Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

La Pragmática de La Comunicación Literaria

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 16

La pragmática de la comunicación literaria

Teun A. van Dijk


Universidad de Amsterdam

G 01
1. PRAGMÁTICA
1.1. El objetivo de estas páginas** es ofrecer un breve examen de las posibles
aplicaciones de la pragmática al estudio de la literatura. El uso del término
«posible» da a entender que el análisis pragmático de la comunicación literaria
se halla aún en una fase programática: es de escasa importancia la investigación
que se ha llevado a cabo en esta área, Ÿ la mayor parte de las propuestas
constituyen de hecho una prolongación de los estudios pragmáticos de más
marcada orientación lingüística. En esta primera sección, pues, voy a exponer un
resumen de los conceptos principales de la pragmática filosófica y lingüística
antes de poder ver si tales conceptos son susceptibles de utilización en la
formulación de problemas relevantes de poética.
1.2. La pragmática, como es bien sabido ya, constituye el tercer componente de una
tríada, cuyos otros dos son la sintaxis y la semántica, componentes que son
mucho mejor conocidos. El conjunto de estos tres componentes constituye una
teoría lingüística —o desde una perspectiva más general, una teoría semiótica—
del lenguaje. Dado que los lenguajes formales están desvinculados de un
contexto pragmático, y dado que los «enunciados» de un lenguaje lógico sólo
funcionan como aserciones, podemos decir que la pragmática trata
esencialmente del lenguaje natural. Con el fin de delimitar claramente las
diferentes tareas de la sintaxis, la semántica y la pragmática, podemos servirnos
de expresiones, tan repetidas a causa de su gran simplicidad, según las cuales la
sintaxis es el estudio de qué y cómo se dice o expresa (algo); la semántica, el
estudio de qué se quiere decir (al decir algo), y la pragmática, el estudio de qué
se hace (al decir algo). En otras palabras, la pragmática es aquella parte del
estudio del lenguaje que centra su atención en la acción. El término clave,
desarrollado principalmente por filósofos como Austin y Searle en la década de
los 60, es el de acto de habla (speech act). Un acto de habla es el acto llevado a
cabo cuando un hablante produce un enunciado en una lengua natural en un tipo
específico de situación comunicativa. Tal situación recibe el nombre de
contexto. Ello significa que un acto de habla no es sólo un acto de «hablar» o de
«querer decir», sino además, y de manera decisiva, un acto social, por medio del
cual los miembros de una comunidad hablante entran en interacción mutua.
Mientras que una sintaxis especifica las reglas según las cuales una expresión,
por ejemplo, una oración, está «bien formada», y una semántica especifica las
reglas de acuerdo con las cuales dicha expresión es «portadora de significado»,
esto es, interpretable en relación con alguna situación o mundo posible, la
pragmática se ocupa de la formulación de las reglas según las cuales un acto
verbal es apropiado (appropriate) en relación con un contexto. Parte de las
condiciones de propiedad (appropriateness conditions) implicadas son idénticas
a aquellas de las que depende que sea llevada a cabo con éxito una acción en
general, y no pertenecen, por tanto, a las tareas más específicas de la
pragmática. No se van a tratar aquí nociones generales tomadas de la teoría
filosófica de la acción. Será suficiente recordar que las acciones son objetos
llamados intensionales, esto es, objetos basados en la asignación de una
interpretación a una «expresión» observable. Lo que en realidad vemos, a saber,
movimientos corporales de algún tipo, no son, en cuanto tales, acciones, sino
hechos que nosotros, por convención, interpretamos como acciones. Vemos a
alguien levantar la mano, pero, dependiendo de la situación, comprendemos
dicho acto como un saludo, un aviso, una señal de alto, etc.
Es esencial para la acción, después, el hecho de que responda a una intención,
particularmente por parte de la persona que lleve a cabo el hecho. Tal intención
implica nociones aún más oscuras, tales como «conocimiento», «conciencia»,
«control», «propósito», etc. Todo esto es, asimismo, válido para las acciones
llevadas a cabo mediante la enunciación (= acción) de una oración o discurso en
una lengua natural, esto es, en alguna estructura convencional desonidos /
palabras con una estructura sintáctica específica y una interpretación semántica.
La pragmática del lenguaje natural, por tanto, especifica qué propiedades
específicas adicionales del contexto deben satisfacerse para que la enunciación
sea considerada como un acto de habla apropiado.
1.3. Las condiciones de propiedad de los actos de habla se dan, por regla general, en
términos de propiedades de los participantes en el acto de habla, es decir, del
hablante y del oyente. Esas propiedades son de naturaleza cognitiva y social: por
una parte, se especifican mediante términos tales como «conocimiento»,
«creencia», «deseo», «preferencia», etc., y, por otra parte, mediante términos
como «autoridad», «poder», «cortesía», «papel», «status», «obligación», etc.
Así, podemos llevar a cabo el acto verbal de ACONSEJAR enunciando una
oración como «You better take this medicine.» (Sería mejor que tomaras esta
medicina), pero lo haremos de un modo apropiado si, y sólo si, se satisfacen una
serie de condiciones, tales como «la acción denotada tiene consecuencias
positivas para el oyente», «el hablante debe creerlo así (que se obtendrán
consecuencias positivas)», «el hablante cree que el oyente no llevará a cabo la
acción por su propia iniciativa», «el hablante está en una posición de autoridad
(por ejemplo, el papel de doctor, etc.) con respecto a la cual se pueden emitir
juicios acerca de lo que es "bueno" en cierto campo», etc.
1.4. La pragmática es especialmente lingüística si especifica, además, en qué medida
los actos de habla (apropiados) en algunos contextos están en relación con
estructuras gramaticales específicas del enunciado. No sólo somos capaces de
expresar lo que hacemos (ahora), por ejemplo, cuando usamos las llamadas
oraciones realizativas, tales como «I would advise you to take this medicine, (Te
aconsejaría tomar esta medicina), sino que además pueden estar implicadas otras
propiedades de las oraciones, tales como los tiempos, los pronombres, las
partículas, el orden de palabras y, por supuesto, el significado del enunciado.
