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12 Cuentos - Leo Mazliah

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tipo de comercialización del mismo sin autorización expresa de su autor constituye delito
penado por leyes internacionales de ISBN

12 Cuentos

Leo Masliah

Índice

- 9 de julio.
- Rutinas para el tiempo libre.
- Navajo.
- La máquina del tiempo.
- Heliogábalo
- Giro sentimental.
- Del 1 al 25.
- Carta a un escritor latinoamericano.
- Cadena.
- Apagón.
- Aaaaaaaaaa.
- Test de múltiple opción potenciada
9 DE JULIO

Buenos Aires, Argentina. Día de sol. Avenida 9 de Julio. Semáforo rojo. Se junta gente
que quiere cruzar. Enfrente también. El semáforo demora. Viene más gente por ambos
bandos. Cada destacamento mira firmemente el semáforo opuesto, haciendo acopio de
fuerzas. “Ánimo, muchachos”, dice un individuo a sus compañeros de acera, “ya llegará
el día en que podamos cruzar”. Los demás lo reconocen inmediatamente como su líder.
“Quizás algunos mueran en la empresa”, sigue diciendo él, “pero esos quedarán para
siempre en nuestros corazones”. El semáforo continúa en el rojo. En frente, el bando
contrario designó como líder a una mujer. Su aparatoso tren delantero la hace
especialmente apta para violentos impactos frontales con peatones de sentido opuesto.
“Estamos contigo, Tatiana” le gritan algunos. “Ese no es mi nombre” contesta ella, pero
igualmente lo asume, como Wojtila el de Juan Pablo. Desde enfrente, el otro líder la
mira, y le muestra el dedo medio de su mano derecha. Sus camaradas, hombres y
mujeres, lo imitan. Algunos tienen binoculares y eligen contra quien van a chocar. Otros
despliegan la navaja de su alicate, y la exhiben a modo de proa. De pronto, semáforo
amarillo. Un estudiante, de los de Tatiana, pregunta si puede pintar de azul el vidrio
amarillo del semáforo que está de su lado, para que quede verde y los del bando
contrario, al tratar de cruzar, sean apisonados por los coches. La jefa le pide paciencia, y
le asegura que a su debido tiempo ningún adversario quedará en pie. El estudiante recita
a García Lorca “verde que te quiero verde”. Por fin el semáforo cambia. “A ellos”, grita
el líder de enfrente, “hay que enterrarlos en el asfalto; el sol esta de nuestra parte y ya lo
reblandeció un poco”. Ambas cohortes inician su marcha hacia la colisión. Tatiana se
acomoda el corpiño. El otro líder acomoda a su gente por orden de altura. “Las mujeres
y los niños primeros”, dice. Todos avanzan con paso resuelto. Los autos, inmóviles,
observan el espectáculo, y una cuadrilla de niños marginales que habitualmente se
dedica a limpiar los vidrios de los coches a cambio de monedas, está ahora levantando
suculentas apuestas referidas al desenlace de la cruzada peatonal. Atención, faltan pocos
metros. Ya está, ya está. Dos pasos, un paso. Y entonces, súbitamente, todos cambian
radicalmente su actitud. Empiezan a pedirse permiso unos a otros y a esquivarse. Se
acabó Tatiana. Apenas si se producen algunos roces totalmente inocuos. Nadie cae,
nadie es aplastado. Todos llegan a destino, a las respectivas aceras de enfrente, y
continúan los abúlicos trayectos que habrán de conducirlos al desempeño de sus
estúpidas ocupaciones. Nadie recuerda su intención preliminar. Todos fingen civismo,
qué cagones.

RUTINAS PARA EL TIEMPO LIBRE

Cuando tengo algún tiempo libre, suelo dedicárselo a los hados del azar. Emprendo un
paseo cuya dirección se va modificando de acuerdo a algún criterio como, por ejemplo,
mirar la última cifra de la matrícula del último auto que se encuentre estacionado en
cualquiera de las dos aceras de la cuadra en la que estoy. Supongamos que experimento
una ligera preferencia por continuar mi camino en línea recta, por esa calle. Entonces, si
la última cifra de la matrícula está entre el cero y el tres, continúo por esa calle. Si la
cifra está entre el cuatro y el seis, doblo a la izquierda. Y si está entre el siete y el nueve,
doblo a la derecha. Es claro que más de una vez, vale decir, si el azar me lleva a pasar
una y otra vez por la misma cuadra, puede ocurrir que los vecinos me miren con
desconfianza. Para estos casos, dispongo de varias rutinas. A la que utilizo con más
frecuencia la denomino “relación pelo-sexo”. Esta rutina diversifica mi conducta más
que la basada en las cifras de las matrículas. Aquí ya no hay solamente tres conductas
posibles, sino cinco. En efecto: si la primera persona visible (para mí) en la cuadra es
rubia o pelirroja y es mujer, me fijo si en esa cuadra hay un quiosco. Si lo hay, compro
una golosina y quedo exonerado de seguir dando vuelta a la manzana, pudiendo llegar
hasta la otra cuadra, por la misma calle (tengo otras rutinas para el caso de que esa calle
muera en la esquina, pero las mismas exceden el propósito del presente trabajo). Si no
hay ningún quiosco, toco timbre en la primera casa cuya puerta no sea de color marrón,
y si me atienden, pregunto por el doctor Magurno. Si no me atienden, hago que me
desmayo, y espero hasta que algún buen vecino llame a una ambulancia que me traslade
a otra parte (para empezar otro camino con idénticas reglas a partir de allí, ni bien me
hayan dado de alta diciéndome tal vez que sólo se trató de un momentáneo bajón de
presión), o hasta que llueva, en cuyo caso contraigo para mis adentros la obligación de
regresar a casa y mirar dos horas la televisión, sin encenderla.

Si me atienden y me dicen que ahí no hay ningún doctor Magurno, quedo habilitado
para doblar en la siguiente esquina en dirección contraria a la de mi giro anterior (el que
me llevó de vuelta al mismo lugar). Nótese que en ambos casos (tanto recurriendo al
quiosco como tocando timbre en la casa), mi conducta, frente a los curiosos, queda
explicada dentro de los cánones habituales de la civilización, puesto que pueden pensar
“el tipo se había ido pero volvió porque tuvo antojo de golosinas” o “el tipo estaba
buscando el número de puerta y no lo encontraba”.

Si no hay ninguna casa de puerta marrón, o si en esa cuadra solamente hay edificios,
empiezo a caminar por la misma calle pero en sentido contrario, quedando liberado de
la cuadra viciosa (denomino así a las que, por la numeración de las matrículas de los
autos, y por tratarse de autos abandonados que pueden pasar días en el mismo lugar, me
conminan a un loop o “bucle” difícil de salvar).

