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Jullio Entero

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Conversar Julio 2024

Título: El arte de orar


Tuit: Dice San Agustín que Dios tiene sed de nuestra sed. La oración es sed y grito.
Sin sed no se busca la fuente y no hay encuentro con Dios. La oración es el espacio para
el encuentro, es el pozo donde el agua brota y el hombre sacia su sed.

Reflexion-AR
Señor, enséñanos a orar; enseñemos a orar

La fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o


de la decadencia de la vida religiosa1

Introducción
Es siempre motivo de alegría poder hablar, escribir, comentar o debatir sobre la
oración, sin duda, todo un arte2. Un arte que se vale de diferentes habilidades y
principios, un arte en construcción individual y comunitaria, un arte que necesita de
artistas deseosos, creativos, fieles y arriesgados para desarrollarse.
La oración brota en nuestro peregrinar del día a día, es una relación interpersonal en la
que hablamos, gritamos, pedimos, suplicamos, invocamos, alabamos, agradecemos,
buscamos. Los personajes bíblicos nos dan ejemplo de ello.
Nuestra vida se nutre de la Palabra de Dios, es el centro de la vida (vocación). El fraile
vive, anuncia, comparte y defiende la Buena Nueva; sin embargo, esto es posible y
creíble si el religioso es un hombre de oración.
Muchos religiosos, absorbidos por múltiples actividades, corremos el riesgo de no
agendar un tiempo debido para orar, o utilizamos el espacio para hacer la homilía, o la
ponencia, o la clase, o estudiamos la Escritura para aumentar nuestro conocimiento
intelectual. Tal vez el problema no está en orar poquito, sino en no saber orar. Por eso,
con humildad decimos como los discípulos del Maestro: “Señor, enséñanos a orar”.
Quién une la oración a las obligaciones, y une las obligaciones a la oración,
ora continuamente. Solo así podemos poner en práctica el precepto de:
“Oren sin cesar” (1 Tes 5,17). Si consideramos toda la existencia cristiana
como una sola y larga oración, en la que aquello que acostumbramos a
llamar oración es solo una parte3.
El fundamento de la oración del religioso
El fundamento de la oración del religioso es la Santísima Trinidad, que nos impulsa
para dejarnos encontrar por Dios; y nuestra referencia es Cristo y su testimonio. El
numeral 2652 del Catecismo, utilizando la imagen de la fuente y del agua, nos recuerda
que el “Espíritu Santo es el ‘agua viva’ que, en el corazón orante, ‘brota para vida
eterna’ (Jn 4, 14). Él es quien nos enseña a recogerla en la misma fuente: Cristo. Pues
bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a beber
el Espíritu Santo”.

1
PABLO VI, Evangelica testificatio, 42.
2
RAE. Arte: Conjunto de habilidades, técnicas o principios necesarios para realizar una determinada
actividad.
3
ORÍGENES, Sobre la oración, 12.
Como seguidores de Jesucristo, los religiosos aprendemos de él como nuestro
maestro; así como en los consejos evangélicos aprendemos de Jesús a vivir en
obediencia, castidad y pobreza, de igual manera, en la oración aprendemos a orar con
él.
La Sagrada Escritura nos muestra con claridad cómo era Jesús en este ámbito, su amor
de Hijo le impulsaba a dedicarse a la oración. Leemos que asistía a la sinagoga el
sábado (Mc 1,21); se levantaba temprano para rezar (Mc 1,32.35); a veces pasaba la
noche en oración (Lc 6,12); subía a la montaña o se aislaba en lugares desiertos (Mt
14,23; Lc 5,16)… En el Evangelio de Lucas, se demuestra cómo los momentos decisivos
de su ministerio fueron preparados o acompañados por la oración: su bautismo, la
elección de los Doce, la cuestión planteada a estos sobre su identidad, su
transfiguración, su pasión (Lc 3,21; 6,12; 9,18.28; 22,41-45).
Un detalle que nos parece importante es que no sabemos qué decía Jesús, o qué
pensaba. Raras veces los evangelios relatan el contenido de su oración. Lo poco que
dicen de ella demuestra su intimidad con el Padre, al que llamaba Abbá (Mc 14,36), y
que a menudo se trataba de una acción de gracias (Mt 11,25; 14,19; 15,36; 26,26-27;
Lc 10,21; Jn 11,41).
Volviendo a Jesús, y aprendiendo de él, posiblemente sus seguidores oraban como él.
Un ejemplo es san Pablo, que nos ofrece un testimonio de oración de acción de gracias
al inicio de varias de sus cartas. Regularmente invitaba a los cristianos a “dar gracias en
toda circunstancia” y a “orar constantemente” (1Tes 5, 17). De este mismo modo, los
religiosos seguidores de Jesús estamos invitados a orar cómo él, a su modo y con su
regularidad.
La realidad de nuestra oración
A lo largo de la vida hemos tenido una relación personal y comunitaria con Dios. En
esta experiencia de fe y amor nos hemos encontrado con Jesús, nos hemos encontrado
a nosotros mismos y también nos hemos sentido más cercanos a los demás. Al
escuchar la Palabra y encontrarnos con Jesús, nos hemos sentido llamados a seguirlo;
al percibir las necesidades propias y las de los demás, hemos pedido con frecuencia la
ayuda del Señor. En la relación con Cristo, hemos ido aprendiendo a sentirnos amados
por el Padre y a encontrar en él la paz y la alegría de vivir, y a pedir desde nuestra
pobreza el don del Espíritu Santo. Nos hemos sentido miembros de la Iglesia y
enviados a evangelizar y a ser solidarios con los pobres.
La vida según el Espíritu es nuestra propia vida, la vida de cada día, lo que pensamos,
sentimos, hacemos y decimos; en este sentido, la vida espiritual no es “una parte de la
vida, sino la vida toda guiada por el Espíritu Santo”4. La fe y la caridad se fortalecen en
el encuentro vital con Cristo y en el servicio y entrega concreta y real a los que están
cerca y a los que pasan necesidad. Para una auténtica vida espiritual necesitamos la
oración. No podemos olvidar las palabras de Pablo VI:
¿Cómo no vais a desear, queridos religiosos y religiosas, conocer mejor a
aquel que amáis y queréis manifestar a los hombres? ¡Con él os une la
oración! Si hubierais perdido el gusto por esta, sentiríais nuevamente el
deseo poniéndoos humildemente a orar. No olvidéis, por lo demás, el
testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la

