Intervención en Crisis y Psicoanálisis
Intervención en Crisis y Psicoanálisis
Intervención en Crisis y Psicoanálisis
"Cada generación, sin duda, se cree predestinada para rehacer el mundo. La mía sabe,
sin embargo, que no lo rehará. Pero quizá su tarea es mayor consiste en impedir que el
mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan las
revoluciones decadentes, las técnicas que se han hecho demenciales, los dioses muertos
y las ideologías extenuadas, en las que poderes mediocres pueden hoy destruir todo (...)
ALBERT CAMUS
I) Introducción
Dos años después del sismo que sacudió nuestras vidas y nuestras conciencias, fui invitado a presentar un
libro colectivo titulado Psicología para casos de desastre, que se acababa de editar. Mi presentación
empezaba con las siguientes palabras.
‘Todo se derrumbó dentro de mí’. Con este estribillo, proveniente de una canción popular, empieza Elena
Poniatowska el hermoso prólogo que escribió para este libro.
Han pasado poco más de dos años desde la tragedia, un tiempo breve, muy breve, pero nos fue necesario
olvidar, tapar... Debo confesar que tuve que hacer un verdadero esfuerzo, al ser invitado a la mesa redonda
de presentación del libro, para recordar lo vivido, para recapitular lo que fue mi participación personal y
profesional, como integrante del Círculo Psicoanalítico Mexicano, en los intentos de brindar nuestra ayuda
a los damnificados, como ‘profesionales de la Salud Mental’. Esta denominación tan ‘sonora’, tan
‘contundente’ y aparentemente tan ‘técnica’, se halla magníficamente criticada
por el libro. Recordamos al leerlo todas nuestras angustias ante el sismo, nuestros intentos de negar su
importancia, minimizarlo, nuestros esfuerzos iniciales por seguir viviendo ‘como si no hubiera pasado nada’
o, por otra parte, la de brindarnos espontáneamente, en forma tan desorganizada como ineficaz. Tuvo que
transcurrir un largo tiempo -que supimos racionalizar muy bien, incluso ‘teorizar’- para darnos cuenta cuál
podía ser la dimensión real de nuestra colaboración, reasumiendo nuestra identidad profesional, la que
parecía haberse derrumbado junto con las casas y las esperanzas".(3)
Estamos ahora en 1997, a doce años de la tragedia, preguntándonos sinceramente si, pese a todo, el
olvido no nos ha ganado la batalla, a pesar de nuestros temores de entonces, de todos nuestros intentos
de vencer los mecanismos homeostásicos de la memoria que tienden defensivamente al olvido, al que
R.Kaës calificaba bellamente como una "insidiosa y anestesiante neblina". (4)
Afortunadamente este congreso organizado por la Federación Mexicana de Salud Mental, nos retrotrae a
nuestras reflexiones, a repensar las modalidades de intervenciones frente a crisis, pérdidas, duelos,
suicidios; frente a los desastres naturales y las catástrofes, no solamente las sísmicas, sino las volcánicas,
la polución, o el terrible asesinato ecológico de nuestro planeta que cometemos todos
despreocupadamente día a día, minuto a minuto, con nuestras propias manos. Como bien sabemos el
hombre es el animal más depredador de toda la escala filogenética, el único capaz de destruir, matar,
aniquilar, mucho más allá de sus necesidades de supervivencia, tan sólo por sus ambiciones de poder, sea
éste económico, político, o simplemente narcisístico.
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Frente al amplio universo temático que se abre a nuestras consideraciones, y que seguramente será
encarado por las diversas participaciones de los ponentes, la presente conferencia abordará brevemente
un problema teórico mucho más reducido y concreto. Intentaré repensar las relaciones entre la temática
que nos convoca a este congreso, la intervención en crisis, con el Psicoanálisis como disciplina, la mía,
aquélla en la que me formé y que enseño cotidianamente, aquélla en cuya eficacia, simbolizante,
cuestionadora y terapéutica, sigo creyendo.
¿Se trata de dos niveles radicalmente separados, incluso opuestos, o existirían posibilidades de
reconsiderar sus articulaciones? ¿Pueden ser enfrentadas las situaciones de emergencia, clínicamente,
desde el Psicoanálisis? ¿O nos encontramos, casi por definición, ante modalidades incompatibles entre sí,
o aun casi excluyentes: el Psicoanálisis y las intervenciones en crisis?
