado. Observo a mi hermana en la esquina de la habitación, levantando ambos
pulgares. Por poco siento deseos de vomitar. Digo por poco porque es cuando veo a Lana que
aparecen las náuseas. También fue tomada por sorpresa. No puedo poner atención a lo que hace
porque me tocan más saludos, palmaditas en la espalda, besos. Alguien coloca una copa en mi
mano. En la más absoluta confusión, mientras la música comienza a sonar, veo a Molly
presentándole a Lana al resto de los invitados. Solo Dios sabe qué estará diciendo. Me saluda con
la mano pero yo no devuelvo el gesto. Le dirijo mi mirada más glacial y luego bebo de un solo
trago el contenido de la copa que Matt puso en mi mano.
Tengo que procurarme otra o tal vez dos para lidiar con todo esto.
Parece que buena parte de Sheffield se encuentra reunida en la sala, mis paisanos. Debería
estar contento. Aquí todos saben que me dedico a la fotografía y que eso es lo que me lleva de
viaje por el mundo, de hecho, es de mi trabajo que todos me preguntan. Qué estoy haciendo, qué
planes tengo, por cuánto tiempo estaré aquí. Es raro que regrese a Sheffield; en realidad vuelvo,
pero por lo general no me dejo ver. Me quedo el tiempo necesario para contactar a mi comprador
y luego desaparezco. En ocasiones visito a Molly, pero otras tantas veces liquido todo durante la
noche y me marcho antes del amanecer. Nadie me ve, nadie sabe de mi llegada. Ese es el motivo
por el cual en este momento todos están tan contentos con mi presencia. Espero que, luego de esta
noche, mi situación no sea tan comprometida como para terminar tras las rejas en mi propia
ciudad. Y es precisamente en el momento en que me estoy procurando otra copa y pienso que la
noche no puede ir peor, cuando la veo. Debí suponerlo y tal vez dentro de mí lo supe desde el
instante en que puse el pie en el último peldaño de las escaleras. Está de espaldas. Se gira y me
dirige una mirada de las suyas, estudiadas y lascivas. Grace.
Lleva un vestido suave y oscuro, pero yo sé perfectamente que hay bajo esa suavidad. Más
suavidad. Conozco muy bien su cuerpo, recuerdo cada detalle como si fuese ayer. De repente
beber algo, cualquier cosa, se ha vuelto una necesidad. Si ella está, él también tiene que estar.
Acabo con otra copa de un solo trago y no sé si me siento mejor o peor. De seguro, mal cuando
Grace avanza hacia mí. Parece una leona que ha apuntado a su presa, se abre paso entre los
invitados como si nada pudiese detenerla. Y en efecto, nada la detiene. Tiene el rostro de alguien
que pasaría sobre el cadáver de su madre con tal de llegar directo frente a mí. Y lo consigue.
—Hola —susurra con esa voz ronca de fumadora. No osa aproximarse a mi rostro, ni siquiera
por un beso en la mejilla, sabe perfectamente que no puede permitírselo.
—Hola —respondo, aunque no estoy seguro de cómo logro hacerlo. De cerca veo que junto a
sus ojos hay diminutas arrugas que ciertamente no la hacen menos hermosa. La boca, en cambio, es
la misma de siempre, suave y lasciva.
—Me alegra que hayas regresado —susurra en un tono íntimo que está fuera de lugar. No puede
haber nada íntimo entre nosotros, ya no más.
—Fue una trampa —respondo, y realmente es así. Si hubiese sabido lo que Molly tenía en
mente, le habría prohibido expresamente organizar esta velada. Lo único que deseo es que termine
pronto. Ahora que Grace está cerca de mí, sin embargo, ya no consigo comprender qué es lo que
realmente quiero. Me siento confuso y eso no me agrada.
—Te encuentro bien —escupe y de inmediato hunde la nariz en su copa, dejando que solo sus
ojos hablen, esos ojos alargados que la hacen parecer una gata. ¿Qué debería decirle a la mujer
que rompió mi corazón e hizo que mi mundo se derrumbara? ¿Tú también te ves bien? ¿Estás tan
bella como siempre? ¿El tiempo parece no haber pasado para ti?
No puedo, que Dios me ayude, pero simplemente no puedo. Lo que hago, en cambio, es
recordarme a mí mismo y a ella por qué hemos llegado a este punto.
—¿Jeff también se encuentra aquí?
Su rostro se ensombrece. Toda la carga seductora parece haberse desvanecido. —Sí —admite
de mala gana y mira hacia el fondo del salón, donde su nuevo marido habla con el hijo del
panadero y Smithenson, el abogado.
Jeff se gira, como si el simple hecho de que lo observara hubiese sido suficiente para llamar su
atención, y viene hacia nosotros. Mil veces en los últimos años me he preguntado cómo había
hecho Grace para estar conmigo y luego con Jeff. Somos diametralmente opuestos. Dónde yo soy
fornido, él es delgado, mis brazos tienen la circunferencia de sus muslos, tiene el pecho de un
adolescente. Pero toca el violín. Maravillosamente bien. Lo entiendo incluso yo, que de música no
sé nada, excepto diferenciar lo que me gusta de lo que no. Yo no toco ningún instrumento, soy un
ladrón profesional, pero esa no es una virtud, obviamente.
—Jeff
Cuando está frente a mí, no puedo hacer más que llamarlo por su nombre, es el único saludo
que consigo dirigirle. No puedo inclinar la cabeza, no puedo sonreír, no puedo tenderle la mano. Y
él tampoco intenta tenderme la suya. Una vez fuimos amigos, más que amigos de hecho, pero lo
que había entre nosotros se rompió cuando Grace escogió estar con él.
—Molly realmente te ama si organizó todo esto. Ha hecho algo maravilloso y en tan poco
tiempo.
Jeff me conoce, sabe que detesto las sorpresas. Las que son para los otros, ni hablar de
aquellas que son para mí, por eso intenta hacerme ver el vaso medio lleno. —Sí —consigo decir.
Permanecemos inmóviles, en el centro del gran salón repleto de gente como un trío embarazoso.
Pero justo cuando pienso que nada peor podría pasar, lo peor se materializa a mis espaldas.
—Encantada de conoceros.
Por un momento me había olvidado del lastre con el que cargo. La fastidiosa, insoportable,
odiosa Lana Hale.
Lana tiene una sonrisa radiante que no tolero. Mientras más sonríe ella más nervioso me siento
yo. ¿De qué coño se ríe? Debe ser tan estúpida que no comprende lo que sucede. Tendría que
hacer las presentaciones pero estoy tan nervioso que no consigo moverme. Entonces se encarga de
ello Grace, y es peor. Le tiende su mano. —Mucho gusto, soy Grace, la ex esposa de Trey, y él es
mi marido, Jeff.
Lana abre los ojos como platos, pero solo por un instante, a continuación asimila muy bien el
golpe. Después de todo, no tiene que hacer ningún esfuerzo porque en realidad, ella y yo, no
somos absolutamente nada el uno para el otro. Sin embargo, de todos modos consigue contener la
sorpresa. Yo estoy cada vez más enfadado. Sé qué es lo que está pensando Grace: que mi nueva
novia tiene mucho autocontrol, pero que su estilo es horrible y además usa un perfume de hombre.
El mío, que ella conoce muy bien.
—¿Hace mucho estáis juntos?
La pregunta es para Lana, por lo tanto dejo que ella responda mientras yo extiendo una mano y
tomo otra copa.
—Apenas un mes —la escucho decir. Luego percibo otra cosa, esta vez con el cuerpo. Me ha
cogido el brazo y se ha colgado a él.
—¿Y dónde os habéis conocido?
Aquí intervengo yo. Si Molly es inofensiva con sus preguntas curiosas, Grace en comparación,
es una serpiente. Sería capaz de verificar una a una las informaciones que la estúpida de Lana le
proporcionara, desmoronando su castillo de naipes y en consecuencia, también el mío. —Un
evento fortuito que alguna vez te contaré, definitivamente no ésta noche —corto en seco.
—Molly me ha dicho que tocas el violín. —Lana parece fascinada con Jeff. Tal vez ella
también sufre el encanto de los hombres raquíticos e inteligentes. ¿Y por qué mi hermana no se
mete en sus asuntos?
—Soy un concertista —admite sin hacer alarde, como si hubiese dicho que era un herrador. De
repente siento que los odio a todos. A Jeff, en primer lugar, con su elegancia y su modestia dignos
de alguien que sabe cómo lidiar con todas las situaciones y superarlas con clase y sin esfuerzo. A
Grace, en segundo lugar, verla me da una sensación que no consigo definir, mezcla de
ira y violencia reprimida. A Molly, que me tendió esta maldita emboscada y a Lana, que me
tiene agarrado por las pelotas con esas puñeteras fotos que le ha enviado a su contacto
desconocido. Realmente siento que podría explotar. La conversación continúa sin que yo tome
parte, de hecho intento escabullirme con naturalidad y no sé por qué extraño milagro lo consigo.
Me encuentro en una de las terrazas principales, a la cual se accede desde el salón en el cual
mi hermana tuvo la brillante idea de organizar la fiesta. Finalmente un soplo de aire. Trato de
calmarme respirando hondo. Inhalo y exhalo. Dentro de poco todo habrá terminado. En media
hora, como máximo, Lana y yo nos despediremos de los presentes y nos retiraremos a nuestra
habitación como una pareja unida que se respeta. Luego podremos estrangularnos e insultarnos a
conciencia, ninguno de mis paisanos lo sabrá jamás.
—Ah, aquí estás. —Su voz aguda hace que me dé la vuelta. Lana cojea sobre sus zapatos de
tacón. Tiene la misma expresión que le he visto en el techo de la villa de su marido. Está enfadada
y mucho—. ¿Se puede saber dónde te habías metido? Tu ex esposa me ha sometido a un exhaustivo
interrogatorio. Ha querido saber todo de nosotros. ¿Por qué me has dejado sola con esa serpiente?
Tal vez un cigarrillo sirva para calmarme y me impida retorcerle el cuello aquí, en la terraza.
—Sabes que me importa un pimiento que te hayas encontrado en un aprieto. Recuerda que si no te
hubieses pegado a mí, nada de esto habría sucedido. En cambio, por tu culpa, me encuentro
lidiando con esta multitud de gente curiosa.
—Deberías ser menos grosero, todas estas personas se encuentran aquí reunidas para celebrar
que estés de regreso.
Tal vez tiene razón pero no consigo verlo de ese modo. Quizás porque creo que alguien como
yo no debería ser celebrado y si ellos supieran qué es lo que hago para vivir, también lo
pensarían. No estarían tan orgullosos de mí.
—Ellos no saben nada.
—Por supuesto, ignoran que tu actividad principal es ser un ladrón, idiota.
—¡Calla! —Me acerco a ella cogiéndola por un brazo—. Si no bajas la voz, nos descubrirán.
—Yo no soy una ladrona, no tengo nada que esconder —sisea con ojos feroces.
—Ah, es cierto, solo eres cómplice del robo y la venta de una pieza de arte y responsable de
chantaje. ¿Cuánto dan por todos esos delitos sumandos?
—Tú no sabes para qué necesito ese dinero. —Me fulmina con la mirada y por un momento
logra despertar mi curiosidad. En efecto, nunca me lo he preguntado y ahora que lo menciona
siento curiosidad.
—¿Para qué? —la presiono. Ahora realmente estoy interesado. Quién sabe qué enorme
estupidez estará por disparar. Soy yo quien verdaderamente necesita el dinero. Ella, como
máximo, tendrá algún extravagante capricho que satisfacer.
—Para comprar mí libertad. —Lo dice tan seria y determinada, levantando el rostro, como si
realmente lo creyera, como si yo pudiera verdaderamente creerlo, que siento deseos de reír.
—Es la tontería más grande que jamás haya escuchado.
—No me importa si lo crees o no.
—Estás casada con un viejo rico que te deja hacer todo lo que quieres. Puedes gastar su dinero
sin que te toque los cojones. Probablemente tampoco te usa para follar, porque de seguro ya no se
le para, por lo tanto eres libre de tirarte a quien quieras. ¿De qué libertad hablas?
—Tú no comprendes nada —me acusa con desprecio, como si la hubiese ofendido
terriblemente. En ese momento noto que aún la sostengo de un brazo, fuerte, con intensidad.
Porque estoy enfadado, porque esta mujer tiene el poder de hacer que me hierva la sangre en las
venas, me saca de mis casillas sin siquiera notarlo. No hace nada para ser insoportable,
simplemente le resulta espontáneo.
—Tu ex nos está mirando, sugiero que te esfuerces y finjas que te encuentras muy feliz aquí
conmigo, en lugar de dar la impresión de que desearías romperme un hueso —me dice de repente
con los dientes apretados—. Y no voltees, de lo contrario sabrá que te lo he dicho y nuestra pobre
tapadera se descubrirá. Confía en mi palabra, no me apetece en lo más mínimo que tú…
No sé por qué motivo lo hago, podría perfectamente ignorarla o incluso ofenderla de algún
modo para hacer que se le pasen estas extrañas ideas que tiene en la cabeza. Pero esta vez no lo
hago, esta vez ahogo su protesta atrayéndola con fuerza contra mi cuerpo y presionando mis labios
sobre los suyos.
Capítulo 7
Lana no hubiese esperado que realmente lo hiciera. No, mentira. Había esperado que él
realmente lo hiciera. Había aguardado hasta el final y cuando le había propuesto a Trey fingirse
cariñosos, solo para resultar creíbles ante los ojos de Grace, no creía que él hubiese podido
aceptar. ¡La despreciaba tanto, sin molestarse en ocultarlo! Sin embargo, lo había hecho. Había
bajado sus labios y los había depositados sobre los suyos para besarla. Era solo porque no besaba
a nadie desde tiempos inmemoriales, se dijo, solo por eso le pareció algo increíblemente crudo y
abrumador. Con Gordon no había ningún tipo de contacto físico, mucho menos un beso. Solo al
comienzo había tenido que sufrir un par de asaltos, luego, por fortuna, todo había terminado
gracias a su indiferencia senil y Lana no pudo más que sentirse aliviada. Sin embargo, cuando los
labios de Trey tocaron los suyos, Lana reconoció de inmediato el sabor del deseo. Nada más
distante a algo suave, romántico y dulce. Ese beso fue crudo, violento y perturbador. Trey forzó su
boca con su lengua e inclinó su cabeza hacia atrás para tener un acceso completo y sin obstáculos.
Tal vez temía ser rechazado o quizás simplemente su modo de besar era impetuoso. Lana, de
inmediato, relajó las pocas defensas que le quedaban y lo dejó entrar con una sensación de
ardiente deseo que alcanzó directamente su entrepierna. Nada de dulzura ni de campanas que
repiqueteaban, sino una vergonzosa lujuria que inflamaba los pliegues de su coño. ¿Podía un beso
hacer que su entrepierna ardiera y que ella se sintiese ansiosa por ser bien follada? Aún se lo
estaba preguntando cuando Trey se separó, de repente. La miró con fuego en sus ojos, el azul se
había oscurecido, eran ojos colmados de un deseo crudo, primordial y visceral, o al menos eso
fue lo que ella vio. Habló tan cerca de su boca que pudo percibir el olor del licor y del cigarrillo.
Una mezcla que hizo que se sintiera mareada por el deseo.
—Ahora, ¡ay de ti si te haces la virgencita santa! Tomaré tu mano y diré en voz alta que iremos
arriba, a nuestra habitación. A follar, se presume. Nadie tendrá nada que objetar si no pones cara
de frígida. ¿Has comprendido?
Lana asintió, incapaz de hablar, con el cerebro aún nublado por la confusión que ese
inesperado beso había provocado entre sus piernas y en un extraño sitio a la altura del pecho. Las
palabras que Trey acababa de pronunciar tenían el efecto de turbarla y, al mismo tiempo, excitarla.
¿Excitarla? ¿Cómo podía ese individuo que quería librarse de ella, excitarla?
No tuvo tiempo de pensar porque Trey hizo exactamente aquello con que había amenazado:
levantó su brazo, tomándola por la muñeca como un árbitro hubiese hecho con un boxeador que
acababa de vencer un combate.
—Amigos —comenzó con una voz tan poderosa y segura que todos giraron a verlo—, gracias a
todos por esta cálida bienvenida, estoy realmente feliz de volver a veros y de presentaros a mi
Lana. Pero ahora debéis disculparnos, nos retiramos porque hemos tenido una larga jornada.
Gracias a todos de nuevo. —La sala estalló en aplausos.
Lana apenas tuvo tiempo de mirar hacia abajo, a las escaleras por las cuales Trey la estaba
arrastrando. Podía ver el rostro complacido de Molly que alzaba la copa en dirección a ellos;
Matt, el leñador, se encontraba a poca distancia de la anfitriona y guiñó el ojo; Grace, ahora
rebautizada como palo de escoba, probablemente hubiese deseado prenderlos fuego y su marido,
Jeff, parecía el único que pensaba en sus cosas. Una vez en lo alto de las escaleras, Trey soltó su
brazo, prácticamente empujándola y abrió la puerta. La arrojó adentro a la fuerza y luego cerró
dando dos vueltas de llave.
—¿Qué haces? ¿Me encierras?
—Nos encierro —la corrigió deslizando las llaves en el bolsillo de sus jeans. Su mirada era
furibunda—. No quisiera que se te ocurriese huir con la estatuilla en medio de la noche,
dejándome con las manos vacías. —Lana se estaba quitando esos incomodísimos tacones,
disfrutando de una enorme sensación de alivio—. No lo había considerado, acabas de darme una
estupenda idea. —Era cierto que no lo había pensado. Se sentía tan angustiada que nunca hubiese
tomado una iniciativa de esa clase: dejar la casa a escondidas con la estatuilla y el miedo a ser
atrapado por Trey. ¿Para hacer qué? No tenía idea de cómo se revendía un objeto robado. No
estaba habituada en lo más mínimo a todo lo que era clandestino y estaba por fuera de la ley. Ella
era una chica de buena familia, había vivido una vida de comodidades, sin siquiera imaginar cómo
se podía estafar a alguien. Lo único que podría hacer sería regresar con Gordon. La idea le
provocó una punzada en el centro del pecho. No, nunca jamás haría eso. Preferiría apañárselas en
trabajos para los que no estaba capacitada, antes que regresar a su vieja vida. Era la única certeza
que tenía y se aferraría con fuerza a ella.
—¿Dónde la tienes?
Él la miró frunciendo el ceño con una expresión que no necesitaba ser acompañada por
palabras. —¿Realmente crees que te lo voy a decir? Eres más estúpida de lo que pensaba.
Era cierto, era una estúpida. Una estúpida chiquilla que estaba jugando a un juego más grande
que ella, con una persona que sería capaz de comérsela de un solo bocado tan pronto como tuviera
la oportunidad. Sin saber qué hacer, se refugió en el baño y descansó su espalda contra la puerta
cerrada. No quería pensar en lo que significaba compartir la habitación con ese hombre, era
demasiado perturbador, en especial luego del beso. Ese beso. Sentía que nunca había sido besada
en su vida, le parecía que todos los besos que había dado y recibido hasta ese momento solo eran
un pálido reflejo del que ella y Trey habían compartido hacía tan solo unos cuantos minutos.
