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Hugo Rafael Chávez Frías

Presidente de la República Bolivariana


de Venezuela

Luis Reyes Reyes


Ministro del Poder Popular
del Despacho de la Presidencia

Kissy Rodríguez Ortega


Directora General de Gestión Comunicacional

Darío Di Zacomo
Director de Archivos y Publicaciones

Gladys Ortega Dávila


Jefa de la División de Publicaciones

© Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia


El General José de San Martín,
su vida y su acción continental en relación con la historia de Bolívar
Ediciones de la Presidencia de la República
Caracas – Venezuela, 2009
Depósito Legal: lf5332008920638
ISBN: 978-980-03-0383-2
Página web: www.presidencia.gob.ve

Foto de Portada: Emilio Jacinto Mauri. Caracas 1900 Òleo / Tela


Diagramación: Julio Añón
Corrección de Textos: Lupe Rumazo, Ing. Solange Alzamora Rumazo
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

PREÁMBULO

En 1805 fue aniquilada por Nelson la flota


española en Trafalgar, y el destino del Impe-
rio colonial español quedó sellado. La inva-
sión francesa de la Península en 1808
completó el proceso, y en las colonias espa-
ñolas quedaron dadas las condiciones para
que se desprendieran de la metrópoli.

JOSÉ LUIS ROMERO. Pensamiento político de


la emancipación. Prólogo.

Y los pueblos de Hispanoamérica empezaron a sublevarse, todos a una.


Francisco de Miranda, desde Londres, había forjado esa bien trabada y poderosa
homogeneidad de la insurrección americana contra España, en una labra dinámica
y paciente de veinte años, cuyo poder penetrativo fue acentuándose lapso sobre
lapso. Actuaba personalmente o por cartas. Apenas producida en Bayona la ab-
dicación del rey hispano Carlos IV y de su hijo y heredero Fernando, atrapados
por Napoleón (1808), y dos años antes de que se formase la “Junta Central Go-
bernativa” de Aranjuez, mantenedora y defensora de los monarcas borbones en
España y colonias, Miranda les había hablado a los Cabildos de América en
Carta urgente, supercorrosiva y revolucionaria: “Suplico a ustedes –les decía– y
muy de veras que, reuniéndose en un cuerpo municipal representativo, tomen a su
cargo el gobierno de esa provincia y que, enviando a esa capital (Londres) personas
autorizadas y capaces de manejar asuntos de tanta entidad veamos con este Go-
bierno lo que convenga hacerse para la seguridad y suerte futura del Nuevo
Mundo”.
América hispana entera escucha la incitación y decide actuar, ser rebelde.
Aparecen por todas partes Juntas de Gobierno, algunas leales al principio de Fer-
nando VII; truécanse, más tarde, en potente fermento de guerra. Su aparición fi-
jada en diacronía, se presenta así: Montevideo, Ciudad de México, Charcas, La
Paz, Quito, Caracas, Buenos Aires, Bogotá, Santiago de Chile, Ciudad de Gua-

5
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

temala y Santo Domingo. La reacción libertaria tapiza el territorio americano con


gérmenes de incendio. La constitución de tales Juntas, que España se negó rígida-
mente a reconocer, significó la razón de última hora para que empezaran a operar
la arrogancia del reto y luego el ancho desate bélico.
La gran guerra de Emancipación, en la América Meridional, tomará ca-
torce años (1810-1824) y abrirá su rumbo de sangre, sobre todo bajo el comando
de dos líderes extraordinarios: Simón Bolívar y José de San Martín. Combatirán
y estructurarán patrias: con el venezolano, los Sucre, Páez, Roscio, Arismendi,
Piar, Zea, Santander, Mariño, Bermúdez, Gual, Ribas, Urdaneta, Anzoátegui,
tantos más; con el argentino, Álvarez de Arenales, Alvarado, Guido, Montea-
gudo, La Mar, Pueyrredón, Rivadavia, O'Higgins, Balcarce, Unánue, Las
Heras, Fray Luis Beltrán, Alvear, Cochrane, y tantos otros. Nombres y más
nombres de dirigentes militares y civiles. Todos ellos plasmarán la historia eman-
cipadora. La historia la hacen los hombres, pero inmersos –según la certera ob-
servación engeliana– en un paralelogramo de circunstancias políticas, económicas,
sociales y culturales. La magna guerra va a ser política, ante todo; por lo mismo,
a su terminación en Ayacucho, quedará inconclusa. Se habrá conseguido la inde-
pendencia; no, la libertad económico-social.
Bolívar y San Martín se parecen poco; pero, como gigantes de la libertad,
llevan, con sus compañeros y con sus pueblos, un único objetivo: independizar
América de España. Se funde, por tanto, en los dos un mismo ideal, un único an-
helo y una sola determinación. La sorprendente diversidad engendrada por los
hecho bélicos, tan distintos a veces en los campos norte o sur, no alteró en ningún
momento el punto céntrico. Así, las dos vidas pisan una misma tierra roja, porque
han escogido una misma luz cenital. Y como son varones constituidos en comando
supremo, los pueblos que rigieron en las Antillas-Pacífico, y en el Atlántico-Pa-
cífico, hacen, por causa del ideal común, una sola gran historia.
No debe desestimarse, como antecedente muy válido, que el año 1776 se
creará el Virreinato del Río de la Plata, con lo que ahora son la Argentina, el
Uruguay, el Paraguay y parte de Bolivia. Ese mismo lapso, por disposición mo-
nárquica, Venezuela entró en unificación político-económica, al ser establecidas las
Intendencia y Real Hacienda, la Capitanía y la Real Audiencia. En estos hechos
–el rioplatense y el venezolano– hay un fondo de estructuración de bloque, en cada
caso, que será inmensamente benéfico a la hora de la revolución emancipadora.

6
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Además, con la creación del virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires se in-
dependiza comercialmente del Perú y adquiere desarrollo económico de importancia,
mientras Lima se quebranta y debilita.1
En este mundo neo-virreinal, que acaba de organizar su cuerpo homogéneo,
nace José de San Martín, en 1778, mientras está en desarrollo la guerra de in-
dependencia de los Estados Unidos y a tiempo en que París hace la apoteosis de
Voltaire, que muere ese año. A solo un lustro de distancia, llega a la vida en Ca-
racas Simón Bolívar (1783), cuando se está firmando la Paz de Versalles, por
el triunfo de los Estados Unidos en su lucha de liberación. Los dos se presentan,
así, para la historia, en un lapso de conmoción en el nuevo mundo. Llegan a
tiempo.
Antes que ellos, como raíz nutricia de ambos y como magna dinamia
creadora, arriba a la existencia en Caracas, un cuarto de siglo atrás (1750) Fran-
cisco de Miranda. Este admirable venezolano le entregará a San Martín y a
Bolívar la América convulsionada que requerían para la plasmación del cambio
dialéctico que exigía ya la historia continental. Su martilleo titánico hizo saltar
la chispa ingente en las rocas de los Andes, en la soleada lumbre de las pampas
y los llanos, y en el caudal viajero de los ríos engendrados entre piedras solitarias.
En el planeamiento del destino americano, los dos líderes son hijos directos de
Miranda. Bolívar lo trató personalmente en Londres y lo acompañó en la apertura
de la guerra en Venezuela; San Martín no lo conoció directamente, pero fue adoc-
trinado en el evangelio mirandino por Bernardo O'Higgins, en Cádiz; el chileno
venía de recibir el redentor mensaje de labios del propio Miranda en la capital bri-
tánica. O'Higgins, de la misma edad que San Martín, será el amigo grande y
único del general rioplatense.

EL AUTOR

1 El historiador argentino Ricardo Levene define certeramente aquella rivalidad: “La severa madrastra

del Plata no fue España; fue el Perú. No tuvo Buenos Aires sino contadas permisiones de comercio, no
porque la monarquía las negara, sino porque suscitaba las protestas del comercio monopolista de Lima.
Aquellos hombres de Lima razonaban como sintiéndose en la posesión de verdades absolutas. Invocaban
un pasado de errores (en un lapso anterior al dieciocho) para legitimar una usurpación”. (Cita de CÉS-
PEDES DEL CASTILLO, GUILLERMO. Lima y Buenos Aires. Sevilla, 1962).

7
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Primera Parte

UNA MUY IMPORTANTE ESCUELA

El objeto de la historia es esencialmente el


hombre: mejor dicho, los hombres. La histo-
ria quiere aprehender a los hombres; allí
donde huele la carne humana, sabe que está
su presa.

MARC BLOCH. Introducción a la Historia.

El gran Comandante del sur, cuya vida y acción continental,


especialmente relacionadas con Bolívar y Venezuela, van a ser estu-
diadas en este libro, se llamó José Francisco San Martín y Matorras.
(Alguna vez utilizó el apellido materno como seudónimo).
¿Cómo era su presencia física, puesto ya en la madurez de la
fama? Juan Bautista Alberdi –autor de Bases para la organización política
de la Argentina– le visitó en París, y nos dejó esta elocuente estampa:
Qué diferente lo hallé del tipo que yo me
había formado, oyendo descripciones hiper-
bólicas que me habían hecho de él sus admi-
radores. Yo le esperaba más alto, y no es sino
un poco más alto que los hombres de me-
diana estatura. Yo le creía un indio, como
tantas veces me lo habían pintado, y no es
más que un hombre de color moreno, de los
de temperamento bilioso. Yo le suponía
grueso, y sin embargo de que lo está más
que cuando hacía la guerra, me ha parecido
más bien delgado. Yo creía que su aspecto y
porte debían ser algo grande y solemne, pero

9
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

lo hallé vivo y fácil en sus ademanes y su


marcha, aunque grave, desnudo de todo viso
de afectación. Me llamó la atención su metal
de voz, notablemente gruesa y varonil. Su
bien proporcionada cabeza, que no es
grande, conserva todos sus cabellos. Su
frente, que no anuncia un gran pensador,
promete sin embargo, una inteligencia clara
y despejada, un espíritu deliberado y audaz.
Sus grandes cejas negras suben hacia el
medio de la frente, cada vez que se abren sus
ojos llenos aún del fuego de la juventud. La
nariz larga y aguileña; la boca pequeña y ri-
camente dentada. Viste de negro con panta-
lón azul.2

Arribó a la vida probablemente el 25 de febrero de 1778,3 en


la pequeña población de Yapeyú, en la confluencia de los ríos Uru-
guay alto e Ibicuy, la habitaban indígenas en su mayor parte y mesti-
zos; los jesuitas habían montado instalaciones allí y daban
adoctrinamiento cristiano.

2 ALBERDI, JUAN BAUTISTA. Obras Completas. T. IV: 417.


3 Fueron sus padres el militar español Juan de San Martín, y Gregoria Matorras, oriundos los dos de Cas-
tilla la Vieja. Se casaron en Buenos Aires y engendraron cinco hijos; cuatro varones: Manuel Tadeo, na-
cido en Buenos Aires; Juan Fermín, Julio Rufino y José Francisco, llegados al mundo en Yapeyú; y María
Elena, en la Calera, Uruguay.
No se ha encontrado la partida de nacimiento de José Francisco; sí, la de su hermana María Elena, que
fue la última: 18 de agosto de 1778. Según esto, el futuro Protector del Perú debió nacer al menos un
año antes (Investigación del historiador argentino JOSÉ PACÍFICO OTERO, en Historia del Libertador
José de San Martín. Buenos Aires, 1932. Cuatro tomos). Pero el Acta de Defunción (1850), que está en el
Museo Mitre, le da al general la edad de setenta y dos años, cinco meses y veintitrés días, o sea fines de
febrero de 1778, para el nacimiento.
Juan de San Martín viajó de España al Uruguay en 1764, como teniente del ejército español, con mandato
luego de cooperar en la expulsión de los jesuitas en 1767. De allí fue enviado a la Argentina como Te-
niente Gobernador de las Misiones del Departamento de Yapeyú; se casó en 1770. Renunció en 1774,
para obtener el retiro, pero tuvo que esperar trámites hasta 1783 –¡casi diez años!– fecha en que viajó a
España con su familia.

10
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Unos cuatro años habrá tenido el niño, cuando la familia se ins-


taló provisionalmente en Buenos Aires. A los seis, arriba a Madrid
con los suyos. El año de la llegada, 1783, es tres veces importante:
nacimiento de Bolívar, Independencia de los Estados Unidos (Tra-
tado de Versalles), y abandono que hace Miranda del ejército español,
en el que había servido once años, al evadirse voluntariamente de la
guarnición española en Cuba y desembarcar en los Estados Unidos,
donde empezará a planear la Independencia americana.
Los San Martín son pobres. En esa casa no hay sino juegos de
inspiración militar, terminología castrense, disciplinas, exigencias;
todo vuélvese rigidez, orden, cumplimiento pleno de los deberes,
moral, honor; lo austero viene a tatuarse profundamente en la con-
ciencia de los niños, tal vez sin alegría, seguramente sin nada de sen-
tido poético de la existencia. Estas características se fijarán en San
Martín para siempre. Cuando reciba en Buenos Aires el cargo, en
1812 –tiene ya 35 años– de formar un Regimiento de Granaderos a
Caballo, empezará por redactar el código de Honor de los oficiales:
Delitos por los cuales deben ser arrojados
los oficiales: 1º Por cobardía en acción de
guerra, en la que aun agachar la cabeza será
reputado tal; 2º Por no admitir un desafío,
sea justo o injusto; 3º Por no exigir satisfac-
ción cuando se halle insultado; 4º Por no de-
fender a todo trance el honor del Cuerpo
cuando lo ultrajen en su presencia o sepa ha
sido ultrajado en otra parte; 5º Por hablar
mal de otro compañero con personas u ofi-
ciales de otros cuerpos; 6º Por familiarizarse
en grado vergonzoso con los sargentos,
cabos y soldados; 7º Por poner la mano a
cualquier mujer, aunque haya sido insultado
por ella; 8º Por presentarse en público con
mujeres conocidamente prostitutas; 9º Por

11
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

hacer uso inmoderado de la bebida, en tér-


mino de hacerse notable con perjuicio del
honor del Cuerpo.4
Esta siembra de profano ascetismo desde el principio, asumió
tal exigencia espiritual en cada uno de los adolescentes, que los cuatro
hermanos entraron al ejército sin titubeos y sin posibilidad de alter-
nativa. Nadie fue rebelde en esa casa, hasta que no llegó la hora de in-
dependencia americana, o sea mientras hubo allí un hogar constituido,
herméticamente tradicional. El padre no alcanzó a vivir ahora en su
España sino trece años.
El proceso para el estudiante es rutinario: ingresa al “Seminario
de nobles de Madrid”, donde, durante cuatro años, le adiestran en
unas cuantas disciplinas en mucho superficiales: latín, baile, dibujo,
música, poética, retórica, esgrima, equitación; además, algo de caste-
llano, francés, historia natural, nociones de física experimental y ma-
temática.5 Típico entrenamiento para actuar como “Noble”, en
extremo deficiente, para empezar a extraer de ahí un hombre. Quizás
lo mejor aprovechado por el estudiante entonces, fue el aprendizaje
del francés, que llegará a dominar con pericia.

Por esos años, el niño Simón Bolívar es ya huérfano de padre,


y no ha iniciado aún el conocimiento de las primeras letras; en tanto
que en Caracas se instala solemnemente la Real Audiencia (1787).
De lleno, a los doce años, se abre en el ir juvenil de José de San
Martín la rotación castrense que ya venía señalada desde la niñez, y
que ahora toma la ruta de especialización estricta. Es admitido en el
regimiento de infantería de Murcia. Le reciben a pesar de que no
puede llamarse “hijodalgo notorio”, por venir sólo de padre “que
haya sido o sea Capitán”. Juan de San Martín hállase agregado al Es-
tado Mayor de Madrid, como Capitán. Puede advertirse cómo el
poder del ejército llegaba al punto de dejar sin vigencia ciertas exigen-
cias de la nobleza; se las sustituía con la simple paternidad de un ofi-
4 Archivo de San Martín. T. I: 10-12.
5 GALVÁN MORENO, C. San Martín el Libertador. Buenos Aires: Editorial Claridad, 1942: 40.

12
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

cial. Situación de excepcionalísima preferencia, que muchos aprove-


charon. Los hermanos de José Francisco fueron cadetes en el regi-
miento de Soria.6
El año 1789 significa en la historia el estallido de la Revolución
Francesa, de tanto nexo con la Hispanoamericana. ¿Cómo está Es-
paña, la España que empieza a educar a San Martín, que fue abando-
nada por Miranda, que no quiso tocar nunca Simón Rodríguez?
Se aferra España a su pasado, su drama es
vivir en y fuera de Europa [ ... ] Ahogando la
libertad individual bajo un férreo despo-
tismo, vegeta dentro de moldes anticuados [
... ] El siglo XVIII es allí un desierto intelec-
tual propicio para que entre y se riegue la in-
fluencia francesa... Hacia finales de ese siglo
la decadencia de España es francamente irre-
mediable; se ha estancado esa nación frente
a un mundo dinámico y creador [ ... ] Es una
colectividad que por conservar su preten-
dida lozanía intocada, sin los aires de afuera,
se torna vieja.7
¿Y cómo va Hispanoamérica?
[ ... ] Nuestra historia, de tres siglos acá, se
podría reducir a estas cuatro palabras; ingra-
titud, injusticia, servidumbre y desolación.
La España nos destierra de todo el mundo
antiguo, separándonos de una sociedad a la
que estamos unidos con los lazos más estre-
chos; añadiendo a esta usurpación, sin ejem-
plo, de nuestra libertad personal, la otra
igualmente importante de la propiedad de

6 La petición de ingresos la formuló el padre, en julio de 1789. Se exigía que el aspirante tuviera 12 años;

o sea que debió de ingresar al regimiento unos cuantos meses más tarde.
7 SALCEDO BASTARDO, J. L. Historia fundamental de Venezuela. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de

la Universidad Central de Venezuela, 1972: 197, 198.

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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

nuestros bienes. Nosotros los únicos a quie-


nes el gobierno obliga a comprar lo que ne-
cesitamos a los precios más altos, y a vender
nuestras producciones a los precios más
bajos [ ... ],

dice el historiador jesuita Miguel Batllori, en su obra sobre el Abate


Viscardo.8 Tales los ambientes en que habrán de operar los futuros
libertadores, ya como estudiantes, ya como jefes de ejércitos.
Cinco etapas se fijan nítidamente en el proceso vital de San
Martín. La primera de treinta y tres años, corresponde al José de San
Martín español, hijo de españoles, al servicio de España en el ejército.
Dura casi tanto como la última, de veintiocho años, de exilio volun-
tario en Europa, hasta la muerte. Entre esos dos lapsos largos yér-
guese el San Martín histórico, que consagra al Río de la Plata un lustro
entero; que plasma la independencia de Chile, con O'Higgins, en algo
más de tres años, y que inicia la emancipación del Perú, en dos años.
En suma, algo más de una década en el torbellino de la acción, para
libertar la parte de América que le correspondió en destino; antes, la
preparación militar perfecta; después, el destierro por propia decisión,
hasta el final. Morirá fuera de su lar nativo, como Bolívar –cuya ha-
zaña a todo motor duró dos décadas íntegras–, como Miranda, An-
drés Bello, Rivadavia, Sucre, Monteagudo, Simón Rodríguez,
Morazán, O'Higgins.
En el total de esas etapas se halla la rigidez de lo absolutamente
lógico. Se las podría describir como trazadoras de una gran parábola,
cuya curva más alta se llamó Lima; todo se vuelve un ir hacia allá;
porque Lima –el Perú– significa la terminación de la guerra libertaria;
luego, la curva desciende y más desciende hacia los olvidos y la
muerte. En todo el proceso, “la fuerza y el honor de ser hombre”,
que dijera Malraux! Pocas veces se encuentra, en la vida de los exi-
mios, una ruta más nítidamente trazada que la sanmartiniana: sin des-

8 Citado por SALCEDO BASTARDO, J. L. Ibid.: 197.

14
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

viación ni flaqueza, sin ningún detenerse. A la hora larga, muy larga,


del vencimiento –la de la “expiación de la grandeza”, según Rodó–
afrontará su soledad con la entereza de los invencibles.
Los once años intrépidos, creadores, de San Martín, requerían
la preparación inmensamente amplia que tuvo en el ejército español.
De no haber alcanzado el dominio absoluto del arte militar, aprendido
desde los doce años y continuado hasta obtener, por rigurosísimo as-
censo, el grado de Teniente Coronel, no habría agrandado el hercúleo
vigor de su obra hasta el triunfo total en Chile; ni hubiese penetrado
ya tan a fondo en la liberación del Perú –iba en ruta para alcanzar allí
culminación entera–. Moles inmensas los Andes, para atravesarlas con
miles de soldados; tierra ingente la chilena; virreinato gigante el del
Perú: todo eso había que tomarlo, dominarlo. Era, asimismo, indis-
pensable ser un General de extraordinaria sabiduría para rectificar
enérgicamente, a distancia de sólo quince días, la derrota de Cancha
Rayada con la victoria de Maipo, decisiva para la emancipación de
Chile.
En el norte africano –costas de Marruecos y Argel, donde tiene
posesiones España–, se abre para el cadete rioplatense el horizonte de
la guerra: hombres que matan, hombres que mueren, destrucción y
odio, en busca de algo que debe imponerse, aún por ese medio de
crueldades brutales. Trasladado su cuerpo a Melilla, tiene que afrontar,
en una compañía de granaderos, la defensa de la ciudad de Orán, ata-
cada por los moros; el asedio dura treinta y siete días, hasta que los
agresores se retiran. “Fuego, hambre, insomnio” y luego el espectá-
culo de muertos, heridos, escombros ingentes: era su experiencia ini-
cial, antes de llegar a los catorce años, a la entrada de la pubertad.
Esfuerzo, dolor, demasiado prematuros. El padecimiento recio, lle-
gado temprano, acera. También Antonio José de Sucre entró en el fa-
talismo de los combates muy pronto: a los quince años.
Con esa huella sangrante dentro, y sometido a los diarios ejer-
cicios militares que harán de él un soldado fuerte, disciplinado, capaz,
permanece en Melilla más de un año.

15
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Europa no ha querido tolerar la toma de la Bastilla. Hay tem-


peratura hirviente en el Viejo Mundo. Pitt, desde Londres, logra or-
ganizar la primera coalición contra Francia, con Austria y Rusia; luego,
entrará España, cuyo omnipoderoso ministro Godoy ha decretado la
expulsión de los franceses residentes en el país. Francia lucha, se de-
fiende, ataca. Llega a París Francisco de Miranda, con ánimo de con-
seguir del gobierno francés un apoyo directo para la independencia
americana, y le enrolan en las tropas, como Mariscal de Campo.
Triunfa en Valmy, a órdenes del General Dumouriez; después, en la
toma de Amberes. Miranda es América, actuante en Europa. San Mar-
tín, que ha sido trasladado a Aragón, vése de nuevo en campaña, con-
tra Francia, que acaba de decapitar a su rey Luis XVI.
En esa Caracas de Miranda, el niño Simón Bolívar se ha que-
dado huérfano también de madre; ha heredado muchos bienes de for-
tuna y está siendo educado por el maestro Simón Rodríguez, quien le
ha enseñado desde las primeras letras y le conduce según las teorías
pedagógicas de Rousseau, fijadas en el Emilio; actúan con Rodríguez
otros profesores; hay mucho esmero en prepararlo para el porvenir.
Fue inmensa buena suerte para el futuro Libertador haber dado con
un orientador de la excepcional calidad de Rodríguez. Este juvenil
ductor, a los veinte años, tenía ya sabiduría y poseía, además, dos
dones de alta entidad: la rebeldía y la originalidad.
La campaña española contra Francia tuvo su parte de ofensiva
penetrante en el sector sur francés, frontera catalana. Comanda la
irrupción el general Ricardos, y en esas tropas va San Martín –con
dos de sus hermanos–; Ricardos perece. El oficial rioplatense es as-
cendido por valentía a Segundo Subteniente. Más tarde, los españoles
retrocederán. “En la mayor parte de esos combates se halló y distin-
guió San Martín, especialmente en la defensa de Torre Balera, de Creu
del Ferro, ataques a las alturas de San Marsal y baterías de Villalonga
(octubre de 1793), así como en la salida de la Hermanita de San Lluc
y acometida al reducto artillado de los franceses en Bayuls del Mar”.9

9MITRE, BARTOLOMÉ. Historia de San Martín y de la Independencia Sudamericana. T. I: 93. (Tercera


edición).

16
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Las consecuencias de la Revolución Francesa empiezan a apa-


recer en el Caribe. En Venezuela se produce una insurrección de
gente de color –esclavos– insuflados en el alzamiento por el zambo
libre José Leonardo Chirinos; durante tres días se desata la violencia
en la ciudad de Coro; proclaman los principios de libertad, fraternidad
e igualdad, que llaman “La Ley de los franceses”. En los dos Mundos,
el Viejo y el Nuevo, le zarandea al hombre el término Libertad, que
se volverá huracán. Francia ilumina con éxito, se amplía hacia el ex-
terior. San Martín no lo advierte todavía, simplemente pelea, bajo ór-
denes, pero la ruta que va tomando la política occidental es, no la
española sino la francesa.
El próximo hacer sanmartiniano será en el mar, y contra los in-
gleses –ahora Francia y España se han aliado para atacar a Inglaterra–
. ¡Europa es un modelo de fraternizaciones! El regimiento Murcia es
parte de la dotación de la flota española; así, tiene que afrontar el ata-
que de la escuadra británica frente al cabo de San Vicente (sur de Por-
tugal); comandada ésta por el almirante Jerwis, pone en derrota a la
de Córdoba, que pierde cuatro navíos. Las aguas del océano –de los
océanos– visten uniforme inglés. San Martín está de duelo por la
muerte de su padre. Va navegando en el buque La Dorotea; pero el 15
de julio de 1798, cerca de Cartagena, es atacada La Dorotea por el
navío inglés León; vencida la nave española, su dotación cae prisionera
a pesar de haber combatido con desesperada agresividad. San Martín,
de veinte años preso –y de los ingleses–, doma mejor su carácter; va
aprendiendo a luchar por la invencibilidad; al mismo tiempo, conoce
a pueblos diferentes, sus ambiciones, sus audacias, su sentido de do-
minio. La guerra en el mar le servirá de antecedente magnífico para
cuando haya de emprender en la aventura libertadora del Perú, par-
tiendo de Valparaíso. En el futuro de San Martín habrá una ciudad de
Londres –la “reina de los mares”– una Logia Lautaro, internacional,
y un almirante Cochrane, que cooperará brillantemente con él y que
luego se volverá enemigo.
Otro movimiento insurreccional ha estado a punto de impo-
nerse en Venezuela, con el pedagogo español Juan Bautista Picornell,

17
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

a quien, por conspirar en España contra la monarquía, habíanle con-


denado a prisión perpetua en una cárcel de América. Llegado a Ve-
nezuela con Manuel Cortés Campomanes, José Lax y Sebastián
Andrés, toma nexo en La Guaira, desde el encierro, con los revolu-
cionarios Manuel Gual y José María España. “Sin duda –escribe Sal-
cedo Bastardo– fue el más perfecto y completo de los proyectos
revolucionarios”. Picornell y los otros se fugarán, fracasará el intento,
al final. Entre los comprometidos ha estado el maestro de Simón Bo-
lívar, Simón Rodríguez, que logra salir del país. Su alumno ha sido in-
troducido ya a los estudios militares, casi a la misma edad en que los
comenzó San Martín en Madrid. Uno y otro son hijos de militares; el
padre de Bolívar, un coronel. Bases para el futuro. En 1798, Bolívar
es subteniente. Al año que sigue, será enviado a Madrid a educarse;
pero, al contrario del ir sanmartiniano, penetrará desde el comienzo
en zonas de doctrina liberal.
Cronológicamente, el siglo dieciocho tiene ya la pre-imagen de
la extinción. Siglo grande ha sido para la historia con la Enciclopedia,
la Ilustración, la Revolución de los Estados Unidos y la de Francia.
Para Hispanoamérica, con el nacimiento en él de Miranda, Bello,
Simón Rodríguez, O'Higgins, Sucre, Pueyrredón, Hidalgo y Morelos,
Alvear, Rivadavia, Unánue, Nariño, Santander, Morazán, Olmedo,
Rocafuerte, Espejo, Tupac Amaru, Artigas. Para la lista de sucesos
únicos, inigualables: la aparición de Napoleón Bonaparte. Y para la
cultura, la brillante eclosión del romanticismo. Además, la industria-
lización inglesa ha dado ser y nervio a la Revolución Industrial que
cambiará el orden económico del mundo en muchos aspectos; habrá
una nueva concepción del trabajo; se inician las reformas agrarias;
emerge de la nada la nueva diosa: la máquina. Son lapsos éstos, de
auténtica grandeza del hombre.
Casi al cierre de la centuria, San Martín, Miranda, Bolívar, O'-
Higgins, con otros, hállanse inmersos en la historia europea; no pue-
den dejar de ver y padecer el desate de los acontecimientos. En el
ámbito de lo menor, O'Higgins es presentado a Miranda en Londres,
hecho que asumirá trascendencia el día en que el líder chileno y San

18
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Martín se conozcan en Cádiz. Miranda le dijo al nuevo amigo:


Sí, hijo mío, la Divina Providencia desea
cumplir nuestras esperanzas de libertad para
nuestra patria común, que está decretada en
el libro del destino. Mucho secreto, valor y
constancia serán la égida que os guardará de
los golpes de los tiranos.
Inicióle luego en la Logia masónica.10 A esa misma entidad
masónica ingresarán más tarde San Martín y Bolívar.
Tras breve receso, al salir de la prisión inglesa, es reincorporado
San Martín y enviado a pelear con los portugueses, en la llamada
“Guerra de las naranjas” (1801), en la que España, presionada por la
Francia ya casi entregada a Napoleón, ataca a Portugal que se ha ne-
gado a cerrar sus puertos al comercio británico. No se producen ac-
ciones de envergadura. Después de una corta actividad de
reclutamiento en Castilla, San Martín arriba a Cádiz, donde la figura
del futuro prócer cae verticalmente en un proceso de cambio. Mien-
tras tanto Bolívar, consagrado al estudio y al amor, se casará en Ma-
drid y regresará a Venezuela. La educación recibida por Bolívar ha
sido en cierta manera una continuación de la de Simón Rodríguez en
Caracas; el marqués de Ustáriz, donde se alojó, es un liberal enciclo-
pedista: “más se aprendía conversando con el marqués que en las
obras de los sabios”. Allí actúan profesores de historia, filosofía, lite-
ratura, idiomas; empieza el estudiante a leer a los clásicos; trata de pe-
netrar en el francés –que dominará hasta escribirlo con elegancia–, el
inglés, el italiano; se ejercita en la esgrima –es ambidextro–, la equi-
tación, el manejo de armas. Aparte de que absorbe con vehemencia
las sutilezas de la vida elegante y galante, de que hará amplísimo uso
en su vida de político y de libertador. Por contraste, estas complacen-
cias sociales no serán nunca del agrado pleno de San Martín.
En Cádiz, ese momento, hay epidemia de cólera; los activos
servicios del capitán rioplatense llegan a considerarse eminentes. Pero

10 O’HIGGINS, BERNARDO. Epistolario. T. I: 30 nota.

19
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

lo medular del espíritu sanmartiniano no está en eso, sino en la suerte


de evangelización que va a recibir, y tan poderosa que sentirá como
la llegada de una nueva luz. Se hace una perforación mental. Camina-
mos por la tierra pisándola –advertía el antiguo escritor del taoísmo
Chuang-tse–, pero lo que cuenta no es la grabación del pie en el suelo,
sino el vacío al dar el paso; ese espacio limpio, aéreo, impalpable, nos
permite llegar a grandes distancias. Para San Martín, Cádiz significa
aquel no pisar la tierra –lo hacían los otros militares, todos los mili-
tares que servían al Rey–; atrápale y le sacude lo espacial entre paso y
paso, vale decir lo espiritual, lo pensante, lo que conduce a las convic-
ciones. El puerto gaditano mora en combustión; arriban los buques
procedentes de América, de allí parten los viajeros hacia el Nuevo
Mundo; constituye por lo mismo zona de encuentro, de diálogos y de
novedad; se hace ahí una suerte de mezcla étnica, social y mental; po-
dría llamársele puerto mayor por eso, puerto grande; allí se abrazan
o se despiden Europa e Hispanoamérica; soltar anclas, levar anclas,
plasman rico símbolo. San Martín, nacido en América, llega a con-
versar al fin con americanos; los descubre, se acerca a ellos, intima.
Comprende que ser español de las colonias es muy diferente de ser
español peninsular; encuentra una nueva fraternidad. Y lo que escu-
cha de los americanos tiene para él sentido nuevo; por vez primera se
le habla de descontento, de conspiraciones revolucionarias, de injus-
ticia con los criollos. Fraterniza casi inmediatamente con el chileno
Bernardo O'Higgins, de su misma edad, quien le revela que cuando
conoció a Miranda en Londres en 1798, este general se dedicaba a
enseñar a los jóvenes suramericanos “a gustar el dulce fruto del árbol
de la libertad”. Y entre conversaciones y discusiones, comentarios y
asertos, O'Higgins catequiza al neófito rioplatense. El chileno dejó
en sus cartas una explicación de su misión en España:

O'Higgins –dice, hablando en tercera per-


sona– partió de Inglaterra para España, con
planes hechos en Londres, con los surame-
ricanos Bejarano, Caro y otros; planes que, a

20
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

su llegada a España, O'Higgins presentó en


la “Gran Reunión Americana” [La Logia
masónica], reservando para su comité se-
creto las medidas más privadas, que no
podía revelar a los miembros de la Gran
Reunión. Esta sociedad estableció su sede en
las Columnas de Hércules, de donde salieron
los emisarios que habían de destruir el trono
del tirano de la América del Sur; O'Higgins
se dirigió a Chile y Lima; Bejarano a Guaya-
quil y Quito, Baquijano a Lima y Perú lo
mismo que los canónigos Cortés y Fretes,
que fueron a Chile.11
Cádiz vino a ser, después de Londres, la segunda ciudad en im-
portancia, para los planes mirandinos. Allí está erigido el portalón de
América; ahí se inyecta conciencia libertaria paulatinamente, tenaz-
mente, en espíritus aptos como el de San Martín. Hay que crear en el
rioplatense un problematismo nuevo, erradicando del yo profundo la
fórmula colonialista en que ha venido creyendo. Hay que demostrarle
que el Nuevo Mundo hispano está ya muy maduro para la emancipa-
ción. Las prédicas sabias y penetrantes del chileno y otros surameri-
canos con quienes se encuentra, más el desarrollo de los
acontecimientos posteriores en España y sus dominios generarán per-
suasión. Antes de diez años, el oficial rioplatense dará el colosal viraje;
renunciará a España y su ejército y, por este acto inmensamente va-
leroso, verá abrírsele las rutas de su perennidad personal en la Histo-
ria.
Cádiz vuélvese escenario, en aquellos mismos días, para Simón
Bolívar. Viudo a los ocho meses de casado, arriba a este puerto (oc-
tubre de 1803) y busca, tal vez a espaldas de sus tíos Esteban y Pedro,
que lo han recibido, un apoyo para su ir desorientado y, a la vez, una
ruta de trascendencia. Ingresa a la “Logia de Cádiz” –O'Higgins ha
partido ya, el año anterior, hacia Chile– y hace el juramento que exigía
la entidad:
11 O'HIGGINS, BERNARDO. Epistolario. T. I: 30.

21
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Nunca reconocerás por gobierno legítimo


de tu patria sino aquel que sea elegido por la
libre y espontánea voluntad de los pueblos,
y siendo el sistema republicano el más acep-
table al gobierno de las Américas, procede-
rás por cuantos medios estén a tu alcance a
que los pueblos se decidan por él.12

Siguió luego a Madrid. No se conoció entonces con San Martín;


y cabe lamentarlo, porque de haberse vuelto amigos desde ese año,
mayor habría sido su entendimiento en el futuro, ya en la marcha de
la guerra dirigida por los dos. Madrid nada le ofrece a Bolívar, que
pasa inmediatamente a París, donde encontrará la pasión de Fanny
du Villars y, luego, la presencia, la palabra, la reatadura del interrum-
pido nexo con su maestro Simón Rodríguez. París le dará a Bolívar los
grados segundo y tercero de la francmasonería.13
¿Qué pensaron los españoles; qué pudo pensar San Martín de
la coronación en París de Napoleón Bonaparte como Emperador?
Todo pudo ser suma de comentarios y hasta de sospechas; nada más.
España, en alianza con Francia, sólo mira a Inglaterra, su enemiga. El
Corso es únicamente una amenaza potencial, visto que ya se ha apo-
derado de casi toda Europa, en aquel 1804. Bolívar tiene una opinión
diferente. Presencia la coronación, en compañía de su maestro Rodrí-
guez; y dirá más tarde:
Aquel acto magnífico me entusiasmó: aque-
llas ovaciones me parecieron el último grado
de las aspiraciones humanas [ ... ] La Corona
que se puso Napoleón sobre la cabeza la
miré como una cosa miserable y de moda
gótica [ ... ] Desde aquel día lo miré como
un tirano hipócrita, oprobio de la libertad y
obstáculo al progreso de la civilización.14
12 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Bolívar. Madrid: Editorial Mediterráneo, 10ª ed., 1983: 34.
13 PÉREZ VILA, MANUEL. La formación intelectual del Libertador. Caracas: Ediciones del Ministerio de
Educación, 1971: 79, texto y nota.
14 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Op. cit.: 37.

22
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Rodríguez comentará: “Se infló y se elevó como un globo, le


faltó gas y fue a caer en un islote, en medio de los mares”.15 Bolívar
será antimonárquico siempre, sin titubeo, en afirmación categórica.
San Martín, aun vuelto líder de la independencia, no perderá del todo
su apego al sistema monárquico, como lo mostrará en Mendoza y en
el Perú más tarde. También Miranda propuso una mixtura monár-
quica-republicana, denominada “El Incanato”: un poder Ejecutivo
con dos Incas y dos Cámaras, una de Caciques y otra de Comunes;
quería un Imperio Federado.
Pero el ya aleccionado San Martín sobre la voluntad de libera-
ción de América, sí debió de meditar que en Bonaparte había un dés-
pota, contra el cual habría que combatir. Es el pensamiento de casi
toda Europa, en donde se han formado ya dos coaliciones defensivas.
Otro hecho debió de presionar también en la conciencia san-
martiniana: la independencia de la primera colonia en la ancha zona
hispanoamericana: Haití. Para impedirlo, el Corso envió a su cuñado
el general Víctor Manuel Leclerc con veinticinco mil hombres, contra
los cuales los haitianos pelearon reciamente, hasta que su bravura, au-
nada a las enfermedades tropicales y la marcha por la selva que no pu-
dieron resistir los soldados europeos, produjeron el desbande de los
bonapartistas y el consiguiente acto de declaración de independencia
el 1º de enero de 1804, con Jean Jacques Dessalines por jefe. En el
Nuevo Mundo Latino había sido erigida la primera columna del
magno palacio de la Libertad. O'Higgins, vocero de Miranda, empe-
zaba a tener razón.
Y no sólo el caso de Haití. La oculta mano de la Ley dialéctica
mueve acontecimientos que plasmarán el cambio en el mundo occi-
dental. Lo que se presenta el año siguiente agita aún más las mutacio-
nes: la escuadra británica destruye en Trafalgar, comandada por el
almirante Nelson, las flotas unidas de España y Francia. El poderío
marítimo español llega, así, a su fin; la Corona de Madrid entra defi-
nitivamente a la incapacidad de defender sus colonias de ultramar. En
15 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Simón Rodríguez, Maestro de América. Caracas: Ediciones de la

Universidad Simón Rodríguez, 1976: 73.

23
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Trafalgar se escribió uno de los más importantes capítulos de la eman-


cipación hispanoamericana. Miranda, muy atento a los hechos deter-
minantes, llegará antes de fin de año a New York, para organizar
revolucionariamente un equipo que pondrá en marcha poco después.
Con Trafalgar coincide un acto que en sí significa salto hacia el
futuro: en el Monte Sacro de Roma, Bolívar, acompañado de su maes-
tro, jura libertar a su patria o morir en la demanda. Siete años más
tarde, en 1812, San Martín, al retornar al Río de la Plata, no hará ju-
ramento de liberación: su país es ya independiente, aunque no de
modo seguro todavía; dirá simplemente, con modesta austeridad
noble: “Vengo a servir a mi patria y a los intereses de América”. Su
juramento será posterior, y se referirá a Chile y al Perú. Cuando los
grandes empeñan su palabra, van al cumplimiento de ella irrevocable-
mente: o perecen, como Hidalgo, Morelos, Morazán.
¿Por qué fracasó Miranda a poco de eso en sus expediciones a
la costa venezolana en 1806? Por dos causas principales, entre otras:
el oportuno aviso del Ministro español en los Estados Unidos, mar-
qués de Casa Yrujo, al Gobernador de Cuba, al virrey de la Nueva Es-
paña y al Capitán General de Venezuela, todos los cuales tomaron
medidas para aplastar el empeño mirandino. Yrujo, además, dirigió
una nota de protesta al Secretario norteamericano Madison por haber
permitido la salida de la expedición. Y el Ministro de España en París
denunció ante el ministro Talleyrand la conducta de los Estados Uni-
dos, calificándola de contraria a la neutralidad.16 En Ocumare de la
Costa, las tres naves de Miranda fueron atacadas por dos buques de
guerra españoles, que capturaron dos goletas expedicionarias y 58
personas de la tripulación. El General se retiró a Trinidad con lo que
le quedaba. Por otra parte, el proyecto de emancipación no era todavía
empeño popular, sino de grupos dirigentes que habían estado en co-
municación con Miranda a través de las logias; en el espíritu del cau-
dillo revolucionario hubo un error de perspectiva; creyó que los
colonos “estaban esperando ansiosamente su llegada para libertarse

16 ROBERTSON, WILLIAM SPENCE. La vida de Miranda. Caracas: Publicaciones del Banco Industrial

de Venezuela, 1967: 236.

24
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

del yugo español”. Al desembarcar, en un segundo intento, tres meses


después, en La Vela de Coro encontró a Coro abandonada por la ma-
yoría de sus moradores, en quienes las autoridades y el clero habían
hecho, en acuerdo con la nobleza, una prédica tenaz de desprestigio
de Miranda, acusándolo de traidor, pirata y ateo, y poniendo a precio
su cabeza (30.000 pesos). Había, por añadidura miedo grande a los
castigos hispanos, que a veces iban hasta la decapitación y la exhibi-
ción de las cabezas de las víctimas en plazas y caminos.17 De Miranda
se habló, de todos modos, en Europa y en América; San Martín debió
de saberlo.
Como también se publicó mucho en Europa –y sobre todo en
España– acerca del ataque de los ingleses a Buenos Aires; la ciudad
fue tomada el 25 de junio de aquel mismo año por el general Beres-
ford y sus dos mil soldados; el virrey español huyó. Los porteños, re-
beldes, nombraron al capitán de navío Santiago Liniers como jefe del
Puerto y, en brava lucha, los ingleses fueron expulsados antes de dos
meses. Volvieron sin embargo los invasores al año siguiente, desem-
barcaron, fueron combatidos y expulsados nuevamente. Miranda
había desaconsejado esta aventura inglesa y había previsto el desen-
lace. En aquel alarde de personalidad libertaria de los rioplatenses,
distinguióse Juan Martín de Pueyrredón, que más tarde será el cola-
borador decisivo en la hazaña sanmartiniana de cruzar los Andes y
emancipar a Chile. El magno hecho político que emergió entonces
fue el de que América era capaz de erigir sus propios gobiernos, visto
que Liniers llegó a ser nombrado Virrey, cuando la derrota de los in-
gleses. Este segundo antecedente significaba tanto o más que la propia
independencia de Haití; ahora, la notificada era directamente España.
¡Y para San Martín emergió algo nuevo, que tocaba con su propio lar
rioplatense!18 ¡Qué excelente reactivo espiritual!
Bolívar regresa de París a Venezuela; pasa por los Estados Uni-
dos, donde se queda cinco meses –deja educándose allá a su sobrino
Fernando–; en Caracas le otorgan, por simple antigüedad, el grado
17 ARELLANO MORENO, ANTONIO. Breve Historia de Venezuela. Caracas: Imprenta Nacional, 1973:

125.
18 SÁNCHEZ, LUIS ALBERTO. Breve Historia de América. Buenos Aires: Editorial Losada, 2ª ed., 1965:

264-265.

25
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

de Teniente. Nada especial busca; ¿aguarda acontecimientos? Sabe


que vendrán. Europa, mareada por el poderío napoleónico, no tiene
tiempo suficiente para observar a la América.
España, dominada por Godoy, el desvergonzado favorito de la
reina, es arrastrada a la invasión napoleónica de Portugal, cuyo reparto
se planea; Godoy aspira a una tercera parte para él, personal. Y en
los ejércitos del asalto, tiene que marchar San Martín. Retornará a
Cádiz sin ninguna gloria, designado edecán del general Francisco So-
lano. ¿Qué le falta a Napoleón en el continente europeo? Apoderarse
de España. Al paso para Portugal ha dejado veintiocho mil hombres
en territorio español. Y se produce la invasión; el Corso logra atraer
a Bayona, ciudad francesa, a Carlos IV y a su hijo Fernando. El Rey
hispano abdica, retira luego la abdicación. Fernando pídele apoyo a
Napoleón; el Rey cede al Emperador todos los derechos sobre Es-
paña y América. Vergüenza sobre vergüenza; humillante abyección
de los monarcas. José Bonaparte es declarado nuevo rey de los espa-
ñoles. Pero el pueblo español no cede, se rebela, se alza soberano el
2 de mayo en Madrid y declara la guerra al invasor.
San Martín encuéntrase en Cádiz aquel 2 de mayo, de edecán
del general Francisco Solano Ortiz. Este militar se niega a tomar parte
en la revolución antinapoleónica que ya empieza a arder en todo el
país; prefiere medidas de prudencia. Las masas le tildan de afrance-
sado y lo linchan, a pesar de los esfuerzos de San Martín para salvarlo.
El oficial-edecán huye a Sevilla, a su regimiento de Campo Mayor.
De ahí, irá a la guerra; no solamente por disciplina militar, como antes,
sino sobre todo por entusiasmo en defensa del derecho de un pueblo
a no ser mancillado por extranjeros. Peleará en pro de la rebeldía y de
la libertad. Está anticipando su futuro. Participa brillantemente en el
combate de Arjonilla, y la Junta de Sevilla le otorga el grado de Capi-
tán. Poco después, combate nuevamente en la Cuesta de Madero. Las
pequeñas acciones se multiplican, en bien trabada enfervorización
creciente. Hasta que se da una gran batalla en Bailén (en la provincia
española de Jaén), el 19 de julio de aquel 1808, con inmenso triunfo
de los peninsulares. San Martín combate en ella, con tan gallarda bra-

26
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

vura que se le asciende al grado de Teniente Coronel. Su ir militar ha


venido de perfeccionamiento en perfeccionamiento. El que busca su
destino, asciende siempre.
Bailén fue el espolazo hacia el optimismo, en el pueblo español.
Bonaparte y sus tropas no eran invencibles; a desafiarlos, por tanto,
¡sobre todo acosándolos por muchos puntos a la vez! Nunca la guerra
de guerrillas se volvió en la historia tan eficazmente desquiciadora;
acabará por triunfar, pero a largo plazo. Entre tanto, lo agónico de un
aparente debilitarse y caer: antes de dos años, los franceses habrán
tomado prácticamente casi toda la Península, exceptuados Lisboa,
parte de Galicia, Cádiz y las Islas. Ha tenido que organizarse en Eu-
ropa una nueva coalición contra el Corso. Hay triunfos, hay derrotas.
San Martín hállase en el combate de Tudela, que es fracaso español;
lo mismo, en otros puntos. ¿Cuándo consiguió ningún pueblo la liber-
tad firme, sin arduos sacrificios?
La invasión francesa –hay que subrayarlo– significó para Es-
paña la penetración, sin resistencias que vencer, de los libros de la
Enciclopedia, de los cien autores prohibidos por el gobierno monár-
quico y por la Inquisición. Se echó anchamente por los campos del
pensar hispano la semilla del liberalismo a tal punto que aunque todos
odiaban a Napoleón, muchos se entregaban a las innovaciones inte-
lectuales procedentes de París. No sorprende, por eso, que la reunión
de las Cortes en Cádiz, convocada para tratar de mantener la unidad
del Imperio Español, hubiese marchado directamente, y con la con-
currencia de representantes de las colonias americanas, a la estructu-
ración de una Carta Constitucional de carácter liberal. (Cuando se la
apruebe (marzo de 1812), ya San Martín habrá abandonado a Es-
paña).
En coincidencia –en aprovechamiento– de la grave recesión es-
pañola, las colonias americanas abren fuegos contra el poder metro-
politano. ¿No es sabiduría asir la ocasión en que el enemigo se
muestra débil? Se sublevan los mexicanos con el cura Hidalgo, los de
Charcas, los de La Paz con su Junta Tuitiva; los quiteños, el 10 de
agosto (1809); luego todos los del año 10: Caracas, Buenos Aires, Bo-

27
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

gotá, Santiago de Chile, Asunción, Guatemala, Santo Domingo.


Nadie detendrá la gigantesca trepidación.
Los ingleses acuden en ayuda de España, contra el Corso.
Desembarcan tropas en Lisboa, al mando de Sir Arthur Wellesley;
otros contingentes, en la Coruña, con Moore. Terminarán por vol-
verse factor determinante en la derrota final de Bonaparte en toda la
Península.
San Martín, que hubo de tomar un reposo de varios meses, por
enfermedad en las vías respiratorias, volvió a la lucha armada como
Ayudante del general Compigny, con acuartelamiento en Sevilla. A
comienzos de 1811, se encuentra en Cádiz, o sea en la ciudad donde
discuten las Cortes y donde se está forjando una liberación político-
doctrinaria para la propia España. En el seno de esta entidad sobe-
rana, se declaró en febrero que los americanos tendrían acceso a todos
los cargos públicos.19 Cabe suponer, con probabilidad de evidencia,
que San Martín estuvo en comunicación entonces con los diputados
americanos José Joaquín Olmedo –que más tarde, en Guayaquil, se
mostrará sanmartiniano decidido en 1822, cuando la entrevista del
general rioplatense con Bolívar–, el peruano Vicente Morales Suárez,
el quiteño José Mejía Lequerica, el mexicano Miguel Ramos Arizpe y
fray Servando Teresa de Mier, entre otros. Este nexo, de esencia me-
dular, acabó de determinarle a José de San Martín a abandonar las
filas del ejército español, para acudir a la lucha en América por la In-
dependencia. Americanos fueron los que finalizaron la labra libertaria
en ese espíritu oportunamente iluminado por el emisario de Miranda,
O'Higgins, precisamente en esa misma Cádiz.
Sólo una batalla más le falta al rioplatense, en suelo español; la
de Albuera, en mayo de ese año. Los franceses son derrotados, esta
vez por fuerzas combinadas de España, Inglaterra y Portugal. Poco
después, San Martín es destinado a la comandancia del regimiento de
Sagunto, que fue casi deshecho por los franceses. Esta será su última
jefatura militar en España.

19 SÁNCHEZ, LUIS ALBERTO. Op. cit.: 282.

28
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Aquellos 1810 y 1811 han sido determinantes para la patria de


Bolívar. Se ha producido un verdadero golpe de Estado el 19 de abril,
con la destitución del Capitán General Vicente Emparan y su expul-
sión del país (1810); la junta constituida entonces se denominará “De-
fensora de los derechos de Fernando VII” –dejará de defenderlos
muy pronto–; ha entrado a producir agitación revolucionaria la “So-
ciedad Patriótica”, en que luego alzarán la voz desafiante Simón
Bolívar y Miguel Peña, Muñoz Tébar y José Félix Rivas, Soublette y
Miguel José Sanz, Salías y Espejo, los Carabaño, Yánes y tantos otros.
Se decide el envío a Londres de tres ciudadanos eminentes: Bo-
lívar, Luis López Méndez y Andrés Bello (Secretario), encargados de
obtener apoyo de Inglaterra; otros van a los Estados Unidos (el her-
mano de Simón Bolívar, Juan Vicente, entre ellos), y a Curazao y Ja-
maica. Consigue Bolívar en Inglaterra lo más que podía alcanzar: que
Miranda viaje a Venezuela, para una intervención suya directa en la
Revolución, como ciudadano y como General. Con él presente y ac-
tuante como diputado, en Caracas, se firma el Acta de Independencia
venezolana, el 5 de julio de 1811.
Y menos de dos meses después –tomados los hechos en hilo
cronológico–, el 6 de septiembre de aquel 1811, el Consejo de Re-
gencia español expide el decreto por el cual se le concede al Teniente
Coronel José de San Martín el retiro del ejército. El oficial rioplatense
ha dado el salto gigante, el mayor de su vida, al solicitar aquel retiro.
Va en busca del cumplimiento de su proyección vital. La petición ha
empleado el más fútil de los pretextos: tener que trasladarse a Lima
para arreglar allí intereses que no ha podido atender. ¡Ni siquiera co-
noce el Perú! Le otorgan el retiro, torpemente. Más que torpemente,
muy ingenuamente. El Inspector General Interino de Caballería, que
debe opinar en este caso, llega a alegar “el ahorro al erario del sueldo
de agregado de que disfruta el Capitán”. O hubo miopía, ceguera, o
algo peor, o determinados elementos dirigentes españoles, civiles y
militares, hallábanse ya dentro del desaliento que hubo al caer casi
todo el sur de España en poder de los franceses, comandados ahora
por el célebre Massena; en esa depresión anímica, era fácil acceder a
una petición de retiro.

29
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

El informe del Despacho de Guerra dice:


Este oficial ha servido bien los veintidós
años que dice, y tiene méritos particulares de
guerra, principalmente los de la actual, le dan
crédito y la mejor opinión [ … ] Soy de opi-
nión que puede concederse el retiro que so-
licita, para atender a sus intereses, en Lima,
y cuidar de la subsistencia de dos hermanos
que deja en los ejércitos de la Península.
Los hermanos nada necesitaban, si eran oficiales en actividad.
Lo razonable hubiera sido que le negaran la petición, al menos hasta
que no se terminara la guerra contra Napoleón. La aceptación fue un
triunfo para América. Los dioses, cuando quieren perder a los hom-
bres –en este caso, la perdedora será España–, no los enloquecen,
como antiguamente se afirmaba, sino que los enceguecen. Nadie sos-
pechó lo que significaba ponerle en ejercicio de total liberación a un
San Martín. En Caracas, el año siguiente, el general español Monte-
verde tiene en su poder al insurrecto Bolívar, y le concede pasaporte
por considerarle un calavera. También Monteverde fue enceguecido
por los dioses, es decir por el vigor de la tríada hegeliana que coordina
acontecimientos enrumbados al cambio que ha de realizarse inexora-
blemente.
Tiene prisa San Martín en la partida: a los ocho días de la au-
torización ya se embarca hacia Londres, donde se quedará cuatro
meses. Su viaje cuenta con la ayuda de un amigo, compañero en la
guerra: el inglés Lord Macduff, que no amenguará su sentido amistoso
nunca, ni siquiera en los días en que San Martín vuelva a Europa, de-
finitivamente vencido.20
Londres, para el oficial rioplatense, es el conocimiento de varios
latinoamericanos: Andrés Bello; Tomás Guido, que será su Ministro,
su consejero, su compañero; Carlos Alvear, el adinerado, en cuya casa
se aloja; Luis López Méndez, Fray Servando Teresa de Mier y otros.

20 MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. T. I: 113.

30
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

En todos hay una misma fe y una misma decisión; la indepen-


dencia americana. Invitado a ello, se afilia a la Logia masónica fundada
por Miranda. Se vincula, así, al propio Miranda y a Simón Bolívar. Ya
en América, San Martín no sólo fundará otras Logias, sino que las
volverá su obligado organismo de consulta política. Nunca la maso-
nería operó más abiertamente que entonces, en Buenos Aires, San-
tiago o Lima. O'Higgins desarrollará igual fervor. Bolívar terminará
por alejarse de la masonería, alcanzada ya la emancipación americana.
Parte San Martín hacia Buenos Aires el 19 de enero (1812), en
la fragata inglesa Jorge Canning; va muy acompañado: los rioplatenses
Carlos de Alvear, Jorge Matías Zapiola, Francisco Vera, Carlos Ore-
llano, Eduardo Holemberg y numerosos jóvenes, en buena parte sol-
dados.21

21 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Historia del Libertador José de San Martín. Buenos Aires, 1932, cuatro vols.,

T. I: 191.

31
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Segunda Parte

DESCUBRIMIENTO DEL RUMBO

Por el hecho de que me sé libre, me reco-


nozco responsable. Yo respondo de aquello
que hago. Puesto que sé lo que hago, yo lo
tomo sobre mí.

KARL JASPERS. Ser sí-mismo como libertad.

Informaba La Gaceta de Buenos Aires del 13 de marzo (1812):


El 9 del corriente ha llegado a este puerto la
fragata inglesa Jorge Canning procedente de
Londres, en 50 días de navegación; comu-
nica la disolución del ejército de Galicia y el
estado terrible de anarquía en que se halla
Cádiz dividido en mil partidos, y en la impo-
sibilidad de conservarse por su misma situa-
ción política. La última prueba de su triste
estado son las emigraciones frecuentes a In-
glaterra y aún más a la América Septentrio-
nal. A este puerto ha llegado, entre otros
particulares que conducía la fragata inglesa,
el Teniente Coronel de Caballería, don José
de San Martín, Primer Ayudante de Campo
del General en Jefe del ejército de la isla,
marqués de Compigny; el capitán de infan-
tería, don Francisco Vera; el alférez de navío,
don Jorge Zapiola; el capitán de milicias, don
Francisco Chilavert; el alférez de Carabine-
ros Reales, don Carlos Alvear y Balbastro; el
subteniente de infantería, don Antonio Are-

33
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

llano, y el primer teniente de guardias valo-


nas, barón de Holemberg. Estos individuos
han venido a ofrecer sus servicios al go-
bierno, y han sido recibidos con la conside-
ración que merecen por los sentimientos que
protestan en obsequio de los intereses de la
patria.22

Parece un parte de desembarco, para la guerra; todos son ofi-


ciales; todos quieren servir. En el ejército, servir es disponerse vale-
rosamente a pelear, cuando hay conflicto.
A la llegada de estos militares patriotas, ya las Provincias del
Río de la Plata son independientes en su mayor parte. El 25 de mayo
de 1810, un Cabildo abierto en Buenos Aires, había declarado vacante
el virreinato y había creado una Junta, presidida por Cornelio Saave-
dra. En tres puntos se negó obediencia al nuevo gobierno y se declaró
la fidelidad al Consejo de Regencia de España: en el Alto Perú, Mon-
tevideo y el Paraguay –había ya propósitos de secesión en estos dos
últimos lugares–; se despacharon tropas a esos tres puntos, con fra-
caso de los expedicionarios tanto en el Alto Perú (Castelli) como en
el Paraguay (Belgrano). En el Uruguay el inmenso José Gervasio Ar-
tigas derrotó a los españoles en la batalla de Las Piedras, el 18 de
mayo de 1811. Cuando llegaron las tropas de Rondeau, éste y Artigas
pusieron cerco a Montevideo, último reducto hispano en ese territo-
rio.
A la Junta de Buenos Aires habíale sucedido un Triunvirato, in-
tegrado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso,
con Bernardino Rivadavia por Secretario. Al descubrirse contra este
gobierno una conspiración tramada por Martín de Alzaga y el padre
José de las Animas, los triunviros, sin tomar en consideración muchas
sotanas ahí comprometidas, ordenaron el ajusticiamiento de los cabe-
cillas y otros, hasta un número de cuarenta. San Martín tenía apenas
tres meses de llegado. Conspiró, entonces, con sus amigos masones
22 GALVÁN MORENO, C. Op. cit.: 52.

34
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

y otros –inicio de su actividad política– para derribar al triunvirato. Ya


estaba en actividad la Logia Lautaro, creada por San Martín, Alvear y
Zapiola. Cayeron los triunviros; empezó la agresividad, que será cre-
ciente e implacable, de Rivadavia contra San Martín, habida cuenta de
que los dos serán las figuras eximias de la Argentina de entonces. Se
estructuró un segundo Triunvirato. Sonaban ya las voces de “los más
radicales”: Bernardo Monteagudo, Gervasio Artigas; la de Mariano
Moreno, tan significativa, había enmudecido por muerte cuando via-
jaba hacia Londres en misión oficial. Convocada una Asamblea Na-
cional Constituyente en 1813, los diputados por el Uruguay reciben
esta instrucción de Artigas: “Exigir la independencia absoluta de Es-
paña”. Se anticipa a lo que acordará el Congreso de Tucumán de
1816. Pero no hay claridad todavía en la política bonaerense; los di-
putados uruguayos no concurren porque se anula arbitrariamente su
designación. Estas desorientaciones acabarán por influir en San Mar-
tín, quien preferirá Mendoza a Buenos Aires a poco ir. Hasta tanto,
ocúpase en organizar el escuadrón de Granaderos a Caballo que se le ha
encomendado, “atendiendo a sus relevantes conocimientos militares”.
Se desea aprovechar todo lo nuevo que en milicia se está practicando
en España –y, en Europa, por la guerra napoleónica–. Y, por añadi-
dura, atiende a sus sentimientos personales y se casa con María de los
Remedios de Escalada; el matrimonio no durará sino hasta 1819, año
en que los esposos se separaron; San Martín le envió a su esposa a
Buenos Aires, para que se curase –era muy enfermiza–, visto que iba
a iniciarse pronto la marcha de los ejércitos sanmartinianos y chilenos
hacia el Perú. No volvió a verla nunca; murió en Buenos Aires en
1823. La hija de los dos se llamará Tomasa Mercedes.
No terminará el año, sin que se le dé al valioso militar el grado
de Coronel. Y sin que se le encomiende luego la defensa de las costas,
frente al Uruguay. Montevideo estuvo sitiada, pero el gobierno de
Buenos Aires ordenó levantar el cerco, torpemente. Los españoles,
con tropas y buques, atacan en uno, en otro punto; bombardean,
desembarcan, vuelven a alejarse. San Martín, actuando con presteza
y eficacia, da la batalla de San Lorenzo y triunfa brillantemente. Casi

35
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

en coincidencia, Belgrano derrota a los realistas en Salta, al norte del


país. Sin embargo, poco después, Belgrano sufre dos fracasos milita-
res. En el Uruguay se ha desatado pugna de jefes; Artigas, Rondeau,
Sarratea; el pueblo uruguayo acompaña a Artigas a un éxodo espec-
tacular hacia el norte, al Ayui. Hay desorientación, aun a pesar de los
aciertos de la Asamblea del año 13, que organizó constitucionalmente
el país. Se decide designarle a San Martín Jefe del Ejército del Norte,
en reemplazo de Belgrano. Disciplinar tropas que acaban de ser de-
rrotadas, restablecer en ellas la fortaleza y el propósito de triunfo;
hacer edificaciones, eliminar los castigos corporales, dar en su propia
casa clases de matemáticas a los oficiales; todo eso era muy valioso,
pero poca cosa para quien tenía destino de originalidad. En esos mo-
mentos, San Martín en el Río de la Plata no es sino un oficial más, en
el ejército; muy importante y muy sabio en el arte militar, sin duda;
pero es más o menos como los otros Jefes. No aparece todavía el
gran San Martín histórico, creador de su obra magna.
Sin embargo, al llegar a Tucumán, ya ha encontrado la ruta ver-
dadera. A un funcionario del Gobierno, que le escribe felicitándole
por el encargo de la Jefatura en el Norte, le responde:
No me felicite con anticipación de lo que yo
pueda hacer en Tucumán. Ríase usted de
esperanzas alegres. La patria no hará camino
por este lado del Norte, como no sea una
guerra permanente defensiva y tan sólo
defensiva: para ello bastan los valientes gau-
chos de Salta, con dos escuadrones buenos
de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al
Pozo de Airón hombres y dinero, así es que
yo no me moveré ni intentaré expedición
alguna.
Tenía razón: hacia el norte estaba toda la potencialidad del Vi-
rreinato del Perú. ¿Qué empresa cabía, frente al coloso? El hombre
inteligente, sabe mensurar: es su distintivo. A renglón seguido, descu-
bre San Martín, por vez primera, su decisión histórica:

36
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Ya le he dicho a usted mi secreto: se necesita


un ejército pequeño pero bien disciplinado
en Mendoza, para pasar a Chile y acabar allí
con los godos, apoyando un gobierno de
amigos. Aliando las fuerzas, pasaremos por
mar a tomar Lima. Es ese el camino, y no
éste mi amigo. Convénzase usted de que
hasta que no estemos sobre Lima, la guerra
no se acabará.23
Ha hablado el hombre trascendente, que señala la fijación de su
marcha, fundándose en convicción estructurada a fuerza de medita-
ción y estudio. En esta carta ha trazado un plan nítido, y heroico sin
duda, que lo cumplirá irrevocablemente en un lapso de ocho años.
Ya empieza el San Martín Grande.
Esto no era sólo un planeamiento militar de proporciones in-
mensas. Significaba que en el cerebro de San Martín había la concep-
ción continental de la guerra. Pensaba en América, proyectaba para
América. Lima tenía que ser el final de la lucha emancipadora. Veía la
conjunción de pueblos, no la vida de ellos por separado, como sucede
con el mirar nacionalista,
Es gloria suya –escribirá José Martí–, y como
el oro puro de su carácter, que nunca en las
cosas de América pensó en un pueblo u otro
como entes diversos, sino que, en el fuego
de su pasión, no veía en el continente más
que una sola nación americana. No veía
como el político profundo, los pueblos he-
chos, según venían de atrás; sino los pueblos
futuros que bullían, con la angustia de la ges-
tación, en su cabeza.24

23 BALLESTER ESCALAS, R. General San Martín. Barcelona (España): Editorial Toray, 1967: 93.
24 MARTÍ, JOSÉ. San Martín, Bolívar, Washington. Guayaquil: Ariel Limitada, 1975: 15.

37
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Se percibe la conciencia continental sanmartiniana también por


otro aspecto. Si supone que la guerra terminará con la toma de Lima,
o sea con la derrota de los españoles en el Perú, evidentemente piensa,
con certeza de carácter absoluto, que las campañas de Bolívar en
Venezuela y la Nueva Granada finalizarán con amplia victoria; única
posibilidad de que Lima constituya un desenlace.
Sin embargo, cuanto está sucediendo en el norte suramericano,
no es la desorientación rioplatense, ni son sus complejidades políticas,
ni sus combates en sólo tres zonas, muy lejanas de la Capital; en todo
lo cual, a la postre, sólo San Martín ha sido clarividente, sin que en ello
haya mengua para los Alvear, Pueyrredón, Rivadavia, Artigas,
Rondeau, Monteagudo y tantos más. Todo cuanto está sucediendo
en Venezuela corresponde al más intenso dramatismo, como si las
furias constructoras y destructoras hubiesen desatado su poder
simultáneamente; la vida y la muerte se enfrentan en todo punto. De-
clarada la Independencia, no tarda en aparecer la reacción contra la
República, que hay que afrontar: en Valencia, Mérida, Trujillo, Coro,
Maracaibo, se deciden por la monarquía. Además –y en esto hay sus-
tancia determinante– llega de Puerto Rico el capitán de fragata
Domingo Monteverde, para ayudar a fortalecer el movimiento de esas
zonas, a nombre del rey; e irrumpe violentamente sobre Carora, San
Carlos, Valencia; es un peligroso déspota, que va a trastornar procesos
y a determinar la extinción de lo que se ha llamado “La Primera
República”. A Miranda se le encarga el comando de las tropas repu-
blicanas; se le otorga incluso el grado de Generalísimo. Rescata a Va-
lencia, pero el incendio realista amenaza con volverse conflagración.
Bolívar recibe la misión de defender a Puerto Cabello, en su grado de
coronel. Para colmo de adversidad, un terremoto destruye varias ciu-
dades; en Caracas perecen diez mil; el clero, los frailes, hablan públi-
camente de “castigo del cielo” por haberse rebelado los colonos; un
dominico se trepa a los escombros en la plaza caraqueña de San
Jacinto y grita, vocifera, que Dios, irritado, ha salido en defensa del
Monarca y su gobierno; Bolívar desalójale al fraile y dice estas palabras
de soberbio reto: “Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella

38
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

y haremos que nos obedezca”. Los patriotas domarán la naturaleza;


pero no podrán defenderse de los traidores. En Puerto Cabello, el
traidor teniente Francisco Fernández Vinoni hace fuego con sus hom-
bres desde el castillo de San Felipe, contra los patriotas, hasta que la
plaza se rinde: oficiales, tropa, casi todos se pasan al campo del trai-
dor. El coronel Bolívar pide ayuda: “Mi General, si V.E. no ataca in-
mediatamente al enemigo por retaguardia, esta plaza es perdida; un
oficial, indigno del nombre de venezolano, se ha apoderado del cas-
tillo y está haciendo un fuego terrible sobre la ciudad”. El coronel ha
sido derrotado:
Después de trece noches de insomnio y de
cuidados gravísimos, me hallo en una espe-
cie de enajenamiento mortal. Yo hice mi
deber, mi general, y si un soldado me hu-
biese quedado, con eso habría combatido al
enemigo; si me abandonaron, no fue por mi
culpa; nada me quedó que hacer para conte-
nerlos y comprometerlos a que salvasen la
patria.25

No es exagerado suponer que en Puerto Cabello nació, en el


fondo del espíritu de Bolívar, la idea del decreto de “Guerra a
muerte”. Miranda considera todo perdido en Venezuela y capitula
ante Monteverde (25 de julio de 1812). Así finaliza la Primera Repú-
blica Venezolana, a los quince meses de nacida. Aún más, mucho más:
Miranda, que certeramente planeaba trasladarse a la Nueva Granada,
a fin de proseguir ahí la guerra con sus amigos neogranadinos, es
apresado por Bolívar, Montilla, Chatillón, Carabaño, Mires, cuando
dormía en la casa de otro traidor: el comandante militar del puerto de
La Guaira, Manuel María de las Casas. Los apresadores no aceptan la
capitulación y quieren juzgar militarmente a quien la firmó, a quien
el propio Bolívar llama, erróneamente, “traidor a la República”. No
hay tiempo para ese juicio militar; Casas, el verdadero traidor, entrega
25 El traidor Vinoni cayó prisionero en Boyacá (agosto de 1819); Bolívar ordenó que se le fusilase inme-

diatamente.