Así, en nuestro ejemplo, la oración contiene la palabra better (mejor), que
expresa la condición pragmática subyacente de «preferencia». Del mismo modo,
el consejo atañe a una acción futura del oyente, una condición que es, por
supuesto, también parte del significado de la oración. Por consiguiente, una
teoría lingüística integrada pone en relación de modo sistemático estructuras
morfofonológicas, léxicas, sintácticas, semánticas y pragmáticas, es decir,
sonidos, formas, significados y acciones.
De modo más o menos parecido a como las oraciones se combinan
frecuentemente en secuencias y pueden constituir, de este modo, un discurso o
texto, los actos de habla pueden aparecer en secuencias, tanto en forma de
monólogo como de conversación. Lo mismo que las secuencias de oraciones
(textos), tales secuencias de actos de habla deben satisfacer condiciones
combinatorias: los actos de habla deben estar conectados entre sí, y deben
satisfacer otras condiciones de coherencia para ser considerados como un acto
(complejo) de comunicación racional y apropiado. El ejemplo más obvio es el
del par pregunta-respuesta. Si hacemos a alguien una pregunta, nuestro oyente,
al menos en ciertos contextos, tendrá la obligación convencional de responder.
De manera más específica, si hacemos una petición, añadiremos frecuentemente
una afirmación que exprese nuestra razón o motivación para la petición. En
general, pues, los criterios de conexión pertenecen a relaciones condicionales
entre actos de habla: un acto de habla puede servir como una condición (posible,
probable o necesaria), como un componente o una consecuencia de otro acto de
habla.
De modo semejante, de la misma manera que a un texto se le puede asignar
además un signado global, susceptible de ser explicitado en términos de
macroestructuras semánticas que den cuenta de la noción intuitiva de «tema» de
un texto, una secuencia de actos de habla puede constituir también, considerada
como un todo, un acto de habla global, susceptible de ser explicitado en
términos de macroestructuras pragmáticas. Así, podemos dar un consejo a
alguien, pero no con una sola oración, sino con un texto mucho más largo, por
ejemplo, con algún documento en que se declaren las razones e implicaciones
del consejo, es decir, como afirmaciones o como otros actos de habla. En tal
caso, la secuencia entera poseé la función social global de un consejo. La «base»
gramatical de dichos actos de habla globales son las macroestructuras
semánticas mencionadas, que no pueden ser discutidas aquí.

G 02
2. LA COMUNICACIÓN LITERARIA
2.1. Antes de referirnos a algunos problemas controvertidos en la pragmática de la
literatura, deberíamos hacer algunas observaciones preliminares, de carácter
general, acerca de la noción de «comunicación literaria» y de su función en los
estudios literarios (poética). Es de sobra conocido que la gran mayoría de los
estudios literarios, tanto tradicionales como modernos, centran su atención en el
análisis del texto literario y no en los procesos de la comunicación literaria. Ha
habido también, en efecto, una enorme cantidad de estudios relativos a los
«contextos» de la literatura, psicológico, social y, especialmente, histórico, pero
estos componentes de una teoría integrada de la literatura han sido marginales y
metodológicamente «poco consistentes», en el sentido de que están bastante
alejados de una investigación sistemática, teórica y empírica. Sin embargo,
adoptamos aquí el punto de vista, ampliamente aceptado en la actualidad, según
el cual una teoría de la literatura bien fundada comprende tanto una teoría del
texto literario como una teoría de los contextos literarios (incluyendo una teoría
que las relacione a ambas) (véase van Dijk, 1979a). Las opiniones que
mantienen que la teoría literaria debería centrarse exclusivamente en el «texto
literario» son injustificadas e ideológicas: no sólo son importantes las
estructuras del texto literario, sino también sus funciones, así como las
condiciones de producción, elaboración, recepción, etc., tal como son
investigadas en estudios psicológicos, sociológicos, antropológicos e históricos.
En una teoría de este tipo tiene su lugar adecuado una consideración pragmática
de la literatura. Se parte del supuesto de que en la comunicación literaria no sólo
tenemos un texto, sino de que la producción (y la interpretación) de dicho texto
son acciones sociales.
2.2. Que una teoría de la literatura debería ser una teoría de todas las propiedades
relevantes de la comunica-don literaria puede inferirse ya del hecho bien
conocido de que ninguna estructura del texto es en cuanto tal necesaria y
exclusivamente «literaria». Que un texto con ciertas propiedades funcione o no
como un texto literario depende de convenciones sociales e históricas que
pueden variar con el tiempo y la cultura. Así, ciertas estructuras narrativas
pueden caracterizar tanto a una novela literaria como a un relato cotidiano;
ciertas estructuras métricas han podido aparecer tanto en textos literarios como
no literarios; ciertos procedimientos específicos (por ejemplo, «retóricos») son
propios tanto de la poesía como de los anuncios publicitarios, etc. Por
consiguiente, no sólo las estructuras del texto en sí determinan si un texto «es o
no» literario, sino también las estructuras específicas de los respectivos
contextos de comunicación.
Así pues, en una investigación de los contextos psicológicos de la literatura,
debemos hacer explícitos qué procesos de producción e interpretación más
específicos caracterizan la comunicación literaria. Si tomamos el lado de la
comprensión, deberíamos especificar cómo pueden ser percibidas y cómo son
percibidas convencionalmente, representadas en la memoria, y puestas en
relación con sistemas de conocimiento, creencias, normas, valoración, etc., las
estructuras de los textos literarios, y cómo estos procesos se diferencian de la
comprensión de otros tipos de discurso. Es sabido que algunos tipos de narrativa
literaria presentan más dificultades de comprensión que los de narrativa no
literaria, y que ciertos tipos de poesía requieren más, y más complicados,
procedimientos de elaboración que la mayor parte de la narrativa literaria. Este
tipo de análisis cognitivo de la comunicación literaria apenas si está en sus
comienzos. Sin él, sin embargo, no se puede conseguir un conocimiento serio de
los efectos emotivos de la interpretación literaria, en donde están implicados
nuestras necesidades, deseos, aspiraciones, gustos y otros «sentimientos». La
estética de la comunicación literaria es una función compleja de estas
estructuras cognitivas y emotivas (cf. van Dijk, 19 7 9b).