Levantó su vestido y metió la mano en sus braguitas. Con el dedo se abrió paso entre sus piernas y
sintió la familiar humedad de sus sesiones íntimas, cuando procuraba darse placer sola,
acariciándose y fantaseando. Era peor de lo que podía haber imaginado. Quitó la mano como si se
hubiese quemado y se desnudó. Una ducha. Era eso lo que necesitaba. La ducha lavaría todo,
incluso las huellas de esa estúpida sensación. Era solo una reacción física, se repitió una y otra
vez mientras hacía correr sobre su piel el gel de ducha que olía a fragancia masculina. Una
reacción física que ella podía contener perfectamente, como hacía cuando Gordon se le acercaba y
se veía obligada a soportar sus atenciones. Raras, por fortuna. Bastó evocar ese recuerdo para
extinguir cualquier llama. Salió de la ducha y se envolvió en una de las enormes toallas que se
encontraban colgadas en el baño. Una repentina revelación se abrió paso en su mente: no tenía ni
rastros de un pijama con el cual dormir y volver a ponerse el vestido de noche no era una opción.
¿Cómo haría para despojarse de la toalla con Trey en la misma habitación? Abrió la puerta, sin
más preámbulos, con la certeza de que posponerlo no habría hecho más que empeorar las cosas.
La ansiedad se transformaría en pánico y luego… ¡no era posible! Él estaba en la cama. Dentro de
la cama, desnudo de la cintura para arriba y quién sabe cómo estaría de la cintura para abajo. No
podía saberlo porque su cuerpo se encontraba cubierto por una sábana. Lo que la golpeó como una
bofetada en pleno rostro fue que llevaba gafas, de montura oscura, tenía un brazo doblado detrás
de su cabeza y leía con concentración un documento, algo que Lana no logró enfocar bien porque
su cerebro estaba demasiado concentrado tomando nota de esa impactante visión. ¿Por qué la
turbaba tanto? La respuesta llegó en un instante, inesperada, fulminante y dolorosa como una
flecha que dando de lleno en su corazón. Porque hubiese querido que en lugar de una pesadilla se
hubiese tratado de un sueño y que, al salir del baño, verdaderamente su hombre hubiese estado
esperándola en la cama, haciendo tiempo con alguna lectura, para luego hacer a un lado el libro y
dedicarle toda su atención a ella y…
—¿Qué has hecho? ¿Te has despellejado bajo la ducha en lugar de lavarte? —Lo vio quitarse
las gafas y posarlas sobre la mesa de noche, junto a la hoja que estaba leyendo, como en su sueño,
excepto por las palabras, esas no, definitivamente no eran las correctas, aquellas que hubiese
ansiado oír. En el sueño, su hombre no le hablaba de ese modo y mucho menos con ese tono. No
tenía que decir eso.
—Además de haber gastado todo mi perfume, también has usado mi gel de ducha —le reprochó
y la realidad la golpeó como un tren en movimiento. No había nada romántico en esa escena. Y sin
embargo, bajo esa coraza de indiferencia y arrogancia, parecía turbado. Al igual que ella.
—No tengo nada que ponerme —dijo, manifestando en voz alta sus pensamientos y dando
audazmente un paso hacia delante.
—Realmente no sé si allí abajo tengas algo que pueda interesarme —respondió
descaradamente cruzando los brazos sobre su pecho.
La arrogancia era mejor que ese extraño entumecimiento y Lana cogió al vuelo la oportunidad
para atacarlo sin piedad. —Olvida cualquier interés que tengas porque aquí abajo no hay nada
para ti.
—Aquí abajo, en cambio podría haber algo para ti...
¿Realmente lo había dicho? ¡Y con ese rostro digno de un malandrín, con una expresión llena
de lujuria! Pero duró apenas un instante. Al siguiente había regresado a la arrogancia de antes.
—Relájate estúpida, nunca mezclo trabajo y placer. Y además…
—¿Y además qué?
—Estás tan habituada a la polla morcillona de Gordon que dudo que te conformes con una sola
vez y esta noche, debo admitirlo, estoy demasiado cansado y no puedo ofrecerte más que eso. —
Se estiró perezosamente, como un león, mostrando los músculos de sus brazos que se contrarían.
Lana pensó que incluso una sola vez, bien hecha, bastaría. Pero se cuidó de decirlo, intentando
ocultarse tras una fachada ofendida.
—Eres asqueroso, dices cosas...
—Ciertas —concluyó, sin dejarla terminar la frase— soy sincero, eres tú quien es
asquerosamente falsa. Si no quieres dormir desnuda, abre ese cajón, tengo bóxers y camisetas.
Para mañana he hecho que Molly te preste algo de ropa, está sobre la silla.
Lana se dirigió hacia la cómoda, la abrió, tomó lo que le necesitaba y se refugió en el baño.
Con la espalda contra la puerta se llevó la ropa a la nariz, y aspiró con fuerza, esperando percibir
la masculina fragancia de Trey en las prendas, pero el olor del detergente de lavar la desilusionó.
Era completamente diferente al que había sentido antes, sobre ella, en su boca, en sus labios,
cuando la había besado. Oh no, tenía que dejar de pensar en ello o se mojaría nuevamente. Se
vistió con gestos bruscos. Abrió la puerta y se dirigió a paso marcial hacia su mitad de la cama.
Trey creía que la intimidaba con ese comportamiento de libertino, pero ella había descubierto su
táctica, se mostraría tan descarada como él, lo vencería con sus propias armas, demostrándole que
no era recatada e inocente como creía. Era todo una mujer que no le temía a los desafíos y
tampoco a él. Apartó las cobijas y se deslizó a su lado sin tocarlo, ostentando una calma que se
debatía a puños con su corazón que galopaba enloquecido.
—Aquí estoy, ¿qué creías? ¿Que haría que pusieras una pila de almohadas en medio? —Lo dijo
con aire desafiante, a pesar de que sentía deseos de llorar por los nervios. Trey la miró con cara
de quien hubiese querido comérsela.
—Debería atarte, para evitar que te escabullas en medio de la noche.
—No sabría dónde ir —se le escapó y se arrepintió tan pronto como confesó esa debilidad—.
Y sin la estatuilla habría hecho todo esto para nada. Si tuviese que buscarla haría un ruido infernal
y…
—Desafortunadamente para ti, tengo un sueño muy ligero, si intentas marcharte te atraparé
antes de que lo notes.
—Exacto, lo que yo decía. ¿Es parte del oficio?
—Digamos que varias me ha salvado el culo varias veces.
De repente, él apagó la luz así, en forma intempestiva, sin ningún aviso. Y fue peor que
cualquier otra cosa. Lana sintió que se ahogaba. Trey debió advertir algo, porque se dirigió a ella
con su usual modo brusco y mal educado.
—¿Qué sucede? —Su voz en la oscuridad fue ronca y áspera.
—No lo sé —respondió dominando el nudo que tenía en la garganta—, solo estoy cansada. O
atemorizada, o ambas. —Se sentía como paralizada, pero gracias a la oscuridad de la noche
consiguió sacar la voz.
—No estoy acostumbrada a hacer estas cosas. Chantajear, huir, mentir. No son para mí y tener
que hacerlas todas juntas…
—Nadie te forzó. —A pesar del tono duro, su voz en la oscuridad tenía una nota aterciopelada
y a ella le resultaba de algún modo tranquilizadora. Los ojos de Lana, habituados a la oscuridad,
pudieron enfocar la sombra maciza de Trey, volteado hacia su lado.
—Lo sé, pero tuve que escoger entre eso y...
No encontró el valor para seguir. Todo habría sido mucho más simple si Trey la hubiese
abrazado, le hubiese pedido que continuara, que le contara su historia. Pero no lo hizo.
Permaneció en silencio, tal vez esperando que ella hablara o quizás aguardando que dejara de
hacerlo para finalmente poder dormir. Por otra parte, él mismo había admitido que estaba
tremendamente cansado.
—A partir de mañana serás libre de hacer lo que quieras —fue lo único que dijo después de un
tiempo que le pareció infinito. Y Lana, en su interior, no supo si eso era lo que realmente deseaba
o no.
Capítulo 8
Trey
Me quedo dormido con la polla completamente dura. No sirvió de nada repetirme que Lana
está tan en forma como Grace, que mi ex esposa tiene mil veces más clase que ella. Solo sé que,
desde que salió del baño envuelta en la toalla, tengo la verga en posición de firmes por ella. Por
esa pequeña, insignificante y piojosa chantajista. Se durmió antes que yo, de repente. Mientras me
insultaba y lloraba, su voz se apagó y luego comenzó a roncar suavemente, algo que debería hacer
que se me pasara cualquier tipo de deseo. En cambio, en la oscuridad de la habitación, que no era
total, puedo ver la sombra de su rostro, esa naricita, la boca entreabierta. Y luego bajando, la
elegante línea de su cuello, el pecho cuya forma puede entreverse a través de la camiseta, las
piernas torneadas. Lo mejor sería ir al baño a hacerme una paja, pero estoy tan cansado que no
sería capaz de levantarme por nada del mundo. Podría hacerlo en la cama, pero si esta perra se
despierta y me sorprende tocándome, estaré jodido. No puedo ni pensarlo. Me coloco
dolorosamente sobre mi vientre y espero que el sueño me lleve también a mí.
Llaman. Con fuerza. A la puerta.
Noto estas tres cosas en forma sucesiva y de inmediato me siento en la cama. Enciendo la luz
que tengo en la mesa de noche e intento comprender qué es lo que sucede. Lana duerme tendida
junto a mí y se agita apenas, sin abrir los ojos. Me pongo de pie rápidamente y voy hacia la puerta.
La abro y lo que veo me aturde.
Molly está de pie, en camisón, blanca como un puñado de harina, con los ojos desorbitados y
la boca entreabierta y, como si no tuviese fuerzas, se desploma en mis brazos. Cae como un peso
muerto, como un saco vacío y abandonado y el pánico se apodera de mí.
—¿Qué sucede? ¿Qué tiene?
Lana se encuentra a mis espaldas, despierta y alerta. —No lo sé, ayúdame a tenderla en la
cama. —No deja que lo diga dos veces y la toma por los pies mientras yo la recuesto lo mejor que
puedo. Parece desvanecida—. Perdió el conocimiento en el momento en que abrí la puerta —digo,
incapaz de hacer más. Lana se aproxima a su boca y comprueba algo. —No respira, llama a la
ambulancia —ordena. Luego me mira seriamente—. Movámosla al suelo.
Está tan segura de lo que dice que ni siquiera le pregunto por qué. Tal vez es el tono de su voz
o quizás es que estoy más desesperado de lo que nunca antes en mi vida lo he estado, pero
simplemente confío en ella. Recuesto a Molly en el suelo, como me ha ordenado y tomo el
teléfono. Mientras hablo con la operadora del nueve once, veo que Lana ha puesto las palmas de
sus manos una sobre la otra y está presionando sobre el pecho de mi hermana, a la altura del
esternón. Finalizo la llamada y me paso una mano por la cabeza, prácticamente arrancándome los
cabellos.
—¿Respira? —inquiero. Y ni siquiera sé por qué se lo estoy preguntando. ¿Qué sabe ella?
—Ven aquí —me ordena en lugar de responder—. Toma mi lugar, eres mucho más fuerte que
yo, tu masaje será más efectivo. Y no te detengas por nada del mundo. —Sin preguntar cómo se
hace, obedezco de inmediato e intento imitar sus movimientos, mientras observo el pálido rostro
de Molly. No me dejes Molly. ¿Por qué está sucediendo todo esto? No puedo perder tiempo
pensando en eso ahora, tengo que hacer esto. Intento concentrarme solo en estas simples
maniobras, es lo único que está en mis manos.
—Te relevaré —dice Lana transcurrido un tiempo que no sabría precisar. Su voz me llega
desde lejos, casi amortiguada, como si fuese un sueño.
—No puedo —respondo. No sé cuánto tiempo continúo masajeando su corazón porque, en un
determinado momento, una mano gentil hace que me ponga de pie. Es una enfermera. Ni siquiera
noté que había llegado y debo tener la mirada perdida porque me observa preocupada. ¿Dónde he
estado? En otro mundo. Es un rostro que conozco, es Jill, del hospital de Sheffield, una señora
regordeta, con sonrisa bondadosa y cabellos grises. Se mueve siempre balanceándose, pero esta
vez no lo veo porque llega desde mis espaldas y prácticamente me levanta en peso.
—Has hecho un buen trabajo Trey, ahora déjanos a nosotros.
***
Odio estar en deuda. Más aún, odio estar en deuda con personas que detesto y parece que justo
eso es lo que me está sucediendo.
—Te dije que te marcharas. —Su voz es tan fastidiosa como una espina en el culo, su tono es
algo que pagaría para no oír. Sin embargo, tengo que sufrirlo. Molly estuvo en la sala de urgencias
durante un par de horas, inconciente, luego de haber sido estabilizada la trasladaron a una
habitación. Dijeron que fue el corazón, tuvo un fallo cardíaco o algo parecido. Ahora deberán
hacerle los estudios necesarios para evitar que eso se repita. Fue Jill quien me explicó la
situación, pero si no hubiese sido ella alguien más lo habría hecho, prácticamente todos nos
conocemos aquí. De hecho, no me sorprendería si alguno de los médicos o de los enfermeros que
la han socorrido hubiese estado presente en la fiesta de ayer. En este momento se encuentra
estable. Que no quiere decir ni bien ni mal. Solo significa que la han sacado del estado crítico y
que ahora es preciso esperar. ¿Esperar qué? ¿Esperar cuánto? No lo sé, nadie parece capaz de
decirlo. Pero yo no tengo tiempo.
En todo este caos, hay una situación que quisiera ignorar, pero lamentablemente no puedo.
Tengo que entregar la estatuilla o perderé el negocio. Y no se trata solo del negocio, sino de esta
de aquí. Miro a Lana que está sentada junto a mí. Estoy atado a ella por un doble lazo. Esta
sanguijuela quiere el dinero y yo no puedo correr el riesgo de que me denuncie. Aunque me echó
una mano con Molly, mejor dicho, me dijo qué hacer para salvarle la vida, yo no confío en ella.
No la conozco y no puedo bajar mis defensas. Necesito el dinero y tengo que deshacerme de ella.
Son dos realidades que me gustaría ignorar pero no puedo.
—Ve —me repite sentada junto al lecho de mi hermana. Viste la ropa que le había pedido
prestada a mi hermana para llevar al día siguiente, un par de jeans y una camiseta rosa. Ella los
llena más que Molly, a ambos. Es más baja pero también más curvilínea. Está desaliñada y tiene
dos grandes círculos oscuros alrededor de sus ojos, como quien ha pasado una mala noche.
—No estoy seguro de querer hacerlo —admito. Y no porque me quiera confesar con ella, sino
porque estoy pensando en voz alta. Tengo que ser racional y lúcido, sin embargo solo me siento
confundido.
—Tienes que hacerlo —me reprende ella con esa voz de arpía—. Lamento que tu hermana se
encuentre mal, pero necesito el dinero. Desesperadamente.
La miro en silencio. Observo a Molly. La han sedado y parece dormir serenamente. Jill me ha
dicho que puedo ir a casa a descansar un poco. ¿Qué diferencia hay si en lugar de ir a casa voy al
Rocherfird a hacer lo que tengo que hacer? La posibilidad de librarme de Lana es un poderoso
incentivo. —No te muevas de aquí. Cualquier cosa que suceda, llámame, este es mi número de
teléfono. —Lo escribo en un trozo de papel. Me marcho del hospital con la sensación de ser un
sucio traidor.
El intercambio en el Rocherfird tiene lugar como todas las otras veces. Anónimo, seguro,
resultado garantizado. Llego, tomo asiento en la barra y ordeno un café. Aún es temprano para el
licor y la mala noche que he pasado me hace desear beber algo que realmente pueda despertarme.
Como en cada oportunidad, el cantinero me hace una seña para que pase a una habitación en la
parte trasera del club. El contexto es el mismo de siempre. Una sala pequeña y oscura, revestida
completamente en madera, tanto el piso como las paredes. Solo hay sitio para el escritorio,
colocado sobre una alfombra, y para las dos sillas que se encuentran una frente a la otra. Uno para
quien compra los objetos, el otro para quien los entrega. Pero el comprador nunca se deja ver.
Como siempre, en cambio, hay un paquete sobre la mesa. Son los billetes que me corresponden
por haberme robado esta estatuilla, la cifra exacta, ni un dólar más ni un dólar menos. Los robos
me son comisionados a través de una subasta en línea, en un circuito encriptado. Cuando mi
mandante está en Rocherfird, el procedimiento es este. No siempre es él, a veces son otros, pero
sin dudas es mi cliente preferido, el que me está permitiendo conservar el castillo Bolton. Tal vez.
Como siempre, poso la mercancía robada y tomo los billetes.
Como siempre, salgo sin preguntarme quién se encuentra detrás de la adquisición de estos
objetos.
En esta ocasión, más que en las otras, tengo una prisa endiablada por irme.
Capítulo 9
Lana había pasado toda la noche junto a la cabecera de Molly. No es que ella hubiese podido
saberlo. Había estado dormida todo el tiempo, desde que Trey había abandonado el hospital, y
aún no se había despertado. La claridad del alba estaba siendo reemplazada por la oscuridad de la
noche y una enfermera se había acercado para sugerirle con amabilidad que se retirara a casa.
Despegarse de esa silla de metal, fría e incómoda, le había parecido la tarea más difícil del
mundo, como si cadenas invisibles la mantuvieran sujeta a esa habitación, junto al lecho de Molly,
impidiéndole soltar su mano. ¿Y por qué toda esa aprensión entonces? Se había tomado la
molestia de ocultárselo a Trey, haciéndole creer que estaba más interesada en la venta de la
estatuilla que en su vida. Sin embargo, la verdad era que se sentía terriblemente apenada por
Molly y no podía concebir separarse de su cama sin tener la certeza de que al menos estaba mejor.
—¿Es amiga suya? —Le había preguntado la enfermera de turno. Debía ser una de las pocas
que no lo sabía.
—Es la hermana de mi novio —había sido su respuesta, la había dado rápidamente y sin
detenerse a pensar. Luego se había arrepentido. Se estaba metiendo tanto en el papel que ya no
reconocía la mentira de la verdad.
—Vaya tranquila, seguramente dormirá hasta el final de la tarde, le han dado una buena dosis
de analgésicos.
Lana había asentido débilmente, luego había soltado la mano de Molly y finalmente había
salido del hospital con el corazón hinchado de preocupación. Aunque no debería haber sido así,
no solo porque se había tratado de un ataque cardíaco completamente tratable, sino porque uno se
preocupa por los parientes, por los amigos, por los familiares. No por los extraños, mucho menos
por las hermanas de los hombres que estaba intentando fastidiar. Fortalecida por ese
razonamiento, simple en teoría pero terriblemente complicado de poner en práctica, salió del
hospital casi arrastrando los pies y, con la misma reticencia, cogió un taxi hacia el castillo Bolton.
