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Teoria Del Apego y Psicologia Del Self

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CARTA APOSTÓLICA NOVO MILLENNIO INEUNTE

JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES
AL CONCLUIR EL GRAN JUBILEO DEL AÑO 2000

La oración

32. Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga


ante todo en el arte de la oración. El Año jubilar ha sido un año de oración personal y
comunitaria más intensa. Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda
darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte
de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: «Señor,
enséñanos a orar» (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos
convierte en sus íntimos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta
reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para
toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por
Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica
trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre
y fuente de la vida eclesial[17], pero también de la experiencia personal, es el secreto
de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque
vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

33. ¿No es acaso un «signo de los tiempos» el que hoy, a pesar de los vastos procesos
de secularización, se detecte una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte
se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de orar? También las otras
religiones, ya presentes extensamente en los territorios de antigua cristianización,
ofrecen sus propias respuestas a esta necesidad, y lo hacen a veces de manera
atractiva. Nosotros, que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y
Salvador del mundo, debemos enseñar a qué grado de interiorización nos puede llevar
la relación con él.

La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede


enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como
verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída
totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada
filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la
promesa de Cristo: «El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me
manifestaré a él» (Jn14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la
gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual que encuentra
también dolorosas purificaciones (la «noche oscura»), pero que llega, de tantas formas
posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como «unión esponsal». ¿Cómo no
recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz
y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a
ser auténticas «escuelas de oración», donde el encuentro con Cristo no se exprese
solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza,
adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el «arrebato del corazón.
Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia:
abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos
hace capaces de construir la historia según el designio de Dios[18].

34. Ciertamente, los fieles que han recibido el don de la vocación a una vida de especial
consagración están llamados de manera particular a la oración: por su naturaleza, la
consagración les hace más disponibles para la experiencia contemplativa, y es
importante que ellos la cultiven con generosa dedicación. Pero se equivoca quien
piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial,
incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy
pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo».
En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y
quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas
religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.
Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un
punto determinante de toda programación pastoral. Yo mismo me he propuesto dedicar
las próximas catequesis de los miércoles a la reflexión sobre los Salmos, comenzando
por los de la oración de Laudes, con la cual la Iglesia nos invita a «consagrar» y
orientar nuestra jornada. Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas,
sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más para que todo el ambiente
espiritual estuviera marcado por la oración. Convendría valorizar, con el oportuno
discernimiento, las formas populares y sobre todo educar en las litúrgicas. Está quizá
más cercano de lo que ordinariamente se cree, el día en que en la comunidad cristiana
se conjuguen los múltiples compromisos pastorales y de testimonio en el mundo con la
celebración eucarística y quizás con el rezo de Laudes y Vísperas. Lo demuestra la
experiencia de tantos grupos comprometidos cristianamente, incluso con una buena
representación de seglares.

Salmo 1*

Dos caminos, dos metas


1
Dichoso el hombre | que no sigue el consejo de los impíos, | ni entra
por la senda de los pecadores, | ni se sienta en la reunión de los cínicos;
2
sino que su gozo es la ley del Señor, | y medita su ley día y noche.
3
Será como un árbol | plantado al borde de la acequia: | da fruto en su
sazón | y no se marchitan sus hojas; | y cuanto emprende tiene buen fin.
4
No así los impíos, no así; | serán paja que arrebata el viento.
5
En el juicio los impíos no se levantarán, | ni los pecadores en la
asamblea de los
justos.
6
Porque el Señor protege el camino de los justos, | pero el camino de los
impíos
acaba mal.
1: Dt 30,15-20; Prov 4,18s; Jer 21,8; Mt 7,13s | 3: Sal 119; Ez 47,12.

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