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Carta 3

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Hola, estos días de encierro he aprendido un valor muy importante: la libertad e

independencia. Me he cruzado con personas que me han demostrado que estos son
unos de los bienes más preciados que podemos tener como humanos. Libertad para
vivir como deseemos. Independencia para ser dueños de nuestro propio destino.

Una de esas personas que me enseñó esto se llama Claudia, yo le digo Doña
Claudia porque le tengo demasiado respeto. Doña Claudia viene los sábados a mi
casa y nos prepara la comida más deliciosa, que cualquier restaurante se moriría
por servir. “Doña Claudia, sus manos son mágicas”, le digo después de comerme la
mejor paella de mariscos de la historia de la humanidad.

Doña Claudia es alta, imponente, en su cuerpo se ven los rezagos de una


adolescencia alrededor del basquetbol. Su cabello es rubio y su voz tierna contrasta
con ese aspecto de gigante.

Su infancia la trabajó desde los nueve años. “Yo desde chiquita trabajo, porque le
digo, a mí mi mamá siempre me enseñó a ganarme mis cosas”. Y así fue, nunca
dependió de nadie y logró salir adelante ella sola. Se tenía a sí misma y a su fuerza
de trabajo.

Como te conté antes, Doña Claudia hizo parte del equipo de basquetbol de su
pueblo. Un día, mientras almorzábamos en el comedor amarillo, me mostró fotos de
ese entoces, con su cuerpo atlético y tonificado. Luego, con voz de niña mimada me
dice: “yo cada que me veo al espejo, me pongo a llorar, porque yo quiero volver a
tener ese cuerpo. Yo me veo fea”.

Y es que después de pasar una infancia en los deportes, debió abandonarlo cuando
quedó embarazada a sus 16 años. Su mamá la echó de la casa, porque en ese
entonces, tener un hijo por fuera del matrimonio era un pecado casi comparable a
robar oro.

Sin embargo, como me dijo, con su trabajo logró independizarse y no depender ni


de sus padres, ni del progenitor del pequeño John Daniel, quien se fue sin dar aviso
cuando Claudia le dijo que estaba esperando un bebé.

Se dedicó a trabajar mientras su mamá cuidaba de su hijo. Trabajó en todos los


restaurantes conocidos en el pueblo. El Kiosko, el de comida española, el de
mariscos… la lista es eterna. De ahí ese talento de los dioses que tiene ella para
cocinar.
Tanto trabajo la alejó de su hijo, el cual fue (mal) criado por la abuela. John Daniel,
ya un hombre adulto, nunca aprendió a leer ni a escribir, porque la mamá de Doña
Claudia, por proteger a su nieto, le dejó hacer lo que este deseara.
Después de esto, conoció a otro hombre, cuyo nombre nunca supe, con el que vivió
14 años. “Fue la peor experiencia de mi vida”. El tipo es el papá de Felipe, su
segundo hijo. El tipo nunca respondió, nunca se hizo cargo de su hogar, Claudia era
la que llevaba el sustento, la comida, los gastos y de su esposo, como me cuenta,
nunca recibió un peso. A punta de su trabajo en el restaurante más prestigioso del
pueblo, mantenía a sus dos hijos, a su marido y a sí misma.

“Ya no hay hombres buenos, mija, yo me alejé de ese tipo después de 14 años
porque, aunque él ganaba más, todo se lo gastaba en trago y viejas. Y llegué a un
punto que dije: no más, yo me mato trabajando para sostener mi familia y este señor
hace nada, las guevas”.

Y un día lo llamó, lo amenazó, le dijo todos los insultos existentes y le ordenó sacar
sus cosas de la casa y no volver. Para el momento que ella regresó del trabajo,
encontró que su ex marido no había abandonado la casa, sus pertenencias seguían
allí, así que Doña Claudia las cogió, las empacó en bolsas y fue hasta la terminal de
buses. Allí montó las cosas de este señor y se las mandó a la que hasta ese
momento fue su suegra. La llamó y le dijo: “ahí le mando las cosas de su hijo, yo a
ese no lo quiero volver a ver por acá”.

Regresó a casa, agarró su teléfono y le marcó al cerrajero del pueblo. Cambió las
chapas de su casa y hasta hoy no ha vuelto a saber nada de la vida del que por 14
años fue su compañero. Todo en contra de lo que le decía su mamá, que le
afirmaba rotundamente que en el matrimonio, la mujer tiene que aguantar.

Hasta hoy, no ha estado con muchas personas. Ha sido la burla del pueblo por ser
mamá soltera e incluso sus familiares le dicen que no está bien visto que una mujer
esté sola. Se dedicó de lleno a enmendar con Felipe los errores que, como mamá,
cometió con John Daniel.

“A mí ya no me importa lo que me digan, de estar viviendo bien maluco con un tipo,


pa’ eso me quedo sola. Yo desde que me separé de ese señor he sido más feliz. Yo
veo a mis amigas del colegio casadas y pidiéndole al marido hasta pa’ un tinto, y no,
yo no estoy pa’ eso”.

En una tarde de sábado, mientras me contaba su vida, me enseñó que solo nos
tenemos a nosotros mismos y que depende de cada uno, forjar su destino.
Luego de mucha independencia, llegó una sorpresa. Un tercer hijo. No me habló
mucho del papá de Juan, no estuvieron juntos mucho tiempo y nunca respondió por
su hijo. Hoy, Juan tiene 11 años y es el compañero fiel de Claudia, que se mata de
lunes a domingo cocinando en casas de familia para llevarle el sustento a él, a sus
otros dos hijos y a sus nueras y nietos.

En su casa viven 9 personas, todas mantenidas, en su gran mayoría, por el trabajo


duro y honesto de una mujer que aprendió que la independencia es su posesión
más preciada.

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