4
Cf. JUAN PABLO II, La Iglesia en América, 29; Vita consecrata, 93
misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida
religiosa5.
En estos tiempos en que con demasiada frecuencia se proclama la posverdad,
volvamos al corazón, como ya decía en su tiempo san Agustín. La oración es camino
para encontrar la verdad sobre nosotros mismos y encontrarnos con el Maestro
interior que es camino, verdad y vida. Nuestra vida de fe y nuestra formación
permanente solo puede estar ancladas en la experiencia de fe, en la oración, en el
trato de tú a tú con el Dios vivo. Recordemos la conocida expresión de Karl Rahner:
El cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha
‘experimentado’ algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del
futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni
en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la
decisión personales6.
La oración es fuente de gracia y camino que nos conduce, poco a poco, a tener una
mirada contemplativa de la realidad y de la vida. Así lo entendieron los primeros
agustinos recoletos:
La especial vocación del agustino recoleto es la continua conversación con
Cristo, y su cuidado principal es atender a todo lo que más de cerca lo
pueda encender en su amor7.
Solo con la ayuda de Cristo, mediante la purificación por la humildad, podemos hacer
silencio y volver al corazón, donde buscamos de nuevo los valores eternos,
reencontramos a Cristo y reconocemos a los hermanos. “Este es el recogimiento o
recolección de la Forma de vivir, camino que lleva derechamente a la contemplación, a
la comunidad y al apostolado”8.
Cada día es una invitación a vivir con gratitud la fe que hemos recibido, y también es
una llamada a proclamar, como María, la grandeza del Señor. Es importante y
necesaria la fidelidad en la oración, pero también lo es gozar de la presencia del Señor,
escuchar lo que nos inspira su Palabra y tener un corazón abierto y disponible para
dejarnos transformar por su amor. Hay un semáforo rojo en el camino, no podemos
quedarnos en el mero cumplimiento (Is 29,13; Mt 15, 8-11).
La oración es como la respiración; sin ella, no podemos tener una fe viva, ni vivir una
espiritualidad evangelizadora. La oración es un arte en el que hay que plasmar la
belleza del amor de Cristo en nuestro servicio apostólico y en la realidad de la propia
vida. Desde nuestra realidad nos sentimos necesitados y nos atrevemos a pedir:
“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1).
El arte de “volver al corazón” para escuchar a Dios
Es todo un arte el volver al corazón, y más arte aún, cuando lo hacemos para escuchar
al Maestro Interior. Recordamos el texto que nos invita a volvernos a nuestro interior
para conectar con Dios: “Cuando tú vas a orar, entra en tu habitación” (Mt 6,6). Es la
invitación que hace Jesús a sus discípulos antes de enseñar la oración del

5
PABLO VI, Evangelica testificatio, 42.
6
Cf. KARL RAHNER, “Espiritualidad antigua y actual”, en Escritos de teología, VII, Cristiandad, Madrid 1967,
25; JOSÉ A. GARCÍA, Ventanas que dan a Dios, Sal Terrae, Maliaño 2019, 256-262.
7
Constituciones, 11; Cf. Forma de Vivir 1,1.
8
Constituciones, 11.
Padrenuestro. Por tanto, es la misma invitación que nos hace a nosotros, religiosos,
seguidores de Jesús y peregrinos hacia la ciudad de Dios.
Bien sabemos que nuestra fe es una fe que se vive en comunidad, y que la oración
litúrgica es una expresión de oración de la Iglesia, y que con la liturgia de las horas
santificamos las horas en nombre de todos. Pero no es suficiente. Estamos
convencidos de que la oración comunitaria tiene sentido si está precedida de una
oración personal. Esta oración personal es la que se hace de corazón a corazón, desde
la verdad de cada uno, sin máscaras, desde el interior, donde habita el Maestro
interior. Es ahí donde podemos escuchar con mayor claridad lo que Dios quiere de
nosotros.
La invitación de Jesús a orar en lo secreto no es solo para resaltar que no está bien orar
para ser visto y/o aplaudido, como los hipócritas, sino también es la invitación a un
encuentro de amor personalizado con el Misterio.
El conocerse, aceptarse, superarse y transcenderse son los pasos para hacer un trabajo
de interioridad y de encuentro transformador con Dios. El autoconocimiento, la alegría
de tener la propia vida en las manos, es la oportunidad preciosa de escuchar a Dios. Es
un arte procesual, que implica autonomía, libertad, deseo y amor. La escucha de Dios
desde el interior nos revela parte del Misterio, y es presencia configuradora que nos
permite descubrir y abrazar nuestra verdad más profunda; verdad que se comunica
eficazmente con el Dios que se hace el encontradizo.
De la oración personal a la oración en comunidad
En la oración hay un clic muy personal con Dios. Nos referimos a ese tipo de oración
que nos permite realmente experimentar el Misterio. Aludimos al método de oración
que desde siempre se te hace más efectivo para hablar con Dios. Por ejemplo: el
silencio, el escuchar una música, la meditación, el caminar en la montaña, orar con una
vela en tu cuarto, con la lectura de un libro, etc. Consideramos muy valioso fortalecer
cada vez más ese clic, ya que es el que calienta el corazón y lo dispone para la oración
comunitaria. Hay un riesgo muy grande de quedarnos solo con la oración comunitaria.
Algunas veces sí es eficaz, pero otras, muchas veces, puede ser un mero cumplimiento
comunitario y no un encuentro fundante con Dios. La oración personal nos dará más
vida en el Espíritu y nos enamorará cada vez más de Jesucristo, lo cual es esencial para
poder disfrutar la oración comunitaria.
Una sólida oración personal se integra perfectamente con la oración en comunidad. La
oración de la comunidad es una oración que se eleva por y para toda la Iglesia,
buscando el bien común, poniéndonos de acuerdo y orando juntos, conscientes de la
presencia de Jesús entre nosotros. Ya lo decía Jesús, confirmando el valor de la oración
en comunidad de hermanos:
Si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que
pidan, les será concedido por mi Padre, que está en el cielo. Porque donde
dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,
19-20).
Orar para discernir y evangelizar
Al anunciar el Jubileo del año 2025, el papa Francisco ha exhortado al pueblo de Dios –
a nosotros también– a abrir el corazón.
Os pido intensificar la oración para prepararnos a vivir este acontecimiento
de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios […]. Un año
dedicado a redescubrir el grande valor y la absoluta necesidad de la
oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y del mundo9.
Cabría preguntarnos qué supone para nosotros este año y qué suponen la oración en
la evangelización de nuestra vida comunitaria, de las casas de formación y de nuestros
ministerios.
La oración nos lleva a un discernimiento sincero. ¿Cómo vamos a enseñar a rezar, si no
tenemos una profunda experiencia de Dios? ¿Cómo es nuestra vida de oración?
Sabemos que los religiosos estamos llamados a una vida profética. Se nos pide ser
expertos en comunión y maestros de vida espiritual; pero, para acompañar, también
nosotros tenemos que pedir, con humildad, consejo y orientación para unir lo humano
y lo espiritual.
El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y,
tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclama con
la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra
el mal y contra el pecado10.
Del modo que hablamos y tratamos a los demás, solemos hacerlo también con el
Señor. La caridad va unida a la verdad. Si estamos habituados a escuchar y ser sinceros,
podremos escuchar y ser sinceros ante el Señor, pero, en cambio, si nuestro
pensamiento es un monólogo, es de prever que también lo haremos delante del Señor,
ya lo dijo Jesús en la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18,9-14).
La oración es el medio para desarrollar las potencialidades que proceden del bautismo,
como el sarmiento unido a la vid. En la caridad, la fidelidad es creativa y el amor se
hace fecundo en nuestra vida, en la formación propia y en el ministerio. La oración, el
diálogo, el trabajo en equipo, la sinodalidad se activan en la caridad y la comunión. Si
no estamos unidos a Cristo, por muchas actividades pastorales y proyectos sociales
que hagamos, serán nuestras propias obras y proyectos. Nuestra referencia es Cristo.
En este sentido, dice san Agustín: “Mi origen es Cristo, mi raíz es Cristo, mi cabeza es
Cristo”11; y, de la unión con Cristo, surge el amor, que nos lleva a “saber anteponer lo
mayor a lo menor”, a dejarnos “mover por la misericordia”, a evangelizar a los
pobres12.
La oración no es algo que podamos dar siempre por supuesto. Ante las múltiples
actividades que surgen ¿buscamos el tiempo necesario para la oración? Decía san Juan
Pablo II al comienzo de este milenio, promoviendo una pedagogía de la santidad y del
arte de la oración:
Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los
labios mismos del divino Maestro. En la plegaria se desarrolla ese diálogo
con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo
en vosotros” (Jn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma
de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica.
¿No es acaso un «signo de los tiempos» el que hoy, a pesar de los vastos
procesos de secularización, se detecte una difusa exigencia de