Sin embargo, estas propiedades psicológicas de la comunicación literaria no son
independientes. Nuestros sistemas de conocimiento, creencias, deseos, normas,
etc., están socialmente delimitados: dependen de las reglas, convenciones,
normas, valores, y otras propiedades de una cultura o comunidad. Aprendemos
las convenciones específicas de la comunicación literaria en contextos sociales
de educación e instituciones. Junto con ideologías que se ocupan de propiedades
y valores «característicos» de la literatura y el arte —y sus «creadores»—,
obtenemos, en una determinada clase social, información implícita y explícita
sobre cómo comportarse en contextos literarios dados: por ejemplo, tener una
conversación en un medio social acerca de juicios sobre la aceptación de textos
literarios. Cómo se organiza esta conversación, cuándo y dónde tiene lugar, y
cómo está determinada por la educación, la estratificación social, las
instituciones, y las funciones, las normas y los valores que los definen, son
todos problemas propios de una investigación sociológica de la educación
literaria. También en este caso, bien poco ha sido lo que se ha conseguido
avanzar en este tipo de análisis, aunque algo más que en lo que se refiere al
proceso psicológico de la literatura
2.3. Esta sección sólo ha sido un «recordatorio»: la presentación de algunos de los
principios más generales y algunos problemas bien conocidos. Sólo proporciona
un vago esbozo del marco de referencia del que la pragmática literaria es una de
sus partes integrantes.
G 03
3. LA PRAGMÁTICA DE LA LITERATURA
3.1. Puesto que este breve artículo no puede acometer una investigación exhaustiva
de todos los aspectos pragmáticos de todos los tipos de comunicación literaria,
no tendremos más remedio que limitarnos a algunas propuestas programáticas y
a algunos ejemplos.
La pragmática de la comunicación literaria deberá tratar de los siguientes tipos
de temas y problemas:
i) ¿Qué tipo o tipos de acción se llevan a cabo en la producción de textos
literarios?
ii) ¿Cuáles son las condiciones de propiedad de dichas acciones?
iii) ¿Cuál es la estructura del contexto en cuyos términos se define la
propiedad?
iv) ¿Cómo se relacionan las «acciones literarias» y su contexto con las
estructuras del texto literario?
v) ¿En qué medida estas acciones, contextos y manifestaciones textuales son
semejantes y/o diferentes a los de otros tipos de comunicación, tanto verbal
como no verbal?
vi) ¿Qué problemas existentes tanto en la poética como en el funcionamiento
real de la literatura en la sociedad pueden ser (re)formulados en términos de
una teoría pragmática? En una perspectiva más general, estos interrogantes
requerirán una investigación de otros problemas fundamentales y de carácter
interdisciplinario de la pragmática literaria:
vii) ¿Cuál es la base cognitiva (emotiva, etc.) de las nociones pragmáticas
mencionadas anteriormente (acción, propiedad, etc.)?
viii) ¿Cuál es la base social y cultural de las nociones pragmáticas mencionadas
anteriormente: qué convenciones, normas, valores, y qué estructuras de la
sociedad vinculan la propiedad de la acción «literaria» con los procesos
reales de aceptación, rechazo, etc., de los textos literarios?
3.2. Tratemos de descifrar algunas de estas cuestiones. El primer problema, es decir,
qué tipo de acto de habla es la producción de un texto literario, es un problema
lleno de complicaciones. La respuesta más simple y directa sería la de que la
«literatura» constituye un acto de habla particular. Dado que un texto literario
está normalmente formado por varias oraciones y dado que cada una de esas
oraciones puede, como tal, ser considerada como un posible acto de habla, la
respuesta anterior implicaría que la literatura sólo podría ser un acto de habla en
el nivel global, es decir, funcionar como un macroacto de habla.
Para poder decidir si esta (sencilla) respuesta es correcta, deberíamos comparar
el acto de habla «literario» con otros tipos de actos de habla y ver si poseen en
común propiedades pragmáticas básicas y, en segundo lugar, deberíamos
formular las condiciones de propiedad de dicho acto de habla «literario»
La función básica propia de un acto de habla es la de «hacer cambiar de
opinión» a un oyente como función de la interpretación de un enunciado. Más
concretamente, este cambio atañe al conocimiento, creencias y deseos de los
oyentes y el acto de habla, en última instancia, tiene el propósito de que este
cambio en el conocimiento, etc., tenga como consecuencia acciones mentales y
sociales específicas. Así, una petición de hacer a logrará que el oyente sepa que
el hablante quiere a y que a debería ser llevado a cabo por el oyente y,
basándose en este conocimiento, el oyente puede, eventualmente, decidir,
proponerse y ejecutar realmente a. De modo parecido ocurriría con otros
directivos, como órdenes, consejos, etc. En otros contextos de actos de habla, el
oyente sabrá que el hablante contrae cierto compromiso con respecto a él
(promesa), o sabrá que el hablante tiene una actitud específica con respecto a
sus acciones (del oyente) pasadas, presentes o futuras (acusación, felicitación,
etc.). En general, pues, existe un cambio en las relaciones sociales existentes
entre el hablante y el oyente. Esto es válido, asimismo, para aquellos tipos de
comunicación que son «unilaterales», escritos e indirectos, tales como leyes,
declaraciones, contratos, anuncios, lecturas públicas, etc.: el oyente / lector
obtiene cierto conocimiento y se le pueden imponer obligaciones, obtiene
ciertos derechos y así sucesivamente, por ejemplo, con respecto al estado, una
institución u otra «fuente» del mensaje. Sin embargo, estamos aquí ya en el
límite de la teoría de los actos de habla, por un lado, y una teoría (tipología) del
discurso, por otro: una ley no es, en cuanto tal, un acto de habla, pero
dificilmente puede negarse que la promulgación de una ley es un tipo de
directivo, ya que cambia las relaciones sociales de sus «oyentes» (destinatarios),
por ejemplo, con respecto al hablante (destinador).