Comprobó su teléfono, solo para ver que Gordon había visto su mensaje y le deseaba una buena
estancia en casa de su madre. Estalló en una risa histérica. Por otra parte, sabía que ella era eso:
un inútil adorno en la mansión de su marido. Con respecto al robo de la estatuilla, no podía saber
si lo había notado o no; el mensaje no le daba noticias de ello, lo que no quería decir
absolutamente nada, considerando que su marido, por regla general, la mantenía al margen de
todas las cuestiones importantes.
Luego de haber pasado la noche en una silla con la cabeza colgando, Lana necesitaba un buen
descanso, de esos reparadores, gracias a los cuales era posible que uno hiciera las paces con el
mundo, posiblemente en un sitio seguro, lejos de los problemas y la gente que quería hacerle daño
o darle caza. De forma inesperada, solo le vino en mente la habitación de Trey e intentó
inútilmente disipar la perturbación que asociaba a ese cuarto, a ese hombre. Habían compartido la
cama, una cosa tan íntima que no parecía adecuado para su relación. Y no se trataba solo de eso,
también había estado el beso en la terraza, ese que se habían dado para los ojos de Grace y todo
lo que de ello había derivado. Lana había quedado en tal estado de excitación, insatisfecha, con la
boca seca. Y no era una sensación agradable.
El taxi la dejó antes de la subida, frente a la verja de hierro y Lana notó con sorpresa que no
había sido cerrada. No había nada de que asombrarse, teniendo en cuenta lo que había sucedido
durante la noche. Una vez que las ambulancias se habían marchado, en la agitación del momento,
debía haber quedado abierta. Subió con esfuerzo por el camino que conducía al macizo portón del
castillo y faltó realmente muy poco para que la pesada puerta de madera y hierro la golpeara de
lleno en pleno rostro, empujada por alguien que estaba saliendo. Frente a ella apareció el rostro
pálido de Grace, sus ojos casi transparentes y su boca de pato. Parecía contrariada por algo, pero
tan pronto como la vio las arrugas de su frente desaparecieron, como si todas sus preocupaciones
de repente se hubiesen esfumado.
—Hola, Lana —la saludó llena de energía. Energía negativa. Esa mujer la miraba con envidia
en estado puro.
No estaba elegante como la noche anterior, llevaba un par de jeans descoloridos, pero
seguramente costosos y de diseñador, y una camiseta desabotonada que dejaba entrever buena
parte de la pálida piel de su pecho. Su cabello fino y rubio estaba suelto y, en conjunto, parecía
mucho más joven que la noche anterior. Tenía exactamente el aspecto de una mujer que salía
vestida en forma casual a las seis de la mañana de la casa —es decir del castillo— de su ex
marido. Lana experimentó un sentimiento de incomodidad comparable a un mordisco en el
estómago, algo a lo que no supo dar un nombre, pero que definitivamente no era agradable.
—¿Noche pesada? —se burló.
—He estado con Molly —respondió intentando contenerse—. Hubiese querido preguntarle qué
había hecho ella, pero no hubo necesidad de hacerlo porque parecía que Grace no podía esperar
para ventilarlo a los cuatro vientos.
—Sé que se encuentra mejor, por fortuna. Yo, en cambio, he estado con Trey —fue la réplica.
Grace la miró a los ojos esperando descubrir indicios que indicaran que comprendía lo que
acababa de decir. ¿Cuál habría sido la reacción correcta de una falsa novia que pretendía hacerse
pasar por la verdadera? Indignación, posiblemente. Sin embargo, más probablemente tendría que
haber mirado esos ojos de color azul claro como un gato furioso. Era extraño, porque todas esas
reacciones le llegaron en forma espontánea, sin que tuviera que fingir nada. Se había metido
demasiado bien en el papel.
—Te lo diré una sola vez Grace: mantente en tu sitio.
Grace endureció la mirada que pasó de vacía e inocente a maliciosa. —Te sientes muy segura,
¿cierto?
—Tuviste tu oportunidad y la desperdiciaste. —Lana no sabía si las cosas realmente habían
sido así, de hecho, no sabía una puta mierda, pero se había lanzado de lleno. Y había dado en el
blanco, a juzgar por la expresión enfurecida de Grace.
—Él y yo tenemos un pasado que tú no podrás borrar.
—Entonces, disfruta de tus recuerdos, porque es lo único que te quedará de Trey. ¡Nosotros
tenemos un futuro juntos! —La rodeó sin darle oportunidad de agregar nada más y cerró la puerta
a sus espaldas. Entró en la casa con el corazón latiéndole de prisa, no sabía si por el
enfrentamiento o por la facilidad con que las mentiras habían escapado de su boca. ¡Era aterrador
perder los papeles por situaciones que pertenecían a una vida imaginaria! Cerró los ojos un
momento y cuando volvió a abrirlos lo que vio no contribuyó a serenarla.
Trey estaba de pie, en el mismo salón donde la noche anterior había tenido lugar la fiesta, junto
al carrito de los licores y acababa de vaciar una copa de un solo trago.
—¿No te parece que es algo temprano para beber? —lo regañó colocando los brazos en jarras
en sus caderas.
Él se giró y la miró de un modo no precisamente cálido. Parecía destruido, vestido con las
mismas ropas que en la noche anterior pero con el aspecto de quien ha hecho cualquier cosa
excepto dormir. Era terriblemente atractivo, con ese cuerpo hecho para poseer, toda esa energía
pura y dura que debía canalizar de algún modo. Su mirada azul estaba turbia, un poco nublada por
el alcohol, otro tanto por algo que hizo que la recorriera un escalofrío. ¿Cómo la miraba? ¿Con
pasión? ¿Con deseo? No, era solo enfado, liso y llano.
—¿No te parece que deberías meterte en tus asuntos? —Allí estaba la confirmación, puntual e
hiriente.
Lana no se dejó intimidar por la respuesta. ¿No quería comprensión? Entonces tendría
desaprensión —¿Hiciste lo que tenías que hacer?
Él la miró con disgusto. —Arriba tengo todo lo necesario para liquidarte.
No sabía por qué, pero pensar en el dinero no mejoraba su humor como hubiese debido. Se
sentía agitada, inquieta.
—Molly... —preguntó él con una nota de remordimiento en la voz.
—Se encuentra bastante bien —se le adelantó—. La dejé hace poco, aún estaba descansando,
le dieron poderosos sedantes. El médico dijo que fue un ataque cardíaco y que de ahora en más
deberá controlarse con frecuencia. Pero nada demasiado preocupante. Tal vez tiene demasiadas
cosas en la cabeza.
O tal vez solo una, perder la propiedad de la familia. Pero eso Lana se lo guardó para sí.
Trey asintió con una expresión que parecía decir:
Gracias por haberte quedado con ella.
Pero Lana ya tenía la respuesta preparada y, si se hubiese atrevido a dirigirle una frase como
esa, hubiese respondido que no quería hacerle un favor a él, que solamente quería obtener su parte
del dinero lo antes posible.
Mentira.
—Me encontré con tu Grace, aquí afuera. —Hubiese querido ahorrárselo y, solo Dios sabía
que lo había intentando, pero al final las palabras habían salido de su boca con prepotencia, sin
que pudiera contenerlas. Y además, atacar era mucho mejor que mostrarse vulnerables.
—Simpática, ¿cierto?
—¿Es por ella que te encuentras así?
—No me encuentro de ningún modo —dijo golpeando la copa vacía sobre el carrito de los
licores. Allí estaba la mejor prueba.
—Pero mírate, das pena. ¿Qué es lo que no puedes aceptar? ¿Que ha rehecho su vida?
Esas últimas palabras activaron el detonador. En el curso de pocos segundos, Trey devoró la
distancia que nos separaba y literalmente la cogió por el pelo, haciendo que su cuerpo se
estrellara con el suyo. En ese momento parecía increíblemente lúcido, todo el cansancio se había
evaporado en un instante, con los ojos azules fijos en los suyos, sin ninguna inhibición o freno. —
No sabes de lo que hablas.
—Entonces explícamelo —replicó con un suspiro que se le escapó a su pesar. Su reacción lo
hizo temblar, dilatar las fosas nasales, prácticamente jadear. Como si pudiera percibir el aroma de
su excitación, como si se sintiera atraído y estuviese luchando para repeler las sensaciones, las
mismas que ella sentía. Pero duró un instante, un puñado de segundos, luego Trey la apartó y
volvió a darle la espalda.
—Como imaginaba —escupió con veneno antes de alejarse subiendo las escaleras a la carrera.
Si hubiese querido atraparla, debería haber corrido tras ella, pero estaba segura de que no llegaría
tan lejos.
***
Lana había hecho su salida triunfal y ahora era momento de poner fin a esa historia. Pero no
podría poner fin a nada sin antes tomar un baño. Comprobó su teléfono. Gordon había enviado
otro mensaje en el que decía que permaneciera unos días más junto a su madre y que él estaba muy
ocupado a causa de un robo que había ocurrido en la casa el día de la fiesta. Lana negó con la
cabeza. Para ese hombre ella era completamente invisible, siempre lo había sido. Había notado el
robo de la estatuilla pero no la desaparición de su esposa. Por otra parte, desde el primer día,
Lana sabía que solo había sido un trofeo para exhibir, la flamante prueba de que también había
triunfado sobre su difunto amigo.
El teléfono sonó en sus manos. Su madre. Mierda, no tenía ninguna intención de responderle, no
en ese momento al menos. Las llamadas con su madre consistían solo en escuchar sus quejas. Se
lamentaba por todo: el calor, el frío, la soledad, que la llamara poco y la visitara aún menos. Ella
vivía en Worcester, prácticamente a la vuelta de la esquina de Boston, pero tener que recorrer un
trayecto tan corto solo para actuar como válvula de alivio de su madre, no era un buen incentivo
para ir. No, decididamente en ese momento Lana no estaba de humor para soportar todo ese
lloriqueo. Tenía que cuidar de sus propias heridas, de su fragilidad, enfrentar el drama de
encontrarse sola y no saber qué hacer. Sentía que en esos dos días su vida había sido puesta patas
para arriba. Por su culpa.
Se encerró en el baño, se quitó la ropa doblándola con cuidado, visto que tendría que
ponérsela nuevamente, y se metió bajo la ducha. Dejó correr el agua sobre su cuerpo y los
pensamientos en su mente. ¿Qué haría? ¿A dónde iría? ¿Cómo le diría a Gordon que todo había
terminado entre ellos? ¿Cómo encontraría el valor para decírselo a su madre?
Salió de la ducha mirando hacia abajo y con el corazón encogido. Se envolvió en la primera
toalla que encontró. Gris, suave. La acercó a su rostro, oliéndola. Si tuviese también esa
fragancia...tan pronto como la presionó sobre su nariz sintió una contracción entre sus piernas.
Inesperada, repentina, casi dolorosa. Tenía que quitarse de la cabeza a ese Trey; si podía llegar a
tener algo con él, de seguro era algo que no tenía futuro. Se envolvió con gestos secos y rabiosos,
como queriendo deshacerse de esas sensaciones. Abrió la puerta de un tirón y la perspectiva
cambió de repente, en el verdadero sentido de la palabra. Su pie pisó algo viscoso e
inesperadamente se deslizó hacia delante haciéndola perder el equilibrio de un modo que no pudo
contrarrestar. En una fracción de segundo se encontró mirando al techo con un insoportable y
repentino dolor en la espalda. Una mano y un musculoso brazo entraron en su campo visual. Era
Trey que se erguía sobre ella y, sin perder tiempo, la levantaba como si pesara lo mismo que una
pluma. En toda esa desafortunada maniobra la toalla se había abierto y, cuando se encontró de pie,
estaba completamente desnuda frente a él que, por el contrario, estaba completamente vestido y la
observaba.
—Estoy desnuda —farfulló confundida.
—¿Estás herida? —preguntó serio en respuesta, como si no la hubiese oído y como si ella no
estuviera sin nada encima. ¿Estaba herida? Estaba dolorida, avergonzada, pero no herida. Miró
hacia arriba, hacia esos ojos azules oscurecidos por un deseo crudo y primordial, algo que hacía
vibrar con fuerza su corazón. Lana parpadeó una, dos veces, el tiempo necesario para recuperar
ese mínimo de lucidez que le permitió aclararse las ideas y recoger la toalla del suelo. Pero no
hizo uso de ella, no se cubrió. No pudo hacerlo, a pesar de todo.
—Resbalé —admitió avergonzada. Trey no dijo nada y ella era absolutamente incapaz de hacer
ningún movimiento; ese silencio pareció pesado como una roca. Hubiese sido menos vergonzoso
si él hubiese bromeado o la hubiese criticado o le hubiese dirigido cualquier otra de esas frases
desagradables que parecían surgir espontáneamente de sus labios cuando le hablaba. Quedaba el
hecho de que la había visto, eso no podía borrarlo. No supo por qué motivo pero se encontró con
las palmas abiertas sobre sus bíceps.
Lo vio inspirar, como si estuviese buscando introducir la mayor cantidad de aire posibles en
sus pulmones. Parecía serio, concentrado, casi enfadado.
—Lo siento —se le escapó. No supo por qué. ¿Por qué estaba pidiendo disculpas? ¿Por qué se
justificaba por un accidente en el que no se había hecho daño? ¿Tal vez porque había creado, sin
quererlo, una zona de intimidad entre ellos, un espacio en el que tocarse de ese modo? Él no
respondió de inmediato, permaneció con el ceño fruncido y Lana perdió ese poco de
concentración que tenía, encontrándose solo a merced de las sensaciones.
—Ahora desearías que yo te soltara para poder vestirte —le dijo bajando con la mirada de sus
ojos a sus pezones y mirándolos con insistencia. Lana sintió que se hinchaban más de lo que ya lo
estaban.
—Por qué tengo la impresión de que hay un pero...
Los brazos de Trey se movieron y encontraron su cintura. De allí, con una seguridad que era
casi arrogancia, bajaron aún más para tomar la redondez de sus nalgas. Las envolvió con fuerza,
masajeándolas, mientras con la mirada bajaba más allá, al sitio en que piernas se encontraban y
una línea de bello dibujaba su tierno centro. Había puro deseo en su mirada, un deseo de sexo que
ardía dentro de él.
—Si fuese un caballero me daría la vuelta mientras te vistes. Pero resulta que soy un ladrón. —
Las manos de Lana se volvieron de mantequilla y tuvo que sostenerse con más firmeza a sus
brazos para no caer. Él escogió precisamente ese momento para atraerla a su cuerpo, presionando
las manos en sus nalgas y empujándola contra su pelvis. Lana abrió la boca por la sorpresa tan
pronto como su suave carne encontró su larga y dura polla bajo sus pantalones. Había un bulto
impresionante.
—Sí —dijo leyéndole el pensamiento. Lana sintió el repentino impulso de frotarse contra ese
punto en el cual Trey estaba tan duro y lo hizo gimiendo suavemente y olvidando la vergüenza. Si
su sí de justo antes se refería a eso, ella también estaba completamente de acuerdo. Lana se sentía
atemorizada y eufórica al mismo tiempo. No hizo tiempo a formularse más preguntas porque la
boca de Trey bajó sobre la suya y la tomó con un vigor que la sorprendió y la hizo derretirse. De
inmediato encontró el sabor de su primer beso, esta vez con la certeza de que realmente era
deseado. Era un beso duro, casi un castigo, crudo como el deseo de él. De ambos. La prueba
estaba entre sus muslos, en esa humedad que sentía deslizándose, era la dureza sobre la que se
frotaba como si no pudiera detenerse.
Las cartas que estaban sobre la mesa cambiaron con una velocidad impresionante. Después del
beso, Trey se separó casi gruñendo y tiró de ella al tiempo que hacía que se sentara sobre él en la
cama.
Con las manos agarró firmemente sus senos y los masajeó haciendo alternar placer y un sutil
dolor. ¿Qué era esa sensación desconocida? Lana nunca había experimentado nada parecido en su
vida, pero tampoco ni remotamente en sueños. No tuvo tiempo de formular ese pensamiento
porque percibió entre sus piernas la dura protuberancia del miembro viril empujando en la
hendidura entre sus nalgas. Lana se sentía al borde del abismo. Si Trey no hacía algo, si no
remediaba el frenético palpitar que había desencadenado en medio de las piernas, probablemente
se desvanecería y perdería el conocimiento.
—Trey —dejó escapar completamente disociada de la realidad, con el cuerpo reducido a un
tembloroso manojo de nervios.
—¿Qué? —oyó que respondía con una vez tan ronca que a duras penas reconoció.
—Yo… —murmuró incapaz de articular una oración coherente, mientras él con una mano abría
los pliegues de su carne y con la otra pasaba el índice sobre la parte más sensible. Fue como una
descarga eléctrica, como si el golpe de una fusta la recorriera de la cabeza a los pies.
—Dime qué es lo que quieres —susurró pérfidamente en su oído. El placer en el que
amenazaba con hundirse era demasiado fuerte para poder comprender algo. De repente sintió que
uno de sus largos dedos se colaba entre sus pliegues. Sus músculos respondieron apretándolo
desesperadamente y él comenzó un movimiento hipnótico que la enloqueció. La penetraba y la
tocaba con ritmo y método, mientras su polla presionaba entre sus nalgas, ansiosa por salir. Lana
se empujó hacia atrás haciéndolo gemir, un sonido que fue la admisión de un goce tan intenso que
era casi sufrimiento. Ese sonido, unido al tormento y al éxtasis que le estaba infligiendo sin
piedad, la hizo llegar al orgasmo. Y no fue un orgasmo de esos que podían contenerse o
mantenerse en silencio. No, hubiese sido imposible. Lana gritó su placer montando la polla de
Trey, aún aprisionada en sus pantalones y sin preocuparse por nada más, sin importarle que
alguien pudiera oírla, gozó por un tiempo que le pareció infinito. Solo cuando todo terminó, los
dedos de Trey se retiraron lentamente de ella. Hubiese sido maravilloso poder relajar su cuello y
posar su frente contra la suya e imaginar que lo que acababa de suceder era real.
¿Real?
Ese pensamiento la golpeó como un rayo, haciendo que se pusiera de pie de un salto. La
realidad era que ellos eran enemigos. Él había robado en casa de su marido, ella lo había
chantajeado. Enemigos y cómplices de un robo y de colocar en el mercado negro la preciosa
estatuilla hurtada. Sin mencionar el hecho de que aún babeaba por su ex esposa.
Lana se encontró completamente desnuda frente a Trey que permanecía cómodamente recostado
sobre la cama, cargando todo su peso sobre los codos. Estaba completamente vestido y eso,
inesperadamente, la hirió. En su rostro tenía dibujada una sonrisa arrogante más que significativa.
Su pecho subía y bajaba y su entrepierna…Dios, sus pantalones estaban desabotonados y los
bóxers que llevaba estaban hinchados y empapados. En ese preciso momento, Lana notó que no
solo había acabado sino que, como había podido sentir, su paquete era realmente grande.
Capítulo 10
Trey
Hacía tiempo no me sucedía algo así, mucho tiempo, me arriesgaría a decir una vida y, para ser
honesto, no hubiese creído que fuera posible que volviera a pasar después de los quince años. Y
sin embargo sucedió, literalmente me corrí en mis pantalones como un adolescente cachondo que
no puede contenerse. Pero no puedo avergonzarme, no tanto como la situación ameritaría.