9
FRANCISCO, Angelus (21-01-2024).
10
JUAN PABLO II, Vita consecrata, 84.
11
San Agustín, Réplica a las cartas a Petiliano 1,7,8.
12
San Agustín, Carta 243,12.
espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una
renovada necesidad de orar?13.
Actuamos
 Durante este mes:
o Realizamos alguna dinámica que nos ayude a orar mejor e, incluso, a
aprender a orar.
o Procuramos potenciar nuestra oración comunitaria, para que sea una
comunidad orante, no un conjunto de religiosos que rezan en común.

Profundiz-AR
El ser humano en oración14
Hoy quiero seguir reflexionando sobre cómo la oración y el sentido religioso forman
parte del ser humano a lo largo de toda su historia. Vivimos en una época en la que
son evidentes los signos del laicismo. Parece que Dios ha desaparecido del horizonte
de muchas personas o se ha convertido en una realidad ante la cual se permanece
indiferente. Sin embargo, al mismo tiempo vemos muchos signos que nos indican
un despertar del sentido religioso, un redescubrimiento de la importancia de Dios para
la vida del hombre, una exigencia de espiritualidad, de superar una visión puramente
horizontal, material, de la vida humana.
Analizando la historia reciente, se constata que ha fracasado la previsión de quienes,
desde la época de la Ilustración, anunciaban la desaparición de las religiones y
exaltaban una razón absoluta, separada de la fe, una razón que disiparía las tinieblas
de los dogmas religiosos y disolvería el «mundo de lo sagrado», devolviendo al hombre
su libertad, su dignidad y su autonomía frente a Dios. La experiencia del siglo pasado,
con las dos trágicas guerras mundiales, puso en crisis aquel progreso que la razón
autónoma, el hombre sin Dios, parecía poder garantizar.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «Por la creación, Dios llama a todo ser desde
la nada a la existencia... Incluso después de haber perdido, por su pecado, su
semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo
de Aquel que lo llama a la existencia. Todas las religiones dan testimonio de esta
búsqueda esencial de los hombres» (n. 2566). Podríamos decir […] que, desde los
tiempos más antiguos hasta nuestros días, no ha habido ninguna gran civilización que
no haya sido religiosa.
El hombre es religioso por naturaleza, es homo religiosus como es homo sapiens y
homo faber: «El deseo de Dios —afirma también el Catecismo— está inscrito en el
corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios» (n. 27). La
imagen del Creador está impresa en su ser y él siente la necesidad de encontrar una
luz para dar respuesta a las preguntas que atañen al sentido profundo de la realidad;
respuesta que no puede encontrar en sí mismo, en el progreso, en la ciencia empírica.
El homo religiosus no emerge solo del mundo antiguo, sino que atraviesa toda la
historia de la humanidad. Al respecto, el rico terreno de la experiencia humana ha
visto surgir diversas formas de religiosidad, con el intento de responder al deseo de
plenitud y de felicidad, a la necesidad de salvación, a la búsqueda de sentido. El
hombre «digital», al igual que el de las cavernas, busca en la experiencia religiosa los

