Carta 3
Carta 3
Carta 3
independencia. Me he cruzado con personas que me han demostrado que estos son
unos de los bienes más preciados que podemos tener como humanos. Libertad para
vivir como deseemos. Independencia para ser dueños de nuestro propio destino.
Una de esas personas que me enseñó esto se llama Claudia, yo le digo Doña
Claudia porque le tengo demasiado respeto. Doña Claudia viene los sábados a mi
casa y nos prepara la comida más deliciosa, que cualquier restaurante se moriría
por servir. “Doña Claudia, sus manos son mágicas”, le digo después de comerme la
mejor paella de mariscos de la historia de la humanidad.
Su infancia la trabajó desde los nueve años. “Yo desde chiquita trabajo, porque le
digo, a mí mi mamá siempre me enseñó a ganarme mis cosas”. Y así fue, nunca
dependió de nadie y logró salir adelante ella sola. Se tenía a sí misma y a su fuerza
de trabajo.
Como te conté antes, Doña Claudia hizo parte del equipo de basquetbol de su
pueblo. Un día, mientras almorzábamos en el comedor amarillo, me mostró fotos de
ese entoces, con su cuerpo atlético y tonificado. Luego, con voz de niña mimada me
dice: “yo cada que me veo al espejo, me pongo a llorar, porque yo quiero volver a
tener ese cuerpo. Yo me veo fea”.
Y es que después de pasar una infancia en los deportes, debió abandonarlo cuando
quedó embarazada a sus 16 años. Su mamá la echó de la casa, porque en ese
entonces, tener un hijo por fuera del matrimonio era un pecado casi comparable a
robar oro.
“Ya no hay hombres buenos, mija, yo me alejé de ese tipo después de 14 años
porque, aunque él ganaba más, todo se lo gastaba en trago y viejas. Y llegué a un
punto que dije: no más, yo me mato trabajando para sostener mi familia y este señor
hace nada, las guevas”.
Y un día lo llamó, lo amenazó, le dijo todos los insultos existentes y le ordenó sacar
sus cosas de la casa y no volver. Para el momento que ella regresó del trabajo,
encontró que su ex marido no había abandonado la casa, sus pertenencias seguían
allí, así que Doña Claudia las cogió, las empacó en bolsas y fue hasta la terminal de
buses. Allí montó las cosas de este señor y se las mandó a la que hasta ese
momento fue su suegra. La llamó y le dijo: “ahí le mando las cosas de su hijo, yo a
ese no lo quiero volver a ver por acá”.
Regresó a casa, agarró su teléfono y le marcó al cerrajero del pueblo. Cambió las
chapas de su casa y hasta hoy no ha vuelto a saber nada de la vida del que por 14
años fue su compañero. Todo en contra de lo que le decía su mamá, que le
afirmaba rotundamente que en el matrimonio, la mujer tiene que aguantar.
Hasta hoy, no ha estado con muchas personas. Ha sido la burla del pueblo por ser
mamá soltera e incluso sus familiares le dicen que no está bien visto que una mujer
esté sola. Se dedicó de lleno a enmendar con Felipe los errores que, como mamá,
cometió con John Daniel.
En una tarde de sábado, mientras me contaba su vida, me enseñó que solo nos
tenemos a nosotros mismos y que depende de cada uno, forjar su destino.
Luego de mucha independencia, llegó una sorpresa. Un tercer hijo. No me habló
mucho del papá de Juan, no estuvieron juntos mucho tiempo y nunca respondió por
su hijo. Hoy, Juan tiene 11 años y es el compañero fiel de Claudia, que se mata de
lunes a domingo cocinando en casas de familia para llevarle el sustento a él, a sus
otros dos hijos y a sus nueras y nietos.