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El Compromiso de La Oración

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Año de Espiritualidad 2018

El compromiso de la oración

El Compromiso de la Oración en la Vida


Consagrada

Jesús, con su oración y su sacrificio, contribuía a la


evangelización igual y más que si se hubiera dedicado
completamente a la acción misionera.

L’OSSERVATORE ROMANO, 4 de enero de 1995

1. La tradición cristiana siempre ha puesto en un lugar destacado la


contemplación como expresión altísima de la vida espiritual y momento
culminante del proceso de la oración.

El acto de contemplación da plenitud de significado a la a religiosa,


cualquiera que sea, como consecuencia de la especial consagración que
constituye la profesión de los consejos evangélicos.

En virtud de esta consagración, la vida religiosa es -y no puede menos de


ser- vida de oración y, por tanto, de contemplación, incluso cuando, en el
enfoque de la espiritualidad y en la práctica, el tiempo atribuido a la
oración no es exclusivo ni predominante.

Por esto, el Concilio afirma: «los miembros de cualquier instituto, buscando


ante todo y únicamente a Dios, han de unir la contemplación, por la que se
unen a Dios de mente y corazón, con el amor apostólico» (Perfectae
caritatis, 5) Así, el Concilio subraya que la contemplación no solamente es
necesaria en los institutos de vida puramente contemplativa, sino también
en todos los institutos, incluidos los que se dedican a obras apostólicas que
exigen gran empeño. El compromiso de la oración es esencial en toda vida
consagrada.

2. Eso es lo que nos enseña el Evangelio, al que se remite el Concilio.


Un episodio evangélico que suele evocar con gran frecuencia al respecto
(cf. ib.) es el de María de Betania que, «sentada a los pies de Jesús,
escuchaba su palabra». A Marta, que deseaba que su hermana la ayudara
en el servicio y por eso solicitaba la intervención de Jesús para impulsarla
al trabajo, el Maestro respondió: «María ha elegido la mejor parte, que no
le será quitada» (Lc 10, 38-42).
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El compromiso de la oración

El significado de esta respuesta es transparente: la mejor parte consiste en


escuchar a Cristo permaneciendo cerca de él, con adhesión de espíritu y de
corazón. Por eso, en la tradición cristiana, inspirada en el Evangelio, la
contemplación goza de una prioridad indiscutible en la vida consagrada.
Más aún, el Maestro, en su respuesta, da a entender a Marta que la
adhesión a su persona, a su palabra, a la verdad que él revela y transmite
de parte de Dios, es lo único (realmente) necesario.

Equivale a decir que Dios, y también su Hijo hecho hombre, desea el


homenaje del corazón antes que el homenaje de la actividad; y que el
sentido de la religión inaugurada en el mundo por Jesús es adorar «al Padre
en espíritu y verdad» (Jn 4, 24), como a él mismo le agrada, de acuerdo
con lo que enseñó a la samaritana.

3. En esta prioridad del homenaje del corazón, el Concilio enseña a ver


también la respuesta debida al amor de Dios que nos ha amado primero
(cf. Perfectae caritatis, 6). Los consagrados, buscados por el Padre de
modo privilegiado, están llamados a su vez a buscar a Dios, a dirigir sus
deseos hacia el Padre, a entablar contactos de oración con él, a entregarle
su corazón con amor ardiente.

Esta intimidad con Dios la realizan en la vida con Cristo y en Cristo.


Dice el Concilio: «Procuren con afán fomentar en toda ocasión la vida
escondida con Cristo en Dios (cf, Col 3, 3)» (ib.). Es la vida escondida, cuya
ley fundamental enuncia san Pablo: pensar «en las cosas de arriba, no en
las de la tierra» (Col 3, 2). Este aspecto escondido de la unión íntima con
Cristo se revelará en su profunda verdad y belleza cuando nos encontremos
en el más allá.

4. Sobre la base de esta razón esencial de la vida consagrada, el Concilio


recomienda: «Los miembros de los institutos (religiosos) deben cultivar con
asiduo empeño el espíritu de oración y la oración misma» (Perfectae
caritatis, 6). Baste aquí explicar que el espíritu de oración se identifica con
la actitud del alma que tiene sed de la intimidad divina y se esfuerza por
vivir en está intimidad, con entrega total. Esta actitud se expresa en la
oración concreta, a la que se dedica cierto tiempo cada día de la vida.
También en esto se imita a Jesús que, incluso en el periodo más intenso de
su ministerio, reservaba momentos para el diálogo exclusivo con el Padre
en la oración solitaria (cf. Mc 1, 35; Lc 5, 16; 6, 12).