Sucedió sin que me diera cuenta. El placer de Lana se volvió el mío. Cuando salió del baño y
cayó sobre el piso, lo primero que pensé fue que estaba desnuda.
Desnuda.
Y ya no comprendí nada más. No es que nunca en mi vida hubiese visto mujeres desnudas, pero
a Lana la imaginé sin ropa desde el primer momento en que posé los ojos sobre ella, ese maldito
día en la terraza de su mansión. Y luego, cada una de las veces en que la vi, como un maldito y
silencioso maniático, sin poder admitir, ni siquiera a mí mismo, que mis miradas estaban llenas de
lujuria. Cada vez que la hiero con mis palabras intento maltratarme también a mí mismo, porque
experimento una atracción que no debería sentir. Debería detestarla, desear que se marche cuanto
antes. Sin embargo, lo único en que puedo pensar es en estar dentro de ella. En Lana hay algo
diferente, algo que me hace desear defenderla y hacerla mía al mismo tiempo. A pesar de que
necesitaría un buen psiquiatra, porque se trata de la mujer más intrigante y extraña que conozco, la
única que de algún modo logró atraparme. Quien me conoce sabe que ahora trabajo solo y que
nunca permito que nadie me ponga palos en las ruedas. Trabajar en equipo con alguien es
peligroso porque uno de los dos siempre puede cansarse y dejar al otro en la estacada. Como me
sucedió a mí, y no tengo intenciones de volver a caer en el mismo error.
—Fue un error —se apresura a decir y está tan agitada que casi lo lamento. Y no solo lo
lamento, sino que me produce un extraño dolor en el centro del pecho. Se sonroja por la
vergüenza, le gustaría desaparecer. Su intento de cubrirse luego de lo que le he hecho, de lo que
hemos hecho juntos, casi me hace reír.
—Tienes razón, espero que no vayas por ahí diciendo que me vine tan rápido.
—Oh, no, no quise decir eso. —Ahora ha enrojecido y yo me siento un completo imbécil por
burlarme así de ella. Lo único que realmente quisiera es tomar esa maldita toalla con la que se
cubrió y hacerla desaparecer, tenderla en la cama debajo de mí y follarla hasta que ambos nos
desmayáramos, además de redimir mi honor. Sé que podría hacerlo, es más, incluso podría
hacerlo ahora mismo. De hecho, mi polla solo se ha descargado un poco pero aún no ha tenido la
satisfacción que esperaba y no ha perdido su dureza.
Pero algo interrumpe todo, el teléfono suena. Es mi móvil. En circunstancias normales no
contestaría, pero mi primer pensamiento es Molly. En efecto, tan pronto como miro la pantalla,
reconozco el número del hospital. Mientras contesto veo por el rabillo del ojo que Lana se ha
refugiado en el baño, probablemente para vestirse. Si hubo un momento en que algo más pudo
suceder entre nosotros, ese momento ha terminado.
—¿Sí?
—Trey, soy Jill. —La enfermera que socorrió a mi hermana, me siento tenso.
—¿Hay novedades? —Rezo en silencio para que nada malo haya sucedido.
—Es por eso que llamo. Molly ha despertado y pregunta por ti. Le hemos dicho que estás en
camino. —Me parece que finalmente vuelvo a respirar.
—Sí, voy de inmediato, gracias Jill. —Molly está mejor, es un milagro, no puedo creer que
casi la pierdo. Tengo que ir con ella. Me abrocho los pantalones y voy hasta el armario para tomar
un sweater.
—¿Era del hospital?
Percibo movimientos a mis espaldas. No necesito girarme para saber que Lana se ha vestido.
Lo siento, lo sé por la seguridad de su voz, luego de lo que sucedió entre nosotros, nunca podría
sonar tan determinada si no llevara nada encima y estuviera en la misma habitación que yo. Volteo
y ella está prácticamente lista para salir. Tiene el rostro colorado y sostiene mi mirada, a pesar de
que está avergonzada. El recuerdo de lo que hemos hecho poco antes aún tiene el poder de
excitarme pero sé que se trata de un paréntesis ya cerrado. Es como si hubiese abierto un pasaje a
otra dimensión, no fui lo suficientemente rápido para atravesarlo y ahora el pasaje se ha cerrado
completamente, para siempre. Hemos vuelto a ser dos extraños, dos enemigos.
—¿Molly está mejor? —insiste.
—Ha despertado.
—Bien —comenta asintiendo. Sé qué está esperando, me había olvidado casi por completo
pero obviamente ella no lo ha hecho. Está de pie, inmóvil, así que no dejo que lo diga dos veces,
incluso cuando siento una repentina ira que bulle dentro de mí, mezclada con desilusión. ¿Qué
esperaba? ¿Un final diferente? Debo ser un imbécil. Termino de colocarme el sweater de hilo,
ajusto mi cinturón e introduzco una mano en el armario, donde tengo la caja fuerte. Giro el
mecanismo, colocando la combinación a toda velocidad, para que ella no pueda tomar nota, la
abro y saco el paquete que le tenía preparado.
Se lo arrojo y lo atrapa. Lame sus labios y siento que algo se estremece en mi estómago. Un
sentimiento de desilusión, tal vez. Estaría tentado de definirlo como dolor, pero me niego a dejar
que esta extraña me ponga de rodillas.
Después de todo, se trata de interés. ¿Acaso yo no hago exactamente lo mismo? ¿Quién soy
para juzgarla? Nadie, pero de todos modos me duele.
—¿Es la mitad?
—Sí —miento. Es un poco menos, aproximadamente un tercio, pero ella no puede saberlo, así
como no puede saber cuánto tiempo necesité para elaborar un plan impecable para robar la Virgen
de las Nieves y ponerlo en práctica. Debería estar satisfecha y sin embargo parece inquieta.
—¿Creías que sería más? —le pregunto desdeñosamente con las manos en los bolsillos. El
orgasmo que hemos experimentado ambos parece a años luz de distancia, hemos vuelto a ser dos
improvisados socios de negocios, ambos desconfiados y cínicos.
—No —responde rápidamente, como si estuviese avergonzada. Pero no tengo tiempo ni deseos
de ser sentimental o de analizar sus estados de ánimo. Ya no consigo tener pleno control de los
míos y eso no me gusta en absoluto.
—Tengo que ir con Molly, entrégame la prueba de que has eliminado esas fotos.
Se acabó. Hemos llegado al momento de dar un golpe de timón, estamos en el punto en que
nuestras vidas, que se han cruzado por azar, se separan. Finalmente, me digo a mí mismo, pero ese
finalmente no tiene el sabor dulce que debería tener. Tiene un sabor amargo que me niego a
analizar.
—No puedo.
La sorpresa me sacude, no estoy seguro de haber comprendido bien. ¿Qué coño está diciendo?
—¿Qué?
—No puedo hacerlo mientras aún esté aquí contigo. ¿Qué me garantiza que no me noquees y
recuperes el dinero? —Lo dice con tal convicción que parece ridícula.
Pongo los ojos en blanco y luego la miro con condescendencia. —No necesito noquearte para
recuperarlo. —Dentro de mí, me siento casi ofendido por el hecho de que crea que yo realmente
puedo hacerle daño. Ella no lo sospecha, pero yo no sería capaz de hacerlo por nada en el mundo.
Ni siquiera sé cuándo he madurado esta certeza, solo sé que es así.
—Pero mientras tenga las fotos, estoy a salvo —afirma con algo de temor en la voz. Intenta
ocultarlo pero yo lo percibo, reptante y persistente en su tono—. Te enviaré la prueba de que las
he destruido cuando esté lejos.
—¿Quién me garantiza que realmente lo harás? —la provoco. Y no es solo una actuación,
también yo tengo que protegerme. Solo porque no le haría daño no significa que la cosa sea que
sea mutua. Lana podría ir directo con la policía.
—Nada, solo tienes mi palabra. Pero soy una mujer que hace lo que dice.
—Eres una arpía —le digo mientras en realidad estoy pensando que probablemente estos son
nuestros últimos momentos juntos. Y ni siquiera me la he follado, solo me vine en mis pantalones.
Estoy arrepentido, por supuesto, y a pesar de que intento convencerme de lo contrario, no es solo
eso. Es una especie de dolor persistente en el pecho que me carcome por dentro, pero al que no
quiero darle importancia. Porque no tiene importancia. Pasará, como todo ha pasado siempre en
mi vida.
Se humedece los labios.
—¿Confías en mí?
—Para nada —respondo automáticamente.
—Tendrás que hacerlo —replica. Miro el reloj, no puedo perder tiempo, Molly me espera.
Molly, a quien estuve a punto de no volver a ver, mi hermana, la única familia que tengo, la única
persona que debe importarme. Me marcho dejándola allí, en mi habitación, con la convicción de
que obtuvo lo que quería y que ya nunca volveré a verla.
***
Molly se encuentra pálida pero está de nuevo conmigo y me habla. Me parece un milagro. Se
encuentra recostada sobre dos almohadones y se empecina en desperdiciar energías haciendo
preguntas.
—Jill me ha dicho que fuiste tú quien me hizo el masaje cardíaco y me mantuvo con vida.
—Para ser honestos, fue Lana quien me dijo cómo hacerlo. Yo no hubiese sabido qué hacer con
mis manos. —No quisiera admitirlo pero se me escapa.
—¿En verdad? ¿Fue Lana? —Está sorprendida y contenta por la noticia y yo soy un estúpido
por traerla a colación en este momento, cuando no había ningún motivo para hacerlo. Podía
mentirle, decir que la había socorrido yo.
—¿Te parece que soy la clase de persona que tiene nociones de primeros auxilios? —replico
en forma brusca. Estoy enfadado conmigo mismo.
—Vosotros fotógrafos, por lo general no lo necesitáis.
Cada vez que me enfrento a las pruebas de lo mucho que mi hermana confía en mí y en las
mentiras que le he dicho hasta hoy, siento como la culpa corroe mi ánimo. La he estado engañado
por años, a pesar de que me repito que es para mantenerla a salvo y para no causarle el peor dolor
del mundo. Desde que hipotecaron el castillo, también me digo que es para rescatarlo. ¿Cómo
podría obtener todo ese dinero simplemente dedicándome a hacer fotografías por el mundo?
—Si.
Tiene un acceso de tos que la hace cerrar los ojos e inclinarse hacia delante.
—¿Estás bien? ¿Quieres que llame a la enfermera?
Sonríe. —Solo he tosido, Trey, será el aire acondicionado. —Luego su mirada se ilumina, de
repente, como si estuviese mirando algo realmente hermoso, una especie de aparición a mis
espaldas. Pero el entusiasmo no es por mí, es por alguien que está detrás de mí.
—¡Lana!
No puedo creer que la arpía haya tenido el valor de venir aquí. Me giro dirigiéndole la peor de
las miradas, como si pudiera perforarla, atravesarla de lado a lado, pero ella me ignora, me rodea
y se dirige hacia donde se encuentra Molly para abrazarla, como si fuese la hermana de su novio.
El verdadero.
—No podía marcharme sin despedirme.
—¿Marcharte? —Mi hermana la observa sorprendida. Lana se separa y me mira falso afecto.
—Sí, no sé si Trey te lo ha dicho, pero tengo un compromiso urgente que me obliga a regresar a
casa.
En el rostro de mi hermana hay decepción. —No creí que fueras a marcharte tan pronto.
Lana no encuentra nada para replicar y Molly la mira con tristeza. Yo me siento hervir de rabia.
¿Quién coño cree que es esta mujer para entrar y salir de mi vida? No le permitiré que le haga
esto a Molly, no le permitiré que haga que se encariñe con ella y luego salga de improviso de
escena. No ahora que sus condiciones son tan delicadas. Y no le permitiré hacer lo mismo
conmigo, porque…no sé por qué y en este momento estoy tan enfadado que no tengo intenciones de
hacerme estas preguntas. En mi interior solo late un enorme deseo de meterla en cintura y hacerle
comprender que sueña si cree que puede hacer lo que le sale del coño. Quisiera ponerla sobre mis
rodillas y nalguearla hasta hacer que su culo quede rojo. Pero tan pronto como imagino la escena
comienzo a excitarme y cierro los ojos para hacerla a un lado, guardándola bajo llave en un cajón.
Y cada vez estoy más furioso. En ese momento, una enfermera hace su ingreso para comprobar la
vía intravenosa y yo aprovecho la ocasión para tomar por un brazo a Lana, con tanta fuerza que se
gira hacia mí.
—Me haces daño —sisea frunciendo la nariz y con ojos que pretenden ser amenazadores. Pero
yo estoy tan furioso que una mirada no es suficiente para detenerme.
—Salgamos mientras la enfermera se ocupa de Molly —digo en la voz más controlada que
puedo, aunque quisiera preguntarle a gritos qué rayos cree que está haciendo. Tan pronto como nos
quedamos a solas en la sala de espera, suelto su brazo y ella comienza a masajeárselo.
—¿No se suponía que desaparecerías? —En el mismo momento en el que lo digo, ni siquiera
sé si estar enfadado porque ha reaparecido o porque ahora sé que tendré que comenzar a
habituarme a su ausencia nuevamente. Estoy confundido y furioso, pero de las dos sensaciones
prefiero explotar la fuerza devastadora de la ira y descargarla toda contra ella—. ¿Qué rayos
crees que haces? Ya tienes el dinero, ¿cuánto más continuará este juego? ¿Qué más quieres?
Me mira como si la hubiese ofendido terriblemente.
—Solo deseaba saludar a Molly antes de marcharme, no quería desaparecer sin más de su
vida.
—Lo mismo da, desaparecerás “sin más” de su vida. ¿No crees que de todos modos se sentirá
mal cuando ya no sepa nada de ti? ¿O tal vez peor que mal, porque continúas engañándola?
Se enfurruña, como si la hubiese regañado por algo que no hizo. Si no supiera que es una arpía
aprovechadora y oportunista diría que lo siente. —¿Quieres más dinero? ¡No lo tendrás!
Ahora me mira realmente ofendida, como si la hubiera herido en lo más profundo de su ser.
—El dinero que tengo me basta y, si realmente quieres saberlo, no estoy orgullosa de cómo lo
obtuve, pero lo necesitaba desesperadamente y no tuve otra opción. ¿Comprendes lo que quiere
decir “desesperadamente”? No, no creo, tú robas y pasas página pensando solo en ti mismo. ¿Qué
coño pueden importarte los demás, como yo por ejemplo?
Ha llegado el momento de derribar este ridículo castillo de naipes que ha montado. —Estudié
largamente el perfil patrimonial de tu marido antes de dar el golpe y no puedes hacerme creer que
necesitas dinero. Tú, la esposa de Gordon Hale. ¡Un banquero, joder!
Resopla, como si no hiciera falta decirlo. —Gordon y yo firmamos un acuerdo pre
matrimonial, no puedo disponer de un solo centavo si él no me lo da.
Por un momento me quedo sin palabras, pero solo por un momento. Interesante y obvio, por
otra parte. —El viejo no confía en ti. —Es lo primero que me viene en mente y no estoy
demasiado sorprendido. Los acuerdos prematrimoniales están a la orden del día en los
matrimonios de cierto nivel. Lo que no me explico es cómo ha hecho una mujer joven y bella para
atar su vida a un viejo, si no es por el dinero. Cosa que evidentemente no es, si está diciendo la
verdad.
—Siempre crees saberlo todo, ¿cierto? No sabes una puta mierda. Me vi obligada a casarme
con él. Cuando mi padre murió, luego de la bancarrota, tuve que casarme con Gordon a cambio
del rescate financiero de mi familia.
Escupe esas pocas palabras con sufrimiento. Está diciendo la verdad. No debería estar
afectado, me niego a estarlo. No soy alguien que se deja impresionar tan fácilmente. Y, sin
embargo, no puedo evitar que la pregunta resuene en mi mente.
—¿Cómo pudiste prestarte a algo así?
Su expresión muestra desolación y humillación, ella también debe habérselo preguntado
infinitas veces. —Para salvar nuestra posición, porque hallé a mi padre colgado de la araña de su
estudio, Trey. Y no quería que mi madre tuviera el mismo fin a causa de nuestro desastre
financiero —me dice con los ojos llenos de lágrimas. Pero luego las seca de inmediato, furiosa—.
Ese es el único motivo por el cual he aceptado casarme con Gordon Hale, para salvar lo que
quedaba de mi familia.
—Casi admirable —digo con sarcasmo. Pero dentro de mí se ha movido algo, lo siento, aunque
me niegue a darle un nombre a ese algo. Y es que acaso, ¿no hago también yo cosas que no debería
hacer por mi familia? Ya no la desprecio como antes o tal vez la desprecio de una forma diferente,
porque se vendió a sí misma por una causa increíblemente mezquina.
—No te esfuerces por comprender, nunca lo conseguirías —comenta con amargura. ¿Qué sabe
qué es lo que puedo o no puedo comprender?
—De todos modos, tienes que irte —digo inclemente mirándola a los ojos. No sé cómo o por
qué, pero tengo que poner la mayor distancia posible entre esta mujer y yo. No sé explicar esta
certeza, lo sé y punto. La enfermera se marcha y yo aprovecho para entrar, dejándola afuera, en el
corredor. Esta vez, estoy realmente seguro de que no volveré a verla.
Capítulo 11
Trey
Juro por Dios que no sé qué es lo que me pasa. Estoy aquí, junto a mi hermana, en su habitación
en el hospital y no puedo comprender ni una sola palabra de lo que me está diciendo. Su boca se
abre y se cierra y yo debería estar totalmente centrado en ella, escuchar con atención lo que me
dice, hablar con los médicos. Todo lo que debe interesarme está aquí y sin embargo…estoy
pensando en Lana, en cómo la he tratado, en cómo la he visto desaparecer trepando por la
montaña, en cómo hubiese querido decir palabras diferentes a las que salieron de mi boca. Un
relámpago divide el cielo en dos y el trueno se deja oír inmediatamente a continuación. En este
maldito pueblo últimamente parece que no hace más que llover. Tal vez es solo el otoño.
—¿Me estás oyendo?
Molly decididamente está mucho mejor porque tiene un tono de voz firme y casi autoritario, de
hermana mayor. Incluso ha mandado a casa a Matt, diciéndole que perfectamente puede quedarse
sola por unas cuantas horas.
—Sí. —Me pongo de pie de repente, ya no puedo soportar seguir sentado en esta silla de
metal. Mi mirada está pegada a la ventana y mis pensamientos a Lana, que en este momento estará
subiendo la montaña. El cielo se abre y una lluvia torrencial comienza a caer de improviso, como
si alguien allá arriba la arrojara a cubos.
—Mañana recibes el alta médica —repito lo que me ha dicho.
—Exacto y no tienes que preocuparte por venir a recogerme porque Matt y Jeff se han ofrecido
a hacerlo.
Oír el nombre de Jeff siempre me hace sentir mal. —Y Jill pasará a echarme un ojo antes de
irse a dormir. Y ahora vete —suspira.
—¿A dónde?
—Con Lana. Todo este tiempo has mirado hacia afuera, estás distraído y de pésimo humor. No
sé qué es lo que sucede entre vosotros pero no dejes que se te escape Trey. Acaba de irse, tal vez
aún puedas alcanzarla.
