Enfermedades Que Cambiaron La Historia
Enfermedades Que Cambiaron La Historia
Enfermedades Que Cambiaron La Historia
Dedicatoria
Prólogo
La neumonía que engañó a los nazis
La muerte súbita que salvó atenas de la destrucción
El jorobado que provocó la derrota de las Termópilas
Una bacteria y el fin de la hegemonía de Atenas
La pancreatitis que acabó con un imperio
Envenenamientos en los inicios del Imperio romano
Angina de pecho en la roma antigua
La peste que puso fin a la Pax Romana
El plomo que diezmó una civilización
Por culpa de unas fiebres los chinos no hablan ruso
La hemorragia que salvó a Europa de los hunos
Las hemorroides y la derrota de Waterloo
La viruela en el Nuevo Mundo
La epilepsia que liberó a Francia del yugo inglés
Alucinaciones en la corte inglesa
Las calenturas que restauraron la monarquía inglesa
Sífilis en la Rusia zarista
La hemofilia que catapultó a Rasputín
Un infarto cerebral dio paso a una dictadura totalitaria
Un reino bien vale una dieta
La peste negra de la edad media
El embarazo fantasma que frustró la unión de dos imperios
La depresión que cambió el mapa de Europa
Dos guerras de sucesión provocadas por envenenamiento
Viagra en la España del siglo XVI
La locura del rey inglés
El médico que modernizó Dinamarca
Guerras bacteriológicas contra los indios de Norteamérica
Impotencia en la corte castellana
La dama española
La enajenación que acabó con un reino
El mal de los franceses
La peste de las naos
El hechizo genético de los Austrias
Cuando David mató a un minusválido
Una tísica en la corte de Luis XV
Bibliografía
Notas
Créditos
A mis padres, a los que debo todo lo que soy.
PRÓLOGO
Una de las películas del género péplum más taquilleras de los últimos años
ha sido Gladiator (2000). Al comienzo del filme se nos muestra a un
emperador viejo y cansado durante el desarrollo de una campaña de las
Guerras Marcomanas. Se trata de Marco Aurelio (121-180), el último de los
emperadores buenos o adoptivos, llamados así por el periodo de paz,
tranquilidad y bienestar económico que les tocó vivir. Al comienzo de la
película podemos ver cómo es atendido por su médico personal, Galeno.
Claudio Galeno (130-200 d. C.) fue uno de los médicos más prestigiosos
de la historia de la medicina, hasta el punto de que su apellido sigue siendo
sinónimo de una profesión, el ejercicio de la medicina, y se emplea el
adjetivo «galénico» para referirnos a ciertas fórmulas farmacéuticas
magistrales. Galeno fue el médico personal de dos emperadores, Marco
Aurelio y Cómodo, su hijo y sucesor; y fue justamente durante ese periodo
cuando fue testigo de excepción de una terrible epidemia, «peste» si
utilizamos la terminología clásica, que asoló el Imperio romano en los años
164-182 d. C., durante el gobierno de Marco Aurelio.34 A esta epidemia se la
ha denominado clásicamente como peste antonina (Marco Aurelio pertenecía
a la familia Antonina) o peste de Galeno.
Marco Aurelio nació durante el reinado de Adriano, en una familia
originaria de Bética. Desde su juventud se interesó por la filosofía,
especialmente por las corrientes estoica y epicúrea, lo cual le permitió
mantener durante toda su vida una enorme serenidad y fortaleza de espíritu.
A este emperador le podemos contemplar a caballo en la Plaza de los
Museos Capitolinos, en Roma. Allí, algo más flaco y espigado que de
costumbre, tiende su diestra desde el lomo de un robusto caballo, que levanta
su pata derecha en un airoso braceo. Al parecer debajo de la pata del corcel se
encontraba un rey enemigo, sometido por las legiones romanas, con las
manos atadas a la espalda. Si nos fijamos con detenimiento observaremos que
el emperador monta su caballo sin estribos. ¿Un descuido del escultor? Por
supuesto que no, pasa simplemente que en el siglo II, que es cuando se
esculpió la escultura ecuestre, todavía no se había introducido el uso del
estribo en el mundo occidental.
Cuando Antonino Pío, su tío, llegó al poder, adoptó a Marco Aurelio y le
nombró su heredero. En ese momento era un adolescente de diecisiete años.
Existen fuertes evidencias de que el gran emperador Adriano había conocido
a Marco Aurelio desde muy joven y se quedó tan gratamente impresionado
de su franqueza e inteligencia, que cuando nombró sucesor a Antonino Pío, le
pidió que a cambió adoptase a Marco Aurelio.
A la edad de cuarenta años fue nombrado césar y, en contra de los
deseos del Senado, escogió a Lucio Vero, el otro hijo adoptivo de Antonino
Pío, para que le ayudara y aconsejará en las labores de gobierno: entre ambos
se repartirían el imperio. Era la primera vez que Roma tenía dos emperadores,
no sería la última.
En el año 145 Marco Aurelio contrajo matrimonio con Faustina la joven,
hija de Antonino Pío. Todo quedaba en casa. De este matrimonio nacieron
trece hijos, siendo los más notables Cómodo y Galeria Lucila. El primero fue
su sucesor y, a diferencia de su padre, sería recordado por su falta de
experiencia, soberbia y crueldad.
Marco Aurelio acometió numerosas medidas legislativas. Entre ellas
destacó la de convertir automáticamente como herederos a los hijos de una
madre fallecida y no a los padres, como venía siendo costumbre hasta ese
momento. Durante su reinado, además, tuvo que hacer frente a todo tipo de
adversidades, tanto internas como externas. Una epidemia de peste asoló
Occidente, aumentando hasta cifras escalofriantes la mortandad en algunas
regiones del imperio; de forma simultánea hubo inundaciones en Roma, las
cuales se tradujeron en una epidemia de hambruna, al agotar los graneros.
En las fronteras del imperio la situación tampoco era muy favorable. En
Oriente tuvo que hacer frente a los partos y en el Danubio los germanos
llegaron hasta Aquilea, a donde acudió personalmente para repelerlos. Se
cuenta que durante la contienda, para llenar las horas de soledad, se dedicó a
escribir un diario de guerra. Sin embargo, la gran obra que nos legó fue una
colección de aforismos, un total de doce volúmenes que llevan por título
Meditaciones. Uno de mis preferidos es: «El verdadero modo de vengarse de
un enemigo es no parecérsele».
En el año 180, durante una campaña militar a orillas del Danubio,
encontró la muerte, víctima de una epidemia de peste. Atrás quedaban
diecisiete años de gobierno, durante los cuales había encarnado el ideal
platónico de rey filósofo. Los restos del emperador fueron llevados al castillo
de Sant’Angelo. Se dice que con la muerte de Marco Aurelio se dio por
terminada la Pax Romana y comenzó la decadencia del Imperio romano.
No fue la primera epidemia que tuvo lugar en el Imperio romano, ya
Plinio nos habla de al menos once en la época de la república; desde Augusto
(27 a. C.) hasta Diocleciano (228 d. C.) hubo epidemias en 23-22 a. C., 65 d.
C., 79-80 d. C. y 90 d. C. En otras palabras, una enfermedad infecciosa que
afectase a un gran número de personas no era algo desconocido en la Roma
antigua.
La peste de Galeno, a la luz del conocimiento actual, debió de iniciarse
en China (durante la dinastía Han), lo cual no debe sorprendernos porque en
los años previos a esta epidemia hay fundamentados al menos catorce
brotes.35 El primer lugar en el que existe documentación veraz sobre el inicio
de la enfermedad fue Seleucia (Mesopotamia), en los límites del Imperio
romano, en 164-165 d. C. Poco después llegó a Egipto, desde donde se
extendió de forma imparable por vía marítima, por el Mediterráneo.36 Las
tropas del coemperador Lucio Vero extendieron la infección hasta Siria, y
con el regreso de esas fuerzas la epidemia alcanzó la capital imperial (166 d.
C.). Por el norte afectó a las actuales Austria, Eslovenia, Rumanía y
Moldavia, lo que en aquellos momentos eran las provincias de Noricum y
Dacia.
