La Edición Iberoamericana
La Edición Iberoamericana
La Edición Iberoamericana
EL DESPERTAR DE LA EDICIÓN EN MÉXICO, PAÍS DEL EXILIO
Durante las décadas posteriores a 1939, y sobre todo durante los años que
transcurren entre esa fecha y la de 1950, Ciudad de México se convirtió en el
epicentro del exilio republicano español, no sólo por la acogida que los escritores,
intelectuales o políticos desterrados recibieron en el país presidido por Lázaro
Cárdenas (1934-1940), Manuel Ávila (1940-1946) y Miguel Alemán (1946-1952),
respectivamente, sino por la cantidad de iniciativas culturales de todo tipo (desde
la creación de revistas, editoriales o periódicos hasta la fundación de instituciones
tan emblemáticas como el Ateneo Español de México, pasando por la docencia
ejercida por muchos intelectuales en escuelas y universidades del país azteca) en
las que participaron de forma activa los exiliados. En este sentido, existe una
importante diferencia entre las empresas editoriales llevadas a cabo por los
españoles emigrados en México y las realizadas en otros países americanos en
los que, sin llegar a tener –ni mucho menos– el desarrollo que después tuvo, sí
existía ya una tradición editorial anterior: «Si en Argentina o Chile puede hablarse
de una época dorada de la edición, en el caso de México asistimos a un verdadero
nacimiento editorial, ya que la industria era prácticamente inexistente a la altura de
1936, con la excepción de Fondo de Cultura Económica» (Sánchez Illán, 2015,
553-554).
El estrecho vínculo establecido entre el FCE y el exilio español tiene que ver con
el hecho de que, ya durante la Segunda República, y sobre todo en los años de la
Guerra Civil, México colaboró con la intelectualidad española a través de un plan
para la emigración en el que, como ha explicado Gustavo Sorá, jugaron un papel
destacado tanto Cosío Villegas como el también intelectual y escritor mexicano
Alfonso Reyes (1889-1959). Ambos participaron en el proceso de fundación de la
Casa de España en México (1938), con sede en el mismo edificio del FCE, y del
organismo al que esta dio origen poco después: el Colegio de México, fundado en
1939 como una institución dedicada a la cultura española, presidida por el propio
Reyes (Sorá, 2010, 545-546). La afinidad ideológica entre los impulsores de estos
proyectos y los republicanos españoles hizo que, casi desde sus inicios, el FCE
incorporara como colaboradores a un importante grupo de exiliados entre los
cuales podríamos nombrar a perfiles tan distintos como los de José Gaos,
Wenceslao Roces, Adolfo Salazar, León Felipe, Max Aub, Ernestina de
Champourcín y Juan José Domenchina (Gracia y Ródenas, 2011, 32). Muchos de
ellos colaboraron como asesores, traductores, tipógrafos o directores de colección,
pero también publicaron algunas de sus obras –costeando, eso sí, la impresión de
los libros– en la famosa Tezontle, primera colección literaria que tuvo el FCE
(Sánchez Illán, 2015, 559).
Esta presencia de la cultura española republicana marcó los primeros años del
Colegio de México y de un catálogo del FCE que, a partir de la década de los
cuarenta, viró de forma clara y decidida hacia el ámbito del americanismo, en una
maniobra en la que destacan la creación en 1942 de la revista Cuadernos
Americanos, y la puesta en marcha en 1945 de dos de las colecciones más
emblemáticas del FCE, «Tierra Firme» y «Biblioteca Americana», con las que se
pretendía crear un espacio de diálogo y debate para los problemas que afectaban
a las distintas realidades nacionales de todo el continente. Y todo ello en medio de
un proceso de expansión y alianzas intelectuales con otros países
iberoamericanos puesto en marcha por Cosío Villegas, que se tradujo también en
la apertura de la primera sede de la editorial en Argentina (1945). Precisamente en
Argentina encontró FCE a la persona que iba a relevar a Cosío Villegas en la
dirección de la editorial y que iba a protagonizar, como ha sido reconocido de
forma unánime, su etapa de mayor esplendor y desarrollo. Arnaldo Orfila Reynal
(1897-1997), Doctor en Ciencias Químicas por la Universidad Nacional de La
Plata, asumió la dirección del FCE en 1948 y se mantuvo en el cargo hasta 1965,
cuando fue forzado a dimitir tras la llegada a la presidencia de México, un año
antes, del conservador Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), y la publicación de
algunos libros –se suele citar el caso de Los hijos de Sánchez (1961), del
antropólogo estadounidense Oscar Lewis– cuyo sesgo ideológico (Orfila había
apoyado públicamente la Revolución Cubana de 1959 y había mostrado su
compromiso con la literatura insurgente y revolucionaria) incomodó a la nueva
intelectualidad dominante en el país. Mientras estuvo en el cargo, eso sí, Orfila
apostó por la consolidación de la literatura mexicana (creó la colección Letras
Mexicanas, donde se publicó a Octavio Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre
otros) y por la apertura de la editorial desde el ámbito más estrictamente
académico a otro más popular que hiciese llegar sus libros al más amplio espectro
posible de lectores (para ello se crearon dos colecciones míticas como Popular y
Breviarios).