Quisiera confesarle que no hay nada entre nosotros que yo pueda perder, porque ella
simplemente no me pertenece. Pero me mantengo en silencio, sumando este a todos los demás
secretos de los que está hecha mi vida.
—Nos vemos en casa esta noche. —La beso en la frente y salgo de prisa. Debo remediar el
terrible error que he cometido. Estoy confundido, pero lo único que sé con certeza es que necesito
hablar con ella. No tengo idea de qué, lo decidiré cuando la tenga en frente, improvisaré. De
momento solo soy conciente que necesito localizarla y asegurarme de que esté bien. Tan pronto
como salgo del hospital, me calo hasta los huesos en el curso de treinta segundos. La lluvia cae
sobre mí sin piedad mientras me alejo del edificio y tomo el sendero por el cual la he visto
desaparecer hace una hora. Una hora que he desperdiciado en lugar de seguirla de inmediato,
admitiendo que soy un imbécil que se comporta como un imbécil. Tiene una pequeña ventaja sobre
mí, pero yo conozco bien la zona, los senderos, los atajos, por lo tanto puedo recuperarla
fácilmente. Me lo repito mientras intento no resbalar con la suela de los zapatos en el terreno que
ahora se ha convertido en barro. La lluvia me ha empapado prácticamente por completo, la
camiseta se ha adherido a mi piel y los jeans se sienten pesados y se han pegado a mis piernas.
El sendero se divide y no tengo idea a dónde coño ha ido. ¿Derecha o izquierda? Me detengo
por un momento, con la certeza de que estoy perdiendo tiempo, pero también sintiendo un temor
tan grande que aprieta mi garganta y no me deja respirar. Espero con toda mi alma que haya girado
hacia la derecha, donde el sendero conduce a un pequeño claro.
A la izquierda, subiendo un poco más, se llega a un precipicio. De pequeños, a Molly y a mí,
así como a todos los otros niños de Sheffield, nos estaba terminantemente prohibido continuar por
ese camino. El sudor se enfría en mi espalda y se mezcla con la lluvia. Por un lado, quisiera ir a la
derecha, con la esperanza de encontrarla de inmediato, pero el temor de que haya tomado el
sendero de la izquierda pronto se convierte en puro terror. No quiero perder más tiempo, quiero
buscarla en la peor parte del camino.
Giro hacia la izquierda y comienzo a subir como un desesperado. Un par de veces pierdo el
equilibrio en el barro y no me atrevo a imaginar qué puede haberle sucedido a Lana si realmente
ha tomado esta dirección. Mientras avanzo me encuentro esperando, rezando, ambas cosas al
mismo tiempo. No soy creyente, en mi vida solo he confiado en mí mismo y en mis capacidades,
pero en este momento siento que no soy dueño de nada y que no tengo el control sobre nada, en
especial sobre el temor que me devora. Finalmente llego a la cima y oteo atentamente el entorno
desde la parte más empinada de la montaña. No veo nada. Nada de nada. Hay una especie de
bruma y la lluvia es densa e insistente. No sé si sentirme aliviado o más preocupado que antes.
Entonces veo algo. Es ella y está sentada prácticamente en el borde del precipicio bajo la lluvia
torrencial.
El miedo se transforma automáticamente en rabia. ¿Es posible que esta mujer sea tan estúpida
de no comprender el peligro corre?
Me aproximo a donde se encuentra, intentando no pillarla desprevenida, no quisiera que hiciera
un movimiento brusco que causara que perdiera el equilibrio y cayera al vacío.
—¡Lana! —llamo tratando de contener la furia en mi voz.
Voltea y me mira pero no se pone de pie. Sus cabellos oscuros están pegados a su rostro, como
un montón de algas y sus ojos grandes y oscuros me miran llenos de odio. Su boca, su hermosísima
boca, está haciendo pucheros como la de una niña pequeña. Mi rabia aumenta y cada vez me
resulta más difícil controlarla.
—¿Estás intentando pillar una neumonía y morir? ¿Esa es tu estrategia para quitarte de en
medio?
Me da la espalda. —Veo que simplemente no sabes lo que es la amabilidad.
Su respuesta de listilla me altera y hace que olvide por completo los modales. —Muévete ya
mismo de ahí, he subido hasta aquí para buscarte y no permitiré que caigas ahora.
Se gira. Tiene el cabello completamente pegado a la cara y parece alguien que ha sobrevivido
a un naufragio.
—¿Y quién te dijo que me salvaras? ¿Y quién te dijo que quiero ser salvada, precisamente por
ti, además? ¿Por qué siempre crees que todo gira a tu alrededor? ¿No se suponía que debía
quitarme de en medio? ¡Déjame en paz entonces!
Su rabioso descargo me toma por sorpresa y no se me ocurre nada mejor que agredirla también.
—¡Por qué no regresas con ese viejo de tu marido, entonces, en lugar de complicarme la vida!
—¡Porque yo no quiero estar con ese hombre! —grita con todas sus fuerzas sobre el sonido del
agua que se precipita del cielo. Un rayo cae a lo lejos y hace que me estremezca.
—¿Has comprendido que no quiero estar ahí?
—¿Y entonces por qué coño te casaste con él? —Estamos completamente empapados y
mantenemos una conversación que definir como surrealista es poco.
—Porque soy una estúpida y me dejé manipular por mi madre. Las madres no deberían hacer
cosas así, sin embargo la mía lo hizo.
—Los hombres son todos mediocres, como tu padre, me dijo siempre, no pueden hacerle frente
a las situaciones complejas, ante las dificultades se derrumban e incluso llegan a quitarse la vida,
como tu padre. Pero nosotras no. Nosotras las mujeres siempre tenemos que salvar la situación. Y
así fue que me vendió.
Hace un pausa que me da tiempo de comprender realmente lo que hizo su madre. Y siento una
ola de hielo que me atraviesa por dentro, más fuerte que el que tengo en los huesos a causa de esta
ropa pegada a mi cuerpo, más fuerte que todo el frío que he sentido en mi vida.
—Me vendió a Gordon —corrobora, como si pudiera no haberlo oído antes. Sabía que se
había casado por interés, ella misma lo había admitido. Pero haber sido vendida por su propia
madre, mierda.
—Pero yo no puedo regresar con él, ¿comprendes? No puedo.
Me mira con los ojos llenos de angustia, es algo que le atraviesa el alma como una espada, de
parte a parte. Y lo comprendo, por supuesto que lo comprendo y tampoco yo quiero que lo haga.
De repente me doy cuenta que no quiero que regrese con él.
—No tienes que hacerlo, si no quieres —le digo con la voz más calma que logro componer. Y
es la verdad. No quiero que regreses con él, quiero que te quedes conmigo. Es un pensamiento que
cruza instantáneamente mi mente, un deseo que formulo en una fracción de segundo y que, sin
embargo, se vuelve poderosísimo. Quiero que esta chica de un metro sesenta, intrigante, de
piernas maravillosas y ojos grandes y oscuros, se quede conmigo.
Extiendo la mano porque quiero que se aleje de ese punto peligroso y venga a un sitio seguro,
donde estoy yo.
—Levántate lentamente y ven hacia mí —le digo. Ella posa una de sus palmas sobre el terreno
e intenta ponerse de pie, pero el suelo está embarrado y su mano se resbala. Es un instante, una
visión, un momento, pero en ese momento mi corazón se hunde hasta mi estómago por el terror.
Lana resbala y pierde el equilibrio. Grita y, sin que yo pueda hacer nada, cae. Es en vano que salte
hacia delante y extienda mi brazo hasta casi sacármelo de sitio. Ha caído.
Me inclino sobre el peñasco para mirar hacia bajo mientras lucho por respirar.
Ha resbalado pero no ha caído en el precipicio, gracias a Dios, de todos modos está más abajo
de lo que se encontraba antes. Es un milagro, siento un alivio que no sabría describir, algo que me
hace morir y luego renacer en el curso de pocos segundos. Me inclino y me aferro a la cuña de una
roca. Es una posición peligrosa, pero mi corazón late tan fuerte ante la idea de que podría terminar
en el fondo del precipicio que no me importa el peligro. Fue a parar a un espacio muy estrecho al
abrigo de la roca, en equilibrio sobre el precipicio. Sin embargo el alivio dura muy poco porque
desde esa posición, será realmente difícil volver a subir.
—¡Lana!
La llamo y ella de inmediato levanta el rostro y mira hacia lo alto. Siento que mi corazón late
más lentamente. Está pálida, tiene una expresión turbada.
—¡He resbalado! —grita bajo la lluvia que cae con furia sobre nosotros.
—¿Tienes algo roto? —le pregunto.
—Creo que no —responde con los ojos desmesuradamente abiertos. Está muerta de miedo y yo
también lo estoy.
Nunca podrá lograrlo sola, el punto en el cual ha caído es muy escarpado y en bajada y no tiene
ningún sitio del que asirse para subir. Intento no dejarle intuir cuan atemorizado me encuentro
mientras procuro comprender cómo hacer para subirla. —Necesitamos una cuerda —grito sobre
el sonido de la lluvia.
—Necesito ir por ella, no tengo una conmigo.
—¡No, por favor, no te vayas, no me dejes aquí! —grita y noto que ha abandonado toda
resistencia. Llora sin poder contenerse.
—¡No me dejes Trey! —Su invocación mezclada con las lágrimas es una tortura para mí y en
ese momento comprendo que no puedo dejarla, ni siquiera para ir a buscar la cuerda. Tengo que
encontrar un plan alternativo.
—Haz exactamente lo que te digo y no mires hacia abajo —le ordeno con voz autoritaria.
Asiente y me mira con el rostro asustado y angustiado.
—Tendrás que trepar por un par de metros por ti misma, luego podré extender mi brazo y
cogerte, pero no puedo bajar más allá de esa saliente. ¿La ves? —Le indicó un espolón de roca
más abajo del cual no puedo deslizarme
sin quedarme en su misma condición, imposibilitado de regresar. Asiente, lo ha comprendido.
Pero entre comprender y hacer lo que le digo hay una enorme diferencia, especialmente
considerando que no está para nada habituada a los senderos de montaña y no tiene la más mínima
preparación para afrontar peligros como este.
Pero es una cuestión de vida o muerte. Lana avanza con un pie delante y luego coloca una mano
sobre la roca. Yo sigo sus movimientos con inmenso temor. Creo que nunca tuve tanto terror en mi
vida, ni siquiera cuando realicé los golpes más atrevidos. Es porque esto no depende de mí,
escapa a mi control y eso me vuelve loco de nervios. Parece que nunca llegará el momento en que
pueda tocar mi mano. El tiempo corre en cámara lenta, dilatándose en forma anormal. Finalmente
sus dedos tocan los míos y, cuando está a mi alcance, la cojo con fuerza por el brazo y poco a
poco la acerco a mí.
Cuando finalmente está a salvo la arrastro sobre mi pecho y la abrazo con fuerza. Su cuerpo
está frío y el mío también, tal vez más que el suyo. Permanecemos bajo la lluvia entrelazados,
desesperados, agotados. Pero ella está viva y se encuentra entre mis brazos.
—No vuelvas a hacerlo nunca más —susurro entre sus cabellos, en un tono tan bajo que no sé
si ha podido oírme por sobre el sonido de la lluvia que cae. Y ella mueve la cabeza, negando. Me
oyó.
Capítulo 13
Era difícil que uno pudiera cuidar del otro, ya que ambos estaban tan empapados y aturdidos
como solo se podía imaginar. Con la única diferencia de que Lana se sentía igual que una
marioneta sin hilo, débil y floja, mientras que Trey parecía vigoroso incluso bajo la lluvia que
continuaba cayendo sobre sus cabezas, mientras bajaban la montaña. Habían recorrido el trayecto
en silencio, tomados de la mano, con los ojos azules de Trey pegados a ella, verificando que no
tropezase o pisase en falso a causa del suelo resbaloso. Finalmente habían alcanzando el coche de
Trey, estacionado al final del sendero, junto al hospital. Él había encendido al máximo la
calefacción tiritando, pero no había bastado para hacer que ella dejara de temblar. Habían llegado
al castillo cuando ya era noche cerrada. Lana había subido corriendo a la habitación. Trey había
desaparecido, no sabía a dónde ni a hacer qué. Se había quitado la ropa empapada, como si fuera
una molesta película pegada a su cuerpo. Luego se había metido bajo el agua caliente de la ducha,
esperando que eso la ayudara a contener los estremecimientos que recorrían su cuerpo. Había
mirado una y mil veces a través de la mampara del baño, deseando ver aparecer la sombra maciza
de Trey, desnudo y listo para ella. Pero él no había ido.
El calor del agua había llegado hasta sus huesos, impidiéndole al menos que le castañetearan
los dientes. Se había envuelto en la única bata de baño que había encontrado y había regresado a
la habitación. Vacía. Silencio absoluto. Había pasado más de media hora desde que habían
llegado al castillo. ¿Dónde estaba Trey? Él también estaba empapado, necesitaba secarse y entrar
en calor y era absurdo que aún no lo hubiese hecho. A menos que hubiese utilizado otro baño, de
seguro no faltaban en el castillo. Pero entonces, por qué no había regresado a su habitación para…
¿para hacer qué? Maldición, había algo entre ellos, a esas alturas era inútil negarlo. Esa mañana,
antes del desastre, había tenido una probada de cómo podría haber sido el sexo entre ellos y
definitivamente deseaba más que un adelanto, quería disfrutar el todo. Y luego, cuando la había
rescatado en el acantilado, estaba segura de haber visto algo que brillaba en sus ojos, un fuego que
ya no podía ser ocultado. Había llegado el momento, se sentía lista. Había estado a punto de
morir, si se encontraba viva era solo gracias a Trey, no tenía deseos de seguir preguntándose qué
estaba bien y que estaba mal. Saltaría. En ese momento podría haber estado muerta. ¿De qué
serviría continuar resistiendo? Abrió la puerta y se encontró en la oscuridad del corredor. Un rayo
iluminó la habitación, haciendo que en ese ambiente tan poco familiar pareciese de día, y dándole
la sensación de que el pasillo era largo y amenazador. Su corazón latió rápidamente, pero no se
detuvo. Necesitaba saber qué había sucedido, si la estaba evitando deliberadamente o si había
algo más.
Bajó las escaleras ayudada por una claridad que la llamaba desde el piso de abajo. La enorme
chimenea estaba iluminada por el fuego, la única fuente de luz y calor en el gran salón. Frente a
ella, sentado sobre el diván, se encontraba Trey, completamente vestido con ropas limpias y secas
y el cabello aún mojado. Había tomado un baño pero no había considerado oportuno ir a la
habitación con ella, había preferido quedarse allí, frente al fuego, pensando en quién sabe qué.
Esa certeza le estrujó el corazón.
—¿Has entrado en calor? —Debía haberla oído llegar. Repentinamente Lana se sintió
inapropiada vistiendo solo esa bata de baño. Decididamente fuera de lugar y deseó estar más
presentable para no darle a entender que le hubiese gustado… ¿Qué le hubiese gustado en
realidad? ¿Qué hubiese entrado con ella a la ducha? No, un momento, solo ella era la
sobreviviente, tal vez esa sensación de que inevitablemente debía suceder algo entre ambos, solo
la sentía ella. Quizás Trey no tenía la más mínima intención de hacer nada.
Luego de que habían puesto en riesgo sus vidas juntos, luego de que él había puesto en peligro
la suya para ir a buscarla, le importaba un pimiento la dignidad, qué podía pensar, cómo podía
verse frente a sus ojos. Lana rodeó el sillón y se ubicó entre él y la chimenea. Trey estaba
prácticamente recostado, con las piernas abiertas, el rostro fijo en las llamas. Cuando Lana se
colocó frente a él, esos ojos azules llenos de tormento se posaron sobre ella. Y ardían,
literalmente. Sujetaba un vaso en una mano y un cigarrillo en la otra.
—Trey...
—No sabes qué es lo que quieres, ve arriba, duerme —la liquidó en forma brusca y decidida,
con esos modos autoritarios a los que ya estaba habituada.
—¿Qué sabes tú de lo que yo quiero?
La miró con las llamas reflejadas en sus ojos. Posó el cigarrillo en el cenicero que descansaba
en el amplio reposabrazos. —Solo puedo darte esto —dijo tocándose vulgarmente la entrepierna
— y nada más. Si es eso lo que quieres, ponte cómoda. —Sus palabras la dejaron boquiabierta
por la vergüenza pero encendieron un fuego de pura lujuria entre sus piernas.
Había querido provocarla, ofenderla, escandalizarla. Era hora de dar media vuelta y
marcharse, al menos eso es lo que debería haber hecho si hubiese sido una buena chica y si no
hubiese comprendido que solo era una puesta en escena. —Yo no creo que puedas darme solo eso,
yo creo que…
Se acercó a él y se inclinó, de modo que su rostro estuviera a la altura de su pecho y que con
solo levantar la mirada pudiese mirarla a los ojos.
—...que tú eres mucho más.
Los ojos de Trey brillaron con una luz indescifrable, tan solo un segundo antes de que tomara
su muñeca, se pusiera de pie y la levantara también a ella, colocándola frente a él. Había rodeado
su cintura con ambas manos y en un instante sus labios lamieron la parte de su cuello que la bata
dejaba al descubierto, calientes, ardientes, inesperados. —No sabes a qué juego estás jugando.
¿Quieres sentir un estremecimiento diferente al que experimentas en tu aburrida habitación?
Sus palabras, susurradas con un tono que evocaba casi la ferocidad, hicieron que sus ojos
ardieran por las lágrimas contenidas. No quería solo sentir un estremecimiento, lo quería a él.
Solo a él, a pesar de que le costaba mucho admitirlo.
—Tal vez —mintió demasiado orgullosa para humillarse. No dejaría que se alimentase de sus
propios sentimientos.
—Entonces, serás atendida —oyó que le decía—, esta vez hasta el final. —Parecía ebrio de
cólera, fastidiado, como si tuviera que demostrarles a ambos cuán equivocado era eso.
Desanudó el cinturón de la bata de baño e hizo que la misma se deslizara por su espalda,
dejando que la tela se amontonara en el suelo. A diferencia de las palabras, los gestos eran
determinados pero medidos. No le arrancó nada, no le impuso nada, se comportó como un hombre
que había recibido un ascenso y no preguntaría dos veces si realmente quería concederlo. Sus
manos bajaron sin demoras a su vientre y luego una se coló directamente entre sus piernas. Trey la
exploró sin detenerse, concentrando sus caricias precisamente en el centro, allí donde ser tocada
le hacía perder la cabeza. ¿Sabía que era a ella a quien tenía entre sus brazos? ¿O estaba soñando
con Grace? La duda la golpeó de repente como un rayo, haciéndole abrir desmesuradamente los
ojos en el preciso momento en que comenzó a frotar su clítoris con insistencia.
No podía saberlo, nadie se lo diría y Lana ciertamente no quería descubrirlo en ese preciso
momento.
De repente el éxtasis terminó, en el instante exacto en que Trey quitó las manos de ella, la hizo
voltear y la empujó sobre el sillón donde poco antes estaba sentado. Sin decir nada, se quitó el
sweater con un gesto fluido y luego colocó sus manos en el cinturón, como si de ello dependiera
su vida, como si hacerlo de prisa fuera tan vital como respirar. Bajó sus pantalones y sus bóxers al
mismo tiempo y se quedó desnudo frente a ella. Tenía el miembro más grande y erecto que Lana
había visto en su vida.