39
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

el prisionero a los soldados de Monteverde. Y va Miranda, de cárcel


en cárcel, hasta La Carraca de Cádiz, donde morirá cuatro años des-
pués, el día de la toma de la Bastilla: 14 de julio de 1816. Treinta años
lo habían perseguido los españoles; cuando lo atraparon, condená-
ronle a prisión perpetua. La Revolución, por él preparada, la cumpli-
rán otros: Bolívar y San Martín, principalmente, hasta la culminación
triunfal.
Lo que no pudo realizar Miranda, ejecútalo Bolívar: arriba a
Cartagena en la Nueva Granada: publica allí su Memoria dirigida a los
ciudadanos de la Nueva Granada, para explicar el fracaso republicano de
Venezuela; toma un puñado de soldados decididos, en Barranca –son
sólo setenta– y abre fuego, rumbo a Venezuela. Los voluntarios van
engrosando el débil contingente inicial. Fuerza enérgicamente el paso
de la frontera, liberta a Mérida, que le proclama “Libertador”. Allí le
informan que Monteverde ha publicado en Caracas la “Orden” de
Consejo de Regencia de España:
De acuerdo con las Leyes de Indias, en vi-
gencia, que condenan a muerte a cuantos se
pronuncien contra la autoridad del Rey,
serán pasados a cuchillo cuantos se resistan
en lo venidero con las armas, y serán juzga-
dos como reos y condenados de acuerdo
con las Leyes de Indias los promotores de
nuevas rebeliones.
La decisión española es drástica. Bolívar, al libertar a Trujillo,
responde con su Decreto de Guerra a Muerte (15 de junio de 1813).
No sólo por la “Orden” monárquica, que ya es en sí una guerra a
muerte, ni únicamente porque los realistas la vienen practicando
cruelmente; hay de por medio otras consideraciones fundamentales:
impedir en el futuro que los soldados cambien de bando hasta en el
propio desarrollo de una batalla, que fue una de las causas del fracaso
de Miranda en su campaña, y, sobre todo, crear una conciencia de pa-
tria, que no existe todavía sino en unos cuantos jefes y dirigentes; no

40
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

en el pueblo. El decreto de Trujillo divide a los venezolanos en ame-


ricanos y españoles; crea los dos bandos, forja lo esencial en la nacio-
nalidad, en una guerra que es contra España. Los términos son de
nítida fijación:
Españoles y canarios, contad con la muerte,
aún siendo indiferentes, si no obráis activa-
mente en obsequio de la libertad de Vene-
zuela. Americanos contad con la vida, aún
cuando seáis culpables.
En adelante, entre los dos bandos, que han cerrado el ciclo de
la guerra civil para entrar en el de la internacional, mediará un abismo
de cadáveres; la guerra, puesta en un proceso de exterminio, sin pri-
sioneros en los combates, durará siete años. Ni San Martín, ni los re-
gímenes rioplatenses del lapso emancipador, necesitaron, por suerte,
de este dramatismo trágico. En Venezuela, la libertad fue costosa en
extremo.
Bolívar entra a Caracas, como finalización de esta “Campaña
Admirable”, en agosto. La Municipalidad de su ciudad nativa le de-
clara Capitán General de los ejércitos y Libertador de Venezuela.
Entre tanto, al extremo oriental del territorio venezolano se ha abierto
otro frente de guerra, con Santiago Mariño, Piar, Bermúdez, los Sucre.
Ahí va, de quince años, el futuro Gran Mariscal de Ayacucho.
¿Ha sido consistente y decisiva aquella irrupción Cartagena-
Caracas, de siete meses de brío desafiante? Solamente ha probado
que los soldados patriotas pueden triunfar; que en Simón Bolívar se
puede tener fe total; que el pueblo empieza a integrar los contingentes
de guerra por entusiasmo, que luego se volverá patriotismo.
La reacción realista es violentísima, de ánimo devastador; una
contraofensiva que hace traquetear los fundamentos republicanos.
Los combates se suceden. De 1813 a fines de 1814, o sea en el lapso
de menos de dos años, los patriotas han alcanzado victoria en por lo
menos veinte batallas; pero han sido derrotados en más de diez. “Este

41
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

lapso le costó a Venezuela la destrucción de su cultura, su economía,


su hacienda y la muerte de más de sesenta mil personas”.26 Se está lu-
chando en varios frentes a la vez.
En el campo de “las infernales fuerzas estériles”, aparece un
hombre bárbaro, sanguinario: el asturiano José Tomás Boves. Ex pi-
rata, ex contrabandista, subleva a las gentes de color de los llanos, en
contra de los blancos; se llama a sí mismo el caudillo de los mestizos
y mulatos; entre éstos reparte los bienes que va arrebatando a los
blancos, a machetazos y lanzadas; autoriza violaciones, robo, saqueos;
asalta poblaciones indefensas, ocupa hatos. Boves entiende que así
sirve a su Rey y que a él le corresponde la jefatura que ha dejado Mon-
teverde, quien retornó a España. Es un jefe de legiones satánicas.
Contra él hay que pelear con conciencia de gigantes, de cíclopes. Pero,
si no logra dominar a las tropas de Bolívar en los valles de Aragua,
destrúyelas, a pesar de que se han unido con las de Mariño –el jefe que
siempre llegaba tarde–, en las dos violentísimas batallas de La Puerta.
Y Boves va a tomarse a Caracas. Las gentes de la capital, con la com-
pañía de Bolívar, huyen hacia oriente: son diez mil, veinte mil fugiti-
vos. El sucesor oficial de Monteverde, Morales, opera aún con mayor
crueldad con sus ejércitos de banderas negras. Los compañeros de
Bolívar, ciegos, le desconocen a éste y, en una suerte de Congreso de
Carúpano, le declaran traidor. Pistola en mano, en compañía de Ma-
riño, se abre paso Bolívar hasta un buque, rumbo a Cartagena, en la
Nueva Granada, por segunda vez. El gran emigrado tiene por carac-
terística ser invencible. La Segunda República de Venezuela ha ce-
rrado su breve ciclo. Vendrá la Tercera.27
San Martín, aquel 1814, está poseído ya de su obsesión crea-
dora. Es otro invencible, aunque en zonas menos duras, ausentes de
la gran tragedia. Solicita en Tucumán permiso para trasladarse a Cór-
doba, por hallarse muy enfermo; tiene vómitos de sangre. El Director
Supremo, Posadas, escríbele desde Buenos Aires: “Siento imponde-
rablemente el quebranto de su salud. Sería un mal terrible el no hallar

26 ARELLANO MORENO, ANTONIO. Op. cit.: 158-159.


27 Boves perecerá, poco después, en la batalla de Urica, el 11 de diciembre de aquel 1814.

42
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

remedio para cortar un mal que nos traería mil males”.28 Nombran
su reemplazo en Tucumán: el general Francisco Fernández de la Cruz.
San Martín es astuto, como todo buen General. Algo mejorado
de su dolencia, solicita poder descansar en una ciudad apacible: Men-
doza, capital de la provincia de Cuyo, una población pequeña de ape-
nas cuarenta mil moradores. Se le nombra Gobernador de Cuyo.
Al solicitar como un descanso el gobierno
de la oscura Mendoza –escribe Benjamín Vi-
cuña Mackenna–, engañó San Martín a los
enemigos de la América y a los propios ami-
gos. Mendoza no es para él una provincia ar-
gentina, ni una ciudad de Cuyo; era,
simplemente, la puerta más ancha y más tra-
ficada de las pampas al Pacífico. La misma
táctica y la misma previsión de Guillermo el
Silencioso.29
Algo más sencillo y eficaz: el hallazgo del punto de apoyo de
Arquímedes, para mover la omnipoderosa palanca revolucionaria. En
Mendoza será engendrada la emancipación de Chile.
Muy pronto tendrá San Martín en sus manos, sin haberlo pre-
sumido, los más importantes elementos para conocer con precisión
la realidad chilena. ¿No era a Chile a donde pensaba marchar con las
tropas que comenzaba a preparar? La narración es del propio San
Martín:
Hacía un mes de mi recepción del gobierno
de la provincia de Cuyo, cuando el coronel
Las Heras, desde Santa Rosa, al otro lado de
los Andes, me comunicó el acontecimiento
fatal de la completa pérdida de Chile, por re-
sultado de la derrota del general O'Higgins
que, con novecientos bravos, dignos de

28 Archivo de San Martín. T. II: 58.


29 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Op. cit. T. I: 290.

43
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

mejor suerte, disputó en Rancagua la liber-


tad de su patria. Concebí al momento el
conflicto desolador de las familias y desgra-
ciados que emigrarían a salvar la vida, por-
que fieles a la naturaleza y a la justicia, se
habían comprometido con la suerte de su
país. Mi sensibilidad intensísima supo excitar
la general de todos los hijos de Mendoza, de
manera que con la mayor prontitud salieron
al encuentro de estos hermanos más de mil
cargas de víveres y muchísimas bestias de
silla para su socorro. Yo salí a Uspallata, dis-
tante treinta leguas de Mendoza en la direc-
ción de Chile, a recibirlos y proporcionarles
personalmente cuantos consuelos estuviesen
en mi posibilidad. Allí se presentó a mi vista
el cuadro de desorden más espantoso que
pueda figurarse. Una soldadesca dispersa, sin
jefes ni oficiales, y por tanto sin el freno de
la subordinación, salteando, insultando y co-
metiendo toda clase de excesos, hasta inuti-
lizar los víveres. Una porción de gentes
azoradas, que clamaban a gritos venganza
contra los Carreras, a quienes llamaban los
perturbadores y destructores de su patria.
Una multitud de viejos, mujeres y niños, que
lloraban de cansancio y fatiga. Un número
crecido de ciudadanos que aseguraban con
firmeza que los Carreras habían sacado de
Chile más de un millón de pesos pertene-
cientes al Estado, que los traían repartidos
entre las cargas de sus muchos funcionarios,
pidiéndome no permitiese la defraudación

44
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

de unos fondos tan necesarios para la em-


presa de reivindicar su patria. Todo era con-
fusión y tristeza.30
San Martín –es una de sus características– piensa y pide en
grande: “más de mil cargas de víveres y muchísimas bestias de silla”.
En Uspallata, el 17 de octubre de aquel 1814, se produjo un
abrazo trascendente: el de San Martín con O'Higgins. No se habían
reencontrado en doce años, después del inicio de su amistad en Cádiz.
Abrazo de amigos, de forjadores de emancipación, de jefes de ejérci-
tos con médula de libertadores. Desde este momento, los magnos
planes de San Martín fueron para todos no sólo visibles, evidentes,
sino certeros y determinantes. No había otra ruta. Hermanados los
dos, todo volvíase hacedero respecto de Chile: ¿qué orientador mejor
que O'Higgins? ¿Qué general más de confiar?
Debió ser sencillo y elocuente el relato del proceso de la política
chilena, punto clave para los proyectos sanmartinianos. El general
O'Higgins habló sin duda con extrema precisión, como actor princi-
pal en aquellos acontecimientos. Chile, como otros lugares de Amé-
rica hispana, creó una Junta Gubernativa el 18 de septiembre de 1810,
presidida por el brigadier Mateo de Toro. Y nació la Junta con esta
orientación: abrir nexo con la constituida en Buenos Aires. No pudo
hacerse una vinculación de eficaces resultados; al año, José Miguel
Carrera se tomó el poder, a pesar de que ya se había reunido el primer
Congreso Nacional.31 Habíase educado militarmente en España,
como San Martín, a quien conoció en Cádiz; tenía el grado de Sar-
gento Mayor. Pronto hubo de afrontar un estado de guerra con Es-
paña; el virrey del Perú envió sorpresivamente grandes contingentes
destinados a aplastar “la rebelión”; desembarcaron al sur del país y se
apoderaron de Valdivia y Talcahuano. A Carrera se le unió inmedia-
tamente O'Higgins, y juntos –más otros dirigentes muy valiosos,

30 Documentos para la Historia del Libertador General San Martín. Buenos Aires: Ministerio de Educación, T.

VII, 1953 y años siguientes: 521.


31 José Miguel Carrera tenía dos hermanos: Juan José y Luis Florentino, y una hermana, Javiera. Los

tres, con grandes ambiciones políticas, y la hermana, del mismo recio temple que los hermanos.

45
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

como el brigadier Mackenna– hicieron frente al enemigo, sin éxito. Se


llegó, entonces, a un tratado –el de Lircay–, que no aprobó el virrey;
en respuesta, envió nuevos contingentes. A espaldas de éstos, e igno-
rando su marcha, las fuerzas de Carrera, hostiles a las que apoyaban
a O'Higgins –una pugna fratricida absurda, debido a que Carrera
había perdido la popularidad, que estaba del lado de su adversario–,
se trabaron en batalla en Maipo, con derrota de O'Higgins. Iba a con-
tinuar la grave lucha cuando aparecieron las tropas realistas del general
Mariano Osorio; más de cinco mil hombres. Ante el peligro, los dos
jefes chilenos se unieron y presentaron batalla en Rancagua (2 de oc-
tubre de 1814), donde quedaron casi totalmente destruidos. Osorio
entró en Santiago y Chile volvió al dominio español.
Importa señalar que el combate en Maipo entre los ejércitos de
Carrera y los de O'Higgins fue un antecedente inmensamente válido
para el futuro. Cuando se dé allí la batalla final de la emancipación
chilena, serán muy aprovechados los conocimientos y experiencias,
sobre el terreno, del general O'Higgins. Será algo parecido al aprove-
chamiento que hizo Miranda de los sitios que había visitado antes mi-
nuciosamente, en calidad de turista, en Valmy y en Amberes, dos
puntos en que llevó a la victoria a los soldados de Francia.
José Miguel Carrera no comprendió la hospitalidad que les
daba, a él y a sus compañeros de éxodo, el gobierno rioplatense.
Envió a su hermano Juan José a saludar al Gobernador San Martín,
“en nombre del Supremo Gobierno de Chile”; pretendía considerarse
a sí mismo como Jefe de un Gobierno en exilio. El Gobernador or-
denó el registro de todas las cargas y equipajes; Carrera protestó. San
Martín, con mucha altura y serenidad, escribióle:
A mi llegada de Uspallata impartí órdenes
porque estaba en mi jurisdicción... Yo co-
nozco a V.S. por Jefe de las tropas chilenas,
pero la autoridad de esta provincia ha pri-
vado a V.S. de este acontecimiento. Quiero
conservar mi honra y espero que V.S. no se
separe en nada de las leyes que deben regirle.

46
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Carrera prescindió de la advertencia. San Martín notificóle:


La fermentación que noto contra los indivi-
duos del antiguo gobierno de Chile que
acaba de fenecer, me hace tomar la medida
de que pase V.S. a la ciudad de San Luis a es-
perar órdenes superiores.
El “Presidente” de Chile dio una respuesta altanera. Fue una
ocasión excelente para que se hiciese patente la energía de San Martín.
Sin que Carrera pudiese siquiera imaginarlo, se vio de pronto cercado
por tropas en el cuartel donde se hallaban los soldados chilenos; a la
puerta, dos piezas de artillería esperaban la orden de fuego. Simultá-
neamente, un bando pregonaba:
Todos los emigrados quedan bajo la protec-
ción del Gobierno de las Provincias Unidas
y libres de toda obligación respecto de una
autoridad extraña que ha caducado.
Enseguida hacíasele saber a Carrera:
En el perentorio término de diez minutos
entregará las tropas que se hallaban bajo sus
órdenes al coronel don Marcos Balcarce. La
menor contravención, protesta o demora a
esta providencia, lo hará reputar a V.S. no
como a un enemigo, sino como un infractor
de las sagradas leyes del país.
Las tropas fueron entregadas a Balcarce antes de los diez mi-
nutos. Luego, se las despachó a Buenos Aires, junto con los hermanos
Carrera, a los que, previamente, se les despojó del dinero que habían
traído y que pertenecía al Estado Chileno y se los condujo con una es-
colta de vigilancia. Como Carrera continuara con comunicaciones in-
sultantes, hubo de recibir esta respuesta final:
Si, como era mi deber, hubiera a V.S. pasado
por las armas, por los excesos escandalosos

47
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

que cometió en ésta, hubiera satisfecho la


justicia, y a este pueblo verdadero ultrajado,
evitando por este medio sus repetidos insul-
tos [3 de enero de 1815].
La ruptura San Martín-Carrera será perpetua; el acercamiento
San Martín-O'Higgins, también. Los soldados chilenos partidarios de
O'Higgins, se quedaron con él.
Los años íntegros de 1815 y 1816, empleará San Martín en dos
actividades sustantivas; preparar el ejército expedicionario que ha de
liberar a Chile, y gobernar sabiamente, con hacer de fecundidad, en
su provincia. Podría sintetizarse su ir de entonces en esta única pala-
bra: actuar, actuar y actuar. Vive con la austeridad de hombres de
cuartel.
Era parco en sus comidas y prefería para el
almuerzo un asado ligero, medio crudo, que
gustaba servirse él en el mismo asador. Tra-
bajaba hasta muy tarde de la noche, dictando
o escribiendo él mismo, saliendo algunas
veces a recorrer la ciudad y visitar los cuar-
teles. No descansaba; infatigable siempre en
el trabajo, todo lo proveía, llevando a ejecu-
ción con una rapidez asombrosa las inspira-
ciones de su genio creador y esencialmente
ordenador.32
Colabora con él, en la medida de su débil constitución orgánica,
su esposa Remedios de diecinueve años; el general va en la plenitud
de los treinta y siete. Y no sólo es austera, sino abnegada, la forma de
vida del Gobernador; ha renunciado a la mitad de su sueldo. Cuando
el Cabildo quiere exigirle que cobre la remuneración completa, ante
el anuncio de que la esposa va a retornar a Buenos Aires –retorna, de
hecho, ante la proximidad de la campaña sobre Chile, que incluye el
paso de los Andes–, responde: “Mis necesidades están más que sufi-
HUDSON, DAMIÁN. Recuerdos Históricos sobre la provincia de Cuyo. Buenos aires, 1931: 42. (Citado por
32

C. Galván Moreno).

48
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

cientemente atendidas con la mitad del sueldo que gozo”,33 y no


acepta la decisión edilicia.
La ejemplaridad de los gobernantes, siempre fue argumento
convincente para los pueblos. En Mendoza, en toda la provincia, las
gentes le respetan, le quieren y colaboran con él, a pesar de los sacri-
ficios que de ellas exige reiteradamente. Al pedir una voluntaria con-
tribución, destinada a ir preparando el ejército libertador, las señoras
de Mendoza, San Luis y San Juan, entregaron sus joyas. Para engrosar
los contingentes, dispone la conscripción de voluntarios, ante todo;
acude luego a levas entre vagos y maleantes, a fin de orientarlos y co-
rregirlos en el cuartel. Muy pronto ha arracimado más de mil; necesita
más. Por medio del Gobierno de Buenos Aires, consigue que entren
al servicio militar los esclavos comprendidos entre los 17 y los 20
años, que pertenezcan a europeos españoles; serán libres, al acuarte-
larse. Otro decreto, de carácter drástico, se publica pronto:
Todo americano, desde la edad de catorce a
quince años, se alistará en el ejército en el
perentorio término de un mes.
¿No entró él, personalmente, al ejército español, en esa misma
edad? El problema arduo es disciplinarlos, instruirlos, inyectar en ellos
una convicción y un anhelo; llegada la hora, sólo el fervor de un ideal
lucha bien y hasta sacrifica su vida. El Gobierno central le propor-
ciona algunos contingentes, incluido un cuerpo de Granaderos. No
hay el número requerido todavía; se da un bando, de presión termi-
nante:
Todo individuo que se halle en disposición
de poder llevar las armas y no estuviese alis-
tado en los cuerpos cívicos, lo verificará en
el término de ocho días; el que no lo verifi-
case será reputado traidor a la patria.

33 VIDELA, RICARDO. El General San Martín en Mendoza. Mendoza, 1936: 63.

49
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Los ingleses, que habían quedado rezagados de las dos expedi-


ciones británicas contra Buenos Aires, fueron incluidos en una Com-
pañía Británica. Todos pasaron al campamento de El Plumerillo, a
poca distancia de la ciudad. Se les adiestró, vigiló y cuidó como si se
viese en ellos un objetivo destinado a la perfección. San Martín fue el
general que no operó sino con lo estrictamente seguro; quería ejérci-
tos de absoluta confianza. Para equipar los batallones, pedía y más
pedía. El General Pueyrredón, jefe del Gobierno bonaerense, llega a
dirigirle esta carta, ya muy molesto:
Van los despachos de los oficiales. Van todos
los vestuarios pedidos. Si por casualidad fal-
tasen de Córdoba en remitir las frazadas,
toque usted el arbitrio de un donativo; de ese
vecindario y el de San Juan, no hay casa que
no pueda desprenderse sin perjuicio de una
manta vieja; es menester pordiosear cuando
no hay otro remedio. Van cuatrocientos re-
cados. Van hoy por el correo, en un cajon-
cito, los dos únicos clarines que se han
encontrado. En enero de este año se remitie-
ron a usted 1.389 arrobas de charqui. Van
los doscientos sables de repuesto que me
pidió. Van doscientas tiendas de campaña o
pabellones y no hay más. Va el mundo. Va el
demonio. Va la carne. Y no sé yo cómo me
irá con las trampas en que quedo para
pagarlo todo a bien que en quebrando, can-
celo cuentas con todos y me voy también
para que usted me dé algo de charqui que le
mando y, ¡carajo!, no me vuelva a pedir más,
si no quiere recibir la noticia de que he ama-
necido ahorcado en un tirante de la forta-
leza.34

34 Archivo de San Martín. T. IV: 534.

50
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

¿Con qué contribuye la provincia de Cuyo para este ejército


que está destinado a la inmortalidad en la historia? “Requiere de él, ora
cien pieles de vacas robadas, para cubrir las cargas de municiones; ora
las garras de los animales que se sacrifican en los mataderos, para
construir con ellas el calzado (“ojotas”) de sus soldados; ora una can-
tidad de peones por conscripción entre los vecinos para sus fábricas
de implementos guerreros”.35 A las mujeres les pide coser mil dos-
cientas cincuenta bolsas de cartuchos para cañón, y les exige trabajar
en ello gratuitamente. Un tucumano, José Antonio Álvarez Condarco,
aprovecha el salitre de la región y produce pólvora en abundancia; se
logra la fabricación de paño rústico.
Y apareció, para la historia de aquella hazaña, un fraile francis-
cano, Luis Beltrán, nacido en Mendoza e hijo de franceses. Tenía cien
habilidades; San Martín le pidió colaboración. “Este fraile, acompa-
ñado por trescientos operarios, comenzó a fundir cañones, balas y
granadas con el metal de las campanas que bajaba de los campanarios
mediante ingeniosos aparatos inventados por él mismo”.36 Se le dio
el grado militar de Teniente; será ascendido luego a Capitán.
San Martín conocía bien la fe religiosa de las gentes de esos
pueblos. Para atenderla, dióle al ejército en formación una Patrona: la
Virgen del Carmen.
Y para cimentar y enrumbar su actividad política, fundó en
Mendoza una filial de la Logia Lautaro de Buenos Aires, que recibiría
orientaciones de la capitalina. Con ese apoyo, que él consideró siem-
pre necesario, procedió a plasmar su obra gubernativa. Los que saben
gobernar cavan en la hendidura, y extraen riqueza en el suelo para los
hombres y en éstos, para la cultura. En aquellos tiempos las posibili-
dades mejores hallábanse en la agricultura y la ganadería, que fueron
impulsadas con énfasis por San Martín; en las minas hizo una vigo-
rosa ampliación de las explotaciones de cobre, plomo y azufre. Sabía
descubrir fuentes; los capitales de propiedad de las monjas de La
Buena Esperanza y las limosnas que recogían los frailes de La Merced

35 GALVÁN MORENO, C. Op. cit.: 118.


36 PETRIELLA, DIONISIO. José de San Martín. Buenos Aires: 83.

51
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

para redimir cautivos, ingresaron al tesoro público; lo mismo, los


bienes de las cofradías. Y fueron confiscados todos los bienes de los
anti-revolucionarios que se habían escondido o que se hallaban en el
Perú o en Chile. Unos cuantos préstamos, voluntarios o forzosos,
acabaron por llenar las necesidades gubernativas.37
Para que el golpe contra los españoles en Chile fuese más cer-
tero y de victoria segura, hizo amplísimo despliegue de espionaje. El
general Osorio, triunfador en Rancagua sobre O'Higgins y Carrera,
había sido reemplazado por el mariscal Francisco Casimiro Marcó
del Pont. El nuevo Capitán General, inepto pero cruel, veía conflictos
por todo punto; había llegado a prohibir, bajo pena de muerte, la pre-
sencia de quienes fueran a caballo en territorio entre el Maipo y el
Maule, donde creía que se hallaba el mayor peligro. San Martín ex-
plotó magníficamente esta particularidad e hízole llegar numerosos
mensajes al Capitán, anunciándole invasiones, para impedir que él
mismo movilizara tropas sobre Mendoza, como había proyectado.
Los mejores espías eran los supuestos prófugos chilenos, que volvían
a su tierra; no se sospechaba de ellos, y enviaban mensajes con dis-
creta regularidad. Los encargados directos de manejar el espionaje
fueron los integrantes de la Logia, quienes se ocuparon sobre todo de
mandar cartas creadoras de resistencia y rebeldía; papeles de esencia
de libertad. Todo fue inmensamente eficaz.
Pero el continente en guerra mostraba también aspectos suma-
mente adversos a la emancipación. La Nueva Granada, a donde fue
a refugiarse Bolívar, se enzarzó en pugna entre centralistas y federa-
listas, que se combatieron hasta con las armas. Sucedía algo parecido
a lo que se vería en el Río de la Plata y sobre lo cual San Martín decía:
“El genio del mal ha inspirado la federación; esta palabra está llena de
muerte y no significa sino ruina y devastación”.38 Bolívar tuvo que
servir a los neogranadinos, en este su segundo refugio, en la esperanza
de obtener más tarde apoyo para sus nuevas campañas en Venezuela.
37 Por este tiempo nació en Mendoza su hija única, Tomasa Mercedes; a los dieciséis años se casará en

París con Mariano Balcarce, y será la única compañía del héroe, en su largo destierro final.
38 ROMERO, JOSÉ LUIS. Las ideas políticas en Argentina. México - Buenos Aires: Fondo de Cultura

Económica, 1956: 91.

52
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

De pronto, apareció la fatal sombra gigante, a la que no pudo resistir


el país, debilitado por lo que, erróneamente, se ha calificado de acción
de “patria boba” y que no era sino búsqueda de un certero rumbo na-
cional: el general español Pablo Morillo y diez mil quinientos soldados
españoles, en cuarenta y dos barcos, llegan a la costa de la isla vene-
zolana de Margarita y la toman militarmente. Ha comenzado a actuar
la “expedición punitiva” enviada por Fernando VII. Serán crueles,
serán incendiarios. El crimen de haber proclamado la liberación va a
ser castigado duramente. Morillo es mayor que Bolívar con cinco
años, o sea que tiene la misma edad que San Martín. Peleó en la
Península contra Napoleón, lo mismo que el jefe rioplatense; mereció
distinciones especiales de Wellington. La consigna que trae es: “some-
ter a los revolucionarios”. De Margarita, avanzando, siempre avan-
zando, hacia el oeste, llega Morillo a Cartagena, que resiste
heroicamente muy largo sitio, hasta que sucumbe. Bolívar, con algu-
nos compañeros, ha logrado salir a tiempo, rumbo a Kingston. El
“Pacificador” –título oficial de Morillo en esta expedición– ha asu-
mido en Caracas la Jefatura civil y militar y ha confiscado todos los
bienes de los patriotas; en la Nueva Granada ha hecho algo más: los
patriotas de mayor entidad han sido asesinados. San Martín prepara
su colosal empresa; Bolívar y los suyos, aparentemente perdidas las es-
peranzas de reacción revolucionaria, empiezan a vagar por el Caribe,
no como náufragos sino como rebeldes indestructibles que buscan sa-
lidas, puertas; el régimen colonial español ha sido restablecido en casi
toda Hispanoamérica, exceptuado el Río de la Plata. Y aún en esta
zona, el general Rondeau, encargado del ejército del Norte, es derro-
tado por los ejércitos españoles del general Pezuela, en Sipe Sipe (no-
viembre de 1815). El gobierno peninsular ordenó celebrar esta
victoria con grandes solemnidades en las catedrales de toda la monar-
quía, como si desde esa fecha toda la revolución emancipadora ame-
ricana hubiese fracasado, fue tomado Sipe Sipe como un Ayacucho
español para una España triunfadora. El hecho significó una sobre-
estimación que antes de dos años quedó despedazada, aniquilada. San
Martín fue el primero en reaccionar, tomando para sí la depresión y

53
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

cambiándola en optimismo; invitó a sus oficiales a un banquete, y allí


pronunció este admirable brindis: “Por la primera bala que se dispare
contra los opresores de Chile, del otro lado de los Andes”.39 La des-
moralización se volvió certeza de éxito; se podía confiar en el Jefe.
Había otro hecho, que podía preocupar gravemente a los hispanoa-
mericanos: la constitución, en Europa, de la “Santa Alianza” en ese
mismo año. Era la primera organización supranacional, que se había
atribuido a sí misma el “derecho de intervención” allí donde fuera
necesario impedir el desarrollo del pensamiento liberal. Era un intento
de detener la historia. Gran Bretaña no apoyó estos propósitos inter-
vencionistas, pero los demás países europeos, por medio de sus
monarcas, exceptuados el Sultán y el Papa, entraron decididamente en
el propósito, en el cual podía, en cualquier momento, verse compro-
metida la propia América peninsular. La Santa Alianza fue temida
durante toda la guerra de Independencia. El príncipe austriaco Met-
ternich dominaba en Europa con su política rígidamente conserva-
dora, muy en acuerdo con el absolutismo fernandino.
En el transcurso de esa gigantesca crisis moral, en la que no se
ve otro hombre en pie, preparándose para batallas decisivas, que San
Martín, Simón Bolívar se detiene en Kingston y trata de vivir con la
venta de unas pocas piezas de plata que ha llevado consigo. Intentan
asesinarlo, emisarios de Morillo, mediante el puñal de su sirviente
negro, Pío. Como es rebelde auténtico, no se desespera, en su soledad
busca un nuevo amigo, el curazoleño Pedro Luis Brión, de su misma
edad, valeroso capitán de navío que actúa en negocios de corsario.
¡De cuánto le servirá en el futuro! San Martín también encontrará
pronto su almirante, Lord Cochrane, de significación trascendente
asimismo.
Lo histórico de la estada de Bolívar en Kingston es la carta que
le escribió a Henry Cullen, en la isla, para hablarle de América. Hace
allí este fundamental esclarecimiento: todas las naciones americanas
serán libres. Coincide, en la conciencia libertaria, con San Martín, que

39 MITRE, BARTOLOMÉ. Historia de San Martín y de la emancipación suramericana. Buenos Aires: Editorial

Jackson, T. II, 1950: 62-63.

54
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

opera sobre firmezas de roca; aunque no tiene el caraqueño aquel


momento sino su espíritu, su genio. Las circunstancias están dadas
en el Nuevo Mundo para la emancipación; sus dos magnos líderes lo
saben, lo sufren, y son por eso inatajables. “Yo no puedo concebir al
grande hombre, independiente de su intensidad”, escribirá Malraux.
Estos hombres no pueden ser sino primeros; absurdo imaginarlos de
segundos.
En esa carta se hace la definición de lo americano: “No somos
indios ni europeos, sino una especie media; así, nos hallamos en el
caso más extraordinario y complicado”. El mestizaje irá creando una
nueva cultura. Espera Bolívar para nuestros pueblos una organización
liberal –discípulo de la Enciclopedia– y se sorprende de la necesidad
de improvisarlo casi todo, porque “los americanos han subido de re-
pente y sin los conocimientos previos”.
Quizá lo más válido y profundo, por profético, en la carta, sea
el anuncio de cuanto les espera a las nuevas naciones. Lo dice en tér-
minos sin vaguedad, como si todo lo viese por anticipado:
La Nueva Granada se unirá con Venezuela
en una nación que habrá de llamarse Colom-
bia como tributo de gratitud al creador de
nuestro hemisferio. El Perú encierra dos ele-
mentos enemigos de todo régimen justo y li-
beral: oro y esclavos; el primero lo corrompe
todo, el segundo está corrompido por sí
mismo. Chile gozará de las bendiciones de
una verdadera República. En Buenos Aires,
a causa de sus divisiones, llevarán la primacía
los militares y su constitución degenerará en
una oligarquía.
En efecto, en Buenos Aires, el “general” Alvear, o sea un militar
–y uno, que miraba con muy escondidos celos a San Martín, aunque
la amistad de los dos viniese desde Londres y estuviera anclada en la
masonería–, no sólo le había quitado al general Rondeau la gloria de

55
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

haberse tomado a Montevideo, sino que buscaba directamente el


poder. Un incidente en el Norte, obligóle al Director Posadas a dimi-
tir, y la Asamblea designó en su reemplazo a Alvear. Previendo acon-
tecimientos –Alvear aparecía ya como un enemigo–, San Martín
presentó la renuncia de la Gobernación de Cuyo, “por razones de
salud”. La decisión sanmartiniana fue aceptada por el gobierno, quien
nombró en reemplazo al coronel Gregorio Periel. Fue éste tan hos-
tilmente recibido en Mendoza, que tuvo que retornar a Buenos Aires;
San Martín se afianzó en el gobierno provincial; Alvear cayó del poder
muy poco después. El hijo de Yapeyú festejó públicamente esta caída
de su enemigo: decíale al Cabildo de Mendoza: “La destrucción del
tirano Gobierno de la capital, exige demostraciones de júbilo e igual-
mente de agradecimiento al Ser Supremo”.40 Y ordenó, dentro de las
costumbres de la época, un Tedeum de carácter muy solemne. El
evangélico “Quien no está conmigo, contra mí está”.
Con ojos puestos en distancia mayor que la de la capital, y por
necesitar un punto de apoyo de carácter jurídico, San Martín presionó
tanto para que se reuniese el Congreso de Tucumán, como para que
éste declarase la Independencia. En una carta decía:
¿Hasta cuándo esperamos declarar nuestra
Independencia? ¿No le parece a usted una
cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el
pabellón y cucarda nacional, y por último
hacer la guerra al Soberano de quien en el
día se cree dependemos, que nos falta más
que decirlo por otra parte ¿qué relaciones
podremos emprender cuando estamos a pu-
pilo? Los enemigos, y con mucha razón, nos
tratan de insurgentes, pues nos declaramos
vasallos.41

40 Archivo de San Martín. T. II: 410.


41 Carta a Godoy Cruz del 12 de abril de 1816. Documentos para la Historia... T. III: 318.

56
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

El Congreso se reunió en Tucumán. Opina José Luis Romero:


“San Martín no quería ser un mercenario, sino el jefe del ejército de
una nación libre”. Y añade, ya en juicio crítico:
No acometió el Congreso ningún acto que
empalmara su política con la tradición del
grupo ilustrado porteño. Predominaban allí
los elementos reaccionarios del interior.
Odiaba la anarquía, pero odiaba más a Bue-
nos Aires, y su política se guió por estas dos
aversiones, de modo que se propusieron
establecer una monarquía, y pensaron en
una antigua familia de los incas y en que era
necesario fijar la capital del Estado en el
Cuzco. Pero las circunstancias eran dema-
siado difíciles para dar un paso tan grave.42
El Congreso se concretó a dos temas: la Independencia y la
forma de Gobierno. San Martín aceptó el discurso de Manuel Bel-
grano en que se proponía la estructuración de una monarquía; ope-
raba el gran Jefe desde Mendoza por medio de los diputados de Cuyo.
Llegó a considerar lo monárquico como un plan de sabiduría, “con
tal que fuera acompañado por la regencia de una persona que debía
ser el Director Supremo, el cual pasaría a llamarse Regente”.43 No
sorprenderá sino a los no informados entonces, que San Martín, ac-
tuante ya en el Perú, proponga la monarquía en una conferencia con
el virrey La Serna, un lustro más tarde, en Punchauca (2 de junio de
1821). Antes, la había diseñado Francisco de Miranda, aunque en
forma atenuada, casi republicana.
Se advierte un fondo de desorientación. Se preconiza una mo-
narquía, a la vez que la proclamación de Independencia (9 de julio de
1816) expresaba in vago que “era voluntad unánime de las Provincias
Unidas de Sud-América romper los violentos vínculos que las ligaban
a los Reyes de España, recuperar sus derechos, investirse del alto ca-
42 ROMERO, JOSÉ LUIS. Las ideas políticas...: 89.
43 Documentos del Archivo de San Martín. Buenos Aires, T. V, 1910: 546.

57
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

rácter de nación libre e independiente, quedando de hecho y de de-


recho con amplio y pleno poder para darse las formas que exigiere la
justicia”.44 El comentario de San Martín es muy expresivo, sobre ese
fondo de documento incompleto que allí se percibe: “Ha dado el
Congreso el golpe magistral... Sólo hubiera deseado que al mismo
tiempo hiciera el Congreso una exposición de los justos motivos que
tenemos los americanos para emanciparnos”.45 Escribe Octavio Paz,
en enjuiciamiento certero, destinado a explicar:
Lo que nos faltó, sobre todo, fue el equiva-
lente de la Ilustración y de la filosofía crítica.
Como no tuvimos Ilustración ni revolución
burguesa –ni crítica ni guillotina– tampoco
tuvimos esa reacción pasional y espiritual
contra la crítica y sus construcciones que fue
el romanticismo. [La emancipación ameri-
cana se desarrolló en el lapso romántico]. En
Hispanoamérica, los hombres y las clases de
la Independencia eran los herederos directos
de la sociedad jerárquica española: hacenda-
dos, comerciantes, militares, clérigos, funcio-
narios. La oligarquía latifundista y mercantil,
unida a las tres burocracias tradicionales: la
del Estado la del Ejército y la de la Iglesia [
... ] Los principios que fundaron a nuestros
países, fueron los de España: la Contrarre-
forma, la monarquía absoluta, el neoto-
mismo y, al mediar el siglo dieciocho, el
“despotismo ilustrado” de Carlos III.46
En otros términos: nuestra Independencia tuvo que ser, en
parte, improvisación y, en muchos casos, desorientación.

44 PETRIELLA, DIONISIO. Op. cit.: 103.


45 GALVÁN MORENO, C. Op. cit.: 123.
46 PAZ, OCTAVIO. “Una literatura sin crítica”, en el Suplemento Cultural del Times, reproducido por

el “Papel Literario” de El Nacional, Caracas, abril de 1978.

58
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

En el Congreso de Tucumán habíase manifestado una presión


categórica, para que los ejércitos preparados por San Martín con des-
tino a la liberación de Chile se empleasen en una campaña en el Alto
Perú. El nuevo Director, Pueyrredón, había viajado de Tucumán a
Jujuy, con el propósito de examinar tal posibilidad. Conocedor de la
oposición de San Martín, decidió entrevistarse con éste, antes del re-
greso a Buenos Aires, capital del Gobierno. Se vieron en Córdoba
durante dos días. San Martín delegó en su amigo O'Higgins el mando
militar de la provincia, para el lapso de su ausencia.
Dos lógicas operaron en aquella entrevista; la de los razona-
mientos certeros, de potente intuición a la vez, que pueden lograr dos
grandes enjuiciadores del porvenir con la exactitud del cálculo sabio
y la de la nobleza, que se volvió amistad de alta categoría. Ambos lle-
garon a la conclusión de que las Provincias del Plata no se sabrían se-
guras en su independencia, si no se aplastaba directamente en la
cabeza al virreinato del Perú. El acosamiento por el Norte, sostenido
por los congresistas de Tucumán, no implicaba nada decisivo; esa
lucha regional no podía llevar a Lima. El camino hacia la capital
virreinal no era el de Jujuy-Potosí.
La nobleza se mostró en el acto de borrar un pasado de enemis-
tad entre San Martín y Pueyrredón. Éste, como integrante del Triun-
virato que gobernaba en 1812, había sido combatido por San Martín
y Alvear y luego derrocado. Todo quedó ahora olvidado. El gran im-
pulsor, el agrandador eficaz de las brillantes iniciativas sanmartinianas,
será en adelante Pueyrredón, héroe bonaerense, años atrás, contra las
invasiones inglesas.
Tan pronto como el Director arriba a la capital, expide un de-
creto que nombra a San Martín General en Jefe del Ejército de los
Andes.47 El Congreso, por su parte, desígnale Capitán General de
Provincia, como Brigadier del Estado. No acepta San Martín el des-
pacho y grado de Brigadier. Hacía tiempo ya que había decidido –y lo
había comunicado oficialmente– “no admitir mayor graduación que

47 Archivo de San Martín. T. I: 181. Se le asigna un sueldo de seis mil pesos anuales.

59
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

la que poseía”. El que tiene conciencia de su destino excepcional, ¿ne-


cesita esos honores? Necesitaba, más bien, algún punto de apoyo para
su estado de ciudadano sin bienes de fortuna. Militar acostumbrado
a calcularlo todo, por ejercicio profesional y por temperamento,
piensa en los años de la vejez. Y se dirige al Gobernador que le ha
reemplazado, Luzuriaga –su actividad será en adelante exclusivamente
castrense–, con una solicitud que no debió sorprender, pero sí im-
presionar:
Es muy natural al hombre prever la suerte
que se propone pasar en la cansada época de
su vejez. El estado de labrador es el que creo
más análogo a mi genio, y como recurso y
asilo a las inquietudes y trabajos de una vida
toda ocupada al servicio de las armas. [Su
padre había sido militar y su abuelo, Andrés
de San Martín labrador]. Mi fortuna men-
guada no me ha proporcionado jamás un
fondo rural con qué contar para este estado.
El corto número de cincuenta cuadras llena
mi aspiración y deseo, mas no puedo contar
con ellas si V.E. no me hace acreedor a que
se me señalen por título de merced y gracia.
Es decir, que las cincuenta cuadras que pido
por merced, sólo valen doscientos pesos. No
los tengo; en caso de tenerlos las compraría.
La voluntaria cesión de la mitad de mis suel-
dos me ha reducido a pasar una vida frugal
y sin el menor ahorro para embolsar, ajus-
tándome a una economía tan estrecha como
la porción de sueldo con que contaba.
Hay grandeza, inmensa grandeza, en esta comunicación fir-
mada por un hombre que tiene en sí muchos, inmensos poderes y
que se autocondena a lo mínimo para subsistir. Renunciar es más di-

60
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

fícil que adquirir; se necesita recio temple espiritual. Se satisface con


lo estrictamente indispensable; y lo que pide, por miedo a la miseria
en la vejez, es tan poco, que ni parece proporcionado al alto comando
que ejerce. Hay que pensar en el Marco Porcio Catón de la antigüedad
romana, para hallar un antecedente del nobilísimo desprendimiento
sanmartiniano. Bolívar, el otro líder, tampoco buscará nada para sí en
bienes materiales; al contrario, entregará a la revolución toda su for-
tuna personal heredada; al final, ya casi agónico, piensa que, si mejora,
podrá llegar a Londres “donde los ingleses no me dejarán morir de
hambre”.
El Cabildo de Mendoza, no sólo escucha complacido la peti-
ción del Gobernador Luzuriaga, sino que, además de las cincuenta
cuadras otorgadas a San Martín, obsequia doscientas más para su hija
Tomasa Mercedes, de pocos meses de edad. El General agradece una
y otra donaciones, pero la de su hija la cede, a nombre de ella, “en
favor de los individuos de mi ejército que más se distinguiesen en la
campaña que vamos a emprender”. Nuevo acto de grandeza. ¿No
hubo igual determinación noble en Bolívar, cuando el Perú le obse-
quió un millón de pesos, después de Ayacucho? Los rechazó íntegros.
Los grandes, aunque sean muy diferentes entre sí a causa de la pode-
rosa personalidad que tienen, se parecen siempre en ciertos rasgos
esenciales, propios de la magnitud de su yo. Ser interesado, no revela
pureza en los actos de entidad; a mayor interés, menor altura.
Después de eso, todo adquiere la diversidad de lo creativo, en
el campamento de El Plumerillo y fuera de él, cerca de la ciudad de
Mendoza, que va a ser capital de la liberación. Se labora con fiebre y
obsesión, como cabe en la preparación minuciosa y altamente previ-
siva de una empresa grande, colosal. En San Martín está actuando lo
obsesivo sumo, que se condensa en la frase: “No tengo que realizar
en mi vida sino esto, y lo haré”. Quienes no poseen esta permanente
quemazón interior, no realizan, no llegan hasta el final. Podría decir
San Martín, con Pierre Reverdy: “Nunca dejará de estar acabándose
este sueño de cristal”. Todo hombre crece con el esfuerzo que hace
para conquistar la alta meta buscada. El año 1816 es, para San Martín,
la antesala de su magnitud ante la historia.

61
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Y para Bolívar, ese mismo 1816 significa, desde enero, el en-


cuentro, en Haití con un mulato extraordinario: el Presidente Sabés
Pétion.48 Reábrese ahí la esperanza, porque este gobernante magná-
nimo con garra de estadista, advierte inmediatamente que auxiliarle a
Bolívar era “consolidar la República de Haití, porque la Independen-
cia de la América española aumentaba la fuerza del Estado haitiano”.49
Al entregarle a Bolívar el primer equipo de fusiles (2.000), con su
dotación, y una orden de ración diaria de pan y carne para todos los
refugiados –ampliará esas donaciones–, pone una nobilísima condi-
ción: que, al triunfar la empresa que se va a acometer, se decrete la li-
bertad de los esclavos. Todo: barcos, armas, víveres y protección, todo
se pagará con la moneda de la libertad.
Y los doscientos cuarenta hombres, en siete goletas, rompen el
silencio del océano, iluminados en su ilusión, y se dirigen a Margarita,
que se ha sublevado a nombre de la República, dan el combate naval
de los Frailes, con éxito; desembarcan en Carúpano, y fracasan: nave-
gan hacia Ocumare, y fracasan de nuevo: ¡manes de Miranda en 1806!
Bolívar, abandonado en la playa por sus compañeros que ya se han
embarcado, decide suicidarse, cuando Videau, un leal, le trae un bote
para que suba a bordo. En el puerto oriental de Guiria es recibido
con un “Abajo Bolívar” del pueblo, de los soldados, de Mariño y Ber-
múdez. Cuando Bermúdez desenvaina su espada, también lo hace
Bolívar; Mariño impide el lance; sabe que Bolívar mata en la primera
estocada. Le expulsan los dueños de la fuerza ese momento. Y, de
nuevo a Haití: otra vez a preparar una segunda expedición. Pétion au-
xiliará de nuevo porque también es invencible.
En Venezuela, desde luego, no ha muerto el espíritu rebelde.
Las guerrillas aparecen en muchos puntos. Mariño, Bermúdez y Piar,
en la región oriental; Urdaneta, Páez, Serviez y Santander, en occi-
dente; Zaraza y Cedeño en el Alto Llano; Monagas y Rojas, en los lla-
nos de Barcelona y Maturín.
48 Ese año, Haití estaba dividida en tres Estados: en el centro, gobernaba Pétion; Goman, en el Suroeste,

y Christophe, en el Norte, con el título de Henry I. Cf. LECUNA, VICENTE. Bolívar y el arte militar. New
York: The Colonial Press, 1955: 64.
49 LECUNA, VICENTE. Bolívar y el arte militar: 66. Refiérese Lecuna a la comunicación de Pétion al

General Marión. Cf. Blanco y Azpúrua, Documentos. T. V: 404.

62
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

La segunda hazaña por el mar va directamente, como la pri-


mera, a esta Margarita, que le obsesiona a Bolívar tanto como al
Fausto. Desde allí se dirige al general Mariño –es Bolívar hombre que
perdona, y avanza– con este perentorio aviso: “Parto mañana a defen-
der a Barcelona”. Los patriotas, en Venezuela, se han dividido en tres
facciones antagónicas: la de Piar, la de Mariño-Bermúdez, y la de
Páez.
Al llegar a Barcelona, lanza una Carta Pública, con ocasión del
día primero de año (1817), destinada a la inmortalidad. Allí Bolívar
como antes San Martín, habla del Perú, de llegar al Perú, de aplastar
ahí la presencia de la España monárquica:
Ustedes –díceles a sus compañeros– volarán
conmigo hasta el rico Perú. Nuestros desti-
nos nos llaman a la extremidades del mundo
americano. Para hombres tan valerosos, fie-
les y constantes, nada es imposible. Que el
Universo nos contemple con admiración,
tanto por nuestros desastres como por nues-
tro heroísmo. La fortuna no debe luchar
vencedora contra quienes la muerte no inti-
mida; y la vida no tiene precio sino en tanto
que es gloriosa.50
Aquí se hace presente el espíritu profético del Libertador Bo-
lívar con una luz que deslumbra. No ha triunfado todavía; está ven-
cido, enredado hasta en la desconfianza de los suyos y carente de
ejércitos, de mando real; sin embargo, habla del Perú. Pero ¿en qué
sentido? En el de que antes de siete años, después de entrevistarse
con San Martín en Guayaquil, arribará a Lima, para dar terminación
a la guerra. Parece que leyera los acontecimientos en el libro abierto
del futuro; ve la historia, antes de que ésta se realice. Ese mismo enero,
en el inicio de la segunda quincena, San Martín echará el torrente de
sus tropas a través de la mole andina, para libertar a Chile. Después,

50 LECUNA, VICENTE. Cartas del Libertador. T. I: 259.

63
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

avanzará al Perú. No hay en San Martín adivinación sino cálculo


exacto, como si leyera en el determinismo de los hechos por él pre-
parados. Sorprende que los dos grandes capitanes fijen su mira en
Lima. En esta capital está –lo saben ellos– la sepultura del imperio co-
lonial español en América; en esta vanidosa ciudad de los conquista-
dores Pizarro y Almagro. Allí será vengado el inca Atahualpa, a quien
ahorcaron en Cajamarca los españoles. ¿No habían resucitado ya el
nombre de Inca, tanto Miranda como San Martín, para glorificarlo?
En Barcelona, los patriotas son derrotados –comandaba Ma-
riño–, y Bolívar, con un grupo de oficiales amigos, –Sucre, entre
ellos– atraviesa los llanos en busca del Orinoco. Adivina que allí se es-
conden la solución y la salvación, así tenga que fusilar al insurrecto
Piar. Es el momento en que el general español Morillo, dominada to-
talmente la Nueva Granada, avanza sobre Venezuela, para disputár-
sela a Bolívar.
Allí, en el Orinoco, se produce una acción de flecheras; Bolívar
se queda en el grupo al que los españoles le han cortado la retirada.
Se lanza a nado, con el general Lara y pocos más, y atraviesan el estero
hurtando el cuerpo al posible ataque de los caimanes, y llegan al tra-
piche de Casacoima, enlodados, tiritando de fiebre; allí hay varios ofi-
ciales, que no dan crédito al milagro de esa salvación del Jefe.
Columpiándose éste en una hamaca, habla como iluminado: que se-
rían libertados Venezuela, la Nueva Granada, Quito, el Perú... El se-
cretario Martel, desconcertado, le llama aparte al coronel Briceño y le
dice: “Todo está perdido; el que era nuestra confianza está delirando.
En la situación en que le vemos, sin más vestido que una bata, sueña
con el Perú”.51 San Martín habló del Perú y la campaña sobre ese país,
desde antes, ya que ése era, básicamente, un problema de frontera
con las Provincias del Plata. De esa situación local, pasó el talento
sanmartiniano a una concepción continental.
Dentro de este pensar estaba el propio Gobierno de Buenos
Aires. El Director Pueyrredón, en carta especial, a raíz del Congreso
de Tucumán, abrió las relaciones oficiales con Bolívar, en Venezuela.
51 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Bolívar: 130.

64
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

La revolución, así, adquirió un sentido amplio, de coordinación sura-


mericana. El Libertador, en respuesta, decíale al Director, desde An-
gostura (12 de junio de 1818):
Tengo el honor de contestar el despacho
que, con fecha 19 de noviembre de 1816, se
ha servido V.E. dirigirme, y cuyo retardo,
aunque harto sensible, no ha podido dismi-
nuir el inexplicable júbilo de mi corazón al
ver iniciadas las relaciones que mucho
tiempo ya deseábamos establecer. V.E., sal-
vando los inconvenientes que la distancia, la
incomunicación y la falta de vías directas
presentaban, ha adelantado un paso que da
una nueva vida a ambos gobiernos, hacién-
donos conocer recíprocamente.
V.E. hace a mi patria el honor de contem-
plarla como un monumento solitario, que re-
cordará a la América el precio de la libertad,
y renovará la memoria de un pueblo magná-
nimo e incorruptible. Sin duda Venezuela
consagrada toda a la santa libertad, ha con-
siderado sus sacrificios como triunfos. Sus
torrentes de sangre, el incendio de sus
poblaciones, la ruina absoluta de todas las
creaciones del hombre, y aún de la natura-
leza, todo lo ha ofrecido en las aras de la
patria.
Nada es comparable a la bondad con que
V.E. me colma de elogios inmerecidos. Yo
apenas he podido seguir con trémulo paso
la inmensa carrera a que mi patria me guía.
No he sido más que un débil instrumento
puesto en acción por el gran movimiento de
mis conciudadanos. Yo tributo a V.E. las gra-

65
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

cias más expresivas por la honra que mi pa-


tria y yo hemos recibido de V.E. y del pueblo
independiente de la América del Sur; de ese
pueblo que es la gloria del hemisferio de
Colón, el sepulcro de los tiranos y conquis-
tadores, y el baluarte de la independencia
americana. Acepte V.E. los votos de admi-
ración que me apresuro a tributar a las virtu-
des cívicas, a los talentos políticos y a los
timbres militares del pueblo de Buenos Aires
y su ilustre director.
La proclama que V.E. se ha dignado dirigir-
nos es una brillante prueba de los sentimien-
tos fraternales y altamente generosos de
nuestros hermanos del Sur. Con la mayor sa-
tisfacción retorno a V.E. la respuesta cordial
que, por mi órgano, han querido transmitir
mis conciudadanos a los hijos del Río de la
Plata. En ella sólo deben apreciarse los
sentimientos de tierna solicitud que animan
a todos los venezolanos hacia sus dignos
compatriotas meridionales.
V.E. debe asegurar a sus nobles conciudada-
nos, que no solamente serán tratados y reci-
bidos aquí como miembros de una república
amiga, sino como miembros de nuestra so-
ciedad venezolana. Una sola debe ser la pa-
tria de todos los americanos, ya que en todo
hemos tenido una perfecta unidad.
Excelentísimo señor: cuando el triunfo de
las armas de Venezuela complete la obra de
su independencia, o que circunstancias más
favorables nos permitan comunicaciones
más frecuentes, y relaciones más estrechas,
nosotros nos apresuraremos, con el más
66
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

vivo interés a entablar, por nuestra parte, el


pacto americano que, formando de todas
nuestras repúblicas un cuerpo político, pre-
sente la América al mundo con un aspecto
de majestad y grandeza sin ejemplo en las
naciones antiguas. La América así unida, si
el cielo nos concede este deseado voto,
podrá llamarse la reina de las naciones y la
madre de las repúblicas.
Yo espero que el Río de la Plata, con su
poderoso influjo, cooperará eficazmente a la
perfección del edificio político a que hemos
dado principio desde el primer día de nues-
tra regeneración.
Uno de los aciertos más significativos de San Martín, al prepa-
rar su ciclópea empresa de los Andes, fue sugerir al gobierno de Bue-
nos Aires la incorporación al ejército del general chileno O'Higgins.
El pretexto fue la expedición del general español Morillo a Venezuela
y a la Nueva Granada; al principio se creyó que esas tropas “pacifica-
doras” estaban destinadas al Río de la Plata. Fue incorporado, en
efecto, con el grado de Brigadier, y viajó inmediatamente a Mendoza
para posesionarse; le acompañaron su madre y su hermana, con quie-
nes había salido en éxodo de Chile, después de la derrota de Ranca-
gua.
O'Higgins, después del abrazo con San Martín en Uspallata, en
la cordillera, se quedó poco tiempo en Mendoza. Un incidente en
Buenos Aires lo forzó a marcharse a esa capital, donde se encontra-
ban los hermanos Carrera, sus opositores. Luis Carrera había retado
a duelo a su compatriota, el brigadier Juan Mackenna, acérrimo ene-
migo de los Carrera, en Chile. Mackenna pereció en el duelo y Luis
paró en la cárcel. Este suceso obligóle a O'Higgins a viajar, para de-
fender su partido. En Buenos Aires, sin medios económicos, vivió en
gran pobreza; cuando se agotó el poco dinero que habían logrado
sacar de Santiago su madre y su hermana –ellos, los que fueron los

67
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

potentados de Chillón; ellos, ¡los herederos de la fortuna del último


virrey!–, hubieron de sobrevivir con la fabricación de cigarros, en que
se ocupaban las dos valerosas mujeres.
En este lapso, el gobierno rioplatense le sugirió a O'Higgins
que escribiese un plan militar para la reconquista de Chile, visto que
uno escrito por José Miguel Carrera había sido desaprobado por San
Martín.52 Tampoco resultó válido este proyecto, que no mostraba los
necesarios conocimientos estratégicos requeridos.
El sueldo que se le asignó a O'Higgins en Mendoza llevóle a
continuar en pobreza. San Martín lo advirtió y, a la pregunta de cuánto
necesitaba, recibió esta respuesta:
Yo desearía aliviar en cuanto me fuese posi-
ble el estado del gravoso peso que debo oca-
sionarle, a no tener que atender una familia
que, igualmente que yo, se halla envuelta en
la persecución del enemigo común.
Y pidió “cien pesos, a cuenta de cualquier suerte de préstamo
o de asignación que se me señale”.53 ¡Tanta grandeza había en el
nobilísimo chileno como en San Martín; idéntico desprendimiento;
igual capacidad de sacrificio! Su primer cuidado: ingresar a la Logia,
en la cual asumió relieve rápidamente.54
San Martín tuvo en O'Higgins un cooperador extraordinario. A
él se le encomendó la preparación completa del campamento de El
Plumerillo, que requería edificaciones, cuadras, espacios limpios para
el adiestramiento de los reclutas. Ahí se estructuró un equipo de sol-
dados chilenos. Y allí –hay que anotarlo especialmente– fue discipli-
nado un batallón de negros, llegados de Buenos Aires en cien carretas.
San Martín los recibió con esta proclama: “Soldados. Hace seis días
que érais esclavos. La patria os ha hecho libres y, a más, ciudadanos

52 VICUÑA MACKENNA, BENJAMÍN. Vida del Capitán General de Chile, don Bernardo O'Higgins, Brigadier
de la República Argentina y Mariscal del Perú. Santiago, 1882: Apéndice 18, 752.
53 GALVÁN MORENO, C. El Libertador de Chile O'Higgins, un gran amigo de San Martín. Buenos Aires:

Claridad, 1953: 143.


54 Archivo de San Martín. T. X: 488.

68
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

armados. Los enemigos quieren vuestra esclavitud y es preciso que


defendáis vuestra libertad con las bayonetas”. Se mostrarán intrépi-
dos, brillantes, en la batalla de Chacabuco.
Cuando San Martín fue a entrevistarse con Pueyrredón en Cór-
doba, el encargado del mando fue O'Higgins. Y también, cuando con-
sideró necesario entenderse con los indios pehuenches, que ocupaban
la zona baja de la cordillera oriental, al sur de Mendoza. Los indígenas
en Hispanoamérica fueron indiferentes u hostiles al proceso emanci-
pador; nada esperaban de él; y, en verdad, poco o nada alcanzaron a
pesar de que mucho se hizo por atraerlos, más en palabras que con
hechos. Escribe Charles C. Griffin:
Una vez que comenzaron a luchar por su in-
dependencia nacional, los colonos mostra-
ron una fuerte inclinación a exaltar al indio,
como parte del sentimiento americanista.
Surgió una tendencia a volver la vista hacia el
período de los antiguos imperios peruano y
mexicano [ … ] En la elaboración de un pro-
yecto de constitución para un Estado hispa-
noamericano, Francisco de Miranda utilizó
títulos sacados de la antigua tradición sud-
americana. Muchas sociedades secretas re-
volucionarias adoptaron los nombres de
legendarios héroes indios.55
La norma paradigmática fue el encumbramiento del indio chi-
leno Lautaro, en la nominación de varias logias.
San Martín necesitaba pedirles a los pehuenches permiso para
que pasaran los ejércitos patriotas por sus territorios y para que auxi-
liaran con ganados, en acto de cooperación. Fue necesario el empleo
de métodos adecuados a la mentalidad indígena. Invitóles a parla-
mentar en el Fuerte San Carlos, a donde remitió previamente “ciento
veinte pellejos de aguardiente, trescientos de vino, un gran número de
55GRIFFIN, CHARLES C. Ensayos sobre historia de América. Caracas: Universidad Central de Venezuela,
1969: 62.

69
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

bridas, espuelas, dulces, telas vistosas y cuentas de vidrio para las


mujeres”.56 Arribaron a la cita puntualmente y, con gran pompa, efec-
tuaron previamente varios simulacros de guerra, les habló San Martín
y les entregó los regalos. Los pehuenches habían llegado en gran nú-
mero, acompañados de sus mujeres e hijos. Conferenciaron y, el más
viejo de ellos, expresóle a San Martín que habían aceptado la propo-
sición de los “cristianos”; diéronse, enseguida, a beber y danzar en
una bacanal que les tomó varios días. De estos indígenas se valió luego
para hacer llegar a los españoles en Chile mensajes con datos falsos,
a fin de producir desorientación.
San Martín necesitaba ganado, mucho ganado, para alimento
de sus tropas y caballos y mulas. Fue ese el gran requerimiento de la
guerra tanto ahí como en el resto de Hispanoamérica, en los lugares
en que se desarrolló el conflicto. Fueron tan utilizados estos comple-
mentos, que se produjo así una inmensa destrucción.
Los animales iban desapareciendo. Los ca-
ballos fueron dedicados al uso de las tropas;
el ganado fue robado o consumido en la
subsistencia de los ejércitos. Los hatos y es-
tancias en donde se criaba y se cuidaba el ga-
nado [las haciendas de las misiones
franciscanas de la Guayana, por ejemplo],
fueron destruidos por la guerra [ ... ] Ade-
más, hubo desaparición del personal de tra-
bajo, algunas veces para engancharse en la
tropa revolucionaria; otras, llevados por la
leva, y otras veces para rehuir el servicio se
escondían en lugares remotos, haciendo
imposible la producción.57

56 BARROS ARANA, DIEGO. Historia general de Chile. Santiago, T. III, 1890: 283.
57 GRIFFIN, CHARLES C. Op. cit.: 230-231.

70
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Tres meses después del entendimiento de San Martín con los


pehuenches, los preparativos para el paso de los Andes se habían
cumplido plenamente. El Director Pueyrredón, desde Buenos Aires,
le escribirá a San Martín, en bella síntesis:
No se ha visto en nuestro Estado un ejército
más surtido en todo. Tampoco se ha visto
un Director que tenga igual confianza en un
General; tampoco ha habido un General que
la merezca más que usted.
Se piensa en idéntica confianza mostrada por Bolívar al general
Antonio José de Sucre, en vísperas de Ayacucho, al entregarle el
comando del ejército que dio brillantísimo fin a la guerra.
La partida ha sido señalada para enero (1817), pero el único
conocedor de esa fecha es el General en Jefe, que se complace en de-
cirles a sus compañeros de mando: “Si mi almohada supiera este se-
creto, la mandaba a quemar”.
Ya quedó dicho: San Martín no cree sino en lo absolutamente
seguro, y para ello, actúa con inmensa meditación previa. Considera,
en este caso presente, que una revisión cuidadosa de las dos rutas
principales para atravesar los Andes es indispensable. Para realizarla,
escoge a su ayudante de campo, ingeniero José Antonio Álvarez Con-
darco, a quien llama a su presencia para ordenarle:
Mayor, voy a darle a usted una misión diplo-
mática muy delicada –entregarle personal-
mente a Marcó de Pont, jefe de los españoles
en Chile, el texto de la Declaración de Inde-
pendencia, dada en Tucumán–. Lo despa-
charé por el camino de Los Patos, que es el
más largo y el más lejano, y como es seguro
que así que usted entregue el pliego que lleva
le despedirán con cajas destempladas por el
camino más corto que es el de Uspallata, si
es que no lo ahorcan, dará usted la vuelta re-

71
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

donda y podrá, a su regreso, formarse un


croquis sobre el papel. Quiero que me reco-
nozca los caminos de Los Patos y Uspallata
y que me levante dentro de su cabeza un
plano de los dos, sin hacer ningún apunte,
pero sin olvidarse de una piedra. Vaya a pre-
pararse y, sobre todo, secreto.58
La orden fue cumplida. Marcó de Pont recibió al emisario; hizo
quemar el pliego con el Acta de Independencia y, expulsándole del
país a Álvarez Condarco, envió con él la respuesta:
He puesto en ejercicio toda mi urbanidad y
moderación para no devolver a V.S. su carta
del 2 del corriente y acta del Congreso de
Córdoba que acompaña para mi conoci-
miento, tanto por ser el complemento del
más detestable crimen, cuanto por tenerlo
anticipado en correspondencia pública del
Janeiro y no ser asunto oficial. Así estimo
por frívolo y especioso este motivo para la
venida de su parlamentario; esto me obliga a
manifestar a V.E. que cualquier otro de igual
clase no merecerá la inviolabilidad y atención
con que dejo regresar al de esta misión.59
Los planos y detalles del ingeniero demostraron que había vía
franca, sin existencia de fortificaciones. Y además una evidente falta
de perspicacia del Jefe español. Sospechar, ¿no es casi adivinar? ¡Nada
sospechó el Capitán General español!

58GENERAL GERÓNIMO ESPEJO. El paso de los Andes. Buenos Aires, 1916: 453.
59Publicado por La Gaceta de Buenos Aires, el 18 de enero de 1817. (Cita de GALVÁN MORENO, C.
San Martín el Libertador: 142).

72
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Tercera Parte

LIBERTADOR DE CHILE

A nombre de la fe política se muere, y a


nombre de la fe política se mata.

ANDRÉ GIDE. Paludes.

En víspera de la hazaña, San Martín hace esta confesión: “Lo


que no me deja dormir es, no la oposición que pueden hacerme los
enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”. No había sino
información de viajeros; nada de cartas topográficas, nada de elemen-
tos precisos. El trayecto íntegro está despoblado; los caminos no pue-
den llamarse tales; no se encuentra caza; los animales no tendrán
donde pacer. Pero Pueyrredón habíale anticipado: “Es preciso que
Dios sea godo, para que no ayude nuestra empresa”.
Para pasar la mole andina en el sector previsto, se requiere plas-
mar la epopeya. Y las epopeyas son muy raras en la historia. El héroe
que va a cumplir el colosal empeño, tiene treinta y nueve años. Bolívar
también pasará los Andes, a los treinta y seis, ¡y con qué impávido
vigor desafiará a los elementos!
¿Cuáles han sido los arrogantes varones que han escalado, con
ejércitos, las altas cordilleras de la Tierra, violándolas y sometiéndolas?
Muy contados. El general cartaginés Aníbal, del África saltó a España,
pasó a Francia, con sus tropas, caballos, camellos y elefantes, como si
se movilizara colosal, inconmensurable caravana mítica; ascendió a
los Alpes los domó por el paso de Genevre y descendió en busca de
Roma, la capital enemiga. Todo esto, dos siglos antes de nuestra Era.
Alejandro Magno y sus legiones, rumbo a la India, por el Hindu-
Kusch. El esforzado Diego de Almagro, compañero del conquistador
Pizarro, por el nudo andino de Atacama, con los valientes que le

73
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

acompañaron a la expedición a Chile. Napoleón, cabalgante sobre los


Alpes, como Aníbal, en busca del dominio de Italia. Y Simón Bolívar,
en 1819, heroico sobre el páramo de Pisba, en los Andes, casi sin ruta,
con el hielo quemante a los pies, para dar enseguida la batalla de Bo-
yacá. Estos titanes ovillaron el tiempo en las cumbres, sellándolo con
lacre de siglos para muestra de lo gigante que puede llegar a ser el
hombre.
Cinco mil doscientos hombres hállanse listos a recibir la orden
de marcha.60 Portan disciplina y fervor, más la decisión de triunfar.
La cordillera en más de mil kilómetros de extensión no tiene
sino seis vías por las cuales se la puede atravesar. Descubiertas, en los
siglos, por los indígenas y arregladas de alguna manera por los con-
quistadores y colonos españoles, todas significan ascenso, bordeando
abismos y descensos, sobre nuevos precipicios, caminando en maca-
bra danza lenta por la parte baja de las cimas, muchísimas cimas, que
terminan en desafiantes puntas altísimas. Los Andes, allí, no son el
lomo ingente de la zona ecuatorial, sino un cuerpo inmenso erizado
de agujas, como en algún descomunal dinosaurio antediluviano. Por
entre esas moles de aquel batallón de petrificadas lanzas cubiertas
siempre de nieve, sobre una base de profundidades oscuras, tétricas,
hay que caminar como agarrándose de las rocas para no caer y pere-
cer. Soledad, silencio, voz ululante de vientos de cuando en cuando;
una imponente solemnidad de misterio, y la necesidad del reto del
hombre, hora tras hora, rigen allí presionantemente. Las cien cum-
bres, que no se alcanzan nunca, se yerguen a 6.000, 7.000 metros; lo
profundo, por negro, no es visible. Hay que ir por desfiladeros, por
muy estrechos senderos, a veces de piedra muy resbalosa. El frío per-
fora, taladra los cuerpos. Es la anti-risa, la anti-alegría; pero también
es la satisfacción del esfuerzo que vence.

60 El ejército sanmartiniano se descomponía así: 3.997 hombres en total; de ellos 2.795 de infantería,

241 de artillería, 742 de caballería, 14 Jefes y 195 oficiales. El volumen de expedicionarios se completaba
con 1.213 milicianos, obreros, arrieros.

74
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Difícil, pero hacedero, el viaje por esas rutas para una, para
pocas personas. Pero, ¡un ejército entero!61
El plan estratégico de San Martín se condensa en esta palabra:
desconcertar. El Capitán General español en Chile tiene que volverse
físicamente loco, el momento en que sea atacado por seis puntos,
muy distantes entre sí, simultáneamente; sus tropas, por fuerza serán
disgregadas en una línea de dos mil kilómetros, desde el sur chileno;
a la hora de la batalla, sus efectivos se verán gravemente mermados.
Para los dos pasos del sur –la ruta El Planchón, con el coman-
dante Freire, y la de El Portillo, con el comandante Lemos– destina
San Martín menos de cuatrocientos hombres, que llevan la consigna
de operar de modo que Marcó suponga que va a ser atacado por el
sur. Partieron el 14 de enero (1817). En la ruta se produjo un com-
bate; los realistas derrotados debieron de volar a informarle al Capitán
General del avance patriota. El comandante Freire y su contingente
no se detuvieron hasta que no tomaron la ciudad de Talca, con la
consiguiente alarma española. El comandante Lemos, por El Portillo,
parecía dirigirse a Santiago; otra alarma de los hispanos.
Al norte, muy lejos de la región central donde se encuentra el
grueso del ejército, también van a atravesar la cordillera dos contin-
gentes pequeños, de unos cuatrocientos hombres en total –el coman-
dante Cabot y sus hombres por el paso Olivares, y el comandante
Franciscano Zelada, por el de Vinchina–. Cabot tuvo que combatir y
derrotar a tropas superiores en número, hasta que tomó las ciudades
de La Serena y Coquimbo. Alarma de Marcó del Pont, al norte. Tam-
bién hubo de librar combate el comandante Zelada; victorioso, llegó
hasta la ciudad de Coquimbo.
61Iban con las tropas: 10.000 mulas de silla y carga; 1.600 caballos; 70 reses; cargas de víveres y forraje;
3.500 arrobas de “charqui”. Todo se vuelve ingente. Fusiles, 5.000, con su bayoneta, 741 tercerolas,
1.129 sables 749 cananas, 70.000 piedras de chispa, un millón de tiros de bala. Además carpas, puentes,
polvorines, azufre, salitre, ajo y cebolla para prevenir el escorbuto, una botella de vino para cada soldado,
harina de maíz tostado, queso, aguardiente y agua en “chifles” (cuernos de ganado). Asimismo, 2.000
balas de cañón, 200 de metralla, 600 granadas. Los cañones han sido envueltos por el capitán fray Luis
Beltrán en gruesas capas de lana y forrado con pieles de vaca para preservarlos en caso de caer a un
abismo; cañones con cobijas, como los soldados. Con Beltrán marcha un equipo de mineros expertos
en allanar los pasos difíciles; llevan herramientas adecuadas. Las fábricas de Córdoba han provisto de
mucho. Cf. GALVÁN MORENO, C. San Martín el Libertador: 145-150.

75
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Tanto las rutas del sur, como las del norte, se hallaban vigiladas
por los realistas.
Los últimos en partir fueron los batallones –ochocientos hom-
bres– de la división Las Heras, el 18 de enero, rumbo a la vía de Us-
pallata; y los comandados directamente por San Martín, quien se
dirigió a la ruta de Los Patos con el mayor número de tropas. El Ge-
neral en Jefe se despidió de los mendocinos en una expresiva pro-
clama. A O'Higgins se le había encomendado el cuidado de la reserva;
dos batallones, dos escuadrones y la artillería. Iba O'Higgins a una
jornada atrás de la vanguardia comandada por Soler. Los cañones
eran llevados por el paso de Uspallata, con Beltrán.
El 28 de enero fue día excepcional para O'Higgins. Hallándose
en plena cumbre andina –Los Manantiales– recibió una comunicación
ministerial procedente de Buenos Aires, en la cual se le informaba
que, una vez lograda la victoria, a él le correspondería el gobierno de
Chile, como Director. Cuando, después de siete días de marcha, divisó
desde la cima los territorios de su patria, pensó en una Proclama, que
hizo circular a la llegada al valle de Putaendo:
Compatriotas y amigos: el numen de la liber-
tad me restituye por fin al suelo patrio. Un
poderoso ejército donde brillan el orden, la
disciplina y el denuedo, viene a sacaros de la
esclavitud. Venguemos unidos nuestros ul-
trajes y padecimientos. La dulce patria, el
hermoso Chile, vuelve a ocupar el rango de
nación. Arrojemos el grupo miserable de es-
pañoles advenedizos, que dos años ha, vul-
neran nuestro honor, detentan nuestros
bienes, e insultan con cruel impavidez a todo
americano [ ... ] Chilenos, yo os juro morir o
libertaros.62
Cinco días más tarde, entrará en el gran combate.