Como ha señalado Manuel Llanas, en los años ochenta este abanico temático se
amplió incluso más, dando lugar a un catálogo que este historiador de la edición
divide en seis grandes bloques: dos series de bestsellers (una de ficción y otra de
no ficción) con un total de doscientos cincuenta títulos; un bloque formado por
libros de autoayuda, gastronomía o por las obras de N. Vincent Peale, además de
obras dedicadas a la pedagogía y la psicología; manuales de relaciones humanas
y sexología; una cuarta sección con biografías de grandes personajes (la gran
mayoría traducidas) y síntesis históricas (la más exitosa de las cuales fue La
guerra civil española, de Hugh Thomas); libros de filosofía y sociología que
insistían en la difusión del pensamiento marxista; y, por último, un ámbito dedicado
a los diccionarios y las obras de gran formato (Llanas, 2006, 251-252). Aunque
llegó a obtener la nacionalidad mexicana, Grijalbo regresó de América a principios
de los sesenta para instalarse en Barcelona, donde se dedicó a comercializar su
producción mexicana a través de una distribuidora que, con el tiempo, ejerció
también como editorial, coordinada con la de México. Durante los años setenta y
ochenta, y gracias a la creación de nuevos sellos como Ediciones Junior (1976) o
Grijalbo-Darguard (1980), dedicados, respectivamente, a la edición de cómics
españoles y francobelgas, Grijalbo pasó a ser un grupo editorial que englobaba
varios sellos independientes y especializados.
De entre las muchas colecciones que puso en marcha la editorial destaca, por el
inusitado éxito que alcanzó (478 volúmenes entre 1938 y 1982), la Biblioteca
Contemporánea, dirigida por el propio de Torre y surgida, al parecer, como
respuesta a la colección Austral, con un formato muy parecido (libros de tamaño
reducido y precios populares) y con esa misma intención de llegar a un público lo
más amplio posible, a través de un catálogo variado. A diferencia de lo que
sucedía con Austral, donde los autores españoles más publicados eran –se
entiende que por razones ideológicas– los de la generación del 98, se apostó más
decididamente por la generación de autores contemporáneos (especialmente
poetas), cuya afinidad estética e ideológica con el editor era más evidente (De
Diego, 2006, 93). Aun así, más que colecciones antagónicas, cabe pensar que
fueron complementarias, en el sentido de que cada una de ellas aportó una cosa
distinta a ese creciente público lector iberoamericano: «Mientras la colección
Austral ofreció a los lectores americanos un repertorio de la cultura occidental
clásica en ediciones dignas y de precio reducido, la Biblioteca Contemporánea
puso en esas mismas manos, y también a un bajo precio, un acervo cultural atento
a las tendencias y corrientes del momento» (Larraz, 2009, 8).