No deja de ser curioso, como analizaremos a continuación, que a nivel más popular, o menos
especializado, existe la creencia que el psicoanalista es quien estaría mejor capacitado para atender las
crisis y las emergencias. En cambio, para nosotros mismos los psicoanalistas, desde nuestra larga
experiencia en el campo, reconocemos que el encuadre psicoanalítico en su especificidad resulta poco
adecuado para atender situaciones agudas, habiendo sido especialmente diseñado para situaciones
crónicas que requieren de largos y lentos procesos elaborativos (perlaboración), que difícilmente se logran
en momentos de emergencia.
Tal vez sea preciso empezar por diferenciar dos grandes niveles para nuestra reflexión: por un lado el
psicoanálisis como teoría del psiquismo, y por otro el psicoanálisis en su dimensión práctica, como
condición de posibilidad para generar un trabajo elaborativo, con claros efectos psicoterapéuticos; vale
decir, la situación psicoanalítica clínica. Incluso esta primer diferenciación resulta demasiado obvia y
simplista, ya que dentro de la misma situación psicoanalítica, será preciso diferenciar lo que se conoce
como la noción más clásica de encuadre psicoanalítico, de la más abarcativa de dispositivo psicoanalítico
de escucha en donde, desde nuestro punto de vista, mucho pueden aportar tanto la teoría psicoanalítica,
como el propio psicoanalista, al intervenir en situaciones críticas y de emergencia, como podremos
apreciarlo en lo que sigue.
Comencemos por la noción de crisis. A nivel más popular comentar que alguien está en crisis supone, casi
como sinónimo, decir que está muy mal, en una situación vital muy difícil, de consecuencias
insospechadas, a menudo catastróficas en un futuro inmediato. Sin embargo, la crisis está
indisolublemente unida a la vida ya que no hay posibilidad de vida sin crisis, la que nos acompaña
potencialmente durante toda nuestra existencia, teniendo sus picos más álgidos, en múltiples momentos
del ciclo vital humano, desde el mismo nacimiento hasta la senectud y la muerte. Así se suelen describir
grandes crisis de dicho ciclo vital humano, por todos conocidas y reconocidas, empezando por el llamado
"trauma de nacimiento", siguiendo con la lactancia, la dentición, el destete, la locomoción, la primera edad
de la rebeldía (el primer "No"), la entrada a la vida escolar, la socialización, (con la separación del ámbito
familiar y de la relación más "simbiótica" con la madre), las diferentes crisis escolares, las de la
pubertad/adolescencia, la de la elección profesional, de elección de pareja, la de la adultez, la crisis de la
maternidad (embarazo, parto, puerperio) y paternidad, las diferentes crisis familiares ante la asunción de
las funciones parentales, la crisis de la segunda edad, menopausia/andropausia, (habiendo sido a menudo
leída la situación de la mujer en esa etapa tan sólo en el registro endocrinológico y no, fundamentalmente,
como profundas crisis psicológicas ante la llamada "edad crítica"), la correspondiente a la tercera edad,
envejecimiento y confrontación con la muerte, sin dejar de hablar de situaciones no menos frecuentes a lo
largo de la vida como crisis ante momentos de transición, viajes, internamientos, situaciones de cambio,
depresiones, etcétera.
La lista parece larga y sin embargo no he hecho más que nombrar unas pocas de las tantas crisis vitales
que caracterizan psicológicamente la existencia humana. Porque, como bien se sabe, el término "crisis", en
su etimología proviene del latín crisis y éste del griego Krisis que significa originalmente, decisión, derivado
de "separar", "decidir", "juzgar". Por ello el sentido de la palabra crisis tiene que ver etimológicamente con
un momento de decisión en un asunto de importancia. Sólo mucho después fue incorporando otra
acepción, más médica, como "mutación grave que sobreviene en una enfermedad para mejoría o
empeoramiento" (5). Así, en la lengua castellana, la acepción de crisis como "juicio", "decisión", etcétera,
se halla presente en la edición del Diccionario de la Real Academia llamada de Autoridades, desde 1729.
La acepción médica antes referida apenas se incorporó en la edición de 1783 de ese famoso Diccionario,
habiendo sido utilizada ya en francés y en inglés desde principios del siglo XVII.
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No deja de ser interesante pensar entonces que crisis sería cualquier momento de decisión significativa en
nuestra vida. ¿Pero acaso la vida humana no está marcada justamente por permanentes decisiones que
cambian drásticamente, o pueden cambiar, el curso de nuestra vida? En ese sentido no sería abusivo
convertir casi en sinónimo la noción de "crisis" con la de "vida humana".