62 VICUÑA MACKENNA. Op. cit.: 251.

76
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

A la división de Las Heras también tocóle batallar, como a los


otros, en el trayecto, a pesar de que se cuidó mucho a fin de no des-
cubrirse ante el enemigo. Una avanzada suya fue sorprendida y derro-
tada: el Jefe ordenó la persecución de esa avanzada, a la que se le forzó
a retroceder. Evidentemente pudo informarle ésta a tiempo al Capitán
General español de la marcha sanmartiniana: San Martín lo supo me-
diante un baqueano. Las Heras, en previsión, envió un fuerte contin-
gente de vanguardia, a tomar posiciones. El comandante Necochea,
al encontrarse con setecientos soldados enemigos, empleó la táctica
de “vuelvan caras” cuando los atacantes creyeron que los patriotas se
regresaban para atravesar de nuevo la cordillera de oeste a este.
Ya del otro lado de la mole, San Martín procedió a una revisión
de fuerzas. La cordillera había devorado unos cuantos hombres, sobre
todo con el “soroche”. Los de Uspallata tardaron diecisiete días en la
travesía. Algunos soldados perecieron en los combates. De las 10.000
mulas, habían perecido o quedado inutilizadas más de la mitad; y de
los 1.600 caballos, sólo 1.000 hallábanse servibles. Pero la magna ha-
zaña habíase cumplido. San Martín la logró a lomo de mula, envuelto
en su capa de campaña y con sombrero de hule de dos picos (falu-
cho). La precisión de sus cálculos había sido perfecta. Sólo faltaba el
gran choque.
A tiempo que la marea de los acontecimientos había subido tan
alto en el sur, en el norte bajaba persistentemente, aunque no del todo.
Bolívar, “más peligroso vencido que vencedor”, construye una escua-
drilla de flecheras y cañoneras. Ha concebido su plan: tomar el Ori-
noco, hasta su desembocadura; está el río en poder de los españoles,
a los que hay que desalojar. Así, tendrá una suerte de mar a su servicio,
visto que la costa norte del país hállase dominada por Morillo. Con
la cooperación del almirante Brión, logra su objetivo; se da una batalla
fluvial, y los realistas son expulsados. Por consecuencia, el general
Morillo, que se ha tomado a la rebelde Margarita, la abandona, para

77
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

atender en el centro de Venezuela las posibles campañas del líder ca-


raqueño. Advierte, como jefe experimentado, que por el Orinoco lle-
garán armas y, además, voluntarios extranjeros. En efecto, van
arribando los primeros oficiales británicos y grupos de desplazados
de las guerras europeas que vienen a probar fortuna, sirviendo a la re-
volución americana. Entre los oficiales, desembarca el joven irlandés
de dieciséis años Daniel Florencio O'Leary, con el grado de Alférez
de los Húsares Rojos. Será el primer biógrafo de Bolívar y el compi-
lador de veintinueve grandes volúmenes de documentos sobre la
Emancipación. En sus Memorias dirá:
Desde mi llegada a Angostura comencé a
reunir datos y documentos que tuviesen
relación con la guerra de Independencia y
con la vida del hombre extraordinario que la
dirigía. Reunílos, al principio, con el objeto
de transmitir a mis padres y a mis amigos en
Irlanda las impresiones de mi viaje a regio-
nes para ellos y para mí desconocidos.63
Van llegando, además, muchas armas, y voluntarios que integra-
rán la “Legión Británica”. Sin los fusiles procedentes de Londres en
su mayor parte, hubiesen sido más difíciles las operaciones militares
próximas. Los ingleses fijaron su primera impresión de Bolívar, así:
Nos contestó el saludo con la sonrisa
melancólica que le era habitual. Lo encon-
tramos sentado en su hamaca, a la sombra
de algunos árboles. Recibiónos con la corte-
sía de un hombre de mundo. Después de
referirse ligeramente a las privaciones de la
campaña por el estado del país, expresó su
alegría al ver en el servicio a oficiales euro-
peos que pudieran ayudar a los nativos a dis-
ciplinar las tropas. Nos dirigió muchas

63 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. O'Leary, Edecán del Libertador. Madrid: Edime, 1956: 25.

78
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

preguntas sobre diferentes asuntos, reve-


lando pleno conocimiento de los negocios
de Europa. Su faz enflaquecida expresaba
paciencia y resignación, virtudes que le
hacen tanto más honor cuanto su carácter es
naturalmente impetuoso. Rodeado de hom-
bres de inferior nacimiento y educación a los
suyos, sobresalía sin ninguna afectación por
sus modales y maneras elegantes.64
El gran problema era la disciplina de las tropas. También San
Martín lo advirtió desde el principio, y puso en ello especialísimo én-
fasis.
Sin ella, practicada en pleno, no habría atravesado los Andes
con sus ejércitos.
Ya ha quedado atrás la ingente mole andina, y San Martín pre-
para sus ejércitos para la batalla que dará en el llano de Chacabuco, al
sur del lugar en que se encontraron los expedicionarios del general
Las Heras y O'Higgins, con los de San Martín. ¿Por qué también el
Capitán General Marcó del Pont reúne las tropas que puede, en ese
mismo Chacabuco? Sin duda, porque su espionaje le advirtió con pre-
cisión de cuanto estaba realizando el Jefe rioplatense. A Marcó le
aconsejaron que no presentase batalla en ese lugar, si no había logrado
reunir sino 1.800 hombres, de los 5.000 que tenía dispersos a lo largo
de Chile; pero el consejo venía de un civil y no de un militar, y fue
desechado.65 Marcó no pudo contar, para el choque, sino con 1.800
soldados, que hubieron de resistir el ataque de casi 4.000 de San Mar-
tín. La Batalla de Chacabuco estuvo ganada desde antes de que se
produjese, el 12 de febrero (1817). La acción duró tres horas; co-
menzó a las once de la mañana.
O'Higgins, que comandaba la columna izquierda de 1.500 hom-
bres –la de la derecha corrió a cargo del general Soler (2.100 hom-

64 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Bolívar: 158.


65 GALVÁN MORENO, C. San Martín...: 158.

79
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

bres)– estuvo a punto de poner en peligro la victoria. Se le había or-


denado que con sus batallones hiciese amago de ataque al enemigo,
pero sin comprometerse en una acción seria. El plan era acosar así,
un poco en falso, por ese lado, hasta que bajase del otro lado de la co-
lina o serranía el general Soler con todas sus tropas para encerrarle al
enemigo, a poco ir, en una tenaza. O'Higgins no se detuvo; olvidó la
orden que tenía y, por propia determinación, lanzó su ofensiva a
fondo. El plan de batalla quedaba, de este modo, sin cumplirse. San
Martín, con celeridad, cambió la marcha de Soler y, para dominar la
situación aun sin esperar que el ala de éste lograra ejecutar lo que aca-
baba de ordenársele, púsose al frente de los Granaderos a Caballo, que
se hallaban en la reserva, y destrozó al enemigo en ejecución de ver-
dadera pericia militar. El oficial Antonio José Escalada, su cuñado,
recibió el encargo de llevar el parte de victoria a Mendoza y a Buenos
Aires. El texto dirigido al Gobierno decía con sencillez:
Exmo. Señor: una división de 1.800 hom-
bres del ejército de Chile acaba de ser des-
trozada en los llanos de Chacabuco por el
ejército de mi mando, en la tarde de hoy. La
premura del tiempo no me permite exten-
derme en detalles que terminaré lo más
breve que me sea posible; en el entre tanto,
debo decir a V.E. que no hay expresiones
para ponderar la bravura de estas tropas.66
O'Higgins, hombre vehemente y de espíritu romántico además,
obedeció a su temperamento en Chacabuco. Varios años más tarde,
en 1830, ante los ataques que se le habían hecho por aquella acción
de guerra, explicó su conducta, en carta a un amigo:
Mis detractores, decía, ignoraban el jura-
mento que hice durante treinta y seis horas
de combate en Rancagua; ellos no sabían los
66 Las tropas de Marcó del Pont tuvieron 500 muertos y 600 prisioneros. Del lado sanmartiniano hubo
2 oficiales muertos, lo mismo que 130 hombres de tropa y 177 heridos. San Martín envió diez días des-
pués un informe muy detallado de la batalla al Gobierno central. El texto se encuentra en el Archivo de
San Martín. T. XI: 223.

80
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

clamores y ruegos que diariamente ofrecía a


los cielos desde aquel día aciago hasta el 12
de febrero de 1817; ellos no eran sensibles a
los abrasados sentimientos en que me con-
sumía al oír los innumerables actos de injus-
ticia y de crueldad perpetrados por mis
oponentes contra mis más caros amigos y lo
más querido de mi patria. Si mis acusadores
hubiesen conocido estas cosas y experimen-
tado sus tormentos, entonces, y no de otro
modo, habrían comprendido mis sentimien-
tos. Al ponerme a la cabeza de mi brava in-
fantería, exclamé, usando de las voces de los
días de El Roble y Rancagua: “¡Soldados!
¡Vivir con honor o morir con gloria! El va-
liente siga. ¡Columnas, a la carga!”. Enton-
ces, y no de otro modo, podrían mis
acusadores entender la causa por qué 700 in-
fantes, sostenidos por 300 caballos, vencie-
ron, destruyeron, derrotaron y apresaron un
triple número en menos de una hora... En-
tonces podrían haber comprendido la razón
por qué exclamé en aquel instante: Ahora,
que venga la muerte; me encuentro contento
y feliz, porque he vivido lo necesario para
ver cumplido el grande objeto de todos mis
actos; yo vuelvo a tener una patria y he ven-
gado sus agravios.67
O'Higgins, en su grandeza de patriota, es ante todo un senti-
mental, un impulsivo. ¡Qué diferente de San Martín y de Bolívar! Y
qué distinto también, de Miranda, el caraqueño inmenso que había
preparado la América para la emancipación y que ahora yacía ya en la
tumba, en Cádiz.68 ¿Hubo alguna recordación especial para Miranda,
67 ESPEJO, GERÓNIMO. Op. cit.: 548.
68 Miranda murió en la cárcel española de Cádiz –La Carraca–, el 14 de julio de 1816.

81
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

de parte de O'Higgins, “su discípulo predilecto”; de parte de San


Martín? Bolívar lo elogió más de una vez.
Chacabuco fue una victoria brillante, digna de la hazaña del
paso de la cordillera; pero no decisiva. Aunque cayó preso Marcó del
Pont cuando huía a Valparaíso –lo confinaron en la ciudad de San
Luis– las tropas numerosas que se hallaban en el sur del país y que no
alcanzaron a movilizarse para la batalla, se agruparon y fortalecieron
bajo el mando de un nuevo Jefe, experto y valeroso: general José
Ordóñez. A la perspicacia de San Martín no podía ocultársele este
particular y, a los ocho días de la batalla, despachó al general Las
Heras con una división de mil hombres, con orden de impedir todo
agrupamiento español y de destrozar al enemigo en cualquier punto.
La entrada triunfal de las tropas a Santiago se efectuó el 14 de
febrero, entre aclamaciones y desbordamientos de la multitud. En el
pueblo hay siempre fervor inmenso para los héroes, y esa actitud es
justa porque no es demagógica. Los festejos se prolongaron larga-
mente, lo mismo que en toda la provincia de Cuyo, de donde procedía
buena parte del ejército victorioso. Eran los días de carnaval. A Men-
doza lo mismo que a San Juan y San Luis, dedicóles San Martín un es-
pecial mensaje:
Tengo la satisfacción de anunciar a V.S. que
las armas victoriosas del ejército de la patria
ocupan ya el reino de Chile, rompiendo la
fatal barrera que antes los separaba de sus
hermanos y vecinos los habitantes de Cuyo.
Yo me apresuro a felicitar a V.S. y a ese be-
nemérito pueblo, manifestándole la expre-
sión más tierna de mi gratitud a su
patriotismo y constantes esfuerzos que sin
duda son el móvil más poderoso que contri-
buyó a la formación del Ejército de los
Andes y preparó las glorias con que este su-
ceso importante ha cubierto las armas de la
patria.

82
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

San Martín hablaba un lenguaje de sinceridad y de soldado; no


era poeta, como Bolívar; a pesar de haberse educado en España, no
llegó al dominio completo del idioma, en punto a flexibilidad. Pero
dice lo suyo con entera franqueza y evidente claridad. Más tarde,
Monteagudo se encargará de las redacciones de los documentos im-
portantes sanmartinianos.
Hubo violencia en la capital, contra todo cuanto había sido
godo; el palacio virreinal fue saqueado. Restablecida la normalidad
con la entrada de San Martín –que arribó por calle apartada, para evi-
tar vítores; era su costumbre–, reunióse el Cabildo a fin de deliberar
sobre el vacío de poder que había ese momento en la nación. Todos
los concurrentes –un Cabildo ampliado– señalaron el nombre de San
Martín para Director Supremo. Negóse el General a aceptar ese cargo.
Sus grandes planes se proyectaban hacia el Perú, y no podía detenerse
en Chile con una función político-administrativa; además, la guerra
ahí no había terminado. La elección recayó, lógicamente y por una-
nimidad, en el general O'Higgins; cumplíase con ello lo decidido pre-
viamente, antes de la campaña de los Andes, tanto por el general San
Martín como por el gobierno de Buenos Aires. Entusiastas, los dos
jefes elaboraron juntos, en trabajo mancomunado, las disposiciones
básicas para el inmediato gobierno de Chile; hasta en la calle se les
veía el uno al lado del otro.
Una de las primeras determinaciones: crear el organismo de
consulta que había tanto en Buenos Aires como en Mendoza: la Logia
masónica. Fue fundada la de Santiago por los dos generales y varios
amigos prominentes.69
Los Estatutos de la Logia, conservados entre los papeles de
O'Higgins,70 contienen tanto una exposición de motivos previa, como
las disposiciones a que debían someterse los miembros de la entidad
secreta. En lo sustancial, expresa el preámbulo:
69 Los fundadores de la Logia Lautaro, de Santiago, fueron: San Martín, O'Higgins. Quintana, Zapiola,

Guido, Las Heras, Alvarado, Zenteno, Zañartu y Luis de la Cruz. (Cf. VICUÑA MACKENNA. Op. cit.:
295).
70 Pensamiento político de la Emancipación, publicado por la Biblioteca Ayacucho de Caracas, T. II, 1977: 195

y siguientes.

83
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Las Provincias del Río de la Plata dieron la


señal de libertad: se revolucionaron y han
sostenido por diez años su empresa con he-
roica constancia; pero desgraciadamente sin
sistema, sin combinación y casi sin otro de-
signio que el que indicaban las circunstancia,
los sucesos y los accidentes. El resultado ha
sido haber dado lugar a las querellas de los
pueblos, al extravío de la opinión, al furor de
los partidos y a los intereses de la ambición,
sin que los verdaderos amigos de la patria
pudiesen oponer a estos gravísimos males
otro remedio que su dolor y confusión. Éste
ha sido el motivo del establecimiento de esta
Sociedad, que debe componerse de caballe-
ros americanos que, distinguidos por la libe-
ralidad de las ideas y por el fervor de su
patriótico celo, trabajen con sistema y plan
en la independencia de la América y su feli-
cidad, consagrando a este nobilísimo fin
todas sus fuerzas, su influjo, sus facultades y
talentos, sosteniéndose con fidelidad,
obrando con honor y procediendo con jus-
ticia, bajo la observancia de las instruccio-
nes.
Vale decir que las logias se constituyeron con fines esencial-
mente políticos, de modo de cooperar con los gobernantes, aseso-
rándolos, orientándolos y hasta imponiéndoles procedimientos. En
este sentido, las Logias masónicas influyeron de modo determinante
en la guerra de Emancipación. La entrevista de Guayaquil en 1822,
así, fue la de dos grandes masones: San Martín y Bolívar.
Las “constituciones” o reglamentación de la Logia, señalan las
siguientes disposiciones esenciales:

84
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

La Logia matriz se compondrá de trece ca-


balleros, además del Presidente, Vice-Presi-
dente, dos secretarios: uno por la América
del Norte y otro por la América del Sur, un
orador y un maestro de ceremonias. [ ... ] El
tratamiento del presidente y demás de la
Logia será de hermano, y fuera de ella el de
usted [ ... ] No podrá ser admitido ningún
español ni extranjero, ni más eclesiástico que
uno solo: aquel que se considere de más im-
portancia por su influjo y relaciones [ ... ]71
Siempre que alguno de los hermanos sea ele-
gido para el Supremo Gobierno, no podrá
deliberar cosa alguna de grave importancia
sin haber consultado el parecer de la Logia;
no podrá dar empleo alguno principal y de
influjo en el Estado, ni en la capital ni fuera
de ella, sin acuerdo de la Logia [ ... ] Será una
de las primeras obligaciones de los herma-
nos, en virtud del objeto de la institución,
auxiliarse y protegerse en cualesquiera con-
flictos de la vida civil y sostener la opinión
unos de otros; pero cuando ésta se opusiere
a la pública, deberán por lo menos observar
silencio [ ... ] Todo hermano deberá sostener,
a riesgo de la vida, las determinaciones de la
Logia [ ... ] Todos los hermanos están obli-
gados a dar cuenta en la Logia sobre cual-

71La presencia de los eclesiásticos en la masonería, como integrantes de ella, puede consultarse en la obra
Los archivos secretos del Vaticano y la masonería, por José Antonio Ferrer Benimeli. Edición de la Universidad
Católica Andrés Bello, Caracas, 1976. No sólo señala esa presencia, sino que da los nombres y los cargos
de cada uno. “A lo largo del siglo dieciocho –dice–, una de las características más uniformes de todos
los países, sean o no de mayoría católica, es precisamente la presencia de sacerdotes en casi todas las Lo-
gias [ ... ] En vísperas de la Revolución, solamente en Francia más de una treintena de Logias tienen por
Venerable a eclesiásticos [ ... ] Los francmasones del siglo XVIII prepararon la Revolución [ ... ]” etc.
Págs. 708 a 723.

85
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

quiera ocurrencia que influya en la opinión o


seguridad pública, a fin de que pueda tratar
con oportunidad y acierto de los remedios
convenientes [ ... ] Cuando el Supremo Go-
bierno estuviere a cargo de algún hermano,
no podrá disponer de la fortuna, honra, vida,
ni separación de la capital de hermano al-
guno, sin acuerdo de la Logia.
Hay que dejar subrayado: las Logias eran órganos, en la inde-
pendencia, de consulta “obligatoria”, y sus decisiones había que aca-
tarlas de parte de los gobernantes. Existía una responsabilidad del
poder público constantemente compartida. Las instituciones masóni-
cas significaban una suerte de Consejo de Estado permanente, que ac-
tuaba y que tomaba decisiones en sesiones secretas; operaba mediante
señales especiales. El artículo 7 de los Estatutos de la Logia Lautaro
reza:
Siempre que algún hermano fuese nom-
brado por el Gobierno, primero o segundo
Jefe de un ejército o Gobernador de alguna
provincia, se le facultará para crear una so-
ciedad subalterna dependiente de la matriz,
entablando la debida correspondencia por
medio de los signos establecidos para comu-
nicar todas las noticias y asuntos de impor-
tancia que ocurrieren.
Cuando llegue San Martín a Lima, su primera actividad no mi-
litar será la fundación de una Logia.
Esta preponderancia masónica en el Río de la Plata, Chile y el
Perú, no se observa en la ancha zona en que opera Bolívar. Éste, y
todos los demás jefes militares que le acompañan, más numerosos ci-
viles de significación, son masones, algunos de ellos de grado alto.72

Puede consultarse la obra Quién es quién en la masonería venezolana, por CASTELLÓN, HELIO y
72

CASTILLO, FRANCISCO. Caracas, 1974, 306 páginas.

86
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

En cuanto a Sucre, sólo durante su gobierno en Bolivia, se


encuentra un nexo de él con la Logia, según el historiador boliviano
Ángel Salas, quien dijo, en un discurso en la Gran Logia de Bolivia,
en 1954, estas palabras:
Al consolidarse la República, el Mariscal de
Ayacucho tuvo oportunidades para reunir en
fraternales Asambleas a los masones chuqui-
saqueños. Libráronse de la acción devasta-
dora de los motines militares algunas actas
por las cuales venimos en conocimiento que
el insigne masón Antonio José de Sucre daba
cuenta de sus planes a los hermanos y les
consultaba sobre las represiones que adopta-
ría por la disipación de los frailes y la ociosi-
dad de las monjas, a quienes redujo a
estrechos límites, convencido de la misión
de impedir como gobernante que la juven-
tud, reclamada por menesteres urgentes en
un país pobre, se dedique a la vida contem-
plativa o a la inmoralidad repudiable.73
El mismo historiador habla de “Las catilinarias” del Mariscal en
las asambleas masónicas de Chuquisaca.
O'Higgins, varón noble, no descuidó la gratitud. En su Pro-
clama, al asumir el mando, decía:
Nuestros amigos, los hijos de las Provincias
del Río de la Plata, de esa nación que ha pro-
clamado su independencia como el fruto
precioso de su constancia y patriotismo, aca-
ban de recuperarnos la libertad usurpada por
los tiranos.

73 CASTELLÓN, HELIO y CASTILLO, FRANCISCO. Op. cit.: 63. En la misma obra y en la misma

página se dice que en los archivos de la Logia “Bella Altagracia” de Cumaná, reposan los archivos de la
Logia “Perfecta armonía” N. 2; en el libro de Actas de esta última entidad aparece el nombre de Antonio
José de Sucre, como asistente a una de las tenidas o sesiones el año 1811.

87
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Había en eso generosidad, pues atribuyó la obra a los rioplaten-


ses por entero, aun dejada de lado la cooperación chilena. Este gesto
fue aprovechado por los opositores al gobierno, quienes bien pronto
hicieron circular malévolas consignas: que la frontera de los Andes
había desaparecido; que Chile ya no era sino una provincia argentina;
que el soberano verdadero era San Martín.74 El gobierno argentino le
hizo el obsequio de un sable, y Pueyrredón decíale en una carta:
Cuídeme mucho a nuestro San Martín, para
que, restablecido, nos ayude a completar la
obra. Vamos a echar el resto para salvar todo
el país.
San Martín, obsesionado con sus proyectos de liberación del
Perú, viaja sorpresivamente a Buenos Aires, a pesar de que su estado
de salud no es satisfactorio. Le acompaña su ayudante O'Brien. Son
dos mil kilómetros, a lomo de mula. Necesitaba obtener los medios
necesarios para adquirir buques, equiparlos, y preparar un ejército es-
pecialmente entrenado. Los quince días de permanencia en la capital
se trocaron en varios logros importantes: obtención de fondos, res-
paldo oficial pleno para sus proyectos; envío a los Estados Unidos
del agente Oficial Manuel Hermenegildo Aguirre, con 200.000 pesos
y cartas de crédito, para hacer adquisiciones. Pueyrredón le informó
que el Congreso había decretado honores especiales al triunfador y el
ascenso al grado de Brigadier General, que no aceptó. Pueyrredón
hubo de decirle, molesto: “Que sea esta la última simpleza de su ex-
trema delicadeza” (carta del 17 de julio). No rechazó sólo ese home-
naje, sino todos los demás: la suma de 10.000 pesos del gobierno de
Chile, para su viaje a Buenos Aires: los destinó a una Biblioteca. Al re-
greso de Buenos Aires, donde mucho creció su prestigio, se encontró
con el obsequio de una vajilla de plata y la orden de un sueldo anual
de seis mil pesos. Se negó a lo uno y lo otro. Donáronle entonces una
chacra, cerca de la capital; la aceptó a condición de que una tercera
parte de ella sirviese para un hospital. Podría estudiarse esta obsesión
de San Martín por no aceptar ni homenajes ni obsequios. Pudo ser –
74 AMUNÁTEGUI, MIGUEL LUIS. La dictadura de O'Higgins. Santiago, 1854: 105.

88
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

debió ser– de su parte un sentido de generosidad y de desprendi-


miento; pero no consideró el gran Jefe que, con esa actitud, ofendía
a los donantes, a quienes su actitud mortificaba. Pueyrredón habló
de “simpleza, en una extrema delicadeza”.
San Martín, como Bolívar, fue hombre a caballo. Los cuatro
mil kilómetros recorridos en este viaje prueban su resistencia. Acerca
de Bolívar Gabriela Mistral escribió una página brillante: “Las nalgas
del Libertador”, encallecidas éstas, al cabo de catorce años de haber
cabalgado casi permanentemente. San Martín, por añadidura, había
escogido para sí la caballería, en el ejército. Pero, esta particularidad
de hombres a caballo, que los asemeja, no coincide con las conside-
raciones de ejercicio civil, de hombres a pie. Bolívar civil, o sea jurista,
político, internacionalista, educador, está solo; San Martín es, siempre,
militar, un inmenso militar.
Hay un detalle, relativo al desinterés de San Martín: el haberle
encargado a Álvarez Condarco, a quien envió a Londres para la ad-
quisición de un buque y armas, que colocase en la capital británica
con la debida seguridad 29.500 pesos, que había ahorrado con dificul-
tad en lapso de años. Muy poca cosa.75 Esta suma en su pequeñez,
muestra la austeridad del líder rioplatense; y, al par, la vigilancia que
tenía para que no se supusiera jamás que pudo haberse aprovechado
económicamente de los fondos públicos. En su espíritu, la pulcritud
era principio esencial. Al mismo tiempo, adviértese la necesidad que
tenía de economizar, en defensa de la vejez; de ello dio reiteradas
pruebas. ¿Miedo a la vida? Más bien, defensa de su hija única, por
una parte, y presencia de una poderosa intuición que le advertía que
en su futuro había un lapso duro, difícil.
La misión militar encomendada al general Las Heras: atacar a
los españoles que quedaban al sur, precisamente en una zona donde
la mayoría era promonárquica, avanzaba muy lentamente; había, sobre
todo, resistencia de las gentes a cooperar con las tropas libertadoras.

Cuando San Martín llegó a Europa, como autoexiliado, buscó ese dinero para auxiliarse en su pobreza.
75

No lo encontró. Álvarez Condarco lo había perdido en el juego.

89
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Se ha dicho, y subrayado, que San Martín, después de Chaca-


buco, perdió tiempo y no ordenó rápidamente la persecución de los
dispersos del ejército español. San Martín no cayó en ese supuesto
error. Sabía bien que de los cinco mil soldados de que disponía el Ca-
pitán General, sólo 1.800 habían entrado en batalla; lo cual equivalía
a considerar que la mayor parte de las fuerzas realistas hallábase in-
tacta en el sur. La campaña de Las Heras asumía proporciones mucho
mayores que la de una simple persecución a vencidos. No estaban,
en verdad, derrotados los defensores de la monarquía hispana; eran
peligrosos, muy peligrosos todavía. O'Higgins hallábase intensamente
preocupado. En los días de la ausencia de San Martín, llegó al extremo
de suponer que en Las Heras había una “negligencia culpable”, y así
lo comunicó al gobierno de Buenos Aires. Las Heras le respondió
que “con padrenuestros y avemarías no podía hacer la guerra”. Tam-
bién Las Heras sabía lo que había que afrontar.
Sin esperarle a San Martín, O'Higgins decidió ponerse en per-
sona al frente de los ejércitos del Sur. Su entusiasmo, su determina-
ción eran así constantemente. Pero, al delegar el mando, lo hizo en la
persona del coronel argentino Hilarión de la Quintana. Parece que
fue ésta una imposición de la Logia. Se equivocaron el Director Su-
premo y la Logia: Chile empezó a mostrar, desde el primer día, su re-
sistencia; no quería ser gobernado por un rioplatense. Al retornar San
Martín, desaprobó abiertamente esa nominación de Quintana. O'-
Higgins fue un vigoroso patriota, pero un político con frecuencia
equivocado, quizás por inexperto.
Con O'Higgins marchaban ochocientos hombres. En Chillán
recibieron un llamado urgente de Las Heras, que necesitaba auxilios
importantes. Los realistas del general Ordóñez acababan de recibir
los contingentes que se habían salvado de Chacabuco y que habían
sido despachados en buques hacia El Callao; el virrey de Lima les or-
denó regresar. Con el aditamento de estas fuerzas, todo volvíase pe-
ligro, grave peligro. Chocaron, en efecto, los dos contingentes, en la
batalla del “Gavilán” –5 de mayo– con derrota de Ordóñez. Esa
misma tarde se abrazaron los dos generales, O'Higgins y Las Heras.

90
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Ordóñez se encerró en Talcahuano; se le puso sitio por tierra; se le


asedió y se le atacó reiteradamente, ya bajo el comando de O'Higgins;
se decidió un asalto general, que fracasó. ¿Qué cabía? La retirada. Ha-
bíase producido una derrota.
San Martín, al regreso de Buenos Aires, ocupóse ante todo de
la cuestión política. O'Higgins atendió el reclamo contra Quintana y,
en vez de éste en el poder, fue puesto un triunvirato, que luego se re-
dujo a sólo Luis de la Cruz, como Director Encargado. Este problema
tuvo eco en Buenos Aires, donde consideró el gobierno indispensable
enviar un Representante, con el encargo de que éste hiciera desapa-
recer “el espíritu de rivalidad suscitado por injuriosas sospechas”. Con
ese cargo llegó a Santiago el coronel Tomás Guido, amigo muy apre-
ciado por San Martín; fue, a la vez, portador de un equipo de fusiles
(mil), que sirvieron casi inmediatamente.
En operaciones militares, San Martín le ordenó a O'Higgins
que procediese a la retirada, rumbo al norte, hasta el río Maule, a
mitad de camino entre el puerto Talcahuano y Santiago. El mando
militar sanmartiniano decía: “Tome por defensa el río Maule y haga
retirar con anticipación cuanto pueda ser útil al adversario; hecho
esto, es imposible que ningún cuerpo enemigo subsista allí sin perecer
de necesidad”. Palabras que O'Higgins cumplió con una rigidez casi
absurda, porque al avanzar iba aplicando a cada paso la norma de
“tierra arrasada”. Casas, sembríos, ganado, víveres y cosechas, en
suma todo cuanto pudiera servir a los españoles, era destruido. Al
ejército, así, acompañábanle los miles de erradicados, que incluían
niños y gente anciana.
Vióse entonces –escribe Vicuña Mackenna–
un espectáculo grande y desolador. Un pue-
blo en masa emigraba, arreando sus gana-
dos, llevando las madres las cunas de sus
hijos, talando los soldados los campos, in-
cendiando las partidas volantes las semente-
ras en plena madurez.76
76 VICUÑA MACKENNA. Op. cit.: 300.

91
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

¿Cuántos fueron? Tal vez cuarenta, cincuenta mil. Como en el


éxodo de los uruguayos al Ayui, con Artigas; como en el de los cara-
queños, hacia el oriente, con Bolívar, en 1814.
San Martín, en coincidencia con la retirada de O'Higgins, salió
de Santiago hacia el sur, con un poderoso contingente de tropas, des-
tinado a robustecer, por la unión de las dos fuerzas, la capacidad de
lucha.
Pero los españoles también se fortalecían, y extraordinaria-
mente. El virrey Pezuela envió desde Lima, tres mil quinientos hom-
bres, que desembarcaron en Talcahuano, bajo la jefatura del brigadier
Osorio. Así, la situación de la guerra tomaba expresiones de magnitud,
que forzosamente tenía que llevar a un desenlace. Juntos ya San Mar-
tín y O'Higgins, disponían de unos 7.000 soldados.
Hubo combates parciales, ya que no había mayor distancia
entre persecutores –los españoles– y los que iban en retroceso, rumbo
a Santiago – los perseguidos–. Hasta que una noche –el 19 de marzo
de 1818–, en acto de audacia suma, los españoles atacaron a los san-
martinianos, no de día, sino de noche. En la guerra de independencia
americana hubo contadísimos actos bélicos nocturnos, y ninguno de
envergadura. Esta vez, sin embargo, el ataque español fue sorpresivo
y a gran escala. Ni San Martín ni O'Higgins tuvieron tiempo de or-
ganizar sus cuerpos para presentar la batalla; y muy pronto, prodújose
la confusión, y el desbande nadie pudo ni atajar ni impedir. Tal la ac-
ción de Cancha Rayada que, llegada en noticia a Santiago, se volvía
tragedia ingente: que San Martín y O'Higgins habían muerto; que ha-
bíase producido una traición; que era forzado emigrar, por haberse
perdido todo...
No todo estaba perdido. Ni la voluntad de reaccionar contra el
desastre, ni el propio volumen de tropas. El general Las Heras había
logrado salvar su división de 3.500 de tropa, que no cayó en la sor-
presa.
A las doce de la noche ordenó la marcha hacia Santiago, avan-
zaron dos días sin comer; se mostraron más poderosos que la desven-

92
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

tura; al hombre se le prueba en las horas oscuras, porque allí es donde


da su verdadera mensura. No tomaron alguna tregua sino cuando su-
pieron que San Martín y O'Higgins se hallaban en San Fernando, ya
relativamente cerca de la capital; se ocupaban en rehacer el ejército.
Y O'Higgins en curar su brazo que había sido destrozado por una
bala en Cancha Rayada. Luego, emprendieron la marcha hacia el
norte. El enemigo venía cerca, acosando.
Cuatro días después de la derrota, O'Higgins reasumió el poder;
la noche siguiente arribó San Martín, quien informó al gobierno de
Buenos Aires escuetamente:
Campado el ejército de mi mando en las in-
mediaciones de Talca, fue batido por el ene-
migo y sufrió una dispersión casi general,
que me obligó a retirarme. Me hallo reu-
niendo la tropa con feliz resultado, pues
cuento ya con 4.000 hombres.
En otros términos: “He sido vencido, ¡pero me preparo para la
victoria! Al fin y al cabo, una sola derrota...”. El Director de Buenos
Aires, Pueyrredón, cuando supo la noticia, escribióle a San Martín,
con vigorosa conciencia de invencible:
Nada de lo sucedido vale un bledo, si apre-
tamos los puños para reparar los quebrantos.
Nunca es el hombre público más digno de
admiración y respeto que cuando sabe ha-
cerse superior a la desgracia.77
San Martín no pronunció nunca discurso alguno. Sin embargo
–cuenta Mitre–, al salir de una conferencia con O'Higgins, el pueblo
le pidió que hablase. Dijo entonces San Martín, con cabal firmeza:
Chilenos: Uno de aquellos casos que no es
dado al hombre evitar, hizo sufrir a vuestro
ejército un contraste. Pero ya es tiempo de

77 MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. T. II: 362.

93
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

volver sobre vosotros mismos y observar


que el ejército de la patria se sostiene con
gloria al frente del enemigo; que vuestros
compañeros de armas se reúnen apresura-
damente y que son inagotables los recursos
del patriotismo. La patria existe, y triunfará.
Yo empeño mi palabra de honor de dar en
breve un día de gloria a la América del Sud.
Orador sincero, sin efectismos hizo un juramento, grave jura-
mento, que cumplió antes de diez días. Esa era su certeza, como mi-
litar.
La ciudad fue convertida en un potente centro de actividad con
exclusivo destino a la guerra. El fraile Beltrán volvió a realizar mila-
gros. Acababa de llegar la división de Las Heras, que fue recibida con
veintiún cañonazos de saludo y con repique de todas las campanas de
los templos. Las gentes mostraban decisión; estaban seguras de lo
que significaba una promesa de San Martín.
Al empezar abril de aquel 1818, el ejército sanmartiniano pasa
ya de cinco mil hombres; en tanto que los batallones del brigadier es-
pañol Osorio siguen aproximándose, con ánimo de combatir; han ve-
nido en persecución de los patriotas; están desafiantes; después de su
victoria en Cancha Rayada, se sienten dominadores. La noche del 4 se
vieron frente al enemigo, muy cerca de la llanura de Maipo. La batalla
va a librarse en esta llanura; la había escogido San Martín. ¿Hubo al-
guna razón especial para ello? Sin duda, se quiso aprovechar la expe-
riencia de O'Higgins en ese sitio donde se trabó en combate con las
tropas de Carrera cuatro años atrás (agosto 26 de 1814); lucha fratri-
cida aquella, en que el vencedor fue Carrera. O'Higgins conocía a la
perfección el lugar; podía prepararse, por lo mismo, un plan de batalla
certero. No improvisa San Martín.
¿Cómo se combatía entonces? Se conocen las instrucciones re-
servadas dadas por el General en Jefe (San Martín) a cada uno de los
jefes de cuerpo; allí se detalla el problema que era pelear, por causa de
las armas no perfeccionadas todavía.

94
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Cada soldado –dice el texto–, para batirse,


llevará cien tiros y seis piedras, la mitad con-
sigo y la otra mitad detrás de su respectivo
cuerpo. Los jefes perorarán con denuedo a
las tropas antes de entrar en batalla, impo-
niendo pena de la vida al que se separe de su
fila, sea al avanzar, sea al retirarse. Se dirá a
los soldados de un modo claro y terminante
que, si algún cuerpo se retira, es porque el
General en Jefe lo ha mandado así por astu-
cia. Si algún cuerpo de infantería o caballería
fuere cargado con arma blanca, no será
esperado a pie firme, sino que le saldrán cin-
cuenta pasos al encuentro con bayoneta ca-
lada o con sable. Los heridos que no puedan
andar con sus pies, no serán salvados mien-
tras dure la batalla. Cuando se levanten, en
donde se halle el General tres banderas a un
mismo tiempo, gritarán todas las tropas:
Viva la Patria, y enseguida cada cuerpo car-
gará el arma al enemigo que tenga al frente.
Los jefes de caballería deben llevar a su reta-
guardia un pelotón de veinticinco a treinta
hombres, para sablear a los soldados que
vuelvan cara, así como para perseguir al ene-
migo mientras se reúne el resto del escua-
drón.78
Hay una disposición especial, la Nº 8, para el choque armado
que va a producirse:
Los señores Jefes del Estado deben estar
persuadidos de que esta batalla va a decidir
la suerte de toda la América, y que es prefe-

78 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Op. cit. T. II: 291.

95
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

rible una muerte honrosa en el campo del


honor, a sufrirla por manos de nuestros ver-
dugos.
¡Estas palabras equivalían a una arenga!
A la madrugada del 5, San Martín recibió en su tienda de cam-
paña una hoja del general O'Higgins, que se había visto forzado a
quedarse en la capital por causa de su brazo roto. Preguntaba el Di-
rector General en dónde iba a ser la batalla. San Martín le respondió
con precisión, y hasta le señaló la hora: al medio día.
En efecto, después de intensos tiroteos de los grupos de van-
guardia, que se prolongaron por toda la noche anterior y en la ma-
ñana, inicióse el choque al medio día, con este comando: el general
Las Heras, en el ala derecha; Alvarado, en la izquierda; de la Quintana,
con la reserva; el Segundo Jefe, brigadier Antonio González Balcarce,
a cargo de toda la infantería; San Martín, con la caballería y la reserva.
La lucha, dirigida en el campo contrario por el brigadier Osorio y el
coronel Ordóñez, se trabó como entre titanes, como entre dragones,
con fiera audacia, rojo el rostro por la ira. Seis horas pelearon esos
hombres, a la luz de un sol otoñal brillante, libre de nubes. La alta
tensión se desbordó hacia el heroísmo impetuosamente. Ya casi al
anuncio del crepúsculo, empezó el desbande de los españoles. A esa
hora llegó a galope tendido O'Higgins; no alcanzó a la acción. San
Martín, al abrazar al bravo herido, que había retado a la fiebre y a la
postración, dijo orgulloso: “General: Chile no olvidará jamás el nom-
bre del ilustre inválido que en el día de hoy se presenta en el campo
de batalla”. O'Higgins exclamó: “¡Gloria al salvador de Chile!”. (5 de
abril de 1818).79
Nunca San Martín fue más lacónico que esta vez, en el parte de
victoria, que fue escrito en un pedazo de papel recogido del suelo y
que tenía manchas de sangre. Decía: “Acabamos de ganar completa-
mente la acción. Nuestra caballería los persigue hasta concluirlos. La
patria es libre”. El comerciante inglés Samuel Haig, muy amigo de

79 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Op. cit. T. II: 298.

96
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

San Martín y presente en la batalla, recibió el encargo de llevar ese


parte a la ciudad de Santiago. Atravesó las calles el papel en alto y al
galope, y gritaba: “Viva la patria”. Y las gentes salieron de las casas, y
repicaban las campanas de los templos, y el júbilo general volvióse
delirio ingente, clamor que llegaba a las nubes. ¿No era la conciencia
de ser libres la que gritaba? Nadie más eufórico, nadie más alegre que
el hombre que realmente se sabe libre. La libertad, lo mismo que el
júbilo, hay que conquistar y defender día a día.
El segundo parte, ya más amplio y detallado, expresaba:
El honor y constancia de los defensores de
la patria han triunfado hoy completamente.
El enemigo, que adquirió confianza y orgu-
llo propio de su ridícula altivez, tuvo la arro-
gancia de acercarse hasta las inmediaciones
de Santiago [Maipo está a dos leguas de la
capital], pero nuestros valientes, que le co-
nocían, se han ido hoy sobre él a la bayoneta.
Ha sido completamente derrotado.
El brigadier Osorio tuvo más de mil muertos y dejó 2.500 pri-
sioneros; entre éstos, el coronel Ordóñez; Osorio escapó al Perú,
desde donde el virrey Pezuela le informaba a su gobierno:
Habrá visto realizado el raro accidente de un
ejército que, puesto en absoluta derrota y
fuga por otro de menos de la mitad de fuer-
zas, vuelve a reunirse en menos de quince
días, a ochenta y tres leguas a su espalda, y
logra batir al vencedor del modo desastroso
que se advierte.
La noticia oficial de la victoria la llevó a Mendoza y a Buenos
Aires el coronel Manuel Escalada. Pueyrredón lloró al leerla, y decretó
el ascenso de San Martín a Brigadier. El congreso ordenó la donación
de una finca, de las de propiedad del Estado. Por su parte, el gobierno
de Chile mandó la erección de una pirámide en el lugar de la batalla,

97
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

y honores a todos los combatientes. San Martín no aceptó el grado de


Brigadier. La Gaceta de Buenos Aires escribió con entusiasmo:
La victoria de Maipo se distingue de todas
las restantes: les hemos quitado a los españo-
les hasta la esperanza.
Hubo un cobarde, aquella mañana inmediatamente anterior a
la batalla que empezó a las doce: el general francés Brayer, que había
pertenecido a los ejércitos de Napoleón; servía en Chile, enviado por
San Martín desde Buenos Aires, para la instrucción militar según los
métodos europeos. A las diez y media se presentó al General en Jefe
para pedirle permiso a fin de irse a los Baños de la Colina. La res-
puesta de San Martín fue una bofetada:
Con la misma licencia con que el señor
General se retiró del campo de batalla de
Talca [Cancha Rayada], puede hacerlo a los
Baños; pero, como en el término de media
hora vamos a decidir la suerte de Chile, y la
colina está a trece leguas, puede V.S. que-
darse, si sus males se lo permiten. Señor
General: el último tambor del Ejército
Unido tiene más honor que V.S. Señor
General, es usted un carajo.80
Inmediatamente dio orden de que “se hiciese saber al ejército
que el General de veinte años de combates quedaba suspenso de su
empleo, por indigno de ocuparlo”. Brayer, después, escribió cuanto
pudo, para desacreditar a San Martín. Fue un caso parecido al del ofi-
cial británico Henry Wilson, al servicio de los ejércitos de Bolívar.
Como conspirara contra el Libertador y a favor de Páez, cuando llegó
a Angostura, Bolívar ordenó su prisión y su expulsión (1818). Llegado
a Londres, dedicóse a publicar denuestos contra la revolución ameri-
cana y sus Jefes; a tal punto agresivos y falseadores, que el represen-
tante de Colombia, López Méndez, se vio obligado a acusarlo. Los

80 GALVÁN MORENO, C. San Martín…: 202.

98
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

ruines abundan en la historia. Otro oficial, H. L. V. Ducoudray Hols-


tein, expulsado también del ejército de Bolívar por sus intrigas contra
éste, en la expedición de los Cayos y en Carúpano, publicó en Boston
un libelo contra el gran caraqueño, en 1829. Estas ofensas, estos in-
sultos de los resentidos, ¿amenguan en algo el prestigio de los líderes
de la revolución americana? Al contrario, lo exaltan y sitúan mejor
sobre el pavés, porque hacen de sombra para el éxito de la luz. Nada
perdió San Martín nunca por los ataques de Brayer; ganó con ello,
porque se estudió mejor la vida del esclarecido hijo de Yapeyú. La
vida y la obra, lo recorrido y lo realizado.
El hombre es, siempre, lo que él logra hacer; es cuestionable lo
que de él dicen los demás. La historia estudia hechos, por esta causa.

No está en manos de nosotros los mortales


mandar en el éxito; pero podemos hacer
más: merecerlo.

ADDISON. Cato. I, 1.

La victoria de Maipo81 fue la primera decisiva, en la vasta guerra


de independencia de Hispanoamérica. El lapso de triunfos se inicia
ahí y se clausura en Ayacucho; lo abre San Martín y lo cierra Bolívar,
por medio de Sucre, se atan así los sutiles puntos con que la dialéctica
produce el cambio americano. Las grandes victorias intermedias
corresponderán, todas, a Bolívar, directa o indirectamente: Boyacá
(1819), Carabobo (1821), Bomboná (1822), Pichincha (1822), Junín
(1824) y Ayacucho (1824). En cada uno de estos casos, como en el de
Maipo, respecto de Chile, quedó definitivamente emancipado un am-
plio sector; la Nueva Granada íntegra; Venezuela íntegra; la zona de
Pasto completa (era de las más difíciles, por la voluntad realista de
casi todos sus habitantes); el Ecuador, y el Perú, respectivamente. La
81Suele escribirse indistintamente Maipo o Maipú. Las investigaciones del historiador Alberto del Solar
y del historiógrafo argentino C. Galván Moreno han establecido que el nombre correcto, el de la tradi-
ción, es Maipo.

99
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

liberación de Chile significó para el mundo rioplatense la seguridad de


que por el lado occidental, o sea a través de la cordillera de los Andes,
ya no habría peligro de acción hostil española; quedaba firme la in-
dependencia por ese sector. Dominado el Perú, que requerirá la ac-
ción de San Martín y de Bolívar, España habrá de despedirse de
América para siempre. Cuando se emancipe Cuba, con Puerto Rico,
a fines de siglo, España no tendrá de zona de dominio en América ni
un solo metro cuadrado.
Al general Morillo, que luchaba en Venezuela contra Bolívar,
dolióle mucho la acción de Maipo. Escribía al gobierno de Madrid:
“El desgraciado suceso de las armas de su Majestad cerca de Santiago
de Chile, me llena del más amargo pesar”. Y de virrey a virrey –el de
Nueva Granada y el del Perú– se decían: “La fatal derrota pone al vi-
rreinato del Perú y a todo el continente por la parte del sur, en cons-
ternación y peligro”.82
Simón Bolívar les dice a los habitantes del Río de la Plata, a los
dos meses de Maipo:
La República de Venezuela, aunque cubierta
de luto, os ofrece su hermandad; y cuando
cubierta de laureles haya extinguido los últi-
mos tiranos que profanan su suelo, entonces
os convidará a una sola sociedad, para que
nuestra divisa sea unidad en la América Me-
ridional.83
O'Higgins, por su parte, ese mismo año, decíale a Bolívar:
La causa que defiende Chile es la misma en
que se hallan comprometidos Buenos Aires,
la Nueva Granada, Méjico y Venezuela; es la
de todo el continente de Colombia. Las
armas de Chile y Buenos Aires pronto darán
libertad al Perú, y la escuadra chilena puede

82 MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. T. III: 34.


83 LECUNA, VICENTE. Proclamas y discursos del Libertador. Caracas, 1939: 187.

100
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

franquear las comunicaciones con Nueva


Granada y Venezuela por el Chocó y
Panamá y ayudar a los patriotas de esos
países.84
Regía en los líderes una conciencia continental; cada cual com-
batía en su zona por unos mismos ideales; buscaban juntos los muros
del templo de la libertad del hombre.
En coincidencia con los grandes días de Maipo, se produjo en
Mendoza un desenlace fatal para los hermanos Luis y Juan José
Carrera –el hermano José Miguel, hallábase en Montevideo–. Habían
tramado una conspiración para recuperar el poder en Chile, con des-
conocimiento de O'Higgins, quien previamente estaba “condenado a
muerte” por los conjurados, lo mismo que San Martín; se proyectaba
enjuiciarlos como criminales. Cuando trataba de dirigirse a la cordi-
llera, Luis, disfrazado de peón, violó la valija del correo y fue apre-
sado; Juan José, dejó morir al postillón del correo con el cual viajaba;
acusado de supuesto crimen, también fue apresado y conducido a la
misma cárcel que su hermano. El gobernador Luzuriaga conoció en
detalle el plan íntegro de conspiración y se abrió el proceso. Infor-
mado San Martín, se negó a convocar el Consejo de Guerra; aun más,
al recibir el texto del proceso, lo devolvió con esta consideración:
Es demasiado público los incidentes y dis-
gustos que mediaron entre los señores
Carrera y yo, a su llegada a Mendoza con
motivo de la pérdida de Chile; estos disgus-
tos crecieron especialmente con don Juan
José. Por otra parte, los jefes que deben juz-
garlos, la generalidad me consta están pre-
venidos contra ellos, y aunque estoy muy
convencido del honor que asiste a todos los
jefes del Ejército Unido y la imparcialidad
que guardarían en el juicio, sin embargo, la

84 MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. T. III: 105.

101
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

sentencia que recayese no sería mirada en el


público como justa, y se creería emanada de
mi influencia.85
Al ser informado O'Higgins, por San Martín, de estos particu-
lares, expresóle al General en Jefe su opinión, por escrito:
Los Carrera siempre han sido lo mismo y
sólo variarán con la muerte; mientras no la
reciban, fluctuará el país en incesantes con-
vulsiones. Un ejemplar castigo y pronto es
el único remedio que puede cortar tan grave
mal. Desaparezcan de entre nosotros los tres
inicuos Carrera, júzgueseles y mueran.86
La drasticidad de O'Higgins contrasta con el sentido de justicia
y de prudencia de San Martín. Éste, conmovido, escuchó la petición
personal de la esposa de Juan José de que se le perdonara a su marido,
y le escribió a O'Higgins: “Si los cortos servicios que tengo rendidos
a Chile merecen alguna consideración, los interpongo para suplicar se
sobresea en la causa que se sigue a los señores Carrera”.87 O'Higgins
aceptó la petición del gran General (abril 10). Pero todo esto sucedía
en Santiago. En Mendoza, muy lejos, con los Andes de por medio, los
hechos se desarrollaban de otra manera. Entre los fugitivos de la de-
rrota de Cancha Rayada, quince días antes de Maipo, arribó a Men-
doza el abogado Bernardo Monteagudo, rioplatense, muy docto y
muy de la confianza de San Martín. Informado de la situación de los
hermanos Carrera y en su calidad de Auditor de Guerra del Ejército
Unido, influyó desde el primer momento en contra de los prisioneros;
más, cuando se produjo la confesión de Luis de todo el plan. Apro-
vechóse Monteagudo de su calidad de abogado; cuando se le con-
sultó, opinó jurídicamente que cabía la sentencia de la pena capital. En
consecuencia, el proceso terminó con la condena a muerte de los pre-
sos, los cuales fueron ejecutados el 8 de abril, a las cinco de la tarde;

85 Documentos para la Historia...T. VII: 59.


86 Documentos para la Historia...T. VI: 197.
87 MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. T. III: 52.

102
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

media hora después –fatalidades del destino– llegó a Mendoza la


noticia de la victoria de Maipo, que hubiera salvado la vida de los dos
Carrera. San Martín, al saber el fatal desenlace de los dos conspirado-
res, condenó enérgicamente el hecho y expresó su indignación espe-
cialmente contra Monteagudo. Éste, hábilmente, volverá más tarde a
la confianza de San Martín y hasta llegará a ser su Ministro, en Lima.
No cayeron únicamente los Carrera. Hubo otra víctima, no en
Mendoza sino en Santiago, pero por causa de lo acaecido en Men-
doza. Cuando se supo el fusilamiento, los santiaguinos protestaron,
sobre todo en las esferas sociales distinguidas a las que pertenecían las
víctimas. Hubo manifestaciones públicas contra el gobierno; un Ca-
bildo abierto se reunió especialmente para pedirle a O'Higgins la reu-
nión del Congreso. El Director Supremo recibió altivamente a los
emisarios del Cabildo y rechazó la petición. Entre los azuzadores es-
taba el patriota Manuel Rodríguez, del sector carrerista. Rodríguez
que ya había encabezado otros motines contra el gobierno, fue dete-
nido y enviado preso al cuartel del batallón de Cazadores, para que
fuera juzgado allí militarmente. Al ser trasladado el batallón a Quillota,
Rodríguez fue asesinado (24 de mayo) en el camino por el teniente
Navarro (español). Se le acusó a O'Higgins de haber inspirado el cri-
men, hasta se le involucró en ello a San Martín, de parte del Carrera
sobreviviente. San Martín se defendió de las acusaciones de Carrera
en documento público.
No estuvo San Martín en Santiago, cuando el asesinato de Ro-
dríguez. Había partido a Buenos Aires el 13 de abril, no sin antes
haber realizado un acto muy noble, la víspera. Con su ayudante O'-
Brien salió a caballo a una distancia de diez kilómetros, al sitio El
Salto, y allí leyó una a una las cartas que le habían sido tomadas al bri-
gadier Osorio, cuando huía después de Maipo. Hizo prender una fo-
gata, y también una a una las fue quemando, por comprometedoras.
Eran las cartas que había recibido Osorio de personas distinguidas
de Chile, a raíz de Cancha Rayada, se declaraban en ellas “realistas

103
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

entusiastas y leales”. Esos documentos de traición fueron entregados


al fuego; nadie los conoció sino San Martín. En más de una ocasión,
Bolívar pidió que sus propias cartas fueran quemadas, por lo que en
ellas decía. Nadie le obedeció en esto. Los dos casos eran diferentes,
el sanmartiniano y el bolivarista; pero ambos muestran la significación
que uno y otro daban a lo escrito, en tiempo en que el más importante
medio de comunicación era la correspondencia escrita.
Mendoza le recibió al viajero triunfalmente:
Un inmenso pueblo se apostó desde muy
temprano en la larga calle, entrada principal
de Chile. El estampido del cañón anunció la
aproximación del triunfador y las salvas de
artillería, los repiques de campanas de diez
templos, los vivas de ocho a diez mil perso-
nas que se arremolinaban al paso como un
torbellino, atronaban el aire. Al aparecer el
General, fue tomado en brazos desde su
caballo y transportado así hasta la casa de su
amigo, el ciudadano don Manuel Ignacio
Molina.88
Casi al mes de haber salido de Santiago, llegó San Martín a Bue-
nos Aires (11 de mayo de 1818). Era el líder del éxito; el héroe mag-
nífico, que hubiera podido decir, con Goethe: “Respetadme cuando
cruzo sobre un corcel”.
El clamor de la victoria inmensa, para San Martín, contrasta ra-
dicalmente, por esos mismos meses, con la situación del otro gran
líder, Bolívar, en Venezuela. Su lucha se desarrolla contra los ejércitos
del general español Morillo, en un país cuyo pueblo campesino y al-
deano era, entonces, “en general realista”, según el historiador vene-
zolano Vicente Lecuna.89 Planea y desarrolla su “Campaña de 1818”
dentro de un propósito: “Buscar a Morillo donde quiera que se

88 HUDSON, DAMIÁN. Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyó. Buenos Aires, 1931: 66.
89 LECUNA, VICENTE. Bolívar y el arte militar: 95.

104
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

encontrara, marchar sobre él, destruirlo y acabar para siempre la gue-


rra que está arruinando a Venezuela”. Con este fin, realiza una de las
hazañas más vigorosas: caminar, con el ejército a pie, seiscientos ki-
lómetros, siguiendo la orilla derecha del Orinoco, atravesando regio-
nes sin recursos, con frecuencia pantanosas, auxiliándose únicamente
con una flotilla de 39 barcos pequeños, que avanzan aguas arriba im-
pulsados por el viento. Pasan todos, luego, los ríos Orinoco y Apure
en esos barquillos y penetran en los inmensos llanos, donde hay un
hombre valeroso y rudo que los espera: José Antonio Páez, quien ya
trae una trayectoria de luchas por la república. Cuando entran Bolívar
y esos hombres que han caminado treinta días ininterrumpidos, en el
campamento de Páez, en el hato de Cañafístola, los llaneros levantan
las lanzas y vitorean vibrantes. Páez, en su Autobiografía, expresa lo
que halló en Bolívar, al momento de conocerlo personalmente:
Mirada de águila, excesiva movilidad en el
cuerpo y la tez tostada por el sol del trópico;
sano y lleno de vigor, el humor alegre y
jovial. Hermanaba lo afable del cortesano
con lo fogoso del guerrero; gustábale correr
a todo escape por las llanuras del Apure
persiguiendo a los venados que allí abundan
[ ... ] Traía consigo la táctica que se aprende
en los libros.
Juntadas las fuerzas de Bolívar y Páez, salen en busca de Mori-
llo, que no está lejos. Le atacan frente a la ciudad de Calabozo y le de-
rrotan; los vencidos se encierran, con su jefe Morillo, en la plaza, que
es un campo atrincherado excelente. Al saberse el fracaso realista, en
Caracas se produce el pánico. Según Level de Goda –Memorias– “el
pánico causado en Caracas por la derrota fue imponderable. No pu-
diendo los oidores llevarse los procesos formados a los insurgentes,
resolvieron quemarlos; el humo cubrió la calle, y a pesar de sus esfuer-
zos los funcionarios no lograron quemarlos todos. Empleados públi-
cos, hombres y mujeres, niños y niñas, mozos y viejos, todos corrieron
como locos para La Guaira, sin plan, sin idea fija, sin más ropa que

105
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

la puesta, y sin más objeto determinado que huir de Bolívar y de los


patriotas, aunque fuese pereciendo”.90 Este hecho establece lo pro-
fundo del drama de Bolívar en la guerra: tenía que pelear encuadrado
en un marco hostil, que hasta le tenía miedo. Operaba contra la co-
rriente, en más de un sector. Sus esclarecimientos no habían fraguado
en el pueblo. Y el recio empeño continuaba, por lo mismo, arduo,
muy arduo. Al no poder atacarle a Morillo encastillado en Calabozo,
decidió seguir, rumbo a Caracas, con el objeto de sacarle a Morillo de
su refugio. Ya en camino, Páez, al no sentirse jefe único de sus llaneros
a caballo, se negó a seguir y regresó a Calabozo. Bolívar tuvo que
ceder. Le convenció, sin embargo, al llanero, y volvieron a ponerse en
marcha. Los combates de vanguardia de Uriosa y del Sombrero no se
trocaron en fecundos, porque no pudo proseguirse la persecución a
Morillo; Páez se negó de nuevo a obedecer a Bolívar. Páez, en la his-
toria, es el único responsable del fracaso de esta campaña realizada
con tan ingente sacrificio. Bolívar siguió a los valles de Aragua, sor-
prendió al general La Torre, que retrocedió hacia Caracas, llegó a La
Victoria. Pero, al saber que los españoles, con otras fuerzas, se habían
tomado el lago de Valencia y se dirigían a Maracay, tuvo que retroce-
der, a fin de no verse cortado en su avance. El 16 de marzo, en Semen
–en la garganta de La Puerta, donde había sufrido anteriormente dos
derrotas–, hubo de presentar batalla, con resultado adverso nueva-
mente. Otro retroceso y, en él, un intento de asesinato en el sitio de-
nominado Rincón de los Toros; se salva Bolívar entre las sombras, y
en el caballo del jefe atacante; la sorpresa se debió a la traición de un
sargento. ¡Cuánto, cuánto hizo la traición, en la historia de América!
También Páez es derrotado, por La Torre; Cedeño, por Mora-
les; Mariño, en Cariaco, por el coronel Jiménez; Bermúdez, en Cu-
maná. A los patriotas “sólo les quedaron los territorios semidesiertos
al sur del Orinoco y del Apure”. La revolución de independencia en
Venezuela, la Nueva Granada y el Ecuador parecía hundida en el fra-
caso. En Buenos Aires, palmas para el triunfador San Martín; en Ve-
nezuela casi entera, voz de victoria para los realistas comandados por
el general Morillo. ¡La vigencia de los contrarios!
90 LECUNA, VICENTE. Bolívar y el arte militar: 94.

106
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Bolívar no es de una dinastía decadente; en vista del general


hundimiento, halla el rumbo en cuyo ápice le aguardará la victoria.
Requiere, para recorrerlo, súper-heroísmo. Caminará por él,
golpeando con alegría en las puertas del destino; las puertas se abri-
rán. En la mitad de aquel año aciago –agosto de 1818– despáchale al
general Santander, con mil fusiles, a Casanare, al pie de los Andes
orientales neogranadinos. Les envía a los habitantes de Nueva Gra-
nada esta vibrante Proclama:
El día de la América ha llegado, y ningún
poder humano puede retardar el curso de la
naturaleza guiado por la mano de la Provi-
dencia. Reunid vuestros esfuerzos a los de
vuestros hermanos: Venezuela conmigo
marcha a libertaros, como vosotros conmigo
en los años pasados libertásteis a Venezuela.
Ya nuestra vanguardia cubre con el brillo de
sus armas provincianas de vuestros territo-
rios, y esta misma vanguardia poderosa-
mente auxiliada, ahogará en los mares a los
destructores de la Nueva Granada. El sol no
completará el curso de su actual periodo sin
ver en todo vuestro territorio altares a la
libertad.91
¡Habla para el futuro, con estricta precisión! Antes de un año –
antes de que el sol complete su curso–, se producirá la victoria de Bo-
yacá. La tesis de Bolívar, desde 1812, había sido la de salvar una
nación esclavizada, operando desde el exterior. Lo hizo en la Cam-
paña Admirable de 1813, de Cartagena a Caracas. Ahora, el magno
plan, gigantesco plan, es atravesar los Andes y atacar con venezolanos
la Nueva Granada, y libertarla. El mismo pensamiento de San Martín,
en Mendoza, respecto de Chile. Y en los dos casos, el rioplatense y el
venezolano, atravesar los Andes, domarlos, forzarles a obedecer, para
que los designios del hombre libre se cumplan.
91 LECUNA, VICENTE. Proclamas y Discursos del Libertador. Caracas, 1939: 189.

107
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

A Morillo lo dejará operando en Venezuela, con lo más impor-


tante de sus ejércitos; el golpe será dado a su espalda. Las divisiones
de Morillo habían sido localizadas así: en Barinas y en San Carlos, la
primera y la segunda, a cargo de los generales La Torre y Real; la
cuarta, en Barcelona; la quinta, en Pedraza y Barinas, al mando de
Calzada, y la tercera, en la Nueva Granada. La concentración mayor,
así, hallábase en Venezuela. El punto débil, la tercera división de la
Nueva Granada, va a ser atacada, sin que lo sospeche Morillo. El sor-
prendente plan ha sido concebido y empieza a plasmarse, a los cuatro
meses de Maipo. La ola libertaria viaja por el continente como lava
purificadora, como huracán de inmensa cola temible. El hombre lle-
gará a ser libre en América, “por la razón o la fuerza”, como reza el
escudo de Chile.
El hecho mayor, en Buenos Aires, fue la presentación de San
Martín por Pueyrredón al Congreso. La Gaceta de Buenos Aires, del 20
de mayo, resumió el acto en estos términos emocionados:
El domingo último fue destinado por el Au-
gusto Congreso Nacional para dar las gracias
al general San Martín por sus insignes servi-
cios en el Estado de Chile y victorias de Cha-
cabuco y Maipo. Las tropas estuvieron
formadas desde la fortaleza hasta las casas
consulares donde el Soberano Cuerpo cele-
bra sus sesiones y las calles empavesadas con
telas de seda de varios colores. La curiosidad
y el agradecimiento convocaron al pueblo a
la plaza de la Victoria y a las calles inmedia-
tas por donde debía verificar el tránsito el
General. Yendo este señor desde su casa a la
fortaleza, la atmósfera retumbaba en las ale-
gres aclamaciones de “Viva el General San
Martín”. Las damas colocadas en los balco-
nes de todo el tránsito no olvidaron esta
demostración tan propia de su genio, y siem-

108
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

pre destinada a honrar el mérito de los que


viven respetados y queridos de sus compa-
triotas.92
El Director y el vencedor entraron de brazo al Congreso; el
primero hizo la elocuente presentación del segundo. El Presidente de
la entidad dio las gracias a San Martín a nombre del pueblo riopla-
tense por haber servido tan honrosamente a la patria y al nombre
americano. San Martín respondió, con hidalga generosidad –la misma
que empleó Bolívar siempre–, que sus éxitos correspondían funda-
mentalmente a sus compañeros y a sus soldados, cuya decisión y va-
lentía habían sido insuperables. Ese día debió ser de inolvidable
grandeza también para la esposa de San Martín, que se hallaba en
Buenos Aires, enviada allá, a casa de sus padres, antes del paso de los
Andes, desde Mendoza.
No viajó San Martín, hombre austero y hasta tímido en punto
a manifestaciones públicas que pudieran hacerse en su honor, para
recibir homenajes. Su propósito, muy concreto, se condensaba en la
obtención de ayuda económica oficial para su empresa militar sobre
el Perú. No sólo conferencia reiteradamente con el Director Puey-
rredón, sino que se reúne muchas veces, en la Logia, con los inte-
grantes de ella, dentro y fuera del templo masónico; a veces, en la
propia casa de Pueyrredón, que también utiliza la entidad; allá acuden
los Ministros de Estado y discuten, asesoran, buscan medios. En el
lapso de junio y julio, las deliberaciones llegan a la conclusión de que
podrán destinarse quinientos mil pesos, obtenidos mediante emprés-
tito. Con ellos, San Martín formará la flota, indispensable para el
transporte de tropas de Valparaíso a las costas peruanas. Con estas
certezas por luz, retorna a Mendoza, acompañado de su esposa. Para
la captación histórica global, en aquel agosto están en proceso de vital
irrupción dos grandes proyectos: la hazaña de San Martín, rumbo al
Perú; la de Bolívar, hacia los Andes, para desembocar victoriosamente
en Boyacá. Son los golpes que va dando el martillo de la libertad en
uno y otro puntos, con coordinada regularidad, aún al margen de la
92 GALVÁN MORENO, C. San Martín...: 211.

109
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

previsión de los hombres: ni Bolívar ni San Martín se habían puesto


en entendimiento para esta apertura de rutas.
Pero en la propia Mendoza, cuando la ilusión estaba en la forja
de sus mejores castillos, un día llegó el correo con una carta de Puey-
rredón para San Martín, demasiado elocuente en su dureza: “No hay
remedio, amigo mío: no se sacan de aquí los 500.000 pesos, aunque
llene las cárceles de capitalistas”. Luego, con elocuencia más tajante:
“Ay, mi amigo, en cuántas amarguras nos hemos metido con el mal-
dito empréstito. Estoy ahogado, estoy desesperado. Ayer he dicho
que se me proporcionen arbitrios, o que se me admita mi dimisión de
este lugar de disgustos y amarguras”.93
San Martín reacciona con un gesto típicamente militar; hace in-
mediatamente, y con energía, el contra-ataque. Presenta su renuncia.
Es el hombre de las renuncias como su válido recurso político. Los
indispensables, pueden darse este lujo. El texto de San Martín –4 de
septiembre– expresa:
Resuelto a hacer el sacrificio de mi vida,
marchaba a volverme a encargar del Ejército
Unido, no obstante que el facultativo don
Guillermo Colisberry, que también me asis-
tió de mi enfermedad en el Tucumán, me
asegura que mi existencia no alcanzará a seis
meses; sin embargo, todo lo arrostraba en el
supuesto de que dicho ejército tendría que
operar fuera de Chile; pero habiendo variado
las circunstancias, ruego se sirva admitirme
la renuncia que hago del expresado mando.
Mis débiles servicios estarán en todo tiempo
prontos para la patria en cualquier peligro
que se halle. Ruego a V.E. tenga la bondad
de admitir en beneficio del Estado los suel-

93 Documentos para la Historia... T. VIII: 226-230.

110
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

dos que me corresponden por mi grado,


pues teniendo con qué subsistir cómoda-
mente, me son innecesarios.94
Lo referente a la enfermedad tenía fundamento. Hay una carta
de Pueyrredón a Tomás Guido, donde se lee:
He procurado con insistencia persuadir a
San Martín que abandone el uso del opio,
pero infructuosamente, porque me dice que
está seguro de morir si lo deja; sin embargo,
me protesta que sólo lo tomará en los acce-
sos de su fatiga.95
O'Higgins; el general Antonio González Balcarce, que reem-
plazaba a San Martín en el comando del Ejército Unido durante su au-
sencia; Tomás Guido, muy amigo del prócer, el coronel Guillermo
Pinto, a nombre de la Logia Lautaro, el general Manuel Belgrado, con
otros varios, de significación, se expresaron enfáticamente en contra
de la renuncia. La habían tomado al pie de la letra. Al margen de eso
–y por encima de todo eso– el gobierno de Pueyrredón prosiguió en
la búsqueda del dinero. Lograrlo, era eliminar automáticamente la re-
nuncia. Y se lo logró, lógicamente, dentro de ese razonamiento se-
miabsurdo que señalaba el historiador Vicuña Mackenna: “Esos eran
los tiempos en que los hombres públicos no tenían medio real, y li-
bertaban un mundo”. El 16 de septiembre, Pueyrredón decíale al líder
máximo del Sur:
Encontré el remedio en mi misma desespe-
ración, y hoy puedo asegurar a usted que se
hará efectivo el empréstito. Por lo demás, de-
jémonos ahora de renuncias, que si fue dis-
culpable la de usted por las circunstancias,
no lo es ya. Y porque también juro a usted
por mi vida, que si llegase usted a obstinarse
en pedirla, en el acto haré yo lo mismo.
94 Documentos para la Historia... T. II: 335.
95 GUIDO, TOMÁS. “Primer combate de la marina chilena”, en Revista de Buenos Aires. T. III: 440.

111
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Hemos de salir con honra del empeño, ayu-


dándonos recíprocamente. Aliento, pues, mi
amigo. Cuente usted con todos los recursos
que pueden proporcionársele aquí.96
El ministro de Guerra, Matías de Yrigoyen, decíale por su parte:
Me ordena el Sr. Director que diga a V.S. que
desde luego puede ir librando contra esta
Tesorería General las cantidades que indis-
pensablemente considere necesarias hasta el
lleno de la suma convenida, sin perjuicio de
que se tendrá especial cuidado de hacer, sin
las dichas libranzas, las remesas que permita
la oportunidad, a entregarse a la orden de
V.E.97
San Martín sabía imponerse y dominar, no sólo con las armas.
Con este bagaje de las autorizaciones económicas, cruza los
Andes y llega a Santiago el 29 de octubre; ha sido una ausencia de
seis meses. En ellos, se han producido dos hechos importantes: el
uno, positivo: la creación de la flota chilena; el otro, negativo: la real
indiferencia de Chile para la expedición sobre el Perú. Lo primero iba
hacia lo segundo, y lo segundo no parecía comprender la trascenden-
cia de lo primero. San Martín debió empezar a enloquecer; toda con-
tradicción escuece, desorienta e impacienta.
La flota chilena, empeño de San Martín firmemente secundado
por O'Higgins, nació a raíz de la batalla de Chacabuco (1817), con la
adquisición del primer buque, El Águila, español, que entró con su
bandera a Valparaíso y fue apresado; se le dio el nombre de El Puey-
rredón, que logró enseguida la liberación de los presos en la isla Juan
Fernández; entre los salvados estaba el futuro almirante de la escuadra
en formación Manuel Blanco Encalada, que en la armada española
había llegado a Alférez de navío. Luego, por compra, se adquirió el
Windham, al que se le bautizó de Lautaro, en honor a la Logia. Tam-
96 PUEYRREDÓN, CARLOS A. La campaña de los Andes. Buenos Aires, 1942: 145.
97 Documentos para la Historia... T. VIII: 301.

112
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

bién por compra, ingresaron a la marina los buques Chacabuco, Arau-


cano y San Martín, el mayor y de más poderío bélico (1818). Hacia fines
de este año, en noviembre, ya hicieron presencia en Valparaíso, ante
una multitud entusiasta, trece buques patriotas, chilenos, comandados
por Blanco Encalada. Luego, se adquirieron o apresaron otros. San
Martín tenía ya en sus manos el elemento básico para su empresa
sobre el Perú. Sus palabras, firmes y definitivas, habían sido: “Si no se
realiza la expedición al Perú, todo se lo lleva el diablo”. Un hecho
trascendente vino a ampliar las posibilidades de éxito con la marina;
el arribo a Valparaíso del almirante inglés Thomas A. Cochrane, cuya
decisión para servir a la liberación americana la había conseguido el
agente de Chile en Europa, Antonio Álvarez Jonte. San Martín fue in-
formado por Álvarez oportunamente, en estos términos: “A la cabeza
de la marina de Chile, Cochrane será el terror de los españoles y el res-
peto de todos”.98 Este eminente marino hallábase en Barbados, al ser-
vicio de su rey, en los días de la expedición de Miranda (1806); allí lo
conoció Miranda, quien recibió todo apoyo posible del inglés, al au-
torizarle éste, incluso, a reclutar marinos en Barbados y Trinidad; es-
cribió, además, a su gobierno para que Miranda fuese decididamente
apoyado por Inglaterra en el proyecto de desembarco en Venezuela.
El Gabinete inglés negó ese auxilio, en términos categóricos.99 Lord
Cochrane desde entonces fue hombre en quien hizo huella de pro-
funda cava la justicia de la emancipación americana. Blanco Encalada,
hidalgamente, renunció el almirantazgo, a fin de dejarle esa coman-
dancia al recién llegado. Arribó éste en momentos en que los restos
de las fuerzas españolas al sur de Chile eran forzadas, al cabo de recia
campaña, a enclaustrarse en el puerto de Valdivia. La gloria fue del
general Balcarce.
Lord Cochrane entró en actividad marítima inmediatamente.
Cuando se sublevó la tripulación del Chacabuco, por falta de dinero
y ropa, hizo fusilar a los cinco cabecillas del motín. Navegó con sus
buques hasta El Callao; pero no pudo tomarlo, a pesar de muy tenaces
98Archivo de San Martín. T. VIII: 235.
99ROBERTSON, WILLIAM SPENCE. La vida de Miranda. Caracas: Banco Industrial de Venezuela,
1967: 247.