Prosigo con mi explicación. Si la primera persona visible de la cuadra es rubia o


pelirroja y es hombre, bajo a la calzada y bailo el “Apolo” de Stravinsky, de acuerdo a
la coreografía de Constantin Mikhailkov. Esto también puede ser asimilado por los
curiosos como una conducta civilizada, ya que toda civilización genera sus tipos
particulares de locura, y si llaman a una ambulancia para que me encierre en un
manicomio, tanto mejor, puesto que ya no necesito recurrir a artificios casuales para
saber lo que tengo que hacer: habrá enfermeros que me instruyan sobre las rutinas a
seguir todos los días y a todas las horas. Pero si nadie me encierra, al finalizar la
coreografía, doy por terminado mi paseo y voy a lo de mi tía Zephir a tomar té y a
conversar sobre trivialidades.

Si la primera persona visible es de cabello negro o castaño y es mujer, me tomo un


colectivo que pare en esa cuadra, o en su defecto, un taxi, y me bajo después de un
recorrido de doce cuadras (o de trece, si en la cuadra número doce, maldición, no hay
parada). Si no pasan colectivos ni taxis, hago auto-stop. Y si nadie me para, me dirijo a
la cuadra siguiente arrastrándome (si alguien me interroga acerca del motivo, le miento
diciéndole que se trata de una promesa religiosa, cosa de permitirle, también en este
caso, encuadrar mi conducta dentro de parámetros civilizados).

Si la primera persona visible es de cabello negro o castaño y es hombre, pierdo la


memoria, y lo que haga de ahí en más dependerá de los consejos de quienes me asistan,
o de las reglas de conducta que me dote a mí mismo a partir de entonces (recurrí a los
oficios de un hipnotizador para que me indujera, si este caso se presentara, a una
amnesia total).

Si la primera persona visible es canosa, calva o si no hay nadie visible, aprovecho para
tratar de robar, en el comercio o en la casa que me parezca más desprotegida. Pero una
vez hecho el acopio ajeno, lo deposito en la vereda y trato de llamar la atención de algún
vecino de la cuadra, diciendo que alguien quería robar y al yo sorprenderlo, huyó. De
este modo, a veces percibo recompensas nada despreciables. Y si me sorprenden con lo
robado antes de haberlo depositado, tanto mejor, pues de ahí en más será la policía y el
poder judicial quienes indiquen cuál será el modo en que deberé emplear mí tiempo
libre. Para finalizar, y sin querer exasperar al lector con los detalles que devengan de los
casos no contemplados en lo expuesto, o con el resto de mi repertorio de rutinas, diré
que para el caso de tocar timbre en una casa preguntando por el doctor Magurno, si me
llegan a contestar “sí, enseguida”, tengo previsto suicidarme. Pero es tan improbable
esta circunstancia, que estoy seguro de llegar a vivir muchos años más disfrutando
plenamente de mi tiempo libre, en perfecta armonía con el mundo civilizado.

NAVAJO

Yo ser indio navajo. Yo vivir lugar tranquilo hasta que hombre blanco venir. Todo
comenzar así: navajo conjugar siempre verbos en infinitivo y así vivir en paz, sin
presente ni futuro, sin Kant. Pero hombre blanco llegar y hablar mismo idioma que
nosotros, castellano, pero hombre blanco empezar a conjugar verbos en modo indicativo
y subjuntivo, y también implantar modo imperativo y ordenar nosotros retirar a
reservaciones. En otros lugares hombre blanco hacer indio trabajar para él. Y pagar con
caries dental. Y indio empezar a necesitar escarbadientes. Y hombre blanco decir que
astilla de árbol no servir por no ser esterilizada. Y nosotros comprar escarbadientes a
hombre blanco. Y pagar con oro y plata. Oro y plata ser nuestra caca, pero hombre
blanco no saber y acuñar monedas con material, y pasar monedas de mano en mano. Y
cuando casarse hombre blanco poner en dedo de novia y en suyo propio sendo anillo
fecal. Esto acontecer en lo que hombre blanco llamar sur. Nosotros no hablar de sur
porque pensar que extremos ser intercambiables, ya que como decir cacique Oreja
Cortada el mundo ser un pañuelo.

Hombre blanco siempre poner cosas de un lado y cosas de otro, y muchas veces
confundirlas. Gran cacique Oreja Cortada siempre decir que Van Gogh equivocarse de
oreja cuando cortársela. Esto ser porque él estar alienado de tanto mirar sus cuadros, ya
que izquierda del cuadro ser derecha de Van Gogh, y viceversa. Por misma razón ser
que biblia de hombre blanco equivocarse al decir que dios crear hombre a su imagen y
semejanza, dios de hombre blanco crearlo a él desde fuera del mundo (ya que haber
creado también mundo), y entonces para poder verlo a su imagen y semejanza haberlo
creado con corazón a la izquierda, pero él tenerlo a la derecha. Además corazón de
hombre blanco latir, pero corazón de dios de hombre blanco estar atrofiado, ya que él no
necesitarlo para vivir. También pulmones de dios estar chiquitos y arrugados, ya que él
no necesitar respirar. Dios de hombre blanco ser flaco y tener apariencia raquítica. Dios
de hombre blanco crear niños de nordeste brasileño a su imagen y semejanza de como él
verse en espejo. Pero yo divagar mucho. Yo empezar hablando de caries dental y
terminar hablando de nordeste brasileño. Además yo acabar de emplear gerundio. Eso
ser porque yo estar aculturado. Recibir mucha influencia de hombre blanco. Mi mujer
querer que yo hacerle una peluca con cabellera arrancada a hombre blanco. Mi mujer
querer parecerse a Juan Sebastián Bach. Y gran cacique Oreja Cortada criticarme
también por llevar en cabeza escamas de pescado en lugar de plumas. Pero esto ser
porque yo tener cruza. Mi padre ser navajo, pero mi madre ser cuchilla de cortar
pescado. Cacique también decir que yo estar aculturado porque querer blanquearme la
piel como Michael Jackson. Pero él no saber que yo hacer eso como táctica de
camuflaje. Yo mimetizarme entre hombres blancos y con medio kilo de caca comprar
apartamento en barrio residencial.
Entonces invitar hombres blancos a tomar licor, y cuando tenerlos alcoholizados traer
cuchilla y arrancarles cuero cabelludo. Luego yo sacar pelos al cuero y hacer artesanías
con él. Vender trabajos en ferias artesanales donde hombre blanco comprar para adornar
casa. Hombre blanco siempre necesitar aditivos para todo: necesitar collar para cuello,
necesitar anillo para dedo, necesitar cuadros para paredes, necesitar colchón para cama,
necesitar sábana para colchón, necesitar condimento para comida, necesitar edulcorante
para café, necesitar impermeabilizante para techo, necesitar timbres postales para cartas,
necesitar queso rallado para pastas, necesitar herradura para caballo, necesitar plumas
para cabeza de indio. Cuando encontrar indio sin cabeza hombre blanco quedar
desorientado porque no saber donde poner plumas.