Esta enfermedad tuvo una enorme consecuencia en el declive y caída
posterior del imperio. Su daño fue sanitario, económico, político, social y
psicológico. Por una parte causó una elevada mortalidad y una ingente
morbilidad, lo que propició obviamente que la recaudación fuese menor y,
como consecuencia inevitable, tuviesen que subirse las tasas, propiciando una
huida a otras áreas geográficas. Además hay que tener en cuenta que una
epidemia disminuye el reclutamiento de nuevos soldados para el ejército, y
provoca un grave perjuicio en las clases sociales más desfavorecidas, como
son los esclavos. Si tenemos en cuenta que una infección epidémica suele
afectar al 60-80 por ciento de la población y que puede matar a la cuarta parte
de los afectados, es posible que la peste antoniana provocase la muerte de
entre siete y diez millones de habitantes del Imperio romano, lo cual
favoreció la desintegración del mismo.
¿Qué tipo de enfermedad fue la peste antoniana? Durante siglos los
escritores e historiadores han empleado diferentes términos griegos y latinos
(peste, pestilencia, plaga, nosa, loimos) para designar cualquier enfermedad
epidémica que amenazara la vida de la colectividad, sin que se asigne
ninguna característica diferente a «muerte por enfermedad». Las etiologías
que se han barajado para explicar esta peste son muy numerosas y variadas,
la más aceptada en este momento es la viruela, sin bien no se puede asegurar
con total exactitud, puesto que Galeno en sus descripciones nos dejó un
abigarrado conjunto de síntomas37 que hacen difícil establecer un diagnóstico
retrospectivo.
EL PLOMO QUE DIEZMÓ
UNA CIVILIZACIÓN
A comienzos del siglo V los hunos eran ya viejos conocidos del Imperio
romano. Su origen no está del todo claro, se les relaciona con los xiongnu de
las fuentes chinas, lo más probable es que fuese una agrupación de nómadas,
sin clara filiación étnica y con buena organización militar. Es muy posible
que este pueblo se clavara en el costado del Imperio romano de Oriente como
una daga envenenada tras ser empujados hacia occidente por la presión de los
chinos al construir la Gran Muralla. Fueron considerados por sus coetáneos
como una raza salvaje, desleal, extremadamente cruel y voluble. Dominaban
grandes extensiones entre los ríos Don, Volga y Danubio, y consiguieron
someter a germanos, alanos y sármatas, que habitaban en aquellas regiones.
De ellos se decía toda clase de barbaridades, entre ellas que comían raíces y
carne cruda, que vestían con pieles de ratón y que no tenían dioses. Además
se decía que «para que los dos orificios nasales no sobresalgan de los
pómulos, envuelven la nariz, cuando aún es tierna, en un vendaje para que se
adapte al casco: hasta ese punto el amor materno deforma a los niños nacidos
para guerrear».
En 395 un oficial del ejército imperial, destinado en Tracia, llamado
Amiano Marcelino, los describía de la siguiente guisa: «Pequeños y toscos,
imberbes como eunucos, con unas caras horribles en las que apenas pueden
reconocerse los rasgos humanos. Diríase que más que hombres son bestias
que caminan sobre dos patas». Se creía que comían, bebían y dormían
reclinados en las crines de sus caballos, de los cuales solo descabalgaban para
ir al encuentro de sus mujeres y de sus niños.
En el año 432 el rey huno Rua unificó todas las tribus bajo su poder,
pero desgraciadamente no pudo disfrutar mucho de su éxito, ya que falleció
dos años después, dejando el mando de las tribus hunas a sus sobrinos, Atila
y Bleda. Este último fallecería en el año 445 en el transcurso de una cacería,
dejando a su hermano como único jefe huno. Según el relato de Prisco el
azote de Dios era: «Corto de estatura, ancho de pecho y cabeza grande, sus
ojos eran pequeños, su barba fina y salpicada de canas; y tenía la nariz chata
y la tez morena, mostrando la evidencia de su origen».
En el año 450, Atila (395-453), el rey de los hunos, pactó con el
emperador romano Valentiniano III (419-455), para unirse a él en una
campaña contra los godos, pero un suceso ajeno a la guerra cambiaría el
curso de los acontecimientos. El emperador quería casar a su hermana
Honoria55 con un senador, pero la joven, en un arrebato de locura, escribió
una carta a Atila en la que le pedía que la liberara del compromiso. A cambio
la joven estaba dispuesta a casarse con él y cederle la mitad del imperio. Es
fácil imaginar la cara de sorpresa del rey de los hunos. Tenía en sus manos
entrar a formar parte de la familia imperial. ¡Un bárbaro sentado en la mesa
del emperador! No le debió de costar nada tomar la decisión y declararse
paladín de la joven.
Honoria era una mujer de armas tomar. Viendo el problema que se la
avecinaba, no tardó en dar marcha atrás y negó haber realizado ninguna
oferta al rey de los hunos. Ya era demasiado tarde. Aquello ofendió a Atila,
que decidió cobrarse su parte del trato: sus tropas cruzaron el Rin y arrasaron
varias ciudades sin la menor dificultad, y a continuación puso rumbo a Roma.
Iba a dar un escarmiento que tardarían mucho tiempo en olvidar.
En los Museos Vaticanos se puede admirar un fresco de Rafael Sanzio
titulado El encuentro de León Magno con Atila. Representa el triunfo de la
Iglesia, en la figura del papa León el Grande, frente a los bárbaros, en este
caso Atila, que llegó a amenazar su sede en el año 452. Los libros de historia
nos presentan al huno como un salvaje, ignorante y con una sed insaciable de
sangre. Al parecer había penetrado en la Península Itálica a través de los
Apeninos, destruyendo, como era su costumbre, todo lo que había a su paso.
No en balde decían que por donde pasaba su caballo no volvía a crecer la
hierba.56 Antes de dar el golpe final se estableció a las puertas de Roma, en
donde recibió una visita de lo más excepcional. El papa León I, que debía
pasar a los anales de la historia como el negociador, salió a entrevistarse con
él. Durante unos minutos hablaron en privado, cara a cara, y a continuación el
rey de los hunos ordenó la retirada a sus hombres. No volverían jamás a pisar
Roma. ¿Qué se dijeron Atila y el papa? Desgraciadamente nunca lo
sabremos.
Si alguien hubiese tenido que vaticinar la muerte de Atila no habría
dudado en afirmar que moriría en una batalla a lomos de su caballo. Nada
más lejos de la realidad. El gran rey de las estepas murió consumando el
matrimonio con su última esposa, la número 453. ¡Curiosamente el año que
murió! Los hechos ocurrieron en Hungría, junto al río Tisza. Según cuenta el
historiador Prisco, Atila falleció la noche de bodas, tras casarse con una joven
muy hermosa llamada Ildico, de origen godo. Al rey de los hunos le
sobrevino una hemorragia nasal o quizás una hemorragia digestiva provocada
por varices esofágicas, que le produjo la muerte por ahogamiento. Es fácil
imaginar la cara de espanto y sufrimiento de la viuda, quizás no tanto por el
fallecimiento de su reciente esposo, al que mucho cariño no podía tener,
como por la suerte que correría cuando los soldados de Atila descubriesen el
cadáver. ¡Lo más probable es que la acusaran de asesinato!
Al parecer los hombres de Atila entraron en shock al descubrir el cuerpo
sin vida de su jefe, y a continuación, embargados por la desolación, se
rasuraron el pelo y se lastimaron la piel con sus espadas. Querían llorar a su
jefe, no como mujeres, sino como guerreros.57 Expusieron de forma solemne
el cuerpo de Atila en medio de los campos, en una tienda de seda, para que
pudiese ser contemplado, mientras que los jinetes más diestros corrían
alrededor del paraje y recitaban el siguiente cántico fúnebre: «El más grande
entre los reyes de los hunos es Atila, hijo de Mondzuco. Ha sido dueño de las
naciones más valientes; él solo ha poseído la Scitia y la Germania, reuniendo
sobre su cabeza un poder hasta entonces inaudito. Él también llevó el terror a
los dos imperios romanos; él, quien después de haberse apoderado de las
ciudades, salvó del pillaje el resto, dejándose conmover por las súplicas y
contentándose con un tributo anual. Y después de haber realizado estas cosas,
en medio de su felicidad, ha muerto, no por mano de enemigo, no por traición
de los suyos, sino sin dolor, en medio del regocijo, en el seno de su nación
floreciente. ¿Puede decirse que ha muerto aquel a quien nadie cree que debe
vengar?».