113
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

combates. Al regreso, apresó dos buques españoles y los incorporó a


su flota. Tampoco alcanzo éxito en un segundo ataque al Callao, es-
cribióle entonces a O'Higgins:
Estoy completamente disgustado; miro con
zozobra el porvenir, porque creo que se ne-
cesita una experiencia probada de la guerra
marítima, para dirigir con éxito una campaña
mixta, marítima y de tierra.
En esta carta aparece ya el espíritu dominante y rebelde de
Cochrane. Querrá él dirigir la campaña mixta rumbo al Perú, y no
San Martín. Aduce, indirectamente, solapadamente, la necesidad de
“una experiencia probada de la guerra marítima”. En el futuro, el
Vicealmirante inglés creará serias dificultades y hasta se volverá ene-
migo de San Martín, negándole en un momento dado aún la obedien-
cia.
¿Bastaba tener buques, varios de ellos provistos de cañones; era
suficiente un almirantazgo experto? No, sin duda. Requeríase el con-
tingente humano, el dinero suficiente; sobre todo, la pasión por el
proyecto, el fervor, hincar la garra de la decisión irrevocable. Y eso,
no se encontraba en el gobierno de Chile. San Martín actúa, reclama,
presiona. No se le entiende lo suficiente. En el borde de la angustia,
escríbele al Director O'Higgins:
Los ojos de la América o por mejor decir los
del mundo están pendientes sobre la deci-
sión de la presente contienda con los espa-
ñoles, con respecto a la expedición del Alto
Perú. Todos aguardan sus resultados y saben
que el General San Martín es quien está
nombrado para decidirlo. Ante la causa de
América está mi honor; yo no tendré patria
sin él y no puedo sacrificar un don tan pre-
cioso por todo cuanto existe en la tierra.
Espero que V.E. tenga la bondad de decirme

114
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

si ese Estado se halla en disposición de


aprontarme los efectos que tengo pedidos y
en qué tiempo.100

O'Higgins repuso que en absoluto carecía de medios para aten-


der el reclamo. San Martín se dirige a Pueyrredón:
El Estado de Chile está en una completa
bancarrota; su actual administración ni es
respetada, ni es amada, y sólo se sostiene por
la bayoneta del Ejército de los Andes; pero
este apoyo desaparecerá por falta de medios
para su subsistencia, en razón de que no hay
cómo sostenerlo. Soy de opinión en que V.E.
mande al ejército repasar los Andes, para
poderlo utilizar del modo y forma que tenga
por conveniente.
Y acentúa el conflicto con esta observación, exagerada pero
con fundamento:
Desde el momento en que la Escuadra de
este Estado ha tomado la superioridad en el
mar Pacífico, se han creído que los brazos
del ejército de los Andes no les son ya nece-
sarios, pues se encuentran y con razón libres
de todo ataque.101
En otros términos, más concretos: San Martín porta una visión
internacional de la guerra; el gobierno chileno únicamente una na-
cional, y se cruza de brazos ante la otra. Insufrible. En una carta con-
fidencial a su amigo Tomás Godoy Cruz, confiésale San Martín:
Usted no puede calcular la violencia que me
hago en habitar este país, en medio de sus
bellezas encantadoras. Los hombres en es-
pecial son de un carácter que no confrontan
100 Archivo de San Martín. T. IV: 384.
101 Archivo de San Martín. T. IV: 386.

115
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

con mis principios y aquí tiene usted un dis-


gusto continuado que corroe mi triste exis-
tencia.
A otro amigo, Tomás Guido, confíale:
No hay la más remota esperanza de que se
verifique la expedición al Perú. La conducta
del gobierno de Chile está manifiestamente
clara de que su objeto es no sólo que no se
verifique la expedición proyectada, sino la de
desprenderse del ejército de los Andes,
poniéndonos en un estado de desesperación
tal que tengamos que pasar la cordillera o
comprometernos a disgustos de la mayor
trascendencia.
O'Higgins tiene buena voluntad; no hay en él desidia. Como
Jefe de Estado, atiende sobre todo a las necesidades de su país. Es
una cuestión de prioridades, que San Martín no puede aceptar. Como
muestra de ese propósito de cooperar, O'Higgins propone dos solu-
ciones: un empréstito en el exterior por seiscientos mil pesos; y la
venta de cinco de las fragatas tomadas a los españoles. Lo uno, una
posibilidad sin plazo corto; lo otro, un disparate que San Martín se
apresuró a condenar y que fue desechado. El líder se impacienta nue-
vamente, y le habla una vez más al Director Pueyrredón:
Está visto, señor Exmo., que la conducta
que observo en este gobierno es la de no
hacer el menor esfuerzo para que se realice
dicha expedición, no digo de los 6.000 hom-
bres pedidos, pero ni aun de otro plan que
podía realizarse con 3.000.102

Al fondo, es la misma angustia, con protesta, de Bolívar contra


el Vicepresidente Santander, cada vez que éste no operaba con cele-

102 Archivo de San Martín. T. IV: 396.

116
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

ridad, sobre todo en la campaña del Perú. ¡Si hasta las últimas tropas
colombianas que debían combatir en Ayacucho llegaron cuando ya se
había cumplido la Independencia con esa batalla! El regidor, el líder,
ve de una manera; de otra, los otros constituidos en autoridad. En lo
profundo de cada hombre grande rige una presencia tiránica de
soledad, porque no se les comprende plenamente.
En los graves descensos de los líderes hay siempre una germi-
nación. La de San Martín fue situarse más alto que el plano de los
gobernantes de la Argentina y Chile, y desde allí, puesto sobre el
pavés, lanzar la amenaza gigante. Visto que no se ha considerado con
suficiente responsabilidad su proyectada hazaña sobre el Perú, ordena
que el Ejército de los Andes –son su país, son su república, son su
querencia esos oficiales y soldados, rioplatenses y chilenos– se traslade
en masa al valle del Aconcagua, de modo que esté listo a repasar los
Andes en cualquier momento. Opera con lo suyo y, sobre ese funda-
mento, pide permiso al gobierno de Buenos Aires, del cual depende
directamente, antes que del de Chile, para viajar a Mendoza porque
se halla enfermo:
V.E. está persuadido de que el partido que
tomo no es hijo del comprometimiento
público en que me hallo, pues sabría sacrifi-
car mi misma reputación por la felicidad del
país, sino porque me es absolutamente im-
posible continuar con el mando del ejército,
sin que mi muerte sea muy próxima. En esta
inteligencia, si V.E. accede a la licencia que
pido, le ruego con el mayor respeto se sirva
concederme mi licencia absoluta.
Al Gobierno le dice que, al haberse presentado en las Provin-
cias del Río de la Plata la anarquía política, se ve obligado a partir a la
provincia de Cuyo “a tomar parte activa, a fin de adoptar los medios
conciliativos que estén a mis alcances para evitar una guerra que
puede tener la mayor trascendencia a nuestra libertad”. Y, sin demorar
más la decisión tomada de partir, encarga del comando del Ejército

117
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

al General Balcarce. Al informarle del particular a O'Higgins, añade


estas palabras que dan la razón verdadera de su decisión: “Tendré la
mayor satisfacción de volver a ponerme a la cabeza de ambos ejérci-
tos, luego que los aprestos para las operaciones ulteriores que tengo
propuestas y confirmadas por V.E., estén prontos”. No puede ser
más categórico.
Y partió, en efecto, el 16 de febrero (1819), pero haciéndose
acompañar por cien hombres de tropa; cincuenta cazadores a caballo
y cincuenta artilleros con ocho piezas de artillería. La compañía de
estos soldados era una especie de anuncio de lo que podría suceder
más tarde: el repaso del Ejército entero. San Martín golpeaba con pre-
cisión, y sabía exactamente a donde iba. O cedían a sus demandas, o
se producía el gran conflicto. El propio San Martín, en carta reservada
al general Rondeau, que ocupaba el poder rioplatense por enfermedad
de Pueyrredón ese momento, le demostraba lo que significaría el re-
paso de la cordillera por el ejército –el conflicto magno–: el ejército,
en gran parte integrado por chilenos, se sentiría más que molesto; al
mes de aquel supuesto hecho, el Gobierno de Chile estaría
tambaleante, sin el apoyo de San Martín y sus milicias. Además, el
virrey del Perú, Pezuela, que disponía de contingentes poderosos,
podía en cualquier momento organizar una campaña contra los
patriotas bien de Chile, bien de las provincias del Río de la Plata.
El virtual ultimátum sanmartiniano tenía, sin embargo, un
punto carente de firmeza: la inestabilidad del gobierno de Buenos
Aires, en momento en que era indispensable un régimen de paz para
fundamentar los proyectos de entidad. Tratando de atender a este
punto débil, quiso interponer su influencia a fin de que cesara la
rebelión del gobernador de Santa Fe, Estanislao López y de sus alia-
dos los de Entre Ríos y Corrientes, con Artigas. Asimismo, el
gobierno de Chile había designado una comisión mediadora. Era una
cuestión básica. Conocedor de la mediación sanmartiniana, el Direc-
tor Pueyrredón se sintió lesionado en su autoridad, y le habló a San
Martín con énfasis, visiblemente disgustado:

118
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

¿Cuáles son las ventajas, le decía [11 de


marzo], que usted se ha prometido en esta
misión? ¿Es acaso docilizar el genio feroz de
Artigas, o traer a razón un hombre que no
conoce otra cosa que su conservación, y que
está en la razón de su misma conservación el
hacernos la guerra? Jamás creerá él que la
misión de Chile había sido oficiosa de aquel
gobierno, y sí que éste la había solicitado por
debilidad y temor a su situación. Por otra
parte, cuánto es humillante para nosotros
ver que la embajada se dirigiría a Artigas, y
no a este Gobierno.103
Las cartas de San Martín dirigidas a Artigas y a López, fueron
interceptadas por el general Belgrano. Pueyrredón se entendió direc-
tamente sólo con López, quien abandonó con ruindad a sus aliados;
el armisticio consiguiente produjo paz, por corto lapso. Artigas, he-
roicamente, se entregó al gobierno paraguayo del doctor Gaspar Ro-
dríguez de Francia, quien lo retuvo preso por largos años; Artigas,
después de la muerte del dictador paraguayo, se negó a retornar al
Uruguay. Fue un caudillo grande, con quien San Martín hubiese po-
dido entenderse de modo perfecto.
Hubo sinceridad en San Martín al actuar en aquella fracasada
mediación; quería salvar su plan. Y también hubo ira, luego, al ente-
rarse de que los gobiernos de Buenos Aires y Santiago habían firmado
un pacto de alianza, que involucraba el proyecto de avance hasta el
Perú; no contaron con él para ese acuerdo. San Martín, muy enojado,
escribióle a su amigo José Tomás Guido:
Es lo más célebre la copia de los tratados ce-
lebrados sobre la expedición del Perú, sin
que el General en Jefe haya tenido el menor
conocimiento. Tagle ha tenido un modo

103 Archivo de San Martín. T. IV: 612.

119
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

sumamente político de separarme del


mando del ejército. Dios se lo pague por el
beneficio que me hace [ … ] Algún día lo
pondré al alcance de ciertas cosas, y estoy
seguro dirá usted que nací para ser un verda-
dero cornudo; pero mi existencia misma la
sacrificaría antes que echar una mancha
sobre mi vida pública que se pudiera inter-
pretar por la ambición.104
No todo era limpio, no todo era noble y recto, entonces. Fue-
ron estos, así, tiempos muy duros y difíciles para San Martín. No sólo
se distanció de su entusiasta amigo Pueyrredón; no sólo vio vulnerada
la propia autoridad de General en Jefe del Ejército, sino que se in-
formó del plan de asesinato de él y de O'Higgins, fraguado en Mon-
tevideo por José Miguel Carrera. En un manifiesto “A los habitantes
libres de Chile”, decía Carrera:
¿En dónde están nuestros hermanos, nues-
tros compatriotas Juan José y Luis Carrera?
Ya no existen. Perecieron con la muerte de
los traidores y de los malvados, víctimas des-
graciadas de la tiranía de un triunvirato ini-
cuo, Pueyrredón, San Martín y O'Higgins:
ved aquí sus bárbaros asesinos. Que mueran
los tiranos para que la Patria sea libre e inde-
pendiente. Ya no tiene otros enemigos que
esos viles opresores.105
Se organizó un grupo de franceses, regidos por Carlos Robert,
que partieron hacia Chile. Denunciados, fueron perseguidos y alcan-
zados por fuerzas del gobierno. Uno, que se resistió, fue muerto;
Robert y otros, fusilados; a los demás se les expulsó del país. Una
carta que llevaba Robert decía: “Si llegamos a Chile, nuestro encargue
será fácil y el resultado pronto. No se trata sino de deshacerse de dos
hombres”.
104 OTERO, JOSÉ PACIFICO. Op. cit. T. II: 562.
105 Documentos para la Historia... T. X: 5.

120
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

La crisis –conflictos, descomposición, audacias– en las provin-


cias rioplatenses aparecía por todo punto. Un hecho grave se produjo
en la ciudad de San Luis, poco antes del arribo de San Martín a Men-
doza. Los presos españoles importantes de Chacabuco y Maipo, ante
los decires de que serían sacados de allí, decidieron sublevarse, co-
mandados por el capitán Gregorio Carretero; atacaron al Goberna-
dor, y trataron de libertar a los “montoneros” presos. Fracasaron en
ese y otros golpes simultáneos. Influyó mucho, en un momento dado,
el preso Juan Facundo Quiroga, que actuó valerosamente contra los
sublevados. El resultado fue trágico: de los cuarenta de la acción, vein-
ticuatro perecieron en la lucha. El Consejo de Guerra, en que fue ins-
tructor Monteagudo –confinado en la ciudad por el fusilamiento de
los hermanos Carrera–, se mostró severo en extremo: todos fueron
fusilados y sólo se salvaron tres. Cuando San Martín fue a San Luis –
en acción de mediador en la insurrección de López– aprobó todo lo
hecho, volvió a la amistad con Monteagudo, cuya energía le entu-
siasmó, y ordenó la libertad de Quiroga, que más tarde será personaje
céntrico de la novela Facundo, de Sarmiento. Las medidas drásticas, en
tiempo de guerra, son indispensables, y las emplearon sin titubeo lo
mismo San Martín que Bolívar, éste, con mayor amplitud, dada la
complejidad de la lucha en Venezuela. Era obvio, así, que Montea-
gudo se viera justificado.
Al retornar a Mendoza, tal vez pensó San Martín poner en eje-
cución el repaso de la cordillera del Ejército de los Andes; el gobierno
de Buenos Aires habíale autorizado a ello ampliamente, tanto con el
fin de buscar en la presencia de esas tropas una base para el restable-
cimiento de la paz en el país, como para demostrar de modo indirecto
el enfriamiento que estaba produciéndose con Chile, por no haber
este país apoyado a San Martín en forma adecuada. Todo cambió, sin
embargo; el Gobierno de O'Higgins y la Logia Lautaro de Santiago
habían enviado al sargento mayor Manuel Borgoño como emisario es-
pecial, para informarle a San Martín que todos en Chile, Gobierno, di-
rigentes políticos y pueblo estaban decididos a poner inmediatamente
en ejecución los proyectos de campaña sobre el Perú. La ausencia del

121
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

líder y su amenaza de repasar los Andes con las tropas habían forzado
a todos en Chile a reaccionar, a actuar; el catalítico operó con evidente
eficacia. Desde luego, se reconocía la importancia de las divisiones
del Ejército de los Andes para fines políticos rioplatenses; para ello,
el propio O'Higgins había ofrecido a San Martín hasta mil quinientos
soldados, de modo de reforzar las gestiones de intermediario que se
había propuesto entre el gobierno de Buenos Aires y López y Artigas.
O'Higgins, en la carta enviada con Borgoño, decíale a San Martín:
En cualquier circunstancia sería muy sensi-
ble la separación de V.E., pero lo es mucho
más en el día al considerar que vamos a
malograr la preciosa ocasión que se nos pre-
senta de ver solucionada la grande obra de li-
bertad americana.
Y le hacía entrega, por medio del emisario, del nombramiento
de Brigadier General. Esta vez, San Martín tuvo que aceptar esa
nominación, que ya había rechazado dos veces; y lo hizo en estos
términos:
Ya sería una ingratitud si no admitiese el des-
pacho de brigadier con que nuevamente me
condecora el Estado de Chile y que V.E. me
remite en su apreciable oficio del 20 del
pasado. Mi protesta de no admitir otro
empleo que el de coronel mayor, era con
relación sólo a las Provincias Unidas; mi
delicadeza me había hecho renunciar el que
en 15 de junio de 1817 me remitió V.E. con
igual condecoración. Esté V.E. persuadido
que la admisión que hago de este empleo no
es nominal y que sabré sostenerlo en bene-
ficio de ese Estado con el mismo interés y
decisión que si hubiera nacido en él.106

106 Archivo de San Martín. T. IV: 431.

122
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

El temporal iba amainando. Pide San Martín, en consecuencia,


al Gobierno de Buenos Aires que le autorice para anular la orden de
repaso de la cordillera por los ejércitos; la obtiene, sin demora. Pero
recibe, en cambio, el oficio en que se le exige que las tropas acanto-
nadas en Mendoza –que debían partir para Chile– sean despachadas
a Tucumán, ya que se temía un ataque peruano por esa parte. No
había pasado la tempestad del todo; era una obstrucción la que se
alzaba, y esta vez procedente ya no de Chile sino de Buenos Aires.
Hubiera podido decir lo que Bolívar: “Soy el hombre de las dificul-
tades”. Impaciente, renuncia una vez más. Dícele a Pueyrredón:
A V.E. consta el estado de mi salud, tanto
más agobiada cuanto han sido las circuns-
tancias bien penosas que me han acompa-
ñado por el término de siete años; el único
modo de que pueda prolongar mi existencia,
es la tranquilidad y separación absoluta de
todo negocio; por lo tanto ruego a V.E. me
conceda mi retiro a esta provincia sin sueldo
alguno, pues en el caso de que me hallase en
necesidad, ocurriré a la bondad de V.E. para
que la socorriese.
En Buenos Aires se entendió la renuncia como mera táctica.
Aun más, Pueyrredón se dirigió a San Martín recordándole las idas y
venidas, órdenes y contraórdenes, que habíanse producido última-
mente, en relación con el Ejército de los Andes. Le notificaba que
quedaba sin efecto la decisión sobre el envío de las tropas a Tucumán;
se consideraba sin efecto la renuncia y se le concedía un mes de des-
canso, a fin de que pudiera atender a su salud. Además, se le invitaba
cordialmente a que avanzara hasta la capital para aclarar todos los
puntos dudosos. Hubiese querido viajar, aún a pesar de sus dolencias.
Pero acababa de caer del poder –10 de junio– su nobilísimo amigo
Pueyrredón. Su carta a San Martín es de leal sinceridad:
Al fin fueron oídos mis clamores; hace seis
días que estoy en mi casa, libre del atroz

123
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

peso que me oprimía en el palacio. Ofrezco


a usted, pues, mi libertad, mi satisfacción y la
más constante amistad con que seré eterna-
mente de usted.107
Estos problemas de autoridad o con autoridad, no los tuvo
Bolívar de 1819 en adelante, hasta cuando en 1830 renunció al poder,
en vísperas casi de su muerte. El año 1819 es el inicio de su dominio
ya indisputable. Como Presidente de Colombia, del Perú, de Bolivia,
y como General en Jefe de los ejércitos libertadores operará ininte-
rrumpidamente durante once años. San Martín, vióse sometido a
decisiones de Buenos Aires, de Santiago, constantemente. Optó por
sublevarse, para dirigir en libertad su hazaña sobre el Perú; y en Lima
será ya el hombre del poder, hasta después de la entrevista con Bolívar
en Guayaquil. Se irá del mando por voluntad propia.
El año 1819, para Bolívar y sus compañeros, corresponde a los
de 1816 y 17 –Congreso de Tucumán y victoria de Chacabuco– y
1818, triunfo en Maipo, decisivo para Chile, en la zona de San Martín.
Este ancho lapso, del 16 al 19 incluso, significa un arribo a la cumbre,
logrado con inmensos sacrificios e ingente número de víctimas, tanto
para el venezolano como para el rioplatense. No a la cumbre máxima
y definitiva a la cual no llegó la guerra de emancipación en América,
pues la independencia ha venido siendo complementada –aún vamos
en ese empeño– con la libertad político-económico-social; solamente
a esas cumbres que fueron fijadas como hitos, en cada una de las
grandes batallas o en la forja de excepcionales cónclaves como el
Congreso de Tucumán, el de Angostura, el de la Asamblea Constitu-
yente del Uruguay.
El de Angostura, convocado por Bolívar, se instaló solemne-
mente el 15 de febrero. Se va a legislar para una Nación inexistente
todavía. ¿Qué se busca? Como en el Congreso de Tucumán: crear
una base jurídica para la revolución, hacerla, en sentido de derecho,
legítima, por encauzada sobre normas precisas, alejándose con ello

107 Archivo de San Martín. T. IV: 623 y T. V: 269.

124
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

de los discursos, las proclamas, las hojas volantes. Todo régimen de


legalidad da asentamiento y firmeza a los derechos ciudadanos, a sus
libertades, a sus obligaciones que quedan nítidamente fijadas. Además,
requeríase borrar hasta del recuerdo la oscura página del Congresillo
reunido en Cariaco por unos cuantos disidentes, a espaldas de Bolívar,
cuya autoridad era, de hecho, el único poder orgánico.
Preséntale Bolívar al Congreso un Mensaje, que es uno de los
grandes documentos públicos generados en América en el siglo die-
cinueve. En él, Bolívar se hizo presente en sus muchas inmensas ca-
pacidades: estadista, político, internacionalista, analizador de la
historia. Unas cuantas frases textuales darán la mensura de esa magna
producción: “Nada es tan peligroso –dice– como dejar permanecer
largo tiempo en un mismo ciudadano el poder”. “No somos euro-
peos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes
y los españoles”. “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de
su propia destrucción: toma la licencia por la libertad, la traición por
el patriotismo, la venganza por la justicia; un pueblo pervertido, si al-
canza su libertad, muy pronto vuelve a perderla”. “La libertad, dice
Rousseau, es un alimento suculento, pero de difícil digestión; más
cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la
tiranía, sólo la democracia es susceptible de una absoluta libertad”.
“Constituyéndose Venezuela en una república democrática proscribió
la monarquía, las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios,
declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de
hablar y de escribir; estos actos, eminentemente liberales, jamás serán
demasiado admirados”. “¿No dice el Espíritu de las leyes de Montes-
quieu, que las leyes deben referirse al grado de libertad que la Cons-
titución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones,
a sus riquezas, a su número, a sus comercios, a sus costumbres a sus
modales? He aquí el código que debíamos consultar, y no el de
Washington”. “La naturaleza hace a los hombres desiguales en genio,
temperamento, fuerza y caracteres, las leyes corrigen esta diferencia”.
“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor
suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor

125
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

suma de estabilidad política”. “El hombre, al perder la libertad, decía


Homero, pierde la mitad de su espíritu”. “Por lo mismo que ninguna
forma de gobierno es tan débil como la democrática, su estructura
debe ser de la mayor solidez, y sus instituciones consultarse para la es-
tabilidad”. “La educación popular debe ser el cuidado primogénito
del amor paternal del Congreso: estimulando el trabajo y el saber, que
son los dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más difícil
entre los hombres: hacerlos honrados y felices”.
San Martín no tuvo ocasión de intervenir directamente en esta
clase de hechos trascendentes. Influyó, por medio de los diputados de
Cuyo, en el pensamiento y decisiones del Congreso de Tucumán, lo
mismo que a través de Belgrano, con quien se hallaba en cabal
acuerdo en los diferentes asuntos a discutirse.
El punto de divergencia entre este Congreso tucumanés y el de
Angostura fue la estructura del poder. En el proyecto de Constitución
presentado por Bolívar, el régimen republicano y centralista quedaba
fijado con la presencia de los tres Poderes clásicos, más uno, el Moral,
que el Congreso no aprobó. En consecuencia, fueron elegidos Presi-
dente, Vice-Presidente, etc. En Tucumán se pensó seriamente en la
monarquía. “San Martín, quien en los comienzos no quería tratar la
forma de gobierno mientras no se resolvieran las gestiones diplomá-
ticas que se hacían en Europa, había concluido por aceptar la monar-
quía incaica propuesta por Belgrano y hasta considerarla un plan
admirable, con tal que fuera acompañada por la regencia de una sola
persona que debía ser el Director Supremo, el cual pasaría a llamarse
Regente”.108 Era una especie de resurrección del proyecto de Miranda,
quien propició un régimen mixto monárquico-republicano, en el cual
“el Ejecutivo sería encabezado por dos Incas nombrados por el Con-
cilio o Congreso Colombia (Colombia era el verdadero nombre de
América, para Miranda); durarían en el mando una década”, etcé-
tera.109

108 Archivo de San Martín. T. V: 546.


109 SALCEDO BASTARDO, J. L. Historia Fundamental de Venezuela: 270.

126
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Quedó en claro en todos los espíritus res-


ponsables –escribe José Luis Romero–110 la
necesidad perentoria de cerrar el ciclo de los
movimientos anárquicos. Lo declaró solem-
nemente el Congreso de las Provincias Uni-
das de Tucumán, con palabras enfáticas:
“Fin de la revolución, principio del orden...”.
Además, legitimidad era lo que buscaban Mi-
randa primero, Belgrano y San Martín des-
pués, cuando pensaban en un Inca para que
invistiera la dignidad real, porque ella, y no
las atribuciones conferidas por una consti-
tución, era lo que realmente podía contener
el delirio político.111
Los otros puntos de divergencia entre los actos de los dos Con-
gresos, el de Tucumán y el de Angostura, pueden advertirse –son mu-
chos– con la comparación de las actas de una y otra entidad. Sobre
todo, Angostura sancionó el 15 de agosto la Constitución cuyo texto
había sido redactado por el propio Bolívar.
Y la sancionó en ausencia de su autor, que habíale dejado al
Congreso ocupado en sus deliberaciones, para proseguir la guerra.
Por llevar dentro, en lo irrevocable de su voluntad, la hazaña del paso
de los Andes pone en ejecución un plan muy astuto, en relación con
Morillo: preséntale posible batalla, aquí, allí, desorientándolo; Páez, en
Las Queseras del Medio, aplica su celebérrimo “vuelvan caras”. La
decisión es evitar todo encuentro de importancia con las tropas rea-
listas, hasta que vayan a comenzar las lluvias. Se dan sólo combates
parciales.
110ROMERO, JOSÉ LUIS. Pensamiento político de la... T. I: XXXV.
111Se ha escrito muchas veces, y el historiador argentino Enrique de Gandía lo subrayó en su discurso
del 1º de abril de 1975; que el Congreso de Tucumán había proclamado la independencia “de las Pro-
vincias Unidas de la América del Sur”. Es esta una equivocada interpretación del texto de la referida pro-
clamación del 19 de julio de 1816. Las palabras empleadas por el Congreso fueron estas: que “era
voluntad unánime de las Provincias Unidas del Sud-América romper los violentos vínculos que las li-
gaban a los reyes de España”. Se habla, es obvio, de las Provincias Unidas del Sur de América: el Con-
greso no podía actuar en ningún sentido a nombre de toda la América del Sur. Se refirió al Sur de
América. Dijo, concretamente: “Provincias Unidas del Sud-América”.

127
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

El 4 de junio empieza la marcha de las tropas que, tramontada


la cordillera heroicamente, libertarán la Nueva Granada. A corto tre-
cho, después de atravesar el río Arauca, se desatan torrenciales agua-
ceros; es el período llamado de invierno, en el trópico. Bolívar
esperaba esta presencia diluvial: Morillo, engañado hasta con este
hecho natural, se entregó a la quietud; ¿quién podía suponer que su
enemigo era capaz de llevar su ímpetu audaz hasta el punto de abrir
marchas y marchas bajo aguaceros, pasando por torrentes, sumién-
dose en lodazales?
Desde Arauca el ejército había recorrido 200
kilómetros, sufriendo en los pasos de río
mordeduras de los pececillos llamados cari-
bes, ávidos de atacar al hombre. Desde el río
Arauca en adelante las quebradas o torrentes
de las montañas interrumpían frecuente-
mente la marcha. La caballería se encargaba
de conducir las armas y útiles de los oficiales,
y éstos tuvieron a veces que formar dos lí-
neas agarrándose por la mano para vencer la
fuerza de la corriente, y seguían adelante
para repetir lo mismo en otras quebradas
crecidas. Bolívar pasaba y repasaba estos
torrentes, en varias ocasiones llevando en la
grupa de su caballo soldados débiles o en-
fermos o mujeres de algunos soldados útiles
a la tropa,
O'Leary, que pasó los Andes como edecán del general Anzoátegui,
dice que “la infantería, a veces, hacia la travesía con una ración de dos
libras de carne mala. No había pan ni cosa que lo sustituyese, a ningún
precio; ni sal, con lo cual la carne era no sólo insípida, sino insalubre.
Bolívar almorzaba como los demás, con carne sola”.112
Había dos caminos para pasar la cordillera: el de Labranza
Grande, usado por todos, y el del páramo de Pisba, transitado sólo
Campagnes et Croisiéres, por el oficial Vowel, de la Legión Británica. París, 1837: 168. (Cita de Vicente
112

Lecuna en pág. 116).

128
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

por los indios. Decidió Bolívar tomar esta vía absurda, impracticable
para un ejército, a pesar de la oposición de la mayoría de sus oficiales.
Había dos razones: por allí, no encontrarían avanzadas del enemigo;
por lo mismo, la sorpresa al otro lado de la mole andina sería decisiva
para los soldados libertadores; el general español Barreiro se descon-
certaría, como se desconcertó el general del Pont, cuando aparecieron
las tropas de San Martín en territorio chileno. Para realizarlo, habían
de ser hombres con médula de titanes, el jefe, los oficiales, la tropa,
las mujeres. Una de ellas –lo cuenta O'Leary– dio a luz en lo alto del
páramo, y continuó la marcha al otro día. “Allí iban llaneros habitua-
dos al rigor de sus tierras ardientes, ingleses, irlandeses, escoceses,
franceses, alemanes, polacos e italianos; allí se mezclaban negros,
blancos, indios, mestizos, y sólo gozaban de privilegios los más auda-
ces, valientes y patriotas”.113 Bolívar les había dicho a sus oficiales:
“Nadie podrá imaginarse que todo un ejército va a exponerse a la
muerte en lo alto de las nieves perpetuas, ni nadie habrá de calcular
que la audacia de los revolucionarios llegue a tales términos absur-
dos”. Desde mucho antes, se le había asignado la vanguardia a San-
tander. La fantástica expedición comienza el ascenso; el frío congela
hasta los huesos; las mujeres siguen a sus maridos o amantes y pre-
paran la comida para todos; sencillas y rudas, son tan valerosas como
los hombres. A los cuatro días, ya casi no hay ganado y la mayor parte
de las bestias de carga van quedando inutilizadas; mueren los hom-
bres; mueren los animales; juntos ruedan a veces al abismo; el agua
helada descompone el intestino a muchos; el soroche corta la vida a
unos cuantos. Al quinto día llegan a lo alto de la mole andina; allí hay
unas casuchas –treinta– donde viven indígenas miserables y valientes
(pueblo de Pisba). La naturaleza tiene allí una grandeza colosal, trá-
gica, de nieves perpetuas de cimas negras; los soldados no ven en ella
sino un enemigo monstruoso y la detestan. Al que se detiene, le mata
el frío. Han alcanzado los cuatro mil metros sobre el mar, por entre
rocas, piedras resbalosas, lodo, nieve. Por indicación de los jefes, las
marchas se hacen en grupos de veinte, de treinta, que de por sí se
sienten hermanos y solidarios, ante el peligro de muerte. Cuenta O'-
Leary:
113 ARELLANO MORENO, ANTONIO. Op. cit.: 175.

129
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Durante todo el trayecto llovió persistente-


mente y en muchos puntos el camino mos-
traba grandes obstrucciones que detenían la
marcha hasta poder abrir el paso; cayó tam-
bién abundante granizo. No pocas veces fue
necesario azotar a los hombres para impedir
que se muriesen. Quienes sufrieron más fue-
ron las valerosas mujeres: muchas fueron las
que dejaron su cuerpo en la cima de la cor-
dillera.
Cuenta Santander: “Número considerable de soldados murie-
ron; no había ni un caballo, ni monturas, ni armas, habían sido aban-
donados, lo mismo que las municiones de boca y de guerra. El ejército
era un cuerpo moribundo”. El descenso es más rápido, pero igual-
mente peligroso. Cuando llegan a las primeras chozas y luego al pue-
blecillo de Socha, los campesinos abren los brazos generosamente y,
férvidos, entregan cuanto tienen. Santander exclama: “¿Qué se podía
temer, si al frente del ejército está el Libertador?”. El respeto a Bolívar
llegaba hasta el sacrificio de la propia vida.114
¡A los tres días, esos semi-cadáveres dan el combate de Gámeza
y lo ganan!, a pesar de que faltan el mayor volumen de caballería, gran
parte de la Legión Británica y muchos soldados que están reponién-
dose en hospitales improvisados; el parque venía retrasado.
Luego de un descanso de catorce días, otro combate recio, en
el Pantano de Vargas. Nueva victoria (25 de julio). Los soldados pa-
recen seres resurrectos, imbatibles. El coronel Rocke, inglés, muere
por heridas, valientemente, despidiéndose, a los tres días del choque.
Como Páez no ha obedecido –debía encontrarse en el valle de Cúcuta,
para presionar al enemigo–, Bolívar decreta la ley marcial: todo hom-
bre, de los quince a los cuarenta años, deberá presentarse inmediata-
mente como voluntario, y a caballo, bajo pena de muerte. Se forman
con esos contingentes dos nuevos batallones. Bolívar le acosa al ge-
El senador norteamericano Hiram Bingham realizó la travesía por el páramo de Pisba, y publicó sus
114

experiencias en un libro titulado The Journal of an Expedition Across Venezuela and Colombia, 1906-1907. Yale
Publishing Association, 1909.

130
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

neral español Barreiro, con alta celeridad. Cuando trata de salvar su


ruta hacia Bogotá, Bolívar le alcanza y le ataca con sumo vigor en
Boyacá. Empieza la batalla; Barreiro dirige a los suyos desde una emi-
nencia; Bolívar da la impresión de que estuviese moviendo piezas de
ajedrez. El triunfo, difícil, encarnizadamente logrado, llega al fin, con
la prisión de Barreiro y de 1.600 más. El virrey Sámano, al recibir la
noticia en Bogotá, huye hacia Cartagena. Como Maipo a Chile,
Boyacá da la libertad a la Nueva Granada. Entre las dos acciones de-
cisivas, ha mediado un lapso de un año y cuarto (5 de abril de 1818 -
7 de agosto de 1819). Bolívar procede a una persecución tenaz del
enemigo, hasta destruirlo. Despacha tropas al norte, al Magdalena, al
noroeste a Antioquia y el Chocó, y al sur a Popayán. Pocos días bas-
taron para dejar sembrada la libertad en casi todo el país. No sólo
eso: abríase espléndida la ruta al sur; hacia el Ecuador y hacia el
Perú.115
Pocos días después, Bolívar regresa a Venezuela, encargándole
el poder a Santander, como Vicepresidente de Cundinamarca.116 Ya
casi al despedirse, pregúntale Santander qué debe hacer con los pri-
sioneros; respóndele Bolívar: “Obre V.E. de acuerdo con su concien-
cia”. Y de acuerdo con ésta, ordénale Santander al Gobernador de
Santa Fe de Bogotá “pasar por las armas a todos los oficiales prisio-
neros del ejército del rey”. Son fusilados, así, en acto de inhumana e
innecesaria retaliación, el general Barreiro y treinta y ocho oficiales.
Barreiro, antes de ser atado al banquillo, pide hablar con el Vicepre-
sidente; éste se niega a escucharlo; le envía, entonces, sus insignias de
masón; Santander le responde que antes que sus nexos con la maso-
nería están los que tiene con la patria.

115 Entre los prisioneros está el oficial Francisco Fernández Vinoni, que le traicionó a Bolívar siete años
atrás en Puerto Cabello. Se le fusila, con degradación, en presencia de todo el ejército.
116 Santander en Apuntamientos. Bogotá, 1838: 34, dice, en relación con la victoria de Boyacá: “Yo estaba

tan enajenado de gozo al ver destruidos a los opresores de mi patria, que me habría arrodillado para besar
la mano de Bolívar, como principal autor del bien que empezaba a disfrutar”. (Cita de Rafael Bernal Me-
dina en Ruta de Bolívar. Caracas, 1977: 100).

131
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

En la ruta hacia Angostura, escríbele el Libertador al general


Anzoátegui –acababa éste de morir, por enfermedad, y Bolívar no lo
sabía aún–, con auténtico énfasis de profeta: “Quién sabe si el Cuzco
reciba también el beneficio de nuestras armas, y si el argentino Potosí
sea el término de nuestras conquistas”. ¡Habla con una anticipación
de más de cinco años! ¡Y San Martín no ha comenzado todavía su
expedición hacia el Perú! Nadie, en América, tuvo nunca este don de
ver los acontecimientos desde antes, a veces desde mucho antes de
que llegaran a vislumbrarse.
Al arribar a Angostura, encuentra que el periódico Correo del
Orinoco, por él fundado el 27 de junio antes de dirigirse al paso de los
Andes, funciona perfectamente. Pero, a la vez, halla que se ha produ-
cido un golpe de Estado. Los generales Mariño y Arismendi, miopes
auténticos, suponen o aparentan suponer que Bolívar los ha abando-
nado: en vez de proseguir la guerra en Venezuela contra Morillo, se
ha ido a la Nueva Granada; ha habido en ello –dicen– un delito. Una
multitud, frente al Congreso, pidió la destitución del vicepresidente
Zea, quien renunció elegantemente; fue reemplazado por Arismendi,
quien asumió la dictadura, nombrándole a Mariño General en Jefe
del Ejército. Se difundían las voces de que Bolívar, había sido derro-
tado, para justificar esas audacias...
Bolívar ordena la reunión inmediata del Congreso, que había
clausurado sesiones desde hacía varias semanas, y presenta ante él la
cuenta de sus victorias. Con extraordinaria magnanimidad no toma si-
quiera en cuenta la traición de sus generales –con complicidad de ci-
viles– y dice, en síntesis magnífica ante los legisladores: “Cuatro
batallas campales ganadas, cuatro millones de hombres devueltos a la
libertad, y cuatro millones en las cajas del ejército: tal ha sido el motivo
de mi ausencia”. Un Veni, vidi, vici que, en su densidad, encierra in-
mensos padecimientos, dolores inenarrables, tenacidad, audacia;
¡sobre todo un violento forzarle al destino! Bien pudo repetir Bolívar
entonces lo que dijera después del terremoto de 1812 en Caracas: “Si
se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y haremos que nos
obedezca”; lo había cumplido. Reasume el poder, aleja a los revolto-

132
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

sos, y presenta un proyecto de Ley que crea la República de Colombia,


con la unión de Venezuela y la Nueva Granada; los territorios del Sur
(Quito) se incorporarán más tarde a la entidad. Le dan la aprobación
los congresantes y le expresan a Bolívar con énfasis: “Jamás podremos
recompensar dignamente a un héroe que nos ha dado patria, vida y
libertad”. Nómbranle a Bolívar Presidente de la nueva República. La
situación ha cambiado fundamentalmente. Bolívar –jefe supremo de
los ejércitos–, es ahora un Jefe de Estado, con funciones asignadas por
un Congreso. Todos, militares y civiles, habrán de sometérsele. Y todo
se está desarrollando en una ciudad pequeña y malsana, de unas mil
casas en su mayoría humildes, a orillas del Orinoco. Lo trascendente,
casi siempre tiene origen modesto. Hubo una coincidencia que ha
registrado la historia: la República de Colombia nació el 17 de diciem-
bre de 1819; el Libertador Bolívar murió el 17 de diciembre de 1830,
a los diez años justos de su forja creadora, que los pequeños de
entonces no comprendieron jamás. Colombia será despedazada aún
antes de la desaparición de su engendrador.
Los dos pasos de los Andes, el de San Martín primero y luego
el de Bolívar, y las batallas de Chacabuco y de Boyacá, hacen un con-
traste muy elocuente entre dos formas de guerra. La sanmartiniana se
asemeja o tiene fundamento en la escuela prusiana: movimientos len-
tos y seguros, precisión en el cálculo de las acciones y ocupación de
puntos y líneas claves, para dominar al enemigo y derrotarlo. Era la
forma de lucha que había aprendido San Martín en España; la aplicó
en América con éxito cabal, en Chile. En contraste, Bolívar utiliza los
métodos que estudió en Francia, donde revisó detenidamente las nor-
mas napoleónicas, que vinieron a constituir lo que se denominaba la
escuela francesa. El escritor alemán Clausewitz,117 en su obra Théorie
de la Grande Guerre, editada en París en 1886, condensa el sistema fran-
cés en estos términos: “la destrucción de las fuerzas armadas del ad-
versario es el principio capital de la guerra, y constituye el medio de
acción más eficaz para llegar al fin propuesto”. Lo cual, vuelto acción,
significa celeridad, sorpresa y, sobre todo, el acoso de los derrotados,

117 Obra citada por Vicente Lecuna, en Bolívar y el arte militar: 125 y 127.

133
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

hasta aniquilarlos. Bolívar no descuidó nunca este particular, que


impedía el reagrupamiento de las fuerzas contrarias. San Martín, des-
pués de Chacabuco y de Maipo, no hizo, por varios motivos, la tenaz
persecución inmediata; los realistas se volvieron nuevamente fuertes
y dieron el golpe de Cancha Rayada, en el primer caso, en el segundo,
se les dejó encastillarse en Valdivia, de donde tendrá que expulsarles
Cochrane. Varios de los documentos de Bolívar emplean, no la pala-
bra “vencer al enemigo”, sino “destruir al enemigo”. Desde luego, la
emancipación americana se logró con el empleo de los dos sistemas
de guerra.
Morillo, en Venezuela, estaba intacto con sus divisiones, sólo
había perdido la Nueva Granada. El conflicto continuaba en pie. Se-
guramente desde Madrid se le había informado al General que muy
pronto recibiría refuerzos militares adecuados, suficientes para resta-
blecer el dominio español. Los esperaba; los pidió con suma urgencia
a raíz de Boyacá. Y los contingentes estuvieron listos ya, en Cádiz;
veinte mil hombres, perfectamente equipados. Se les había dicho a
esos soldados que habrían de dirigirse a Buenos Aires... En la capital
rioplatense había sumo nerviosismo, pues se conocía ya la noticia, y
hasta se le advirtió a San Martín de la necesidad perentoria de que él
comandara la resistencia. El día primero de enero de 1820, un bando
real hizo saber a toda España que el rey había ordenado que partiesen
nuevos contingentes, destinados a aplastar la rebeldía americana.
Orden, en extremo tardía. España entera conocía bien las liberaciones
sucesivas y definitivas del Río de la Plata, de Chile y ahora de la Nueva
Granada; la autonomía del Paraguay; estaba perfectamente informada
de que los diez mil hombres enviados con el general Morillo habían
perecido en gran parte, tanto por el decreto de “guerra a muerte”,
como por las enfermedades del trópico. Las tropas españolas, desti-
nadas al nuevo acto punitivo se niegan, en consecuencia, a partir; se
sublevan los jefes Quiroga, Riego, con sus batallones. Y el rey Fer-
nando vese forzado no sólo a no enviar tales refuerzos, sino a jurar
la constitución liberal, decretada por las Cortes en 1812, que había él
abolido. Inmenso alivio para América; amargura y decepción para el

134
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

general Morillo, que se queda sin los contingentes anunciados y que


ve rota su tendencia política conservadora e intransigente. Seguirá en
la guerra, pero con desánimo y operando especialmente a la defensiva.
Más se desconcierta y abate, cuando recibe de Madrid la orden de
poner en vigencia la nueva constitución liberal, jurada por el rey
mismo; siente vulnerada su propia conciencia, y no piensa sino en
dejarlo todo a otro, para poder retornar a España antes de que la de-
rrota lo aplaste en Venezuela. Propónele a Bolívar un armisticio; es
aceptado, Sucre actúa de diplomático que acuerda textos y detalles. Se
firma un tratado, que incluye suspensión de la lucha por seis meses,
regularización de la guerra –eliminación de la “guerra a muerte”– y lí-
mites de cada una de las zonas de lucha. Y se entrevistan los dos gran-
des generales, Bolívar y Morillo; se abrazan, duermen en un mismo
dormitorio. América está independizándose en pleno período román-
tico. El armisticio no durará vigente sino algo más de dos meses. Lo
romperá Bolívar, para irrumpir en una marcha que no se parará sino
en el triunfo de Carabobo. El beneficio mayor del acuerdo de Trujillo
fue la partida a España, unos cuantos días más tarde, del general
Morillo; le reemplazó el general La Torre, inferior en capacidades,
por lo mismo más fácilmente derrotable. Morillo le informará a su
rey: “Nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo
Bolívar. Su arrojo y su talento son sus títulos para mantenerse a la ca-
beza de la revolución y de la guerra. Él es la revolución”.
Pero también San Martín, en el Sur, era él la revolución. Caído
del poder en Buenos Aires su amigo Pueyrredón, dirigióse inmedia-
tamente a su sucesor el general José Rondeau:
Ruego a V.E. se sirva permitirme pueda
pasar a prestar servicios al Estado de Chile
en el que soy Brigadier, cuyo empleo admití
con la aprobación de V.E. La causa que de-
fiende aquel Estado está identificada con las
de estas provincias, y los cortos esfuerzos
que pueda hacer podrán refluir en ambos.
Sírvase V.E. admitir, entonces, con el mayor

135
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

respeto y sumisión la renuncia que hago de


los empleos que poseo en este Estado, con-
cediéndome la gracia que con tanta justicia
solicito.118
Su grupo de presión era él mismo, su persona, para el logro de
los fines. Como de paso, hace gala de delicadeza y desinterés –dos
constantes en él–, con la renuncia que hace de sus sueldos en las Pro-
vincias Unidas del Plata. Y para una mejor libertad de operaciones, se
despide de su esposa, a la que envía a Buenos Aires a casa de sus pa-
dres. No sabía –¿quién puede adivinar los pasos de la muerte?– que
no volvería a verla nunca. ¡Cualquier sacrificio íntimo, por la libertad
del hombre!
Trata de viajar a Buenos Aires; sale en ese rumbo; no puede
proseguir por el mal estado de salud, y por la inseguridad en la ruta.
La descomposición política del país se ha agigantado. Ya no es sólo
Artigas el rebelde; también se sublevan las tropas en Tucumán, en
Córdoba. Rondeau le exige a San Martín que marche inmediatamente
a la capital, a fin de dominar con las tropas de que dispone en San
Juan y Mendoza, la insurrección general. El propio Congreso, por
consulta del Director Rondeau, decide dirigirse al gobierno de Chile,
con esta petición:
Que se liberen las órdenes respectivas para
que a la posible brevedad se pongan en mar-
cha las fuerzas rioplatenses allí acantonadas,
para llevar adelante los planes militares del
gobierno y poner en absoluta libertad de
todo enemigo el territorio de la Unión.
Una vez más, los problemas nacionales internos tratan de obs-
truir el proyecto magno sobre el Perú. Reacciona entonces el hombre
rebelde; presenta otra vez su renuncia –son los días navideños de
aquel 1819–, con esta notificación perentoria al gobierno:

118 Archivo de San Martín. T. IV: 465.

136
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Mi postración absoluta me hace separarme


de este cargo; si V.E. no nombra otro Gene-
ral, el ejército está expuesto a su disolución.
Pasado mañana marcho para los baños de
Cauquenes.
Y, sin aguardar respuesta, púsose en marcha rumbo a Chile,
donde está ese balneario. Aun más; como su enfermedad esta vez es
real y no mero recurso político, pues se ve acosado duramente por el
reumatismo, se hace transportar en camilla, valeroso, irreductible. Le
acompañan su médico, el doctor Colisberry, y el padre Beltrán, de
tanta fama en el paso de los Andes de 1817. Para los objetivos gran-
des, actos heroicos. San Martín fue indoblegable, como su espada.
Mientras viajaba, se sublevaron las tropas de San Juan y hasta las de
Mendoza. Era el caos político rioplatense. Rondeau saldrá en cam-
paña y le derrotarán en Cepeda; se disolverá el Congreso; imperará la
anarquía. Que no era, en sí, una desarticulación que pusiera en peligro
la independencia, sino la presión, llevada a la fuerza de las armas, de
las regiones que querían autonomía. El sistema centralista estaba hun-
diéndose y el federalismo trataba de emerger e imponerse en todo
punto. Buenos Aires, por autoritaria, no había conseguido ni hacerse
obedecer, ni que se le quisiera por capital; tampoco pudo mantener
la unidad. Esos momentos, lo que agonizaba era la autoridad capita-
lina; desatábase en cambio la energía provincial, que era la verdadera
productora de los bienes agrícolas y ganaderos. En el fondo, había
una revolución interna potente, de esencia económica.
San Martín, informado de todo eso, y de que se le había otor-
gado el permiso de pasar a curarse en Chile, ordénale al general Al-
varado que reúna las tropas que pueda, en San Juan, en Mendoza, y
pase los Andes con ellas inmediatamente, sin ocuparse para nada de
los sublevados. El líder empieza a operar por propia decisión, sin con-
sulta. Erguido en su dignidad de hombre de concepciones trascenden-
tes, no podía dejarse arrollar por las luchas fratricidas internas del Río
de la Plata. No hay en él falta de disciplina militar, sino salvación de
los principios fundamentales, que se condensan en la liberación de

137
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

América; no, en la de un gobierno local. Por otra parte, no ha sido


aceptada en Buenos Aires la renuncia; continúa, en consecuencia, de
General en Jefe del Ejército de los Andes. Se salva, con eso, cierta
apariencia legalista que podía escocer a no pocos.
¿Estaba informado San Martín de la victoria de Bolívar en
Boyacá? Seguramente. En cambio, no parece que hubiese habido
tiempo suficiente para que conociera la creación de Colombia por el
Congreso de Angostura. En todo caso, los sucesos del norte de Su-
ramérica debieron de presionar vitalmente en sus decisiones en esos
días. Chile le recibe con toda suerte de honores; le declara, de parte
de Chile, General en Jefe del Ejército Expedicionario, con oportuna
eliminación de “los Andes”, que ya no tienen vigencia hacia el futuro,
y le ofrece todo el apoyo necesario en tropas, en recursos económicos.
Se toma un lapso de corta duración en los baños de Cauquenes y,
bastante mejorado ya, reúne a todos los oficiales en Rancagua donde
hallábase acantonado el ejército, para que se leyera una comunicación
suya, entregada al general Las Heras. El documento era una consulta
de carácter militar; decía:
El Congreso y Director Supremo de las Pro-
vincias Unidas no existen; de estas autorida-
des emanaba la mía de General en Jefe del
Ejército de los Andes, y de consiguiente creo
de mi deber y obligación de manifestarlo al
cuerpo de oficiales del Ejército de los Andes
para que ellos por sí, y bajo su espontánea
voluntad, nombren un General en Jefe que
debe mandarlos y dirigirlos y salvar por ese
medio los riesgos que amenazan a la libertad
de América.119

¿Necesita reforzar su autoridad? Evidentemente, sobre todo en


relación con las tropas rioplatenses, que podían tener otro criterio ese

119 Archivo de San Martín. T. VI: 189.

138
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

momento, dada la crisis política grave que padece el Río de la Plata.


Bolívar también requirió de ese recurso, en Margarita, cuando la
expedición de los Cayos. Las tropas sanmartinianas iban a entrar en
una expedición internacional, debía obtenerse de la oficialidad una
cooperación total, de obediencia absoluta. Las divisiones tenían que
marchar seguras de la plena autoridad del comando. Leída la petición
de San Martín, los oficiales sentaron un Acta –“El Acta de Rancagua”,
para la historia–, en la que expresaron:
La autoridad que recibió el señor General
para hacer la guerra a los españoles y ade-
lantar la felicidad del país, no ha caducado
ni puede caducar, porque su origen, que es la
salud del pueblo, es inmutable.120 [Abril 2 de
1820].
En adelante –al fin– San Martín será autónomo, soberano. No
necesitará consultar sus actos o proyectos con nadie. Era la vigencia
del principio de Locke: “La libertad presupone el poder actuar sin
someterse a limitaciones y violencias que proceden de otros” (Segundo
Tratado, sec. 57). Un líder no debe tener jamás dioses que lo abrumen.
Todo dador o consecutor de libertad necesita ser él, ante todo, libé-
rrimo. En Rancagua aparece el San Martín pleno. El destino hará que
esa plenitud de dominio y autoridad no dure sino algo más de dos
años. A él, como a Bolívar, les aguardaban profundas decepciones,
inmensa amargura, sobre todo el infierno de la ingratitud.
Ser autónomo, soberano, significa obligatoriedad de resolver
todos los problemas. Los hay graves. El mayor, por el momento: la
falta de dinero. El General en Jefe, ya determinado a los actos drás-
ticos, dirígese a O'Higgins, en términos casi de ultimátum:
Ruego a V.E. que si el numerario para los
gastos de la enunciada expedición no se halla
reunido para el término de quince días de la
fecha [13 de abril], se servirá V.E. nombrar
otro general que se encargue de ella.
120 Archivo de San Martín. T. VI: 191.

139
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

La respuesta del ministro Zenteno es inmediata:


Dentro de quince días, como solicita V.E.,
ha prometido S.E. el señor Director Su-
premo que se hallará colectada la parte que
del empréstito de trescientos mil pesos man-
dado exigir para realizar la expedición ha co-
rrespondido exigir a los vecinos de esta
capital.
Hay que subrayar que, desaparecido de hecho el gobierno bo-
naerense, y aún desde antes, Chile y su régimen fueron factores deci-
sivos para la empresa de marchar hacia el Perú del general San Martín.
Sin esta generosa cooperación, el líder del sur habría encontrado muy
difícil de realizar su magna hazaña. Chile dio dinero, hombres, imple-
mentos, buques y, además, un inmenso fervor, que incluyó el sacrificio
de soportar empréstitos forzosos como el señalado en la comunica-
ción del ministro Zenteno.
Menos grave, pero más complejo y más mortificante, fue el
problema creado por el almirante Cochrane. Acababa de tomarse la
ciudad de Valdivia, donde se refugiaron los realistas derrotados en
Maipo, y esto, más su brillante trayectoria anterior de marino britá-
nico, unida su calidad de noble por nacimiento, en Inglaterra, volvié-
ronle vanidoso y lleno de pretensiones. Presentó un proyecto de
expedición sobre el Perú, con comando de su persona, que fue
desechado; otro, posterior, tuvo idéntico final.
Aspiró, por último, a ser él y no San Martín el jefe de las ope-
raciones proyectadas, tanto en mar como en tierra. El gobierno chi-
leno estuvo a punto de destituirlo, y no lo hizo porque San Martín se
opuso a ello. Sabía San Martín que Cochrane no había de ser sino su
subalterno y que por tanto, sus servicios en el mar podían ser apro-
vechados. También en Venezuela, con Bolívar, aspiraron a volverse
“libertadores” Páez, Piar, Mariño, Bermúdez, Santander. ¿Quién po-
seía los talentos geniales de un Bolívar? ¿Quién podía reemplazar
jamás, en el Sur, a San Martín? La petulancia del británico no tomó

140
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

en consideración siquiera que la hazaña por realizarse había requerido


una larga y difícil preparación. Quería tomar lo ya hecho, para apro-
vecharlo. Con escasa habilidad propició el nombramiento de un chi-
leno, el general Freire, para ese trascendente comando, en un intento
de establecer pugna entre rioplatenses y chilenos.
Antes de la partida de la expedición, se presentaron al Senado
de Chile San Martín y O'Higgins, para informar oficialmente a los
legisladores que iba a realizarse la salida de los contingentes, de San-
tiago a Valparaíso. La empresa se fortalecía más, en sentido moral,
con esta presencia en ella de la autoridad del Senado de la República
que la auspiciaba directamente. La operación inmediatamente poste-
rior fue realizar la purga de los débiles y los indecisos. San Martín
procedió a ella con especialísimo celo, y quedaron fuera unos veinti-
cinco oficiales y más de quinientos de tropa y marinos. Una vez más,
el Jefe rioplatense buscaba lo absolutamente seguro. En Valparaíso
fueron embarcados en total 296 oficiales y 4.118 soldados, en 16
buques mercantes que habían sido apresados oportunamente; serán
custodiados por 7 navíos de guerra provistos de 231 cañones y auxi-
liados por 14 lanchas cañoneras.
A fin de evitar malentendidos posteriores, O'Higgins le notificó
oficialmente a Cochrane:
El Capitán General del Ejército, don José de
San Martín, es el Jefe a quien el Gobierno y
la República le han confiado la exclusiva di-
rección de las operaciones de esta grande
empresa. Obrará V.S. con las fuerzas de su
mando, precisa y necesariamente en conse-
cuencia de las que le suministrará el general
San Martín.

Aun más, el Director nombró a San Martín “Capitán General


del Ejército de Chile”, título que se unía al anterior de “General en
Jefe del Ejército Expedicionario”. Más todavía: en pliego especial,

141
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

recibió San Martín la autorización del Gobierno de Chile para pres-


cindir de los servicios de Cochrane el momento que lo creyere opor-
tuno. Se le asignó el sueldo de 4.000 pesos anuales.
Hubo Proclamas a los peruanos, del General en Jefe y del
Director chileno; una goleta especial se encargó de distribuirlas con
anticipación. La dirigida por San Martín a los habitantes de su patria,
condenaba la guerra civil, acusaba a los federalistas, explicaba su
ausencia de esas rencillas fratricidas y terminaba elocuentemente (¿re-
dacción de Monteagudo?):
Provincias del Río de la Plata. El día más cé-
lebre de vuestra revolución está próximo a
amanecer; voy a dar mi última respuesta a
mis calumniadores; yo no puedo menos que
comprometer mi existencia y mi honor por
la causa de mi país; y sea cual fuere mi suerte
en la campaña del Perú probaré que desde
que volví a mi patria, su independencia ha
sido el único pensamiento que me ha ocu-
pado, y que no he tenido más ambición que
la de merecer el odio de los ingratos y el
aprecio de los hombres virtuosos.121
Adelante, pero con el alma sangrante. Exactamente lo mismo
que Bolívar. Para proteger aún mejor su retaguardia –¡piensa siempre
el militar!– dirígese al Cabildo de Buenos Aires, para decirle: “Desde
el momento en que se elija la autoridad central de las Provincias,
estará el Ejército de los Andes subordinado a sus órdenes superiores,
con la más llana y respetuosa obediencia”. Nombra al teniente coronel
Bernardo Monteagudo, Secretario de Guerra y Auditor, y Secretario
de Gobierno a Juan García del Río, Secretario de Hacienda a Dionisio
Viscarra y Auditor General de Guerra y Marina a Antonio Álvarez
Jonte. Se tiene la impresión de que San Martín ha comenzado a actuar
como gobernante. Y lo será, en adelante, en plenitud de acción y efi-
cacia. El buque capitán en que se embarca lleva su nombre.
121 Archivo de San Martín. T. VII: 214.

142
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

A las dos de la tarde del 20 de agosto de 1820 se inflaron las


velas de los buques. Danzando iban éstos sobre las olas, con la danza
ritual de los valientes, de los héroes.

143
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Cuarta Parte

PROTECTOR DEL PERÚ

El enemigo importa poco; la voluntad de


llegar basta para todo.

ALBERT CAMUS. El mito de Sísifo.

Mirada en perspectiva, la hazaña de San Martín de lanzar una


expedición libertadora sobre el virreinato del Perú, aparece más
valiente, más audaz que el propio paso de los Andes de sus ejércitos.
En aquel 1817, la ingente masa de divisiones perfectamente equipa-
das, bien disciplinadas y matemáticamente exactas en sus movimien-
tos, gracias a una táctica minuciosamente estudiada y plenamente
realizada, cayó como mole sobre las tropas monárquicas de Chile y las
aplastó. Reaccionaron los caídos y dieron su sorpresa en Cancha
Rayada; pero a los quince días volvió a operar el ingente cuerpo san-
martiniano, y la libertad quedó impuesta en Chile para siempre.
Ahora, a los tres años, son apenas algo más de seis mil hombres
armados, de tierra y de mar, los que intentarán desafiar al virreinato
del Perú, que dispone de tropas cuatro veces más numerosas. ¿Riesgo
llevado hasta la locura? Los ejércitos realistas mantenían un equipo de
tropas de 23.122 hombres, distribuidos así: 11.384, en Lima, a las
órdenes directas del virrey, general Pezuela; 6.200, en el Alto Perú,
comandados por el general Juan Ramírez; 2.438, en Arequipa, al
mando del general Mariano Ricafort –que pronto se hará célebre
como asesino de indígenas–; y 3.100 hombres en las provincias perua-
nas del norte,122 más otros cuerpos dispersos en el país. Una gran
potencia militar, diseminada, sin duda, pero concentrable en caso
necesario. De todos modos, la capital tenía, por sí sola, el doble del
contingente expedicionario. Únicamente en buques, predominaban
los sanmartinianos.
122 SALAS, CARLOS A. El general San Martín y sus operaciones militares. Buenos Aires, 1971: 60.

145
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

San Martín contaba con un factor muy importante: la coope-


ración del pueblo peruano en pro de su propia emancipación. Desde
dos años atrás había mantenido contactos secretos –los masones pe-
ruanos fueron su gran auxiliar– con personas de influencia y también
con sectores populares. Estaba perfectamente bien informado de la
voluntad de revolución, y sabía que la liberación de Chile, las Provin-
cias del Plata y la Nueva Granada iban cerrando poco a poco el cerco
a los españoles en América. Bolívar había anunciado ya su propósito
de avanzar al sur, hacia Quito. El espíritu libertario de los peruanos
no podía permanecer impávido, por poderosos que fueran los gober-
nantes del virreinato. A mayor opresión, más vigorosa reacción en
contra.
El desembarco se efectuó entre los días 8 y 13 de septiembre,
a los dieciocho días de navegación. En la ruta hubo recio temporal el
30 de agosto, que alejó dos de los buques, recuperados más tarde. El
sitio escogido por San Martín fue la bahía de Paracas, a tres leguas
del puerto peruano de Pisco (doscientos setenta kilómetros, al sur de
Lima). No hubo presencia de enemigos; los 600 hombres que tenía
el virrey en la región, se esfumaron, sin oponer resistencia. Al avanzar
los batallones hacia Pisco, encontraron que la pequeña ciudad había
sido abandonada por sus moradores (unos 3.000). Exactamente como
le sucedió a Miranda en su expedición de Vela de Coro en 1806. Pau-
latinamente esas gentes fueron convenciéndose de que no habría hos-
tilidad contra ellas, y regresaron.
Este detalle y el desarrollo posterior de los acontecimientos,
con la excepción del puerto del Callao, demuestran que el virrey había
decidido poner en ejecución una táctica de guerra meramente defen-
siva, como la que practicó Jorge Washington, en la guerra de inde-
pendencia norteamericana contra los ingleses, que llegaron de muy
lejos en buques. El Perú era suficientemente inmenso como para que
los de la hazaña fueran absorbidos dentro del territorio. Esta deter-
minación militar que, además, se encontró con una persistente pru-
dencia de parte del ejército invasor, movió casi todo el proceso militar
de esos años 1820-1822 en el Perú.

146
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Muy noble, y con grandeza, la advertencia de San Martín a sus


soldados, ya en tierra:
Acordáos que vuestro gran deber es conso-
lar a la América, y que no venís a hacer con-
quistas sino a libertar a los pueblos. Los
peruanos son nuestros hermanos y amigos;
abrazadlos como a tales y respetad sus dere-
chos, como respetásteis los de los chilenos
después de la batalla del Chacabuco.123
Era el mismo espíritu, exactamente, que el de Bolívar. Avanzó
éste con sus ejércitos hasta el Potosí, desde el Orinoco, y terminada
la guerra retornaron esos hombres a su lar nativo sin haber tomado
nada para sí. ¡Libertaron, por libertar! No hay en la historia universal
una muestra mayor de generosidad de espíritu, ni de desinterés llevado
a la máxima pureza. Éste es el honor de la emancipación americana:
mientras duró la guerra, todo fue desprendimiento, buena voluntad,
sacrificio, abnegación. Los patriotas cumplieron con la más clara
muestra de la dignidad de ser hombre: dar, dar y dar, sin espera de re-
tribución. Cuando San Martín dice: “Vuestro gran deber es consolar
a la América, y no venís a hacer conquistas sino a libertar pueblos”,
demuestra el profundo, el recio espíritu americanista que lo impele. Su
acción es continental. Muy pronto dirá, al igual de Bolívar, “Mi país
es toda la América”.
El virrey Pezuela tenía ya su plan perfectamente fijado. Al saber
el desembarco en Pisco –lo esperaba en cualquiera de los puertos
peruanos, pues la expedición había navegado a las claras, de modo
que se informase de ella quienquiera–, envió inmediatamente un emi-
sario, portador de una propuesta de armisticio, durante el cual podrían
desarrollarse conversaciones tendientes a evitar la guerra. Supuso
España que con la vigencia de la constitución liberal de 1812, la
insurrección americana terminaría y se produciría un entendimiento
entre las partes. Visión excesivamente miope y, además petulante.
España no comprendió ni el proceso ni el momento histórico;
123 Archivo de don Bernardo O'Higgins. Santiago, T. XIV, 1960: 209.

147
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

mirando desde arriba, no pudo captar lo que sucedía abajo. América


rechazó indignada esa suposición hispana. El propio San Martín, en
la proclama que dirigió a los peruanos al llegar a su costa, decía:
La América no puede contemplar la consti-
tución española sino como un medio frau-
dulento de mantener en ella el sistema
colonial que es imposible conservar por más
tiempo por la fuerza. Ningún beneficio
podemos esperar de un Código formado a
dos mil leguas de distancia, sin la interven-
ción de nuestros representantes. El último
virrey del Perú hace esfuerzos por prolongar
su decrépita autoridad. El tiempo de la opre-
sión y de la fuerza ha pasado. Yo vengo a
poner término a esa época de dolor y humi-
llación. Esto es el voto del Ejército Liberta-
dor, ansioso de sellar con su sangre la
libertad del nuevo mundo.124
El armisticio, en que actuaron delegados de parte y parte, ob-
viamente no produjo acuerdo alguno, exceptuada la suspensión de
hostilidades por espacio de ocho días. Cumplido éste, San Martín abre
operaciones militares, dentro de un plan cuidadosamente mensurado,
astuto y previsor, que se fija en tres puntos: tratar de que los peruanos
se decidan a sublevarse; hallar los recursos de hombres e implementos
que le son indispensables; y forzarle al virrey a mantener sus fuerzas
diseminadas, acosándole para eso en varios puntos. Quien parte pri-
mero es el general Juan Antonio Álvarez de Arenales,125 con un ejér-
cito de más de mil soldados. Hará un recorrido triunfal de tres meses,
en el que empeñará con éxito más de un combate; sublevará pueblos
a favor de la revolución, conseguirá ganado, caballos. Su empresa se
ha sintetizado así:
124Colección documental de la Independencia del Perú. Lima, T. VIII, vol. 3, 1971: 402.
125Álvarez de Arenales nació en España (1770); al ingresar al ejército muy joven, fue destinado al regi-
miento Fijo de Buenos Aires. Hizo una carrera militar brillante hasta los treinta y nueve años, en que in-
tegró la revolución de Chuquisaca contra España en 1809. En su vida, así, había un paralelismo con la
de San Martín. Éste, lo convirtió en su oficial de confianza suma, en el paso de los Andes.

148
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Había recorrido más de mil kilómetros,


venciendo a la naturaleza y al poderío militar
español que intentó salirle al paso. Cinco
pueblos: Ica, Huamanga, Huancavélica, Jauja
y Tama habían proclamado la independencia
bajo su protección. Trece banderas y cinco
estandartes que Álvarez de Arenales depo-
sitó en manos de su jefe, eran los trofeos
simbólicos de tal esfuerzo.126
Esta expedición, que duró tres meses, no tuvo en verdad el pro-
pósito de realizar una campaña militar en la sierra peruana. Los fines
verdaderos de ella –y los de otras acciones posteriores– aparecen en
la explicación que San Martín le dio a Basil Hall en junio de aquel
1821127 y que confirmó en carta explicativa a O'Higgins:
He estado ciertamente ganando, día por día,
nuevos aliados en el corazón del pueblo. En
el punto secundario de la fuerza militar, he
sido por las mismas causas igualmente feliz,
aumentando y mejorando el ejército liberta-
dor, mientras el de los realistas ha sido debi-
litado por la escasez y la deserción.
El propio virrey Pezuela se dio cuenta de los sistemas sanmar-
tinianos, y se los comunicó confidencialmente a su amigo el conde de
Casa Flores, embajador de España en el Brasil, en carta del 10 de
diciembre de 1820:
El tal San Martín, sin comprometer una
acción formal, ha adoptado el plan más con-
veniente sin duda para sus fines. La seduc-
ción se va propagando rápidamente y el
desfallecimiento de los buenos deja reducida
la causa de la nación a un corto número de
defensores.128
126 GALVÁN MORENO, C. San Martín el Libertador: 268.
127 HALL, BASIL. El general San Martín en el Perú. Buenos Aires, 1917: 137.
128 BARROS ARANA, DIEGO. Op. cit. T. XIII: 85.

149
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

San Martín se fortalecía; San Martín esperaba que los propios


peruanos, en forma moral, hicieran su independencia. Era una ma-
nera de vasta preparación de lo que sería un día un ataque en gran
escala a las tropas españolas; era un plan concebido muy en grande,
sin prisas. Buscaba debilitarle al enemigo al máximum, para dominarlo
y vencerlo con más alta probabilidad de éxito. Es erróneo suponer
que San Martín se equivocara, al no haber desplegado la campaña de
la sierra, en práctica de una ofensiva en grande. Los españoles eran
demasiado fuertes; ocupaban a Lima; disponían de contingentes
poderosos en varios puntos del país. Requeríase, por tanto, continuar
acosándolos aquí y allá, en preparación de un ataque a alta escala que
ya tenía en mientes.
Fiel a sus planes, reembarcó sus tropas poco después de la par-
tida de Álvarez Arenales y, siguiendo rumbo al norte, se situó frente
al Callao. Ante ese importante puerto peruano hizo una exhibición de
su poder marítimo; mostró en línea veinticinco barcos, de los cuales
ocho eran de guerra; los puso a suficiente distancia de los cañones
enemigos. Y con este acto se inició el bloqueo; la escuadra quedóse
allí, cercando, vigilando, mientras los otros buques seguían hacia
Ancón; de ahí avanzaron hasta el puerto de Huacho, ciento cincuenta
kilómetros al norte del Callao. Muy cerca de Huacho, en Huaura, es-
tableció San Martín su Cuartel General.
Llegaba allá San Martín ya muy poseído del espíritu del norte
–del norte de Suramérica–; había recibido de Bolívar una carta, en
respuesta a la que el líder rioplatense le dirigiera desde Pisco, anun-
ciándole el desembarco del Ejército Expedicionario. También
O'Higgins habíale informado al Libertador caraqueño de la marcha
de las divisiones chileno-argentinas sobre el Perú, al mando del gene-
ral San Martín. Decíale Bolívar a San Martín:
Al saber que V.E. ha hollado las riberas del
Perú, ya las he creído libres; y con anticipa-
ción me apresuro a congratular a V.E. por
esta tercera patria que le debe su existencia
[ ... ] Me hallo en marcha para ir a cumplir

150
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

mis ofertas de reunir el Imperio de los Incas


al Imperio de la Libertad. Sin duda que más
fácil es entrar en Quito que en Lima, pero
V.E. podrá hacer más fácilmente lo difícil
que yo lo fácil. Bien pronto la divina Provi-
dencia que ha protegido hasta ahora los es-
tandartes de la Ley y de la Libertad, nos
reunirá en algún ángulo del Perú, después de
haber pasado por sobre los trofeos de los ti-
ranos del mundo americano.
Se estableció, así, el contacto entre los dos grandes líderes.
Antes de dos años se darán el esperado abrazo en la ciudad de Gua-
yaquil. ¡Bolívar le hablaba a San Martín en esos términos cuando no
había libertado aún a Venezuela!
Tanto como este inicial cruce de cartas entre los dos magnos
Jefes, a San Martín debió de impresionarle con peso de hondura y
trascendencia la noticia que recibió a bordo de su buque, en Arcón:
la ciudad de Guayaquil se había independizado de España por propia
iniciativa, el 9 de octubre de aquel 1820. San Martín, al recibir la nueva
(el 4 de noviembre), ordenó alborozado, rebosante en fervor, que se
festejase el hecho con salvas de artillería y que hubiese actos de alegría
y fiesta a bordo durante todo el día. La delegación guayaquileña que
llegó en una goleta de guerra, trajo un mensaje para San Martín:
Al amanecer del día 9, alumbró para
nosotros el día de la Libertad. Este Ayunta-
miento de Guayaquil se adelanta a poner en
conocimiento de V.E. este glorioso suceso
por lo que pueda interesar a sus operaciones
militares y para que una armoniosa combi-
nación apresure el destino de la América.