—Lo sé —dijo complacido pero sin sonreír. Tenía que saber exactamente qué era lo que estaba
pasando por su mente, debía ser la historia de su vida. En un segundo, Lana pensó que, sin
importar cómo estuviera provisto Jeff allí abajo, era difícil no echar de menos a un hombre dotado
de ese modo. Y si Trey era capaz de hacer las cosas correctas con esa herramienta…
—Sí, sé usarlo y ahora lo verás.
¿Le leía el pensamiento? Lana levantó los ojos y encontró el rostro de Trey serio y
determinado. Bajó con la mirada a su cuello, los tendones contraídos, los hombros anchos y los
pectorales fuertes. Su cuerpo parecía el de un dios, cubierto de músculos cuyos nombres
desconocía, pero que creaban una armonía que no habría podido definir de otro modo que no fuese
perfecta. Era un concentrado de poderosa virilidad. Su polla se elevaba frente a su rostro y le fue
instintivo abrir la boca y lamerla. La reacción de él fue un rugido, como el de un gran felino,
acompañado de un gemido de puro placer masculino. Luego Trey lo tomó en su mano, por la base,
y con decisión lo guió más profundamente en su boca. La estaba follando sin delicadeza, de un
modo casi brutal pero a ella le gustaba, Dios, sí que le gustaba.
Lana con una mano empuñó esa vara rígida y con la otra hurgó entre sus muslos. Marcó el ritmo
con su boca en la magnífica erección del hombre y lo imitó consigo misma, encontrando un
equilibrio entre el placer de Trey y el suyo, alimentándolos concienzudamente a ambos. Era
evidente que el cambio había sido satisfactorio para él, que se volvió aún más duro en su boca,
tanto que Lana se preguntó como hacía para resistir sin explotar en un orgasmo, cosa que ella
amenazaba con hacer, si continuaba tocándose mientras mamaba. Una vez más, Trey pareció leerle
el pensamiento. Sacó su polla de su boca y dio un paso atrás. Lana creía que la pondría en cuatro
patas y la montaría como un hombre de las cavernas, sin embargo, para su sorpresa, le tendió un
brazo con elegancia. Ella tomó su mano, un poco sorprendida pero excitada por cómo conseguía
mantener bajo control el deseo. Hizo que se pusiera de pie y la atrajo hacia su cuerpo para
besarla. Su beso sabía a él y eso hizo que Lana entrara en éxtasis.
—Quiero follarte —le susurró al oído. Allí estaba de nuevo el lenguaje crudo y carnal que
tanto amaba—. Cogerte hasta que no tengas más fuerzas para soportarlo.
Era lo más vulgar que le habían dicho en su vida, pero en ese momento era lo que necesitaba
oír.
—Entonces hazlo —respondió.
Trey la giró hacia el sillón y la tomó por las caderas. Lana sintió su gruesa polla presionándose
entre sus nalgas y le fue completamente natural frotarse contra ella. Se sentía licenciosa y
desinhibida. Era absurdo, pero si alguien le hubiese dicho que debía comportarse de otro modo se
hubiese reído en su cara. Frotarse sobre la polla de Trey era de vital importancia. Él se lo
consintió solo un poco, luego percibió el momento exacto en que la dirigió con su mano hacia su
apertura. La deslizó lentamente pero sin descanso, toda, hasta el fondo, Lana sintió que le faltaba
el aire. Luego una sensación de vacío. La había retirado. Luego una vez más, llena hasta lo
inverosímil. Comenzó a follarla en serio, una embestida tras otra, implacable, interrumpido solo
por sus gemidos de satisfacción. Había fantaseado con follar a Trey en todas las posiciones pero
en ese momento no hubiese cambiado por nada del mundo esa unión salvaje. De hecho, si Trey se
hubiese retirado tan solo para intentarlo, habría gritado de frustración. Pero no lo hizo. Continuó
empujando. Duro, vigoroso, con su polla que parecía una espada de mármol. Dos palmadas bien
dadas sobre su trasero lo hicieron endurecerse aún más. Lana sintió que sus músculos internos se
contraían y, cuando la mano de Trey se coló entre ellos y su dedo rozó el clítoris estimulándolo
implacablemente, explotó en un orgasmo épico, como si hubiesen disparado fuegos artificiales. La
reacción de Trey fue inmediata e igualmente intensa, como si su placer hubiese desencadenado el
de él. Lo sintió salirse, aun parcialmente duro y luego besarla allí donde acababa de tomarla y lo
hizo con una intensidad tal, que demostraba que aún habría hecho falta mucho para saciarlo.
Capítulo 14
Lana se despertó solo una vez durante la noche. Ya no estaba en la gran sala del piso de abajo
sino en la habitación de Trey. Recordaba exactamente el momento en que, luego de haberla tomado
frente al fuego, Trey la había cargado en brazos y la había llevado, con las piernas enredadas en
su cintura, hasta el piso de arriba. Habían tenido sexo una vez más y luego él la había abrazado
desde atrás, cubriéndola con su cuerpo grande y poderoso, hasta que había caído en un sueño
increíblemente pacífico y pesado. Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien, sin
preocupaciones y sin angustias, y cuando el sol se había asomado por la ventana se sentía tan
saciada que no deseaba continuar descansando.
La cama se encontraba vacía y Trey no estaba. Se desperezó mirando a su alrededor. ¿Qué
había cambiado entre ellos? ¿Eran algo más que el día anterior? Difícil decirlo. Lo sabría solo
mirándolo a los ojos e intentando comprender si ese hielo se había derretido o si aún continuaba
en su lugar. Por su parte, si pensaba en cómo Trey la había tomado, en lo que había habido entre
ellos, sentía una sensación de languidez y deseo entre sus piernas.
Bajó de la cama con la intención de tomar un buen desayuno. Una vez en la planta baja,
localizó de inmediato la cocina y puso manos a la obra con el café y los huevos. Por supuesto,
hubiese sido agradable ver la mesa dispuesta y el desayuno preparado para ella. Hubiese sido
fantástico encontrar huevos revueltos, leche y café. Pero era pedir demasiado, perseguir un sueño
imposible. Sin embargo, si Trey regresaba mientras ella cocinaba, prepararía el desayuno para él
también. Ni siquiera sabía cómo le gustaban los huevos. En realidad, sabía verdaderamente poco
de él, al margen del hecho de que tenía una vida paralela y fuera de la ley que mantenía oculta a
todos. Pero no a ella. Lana era la única que conocía también su lado secreto y su parte buena. Con
la ganancia de los robos intentaba rescatar el castillo de su familia, era más noble de lo que podía
imaginar. Se sentó a la mesa y comenzó a comer, fantaseando acerca de cómo podría ser su vida,
si por casualidad hubiese decidido unirse a él. Era algo imposible, fantasioso para decir poco.
Pero se imaginó vestida con un traje completamente negro y ajustado, huyendo con Trey en medio
de la noche luego de haber robado fabulosas mansiones. No conservarían todo para ellos, harían
caridad y además…un ruido sordo, como una puerta que se cerraba, la devolvió a la realidad.
Trey había regresado. Lana intentó borrar la sonrisa idiota y satisfecha que aparecía
espontáneamente en su rostro cuando pensaba en la noche que habían pasado y miró en dirección a
la puerta de la cocina.
Pero no era Trey. Era Grace. No parecía en absoluto sorprendida de encontrarla allí. Sus ojos
azules reían y eran malvados, como si estuviese anticipando el modo de mofarse de ella.
—Buen día —la saludó burlona, apartando una silla de la mesa y tomando asiento frente a ella.
Lana tuvo dificultades para tragar. No podía saber si Trey aún quería a esa mujer, pero estaba
segura de que él no la había olvidado por completo. Hubiese sido pedir demasiado—. Trey no
está en casa —dijo con la esperanza de que moviera ese huesudo trasero y se fuera. Grace se
encogió de hombros, no le importaba un pimiento.
—No he venido por él, estoy aquí para hablar contigo. Y si te estás preguntando cómo entré,
debes saber que él nunca me pidió que le devolviera las llaves.
Lana posó el tenedor con la certeza de que no se trataba de una visita de cortesía. Grace
parecía segura de sí, y se veía aún más hermosa de lo que la recordaba, con su espigado cuello,
las sutiles arrugas en torno a esos ojos casi transparentes y el cabello fino y rubio recogido con
una hebilla en la parte superior de su cabeza.
—Date prisa, entonces —replicó.
Grace cruzó las piernas con la cara de alguien que ha tomado las riendas de la situación. —
¿Sabes quién es el comprador de la mayor parte de las piezas robadas por Trey? —preguntó a
quemarropa.
Lana parpadeó un par de veces. Mierda. ¿Esa mujer sabía que Trey era un ladrón? Trató de
procesar la información. De repente sentía que le faltaba el suelo bajo sus pies, la cabeza le daba
vueltas y luchaba por mantener la concentración.
—Soy yo —respondió sin darle tiempo de amortiguar el impacto de la noticia. Ok, era
verdaderamente una situación absurda. Trey robaba para Grace.
La miró fingiendo falsamente que la comprendía. —Sé que estás un poco confundida ahora,
pero estoy aquí para aclararte las ideas. Trey y yo éramos también compañeros de trabajo,
robamos juntos por años, aún antes de casarnos. Conformábamos un dúo formidable. —Sus ojos
parecieron perderse en los recuerdos y por un momento, Lana vio en ellos algo parecido al
remordimiento—. Pero luego arruiné todo al dejarlo por Jeff. Fui una estúpida, fue lo peor que
pude haber hecho, lo admito. Pero me había enamorado de Jeff y de su amabilidad. Pensaba que
podía satisfacerme más que los modos toscos de Trey. Y además, luego de que perdimos al bebé,
nuestro matrimonio estaba atravesando un compás de espera. Nos habíamos vuelto distantes, yo
necesitaba alguien que estuviese a mi lado pero él no estaba allí para mí. En cambio, Jeff sí. Y yo
cogí al vuelo la oportunidad.
Grace salió de la burbuja de recuerdos del pasado y la miró fijamente a los ojos, sabiendo que
la mujer que tenía en frente había compartido el lecho con su ex marido y no parecía
particularmente feliz con esa circunstancia. Lana se sintió arder, no de vergüenza sino de un
sentimiento mucho más carnal. Celos. Estaba celosa de su pasado, de que Trey pudiese haber
tenido sentimientos por esa mujer, de que hubiesen tenido sexo.
—Pero me equivocaba. Jeff es un hombre demasiado gentil y culto para mí. Después de sus
primeras premurosas atenciones, comprendí que no podía prescindir del lado salvaje de Trey.
Rompí mi matrimonio y arruiné para siempre su amistad—. En un instante había hecho un resumen
de tres vidas mandadas al cuerno por sus caprichos. Si Lana la detestaba antes, después de esa
breve síntesis podría haber deseado estrangularla.
—¿Por qué me estás diciendo todas estas cosas? ¿Me matarás luego?
Grace rio con un sonido fastidioso. —Si no es por tu aspecto, Trey debe quedarse contigo por
tu sentido del humor. —Luego dio un paso hacia delante y la miró con su verdadera cara, la de una
bruja de tomo y lomo.
—Cuando me casé con Jeff no quería continuar robando y de todos modos, Trey ya no me
hubiese querido más con él. Estaba demasiado herido por mi comportamiento y ya no confiaba
más. Estaba enamorado. De mí. —Lo subrayó con fuerza, asegurándose de que Lana lo
comprendiera bien.
—Pero pronto me di cuenta que la vida de la esposa de un violonchelista no era tan acomodada
como la de la esposa de un hábil ladrón, de modo que aproveché mis conexiones en el mundo
paralelo de las antigüedades, todos aquellos a quienes revendimos el fruto de nuestros robos en el
tiempo en que fuimos socios, y me convertí en el misterioso comprador de Trey. Soy yo la que
compra la mayor parte de las obras de arte que él roba y luego los revendo con generosas
ganancias a una serie selecta de compradores fantásticos. Muy simple.
—¿Y él no lo sabe?
Grace hizo una mueca. —Nunca haría negocios voluntariamente conmigo —admitió—. Si lo
supiese ya no vendría al Rocherfird para dejar piezas a su misterioso comprador, buscaría en otro
lado.
Lana tragó. —No comprendo cómo puedes arriesgarte a que vaya a la policía y le cuente toda
tu conmovedora historieta. Creo que los agentes encontrarán muy interesante tu pasado de Eva
Kant y tu presente de traficante.
Grace la miró con los ojos cargados de malicia. Debía tener un as bajo la manga, de otro modo
no se habría expuesto de esa manera, por ningún motivo en el mundo. Ciertamente no le hubiese
confesado a ella sus delitos. Esa mujer estaba allí para ponerla de rodillas y Lana tuvo absoluta
certeza de ello cuando vio brillar sus ojos con satisfacción.
—Te descubrí —dijo simplemente. Dos lapidarias palabras que hicieron sonar una campana de
alarma en su cabeza.
—No comprendo a qué te refieres.
—No pierdas tiempo conmigo, sé quién eres —la presionó sin perder contacto visual. Ahora
hablaba en serio.
Lana guardó silencio mientras esperaba que Grace arrojara la bomba. En esos instantes tuvo la
sensación de que el mundo se estaba desmoronando sobre ella, asfixiándola.
—Estás huyendo de tu marido, Gordon Hale—. Lo afirmó con pérfida satisfacción,
descansando la espalda en la silla y disfrutando su momento de triunfo.
Negarlo habría sido inútil y Lana no tenía fuerzas para fingir. —¿Cómo lo descubriste?
Grace se encogió de hombros. —Es uno de mis clientes, él también compra antigüedades
robadas. Cuando Trey y tú le sustrajeron la Virgen de las Nieves movió a cada uno de sus
contactos para poder recuperarla. Además de recuperar a su joven e infiel esposa.
Arqueó una ceja. Grace se había dado el lujo de descubrir sus cartas porque las que Lana tenía
en mano eran decididamente peores que las de ella. Gordon había descubierto que no estaba en
casa de su madre, como había intentado hacerle creer, y le estaba dando caza.
—Por lo tanto, creo que ahora me libraré de ti y recuperaré a Trey.
Lana soltó una carcajada despectiva. —¿Qué te hace pensar que él quiere volver contigo? ¿Te
das cuenta lo que le has ocultado?
—Lo conozco mejor que nadie. Aún no me ha olvidado. Me bastará quitarte de en medio para
tener de nuevo campo libre. No deberé esperar demasiado, ya he alertado a tu marido de tu
presencia aquí y está enviando un helicóptero a buscarte.
¿Un helicóptero? ¡No, tan rápido no!
—Eres una grandísima hija de puta, Grace. —Fue todo lo que Lana consiguió decir y lo dijo de
corazón, porque era lo que realmente pensaba. Había sido una ingenua al creer que podría
continuar con su engaño sin hacer frente a las consecuencias y ahora Grace triunfaría, a pesar de
su maldad. Lana se sintió repentinamente derrotada e indefensa.
Fue en ese momento, con una sincronización de mierda, que la puerta de la cocina se abrió y
Molly hizo su entrada, escoltada de Matt.
—Estoy de vuelta en casa —dijo prácticamente gritando. Había adelgazado, llevaba un
conjunto deportivo que casi le colgaba y la hacía parecer un espantapájaros, los cabellos
recogidos desordenadamente, los ojos hundidos de quien ha pasado varios días en el hospital.
Lana dio gracias al cielo por estar sentada, de otro modo habría corrido el riesgo de sufrir un
colapso. Grace escogió ese preciso momento para ponerse de pie y abrazar a Molly. Le dio una
fría bienvenida y luego se apresuró a anunciar que debía retirarse, murmurando algo sobre unos
asuntos pendientes por atender. Matt se alejó para tomar la pequeña valija de Molly del coche y
las dos mujeres quedaron a solas en la gran cocina.
—Lamento que Grace te tienda estas emboscadas, aún no logra quitarse de la cabeza a mi
hermano pero debería, porque ya lo ha perdido y Jeff es un gran chico y vosotros dos, tú y Trey
quiero decir…
—Molly... —Lana tomó sus manos y luego la abrazó sabiendo que sería la última vez. Cuando
Molly supiera toda la verdad, simplemente no querría tener más nada que ver con ella. En el
mejor de los casos. En el peor, la echaría de la casa. Ambas alternativas, y también las
intermedias, la aterrorizaban. Pero no podía continuar engañándola de ese modo, no cuando en sus
ojos azules veía reflejada la confianza que había depositado en ella, esos ojos la miraban como si
fuera lo mejor que pudiera pasarle, no cuando leía en su mirada planes para el futuro que nunca se
realizarían. Se separó y respiró hondo.
—Molly, hay algo que debo decirte...
Tomó asiento en una silla. —Por supuesto, pero antes necesito una taza de té.
Lana se giró hacia la cocina y, con las manos temblorosas, comenzó a luchar con el agua y la
tetera. Cuando colocó la taza frente a ella, sintió que se hundía en esos ojos llenos de confianza,
una confianza que ella haría añicos en pocos minutos. Esperó a que bebiera un sorbo, a que su
boca se llenara del dulce sabor del jazmín y luego comenzó.
—Antes que digas nada, quiero que sepas que no creí ni por un momento que debías ir a Boston
porque te había surgido un compromiso. Comprendí que Trey y tú habíais discutido, de hecho lo
alenté a que fuera a buscarte y veo que te encontró y sea lo que sea que vaya mal entre vosotros…
—Las cosas entre Trey y yo no son como te las hemos pintado. A decir verdad, nosotros no
somos novios.
La mirada de Molly se llenó de sorpresa y desilusión, como la de un niño a la que acaban de
revelarle que Santa Claus no existe. Pero Lana no podía detenerse.
—Nos conocimos en una fiesta. En la mansión de mi esposo, en Boston. Yo era la dueña de
casa y él el ladrón que había robado una preciosa estatuilla.
—Pero qué... ¿Trey es un ladrón? ¿Qué estás diciendo?
—Por favor, déjame terminar, ya es lo suficientemente complicado así.
Lana respiró hondo intentando mantenerse concentrada y dar con las palabras. —Lo sorprendí
robando una valiosa estatuilla y lo chantajeé, obligándolo a que me llevara consigo y me diera la
mitad del valor de ese objeto. Eso fue lo que sucedió. Vendió la Virgen de las Nieves a su…
contacto y yo obtuve mi parte. Ahora debo irme porque ya no somos nada el uno para el otro.
—Yo... —Molly luchaba por encontrar las palabras.
—Roba para reunir dinero para rescatar este castillo, es justo que lo sepas.
—Creo que será mejor que te marches de esta casa —dijo sin mirarla a los ojos. Ni siquiera
podía soportar tener sus ojos en los de ella—. No sé qué es lo que hay entre mi hermano y tú, pero
no puedo soportar que lo ensucies de ese modo. —Era increíble como a esa mujer tan sensible le
resultaba difícil ser mal educada incluso en una circunstancia como esa, en la que debería haberle
gritado e incluso echarla literalmente a patadas en el culo.
—Lo hubiese hecho, pero no quería irme sin haber dicho la verdad.