El cuerpo de Atila fue introducido en tres féretros58 de diferentes
materiales, dando a entender con ello que lo había poseído todo, y añadieron
los trofeos de las armas conquistadas al enemigo, piedras preciosas y otros
ornamentos. Para evitar que la tumba fuera saqueada y profanada mataron a
los obreros que habían participado en los funerales. La ubicación exacta de
los restos de Atila sigue siendo uno de los grandes misterios de la historia.
La hemorragia que acabó con la vida del caudillo estepario hundió la
confederación de tribus, ningún guerrero tuvo el suficiente empuje para coger
su relevo y el sueño del Imperio huno se diluyó. Serían otros pueblos,
fundamentalmente los godos, los que se aprovecharían de la situación,
haciendo sucumbir poco tiempo después de la muerte de Atila al Imperio
romano de Occidente.
LAS HEMORROIDES
Y LA DERROTA DE WATERLOO
Nos encontramos a finales del siglo XIV, Europa está en crisis, una crisis
que afecta a todos los ámbitos, tanto el económico, por una sucesión de malas
cosechas y epidemias, como el social y cultural. Se cuestionan muchos
valores que hasta los siglos anteriores habían tenido vigencia, como el papel
de la Iglesia y el de la monarquía. Esta difícil situación provocará a su vez
numerosos conflictos.
Franceses e ingleses se encuentran inmersos en la Guerra de los Cien
Años, la última guerra feudal, que a pesar de su nombre se prolongará algo
más de una centuria (1337-1453).74 La larga duración de la lucha se explica
por la superioridad del ejército inglés y a la obstinada resistencia francesa.
Como más adelante veremos, esta contienda enfrentó a las dos naciones por
la sucesión en el trono francés. La verdad es que la enemistad entre franceses
e ingleses arrancaba desde tiempo atrás; de hecho Flandes, un condado
vasallo de Francia con aspiraciones independentistas, era ayudado por los
reyes ingleses; y los franceses favorecían a los escoceses en sus luchas contra
Inglaterra. Se puede decir que fue la primera gran guerra europea, que
provocó profundas transformaciones en la Europa occidental. Al final de la
contienda nada fue igual desde un punto de vista económico, social y
político, hasta el punto de que podemos decir que esta guerra marcó el final
de la Edad Media y anunció el advenimiento de la Edad Moderna. A pesar de
que inicialmente fue una guerra entre dos naciones, acabó involucrando a la
mayoría de los reinos europeos. Francia fue apoyada por Escocia, Bohemia,
Castilla y el papado de Aviñón; por su parte Inglaterra contó como aliados a
Flandes, Portugal y los reinos alemanes.
En el siglo XIV la suerte se mostró esquiva con la monarquía francesa:
Luis X (1289-1316) murió sin descendencia, por lo que le sucedió su
hermano Felipe V (1292-1322), que falleció también sin hijos varones; tras el
óbito la corona pasó a su hermano Carlos IV (1294-1328), que de igual modo
murió sin descendientes.75 Así pues en 1328, con la agonía de Carlos IV, el
decimoquinto rey Capeto, la monarquía francesa carecía de un sucesor
directo. Esta situación fue aprovechada por Eduardo III (1312-1377) de
Inglaterra, sobrino de los tres últimos reyes, en sus aspiraciones al trono galo.
Los franceses, por razones políticas, entregaron la corona a Felipe VI (1293-
1350) de Valois, primo hermano de Carlos IV. Esto fue el desencadenante de
la Guerra de los Cien Años.
Francia estaba en clara desventaja frente a su enemiga, su ejército estaba
mal organizado y además no podía considerarse «nacional», pues la
economía francesa no estaba centralizada. Por su parte, Inglaterra contaba
con un ejército más poderoso y una fuerte economía, que podría sustentar sin
grandes problemas el conflicto bélico. El inicio de la guerra fue naval, en
muy poco tiempo la escuadra inglesa mostró su supremacía, consiguiendo
que un ejército desembarcase en el continente y que llegase hasta las
proximidades de París. En su retirada fue atacado por los franceses, a los que
el Príncipe Negro derrotó en Crécy (1346).76 A continuación los ingleses
marcharon sobre Calais, plaza que conquistaron meses después, obteniendo
de esta forma una puerta abierta en el continente.
En 1355, cuando la contienda ya se prolongaba durante dieciocho años,
se desató en Europa una epidemia de peste negra. Un año después el Príncipe
Negro venció en Poitiers al rey francés Juan II el Bueno, le hizo prisionero y
antes de liberarle le obligó a ceder todo el oeste francés al monarca inglés. El
desorden se apoderó de Francia, los aldeanos, exasperados por el hambre y la
peste, saqueaban las propiedades de la aristocracia y el preboste de
mercaderes Étienne Marcel, caudillo de la burguesía, se hizo con el poder y
consiguió que el rey galo firmase la Grande Ordonnance, una imitación de la
Carta Magna (1357). Los dos siguientes años fueron realmente sanguinarios,
los nobles recuperaron el poder, asesinaron a Étienne Marcel, sofocaron la
rebelión campesina y llevaron al delfín Carlos a París. Además fue preciso
subir los impuestos para pagar el rescate del rey. Carlos V (1338-1380)
gobernó como rey de Francia desde 1364 hasta su muerte. Durante su reinado
nombró condestable del reino a Du Guesclin, el cual infligió varias derrotas a
los ingleses, reconquistando para Francia Limoges, Poitou y Bretaña.
En 1380, con tan solo once años, subió al trono el primogénito de Carlos
V, con el nombre de Carlos VI. Durante la minoría de edad la regencia fue
asumida por sus tíos: el duque de Anjou, el duque de Borgoña, el duque de
Orleans y el duque de Berry. A la edad de veinticinco años Carlos VI
comenzó a sufrir trastornos graves del comportamiento,77 se cuenta que en
cierta ocasión llegó a olvidar su nombre e incluso que él era el rey; se negaba
a bañarse durante meses78 y una vez apareció ante sus siervos aullando por
los pasillos. Es fácil imaginar la cara de estupefacción de los lacayos.
Para rematar su falta de cordura, durante mucho tiempo el soberano
llegó a pensar que era de cristal, por lo que evitaba el contacto directo con
cualquier persona, y en el caso de que se produjese gritaba ante un simple
roce.79 A pesar de estos ataques de locura asumirá el reinado de Francia
durante veinte largos años. Su reinado estuvo marcado por la continuación de
la Guerra de los Cien Años, si bien es cierto que Carlos hizo un intento de
acercamiento hacia los ingleses al matrimoniar a su hija Isabel, de siete años
de edad, con Ricardo II de Inglaterra, de veintinueve.
Enrique V de Inglaterra venció a Carlos VI de Francia y le obligó a
firmar el Tratado de Troyes (1420), por el cual reconocía como heredero del
trono francés a Enrique V, que se había convertido en su yerno, al haberse
casado con Catalina de Valois, la hija del monarca galo. Con este tratado se
despojaba al futuro Carlos VII de la sucesión al trono francés. Del
matrimonio habido entre Enrique V y Catalina nació el futuro Enrique VI
(1421-1471), heredero de los tronos de Inglaterra y Francia. Dos años
después de la firma del tratado murieron los dos reyes firmantes, dejando
como heredero a un niño de un año, hijo de Enrique V y nieto de Carlos VI.
En definitiva, si la historia y las enfermedades no lo remediasen Francia e
Inglaterra quedarían indefinidamente unidas bajo una misma corona.
El 6 de enero de 1412, en el seno de una familia humilde, nació una niña
que cambiaría el curso de la guerra. Su nombre era Juana, sus padres Jacques
e Isabella eran dos humildes campesinos que ni de lejos podían imaginar que
su hija pasaría a formar parte de los libros de historia. La patria chica de
Juana era Domrémy, una diminuta aldea de la región de Lorena, y no en Arc,
como podría pensarse. Su infancia la pasó en compañía de cabras y ovejas,
descuidando, como era la tónica de la época, su educación más elemental,
hasta el punto de que nunca llegó a saber leer ni escribir. Ni falta que le hizo.