Idéntica información fuéle enviada a Bolívar. Entre los prisio-


neros españoles que llevó la goleta, estaba el último gobernador de
Guayaquil, general Pascual Vivero. San Martín lo dejó en absoluta

151
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

libertad, con el derecho de escoger su futuro también libremente.129


Igual decisión se tomó respecto de José Elizalde.
El almirante Cochrane, en el Callao, casi en coincidencia con los
festejos en Ancón, mostró también su rostro de audacia y júbilo, al
apoderarse, en maniobra magistral, de la fragata española Esmeralda,
que era el mejor de los buques de guerra españoles. La tomó por la
noche, mediante abordaje, inmediatamente antes, con astucia, hizo
salir mar afuera a tres de los buques suyos que hacían el bloqueo; dejó
sólo uno. “Los españoles interpretaron este movimiento como la ter-
minación del bloqueo y pensaron festejar con un banquete a bordo
de la Esmeralda su primera noche de libertad”.130 El asalto a la nave lo
hizo Cochrane en persona, con sus hombres, en momentos en que el
comandante Luis Coig conversaba con sus oficiales, de sobremesa
(cerca de las once de la noche). El combate dentro, muy encarnizado,
terminó con la posesión del importante buque y dos cañoneras. Al
otro día, Cochrane propuso un canje de prisioneros; fueron rescata-
dos así más de doscientos chilenos y argentinos, presos desde hacía
tiempo en el Callao. Cochrane herido de un balazo en un muslo du-
rante el combate, recibió excepcionales elogios y premios de parte de
San Martín. Al Esmeralda se le dio el nombre de Valdivia. El efecto
moral entre los expedicionarios fue inmenso, determinante. Cochrane
quería atacar inmediatamente a Lima.
No se adquirió sólo el buque. También se logró que abando-
nara las filas españolas el batallón Numancia. Formado en Venezuela,
en Apure, con elementos y oficiales enviados de Guayana, en 1813,
había sido trasladado al Perú por Morillo desde la Nueva Granada, en
1816. Sus integrantes querían ahora saberse del lado de los patriotas,
lógicamente. San Martín, para darle la ocasión de cambio de campo,
envióle al general Alvarado en una expedición por la costa; intentó
presentar combate al general español Valdés, que lo rehuyó; en la
retirada, dejó atrás al Numancia, que aprovechó la oportunidad. “El
129 Guayaquil pertenecía al virreinato de Santa Fe de Bogotá desde 1770. Al independizarse, constituyó

una Junta, presidida por el poeta José Joaquín de Olmedo. Su posición estratégica creará bien pronto gra-
ves problemas.
130 PETRIELLA, DIONISIO. José de San Martín: 224.

152
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

cuerpo tenía 750 plazas de colombianos veteranos y figuraba como


el batallón más fuerte de los independientes por su composición y
experiencia”.131 Este regimiento será tenazmente retenido por San
Martín, negándole una y otra vez la petición de retorno a Venezuela.
El buque, el regimiento, ¡qué valiosas adiciones al cuerpo sanmarti-
niano!
El mapa libertario fue ampliándose, con un contenido de inne-
gable sustancia válida. La ciudad de Trujillo y su zona intendencial se
sublevaron contra España, con su gobernador, el marqués de Torre
Tagle, por eje. Era este marqués un elemento masónico que había
hecho nexo con San Martín desde los días del desembarco de éste en
Pisco. Que Torre Tagle “fue el primer peruano que juró la indepen-
dencia del Perú, y Trujillo el primer pueblo peruano que la conquistó
por su solo esfuerzo cívico”, dice Mitre.132 Pocos días después, se unió
a la liberación Piura. De modo que San Martín pudo decretar un
Reglamento administrativo, por él preparado; tenía carácter provisio-
nal, hasta tanto no fuera tomada la capital del país. En cuatro depar-
tamentos quedó dividida la zona “bajo la protección del ejército
libertador”: Trujillo, Tama, Huarás y Huaura. Aparece ya la palabra
“protección”, que más tarde derivará al término Protector, aplicado
al propio San Martín. Bolívar, de 1813 en adelante, se llamó siempre
Libertador, por decisión de los pueblos de Venezuela que forjaron
para él ese título: Mérida tuvo la iniciativa; Caracas, oficialmente, lo
confirmó por acto solemne de su Ayuntamiento.
Desde su campamento de Huaura, San Martín impulsó recia-
mente las guerrillas (se llamaban “montoneras”) y hasta les dio una
organización sometiéndolas al mando del teniente coronel Isidoro
Villar. Las guerrillas tenían una misión especial bien concertada y cer-
teramente realizada: cortar sistemáticamente los aprovisionamientos
de Lima, asediándola así por tierra, mientras la escuadra de Cochrane
acosaba por mar, frente al Callao. Para presionar en aquel cerco, salió
con sus tropas hasta unos sesenta kilómetros de Lima; pero tuvo

131 LECUNA, VICENTE. Bolívar y el arte...: 156.


132 MITRE, BARTOLOMÉ. Historia de San Martín… T. IV: 32.

153
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

información de que los españoles atacarían, y la zona no era adecuada


para empeñar una acción en grande; así, cuando aparecieron las tropas
de Álvarez de Arenales en Retes, se incorporó a ellas y volvió a su
cuartel general. Había allí, y en la ciudad y en los pueblos circunveci-
nos una acentuación fuerte de “tercianas”, 133 dolencia que atacó a
buena parte del ejército; el propio San Martín fue agobiado por la
enfermedad. Decía a O'Higgins: “Mi salud está sumamente abatida;
antes de ayer me levanté después de siete días de cama; creo con evi-
dencia que si continúo así pronto daré en tierra”. Y al ministro Zen-
teno expresábale: “Habiendo actualmente más de mil doscientos
enfermos en el ejército, con pocas probabilidades de que se disminuya
aquel número por falta de medicinas, es preciso que ellas sean envia-
das con toda premura”.134 También hallábase seriamente afectado el
ejército realista.
Esta circunstancia, más el desarrollo mismo de esa guerra que
no parecía tal por no haberse presentado ninguna batalla terrestre de
importancia, fue aprovechada ante todo por los españoles, que dieron
su pequeño golpe de Estado contra el virrey Pezuela, a quien acusaron
de débil e inepto. Fue sustituido por el general José de la Serna, de
ideas liberales (29 de enero de 1821). Pezuela no opuso resistencia.135
El nuevo virrey invitóle a San Martín a un entendimiento, que fue
aceptado. Los delegados de esa conferencia se reunieron en Retes:
Tomás Guido y Rudecindo Alvarado, rioplatenses, y Gerónimo Val-
dés y Juan Loriga, españoles. No hubo acuerdo. Pero se supo ahí que
muy pronto los españoles evacuarían a Lima, para dirigirse a la sierra.
Iba a ser ese el final de la táctica desarrollada desde el principio por
los españoles: no oponer más que limitadas resistencias; no enfren-
tarse sino en combates pasajeros, intrascendentes. En la sierra se sa-
brían poderosos y hasta “invencibles”; era su lógica. La realidad,
respecto de Lima, era diferente: la ciudad, sometida a cerco por las
guerrillas y por el bloqueo al Callao, no tenía víveres suficientes; el

133 Las tercianas son fiebres palúdicas intermitentes, muy frecuentes en las regiones calientes del trópico.
En estado agudo, eran mortales en aquellos tiempos.
134 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Historia del Libertador... T. II: 232.

135 A este episodio se le da el nombre de “El motín de Asnapuquio”.

154
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

comercio y la industria hallábanse paralizados; el descontento, por lo


mismo, crecía presionante; observándose síntomas de sublevación.
Había dentro muchos patriotas agitadores y hasta se formaron grupos
de damas rebeldes, entre las cuales se hallaban la quiteña Manuela
Sáenz y la guayaquileña Rosita Campusano, que tomarán pronto figu-
ración especial.
Se esperaban, pues, aconteceres de primera entidad. ¿Qué hará
San Martín, cuando llegue a entrar en Lima? ¿Qué realiza por su parte
Bolívar? Ha habido un hecho excepcionalmente benéfico para las ac-
ciones de guerra en Venezuela. La ciudad de Maracaibo, que no se
había adherido aún a la libertad, se declaró por los patriotas al finalizar
enero (1821); el general Rafael Urdaneta había operado con tino y
eficacia en ese sentido. Maracaibo, abierto al mar libremente, podía
servir de vehículo excelente para las comunicaciones, el comercio, el
entendimiento entre los buques patriotas. Lo demás, para Bolívar en
esos días, se condensaba en esta decisión: preparar la Campaña que
producirá la emancipación definitiva de Venezuela. Comparadas las
dos preocupaciones de los líderes, ese momento, adviértese que San
Martín piensa en Lima, en el Perú por tanto, y Bolívar en Caracas, en
Venezuela por lo mismo. Ambos son América.
Lo uno y lo otro se cumplirán ese 1821: la liberación del Perú
–incompleta–, y la de Venezuela, plena. Aquel 1821 fue trascendente
en la historia de Hispanoamérica. El dragón del colonialismo se
desintegró con celeridad, abatido por ese vastísimo movimiento de li-
beración continental que había preparado el inmenso Francisco de
Miranda. En junio será la emancipación de Venezuela; en julio, la del
Perú (en parte); en septiembre, las de Guatemala, El Salvador, Costa
Rica, Nicaragua, Honduras; también en septiembre, la de México; en
noviembre, la de la República Dominicana; y en ese mismo noviem-
bre, Panamá se sumará a los pueblos libres. Ya muy poco queda pen-
diente; pero, ¡qué arduo el empeño que será necesario para terminar
con la expulsión de la España monárquica! También hubo, por cierto,
y desde los años anteriores, una suma de factores negativos. La agri-

155
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

cultura y la ganadería en general hallábanse semidestruidas, había


desaparecido el personal de trabajo; la moneda, en realidad era papel
moneda; la destrucción de poblaciones fue ingente; los caballos fue-
ron destinados a la guerra; el indígena y el negro continuaron en
esclavitud; sólo se les otorgaba la libertad a los negros que engrosaban
los ejércitos, lo mismo en la región sanmartiniana que en la boliva-
riana. Los templos perdieron sus joyas –fue la cooperación que, en
justicia, se les exigió–; la industria textil sufrió una gran merma; en
muchas regiones asfixiaba a las gentes la miseria; la pobreza general
se acentuó. Y los muertos fueron tan crecidos en número, que Vene-
zuela, por ejemplo, y el Uruguay perdieron la tercera parte de sus
moradores. Nunca la liberación política fue más cara, más impregnada
de dolor, más próxima, con frecuencia, a la desesperación. Todos fue-
ron valientes entonces; muchos, muchísimos, héroes, en el ejército y
en el mundo civil. “La libertad coincide con el heroísmo”, escribió
Albert Camus, al estudiar al hombre rebelde.136 Todos parecían haber
hecho suyo el verso de Virgilio, en la Eneida: “Mi mano derecha equi-
vale a un dios”. Todos en los dos grandes campos de lucha enfrenta-
dos; lo que los separaba profundamente era el objetivo; a veces, la
doctrina; más claramente: la voluntad de persistencia del pasado en los
unos, y en los otros la de futuro innovador, creador.
La monarquía española intentó negociar la paz con los revolu-
cionarios de América, no sólo a través de sus altos funcionarios –vi-
rrey, gobernadores–, sino con la presencia de emisarios enviados
desde Madrid. Los destinados a conferenciar con San Martín fueron
el brigadier José Rodríguez Arias, que falleció durante la navegación,
y el capitán de fragata Manuel Abreu. El sobreviviente arribó al cam-
pamento general de Huaura a fines de marzo; pero las negociaciones
no se iniciaron sino a principios de mayo. Para entenderse con Bolívar,

136Al respecto, Charles C. Griffin (Ensayos sobre historia de América) escribe:”Para la mayoría de los mar-
xistas, la revolución de la independencia fue una revolución malograda, en que las clases populares no
llegaron a conseguir ninguno de los objetivos buscados. El hecho de que la revolución de la indepen-
dencia no hubiese sido el levantamiento de una clase oprimida [salvo en algunos casos aislados], y menos
aun la lucha de un proletariado que no existía entonces, tuvo por resultado que los escritores de dicha
tendencia trataran de desvalorizar los resultados del movimiento”. Pág. 27.

156
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

habían sido enviados los delegados Sartorio y Espelius, que llegaron


a Caracas poco antes de cerrarse el año anterior (1820). Bolívar se ha-
llaba en la Nueva Granada. Proponían estos emisarios que Bolívar
enviara a Madrid dos ministros suyos, los cuales, junto con dos comi-
sionados españoles especiales –todos viajarían en una de las fragatas
de La Guaira–, presentarían al Rey directamente el problema de la si-
tuación de América. Bolívar nombró a José Rafael Revenga, venezo-
lano, y a José Tiburcio Echeverría, neogranadino. Los monarquistas
designados al efecto fueron González de Linares y Pedro José Mija-
res.
Informado Bolívar de que también habían sido enviados emi-
sarios ante los gobiernos de Buenos Aires y de Chile, “escribió desde
Tunja el 4 de febrero a los Directores de ambos Estados, renovándo-
les en nombre de Colombia sus protestas del año anterior, con motivo
de la transformación política de la Península, de no desistir Colombia
de su noble empresa, ni entrar en transacción alguna con España,
mientras no se admitiese como base única el reconocimiento de la
independencia absoluta de todas las Repúblicas de América”.137
Expresaba su criterio categórico: reconocimiento de la independencia
absoluta, por parte de España. Lógicamente, las conferencias estaban
destinadas al fracaso. España aspiraba a que América colonial conti-
nuara, en condiciones especiales nuevas, como integrante de la
monarquía. Aducía a su favor la vigencia de la constitución liberal de
1812. Ese halago de tipo constitucional no era desechable, siempre
que se reconociera la independencia. Conversar, discutir, dialogar, no
implicaba cesión alguna. De ahí que aceptaran el hecho los dos líde-
res.
Las delegaciones en el Perú, se reunieron en la hacienda Pun-
chauca: Tomás Guido, Juan García del Río y José Ignacio de la Rosa,
por el sector revolucionario sanmartiniano; y Manuel Abreu, Manuel
del Llano y José María Galdiano, por el rey hispano. Se llegó a un
acuerdo inicial: un armisticio de veinte días, que luego fue prorrogado.

137 LECUNA, VICENTE. Crónica razonada de las guerras de Bolívar. New York: The Colonial Press, Inc.,

T. III, 1950: 10.

157
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

San Martín le contaba a O'Higgins: “Han seguido las negociaciones,


demorándolas por mi parte: 1º, para que se repongan los hombres y
los caballos que han sufrido el paso de la cordillera; 2º, para reponer
mis enfermos, que no bajan de 1.200”.138 San Martín no creía en la efi-
cacia de las conversaciones; las aprovechaba en un sentido militar,
nada más. De ahí no podía provenir ningún entendimiento. En las
instrucciones que había dado a sus delegados, constaba ésta: “Sólo
se reconocerá como objeto de pacificación, el reconocimiento de la
independencia de Chile, las Provincias del Río de la Plata y el Perú”.
San Martín y Bolívar actuaban con idéntica precisión de obje-
tivos. Los delegados sanmartinianos, en un momento en que encon-
traron ya impertinente la alegación de la nueva Constitución española,
expresaron que esperaban que “en lo sucesivo no se volviese sobre
ese tópico, por cuanto el sólo nombre de tal código era ominoso a la
libertad del Nuevo Mundo”.
Y de pronto saltó lo imprevisto, en esta conferencia de Pun-
chauca, al entrevistarse –conocerse por vez primera– San Martín y el
virrey La Serna. Iban a precisar los detalles del armisticio, cuando San
Martín propuso, en términos enfáticos, la constitución de una Monar-
quía para el Perú. Habló de que se nombrase una Regencia, presidida
por el Virrey La Serna, a quien ayudarían dos miembros en el acto de
gobernar, hasta tanto llegara de España un Príncipe de la familia real
española, quien gobernaría como monarca constitucional. Fue ésta
una cuestión imprevista, en el sentido de que nadie creía que San Mar-
tín la iba a proponer en esas circunstancias de primer encuentro de los
dos jefes. Pero no era sorpresiva en el de doctrina política, porque
desde atrás –desde los días de la plenitud del régimen de Pueyrre-
dón– y aún desde mucho antes, Buenos Aires y sus políticos habían
preconizado una vigencia monárquica para Hispanoamérica. Seguían
en eso, en parte, a Miranda. Y en el Perú también había en los patrio-
tas una conciencia en ese sentido:139 al menos en buena parte de ellos;

VICUÑA MACKENNA, BENJAMÍN. El general don José...: 65.


138

Cf. PORRAS BARRENECHEA, RAÚL. La entrevista de Punchauca y el republicanismo de San Martín.


139

Buenos Aires, 1951.

158
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

no, en los que seguían la doctrina política de Bolívar, quien no aceptó


esta tendencia un solo momento. No hubo en San Martín, como se
ha supuesto, una evolución de su pensamiento hacia la monarquía;
en eso pensó siempre, sin duda. Vivió dentro de ella, en España; los
adoctrinamientos mirandinos, a través de O'Higgins y sus propios
estudios, lleváronle a considerar la fórmula monárquica, pero consti-
tucionalizada, como el mejor camino para las nuevas naciones hispa-
noamericanas. Era sincero en ese enjuiciamiento. Muchos pensaban
como él. Hay que considerar que él no tuvo nunca el influjo ni directo
ni indirecto de Francia y su republicanismo revolucionario, que sí lo
palpó y meditó largamente Simón Bolívar y cuantos con él iban en la
guerra. Uno y otro ver, contrapuestos, fundamentaban sus objetivos,
bien en Londres, bien en París. San Martín miraba a Londres.
El virrey La Serna, al escuchar la proposición sanmartiniana,
pidió consultar a sus asesores y funcionarios en Lima, para lo cual se
ausentó dos días de la conferencia. Sus emisarios trajeron luego la
respuesta, que la leyó San Martín a bordo de la goleta Moctezuma.
Decía el virrey La Serna que el proyecto, y las consultas a la corona
de que se había hablado, quedaban sin vigencia, porque los jefes del
ejército monárquico se habían opuesto a esos acuerdos, toda vez que
no había antecedido la aprobación de las Cortes españolas.140 El virrey
tenía razón: como representante de una monarquía, no estaba auto-
rizado para la fundación de otra monarquía, así fuese ésta planteada
en nexo directo con la de Madrid. La respuesta de San Martín, por
medio de los delegados, fue terminante: “Siento tanta obstinación,
pues veo con pesar que dentro de poco tiempo no tendrán los espa-
ñoles más recurso que tirarse un pistoletazo”. Era un reto bélico,
dicho en términos militares. El pistoletazo se lo darán en Ayacucho.
En cuanto a una amplia prolongación del armisticio acordado en Pun-
chauca, con el señalamiento de línea divisoria que ahora se proponía,
San Martín lo rechazó altivamente. ¿Esperar a que emisarios especia-

140 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Op. cit. T. III: 297.

159
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

les fueran a España y volvieran? Propuesta ingenua, la del virrey.


Equivalía a admitir que pudiesen llegar de la península los auxilios
militares que hubieran fortalecido más al virrey.141
Durante los propios días del armisticio había habido movi-
miento de fuerzas de lado y lado. Se preparaban, por tanto, con sigilo
pero con suma diligencia, las posibles campañas. San Martín había le-
vantado su campamento de Huaura y habíase colocado frente al Ca-
llao, en los buques que no cesaban de movilizarse por la costa, como
si amenazaran con sus cañones. Con el general Miller por coman-
dante, se había realizado un desembarco en Pisco, se aproximaron,
con ánimo hostil, los españoles comandados por García Camba; las
tropas estaban enfermas con las tercianas, hasta el mismo Miller cayó
en cama. Lord Cochrane los reembarcó a los expedicionarios; con
ellos tomó las poblaciones de Arica y Tacna, al Sur del Perú. ¿Operó
con consentimiento de San Martín? Probablemente había comenzado
ya su desobediencia, porque cuando solicitó auxilios, para proteger
la expedición Miller, y no los recibió, dirigióse a O'Higgins, en Chile,
pidiéndole a él las fuerzas militares que necesitaba. ¡Prescindía de San
Martín! Aun más: los términos en que se dedicó a condenar la con-
ferencia de Punchauca, mostraron que el distanciamiento entre él y
San Martín era ya poco menos que ruptura. Para dar una prueba con-
creta de su desobedecimiento y de su altanera actitud, dispuso arbi-

141 El texto de las proposiciones del general San Martín al virrey La Serna es el siguiente: “Si se reconoce

la independencia de un modo público y solemne, el General San Martín hace las siguientes proposicio-
nes: 1ª. El General La Serna será reconocido Presidente de una Regencia compuesta de tres individuos;
2ª. El mismo general o el que él elija mandará los ejércitos de Lima y patriótico como una sola fuerza;
3ª. Quedará sin efecto la entrega pretendida y convenida del castillo del Real Felipe y demás fortifica-
ciones del Callao; 4ª. El general San Martín marchará a la Península en compañía de los demás que se
nombren para negociar con el Soberano de España; 5ª. Las cuatro provincias pertenecientes al virreinato
de Buenos Aires quedarán agregadas a la monarquía del Perú; 6ª. El grande objeto de estas proposiciones
es el establecimiento de una monarquía constitucional en el Perú. El monarca será elegido por las Cortes
generales de España y la constitución a que quede ligado será la que formen los pueblos del Perú; 7ª.
Se cooperará a la unión del Perú con Chile para que ingrese a la monarquía y se harán iguales esfuerzos
respecto a las provincias del Río de la Plata; 8ª. Resumido todo esto (el arreglo en los 18 ó 20 meses que
debe durar el armisticio) bajo un sistema, se ganará este tiempo preciso para uniformar las ideas de los
pueblos, organizarlos, establecer las autoridades por una sola cabeza y preparar la constitución adecuada
a nuestras costumbres, a las preocupaciones y atraso del país; 9ª. Guayaquil, cuya intención es unirse a
Colombia se unirá al Perú por grado o por fuerza, como puerto necesario para los progresos de la mo-
narquía”. (Cf. CEVALLOS, PEDRO FERMÍN. Historia del Ecuador. Guayaquil: Ediciones “Clásicos
Ariel”, Cromograf S. A. T. IV: 145).

160
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

trariamente de los dineros y bienes que encontró en Arica y Tacna;


alegó que con eso iba a pagar a sus hombres, a los que se les adeuda-
ban salarios desde hacía tiempo.
Conocedor San Martín de que los españoles planeaban evacuar
Lima, envió una segunda expedición a la sierra, reforzada con las tro-
pas que se encontraban allá a las órdenes del coronel Gamarra. La
comandaba el general Álvarez de Arenales, que rápidamente se apo-
deró de Pasco, Tama y Jauja, sugiriéndole a San Martín que todo el
grueso del ejército fuese enviado a la sierra, a fin de atacar y destruir
las divisiones españolas de la evacuación de Lima. San Martín no
aprobó el proyecto. Esperaba, antes, entrar en Lima. Su política de
convencimiento a los peruanos de que era la independencia lo que
les convenía, habíale llevado hasta el punto de permitir que la ciudad
sitiada recibiera víveres. Su teoría era nítida:
¿De qué me serviría Lima si sus habitantes
fueran hostiles en opinión política? ¿Cómo
podría progresar la causa de la independen-
cia, si yo tomase Lima militarmente y aún el
país entero? Muy diferentes son mis desig-
nios. Quiero que todos los hombres piensen
como yo, y no dar un solo paso más allá de
la marcha progresiva de la opinión pública;
estando ahora la capital madura para mani-
festar sus sentimientos, le daré oportunidad
de hacerlo sin riesgo. En la expectativa
segura de este momento, he retardado hasta
ahora mi avance; y para quienes conozcan
toda la amplitud de los medios de que dis-
pongo, aparecerá la explicación suficiente de
todas las dilaciones que han tenido lugar.142

142 HALL, BASIL. Op. cit.: 137.

161
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Este ver de San Martín correspondía a su necesidad de forta-


lecimiento; pero también era un espejismo. ¿Cambiar el pensamiento
político y la costumbre de un pueblo adaptado a la vigencia de un
régimen virreinal ya tan viejo? Los acontecimientos posteriores a su
renuncia en 1822 –¡a distancia de un año!– demostraron que el sen-
timiento monárquico favorable a España era muy poderoso. La suble-
vación del marqués de Riva Agüero contra los republicanos, aún a
pesar de que era él el Presidente del Perú; el entendimiento del Pre-
sidente sucesor, el marqués de Torre Tagle, con las tropas monárqui-
cas; la traición del marqués de Berindoaga, al que los tribunales
tuvieron que condenar a muerte, demostración fueron de que la raíz
monárquica pro-española había clavado el garfio muy profundamente.
El pueblo, poco a nada sabía de política, de sus doctrinas, de sus cam-
bios. Probablemente en muchos hizo impacto serio la manera como
fue tratado Tupac Amaru en su rebelión de 1780-83, pero la inmensa
mayoría era de espíritu monárquico adicto al virreinato.143 ¿Se podía
esperar la “marcha progresiva de la opinión pública”? Los ejércitos del
virrey, ¿iban a aguardar, con el enemigo dentro de casa?
La situación de Lima era desesperada, agónica. El cabildo,
integrado por elementos del virreinato, envió al virrey un acuerdo,
que pedía urgidamente que se concertase la paz. Decía:
En contorno de veinte y cinco leguas no
reina sino la más espantosa devastación. Los
ganados, las sementeras, los frutos, todo ha
perecido por el furor del soldado. Provincias,
las más ricas y opulentas, han sucumbido a la
fuerza prepotente del enemigo; otras se
hallan amenazadas de igual fracaso; y esta
virtuosa capital sufre un bloqueo el más
horroroso por el hambre, el latrocinio y la

143 El eminente político peruano José Sánchez Carrión refutó el proyecto monárquico de San Martín –

que era también el de Monteagudo–, en un artículo extenso publicado en La Abeja Republicana, en forma
de carta dirigida al editor del Correo Mercantil y Político de Lima. Apareció el 15 de agosto de 1822, o sea
durante el protectorado del Perú por San Martín, cuyo ministro principal era Monteagudo. (Cf. Pensa-
miento político de la emancipación, ya citado; T. II: 177-185).

162
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

muerte. Entre tanto el soldado no respeta


aun el último resto de propiedades, y acaba
hasta con los bueyes que surcan la tierra y la
fertilizan con su sudor en beneficio del hom-
bre. Si continúa así esta plaga, ¿cuál será en
breve nuestra suerte, cuál nuestra miserable
condición? La paz es el voto del pueblo. Los
pueblos se reúnen a porfía bajo el pabellón
del general San Martín; centenares de hom-
bres desertan de nuestros muros para no pe-
recer de necesidad. Un enjambre de ladrones
obstruyen los canales de nuestra provisión,
insulta y saquea nuestros hogares. El público
increpa agriamente nuestro silencio, y ya son
de temer males peores y más terribles que la
misma guerra.144
El cerco, serpiente escamosa de cien colmillos, había inyectado
profundamente su veneno. Los ejércitos españoles ya no podían re-
sistir dentro; los moradores de la ciudad querían desesperadamente
romper las cadenas del hambre y la miseria; clamaban por la paz, que
era clamar por la entrada de San Martín y sus tropas. El 6 de julio se
hizo la evacuación; el 9 penetraron las primeras fuerzas de la libertad
y al día siguiente San Martín, siempre de semi-incógnito, según era
su costumbre. ¿Su primer cuidado? Poner sitio al Callao, donde Can-
terac había dejado un contingente de 2.000 hombres, mientras otros
2.000, con el virrey, partían hacia la sierra. Forzados salieron de la ca-
pital virreinal, pero a la vez en obedecimiento de un plan muy anterior
al cerco. En la sierra, con abundancia de implementos de todo género,
los ejércitos reales podían saberse inmensamente fuertes y casi inex-
pugnables. Y lo fueron. Sólo las batallas de Junín y Ayacucho pudie-
ron expulsarlos de esa fortaleza.

144 Archivo de don Bernardo O'Higgins. T. XV: 212.

163
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

La expedición de Álvarez de Arenales, con tanto éxito llevada


adelante, terminó sorpresivamente, al haber entendido este jefe que
San Martín le ordenaba suspenderla. Parece que hubo tergiversación.
De todos modos, esa campaña fue inútil. Los españoles con Canterac
recuperaron casi inmediatamente las poblaciones perdidas y se insta-
laron en su conocido baluarte. Así, la situación era: un San Martín
triunfador, apoderado de la capital y de casi toda la costa peruana, y
un virrey dispuesto a los retos que quisiera, desde su fortaleza en la
altiplanicie andina. Dos grandes fuerzas, muy distantes la una de la
otra. ¿Cuál podría ser el desenlace inmediato, en esa región ameri-
cana?
En la otra región, donde la actividad de Bolívar había formu-
lado ya su plan en grande para libertar a Venezuela, se preparaban las
diferentes divisiones de tropas a iniciar y cumplir los movimientos
que estaba señalándoles su Jefe.
Al coronel Ambrosio Plaza habíale escrito: “Estoy resuelto a
terminar la guerra en Venezuela este año”. Hay siete divisiones listas
a entrar en campaña después de la conferencia y armisticio de Santa
Ana: la de Plaza, en Mérida y luego en Barinas; la de Urdaneta, en
Maracaibo; la de Páez, en los llanos de Apure; la de Zaraza, en el Guá-
rico; la de Monagas, en la Villa de Aragua; la de Bermúdez, en Barce-
lona, y la de Arismendi, en Margarita. El general español La Torre,
ocupaba Caracas y el centro del país; tenía, por lo mismo, una situa-
ción de privilegio. Examinados los hechos históricamente, puede con-
trastarse la campaña del Perú con la de Venezuela, ambas en esos
mismos meses. La una, en busca de la capital virreinal, mediante
desembarcos y sitio, campañas colaterales que en realidad eran para
forzarle al enemigo a atender a la vez a varias zonas de lucha, y gue-
rrillas tenaces en su agresividad; hasta que se impone la salida de las
tropas españolas, las cuales se alejan mucho, quedándose intactas en
su poderío. La otra campaña, la de Bolívar, desde la periferia hacia el
centro, en una suma de marchas casi simultáneas, parecidas a las que
se hicieran desde afuera de un gran abanico hasta el lugar donde se
juntan todos los radios del mismo. La única sorpresa, certeramente

164
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

preparada y cumplida magníficamente por el general Bermúdez, es la


toma de Caracas, con tropas procedentes de oriente. El general La
Torre atiende ese punto vulnerable y no percibe que, mediante ese
recurso, la sinfonía de las divisiones hacia el lugar de convergencia
está plasmándose en entera armonía. Cuando advierte, por informes
de sus avanzadas y sus espías, que la magna concentración va a efec-
tuarse en las sabanas de Carabobo, reúne allí también sus contingen-
tes. Son 6.400 republicanos, contra 5.500 realistas. Bolívar había
dividido sus hombres en tres grandes grupos: el de Páez, el de Cedeño
y el de Plaza. Morirán en la batalla o enseguida de ella, Cedeño y Plaza.
Sólo una hora duró el choque, dirigido por Bolívar. Los espa-
ñoles perdieron 1.200 hombres, entre muertos y heridos; 1.500 prisio-
neros no heridos y unos 800 dispersos. Sólo se salvó el batallón
Valencey, que logró llegar –a pesar de la persecución tenaz que se le
hizo–, hasta Puerto Cabello, custodiándole al general La Torre. El
ejército patriota perdió mucho menos. Venezuela quedó indepen-
diente aquel 24 de junio de 1821. Puerto Cabello será libertado más
tarde por Páez; como en Chile, Valdivia fue liberada por Cochrane,
mucho después de la batalla de Maipo. A los cuatro días, Bolívar entró
en Caracas, en medio de grandes manifestaciones multitudinarias de
alborozo, a pesar de que la ciudad mostraba muchas ruinas físicas –
las del terremoto de 1812– y morales: había perdido la tercera parte
de sus habitantes. Ya dos naciones quedaban libres, por obra de su ac-
ción: la Nueva Granada y Venezuela.
Del sector sanmartiniano; también se hallaban independientes
el Río de la Plata y Chile. El Perú, empezaba a emanciparse.
¿Cuál el primer pensamiento de Bolívar, en lo internacional,
enseguida de su brillantísimo triunfo en Carabobo? ¡San Martín! A él
se dirige, con esas palabras de muy elocuente altura:
Mi primer pensamiento en el campo de Ca-
rabobo, cuando vi mi patria libre, fue V.E., el
Perú y su ejército libertador. Al contemplar
que ya ningún obstáculo se oponía a que yo

165
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

volase a extender mis brazos al libertador de


la América del Sur, el gozo colmó mis senti-
mientos. V.E. debe creerme: después del
bien de Colombia, nada me ocupa tanto
como el éxito de las armas de V.E., tan dig-
nas de llevar sus estandartes gloriosos donde
quiera que haya esclavos que se abriguen a
su sombra. ¡Quiera el cielo que los servicios
del ejército colombiano no sean necesarios a
los pueblos del Perú!, pero él marcha pene-
trado de la confianza de que, unido con San
Martín, todos los tiranos de la América no se
atreverán ni aun a mirarlo.
Suplico a V.E. que se digne acoger con in-
dulgencia los testimonios sinceros de mi ad-
miración que, mi primer edecán, el coronel
Ibarra, tendrá la honra de tributar a V.E. Él
será, además, el órgano de comunicaciones
altamente interesantes a la libertad del
Nuevo Mundo.145
El mismo día, se dirige a O'Higgins:
Desde el momento en que la Providencia
concedió la victoria a nuestras armas en los
campos de Carabobo, mis primeras miradas
se dirigieron al Sur, al ejército de Chile.
Lleno de los más ardientes deseos de par-
ticipar de las glorias del ejército libertador
del Perú, el de Colombia marcha a quebran-
tar cuantas cadenas encuentre en los pueblos
esclavos que gimen en la América Meridio-
nal.

Carta de Bolívar a San Martín, desde Trujillo (Venezuela), el 23 de agosto de 1821, Cf. BOLÍVAR,
145

SIMÓN. Obras Completas, compilación de Vicente Lecuna. La Habana: Editorial Lex, 3 vols., T. I, 1950:
582.

166
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Al Vicepresidente Santander le habla más explícitamente, más


anunciadoramente, en esa misma fecha:
Haga usted prodigios, mi querido Santander,
si usted ama mi gloria y a Colombia como
me ama a mí. Continúe siendo mi apoyo y
la base de la prosperidad de Colombia. Fór-
meme usted un ejército que pueda triunfar al
pie del Chimborazo y en el Cuzco, y que
enseñe el camino de la victoria a los vence-
dores en Maipo y libertadores del Perú.
Quién sabe si la Providencia me lleva a dar
la calma a las aguas agitadas del Plata y a
vivificar las que tristes huyen de las riberas
del Amazonas. Todo esto es soñar, amigo.146
Temible, inmensamente temible esta potencia de Bolívar de leer
en el futuro. ¡Ya sabe que tendrá que ir al Perú, para consumar allí la
emancipación continental; ya está informado, por el milagro de su in-
tuición, de que San Martín no logrará terminar su obra de liberación
del Perú!
La marcha de Bolívar hacia el Sur ha comenzado ya. No en la
persona del Libertador, que tiene todavía mucho por realizar en
Colombia, sino en otros actos concretos. Se le ha ordenado al general
Antonio José de Sucre trasladarse a la ciudad de Guayaquil, con un
contingente de 700 hombres, a fin de abrir la campaña del Ecuador
contra los españoles. Era acercarse directamente al Perú, avanzar hacia
él. En Guayaquil, a donde llega en mayo de ese año (1821), halla Sucre
una grave división política: unos quieren mantener la ciudad auto-in-
dependizada, en una actitud de expectativa, sin inclinarse ni a Bolívar
ni a San Martín. Otros, los sanmartinianos, aspiran a la anexión de la
ciudad al Perú; los bolivaristas, en contraste, sostienen la tesis jurídica
de que la ciudad pertenece a Colombia, en virtud del uti possidetis juris
de 1810. La junta gubernativa, presidida por José Joaquín de Olmedo,
Carta a Santander, desde Trujillo el 23 de agosto, Cf. LECUNA, VICENTE. Crónica razonada... T. III:
146

65.

167
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

había optado por la primera ruta: “con el derecho a incorporarse a la


grande asociación que le convenga”. Una política de oportunismo.
Al arribo de Sucre, ya los comisionados de San Martín, Guido y Lu-
zuriaga, habían partido. En Sucre hay un sagacísimo político. A los
ocho días, obtiene de la Junta un Convenio que dice:
La Junta Superior de Guayaquil declara la
Provincia que representa bajo los auspicios
y protección de la República de Colombia.
En consecuencia, confiere todos los poderes
a S.E. el Libertador Presidente Bolívar, para
proveer a su defensa y sostén de su indepen-
dencia, y comprenderla en todas sus nego-
ciaciones y tratados de alianza, de paz y
comercio, que celebre con las naciones ami-
gas, enemigas y neutrales.147
Se había logrado la inclinación del fiel de la balanza. Quedaba
pendiente la apertura y desarrollo de la campaña para la emancipación
del Ecuador. Antes de Sucre, ha habido ya combates, sin éxito. Ahora,
son indispensables muchas tropas; hay que partir a la lucha; se dan la
victoria de Yaguachi y la derrota de Huachi. En este balanceo com-
pensatorio, Sucre propone un armisticio que el jefe español Aymerich
acepta por un lapso de noventa días. Bolívar opinará más tarde:
La destreza del general Sucre obtuvo una
armisticio del general español, que en reali-
dad era una victoria. Gran parte de la batalla
de Pichincha [seis meses más tarde] se debe
a esta hábil negociación, porque sin ella
aquella célebre jornada no habría tenido
lugar.148
Los armisticios convienen a las dos partes, pero más a una de
ellas.

147 O'LEARY, DANIEL FLORENCIO. Documentos. T. XIX: 40.


148 BOLÍVAR, SIMÓN. Resumen sucinto de la vida del general Sucre. Lima, 1825: 4.

168
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Durante aquel receso en la lucha, arriba a Guayaquil, por mar,


el batallón colombiano Paya, para refuerzo de Sucre; son 500 hombres
aguerridos. Asimismo entra al puerto el almirante Cochrane, que se
ha retirado definitivamente de la armada con que operaba San Martín,
apoderándose arbitrariamente el inglés de unos cuantos barcos.
Cochrane, convertido ahora en enemigo del líder rioplatense, se niega
a servir a la revolución; rechaza las proposiciones de Sucre para que
emplee sus buques en transportar tropas republicanas desde Panamá
–Bolívar le había escrito al almirante británico una carta especial en
ese sentido– y prefiere partir en persecución de dos fragatas españo-
las, con las cuales más tarde se hizo un negocio turbio (no, por parte
de Cochrane). También llega a Guayaquil una goleta mercante que
viene del Callao; trae 1.500 fusiles, vendidos a Sucre. ¡Magníficas
ganancias del armisticio!
Como urgía el recibo de mayores contingentes, Sucre solicitó de
San Martín que le proporcionase buques para la conducción de las
tropas de Panamá; fueron ofrecidos esos buques, pero no llegaron
nunca. San Martín no podía cumplir con ese ofrecimiento. Le queda-
ban pocas naves después de la defección de Cochrane, en quien a
última hora falló el sentido de grandeza de espíritu. El coronel Ibarra,
que había llegado con el batallón Paya y que debía entregar a San Mar-
tín la carta de Bolívar, desistió del avance hasta Lima y fue incorpo-
rado a los contingentes de Sucre.
La actitud de Cochrane y la imposibilidad de San Martín de
enviar barcos a Panamá, pusiéronle a Sucre en la urgencia de reclamar
el batallón Numancia, compuesto de venezolanos. De estos soldados
acababa de recibir el general una carta (del 30 de octubre de 1821) en
que le decían que deseaban retornar a Venezuela; pedíanle “que V.S.
reclame el batallón como cuerpo de la república de Colombia, pues
el batallón se disuelve indefectiblemente si permanece en el Perú. El
cuerpo está no sólo en el mayor disgusto, sino en la más tremenda
alarma por su permanencia en una tierra que aborrece”. ¿Qué suce-
día? Que el coronel Tomás Heres, su comandante, había descubierto
una conspiración contra San Martín y la denunció; el general some-

169
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

tióle al acusador a probar su denuncia en presencia de los acusados,


los cuales negaron todo, y el coronel Heres terminó por ser expulsado
del Perú (Bolívar lo nombrará Gobernador de Cuenca y luego Jefe del
Estado Mayor). Pero la conspiración era verdadera. A San Martín lo
estaban traicionando.
¿Qué cooperación se requería de Cochrane, en Panamá? El
transporte de los batallones que Bolívar le había ofrecido a San Mar-
tín: 4.000 hombres de Santa Marta y Cartagena, más 4.000 despacha-
dos por Buenaventura; sin los buques, era imposible toda
movilización.149
El Numancia no fue devuelto. Su calidad, su experiencia, su dis-
ciplina, hacían de él uno de los mejores batallones de infantería. San
Martín, que lo sabía bien, ofrecióle a Sucre, en cambio, el destaca-
mento de Piura a órdenes del coronel Santa Cruz: 667 reclutas, en su
mayor parte, 300 más, últimamente tomados en Piura y 250 colom-
bianos reclutados al sur de Loja. Lo único veterano ahí era parte del
batallón Trujillo y los 90 Granaderos al mando del coronel Lavalle.
Estos hechos, y los que van a producirse luego, hasta la entre-
vista de San Martín y Bolívar a mediados del año siguiente (julio de
1822) hicieron de la ciudad de Guayaquil el centro de confluencia de
las dos magnas revoluciones armadas; la del sur, con los ejércitos san-
martinianos y la del norte, con los bolivarianos. De hecho, las fuerzas
del sur y del norte se encontraron en Guayaquil, se entendieron, tra-
báronse en discusiones, padecieron su conflicto, desde mucho antes
de la celebérrima conferencia de los dos líderes. En el lapso de parte
de 1820, todo 1821 y mitad de 1822, los dos nombres, San Martín y
Bolívar, circulan en el puerto ecuatoriano como símbolos de
heroísmo, de grandeza, de superlativa trascendencia; las gentes los
admiran y esperan todo de ellos. Su influencia, desde muy lejos –el
Perú, Venezuela– electriza, conmueve, y desorienta también, porque
los dos colosos de la guerra ven el futuro, en la aplicación de los actos,

Oficio de Bolívar a San Martín, desde Trujillo (Venezuela), el 24 de agosto de 1821. Cf. O'LEARY,
149

DANIEL FLORENCIO. Documentos. T. XVIII: 466.

170
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

de diferentes maneras. De acuerdo van en el principio fundamental


de la emancipación, sin pararse en sacrificios y sin dejar de hacer una
entrega total a ese fin, valerosamente, heroicamente. Pero disienten en
determinados puntos. En el de monarquía o república, por ejemplo;
en el de métodos tácticos en la guerra. Y también en determinados
propósitos regionales, que es el caso de Guayaquil. Esta provincia, de
derecho, pertenecía al virreinato de Bogotá; por causa de conflictos
varios, fue anexada sólo en lo militar al virreinato de Lima. La aclara-
ción definitiva la dictó la Monarquía, en Madrid, en Real Cédula de 23
de junio de 1819, publicada en la propia Guayaquil el 6 de abril de
1820. Según eso, “el gobierno de Guayaquil” quedaba sujeto al virrey
de Lima exclusivamente en lo militar. Esta distorsión de lo jurídico
general por un lado y lo militar por otro, causó el problema de Gua-
yaquil. El Perú, en estado de Guerra, o sea en vigencia del predominio
militar, quería anexarse esa provincia a lo cual se opusieron enérgica-
mente Sucre y Bolívar. La crisis comenzará con el inicio de 1822, los
antecedentes de ella, algunos graves, muy graves, se producirán en la
segunda mitad de 1821, después del éxito de San Martín en la ocupa-
ción de Lima.
No sorprende, sino que parece lógico, que el general San Mar-
tín, a los cinco días de haber tomado posesión de la capital virreinal
pidiera al Ayuntamiento la convocación de una junta de vecinos, “para
que expresen si la opinión general se halla decidida por la independen-
cia”. Su sentido de la rectitud llegaba hasta el escrúpulo. Era leal, ade-
más, a su doctrina de la libre determinación de los pueblos, aún a
pesar de que estos pueblos de América, apenas en el trance de sacudir
el yugo colonial, no estaban todavía ni informados suficientemente
del sentido del cambio que venía operándose, ni poseían por lo
mismo suficiente criterio para opinar. La junta expresó, obviamente,
que la voluntad general estaba decidida por la independencia.
Durante dieciocho días, San Martín se consagró por entero a la
organización administrativa y a preparar la proclamación de la inde-
pendencia. A ésta se le dio la máxima vistosidad, en la plaza principal
de Lima. San Martín habló desde lo alto de un tablado especial:

171
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

El Perú es desde este momento libre e inde-


pendiente, por la voluntad general de los
pueblos y por la justicia de su causa, que
Dios defiende.
Era el día 28 de julio. El alborozo multitudinario se desbordó
en todo rumbo. El Héroe había alcanzado la cima de sus aspiraciones.
Al siguiente día después del Tedeum, las personas de entidad, las cor-
poraciones, los batallones, los eclesiásticos, hicieron el juramento que
San Martín había preparado: “Juramos defender y sostener con la opi-
nión, persona y propiedades la independencia del Perú del gobierno
español y de cualquier otra dominación extranjeras”.150 Era un acto
posiblemente inspirado en el ritualismo masónico. Cinco días des-
pués, apareció el decreto dictatorial. Bolívar también fue dictador
varias veces. Y lo será del propio Perú. Decía el Decreto (3 de agosto
de 1821):
Quedan unidos desde hoy en mi persona el
mando supremo político y militar de los
Departamentos libres del Perú bajo el título
de “Protector” [ ... ] El actual decreto sólo
tendrá fuerza y vigor hasta tanto que se reú-
nan los representantes de la nación peruana
y determinen sobre su forma y modo de
gobierno.
En ese texto se nombran tres Secretarios del Despacho: Juan
García del Río –colombiano (neogranadino)–, para el Ministerio de
Estado y Relaciones Exteriores; Bernardo Monteagudo –rioplatense,
como San Martín–, para el Ministerio de Guerra y Marina; e Hipólito
Unánue –peruano, de Arica–, para el Ministerio de Hacienda. Y en ese
mismo texto, para una centralización del poder, se estatuye: “Todas
las órdenes y comunicaciones oficiales serán firmadas por el respec-
tivo Secretario del Despacho, y rubricadas por mí”. Hay que señalarlo
150 Hubo miembros del clero que se negaron a jurar. Entre ellos, el obispo de Mainas, que les notificó

a sus fieles esta decisión suya: “Cualquiera de nuestros súbditos que voluntariamente jurase la escandalosa
independencia con pretextos frívolos y de puro interés propio, lo declaramos excomulgado vitando y
mandamos que sea puesto en tablillas”. ¡Un obispo digno de integrar el Santo Oficio de la Inquisición!

172
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

especialmente: el médico Unánue será Presidente del primer Con-


greso Constituyente peruano; y Bolívar, más tarde, hará honor al saber
y sagacidad de Unánue, nombrándole Presidente de su Consejo de
Ministros.
Con O'Higgins tenía San Martín sus leales confidencias. Y le
expresaba en una carta (10 de agosto):
Los amigos me han obligado terminante-
mente a encargarme de este gobierno: he
tenido que hacer el sacrificio pues conozco
que, al no hacerlo así, el país se envolvía en
la anarquía. Espero que mi permanencia no
pasará de un año, pues usted que conoce mis
sentimientos, sabe que no son mis deseos
otros que el de vivir tranquilo y retirarme a
mi casa a descansar.151
La dictadura de San Martín era necesaria. La guerra no había
terminado. Todo era, por lo mismo, poco normal o anti-normal, den-
tro del concepto de libertades, democracia, republicanismo. Los que
le atacaron a San Martín, en este caso, enjuiciaron la cuestión aten-
diéndose a lo político únicamente; fueron parciales, por tanto injus-
tos.
El decreto hace honor a San Martín. Rebosa sinceridad, desin-
terés, rectitud, voluntad de servicio.
Espero –dice– que se me hará la justicia de creer que no me
conducen ningunas miras de ambición, sí sólo la conveniencia
pública. Es demasiado notorio que no aspiro sino a la tranquilidad y
al retiro después de una vida tan agitada; pero tengo sobre mí una
responsabilidad moral, que exige el sacrificio de mis más ardientes
votos.
Sabe que está en pie el problema militar: “Aun hay en el Perú
enemigos exteriores que combatir. En el momento mismo en que sea
libre su territorio, haré dimisión del mando”. Fundamenta su poder
personal en este ataque suyo a los Congresos:
151 VICUÑA MACKENNA, BENJAMÍN. El general don José...: 75.

173
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

La experiencia de diez años de revolución –


expresa–, en Venezuela, Cundinamarca,
Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata,
me ha hecho conocer los males que ha oca-
sionado la convocación intempestiva de
Congresos, cuando aún subsistían enemigos
en aquellos países. Primero es asegurar la
independencia; después se pensará en esta-
blecer la libertad sólidamente.
¿Quería referirse al Congreso de Angostura convocado por
Bolívar; al de Tucumán, en que él mismo tanto influyó; al de Buenos
Aires de 1813, presidido por Alvear? La verdadera base de su poder
era otra: la guerra, en la cual él era el Jefe, inmenso Jefe, insustituible.
Y también era lo que estatuyó en un Decreto con estas palabras:
Desde mi llegada a Pisco anuncié que por el
imperio de las circunstancias me hallaba
revestido de la suprema autoridad, y que era
responsable a la patria del ejercicio de ella.
El decreto señalaba, así, una simple continuación del poder
suyo. Se quedará en él algo más de un año –exactamente catorce
meses–, hasta que presentará su renuncia y se retirará.
Tal vez quien más le combatió a San Martín fue el almirante
Cochrane, que se creía émulo del gran líder. A Bolívar le aconteció
otro tanto, en Venezuela: no sólo aspiraban varios jefes a desplazarlo,
sino que al más agresivo, que se sublevó en plena guerra, tuvo que
fusilarlo. El pretexto esta vez –con alguna razón de sentido econó-
mico– fue la falta de pago a los marineros, en buena parte extranjeros,
que servían en la flota. Cuando San Martín se constituyó en autoridad
suprema, los servidores de los buques, probablemente por sugerencia
del propio almirante,152 presentaron al Jefe del Estado una protesta
rebosante de indignación. Cochrane avanzó más: se entrevistó perso-
nalmente con San Martín, y entre los dos hubo un altercado en pala-

152 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Op. cit. T. V: 356.

174
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

bras ya casi agresivas. Lo recuerda el propio Cochrane, en carta que


se ha conservado:
Pluguiera a Dios que el sábado 5 del
corriente mes [agosto] haya sido borrado de
los días de mi vida, por las impresiones que
desde ese día han hecho presa en mi mente
y que yo quisiera para siempre desechar. Ese
San Martín, a quien yo consideraba como un
amigo, mirando las cosas con fría indiferen-
cia ¿no me ha dicho que mande la escuadra
donde me plazca y vaya donde se me ocurra?
¿No me ha dicho: puede usted irse cuando
guste? [ ... ] Me retiraré a donde la amistad de
Lady Cochrane venga a agregarse al con-
suelo que siento de no haber dañado, ni pre-
tendido dañar jamás a hombre alguno, ni
cometido acto alguno que mi conciencia me
pueda reprochar.153
San Martín le repuso, con altura:
No, milord, yo no veo con indiferencia los
asuntos de usted y sentiría no poder expresar
que acabe de convencerse de esto mismo. Si,
a pesar de todo, usted deliberase tomar el
partido que me intimó en la conferencia que
tuvimos ahora días, éste sería para mí un
conflicto a que no podría sustraerme. Mas
yo espero que, entrando usted en mis senti-
mientos, consumará la obra que ha empe-
zado y de la que depende nuestro común
destino.154
Las relaciones estaban rotas, evidentemente. Cochrane llegó a
la intriga, ante O'Higgins, al expresarle que ya San Martín no podía ser
153 Archivo de San Martín. T. VIII: 639.
154 Archivo de San Martín. T. XI: 639.

175
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

considerado un amigo de Chile pues había manifestado que no paga-


ría lo adeudado a la tripulación de los buques sino cuando éstos fue-
ran vendidos por Chile al Perú. Malévola sugestión. San Martín y
O'Higgins continuaban en cordialísima correspondencia, precisa-
mente en esos días, sobre el caso Cochrane.
Al mes siguiente, estalló el conflicto. Ante el aviso de que el ge-
neral español Canterac se acercaba a Lima con grandes contingentes,
San Martín dispuso el embarco de todo el dinero de las arcas fiscales
en uno de los barcos mercantes anclados en Ancón. Cochrane, con
entero desembozo, se apoderó de ese dinero, tomándolo a la fuerza.155
San Martín, indignado, escribíale enseguida:
Ordeno a V.E. como Protector del Perú y
como General en Jefe, restituya a bordo de
los respectivos buques las propiedades que
han sido tomadas de ellos, por pertenecer las
más al Gobierno y las otras a particulares
que de hecho se hallan bajo mi protección.
Yo espero que V.E. no diferirá el cumpli-
miento de una orden que está apoyada por
derecho universal de los pueblos civilizados,
y cuya infracción hará responsable a V.E.
ante los gobiernos independientes de Chile
y del Perú y ante la opinión de los hombres
sensatos.156
La respuesta de Cochrane, no dada sino cumplida directamente,
fue pagar a su tripulación con los dineros que había cogido. San Mar-
tín insistió por medio de su ministro Monteagudo, quien se dirigió a
Cochrane perentoriamente:

155 Lord Thomas Cochrane era casi de la misma edad que San Martín. Nacido aristócrata –conde de Dun-

donald–, cuando integró el Parlamento Inglés, se situó en la oposición con dura intransigencia. Al des-
cubrírsele combinaciones bursátiles de oscura trama, fue enjuiciado y expulsado del Parlamento.
Entonces, optó por trasladarse a América, donde sirvió inmensamente a la emancipación, a pesar de sus
vanidades y rebeldías. De Chile y el Perú, pasará al servicio de la independencia del Brasil.
156 Archivo de San Martín. T. VIII: 365.

176
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

S.E. ha resuelto que salga V.E. inmediata-


mente para los puertos de Chile con la
escuadra de su mando, devolviendo antes el
dinero y pastas particulares que ha tomado,
y que no hay aún la sombra de un pretexto
para retenerlas. Al comunicar a V.E. esta
resolución, debo expresarle el sentimiento
con que la ha adoptado el gobierno, puesto
ya en la alternativa de autorizar él su última
degradación, o de separarse de un jefe a
quien le han unido vínculos de amistad y
consideración de que ha dado prueba muy
señalada a V.E. desde el mes de agosto del
año veinte.157
Al no obtener ninguna contestación, Monteagudo insistió:
Vuelvo a prevenir a V.E. de orden del exce-
lentísimo señor Protector, salga sin demora
para su destino, haciéndole de nuevo res-
ponsable si a las infracciones anteriores
añade la de diferir el cumplimiento de esta
orden.
Cochrane no fue hacia Chile, como se le había ordenado, a
pesar de que O'Higgins tenía para él alguna tolerancia por razones
de conveniencia. Probablemente no supo que el director de Chile le
había escrito a San Martín:
En Chile generalmente se ha aprobado el
uso de los caudales en cuestión para víveres
y sueldos de los marineros, y las opiniones
sobre esta materia se han avanzado más allá
de los límites de la moderación, y hay lances
en que es forzoso que el disimulo obre en el

157 Archivo de San Martín. T. VIII: 452.

177
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

nivel de la ley y de las circunstancias. De nin-


gún modo conviene sacarle a Cochrane
fuera de la ley porque entonces, asociándose
a cualquier provincia independiente, enarbo-
laría nueva insignia, nos bloquearía los puer-
tos, destruiría el comercio, estableciendo
aduanas en las islas y situaciones análogas y,
finalmente, uniendo sus intereses a los
comerciantes extranjeros, convendría en
ideas.
¡Qué opinión tenía O'Higgins del almirante! La de San Martín
era peor, seguramente.
Cochrane con sus buques –no se llevó todos–, fue directamente
a Guayaquil, a reaprovisionarse; se negó allí a cooperar con Sucre y
Bolívar, quien le había pedido el préstamo de sus naves para trasladar
al Perú, desde Panamá las tropas auxiliares colombianas; y prosiguió
en la persecución de los buques españoles Prueba y Venganza, que
luego se entregaron al Perú. Cochrane recibió cuarenta mil pesos y se
dirigió a Chile, donde fue recibido con aclamaciones.158
También Bolívar tuvo entonces algo significativo en relación
con su armada. El jefe de ella, almirante Brión, que tánto y tánto
cooperó en la independencia, murió en Curazao, su lar nativo, el 25
de septiembre.159 Bolívar y su ejército libertador lo deploraron profun-
damente; se ordenaron varios actos en su honor. Fue el Cochrane del

158 Antes de todas estas complicaciones, Cochrane, en el mes de julio había intentado negociar directa-
mente, a espaldas de San Martín, con los españoles sitiados en El Callao, a fin de obtener su rendición.
Fue un acto desleal, casi de traición, que no le dio al almirante ningún resultado. Aspiraba, de tener
éxito, a minar gravemente la autoridad de su Jefe, el Protector.
159 El historiador Vicente Lecuna sintetiza así los servicios del curazoleño, almirante Luis Brión: “Este

grande hombre, desde 1814 consagró su fortuna y valor al servicio de la patria. En la organización de
la empresa de los Cayos tuvo gran parte. La expedición conducida por él al Orinoco, en julio de 1817,
decidió la conquista de Guayana. Encargado del mando de la República como Presidente del Consejo
de Gobierno, durante la campaña de 1818, delegó sus funciones en el intendente Zea y en crucero audaz
y feliz, sorteó con destreza la marina española, logró negociar el parque de la Bretagne, uno de los buques
ingleses despachados de Londres por López Méndez en 1817, y asegurar el armamento de los otros de
la misma expedición, desembarcados en la isla de San Bartolomé [ ... ] Audaz en sus empresas, supo man-
tener libre los mares de Cumaná, sin cuya ventaja no se habría podido sostener la Guayana. [Cf. LE-
CUNA, VICENTE. Crónica razonada...:76-77].

178
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

norte, en la historia de la revolución armada suramericana; pero con


lealtad, sin ambiciones personales, sin vanidad.
No fue falsa alarma la noticia de que el general Canterac había
partido desde Jauja, rumbo a Lima. Salió en efecto el 25 de agosto,
con un contingente de 3.200 hombres. ¿Quería atacar a Lima, o ro-
bustecer al Callao, que continuaba en poder de los españoles, aunque
severamente sitiado? ¿O buscaba algún otro fin? Hacía sólo cuarenta
y cinco días de la evacuación de Lima por el virrey y sus tropas.
Cuando se supo en Lima la proximidad del enemigo –lo cuenta
Mitre–160 San Martín hallábase en el teatro. Desde su palco arengó a
los concurrentes, pidiéndoles orden y confianza; situó luego sus fuer-
zas a tres kilómetros de la ciudad y colocó sus ejércitos de tal manera
que quedaron protegidos el sur y el este de la capital; además, distri-
buyó abundantes guerrillas, y esperó el avance del enemigo.
Cuando Canterac apareció ante las posicio-
nes patriotas y las reconoció, vio que eran
inatacables. Entonces maniobró por la
izquierda, sobre la costa. Era el camino que
en su plan habíale señalado San Martín. La
estrategia del General de los Andes movía
ahora con toda seguridad las piezas del
tablero. El 9 de septiembre, a las siete de la
mañana, Canterac formó sus tropas en tres
columnas paralelas y, tras algunas maniobras
previstas por San Martín, a eso de las tres de
la tarde entró por la puerta abierta que el
General de los Andes había dejado ex pro-
feso a su rival. Así pasa el día y la noche del
9. El 10 la derecha del ejército independiente
aparece flanqueando el camino de Lima al
Callao. Canterac teme que sea interceptada
su retaguardia y emprende marcha por la

160 MITRE, BARTOLOMÉ. Historia de... T. IV: 209.

179
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

costa, a buscar la protección de los fuertes


del Callao [ ... ] Al tener noticia de que Can-
terac iba a meterse en las fortalezas del
Callao, restregándose las manos de contento,
díjole a Las Heras: “Están perdidos. El
Callao es nuestro. No tienen víveres para
quince días; los auxiliares de la sierra se los
van a comer, dentro de ocho días tendrán
que rendirse o ensartarse en nuestras bayo-
netas”.161
Seis días se quedó Canterac, en efecto, dentro de las fortalezas,
consumiendo los víveres de los sitiados, como lo había previsto San
Martín; salió luego, “cargado de los fusiles que necesitaba el ejército
realista”; afrontó brillantemente dos acometidas, una de Las Heras y
otra de Miller, a los que obligó a retroceder, y se encastilló en la alti-
planicie.
San Martín no desplegó una verdadera ofensiva, ni siquiera una
persecución, contra Canterac. Aguardaba la rendición del Callao.
Dirigió, al efecto, una intimación al general La Mar, que comandaba
esas tropas españolas, exigiéndole que entregara la plaza. La Mar
aceptó entrar en negociaciones y envió para ello a sus delegados, bri-
gadier Manuel Arredondo y capitán de navío José Ignacio Colmena-
res; por San Martín actuó Tomás Guido. La capitulación fue firmada,
en condiciones generosas para los vencidos, que salieron de la forta-
leza el 21. El general José de La Mar,162 al cabo de unos cuantos días
de descanso, se puso al servicio de San Martín, lo mismo que buena
parte de los hombres que se rindieron.
Dos días más tarde, ya el líder podía escribirle a O'Higgins:
Al fin nuestros desvelos han sido compensa-
dos con los santos fines de ver asegurada la
GALVÁN MORENO, C. San Martín, el...: 293.
161

José de La Mar, casi de la misma edad que San Martín, nació en la ciudad ecuatoriana de Cuenca. Des-
162

pués de declararse partidario de San Martín, le sirvió a éste como su delegado ante Guayaquil. Combatió
en Ayacucho. Fue Presidente del Perú. Desleal a Bolívar, le declaró la guerra; derrotado por Sucre en
Tarqui, en 1829, fue depuesto y desterrado del Perú. Murió poco después, en Costa Rica (1830).

180
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

independencia de la América del Sur. El


Perú es libre, pues el único ejército en que
podía confiar está deshecho. Es incalculable
lo que hemos hallado en el Callao; en el sólo
ramo de artillería pasan de ochocientos los
cañones de todos los calibres. En conclu-
sión, yo ya veo el término de mi vida pública
y voy a tratar de entregar esta pesada carga a
manos seguras y a retirarme a un rincón para
vivir como hombre.163
Este optimismo lo dejó fijado San Martín también en su pro-
clama a los peruanos, al retirarse Canterac del Callao:
Peruanos. El ejército libertador persigue a
los fugitivos; ellos serán disueltos o batidos.
De todos modos, la capital del Perú jamás
ya profanada por las plantas de los enemigos
de la América; este desengaño es perentorio;
el imperio español acabó para siempre. Pe-
ruanos: Vuestro destino es irrevocable: con-
solidadlo por el constante ejercicio de las
virtudes cívicas que habéis mostrado, en la
época de los conflictos. Ya sois independien-
tes y nadie podrá impedir que seáis felices,
si queréis serlo.164
¿Cómo podría explicarse este espejismo, este autoengaño de
San Martín? ¿Cómo podía él aseverar: “El Perú es libre, pues el único
ejército en que podían confiar está deshecho... El imperio español
acabó para siempre. Ya sois independientes”? Los ejércitos de La
Serna y Canterac, exceptuada la grave pérdida del Callao, disponían de
grandes contingentes militares, que fortalecían en la sierra, donde no
existía carencia alguna de implementos alimenticios para la tropa y
los caballos. Declarar libre a un país, significa –lo significó siempre,
163 VICUÑA MACKENNA, BENJAMÍN. Op. cit.: 70.
164 Archivo de San Martín. T. XI: 460.

181
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

en la guerra de emancipación americana– haber tomado presos a los


jefes, a los soldados, sus armas, sus equipos, como sucedió en Maipo.
Como, en la zona de Bolívar, se hizo en Boyacá y en Carabobo. ¿Con
qué base podía San Martín suponer que el Perú estaba liberado? Aquí
hay que acudir a otros elementos de juicio, que no sean los puramente
históricos. La explicación exclusivamente histórica es insuficiente, ha
dicho Octavio Paz, al estudiar la conquista de México. ¿Alguien, ver-
sado tanto en psicología como en ciencias médicas, dirá con funda-
mento lo que hoy es simplemente una sospecha: que el abuso del opio
debilitó las facultades de San Martín, o que políticos expertos en el en-
gaño como Monteagudo, crearon sombras que impidiéronle al líder
ver la estricta realidad? Es este un punto que no ha sido ahondado por
los especializados. La entera verdad es que San Martín, en Lima, por
actuar como político, en lo cual no era suficientemente ducho, no vio
claramente en el problema militar. A distancia de unos pocos meses,
ante el fracaso de la expedición sobre Ica, San Martín ya no dirá que
el Perú es independiente; en su Proclama del 11 de abril a los perua-
nos, les expresará:
Yo no intento buscar consuelo en los mis-
mos contrastes, pero me atrevo sin embargo
a asegurar que el imperio de los españoles
terminará en el Perú en el año 1822.165
Un reconocimiento público de su error al creer que el imperio
español en América se había acabado. ¡Lo que le costará a Bolívar, en
1823 y 24, destruir a los españoles!
Bolívar, conocedor de la toma de Lima, hízole llegar a San Mar-
tín su felicitación en carta del 16 de noviembre:
Es una verdadera satisfacción para toda la
América la grande obra que V.E. acaba de
ejecutar, volviendo al Perú sus derechos y
dándole una existencia nueva. La indepen-
dencia de esa opulenta región es el comple-
165 Biblioteca de Mayo, Colección de Obras y Documentos para la historia argentina. Buenos Aires, T. XVII, 2ª p.,

1963: 15436.

182
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

mento de la salud de este hemisferio meri-


dional; y México que también ha roto sus
lazos de independencia, ha llamado sobre el
Nuevo Mundo las luces del saber y los
bienes de la libertad. Colombia, en el centro,
procurará seguir de lejos a las grandes masas
de fortuna y populación que le cubre sus
flancos y la ponen bajo su garantía y custo-
dia. Tan grandes cosas deben llenarnos de
una esperanza ilimitada. V.E. el Jefe restau-
rador de las comarcas del Sur, es el más
digno de recibir los tributos de gratitud que
debemos todos los hijos de la libertad a sus
Protectores y Padres. Yo, aunque no he reci-
bido directamente de V.E. los partes glorio-
sos de últimos triunfos, me apresuro no
obstante a congratular a V.E. por todos los
favores que la buena suerte ha querido dis-
pensar a la causa del Perú colocada bajo el
escudo del ejército libertador que acaudilla
V.E. Acepte pues V.E. los más gratos testi-
monios con que soy de V.E. atento servidor.
Bolívar tenía el título de Presidente de Colombia –de la
Colombia creada por él en Angostura–, otorgado por el Congreso
que se reunió en Cúcuta con el objeto de discutir y aprobar una Carta
Constitutiva para Colombia. Ahora, también San Martín era Presi-
dente, con el nombre de Protector. Las dos posiciones les acercaba
más a los grandes Generales, uno de los cuales, Bolívar, va hacia el
otro, por la ruta militar siempre. Faltan por independizarse Panamá,
que lo hace espontáneamente el 28 de noviembre; Pasto y Quito. Para
abrir la campaña de Pasto, rumbo a Quito, salió Bolívar de Bogotá el
13 de diciembre. El 1º de enero para abrir el nuevo año –¡tan deter-
minante para San Martín!– ya se hallaba en Cali. Y en Cali piensa en

183
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Guayaquil, porque el conflicto está en esa ciudad. San Martín se ha


anticipado en enviar a ese puerto, acreditándolo como representante
diplomático ante la Junta guayaquileña, al general peruano Francisco
Salazar; con él ha ido también el general La Mar, sin cargo aparente
pero con el encargo de hacer política y hasta de entrevistarse con
Bolívar. A La Mar se le nombra en Guayaquil Comandante general de
las fuerzas guayaquileñas.
Antes de ocuparse a fondo con la cuestión Guayaquil, San Mar-
tín ha realizado en el Perú una valiosa obra administrativa y política,
en ese lapso de julio a diciembre. Una enumeración sucinta de lo prin-
cipal dará un indicio de lo efectuado. Decretó, por lógica, la abolición
del régimen constitucional español (pero dejó varias leyes adjetivas);
a los ciudadanos españoles otorgóles garantía plena, si reconocían la
independencia del país y juraban sus leyes; a los otros, les ofreció pa-
saporte y el derecho a llevarse todos sus bienes muebles. Si conspira-
ban los unos y los otros, se les quitarían todos sus bienes. Estableció
en Lima una Cámara para la administración de justicia. A los hijos de
los esclavos, en adelante, se les consideraría nacidos libres. A los in-
dígenas les eximió de tributos, y prohibió que se les llamase indios o
naturales, ya que debía designárseles como peruanos. Asimismo, que-
daron abolidas las mitas y las encomiendas.
En materia cultural, fundó la Biblioteca Nacional y abolió el
castigo de azotes a los niños. También se decretó la libertad de im-
prenta, con las limitaciones que imponían las circunstancias. El hecho
de que en sólo un mes se dieron más de trescientos decretos, muestra
la voluntad del Protector de fundar una novedad, enraizándola en
parte en situaciones contrarias a las vigentes hasta entonces.
Su obra céntrica fue el Estatuto Provisional dictado el 8 de octu-
bre para el Perú, en una suerte de anticipo de lo que, al menos en
parte, podría ser la Constitución nacional. No era un proyecto amplio
y completo, como el presentado por Bolívar en Angostura; ni siquiera
una Carta como la de Cúcuta, que no tuvo nunca la aprobación de
Bolívar, aunque hubo de firmarla y acatarla como Presidente de
Colombia. Pero significaba un ordenamiento jurídico inicial, que
señalaba más que determinaciones completas, rumbos a seguir.
184
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

En síntesis, el Estatuto Provisional establecía la consagración de


todas las garantías individuales; los municipios habrían de ser regidos
por personeros elegidos por el pueblo. Se proclamaba que el Poder
Ejecutivo se mantendría independiente de las autoridades y procesos
judiciales. Se disponía que las leyes españolas no contrarias al Estatuto
quedaban vigentes y se condenaban específicamente la traición y la
conspiración. Este Estatuto fue seguramente obra, en mucho, de los
ministros de San Martín, los cuales quedaban como integrantes de
un Consejo de Estado en el que participaban también el General en
Jefe del Ejército, el Jefe de Estado Mayor, el Presidente de la Cámara
de Justicia, el obispo o un deán representante suyo y –hay que subra-
yarlo– tres condes y un marqués, peruanos.
Había en el Perú, con todas estas disposiciones, una suerte de
despertar de un muy largo letargo. Se procedía con un poco de ner-
viosismo y sin poner los ojos directamente en una estructura. No se
declaró allí la República; tampoco la Monarquía. El titubeo político
fue característico del Perú ese momento. Se conservaban no sólo cier-
tas leyes españolas, sino que se declaraban subsistentes los títulos no-
biliarios, con los derechos que traían. Venezuela, en contraste, ya en
1811, al plasmar su Constitución eliminó todos los títulos y estableció
en cambio el sencillo nombre de ciudadanos, en una fijación nítida,
desde el principio, de las normas republicanas, contra lo monárquico,
contra la monarquía.
Aun más: San Martín creó una nobleza criolla, al forjar la
Orden del Sol, “con prerrogativas personales vitalicias y hereditarias
hasta la tercera generación”, con su Gran Consejo, y con una patrona:
Santa Rosa de Lima.166 Tenía la Orden un capítulo especial destinado
a las mujeres: las Caballeresas del Sol. Con esa insignia fueron distin-
guidas Manuela Sáenz, futura amante de Bolívar, y Rosita Campuzano,
amante de San Martín –a escondidas– durante su permanencia en

Esta Orden fue disuelta por el Congreso Constituyente del Perú en 1825. El Dictador del Perú,
166

entonces por designación legislativa, era Bolívar, un republicano integral.