5. Ya se sabe que en la tradición cristiana se suelen distinguir varias


formas de oración y, en particular, la oración en común y la oración
solitaria.
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El compromiso de la oración

Ambas son útiles y generalmente están prescritas. Tal vez hay que evitar
siempre que la oración común haga perder el hábito de la oración solitaria,
o que ésta predomine hasta el punto de eliminar o quitar valor a la oración
común. Un auténtico espíritu evangélico de oración regula ambas formas,
de acuerdo con una dosificación benéfica para el alma, que los fundadores
y los legisladores de los institutos religiosos establecen en sintonía con la
autoridad de la Iglesia.

Lo mismo se puede decir acerca de la distinción entre la oración vocal y la


oración mental llamada simplemente oración. En realidad, toda oración
debe ser plegaria del corazón.

Jesús recomienda la oración humilde y sincera: «Ora a tu Padre, que está


en lo secreto» (Mt 6, 6), advirtiendo que no es la palabrería lo que hará
que Dios nos escuche (cf. Mt 6, 7). Pero también es verdad que la oración
interior, por la misma naturaleza del hombre, tiende a expresarse y
manifestarse en palabras, en gestos y en un conjunto de actos de culto
externo, cuya alma sigue siendo siempre la plegaria del corazón.

6. El Concilio señala también las «genuinas fuentes de la espiritualidad


cristiana» y de la oración (Perfectae caritatis, 6): son la sagrada Escritura,
cuya lectura y meditación sugiere para poder entrar más a fondo en el
misterio de Cristo, y la liturgia, sobre todo la celebración eucarística, con la
riqueza de sus lecturas, la participación sacramental en la ofrenda
redentora de la cruz, y el contacto vivo con Cristo, alimento y bebida, en la
Comunión.

Algunos institutos promueven también la práctica de la adoración


eucarística, que favorece la contemplación y la adhesión a la persona de
Cristo, y ayuda a testimoniar el atractivo que su presencia ejerce sobre la
humanidad (cf. Jn 12, 32). Son dignos de alabanza y de imitación.

7. Ya se sabe que hoy, al igual que en el pasado, hay institutos


«puramente contemplativos» (Perfectae caritatis, 7). Conservan una misión
importante en la vida de la Iglesia, aunque el apostolado activo sea una
urgente necesidad en el mundo de hoy.

Es el reconocimiento concreto de la palabra de Cristo sobre lo único


necesario. La Iglesia tiene necesidad de esta oración de los contemplativos
para crecer en su unión con Cristo y obtener las gracias necesarias para su
desarrollo en el mundo. Por consiguiente, los contemplativos, los monjes,

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El compromiso de la oración

los monasterios de clausura son también testigos de la prioridad que la


Iglesia atribuye a la oración y de la fidelidad que quiere que se mantenga a
la respuesta dada por Jesús a Marta sobre la mejor parte elegida por María.

8. Conviene, en este momento, recordar que la respuesta a la vocación


contemplativa implica grandes sacrificios, en especiál la renuncia a una
actividad directamente apostólica, que hoy particularmente parece tan
connatural a la mayoría de los cristianos, tanto hombres como mujeres.

Los contemplativos se dedican al culto del Eterno y «ofrecen a Dios el


magnífico sacrificio de alabanza» (ib.), en un estado de oblación personal
tan elevado que exige una vocación especial, que preciso verificar antes de
la admisión o de la profesión definitiva. Ahora bien, es preciso advertir que
también los institutos contemplativos tienen en la Iglesia una misión
apostólica.

En efecto. la oración es un servicio a la Iglesia y a las almas. Produce


«abundantes frutos de santidad» y proporciona al pueblo de Dios una
«misteriosa fecundidad apostólica» (ib.,). De hecho, ya se sabe que los
contemplativos oran y viven por la Iglesia, y a menudo obtienen para su
vitalidad y su progreso gracias y ayudas celestiales muy superiores a las
que se realizan con la acción

A este respecto, es hermoso concluir esta catequesis recordando que santa


Teresa del Niño Jesús, con su oración y su sacrificio, contribuía a la
evangelización igual y más que si se hubiera dedicado completamente a la
acción misionera.

Hasta el punto de que fue proclamada patrona de las misiones. Eso pone
de relieve la importancia esencial de los institutos de vida contemplativa,
insistiendo en la necesidad de que todos los institutos de vida consagrada,
también los que se dedican al apostolado más intenso y más variado,
recuerden que la actividad -incluso la más santa y benéfica en favor del
prójimo- no dispensa nunca de la oración como homenaje del corazón, de
la mente y de todo la vida a Dios.

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