Físicamente Juana era menuda, morena, de ojos profundamente azules y
de complexión frágil. A la edad de trece años sorprendió a sus allegados al
afirmar que era capaz de oír en su jardín las voces del arcángel: San Miguel y
de las santas Margarita y Catalina. ¡Muy normal no era aquello! Juana
explicó que le ordenaban que liberase a Francia del yugo inglés: «Es preciso
que tomes el estandarte de Dios, liberes el sitio de Orleans y conduzcas al
delfín a Reims para su liberación». De este modo, le encargaban una tarea
que se nos antoja titánica para una campesina adolescente.
Ni corta ni perezosa se trasladó a Chinon, en donde se encontraba la
corte de Carlos VII, que por aquel entonces era un rey sin corona, solicitando
ser recibida por el delfín. Tras enormes dificultades consiguió entrevistase
con el soberano y contarle sus extraordinarias percepciones sensoriales. Al
parecer, Juana se vistió para la ocasión con ropas de hombre, jubón negro y
calzas ajustadas, y además se recortó sus cabellos, según los cánones
masculinos de la época.80 Es fácil entender que en la corte se necesitaba una
prueba fehaciente de que aquella mujer no estaba de parte del maligno, ante
lo cual Juana respondió tajante: «En el nombre de Dios, no he venido a
mostrar signos, pero conducidme a Orleans y os mostraré el signo para el
cual he sido enviada». Antes de concederle lo que reclamaba el arzobispo de
Embrun solicitó que se realizase un prolijo examen físico. ¿De qué tipo de
estudio estaba hablando? Básicamente un examen ginecológico, para saber si
era virgen: suponían que si era una enviada del diablo habría perdido la
virginidad. Así se las gastaban los clérigos del siglo XV. Afortunadamente
para ella, Juana superó la prueba con éxito.
En 1429 la joven francesa fue armada caballero y se le concedió un
ejército para que encabezase la liberación de Orleans. A pesar de que la
imagen que tenemos de ella es la de una «guerrera valiente», nunca llegó a
participar de forma activa en ninguna batalla ni mató a ningún enemigo. Se
limitaba a acompañar a sus hombres blandiendo una bandera. Juana se
mantenía a cierta distancia de la primera línea de batalla, lo cual no impidió
que resultase herida en al menos dos ocasiones: una flecha la hirió en un
hombro durante la campaña de Orleans y otra en un muslo durante el intento
de liberar París.
Ante la sorpresa de los más escépticos, Orleans fue arrebatada en un
tiempo récord, tan solo bastaron ocho días para que la ciudad volviera a
formar parte de la corona francesa. Esta hazaña ensalzó el espíritu
independentista de los franceses. Ese mismo año Juana derrotó al general
británico Talbot en Patay y promovió en la ciudad de Reims la coronación del
delfín, con el nombre de Carlos VII. La profecía se había cumplido. Sin
embargo, la buena suerte estaba a punto de abandonarla, ya que fue capturada
por tropas del duque de Borgoña, aliado de Inglaterra, y entregada a renglón
seguido a los ingleses.
Juana fue sometida a un proceso inquisitorial en la fortaleza de Rouen,
en donde se le hicieron setenta cargos, que iban desde brujería hasta el robo
de caballos. En 1431 se le redujeron a tan solo doce, entre ellos herejía,
reincidencia, apostasía e idolatría. Se le preguntó sobre las voces que oía.
¿Cómo eran? ¿Qué decían? ¿De dónde procedían? ¿Desde cuándo? Durante
el juicio Juana se refirió a sí misma como Jehanne a Pucelle (Juana la
Doncella) y declaró que desconocía su apellido. Juana respondió lo que los
acusadores querían oír: Dios hablaba directamente con ella, en ocasiones una
luz brillante acompañaba a menudo sus visiones y oía las voces con mayor
precisión cuando sonaban las campanas.81 Esto era suficiente, no necesitaban
más pruebas para condenarla por herejía (hereje relapsa) y sentenciarla a la
pena capital. El 24 de mayo de 1431 se levantó una enorme pira en la plaza
del viejo mercado de Rouen. En la cúspide de la misma fue atada Juana. En
pocas horas su diminuto cuerpo, de tan solo diecinueve años, fue reducido a
cenizas, que fueron arrojadas a continuación al río Sena.
La doncella de Orleans fue víctima de la época en la que le tocó vivir.
Probablemente el responsable de su éxtasis religioso haya que buscarlo en un
tipo de crisis epilépticas parciales conocidas como crisis de felicidad.82 La
verdad es que la entrada en escena de la enigmática Juana de Arco propició
un cambio de signo en la Guerra de los Cien Años, la liberación iniciada por
ella continuó exitosamente y el año 1453 tan solo les quedaba a los ingleses
el puerto de Calais, el cual acabarían perdiendo definitivamente.
ALUCINACIONES
EN LA CORTE INGLESA
Uno de los best seller del año 2015 fue El niño 44, una novela de Tom Rob
Smith ambientada en la época de la Rusia estalinista. En ella se cuenta cómo
Leo Stepánovich, un agente de la inteligencia soviética (MGB) y veterano de
Ejército Rojo, investiga una serie de asesinatos, tras caer en desgracia en el
sistema para el que trabaja. La novela está basada en el mayor asesino en
serie de la Unión Soviética, Andréi Chikatilo, responsable de la muerte de
más de cincuenta personas, la mayoría niños, entre los años setenta y los
noventa del siglo pasado. La novela fue llevada a la gran pantalla por Daniel
Espinosa y protagonizada por el británico Tom Hardy. El estreno de la cinta
fue prohibido por el Ministerio de Cultura ruso por «tergiversar los hechos
históricos».
En el año 2013 el centro de investigación sociológica Levada realizó una
encuesta en la que se preguntaba a los rusos por la opinión que tenían sobre
sus dirigentes del siglo XX. Algunos resultados fueron sorprendentes: el líder
mejor valorado fue Leonid Brezhnev, los encuestados recordaban su mandato
como la época más feliz de la historia de Rusia,102 y la imagen de Lenin y
Stalin fue verdaderamente notable, ya que obtuvieron una valoración positiva
del 55 y 50 por ciento, respectivamente.
El 22 de abril de 1870 nació Vladimir Ilich Ulianov, más conocido por
Lenin, el que con el paso de los años sería el líder del Partido Bolchevique y
fundador de la Unión Soviética y del leninismo, ideología que derivaría del
marxismo leninismo. Vladimir era hijo de María Alexandrovna Blank, una
mujer dotada de una fuerte personalidad y con ideas antizaristas, y de Ilia
Nikolayevich, un funcionario ruso, que ejerció de director de escuelas y,
posteriormente, como consejero del zar Nicolás II (1868-1918). ¡Las vueltas
que da la vida!
Durante su juventud Vladimir destacó en el estudio de las lenguas
clásicas, traducía con soltura del griego y del latín, y su expediente está
plagado de brillantes calificaciones. En 1887 su hermano Alexander fue
detenido tras un atentado fallido contra el zar Alejandro III (1845-1894), y
sometido a un juicio relámpago en el que, por supuesto, no se permitió a
ningún letrado defenderle. Fue acusado de alta traición al régimen y
condenado a la pena mayor, el fusilamiento. Este hecho quedará grabado en
la retina de Lenin el resto de sus días y muchos biógrafos lo consideran la
semilla revolucionaria.
En 1891, a la edad de veintiún años, obtuvo la licenciatura de derecho,
profesión que ejercería durante un breve periodo de tiempo en Samara, en
donde se dedicó a defender a personas que carecían de recursos económicos.
Con el paso del tiempo se implicó, de forma exponencial, en las revueltas
estudiantiles, lo cual propició que en 1895 fuese detenido y exiliado a la
gélida Siberia. Allí se casaría, tres años después, con Nadezhda Krupskaya
(1869-1939), más conocida como Nadia, una activista socialista que le
ayudaría a perfilar su ideología revolucionaria. Tras su liberación viajará por
diferentes países europeos, donde tendrá ocasión de entrevistarse con las
grandes personalidades socialistas del momento.