185
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Lima. La Campuzano era guayaquileña y la Sáenz quiteña. El salón de


Rosita había sido el centro de reunión de los conspiradores, antes de
la llegada de San Martín.167
En apoyo de las ideas monárquicas –hay que acentuar que ésta
fue una de las obsesiones de San Martín en el Perú–, Monteagudo
fundó la Sociedad Patriótica de Lima, con cuarenta miembros. Y, para
que no se pensase –que ya públicamente se hablaba, en mofa, del
“Rey José”– en ambición personal alguna, San Martín envió a Europa,
en diciembre, una comisión compuesta por Paroissien y García del
Río, para que buscase un Príncipe que quisiera aceptar la monarquía
del Perú. Debían alcanzar, a la vez, la protección de la Gran Bretaña
para ese rey. San Martín le confió a O'Higgins los detalles de la
misión, en una carta que decía:
He resuelto mandar a García del Río y Pa-
roissien a negociar no sólo el reconoci-
miento de la independencia de este país, sino
dejar puestas las bases del gobierno futuro
que debe regir. Estos sujetos marcharán a
Inglaterra, y desde allí, según el aspecto que
tomen los negocios, procederán a la Penín-
sula; a su paso por ésa, instruirán a usted ver-
balmente de mis deseos. Si ellos convienen
con los de usted y los intereses de Chile, po-
drían ir dos diputados por ese Estado, que
unidos con los de éste, harían mucho mayor
peso en la balanza política e influirían
mucho más en la felicidad futura de ambos
Estados.
Y le añadía este aserto, categórico y céntrico en la mentalidad
sanmartiniana:

167 PALMA, RICARDO. Tradiciones. Capítulo “La protectora y la libertadora”. Palma escribe: “La rela-

ciones del General y la Campuzano eran de tapadillo, pues San Martín no quería dar en Lima escándalo
por aventuras mujeriegas. Jamás se le vio en público con su amante”.

186
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Estoy persuadido de que mis miras serán de


la aprobación de usted, porque creo que
estará usted convencido de la imposibilidad
de erigir estos países en Repúblicas.168
En San Martín había una profunda convicción anti-republicana,
en la misma medida en que en Bolívar la había, también hondísima e
irrevocable, de carácter anti-monárquico. O'Higgins contestó que el
plan lo consideraba adaptable al Perú, pero no a Chile. Regía, por
tanto, en América, en los días de la Independencia, una doble men-
talidad política; la pro-monárquica fue derrotada en todos los puntos.
La palabra monárquica, por el recuerdo de España, significaba persis-
tencia –in mente– de un régimen colonial injusto, en el que la sociedad
era regida por el derecho divino y por el absolutismo del rey. El
pasado destruyó el plan sanmartiniano, con la sola fuerza de un
recuerdo, pero un mal recuerdo de trescientos años. El ensayo de Itur-
bide en México, en 1822, de proclamarse emperador Agustín I, duró
apenas diez meses; poco después, el ex-monarca hubo de ser fusilado.
A la postre, finalizada la guerra de emancipación, Hispanoamérica
entera hízose republicana. El Contrato social de Rousseau, al que aludió
directamente la primera Constitución aprobada y vigente en Hispa-
noamérica, la de Venezuela de 1811, volvióse esencia de doctrina para
todos.
Bolívar le habló a San Martín, muy veladamente, de la cuestión
monárquica para América, al dirigirse a él desde Bogotá (carta del 16
de noviembre de 1821) para reclamarle el batallón Numancia. Decíale:
Según las últimas noticias que tenemos, el
general Iturbide y el nuevo virrey O'Donojú
han concluido un tratado el 24 de septiem-
bre de este año, que, entre otros artículos,
comprende: que Fernando VII deberá
trasladarse a México, en donde tomará el
título de emperador con independencia de
España y de toda otra potencia; que la ciu-
168 Archivo de don Bernardo O’Higgins. T. VIII: 204.

187
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

dad de México será evacuada por las tropas


reales y ocupada por el general Iturbide con
las imperiales, habiendo entre tanto un
armisticio. De antemano había preparado el
general Iturbide este acontecimiento con el
plan que publicó, y del que incluyo a V.E. un
ejemplar.
Este nuevo orden de cosas me hace creer,
con fundamento, que si el gabinete español
acepta el tratado hecho en México entre los
generales Iturbide y O'Donojú, y se traslada
allí Fernando VII, u otro príncipe europeo,
se tendrá iguales pretensiones sobre los
demás gobiernos libres de América, de-
seando terminar sus diferencias con ellos,
bajo los mismos principios que en México.
Trasladados al Nuevo Mundo estos prínci-
pes europeos, y sostenidos por los reyes del
antiguo, podrán causar alteraciones muy sen-
sibles en los intereses y en el sistema adop-
tado por los gobiernos de América. Así es
que yo creo que ahora más que nunca es in-
dispensable terminar la expulsión de los es-
pañoles de todo el continente, estrecharnos
y garantizarnos mutuamente, para arrostrar
los nuevos enemigos y a los nuevos medios
que puedan emplear.169
Bolívar es terminante: los príncipes traídos a la América como
emperadores o reyes, serían “los nuevos enemigos”.
Si la constitución de una monarquía para el Perú era una obse-
sión positiva de parte de San Martín, y en ese sentido operó reitera-
damente, sobre todo desde su entrevista con Pueyrredón en Córdoba,
había en su espíritu ahora otra obsesión, pero negativa, que le afectó
169 BOLÍVAR, SIMÓN. Obras Completas. T. I: 607.

188
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

gravemente, hasta el punto de situarle en posición defensiva. Era el


descubrimiento de la conspiración denunciada por el jefe del Numan-
cia, coronel Tomás Heres. Hubiera podido suponerse que la expulsión
del Perú de este coronel colombiano hubiera dado por efecto la paz
en el espíritu de San Martín. Fue lo contrario; porque si bien logró
apaciguar los ánimos aquel momento en que muchos fueron denun-
ciados como conspiradores, y dejar como sin efecto el acto hostil, los
días sucesivos fueron presentándose más y más detalles, más y más
revelaciones. En el grave movimiento hostil no se hallaban sólo Co-
chrane, sin duda el más vehemente, el más agresivo, sino otros, varios
otros que parecían amigos. Cuando Heres hizo la denuncia, el general
San Martín expresó ante los oficiales reunidos para el “careo”, que ya
había tenido esa información por otro conducto. El caso fue mucho
más grave de lo presumible. Dice el historiador Lecuna:
Los jefes de cuerpo concurrentes al interro-
gatorio, requeridos unos días después por el
General en Jefe Las Heras, declararon ofi-
cialmente falso cuanto había aseverado el
coronel del Numancia; pero los historiadores
Paz Soldán y Mitre afirman lo contrario.
Según ellos, la conspiración existió y desde
entonces el general San Martín meditó sepa-
rarse de la vida pública porque, según dijo
posteriormente el coronel La Fuente en
Buenos Aires, “su corazón estaba dilacerado
con tantos desengaños, traiciones, ingratitu-
des y bajezas”,170 palabras referidas al pri-
mero de estos autores por el propio La
Fuente, y aceptadas por el segundo como
auténticas.171
Por su parte Mitre escribe:
Cuando el año 1849 interrogué sobre este
punto en Chile al general Las Heras, a quien
170 PAZ SOLDÁN, MARIANO FELIPE. Historia del Perú independiente. Lima, 1868: 225.
171 LECUNA, VICENTE. Crónica razonada... T. III: 141.

189
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

algunos han atribuido participación en este


conato de conspiración, se manifestó reser-
vado, no obstante la intima amistad y la con-
fianza con que me honró hasta el fin de sus
gloriosos días. Sin embargo, me dio la evi-
dencia del hecho. Díjome que desde que
Canterac bajó de la sierra, ya los jefes del
ejército conspiraban, y que él había neutra-
lizado estas tendencias subversivas, siendo
ésta una de las causas por la cual la persecu-
ción que hizo a Canterac en la retirada no
fue efectiva y eficaz. Me agregó que por esto
se separó del ejército después de la rendición
del Callao, para no verse envuelto en los
siniestros manejos. No me manifestó contra
San Martín resentimientos, que el tiempo
había borrado, pues admiraba su genio polí-
tico y militar y sus grandes cualidades mora-
les; pero es la verdad que se retiró
profundamente resentido, según consta de
una carta que escribió a Álvarez Condarco,
en que le decía: “Estoy cansado de servir a
ingratos, y no a la patria”. El hecho de la
conspiración me fue posteriormente confir-
mado por el general Rufino Guido, coman-
dante entonces del Granaderos a Caballo, en
carta autógrafa en que decía, contestando a
una serie de preguntas históricas: “En
cuanto a la persecución de Canterac, si no se
hizo como debió fue porque los jefes trama-
ban contra el general para separarlo del
mando, y buscaban los medios de desacre-
ditarlo, como si alguno de ellos fuera capaz

190
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

de reemplazarlo; y si no se atrevieron a dar


el golpe, fue porque nunca contaron con los
segundos jefes y menos con la tropa”.172
En resumen, según esto, conspiraban todos los altos Jefes, pro-
bablemente incluido Las Heras, que era quizás el oficial más querido
por San Martín, después de O'Higgins. ¿Qué sucedió, para que Las
Heras se retirara del ejército, profundamente resentido? Si no se efec-
tuó una real persecución a Canterac, cuando llegó hasta El Callao,
¿fue, en verdad, porque ya la conspiración hallábase en marcha y, más
aun, San Martín la sabía? En toda manera, su espíritu estuvo ya gra-
vemente quebrantado; tal vez aún antes, por Cochrane. ¿Qué de ad-
mirar, entonces, que desde antes de entrevistarse con Bolívar,
decidiera separarse del poder definitivamente? ¿Hay injusticia mayor
del hombre contra el hombre, que la ingratitud, y peor si va acompa-
ñada de la deslealtad? Más de uno se creyó émulo del grande, del va-
leroso conductor de los pueblos a la libertad. También se
consideraron con idéntica vanidosa conciencia pueril, ante Bolívar,
un Mariño, un Páez, un Santander. Ninguno de éstos quiso admitir
que, para la historia, tanto San Martín como Bolívar, fueron únicos,
irremplazables en todo sentido.
El gran año 1821 se cerró con la marca de sucesos perdurables,
en la historia americana. En la historia internacional, el mundo supo
la muerte de Napoleón en Santa Elena, prisionero de los ingleses.
Ninguno de los dos líderes americanos dejó referencia alguna a aque-
lla muerte; y los dos le conocieron mucho al Corso, aunque indirec-
tamente: San Martín, en España; Bolívar, en París y en Milán.

Dos viajeros que parten de puntos alejados,


se encaminan a igual destino y se encuentran
a media jornada, suelen acompañarse mejor
que si hubieran comenzado juntos el viaje.

GOETHE. Máximas y Reflexiones, IV.


172 MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. T. III: 137.

191
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

El nombre de Guayaquil es el que abre 1822. San Martín piensa


en Guayaquil y allá se dirigirá pronto; Bolívar, desde Cali, se preocupa
por Guayaquil, y abrirá la campaña de Pasto, para llegar por Quito al
puerto ecuatoriano; Sucre, en Guayaquil, prepara su salida rumbo a
Quito donde le aguarda la victoria de Pichincha; y en Guayaquil queda
el general La Mar, emisario de San Martín, en cumplimiento de órde-
nes especiales del gran rioplatense.
Bolívar, desde Cali, se dirige a José Joaquín Olmedo, Presidente
de la Junta de Guayaquil, en términos que no admiten ni discusión,
ni réplica:
No puede usted imaginarse con qué placer
me acerco a la patria de usted, más por co-
nocer a su digno jefe, que por otro motivo
alguno [ ... ] Mucho me duele tener al mismo
tiempo que molestar a un amigo que yo
amo. Hablo de las comunicaciones que dirijo
tanto al Gobierno como al general Sucre.
Por ellas verá usted que exijo el inmediato
reconocimiento de la República de Colom-
bia, porque es una galimatía la situación de
Guayaquil. Mi entrada en ella en tal estado
sería un ultraje para mí y una lesión a los de-
rechos de Colombia. Usted sabe, amigo, que
una ciudad con un río no puede formar una
nación; que tal absurdo sería un señala-
miento de un campo de batalla para dos es-
tados belicosos que lo rodean. Usted sabe
los sacrificios que hemos hecho en medio de
nuestros propios apuros para auxiliar a Gua-
yaquil, que Colombia ha enviado allí sus tro-
pas para defenderla, mientras que el Perú ha
pedido auxilios a ella. Quito no puede existir
sin el puerto de Guayaquil, lo mismo Cuenca
y Loja. Las relaciones de Guayaquil son

192
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

todas con Colombia. Tumbes es límite del


Perú y por consiguiente la naturaleza nos ha
dado a Guayaquil. Que no se diga que una
insurrección espontánea ha variado los dere-
chos: en muchas épocas muchas ciudades
han hecho otro tanto, y no mostraron de-
seos extravagantes. Maracaibo ha dado el
ejemplo de lo que se debe hacer y no ha imi-
tado a Guayaquil [ ... ] Por estas y otras mu-
chas consideraciones, me he determinado a
no entrar en Guayaquil, sino después de ver
tremolar la bandera de Colombia, y yo me
lisonjeo que usted empleará todo el influjo
de su mérito, saber y dignidad, para que no
se de a Colombia un día de luto, sino por el
contrario sea Guayaquil para nuestra patria
el vínculo de la libertad del Sur y el modelo
más sublime de una profunda política y de
una moderación inimitable.
Olmedo piensa de otra manera...
Bolívar estaba operando dentro de términos jurídicos precisos
e inapelables. El desembarco de las tropas libertadoras de procedencia
rioplatense y chilena, con el general San Martín, se efectuó en Pisco
(Perú) cinco meses después de la promulgación, en Guayaquil y Lima,
de la correspondiente Cédula real;173 nadie podía, en consecuencia,
alegar desconocimiento de ella.
Deseaba Bolívar viajar con tropas de Cali a Guayaquil, por el
puerto de Buenaventura; así lo tenía planeado. Pero sorpresivamente
apareció en el Pacífico el general español Mourgeon, procedente de
la Península, en una expedición de ochocientos hombres que se diri-
gieron a la provincia ecuatoriana de Esmeraldas y desde allí viajaron
por la selva a Quito, a reforzar los ejércitos realistas.174 Los buques en
173 Cédula Real de 23 de junio de 1819.
174 El general Juan de la Cruz Mourgeon murió en Quito a los cinco meses de llegado.

193
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

que se trasladaron desde Panamá, impedían cualquier movilización


segura por el mar, y Bolívar decidió avanzar por tierra con sus bata-
llones, rumbo a Pasto, de donde seguiría a Quito.
Esta circunstancia imprevista no la conoció a tiempo el general
San Martín. Seguro éste de que Bolívar llegaría a Guayaquil muy
pronto, decidió partir, delegando el mando de la nación en la persona
del marqués de Torre Tagle (enero 19 de 1822). El decreto decía:
Voy a encontrar en Guayaquil al Libertador
de Colombia; los intereses generales de
ambos Estados, la enérgica terminación de
la guerra que sostenemos y la estabilidad del
destino a que con rapidez se acerca la Amé-
rica, hacen nuestra entrevista necesaria, ya
que el orden de los acontecimientos nos ha
constituido en alto grado responsables del
éxito de esta sublime empresa.175
San Martín enjuiciaba el problema con estricta precisión: tres
puntos había que aclarar y fijar: el problema de los intereses de
Colombia y el Perú, con Guayaquil en primer término; el de la enér-
gica terminación de la guerra, punto de difícil logro si no se producía
cooperación entre ejércitos; y el señalamiento de la fórmula política
capaz de dar estabilidad a los Estados, una vez independientes.
Cuando se efectúe la conferencia o entrevista, seis meses más tarde,
se harán patentes los puntos de entendimiento y los de divergencia.
Iba ya en ruta de navegación hacia Guayaquil el Protector,
cuando supo en el puerto de Huanchaco no solamente que Bolívar no
se aproximaba a Guayaquil, sino que desde Cali había notificado por
carta a la Junta presidida por Olmedo que el puerto era considerado
colombiano. Al efecto, se le entregó a San Martín una copia de esa
carta, remitida en un buque especial por la Junta. Con esa copia reci-
bió San Martín una comunicación del emisario peruano Salazar quien,
en términos de sorpresa y alarma, pedía autorización para regresar al

175 Archivo de San Martín. T. XI: 578.

194
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Perú. El Protector había sido informado del viaje de Bolívar, por el


general Sucre, quien le decía en una carta, tres meses antes: “Yo
pienso que el Libertador no dilata en estar en esta ciudad, conducién-
dose en uno de los pequeños buques que se hallen en el puerto de la
Buenaventura”.176
La reacción de San Martín fue de evidente disgusto, y ordenó
inmediatamente el retorno al Callao; arribó a Lima el 3 de marzo y,
con clara sagacidad, no reasumió el poder, sino que le dejo actuante
en él a Torre Tagle, reservándose únicamente el mando militar. Era
previsible que más tarde se realizaría la entrevista con Bolívar. Entre
tanto, urgían otros problemas, en extremo graves, de inmediata y ne-
cesaria solución. Uno de ellos, el de la expedición sobre Ica. Casi a
tiempo de salir hacia Guayaquil, el Protector había despachado un
contingente de más de dos mil soldados a las órdenes del general
Domingo Tristán y del coronel Agustín Gamarra, peruanos los dos,
con orden de apoderarse del valle de Ica, a doscientos ochenta kiló-
metros al sur de Lima; buscaba seguramente fundamentar la proyec-
tada campaña de los puertos intermedios, de ahí al sur hasta la
frontera con Chile. Tristán y Gamarra fueron arrollados por los espa-
ñoles y la derrota se produjo en tales condiciones que el Consejo de
Guerra del ejército les condenó, a los dos, por “cobardes e ineptos”.177
Era uno de los dramas del gran General: no tenía compañeros sufi-
cientemente eminentes, para la guerra; estaba casi solo. ¿Cómo pro-
seguir? Una Proclama a los limeños, lanzada enseguida, muestra ya
una clara debilidad de parte del héroe:
Voy a haceros una confesión ingenua. Pen-
saba retirarme a buscar el reposo después de
tantos años de agitación, porque creía ase-
gurada vuestra independencia. Ahora, asoma
algún peligro y, mientras haya la menor apa-

O'LEARY, DANIEL FLORENCIO. Documentos... T. XIX: 77.


176

177Este Gamarra invadirá años más tarde, a Bolivia, donde gobernaba Sucre; le expulsarán los bolivianos.
Este Gamarra, con el general La Mar, invadirá después territorios colombianos, y será derrotado por
Sucre en el campo de Tarqui (1829). Algo más de dos lustros después invadirá nuevamente a Bolivia y
en esa agresión encontrará la muerte, en la batalla de Ingaví.

195
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

riencia de él, no se separará de vosotros


hasta veros libres vuestro fiel amigo, San
Martín.
Era mayor el otro problema: el de Guayaquil. Se creó un con-
flicto que, por suerte, no duró sino diez días. En ellos, sin embargo,
pudo producirse un choque armado entre las tropas de San Martín
enviadas en reemplazo del batallón colombiano Numancia y las de
Sucre. El general Sucre había partido de Guayaquil hacia Cuenca el 22
de enero, con una fuerza de mil cien soldados; en Saraguro se encon-
traron éstos con los sanmartinianos procedentes del Perú, que eran
novecientos. comandados por el general Santa Cruz. Juntos avanza-
ron hasta Cuenca, donde se estacionaron hasta que se les diera la
orden de marchar hacia Quito. Los españoles la habían abandonado
y salido rumbo a Riobamba.
Ahí estalló la crisis. Sucre recibió un oficio del ministro de Gue-
rra del Perú, en que le insinuaba el cambio de comando de la división
combinada. ¿Reemplazarle a Sucre? Indignado el general venezolano
rechazó la sugestión.178 El candidato a ese comando era el general La
Mar. Se opuso a ello también el Presidente Olmedo, con clara sindé-
resis. Hablóle al general San Martín en términos muy concretos:
El nombramiento de La Mar para el mando
de la División quizás podrá causar un efecto
contrario del que nos proponemos todos.
Con la salida de la tropa, se ha restablecido
el orden, al menos en apariencia. Yo bien sé
que el fuego está cubierto con una ceniza
engañadora: por lo tanto una medida de esta
clase puede ser un viento que esparza la ce-
niza y quede el fuego descubierto. Entonces
el incendio civil será inevitable. Si La Mar va
a la División, será mal admitido y no es difí-
cil que se le tiendan redes. Sucre que muchas

178 Oficio de Sucre al Ministerio de Guerra del Perú, el 25 de febrero de 1822. Cf. Boletín de la Academia

de la Historia (Caracas) Nº 100: 478.

196
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

veces le ha ofrecido cordial o excordial-


mente el mando,179 ahora lo tomaría a de-
saire, y no sabemos de lo que es capaz un
resentimiento colombiano. Los jefes y ofi-
ciales suyos piensan, hablan y obran lo
mismo; no toda la División que marchó de
Piura (la de Santa Cruz) es de confianza,
pues es regular que Urdaneta tenga a su
devoción la parte que manda y la haga obrar
según su interés, que no es ni identificado
con el del Perú. Estas reflexiones y las que
de ellas nacen, nos han hecho acordar que
se suspenda el cumplimiento de la resolu-
ción de usted, hasta que, impuesto de todo
esto y los nuevos riesgos que nos amenazan
[como puede usted temerlo por la comuni-
cación que le dirigimos por extraordinario],
tome una medida grande, eficaz y poderosa.
La entrevista de usted es indispensable. Aquí
hay un agente de Bolívar cerca del gobierno
del Perú.180
Probablemente esta carta de Olmedo definió la situación e im-
pidió el conflicto. La cuestión se puso tan al rojo fulgurante, que
cuando San Martín dióle a Santa Cruz la orden de retorno al Perú, ya
había consultado al Consejo de Estado si declaraba o no la guerra a
Colombia. El referido Consejo dióle la autorización, con los votos
en contra de Monteagudo y del general Alvarado.181
Sucre también hallábase en términos de decidida energía. Ante
el aviso del general Santa Cruz de que iba a disponerse a marchar al
Perú según órdenes de San Martín, repuso que su determinación res-
179 No es exacto que Sucre hubiera ofrecido el comando a La Mar. El único que hubiera aceptado para

ese cargo militar habría sido el general Álvarez de Arenales, por razones de antigüedad, según se lo
comunicó a San Martín. Álvarez de Arenales se excusó, y en su reemplazo fue enviado el General Santa
Cruz.
180 Archivo de San Martín. T. VII: 433.

181 LECUNA, VICENTE. Crónica razonada...: 156.

197
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

pecto del batallón Trujillo y del escuadrón de Granaderos, peruanos los


dos, tenía que cumplirse estrictamente, ya que se hallaba el ejército en
campaña, y que sostendría sus órdenes “cueste la medida que cos-
tare”; esos contingentes serian retenidos –le advertía– “con la misma
libertad con que se dispone en Lima del batallón Numancia”. Y, diri-
giéndose al propio San Martín, “expúsole toda la gravedad del caso:
confiadas las tropas peruanas a su dirección y comprometida la cam-
paña, se había tratado de arrancárselas sin el menor aviso, con falta
suma de delicadeza, situándolo en el extremo de oponerse a la reti-
rada; y en tal virtud, para evitar la repetición de otro acto semejante,
daba orden al comandante del batallón Numancia de –obtenido el per-
miso de S.E.–, embarcarse y venir con su cuerpo a reunirse a su Di-
visión.182 Monteagudo, cumpliendo instrucciones de San Martín,
ordenábale al general La Mar “oponerse al Libertador de Colombia,
si trataba de apoderarse de Guayaquil, siempre que la mayoría de los
habitantes de la ciudad solicitaran la protección de las armas del
Perú”. Aun más: por orden del gobierno peruano se le separó del
mando del batallón Trujillo al coronel venezolano Luis Urdaneta y se
puso en su lugar al mayor argentino Olazábal, en la División Santa
Cruz.
El mismo día en que San Martín le ordenaba a Santa Cruz re-
tornar al Perú se dirigía a Bolívar el Precursor, invitándolo a no inter-
venir en los asuntos de Guayaquil, “dejándole a la ciudad en libertad
para incorporarse a la República de su agrado...”. Esta carta de San
Martín, lo mismo que las informaciones de Sucre acerca del agudo
problema, llegaron a manos del Libertador muy tarde, a fines de
mayo, cuando ya la crisis había quedado provisionalmente solucio-
nada. En vista de esos papeles, también Bolívar entró en el clima de
beligerancia. Dirigiéndose al gobierno de Bogotá, en carta del 1º de
junio, desde el Trapiche, decía:
Por estos documentos podrá observar V.S.
que el Protector del Perú pretende: 1º Mez-
clarse en los negocios internos de Colombia,
182 LECUNA, VICENTE. Crónica razonada...: 157-158.

198
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

con respecto a las relaciones con sus provin-


cias. 2º Que el Protector afirma que Guaya-
quil no debe quedar independiente sino que
debe decidirse por uno de los dos Estados.
3º Que el mismo Protector le ofrece a Gua-
yaquil que el Perú mirará como interés pro-
pio la independencia de Guayaquil [ ... ]
Debo hacer presente que, si en último resul-
tado nos creemos autorizados para emplear
la fuerza en contener al Perú en sus límites,
en hacer volver a entrar a Guayaquil en los
de Colombia, es también mi opinión que
debemos emplear esta fuerza lo más pronta-
mente posible, precediendo antes las
negociaciones más indispensables y em-
pleando al mismo tiempo la política más de-
licada.
El gobierno de Colombia le contestó a Bolívar autorizándolo
a emplear la fuerza, pero aconsejándole preferir los métodos amisto-
sos.
Todo terminó con la orden de San Martín a Santa Cruz de que
continuara en la campaña, revocando así la disposición anterior de
retiro al Perú. El conflicto había durado únicamente diez días, en ex-
tremo tensos. San Martín advirtió el incendio y procedió a apagarlo
oportunamente. Cabe hacerse esta pregunta: ¿El intento de anexión
de Guayaquil al Perú, era una tesis de San Martín, o una peruana,
alentada desde antes de que San Martín desembarcara en el Perú? Sin
duda, el gran líder rioplatense fue presionado; por lo mismo, no ad-
virtió la consecuencia de entrar a propiciar una tesis contraria a dere-
cho. Y por lo que hace al batallón Numancia, no vio que en eso había
no sólo una cuestión militar sino además una política. Alentó, sin pro-
ponérselo, un conflicto que se desatará en guerra, seis años más tarde,
estando él ya lejos del poder. Los políticos del Perú no obraron lim-
piamente con el noble y recto gran General; Ileváronle a equivocarse.
Agrandaron así su personal decepción.

199
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

A principios de abril, partió Sucre en campaña, rumbo a Quito.


Arrolla a los españoles, que retroceden sin cesar. Sólo en Riobamba,
a la vista del Chimborazo, se produce un combate importante en el
cual “con intrepidez de que habrá raros ejemplos” (palabras de Sucre),
el coronel argentino Juan Lavalle y el coronel venezolano Diego Iba-
rra, derrotan a los realistas. En adelante, la única novedad militar es
la incorporación, en Latacunga, de doscientos veteranos colombianos
comandados por Córdova, a quien acompaña el edecán de Bolívar,
O'Leary, que se vuelve, así, edecán de Sucre. Llegan a Quito. El grupo
militar que da la batalla de Pichincha es una bella, elocuente confluen-
cia de soldados de muchos puntos de América: venezolanos, argen-
tinos, neogranadinos, chilenos, ecuatorianos, uruguayos, peruanos. La
brillante victoria –24 de mayo– consagra a Sucre como extraordinario
general, que por vez primera ha actuado lejos de Bolívar, su maestro,
y que ha sido capaz de un triunfo que deja en libertad todo el Ecua-
dor. Desde el día de Pichincha, Colombia entera es libre ya. Con la ex-
cepción de Puerto Cabello, en Venezuela, donde todavía hay
españoles encastillados –se los desalojará el año siguiente–, y de Pasto,
al sur de la Nueva Granada. Allí está de campaña, dificilísima cam-
paña, Bolívar con sus dos mil cien hombres. Triunfa al fin, en Bom-
boná, el 7 de abril (el mismo día en que Sucre salía de Cuenca), ocupa
a Pasto, tras la capitulación del coronel español Basilio García, y arriba
a Quito el 16 de junio, bajo arcos triunfales.
Al otro día, o sea dentro de una preocupación esencial, escribe
Bolívar al general San Martín en términos de mucha altura. La crisis
producida en marzo ha quedado olvidada. Ahora, hay que mirar en
grande.
Al llegar a esta capital Quito –dícele–, des-
pués de los triunfos obtenidos por las armas
del Perú y Colombia en los campos de Bom-
boná y Pichincha, es mi más grande satisfac-
ción dirigir a V.E. los testimonios más
sinceros de la gratitud con que el pueblo y el
gobierno de Colombia han recibido a los be-

200
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

neméritos libertadores del Perú, que han ve-


nido con sus armas vencedoras a prestar su
poderoso auxilio en la campaña que ha liber-
tado tres provincias del sur de Colombia, y
esta interesantísima capital, tan digna de la
protección de toda la América, porque fue
una de las primeras en dar el ejemplo
heroico de libertad.
Pero no es nuestro tributo de gratitud un
simple homenaje hecho al gobierno y ejér-
cito del Perú, sino el deseo más vivo de pres-
tar los mismos y aun más fuertes auxilios al
gobierno del Perú, si para cuando llegue a
manos de V.E. este despacho, ya las armas
libertadoras del Sur de América no han ter-
minado gloriosamente la campaña que iba a
abrirse en la presente estación.
Tengo la mayor satisfacción en anunciar a
V.E. que la guerra de Colombia está termi-
nada, que su ejército está pronto para mar-
char donde quiera que sus hermanos lo
llamen, y muy particularmente a la patria de
nuestros vecinos del sur, a quienes por tan-
tos títulos debemos preferir como los pri-
meros amigos y hermanos de armas.183
Guayaquil, el Perú, son los intensos temas del momento. Casi
enseguida de dirigirse a San Martín, Bolívar le habla al Vicepresidente
Santander así:
Me sobran meditaciones sobre lo que debo
hacer con un grande y bello país, para con-
servarlo en su adhesión a nosotros, para
ganar a Guayaquil, para conservar la armo-

183 Carta desde Quito, 17 de junio de 1822. Cf. LECUNA, VICENTE. Obras Completas. T. I: 643.

201
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

nía con el Perú y para no chocar con la divi-


sión del general Santa Cruz. Solamente Gua-
yaquil me da cuidado [ ... ] El Perú parece
que está blando con respecto a nosotros,
porque teme de España y espera de Colom-
bia, y porque su gobierno, en sus negocios
domésticos, no está muy afirmado [ ... ] Si
Guayaquil se somete, mandaré un par de ba-
tallones al Perú: primero, para que no sean
más generosos que nosotros nuestros veci-
nos; segundo, para auxiliar al Perú antes de
una desgracia; tercero, por economía, pues
aquí no tenemos con qué mantener tanta
tropa; cuarto, para empezar a llenar las ofer-
tas de recíprocos auxilios.184
También desde Quito tuvo que contestarle a San Martín la carta
que éste le había dirigido, mucho antes, el 3 de marzo, al comienzo del
conflicto:
Tengo el honor de responder a la nota de
V.E. que con fecha 3 de marzo del presente
año se sirvió dirigirme desde Lima, y que no
ha podido venir a mis manos sino después
de muchos retardos, a causa de las dificulta-
des que presentaba para las comunicaciones
el país de Pasto.
V.E. expresa el sentimiento que ha tenido al
ver la intimación que hice a la provincia de
Guayaquil para que entrase en su deber. Yo
no pienso como V.E. que el voto de una
provincia debe ser consultado para consultar
la soberanía nacional, porque no son las par-
tes sino el todo del pueblo el que delibera en

184 Carta de Quito, del 21 de junio de 1822. Cf. LECUNA, VICENTE. Obras Completas. T. I: 646-647.

202
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

las asambleas generales reunidas libre y le-


galmente [ ... ] V.E. ha obrado de un modo
digno de su nombre y de su gloria, no mez-
clándose en Guayaquil, como me asegura,
sino en los negocios relativos a la guerra del
continente. La conducta del gobierno de Co-
lombia ha seguido la misma marcha que
V.E.; pero, al fin, no pudiendo ya tolerar el
espíritu de facción, que ha retardado el éxito
de la guerra y que amenaza inundar en de-
sorden todo el Sur de Colombia, ha tomado
definitivamente su resolución de no permitir
más tiempo la existencia institucional de una
junta que es el azote del pueblo de Guaya-
quil, y no el órgano de su voluntad [ ... ] Doy
a V.E. las gracias por la franqueza con que
me habla en la nota que contesto; sin duda la
espada de los libertadores no debe em-
plearse sino en hacer resaltar los derechos
del pueblo. Tengo la satisfacción, Excelentí-
simo Protector, de poder asegurar que la mía
no ha tenido jamás otro objeto que asegurar
la integridad del territorio de Colombia,
darle a su pueblo la más grande latitud de li-
bertad y extirpar al mismo tiempo así la tira-
nía como la anarquía [ ... ] Es V.E. muy digno
de la gratitud de Colombia al estampar V.E.
su sentimiento de desaprobación por la in-
dependencia provisional de Guayaquil que
en política es un absurdo y en guerra no es
más que un reto entre Colombia y el Perú.
Mas, dejando aparte toda discusión política,
V.E. con el tono noble y generoso que co-
rresponde al jefe de un gran pueblo, me

203
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

afirma que nuestro primer abrazo sellará la


armonía y la unión de nuestros Estados, sin
que haya obstáculo que no se remueva defi-
nitivamente. Esta conducta magnánima por
parte del Protector del Perú fue siempre es-
perada por mí. No es el interés de una pe-
queña provincia lo que puede turbar la
marcha majestuosa de la América Meridio-
nal [ ... ] La entrevista que V.E. se ha servido
ofrecerme, yo la deseo con mortal impacien-
cia, y la espero con tanta seguridad como
ofrecida por V.E.185
Después de los excepcionales festejos realizados en Quito por
el aniversario de la victoria de Carabobo (24 de junio), Bolívar, que
presidió los actos, salió hacia Guayaquil 186 con batallones suyos y de
Sucre. Iba a producirse el golpe audaz, de dominio.
En Lima, San Martín dio respuesta, a la carta de Bolívar (escrita
por éste al otro día de llegado a Quito) para decirle:
Los triunfos de Bomboná y Pichincha han
puesto el sello de la unión de Colombia y el
Perú [ ... ] El Perú es el único campo de ba-
talla que queda en América y en él deben
reunirse los que quieren obtener los honores
del último triunfo contra los que ya han sido
vencidos en todo el continente. Yo acepto la
generosa oferta que V.E. se sirva hacerme
en su despacho de 17 del pasado. El Perú re-
cibirá con entusiasmo y gratitud todas las
tropas de que V.E. pueda disponer, a fin de
acelerar la campaña y no dejar el mayor in-

185Carta desde Quito, 22 de junio de 1822. Cf. LECUNA, VICENTE. Obras Completas. T. I: 649-650.
186 En Quito conoció Bolívar a Manuela Sáenz, quiteña aristócrata que había sido condecorada por San
Martín como Caballeresa del Sol. El amor y las relaciones íntimas de Bolívar y Manuela duraron hasta
el final de la vida del Libertador, a quien le salvo de asesinos en dos ocasiones, en Bogotá, en 1828.

204
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

flujo a las vicisitudes de la fortuna [ ... ] Mar-


charé a saludar a V.E. a Quito. Mi alma se
llena de pensamientos y de gozo cuando
contemplo aquel momento. Nos veremos y
presiento que la América no olvidará el día
que nos abracemos.187
San Martín quería que la entrevista fuese en Quito, no en Gua-
yaquil, para llegar él a Quito, tenía que pasar antes, por Guayaquil y
su problema, Guayaquil y su conflicto. A fin de preparar un ambiente
adecuado, envió la flota peruana al puerto ecuatoriano y le encargó al
vicealmirante Blanco Encalada que embarcase en ella el contingente
enviado a órdenes de Santa Cruz y que había combatido en Pichincha.
Partió la escuadra, y el propio San Martín salió del Callao en la goleta
Macedonia rumbo a Guayaquil el 14 de julio. La navegación de ese tra-
yecto tomaba once días.
Tres días antes, o sea el 11 de julio, había llegado ya Bolívar a
Guayaquil. Se presentó espectacularmente acompañado de las tropas
vencedoras en Bomboná y le recibieron las multitudes con fervor y
admiración. La peruanofilia no era allí del pueblo, sino de una parte
de la élite guayaquileña, emparentada con familias de Lima o vincu-
lada al Perú por intereses comerciales. En el camino, el Libertador
Bolívar habíase encontrado, en Riobamba, con el general La Mar, que
viajaba a Quito “con el encargo de descubrir los planes de Bolívar”.
La Mar llegó enfermo. El Libertador le escribió desde Guaranda, ciu-
dad a continuación de Riobamba, rumbo a Guayaquil una carta de
mordacidad cáustica y de términos muy precisos:
Tengo el mayor gusto de saludar a usted, su-
poniendo que habrá pasado mejor noche
que la anterior; por lo menos yo lo deseo
tanto que confundo mi deseo con la espe-
ranza. Escribo como ofrecí a usted, al Go-
bierno de Guayaquil, por medio del edecán
Indaburo, y creo que convendría que usted
187 VICUÑA MACKENNA, BENJAMÍN. El general...: 91.

205
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

le asegurase a la Junta cuales son mis senti-


mientos. Yo no tengo para qué decir que ol-
vido lo pasado, porque ninguna ofensa se
me ha hecho, y si muchas se me hubiesen
hecho, con haberlas ignorado habrían ya en-
trado en el olvido. Usted, que debe haberme
conocido por la franqueza que tuve el placer
de conversar ayer con usted, podría asegu-
rarle sin aventurar la verdad, que nada amo
tanto como la libertad de Guayaquil, su feli-
cidad y su reposo, todos pendientes de la
suerte de Colombia. Su edecán de usted y su
mismo sobrino, si usted lo permite, querría
que fuesen a Guayaquil para que nos prepa-
rasen en parte los auxilios y en parte la opi-
nión. Conducirán además un pliego para la
Municipalidad en respuesta a su felicitación.
Mi querido general: espero que usted estará
bueno, mucho mejor dentro de tres o cuatro
días, y por supuesto yo no me iré sino con
usted, primero porque deseo acompañarle,
y segundo porque deseo cuidarle.188
Con la llegada de Bolívar, Guayaquil entró en el clamor de todas
las invocaciones; desbordóse por las calles, alzó banderas; tuvo, en
suma, de parte de sus masas, la certeza de una seguridad, de un res-
paldo, de un vigor conciencial muy alto. El discurso de saludo al Li-
bertador, pronunciado por el Procurador General José Leocadio
Llona, pro-colombiano, fue intensamente vitoreado; pero no por la
Junta, que se retiró disgustada. Bolívar les envió un edecán, el cual
preguntó si debía dirigirse a cada uno de los miembros de la Junta;
Bolívar repuso: “No, es el genio de Olmedo y no su empleo lo que
yo respeto”. El Libertador contestó llanamente en términos de nítida
188 Carta del 3 de julio de 1822. Cf. LECUNA, VICENTE. Obras Completas. T. I: 650. El general La Mar,

nativo de la ciudad de Cuenca, era mayor que Bolívar con siete años. Por lo mismo, mayor que San
Martín con dos años.

206
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

precisión colombianista. Al otro día –el 12– se multiplicaron las ma-


nifestaciones populares. Hasta que el 13, los guayaquileños conocie-
ron esta Proclama de Bolívar:
Guayaquileños: Vosotros sois colombianos
de corazón, porque todos vuestros votos y
vuestros clamores han sido por Colombia, y
porque de tiempo inmemorial habéis perte-
necido al territorio que hoy tiene la dicha de
llevar el nombre del padre del Nuevo
Mundo; mas yo quiero consultaros, para que
no se diga que hay un colombiano que no
ame su patria y sus leyes.189
La víspera, el Ayuntamiento había recibido un pliego con fir-
mas de destacados ciudadanos; se pedía la incorporación de Guaya-
quil a Colombia.190 La labor hábil de Sucre, antes de su partida hacia
Pichincha, daba su rendimiento,191 aun sin considerar especialmente
lo relativo a los principios de derecho. Además, hay que poner de pre-
sente que la Junta, precisamente por sus titubeos, carecía de popula-
ridad.
Después de la vibrante Proclama de Bolívar, el Jefe de Estado
Mayor publicó en la ciudad el siguiente bando, que era el golpe final
y decisivo al problema de Guayaquil:
1º S.E. el Libertador ha tomado la ciudad y
provincia de Guayaquil bajo la protección de
Colombia:
2º El pabellón y la escarapela de Colombia
los tomará la provincia como el resto de la
nación.
3º Todos los ciudadanos de cualquiera opi-
nión que sean serán igualmente protegidos
y gozarán de una seguridad absoluta.
189 CIPRIANO DE MOSQUERA, TOMÁS. Memoria sobre la vida del general Bolívar, Libertador de Colombia,

Perú y Bolivia. Bogotá, 1940: 453.


190 DESTRUGE, CAMILO. Historia de la revolución de octubre y la campaña libertadora 1820-1822. Guayaquil,

1920: 343.
191 Sucre se quedó en Quito, con parte de las tropas, como gobernante de las provincias recién liberta-

das.
207
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

4º Colombia será victoriada en todos los


actos públicos, así militares como civiles.
5º La autoridad de S.E. el Libertador y sus
subalternos ejercerán el mando político y
militar de la ciudad y provincia de Guaya-
quil.
6º Se encarga a los ciudadanos el mayor
orden, a fin de evitar las disensiones que han
ocurrido.192
7º Las antiguas autoridades han cesado en
sus funciones políticas y militares; pero serán
respetadas como hasta el presente y hasta la
convocación de los representantes de la Pro-
vincia.

Por orden de S.E. el Libertador, publíquese,


Guayaquil, 13 de julio de 1822,

BARTOLOMÉ SALOM.193

Cuando este bando era leído en las plazas de Guayaquil, el


general San Martín se preparaba en Lima a embarcarse, rumbo a la
entrevista con Bolívar; salió del Callao al día siguiente. La diacronía
significa mucho, a veces, en la historia.
Informábale Bolívar al vicepresidente Santander (carta del 22
de julio):
La Junta de este gobierno, por su parte, y el
pueblo por la suya, me comprometieron
hasta el punto de no tener otro partido que
tomar, que el que se adoptó el día 13. No fue

192 Las minorías de pro-Perú y de pro-independencia absoluta provocaron en las calles conflictos, en los

que tuvo que intervenir la fuerza pública.


193 O'LEARY, DANIEL FLORENCIO. Documentos. T. XIX: 334.

208
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

absolutamente violento, y no se empleó la


fuerza; mas, se dirá que fue al respeto de la
fuerza que cedieron estos señores. Yo espero
que la Junta Electoral que se va a reunir el
28 de este mes194 nos sacará de la ambigüe-
dad en que nos hallamos [ ... ] Mi determina-
ción está bien tomada, de no dejar
descubierta nuestra frontera por el Sur, y de
no permitir que la guerra civil se introduzca
por las decisiones provinciales. En fin, usted
sabe que con modo todo se hace.
En el caso de Guayaquil operó mucho más el Bolívar diplomá-
tico que el Bolívar militar.
Previendo la llegada de San Martín, Bolívar había tomado una
precaución de carácter político-táctico: hacer que la división de Santa
Cruz, que había combatido en Pichincha, se embarcase en los buques
de la armada peruana comandada por el almirante Blanco Encalada
antes de que el Protector llegase a Guayaquil. La despachó el 21; el
Protector arribará el 25 a la isla Puná, a la entrada del río Guayas, a
cuya margen, a mucha distancia del océano, se asienta la ciudad de
Guayaquil; allí, en Puná, Blanco Encalada esperó el arribo de San
Martín. Viajaba con la escuadra el general La Mar, que tenía el cargo
de gran mariscal del Perú; así mismo los integrantes de la Junta:
Olmedo, Roca y Jimena y el general Salazar.
Al llegar el Macedonia a Puná, “las fragatas y la corbeta del almi-
rante Blanco Encalada le hicieron las salvas de ordenanza y a poco
rato el Protector se reunió a bordo de la fragata La Prueba con los ge-
nerales Salazar y La Mar y los señores Olmedo, Roca y Jimena, ex-
miembros de la Junta, y algunos otros emigrados. Allí se impuso de
los sucesos ocurridos en Guayaquil el 11, 12 y 13 de julio... Allí recibió
también el general San Martín la carta de Bolívar de 22 de junio,
donde decía:
194 El día 28 se reunió el Colegio Electoral y decidió depositar en el Libertador las facultades del Poder

Ejecutivo. El 31, por aclamación, declaró que desde aquel momento quedaba para siempre la provincia
de Guayaquil restituida a la República de Colombia.

209
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

“Yo no pienso como V.E. que el voto de una


provincia debe ser consultado para consti-
tuir la soberanía nacional, porque no son las
partes sino el todo del pueblo el que delibera
en las asambleas generales reunidas libre y
legalmente”. [ ... ] En vista de esta declara-
ción y de tan inesperados sucesos, el Protec-
tor resolvió no desembarcar.195
La noticia de este propósito de San Martín la trajo a Bolívar el
edecán coronel Torres, quien había sido enviado a la Puná con un
mensaje especial que decía:
Exmo. señor Protector del Perú: En este
momento hemos tenido la muy satisfactoria
sorpresa de saber que V.E. ha llegado a las
aguas de Guayaquil. Mi satisfacción está tur-
bada, sin embargo, porque no tendremos
tiempo para preparar a V.E. una mínima
parte de lo que se debe al Héroe del Sur, al
Protector del Perú. Yo ignoro además si esta
noticia es cierta, no habiendo recibido nin-
guna comunicación digna de darle fe.
Me tomo la libertad de dirigir acerca de V.E.
a mi edecán, el señor coronel Torres, para
que tenga la honra de felicitar a V.E. de mi
parte y de suplicar a V.E. se sirva devolver a
uno de mis edecanes, participándome
cuándo se servirá V.E. honrarnos en esta
ciudad.
Yo me siento extraordinariamente agitado
del deseo de ver realizar una entrevista que
puede contribuir en gran parte al bien de la
América Meridional, y que pondrá el colmo

195 LECUNA, VICENTE. Crónica razonada...: 197.

210
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

a mis más vivas ansias de estrechar con los


vínculos de una amistad íntima al padre de
Chile y el Perú.196
¿Por qué la reacción de San Martín, llevada al extremo de los
términos drásticos? Había muchas circunstancias juntas: el que se hu-
biera producido la anexión de Guayaquil a Colombia antes de su lle-
gada; la lectura de la carta de Bolívar, fijadora de una política
internacional bien definida, sobre la cual se asentaba todo cuanto
había ocurrido en Guayaquil; la incapacidad de sus emisarios Salazar
y La Mar para haber actuado con alguna eficacia; además el grave
hecho de que los informes que se le habían suministrado resultaban
ahora contradichos por los diferentes acontecimientos: la pretendida
inmensa mayoría anti-colombiana no existía en verdad. Como conse-
cuencia, no sólo no quiso San Martín desembarcar, sino que “les trató
a los independientes con el mayor desdén”, según carta de Bolívar a
Santander, después de la entrevista. El Protector debió de haber ave-
riguado mucho a los presentes, inquirido en todos los sentidos, como
eminente líder que era. Una vez más, como con Cochrane y la cons-
piración de Lima contra él, hubo de saberse nuevamente solo, sin
nadie en quien confiar íntimamente. Las noticias deformadas que le
habían proporcionado antes, por adularle, por halagarle, resultaban
con su dosis de mentira; y todo quien que descubre una mentira, ad-
vierte el intento de engaño.
Bolívar apresuróse a dirigirle a San Martín una segunda carta:
Al Exmo. señor General don José de San
Martín, Protector del Perú.
Es con suma satisfacción, dignísimo amigo
y señor, que doy a usted por primera vez el
título que mucho tiempo ha mi corazón le
ha consagrado. Amigo le llamo a usted, y
este nombre será el solo que debe quedarnos
de por vida, porque la amistad es el único
vínculo que corresponde a hermanos de
196 BOLÍVAR, SIMÓN. Obras Completas. T. I: 654.

211
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

armas, de empresas y de opinión: así, yo me


doy la enhorabuena, porque usted me ha
honrado con la expresión de su afecto.
Tan sensible me será que usted no venga
hasta esta ciudad como si fuéramos vencidos
en muchas batallas; pero no, usted no dejará
burlada el ansia que tengo de estrechar en el
suelo de Colombia al primer amigo de mi
corazón y de mi patria. ¿Cómo es posible
que usted venga de tan lejos, para dejarnos
sin la posesión positiva en Guayaquil del
hombre singular que todos anhelan conocer
y, si es posible, tocar?
No es posible respetable amigo: yo espero a
usted y también iré a encontrarlo donde
quiera que usted tenga la bondad de espe-
rarme; pero sin desistir de que usted nos
honre en esta ciudad. Pocas horas, como
usted dice, son bastantes para tratar entre
militares, pero no serán bastantes esas mis-
mas horas para satisfacer la pasión de la
amistad que va a empezar a disfrutar de la
dicha de conocer el objeto caro que se
amaba sólo por opinión, sólo por la fama.197
El mismo día en que se producían estas cartas, Bernardo Mon-
teagudo, primer ministro de San Martín y su hombre-eje en la política,
era derrocado en Lima por el pueblo; fue desterrado del Perú.198 Este
golpe a su administración no lo conoció el Protector sino a su regreso
a Lima, y mucho debió de influir en su espíritu para la irrevocabilidad
de la renuncia del poder que había dejado escrita.

BOLÍVAR, SIMÓN. Obras Completas. T. I: 654-655.


197

Expulsado del Perú se refugió en Quito, donde escribió una Memoria sobre los principios que seguí en la
198

administración del Perú, indispensable para tomar una exacta captación del lapso del Protectorado de San
Martín.

212
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

El arribo del general San Martín a Guayaquil ha sido descrito


así, según los documentos y testimonios conocidos:
Mientras iban y venían los edecanes, en el
curso del día 25, la Macedonia avanzaba
majestuosamente hacia el puerto, en el largo
trayecto de la ría. En la mañana del 26 el Li-
bertador Bolívar, impaciente por conocer al
héroe, y expresivo en su trato, subió a salu-
darlo a bordo. Luego, San Martín bajó a tie-
rra con su comitiva y se dirigió a la
espléndida casa inmediata, preparada expre-
samente para él. En el corto trayecto le hizo
los honores un batallón de infantería. Bolí-
var había bajado primero, y de uniformes y
acompañado de su Estado Mayor lo espe-
raba en el vestíbulo, y al acercarse San Mar-
tín se adelantó unos pasos a su encuentro, a
expresarle el saludo oficial. Juntos subieron
al salón. Enseguida de recibir San Martín a
algunas corporaciones y a algunas señoras,
la bellísima señorita Carmen Garaicoa le
ofrendó una corona de laureles esmaltados
en oro; terminados estos actos y agasajos,
los dos caudillos se encerraron a conferen-
ciar. Después de un rato, Bolívar se retiró, y
el general San Martín salió al balcón y saludó
a la reunión con palabras de benevolencia y
gratitud por las expresiones patrióticas con
que se le distinguía.199
Luego de despedidas las visitas, el general
San Martín fue a cumplimentar al Libertador
Bolívar, con el cual estuvo media hora, y re-
gresó a comer.
199 Relato de Rufino Guido, que acompañó a Guayaquil al Protector.

213
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Al día siguiente 27 de julio dio sus disposi-


ciones para el regreso, y volvió a casa de
Bolívar. En esta vez, ambos se encerraron
por cuatro horas. A las cinco de la tarde sa-
lieron al salón y pasaron al comedor a un
banquete de cincuenta personas, obsequio
de Bolívar a su ilustre huésped terminado el
cual el Protector regresó a su casa a descan-
sar.
A las nueve de la noche asistió al baile dado
por la Municipalidad en su honor. A la una
de la madrugada llamó a sus edecanes y,
acompañado del Libertador, salió por una
escalera interior sin dejarse ver del público, y
se embarcó. En el muelle se despidió del
Héroe de Colombia. Ya instalado a bordo,
paseándose en cubierta, dijo a sus edecanes:
“¿Pero han visto ustedes cómo el general
Bolívar nos ha ganado de mano?”.200
Vale decir que quien llega antes llega en realidad dos veces. ¡El
Libertador era un experto en estas jugadas maestras!201
El historiador argentino Bartolomé Mitre escribe, al respecto:
San Martín se había hecho preceder por la
escuadra peruana, que a la sazón se encon-
traba en Guayaquil, bajo las órdenes de su
almirante Blanco Encalada con el pretexto
de recibir la división auxiliar peruano-argen-
tina que desde Quito debía embarcarse en
dicho puerto. Ocupada la ciudad por agua y
por tierra, el Protector contaba ser dueño del

200Relato de Guido. La narración entera es de Vicente Lecuna, en Crónica...: 198-200.


201También Bolívar abandonará el Perú, en 1826, saliendo discretamente de un gran baile de gala que
se le ofrecía en la quinta de la Magdalena y embarcándose luego, en El Callao, en el bergantín Congreso,
rumbo a Guayaquil. Le despidieron los pocos oficiales que lo sabían y Manuela Sáenz.

214
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

terreno, para garantizar el voto libre de los


guayaquileños, y tal vez para inclinarlo a
favor del Perú. Pensaba que a su llegada aún
se hallaría el Libertador en Quito, hasta
donde era su intención dirigirse como lo
había anunciado, a fin de buscar allí el
acuerdo en actitud ventajosa; pero Bolívar
“le ganó de mano”, según él mismo lo de-
claró después.202
Desde el punto de vista humano, interesa conocer lo que cada
uno pensó del otro; cuál fue su captación personal. El general San
Martín nada había expresado por escrito inmediatamente. Cuatro
años después de la entrevista, en una carta a Tomás Guido, dijo es-
cuetamente:
Usted tendrá presente que a mi regreso de
Guayaquil le dije la opinión que me había
formado del general Bolívar es decir una li-
gereza extrema, inconsecuencia en sus prin-
cipios y una vanidad pueril, pero nunca me
ha merecido la de impostor.203
Bolívar apenas a distancia de dos días de la conferencia, contá-
bale a Santander:
Antes de ayer por la noche partió de aquí el
general San Martín, después de una visita de
treinta y seis a cuarenta horas: se puede lla-
mar visita propiamente, porque no hemos
hecho más que abrazarnos, conversar y des-
pedirnos. Yo creo que él ha venido por ase-
gurarse de nuestra amistad, para apoyarse
con ella con respecto a sus enemigos inter-

202MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. T. III: 619.


203Carta desde Bruselas, el 18 de diciembre de 1826. Cf. Archivo de San Martín, Vol. LVIII, citada por
Mitre. Op. cit. T. III: 641. Hay que anotar que la palabra “ligereza” la emplea San Martín en varios de sus
escritos con el sentido de agilidad mental.

215
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

nos y externos. Llévase 1.800 colombianos


en su auxilio, fuera de haber recibido la baja
de sus cuerpos por segunda vez, lo que nos
ha costado más de 600 hombres; así, recibirá
el Perú 3.000 hombres de refuerzo por lo
menos [ ... ] Su carácter me ha parecido muy
militar y parece activo, pronto y no lerdo.
Tiene ideas correctas, de las que a usted le
gustan, pero no me parece bastante delicado
en los géneros de sublime que hay en las
ideas y en las empresas.204
La entrevista dejó un sabor amargo en San Martín. Pero los
dos grandes habían entrado en amistad, y por ellos los pueblos que
representaban. Guayaquil fue un punto de unión, de anudamiento de
fuerzas, de fraternización. Era lo importante, ante la historia. Los pro-
blemas, las peripecias, la suma de hechos que podían herir al uno o al
otro de los líderes fue cuestión que hay que tomarla hoy como cir-
cunstancial. El tiempo ha borrado esas oscuridades; queda en pie lo
otro, lo de entronque y fijación dentro del pensamiento unitario his-
panoamericano. Las palabras de Bolívar son determinantes: “No
hemos hecho más que abrazarnos, conversar y despedirnos”. Un
magno acto de amistad, que empezó a ser vigente y que continúa
incólume.
¿Qué conversaron en aquella entrevista de cuatro horas, más la
media hora previa de casi enseguida de la llegada? Bolívar informó en
detalle tanto al Secretario de Relaciones Exteriores de Bogotá o sea
al Gobierno de Colombia, y al Intendente del Departamento de
Quito, general Sucre, ya que el encuentro de uno y otro líderes se
había producido en esa jurisdicción. También le hizo una síntesis al
Vicepresidente Santander, que dice (carta de Guayaquil del 29 de
julio):

Carta de Guayaquil, del 29 de julio de 1822. Cf. BOLÍVAR, SIMÓN. Obras...: 662-663. También aquí
204

hay que advertir que la palabra “delicado” significa, en lenguaje de Bolívar, agudo. San Martín no era
poeta.

216
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

El Protector me ha ofrecido su eterna amis-


tad hacia Colombia; intervenir en favor del
arreglo de límites; no mezclarse en los nego-
cios de Guayaquil; una Federación completa
y absoluta aunque no sea más que con
Colombia, debiendo ser la residencia del
Congreso Guayaquil; ha convenido en man-
dar un diputado por el Perú a tratar, de man-
común con nosotros, los negocios de
España con sus enviados; también ha reco-
mendado a Mosquera a Chile y Buenos
Aires, para que admitan la Federación; desea
que tengamos guarniciones cambiadas en
uno y otro Estado. En fin, él desea que todo
marche bajo el aspecto de la unión, porque
conoce que no puede haber paz y tranquili-
dad sin ella. Dice que no quiere ser Rey, pero
que tampoco quiere la democracia y sí el que
venga un Príncipe de Europa a reinar en el
Perú. Esto último yo creo que es pro-forma.
Dice que se retirará a Mendoza, porque está
cansado del mando y de sufrir a sus enemi-
gos. No me ha dicho que trajese proyecto
alguno ni ha exigido nada de Colombia, pues
las tropas que lleva estaban preparadas para
el caso. Sólo me ha empeñado mucho en el
negocio del canje de guarniciones; y, por su
parte, no hay género de amistad ni de oferta
que no me haya hecho.
Hay que considerar que la entrevista de los dos líderes se realizó
sin testigo alguno, sin secretario alguno. Por tanto, hay que aceptar in
integrum lo dicho por los propios actuantes.
El informe de Bolívar a la Cancillería de Bogotá –está firmado,
protocolariamente, por el Secretario J. C. Pérez– dice:

217
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Tengo el honor de participar a V.S. que el 26


del corriente entró en esta ciudad S.E. el
Protector del Perú, y tengo el gusto de trans-
mitir a V.S. las más importantes y notables
materias que fueron objeto de las sesiones
entre S.E. el Libertador y el Protector del
Perú, mientras estuvo aquí [ ... ]
Las especies más importantes que ocurrie-
ron al Protector en las conferencias con S.E.
durante su misión en Guayaquil son las si-
guientes:
Primera.– Al llegar a la casa preguntó el Pro-
tector a S.E. si estaba muy sofocado por los
enredos de Guayaquil, sirviéndose de otra
frase más común y grosera aun cual es pelle-
jerías.
Segunda.– El Protector dijo espontánea-
mente a S.E. y sin ser invitado a ello, que
nada tenía que decirle sobre los negocios de
Guayaquil, en los que no tenía que mez-
clarse; que la culpa era de los guayaquileños,
refiriéndose a los contrarios, S.E. le contestó
que se habían llenado perfectamente sus de-
seos de consultar a este pueblo; que el 28 del
presente se reunían los electores y que con-
taba con la voluntad del pueblo y con la plu-
ralidad de los votos de la Asamblea. Con
esto cambió de asunto y siguió tratando de
negocios militares relativos a la expedición
que va a partir.
Tercera.– El Protector se quejó altamente
del mando y sobre todo se quejó de sus
compañeros de armas que últimamente lo

218
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

habían abandonado en Lima. Aseguró que


iba a retirarse a Mendoza, que había dejado
un pliego cerrado para que lo presentaran al
Congreso, renunciando el Protectorado; que
también renunciaría la reelección que con-
taba se haría en él.205 Que desde luego que
obtuviera el primer triunfo se retiraría del
mando militar, sin esperar a ver el término
de la guerra; pero añadió que antes de reti-
rarse dejaría bien establecidas las bases del
gobierno, que éste no debía ser democrático
en el Perú porque no convenía, y última-
mente que debería venir de Europa un Prín-
cipe aislado y solo a mandar aquel Estado.
S.E. contestó que no convenía a la América
ni tampoco a Colombia la introducción de
príncipes europeos porque eran partes hete-
rogéneas a nuestra masa; que S.E. se opon-
dría por su parte si pudiese, pero que no se
opondría a la forma de gobierno que quiera
darse cada Estado, añadiendo sobre este par-
ticular S.E. todo lo que piensa con respecto
a la naturaleza de los gobiernos, refiriéndose
en todo a su discurso al Congreso de An-
gostura. El Protector replicó que la venida
del príncipe sería para después, y S.E. repuso
que nunca convenía que viniesen tales prín-
cipes; que S.E. habría preferido invitar al ge-
neral Iturbide a que se coronase, con tal que
no viniesen borbones, austriacos, ni otra di-
nastía europea. El protector dijo que en el

205 Puede advertirse, según este informe enviado inmediatamente después de la entrevista, el error de

quienes suponen que la Conferencia de Guayaquil produjo la renuncia de San Martín. ¡Si ya la había
dejado escrita, y bajo sobre cerrado, en Lima, antes de partir a Guayaquil! Viajó a verse con Bolívar, pre-
via la decisión que había tomado de retirarse del poder. ¡San Martín era rectilíneo!

219
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Perú había un gran partido de abogados que


querían república, y se quejó amargamente
del carácter de los letrados. Es de presumirse
que el designio que se tiene es erigir ahora la
monarquía sobre el principio de darle la co-
rona a un príncipe europeo, con el fin, sin
duda de ocupar el trono el que tenga más
popularidad en el país o más fuerzas de que
disponer. Si los discursos del Protector son
sinceros, ninguno está más lejos de ocupar
tal trono. Parece muy convencido de los in-
convenientes del mando.
Cuarta.– El Protector dijo a S.E. que Guaya-
quil le parecía conveniente para residencia
de la Federación, la cual ha aplaudido ex-
traordinariamente como la base esencial de
nuestra existencia. Cree que el gobierno de
Chile no tendrá inconveniente en entrar en
ella; pero sí el de Buenos Aires por falta de
unión en él; pero que de todos modos nada
desea tanto el Protector como el que sub-
sista la Federación del Perú y Colombia, aun-
que no entre ningún otro Estado más en
ella, porque juzga que las tropas de un Es-
tado al servicio del otro deben aumentar
mucho la autoridad de ambos gobiernos con
respecto a sus enemigos internos, los ambi-
ciosos y revoltosos. Esta parte de la Federa-
ción es la que más interesa al Protector y
cuyo cumplimiento desea con más vehe-
mencia. El Protector quiere que los reclutas
de ambos Estados se remitan recíproca-
mente a llenar las bajas de los cuerpos, aun
cuando sea necesario reformar el total de

220
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

ellos por licencias, promociones u otros ac-


cidentes. Mucho encareció el Protector la
necesidad de esta medida, o quizás fue la que
más apoyó en el curso de sus conversacio-
nes.
Quinta.– Desde la primera conversación dijo
espontáneamente el Protector a S.E. que en
la materia de límites no habría dificultad al-
guna; que él se encargaba de promoverlo en
el Congreso donde no le faltarían amigos.
S.E. contestó que así debía ser principal-
mente cuando el tratado lo ofrecía del
mismo modo, y cuando el Protector mani-
festaba tan buenos deseos por aquel arreglo
tan importante. S.E. creyó que no debía in-
sistir por el momento sobre una protección
que ya se ha hecho de un modo enérgico y a
la cual se ha denegado el gobierno del Perú
bajo el pretexto de reservar esta materia le-
gislativa al Congreso; por otra parte, no es-
tando encargado el Protector del Poder
Ejecutivo, no parecía autorizado para mez-
clarse en este negocio. Además, habiendo
venido el Protector como simple visita sin
ningún empeño político ni militar, pues ni
siquiera habló formalmente de los auxilios
que había ofrecido Colombia y que sabía se
aprestaban a partir, no era delicado preva-
lerse de aquel momento para mostrar un in-
terés que habría desagradado sin ventaja
alguna, no pudiendo el Protector compro-
meterse a nada oficialmente. S.E. ha pensado
que la materia de límites debe tratarse for-
malmente por una negociación especial en

221
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

que entren compensaciones recíprocas para


rectificar los limites.
Sexta.– S.E. el Libertador habló al Protector
de su última comunicación en que le propo-
nía que aunados los diputados de Colombia,
el Perú y Chile en un punto dado, tratasen
con los comisarios españoles destinados a
Colombia con este objeto. El Protector
aprobó altamente la proposición de S.E. y
ofreció enviar, tan pronto como fuera posi-
ble, al señor Rivadeneira, que se dice amigo
de S.E. el Libertador, por parte del Perú con
las instrucciones y poderes suficientes, y aun
ofreció a S.E. interponer sus buenos oficios
y todo su influjo para con el Gobierno de
Chile a fin de que hiciese otro tanto por su
parte: ofreciendo también hacerlo todo con
la mayor brevedad a fin de que se reúnan
oportunamente estos diputados en Bogotá
con los nuestros.
S.E. habló al Protector sobre las cosas de
México, de que no pareció muy bien ins-
truido y el Protector no fijó juicio alguno
sobre los negocios de aquel Estado. Parece
que no ve a México con una grande conside-
ración o interés.
Manifiesta tener una gran confianza con el
Director Supremo de Chile, General O'Hig-
gins, por su grande tenacidad en sus desig-
nios y por la afinidad de principios. Dice que
el gobierno de la Provincia de Buenos Aires
va cimentándose con orden y fuerza sin
mostrar grande aversión a los disidentes de
aquellos partidos: que aquel país es incon-

222
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

quistable; que sus habitantes son republica-


nos y decididos; que es muy difícil que una
fuerza extraña los haga entrar por camino, y
que de ellos mismos debe esperarse el orden.
El Protector piensa que el enemigo es
menos fuerte que él, y que sus jefes aunque
audaces y emprendedores no son muy temi-
bles. Inmediatamente va a emprender su
campaña por Intermedios en una expedición
marítima y también por Lima, cubriendo la
capital por su marcha de frente.
El Protector ha dicho a S.E. que pida al Perú
todo lo que guste, que él no hará más que
decir sí, sí, sí a todo, y que espera que en Co-
lombia se haga otro tanto. La oferta de sus
servicios y amistad es ilimitada, manifes-
tando una satisfacción y una franqueza que
parecen sinceras.206
Un punto más fue enunciado en la entrevista; se lo comunicó
Bolívar a Santander:
Antes que se me olvide, diré a usted que el
general San Martín me dijo, algunas horas
antes de embarcarse, que los abogados de
Quito querían formar un Estado indepen-
diente de Colombia con estas provincias; yo
le repuse que estaba satisfecho del espíritu
de los quiteños y que no tenía el menor
temor; me replicó que él me avisaba aquello
para que tomase mis medidas, insistiendo
mucho sobre la necesidad de sujetar a los le-
trados y de apagar el espíritu de insurrección
de los pueblos.207
206 BOLÍVAR, SIMÓN. Obras...: 655-658.
207 Carta desde Guayaquil, del 3 de agosto de 1822. Cf. BOLÍVAR, SIMÓN. Obras...: 665.

223
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Y amplía el propio Bolívar, en esa misma carta:


Yo le dije al general San Martín que debía-
mos hacer la paz a toda costa con tal que
consiguiésemos la Independencia, la integri-
dad del territorio y evacuación de las tropas
españolas de cualquier punto de nuestro te-
rritorio; que las demás condiciones se po-
dían reformar después, con el tiempo o con
las circunstancias. Él convino en ello. La no-
ticia sobre los quiteños y esta otra no las
comprendía mi Memoria, porque me parecie-
ron muy graves para que pasasen por las
manos de los dependientes y secretarios;
bien que el mismo sentimiento tengo con
respecto a otras especies de nuestra conver-
sación, que el señor Pérez ha confiado a esos
muchachos de la secretaría.
O'Leary añade, sin duda por información del propio Bolívar:
En su entrevista con San Martín, preguntóle
el Libertador con empeño si no sería prefe-
rible marchar al interior del Perú con toda la
fuerza disponible a dividirla, y de ese modo
exponer al ejército a ser batido en detal, a lo
que contestó el Protector, objetando que las
provincias independientes del Perú no te-
nían los recursos suficientes para mover una
gran fuerza a través de los Andes.208
En la nota oficial dirigida a Sucre sobre la conferencia hay este
añadido:
Ayer al amanecer marchó el Protector, ma-
nifestándose a los últimos momentos tan
cordial, sincero y afectuoso por S.E. como
desde el momento en que lo vio.
208 O'LEARY, DANIEL FLORENCIO. Memorias. T. II: 173. Nota: El Libertador Bolívar realizará la

campaña del Perú según el plan suyo señalado a San Martín, y triunfará en Junín y Ayacucho (1824).

224
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Importa subrayar el espíritu de aquella entrevista; lo señala


Bolívar: cordialidad, sinceridad, afecto. ¿Qué otra actitud sino la de
proscripción de lo turbio cabía entre dos hombres nobles, uno de los
cuales había determinado ya retirarse? Esto, desde el punto de vista
personal; en lo relativo a lo general americano, el asunto céntrico, en
que los dos estuvieron entusiastamente en pleno acuerdo fue el pro-
yecto de Federación. O'Higgins había recibido de Bolívar, seis meses
antes, un mensaje (desde Cali, el 8 de enero de 1822) que elocuente-
mente decía:
De cuantas épocas señala la historia de las
naciones americanas, ninguna es tan gloriosa
como la presente [ ... ] Pero el gran día de
América no ha llegado [ ... ], nos falta poner
el fundamento del pacto social, que debe
formar de este mundo una nación de Repú-
blicas. V.E. colocado al frente de Chile, está
llamado por una suerte muy afortunada a se-
llar con su nombre la libertad eterna y la
salud de América [ ... ] La asociación de los
cinco grandes Estados de América es tan su-
blime en sí misma, que no dudo vendrá a ser
motivo de asombro para la Europa [ ... ]
¿Quién resistirá a la América reunida de co-
razón, sumisa a una ley y guiada por la antor-
cha de la libertad? Tal es el designio que se
ha propuesto el Gobierno de Colombia al
dirigir cerca de V.E. a nuestro Ministro Ple-
nipotenciario senador Joaquín Mosquera.
Dígnase acoger esta misión con toda su bon-
dad. Ella es la expresión del interés de Amé-
rica. Ella debe ser la salvación del Nuevo
Mundo.209

209 BOLÍVAR, SIMÓN. Obras Completas. T. I: 618.

225
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Éste fue el punto más importante de la conferencia; allí se mos-


tró gallardo, decidido y grandioso el sentido americanista continental
de uno y otro Jefe. “La Federación la ha aplaudido el general San Mar-
tín extraordinariamente, como la base esencial de nuestra existencia”,
dijo Bolívar, resumiendo lo tratado en el encuentro de Guayaquil. A
distancia de más de siglo y medio, ese pensamiento integracionista
aparece tan nuevo y tan vigoroso como si hubiese sido forjado en los
propios días actuales. Lo demás, allí conversado o discutido, no al-
canzó la magnitud de lo supertrascendente, aun a pesar de que se dis-
currió sobre cuestiones muy importantes para ese momento: el
problema de Guayaquil, el proyecto monárquico, los límites entre
Colombia y el Perú, la campaña del Perú por venir, el retiro del Pro-
tector.
Quizás con ese espíritu empapado en lo grande llegó San Mar-
tín al Callao-Lima el 20 de agosto. Y se encontró con el golparrón de
lo pequeño, de la política minúscula: la caída de su hombre de máxima
confianza, el ministro Monteagudo, al que unos acusaban de ladrón,
otros de déspota y tiránico; otros –cosa típica de un virreinato orgu-
lloso– de mulato y hasta de homosexual. Sin ese apoyo, San Martín
acentuó más en su conciencia la determinación de retirarse; sabía bien
que las masas habían sido impulsadas por sus muchos enemigos y
que el golpe contra Monteagudo equivalía a un golpe contra él, dado
por la espalda.210 Al generoso rioplatense no le quedaban sino dos o
tres amigos de significación e influjo: Álvarez de Arenales, Alvarado,
Guido. ¿Alguno más? El hombre de tan ingentes merecimientos em-
pezó a sentir muy adentro el mordisco venenoso de la soledad;
comenzaron a insultarle. Probablemente entonces y después, hizo de
consuelo amable la miniatura que le obsequió Bolívar en Guayaquil
con su retrato.211

210 Bernardo Monteagudo había nacido en Tucumán en 1785 y se había graduado en Derecho en la Uni-

versidad de Chuquisaca, una de las más célebres en Hispanoamérica entonces. Su talento era extraordi-
nario; sus métodos políticos, de inflexible rigor. En Lima persiguió sistemáticamente, desde el poder, a
los españoles. Cuando regrese al Perú más tarde, acompañando desde Guayaquil a Manuela Sáenz, vol-
verán los odios contra él, hasta que morirá asesinado.
211 Esta miniatura, de escaso valor artístico, se conserva en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires.