Esta vez Molly levantó la mirada y fue el peor de los castigos. La tristeza, la desilusión que
esos ojos azules le transmitían eran algo imposible de soportar. Y era solo por su culpa.
—Lo lamento —fueron las únicas palabras que pudo decir y no fueron suficientes. La
expresión de Molly cambió de repente. De dolorida se volvió fría, distante, una armadura
protectora que vestía para defenderse del mal que ella le estaba causando—. Espero que te vayas
de inmediato y no lo hagas sufrir, de lo contrario, realmente tendrás algo por lo que lamentarte.
Lana no replicó, no había nada que decir. Se puso de pie. Hubiese querido limpiar la mesa y
lavar su plato, pero permanecer en la misma habitación con Molly por más tiempo era algo
insostenible. Abandonó la cocina sin volver la vista atrás, con la sensación de tener una roca en el
lugar del corazón.
Capítulo 15
Trey
No.
Puede.
Durar.
Hace un buen rato que estoy marcando el ritmo con esta cantinela. No sé si podré convencerme.
Esta mujer ha causado estragos en mi vida, la ha dado vuelta como un calcetín y continúa
haciéndolo. La primera de las consecuencias es que por primera vez en un año, Grace no tiene
ningún efecto sobre mí. Cuando la veo, ya no tengo esa sensación de una espina clavada en el
corazón que me ha atormentado hasta ahora y que me ha hecho sangrar sin descanso. Me parece
una extraña y me pregunto cómo he podido perderme tras ella. En cambio Lana, con su
improvisado modo de actuar, con sus absurdas salidas, con su cabello desordenado y sus ojos
oscuros tan diferentes a los míos, me hace perder la cabeza. Y hervir la sangre, tengo que
admitirlo. Una vez más bajo el hacha sobre el tocón, intentando descargar ni siquiera yo sé bien
qué.
Solo sé que esta mujer me quita la capacidad de pensar con claridad, me transforma en esclavo
y estoy contento de serlo. No es que me dé órdenes, nunca se lo permitiría a nadie, pero de un
modo que no sé definir tiene las llaves de mi voluntad. Sin mencionar las de mi cuerpo, podría
hacerme cualquier cosa y me gustaría. ¿Esto es estar enamorado? No lo sé, solo sé que todo gira
en torno a ella, parece haberse vuelto lo más importante de mi vida y tengo un maldito temor de
que todo esto pueda llevarme al filo del abismo y sobre todo, de que pueda terminar. No sé
imaginar mi vida sin ella y eso es extremadamente grave. Yo, que nunca he dependido de nadie,
me encuentro gravitando alrededor de esta mujer. Estoy asustado. Tremendamente asustado.
Me detengo un momento, si continúo con este ritmo dentro de poco no podré mover los brazos.
Y entonces la veo, una figura tan pequeña que se confunde con el horizonte. Viene del castillo
hacia mí. Siempre con los jeans de Molly y una camiseta oscura que le llega a las rodillas. Creo
que es el tipo de ropa menos sexy que jamás haya visto, pero a pesar de ello es la cosa más
cautivadora que haya tenido delante. No sé por qué pero Lana, vestida con un costal, tendría el
mismo sobre mí efecto. Me trastorna, me deja completamente indefenso. Ella no lo sabe, podría
hacerme cualquier cosa cuando está frente a mí, podría lastimarme de cualquier modo y yo se lo
consentiría porque con ella me he vuelto vulnerable. Aunque no lo quisiera. Pero parece que eso
no depende de mi voluntad, depende de mí decidir si luchar contra ella o aceptarla y yo, de
momento, estoy confundido como nunca antes en mi vida.
—Trey —me llama. Ahora está cerca. Poso el hacha sobre la hierba y me apoyo en ella. No sé
qué es lo que ve, probablemente un hombre rudo, con el torso desnudo empapado en sudor, rostro
enfadado, ceño fruncido. Quisiera decirle tantas cosas, pero me guardo silencio. Es extraño como,
incluso queriéndola junto a mí, aun sufriendo cuando no está conmigo, no hago nada para ayudarla,
no hago absolutamente nada que le resulte agradable o necesario estar junto a mí. A pesar de que
ella para mí se ha vuelto lo más vital que pueda existir.
—Tengo que hablar contigo. —Se abraza a sí misma. Me mira a los ojos y luego baja la
mirada. No puede sostenérmela y eso no me gusta. Entonces hago algo por lo que estoy seguro que
me fustigaré. Extiendo una mano y tomo su barbilla entre mi pulgar y mi índice, girando su rostro
en mi dirección. Quiero leer sus emociones, quiero ver qué es lo que está tratando de ocultar.
Ella, sin embargo, me rehúye y da un paso atrás. Es peor de lo que imaginaba.
—No hay sitio para mí en tu vida —comienza y siento que mis rodillas ceden. ¿Por qué está
diciendo esto? No estoy seguro de haber oído bien. Pero no digo nada. Me quedo en silencio,
como petrificado.
—Aún no has olvidado a Grace, a pesar de todo.
—¿Cómo puedes decir eso? —se me escapa, a pesar de que intento contenerme, simplemente
no puedo escuchar esta mierda.
Es verdad, he estado obsesionado con Grace y con cómo terminó todo entre nosotros, pero
desde que Lana entró en mi vida siento que no podría querer a nadie más. La quiero a ella, solo a
ella. Las palabras quedan atrapadas en mi garganta, no consigo hacerlas salir. —Lo veo. Cuando
ella entra en la habitación te vuelves otro.
La furia se acumula en mi interior. Es tanta, demasiada, casi inmanejable y, para evitar que
explote de manera incontrolable tengo que desahogarme de algún modo. Coloco un tocón sobre el
tronco, levanto el hacha y la descargo con toda la furia que tengo.
En silencio.
Lana se sobresalta y retrocede atemorizada. Estoy furioso pero nunca le haría daño. Aunque
por el modo en el que busca poner a salvo no parece estar tan segura. —Si ese es el caso, ¿qué
haces todavía aquí?
Soy un imbécil, ni desmiento ni confirmo. Pero la idea de que ella piense que yo pueda preferir
a Grace, me hiere a muerte. Es cierto, Grace ha estado en mi cabeza por mucho tiempo, pero ahora
ya no lo está. Fue desplazada. Y también respecto a Jeff mis sentimientos han cambiado. Mi
matrimonio había terminado antes que él tomara mi lugar, responsabilizarlo a él solo había
servido para aligerar mi sentimiento de culpa.
Lo único que sé es que lo que dice Lana me lastima, me desarma, me destroza por dentro. Es
como si una plantita que hubiese crecido, con esfuerzo y por milagro, bajo el sol abrasador en un
terreno árido y agrietado, sediento de agua, fuera arrancada sin ninguna piedad por una mano
malvada. Toda esperanza es erradicada de mi corazón en el mismo momento en que Lana
pronuncia esas palabras. Y la consternación, el dolor es tan fuerte que quisiera gritar. Sin
embargo, permanezco inmóvil, indiferente por fuera mientras por dentro siento que muero.
Oigo un inconfundible ruido de fondo. Joder, un helicóptero se aproxima. No puedo creer que
realmente está sucediendo, sin embargo así es. Está bajando hacia el gran prado que se encuentra
a cien metros de donde me estoy rompiendo el culo para cortar la leña, pero sobre todo para no
pensar en qué le ha hecho Lana a mi vida. En qué le he permitido que hiciera con mi vida.
—Vete —agrego mientras continúo haciendo lo que estaba haciendo antes de que ella llegara.
Finjo que en verdad me interesa seguir cortando leña. Aunque en realidad, no me importa en lo
más mínimo, cualquier cosa quisiera, excepto estar aquí viendo cómo se va. Quisiera posar esta
jodida hacha, tomarla por la cintura abrazarla fuerte y decirle que solo conmigo debe estar porque
me he enamorado de ella y no puedo vivir sino es a su lado. En lugar de ello, la miro fríamente.
—Regresa con tu marido —digo con indiferencia. Y ella me escucha, sin siquiera rebatir. Me
da la espalda y se va. Sin detenerse ni una vez, a preguntar, a hablar. Nada de nada. Solo se
marcha, dejándome solo como nunca me he sentido en mi vida.
Capítulo 16
Trey
No estoy seguro de lo que estoy haciendo. En realidad, no estoy seguro de nada. Solo sé que
Lana ha traído a mi vida algo que no quería, un sacudón que nunca hubiese imaginado. Y ahora me
encuentro desesperado, como jamás hubiese creído que podría suceder.
Rescatar el castillo de la familia, que hasta hoy ha sido mi objetivo principal, parece ya no
tener ningún sentido. Debería planear un nuevo golpe para alcanzar la cifra que necesito para
pagar la hipoteca, pero no tengo fuerzas ni deseos de hacerlo. Siento que ya no vale la pena luchar
por lo que lo he hecho hasta hoy.
Tengo que irme, debo dejar Sheffield o enloqueceré. Por otra parte, por el momento no tengo
otros objetivos: la estatuilla de la Virgen de las Nieves fue colocada, obtuve mi dinero, debo
comenzar a planear otro golpe y pronto.
Molly ha dejado el hospital, puedo considerarme relativamente tranquilo respecto a su salud y
también a su vida personal. Creo que siente algo más que una simple amistad por Matt. Lo he visto
en los ojos de ella, que parece que se iluminan cuando él entra en la habitación y lo he visto
también en los ojos de él, que la mira como si la adorara. Molly me ha interrogado a fondo, aún no
puede creer que yo sea un ladrón y que le haya mentido sobre Lana. Su mayor desilusión está
reservada a mí, que no debería haberla engañado, y luego a ella, que no ha sido capaz de remediar
el desastre económico en que nos han dejado nuestros padres. Se culpa por mis acciones y me ha
pedido que me aleje por un tiempo de su vida. Dice que debe recuperar un mínimo de equilibrio,
aclararse y especialmente proteger su frágil corazón. Debería ver el vaso medio lleno, estar
contento de que todo ha ido bien con su salud. Es eso lo que cuenta, lo demás se le pasará.
En cuanto a mí, no estoy destinado ser feliz. Lana fue solamente un accidente en el camino, un
imprevisto que tuve que sortear, por otra parte, con el trabajo que hago siempre hay problemas
críticos al acecho. Eso es lo que fue, un problema crítico. Que ya he superado. Un breve
paréntesis que solo me ha demostrado mi debilidad. Nada más. Puedo vivir tranquilamente sin
ella, siempre lo he hecho. No comenzaré precisamente ahora a ser dependiente de alguien.
Pero hay un último deber que pesa sobre mis espaldas y con el que necesito cumplir antes de
dejar Sheffield. Se trata de algo que me atormenta hace mucho, un año para ser exactos, y no
puedo irme sin resolverlo. No tengo equipaje y cuando me marcho aún es temprano y Molly
duerme, al menos eso me dice Matt, que se ha quedado en casa para asegurarse de que ella esté
bien. Obviamente él sabe todo, Molly debe haberse desahogado ampliamente. Le hago un breve
gesto y él inclina la cabeza porque comprende que le estoy confiando a mi hermana y sé que, de
algún modo, cuidará de ella. Me marcho del castillo sin nada, así como he llegado.
Subo al coche y respiro hondo. Sé que aún no puedo marcharme de Sheffield sin hacer una
última parada.
Grace y Jeff viven cerca del castillo, en la misma casa en la que Grace y yo vivimos durante
nuestro breve matrimonio. Se trata de una casa baja, más bien pequeña, rodeada por un jardín.
Había jurado que nunca regresaría a este sitio, porque la simple idea de volver me hacía sufrir
demasiado, pero ahora que presiono el timbre de su casa me doy cuenta que ya no siento nada. No
hay arrepentimiento, deseo, envidia. Nada. Solo quiero que esto termine pronto, para así dejar
todo a mis espaldas y cerrar este capítulo. Tengo que hablar con Jeff, tengo que hacerle saber que
no siento rencor hacia él, que se entrometió en una relación que ya estaba comprometida,
destinada a terminar de modo natural en poco más. Ni siquiera yo sé por qué me he atrincherado
todo este tiempo tras el final de mi matrimonio con Grace. De hecho, ahora lo sé, todo fue un
modo cargar mi responsabilidad sobre los otros. Sobre Jeff que se la ha llevado, sobre Grace que
lo permitió. La verdad es que todo había acabado antes de comenzar.
Jeff no tenía nada que ver con el fin de mi matrimonio con Grace. Había sido la muerte de
nuestro niño lo que había cerrado un paréntesis que nunca deberíamos haber abierto. Nuestro amor
no era lo suficientemente fuerte y ya se había agotado, de otro modo el aborto nunca nos habría
separado. Pero éramos jóvenes y no podíamos continuar llevando sobre nuestras espaldas un peso
tan grande. Yo me he liberado y tengo que liberarlo también a él. Siento que se lo debo, en nombre
de nuestra amistad.
Toco el timbre y estoy listo para decirle, al que una vez fue mi mejor amigo, que debemos dejar
de atormentarnos por lo que sucedió y que tenemos que cerrar de una vez por todas esta historia.
Pero no es Jeff quien abre la puerta de la que fue mi casa, sino Grace. Lo había previsto,
después de todo, viven juntos.
—Hola —me saluda con su voz ronca de fumadora.
Por un momento me quedo sin palabras, porque su presencia me provoca una pizca de fastidio,
pero no es su culpa, por lo tanto no quiero tomármela con ella. Por otra parte, estoy aquí para
cerrar con la situación, tengo que dominarme. Parece que acaba de levantarse de la cama, lleva
una bata de seda de color champagne, enlazada distraídamente, de modo que puedo ver el
nacimiento de sus senos. Pero no causa ningún efecto particular en mí.
—¿Jeff está en casa?
—Ha ido a ensayar, salió temprano en la mañana, estoy sola —responde de modo insinuante.
No sé qué es lo que espera de mí, pero puedo intuirlo porque su tono es seductor de un modo
que no deja espacio para dobles interpretaciones. Su boca dice “fóllame”, y lo mismo hacen sus
ojos y su escote y ese suspiro que deja escapar mirándome. Pero yo tengo otra cosa en la cabeza.
La única persona que me interesa en el mundo ya no está en mi vida y eso me hace sentirme mal.
—Necesitaba hablar con él —respondo permaneciendo en la puerta.
—Puedes hablar conmigo —replica de un modo que está completamente fuera de lugar.
No quiero ser descortés, pero deseo ser claro. —No tenemos nada que decirnos Grace —
suspiro—, me marcho de Sheffield y quería saludar a Jeff. —Se estará preguntando cómo es que
de repente tengo este trato deferencial hacia mi ex viejo amigo, cuando hace más de un año que
prácticamente no le dirijo la palabra. Pero no me importa qué se pregunta Grace. Entre ella y yo
nunca podrá haber una amistad, todo lo que podía haber entre ambos se ha terminado y no
pretendo alimentar esperanzas o caer en sus trampas.
Le doy la espalda y estoy a punto de marcharme cuando siento que la mano de Grace se cierra
alrededor de mi brazo. —Por favor Trey, nosotros somos los que tenemos que hablar, olvida a
Jeff.
—Grace... —no tengo ninguna intención de oírla, no dejaré que se sirva de mí para manipular
su matrimonio, es algo que ya no me compete.
—¿Has hablado con Lana? —pregunta para mi sorpresa. Nombrar a Lana es jugar sucio, pero
tiene el poder de hacer que me detenga, consiguió captar mi atención.
—Sí —respondo, aunque no sé a qué se refiere y qué pueda interesarle que yo haya hablado
con Lana o no. Solo sé que Grace es astuta y, si me ha hecho esta pregunta, un motivo tiene que
tener. No está dicho que ese motivo me agrade, pero tengo que saberlo. Busco la verdad en sus
ojos pero solo encuentro una expresión complacida.
—¿Sabías que Lana es la esposa de Gordon Hale?
Me mira para escudriñar mi reacción pero no tengo intención de que comprenda nada.
Permanezco impasible, aunque por dentro hiervo de rabia por su intrusión. Quito su mano de mi
brazo con toda la calma que me queda y no es mucha. Entonces ella continúa y profundiza.
—Su marido ha ofrecido una recompensa a quien se la devuelva. Porque ella se escapó. No lo
sabías, ¿cierto?
Intento dominarme. —Sabía que estaba casada —digo esforzándome por no cerrar los ojos,
solo por la satisfacción de verla decepcionada.
—He cobrado la suma —confiesa a quemarropa. Solo que ahora ya no está tan segura de haber
hecho bien. Su rostro muestra entusiasmo mientras espera mi reacción. La ha vendido. Esa es la
historia de la vida de Lana: alguien siempre la vende. Me da vueltas la cabeza. Tal vez es la
sangre que parece fluir toda hacia allí, a mi cerebro. —Y es toda tuya. Puedes tomarla, puedes
sumarlo al resto del dinero que has acumulado para rescatar el castillo. Porque eso es lo que estás
haciendo.
Esa debería ser la muestra de su amor por mí, de su devoción. Siento que voy a vomitar.
—Quiero que todo esté claro entre nosotros, que no haya secretos —dice interpretando mi
silencio como atención. Verdaderamente no sé de qué habla, qué nosotros cree que puede existir
en su cabeza, pero sea lo que sea no quiero tener nada que ver con ella, especialmente ahora que
sé que vendió a Lana para cobrar la recompensa.
—Soy yo quien compra todo lo que traes al Rocherfird. Soy yo quien pone el dinero en el
pequeño estudio donde tú dejas los objetos robados. —Lo dice triunfante, con un brillo en sus
ojos azules que la hace parecer loca.
No puedo creerlo. Se me seca la garganta.
—¿Ves? Seguimos trabajando juntos. Es el destino, nuestro destino Trey. Estamos trabajando
juntos, como antes, a pesar que solo ahora lo sepas. Pero yo nunca he dejado de ser tu compañera,
nunca lo he dejado Trey.
Toma aire un momento, sus ojos se llenan de lágrimas. Son lágrimas auténticas, ella realmente
cree en lo que dice.
—Lo he hecho por nosotros tres, comprendí que cometí un gran error al meterme con Jeff y
ahora quiero remediarlo. También por él. No es feliz conmigo, lo veo. Desde que vuestra amistad
terminó no es más el mismo. Está triste, apagado.
Se lleva una mano a la boca, como si estuviera conteniendo una sonrisa. —Es graciosa la vida,
¿sabes quién me aconsejó hablarte de este modo? ¿Decirte siempre la verdad y no esconderte
nada? Lana. Es ella quien me dijo que si quiero construir una verdadera relación contigo, debo
decirte la verdad. Y esa es la verdad. Yo te amo Trey, nosotros estamos destinados a estar juntos.
Creo que Grace terminó de delirar. Estoy tan conmocionado por su desvariado y enfermo
razonamiento que me faltan las palabras. Al mismo tiempo estoy sorprendido por mi estupidez.
¿Cómo pude dejar ir a Lana? ¿Cómo pude ser tan tonto de volver a ponerla en manos de Gordon
Hale? Realmente soy un imbécil, cegado por el orgullo y por mí mismo. Tengo que hacer algo para
remediar este clamoroso error que he cometido o no me lo perdonaré por el resto de mi vida.