En 1900 fijó su residencia en Suiza, siendo uno de los fundadores del
primer periódico clandestino marxista: Iskra (La chispa).103 Será
precisamente durante este periodo cuando adopte su célebre pseudónimo:
Lenin. La elección del sobrenombre se debe a Plejánov, uno de los ideólogos
del marxismo, que usaba como pseudónimo Volgin, en alusión al río Volga;
Vladimir eligió Lenin, derivado del río Lena, que es más largo y que además
tiene un sentido contrario.
En 1917, tras haberse entrevistado con el alto mando alemán en
Finlandia, viajó a Petrogrado, en donde llevaría a cabo, meses después, la
Revolución Rusa, entre febrero y octubre de ese año, que terminó con el
derrocamiento del zar Nicolás II y la implantación de un nuevo sistema
político, basado en la primacía de los soviets. Una vez en el gobierno, Lenin
optó por firmar la paz, bastante desventajosa para Rusia, y abandonar de
forma definitiva la Gran Guerra por el Tratado de Brest-Litovsk.104 Esta
decisión política obtuvo numerosas críticas dentro de los bolcheviques más
exaltados, ya que por el tratado Rusia renunciaba a Finlandia, Polonia,
Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia. La verdad es que
muy ventajoso no fue para los rusos.
Poco tiempo después Fanya Kaplan, una activista judía revolucionaria,
atentó contra Lenin tras pronunciar un discurso en una fábrica de armamento
de Moscú. La joven le disparó a quemarropa con una pistola. Dos balas
impactaron en sus pulmones y una tercera en un hombro. De forma milagrosa
el dirigente soviético consiguió salvar la vida, a pesar de negarse a ser
atendido en un hospital, puesto que temía ser asesinado dentro de él, y
ordenando que le trasladasen a sus aposentos del Kremlin. El estudio
radiológico que se llevó a cabo certificó que una de las balas estaba próxima
al canal espinal, pero se optó por no realizar ningún tipo de intervención,
puesto que las técnicas quirúrgicas del momento no aseguraban una
extracción libre de complicaciones.
En 1919 el periodista norteamericano John Reed escribió el libro Diez
días que estremecieron el mundo, en el que, en clave de reportaje, narra los
acontecimientos de la Revolución de Octubre. El libro gustó tanto a Lenin
que prologó la primera edición norteamericana: «Recomiendo esta obra con
toda el alma a los obreros de todos los países. Yo quisiera ver este libro
difundido en millares de ejemplares y traducido a todos los idiomas, pues
ofrece una exposición veraz y escrita con extraordinaria viveza de
acontecimientos de gran importancia para comprender lo que es la
revolución».
En mayo de 1922 Lenin sufrió un accidente cerebrovascular. En ese
momento tenía tan solo cincuenta y dos años. Le dejó como secuela una
pérdida de la movilidad del lado derecho del cuerpo, lo que en términos
médicos se conoce como hemiparesia derecha. Como es fácil suponer, esta
incapacidad le hizo delegar gran parte de las labores de gobierno en personas
de su confianza. En octubre un segundo accidente cerebrovascular le obligó a
abandonar la política activa. Por si esto no había sido suficiente, en marzo de
1923 un nuevo evento cerebrovascular le dejó postrado en la cama y sin
poder hablar. La aterosclerosis, esto es, el endurecimiento de las arterias,
estaba consiguiendo lo que no habían hecho sus enemigos: doblegarle. Su
deterioro neurológico fue acentuándose hasta que en enero de 1924 se
produjo el esperado exitus. Nada pudo hacer el equipo médico —compuesto
por veintisiete facultativos— que le atendió durante la larga agonía. En honor
a Lenin la ciudad de Petrogrado fue llamada Leningrado, nombre que
persistió hasta 1991. Tras la caída de la Unión Soviética pasó a llamarse San
Petersburgo.
Lenin dejó establecido en su testamento que no se construyeran
monumentos en su nombre y que sus restos fueran enterrados en Petrogrado,
en donde descansaban los de su familia. En contra de sus deseos, se
levantaron numerosas estatuas en su honor, no dejaron de hacerse memoriales
y fue inhumado en la Plaza Roja de Moscú, junto a los muros del Kremlin.
No serían las únicas disposiciones testamentarias que se incumplieron.
Tras sufrir su primer infarto cerebral había dejado escrita una serie de
directrices políticas para el correcto gobierno de la nación. La más famosa
fue bautizada como «Testamento de Lenin». En este codicilo alertaba al
Comité Central sobre las insanas intenciones políticas de algunos compañeros
de partido, entre los cuales se encontraban León Trotsky (1879-1940) y Josef
Stalin (1878-1953), en ese momento secretario general del Partido Comunista
de la Unión Soviética. Asimismo, solicitaba un mayor respeto de sus
coetáneos hacia las naciones no federadas en la Unión Soviética, puesto que
fácilmente se podía derivar hacia una actitud de tintes imperiales, incoherente
con el régimen que defendía. Su mujer fue la encargada de leer ante el
Comité Central este testamento. La historia nos demostró que sus
disposiciones principales cayeron en saco roto. ¿Habría sido distinta la
historia de la Unión Soviética si Lenin no hubiese enfermado? Es posible que
si el dirigente político no hubiese tenido infartos cerebrales a una edad tan
precoz los desmanes que cometió Stalin al sucederle no se hubieran
producido.
Tras el óbito, se procedió a realizar la autopsia al alto mandatario. La
empresa corrió a cargo del patólogo Alexi Abrikosov, al que se aleccionó
desde el partido para que demostrase que Lenin no había muerto de sífilis.
Espinosa labor tenía por delante el anatomopatólogo, puesto que su informe
sería mirado con lupa por la comunidad científica. La autopsia se realizó en
presencia de veintisiete médicos, entre los que se encontraba el alto comisario
de Sanidad, el doctor Nikolai Semashko y, para evitar miradas indiscretas, se
desestimó invitar a compañeros críticos con el gobierno, como el profesor
Vladimir Bekhterev, el célebre director del Instituto Neurológico de
Petrogrado. Como era de esperar, Abrikosov concluyó su informe con un
escueto juicio diagnóstico: «Arterosclerosis difusa, más marcada a nivel
cerebral». Por supuesto, omitía el término «sífilis» en su informe.
El cambio de régimen traicionaría el patriotismo del patólogo. Tras la
caída de la Unión Soviética fueron desclasificados los documentos oficiales y
las memorias de los médicos que atendieron a Lenin en sus últimos meses de
vida, mostrando que fue tratado con arsénico y yoduro potásico, fármacos
empleados en la época para combatir al Treponema pallidum, la bacteria
causante de la sífilis. El estudio de estos informes ha revelado que el 18 de
julio de 1895 Lenin tuvo que ser ingresado durante dos semanas en Suiza, en
una clínica especializada en el tratamiento de esta enfermedad venérea; y que
años después fue tratado en el hospital berlinés de Moabit por razones
desconocidas, al tiempo que su esposa sufría los efectos de «una enfermedad
femenina».105 Sobran los comentarios.
Tras la autopsia y antes de que el cuerpo fuese embalsamado, se extrajo
el cerebro para analizar cuáles eran las células neuronales de su genialidad
política. Con este propósito se inauguró el Instituto del Cerebro de Moscú,
cuya dirección fue encomendada a Víctor Kogt, un renombrado científico
alemán. Hasta la fecha, al menos que se sepa, las uniones cerebrales
(sinapsis) responsables de su valía política todavía no han sido descubiertas.
El icono por excelencia de Rusia es la Plaza Roja, uno de los espacios
más reconocibles del mundo. En sí misma es una necrópolis, en la que hay
cuatro tipos de formas funerarias, la primera y más llamativa, la que atrae a
todos los turistas, el Mausoleo de Lenin. La segunda se encuentra por detrás,
y allí están los enterrados de forma individual. Entre el Mausoleo de Lenin y
la muralla del Kremlin, cuentan con su tumba y un busto, entre otros, Stalin,
Brezhnev y Andropov. La tercera forma funeraria es la de los que también
están enterrados entre el mausoleo y la muralla pero carecen de busto, tan
solo tienen una pequeña lápida común; por último están los restos mortales
de los que descansan en la propia muralla y que tienen una pequeña placa-
lápida individual. Entre los así enterrados destacan Nadia y Yuri Gagarin.