Hombre blanco a veces criar gallinas, y zorro de hombre blanco comérselas. Indio ser
más astuto: criar zorros y gallinas que venir no poder comérselos. Pero hombre blanco
acabar por aniquilar navajo. Por eso yo ahora parar de hablar. Yo ya no ser nada. Gran
cacique Oreja Cortada ya habérmelo dicho muchas noches al mirar firmamento: pucha,
no ser nada.

LA MAQUINA DEL TIEMPO

-Este es el más directo antecesor de mi máquina del tiempo –explicó el doctor Dalesius
al grupo de estudiantes que realizaba la visita guiada a su laboratorio. Se detuvo junto a
una silla de aspecto corriente.

-A ver, necesito un voluntario. Usted –dijo dirigiéndose a Manuel, uno de los


estudiantes.

Siguiendo instrucciones del doctor, Manuel se sentó en la silla. Dalesius entonces


consultó su reloj.

-Son exactamente las cuatro y diez –dijo-. Ahora les pido un poco de paciencia, y van a
ver lo que sucede.

-¿Manuel puede correr algún peligro, doctor? –preguntó preocupada una de las
muchachas del grupo, llamada Meredith.

-No, quédese tranquila –contestó el.

-¿Es seguro que va a poder regresar a nuestro tiempo?- preguntó otro.

-No se preocupen por mí -dijo Manuel-. Quiero hacer esta experiencia. No me importa
si no puedo regresar.

-Eso es seguro –afirmó el doctor Dalesius-: regresar no va a poder.

-Que horrible –dijo Meredith-. No volver a verlo jamás.

-Perdón –le dijo el doctor, poniendo una mano sobre su hombro-, pero esta máquina
funciona al revés de lo que usted piensa. Si el chico regresa al momento del que partió,
entonces usted no va a poder volverlo a ver. Fíjense en esto. Manuel –ordenó-, puede
levantarse.

El estudiante se puso de pie y caminó unos pasos. Dalesius volvió a consultar su reloj.

-Ahora son casi las cuatro y doce minutos –dijo a todo el grupo-. Como pueden ver, este
muchacho viajó un poco menos de dos minutos hacia el futuro. Si hubiera regresado al
momento del que partió, no lo veríamos más. Él estaría pisándonos los talones durante
el resto de nuestras vidas, sin que tuviéramos forma alguna de percibirlo.
-Hola –dijo entonces alguien desde otra de las sillas que había en el salón. Todos
miraron hacia allí y vieron a Meredith, que los saludaba agitando una mano. Pero
Meredith, por otra parte, estaba al lado de Manuel y del doctor Dalesius. Había dos
Meredith en el salón.

-Qué es esto. No entiendo nada –dijo otro de los estudiantes. Y Meredith, la original (si
podía llamársela así), muerta de miedo, se aferró a un brazo del doctor. No sintiéndose
sin embargo suficientemente segura de esta manera, soltó al doctor y se aferró a
Manuel.

-¿No recuerdan nada de lo que pasó, verdad? –dijo la segunda Meredith, sonriendo-.
No, claro. No pueden recordar algo que todavía no vivieron. Ustedes recién están en el
momento en que Manuel se levantaba de la primera máquina. Dentro de cinco minutos,
más o menos, el doctor Dalesius nos va a mostrar su segunda máquina, que es ésta en la
que estoy sentada –la silla tenía unos extraños posabrazos llenos de cables- y yo me voy
a ofrecer como voluntaria. Esta máquina me va a transportar unos diez minutos hacia el
pasado, o sea, hasta este momento.

-¿Y yo?- preguntó la Meredith original – Qué va a pasar conmigo?

-Usted puede retirarse –le dijo el doctor Dalesius-. No la necesitamos más.

LA BOLSA DE BASURA

Rodríguez iba saliendo de su casa para ir a trabajar, pero volvió para buscar una bolsa
plástica llena de basura, que tenía preparada desde la víspera para una ocasión así, es
decir, una ocasión en la que él, camino hacia alguna parte, tuviera que pasar por donde
estaba el tacho de basura que se alimentaba de las bolsas de basura producida y
envasada en cada uno de los apartamentos del edificio.

El plan era sencillo y Rodríguez se iba acercando al tacho de basura sin pensar
demasiado en nada relacionado con eso, pensando sí más bien en otras cosas
relacionadas con otras cosas. Pero cuando se encontraba a menos de siete metros del
tacho, Rodríguez detectó la proximidad de una agente perturbador, un elemento
desestabilizador de la posible calma que acompañaba el automático, necesario, lógico,
humano, social, comprensible, perfectamente justificado, habitual, cívico acto de tirar la
basura. Era un individuo que, arrodillado junto al tacho, extraía de allí restos de
alimentos, los cuales clasificaba y separaba en distintas bolsas que traía consigo, según
el contenido proteínico, el tenor graso o el nivel de adición vitamínica que tuvieran;
pero el individuo no daba la impresión de ayudarse, en la detección de las gradaciones
específicas alcanzadas por cada uno de estos parámetros, con ningún tipo de
instrumental técnico, excepción hecha de una protuberancia que él llevaba incorporada
al rostro y que le servía para medir con precisión asombrosa el índice de putrefacción
operante en cada residuo alimentario, ya que entre dos mitades de cáscara de naranja
aparentemente iguales, el individuo descartaba una y se quedaba con la otra, y no era,
como se dice vulgarmente, porque estuviere en condiciones de tirar manteca al techo.
En efecto, su nivel de ingresos no parecía ser muy alto, a juzgar por unas pequeñas
roturas visibles en un costado de su toga de arpillera.

Rodríguez empezó a vacilar. Luego siguió haciéndolo.

No sabía si ignorar al individuo y depositar la bolsa en el interior del tacho, o ignorar al


individuo para dejar la bolsa a unos metros de él, o tomar otras actitudes cuya
descripción se verá momentáneamente demorada por el análisis de aquellas otras ya
mencionadas.

La primera de éstas, es decir, de aquéllas, a saber, ignorar al individuo y tirar la bolsa en


el tacho, era casi imposible de llevar a la práctica, porque la posición de la cabeza y las
manos del perturbacionista era tal que obligaba a Rodríguez, en caso de decidirse a tirar
la bolsa en el tacho, a decir “con permiso”. Esta opción implicaba no ignorar al
individuo y considerar el acto de depositar la bolsa como una entrega, era como decirle
“tomá”, y eso requería reconocer previamente en el objeto alguna cualidad capaz de
valorizarlo como obsequio.