Le doy la espalda a Grace, que continúa llamándome con el tono de quien no comprende en qué
se ha equivocado.
Capítulo 17
El helicóptero no había aterrizado sobre el techo de villa Hale, no esta vez. Por otra parte, no
se trataba del mismo vehículo. Aquel con el que Gordon la había llevado de vuelta a Sheffield no
era un cacharro volador sino un verdadero helicóptero, uno de su propia flota, y había aterrizado
en el sitio que estaba destinado a tal fin, en las afueras del vecindario. En tierra la esperaban dos
hombres de la seguridad privada, listos para escoltarla, de pie con los brazos cruzados sobre el
pecho y gafas oscuras. Debían asegurarse de que no huyera una vez que bajara, pero Lana no tenía
ninguna intención de darse a la fuga. No tenía fuerzas, se sentía demasiado débil y agotada para
poder enfrentar una fuga y era lo suficientemente inteligente para reconocer que habría sido una
pérdida de tiempo.
Para lo que no estaba lista era, en cambio, para el comité de bienvenida que la esperaba frente
al austero portón de la mansión de South End. No era correcto definirlo como comité de
bienvenida, más bien se trataba de un pelotón de fusilamiento. Obviamente estaba su marido,
Gordon Hale, con su cuidada barba blanca y las pobladas cejas que se negaba a domar, el rostro
lleno de reproche y la mirada cargada de desaprobación. Probablemente le pediría el divorcio, o
tal vez la castigaría de algún otro modo más perverso y sutil. La segunda opción era la más
probable, para un hombre de su prestigio, un banquero de alto rango, el divorcio sería un
escándalo, la admisión de un fracaso. Y Gordon Hale no podía mostrar su fracaso en ningún
ámbito, especialmente en su vida privada. Probablemente su matrimonio continuaría con pésimas
perspectivas para ella. Pero no estaba solo Gordon, para su sorpresa, también se encontraba su
madre, Fiona Henderson, con la misma expresión de quien asiste a un funeral. Aguardaba a su
hija, la desvergonzada, con la decepción estampada en su rostro, por toda esa escandalosa
situación y por las consecuencias que de ello derivarían. Especialmente las que la concernían a
ella en persona.
—¡Quisiera saber en qué estabas pensando! —La atacó su madre, anticipándose a todos.
Obviamente no se trataba de una pregunta sino del inicio del estallido. Gordon la miraba con el
ceño fruncido, pavoneándose en su traje de tres piezas azul cobalto, sabiendo que a continuación
vendría su turno. Observándolos juntos, Lana pensó que su marido y su madre parecían mucho más
compatibles como pareja y esa consideración la llenó de amargura. —¿Eso es lo que te he
enseñado? ¿Cómo pudiste irte de ese modo, sin avisarle a nadie?
Un momento.
Algo andaba mal. ¿No era del robo de la estatuilla que la estaban acusando? Parecía que no,
parecía que la súbita desaparición era la única acusación que pendía sobre su cabeza.
—No era necesario inventar esa mentira para tomar unas pequeñas vacaciones —la regañó
Gordon, con expresión de maestro severo frente a una alumna poco estudiosa. Lana intentó razonar
rápidamente. ¿Qué le había dicho Grace? Solo que estaba en Sheffield para así cobrar la
recompensa. Pero se había cuidado de darle detalles de la estatuilla o de involucrar a Trey en toda
esa historia. Si Trey era arrestado podía olvidarse de tener un futuro a su lado. Podría haberla
acusado solo a ella, pero no habría osado desafiar a Trey.
—No puede repetirse Lana, no puedes volver a hacer algo así. Si la noticia de tu fuga se
hubiese filtrado, habría causado un daño enorme.
Un daño. Las palabras resonaron en su cabeza como un gong cuyo eco era infinito. Un daño.
Gordon estaba concentrado únicamente en sí mismo, al igual que siempre. Podría haber sido una
buena ocasión para preguntarse por qué su mujer estaba tan infeliz que intentaba escapar. Sin
embargo no, la había rastreado y hecho llevar de regreso a casa como una reclusa que se había
escapado de la cárcel y había sido recapturada.
Ese no sería el caso. Esta vez escogería en forma diferente, no se quedaría con él. Tomaría en
sus manos su destino y su vida. Sola.
Lana se dirigió directamente a su marido, a ese hombre anciano con el cual no tenía ninguna
confianza, por el cual no sentía ningún respeto, al que no se sentía unida de ningún modo. Pero
debía ser honesta, si no por los dos que tenía enfrente, al menos por ella misma.
—Lamento lo que sucedió, no me comporté con sinceridad, me equivoqué al alejarme sin tener
el valor de decirte que te dejaba, pero no volveré contigo.
Gordon Hale se puso rojo de ira, no imaginaba que su joven esposa podría rebelarse de algún
modo. No Lana Henderson, con la situación económica que tenía a sus espaldas antes de contraer
matrimonio con él.
Fue Fiona quien intervino, conciente de que las cosas se estaban poniendo realmente feas. —
Lana —la tomó por un brazo como si fuese una niña—, no sabes lo que dices, estás molesta, entra
en casa, cálmate y…
—Sí mamá, estoy molesta, tienes razón, pero también estoy absolutamente conciente de lo que
he dicho. Me equivoqué al aceptar este matrimonio para remediar la desastrosa situación en que
nos dejó papá. Pero no es justo que yo deba cargar en mis espaldas el peso de sostener nuestras
vidas de lujo. Quiero hacer uso de mi diploma en literatura, quiero trabajar en aquello que he
estudiado. Quiero enamorarme. Quiero vivir —dijo a esas dos caras que la miraban como si
estuviera loca—, y mientras esté aquí, no podré hacerlo. Por lo tanto, no regresaré.
Mientras le daba la espalda a ambos oyó la maldición de Gordon.
—¡Me has dado como esposa a una puta! —murmuró en voz baja, siempre conteniéndose
hipócritamente, tal como era la esencia de ese hombre.
Oyó también la voz aflautada y desesperada de su madre.
—¡Lana! ¡Regresa! ¡Vuelve aquí!
Pero ya era demasiado tarde, no regresaría.
Capítulo 18
Alguien dijo una vez que las montañas de Massachussetts se asemejaban mucho a las de
Alaska. No era del todo falso.
Sitka City and Borough era una ciudad de nueve mil habitantes ubicada en Alaska y, en efecto, a
Lana no le parecía un ambiente del todo inhóspito y desconocido. Era el único rastro que se había
concedido dejar para no perder del todo esa sensación que la hacía sentirse ligada a él. Trey. Que
se había quedado en Sheffield con Grace o que tal vez ya estaba nuevamente de viaje, en medio de
algún otro robo de los que él planificaba tan hábilmente.
En un primer momento, Lana había pensado en restituirle a Gordon su parte de lo obtenido por
la venta de la Virgen de las Nieves. Le parecía lo correcto. Sin embargo luego, después de haber
descubierto que su ex esposo no sospechaba que ella era cómplice del robo, había renunciado a la
idea. Lo consideraría una especie de resarcimiento por el tiempo que habían pasado juntos,
tiempo en que la había humillado y le había hecho creer que solo era buena como moneda de
cambio. Gordon le habían enviado los papeles de divorcio y ella había estado más que feliz de
firmarlos. El proceso ya estaba en marcha. Evidentemente había preferido enfrentar un escándalo
temporal antes que justificar siempre la ausencia de su esposa trofeo en todos los eventos en los
que tenía la intención de exhibirla. Tal vez había reflexionado acerca del hecho de que junto a él
podía causar mucho más daño que los que podría ocasionar estando lejos y, por ese motivo, había
decidido dejarla ir. Obviamente eso había determinado que se cortaran los fondos destinados a su
madre. Pero no le importaba. Si ella vivía con poco, también podía hacerlo Fiona, considerando
que su poco era un pequeño tesoro que seguramente juzgaba insuficiente, pero que de todos modos
seguramente podía bastar para vivir por encima del promedio.
Lana abrió la puerta y lo primero que hizo fue, como en cada ocasión de un mes a esa parte, es
decir, desde que había comprado esa pequeña cabaña de dos pisos, agradecer a Dios por la
calefacción porque la temperatura exterior era realmente extrema. Al menos para ella. Se
acostumbraría, continuaba repitiéndose. Por otra parte, no hubiese querido vivir en ningún otro
lugar del mundo y por ese motivo había comprado una cabaña con el dinero que había obtenido de
manos de Trey. Colocó a calentar algo de agua para hacerse un té y abrió su bolso. En su interior
tenía las tareas de sus alumnos, las cuales debía corregir. Finalmente había hecho uso de su título
en literatura y enseñaba en el Sheldon Jackson College, un pequeño colegio privado. Estaba
reconstruyendo su vida partiendo de las bases, de ella misma, de sus deseos y sus aspiraciones.
Sin embargo, siempre había una sombra en su corazón, de arrepentimiento, de dolor y sufrimiento.
Era Trey a quien echaba de menos y cuya ausencia hacía de un mundo que podría haber sido
fantástico, solo un mundo algo mejor a aquel al que estaba habituada.
Acababa de acomodarse en la mesa frente a su taza de té cuando oyó que llamaban a la puerta.
Era insólito que alguien fuese a su casa. Se trataba del cartero, que la dejó atónita frente al sobre
blanco y marfil que depositó en su mano. El sello postal era de Massachussetts. Le temblaban las
manos cuando lo abrió y su corazón comenzó a latir de prisa.
Era una invitación a una boda.
En Massachussetts.
Abrió el sobre con dedos sudorosos. No tenía motivos, no tenía motivos, se repetía una y otra
vez pero sus ojos volaron febriles sobre el texto escrito en elegante caligrafía.
Leer los nombres hizo que sintiera un hormigueo en el estómago.
Molly y Matt. Eran ellos quienes se casaban. Molly y Matt. Se le llenaron los ojos de lágrimas
por el alivio y se dejó caer sobre la silla.
Giró la tarjeta entre sus manos para mirarla bien. Era una invitación. Había sido invitada a la
boda. Las lágrimas comenzaron a surgir sin control. ¿Por qué Molly había decidido perdonarla?
¿Por qué aún pensaba en ella e incluso había decidido invitarla a su boda? Después de las
mentiras que le había dicho y todo lo demás. Arrancó una hoja de su agenda y escribió un rápido
agradecimiento, rechazando la invitación. Lo dejó sobre la mesa, listo para enviarlo al día
siguiente.
***
Transcurrió un mes. Un largo e interminable mes en el cual Lana se preguntó esencialmente dos
cosas: cómo había hecho Molly para descubrir su dirección y cómo había podido perdonarla. El
recuerdo de Trey la hacía sentir mal y aún peor se sentía al pensar que había arrojado a la basura
la única posibilidad de volver a verlo.
Esa mañana había ido al colegio y hacía poco había regresado a casa. Por la tarde recibiría a
una estudiante que le había suplicado que le impartiera unas lecciones privadas. No había podido
decirle que no y le había dado su dirección. Por ese motivo, cuando llamaron a la puerta fue abrir
sin pensar. Y se lo encontró de frente. Alto, macizo, robusto. Guapo como la primera vez que lo
había visto en South End, en la azotea de la villa de Gordon. Trey. Por poco sus piernas no
cedieron y no se desplomó sobre el suelo.
Él parecía furioso, como la mayor parte de las veces que habían estado juntos esos días en
Sheffield. No la saludó ni hizo nada más que levantar la mano que sujetaba fuertemente un trozo de
papel. Lana lo reconoció, era el agradecimiento que había escrito para declinar la invitación a la
boda de Molly.
—¿Qué crees que haces? —Su voz, esa voz áspera que estimulaba partes de su anatomía
escondidas e incluso muertas, tuvo el poder de hacerla temblar. De deseo y felicidad reprimida.
No podía creer que estaba ahí en carne y hueso frente a ella y que, si hubiese tendido un brazo,
incluso podría haberlo tocado.
—¿A qué te refieres? —balbuceó. Trey entró en la casa con prepotencia y cerró la puerta a sus
espaldas—. ¿Qué quiere decir que no vendrás a la boda de Molly? —la increpó.
—Para ella es muy importante y no la decepcionarás.
Era surrealista. ¿Trey estaba allí y, después de todo lo que había sucedido entre ellos, ni
siquiera la saludaba pero le hablaba de ese modo? ¿Y la regañaba porque había rechazado la
invitación a la boda de su hermana que debería haberla detestado?
—Y no me decepcionarás a mí —agregó con dureza. El azul de sus ojos quemaba como un
fuego inextinguible. Era pasión y fuerza.
La tomó por la cintura y la estrechó contra su pecho. El alivio de Lana fue tan grande que sintió
deseos de llorar.
—No puedo estar lejos de ti. Te amo —susurró en su cabello. Luego la separó de su cuerpo e
interrogó su rostro con una mirada preocupada pero decidida. Se había jugado todas las cartas
presentándose allí y confesando sus sentimientos. Ella no podía menos que hacer su parte.
—He dejado a Gordon —tartamudeó.
Trey asintió con un gruñido.
—Me pidió el divorcio, por lo tanto, técnicamente él me dejó a mí. Tuvo un ictus hace quince
días y ahora se encuentra ingresado en una lujosa casa de reposo en Boston. Mi madre está junto
cerca de él y me parece que continuará haciéndolo. Creo que es por su beneficio personal, pero ya
no me importa.
Trey suspiró mirándola intensamente a los ojos. —Grace trató de reconquistarme. —Lana
sintió que se le cortaba la respiración. Se forzó a pensar que no se lo habría confesado si la cosa
no hubiese llegado a buen puerto. Tenía que ser así. Debía serlo.
—Prácticamente se arrojó a mis brazos, el día después de que te fuiste. Pensé que había
esperado un año solo por ese momento. Sin embargo, me equivocaba. Quería darme la
recompensaba por haberte encontrado y devuelto a Gordon, para cubrir la hipoteca que pesa sobre
el castillo. No quiero construir nada con ella. Te quiero a ti, quiero construir algo contigo Lana.
—El castillo...
—Molly se sintió muy culpable cuando descubrió lo que estaba haciendo para recuperar el
dinero. Matt nos está ayudando con un préstamo, le devolveré todo, hasta el último centavo. A
pesar de que él insiste en que solo está poniendo la parte de su esposa.
—Trey, si tú supieras cuánto te he deseado. Y cuánto te amo. —Lo dijo como una liberación,
como si estuviese confesando un sentimiento que ya no quería ser reprimido, que quería volar.
Sus palabras hicieron que sus ojos brillaran. El azul pareció volverse más intenso y profundo.
Finalmente todo lo que veía era suyo, el hombre que la tenía entre sus brazos, en alma y cuerpo,
era todo suyo.
—Tengo una condición. —La miró serio y ella por un momento contuvo la respiración.
—Tendrás que venir conmigo a la boda de Molly.
Epílogo
Una ceremonia en Massachussetts en otoño era algo encantador. Las hojas de tonalidades
anaranjadas y marrones creaban un efecto de pintura impresionista que era algo simplemente
maravilloso. El jardín del castillo Bolton había sido decorado para la ocasión. Un pequeño
gazebo cubierto de moños blancos acogía a los novios, mientras un puñado de sillas vestidas de
raso había sido dispuestas en dos columnas para los invitados.
Molly lucía hermosa, con su altura de modelo, el cabello castaño recogido en la parte superior
de su cabeza y sus ojos de ese extraordinario azul, marca de fábrica de los Bolton. Matt había
dejado por un día su camisa a cuadros colgada en el armario para vestir un traje elegante que lo
hacía parecer más alto y fornido.
Lana estaba en primera fila, con Trey a su lado. Su Trey. Era una maravilla. Alto, moreno,
poderoso. Suyo. Había dejado de robar, pero no le hubiese importado si continuaba haciéndolo.
No quería cambiarlo y de todos modos lo habría aceptado por lo que era.
Había sido un pacto recíproco el que habían sellado: ninguno de los dos intentaría nunca
imponerse sobre el otro y ambos estaban comprometidos en respetarlo. Trey se había mudado con
ella a Alaska y había encontrado trabajo en una galería de arte en Sitka; con su experiencia y
conocimiento era el candidato perfecto para un puesto como ese. Por otra parte, Lana no podía
permitirse abandonar el trabajo que acababan de darle en el colegio y tampoco quería hacerlo.
Trabajar para lo que había estudiado le procuraba una inmensa satisfacción.
En la tercera fila de sillas estaba Grace y, a una distancia prudencial, Jeff. No había sido
posible excluirla de la boda para no alimentar los cotilleos. Ella y Jeff se estaban divorciando.
—Al menos pueden estar cerca y no matarse —susurró Lana al oído de Trey. Él respondió sin
dejar de mirar hacia delante, hacia su hermana. Acababa de acompañarla al altar y la había
entregado oficialmente a Matt.
—Creo que el mérito es de Jeff, me parece el más equilibrado de los dos. No lo creerás, pero
cuando conversamos, él y yo, ni siquiera tuve que entrar en detalles acerca de ese día, cuando fui
a buscarlo. Le bastó atacar cabos, imagina.
Era increíble decirlo, pero en la penúltima fila, con un vestido de organza blanco y azul y un
sombrero a juego también estaba la madre de Lana. Habían hecho las paces, o algo así. No tenía
sentido continuar sintiendo rencor. Ahora ella asistía a Gordon en la casa de reposo donde había
sido ingresado, seguramente había encontrado el modo de sacarle dinero. Hubiese querido
llevarlo a la ceremonia en la silla de ruedas, pero Lana se lo había impedido categóricamente. Le
parecía que estaba completamente fuera de lugar.
—Nunca te pregunté qué hiciste con tu parte del dinero —inquirió Trey.
—¿El dinero de la Virgen de las Nieves?
—Exacto, no des más rodeos.
Ella le dio un codazo en las costillas.
—Compré la casa en Alaska. ¿Y tú? ¿qué hiciste?
—¿Yo?
—Sí, tú.
—Al comienzo debería haberlo colocado en el fondo para rescatar el castillo. Cuando te fuiste,
hubiese querido quemarlo. Luego, al final, cuando Matt se ofreció para ayudarnos con el castillo,
compré esto…
En la mitad de la ceremonia, Trey sacó una pequeña caja de su bolsillo y le enseñó un anillo
con el más brillante de los zafiros. Lana sintió que le faltaba el aire de la emoción. Un anillo. Solo
significaba una cosa.
Levantó la mirada hacia esos ojos que desde el primer día le habían robado el corazón.
—Sí, quiero —dijo, en el preciso momento en que los novios pronunciaban esas mismas
palabras.
Agradecimientos
Mi mayor agradecimiento está dirigido, como siempre, a mis lectoras, a quien me sigue desde
el comienzo y a quien me ha descubierto en los últimos tiempos. Gracias chicas, sin vosotras lo
que escribo no tendría valor, gracias por los consejos, por las sugerencias, por las críticas. Por
todo.
Como siempre, podéis contactaros conmigo a través de mis redes sociales para hablar sobre
mis personajes, mis libros o de cualquier otra cosa que queráis.
En Facebook visitad mis páginas Gwendolen Hope y Gwendolen Hope en Español
En Instagram podéis seguirme en @Gwendolen Hope y @gwendolen_hope_en_espanol
¡Disfrutad del final del verano!
Gwendolen H.