13
San Juan Pablo II, Novo Millennio ineunte, 32-33
14
Benedicto XVI, «Audiencia general (11-5-211)»:
caminos para superar su finitud y para asegurar su precaria aventura terrena. Por lo
demás, la vida sin un horizonte trascendente no tendría un sentido pleno, y la
felicidad, a la que tendemos todos, se proyecta espontáneamente hacia el futuro,
hacia un mañana que está todavía por realizarse.
El concilio Vaticano II, en la declaración Nostra aetate, lo subrayó sintéticamente.
Dice: «Los hombres esperan de las diferentes religiones una respuesta a los enigmas
recónditos de la condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente sus
corazones. ¿Qué es el hombre? [—¿Quién soy yo?—] ¿Cuál es el sentido y el fin de
nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor?
¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio y
la retribución después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, ese misterio último e
inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos
dirigimos?» (n. 1). El hombre sabe que no puede responder por sí mismo a su propia
necesidad fundamental de entender. Aunque se haya creído y todavía se crea
autosuficiente, sabe por experiencia que no se basta a sí mismo. Necesita abrirse a
otro, a algo o a alguien, que pueda darle lo que le falta; debe salir de sí mismo hacia
Aquel que pueda colmar la amplitud y la profundidad de su deseo.
El hombre lleva en sí mismo una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una
búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo
impulsan hacia el Absoluto; el hombre lleva en sí mismo el deseo de Dios. Y el hombre
sabe, de algún modo, que puede dirigirse a Dios, que puede rezarle. Santo Tomás de
Aquino, uno de los más grandes teólogos de la historia, define la oración como
«expresión del deseo que el hombre tiene de Dios». Esta atracción hacia Dios, que Dios
mismo ha puesto en el hombre, es el alma de la oración, que se reviste de muchas
formas y modalidades según la historia, el tiempo, el momento, la gracia e
incluso el pecado de cada orante. De hecho, la historia del hombre ha conocido
diversas formas de oración, porque él ha desarrollado diversas modalidades de
apertura hacia el Otro y hacia el más allá, tanto que podemos reconocer la oración
como una experiencia presente en toda religión y cultura […].
La oración no está vinculada a un contexto particular, sino que se encuentra inscrita en
el corazón de toda persona y de toda civilización. Naturalmente, cuando hablamos de
la oración como experiencia del hombre en cuanto tal, del homo orans, es necesario
tener presente que es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas,
un modo de estar frente a Dios, antes que de realizar actos de culto o pronunciar
palabras. La oración tiene su centro y hunde sus raíces en lo más profundo de la
persona; por eso no es fácilmente descifrable y, por el mismo motivo, se puede prestar
a malentendidos y mistificaciones. También en este sentido podemos entender la
expresión: rezar es difícil. De hecho, la oración es el lugar por excelencia de la
gratuidad, del tender hacia el Invisible, el Inesperado y el Inefable. Por eso, para todos
la experiencia de la oración es un desafío, una «gracia» que invocar, un don de Aquel al
que nos dirigimos.
En la oración, en todas las épocas de la historia, el hombre se considera a sí mismo y su
situación frente a Dios, a partir de Dios y en orden a Dios, y experimenta que es
criatura necesitada de ayuda, incapaz de conseguir por sí misma la realización plena de
su propia existencia y de su propia esperanza. El filósofo Ludwig Wittgenstein
recordaba que «orar significa sentir que el sentido del mundo está fuera del mundo».
En la dinámica de esta relación con quien da sentido a la existencia, con Dios, la
oración tiene una de sus típicas expresiones en el gesto de ponerse de rodillas. Es un
gesto que entraña una radical ambivalencia: de hecho, puedo ser obligado a ponerme
de rodillas —condición de indigencia y de esclavitud—, pero también puedo
arrodillarme espontáneamente, confesando mi límite y, por tanto, mi necesidad de
Otro. A él le confieso que soy débil, necesitado, «pecador». En la experiencia de la
oración la criatura humana expresa toda la conciencia de sí misma, todo lo que logra
captar de su existencia y, a la vez, se dirige toda ella al Ser frente al cual está; orienta
su alma a aquel Misterio del que espera la realización de sus deseos más profundos y
la ayuda para superar la indigencia de su propia vida. En este mirar a Otro, en este
dirigirse «más allá» está la esencia de la oración, como experiencia de una realidad que
supera lo sensible y lo contingente.
Sin embargo, la búsqueda del hombre solo encuentra su plena realización en el Dios
que se revela. La oración, que es apertura y elevación del corazón a Dios, se convierte
así en una relación personal con él. Y aunque el hombre se olvide de su Creador, el
Dios vivo y verdadero no deja de tomar la iniciativa llamando al hombre al misterioso
encuentro de la oración. Como afirma el Catecismo: «Esta iniciativa de amor del Dios
fiel es siempre lo primero en la oración; la iniciativa del hombre es siempre una
respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración
aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de alianza. A
través de palabras y de acciones, tiene lugar un trance que compromete el corazón
humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación» (n. 2567).
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos a permanecer más tiempo delante de
Dios, del Dios que se reveló en Jesucristo; aprendamos a reconocer en el silencio, en lo
más íntimo de nosotros mismos, su voz que nos llama y nos reconduce a la
profundidad de nuestra existencia, a la fuente de la vida, al manantial de la salvación,
para llevarnos más allá del límite de nuestra vida y abrirnos a la medida de Dios, a la
relación con él, que es Amor Infinito.