Tras recabar el capital financiero necesario, de origen cien por cien argentino, se
puso en marcha una operación en la que, además de Vehils, participaron
intelectuales españoles y argentinos como Victoria Ocampo, Carlos Mayer y
Oliverio Girondo. Julián Urogiti, que había salido de Espasa-Calpe en compañía
de Gonzalo Losada, asumió la dirección editorial, mientras que López Llausàs
quedó como gerente y hombre fuerte de la empresa, encargado de supervisar las
finanzas. Con el paso de los años, López Llausàs se fue haciendo con el control
de la editorial: compró todas sus acciones y asumió la dirección de Sudamericana
hasta su muerte en 1979, formando un excelente tándem con Urgoiti, durante los
años en los que este se mantuvo a su lado, y demostrando una gran visión
comercial que hizo de la editorial un modelo de crecimiento exponencial y
sostenido. Durante las tres décadas en las que estuvo al frente en primera
persona (luego tomó el relevo su hijo), López Llausàs conformó un catálogo
variado en el que, además de autores exiliados (Salvador de Madariaga o
Francisco Ayala), tuvieron una alta cuota de protagonismo las traducciones
de bestsellers y de autores contemporáneos (William Faulkner, Virginia Woolf,
Aldous Huxley, Truman Capote, Hermann Hesse, Thomas Mann) y las primeras
obras de autores argentinos que luego formaron parte del canon, pero a los que,
en aquel momento, nadie se atrevía a publicar: Adán Buenosayres (1948), de
Leopoldo Marechal; El túnel (1948), de Ernesto Sábato; Bestiario (1951), de Julio
Cortázar; o Misteriosa Buenos Aires (1951), de Manuel Mújica Láinez. Dentro de
ese heterogéneo catálogo también tuvieron cabida los libros de no ficción (obras
históricas de Rafael Altamira, Claudio Sánchez Albornoz, Eugenio d’Ors, o una
versión ampliada y revisada del Diccionario de filosofía de Ferrater Mora), e
incluso un título convertido hoy en clásico manual de autoayuda (Cómo ganar
amigos e influir sobre las personas, de Dale Carnegie), del que se hicieron
multitud de ediciones que vendieron más de un millón de ejemplares. Fueron los
años en los que la editorial se expandió por toda América y por España, donde
López Llausàs fundó en 1946 la Editorial y Distribuidora Hispano-Americana S.A.
(EDHASA), para que se distribuyese desde Barcelona toda su producción
americana.
En 1958, el hijo de López Llausàs, Jorge López Llovet, incorporó como asesor
literario para Sudamericana al editor gallego Francisco Porrúa (1922-2014), quien
había demostrado un excelente olfato al frente de Minotauro, una pequeña
editorial que Porrúa había fundado en Buenos Aires, en 1954, y en la que,
firmando con varios pseudónimos, él mismo había traducido por primera vez al
español las Crónicas marcianas de Ray Bradbury y otras obras maestras de
ciencia ficción. Ejerciendo como lector anónimo para la editorial, Porrúa rescató a
un autor como Cortázar (cuyo Bestiario había sido un fracaso de ventas), del que
después publicó obras como Las armas secretas (1959), Los premios (1960)
o Rayuela (1963), y descubrió a otros como Italo Calvino, Alejandra Pizarnik o
Gabriel García Márquez, cuya novela Cien años de soledad (1967) supuso un
éxito sin precedentes en un libro de ficción y marcó un punto de inflexión en la
historia de Sudamericana.
«Fui con Gaziel, que había tenido que dejar también la dirección de La
Vanguardia, a hacer y a vender libros. Toda la vida recordaré que Gaziel, al
atravesar en tren la selva colombiana y ver aquellas cabañas de indios colgando
de los árboles, exclamó, espantado: “Escolteu, López, aquí hem vingut a vendre
llibres? Si en sortim vius ja farem prou!…”. Y el azar me llevó a la Argentina,
donde no hay indios sino gauchos, a los cuales he vendido centenares de miles de
libros de los mil quinientos títulos que he publicado en Editorial Sudamericana, en
mis treinta años de dirigirla. La Argentina y los argentinos confieso que me han
proporcionado muchas satisfacciones y que me han permitido trabajar a gusto,
que es lo único que sé hacer» (Porcel, 1970, 43).
Bajo el lema «Libros para todos», Spivacow puso en marcha una editorial que,
desde sus inicios, se separó claramente del resto de editoriales universitarias que
solamente publicaban libros de investigación o eruditos destinados al consumo
interno de sus instituciones. Eudeba fue más allá y, sin descuidar la edición de
manuales y monografías, dentro de su colección Temas de Eudeba apostó
también por la divulgación universitaria a través de colecciones como Cuadernos,
en la que se tradujeron muchos títulos de la célebre colección Que Sais-je, editada
por Presses Universitaires de France, y otras como Lectores de Eudeba,
Ediciones Críticas o Arte para todos, con las que se pretendió ir más allá del
ámbito estrictamente académico para ofrecer productos rigurosos y de calidad que
satisficieran la sed de saber de unas clases medias cada vez más interesadas en
la cultura. De forma complementaria, el otro gran acierto de la editorial fue crear
una amplia red de distribuidores locales y regionales que posibilitó que su
excelente y variado catálogo llegase a cada rincón del país donde hubiese un
lector. Como ha explicado Amelia Aguado, «la mayor innovación de Eudeba fue su
sistema de distribución. Los quioscos de Eudeba estaban instalados en lugares
estratégicos: en las facultades de todas las universidades del país, en las
estaciones de trenes y subterráneos, en la calle. Y no sólo en Argentina, sino
también en el resto de América Latina» (Aguado, 2006, 150).