¿Es auténtica?

226
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

De quedarse en el poder, San Martín habría tenido que proce-


der con mano dura. En las Memorias del general Tomás Iriarte queda
bien aclarado el punto, con ocasión del banquete que ofreció en Lon-
dres el caballero inglés señor Robertson a numerosos hispanoameri-
canos, por el reconocimiento que hiciera Inglaterra de la
Independencia de Colombia, México y el Río de la Plata. Uno de los
invitados fue San Martín. Dice Iriarte:
Cuando empezaron a circular las botellas se
habló de política americana, y al hacer men-
ción de los sucesos del Perú durante el
mando del general San Martín, García del
Río manifestó su opinión respecto al sistema
de gobierno más conveniente para consoli-
dar el orden en los nuevos Estados: sostenía
que ningún otro que el arbitrario, el militar,
podría obtener un tal objeto; que la América
necesitaba gobiernos fuertes, vigorosos, te-
mibles; que todo lo demás eran teorías pue-
riles, utopías; que si el general San Martín
hubiera dado fuertes palos no se habría visto
precisado a salir del Perú. Entonces San
Martín dijo: Es verdad, tuve que descender
del gobierno, el palo se me cayó de las
manos por no haberlo sabido manejar.
Cuando San Martín concluyó apoyando a
García del Río, Alvear dirigiéndole la palabra
le dijo en tono muy animado: ¿Conque, ge-
neral, se le cayó a usted el palo de las manos
por no saberlo manejar? –sí señor, contestó
San Martín y trabó una acalorada discusión
con Alvear. Todos tomamos más o menos
parte en la disputa. Alvear detestaba a San
Martín; en Alvear obraba un sentimiento de
envidia por el nombre glorioso de su adver-

227
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

sario. En San Martín tenía otro origen el en-


cono que profesaba a Alvear: era el conoci-
miento de que él tenía.212
Bolívar expresará algo del mismo tenor en una carta al general
Urdaneta, desde Cartagena, pocos meses antes de su muerte:
En todas las guerras civiles ha vencido siem-
pre el más feroz o el más enérgico. Al par-
tido de usted no le queda otro recurso que
optar entre dejar el país o deshacerse de sus
enemigos, porque la vuelta de éstos sería es-
pantosa. Por no colocarme yo en tan cruel
alternativa no me he atrevido a tomar parte
de esta reacción, pues estoy persuadido que
nuestra autoridad y nuestras vidas no se pue-
den conservar sino a costa de sangre de
nuestros contrarios, sin que por este sacrifi-
cio se logren la paz ni la felicidad; mucho
menos el honor.
Y discurrieron, sin alteración mayor, en Lima, los treinta últi-
mos días del general San Martín en el Perú.213 Su acto primero fue
reasumir el mando presidencial, que había encargado a Torre Tagle;
luego, se consagró a preparar el ejército con el cual debía abrirse la
próxima campaña; creía con sinceridad que con las acciones militares
por él previstas terminaría la guerra en el Perú. En una carta al general
Toribio Luzuriaga, en Buenos Aires, lo dice:
El 20 de este mes establezco el Congreso
General y el 21 me embarcaré para Chile [ ...
] Este país queda en completa seguridad:
dejo en solo la capital 11.000 veteranos en

212Memorias del general Tomás de Iriarte, publicadas por Enrique de Gandía. Citadas por Vicente Lecuna en
Crónica razonada..., T. III: 224-225.
213 Guillermo Morón, en su Historia de Venezuela, pág. 324, transcribe una aserción de Salvador de Ma-

dariaga: “Los ánimos estaban contra San Martín, tanto por ser extranjero como por ser monárquico”
(Bolívar. T. II: 204 de Madariaga).

228
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

el mejor estado. Rudecindo (Alvarado) saldrá


pronto con una expedición de 4.500 hom-
bres escogidos, para Intermedios, ínterin
Arenales los desaloja de la sierra. Si, como
creo, hay actividad y juicio en las operacio-
nes, en este año no quedan enemigos en el
Perú. A más de esto, Enrique Martínez se
halla de Presidente de Trujillo con dos bata-
llones de infantería, otro de artillería y dos
escuadrones de caballería, prontos a obrar
donde convenga. Usted me dirá que estando
esto a su conclusión no aprueba mi separa-
ción, pero, mi compadre, usted conoce el es-
tado de mi salud, y más que todo ya me es
insoportable oír decir que quiero coronarme
y tiranizar el país. Vayan todos con Dios, y
probemos si me dejan de tildar de ambi-
cioso, metiéndome en un rincón donde
pueda vivir ignorado de todo el mundo.214
A su amigo O'Higgins, Director Supremo de Chile, le confía
más detalles en carta del 25 de agosto:
Va a llegar la época porque tanto he suspi-
rado. El 15 ó 16 del entrante voy a instalar el
Congreso; el siguiente día me embarcaré
para gozar de la tranquilidad que tanto nece-
sito, es regular pase a Buenos Aires a ver a
mi chiquilla: si me dejan vivir en el campo
con quietud, permaneceré; si no, me mar-
charé a la Banda Oriental.
Se ha reforzado el ejército con cuatro bata-
llones y tres escuadrones. Tres de los prime-
ros son de Colombia, el total del ejército se
compone en el día de más de once mil vete-
ranos.
214 Documentos del Archivo de San Martín. T. X: 351.

229
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

El éxito de la campaña que al mando de Ru-


decindo (Alvarado) y Arenales se va a em-
prender, no deja la menor duda de su éxito.
Usted me reconvendrá por no concluir la
obra empezada; usted tiene mucha razón,
pero más tengo yo. Créame, amigo mío, ya
estoy cansado de que me llamen tirano, que
en todas partes quiero ser rey, emperador y
hasta demonio, por otra parte, mi salud está
muy deteriorada, el temperamento de este
país me lleva a la tumba; en fin mi juventud
fue sacrificada al servicio de los españoles,
mi edad media al de mi patria, creo que
tengo derecho de disponer de mi vejez.
La expedición a Intermedios saldrá del 12 al
15, fuerte de 4.300 hombres escogidos. Are-
nales debe amenazar de frente a los de la sie-
rra para que Rudecindo no sea atacado por
todas las fuerzas que ellos podrán reunir. La
división de Lanza, fuerte de 900 hombres ar-
mados, debe cooperar a este movimiento ge-
neral; es imposible tener un mal suceso.215
O sea que para San Martín, mediante las acciones militares por
él ordenadas, el problema bélico podía considerarse terminado. Era
su convicción. La carta de despedida suya a Alvarado dice:
Mi querido Rudecindo: voy a embarcarme.
Usted queda para concluir la gran obra.
Cuánto suavizará usted el resto de mis días
y el de las generaciones, si usted la finaliza,
como estoy seguro, con felicidad.216

Documentos del Archivo de San Martín. T. V: 516.


215

PAZ SOLDÁN, MARIANO FELIPE. Historia del...: 347.


216

230
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Su creencia al respecto, era tan profunda, que llegó a decirle al


Congreso:
He cumplido la promesa sagrada que hice al
Perú: he visto reunidos los representantes.
La fuerza enemiga ya no amenaza la inde-
pendencia de unos pueblos que quieren ser
libres y que tienen medios para serlo.217
Por desgracia, los hechos reales contradijeron dramáticamente
luego, tan esperanzado optimismo.
El día 20 de septiembre (1822), convocado por el Protector dos
días antes, por decreto especial, se reunió en Lima el primer Congreso
Constituyente del Perú; los cincuenta y un diputados sesionaron en
una sala de la Universidad de San Marcos. Al instalarlo, San Martín en-
tregó el poder de la República a los legisladores con estas palabras de
sencilla grandeza:
Al deponer la insignia que caracteriza al Jefe
Supremo del Perú, no hago más sino cum-
plir con mis deberes y con los votos de mi
corazón. Si algo tienen que agradecerme los
peruanos, es el ejercicio del supremo poder
que el imperio de las circunstancias me hizo
obtener. Hoy felizmente que lo dimito, pido
al Ser Supremo el acierto, luces y tino que
necesita para hacer la felicidad de sus repre-
sentados. Peruanos, desde este momento
queda instalado el Congreso Soberano, y el
pueblo reasume el Poder Supremo en todas
sus partes.
Era un acto cívico ejemplar y noble, que impresionó indeleble-
mente a los diputados. Luego se retiró, acompañado de Tomás Guido
y se trasladó a su residencia gubernativa oficial en La Magdalena, en
las afueras de Lima. Entregó antes seis pliegos cerrados, para que el
217 Archivo de San Martín. T. X: 354.

231
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Congreso los leyera y estudiara. Uno de ellos aclaraba el texto de su


renuncia, ya que había la posibilidad de que el Congreso quisiera otor-
garle el Poder Supremo nuevamente:
Señores –decía el texto–: lleno de laureles en
los campos de batalla, mi corazón no ha sido
jamás agitado de la dulce emoción que lo
conmueve en este día venturoso. Un enca-
denamiento prodigioso de circunstancias ha
hecho ya indudable la suerte futura de la
América, y la del pueblo peruano sólo nece-
sitaba de la representación nacional para fijar
su permanencia y prosperidad. Mi gloria está
colmada cuando veo el Congreso Constitu-
yente: en él dimito el mando supremo que la
necesidad me hizo tomar contra los senti-
mientos de mi corazón, y lo he ejercido con
tanta repugnancia que sólo la memoria de
haberlo obtenido acibarará, si puedo decirlo
así, los momentos del gozo más satisfacto-
rio. Si mis servicios por la causa de América
merecen consideración al Congreso, yo los
represento hoy sólo con el objeto de que no
haya un solo sufragante que opine por mi
continuación al frente del gobierno.218
La renuncia era, pues, irrevocable. En sus palabras no aparece
lucha interior alguna: más bien, la decisión muestra la serenidad de lo
inconmovible. Podría recordarse aquí el lenguaje, también austero, de
Bolívar, al presentar su definitiva renuncia del poder ante el Congreso
de 1830:
Disponed de la Presidencia, que respetuosa-
mente abdico en vuestras manos. Desde hoy
no soy más que un ciudadano armado para
defender la patria y obedecer al gobierno.
218 Biblioteca de Mayo. T. XVII, 2a. p.: 15649.

232
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Cesaron mis funciones públicas para siem-


pre. Os hago formal y solemne entrega de la
autoridad suprema, que los sufragios nacio-
nales me habían conferido.219
Lenguaje parecido el de los dos líderes. Al uno le esperaba un
largo, larguísimo destierro; al otro, la muerte, a distancia de unos cuan-
tos meses. Ambos cerraban ya su ciclo vital prodigioso.
Las coincidencias sorprenden siempre, en el relato histórico.
Para San Martín, el mes de septiembre fue determinante. En un sep-
tiembre de 1811 se separó del ejército español; en uno de 1820, de-
sembarcó en Paracas, abriendo así la campaña del Perú; ahora, en
1822, este septiembre será indeleble como los otros, pero marcado no
con la luz del porvenir, sino con la de la fijación del adiós definitivo.
Desde La Magdalena se dirigió a los peruanos, en una última
proclama:
Presencié la declaración de la Independencia
de los Estados de Chile y el Perú; existe en
mi poder el estandarte que trajo Pizarro para
esclavizar el imperio de los Incas, y he de-
jado de ser hombre público; he aquí recom-
pensados con usura diez años de revolución
y guerra. Mis promesas para con los pueblos
en que he hecho la guerra están cumplidas:
hacer la independencia y dejar a su voluntad
la elección de sus gobiernos. La presencia de
un militar afortunado [por más desprendi-
miento que tenga] es temible a los Estados
que de nuevo se constituyen. Por otra parte,
yo estoy aburrido de oír decir que quiero ha-
cerme soberano. Sin embargo, siempre es-
taré dispuesto a hacer el último sacrificio por
la libertad del país, pero en clase de simple

219 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Bolívar: 247.

233
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

particular y no más. En cuanto a mi con-


ducta pública, mis compatriotas [como en lo
general de las cosas] dividirán sus opiniones;
los hijos de éstos darán el verdadero fallo.220
Bolívar dirá: “La posteridad me hará justicia y esta esperanza es
cuanto poseo para mi felicidad”. Para uno y otro, el fallo está dado
desde hace tiempo. ¡No ha habido en América grandeza creativa
mayor que la de los libertadores!
Los congresistas, alarmados con la renuncia, enviaron comi-
siones para tratar de persuadir al Protector, que se mostró inflexible.
Una delegación le entregó el decreto en que se le llamaba “El primer
soldado de la libertad” y se le daba el nombramiento de Generalísimo
de los ejércitos de mar y tierra de la República, con un sueldo vitalicio
de doce mil pesos anuales. La respuesta escrita expresa:
Al terminar mi vida pública, después de
haber consignado en el seno del augusto
Congreso del Perú el Mando Supremo del
Estado, nada ha lisonjeado tanto mi corazón
como el escuchar la expresión solemne de la
confianza de vuestra soberanía en el nom-
bramiento de Generalísimo de las tropas de
la Nación que acabo de recibir [ ... ] Pero, re-
suelto a no traicionar mis propios sentimien-
tos y los grandes intereses de la Nación,
permítame V.S. le manifieste que una penosa
y dilatada experiencia me induce a presentir
que la distinguida clase a que V.S. se ha dig-
nado elevarme, lejos de ser útil a la nación si
la ejerciese, cruzaría sus justos designios alar-
mando el celo de los que anhelan por una
positiva libertad; dividiría la opinión de los
pueblos y disminuiría la confianza que sólo

220 Biblioteca de Mayo. T. XVII, 2a. p.: 15654.

234
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

puede inspirar V.S. en la absoluta indepen-


dencia de sus decisiones. Mi presencia,
señor, en el Perú con las relaciones del poder
que he dejado y con la fuerza, es inconsis-
tente con la moral del cuerpo soberano y
con mi opinión propia; porque ninguna
prescindencia personal, por mi parte, alejaría
los tiros de las maledicencia y de la calumnia.
He cumplido, señor, la promesa sagrada que
hice al Perú: he visto reunidos los represen-
tantes; la fuerza enemiga ya no amenaza la
independencia de unos pueblos que quieren
ser libres y que tienen medios de serlo [ ... ]
Nada me resta sino tributar a V.S. los votos
de mi más sincero agradecimiento, y la firme
protesta que si algún día se viese amenazada
la libertad de los peruanos, disputaré la glo-
ria de acompañarles para defenderla como
un ciudadano.221
Ante la persistente negativa, el Congreso acordó otorgarle a
San Martín el título de “Fundador de la libertad del Perú” y el grado
de Capitán General. Decidió, además, que se erigiese una columna,
con inscripciones relativas a sus servicios; que se colocara en la Biblio-
teca de Lima fundada por él, un busto suyo y que tuviera siempre, en
el Perú, los honores de Poder Ejecutivo.222
Había un amargo denso, corrosivo, en el espíritu del Protector.
En todas sus últimas expresiones públicas se queja; reiteradamente
dice que está cansado, aburrido de oír que quiere ser soberano: “estoy
cansado de que me llamen tirano, que quiero ser rey, emperador y
hasta demonio”; se refiere a “los tiros de la maledicencia y la calum-

221Archivo de San Martín. T. X: 354, 357.


222O'Higgins gestionó reiteradamente el pago de la pensión asignada a San Martín por el Congreso.
Consiguió tres mil pesos, hacia 1832; cuatro años más tarde, en 1836, obtuvo un decreto que restablecía
la vigencia de aquel sueldo, con conocimiento expreso de lo que se adeudaba. Posteriormente, en 1842,
volvió a decretarse el reconocimiento de la pensión...

235
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

nia”. Muchos fueron muy injustos con él. Los periódicos El Deposi-
tario y La Abeja Republicana le atacaron hasta el punto que el propio
San Martín reaccionó airadamente contra eso, en justísimo rechazo.223
La ingratitud, en su colosal maldad, ha sido el logro inmediato de los
grandes. También Bolívar, en su despedida de Santa Marta, tuvo que
decir: “Mis enemigos hollaron lo que es más sagrado: mi reputación
y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que
me han conducido a las puertas del sepulcro”. ¿Y el periódico Aurora,
de Filadelfia, no escribía esto contra el libertador norteamericano
Jorge Washington: “Este día de la terminación de su Presidencia
debería ser un día de júbilo en los Estados Unidos, pues el hombre
que es la fuente de todas las desgracias de nuestro país, vuelve hoy a
hallarse al mismo nivel que sus conciudadanos”?224
Antes de embarcarse en el bergantín Belgrano, en el puerto de
Ancón, hízole San Martín esta confidencia a su amigo Guido:
Por muchos motivos no puedo ya mante-
nerme en mi puesto sino bajo condiciones
decididamente contrarias a mis sentimientos
y mis convicciones más firmes. Voy a de-
cirlo: para sostener el honor y la disciplina
del ejército, tendría necesidad de fusilar al-
gunos jefes, y me falta valor para hacerlo con
compañeros que me han seguido en los días
prósperos y adversos.225
Este grande hombre, que jamás había sentido ni ambición ni
vanidad, calumniado como ambicioso y aspirante al despotismo; este
gran general que tanto tuvo en poder suyo en Lima, al ejercer el Poder
Supremo del Perú, se embarcó y partió, “llevándose consigo por todo
caudal ciento veinte onzas de oro, el estandarte de Pizarro y la cam-
panilla de oro de la Inquisición de Lima”.226 Su desinterés estuvo a la
altura de su nombre excelso.
223 PETRIELLA, DIONISIO. Op. cit.: 321.
224 RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Bolívar: 247.
225 GUIDO, TOMÁS. “El general San Martín. Su retirada del Perú”. La Revista de Buenos Aires, N. 13,

año II.
226 PETRIELLA, DIONISIO. Op. cit.: 323.

236
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Bolívar, después de la entrevista de Guayaquil, se toma unos


días de descanso en la hacienda “El Garzal”, probablemente en com-
pañía de Manuela Sáenz. Está eufórico con los acontecimientos de ese
1822, a tal punto, que le escribe al Vicepresidente Santander (29 de
julio):
Gracias a Dios, mi querido general, que he
logrado con mucha fortuna y gloria, cosas
bien importantes: primera, la libertad del
Sur; segunda, la incorporación a Colombia
de Guayaquil, Quito y las otras provincias;
tercera, la amistad de San Martín y del Perú
para Colombia; y cuarta, salir del ejército
aliado, que va a darnos en el Perú gloria y
gratitud por aquella parte. Todos quedan
agradecidos, porque a todos he servido, y
todos nos respetan porque a nadie he
cedido. Los españoles mismos van llenos de
respeto y de reconocimiento al gobierno de
Colombia. Ya no me falta más, mi querido
amigo, si no es poner a salvo el tesoro de mi
prosperidad, escondiéndolo en un retiro
profundo, para que nadie me lo pueda robar:
quiero decir que ya no me falta más que re-
tirarme y morir. Por Dios, no quiero más: es
por la primera vez que no tengo nada que
desear y que estoy contento con la fortuna.
Esta reacción en Bolívar es muy rara, tal vez única. ¿Bolívar
satisfecho?
De Guayaquil se dirige a Cuenca, en ese septiembre tan sanmar-
tiniano, con el propósito de visitar las provincias del Sur, incorporadas
a Colombia. Al día siguiente de llegado, envía una comunicación tras-
cendente a los gobiernos del Perú –aún a cargo de San Martín–, Chile
y Río de la Plata; está muy preocupado por la situación peruana.

237
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

La nota va firmada por el secretario del Libertador, capitán José


Gabriel Pérez, y expresa:
[ ... ] Aunque S.E. el Protector del Perú, en su
entrevista en Guayaquil con el Libertador,
no hubiese manifestado temor de peligro
por la suerte del Perú, el Libertador no obs-
tante se ha entregado desde entonces a la
más detenida y constante meditación, aven-
turando muchas conjeturas que quizá no son
enteramente fundadas, pero que mantienen
en la mayor inquietud el ánimo de S.E.
El Libertador ha pensado que es de su deber
comunicar esta inquietud a los gobiernos del
Perú y de Chile, y aún al del Río de la Plata,
y ofrecer desde luego todos los servicios de
Colombia en favor de Perú. S.E. se propone
en primer lugar mandar al Perú cuatro mil
hombres más de los que se han remitido ya,
luego que reciba la contestación de esta
nota, siempre que el gobierno del Perú tenga
a bien aceptar la oferta de este nuevo re-
fuerzo, el que no marcha inmediatamente
porque no estaba preparado y porque tam-
poco se ha pedido por parte de S.E. el Pro-
tector. Si el gobierno del Perú determina
recibir los cuatro mil hombres de Colombia,
espera el Libertador que vengan transportes
y víveres para llevarlos.
En el caso de remitirse al Perú esta fuerza, el
Libertador desearía que la campaña del Perú
se dirigiese de modo que no fuese decisiva y
se esperase la llegada de los nuevos cuerpos
de Colombia, para obrar inmediatamente y
con la actividad más completa, luego que es-

238
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

tuviesen incorporados al ejército aliado [ ... ]


[ ... ] Además me manda S. E. el Libertador
decir a V.S. cuáles son sus designios ulterio-
res, en el caso de que el ejército aliado no
venga a ser vencedor en la nueva campaña
del Perú. Desearía S.E. que los restos del
ejército aliado, siempre que éste tenga algún
infortunio, se retire hacia el norte, de modo
que pueda inmediatamente recibir seis u
ocho mil hombres de refuerzo, que irían in-
mediatamente a Trujillo o más allá. Si los
restos del ejército aliado llegasen a replegar
por algún accidente hacia el Sur, S.E. desea-
ría que el gobierno de Chile le prestase un
refuerzo igual, para que obrando por aquella
parte se pudiese dividir la atención de los
enemigos, mientras que el ejército de
Colombia por el norte obraba sobre Lima
en unión de los cuerpos que levantasen en
Piura y Trujillo.
De todos modos, es el ánimo del Libertador
hacer los mayores esfuerzos por rescatar el
Perú del imperio español [ ... ]227

Tan preocupado estaba Bolívar, que le escribió enseguida a San-


tander:
Diré a usted que después de mi llegada a esta
ciudad [Cuenca], se han multiplicado mis
cuidados con respecto al Perú, por los infor-
mes que me han dado el coronel Heres de
la incapacidad de los jefes del Perú y de la
mucha capacidad de los contrarios. Me ase-
gura Heres, a quien creo, que los realistas del
227 El texto completo se halla en LECUNA, VICENTE. Crónica razonada... T. III: 216-218.

239
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Perú saben maniobrar perfectamente, y que


triunfarán si se baten en el campo raso con
los independientes. Asegura que la actividad
de los godos es infinita, y la corrupción de
los nuestros también infinita; que la indisci-
plina, la falta de entusiasmo, falta de sistema
y, en una palabra, falta de cabeza de los inde-
pendientes contrasta con las cualidades que
tienen los realistas [ ... ] Ya me tiene usted
lleno de ansiedades, cavilando día y noche
[ ... ] No tenemos en el Sur más que 2.000
hombres veteranos [ ... ] Yo estoy resuelto a
tomar entonces las medidas más terribles a
fin de levantar 8 ó 10.000 hombres [ ... ] Yo
creo que todo nos queda por hacer, si San
Martín no triunfa en el Perú [ ... ] Ojalá que
San Martín no aventure nada hasta que no
haya recibido los 4.000 hombres que le he
ofrecido.
Días después, al mismo Santander:
Yo digo que las cosas del Sur marchan dia-
bólicamente con Salom, con Sucre, con la
Guardia y con todos los departamentos del
Sur, y yo con ellos, si sufrimos un mal suceso
en el Perú. Este caso me tiene en una inquie-
tud mortal, porque no le veo remedio eficaz,
si llega a suceder.
Santander no entendía bien el problema; Bolívar tuvo que
explicárselo, desde la misma Cuenca (29 de septiembre):
Usted me repite que debemos cuidar de pre-
ferencia nuestra casa antes que la ajena; esto
no merece respuesta, porque el enemigo no
es casa ajena sino muy propia. Yo no sé por

240
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

qué usted se ha imaginado que el único ejér-


cito español que hay en el continente de
América, mandado por excelentes jefes,
debe ser despreciado. Usted ve las cosas del
Sur con muy poco interés, porque no palpa
los peligros que pueden amenazarlo. Yo le
digo a usted con franqueza que el ejército
real del Perú puede neutralizar todos nues-
tros sucesos y renovar la lucha con el mismo
peligro que antes.
De Cuenca siguió Bolívar a Loja, a donde llegó el 10 de octubre.
Entregáronle inmediatamente el correo de Lima. Por él supo, ese día,
la renuncia de San Martín y su viaje inmediato hacia Chile. ¿Cuál fue
su reacción? La mostró concretamente en varias cartas. A Santander
(Loja, 11 de octubre):
San Martín se ha ido para Chile, después de
hacer su renuncia y sus proclamas. El gene-
ral La Mar está nombrado de Presidente de
un Triunvirato [con Felipe Antonio Alva-
rado y el conde de Vistaflorida, Manuel Sa-
lazar Baquijano] que ejerce las funciones de
poder ejecutivo, sujeto en todo y por todo al
Congreso [ ... ] La composición de ese go-
bierno es mala; yo preveo funestísimas con-
secuencias de un principio tan vicioso [ ... ]
Los nuestros deben desanimarse mucho con
el escape de San Martín, que debe aparecer
como una declaración del peligro en que se
encuentra el Perú, como realmente lo tiene,
sin la menor duda.
Al general La Mar (Loja, 14 de octubre):
Es infinita la satisfacción que he tenido al
saber que usted está a la cabeza del poder

241
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

ejecutivo del Perú. La pérdida que se ha


hecho del general San Martín no puede ser
reparada sino por usted y el general Alva-
rado [ ... ] El general San Martín era respe-
tado del ejército, acostumbrado ya a
obedecerle; el pueblo del Perú lo veía como
su libertador; él, por otra parte, había sido
afortunado [ ... ] En fin, mi amigo, el Perú
ha perdido un buen capitán y un bienhechor
[ ... ] Yo preví que usted habría de reempla-
zar al Protector desde que tuve la fortuna de
conocer a éste en Guayaquil; me parecía
muy distante de querer continuar en el
mando, y así juzgué que la buena suerte lle-
vaba a usted al Perú a sucederle.
Al general Rafael Urdaneta (Cuenca, 27 de octubre):
San Martín se fue para Chile y ha dejado el
Perú entregado a todos los horrores de la
guerra y de la anarquía; yo preferiría que los
peruanos se despedazasen, vencedores, a
que sean subyugados por los españoles, por-
que aquel caso nos haría menos daño que el
último.
Al general La Mar (Cuenca, 28 de octubre):
Mucho me inquieta la suerte del Perú [ ... ]
Lo que puedo ofrecer a usted es auxiliar al
Perú en cuanto esté de mi parte [ ... ] Todavía
no he recibido respuesta de ese gobierno
sobre mi oferta de los 4.000 hombres,
habiendo podido recibirla. Se dice que han
dudado a causa de los chismes que inundan
ese país contra mí.

242
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

El Perú no aceptó los 4.000 hombres ofrecidos por Bolívar.


Creía con San Martín, que las tropas disponibles eran más que sufi-
cientes para atacar y vencer a los españoles en el Perú. San Martín le
había escrito a O'Higgins:
Se ha reforzado el ejército con cuatro bata-
llones y tres escuadrones. Tres de los prime-
ros son de Colombia; el total del ejército se
compone en el día de once mil veteranos. El
éxito de la campaña que al mando de Rude-
cindo [Alvarado] y Arenales se va a empren-
der, no deja la menor duda de su éxito.
Esto lo decía cuatro semanas antes de su renuncia. Con este
criterio a la vista, que era la conciencia general de los peruanos, el
gobierno de Lima le escribió a Bolívar el 25 de octubre:
La Suprema Junta Gubernativa del Perú, en
virtud de resolución del Soberano Congreso,
me manda conteste a V.S. con respecto a su
nota de 9 de septiembre anterior, sobre pla-
nes de guerra, manifestándole el reconoci-
miento del Perú a las generosas ofertas de
S.E. el Libertador de Colombia, de que se
hará uso oportunamente, y que entre tanto
podría S.E. auxiliar este Estado con el mayor
número posible de fusiles, cuyo artículo hace
notable falta; en la inteligencia que su valor
será satisfecho religiosamente, tan pronto
como se desahogue algún tanto el Erario.228

228 O'LEARY, DANIEL FLORENCIO. Documentos. T. XIX: 389.

243
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Esta nota debió de indignarle al Libertador, que sabía con pre-


cisión la auténtica realidad de los ejércitos peruanos y la de los espa-
ñoles. A Santander le expresa su comentario (Quito, 6 de diciembre):
El Congreso del Perú no quiere que yo
mande ni aún refuerzos, porque me han
cogido miedo con el negocio de Guayaquil.
Usted verá la respuesta que me ha dado
aquel gobierno, indigna a la verdad de una
sana política y de la gratitud que nos
debían.229
¿Cuáles fueron los principios políticos del gobierno de San
Martín en el Perú, durante los catorce meses de su Protectorado? Tal
vez el documento que los señale nítidamente sea la Memoria que su mi-

229 Esta decisión de Bolívar de auxiliar con tropas el Perú, pues advertía posibles desastres militares allá

–que se produjeron a muy corto plazo– fue tergiversada y falseada en una carta que publicó el capitán
francés C. Lafond en su obra: Voyages autour du monde et naufrages célèbres. Voyages dans les Amériques. París,
T. II, 1844: 136-137. Supuestamente, la carta es de San Martín a Bolívar, con fecha 29 de agosto de
1822, desde Lima. (Fue reproducida y ampliamente comentada por los escritores argentinos Alberdi, Sar-
miento y Mitre, en el siglo pasado). El historiador venezolano Vicente Lecuna, con otros historiadores,
la consideran apócrifa; el original no ha sido nunca localizado, hasta hoy. Contiene evidentemente, datos
falsos e incurre en contradicciones; está escrita en un estilo que no es el de San Martín; trae, en suma,
lo suficiente para desecharla como documento inauténtico. También a Bolívar, después de su muerte,
le inventaron una carta a Fanny du Villars. Los componedores de la historia los hay en todas partes. Esta
vez, a San Martín había que inventarle algo en relación con la entrevista de Guayaquil; algo, de interés
localista o “patriótico”, para tratar de darle otra interpretación a su renuncia del poder. Con esto, no se
le ha engrandecido sino que se le ha ofendido. Varón recto, muy claro en sus cosas y muy concreto, dejó
dicho cuanto tenía que decir y hecho cuanto quiso hacer, según su criterio enteramente personal. A
Guayaquil llegó cuando ya en Lima había dejado el texto de su renuncia; se lo dijo a Bolívar; su decisión
estaba tomada con anterioridad a la conferencia, de modo que ésta nada tuvo que ver con motivos nue-
vos para la dejación del poder. En el presente trabajo se han extractado todas las cartas sanmartinianas
relativas al caso. ¿Por qué ni para qué hacer depender su retiro de la referida entrevista? Es hacerle poco
favor; es humillarlo, presentándole sometido a las determinaciones de Bolívar.
El primer dato falso es el de que el ejército realista estaba integrado por 19.000 hombres; según el es-
tado formado por el coronel Vidal, en agosto de aquel 1822, era de 10.930 soldados, de los cuales en la
parte baja del Perú no estaban sino 8.250. San Martín tenía 11.000 veteranos; por esto le dijo a Bolívar
que él era más fuerte que los españoles. El otro dato falso es el de que las bajas de la división peruana
de Santa Cruz, que combatió en Pichincha, no habían sido reemplazadas. Al respecto, Bolívar le escribió
a Santander: “Les he dado el batallón Cuenca por las bajas sufridas de Quito y Guayaquil, a fin de que
los peruanos no se quejen nunca de que no se les ha llenado admirablemente la contrata que hizo el ge-
neral Sucre con el general Santa Cruz a su venida”. También se dice en la carta que la división Santa Cruz
había perdido muchas unidades al regresar al Perú por tierra; la realidad es que viajó por mar. ¿Con qué
objeto este falseamiento? Para justificar la renuncia de San Martín, fundamentándola en la negativa de
Bolívar a proporcionarle tropas. Dícele San Martín, en su supuesta carta a Bolívar: “Los resultados de

244
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

nistro Bernardo Monteagudo publicó en Quito en 1823, con el título


de Memoria sobre los principios que seguí en la administración del Perú y acon-
tecimientos posteriores a mi separación. Este ministro era el rector de la po-
lítica entonces y el hombre en quien San Martín tenía confianza cabal.
Vale señalar los puntos sustanciales de aquel documento, redactado
en la serenidad del destierro.
Al tomar sobre mí –dice– la parte activa en
la dirección de los negocios, escribí en la
tabla de mis deberes los principios que mi
conciencia me dictaba. Los he seguido con
puntualidad y los profeso con firmeza, por-
que mil veces sería víctima de la revolución
antes que cambiarlos [ ... ] El furor demo-
crático, y algunas veces la adhesión al sis-

nuestra entrevista no han sido los que me prometía, para la pronta terminación de la guerra [ ... ] Las
noticias que tienen de las fuerzas realistas son equivocadas [ ... ] Sin el apoyo del ejército de su mando,
la operación que se prepara por Puertos Intermedios no podrá conseguir las ventajas que debían espe-
rarse, si fuerzas poderosas no llamaran la atención del enemigo por otra parte”. Bien sabido queda, por
todo cuanto se ha trascrito en páginas anteriores, que Bolívar, después de la entrevista, no pensó obse-
sivamente sino en el auxilio de tropas al Perú, aun a pesar de que San Martín no se hubiera referido al
punto por considerarse, con sus ejércitos, más fuerte que el enemigo.

Todo esto, en la carta, es de segundos planos. Se la forjó con fines estrictamente políticos y
de vanidad regional, en el siglo pasado –hoy, no rige ese criterio–, para tratar de poner en vigencia un
sentido de egoísmo y mezquindad en Bolívar, frente al desprendimiento de San Martín. La carta de La-
fond –un resentido contra Bolívar, a quien, en otra parte juzga “inferior” a San Martín, por considerar
él, Lafond, que la guerra de Colombia no la ganó el Libertador sino que fue obra de sus generales–
busca crear una situación de rivalidad o competencia entre los dos grandes líderes, inventando un pro-
blema que no existió: el de saber quién iba a manda en el Perú, en la continuación de la guerra, después
de Guayaquil. Esta cuestión no la pensó nadie. Mientras fuera San Martín el Jefe de aquel Estado, a él
le correspondía ese comando. Al renunciar el poder, le tocaba la cuestión al Congreso peruano que se
hallaba reunido. Y ese Congreso le designó al general La Mar, junto con el general Alvarado. Fueron ellos
los nuevos jefes. ¿Qué cuestión de disputa de comando iba a brotar de la entrevista? Lafond, o quien
escribió la falsa carta, estampó este disparate: “Yo (San Martín) estoy, desgraciadamente, íntimamente
convencido, o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de
mi mando, o que mi persona le es embarazosa”. Ni San Martín ni Bolívar pudieron hablar de un punto
que no era motivo de controversia, por inexistente. Añade la carta, aun con mayor desacierto: “Para mí
hubiese sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un
general a quien la América del Sur debe su libertad”. San Martín jamás se subestimó a si mismo, ni
jamás su sencilla austeridad le llevó a minimizarse. ¿No les recordó a los peruanos, al despedirse, que
había actuado en la emancipación de Chile y el Perú, al decir: “Presencié la declaración de la indepen-
dencia de los Estados de Chile y el Perú: he aquí recompensados con usura diez años de revolución y
de guerra”? Tanto como apócrifa, la carta de Lafond es ofensiva a la memoria de San Martín.

245
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

tema federal, han sido para los pueblos de


América la funesta caja que abrió Epimeteo,
después que la belleza de la obra de Vulcano
sedujo su imprudencia.
Monteagudo, con San Martín y muchos, fue pro-monárquico
irreductible:
Aunque el Perú tenía los mismos motivos de
resentimiento contra el gobierno peninsular
que el resto de América, en ninguna parte
estaba más radicado su influjo, por el mayor
número de españoles que existían en aquel
territorio, por la gran masa de sus capitales,
y por otras razones peculiares a su pobla-
ción. El odio a los desoladores del nuevo
mundo había sido en los demás países el
agente principal de la revolución. Era pre-
ciso generalizar este sentimiento en el Perú,
y convertirlo en una pasión popular que, ha-
ciendo tomar un fuerte interés por la causa
de la independencia, borrase hasta los vesti-
gios de esa veneración habitual que los hom-
bres tributan involuntariamente a los que
por mucho tiempo han estado en posesión
de hacerlos desgraciados. He aquí el primer
principio de mi conducta pública. Yo empleé
todos los medios que estaban a mi alcance
para inflamar el odio contra los españoles:
sugerí medidas de severidad, y siempre
estuve pronto a apoyar las que tenían por
objeto disminuir su número y debilitar su
influjo público y privado. Esto era en mí sis-
tema, no pasión.
Obviamente se alzó el oleaje de resistencia que no pudieron
atajar ni el respeto del gobierno a los títulos nobiliarios ni el mante-

246
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

nimiento de ciertas normas coloniales. Los ofendidos urdieron la


caída del ministro, de manera fatal. Por lo mismo, esa política fue da-
ñina para el gobierno de San Martín; y fueron esos españoles acosa-
dos y perseguidos los que empezaron a hablar del “Rey José”.
El segundo principio que seguí en mi admi-
nistración –continúa Monteagudo– fue res-
tringir las ideas democráticas: bien sabía que
para atraerme el aura popular no necesitaba
más que fomentarlas, pero quise hacer el pe-
ligroso experimento de sofocar en su origen
la causa que en otras partes nos había produ-
cido tantos males [ ... ] Un pueblo que acaba
de estar sujeto a la calamidad de seguir tan
perniciosos hábitos [los españoles de la co-
lonia], es incapaz de ser gobernado por prin-
cipios democráticos. Nada importa mudar
de lenguaje, mientras los sentimientos no se
cambian; y exigir repentinamente nuevas
costumbres, antes que haya precedido una
serie de actos contrarios a los anteriores, es
poner a los pueblos en la necesidad de hacer
una mezcla monstruosa de las afecciones
opuestas que producen la altanería democrá-
tica y el envilecimiento colonial. De aquí re-
sulta esa lucha continua entre el gobierno y
el pueblo, que unas veces obedece como es-
clavos y otras quiere mandar como tirano.
No observó Monteagudo que la preconización de una nueva
monarquía, y no la república, era contraria al anhelo popular, que no
quería continuar en los mismos sistemas, así cambiasen los hombres
en ellos; que buscaba la novedad, como fundamento de redención.
Muy positivo, muy elemental y claro era el ver y el saber de las masas;
la Revolución Francesa había eliminado la monarquía, para constituir
en su reemplazo la República. Los norteamericanos, al independi-

247
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

zarse, no habían pensado en un rey americano sino en un Presidente


de República. El pensamiento pro-monárquico era profundamente
impopular.
Monteagudo quería la rigidez:
Sólo un gobierno eminentemente vigoroso,
capaz de deliberar sin embarazo y de ejecu-
tar con rapidez, podrá equilibrar tan grande
desventaja. Pero si en los conflictos teme
más los amagos de la democracia que las
hostilidades externas; si él no es sino un
siervo de las asambleas o Congresos y no
una parte integrante del poder nacional; si
en vez de encontrar el gobierno apoyo para
sus planes, los demagogos fomentan contra
ellos un maligno espionaje que paraliza su
curso, se hallará inferior en todo a las demás
potencias con quienes tenga que batirse o
negociar.
En suma, el ministro de San Martín tenía definidas tendencias
dictatoriales. Y añade haciendo de profeta:
Después de una espantosa revolución, cuyo
término se aleja de día en día, no es posible
dejar de estremecerse al contemplar el cua-
dro que ofrecerá el Perú cuando todo su te-
rritorio esté libre de españoles y sea la hora
de reprimir las pasiones inflamadas por tan-
tos años: entonces se acabarán de conocer
los infernales efectos del espíritu democrá-
tico.
El “tercer principio” de esa administración es fundamental-
mente constructivo:
Fomentar la instrucción pública y remover
todos los obstáculos que la retardan. Yo creo

248
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

que el mejor modo de ser liberal y el único


que puede servir de garantía a las nuevas ins-
tituciones que se adopten, es colocar la pre-
sente generación a nivel con su siglo y unirla
al mundo ilustrado por medio de las ideas y
pensamientos que hasta aquí han sido prohi-
bidos. Esta es la empresa más digna del celo
y de la perseverancia de los verdaderos pa-
triotas.
El gobierno de San Martín, en efecto, echó gran vitalidad en ese
rumbo de la educación; hizo en él cuanto le fue posible en tan corto
lapso de poder.
Un balance somero, en sentido político, de la administración
sanmartiniana en Lima, revela que la presencia del ministro Montea-
gudo fue perjudicial en muchos sentidos, y no enteramente benéfica,
como se merecía la personalidad de San Martín. El gran general con-
fió demasiado en su colaborador, un dictatorialista y un antidemó-
crata.230
Como puntos de especial significado, William H. Gray escribe:
Antes de que Bolívar llevara sus estandartes
al Perú, el general San Martín y sus ministros
hicieron una labor importante en el campo
social. Decretaron la abolición del tributo y
del trabajo forzado de los indios. Emancipa-
ron a los negros esclavos que quisieran ser-
vir en el ejército patriota. Fundaron, además,
la Biblioteca Nacional, varias escuelas y so-
ciedades cívicas.231

230 ROMERO, JOSÉ LUIS. Pensamiento político... “Memoria de Bernardo Monteagudo” (1823), T. II: 95.
231 GRAY, WILLIAM H. “The social reforms of San Martín”, en The Americanas, T. VIII, 1950: 4.

249
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Quinta Parte

UN EXILIO LARGAMENTE AGÓNICO

Moisés no llegó a Canaán, no porque su vida


no hubiese sido suficientemente larga, sino
porque era una vida humana.

FRANZ KAFKA. Diario íntimo.

Y comenzó para San Martín el destierro voluntario, indefini-


damente largo, inacabable, que no terminará sino al cabo de veintio-
cho años, con la muerte. “Poder soportar la soledad es una gran
fuerza”, dijo Pierre Reverdy. La soledad fue definida por Pedro Salinas
como “Vivir ya detrás de todo, al otro lado de todo”. Pero, cuando el
hombre entra a saberse solitario, advierte más que antes que el mundo
prosigue inalterable en sus empeños, en sus problemas; y que, poco
a poco, la soledad interior personal se rodea, al aquilatarse, del olvido
que le va llegando de uno y otro puntos. Un cuarto de siglo después
de la renuncia, San Martín fue visitado en Grand Bourg (Francia) por
Sarmiento, quien escribió entonces:
Me recibió el anciano sin aquella reserva que
ponía de ordinario para con los americanos
en sus palabras, cuando se trataba de Amé-
rica. Había en el corazón de este hombre
una llaga profunda que ocultaba a las mira-
das extrañas, pero que no escapaba a las de
los que lo escudriñaron. ¡Tanta gloria y tanto
olvido! ¡Tan grandes hechos y silencio tan
profundo!232
Y añade Sarmiento:
232 SARMIENTO. Obras Completas. T. V: 138.

251
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

San Martín era hombre viejo [sesenta y ocho


años], con debilidades terrenales y con la
terrible pesadilla de haber abandonado su
patria, su gloria.
Ningún hombre puede libertarse de su pasado, y más si éste ha
sido trascendente. En el de San Martín aparece América, y en América
continuó pensando, obsesivamente. En su testamento, en la cláusula
cuarta, escribió: “Desde el lugar en que falleciere se me conducirá
directamente al cementerio, sin ningún acompañamiento; pero sí
desearía el que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”.
Al cabo de veinte días de navegación, desembarcó San Martín
en Valparaíso (12 de octubre) y fue recibido en forma digna y entu-
siasta por el gobernador José Ignacio Zenteno, que había sido nom-
brado por el propio gran General, Secretario del Ejército de los
Andes, años atrás. Dos días después llegó a la ciudad el general Joa-
quín Prieto, comisionado por el Director Supremo O'Higgins para
presentarle el saludo e invitarle a trasladarse a Santiago. Viajó San
Martín en el coche oficial y con escolta de honor. Juntos de nuevo los
dos leales amigos, al cabo de más de dos años de separación! Llega el
uno ya sin poderes; el otro los perderá tres meses después; y los dos
tendrán que vivir, por siempre, en el destierro.
Al desembarcar en Valparaíso, se encontró
ya con los primeros frutos de la injusticia de
sus contemporáneos. Su nombre era exe-
crado “como el de un verdugo”. Cochrane,
con su tremendo encono; el partido carre-
rino que empezaba a levantar cabeza, y los
mismos oficiales de su ejército que se retira-
ron descontentos de Lima, habíanse encar-
gado de arrojar cuanto lodo fue posible
sobre su reputación. Quedábanle amigos,
naturalmente: los que lo conocían de cerca,
y conocían sus talentos, su patriotismo, su
desinterés y su sinceridad.233
233 GALVÁN MORENO, C. San Martín...: 322.

252
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

O'Higgins, en valeroso desafío a todos esos agravios, esmeróse


en atenderle a su amigo, hospedándolo oficialmente en el Palacio del
Director Supremo. Luego, le instaló en su quinta “Conventillo”, pró-
xima a Santiago, donde vivían la madre y la hermana del Director, a
fin de que estuviese un poco lejos de los torrentes de infamia que
también se desbordaban contra O'Higgins. ¡Los pequeños contra los
libertadores! ¿Qué no escribieron los peruanos y, luego, los santande-
ristas neogranadinos contra Bolívar? Simón Rodríguez compiló
sesenta y siete insultos, en los cuales sólo faltó –dice– el de borracho.
Y mientras sigue retorciéndose el remolino turbio de la hosti-
lidad y del vituperio, San Martín cae en una grave postración física:
vómitos de sangre y luego tifoidea, como si la muerte quisiera acer-
cársele demasiado. Las grandes tensiones quitan fuerzas de resistencia
al organismo, y éste cede. Bolívar, después de Tarqui, en Guayaquil,
estuvo también a punto de morir.
En medio del dolor y la fiebre, el enfermo debió de ver cómo
la libertad tan ahincamente prohijada por él, crecía y rompía bordes.
El Brasil acababa de libertarse de Portugal, constituyéndose en
monarquía independiente. Los Estados Unidos habían reconocido ya
oficialmente la emancipación de Colombia. Sus delirios, ¿cuáles
pudieron ser sus delirios? Quizás uno solo, obsesivo: la presencia ante
sus ojos de los generales Álvarez de Arenales y Alvarado: ellos tenían
el encargo de salvar la liberación peruana y de concluir la hazaña san-
martiniana. Estaba seguro del triunfo. Recordaba lo que le había es-
crito a O'Higgins: “El éxito de la campaña que al mando de
Rudecindo (Alvarado) y Arenales se va a emprender, no deja la menor
duda de su éxito”. En efecto, a tiempo que él caía en cama, el general
Alvarado movilizaba sus tropas hacia Intermedios. Alvarado pensaba
en la carta de despedida que le escribiera San Martín:
Usted queda para concluir la gran obra.
Cuánto suavizará usted el resto de mis días
y el de las generaciones, si usted la finaliza,
como estoy seguro, con felicidad.

253
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Empezaba a cumplirse el plan militar del héroe renunciante.


¿Por qué salía en campaña únicamente el general Alvarado? Porque la
Junta Gubernativa presidida por La Mar había llevado su incapacidad
hasta el punto de no atender los requerimientos que hacía el general
Álvarez de Arenales, de que sus tropas fueran equipadas y completa-
das, pues no se habían llenado las bajas por enfermedad, deserción y
otras causas. Ningún ejército puede subsistir sin reemplazos. Al no ser
atendido, el general español al servicio de los patriotas presentó su
dimisión el 2 de octubre.
Bolívar expresó su opinión sobre Alvarado en una carta a San-
tander (desde Loja, 11 de octubre):
El general Alvarado manda el ejército; este
oficial tiene la mejor reputación. Todos le
conceden cualidades eminentes; pero es un
general flamante y además es un general
muy nuevo, que, a los ojos de sus compañe-
ros, debe parecer como un subalterno, y no
como jefe. El ejército que manda Alvarado
está muy mal compuesto; es aliado de cuatro
naciones independientes; cada ejército tiene
una opinión diferente, y ninguno tiene inte-
rés nacional. Además los jefes son en gran
parte viciosos y facciosos; de modo que
Alvarado va a tener muchas dificultades que
vencer.234
No hubo acierto en la Junta sino grave error en haber despa-
chado la expedición comandada por el general argentino Alvarado.
Quince días más tarde, Bolívar le cuenta nuevamente a Santander:
“Se dice que una expedición de 4 a 5.000 hombres marchó por mar
a tomar el Cuzco, por los puertos del Sur. Las tropas de Colombia han
tenido la dicha de quedarse en Lima”. Luego, se dirige al general La
Mar, con ese poder intuitivo que a veces le hacía temible:

234 BOLÍVAR, SIMÓN. Obras Completas. T. I: 691.

254
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Empezaré por repetir a usted que mucho me


inquieta la suerte del Perú, porque es muy
posible que los enemigos ataquen a Lima y
probablemente la ocupen con mucho me-
noscabo de sus intereses y ruina de sus ha-
bitantes; o bien reúnen sus fuerzas contra el
general Alvarado y logran el fin de aquel
bello ejército.235
En tres lugares muy distantes entre sí, se juntan, de ese modo
la certeza de éxito (San Martín), la angustia (Bolívar) y el desacierto
(La Mar); hay fe en Santiago, duda en Loja y Cuenca, incapacidad
dirigente en Lima. ¡Cuánta falta hacía ya el general San Martín, para
comandar todo eso!
Bolívar se inquieta, prevé el desastre, prepara tropas que debe-
rán ir al Perú. Pero no puede detenerse sólo en esto, con ser ingente.
Se le ha sublevado Pasto; Sucre vence y doma a los pastusos; Bolívar
en persona viaja a esa ciudad, donde la irreductibilidad de sus habi-
tantes le fuerza a tomar medidas en extremo enérgicas; allá arriba al
comienzo del nuevo año, que será el de los máximos problemas; en
ellos hubiese fracasado quienquiera que no hubiese sido Bolívar.
Finalizado ese año 1823, pensará en San Martín y tendrá que decirle
a Santander, desde Pativilca:
Yo insto de nuevo por que se acepte mi
dimisión, a fin de que no me obliguen a
seguir a mi compañero San Martín; pues no
será extraño que yo tome tan bello modelo
[ ... ] A mí me han dado tales elogios y me
han atribuido tales maldades, que no quiero
más ni de unos ni de otras; bastante son
ambos para colmar la medida de cualquier
mortal [ ... ] Sería demencia de mi parte
mirar la tempestad y no guarecerme de ella.

235 Ibid.: 696.

255
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Bonaparte, Castlereagh, Morillo, Ballesteros,


Iturbide, San Martín, O'Higgins, Riva
Agüero, todo cae derribado, o por la infamia
o por el infortunio; ¿y yo de pie?, no puede
ser, ¡debo caer!
Desde su lecho, San Martín conoce el desarrollo del drama po-
lítico de su amigo O'Higgins, cuya dejación del poder está próxima.
Forzado por una crisis económica grave y sometido a soportar ambi-
ciones, oposición insultativa y hasta sublevaciones, ha optado O'Hig-
gins, dentro de su política de mano dura, por reunir una Convención,
integrada por elementos que le son adictos; de allí salió una Consti-
tución, de la cual dice Vicuña Mackenna que “era un monumento
armado de iniquidad y de fórmulas forenses, para ofuscar el concepto
público y burlar su justa aspiración y sus derechos”.236 Tenía O'Hig-
gins también su Monteagudo: el español José Antonio Rodríguez
Aldea, que hasta Maipo había militado en las filas del rey. O'Higgins
lo apreciaba mucho por su talento, sagacidad y capacidad administra-
tiva. Y lo retuvo como Ministro, aún a pesar de que el país entero lo
repudiaba. Fue elemento altamente perjudicial para la popularidad
del gobierno. Adulador insigne, cuando Valparaíso fue sacudida esos
días (19 de noviembre) por un terremoto que causó muchas víctimas
y grandes destrozos, Rodríguez Aldea hizo publicar en la prensa ofi-
cial que “las desgracias ocurridas eran insignificantes, comparadas
con la salvación de la persona del Director”, que salió de un edificio
en la ciudad sólo momentos antes de que se desplomara. El agresivo
opositor del ministro era el general Ramón Freire, quien le escribió a
O'Higgins pidiéndole la renuncia de Rodríguez Aldea. También el al-
mirante Cochrane decíale al Director: “Abra los ojos sobre el descon-
tento general... No importa que Rodríguez sea culpable o inocente. Si
San Martín hubiese arrojado de sí a Monteagudo, acaso sería todavía
el Protector del Perú”. El 2 de diciembre alzóse la insurrección militar,
en Concepción, con Freire por jefe. A fin de no extremar situaciones,
Freire pidióle a San Martín su intervención, para alcanzar la renuncia
del Director. La respuesta –22 de diciembre– contenía estas palabras:
236 VICUÑA MACKENNA, BENJAMÍN. Vida de O'Higgins. Santiago, 1936: 382.

256
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Quisiera estar en el seno de VV.SS. para ex-


presar verbalmente las muchas reflexiones
que se agolpan en mi imaginación. Sólo
podré decirles como amigo, y amigo lleno
de experiencia, que recuerden los servicios
del Director de Chile y el concepto bien me-
recido que tiene de las naciones y el juicio
que éstas formarán de estas desavenencias.
Esta noble defensa, no pudo atajar la caída de su gran amigo.
Al otro día de la celebración hogareña de la Navidad –San Mar-
tín sentíase en hogar propio, junto a la madre y hermana de O'Hig-
gins, que tanto le habían cuidado en su enfermedad–, el prócer
rioplatense partió al balneario de Cauquenes para acabar de restable-
cerse. De allí, un poco a espaldas de los acontecimientos, pasará una
vez más el macizo andino y llegará a Mendoza el 3 de febrero. Allí se
informará de que O'Higgins había renunciado cinco días antes (28
de enero), dándole al acto una nobleza ejemplar (a comienzos de mes
habíale aceptado la dejación del cargo a su ministro fatídico). Reunida
una asamblea “de lo más respetable y caracterizado de Santiago”, se
le invitó a concurrir a ella: aceptó; insinuáronle que hiciese dejación
del cargo. Pidió que se nombrase una Junta de Gobierno, que se in-
tegró inmediatamente con los ciudadanos Agustín Eizaguirre, Manuel
José Infante y Fernando Errázuriz. Tomóles juramento y les entregó
el mando con estas palabras:
Si no me ha sido dado dejar consolidadas las
nuevas instituciones, tengo al menos la sa-
tisfacción de dejarle a la nación libre e inde-
pendiente, respetada en el exterior y cubierta
de gloria por sus armas victoriosas. Ahora
soy un simple ciudadano.
Al salir, expresó: “Mi presencia ha dejado de ser necesaria
aquí”. Había renunciado uno de los ciudadanos más gallardos, más
valerosos, más dignos y más cultos de Chile, por aquellos tiempos.
Al saberlo, escribióle San Martín desde Mendoza:

257
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Millones de millones de enhorabuenas por


su separación del mando. Los que sean ver-
daderos amigos de usted, se las darán muy
repetidas. Sí, mi amigo, ahora es cuando go-
zará usted de la paz y tranquilidad, y sin ne-
cesidad de formar cada día nuevos ingratos.
Goce usted de la calma que le proporcionará
la memoria de haber trabajado por el bien
de su patria.237
O'Higgins le contestó:
Recibo los parabienes por mi separación del
gobierno como la mejor prueba de la amis-
tad y más grande don de la providencia. Sí,
mi amigo: tantos años de lucha demandaban
descanso y tiempo para atender a la propia
conservación. Lo sano de mis intenciones y
el feliz resultado de ellas, será la mejor ga-
rantía. De nada me acusa mi conciencia; ella
estará siempre tranquila al frente de la
misma impostura y de los inicuos.238
Lógicamente –con la lógica de la ingratitud humana– O'Hig-
gins fue víctima de sus enemigos; muy en especial del general Ramón
Freire. San Martín volvió a escribirle: “Dígame usted a dónde va, que
yo le ofrezco verlo dentro de ocho o diez meses, y olvidar que existen
hombres”. ¡Qué acentuada, qué profundamente acentuada, la decep-
ción de San Martín! Al conocer que el general Freire le había cargado
de grillos a O'Higgins, escríbele de nuevo:
Yo no puedo, no podré dar jamás asenso a
tal procedimiento, porque no cabe en mi
imaginación que un bravo militar use de
conducta tal [ … ] Cuanto valgo, lo poco que
poseo, mi chacra en ésta, ya que está habita-
237 Archivo de don Bernardo... T. VIII: 209.
238 Archivo de San Martín. T. V: 520.

258
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

ble con alguna comodidad, están a su dispo-


sición. Véngase, mi amigo, y apártese para
siempre de poder hacer ingratos.239
La incapacidad de la Junta Gubernativa del Perú –Bolívar se
equivocó respecto al general La Mar– no sólo produjo el retiro del
general Álvarez de Arenales, sino que las tropas colombianas que
habían partido al Callao en los días de la Conferencia de Guayaquil,
se vieron forzadas a retornar al puerto ecuatoriano, al cabo de menos
de seis meses, porque no se cumplieron los diferentes puntos cons-
tantes en las condiciones que había aceptado el Perú, sobre todo la
provisión de reemplazos. Bolívar le informa a Santander: “Por fin ha
vuelto nuestra división del Perú sana y salva, pero cargada de las mal-
diciones de nuestros enemigos peruanos” (enero 30 de 1823); le fal-
taban 400 plazas. Todo volvíase problemático en el Perú, por la
partida de San Martín. Pero todo cayó en crisis más graves aún,
cuando se supo que el general Alvarado, en su expedición a Interme-
dios, había sido derrotado y destrozado. Dice el historiador Lecuna:
Alvarado perdió un mes inactivo en Arica.
Cuando resolvió obrar no aprovechó la im-

239Bernardo O'Higgins, derrocado “por exceso de autoridad”, salió de Santiago a los pocos días a Val-
paraíso, donde le atendió y agasajó el gobernador Zenteno. Pero llegó a este puerto el general Freire y
ordenó el arresto de O'Higgins, con esta anotación para la Junta de Santiago: “Como este sujeto ha
ejercido la primera magistratura y como todos lo pueblos de la República tienen derecho a exigir de él
una justa residencia, he mandado sujetar su persona en un arresto decoroso”. O'Higgins, por toda res-
puesta, pidió permiso a la junta para salir del país y dirigirse a Irlanda, donde estaba la familia de su
padre. Freire, vuelto a Santiago, tomó el poder; reunió el Congreso y éste lo nombró Director Supremo.
Hacía julio, el Senado autorizó la salida del país de O'Higgins, quien partió al Perú acompañado de su
madre, su hermana, su hijo ilegítimo Demetrio y dos sirvientes. Pudieron instalarse en la hacienda Mon-
talván, al sur de Lima, que San Martín, a nombre del Estado peruano, le había otorgado un año atrás,
por sus servicios a la emancipación. Cuando llegó Bolívar al Perú, entró en comunicación con él (fines
de 1823) y presionó mediante cartas para que el Director Freire enviara tropas auxiliares chilenas al
Perú. Hacia junio de 1824, escribió Bolívar: “Un bravo general como usted, temido entre los enemigos
y experimentado, no puede menos que dar un nuevo grado de aprecio a nuestro ejército”. En agosto,
partió a unirse con Bolívar en el valle de Jauja (acababa de darse la batalla de Junín); acompañábale
Monteagudo. Bolívar, por una maniobra torva del Congreso de Bogotá, influido por Santander, tuvo que
dejarle el mando a Sucre y volver a la costa peruana; con él viajó O'Higgins. Y se produjo entonces, Aya-
cucho. Freire, en Chile, se proclamó dictador y le dio de baja a O'Higgins en el ejército nacional. Después
lo más importante para el glorioso chileno fue actuar de modo que el Perú le pagara cumplidamente a
San Martín la pensión que había asignado cuando su renuncia. Quiso volver a Chile; se lo impidió la gue-
rra peruano-chilena de 1838. Sólo cuatro años más vivió O'Higgins, que murió en Lima en octubre de
1842. Sus restos reposan en Santiago.

259
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

prudencia de Valdés de acercarse con sólo


1.800 hombres a su campo, y a los pocos
días, el 19 de enero, lo atacó en Torata
cuando aquél tenía reunida toda su división,
montante a 2.500 combatientes. Aunque to-
davía superior en número, por incapaz y
falto de energía Alvarado no pudo vencer;
replegó a Moquehua, con la idea de esperar
refuerzos, sin darse cuenta del peligro que lo
amenazaba, y el 21 le cayó encima Canterac
con su división y la de Valdés en junto 4.200
hombres y lo desbandó por completo. Al
comienzo de esta segunda batalla, los famo-
sos Granaderos de los Andes, al mando de Juan
Lavalle, apenas iniciaron una carga cuando
a treinta pasos de la línea de unos cazadores
enemigos volvieron caras y huyeron despa-
voridos; atropellaron en su fuga al batallón
número 4 de Chile y no se detuvieron hasta
embarcarse en Ilo. Para colmo de infortunio,
Olañeta procedente del Alto Perú, le cayó
encima al vencido y lo dispersó en Iquique a
donde había huido con unos fugitivos, cre-
yendo salvarse en tierra chilena. Retirándose
al norte, se salvaron 900 hombres al mando
de Martínez y Pinto.240
¡Los temores de Bolívar se han cumplido! En Guayaquil, al
saber la noticia, apresura los preparativos para que marchen al Perú
6.000 colombianos, que es lo que ha decidido enviar. En Lima, las
tropas, azuzadas por el general Santa Cruz, pidieron fusil en mano,
que el Congreso destituyese a la Junta. Así se hizo y quedó nombrado
Presidente de la República el coronel José de la Riva Agüero, cuyo
primer empeño fue enviar, a entrevistarse con Bolívar y pedirle auxi-
240 LECUNA, VICENTE. Crónica razonada... T. III: 241-242.

260
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

lios de tropas, al general Mariano Portocarrero. El convenio se firmó


para la remisión de 6.000 hombres, e inmediatamente (marzo) partie-
ron los primeros contingentes; en abril ya habían llegado al Perú 4.500
soldados; los 1.500 restantes se completarán enseguida.
San Martín, en Mendoza, recibió numerosas cartas de sus ami-
gos, en las que le pedían el retorno urgente: unos, a Lima; otros, a
Santiago. En las cartas son frecuentes estas frases: “Digo a V.E. que
su presencia sola es capaz de remediar el daño recibido”, “Es general
el clamor de Lima por el regreso de Usted, y los que escriben creen
que si no lo hace, se pierde todo el Perú”.241 San Martín, que a todos
contestaba en términos de gratitud, pero evasivos, le había anticipado
a O'Higgins: “Tal vez, o sin tal vez, nos echarán de menos, antes de
que se pase mucho tiempo”. Después de las derrotas del ejército de
Alvarado, en Torata y Moquehua, llamóle al Magno líder el propio
gobierno de Chile; la respuesta fue cortés: “Estaré siempre pronto a
cooperar al bien general en cualquier clase que los gobiernos de pro-
vincias quisieran ocuparme”. Entre tanto, hacíale a O'Higgins esta
confidencia: “Es bien singular lo que sucede; están persuadidos que
hemos robado a troche y moche, y yo estoy viviendo de prestado”.
Se traslada el prócer a vivir en la quinta “Los barriales”, que le
había obsequiado la ciudad de Mendoza antes del heroico paso de
los Andes; allí, a unos cuantos kilómetros de la capital, mora con
especial dignidad pacífica. Robert Proctor escribe:
Aunque se felicita de su retiro en Mendoza,
imaginé ver inquietud de espíritu en su mi-
rada, que solamente esperaba oportunidad
propicia para volver a salir con su acostum-
brada energía. Llevaba vida muy tranquila,
residiendo habitualmente en una propiedad
suya a ocho leguas de la ciudad, que estaba
mejorando rápidamente. Parecía muy ape-
gado a Mendoza, como los habitantes lo

241 GALVÁN MORENO, C. San Martín...: 325.

261
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

eran a él; y sin duda como este lugar fue el


punto donde comenzó su brillante carrera,
érale el más querido. Por la tarde, con fre-
cuencia venía a nuestras reuniones y nos di-
vertía mucho con cantidad de anécdotas
interesantes que tenía manera fácil de narrar,
animada por su rostro fuertemente expre-
sivo.242
La paz de San Martín contrasta con el hervor de fiebre que hay
en Guayaquil y en Lima. Hechos, todos, consecuencia o secuela de la
renuncia del general rioplatense. Bolívar, en el máximum de la preo-
cupación, no sólo despacha las tropas al Perú, sino que solicita oficial-
mente cooperación de Chile, de Buenos Aires. Hay que salvar la obra
de San Martín, y hay que impedir que la guerra de independencia,
próxima a terminarse, se vuelva atrás. Las tropas colombianas no bas-
tan, sin embargo; en el Perú se necesita comando. Para eso le envía
Bolívar al general Antonio José de Sucre, el único en quien puede
confiar por entero el Libertador. Preséntale, hábilmente, al gobierno
de Riva Agüero, como enviado diplomático, y le elogia así, en la nota
respectiva:
Confieso con franqueza que no ha dado
Venezuela un oficial de más bellas disposi-
ciones ni de un mérito más completo. Yo he
confiado a él la dirección de nuestro ejército
en el Perú. Sucre es hombre que puede me-
recer una carta blanca.
La misión de Sucre era diplomática, militar y política. Tenía,
sobre todo, que impedir que la división colombiana fuera destruida.
En la navegación se cruzaron Sucre, que iba al Callao, y los emi-
sarios de Riva Agüero, coronel Francisco Mendoza y el marqués de
Villafuerte, que iban a Guayaquil a invitarle a Bolívar a trasladarse a
comandar la guerra; contesta el general venezolano que debe esperar

242 PROTOR, ROBERT. Narración de viajes por la cordillera de los Andes: 49

262
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

la autorización del Congreso de Bogotá. Aguardaba, sobre todo, los


informes concretos que le remitiría Sucre. San Martín no tuvo la
suerte de contar con un Sucre.
Había tres partidos o grupos en el Congreso peruano: los que
exigían la llamada a Bolívar; los que se oponían a ella, por considerar
que bastaba la autoridad del Presidente; y los dubitativos. En medio
de todos, maniobraba una eminencia gris: el clérigo Luna Pizarro,
enemigo de los colombianos y de Bolívar. Éste, después de conocerlo,
lo retrató en carta a Gutiérrez de la Fuente:
El cleriguito Luna Pizarro [ ... ] Luna engañó
a Riva Agüero; Luna echó a Monteagudo y a
San Martín; Luna entró en el gobierno de
Riva Agüero y por culpa de Luna entró
Torre Tagle; por Luna se perdió el Perú en-
teramente [en 1823] y por Luna se volverá a
perder.
Grave, muy grave, el problema político. Pronto se producirá la
pugna entre el Congreso y el Presidente Riva Agüero.
El problema militar, aun más lleno de peligros. Después del
desastre de Alvarado, el gobierno había logrado insuflar entusiasmo,
y se formó así un ejército de 5.500 hombres. Se había decidido efec-
tuar con ellos una segunda expedición a Intermedios, bajo el mando
del general Santa Cruz. Se le invitó a Sucre a discutir el punto, el cu-
manés se excusó pero dióle al Presidente su opinión, que no fue es-
cuchada: la de, simultáneamente, reforzar la retaguardia con otros
cinco mil hombres, que acudirían a la lucha en caso de emergencia
(eran fuerzas éstas de colombianos, chilenos y argentinos, acantona-
das en Lima y El Callao). A fines de mayo partió Santa Cruz, con
5.100 soldados. Bolívar, informado oportunamente, anunció la des-
trucción de esta segunda empresa, en carta a Sucre (24 de mayo): “La
expedición de Santa Cruz es el tercer acto de la catástrofe del Perú.
Canterac es el héroe y las víctimas Tristán, Alvarado y Santa Cruz...
La Expedición de Santa Cruz, por bien que le vaya, deja al enemigo

263
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

la mitad de sus fuerzas”. De nuevo se cumplió su prevención o pre-


visión: Santa Cruz fue derrotado y casi aniquilado, no tanto por lucha
contra Canterac como por deserción de las tropas, a pesar de que
hubo una victoria en Zepita. Santa Cruz quedó, al final, con 900 hom-
bres. Sucre, que temía ese desenlace, acudió con más de 3.000 solda-
dos; se encontró con que Santa Cruz quería “triunfar”, sin los
colombianos. A Santa Cruz le acompañaba el general Gamarra. A
esta empresa santacruciana se le conoce como la “campaña del talón”:
todos corrían en fuga. Bolívar entretanto había tenido que someter
nuevamente a los pastusos sublevados; los destrozó en la batalla de
Ibarra. Luego, partió al Perú; llegó a Lima el 2 de septiembre. Y allí
recibió una noble carta de San Martín:
Mendoza, y agosto 3 de 1823.
Amigo querido: Pocos días antes de mi sa-
lida de esa capital escribí a usted; después lo
volví a verificar desde Chile, y no he tenido
contestación alguna; ahora lo repito con
noticias de su venida al Perú.
Al poco tiempo de mi arribo a Chile me
atacó un feroz tabardillo que me puso en tér-
minos de capitular con la muerte; aún no
completamente restablecido me puse en ca-
mino para ésta, cuyo temperamento me ha
acabado de reponer, pero no extinguió del
todo una continua fatiga que no deja de
molestarme.
Permítame usted le recomiende al coman-
dante de Húsares de la Guardia, don Fede-
rico Brandsen. Él es muy bravo, inteligente,
de educación y un caballero en toda la ex-
tensión de la voz. Usted lo conocerá en el
peligro.

264
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Deseo concluya usted felizmente la campaña


del Perú y que esos pueblos conozcan el be-
neficio que usted les hace.
Adiós, mi amigo, que el acierto y la felicidad
no se separen jamás de usted; estos son los
votos de su invariable

J. DE SAN MARTÍN.243
A más de un año de distancia de la conferencia de Guayaquil,
y pasados ya tantos y tantos sucesos, éste era el espíritu del líder San
Martín: el de una amistad sincera, firme, que no solamente le desea a
Bolívar la victoria, sino que le previene contra la ingratitud. Hasta le
cuenta, íntimamente, sus dolencias físicas. Guayaquil, ya se ve, fue el
inicio de una real amistad entre los dos grandes jefes de la emancipa-
ción. Quedaban en cierta manera refrendadas las palabras del propio
San Martín, en la proclama suya al regreso de la entrevista en el Gua-
yas: “Tuve la satisfacción de abrazar al héroe del Sur de América. Fue
uno de los días más felices de mi vida. El Libertador de Colombia
auxilia al Perú con tres de sus bravos batallones. Tributemos todos un
reconocimiento eterno al inmortal Bolívar”.244
En Lima, Bolívar fue recibido con grandes demostraciones
multitudinarias de admiración y aplauso. Encarnaba la única espe-
ranza. A los siete días de llegado, las autoridades le ofrecieron sun-
tuoso banquete. En él, “Bolívar brindó por el buen genio de la
América que trajo al general San Martín con su ejército libertador
desde las márgenes del Río de la Plata hasta las playas del Perú; por
el general O'Higgins que generosamente lo envió desde Chile; por el
Congreso del Perú que ha reasumido de nuevo los derechos sobera-
nos del pueblo y ha nombrado espontánea y sabiamente al general
Torre Tagle de presidente del Estado; y porque a mi vista los ejércitos

O'LEARY, DANIEL FLORENCIO. Documentos. T. XX: 249.


243

Cita de J. L. Salcedo Bastardo en su discurso “San Martín en Caracas” en abril de 1975. Cf. Bolívar y
244

San Martín. Homenaje en Buenos Aires y Caracas. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República,
1975: 21.