Rememor-AR
La oración en las comunidades recoletas del primer siglo
La recolección agustiniana nació en el momento áureo de la meditación. En su
afianzamiento jugaron un papel relevante las reformas recoletas y descalzas del siglo
XVI15.
La oración es uno de los centros neurálgicos de la Forma de vivir. Su autor, convencido
de que era el mejor alimento de la caridad, se apresuró a proclamarlo desde el
principio: «Como nuestro blanco es el amar a Dios», escribe en su umbral, «así nuestro
cuidado ha de ser principal en todo lo que de más cerca a ello nos enciende, como es
su culto y alabanzas, y el uso de los sacramentos, y el ejercicio de la meditación y
oración». Y para que no quedara todo en pura teoría, pasó inmediatamente a legislar
sobre tiempos, lugares y modos de oración. Desde el principio deja claro que la
eucaristía, la liturgia de las horas y la oración mental son los hitos que deben enmarcar
la jornada de toda comunidad recoleta.
En otros capítulos se esfuerza por crear un clima que favorezca la oración con normas
sobre el silencio, el apartamiento de los negocios seculares y la mortificación. El
agustino recoleto debe guardar silencio, porque este «ayuda a la oración y al
15
Información sobre esta evolución en mi artículo «La meditación en la tradición recoleta»: Recollectio
39 (2016) 155-199.
recogimiento del ánimo, que se derrama en lo exterior con las pláticas» (FV 1,6), elude
los pleitos «por evitar la distracción» (FV 7,1) y se mortifica en la comida, porque «el
ayuno y asperezas sirven a la oración, mitigando las pasiones» (FV 5,1). De vez en
cuando intensifica su recogimiento, retirándose a las ermitas que debían tener todos
los conventos (FV 4,2). Prolonga el noviciado (FV 8,3) y, al final de los estudios
eclesiásticos, retemplará su espíritu con un año de retiro (FV 11,2). Sus preferencias
van hacia la oración mental, en la que el ceremonial de 1664 veía «el alma de nuestras
obras».
Los capítulos de 1601 y 1602 comparten ese entusiasmo por la oración y siguen viendo
en ella la columna vertebral de la vida común. Lógicamente se preocupan de mantener
íntegro el tiempo dedicado a ella, e incluso lo incrementan. El de 1601 prescribió «la
oración continua» en los noviciados (BullOAR 1,182). El de 1602 la confirmó, añadió un
segundo examen de conciencia tras la misa conventual e introdujo los ejercicios
espirituales anuales. Todos los conventos deberán tener una celda con oratorio, «para
que allí, una vez al año, sin excepción alguna, cada uno de los religiosos morase
retirado por espacio de ocho días, ocupándose solamente en el bien de su alma y en
disponerse para cuidar de las cosas del servicio de Dios».
En 1604 el definitorio provincial aceptó el Desierto de la Viciosa, porque contribuiría a
«renovar el espíritu de soledad y oración de los antiguos ermitaños de los campos de
Tagaste e instauró en él un sistema de vida plenamente orientado al silencio y la
oración».
Las Constituciones de 1637 y 1664 prescriben seis horas de oración al día: dos de
oración mental, casi tres dedicadas a la liturgia de las horas y una larga a las misas
conventual y privada.
La Forma de vivir no descendió a disposiciones concretas sobre lugares, temas y
métodos de oración. Todo eso lo dejó al albedrío de los religiosos. Pero esta «libertad»
duró poco. El capítulo de 1601 mandó que se hiciera «en comunidad, sin dejar al
arbitrio el lugar de ella, como antes era ley establecida». En los años siguientes, el
avance del legalismo redujo la oración a un rito totalmente estructurado, en el que no
quedó rastro de la antigua libertad. Las leyes regulaban el ambiente, los horarios, los
lugares, los temas, los textos e incluso las posturas. Era un acto del que muy
difícilmente se dispensaba. Incluso el sacristán y el ecónomo debían hacer lo posible
por estar presentes. Al portero se le prohibía pasar recados a nadie, a no ser que
«fuera cosa […] que no se pudiera dilatar».
La Teología mística de Agustín de San Ildefonso (1644) refleja su modo de orar. Él
mismo lo da a entender en el prólogo y en otros pasajes de su obra: «No saqué a la luz
ni escribí sino lo común que en este huerto de reformación descalza […] he visto con
los ojos». En la segunda edición (1662) advierte que se ha limitado a poner «en forma
lo que tratamos en nuestras conferencias y relaciones espirituales».
La obra la articuló en cinco libros. En el primero describe la naturaleza y fines de la
oración; en el segundo divide la vida espiritual en cuatro estadios: meditación (1),
recogimiento pasivo, purgación pasiva y contemplativa (2), contemplación perfecta, la
oración de quietud, cinco formas de contemplación, el desposorio y el matrimonio
espiritual (3). El cuarto lo dedica a la dirección espiritual, al discernimiento de espíritus
y a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. En el quinto ofrece dos series de
cinco meditaciones cada una para cada día de la semana. Las de la primera serie
proponen temas para la meditación de la mañana y tratan de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo, desde el lavatorio de los pies y la institución de la Eucaristía
hasta las apariciones a la Virgen, a la Magdalena y a los apóstoles reunidos en el
cenáculo. Las de la segunda, pensadas para la meditación de la tarde, versan sobre la
malicia del pecado, la muerte, el juicio, el infierno, el purgatorio, la gloria y los
beneficios que Dios nos ha concedido ya en esta vida.
Otro ejemplo de la vida oracional de aquellas comunidades nos lo ofrece el libro
Passerculi solitarii planctus sive peccatoris ad Dominum conversio (Lamentos de un
pajarillo solitario o conversión del pecador a Dios), de Andrés de San Nicolás. Fiel al
magisterio de san Agustín, fray Andrés concibe la vida espiritual como una
peregrinación desde la dispersión exterior al centro del corazón, donde vive y actúa el
Maestro y Médico de las almas. Su conciencia vivísima de la bajeza del hombre (n. 17),
de la vanidad de las cosas terrenas (n. 21), de las riquezas, linajes y honores, así como
de su poder de seducción, lejos de asfixiarlo, lo abre a una confianza ilimitada en la
misericordia de Cristo, que murió para curarnos de nuestras enfermedades y
acogernos como hijos suyos. Inspirado en un apócrifo de san Agustín, compara al alma
con un pajarillo solitario en un mundo hostil que solo en las llagas del Salvador halla
refugio seguro: Tuta et firma requies est infirmis et peccatoribus in vulneribus
Salvatoris. Securus illic habito.
En la vida cotidiana asistimos a un proceso similar. Las comunidades de Talavera,
Portillo, Nava del Rey y Madrid fueron durante estos años centros de intensa vida
oracional. Sus moradores eran almas enamoradas de la oración, que no se
contentaban con las seis horas diarias que les imponían las leyes. Muchos pasaban
otras del día y de la noche arrodillados ante el Santísimo, encorvados sobre algún
Crucifico o absortos en la contemplación «de las cosas celestiales». Otras comunidades
aumentaron el tiempo dedicado a la oración. En los noviciados y coristados se añadió
un cuarto de hora de meditación tras el rezo nocturno de maitines (Ceremonial 1664,
94v). En el noviciado de Zaragoza, Juan Bautista Coronas (1579-1621) dobló su
duración.
Este clima de exaltación espiritual explica la abundancia de almas contemplativas que
florecieron en los primeros decenios de la Orden. Alonso de Guadalupe (†1613), el
primer novicio de El Toboso, era un alma enamorada de la cruz, de la que ni en sueños
acertaba a separarse. Juan de la Magdalena (1583-1657), desasido de todo lo
mundano, lo mismo se extasiaba contemplando una flor que en los palacios de Roma,
Madrid y Nápoles, en los que la obediencia le obligó a vivir buena parte de su vida
(1628-1654).
Los relatos del agustino Eusebio de Herrera (1580-d.1623), Blasco de Lanuza (1563-d.
1635) y José de San Esteban (1620-d. 1662) sobre los conventos de Portillo, Zaragoza,
Talavera y La Viciosa reflejan esa misma realidad.
Ángel Martínez Cuesta, agustino recoleto

Escuch-AR
Lectio divina de Mt 6,9-13: la oración del Padrenuestro

A manera de introducción
El Padrenuestro es una de las oraciones más conocidas en el mundo creyente e incluso
entre los no creyentes; de ahí que acertadamente se la conozca como la “oración
universal”. Pronunciarla resulta inquietante, porque el contenido de cada una de sus
sentencias no deja indiferente a quien la recita con detenimiento y conciencia.
El Padrenuestro introduce al orante a una experiencia mística revolucionaria.
Revolución interior, en tanto que comunica al creyente otra forma de relacionarse con
Dios, consigo mismo y con los otros. Los campos semánticos que definen el
vocabulario del Padrenuestro, sean en la versión de Mateo o Lucas, provocan
seguridad, confianza, acogida; sentimientos propios de quien se siente hijo, amado por
un Padre cercano, providente y siempre presente.
Los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar, perciben en su intimidad que solo él
les puede conducir a la hondura de un diálogo transparente con Dios; al fin y al cabo,
Jesús es el orante principal en los pasajes evangélicos, cada episodio del anuncio del
Reino está acompañado por un coloquio con el Padre. Es el único capaz de enseñar la
comunicación directa con Dios. En el Padrenuestro nada está de más y tampoco nada
falta. Se trata de una teofanía hecha plegaria.