Al igual que había sucedido con Eudeba, la editorial se vio afectada por las
turbulencias políticas del país, sobre todo a partir de la represión desatada tras el
golpe de 1976 y de la censura a la cultura que impuso el gobierno de Jorge Rafael
Videla (1976-1981). De hecho, uno de los episodios más tristes y recordados de
dicha política afectó directamente a CEAL, cuando el juez Gustavo de la Serna
decretó la destrucción de un millón y medio de ejemplares editados por el Centro,
que primero fueron requisados del almacén de la editorial y luego quemados, en
1980. Pese a estas dificultades, CEAL ha quedado en la historia de la edición
argentina moderna como uno de sus hitos porque, entre 1966 (fecha de fundación
de la editorial) y 1995 (fecha de su cierre, tras la muerte en 1994 de Spivacow),
logró publicar casi cinco mil títulos, reunidos en un total de setenta y siete
colecciones. Como dice José Luis de Diego, Eudeba y CEAL «marcaron una
época en la que eran posibles emprendimientos editoriales que atendieron más a
la cultura que al dinero, y en la que confluyeron una generación de intelectuales
comprometidos con los proyectos y una buena parte de la clase media en ascenso
que encontró en aquellos libros los instrumentos más idóneos para su formación»
(De Diego, 2010, 51).
Como balance de este período que abarca las décadas centrales del siglo xx, se
puede decir que el desarrollo de la edición en Argentina viene marcado por una
paradoja consistente en que el auge de esa «época de oro», favorecido por la
debacle del sector en España después de la guerra y por el hecho de que en
México todavía no existía un sector potente, no vino acompañado de la
consolidación de un mercado propio dentro del país, sino que se apoyó
fundamentalmente en el mercado externo. Por el contrario, cuando ese mercado
se empezó a cerrar, gracias a la recuperación de la edición española 1 y al auge de
la mexicana, fue precisamente la demanda interna lo que posibilitó la
consolidación de una industria editorial nacional. Si durante la época dorada se
produjo «un floreciente despegue en lo cuantitativo y un impacto débil en la
consolidación de un campo cultural y literario propio», a partir de los años sesenta,
y en virtud de esas variables ya señaladas, «esa relación se invierte» (De Diego,
2010, 48).
En el período que media entre 1976 y 1989, la industria editorial argentina entra en
crisis, debido a la inestabilidad política del país y a una coyuntura económica nada
favorable. Durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983),
la dictadura de general Videla aplicó una política cultural caracterizada por la
represión y la censura, tanto a nivel público (leyes, decretos, persecuciones,
etcétera), como en el ámbito de la ilegalidad y el uso de los mecanismos de poder
del Estado. Desde el punto de vista del mundo editorial, la dictadura supuso el fin
de una de «primavera cultural» que había posibilitado que, a la altura de 1974, y
gracias a ese auge del mercado interno, el número de ejemplares editados
hubiese alcanzado los niveles de aquellos años en los que Argentina había sido el
principal exportador de libros en todo el ámbito hispanohablante (De Diego, 2010,
51). En este sentido, no es casualidad que sea durante esta etapa cuando se
produzca la desaparición de varias editoriales acusadas por la censura y el declive
de otras como Sudamericana, que había alcanzado su apogeo en la década de los
sesenta, y que tras el golpe militar vio como dos de sus autores de referencia –
Julio Cortázar y Manuel Puig– eran prohibidos o «desaconsejados», mientras que
alguno como Ernesto Sábado dejaba de escribir novelas y otros abandonaban su
catálogo (De Diego, 2006ª, 174). Con la llegada de la democracia al país y la
presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989), se abrió una etapa de regeneración
para Argentina que hizo creer en una posible reconstrucción del campo cultural,
aunque también de polémicas muy intensas entre los intelectuales que se habían
exiliado y los que habían permanecido en el país. Quizá lo más destacado del
lustro fue «la labor realizada por dos editoriales [Bruguera y Legasa] con sede en
España, pero que prestaron especial interés a la producción de los escritores
argentinos exiliados» (De Diego, 2006ª, 181), y la alianza de Sudamericana con la
editorial Planeta en 1984, que posibilitó la reedición de autores argentinos
(además de Córtazar, Ricardo Piglia, Leopoldo Marechal o Eduardo Mallea) y
prefiguró esa política de fusiones y absorciones de empresas editoriales que se
consolidó en los años noventa.