Dejar la bolsa a una distancia prudencial del tacho implicaba también, quisiéralo o no
Rodríguez, reconocer el origen humano de la perturbación, y localizarlo en la persona
del espécimen que revisaba la basura, ya que, de haberse tratado de un perro o una rata,
Rodríguez no habría tenido inconvenientes en tirar la bolsa en el tacho dejando por
cuenta del animal la tarea de defenderse del impacto, y siendo en este caso dicho
impacto únicamente de tipo físico, y no también emocional, social o como quisiera
llamarse a las connotaciones extrafísicas que puede haber en la actitud de regalarle a
alguien una bolsa con basura. La única forma de dejar la bolsa a pocos metros del tacho
y al mismo tiempo ignorar efectivamente la presencia del foco problematizador era
concretar una súbita mudanza al edificio de al lado, cuyo tacho de basura estaba en ese
momento libre de incursiones extractivas (aunque no por mucho tiempo, ya que en
cuatro o cinco tachos más adelante y con próximo asiento en los tachos sucesivamente
más cercanos había otro qué sé yo). Esa mudanza súbita sólo podía producirse si
llegaban a confluir allí en ese momento una serie de factores, como el que Rodríguez no
fuera miope y pudiera ver en la pizarra del quiosco de enfrente si su número de lotería
había salido favorecido. Dándose una solución afirmativa a esto, Rodríguez, en la
euforia del triunfo, habría podido cruzar a cobrar portando un tácito perdón por la
distracción consistente en no desprenderse todavía de la bolsa de basura. Al volver a su
vereda, con el dinero en una mano y la bolsa en la otra, debía pasar el propietario de
alguno de los apartamentos vacíos del edificio vecino al suyo, y Rodríguez podría
entonces decirle “tome este dinero, le compro el apartamento; supongo que ahora puedo
hacer uso del tacho de basura correspondiente a ese edificio”. Pero la miopía de
Rodríguez invalidaba todo esto aun cuando su número de lotería hubiese resultado
premiado y el dueño del apartamento vecino vacío estuviese llegando desde la otra
cuadra.

No era posible entonces ignorar la presencia del individuo, había que tenerla en cuenta.
Desde este punto de vista, dejar la bolsa en el tacho era una descortesía, estando como
estaba Rodríguez en conocimiento de que el otro iba a tomarla y revisarla de todas
maneras. Pero dársela en las manos no dejaba de constituir para él una ofensa,
atendiendo al contenido repugnante de la bolsa. En cuanto a si para el otro ese acto
podía resultar ofensivo o no, era algo difícil de prever. Más allá de sus intenciones de
apropiarse la bolsa, el individuo podía contar con una dosis de orgullo que superara con
creces en intensidad a la que se necesitaba para realizar el esfuerzo de levantar una
bolsa no muy pesada que alguien le deja a uno al lado, o el de desatar un nudo mas o
menos provisorio que alguien hizo en la boca de una bolsa de nailon. Otra posibilidad
era dejarla en el tacho, pero abierta, dando a entender que no se ignoraban las
intenciones del sujeto en cuanto a revisar la bolsa. Pero todos estos pensamientos
pasaron con mucha rapidez por la mente de Rodríguez. Vencido por la ambigüedad
contenida en el acto de darle a alguien algo que es una porquería, siendo que este
alguien tiene de todas formas mucho interés en recibirla, Rodríguez empezó a pensar en
otro tipo de salidas.

Pensó, por ejemplo, en darle al individuo, no la bolsa de basura, sino una limosna. Sin
embargo el análisis de esta posibilidad le reveló que esto no habría de librarlo del
dilema de que hacer con la bolsa. Sea cual fuere la magnitud de la limosna, era evidente
que nunca bastaría para consolidar en el otro una posición económica suficientemente
holgada como para abandonar el hábito de hurgar en los tachos de basura. Entonces el
individuo aceptaría quizá la limosna, pero metería inmediatamente después las manos
en la bolsa. En cuanto a decirle “tome, le doy esto con la condición de que no revise la
bolsa”, no parecía esto contener mayor cantidad de urbanidad que dejar la bolsa ahí
nomás y retirarse del lugar sin decir ni siquiera “bolsa va”.

Rodríguez empezó a retroceder. Mientras lo hacía siguió examinando otras posibles


maneras de deshacerse de la bolsa sin entrar en actitudes que hirieran sus principios.

Consideró el no dejar la bolsa en el tacho, sino sólo su contenido, vaciándolo en las


manos del individuo. También consideró el dejar la bolas cerrada y decirle “mire, le
dejo esto, y sé que lo va a abrir; no me gusta la idea pero sé que es lo único que usté
puede hacer para vivir; yo quisiera ayudarlo, pero no puedo por razones salariales, etc.”.
Luego pensó en vaciar la bolsa en el tacho del edificio vecino, pero volver luego y tirar
la bolsa vacía en el otro tacho, mostrando su necesidad de evitar entregarle basura al
otro, pero mostrando al mismo tiempo también que no era su intención hacerle un
desaire ni fingir que no lo había visto ni que lo había visto pero que no quería roces con
él.

Ninguna de estas opciones satisfizo a Rodríguez. Siguió retorciendo hasta entrar de


nuevo en el edificio. Subió las escaleras también retrocediendo, y sacando la llave de su
apartamento consiguió, luego de unos minutos de esfuerzo, abrir la cerradura
permaneciendo él de espaldas a la puerta. Así entró al apartamento, y siguió
retrocediendo hasta que se topó con la ventana, que estaba abierta. Supo detenerse en
ese momento, y permaneció allí quieto como un muñeco a cuerda detenido en su
marcha por algún obstáculo, siempre de espaldas a la ventana, con la bolsa de basura en
la mano. Y así pasó un rato, hasta que de pronto Rodríguez oyó que desde abajo el tipo
le gritaba “che, loco, aunque sea tirámela por la ventana”.

HELIOGÁBALO

Es una gran ventaja tener una amante que se llame igual que la mujer de uno, porque
así, si uno la nombra dormido, su mujer no sospechará nada, y hasta se dará por aludida,
estrechando al esposo entre sus brazos bajo las cálidas sábanas conyugales y dirá “qué,
mi amor, qué”.

El problema es que mi esposa se llama Hermelinda, y ni entre las pocas mujeres que
además de ella alguna vez me dieron bola, ni entre las muchas que no, hubo nunca
ninguna que portara ése como nombre, ni como segundo nombre, y menos como apodo,
y por supuesto tampoco como apellido.