Ahora bien, ¿en qué medida cumpliría semejantes requisitos un acto de habla
«literario»? Ante todo, dificilmente puede decirse que leer un texto literario
produzca una relación social específica entre escritor y lector, al menos en el
sentido anteriormente explicado. En general, un texto literario no impone
ninguna obligación al lector, no encamina necesariamente al lector a una forma
de acción (social) como lo hacen las órdenes, peticiones o consejos. Pero hay
también, de hecho, tipos de comunicación no literaria que carecen de estos tipos
de propiedades contextuales. El acto de habla más «elemental», como es el caso
de la aserción, sólo requiere, por parte del oyente, un cambio en el conjunto de
sus conocimientos. Entonces, los relatos cotidianos pueden tener la naturaleza
de una aserción, al menos en el macronivel. Sin embargo, la condición válida en
este caso, a saber, que el hablante asuma que las respectivas proposiciones del
relato son verdaderas, no es necesario que sea válida para la comunicación
literaria. Esto mismo, en cambio, sí que sería válido para relatos diarios de
carácter ficticio, como en el caso de los chistes. Semánticamente hablando, sólo
son ciertos en mundos (más o menos) posibles que constituyen alternativas al
mundo real. Ahora bien, no son mentiras, por cuanto que el hablante no quiere
que el oyente crea que tal relato es verdadero. Así pues, los relatos de este tipo
pueden funcionar como quasi-aserciones, aserciones que no son verdaderas en el
mundo real y que, por lo tanto, no deben ser consideradas en serio como
información relevante para la interacción dentro del mundo real y el contexto
comunicativo. Su función social, por tanto, se basa primordialmente en el hecho
de que el oyente puede «divertirse» o se espera que así sea. Esto quiere decir
que el oyente cambia su actitud con respecto no hacia algún objeto o
acontecimiento específicos externos a la situación comunicativa, sino con
respecto al texto y al contexto en sí mismos. Encontramos aquí el bien conocido
principio formulado por Jakobson (1960), según el cual en la comunicación
literaria el centro de atención está en el «mensaje» por el mensaje. Aunque este
principio pragmático puede, al menos, ser básicamente válido para la literatura,
vemos que es válido también para la comunicación no literaria, como gastar
bromas, contar chistes o historietas.
Lo mismo puede decirse en relación con enunciados que funcionan como
exclamaciones, quejas y otros tipos de expresivos: se proponen simplemente la
finalidad de suministrar al oyente algún conocimiento acerca del estado
(emocional) del hablante, posiblemente con el propósito adicional de mover a
compasión. Ciertamente, desde Aristóteles, también se ha reivindicado este
propósito como un principio pragmático de la literatura. Con la posible
diferencia de que en una queja sentimos compasión del hablante, en un drama
más bien de los personajes y en un poema del yo (representado). Nuevamente, si
los textos literarios pueden tener la naturaleza de un acto de habla «expresivo»,
deberían, al menos en parte, ser considerados como «quasi-expresivos», puesto
que incluso cuando se usa el pronombre de primera persona, la convención
literaria nos dice que lo expresivo no tiene por qué referirse al propio autor.
Pero, de nuevo, los actos de habla quasi-expresivos no se dan solamente en la
comunicación literaria: nos podemos servir de ellos diariamente para atraer la
atención. Y, por el contrario, no todo texto literario sería susceptible de ser
calificado de acto de habla expresivo, con lo que aún no contamos con un rasgo
pràgmático discriminador para la definición de un acto de habla aceptado como
«literario»
Así pues, parece difícil a primera vista mantener algo como un acto de habla
específicamente «literario». Sin embargo, las observaciones hechas hasta ahora
dejan abierta la posibilidad de asignar un estatuto de acto de habla específico al
menos a ciertas clases de enunciados que, además de los textos literarios,
incluirían chistes, relatos cotidianos, bromas, etc. En todos estos casos, al menos
una de las funciones comunicativas principales consiste en operar un cambio en
el conjunto de actitudes del oyente con respecto al hablante y/o al propio texto
(o ciertas propiedades de dicho texto). Esta actitud puede, tal vez, variarse en la
forma, pero, hablando intuitivamente, al menos la noción de "apreciación"
(«liking»), que implica valoración y, por tanto, valores y normas, parece ser la
actitud central producida. El problema teórico en este caso, sin embargo, es que
las posibles consecuencias de los actos de habla no se consideran habitualmente
como condiciones de propiedad de los actos de habla. En este sentido, por
ejemplo, no existe un acto de habla de «persuasión»: podemos prometer, hacer
una petición o felicitar, pero no podemos persuadir a alquien a voluntad; todo lo
más que podemos es intentar persuadir a alguien, utilizando para ello , actos de
habla como aserciones, preguntas, etc. La persuasión sólo se lleva a cabo con
éxito si el oyente ha cambiado de parecer de acuerdo con los propósitos del
hablante. Algo muy similar parece ocurrir en la comunicación literaria y en los
tipos de discurso pertenecientes a la misma clase funcional: podemos intentar
divertir a alguien o despertar sus emociones de otras maneras, pero esto son sólo
posibles consecuencias del acto comunicativo. Además, hay también una
diferencia con el ejemplo de la persuasión (llamado normalmente no acto
ilocutivo, sino acto perlocutivo, esto es, un acto por el cual ciertos actos de
habla están orientados a la obtención de ciertas consecuencias). Un chiste, por
ejemplo, sigue siendo un chiste aun en el caso de que mi oyente no le encuentre
la menor gracia. De hecho, cabría decir lo mismo de la mayoría de las formas
literarias. Puedo proponerme escribir un poema o un relato, y con ello llevaré a
cabo un acto comunicativo específico si satisfago algunas condiciones
generales. El que mi producto sea o no efectivamente considerado y tratado
como «literario» en el sentido de pertenecer a la «buena» literatura, tal como es
definida en las revistas, los libros de texto y el total de la institución literaria, no
es importante para nuestra pregunta de qué clase de acto de habla está
implicado: la promesa de un presidente en una reunión internacional también
tiene consecuencias diferentes, es decir, consecuencias institucionales, frente a
la promesa que yo pueda hacer a un amigo. Así pues, podemos concluir que
existen razones para introducir un tipo de acto ilocutivo que implica la intención
de cambiar la actitud del oyente con respecto al contexto (texto, hablante, etc.),
especialmente las actitudes valorativas del oyente. Podríamos llamar a este tipo
de acto acto de habla impresivo o ritual.