Tan solo los turistas advertidos buscan entre la tercera forma funeraria la
tumba de un norteamericano, la de John Reed. En ella hay una lápida común
y una escultura de color rojizo de mármol y granito en forma de corona de
flores. ¡Un americano enterrado en la Plaza Roja!
UN REINO BIEN VALE UNA DIETA
A mediados del siglo XIV, entre 1346 y 1347 estalló la mayor epidemia de
peste de la historia de Europa, tan solo comparable con la que asoló el
continente en tiempos del emperador Justiniano (siglos VI-VII). Desde ese
momento la enfermedad se convirtió en una inseparable compañera de viaje
de la población europea y no nos abandonó hasta comienzos del XVIII.
Es muy posible que la epidemia se originase en el norte de la India,
probablemente en las estepas de Asia central, y desde allí los ejércitos
mongoles la llevasen hacia el oeste, hasta la Península de Crimea.
Precisamente en ella era donde los genoveses tenían una colonia, en la ciudad
de Caffa (actual Feodosia), a orillas del Mar Negro. En 1346 Caffa fue
asediada por el ejército mongol, en cuyas filas hubo casos de peste negra. La
incapacidad de conquistar la ciudad se tradujo en odio hacia los genoveses y
eso se plasmó en el lanzamiento de los cadáveres de guerreros fallecidos por
la peste mediante catapultas al interior de los muros de la ciudad. Es cierto
que tampoco se puede descartar que la bacteria penetrase en el interior de
Caffa a través de ratas infectadas.
Sea como fuere, la peste se propagó con enorme celeridad por la colonia
genovesa y cuando algunos mercaderes consiguieron escapar en barco de la
ciudad se la llevaron consigo hasta Génova, desde donde se extendió por toda
Italia en 1347. Al año siguiente la peste se había propagado ya por casi toda
Europa,107 asolando además Asia y África.
Boccaccio, el autor florentino del Decamerón, nos explica en diez
cuentos las historias de siete mujeres y tres hombres que huyen de la peste
que asola Florencia. En las primeras páginas de su libro nos cuenta por qué
los protagonistas abandonan sus casas, siendo una de las mejores
descripciones de la epidemia: «Esta peste cobró una gran fuerza; los
enfermos la transmitían a los sanos al relacionarse con ellos, como ocurre con
el fuego a las ramas secas cuando se les acerca mucho (…). Casi todos
tendían a un único fin: apartarse y huir de los enfermos y de sus cosas;
obrando de esta manera, creían mantener la vida. Algunos pensaban que vivir
moderadamente y guardarse todo lo superfluo ayudaba a resistir tan grave
calamidad y así, reuniéndose en grupos, vivían alejados de los demás,
recogiéndose en sus casas (…). A la vista de la cantidad de cadáveres que día
a día y casi hora a hora eran trasladados, no bastando la tierra santa para
enterrarlos, ni menos para darles lugares propios, según la antigua
costumbre…».
El índice de mortalidad a consecuencia de la peste negra fue muy alto y
pudo llegar a alcanzar incluso el 60 por ciento en el conjunto de Europa, ya
como consecuencia directa de la infección, ya por los efectos indirectos de la
desorganización social provocada por la enfermedad, desde las muertes por
hambre hasta el fallecimiento de niños y ancianos por abandono o falta de
cuidados.108 Se estima que unos veinticinco millones de personas fallecieron
tan solo en Europa, a lo que habría que sumar de cuarenta a sesenta millones
de muertos en Asia y África.
Algunos estudiosos proponen que la modalidad mayoritaria fue la peste
neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el
contagio fuera muy rápido. Sin embargo, cuando se afectaban los pulmones y
la sangre la muerte se producía de forma segura y en un plazo de horas, de un
día como máximo, y a menudo antes de que se desarrollara la tos
expectorante, que era el vehículo de transmisión. Por tanto, dada la rápida
muerte de los portadores de la enfermedad, el contagio por esta vía solo podía
producirse en un tiempo muy breve, y su expansión sería más lenta.
En la Edad Media había un desconocimiento absoluto del mecanismo de
transmisión de las enfermedades infecciosas, lo cual no debe extrañarnos
porque todavía no se habían sentado las bases de la ciencia moderna. Los
científicos del momento habían elaborado diferentes teorías, a cada cual más
absurda, para poder explicar este tipo de patologías. Algunos pensaban que se
producía por los miasmas, a través de la corrupción del aire provocada por la
emanación de materia orgánica en descomposición, los cuales se transmitían
a través de la respiración o por contacto con la piel. Otros pensaban que el
origen era astrológico (conjunción de determinados planetas, los eclipses o
bien el paso de cometas) o geológico (erupciones volcánicas y movimientos
sísmicos que liberaban gases y efluvios tóxicos), e incluso se llegó a pensar
que el contagio se producía a través de la vista. También se desconfió de
todos los extranjeros y de los peregrinos, y se buscaron chivos expiatorios, lo
que propició que algunas ciudades cerraran sus murallas para protegerse de la
enfermedad. Todos estos hechos se consideraban fenómenos sobrenaturales
provocados por la cólera divina como castigo por los pecados cometidos por
la humanidad.
El principal problema al que se enfrentaban los médicos era
proporcionar un tratamiento adecuado a los enfermos y, sobre todo, evitar
que la enfermedad se propagase. Los médicos adoptaron una serie de
medidas higiénicas, además del aislamiento, destinadas a evitar el contagio:
huir de la región afectada,109 purgarse con aloes, realizar sangrías y purificar
el aire con fuego. Los médicos recomendaban que los bubones se madurasen
con cebollas e higos cocidos, que a continuación se abriesen y se curasen. Se
pensaba que existía «algo» desconocido que era capaz de atravesar el aire
desde el enfermo hasta el sano, y que pasaba desde los objetos inanimados a
las personas. Por este motivo, cuando un apestado moría se ordenaba quemar
todos los objetos que hubieran estado en contacto con él y se enjalbegaban las
paredes de los edificios en los que había estado albergado. Estas medidas
motivaron que se perdiesen muchas obras de arte que tenían por soporte los
muros de los edificios.
De forma paralela en toda Europa se llevaron a cabo las llamadas
«procesiones de los flagelantes», que cruzaron regiones y países en actitud
penitencial. Estas procesiones fueron prohibidas por el papa Clemente VI,
quién acusó de fanáticos a los flagelantes y los condenó como herejes.
En los años 1575-1577 la ciudad de Venecia sufrió una epidemia de
peste. Para combatirla los venecianos crearon dos islas-hospital: el Lazaretto
Viejo (se llevaban enfermos y objetos contaminados) y el Lazaretto Nuevo
(con personas y objetos sospechosos de estar contaminados). El magistrato
della sanitá realizó por vez primera una estadística médica para constatar la
gravedad de la epidemia. Además, fue precisamente durante esta epidemia
cuando los médicos adoptaron por vez primera una vestimenta especial para
atender a los pacientes con peste: guantes de cuero, gafas, sombrero de ala
ancha y un enorme abrigo de cuero encerado que les llegaba hasta los
tobillos.110 Los galenos usaban una máscara en forma de pico de ave, el cual
se rellenaba de plantas aromáticas para mitigar los malos olores; la máscara
incluía ojos de cristal para salvaguardar los globos oculares.111 El
estrambótico vestuario se complementaba con una vara que utilizaban los
médicos para apartar a aquellos enfermos que se acercaban demasiado.
Asimismo, se iniciaron medidas de aislamiento, siendo las autoridades
de Marsella las primeras que las adoptaron. Establecieron que todo barco que
llegase a su puerto con un enfermo o con una persona sospechosa de padecer
la enfermedad debía permanecer a bordo durante treinta días antes de bajar a
tierra. Los venecianos prolongaron este periodo a cuarenta días, lo cual dio
lugar al término cuarentena, vocablo que se sigue empleando para referirnos
al periodo de observación al que se somete a una persona para detectar signos
o síntomas de una enfermedad infecciosa.