Pero al promediar la crisis de los treinta años, en uno de esos días en que la compulsión
a probar nuevas carnes me parecía cuestión de vida o muerte, cacé la guía telefónica y
no paré de leerla hasta encontrar una abonada con el nombre de mi esposa.

Empecé a discar su número y estaba dispuesto a sorprenderla con una declaración de


amor cuando mi visión periférica detectó, al costado de las cifras sobre las que yo fijaba
mi atención, una pequeña anormalidad. Corriendo un poco la mirada observé que, en mi
entusiasmo, había leído mal: la abonada no se llamaba Hermelinda, sino Hermenegilda.
Mi primera reacción fue colgar el tubo, pero enseguida recapacité, considerando que si
yo mientras dormía pronunciaba el nombre “Hermenegilda”, mi mujer no podría
sospechar nada, y atribuiría la variación en el nombre a los tan comunes procesos de
elaboración onírica que uno puede rastrear hasta en los sueños de las mejores familias.

Así pues, llamé a esa tal Hermenegilda y tuve la suerte de encontrarla. Inventé una
historia acerca de que yo era su admirador secreto, que la había visto muchas veces por
su barrio (en la guía telefónica, por supuesto, estaba su dirección) pero que nunca me
había animado a hablarle, etcétera. Ella me creyó. Con cierta reticencia de su parte al
principio, logré que concertáramos una cita. Nos encontramos al día siguiente en un bar,
que quedaba lejos tanto de su casa como de la mía. Por supuesto, yo no tenía –antes de
verla- la más remota idea de su apariencia física, pero lo que hice fue llegar temprano al
bar, sentarme cerca de la puerta y decir “Hermenegilda” a toda mujer que viera entrar
sola. En dos o tres casos lamenté que no se llamaran así, pero también me salvé de unas
cuantas. Hubo una cuyo aspecto era tan asqueante que casi me inhibió de pronunciar el
nombre, pero tuve que hacerlo porque si ésa llegaba a ser Hermenegilda y yo seguía
llamando así a otras que fueran llegando después, se me armaba la gorda.

Bastante gordita resultó ser la verdadera Hermenegilda, pero la amplitud de sus caderas
y su número de corpiño la hacían todavía deseable pese a estar al borde de la tercera
edad.

Modestia aparte, tengo que decir que yo le gusté. Nos fuimos pronto del bar y ese día se
inició un caluroso romance. Pero al despedirnos ella me informó de cierta circunstancia
que dificultaría el vernos con demasiada frecuencia: era casada. Yo le confesé que eso
me tomaba por sorpresa, ya que al ver el número del teléfono a su nombre la había dado
por soltera, viuda o divorciada.

-Es que la casa es mía. Yo siempre viví ahí –dijo ella-. José, mi marido, es un tipo que
nunca tuvo donde caerse muerto.

A través de nuestros sucesivos encuentros me fui enterando de que el marido de


Hermenegilda, según ella, sólo la quería por su dinero. La vida sexual de la pareja había
durado menos que su luna de miel. Y conmigo ella se desquitaba de lo lindo. Hasta que
una vez se abrió la puerta de nuestro cuarto de hotel, y entró José con un equipo de
fotógrafos y técnicos en grabaciones de video.

-Te pesqué, ramera –dijo-. Ahora tengo las pruebas que necesito para pedir el divorcio y
quedarme con la mitad de tus bienes.

-Pero...-balbuceó Hermenegilda- ... ¿Cómo supiste de...nosotros?

-Entré en sospechas y decidí seguirte querida –contestó José-. Hace varias noches que
cuando duermes pronuncias un nombre que no es el mío.

Efectivamente, yo no me llamo José, como él. Mi nombre es Heliogábalo.

GIRO SENTIMENTAL

Hola, cómo estás. No esperaba encontrarte acá. Pero bueno, me alegra que hayas
venido. Siempre tuve...una cierta simpatía por vos. Y podría tener más, si fueras un
poco más simpática. El problema creo que está en tu boca. Sí, a ver, estirate el labio de
abajo un poquito para la derecha. Ahí está. Una grampa por favor. Sí, ahí. Traten de
fijarla bien. A ver, sonreíte. Sí, no está mal. Pero el labio de arriba esta muy grueso,
rebajale un par de milímetros. No, tanto no, animal. Bueno, ponele un poco de
cortisona. A ver, sonreíte. Fenómeno. Ahora levantá un poco la cabeza. Mucha pera,
tenés. Tomá, pasate un poco de esto, vas a ver cómo te redondea. Después ponete
crema, ¿sabés? Si no se te irrita. A ver, mirame. Tapate los ojos. Si, ¿ves? Ahora tenés
una sonrisa interesante. Ta, podés cerrar la boca. Ponete de perfil que te quiero ver el
largo de la nariz. Mmmm. Tomá, colocate esto, que te mide la profundidad de las
narinas. Bárbaro. Te vas a tener que rebanar toda la parte de afuera del cartílago. Ahí va.
Dale un poco más. Perfecto. Ahora dale un empujoncito al tabique. A ver de frente.
Justo. Ahí. Sacate el pelo de la boca que no te veo bien. Che ¿a vos no te sobra un
pómulo? Ah, no, está bien. Pero apretate el de la derecha un poco para adentro. El otro
también, si no quedás muy chupada. Ahí está bien. Genial. Así me estas empezando a
gustar. No mucho, pero...Mirá para allá, ¿a ver? Tomá, masticá este chicle que quiero
ver cómo te queda la cara en movimiento. ¿Sabés que estás mal sentada? No, así no,
ponete más en el borde. Juntá las piernas. Vas a tener que hacerte un injerto acá, porque
no se te juntan del todo. Por ahí va bien. Che, qué caderas que tenés. Me parece que
estoy sintiendo algo. Ah, no, creo que me equivoqué; hay que subirte un poco más la
nariz. Pero no te la tuerzas. Servite, esto es para que te peles las cejas. Ahora dejátelas
crecer pero hasta la mitá, nada más. No, te pasaste, retrocedé. Ahí, ahí está bien. Que
mona. A ver ahora las orejas. Están bien, tenés lindos pabellones; hay que correrlos un
poquito, nada más. Tomá, mirate en el espejo. ¿Tas quedando no? Creo que estoy
sintiendo algo por vos, aunque todavía no sé qué es. Vení, acercate. No, tanto no, bestia.
Dejame ver...date vuelta. Vas a tener que raparte, para poder poner este suplemento.
Sabés que... estoy empezando a gustar de vos. Es extraño, nunca había sentido esto.
Subí los brazos. Bajalos. No, hay algo mal, tienen que llegar hasta acá. Ah, no, es un
problema de dedos, me parece. Tomá, probate éste. ¿Te queda cómodo? A ver, cerrá la
mano. ¿Está bien? Bueno, recogete el pelo que te quiero analizar el cuello. Ah, no, no,
esto está todo mal. Agachate. Vas a sentir un pequeño dolor, pero no te asustes que no
es nada. Ahí está, perfecto. Se te notaba demasiado la yugular. Ahora dejate el cerquillo.
Arrimate. Mordé, a ver. Cruzá los dientes que te tengo que ajustar el paladar. Ahí va,
¿ves? Ahora es otra cosa. ¿Sabés que me gustás mucho? Ah, no, esperá, quedate un
poco quieta que se te torció el codo. Ponelo a ciento ochenta grados y tenelo así un
ratito. Estoy un poco...confundido; creo que te amo. ¿A ver? No, todavía no. Siento algo
pero creo que no es amor. Te quiero como amiga. Tomá, quemate esa verruga. No el
lunar dejateló. No, mejor pasátelo para el otro lado. Mirame. Qué divina. ¿Qué tenés
que hacer hoy de noche? No, esperá, te falta lijarte las rodillas. Te conviene doblarlas,
así te das cuentas mejor. Bueno, está bien. Ahora tratá de adelgazar. De acá, sobre todo.
Seguí. Dale un poco más. Creo que me estoy enamorando. ¿A ver? Mirame. Lástima tu
color de ojos, pero no te los cambies, porque ya no serías vos. Yo te prefiero así, como
sos.