Esta conclusión provisional deja aún sin resolver el problema de si existe o no
un acto específico de la literatura. Probablemente, tendríamos que dar una
respuesta negativa a esta pregunta: deberíamos percibir con claridad cuáles
serían las formas y las funciones originales de la «literatura», para comprender
su función pragmática específica. Es bien sabido que la noción específica de
«literatura», como tal, no es muy antigua. Ciertamente, nuestras novelas tienen
sus raíces en relatos de cada día, mitos y cuentos populares, y nuestros poemas.
en canciones e himnos. Desde una perspectiva funcional, pues, nuestra literatura
sigue perteneciendo a la clase en la que también incluimos nuestros chistes,
bromas, chistes verdes o canciones. Las diferencias con estos tipos de
comunicación, pues, no son tanto pragmáticas cuanto sociales: la literatura ha
sido, como ya se ha sugerido, institucionalizada; se publica, los autores gozan de
un status específico, es reseñada en artículos y revistas especializadas, tiene un
lugar en los libros de texto, es discutida, analizada, etc. Existe una diferencia
semejante entre la pintura de mi hija de seis años y una pintura de un artista
famoso (esta última adquiere una función institucional, concretamente en
museos y en exposiciones de otro tipo). Dado que la institución se define
también por normas y valores, resultará que existen asimismo condiciones que
pertenecen a la estructura del propio enunciado (como en cualquier acto).

G 04
3.3. El intento anterior de esbozar el problema referente al estatuto pragmático de la
literatura en términos del pretendido cambio de actitud en el nivel de la
«apreciación» cognitiva y/o emotiva, no debería verse como una reformulación
del clásico principio que considera que la función de la literatura es
exclusivamente «estética».
Ante todo, como ya hemos sugerido, las funciones estéticas se basan en efectos
comunicativos y en sistemas institucionalizados de normas y valores, que son
social, cultural e históricamente variables. Esto tiene en cuenta el hecho bien
conocido de que a algunos tipos de discurso, aunque tengan claramente una
función pragmática «no ritual», a ciertos textos filosóficos, por ejemplo, se les
pueda asignar ciertas funciones «estéticas» en diferentes contextos de recepción.
En segundo lugar, es asimismo bien conocido que la literatura puede tener
también funciones pragmáticas «prácticas» adicionales; por ejemplo, puede ser
tomada como una aserción, una advertencia, una felicitación, etc., dependiendo
tanto del significado del texto como de la estructura del contexto (intenciones,
interpretaciones de los lectores, etc.).
Este fenómeno puede explicarse en relación con la noción de acto de habla
indirecto. Un acto de habla indirecto es un acto de habla que se lleva a cabo al
establecer una de sus condiciones. Puedo hacer una petición, propiamente,
afirmando mis razones o motivaciones. «I'm hungry.» (Tengo hambre) puede
funcionar como una petición de comida, o «That is a stupid book» (Es un libro
absurdo), como un consejo para no comprarlo o leerlo. De modo parecido, la
literatura- puede muy bien tener funciones prácticas, incluso predominantes,
tales como la de una advertencia, una crítica, una defensa o un consejo en
relación con cierta actitud o acción del autor o de los lectores, afirmando las
condiciones para tal función ilocutiva. Así, una novela puede describir las
atrocidades de la guerra del Vietnam y actuar, de este modo, de una manera
indirecta como una crítica severa del imperialismo americano, que puede llegar
incluso a ser la función más importante. En otros casos, un texto literario puede
ser pragmáticamente «vago» o ambiguo, en el sentido de que se le pueden
asignar tanto una función literaria o ritual como una función «práctica». En una
interpretación «directa», la novela sobre la guerra del Vietnam es, con todo,
pragmáticamente «ritual», ya que no es necesario que se satisfagan
determinadas condiciones de verdad: , los referentes discursivos específicos que
hayan sido introducidos pueden ser ficticios, aunque los acontecimientos puedan
ser históricos o al menos muy parecidos a los aconstecimientos históricos (como
es el caso del criterio de «verosimilitud» introducido ya por Aristóteles en el
drama). En este nivel semántico, y posiblemente en el nivel de la estructura
narrativa, encontramos la diferencia que indica la función pragmática distintiva
en relación con un informe histórico. Puesto que tanto semántica, como
narrativa y pragmáticamente estas diferencias pueden ser muy pequeñas, los
limites empíricos entre literatura y no literatura tienden a ser bastante borrosos.
La diferencia, como se apuntó antes, estriba entonces simplemente en los
procesos institucionales subsiguientes en los que el texto está desempeñando
una función, que determinan si dicho texto será o no aceptado en el canon
literario de un determinado período y de una determinada clase cultural.

3.4. Debería recordarse brevemente que la función pragmática de los textos literarios
tal como se ha expuesto anteriormente sólo se ha definido en el macronivel.
Esto es, el texto solamente posee una función «literaria» cuando es considerado
como un todo. Puede muy bien darse el caso de que en el micronivel de las
respectivas oraciones se ejecuten otros actos de habla, como, por ejemplo,
afirmaciones, preguntas, peticiones, etc. Si tomamos al azar una oración de una
novela o de un poema, dicha oración puede ser efectivamente verdadera, puede
funcionar como una afirmación (seria), y en cuanto tal nada en ella tiene por qué
indicar su función «literaria». Por tanto, el estatuto pragmático del discurso
debería, (también) en última instancia, determinarse en el nivel global. Lo
mismo es válido para una petición extensa, un consejo o una ley: pueden
contener oraciones con una fuerza ilocutiva que sea distinta de la fuerza
ilocutiva global. Esto es cierto en la comunicación literaria independientemente
del hecho de que los actos de habla involucrados puedan ser quasi-aserciones o
quasipeticiones, por ejemplo porque no se satisfacen las condiciones de verdad
o no se le pide en realidad al lector que haga algo.

G 05
3.5. El problema siguiente en la pragmática de la literatura está estrechamente
vinculado con el primero: si la literatura (y algunos otros tipos de discurso)
tienen como función pragmática específica una función «ritual», ¿cuáles son,
entonces, las condiciones de propiedad de dichos actos de habla (globales)?
Una primera y bien conocida condición tiene que ver con la «actitud semántica»
del hablante y del oyente:
(i) El hablante no desea, necesariamente, que el oyente crea que p es
verdadera, donde p denota la estructura proposicional compleja del texto.
Nótese que esta condición permite el hecho de que p sea verdadera o falsa,
y de que el hablante pueda muy bien pensar que p es verdadera. Así, si el
relato resulta ser cierto, podría haber sido falso; y a la inversa; si es
ficticio, podría haber sido verdadero (al menos si se hubieran satisfecho los
postulados básicos de nuestro mundo real, lo cual asigna un estatuto
diferente a la literatura fantástica y de ciencia ficción).