EL EMBARAZO FANTASMA QUE
FRUSTRÓ LA UNIÓN DE DOS IMPERIOS
La película danesa más taquillera de todos los tiempos es, con diferencia,
Un asunto real, un filme del director Nikolaj Arcel, que estuvo nominada al
Oscar, en la categoría a la mejor película de habla no inglesa, en el año 2012.
La cinta describe una historia de amor enmarcada en dos polos opuestos, el
absolutismo, ciego a las necesidades del pueblo, y la Ilustración, el aire fresco
del siglo de las luces. La acción transcurre a finales del siglo XVIII cuando las
monarquías absolutistas europeas comienzan a tambalearse y dan paso a los
ideales de la Ilustración. Esto fue precisamente lo que sucedió en Dinamarca,
en donde el pueblo comenzó a hartarse de su rey, Christian VII, sumido en la
locura, y de las extravagancias de la reina Carolina Matilde y su amante, el
médico real Johann Friedrich Struensee. Son precisamente el drama y el
romance, los dos principales ingredientes de esta historia, los pilares de la
modernización de Dinamarca.156
Christian VII (1749-1808) era hijo del rey Federico V y de Luisa de
Gran Bretaña; perdió a su madre cuanto tan solo contaba dos años de edad,
criándose en un ambiente triste y lúgubre, marcado por la desidia de un padre
alcohólico y la educación de un profesor perverso y cruel. No es de extrañar
que con semejante escenario la inseguridad y el miedo fuesen los rasgos más
característicos de su insana personalidad.
A la edad de dieciséis años asumió el trono de Dinamarca y fue entonces
cuando se casó con la princesa de Gales, Carolina Matilde de Gran
Bretaña.157 Christian nunca mostró gran interés por el gobierno de su país. Al
igual que había sucedido con su padre Federico V, dejaba las
responsabilidades propias de su cargo en manos de los ministros. El rey
prefería dedicarse a otros eventos más lúdicos. Se sabe que pasaba largas
horas en compañía de Anna Cathrine Benthagen, una prostituta y amiga, con
la que se dedicó a corretear por los principales burdeles de Dinamarca,
provocando más de un incidente con la policía. En un intento por mantener el
orden los ministros deportaron a Anna Cathrine a Wandsbek (Alemania),
pero las alteraciones del rey no habían hecho nada más que comenzar.
Se cuenta que era usual que en grandes fiestas y reuniones palaciegas
arrojase restos de comida a la cara de sus invitados más distinguidos,
tampoco era infrecuente que abofetease sin razón alguna a las personalidades
mientras mantenía una conversación o simplemente que se les subiese «a la
chepa» cuando se inclinaban para mostrar su reverencia. La verdad es que las
recepciones de palacio debían de ser todo un espectáculo. Por si esto no era
suficiente, el rey comenzó a presentar episodios de masturbación crónica, en
una época en la que se pensaba que esa práctica podía dañar el desarrollo
normal de una persona.
Con este panorama la administración y la política del país, como no
podía ser de otra forma, estaban en manos de los ministros, que se servían del
rey tan solo para que estampase la firma en los documentos. De esta forma
funcionaba la nación, con un sistema de gobierno basado en una monarquía
absoluta. Ante el hartazgo que estaban generando en el pueblo danés las
correrías del monarca, el conde de Bernstorff, el hombre fuerte del momento
y jefe del gabinete, instó al rey a alejarse temporalmente de la corte y a
emprender un viaje por Europa. ¡Esta fue su gran equivocación!
En 1768, en su viaje al extranjero, el rey conoció a un médico alemán, el
doctor Johann Friedrich Struensee, un personaje enigmático, ególatra y
excéntrico, pero de una personalidad arrolladora, al que no tardó en convertir
en amigo personal, e hizo que le siguiera durante su largo viaje por Alemania,
Holanda, Francia e Inglaterra. El galeno no solo le acompañó, sino que se fue
con el rey a su palacio danés al finalizar el viaje, en donde se ganó la amistad
de la reina tras «vacunar» al príncipe Federico, el primogénito de los
soberanos, evitando que fuese víctima de una epidemia de viruela que azotó
Copenhague en el año 1768. En muestra de agradecimiento fue honrado
primero con el título de conde y, posteriormente, con el de secretario de
gabinete, sucediendo al conde de Bernstorff.
Por aquel entonces la debilitada salud mental del rey se deterioró aún
más a pasos agigantados, las alucinaciones se repitieron y en ocasiones
incluso llegó a dudar hasta de cuál era su origen. Se sabe que era frecuente
que apareciese en palacio dando saltos en el aire, golpeándose contra las
paredes e incluso corriendo a destiempo por los jardines. En algunos
momentos descargaba su agresividad arremetiendo contra los muebles de
palacio y los vidrios de las ventanas. Tan solo encontraba momentos de
calma cuando se dedicaba a pintar cuadros. Sus apariciones en público fueron
cada vez más escasas, las hacía cuando los intereses de Struensee lo
requerían, para mostrar al pueblo danés que su rey seguía vivo.
Como es fácil suponer, el meteórico ascenso del galeno no agradó nada a
la aristocracia danesa. Por una parte el doctor Struensee no sabía danés, por
otra traía consigo unos ideales que ponían en peligro la monarquía. En efecto,
el galeno era un científico ilustrado, admirador de los principios políticos y
morales de Rousseau y Voltaire, y aprovechó su privilegiada posición en la
corte para realizar algunos cambios sustanciales, de carácter liberal, tanto a
nivel político como económico. Entre las numerosas reformas que llevó a
cabo estuvo la abolición de la pena de muerte por robo y la eliminación de
abusos desmoralizantes como el lacayismo en la designación del personal
doméstico de hombres poderosos. También declaró la libertad de prensa,
abolió el tráfico de esclavos y estableció impuestos para productos de lujo.
Además llevo a cabo una reforma de la justicia, el ejército y la sanidad. De
esta forma, impuso muchas reformas populares semejantes a las que llevaría a
cabo la posterior Revolución Francesa. Así pues, gracias a la locura del
monarca en Dinamarca se produjo el nacimiento inesperado de la Ilustración
y se llevaron a cabo un buen número de reformas liberales. A los ojos de los
ministros todas estas medidas solo podían traer problemas para el estado, no
se podía permitir que el imperio de las tinieblas se doblegara ante la luz.
En un terreno más personal, Struensee comenzó a realizar visitas
inesperadas y frecuentes a los aposentos de la reina, mucho más asiduas de lo
que requería su cargo, y es que el médico alemán no pasó desapercibido a la
soberana. Era alto, esbelto y de cautivadores ojos azules. Hacia 1770 el
médico y la reina se hicieron amantes y cuando un año después nació una
princesa —Luisa Augusta— nadie en la corte, salvo el rey, dudó que el padre
fuera Struensee. Este escándalo fue aprovechado por la nobleza para catalizar
una serie de intrigas y conjuras que, a la postre, provocarían la caída y muerte
del galeno alemán.
En 1772 Struensee fue acusado de ofender a la monarquía y de mantener
una relación extramarital con la reina, y sentenciado a muerte. La reina
Carolina Matilde no tuvo más remedio que confesar su culpabilidad, por lo
que el matrimonio real fue anulado y se la obligó a abandonar el país, siendo
desterrada a la ciudad alemana de Celle, sin sus dos hijos, quienes, según la
sentencia de divorcio, deberían permanecer en Dinamarca, al ser
considerados legítimos.
Struensee fue ejecutado a finales de abril de 1772. Con su desaparición
Dinamarca perdió el tren de la luz, la ilustración y el progresismo, si bien
había dejado una semilla que germinaría en los hijos del rey, en especial en el
primogénito, que reinaría con el nombre de Federico VI. Durante su reinado
hubo un cambio silencioso y expeditivo, que devolvió al país parte de las
leyes dictadas por el médico alemán, eliminando el poder de la nobleza y el
clero.