DEL 1 AL 25

Uno de los empleados, Bermúdez, pidió para irse dos horas antes. Eran las tres y
todavía la faltaban tornear cuatro casquillos.

-Mi hijo, el de cinco años, -explicó- está con seis de presión. Me preocupa.

-La gran siete, eso es grave – contestó el jefe-. Vaya y llame al doctor Ochoa.

-Su hijo tiene nueve vidas- dijo éste, cuando examinó al niño.- No sé como aguanta,
quizá mejore mas rápido si se distrae con algo. Tome.
Le entrego “Diez indiecitos” de Agatha Christie, y se fue. Su auto no arrancaba. Se
tuvo que ir en el once. Después de andar doce cuadras, se cansó y paró en un kiosco. Le
jugó a la quiniela al trece a la cabeza.

Salió el catorce. El doctor se empacó, y por quince días no volvió a apostar. Pero eso
paso hace mucho. Hoy en día el hijo de Bermúdez tiene dieciséis años (para diecisiete),
y siempre va al cine a ver películas no apta para menores de dieciocho. El cumple el
diecinueve de Junio, pero lo anotaron el veinte. Sin embargo junta boletos de veintiuno
y escucha 22 Universal (Emisora Uruguaya de radio). Su novia, que le lleva veintitrés
años, tiene un anillo de oro de veinticuatro quilates y veinticinco quilos de más.

CARTA A UN ESCRITOR LATINOAMERICANO

Querido escritor latinoamericano:

Hemos venido siguiendo tu carrera durante las últimas décadas y tenemos algo
importante que comunicarte. Descontamos que será de provecho no solamente para ti y
los tuyos, sino para mantener el sano equilibrio existente dentro del rico espectro de
formas, géneros y estilos que articulan el vasto mundo de la literatura. Sabemos que
tienes talento, pero ¡cuidado! Utilízalo con tacto. No intentes incursionar en roles que
no te han sido asignados. No vanguardices, porque te vamos a boicotear. No vamos a
avalar tus inventos. Debes usar tus dones en la tarea de aplicar las técnicas poéticas y
narrativas que nuestros escritores consagraron como válidas. Sólo que ellos se valieron
de esas herramientas para describir nuestra realidad, y tú debes describir la tuya. Hay
por aquí un grupo de intelectuales que asumen, en nombre de toda Europa occidental, la
culpa que ella tiene de que en tu país la gente viva mal. Y esta gente necesita
documentación. Necesita testimonios directos de las atrocidades que la colonización y el
imperialismo, a lo largo de los siglos y a cargo de sucesivas metrópolis, han cometido
en tu tierra. Y necesitan que esos testimonios estén bien escritos, para demostrar su tesis
de que los latinoamericanos no son criaturas inferiores, anormales bastardos nacidos
ilegítimamente del cruce de dos especies no compatibles (la cultura metropolitana y la
autóctona con injertos de aquella otra trasplantada desde África por la fuerza). Es solo
que el clima tropical los hace ser un poco mas remolones, y bueno, en la economía de
mercado el que no se apura va al muere. Así que tratá de escribir bien, idiota.* Escribí
cosas que nosotros podamos entender. Color local sí, podés ponerle todo lo que quieras,
girós idiomáticos característicos, voces indígenas, porque ya sabés eso de “pinta tu
aldea y pintarás el mundo”. Pero pintalo con el pincel que nosotros te damos. Sólo así te
vamos a sacar buena crítica en “Le Monde” y en “Cambio 16”. Sí escribís cosas raras,
nosotros no nos vamos a esforzar en lo mas mínimo por descifrarlas, y tus coterráneos,
aunque les vean cualidades, igual van a hacer la vista gorda ante ellas y van a
desconfiar, porque no van a estar seguros de que son buenas, a menos que nosotros así
lo decretemos.** Te lo advertimos de nuevo: portate bien. Tenés que ser la voz de la
conciencia culpable de Europa. Si nos hacés caso, te prometemos para siempre un lugar
allá abajo en nuestra lista de lo más vendidos, y te vamos a pasear de una ciudad a otra
del primer mundo, para que des charlas sobre tu literatura y las desgracias de tu gente. Y
en las revistas literarias europeas van a salír artículos sobre vos, escritos por nosotros.
Reservá tu ejemplar con anticipación.

Firmado:
Asociación de Críticos
Literarios de Europa y
Tribunal de Geopolítica
Literaria
*A veces solemos recompensar estos esfuerzos con el premio Nóbel.

** Hay una sola excepción; un único permiso ha sido expedido a un escritor de tu


subcontinente, habilitándolo a ingresar en lo que llamamos “literatura universal” (o
literatura en serio, o gran literatura): Jorge Luis Borges. Pero te confiamos secretamente
que eso se debe a que para nosotros él es inglés.