Ahora bien, la situación es un poquito más compleja. Aunque de hecho las
(micro- y/o macro-) proposiciones expresadas en un texto literario pueden
ser verdaderas o falsas, podríamos adoptar el clásico principio de que un
autor desea ofrecer «otro» tipo de verdad; por ejemplo, intuiciones sobre
propiedades específicas de los objetos, coherencia entre acontecimientos,
actitudes o acciones específicas en situaciones dadas, etc. En otras
palabras, pueden existir hechos generales que sean verdaderos, aunque sus
instancias reales sean falsas (en el mundo real). Ésta es la base teórica que
asigna la función específica de verosimilitud, tanto en la comunicación
literaria como no literaria (por ejemplo, en afirmaciones contrafactuales o
en afirmaciones introducidas por como si, ejemplos, etc.). De aquí se sigue
que la condición (i) puede tener el siguiente corolario:
(i') El hablante desea que el oyente crea que p implica q y que q es
verdadera.
De hecho, esta condición parece requerirse incluso en aquellos casos en los
que el texto literario tiene una función práctica indirecta, como se ha
descrito anteriormente. La condición de propiedad esencial para la clase de
discursos a los que pertenece la literatura ya ha sido mencionada:
(ii) El hablante desea que al lector le guste e
donde e. es el enunciado implicado, es decir, el texto literario. La noción de
«apreciación» es una noción de cuya vaguedad somos conscientes, pero
queremos mantenerla hasta ahora como un primitivo pragmático.
Podríamos, por supuesto, especificar su fundamento psicológico, o
especificar sus implicaciones filosóficas, pero esto no es tarea de la
pragmática —tampoco especificamos qué entendemos por «conocimiento»,
«creencia», «querer» y «hacer»—. Estos son problemas de los fundamentos
de la pragmática: En principio, «apreciación» en la condición (ii) es
concebida como un cambio específico en el sistema de actitudes del
oyente/lector. Ello puede ser «encontrar aceptable» cognitiva-mente, o
«sentirse bien» emotivamente, independientemente del hecho de que el
oyente/lector conozca o no los criterios, normas y valores que determinan
esa actitud.
Nótese también que al utilizar la noción de enunciado sobreentendemos que
la «apreciación» puede basarse en uno, en más de uno, o en todos los
niveles del texto: fonológico, sintáctico, semántico, estilístico, narrativo,
métrico, etc. Al lector le puede gustar el relato en sí o la manera en que está
narrado, o simplemente los diálogos, etc. Esto deja abierta la posibilidad de
considerar apreciable la ejecución de e (considerada como un tipo), por
ejemplo, la manera de leer un poema, o de representar una obra teatral.
La relevancia pragmática de la noción de «apreciación» no es específica de
la literatura, los chistes, etc. Si hacemos a alguien un elogio, deseamos que
él o ella sepan que nos. gustan, o alguna de sus acciones o cualidades.
Debería recordarse de nuevo que la condición, tal como se ha formulado, no
deberá confundirse con el efecto estético real o con otros efectos del acto
comunicativo. Puede muy bien ocurrir que en ciertas formas de literatura de
vanguardia existan grandes dificultades para la «apreciación» del texto por
parte de algunas personas; por ejemplo, porque las normas y valores en los
que se basa una apreciación positiva son hasta ese momento incompatibles
con él. La condición pragmática es neutral respecto de los sistemas sociales
y culturales subyacentes a la «aceptación» objetiva. Del mismo modo,
podemos hacer a alguien una advertencia, denotando, por ejemplo, un
acontecimiento o acción que son peligrosos o simplemente negativos para el
oyente. Pero el que una advertencia o una amenaza sean realmente
aceptadas depende de lo que el oyente considere peligroso, etc., y no es
tarea de la pragmática especificar qué acontecimientos son efectivamente
peligrosos, en qué situaciones y para quién. Podríamos distinguir, con todo,
entre propiedad para el hablante y propiedad para el oyente, y formular
entonces las condiciones del éxito ilocutivo en relación con uno o ambos
tipos de propiedad: no se puede negar que yo le haya advertido (a él),
aunque no se produzca el efecto deseado porque él no tiene miedo y, por
tanto, no considere mi enunciado como una advertencia (aunque, pueda
comprender perfectamente que yo lo quiero como tal). No vamos a
continuar indagando las complejidades pragmáticas aquí implicadas, pero
suponemos que la función social del lenguaje exige que la fuerza ilocutiva
de un enunciado se base a fin de cuentas en lo que cuente como tal para el
oyente. De la misma manera que la condición (i) tenía un corolario,
podríamos añadir también a (ii) una variante del tipo que sigue:
(ii') El hablante cree y desea que el oyente crea que (la indicación) et
es buena para el oyente.
Lo mismo que se dijo anteriormente sobre la noción de «apreciación» cabe
decir sobre las nociones de «bueno» o «beneficioso». No se hará explicito,
pero es un primitivo de la teoría pragmática que se da también en las
condiciones de muchos otros actos de habla, tales como un consejo, una
promesa, una felicitación o (en casos negativos) en advertencias y en
amenazas. Esta condición es, de hecho, un correlato esencial de (i'), al
menos en el nivel semántico: la comprensión de p y, mediante ella, de q
puede suponer información valiosa para el oyente. Esta reformulación
pragmática de la doctrina clásica del «utile et dulce», sin embargo, no se
limita necesariamente a la semántica. Hemos mencionado, por tanto, e= —
es decir, el enunciado literario considerado como un todo—, porque se
puede conseguir conocimiento y penetración también en los niveles
puramente estructurales. Y de un modo semejante, ser «bueno» para el
lector puede tener que ver con cualidades emotivas (cf. de nuevo el criterio
de Aristóteles sobre las cualidades del drama de incitar a la compasión o al
miedo como una condición de consuelo psicológico, que podrían ser
reformuladas fácilmente en términos de la moderna psicología y
psicoterapia).
Sería posible aún la formulación de otras condiciones pragmáticas, en
especial para varios tipos de comunicación literaria. Pero no es nuestra
pretensión ser exhaustivos, sino tratar simplemente algunas de las
principales cuestiones y problemas que se refieren al estatuto pragmático de
la literatura.