Texto evangélico
Así pues, recen ustedes de esta manera:
Padre nuestro, que estás en los cielos: sea santificado tu nombre;
venga tu reino;
hágase tu voluntad, en el cielo, así como también en la tierra.
Danos hoy nuestro pan cotidiano,
y perdónanos nuestras deudas (ofensas), como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores (ofensores);
y no nos dejes caer en tentación; antes bien, líbranos del mal.

Lectio contextual
El Padrenuestro de Jesús surge de su propia experiencia de oración, que hunde sus
raíces en la espiritualidad judía en la que creció. No se trata simplemente de una
plegaria de recitación mecánica; es una síntesis del mensaje de la “Buena Nueva”.
Cada una de sus frases debe ser cuidadosamente meditada, asimilada y contemplada.
La versión de Mateo (Mt 6, 9-13) es la más conocida y la que ha permeado la liturgia.
La plegaria inicia con una invocación y luego se explicita en siete peticiones:
- Las tres primeras tienen como objeto directo el Padre; es decir, la esfera de lo
divino.
- Las cuatro últimas se refieren a la dimensión antropológica. Son un acto de
reconocimiento de la fragilidad humana y piden ayuda para subsanar las
inconsistencias creaturales. En concreto se pide el perdón, el sustento
cotidiano y la fortaleza ante el misterio del mal.
La oración contiene elementos fundamentales de revelación bíblica. En primer lugar, la
denominación de Dios como Padre –aunque no es un aporte novedoso, porque ya en
el Antiguo Testamento se tenía plena conciencia de que Dios era Padre, si bien el uso
de este apelativo no era común, tal vez para evitar distorsionar la imagen del Dios de
Israel, confundiéndolo con los dioses-padre de los pueblos vecinos, cuyas
características despóticas y oscuras, eran totalmente opuestas a la naturaleza
providente de YHWH–.
Jesús revela a los suyos que “Padre” es el nombre de Dios. No se trata de cualquier
figura paterna: es el Padre nuestro, el Padre de los antepasados, de los creyentes de
hoy y del mañana. El orante de todo tiempo y lugar puede espontáneamente dirigirse
a Dios con el apelativo Padre. La revelación implícita en esta oración aporta otro
elemento: la filiación divina de Jesús como el Hijo y, por medio de él, la del discípulo
que se hace hijo en el Hijo.
La familiaridad de la relación con Dios y la posibilidad que abre Jesús a los seguidores
de sentirse plenamente hijos de un Dios–Padre, cercano y atento a su caminar, es un
rasgo diferenciador que denota la originalidad del mensaje de Jesús. El vocativo Padre
es el modo constante y familiar con el cual Jesús se dirige a Dios, según lo atestiguan
un sinnúmero de pasajes de los cuatro evangelios. Se trata de un Padre que no tolera
la discriminación; su amor es difusivo e igualitario a todo aquel que lo invoca en
libertad.

Lectio consciente (Reflexión)