Durante los últimos veinticinco años, la industria del libro en español ha estado
dominada por un imparable proceso de concentración editorial en el que los
grandes grupos han ido absorbiendo o integrando a editoriales de tamaño
pequeño o medio que, o bien han desaparecido, o bien han pasado a formar parte
de empresas multinacionales que, en el contexto de una economía globalizada,
han propiciado un cambio de paradigma en el sector. Como ha sintetizado con
acierto Malena Botto, dicha política se caracteriza por una serie de
comportamientos entre los que destacan: la pretensión de convertir el libro en un
«bien cultural», en el sentido de convertirlo en un «producto para la acumulación
irreflexiva o el consumo inmediato»; la reducción drástica de las tiradas (con la
excepción de los bestsellers), con el objetivo de limitar pérdidas y segmentar la
demanda para adaptarla al mercado globalizado; una política invasiva que
pretende desplazar a otros sellos de las librerías, monopolizando la promoción en
los medios de comunicación y vendiendo libros en espacios aparentemente
hostiles (los supermercados, por ejemplo) que han perjudicado,
fundamentalmente, a la figura del librero; y la desaparición de lo que podríamos
llamar el «catálogo de fondo» (cuando se agota un libro, rara vez se reimprime).
Junto a estas medidas, conviene destacar también la atención que han dedicado
estos grandes grupos al libro de bolsillo (cada uno de ellos ha creado una o varias
editoriales dedicadas, exclusivamente, a este formato) y el hecho de que, con
honrosas excepciones, casi nunca apuestan por autores jóvenes o desconocidos,
sino que su nutren de autores consagrados que tengan como aval algún éxito
comercial (Botto, 2006, 214-219).
Durante los años noventa y dos mil, la mayor parte de editoriales surgidas en
México y Argentina, dominadoras del mercado editorial en español durante varias
décadas, han pasado a formar parte de alguna de esas grandes corporaciones.
Entre 1989 y 1991, y dentro de esta tendencia general, Joan Grijalbo vendió el
cien por cien de sus acciones al grupo italiano Mondadori, dando lugar con ello a
la aparición del grupo Grijalbo-Mondadori que, a su vez, después fue absorbido
por la alemana Random House. Ya en 2012, y siguiendo con ese proceso de
concentración, Random House Mondadori (perteneciente a la multinacional
alemana Bertelsmann AG) adquirió la inglesa Penguin y un año después creó el
macrogrupo Penguin Random House. En el caso de Sudamericana, que en 1984
había iniciado una sociedad con Planeta, durante los noventa disolvió esa unión y
terminó integrándose en la propia Random House Mondadori en 1998, donde pasó
a ser un sello más dentro de un conglomerado que agrupa nombres como Lumen,
Debate o Plaza y Janés, entre otros muchos. Por su parte, el Grupo Planeta, del
que hoy forman parte editoriales como Seix Barral, Ariel, Crítica, Destino o Temas
de Hoy, en 1985 adquirió la editorial mexicana Joaquín Mortiz, en 1992 invirtió en
torno a diez mil millones de pesetas en la compra de Espasa Calpe, en el año
2000 compró Emecé y en 2003 hizo lo mismo con la también argentina Ediciones
Paidós.
NOTAS
1 La recuperación del sector editorial en España durante la década de los
cincuenta propició que, ante la limitación del mercado nacional, varias editoriales
decidiesen comercializar parte de su producción a través del establecimiento
de filiales en distintos países iberoamericanos (Argentina, México, Colombia,
Brasil), como ya hicieron Gustavo Gili y Salvat en la década de los cincuenta
(Fernández Moya, 2015, 580). Ya en los sesenta y setenta, sellos como
Bruguera, Aguilar, Labor, Espasa Calpe, Santillana o Planeta, hicieron del
mercado americano uno de sus principales clientes, llegando a exportar entre el
40% y el 60% de su producción.