CADENA

Este mensaje no es una cadena. Por lo tanto, destrúyalo sin reenviarlo a nadie.
Contravenir esta sugerencia solo congestionaría inútilmente las líneas. Tenga buen
criterio. Ni siquiera es necesario que siga leyendo esto. Sino tiene otra razón para
continuar conectado/a a la red, puede eliminar este mensaje y salir del programa, sin
tener que lamentar la pérdida de ninguna información relevante. Es más, si usted
todavía sigue leyendo esto, francamente, es porque es un ser parasitario, que no tiene
nada que hacer. ¿Por qué no mejor sale a pasear? Le repito que en estas líneas no va a
encontrar absolutamente nada que le sea de utilidad. Doy fe de ello, puesto que conozco
la continuación del texto. Es exactamente del mismo tenor que cuanto antecede. Vale
decir: no dice nada. Así que... ¡Basta de leer, imbécil! ¿Qué estás esperando encontrar?
Ya te dije que no hay nada... ¿no me creés? Bueno, jorobate. Seguí leyendo, que no vas
a encontrar nada que no sea la confirmación de lo anterior, es decir, que en lo que sigue
no se dice nada. Nada de nada. No hay voluntad de diálogo, ni tan siquiera voluntad de
monólogo. Es un texto vacío, y va a seguir así hasta la última de sus líneas. Se podría lo
mismo dejar en blanco las líneas que faltan, de no ser porque como esta página no tiene
renglones, no se notarían que están. Pero el que estén no significa nada. No están por
nada en especial. Entiendo que la curiosidad te pueda haber llevado a seguir leyendo
hasta acá, pero si seguís... es porque tu pelotudez no tiene límites. ¡Qué idiota Dios libre
y guarde! Ni siquiera para un lingüista o un gramático tiene sentido continuar leyendo
esto, porque es una simple colección de frases banales cuyo único objetivo es ratificar la
ausencia de finalidad de todo el resto del texto. (Continuará.)

APAGÓN

La oscuridad no me preocupa. Me preocupa la luz. La oscuridad es solamente ausencia


de luz. Pero la ausencia sí me preocupa. La preocupación no. Me es indiferente. Sin
embargo, la indiferencia me preocupa muchísimo. La considera una actitud vergonzosa.
Aunque la vergüenza no me preocupa. Antes si, me preocupaba. Pero a mi me da lo
mismo el antes y el después; mi vida no es un desarrollo tendiente a nada. Por eso la
nada no me quita el sueño. El sueño, en cambio, es algo que si me interesa. A veces me
quedo toda la noche despierto, pensando en eso. No llego a ninguna conclusión, pero las
conclusiones me exasperan. Prefiero los puntos de partida. No por las partidas; por los
puntos. Siempre trato de acumular puntos. No por los puntos en sí; es por la
acumulación. La acumulación entendida por una cosa sola, no como un cúmulo de otras.
Los cúmulos, yo, si pudiera, los disgregaría. Las cosas tienen que ir separadas; no
juntas. Juntas forman otras cosas, y eso trae complicaciones. Aunque yo a las
complicaciones no les tengo miedo. Lo que me asusta es lo simple. Lo simple no se
sabe de donde sale; ahí es donde está el misterio. Aunque los misterios, por suerte, no
me interesan. Me interesa la suerte. Que desgracia. Porque la suerte siempre es escasa.
Y si dijera que no me preocupa la escasez, mentiría. Pero mentir no me preocupa. A mi
me preocupa la verdad. Cuando miento no tengo problema; puedo decir cualquier cosa.
Aunque sea verdad, no importa, porque la digo de mentira. Pero cuando hablo con la
verdad, tengo que andar con más cuidado. Por las dudas, en esos casos digo lo menos
posible. Y después me desdigo, así cubro dos posibilidades. Pero no es que me quiera
cubrir. Yo hago todo a la intemperie. Y si no hay luna, mejor. A mi me gusta la
oscuridad. La oscuridad no me preocupa. Me preocupa la luz. La oscuridad es
solamente ausencia de luz. Pero la ausencia sí me preocupa. La preocupación no. Me es
indiferente.

AAAAAAAAAA

La madre del monstruo estaba ahí, con la cuchilla contra el pescuezo de su hijo, tratando
de pensar con claridad. Lo había maniatado tomándolo por sorpresa mientras dormía, y
no sabia si matarlo a prolongar su miserable y nociva existencia por unos años más,
hasta que las tensiones musculares originadas en su propia deformidad acabaran por
despedazarlo.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó, como para despejar su mente de disquisiciones superfluas.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó también el monstruo, aterrorizado ante la presión de la hoja


de acero contra su garganta.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó la madre, tratando de ahuyentar el impulso de cortar ese


cuello sin más demora. La tentación era fuerte, pero no podía ceder ante ella así como
así, sin estar completamente segura de que estaría haciendo lo correcto.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó el monstruo, para atemorizar a su agresora.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó ella, mostrándole que no era fácil de intimidar.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó el, agobiado por la impotencia. Cuatro vueltas de alambre


de púa mantenía sus piernas y sus brazos fijos las unas contra los otros.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó la madre, queriendo infundirse ánimos para asestar la


puñalada fatal.

-¡AAAAAAAAAA! – grito el monstruo, tratando de impostar la voz y de imprimirle


vibrato, como para apelar a la sensibilidad musical de la mamá.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó esta, queriendo acallarlo.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó el, sumido en la desesperación de no saber ya que hacer.


-¡AAAAAAAAAA! – gritó ella, para ver si repitiendo lo que decía su hijo podía
entenderlo mejor.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó el, pensando que si hasta ahora el gritar así lo había
mantenido a salvo del avance de la cuchilla, lo mejor que podía hacer era seguir
gritando.

-¡AAAAAAAAAA! – gritó ella, sin razón aparente, y quizá solo porque era su turno.
-¡AAAAAAAAAA! – gritó el, y este grito sonó como una amenaza de que la próxima
vez gritaría mas fuerte.

Bien niños, eso es todo por hoy. Mañana estudiaremos la letra "b".

TEST DE MÚLTIPLE OPCIÓN POTENCIADA

Si usted, por azar, queda encerrado en una jaula en compañía de un león, y si éste le
dice: “tengo hambre; creo que voy a comerlo/a”, usted ¿qué le contestaría?

1) Nada

2) “Haga como le parezca.”

3) “No se lo aconsejo; siempre me caractericé por ser indigesto/a.”

Si usted eligió la opción 1 y el león le dice “necesito su consejo; no tengo a nadie más a
quien recurrir”, usted ¿qué le contestaría?

1.1) Nada

1.2) ”Abra la boca, voy a revisarle la dentadura”

1.3) ”¿No cree que mi consejo carecería de la imparcialidad necesaria a todo juicio
justo, dada mi condición de posible víctima de sus fauces?”

Si usted eligió la opción 2 y el león se lo/a come, usted ¿qué haría?

2.1) Nada

2.2) Se dejaría digerir

2.3) Organizaría, en el seno del león, una campaña proselitista tendiente a conseguir,
entre las vísceras del animal, el consenso necesario a fin de ser restituido al mundo
exterior.

Si usted eligió la opción 3 y el león le dice: “Déjeme probar un pedazo; si me gusta me


lo/a como todo/a, y si no me gusta no lo/a molesto más”, usted, ¿qué haría?