G 06
3.6. Hasta aquí hemos insistido en la distinción entre las propiedades pragmáticas
específicas de la comunicación literaria, por un lado, y las propiedades
institucionales, es decir, sociales, de la literatura. Es en este último nivel en el
que la literatura puede ser distinguida de los relatos cotidianos, chistes, u otros
actos de habla rituales. Esto es, en nuestra cultura, la literatura está producida
propiamente por aquellos hablantes que tienen un papel específico,
institucionalizado, es decir, el de «autores». De modo semejante, la literatura es
propiamente «pública» y es «publicada», y posee un grupo que actúa como
«oyente», se discute, se comenta y posiblemente puede llegar a formar parte de
un canon.
Las mismas propiedades institucionales definen el estatuto específico de
declaraciones oficiales, contratos, leyes, sermones, conferencias, etc. Es obvio
que estos aspectos institucionales de los textos y de la comunicación están
íntimamente relacionados con aspectos pragmáticos. Así, podemos tener los
actos de habla de «condenar» o de «bautizar» cuyas condiciones deberían
formularse diciendo que tales actos se pueden llevar a cabo con éxito sólo si son
realizados por hablantes que tengan un status o función específicos. Aunque la
institución de la literatura tiene más carácter cultural que legal o politico, existe
cierta razón al decir que los textos «literarios» son apropiados solamente cuando
son escritos por un «autor literario». Bien es cierto que esto puede_ parecer
circular y problemático para los «primeros» productos literarios, pero apunta al
hecho cultural de que existe una instancia que «reconoce» como «literarios» al
texto y a su autor. Como ocurre también en la condena pronunciada por un juez,
deben satisfacerse en tal caso otras condiciones contextuales (y textuales): no
todo cuanto dice un autor es, por tal razón, «literario», sólo aquellos textos
escritos en su «función» de escritor; el texto deberá hacerse público, publicarse
en un medio apropiado en relación con el mensaje (libro, revista, pero no
normalmente en la primera página de un periódico), etc. Todas estas
condiciones desempeñan, claro está, un papel decisivo en la definición de
literatura en el sentido usual del término, pero no las tenemos en cuenta entre las
condiciones de propiedad pragmática en un sentido más limitado, porque son
diferentes culturalmente. Hay, ciertamente, pocos motivos (si se exceptúan los
teóricos) para rechazar una concepción más amplia de la pragmática en la que
puedan hacerse explicitas todas las propiedades sociales, institucionales e
incluso cognitivo/emotivas de la comunicación.
Otro aspecto del contexto literario es el conocimiento, tanto por parte del
hablante como del oyente, de sistemas de reglas, convenciones o «códigos»,
coincidentes en parte, e idealmente idénticos, además de los del lenguaje
natural. Una proclama, una ley, un contrato o un artículo científico deben
cumplir ciertas condiciones estructurales y semánticas que son convencionales o
hasta están institucionalizadas. Para el proceso de interpretación esto significa
que un oyente/lector «reconoce» ciertas propiedades del texto como
pertenecientes a una convención literaria específica, que le permite asignar al
texto una función pragmática específica (por ejemplo, no usaría un libro de
poemas sobre flores como guía práctica de horticultura). No se trata aquí de la
naturaleza precisa de estos sistemas, sino sólo del hecho de que la interpretación
es sólo parcial y, por tanto, de que el acto comunicativo no se lleva a término
con éxito si no está basado en estos sistemas. Si no se ha producido el texto de
acuerdo con los criterios mínimos de interpretación definidos por estos sistemas,
ello puede significar que han operado otros sistemas, que deberán aprenderse,
por tanto, como ocurre en la literatura de vanguardia. O puede significar que no
se le ha asignado estatuto literario a un texto, al menos temporalmente o por un
grupo determinado, en especial si no se han satisfecho otras propiedades
contextuales.
Debería hacerse hincapié en que los sistemas implicados son sistemas de reglas,
y no sistemas de normas o valores, aun en el caso de estar relacionados. Esto
significa que cualquier tipo de novela, relato o poema que satisfaga las
condiciones básicas, cumpliría las condiciones pragmáticas, sea cual fuere su
valor estético o sus consecuencias institucionales. Así pues, una vez más
carecemos de medios en este nivel para distinguir entre literatura de baja o alta
calidad, aunque tal vez podríamos intentar que nuestras condiciones
interrelacionadas (i) y (ii) desempeñaran alguna función en una posible
distinción. Los textos literarios en sentido estricto, pues, son tales debido
únicamente a otros aspectos, institucionales, del contexto sociocultural, por
ejemplo, la originalidad con respecto al sistema —que es un valor dependiente
cultural e históricamente—
3.7. No se va a tratar aquí un problema clásico fronterizo entre la semántica y la
pragmática, a saber, el de la perspectiva. En cada situación comunicativa, el
hablante tendrá una determinada «posición» y unas determinadas actitudes en
relación con los acontecimientos denotados, las personas o el oyente en
particular. Esto es, no sólo proporciona afirmaciones valorativas explicitas, sino
también, implícitamente, selecciona, describe y combina objetos y
acontecimientos desde su punto de vista. Lo mismo ocurre en la comunicación
literaria, pero el sistema de perspectivas puede ser más complicado porque,
además de su propio punto de vista, el autor puede representar el punto de vista
de un narrador y/o el de los personajes representados —posiblemente a través
del punto de vista del narrador (o algún yo en general)—. En cuanto entra en
juego la representación, ya no estamos en el nivel pragmático, sino en el
semántico, aunque el aspecto específico es que estén representados los contextos
comunicativos. La pragmática de la literatura, pues, sólo tiene que ver con la
perspectiva del propio autor y con las relaciones de éste con su o sus lectores.
3.8. Hemos hablado hasta aquí de algunas propiedades pragmáticas de los contextos
literarios. Hemos dado por supuesto, sin embargo, que la pragmática debería
especificar también cómo están unidos sistemáticamente al texto la función y el
contexto. De hecho, hemos traído ya a colación estas relaciones al mencionar
reglas y convenciones literarias específicas, que son usadas e interpretadas de
modo paralelo a las del sistema de la lengua natural. ¿En qué sentido son éstas
relevantes desde una perspectiva pragmática? Una primera manifestación
textual de estructuras pragmáticas «subyacentes» son todos los tipos de
anotaciones y (sub-)títulos. Casi del mismo modo. en que los verbos realizativos
pueden denotar la fuerza ilocutiva de un enunciado, un texto literario —como
cualquier otro tipo de discurso— puede tener como subtítulo expresiones como
«novela», «poemas», etc. Desde un punto de vista cognitivo, tales expresiones
funcionan como preparación para la adecuada interpretación pragmática del
texto.