265
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

aliados triunfen para siempre de los opresores del Perú”. También


Bolívar quiso expresar, con énfasis, su adhesión y aplauso a la gran
obra de San Martín.
¿Qué pasaba en el Congreso? Que una parte de sus miembros
se había declarado a favor de Riva Agüero quien, autoritariamente,
había disuelto la entidad y se había retirado a Trujillo, con tres mil
hombres, como si la autoridad estuviera en él. Significaba, en princi-
pio, el rechazo a Bolívar. Otra parte del Congreso, mantuvo la legali-
dad, destituyó a Riva Agüero, declarándole “reo de alta traición” y
encargó del poder a Torre Tagle. Todo esto sucedió en los dos meses
anteriores a la llegada de Bolívar. El derrotado Santa Cruz púsose del
lado de Riva Agüero; el Presidente destituido trataba de fortalecerse
en su reducto de Trujillo.
Con este fin, y para proceder mejor, según él, contra el Con-
greso, contra Bolívar y contra los ejércitos auxiliares colombianos,
pensó torpemente en San Martín. La carta de respuesta del prócer es
una de las páginas más virulentas escritas por el general, ecuánime de
ordinario. Dícele:
Al ponerme usted semejante comunicación,
sin duda alguna se olvida que escribía a un
General que lleva el título de fundador de la
libertad del país, que usted sí, usted sí sólo ha
hecho desgraciado. Es incomprensible su
osadía grosera al hacerme la propuesta de
emplear mi sable en una guerra civil.
¡Malvado!, ¿sabe usted si éste se ha teñido
jamás en sangre americana? Y me invita a
ello usted, al mismo tiempo que en la Gaceta
que me incluye de 24 de agosto, proscribe al
Congreso y lo declara traidor, al Congreso
que usted ha supuesto tuvo la principal parte
de su formación; sí, usted tuvo gran parte,
pero fue en las bajas intrigas que usted fra-
guó para la elección de diputados, y para

266
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

desacreditar, por medio de la prensa y sus


despreciables secuaces, los ejércitos aliados y
a un General de quien no había recibido más
que beneficios, y que siempre será respon-
sable al Perú de no haber hecho desaparecer
a un malvado cargado de crímenes como
usted.
Dice usted iba a ponerme a la cabeza del
ejército, que está en Huaraz, y ¿habrá un sólo
oficial capaz de servir contra su patria, y más
que todo, a las órdenes de un canalla como
usted? Imposible. Eh!, basta; un pícaro no
es capaz de llamar por más tiempo la aten-
ción de un hombre honrado.245
El rebelde se merecía ampliamente esta suma de dicterios.
Tomás Guido, el constante amigo de San Martín, díjole al héroe: “La
contestación de usted a Riva Agüero es un golpe mortal para los que
fomentaban la anarquía del Perú”. El ex-Presidente había planeado
pactar con los españoles, despedir del país las tropas auxiliares y echar
del Perú a Bolívar, a Sucre y a San Martín, si llegaba. Bolívar vióse
forzado a abrir campaña contra este marqués que, a los dos meses
del arribo del Libertador, fue apresado por el coronel La Fuente. El
Presidente Torre Tagle ordenó su fusilamiento: se prefirió expatriarlo,
rumbo a Chile. Ya en el exterior multiplicó las publicaciones contra
San Martín, Bolívar y Sucre. A Bolívar lo defendió brillantemente su
maestro Simón Rodríguez.246
En lo que piensa San Martín por esos días es en viajar a Buenos
Aires. Le ha llamado su esposa insistentemente; teme morir de la tu-
berculosis que la ha agobiado durante varios años. Y muere, en efecto

San Martín: su correspondencia. Buenos Aires: Edición del Museo Histórico Nacional, 1910: 321.
245

246RODRÍGUEZ, SIMÓN. El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un
amigo de la causa social. Arequipa, 1830. Vale recordar aquí la opinión de Bolívar sobre Riva Agüero, ex-
presada desde Guayaquil a Santander (4 de agosto), antes del viaje del Libertador al Perú: “El gobierno
de Riva Agüero es el gobierno de un Catilina unido al de un Caos... Setecientos mil pesos se han robado
entre Riva Agüero, Santa Cruz y el ministro de guerra”.

267
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

(agosto de 1823), antes de la llegada del Gran General, quien parte,


ya tarde, el 20 de noviembre. Arriba a la capital, y halla frialdad com-
pleta en el gobierno, en el pueblo, hasta en su casa donde no se en-
tiende con su suegra, quien pretende retener a la pequeña Mercedes,
hija única del prócer, a fin de educarla. Frialdad, a pesar de que El
Argos, vocero de Rivadavia, publicó este elogio:
Sin traicionar los deberes de patriota, no hay
quien pueda mostrarse indiferente a la pre-
sencia de un héroe que ha coronado a la
Nación de tantos triunfos y laureles. Su
alma, más grande que la fortuna, echó en
olvido su persona para acordarse de la nues-
tra, y por un camino erizado de peligros
elevó nuestra reputación y gloria nacional a
un grado fuera de los cálculos de la espe-
ranza. No es dudable que nuestros nobles
ciudadanos le tributen las señales de gratitud
que corresponden al beneficio. El Argos por
su parte, después de celebrar como debe su
feliz arribo, nada tiene que ofrecerle de los
bienes de la fortuna, pero le ofrece de los
suyos, quiere decir, su reconocimiento y
voluntad.
No hubo únicamente frialdad, que es ingratitud, que es con-
ducta vil, infame en este caso; también apareció la burla. El coronel
Juan Lavalle le escribe a un amigo: “¿Qué diré a usted del ex-Rey José?
Luego que llegué me visitó vestido de negro. Habla pestes del Perú y
dice que el sistema representativo no puede permanecer ni en Buenos
Aires, ni en otra parte de América. Aquí está muy desopinado”.247
¿Desopinado, es decir desprestigiado, San Martín? Sólo a los ojos car-
gados de ruindad. Lavalle fue uno de los derrotados de Moquehua.
Solía atribuirse de modo exclusivo la victoria en el combate de Rio-
bamba (1822).
247 Archivo de San Martín. T. XII: 129.

268
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Rota el alma en cien pedazos –no, el carácter–, tomó a su hija


y se embarcó rumbo a Europa el 10 de febrero (1824), a bordo del Le
Bayonnais. Decíale a su amigo Brandsen en una carta:
Dentro de una hora parto para Europa con
el objeto de acompañar a mi hija, para po-
nerla en un colegio. Regresaré a nuestra pa-
tria en todo el presente año o antes, si los
soberanos de Europa intentan disponer de
nuestra suerte.248
Pensaba regresar, y pronto: ¿creía que la campaña del Perú iba
a fracasar y que, en consecuencia, volvería a extenderse la guerra a
varios puntos, incluidas las Provincias del Río de la Plata? Ese pesi-
mismo, ¿debíase a las derrotas de Alvarado y de Santa Cruz, a la pér-
dida de Álvarez de Arenales, que se había retirado de las fuerzas
libertadoras; a la política torpe de Riva Agüero? Todo junto, no podía
generar optimismo en nadie. Pero sí decisión de lucha. Volverá San
Martín si los soberanos de Europa –léase España– “Intentan disponer
de nuestra suerte”. Ese mismo sentido de reto mostró Bolívar, en-
fermo de gravedad ahora en Pativilca; cuando le preguntó Mosquera
qué pensaba hacer, la respuesta fue fulminante: ¡triunfar! En los dos
líderes hay la definitiva voluntad de expulsar a los españoles; ni si-
quiera titubean en el empeño.
El año anterior –1823– había cerrado con otros sucesos im-
portantes: la liberación de la zona de Maracaibo, donde fue vencido
el general español Morales (agosto), y la toma de Puerto Cabello (no-
viembre) por Páez: dos hechos que significaron la definitiva salida de
Venezuela de las últimas tropas realistas que quedaban; hallábanse
como enquistadas en esos dos puntos. También se produjo, en Mé-
xico, la caída de Iturbide, al cabo de una fugaz monarquía por él ins-
taurada. Asimismo –y fue hecho trascendente– Fernando VII, en
España, restableció el absolutismo; esto, pudo significar el envío de
tropas peninsulares a la América insurrecta –¡el temor de San Martín,
sin duda!–; por suerte, la increíble ineptitud del arbitrario monarca
no puso en ruta aquella peligrosa posibilidad.
248 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Op, cit. T. IV: 129

269
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

El 2 de diciembre –ya casi finalizaba 1823– los Estados Unidos


se hicieron escuchar en el mundo. El presidente norteamericano
James Monroe formuló la doctrina que lleva su nombre, expresada en
un Mensaje de solidaridad interamericana, para el caso de una inter-
vención en América de cualquier potencia europea. Se le golpeaba di-
rectamente a España, para un futuro que podía ser inmediato; ¡se les
advertía a Inglaterra, a Francia! España protestó contra el mensaje
norteamericano y pidió una reunión de delegados europeos en París.
No le hicieron caso.
En el Perú, el destino –conjunción de fuerzas externas distintas
de la del yo del líder– opera a favor de Bolívar: se descubre la traición
del Presidente Torre Tagle, similar a la de Riva Agüero; el intermedia-
rio ha sido el conde de San Donás, Juan de Berindoaga, a quien se le
sigue juicio; terminará fusilado. Descubiertos los dos, se entregan a los
españoles. (Torre Tagle muere el año siguiente). El destino está a favor
de Bolívar.
Otro acto del destino: el general español Pedro Antonio Ola-
ñeta, al conocer la determinación de Fernando VII de reinstaurar el
absolutismo, se declara entusiastamente por el Rey y desconoce la au-
toridad del virrey La Serna y de los generales Canterac y Valdés, libe-
rales; en su calidad de comandante general en Potosí, toma posesión
del Alto Perú y se encastilla en él, en desafío a La Serna; ha decidido
constituirse en gobierno independiente. Bolívar, que sabe la noticia
casi cuatro meses más tarde, la comenta al coronel Heres: “La cosa de
Olañeta me parece excelente”. Y a Santander:
Los españoles también participan de la in-
fluencia del astro intrigador del Perú. Los Pi-
zarro y Almagros pelearon; peleó La Serna
con Pezuela; peleó Riva Agüero con el Con-
greso, Torre Tagle con Riva Agüero, y con
su patria Torre Tagle; ahora, pues, Olañeta
está peleando con La Serna y, por lo mismo,
hemos tenido tiempo de rehacernos y de

270
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

plantarnos en la palestra armados de los pies


a la cabeza [Carta de Huamachuco, 6 de
mayo].
Españolísimamente, La Serna ordena que, antes de todo, Ola-
ñeta sea destruido, y envía con tropas al general Valdés, para realizar
el ataque. Español contra españoles, cuando el enemigo está al frente:
¡el enemigo es Bolívar! La mano del azar venda los ojos de aquellos
que tienen que ser perdidos. Los miles de soldados de Olañeta no po-
drán combatir en Ayacucho. Bolívar, al haberse escondido Torre
Tagle, es declarado dictador del Perú (10 de febrero). Bolívar le ordena
a Sucre: “mayo es para las marchas, junio, para combatir”. (¡En junio
será la batalla de Junín!).
Pero, en la historia y en la vida, rige también la ley de los con-
trarios. Si Bolívar es favorecido por una parte, por la otra se le acosa.
La noche del 5 de febrero se sublevó en el Callao el regimiento del Río
de la Plata; el gobernador de la fortaleza, general Alvarado, fue to-
mado preso. Se sumó el Batallón Nº 11, de artilleros. Días más tarde,
los Granaderos a Caballo de los Andes, se alzaron también y se unieron
a los rebeldes o traidores del Callao. La vieja defección de La Mar a
favor de San Martín, había entrado en viraje.
Con esto último, quedó destruida en el Perú, en inmensa parte,
la obra de San Martín. Había fracasado el ejército argentino-chileno
en Torata y Moquehua; el ejército peruano de Santa Cruz hallábase
casi disuelto; los dos marqueses en quienes había confiado el General
rioplatense; Riva Agüero y Torre Tagle, habían dado en la traición a
la patria; la caída del Callao en poder de los españoles, era el último
golpe: los cuerpos Río de la Plata, Batallón Nº 11 y Granaderos, eran ar-
gentinos.
¡Cuánta, cuánta amargura llevaba dentro San Martín, al arribar
a Londres con su hija, hacia fines de abril! Encuentra allí amigos: Lord
Fiffe –que le ayudó a salir de España en 1812–, Juan García del Río
que había sido su ministro en el Perú –había escrito una biografía su-
cinta del prócer–, Paroissien, Castro, Alvear, Ladislao Martínez, Álva-

271
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

rez Condarco. Le agasajan. Pero lo de dentro nadie puede componer:


es hombre que padece. Una carta de Guido a O'Higgins dice:
Álvarez Condarco me ha hablado larga-
mente de don José. Los sucesos desgracia-
dos del Perú, el año anterior, le afectaron
extraordinariamente [ ... ] No se sabe cuándo
volverá a América [ ... ] La memoria de este
país es un tormento perpetuo para el Gene-
ral San Martín; su situación moral es bien
digna de compasión.249
El peso de los actos es demasiado ingente, cuando se opera con
trascendencia. Por otra parte, su economía es precaria,250 y decide
otorgar poder a su cuñado el general Manuel de Escalada, a fin de
que éste proceda a solicitar la pensión que al prócer le corresponde,
según ley, por sus servicios militares. ¡Nunca le contestaron siquiera!
Bolívar, en el Perú, iba de angustia en angustia, al informarse del
aumento de tropas de los españoles; a pesar de la rebeldía de Olañeta
quedaban muy fuertes. Casi desesperado, envía a Chile el general Flo-
rencio O'Leary, su edecán, con el propósito de que consiga la coope-
ración chilena. Nada pudo obtener del gobierno del general Ramón
Freire. Joaquín Mosquera, que había llevado idéntica misión a Buenos
Aires, regresó sin alcanzar ningún auxilio. En mayo le dice Bolívar a
Santander: “Los chilenos no han mandado nada, ni mandarán; Bue-
nos Aires hará lo mismo, porque esa republiqueta se parece a Tersites,
que no sabe más que enredar, maldecir e insultar”. ¿Y el gobierno de
Colombia? El Vicepresidente Santander le oficia a Bolívar (29 de
mayo) para decirle que enviará por el Istmo, “dentro de pocos meses”,
5.000 hombres, y otros 5.000 ó 6.000 por los puertos del Sur. Una re-
misión lerda, tardía. Los primeros de estos contingentes llegaron al
Perú después de Ayacucho! “Los españoles, dueños de casi todo el

249GALVÁN MORENO, C. San Martín...: 336, en Nota.


250Ibid.: 335. Allí, en Nota, se dice que el haber del General, al emprender viaje, era de dos años de pen-
siones, pagados por el gobierno del Perú, más seis mil pesos que tenía economizados y el alquiler de su
casa en Buenos Aires.

272
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

país, de la capital –había sido evacuada por orden de Bolívar ante la


defección del Callao–, considerábanse invencibles. Sus soldados, casi
en su totalidad indios y cholos peruanos, marchaban con velocidad in-
igualada en ningún otro país; vencedores en varias campañas, habían
desarrollado grandes virtudes militares. Los oficiales, españoles de
grandes servicios en el Perú, o peruanos valientes de familias distin-
guidas, daban carácter nacional al ejército real, mientras el ejército li-
bertador, en su mayor parte de colombianos, era considerado
extranjero”.251 Tan alta cifra de tropas españolas –duplicadas en
menos de dos años– fue obra sistemática y tenaz de los generales
Canterac, Valdés y otros jefes realistas; el pueblo, en el Perú, fue sin-
gularmente realista y engrosó fácilmente los equipos del virrey. Al
producirse la batalla de Ayacucho, no pelearán del lado patriota sino
1.400 soldados peruanos.

Mi destino ha querido que una vasta porción


del mundo haya aprovechado de mis com-
bates para romper sus cadenas; éste es todo
mi mérito.

BOLÍVAR. Carta a Sir Robert Wilson, 1825.

Junín fue la penúltima hazaña bélica de la independencia. Una


carga de caballería de 900 jinetes colombianos y peruanos, contra
1.200 realistas, en casi su totalidad peruanos, sin la presencia de armas
de fuego –una batalla trágicamente silente, de sólo voces humanas
que eran gritos y de relinchos de caballos vehementes–, terminó en
más de dos horas de tremenda lucha, con la victoria de Bolívar, que
dirigió la acción. Uno de los combatientes en ella, el coronel inglés
Francisco Burdett O'Connor (Recuerdos, Tarija, 1895), escribe:
Las cargas de nuestros llaneros hacían tem-
blar la tierra, mientras en el cielo de Junín
brillaba radiante la estrella de Bolívar, la es-
trella de la victoria.
251 LECUNA, VICENTE. Crónica razonada... T. III: 404.

273
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Junín le destruyó a Canterac la mayor parte de la caballería y


le forzó al virrey a evacuar la ciudad de Lima. Quedaron liberadas las
provincias de Huamanga, Huancavélica y Jauja. Esta acción quitó a los
españoles el predominio que traían; las fuerzas quedaron algo equili-
bradas.
Poco antes de la siguiente batalla final –Ayacucho–, recibió Bo-
lívar un golpe bajo, procedente del Congreso de Bogotá, movido por
Santander. Según el Congreso, en adelante podrá el Libertador tener
al mando de cualquier ejército en el exterior, excepto del colombiano;
le será permitido comandarlo, cuando retorne a Colombia... Vése for-
zado, así, Bolívar a entregar el mando de las huestes victoriosas en
Junín al General Sucre, y baja a la costa a fin de preparar nuevas tro-
pas, en previsión de insucesos. Entra a Lima; en adelante, los limeños
ya no le dejarán salir: ¡es su protección!
Allí recibe la noticia de la victoria de Ayacucho, alcanzada por
el mejor de sus generales: Sucre, el 9 de diciembre de 1824. Al glo-
rioso cumanés se le dará el título de Gran Mariscal de Ayacucho.252
Pelearon allí 9.300 hombres del lado de España, y sólo 5.780 del de
Sucre, sólo había 1.444 peruanos y 100 argentinos y chilenos; todos
los demás, 4.236, eran colombianos. El triunfo de Ayacucho, con el
cual terminó la guerra de emancipación en Hispanoamérica, fue, en
lo militar, básicamente colombiano. Según los partes oficiales, pere-
cieron en el choque unos 1.800 realistas y quedaron heridos 700; los
prisioneros pasaron de 2.000. Dice Sucre:
Se hallan por consecuencia en este momento
en poder del ejército libertador, los tenientes
generales La Serna y Canterac, los mariscales

252 Guillermo Morón –Op. cit.: 326– hace un resumen del proceso de liberación peruana en estos tér-

minos certeros: “Los dos aspectos de la liberación del Perú son estos: a) el Protector San Martín co-
mienza la lucha, sin lograr una victoria; por el contrario, su presencia levantó discordias, las cuales
permitieron que los realistas se fortalecieran y lograran ventajas; b) Bolívar planea una campaña y la
lleva a cabo, valiéndose de su auxiliar Sucre. Por otra parte, consolida políticamente la situación interna.
De modo que si la victoria guerrera libertó al Perú del poder español, la acción organizativa del Liber-
tador echó bases para el funcionamiento de la República. El Perú fue hostil a los dos grandes líderes,
tanto cuando estuvieron en ese país como cuando se fueron. Tal vez fue la carencia de algún gran general
peruano, con quien hubieran podido dialogar tanto San Martín como Bolívar”.

274
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Valdés, Carratalá, Monet y Villalobos; los ge-


nerales de brigada Bedoya, Ferraz, Camba,
Somocurcio, Cacho, Atero, Landázuri, Vigil,
Pardo y Tur, con 16 coroneles, 68 tenientes
coroneles, 484 mayores y oficiales; inmensa
cantidad de municiones. Nuestra pérdida es
de 310 muertos y 609 heridos.253
Fue el brillante remate de la historia de Venezuela en el exterior.
Las dos resistencias pendientes: la del Callao y la de Olañeta, termi-
naron luego al cabo de unos cuantos meses. Olañeta pereció en un
combate entre los suyos, en Tumusla, en abril siguiente.
La noticia de Ayacucho debió de haberla recibido San Martín
en la ciudad de Bruselas, a donde se dirigió con su hija en aquel di-
ciembre. O quizás la tuvo en la propia Londres, antes de su salida.
Seguramente fue aquel día, para él, uno de los más luminosos de su
existencia. Era el cumplimiento final de aquello tan ahincadamente
buscado por él con sus hazañas y sacrificios. Cuando desembarcó en
Paracas, no pensó sino en libertarle al Perú –a la América– de los es-
pañoles colonizadores; ahora, el colosal propósito estaba logrado. Im-
porta el fin: el hombre es el medio. Interesaba el hecho de la
independencia, y en la guerra, para lograrla, habían combatido mu-
chos, en calidad de jefes; él y Bolívar de cabezas primeras, de líderes.
Ya era posible descansar plenamente, sin la espina dentro de no co-
nocer el desenlace. América entraba ahora a la nueva etapa: la de la li-
bertad. Puso interna a su hija en un colegio y alquiló una casa, en
cuyo jardín cultivaba flores y hacía trabajos de carpintería. Imitaba, tal
vez sin presumirlo, al romano Lucio Quinto Cincinato, Cónsul hacia
el año 460 a.C. y dos veces dictador. Cuando los lictores fueron a bus-
carle, para entregarle las insignias de mando, encontráronle en sus tie-
rras cerca del Tíber, entregado a ararlas por propia mano; terminado
el mando, continuó en ese noble y pacífico hacer.

253 O'LEARY, DANIEL FLORENCIO. Memorias. T. II: 311.

275
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Serán para San Martín, ahora, cuatro años de soledad y silencio.


Sólo un hombre fuerte podía resistirlos. A su amigo Guido le confiesa
la verdad:
Paso en la opinión de estas gentes por un
verdadero cuáquero: no veo ni trato a perso-
nas vivientes, porque de resultas de la revo-
lución he tomado un tedio a los hombres
que ya toca en ridículo. Ocupo mis mañanas
en la cultura de un pequeño jardín y en mi
taller de carpintería; por la tarde salgo a
paseo y las noches en la lectura de algunos li-
bros alegres y papeles públicos; he aquí mi
vida.254
¿Derrota? No. Destino cumplido. Tiene cuarenta y siete años:
plenitud de vida. Pero, a la vez, honda tristeza de vida. Se está dando
en él la aplicación de la sentencia de Hafitz, señalada por Goethe:
“Que no hayas podido llegar es lo que te hace grande”. No era di-
choso. Hay esta nueva confidencia a Guido:
Usted dirá que soy feliz. Sí, amigo, verdade-
ramente lo soy; a pesar de esto, ¿creerá usted
si le aseguro que mi alma encuentra un vacío
que existe en la misma felicidad? ¿Sabe usted
cuál es? El no estar en Mendoza. Usted reirá,
pero le protesto que prefiero la vida que se-
guía en mi chacra, a todas las ventajas que
presenta la culta Europa.255
Le faltan: un gran propósito, que se trueque en gran actividad,
y gentes con quienes hablar y desahogarse. No era un ermitaño de la
Tebaida. El cuidado de su hija no bastaba a su conciencia de prócer.
De ahí que, al escribir las normas suyas para la educación de Merce-
des, no da con la originalidad, sino con una simple tradición hogareña
de carácter conservador:
254 Archivo de San Martín. T. VI: 515.
255 Archivo de San Martín. T. VI: 516.

276
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Humanizar su carácter y hacerlo sensible,


aún con los insectos que no perjudican; ins-
pirarla amor a la verdad y odio a la mentira;
inspirarla una gran confianza y amistad, pero
uniendo el respeto; estimular la caridad con
los pobres; inspirarla sentimientos de indul-
gencia hacia todas las religiones y dulzura
con los criados, pobres y viejos; que hable
poco y lo preciso; acostumbrarla a estar for-
mal en la mesa; amor al aseo y desprecio al
lujo.256
¡Cuánta distancia entre esto y las normas que señala Bolívar
para la educación de su sobrino Fernando! Los dos héroes tenían con-
junciones, pero no las de “vidas paralelas”. Parecen dos caudales –el
del Amazonas, el del Plata– hacia un mismo Atlántico de liberación;
el uno, en el trópico quemante y vibrante; el otro, por en medio de las
tierras planas serenas bajo los ingentes pabellones inquietos del viento
pampero. Los dos inmensos ríos –los dos líderes– han llegado al cum-
plimiento de su destino; pero el uno, el del sur, se fusiona rápidamente
con la paz oceánica, en tanto que el otro, amazónico, hiende su mole
de agua poderosa hasta cinco leguas más allá de la orilla, sin ceder ni
mezclarse; vivirá poco, seis años, después de Ayacucho, entero y tenaz
en la lucha política que sigue a la guerrera.
Al cabo de cuatro años de estada en Bruselas, San Martín se
embarcará rumbo a Buenos Aires. En ese lapso 1824-1828, alcanza
planteamiento otro de los anhelos sanmartinianos: el de la unión ame-
ricana. Bolívar, al contar lo tratado en la entrevista de Guayaquil de
julio de 1822, subrayaba que San Martín había “aplaudido extraordi-
nariamente la federación, como la base esencial de nuestra existencia”.
El 7 de diciembre envió Bolívar una circular a los gobiernos de
Colombia, México, la América Central, las Provincias Unidas del Río
de la Plata, Chile y el Brasil, invitándoles a la instalación de una asam-
blea en Panamá.
256 Archivo de San Martín. T. I: 35.

277
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Después de quince años de sacrificios con-


sagrados a la libertad de América –decía–
para obtener el sistema de garantía que, en
paz y en guerra, sea el escudo de nuestro
nuevo destino, es tiempo ya de que los inte-
reses y relaciones que unen entre sí a las
repúblicas americanas, antes colonias espa-
ñolas, tengan una base fundamental que
eternice, si es posible, la duración de estos
gobiernos. Entablar aquel sistema y consoli-
dar el poder de este gran cuerpo político
pertenece al ejercicio de una autoridad su-
blime que dirija la política de nuestros go-
biernos, cuyo influjo mantenga la
uniformidad de sus principios y cuyo nom-
bre solo calme nuestras tempestades. Tan
respetable autoridad no puede existir sino en
una asamblea de plenipotenciarios, nombra-
dos por cada una de nuestras repúblicas, y
reunidos bajo los auspicios de la victoria ob-
tenida por nuestras armas contra el poder
español.257
Aquello de los “quince años de sacrificios” englobaba a todos
los luchadores, y muy especialmente a San Martín. Hablaba el Liber-
tador a nombre de todos. San Martín, en Bruselas, al saberlo debió de
alborozarse, y más cuando supo que el cónclave en efecto se había
reunido en Panamá el 22 de junio de 1826, con la concurrencia de lo
que hoy son las repúblicas de México, Guatemala, Nicaragua, El Sal-
vador, Honduras, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecua-
dor, Perú y Bolivia: una suma de doce naciones (entonces no eran
sino cinco). Los Estados Unidos enviaron sus delegados, que no lle-
garon a tiempo (uno de ellos murió en el camino); el Paraguay se negó

257 Esta circular fue escrita en Lima, a mucha distancia geográfica de Ayacucho, dos días antes de esta

batalla definitiva. ¡Como si Bolívar hubiese visto ya realizado el triunfo!

278
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

enfáticamente. Las Provincias del Río de la Plata tampoco concurrie-


ron: había aparecido la faz de la guerra, con la invasión del Brasil a la
Provincia Oriental del Uruguay; además, el eje de todo entonces era
Rivadavia, enemigo de Bolívar, enemigo de San Martín. Inglaterra
asistió como observadora. Fue aquella Asamblea un acto aislado,
solitario, como solitaria es la simiente que se entierra; a más de cien
años de distancia se alzará el frondoso árbol, con el nombre de inte-
gración americana.
Ayacucho abrió nuevos horizontes complejos al mundo ibero-
americano. Empiezan a romperse los cauces y van a desorbitarse tanto
el odio como la ambición en todo punto. Decíale Bolívar a Páez:
Yo creo que bien pronto no tendremos más
que ceniza de lo que hemos hecho. La escla-
vitud romperá el yugo; cada color romperá
el yugo; cada color querrá el dominio y los
demás combatirán hasta la extinción o el
triunfo. Los odios entre las diferentes sec-
ciones volverán al galope. Cada pensamiento
querrá ser soberano, cada mano empuñar el
bastón, cada toga la vestirá el más turbu-
lento. Los gritos de seducción resonarán por
todas partes.
Aparentemente, Ayacucho anunciaba una crisis general: la de la
combustión, la de la putrefacción del fruto para que le nazcan raíces
a la semilla. Los primeros en aparecer han sido los llamados “Gene-
rales de la Independencia”, o sea “los próceres trocados en políticos,
sin dejar descansar su espada”, en el decir de Luis Alberto Sánchez.258
Páez –expresa este escritor– se hizo pagar
sus sacrificios de los llanos con la Presiden-
cia de Venezuela; igual hicieron Sucre (sin
buscarlo –Presidencia de la recién creada
Bolivia–), Santander, Mosquera, Gamarra,
258SÁNCHEZ, LUIS ALBERTO. Breve Historia de América. Buenos Aires: Editorial Losada, 1965: 315.
El autor atribuye la frase “Los generales de la Independencia” al historiador inglés Clement R. Markham.

279
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

La Mar, Flores, Freire, Santa Cruz. Lo pro-


pio quiso hacer Córdoba y halló la muerte a
manos de Ruperto Hand. Igual hicieron Ri-
vera y Oribe. Sacrificados fueron sólo Arti-
gas, San Martín y O'Higgins. Traicionado,
Bolívar, el más grande de todos. Y aprove-
chadores, sin haberse arriesgado en la guerra
emancipadora y, antes bien, habiendo per-
manecido al acecho, Diego Portales, el chi-
leno, y Juan Manuel de Rosas, el argentino,
autócratas convictos y confesos, cuyos nom-
bres no figuran en ninguno de los fastos de
la emancipación [ … ] Los partidos conser-
vadores y liberales que en esa época se cons-
tituyen –en la Colombia de Mosquera, en el
Uruguay de Rivera y Oribe [colorados y
blancos], en la Argentina de Rosas, en el Mé-
xico de Santa Anna, los pipiolos y pelucones
de Chile– encubren ante todo propósitos
personalistas. El caudillaje se inició en aquel
momento, como consecuencia de la guerra
emancipadora.
En ese caótico “sin rumbo”, la patria de San Martín se estre-
mece con la guerra contra el Brasil, primero, con la caída de Rivadavia,
luego –duró un año en el poder–, y con la sublevación del prócer
Juan Lavalle contra el gobernador de la provincia, coronel Manuel
Dorrego, a quien vence y fusila. Lavalle, luego, es vencido por Juan
Manuel de Rosas, quien se posesiona de la Gobernación de Buenos
Aires. Está a la vista, desde ese momento, el futuro tirano bárbaro.
En el Perú, de donde se alejará San Martín en 1822, y luego
después de Ayacucho, todo ha sido normal, casi brillante, mientras
estuvo allí Bolívar como dictador y Presidente vitalicio. De Lima par-
tió el Libertador, rumbo a la apoteosis de Potosí, creando de paso la
nación Bolivia con Sucre. Olmedo le dedicó su Canto a Junín. Al re-

280
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

greso a Lima Bolívar redactó la carta constitucional para Bolivia, que


fue aprobada también en el Perú. Ido él, en 1826, rumbo a Colombia,
todo se descompuso. El general La Mar llegó al poder; su presencia
fue acto permanente de odio a Bolívar y a Colombia. Y no terminará
su gobierno sino cuando las tropas colombianas le derroten en Tar-
qui, (1829) castigadoras de esa manera de la invasión que hizo el Perú
a Colombia el año anterior.
En aquel año del viaje de San Martín hacia Buenos Aires (1828)
la ingratitud y la ambición de los hombres produjeron dos atentados
horrendos. El uno, en Chuquisaca, contra el Presidente Sucre, a quien
se quiso asesinar –18 de abril– el momento en que debelaba la insu-
rrección de un cuartel: dispararon sobre él y le destrozaron el brazo
derecho. Gamarra, que luego invadió a Bolivia, fue el inspirador del
atentado, en connivencia con bolivianos aspirantes al poder. El otro
se produjo en Bogotá el 25 de septiembre, a la media noche, cuando
Bolívar dormía; los asesinos penetran al Palacio de San Carlos, buscan
el dormitorio del Presidente-dictador; tratan de forzar la puerta. Les
recibe, ataja y despista la valerosa quiteña Manuela Sáenz; se salva el
héroe por una ventana. “Tú fuiste la libertad, libertadora enamorada”,
escribió Neruda en La insepulta de Paita, en elogio de Manuela Sáenz.
La actividad política del Libertador fue comentada por San
Martín en una carta a su amigo el coronel Tomás Guido:
Los que como yo han seguido de cerca los
pasos del general Bolívar hasta la termina-
ción de la guerra del Perú, era imposible que
calculasen hubiese de tomar tanto empeño
en perder su gloria como lo ha tenido en
conseguirla. En efecto, todos los actos des-
pués de la disolución del Congreso del Perú
forman una serie de errores que lo conducen
a su ruina, si no se detiene en la carrera que
ha emprendido. Alucinado con la aparente
adhesión de los del Perú a la constitución

281
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

que les ha dado, y sin prever que la vida de


esta constitución es tan pasajera como la de
un insecto.259
El enjuiciamiento sanmartiniano se refiere únicamente a Bolí-
var en el Perú. La actitud de cada uno de los dos líderes fue diferente:
San Martín alcanzó el ápice y se retiró, aunque sin terminar su obra;
Bolívar, después de la apoteosis en el Potosí, defendió su obra hasta
el final de su vida; el rioplatense era militar y poco político, en tanto
que el caraqueño fue militar y además todo lo que puede englobarse
en la palabra genio!
Si a Bolívar se le ofendió e insultó en el Perú desorbitadamente,
agresivamente, lo mismo que a todos los colombianos que habían
hecho la guerra en ese territorio, a San Martín también siguieron ata-
cándole, a pesar de que moraba muy lejos, en Europa. Dice el prócer
en una de sus cartas (enero de 1825):
No sé ya qué línea de conducta seguir, pues
hasta la de separarme de las grandes capita-
les y vivir oscurecido en ésta [Bruselas], no
ponen a cubierto de los repetidos ataques a
un General que, por lo menos, no ha hecho
derramar lágrimas a su patria.
A Guido (diciembre de 1826) le manifiesta:
¿Ignora usted por ventura que de los tres ter-
cios de habitantes que se compone el
mundo, dos y medio son necios y el resto
pícaros, con muy poca excepción de hom-
bres de bien? Sentado este axioma de
enorme verdad, usted conoce que yo no me
apresuraré a satisfacer semejante clase de
gentes, pues yo estoy seguro que los honra-
dos me harán la justicia a que yo me creo
muy acreedor.260
259 SAN MARTÍN. Su Correspondencia: 257.
260 Archivo de San Martín. T. IX: 503.

282
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

En otra carta, relativa a que intentó coronarse en el Perú, ex-


presa enérgicamente:
Si, como no dudo, el cierto personaje [Riva
Agüero] ha vertido estas insinuaciones, digo
que, lejos de ser un caballero, sólo merece el
nombre de un insigne impostor y desprecia-
ble pillo, pudiendo asegurar a usted que si
tales hubieran sido mis intenciones, no era
él quien me hubiera hecho cambiar mi pro-
yecto.261
También sabe atacar San Martín, cuando se trata de un enemigo
suyo públicamente declarado tal:
El carácter ridículo y eminentemente orgu-
lloso de Rivadavia, no podía menos de ha-
cerle de un crecido número de enemigos. Su
administración ha sido desastrosa y sólo ha
contribuido a dividir los ánimos; él me ha
hecho una guerra de zapa, sin otro objeto
que minar mi opinión; yo he despreciado
tanto sus groseras imposturas como su in-
noble persona. Con un hombre como éste
al frente de la administración, no creí nece-
sario ofrecer mis servicios en la actual guerra
contra el Brasil, por el convencimiento en
que estaba que hubieran sido desprecia-
dos.262
Se recuerda aquí todo lo que tuvo que expresar Bolívar contra
Santander, de 1827 en adelante. Rivadavia, por este aspecto, fue el
Santander de San Martín.
¿Para qué quiere viajar San Martín a Buenos Aires? No para
quedarse en esa capital, ni menos para intervenir en la política, tan

Archivo de San Martín. T. VII: 440.


261

262SAN MARTÍN. Su Correspondencia: 7. La guerra de que se habla es la de las Provincias del Río de la
Plata contra el Brasil, invasor de la provincia del Uruguay.

283
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

de su desagrado. Al fondo de su espíritu adviértese el llamado de la


ciudad de Mendoza, donde tiene admiradores, amigos sinceros, y
donde posee una chacra. Ahí sería feliz, con su hija, para el resto de
su existencia. “Prefiero la vida que seguía en mi chacra –habíale es-
crito a Guido–, a todas las ventajas que presenta la culta Europa”.
¡Un hombre leal a su tierra! Salvador Iglesias habíale informado desde
Mendoza:
El número de sus amigos se va aumentando,
aunque no lo confiesen en público. Muchos
dicen que están desengañados, que el general
San Martín ni ha sido déspota, tirano pero
ni aún ladrón. Ojalá que tuviéramos por
estas provincias al General San Martín. Que
de acuerdo con su profecía, cuando salió
usted de Lima, en que decía que no era la
presente generación la que haría justicia a su
mérito; pero creo que aún en la presente se
la harán cuando conozcan quién ha sido el
General San Martín y a quién deben su liber-
tad.263
Después de tomar unos baños en Aix-La Chapelle –le ha aco-
sado el reumatismo– viaja a Londres; se hospeda allí en la casa del
prócer Miller, y se embarca rumbo a Buenos Aires, en el Countess of
Chichester, el 21 de noviembre de 1828. Deja a su hija en un internado.
Pero, varón prudente y calculador, no viaja como José de San Martín,
nombre demasiado célebre, sino como José Matorras (el apellido de
su madre). Precaución inútil, desde luego: el agente diplomático de
Francia en Río de Janeiro informó a su gobierno:
El famoso General San Martín viaja a Bue-
nos Aires. Su vuelta no tiene ninguna mira
política.

263 SAN MARTÍN. Su Correspondencia: 254.

284
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Añade el diplomático, recogiendo y acogiendo una conseja in-


fame, circulante en Suramérica:
Los múltiples reveses que sufriera su in-
mensa fortuna adquirida en la invasión del
Perú, es la única causa.264
El buque pasó por Río de Janeiro el 15 de enero; dos semanas
después, hizo escala en Montevideo. Y San Martín pudo informarse
de todo cuanto había pasado y pasaba en Buenos Aires. Cuenta el
coronel Manuel Olazábal, que le visitó al héroe en el buque, que le oyó
decir a San Martín:
Supe en Río de Janeiro la revolución encabe-
zada por Lavalle. En Montevideo, el fusila-
miento del gobernador Dorrego. Entonces
me decidí a no desembarcar por nada, y re-
gresar a Europa. Mi sable, no, jamás se de-
senvainará en guerra civil.265
Lavalle era el que hablaba despectivamente del “ex Rey José”,
y pertenecía al partido de Rivadavia.
Muchos le visitaron a San Martín dentro del navío. A pesar de
la presión de sus amigos, negóse terminantemente a descender (había
llegado el 6 de febrero). Cuatro días después transbordó al General
Rondeau y se dirigió a Montevideo. A la petición que hiciera de pasa-
porte al general José Díaz Véliz, ministro de gobierno de Buenos
Aires, adjuntó una carta explicativa:
A los cinco años justos de separación del
país, he regresado a él con el firme plan de
concluir mis días en el retiro de una vida pri-
vada: mas para esto contaba con la tranqui-
lidad completa que suponía debía gozar
nuestro país, pues sin este requisito sabía
muy bien que todo hombre que ha figurado

264 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Historia del Libertador... T. IV: 215.


265 Ibid.: 223.

285
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

en revolución no podía prometérsela, por es-


tricta que sea la neutralidad que quiera seguir
en el choque de las opiniones. Así es que en
vista del estado en que se encuentra nuestro
país, y, por otra parte, no perteneciendo ni
debiendo pertenecer a ninguno de los parti-
dos en cuestión, he resuelto, para conseguir
este objeto, pasar a Montevideo, desde cuyo
punto dirigiré mis votos por el pronto resta-
blecimiento de la concordia.266
No era sólo la falta de tranquilidad lo que le alejaba a San Mar-
tín de su patria. Había una bomba de profundidad que se la echaron
directa e indirectamente apenas llegado: querían contar con él para el
poder, visto que Lavalle, después del fusilamiento de Dorrego –¡fue
un asesinato!– no se sabía seguro: la oposición había crecido desme-
suradamente contra él. El gran General advirtió el peligro. Por eso lo
dicho, dentro del buque y frente a Buenos Aires, a su amigo el coronel
Olazábal: “Mi sable jamás se desenvainará en guerra civil”. La carga
de la bomba la describe el propio San Martín, en confidencia a Guido:
Las agitaciones en 19 años de ensayos, en
busca de una libertad que no ha existido, y
más que todo las difíciles circunstancias en
que se halla en el día nuestro país, hacen cla-
mar a lo general de los hombres, que ven sus
fortunas al borde del precipicio, y su futura
suerte cubierta de una funesta incertidum-
bre, no por un cambio en los principios que
nos rigen y que en mi opinión es donde está
el mal, sino por un gobierno vigoroso, en
una palabra, militar; porque el que se ahoga
no repara en lo que se agarra. Igualmente
conviene en que para que el país pueda exis-
tir, es de necesidad absoluta que uno de los
266 Archivo de San Martín. T. X: 10, 69, 70.

286
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

partidos en cuestión desaparezca de él; al


efecto, se trata de buscar un salvador, que
reuniendo el prestigio de la victoria, el con-
cepto de las demás provincias y más que
todo un brazo vigoroso, salve a la patria de
los males que la amenazan; la opinión pre-
senta este candidato, él es el General San
Martín. Para esta aserción yo me fundo en
el número de cartas que he recibido de per-
sonas de respeto y otras que me han hablado
en ésta sobre el particular; yo apoyo mi opi-
nión sobre las circunstancias del día. Ahora
bien: partiendo del principio que es absolu-
tamente necesario el que desaparezca uno de
los partidos contendientes, por ser incom-
patible la presencia de ambos con la tranqui-
lidad pública, ¿será posible sea yo el escogido
para ser el verdugo de mis conciudadanos y
cual otro Sila cubra mi patria de proscripcio-
nes? No, jamás, jamás, mil veces preferiría
correr y envolverme en los males que la
amenazan, que ser yo el instrumento de ta-
maños horrores.
También le escribió sobre el mismo tema a O'Higgins (5 de
abril):
No, mi amigo, mil veces preferiré envol-
verme en los males que amenazan a este
suelo que ser el ejecutor de tamaños horro-
res. Por otra parte, después del carácter san-
guinario con que se han pronunciado los
partidos contendientes, me sería permitido
por el que quedase vencedor usar de una cle-
mencia que no sólo está en mis principios,
sino que es el del interés del país y de nuestra

287
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

opinión con los gobiernos extranjeros, o me


vería precisado a ser el agente de pasiones
exaltadas que no consultan otro principio
que el de la venganza. Por lo tanto, he re-
suelto regresar a Bruselas al lado de mi hija,
en donde permaneceré los dos años que
considero necesarios para que concluya su
educación. Finalizando este tiempo, regre-
saré a mi patria en su compañía, bien resig-
nado a seguir la suerte a que se halle
destinada. Esta es mi resolución, y al efecto
me embarcaré en el paquete inglés que saldrá
de ésta para Falmouth el 14 del próximo
mayo.267
Esa misma fecha presentáronse en Montevideo –donde San
Martín había recibido grandes atenciones oficiales, a pesar de que los
brasileños ocupaban todavía la ciudad; gobernaba en ella José Ron-
deau– dos comisionados del general Lavalle: los coroneles Eduardo
Trollé y Juan A. Gelly, para pedirle que se hiciera cargo del gobierno
del país. La respuesta de San Martín al general Lavalle fue hábil y clara:
Siento decir a usted que los medios propues-
tos no me parece tendrán las consecuencias
que usted se propone para terminar los
males que afligen a nuestra patria desgra-
ciada. En la situación en que usted se halla,
una sola víctima que usted pueda economi-
zar a su país, le servirá de un consuelo inal-
terable, sea cual fuere el resultado de la
contienda en que se halla usted empeñado,
porque esa satisfacción no depende de los
demás sino de uno mismo.268

267 Archivo de don Bernardo... T. IX: 45.


268 SAN MARTÍN. Su Correspondencia: 153.

288
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

En La Gaceta de Montevideo se publicó entonces:


Se nos ha asegurado que el general San Mar-
tín contestó en los términos más enérgicos,
excusándose de tomar parte en la contienda
en la que no ha tenido la menor interven-
ción. Sabemos igualmente que dicho Gene-
ral está próximo a regresar a Europa.
¿Cómo reaccionaron en Buenos Aires ante la actitud sanmar-
tiniana? El periódico El Tiempo decía sardónicamente:
¿A dónde iríamos huyendo de nuestra patria,
que la ignominia y el desdoro que publica-
remos en ella, no nos cortejasen también?
No olvidéis, cuando merezcamos el favor de
un recuerdo, que a ningún hombre, por
grande que su mérito sea, le es permitido di-
vorciarse con la patria y mucho menos si,
con pretensión orgullosa, de lo que no os
acusamos, General, pretende tener toda la
razón de su parte, concediendo a su sola opi-
nión todos los derechos de la verdad.
¡Le ofendían! El Pampero fue todavía más hiriente:
Este General ha venido a este país a los cua-
tro años, pero después de haber sabido que
se habían hecho las paces con el emperador
del Brasil.
¿Cobarde, oportunista, San Martín? Guido le advertía: “Ya han
comenzado a arañar a usted con los papeles públicos: demasiado tar-
daban. No haga usted caso de la paja; no falta quien defienda a usted”.
El gobierno de Lavalle cayó ese mismo año.
El general Fructuoso Rivera, factótum de la nación uruguaya
que estaba estructurándose, al saber el propósito de viaje de San Mar-
tín, escribióle:

289
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

¿Regresa usted a Europa cuando todos le


creíamos deseoso de vivir en América? ¿Qué
puede inferirse de aquí, sino que a usted la
patria ya no le inspira interés o que ha
desesperado de su salud?
Contestóle el gran General:
Un solo caso podría llegar en que yo descon-
fiase de la salud del país, esto es cuando viese
una casi absoluta mayoría en él por some-
terse al infame yugo de los españoles. Más o
menos males, más o menos progresos, más
o menos adelantos en nuestra ambición, he
aquí lo que resultará de nuestras disensiones.
Es verdad que las consecuencias más fre-
cuentes de la anarquía son producir un ti-
rano, mas aun en este caso tampoco
desconfiaría de su salud, porque sus males
estarían sujetos a la duración de la vida de
un solo hombre.269
Y se embarcó San Martín en el mismo buque que lo había
traído, el Countess of Chichester, el 14 de mayo, rumbo a Falmouth y
Londres –llegará como incógnito– y pasará luego a Bruselas, a insta-
larse junto a su hija. Su dignidad de gran líder de la independencia ha
quedado intacta. Lavalle y los otros no podían comprender que la
grandeza tiene su propia mensura, y que el prócer magno no puede
descender de aquel sitial excelso.
Tampoco hubo mengua en la dignidad de Bolívar. Al regresar
del Perú en 1826, se encontró con un peligro de guerra entre Vene-
zuela y la Nueva Granada; viajó inmediatamente a Caracas, dio solu-
ción al problema, reestructuró la Universidad Central con la
cooperación del doctor José María Vargas, y, desde Bucaramanga ob-

269 ABAD, PLÁCIDO. San Martín en Montevideo: 150. Citado por C. GALVÁN MORENO, C. San Martín

el...: 352.

290
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

servó el desarrollo de la Convención de Ocaña, en la cual el santan-


derismo trató de aniquilarle al grande hombre; la habilidad política, in-
dispensable en ese caso, hizo fracasar la convención y Bolívar fue
declarado dictador en Bogotá. Intentaron asesinarle; partió al sur, a
afrontar la invasión peruana, que se trocó en derrota vergonzosa para
los invasores La Mar y Gamarra. En Bogotá, en enero de 1830, instaló
el Congreso y renunció ante él, para partir en mayo hacia Cartagena,
hacia la muerte.
También San Martín partió ese tiempo, en cierta manera, a una
especie de muerte. No hay, en efecto, en los veinte años siguientes de
su estada en Europa, hasta el día de su fallecimiento en 1850, ningún
hecho grande, trascendente, propio de un varón extraordinario. Todo
se resume, en síntesis, a que su hija termina estudios y se casa; a que
cambia de residencia tres veces, viaja por ciudades de Francia y de
Italia; es visitado por personas de significación, argentinas; y nada
más; habla de propósitos de retorno a la patria en tres ocasiones:
1832, 1836 y 1837; de ahí en adelante, hasta ese proyecto se le esfuma
del espíritu. Dos veces ofrece sus servicios, como militar, para la de-
fensa de su país, pero no hay posibilidad de que tan valiosa generosi-
dad se vuelva realidad. Lo mismo que Bolívar, tendrá que morir de
enfermedad. La agonía de la forzosa inacción, de la falta de tomar
decisiones determinantes para todo un pueblo, duró en Bolívar siete
meses; en San Martín, a partir de su renuncia del poder, veintiocho
años. La vida fue más dura y más cruel con el líder rioplatense, porque
lo realmente duro no es morir sino, en ese caso, continuar viviendo.
Y, en el destierro, por añadidura.
Aquel año 1830, fue intenso para Bolívar –como todos los an-
teriores, en él, que era incendio sin atenuaciones– y supercargado de
angustia y tristeza; sintió íntegra en sí la lucha de los contrarios: la fe
en su obra y la desilusión al verla tambalear entre las garras de la
demagogia; el fervor de los hombres y su ingratitud; la vida y la
muerte.

291
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Cuando los belgas, en 1830, se sublevaron contra el dominio de


Holanda que soportaban, el burgomaestre de Bruselas pidióle a San
Martín que comandase la insurrección. El héroe declinó el honor. Le
conocían bien, por tanto, los belgas y trataron de utilizar su sabiduría
militar. Como hubiera aparecido en la ciudad una peste de cólera, se
trasladó San Martín a tomar baños en Aix-la Chapelle, de donde re-
gresó, para establecerse en París con su hija. En Bruselas le buscó
Santander, sin éxito.
Dos veces he estado en casa de usted –dícele
en una carta–, y no he tenido la fortuna de
encontrarle. Usted ha estado otras dos en mi
posada y tampoco me ha encontrado [ … ]
Le conocía a usted por sus importantes ser-
vicios a la causa americana, por las batallas
de Chacabuco y Maipo, por la empresa de
libertar al Perú, por tantas otras acciones
ilustres que no olvidará la historia de la inde-
pendencia americana.270
Por esos días, recibió San Martín una carta del Perú, de José
Ribadeneira: le informa al héroe rioplatense de una conversación ha-
bida con Bolívar, en Lima:
Nada tengo contra el general San Martín, dí-
jole Bolívar; él puso la piedra de la libertad e
independencia; se le ha correspondido mal
[ … ] Yo tengo un placer en oírle a usted sus
elogios al general San Martín, porque esa
consecuencia hacia San Martín sólo es pro-
pia de los hombres de bien.271
Puede advertirse la conciencia muy herida del prócer riopla-
tense cuando le escribe al general Antonio Gutiérrez de la Fuente, su
amigo, en estos términos:

270 SAN MARTÍN. Su Correspondencia: 314.


271 Citada por GALVÁN MORENO, C. San Martín...: 355.

292
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Yo estoy muy lejos de felicitarle por su


nuevo empleo, porque la experiencia me ha
enseñado que los cargos públicos, y sobre
todo el que usted obtiene, no proporcionan
otra cosa que amarguras.
Este general había sido designado Presidente interino del Perú.
Hallábase San Martín en seria crisis económica; la Presidencia
de Gutiérrez puede serle benéfica. Se dirige a O'Higgins:
Yo estoy seguro que él –el Presidente– hará,
en la triste situación en que me encuentro,
los esfuerzos posibles para mejorarla. Por
parte de usted, estoy bien persuadido
empleará toda su actividad para remitirme
algún socorro lo más pronto que le sea po-
sible. Mi situación, a pesar de la más rigurosa
economía, es cada día más embarazosa.
Consiguió O'Higgins que el gobierno subsiguiente –del general
Gamarra– autorizara el pago de tres mil pesos, con los cuales fue po-
sible el matrimonio de Mercedes San Martín con Mariano Balcarce
(diciembre de 1832).272 Los novios partieron a Buenos Aires, donde
Balcarce consiguió un empleo en el Ministerio de Relaciones Exterio-
res.
Pronto terminaron las preocupaciones económicas de San Mar-
tín: en adelante, hasta la muerte, no padecerá pobreza. Aparece en su
destino, insospechadamente, un amigo generoso: el español Alejandro
Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir. Es un sevillano
menor que San Martín en seis años, hijo de otro noble con título agrí-
cola: el conde de Montelirios. Volviéronse íntimos amigos el riopla-
tense y el español, cuando juntos, en el ejército real, combatieron
contra la invasión napoleónica. Ahora, el marqués, al reencontrarse en
París con su antiguo compañero, reenciende la amistad y le ofrece

Decíale San Martín a O'Higgins: “El novio no posee más bienes de fortuna que una honradez a toda
272

prueba; he aquí todo lo que yo he deseado para hacer la felicidad de Mercedes”.

293
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

cuanto necesite; ¡Aguado es multimillonario!273 Aguado quiere otor-


garle paz económica al héroe inmenso. En 1834 –cuando ya ha nacido
su nieta primera– adquiere San Martín una casa con amplios terrenos
en Grand Bourg, en 13.500 francos y, al año siguiente, una casa en
París, en 104.200 francos. “Aguado era el propietario del Petit Bourg,
castillo histórico situado sobre el camino de Fontainebleau, a 25 ki-
lómetros de París, que según antiguas crónicas perteneció al marqués
de Montespán. Sena por medio, está la casa de San Martín, que
Aguado unió a su castillo por medio de un puente colgante”.274
Al menos esas compensaciones económicas para quien va pa-
deciendo moralmente tanto! No sólo es noble el espíritu de Aguado,
sino que hay en él una gran admiración hacia quien había sido un li-
bertador! En la residencia de Grand Bourg primero, y luego en la casa
de París –calle Neuve Saint Georges Nº 1– conserva San Martín una
gran sencillez de costumbres; picar tabaco para su pipa, distraerse en
labores de carpintería, jugar con un coipo –perro de agua– que le ha-
bían regalado en Guayaquil, y limpiar y pulir sus armas (hábito de
cuartel); cuidar el jardín, pasear a caballo y leer. La “intensa tensión”
napoleónica, o de Bolívar, o del propio San Martín entre 1817 y 1822,
ha desaparecido; queda un ir pasando los días, sin nada de excepcional
relieve. Pero en lo más profundo del espíritu, continúa el hombre re-
belde, intacto, casi desafiante. Ante alguna posibilidad de retorno a
Buenos Aires, háblale a Guido con desnuda franqueza, casi con in-
justa dureza:
Visto que veinticuatro años de ensayos no
han producido más que calamidades, dejé-
monos de teorías [ ... ] ¡Libertad!, para que
todos los hombres honrados se vean ataca-
dos por una prensa licenciosa, sin que haya
leyes que los protejan, y si existen, se hacen
ilusorias. ¡Libertad!, para que si me dedico a
cualquier género de industria, venga una re-
273 Domingo Faustino Sarmiento, en la complicación de sus escritos titulada Vida de San Martín, recons-
truye, en lenguaje literario, el encuentro de los dos amigos.
274 PETRIELLA, DIONISIO. José de San Martín: 332.

294
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

volución que me destruya el trabajo de mu-


chos años y la esperanza fundada de dejar
un bocado de pan a mis hijos. ¡Libertad!,
para que sacrifique mis hijos a guerras civi-
les. ¡Libertad!, para verme expatriado el día
menos pensado, sin forma de juicio y tal vez
por mera divergencia de opiniones. ¡Maldita
una y mil veces la tal libertad! Yo prefiero el
ostracismo voluntario que me he impuesto,
a los goces de tal libertad.275
Critica y condena. ¿Es tanta la desventura de los pueblos por él
libertados? ¿Por qué se produjo en América tan deplorable secuela a
la guerra magna de tanta grandeza? Leopoldo Zea ha intentado una
explicación:
Los pueblos latinoamericanos –escribe– ne-
cesitaban de la experiencia de la libertad, no
importaba que la misma se pudiese transfor-
mar en anarquía, dando origen a nuevas for-
mas de dominación. Una vez alcanzada la
libertad, su experiencia, y después su pér-
dida, provocarían la necesidad. Necesidad
que ya, dentro del horizonte de la experien-
cia alcanzada haría de esa nueva libertad algo
más real y firme. La experiencia de estos
pueblos para el uso de la libertad había ori-
ginado su anulación, pero para provocar una
nueva y más eficaz repercusión.276
¿Qué se había producido en Colombia aquel 1830 y después?
Bolívar tuvo dos magnas tristezas, aparte de palpar la ingratitud ge-
neral: su creación de Colombia se deshizo; en su lugar nacieron tres
repúblicas: Venezuela, Nueva Granada y Ecuador; empezaron los he-
rederos a disputarse la sagrada túnica, que no dejaron intacta ni la
275 Archivo de San Martín. T. VI: 571.
276 ZEA, LEOPOLDO. La integración cultural latinoamericana y su integración social. México, 1978.

295
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

echaron a suerte, sino que la despedazaron. El otro dolor, con mezcla


de tremenda indignación: el asesinato en Berruecos del Mariscal Sucre
(junio). Un crimen político, para que Bolívar no tuviese un continua-
dor. Sucre aparecía demasiado grande y peligroso para las figuras me-
nores de Páez, Santander y Flores. El General Páez gobierna a
Venezuela de 1831 a 1835. Su sucesor, el doctor José María Vargas,
afronta ya el estallido de las ambiciones, y renuncia. Ha conspirado
contra él el coronel Pedro Carujo, el mismo que integró en Bogotá el
grupo que intentó el asesinato de Bolívar, en septiembre de 1828.
A San Martín no dejan de hostigarle. El doctor Manuel Moreno
representante diplomático del Río de la Plata en Londres, trata de al-
canzar las simpatías de Rosas intrigando contra el héroe de Maipo. Le
acusa de andar en manejos en Europa para conseguir la implantación
de una monarquía en Buenos Aires; hasta dice Moreno que ha viajado
el prócer a Madrid de incógnito con ese propósito. La ira de San Mar-
tín se descarga en una carta muy violenta:
Mi notorio desprendimiento –dice– a todo
mando e intervención en los asuntos políti-
cos, mi carácter no desmentido en todo el
curso de nuestra junta revolucionaria, mis
servicios rendidos a la independencia de Sud
América, y en fin mis notorios compromisos
con el gobierno español (compromisos de
pescuezo, señor doctor), me daban derechos
a esperar que mi nombre no fuese tachado
con una impostura tan altamente grosera
como ultrajante [ … ] esta conducta no
puede calificarse más que de uno de estos
dos modos: o es usted un malvado consu-
mado, o ha perdido enteramente la razón.277
Moreno se arrepintió. ¿Supo que San Martín y Rosas eran ami-
gos?

277 Archivo de San Martín. T. X: 82 y siguientes.

296
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Un día de enero o febrero de 1831, la prensa de París publica


la noticia fatal: “¡Bolívar ha muerto!”. Después de su renuncia del
poder, ha ido medio a vagar por las playas del Caribe, de Cartagena a
Soledad, de Barranquilla a Santa Marta, en busca de un buen aire de
océano para sus pulmones destrozados por la tuberculosis. Y para su
corazón despedazado por la ingratitud y la traición de los hombres.
Espera ir a Jamaica, a Londres; huye de la muerte y la muerte le al-
canza en la hacienda de San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta,
el 17 de diciembre de 1830. El mismo 17 de diciembre de la creación
de la Gran Colombia en Angostura! Alcanzó a despedirse de los co-
lombianos –de América– con una Proclama:
Habéis presenciado mis esfuerzos para plan-
tar la libertad donde antes reinaba la tiranía.
He trabajado con desinterés, abandonando
mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé
del mando cuando me persuadí que descon-
fiábais de mi desprendimiento. Mis enemi-
gos abusaron de vuestra credulidad y
hollaron lo que me es más sagrado: mi repu-
tación y mi amor a la libertad. He sido víc-
tima de mis perseguidores, que me han
conducido a las puertas del sepulcro. Yo los
perdono [ … ] Mis últimos votos son por la
felicidad de la patria. Si mi muerte contri-
buye para que cesen los partidos y se conso-
lide la unión yo bajaré tranquilo al sepulcro.
[Doce años después, sus restos fueron tras-
ladados al Panteón Nacional de Caracas].
¿Qué pensó San Martín de la desaparición de su amigo más ex-
celso?... Algo más tarde, su hija Mercedes, por interpretar lo más pro-
fundo del sentimiento de su padre, pintó un retrato de Bolívar y lo
puso a la vista diaria de su progenitor. Logró obsequiarle al viejo líder
de la entrevista de Guayaquil el más significativo y el más elocuente

297
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

de los regalos. El Bolívar pintado por Mercedes estará en el salón de


la casa a la hora en que el prócer rioplatense caiga también en el duro
regazo de la muerte.
Al cambiar el gobierno en Buenos Aires, el hijo político de San
Martín se queda sin empleo; el matrimonio se traslada a París, donde
nace un segundo nieto para el prócer. Además, el gobierno del Perú
le restablece al héroe la pensión íntegra, cuyo pago no había sido aten-
dido sino en parte. Sin embargo, lo más importante del espíritu san-
martiniano está muy lejos, en su patria; la ve, la piensa, la vigila
permanentemente. Y sus preocupaciones alcanzan el ápice al saber
que la ciudad de Buenos Aires había sido sometida a bloqueo por la
escuadra francesa (marzo de 1838). Exigía el almirante Le Blanc que
fuesen puestos en libertad numerosos súbditos franceses, apresados
por Rosas u obligados a servir en el ejército; después, pidió además
indemnizaciones. “El rechazo de Rosas fue enérgico, y sólo pudo ser
suspendido el bloqueo por la intervención del diplomático inglés y del
cónsul norteamericano, más la entrega por Rosas de los prisioneros
franceses”.278 Se indigna San Martín al saberlo, y le escribe inmedia-
tamente a Rosas ofreciéndole sus servicios. No fueron utilizados,
sobre todo porque el incidente no duró sino seis meses. Muchas crí-
ticas se alzaron contra San Martín por esta su actitud. El héroe explicó
así su ofrecimiento (carta a Gregorio Gómez, septiembre de 1839):
Tú conoces mis sentimientos y por consi-
guiente yo no puedo aprobar la conducta del
general Rosas cuando veo una persecución
general contra los hombres más honrados
de nuestro país; por otra parte, el asesinato
del doctor Maza me convence que el go-
bierno de Buenos Aires no se apoya sino en
la violencia. A pesar de esto, yo no aprobaré
jamás el que ningún hijo del país se una a
una nación extranjera para humillar a su pa-
tria.279
278 IZQUIERDO, JOSÉ. Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Imprenta López, 1946: 136-138.
279 Archivo de San Martín. T. IX: 500.

298
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

Los “unitarios”, que libraban guerra a muerte contra el tirano,


aprovecharon la coyuntura del bloqueo para atacar al régimen, con
lo cual indirectamente favorecían a los bloqueadores.
Rosas, agradecido, nombróle a San Martín Ministro Plenipo-
tenciario ante el gobierno del Perú. El prócer declinó ese honor, ob-
viamente.
Más tarde (1848), Francia e Inglaterra sometieron a Buenos
Aires a otra agresión. San Martín volvió a ofrecer sus servicios mili-
tares. Al ser levantado el doble bloqueo, escribióle a Rosas (2 de no-
viembre):
Usted me hará la justicia de creer que sus
triunfos son un gran consuelo en mi acha-
cosa vejez, así es que he tenido una verda-
dera satisfacción al saber el levantamiento
del injusto bloqueo con que nos hostilizan
las dos primeras naciones de Europa; esta
satisfacción es tanto más completa cuando
el honor del país no ha tenido nada que su-
frir y, por el contrario, presenta a todos los
nuevos Estados Americanos un modelo que
seguir y más cuando éste está apoyado en la
Justicia. No vaya usted a creer por lo que
dejo expuesto el que jamás he dudado que
nuestra Patria tuviese que avergonzarse de
ninguna concesión humillante, presidiendo
usted sus destinos. Reciba usted y nuestra
Patria mis más sinceras enhorabuenas.280
La correspondencia entre San Martín y Juan Manuel de Rosas
fue muy nutrida. ¿Fueron verdaderos amigos? Seguramente no. Su
calificación de la conducta del tirano fue elocuente: “Veo una perse-
cución general contra los hombres más honrados de nuestro país... El
gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia”. Con nada
de eso podía estar de acuerdo el gran General. Lo que le unía a Rosas
280 IZQUIERDO, JOSÉ. Op. cit.: 225.

299
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

era la defensa de éste del “honor del país” frente a potencias europeas.
Su visión era no nacional, no humana, no de derechos del hombre,
sino internacional. ¿Erró en esa fragmentación de la persona del dés-
pota? Evidentemente que sí. Nadie puede, en lógica recta, dividir a un
hombre, para dejar de considerar una de sus expresiones y tomar en
cuenta sólo la otra. Los “septembrinos”, que intentaron asesinar a
Bolívar en Bogotá, en 1828, decían que su acción no era contra el Li-
bertador sino contra el dictador. Si hubiesen logrado matarle, ¿a cuál
de los dos asesinaban, dejando a salvo al otro? ¿No era uno solo el
muerto? El Rosas tirano y asesino es uno mismo con el Rosas defen-
sor del país frente a agresiones del exterior. La actitud de San Martín
en este caso –en este único caso– no es justificable. Y menos, muchí-
simo menos, el que en su Testamento, en 1844 (23 de enero) hubiese
estatuido en la cláusula tercera lo siguiente:
El sable que me ha acompañado en toda la
guerra de la independencia de la América del
Sud, le será entregado al General de la Repú-
blica Argentina don Juan Manuel de Rosas,
como una prueba de la satisfacción que
como argentino he tenido al ver la firmeza
con que ha sostenido el honor de la Repú-
blica contra las injustas pretensiones de los
extranjeros que trataban de humillarla.
Un Rosas heredero del sable de San Martín... Rosas, poseso de
infinita vanidad, decía en un Mensaje, volteando la realidad cínica-
mente:
El ilustre General San Martín héroe glorioso
de nuestra Independencia, ha merecido un
nuevo recuerdo del Gobierno [ … ]281
Un San Martín “mereciendo” algo del gobierno de un Rosas...
Sarmiento trató de explicar: “San Martín es el ariete desmontado ya,
que sirvió a la destrucción de los españoles; hombre de una pieza,

281 Cf. GALVÁN MORENO, C. San Martín...: 369. El texto del Testamento, en pág. 382.

300
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

anciano abatido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas


el defensor de la independencia americana, y su ánimo noble se exalta
y ofusca”. Explica Sarmiento, y acusa. San Martín “se ofusca”.282
Tan celosa es la vigilancia de San Martín, respecto de su país,
que cuando aparecen las Memorias del general argentino Gregorio
Araoz de La Madrid, que fue uno de los combatientes por la Indepen-
dencia, no puede guardar silencio ante las tergiversaciones que en-
cuentra en ellas, y escribe: “Como argentino, como americano y como
hombre cuya función en la época a que se refieren, debe tener un
gran valor, declaro que cuanto ellas contienen es un tejido absurdo de
infames y gruesas imposturas”.283
Hacia 1842, el Presidente de Chile, general Manuel Bulnes –
fundador de la Universidad cuyo primer Rector fue Andrés Bello– le
invita oficialmente a San Martín a trasladarse a residir en el país; hasta
le anuncia que el propio O'Higgins se dispone a regresar, restituido
en sus honores.284 Responde el prócer:
En ningún otro país he recibido de los par-
ticulares más demostraciones de sincero
afecto, y lo confirma la carta del señor Pre-
sidente, el interés de esos habitantes de que
fije mi residencia en ésa. Interés tanto más
desinteresado cuanto que esta invitación se
hace a un viejo enfermo y cuyos servicios
son de una absoluta nulidad al país.
Agradece, pero no puede aceptar la invitación por el momento:
acaba de morir su amigo, su nobilísimo amigo Alejandro Aguado,
quien le ha nombrado tutor de sus hijos, haciéndole a la vez albacea.
“Hace pocos años –lo recuerda– que mi situación fue sumamente crí-
tica en Europa. Ella fue tal que sólo la generosidad del amigo que
vengo de perder, me libertó tal vez de morir en un hospital”.285

282 Ibid.: 377.


283 Archivo de San Martín. T. X: 482.
284 O'Higgins murió ese año, en el Perú.

285 SAN MARTÍN. Su Correspondencia: 225.

301
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

Aparecían, evidentemente, excepcionales compensaciones para


el héroe. El gobierno chileno decretó, además, que San Martín cons-
tara en la lista activa del ejército, con el sueldo correspondiente a su
clase, aún cuando residiera fuera del territorio de la República. No
todo era olvido, ni todo tergiversaciones, odios, insultos. Su ánimo se
ensancha y reacciona positivamente. El amigo le ha dejado en heren-
cia todas sus joyas, y tal vez algo más. Decide viajar, por romper la
monotonía de sus recuerdos. Recorre Francia; luego, el sur de Italia:
Florencia, Roma, Nápoles.
Cuando le visita Sarmiento en 1846, encuentra un hombre ven-
cido, decadente:
San Martín era hombre viejo, con debilida-
des terrenales, con enfermedades de espíritu
adquiridas en la vejez; habíamos vuelto –
en la conversación– a la época presente, y
nombrando a Rosas y sistema. Aquella inte-
ligencia tan clara declina ahora, aquellos ojos
tan penetrantes que de una mirada forjaban
una página de la historia, estaban ahora tur-
bios, y allá en la lejana tierra veían fantasmas
de extranjeros, y todas sus ideas se confun-
dían: los españoles y las potencias europeas,
la patria, aquella patria antigua, y Rosas, la
independencia y la restauración de la colonia
[ … ]286
Hubiera podido recordar Sarmiento, varón de ya bien cimen-
tada cultura humanística, la Oda a las Ruinas de Itálica, de Rodrigo
Caro.
Dos revoluciones hubo de presenciar San Martín en Europa: la
liberal de 1830 en Francia, que derribó a los Borbones, y la de febrero
de 1848, que desembocó en la Segunda República Francesa. A la pri-
mera, en Bélgica, fue invitado San Martín, para que la dirigiera. La se-

286 SARMIENTO. Obras Completas. T. V: 138.

302
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

gunda, con todas las conmociones públicas que se produjeron, no


pudo soportarla el prócer, que dejó al mes siguiente (marzo) la ciudad
de París y se instaló en Boulogne-sur-mer. (Su yerno labora como di-
plomático en la Misión Argentina en Francia; cargo dado por Rosas).
Tuvieron que operarle de cataratas; necesitaba mar; requirió incluso
del balneario de Enghein, que lo tonificó notablemente. El escritor ar-
gentino Félix Frías, de paso por ahí, encontró un San Martín fortale-
cido: “Su lenguaje era de tono firme y militar, cual el de un hombre
de convicciones meditadas”, escribió.287 Vive con su corta familia,
gracias a un permiso conseguido para su yerno. Va en un ir sin énfasis.
Cada vez que sus dolencias estomacales le martirizan, se cura con
opio, cuyas dosis van en aumento.
Al fin, el 17 de agosto de 1850, a las tres de la tarde, sobrevínole
una violenta convulsión estomacal que no fue posible neutralizar, y
expiró, en el lecho de su hija Mercedes que lo atendía. En su testa-
mento había ordenado:
Prohíbo el que se me haga ningún género de
funeral, y desde el lugar en que falleciere, se
me conducirá directamente al cementerio,
sin ningún acompañamiento. Pero sí desea-
ría el que mi corazón fuese depositado en el
de Buenos Aires.
El gobernador de Buenos Aires se limitó a enviar a los deudos
una nota de pésame. Y los restos fueron repatriados sólo treinta años
más tarde.
José Martí escribió lapidariamente: “Legó su corazón a Buenos
Aires y murió frente al mar, sereno y canoso, con no menos majestad
que el nevado de Aconcagua en el silencio de los Andes”.
De Bolívar había dicho el mismo Martí: “Mientras la América
viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nues-
tras entrañas. Lo que Bolívar no hizo, está por hacer en América to-
davía”.

287 OTERO, JOSÉ PACÍFICO. Op. cit. T. IV: 514.

303
JOSÉ DE SAN MARTÍN
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320
Índice

Preámbulo .......................................................................................5

Primera Parte
UNA MUY IMPORTANTE ESCUELA ..................................9

Segunda Parte
DESCUBRIMIENTO DEL RUMBO ....................................33

Tercera Parte
LIBERTADOR DE CHILE .....................................................73

Cuarta Parte
PROTECTOR DEL PERÚ ....................................................145

Quinta Parte
UN EXILIO LARGAMENTE AGÓNICO .......................251

Bibliografía ..................................................................................305
ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ.

322
JOSÉ DE SAN MARTÍN
.

323

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