3.1) Nada

3.2) Diría “Me parece razonable”

3.3) Le preguntaría al león que pedazo de usted seleccionaría para la degustación.

Si usted eligió la opción 1.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted tampoco le contestó, y si ahora el león, ante su indiferencia,
se pusiera a llorar, usted, ¿qué haría?

1.1.1) Nada
1.1.2) Lo consolaría

1.1.3) Lo insultaría

Si usted eligió la opción 1.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted le dijo “Abra la boca. Voy a revisarle la dentadura”, y si ahora
el león se negara a obedecer, usted ¿qué haría?

1.2.1) Nada

1.2.2) Le diría: “Tienes que cooperar, Billy”

1.2.3) Trataría de abrirle la boca por la fuerza.

Si usted eligió la opción 1.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted no le contestó, el león insistió en pedirle
consejo al respecto, usted le hizo notar que su juicio carecería de la imparcialidad
necesaria, y si ahora el león le dijera “Escuche: yo necesito un fundamento para
comerlo/a y si usted no me lo da entonces recurriré a la clásica ‘ley de la selva”’, usted
¿qué contestaría?

1.3.1) Nada

1.3.2) ”Pero...¿usted no leyó los diarios? Esa ley fue derogada ayer en la sesión de la
cámara alta”

1.3.3) ”Por suerte eso no será necesario: ahí viene el guardián del zoológico a traerle su
ración diaria de carne.”

Si usted eligió la opción 2.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se
lo comió, usted no hizo nada, y si ahora el felino se echara a dormir una siesta, ¿qué
pasaría?

2.1.1) Nada

2.1.2) Cualquier cosa, pero ya no importaría

2.1.3) Triunfaría de todos modos, a la larga, el socialismo.

Si usted eligió la opción 2.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se
lo comió, usted se dejó digerir, y si ahora usted, así disgregado, pasara a formar parte
del león, ¿quién lo lamentaría?

2.2.1) Nadie

2.2.2) Su madre

2.2.3) Cualquiera menos usted, que estaría contento/a de ser parte de algo, feliz de que
se le dé participación.

Si usted eligió la opción 2.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted contestó “Haga como le parezca”, el león se
lo comió, usted organizó una campaña de concientización de las vísceras a favor de su
liberación, y si ahora sólo hubiera obtenido el apoyo del intestino, ¿qué haría?

2.3.1) Se ofuscaría.

2.3.2) Utilizaría ese conducto para salir del león.

2.3.3) Continuaría su prédica hasta lograr más adeptos.

Si usted eligió la opción 3.1, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado
por ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o no,
según el gusto que usted tuviera, usted no reaccionó ante la proposición, y si ahora un
tigre, desde la jaula de al lado, le dijera al león “Dejame probar a mí; yo te digo si es
rico/a o no”, usted ¿qué haría?

3.1.1) Nada, una vez más

3.1.2) Le diría al león “Tenga en cuenta la posibilidad de que el gusto del tigre no
coincida con el suyo, ya que ambos pertenecen a especies diferentes”.

3.1.3) Pensaría “No era sólo el león: parece que en este zoológico todos los animales
hablan”.

Si usted eligió la opción 3.2, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado
por ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o no,
según el gusto que usted tuviera, usted contestó “Me parece razonable”, y si ahora el
león dijera “Es curioso que eso le parezca razonable; aquí hay gato encerrado”, usted,
¿qué haría?

3.2.1) Se pondría a buscar el gato

3.2.2) Diría “Eso es absurdo: cualquier gato pasaría sin dificultad entre esos barrotes”.

3.2.3) Bailaría cha-cha-cha.

Si usted eligió la opción 3.3, o sea (se lo recordamos) que el león le manifestó su
incipiente intención de comérselo/a, usted contestó que siempre se había caracterizado
por ser indigesto/a, el león le propuso probar un pedazo y continuar con el resto o no,
según el gusto que usted tuviera, usted preguntó al león qué pedazo elegiría para la
degustación, y si ahora él dijera “El páncreas”, usted ¿cómo reaccionaría?

3.3.1) Pensando “Ah, menos mal. Ese órgano mucho no lo preciso”.

3.3.2) Pensando “Me salvé: una vez me dijeron que mi páncreas sabía mal, así que el
león después de probarlo no me va a querer comer”.

3.3.3) Diciéndole al león “¿Está seguro? ¿No prefiere una uña?”.

EVALUACIÓN

Si eligió las opciones 1.1.1, 1.2.1, 1.3.1, 2.1.1, 3.1.1, usted es una bola informe, un/a
amorfo/a, un/a abúlico/a incurable. Además es un/a mentiroso/a, porque no creo que
haya optado realmente por ninguno de los numerales que le propusimos; o sea que retiro
lo dicho, no creo que sea así de cierto. No sé qué decirle, quizá deberíamos conocernos
mejor.

Si eligió la opción 1.1.2, usted es de naturaleza tierna y caritativa. Trate de que no lo/a
curren demasiado en la vida.

Si eligió la 1.1.3, usted seguramente no sigue con vida, y por consiguiente no está
leyendo esto, así seguimos adelante.

Si eligió la 1.2.2, cometió un grave error: el león no se llamaba Billy, sino yaguajarlal.

Si eligió la 1.2.3, le aconsejaríamos cambiar de método: darle un pisotón al león.

Si optó por la 1.3.2, debemos decirle que, por desgracia, está usted mal informado.

Si optó por la 1.3.3, quisiéramos saber (ya que lo ignoramos) si usted realmente vio
venir al guardián, o si sólo se trató de una estratagema para distraer al león.

Si eligió la opción 2.1.2, le aconsejamos leer a la poetisa Idea Vilariño: encontrará allí
buena compañía.

Si eligió las opciones 2.1.3, 2.2.3 o 2.3.3, usted es una persona que sabe dónde está
parada. Tenga a bien informárnoslo.

Si eligió la 2.3.2, respire hondo.

Si eligió la 3.1.2, estamos perfectamente de acuerdo con usted.

Si eligió la 3.1.3, le informamos que no eran sólo el tigre y el león: en ese zoológico
todos los animales hablaban.

Si eligió la 3.2.1, usted es demasiado detallista.

Si optó por la 3.2.2, usted no conoce al gato de mi tía.

Si lo hizo por la 3.2.3, es usted demasiado anticuado/a.

Si eligió la 3.3.1, a usted le fue mal impartida la enseñanza secundaria.

Si eligió la 3.3.2, nosotros le preguntamos ¿quién le dijo eso? Debería buscar una
segunda opinión.

Si eligió la 3.3.3, la respuesta es no.

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