GUERRAS BACTERIOLÓGICAS CONTRA
LOS INDIOS DE NORTEAMÉRICA
Si hay una enfermedad con mala prensa esa es la sífilis, que podría ser
considerada algo así como el sida del Renacimiento. Pero que nadie piense
que es una enfermedad del pasado, porque no lo es. En 2010 los casos de
sífilis en nuestro país aumentaron un 16 por ciento en relación con los del año
anterior. Durante mucho tiempo se echó la culpa de que Europa estuviese
infectada de sífilis a uno de los compañeros de Colón, a Martín Alonso
Pinzón.
Martín Alonso Pinzón nació en Palos de la Frontera allá por el siglo XV.
Pertenecía a una familia con buena situación social, de origen aragonés.
Cuando tenía cincuenta y dos años, una edad avanzada para la época, tuvo la
suerte de formar parte de la expedición colombina que acabaría descubriendo
el Nuevo Mundo. Martín fue el capitán de la Pinta, mientras que su hermano
Vicente estaba al mando de la Niña. Además de estos dos hermanos, había un
tercero, que no es tan conocido. Se llamaba Francisco y era el maestre de la
Pinta. Tras el descubrimiento Martín Alonso Pinzón fue el primero en volver
de América, arribó en Bayona antes que Colón lo hiciera en Lisboa. Parece
ser que ya regresó enfermo de allende los mares, por lo que rápidamente se
dirigió a Palos, en donde falleció al poco de llegar. Y ahí precisamente está el
origen del sambenito: Martín Alonso Pinzón trajo de América la sífilis y de
eso murió.
Bueno, esto no es del todo cierto. Por un lado, Martín Alonso Pinzón no
tuvo tiempo suficiente para desarrollar la sífilis, en el caso de que la tuviera;
por otro lado, y esto es lo más contundente, en el año 1999 un equipo de
científicos de la Universidad de Bradford, en el Reino Unido, encontró
doscientos cuarenta y cinco esqueletos con sífilis. Los cuerpos habían sido
enterrados en una abadía agustiniana en el puerto de Kingston upon Hull, al
noreste de Inglaterra. Cuando fecharon los cuerpos con carbono 14 se
constató que habían fallecido entre 1300 y 1450. En otras palabras, el
marinero Pinzón quedaba libre de acusaciones, no fue el primer europeo con
sífilis, aunque les pese a muchos.
Se empezó a utilizar el término sífilis como consecuencia de una gran
epidemia, aunque realmente habría que hablar de pandemia, que asoló Europa
a finales del siglo XV.187 Durante mucho tiempo tuvo varios nombres: Morbus
italicus, hispanus, germanicus o gallicus, en función de quiénes fuesen los
que daban la denominación. Así, los ingleses la llamaban Morbus gallicus,
los portugueses Morbus hispanus y los franceses Morbus italicus.188
La explosión de la epidemia de la sífilis se fecha en 1495, durante el
asedio de Nápoles, una ciudad italiana rica en conventos y burdeles. Hasta
allí llegó el rey galo Carlos VIII (1470-1498) con un ejército de unos 40.000
hombres, formado en su mayor parte por mercenarios suizos, franceses y
alemanes. En aquella época estos ejércitos tan numerosos eran seguidos de
cerca por otro regimiento, el del amor, constituido por meretrices de las más
diversas procedencias, que proporcionaban alegrías y pasión a los necesitados
soldados.
El monarca francés era en sí mismo una curiosidad anatómica:
enfermizo y de constitución frágil, sus pies tenían seis dedos, por lo que tenía
que caminar como un pingüino, con un balanceo constante hacia los costados,
y por si esto no fuera suficiente, además tenía un tic permanente en la cabeza.
En otras palabras, era un adefesio de monarca.
Alfonso II de Nápoles se rindió a las primeras de cambio, sin presentar
batalla a las tropas francesas, de forma que Carlos VIII entró triunfante en la
ciudad el 22 de febrero de 1495, a las 16.00 horas, la «hora natal de la
epidemia». Ante esta afrenta se formó la Santa Liga para combatir a los
intrusos. Fernando el Católico envió a Gonzalo Fernández de Córdoba, un
segundón de la nobleza castellana, al frente de una fuerza expedicionaria, con
el objetivo de frenar las ambiciones galas. El Gran Capitán en un alarde de
estrategia arrebató Nápoles a Carlos VIII, obligándole a regresar a Francia.
En la retirada, las tropas francesas propagaron la enfermedad por Italia,
Francia y Alemania. En Inglaterra se detectaron los primeros casos de sífilis
de esta epidemia en 1497.
Siglos después Voltaire resumió la incursión de Carlos VIII en suelo
italiano: «Cuando los franceses de cabeza loca se fueron a Italia ganaron
torpemente Génova, Nápoles y la sífilis. Luego los echaron de todas partes.
Les quitaron Génova y Nápoles. Pero no perdieron todo, porque les quedó la
sífilis».
De esta forma, y antes de que finalizase el siglo XV, la sífilis campaba a
sus anchas por toda Europa. A lo largo del siglo siguiente se convirtió en un
azote para la humanidad, se la consideraba un estigma vergonzante, un
castigo divino por ceder ante los placeres de la carne. Era tan común padecer
sífilis durante el siglo XVI que Erasmo de Róterdam, sarcásticamente, decía:
«Un hombre noble sin sífilis o no era noble o no era demasiado hombre». La
sífilis afectó a muchos personajes ilustres de los siglos XV y XVI, como los
reyes de Francia Carlos VIII y Francisco I; los papas Alejandro VI, Julio II y
León X; César y Lucrecia Borgia, Erasmo de Róterdam y Benvenutto Cellini,
entre otros.
El nombre de «sífilis» se lo debemos al médico y poeta veronés
Girolamo Fracastoro, que lo utilizó por vez primera en una publicación que
realizó en el año 1530. Dado que Verona era en ese momento enemiga de
Francia, luchaba al lado de Venecia, Nápoles, el Sacro Imperio Romano y el
Vaticano, el patriotismo de Fracastoro influyó en el título de su poema
Syphilis sive morbus gallicus» (Sífilis o la enfermedad francesa).189 En la
tercera parte de su libro incluyó a un personaje de nombre Syphilis o
Syphilus, en lugar del pastor del mito clásico Ilceus, el cual acabaría dando
nombre a la enfermedad. Syphilus y otros probables descendientes de los
hombres de la Atlántida, habían matado unas aves sagradas y Apolo los había
maldecido y envió una horrible enfermedad contra él y su pueblo. En esta
parte Fracastoro mencionaba las bondades terapéuticas del guayaco, planta
procedente del Nuevo Mundo. La teoría de Fracastoro chocaba frontalmente
con el concepto de que la enfermedad se produce por un desequilibrio entre
los humores. Años después (1546) Fracastoro reconoció el origen venéreo de
la sífilis en su obra De contagione et contagiosis morbis et eorum curatione
(Del contagio y de las enfermedades contagiosas y su tratamiento). En ella se
disculpaba por algunos aspectos médicos que aparecían en su poema anterior,
señalando que habían sido fruto de su juventud. En una de las partes de su
obra se podía leer: «La infección ocurre solamente cuando dos cuerpos se
unen en contacto mutuo intenso como ocurre en el coito».
Tras abandonar suelo italiano, Carlos VIII regresó a Francia, en donde se
entregó a la tarea de embellecer el castillo de Amboise. Fue precisamente allí
donde a comienzos de abril de 1498, mientras se dirigía a presenciar un juego
de pelota que iba a tener lugar en los jardines palatinos, el monarca se golpeó
fuertemente la cabeza con el dintel de la puerta. Inicialmente el golpe no
pareció tener importancia, pero mientras disfrutaba del espectáculo y
conversaba con su confesor, el obispo de Angers, perdió súbitamente el
habla, se desplomó y falleció pocas horas después. Para los médicos de
palacio que le atendieron el diagnóstico estaba claro: había sufrido un
«catarro», esto es, la salida de líquido cefalorraquídeo por la nariz. Un
diagnóstico muy acertado, aunque ahora lo llamamos de otra forma,
hematoma subdural, provocado por un traumatismo craneoencefálico. Debido
a que el rey no tenía descendencia, la corona pasó a un primo suyo, que subió
al trono francés con el nombre de Luis XII.
LA PESTE DE LAS NAOS