Una manifestación propia de los rasgos semántico-pragmáticos del contexto son
las expresiones deticas. En este aspecto la comunicación literaria presenta
ciertas peculiaridades. La utilización de yo y tú no necesariamente indica
referencia al hablante y al oyente, respectivamente, sino que puede denotar
(auto-)referencia de los agentes representados. De modo parecido, las
expresiones definidas, en poemas por ejemplo, no es necesario que respeten la
regla general de que el objeto sea conocido por el oyente (mediante el texto o el
contexto). Pero no vamos a analizar aquí las funciones específicas de este uso
concreto de las expresiones deícticas.
Otros «indicadores» pragmáticos se dan en la estructura de superficie: estructura
gráfica y estructuras morfosintácticas como, por ejemplo, posibles
semigramaticalidades, especialmente en poesía, aunque existen otros tipos de
discurso (por ejemplo, los anuncios publicitarios) con reglas específicas
semejantes.
En el nivel semántico tenemos, ante todo, la condición que ya ha sido
examinada en el nivel pragmático: no es necesario que el texto sea verdadero.
Más específicamente, no es necesario que denote propiedades o acciones del
hablante y del oyente, como ocurre frecuentemente en otros actos de habla.
Tenemos aquí, obviamente, la fuente principal de la naturaleza pragmática
específica de los actos ilocutivos rituales: tan pronto como se sabe que es falsa
la proposición subyacente, el correspondiente acto de habla tomará asimismo un
carácter «espúreo», al menos en el micronivel: tenemos quasi-aserciones y
quasi-quejas.
En tanto que otros actos de habla exigen con frecuencia un contenido semántico
específico, por ejemplo, una acción del hablante o del oyente, no parece que tal
requisito sea necesario en la comunicación literaria. Un texto literario, al menos
en nuestra época y cultura, puede tratar de cualquier cosa. La literatura
narrativa, ciertamente, debe satisfacer los principios narrativos básicos de las
narraciones, tales como la descripción de una acción (humana o
antropomórfica), y una estructura esquemática que tenga por lo menos una
complicación y una resolución. Tanto las estructuras semánticas como las
narrativas pueden mostrar operaciones específicas de elisión, permutación,
repetición y sustitución, convencionalizadas por la comunicación literaria, y que
no necesitan ser explicadas ahora en detalle. Aunque, como dijimos, la
semántica de los textos literarios carece en principio de restricciones,
especialmente en la literatura moderna, tales restricciones pueden muy bien
darse en tipos específicos de literatura o en diferentes contextos históricos o
culturales. Mientras que en otras descripciones de acontecimientos psíquicos o
sociales la relación puede tener un carácter más o menos general, o se le añaden
conclusiones generales (como en un informe psicológico o social, un estudio
teórico, etc.), una novela puede describir detalles particulares que no se darían
en otros tipos de discurso, por ejemplo, porque son irrelevantes o inaccesibles.
Por otro lado, la mayor parte de la literatura clásica exige un «léxico» en el que
vengan inventariados los posibles «temas» o «topoi» de un texto. Sólo
recientemente, pues, un poema podría tratar de una mesa o de un huevo, y sólo
en la novela moderna podrían describirse detalladamente las «trivialidades»
específicas de la vida diaria, en tanto que en la literatura clásica se preferirían
temas «importantes», tales como la vida, la muerte, la naturaleza, el amor y el
odio, el poder, la guerra o el orgullo, etc. No es éste el lugar de enumerar las
propiedades básicas de los textos literarios. Debería subrayarse solamente que la
específica fuerza ilocutiva ritual de la literatura puede venir indicada por
convenciones textuales propias en los niveles gráfico/fonológico, sintáctico,
estilístico, semántico y narrativo. Tal vez ninguna de estas estructuras típicas
sean exclusivamente literarias, consideradas aisladamente, pero en conjunto y
dadas ciertas propiedades del contexto mencionadas ya anteriormente
(presentación, situación de lectura, etc.) pueden constituir indicaciones
suficientes para la apropiada interpretación pragmática del texto. Existe,
evidentemente, una interacción entre texto y contexto pragmático: tan pronto
como estén marcadas las propiedades estructurales del texto (en relación con
alguna regla, norma, expectativa), el lector reparará también en ellas, con lo cual
se puede formular la naturaleza pragmática específica del discurso ritual; e
inversamente: si la atención específica no está en ninguna intención del hablante
en relación con creencias específicas, o acciones del lector, el lector puede
concentrar la atención en la propia especificidad de las estructuras.

OBSERVACIÓN FINAL
Apenas si se ha dicho algo nuevo en estas páginas. Por el contrario, hemos
examinado algunos principios bien conocidos de la comunicación literaria.
Ahora bien, lo hemos hecho en términos de una teoría pragmática. Ello no
quiere decir que hayamos obtenido necesariamente un nuevo conocimiento, más
profundo, sino que hemos llegado a ser más conscientes de la naturaleza teórica
de los problemas implicados y de su estatuto dentro de una teoría integrada de la
literatura y del discurso. Hemos podido hacer, también, algunas distinciones
entre las diferentes «funciones» de la literatura analizando la supuesta fuerza
ilocutiva del discurso literario, por ejemplo, en relación con otros tipos de
discurso. Se ha llegado a la conclusión de que no existe un acto de habla
específicamente «literario», sino que, pragmáticamente hablando, la literatura
pertenece a un tipo de actos verbales «rituales» al que también pertenecen
discursos diarios tales como los chistes o anécdotas. Las propiedades más
específicamente «literarias», pues, se han localizado en el contexto social e
institucional. Las condiciones de propiedad de los actos de habla rituales, como
es la literatura, se dan en términos del deseado cambio de actitud en el oyente
con respecto al enunciado en sí («apreciación»), mientras que la «aceptación»
efectiva de la literatura debería buscarse de nuevo fuera del contexto
pragmático, a saber, en sistemas de normas y valores (estéticos) social, histórica
y culturalmente determinados.
Esta exposición —como suele decirse— «apenas si roza la superficie del tema».
El análisis pragmático de la literatura no ha hecho más que empezar.

http://www.discursos.org/oldarticles/La%20pragm%E1tica%20de%20la%20comunicaci%F3n%20literaria.pdf

También podría gustarte