En casi todos los casos se apostó primero por la exportación de libros impresos en
España, como una forma de tomar contacto con el país y estudiar sus
posibilidades. Después, y ante las medidas protectoras impuestas por países
como México, lo que eran filiales comerciales se convirtieron en filiales productivas
que adaptaron sus títulos y formas de venta a los mercados nacionales del
continente, contribuyendo así a la consolidación de una edición local potente
en América Latina (Fernández Moya, 2009, 71-72).
BIBLIOGRAFÍA
· Brandes, Georg. Nietszche. Un ensayo sobre el radicalismo aristocrático, Sexto
Piso, Madrid, 2008.
· Aguado, Amelia. «1956-1975. La consolidación del mercado interno», en De
Diego, José Luis (dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000.
Buenos Aires, Libraria-Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 125-160.
· Dabusti de Muñoz, Teresa María. «Trayectoria de Lorenzo Luzuriaga en Losada,
una editorial del exilio», en Revista de Historia Contemporánea, nº 9-10, 1999-
2000, pp. 395-408.
· Dalla Corte, Gabriela y Espósito, Fabio. «Mercado del libro y empresas
editoriales entre el Centenario de las Independencias y la Guerra Civil española: la
editorial Sudamericana», en Revista Complutense de Historia de América, vol.
36, 2010, pp. 257-289.
· De Diego, José Luis. «1938-1955. La “edad de oro” de la industria editorial», en
De Diego, José Luis (dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000.
Buenos Aires, Libraria-Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 91-123.
–. «1976-1989. Dictadura y democracia: la crisis de la industria editorial», en De
Diego, José Luis (dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000.
Buenos Aires, Libraria-Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 163-207.
–. «Un itinerario crítico sobre el mercado editorial de literatura en Argentina»,
Iberoamericana. América Latina, España, Portugal, vol. 10, nº 40, 2010, pp. 47-62.
· Díaz Arciniega, Víctor. Historia de la casa: Fondo de Cultura Económica (1934-
1994). México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
· Fernández Moya, María. «Editoriales españolas en América Latina. Un proceso
de internacionalización secular», Información Comercial Española, ICE: Revista de
Economía, nº 849, 2009, pp. 65-77.
–.«La internacionalización de los editores. Los mercados exteriores», en Martínez
Martín, Jesús A. (dir.), Historia de la edición en España, 1939-1975. Madrid,
Marcial Pons, 2015, pp. 575-595.
· Gracia, Jordi y Ródenas, Domingo. Derrota y restitución de la modernidad, 1939-
2010, vol. 7, en Mainer, José Carlos (dir.), Historia de la literatura española,
Barcelona, Crítica, 2011.
· Larraz, Fernando. «Política y cultura. Biblioteca Contemporánea y Colección
Austral, dos modelos de difusión cultural», en Orbius Tertius, vol. XIV, nº 15, 2009,
pp. 1-9.
· Llanas, Manuel. L’edició a Catalunya: el segle XX (1939- 1975). Barcelona,
Gremi d’Editors de Catalunya, 2006.
· Martínez Rus, Ana. «El comercio de los libros. Los mercados americanos», en
Martínez Martín, Jesús A. (dir.), Historia de la edición en España, 1836-1936.
Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 269-305.
· Porcel, Baltasar. «Antoni López Llausàs, editor de dos mundos», en Destino, nº
1706, 13 de junio de 1970, pp. 42-43.
· Sagastizábal, Leandro. «Arnaldo Orfila, creador de instituciones culturales», en
La Gaceta de Fondo de Cultura Económica, nº 412, abril 2005, pp. 2-4.
· Sánchez Illán, Juan Carlos. «Los editores españoles en el exterior. El exilio», en
Martínez Martín, Jesús A. (dir.), Historia de la edición en España, 1939-1975,
Madrid, Marcial Pons, 2015.
· Sánchez Vigil, Juan Miguel y Olivera Zaldua, María. «La Colección Austral: 75
años de cultura en el bolsillo (1937- 2012)», en Palabra Clave (La Plata), vol. 1, nº
2, 2012, pp. 29-47.
· Sorá, Gustavo. «Misión de la edición para una cultura en crisis. El Fondo de
Cultura Económica y el americanismo en Tierra Firme», en Altamirano, Carlos
(dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, vol. II. Los avatares de la
“ciudad letrada” en el siglo XX. Buenos Aires, Katz Editores, 2010, pp. 537-566.