“Padre nuestro”: Es el Padre de todos, no solo de un puñado de privilegiados. Un Padre
que no cabe en la cuadrícula moralista en la que han tratado de enmarcarlo; el Padre
que hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5, 41-45); el Padre pródigo (aquel que
prodiga amor y compasión) que todos los días se asoma a la puerta para cerciorarse de
si estamos de vuelta, y salir deprisa a nuestro encuentro, con inmensa alegría, sin
echarnos en cara el pasado, dispuesto siempre a darnos una oportunidad efectiva en el
presente.
Jesús, al añadir a la palabra Padre el adjetivo posesivo “nuestro”, enseña a sus
discípulos y a nosotros que el auténtico creyente, cuando ora, no debe pensar solo en
sí mismo, sino que debe adquirir una intensa sensibilidad hacia toda la humanidad. En
esta oración descubrimos que el dirigirse a Dios no consiste en realizar un monólogo,
sino un diálogo ameno. La oración–diálogo debe concluir con una respuesta por parte
del orante. La respuesta al amor del Padre es la fraternidad universal. El Padre que
ama a todos por igual exhorta al orante a un amor efectivo, de servicio no excluyente
sino incluyente, que lo impulse a salir cuanto antes hacia el encuentro con los “otros”
en total gratuidad y sin esperar ninguna reciprocidad.
“Que estás en el cielo”: Todo diálogo con Dios confluye en una relación cada vez más
honda de cercanía, donde priman los extremos: confianza y temor, familiaridad y
misterio. Está en el cielo, pero inmerso en las vicisitudes intramundanas. Orar al Padre
conduce a la fe y a la serenidad; a la convicción cada vez más certera de que el Creador
del universo concentró su amor en la pequeñez y finitud del ser humano.
“Santificado sea tu nombre”: Esta primera petición no es, como tal, una alabanza
dentro de una acción cultual. El orante pide a Dios que revele su poder salvífico. La
petición, aunque involucra a Dios, interpela también a la comunidad, para que, fruto
de la oración, sea capaz de testimoniar la presencia de Dios en lo cotidiano. El nombre
de Dios se santifica no por la pronunciación repetitiva de la plegaria, sino con el don de
la vida; cuando aquellos que se reúnen a orar viven cada día como salvados. El nombre
de Dios es santificado cuando la persona se abre al amor y lo irradia en cada
circunstancia de la vida.
“Venga tu Reino”: “Reino de Dios” es una expresión de la que muchos hablan con
demasiada ligereza en ocasiones; pero, en realidad, involucra un concepto profundo
que no se deduce sin ahondar en el griego del Nuevo Testamento. “Reino de Dios” es
la presencia misma de Dios vigente y operante en el mundo, en la historia de la
humanidad. El Padrenuestro no pide que se construya ningún reino, porque no se
puede pretender construir a Dios; lo que solicita es que se actualice la presencia
paternal. El Reino ya se encuentra como semilla y se manifiesta a través de las acciones
de la comunidad que lo testifica. El discípulo de Jesús ora para que esta semilla
germine; sin embargo, el orante no es un sujeto pasivo, sino que se convierte en
coprotagonista de la revelación plena del Reino.
“Hágase tu voluntad”: Esta invocación exclusiva de Mateo descubre la voluntad del
Padre en el Hijo, quien revela el inmenso amor de su relación filial y la inagotable
compasión hacia el ser humano. La muestra más grande de esa voluntad salvífica, libre,
no impositiva ni opresora, es que entregó todo lo que tenía, al extremo de enviar a su
Hijo para que el mundo halle la salvación por medio de él.
Al orar con el Padrenuestro y solicitar que se “haga su voluntad”, se pide que la cruda
realidad del mundo no colapse el corazón del hombre, sino que, a partir de la bondad
de Dios, sus hijos encuentren el sentido último de la vida, recuperando la capacidad de
asombro ante lo simple de la existencia. Hacer la voluntad de Dios es vivir cada día en
clave de esperanza. Por voluntad no deben entenderse exclusivamente los mandatos,
preceptos, leyes, sino la totalidad de la acción salvífica de Dios que nos alcanza con
generosidad y apertura en este peregrinaje terreno. “Hacer su voluntad” no se limita a
ejercitar el bien y evitar el mal. Se trata más bien de un estilo de vida que cada
creyente debe apropiar; una forma de vivir que involucra a la persona en su integridad.
“Así en la tierra como en el cielo”: Es un anhelo de los que oran con espíritu firme el
Padrenuestro, el deseo intrínseco de que el “Reino de Dios” encuentre campo abierto
en el mundo. En otras palabras, que la misericordia de Dios disminuya la corrupción, la
injustica, la violencia y demás oscuridades que acechan y amenazan la condición
humana. Esta petición es una invitación a empapar toda la realidad de la acción
providente de Dios. El orante que pronuncia con sus labios este fragmento está
llamado a reconocer el señorío de Dios sobre todo lo creado. La realidad trascendente
de Dios se halla definitivamente unida a la realidad histórica del ser humano, sin
confusión ni separación. Orar el Padrenuestro expresa el deseo íntimo de que la
salvación del cielo llegue hasta el último resquicio de la tierra; salvación que se hace
patente en el ejercicio sincero del ágape.
“Danos hoy nuestro pan cotidiano”: Inicia esta las peticiones relativas a las necesidades
básicas del ser humano. Solicitar el sustento mínimo esencial del pan es reconocer
ante Dios la fragilidad del orante; un espacio de intimidad entre Dios–Padre y la
creatura–hijo, en una atmósfera sobrecogedora y repleta de emociones. La petición
del pan está en el centro de la oración, es el momento oportuno para visibilizar las
necesidades esenciales. El pan cotidiano es el alimento que necesita toda persona para
vivir. Pedirlo al Padre hace que el orante experimente de primera mano la gratuidad de
un don, que no se limita al alimento, sino a las raíces existenciales de la persona en sus
carencias y vacíos.
El pan es el vínculo de unión entre Dios, como el dador providente, y el hombre, como
destinatario necesitado. Es, al mismo tiempo, el símbolo de la ternura de Dios, el alivio
del dolor, el consuelo ante el abandono y marginación, la compasión frente al odio
visceral y, lo más importante, la expresión más gráfica de la comensalidad, porque el
pan solicitado debe convertirse en el pan compartido.
“Perdona nuestras deudas (ofensas), como también nosotros hemos perdonado a
nuestros deudores (ofensores)”: Llega el momento del reconocimiento de la debilidad y
carencias siempre latentes en el orante; la oportunidad de acoger el auxilio de Dios.
Jesús invita a sus discípulos a la sinceridad con Dios, al abandono de aquella tendencia
ridícula de pretender ocultarle las falencias personales, cosa por demás absurda,
porque él sondea el corazón de sus creaturas. Es la hora de confesar y pedir perdón; es
decir, el inicio de un proceso más o menos largo de introspección y liberación de la
conciencia de añejos rencores que encarcelan al individuo, y lo encierran en un círculo
de dolor y amargura que se irradian de formal malsana en su entorno. El perdón exige
honestidad y madurez, porque se ejecuta en un marco absoluto de verdad y
responsabilidad.
Al pronunciar con honestidad esta petición, el orante rompe sus evasivas y recelos con
Dios, abriéndose al encuentro consigo mismo y con el hermano; haciéndose capaz de
aceptar las diferencias y limitaciones propias y solidarizándose con las incoherencias
ajenas. El Padrenuestro hace trizas las máscaras de la ocultación, de las apariencias
vanas, y sofoca el fuego asfixiante de la mentira e hipocresía. Jesús, a lo largo del
evangelio, insta una y otra vez a su comunidad de seguidores a no acudir
obsesivamente a la autojustificación, sino, más bien, a fortalecer el diálogo espontáneo
con el Padre, reconociendo los límites de la creaturalidad humana, propensa a ser
falible, y aceptando en libertad el perdón del Padre.
En un segundo momento, el orante es invitado a replicar este perdón al hermano, lo
cual será una realidad, si ha sanado sus heridas abiertas. El Padrenuestro orado,
meditado, contemplado y llevado a la praxis es un antídoto eficaz contra el veneno de
la autojustificación y rencor. Pedir al Padre que perdone nuestras deudas (ofensas) es
solicitar que el amor incondicional de Dios renueve el tejido de las relaciones
comunitarias en el perdón difusivo.
“No nos dejes caer en la tentación”: Vale tener en cuenta dos presupuestos:
- Dios de ninguna manera es el autor de la tentación; aquella surge de ese lado
de penumbra de nuestra naturaleza limitada y mortal.
- Pedir que Dios nos ayude en la hora de la tentación no atenta contra el libre
albedrío, porque el orante, en pleno uso de su juicio y volición, es quien solicita
el auxilio para poder transitar seguro en medio de sus flaquezas.
Las tentaciones son las dificultades que acaecen cada día, tocando las fibras más
sensibles de cada persona. Al hablar de tentación no se debe caer en reduccionismos,
ya que las tentaciones más peligrosas son aquellas que atentan contra el amor al
prójimo.
“Antes bien, líbranos del mal”: El Padre no sobreprotege. Ama, pero hizo libre al ser
humano y este debe aprender a caminar por sí mismo en el mundo, donde el mal
avanza paralelo a sus pasos como misterio siempre amenazante. Clamar al Padre en
ayuda, a fin de no ser afectados por la malignidad, es pedirle que nos mantenga alertas
a las diversas seducciones que se deslizan las veinticuatro horas del día. El
Padrenuestro nos otorga la seguridad de que Dios es siempre más fuerte que cualquier
forma de mal.

Lectio contemplativa
El Padrenuestro es el itinerario de oración contemplativa más completo. Dios
encarnado lo enseñó a sus discípulos, dejando en claro que la oración no es un show
público, sino un espacio privilegiado de diálogo directo con Dios. Es una oración
comprometedora, porque la gratuidad de Dios está dada. Sin embargo, exige
constantemente una respuesta por parte del orante no hacia el Padre, sino hacia el
prójimo, porque de la gratuidad recibida se debe dar. Es, al tiempo, un camino de
crecimiento humano espiritual a partir de diversas facetas: fidelidad a Dios, justicia
comprometida, corresponsabilidad, libertad, madurez, honestidad, capacidad de
perdonarse y pedir perdón, humildad, vivir la experiencia de la salvación con decisión e
intuir la presencia discreta de Dios en la historia de vida.

Andrés Zambrano Rodríguez, agustino recoleto

Recomend-AR
El libro del mes: Dicasterio para la Evangelización de los Pueblos, Enséñanos a
orar.

El Dicasterio para la Evangelización de los Pueblos, desde el departamento para


las cuestiones fundamentales de la evangelización en el mundo, puso a disposición, a
partir del mes de marzo de 2024 y en varias lenguas, un material sobre la oración
cristiana para ayudar a preparar el Jubileo del 2025. Dicho subsidio lleva por título:
Enséñanos a orar. Vivir el Año de la oración en preparación al Jubileo 2025.
El origen y el propósito de este material es el siguiente. Al aproximarse el
Jubileo del 2025, el papa Francisco ha querido que el año 2024 fuera un año dedicado
a la oración, invitando a toda la Iglesia a un tiempo de preparación para la apertura del
año jubilar. Estas son sus palabras:
Os pido intensificar la oración para prepararnos a vivir bien este
acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza en Dios
[…]. Un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de
la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y del mundo16.
Este subsidio que ofrece susodicho Dicasterio está inspirado en el Magisterio
del papa Francisco. Y pretende ser un instrumento para acompañar a las comunidades
cristianas durante este tiempo en vistas a la apertura de la puerta santa. El material
propone intensificar la oración como un diálogo personal con Dios.
Dicho subsidio se divide en diez partes, a las que precede una breve
introducción explicativa tanto acerca del propósito del material, como algunas
alusiones al magisterio del Pontífice sobre la oración cristiana. Podría decirse que el
Papa no solo introduce el tema de la oración, sino que la vincula al sentido de la fe, al
compromiso del cristiano en el mundo de hoy; en definitiva, al desafío de la
evangelización del hombre contemporáneo.
Los temas que se abordan en este instrumento sobre la oración cristiana son
los siguientes:
1. La enseñ anza del papa Francisco sobre la oració n;
2. “Enséñ anos a orar” (Lc 11,1): una escuela de oració n;
3. La oració n en la comunidad parroquial;
4. La oració n en familia;
5. La oració n de los jó venes;
6. “Se retiró a orar” (Mc 1,35): retiros espirituales sobre la oració n;
7. La catequesis sobre la oració n;
8. La oració n en los claustros: la lá mpara encendida de la oració n;
16
Francisco, Ángelus, 21 de enero de 2024.
9. La oració n en los santuarios;
10. La oració n de los fieles para el Jubileo 2025.

Se puede acceder a este subsidio con la confianza de estar delante de una


brújula que orienta la práctica de la oración cristiana. El peregrino necesita tener claras
las coordenadas para saberse conducir por el camino. Este material puede ser una
pequeña luz que conduce al júbilo del encuentro con el Señor. La oración es la
expresión viva de la relación con Dios. Por lo cual, a través de la oración, se puede
llegar con un corazón preparado para acoger los dones de la gracia y del perdón que el
Jubileo ofrece.
Y con el fin de ayudar a renovar el espíritu de la oración en nuestras
comunidades, sugiero los siguientes libros de fácil acceso:
1. Enzo BIANCHI, Por qué orar, cómo orar;
2. Juan MARTÍN VELASCO, Orar para vivir. Invitación a la práctica de la
oración;
3. José Antonio SÁ NCHEZ CARAZO, Mendigos de Dios. Agustín, maestro de
oración,
4. Enrique EGUIARTE, El clamor del corazón. 10 palabras sobre la oración en
san Agustín, Editorial Agustiniana, Guadarrama….

Fabián Martín Gómez, agustino recoleto

Película del mes: The social dilemma (“El dilema de las redes sociales”)

Duración: 93 min.
Director: Jeff Orlowski
Plataforma: Netflix
Estreno: 9 de septiembre de 2020

La primera vez que vi The Social Dilemma sentí cierto temor por su contenido. La
segunda vez y las sucesivas ocasiones que visualicé este estupendo documental
entendí que es imposible no sentir algo de pánico al ponerse frente al espejo de
nuestra relación, muchas veces tóxica, con las redes sociales. ¿Tienen Instagram, X o
Facebook cosas buenas? Muchas. ¿Tienen Instagram, X o Facebook cosas malas?
Muchas.

Es necesario ver The Social Dilemma por varios motivos. El primero de todos, porque,
para entender el mundo en el que vivimos, es imprescindible entender el impacto que
las redes sociales tienen en las personas a día de hoy. La hora y media de documental
demuestra algo inquietante: las redes sociales son capaces de transformar el
comportamiento individual de las personas (en especial de los jóvenes), así como el
comportamiento social. Entre otras cosas, las redes contribuyen a la peligrosa
polarización de la sociedad, siendo el nervio transmisor de las fake news y las
corrientes extremistas del pensamiento. Tengamos claro que las ideas, que hasta algo
más de una década se transmitían por la palabra y la letra, hoy se difunden sin control
mediante vídeos de apenas 30 segundos.
The Social Dilemma es interesante también porque lo que cuenta nos incumbe a todos,
tengamos o no perfiles en activo en cualquier red social. Parecería conspiranoico, pero
no lo es: Meta, propietaria de Instagram, WhatsApp y Facebook, posee tal cantidad de
datos que podría decir y predecir lo que nos gusta, lo que hablamos, lo que pensamos,
lo que sentimos, lo que creemos… Y, como se dice en un momento determinado del
documental, son solo 30 o 40 personas en Estados Unidos las que programan los
algoritmos que utilizan más de 2.000 millones de personas.

Detrás de The Social Dilemma no hay un llamamiento a salir y alejarse de las redes,
sino un mensaje claro a no perder nunca el control de nuestra vida. Es necesario ser
consciente de lo que puede provocar en nosotros, en nuestro pensamiento, en
nuestras acciones y en nuestra salud mental el consumo desmedido de las redes.
¿Cuántas veces has seguido bajando con tu dedo el feed de una red social sin ningún
fin? ¡Ojalá las empresas que hay detrás de las redes fueran responsables! Pero siempre
cabe la posibilidad de que seamos nosotros los responsables de nuestra vida.

Preguntas para el cinefórum en comunidad

- ¿Soy capaz de saber cuánto tiempo de mi día dedico a las redes sociales?
- ¿Me he planteado alguna vez por qué tengo un perfil en las redes sociales?
- ¿Qué aspectos positivos me aportan las redes sociales?
- ¿Influye lo que leo o veo en las redes sociales en mi vida?
- ¿Qué pasaría en mi vida si dejara las redes sociales? ¿Podría sobrevivir una
semana sin móvil ni conexión a internet?

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