Si pensamos asimismo en los múltiples derivados etimológicos de la palabra "crisis" veremos nuevos
niveles significativos para nuestras reflexiones. Uno de ellos es el de crítico (tomado del latín criticus, el
que juzga) y sus derivaciones crítica, criticismo, etcétera. Otros no menos importantes son, por ejemplo, los
de criterio, elección (etimológicamente "separar escogiendo").(6)
En función, pues, de estos derivados etimológicos se podría decir que uno de las situaciones ejemplares
de la palabra crisis, casi paradigmática, podría verse durante el proceso de elección de carrera de un
joven. Se trata de un momento habitualmente tan traumático como difícil, en donde se debe aplicar un
juicio, una crítica, hacer una "elección", vale decir, "escoger separando", o "separar escogiendo",
abandonando para siempre la posibilidad futura de lo "no escogido", y este punto de renuncia narcisística
es justamente lo que hace tan ardua toda elección vocacional y de algún modo toda crisis, entendida como
momento de decisión
Otra de las tantas acepciones de la palabra "crisis", que nos interesa especialmente no descuidar para
nuestra temática presente, es la concerniente a las llamadas "crisis sociales"(7), que en la literatura
sociológica se ha relacionado, muy frecuentemente, con el fenómeno de desintegración del sistema de
valores, y por ello con el concepto de anomia. Las crisis, desde muchas perspectivas sociológicas y
psicosociológicas, suelen ser entendidas como situaciones graves de la vida social, en donde el curso de
los acontecimientos ha llegado a un punto donde el cambio es inminente. En la medida que ese cambio,
leído desde un supuesto "bienestar humano", puede llegar a ser favorable o desfavorable, para el
individuo, el grupo o la comunidad, no se puede afirmar que las crisis sean siempre disfuncionales, por
definición, dependiendo de sus resultantes y efectos. No en vano entonces, como ejemplo, E.Durkheim
hablaba de "crisis afortunadas", en su clásico estudio sobre el suicidio.(8)
Si entramos ahora a caracterizar las crisis, para poder arribar a nuestro tema, las "intervenciones en crisis",
veremos que son tan múltiples como variadas en su etiología. Porque la crisis podría entenderse entonces,
de modo muy general, como la repercusión psicológica de complejas situaciones vitales, la forma en que
éstas son vividas por la persona, a partir de múltiples y muy variados factores histórico-coyunturales: su
inscripción económico-social, familiar, su propia historicidad, sus vicisitudes como sujeto psíquico
(fundamentalmente inconscientes), etcétera.
Separemos entonces crisis "naturales" del ciclo vital, intrínsecas a éste e inevitables en su emergencia, de
crisis totalmente contingentes, provenientes del mundo externo, a menudo en forma de catástrofes,
provocando situaciones traumáticas. A su vez éstas pueden subdividirse, de modo significativo, en
situaciones catastróficas naturales (sismos, inundaciones, erupciones volcánicas, trombas y huracanes,
desastres ecológicos, etcétera), y en situaciones catastróficas sociales (guerra, guerra civil, represión y
terrorismo de Estado, pobreza extrema, violencia, delincuencia organizada, migraciones, exilios, etcétera).
Tendremos luego que regresar a discutir esta importante subdivisión, en sus efectos sobre las
intervenciones en crisis.
Si bien la noción de "crisis" no constituye un concepto psicoanalítico, tiene su claro correlato dentro del
cuerpo teórico del Psicoanálisis, en el concepto medular de conflicto. Para el psicoanálisis freudiano no
podría existir la vida, ni constituirse el psiquismo humano, sin la presencia del conflicto, tal como lo hemos
visto anteriormente en relación a la noción de "crisis". Por ello este concepto resulta estructurante de todo
el Psicoanálisis, siendo uno de los puntos centrales de la metapsicología freudiana, en términos del
llamado "punto de vista dinámico", que supone que todos los fenómenos psíquicos son resultantes del
conflicto a partir de la presencia y composición de fuerzas pulsionales y deseantes, o de las
confrontaciones entre instancias, dentro del aparato psíquico y en sus vinculaciones con el mundo exterior,
debiéndose siempre articular complejamente al punto de vista dinámico los puntos de vista tópico y
económico.
Entonces todo lo antedicho sobre la crisis puede perfectamente aplicarse al concepto de conflicto, ya que
el psiquismo debe siempre resolver situaciones antagónicas. No existe crisis que no presuponga la
presencia del conflicto, ni conflicto que no se dé en una crisis. El supuesto equilibrio psíquico, o la tan
discutible "normalidad", no serían entonces la ausencia de conflictos (o de crisis) sino los intentos de
encontrarles soluciones más o menos adecuadas. Tal vez la única diferencia que podríamos marcar entre
"crisis" y "conflicto" tendría que ver con el registro de lo "agudo" y lo "crónico". Cuando pensamos en la
noción de "crisis" siempre está en juego la idea de un conflicto agudo, de un momento álgido de resolución,
de toma de decisión. Existen sin embargo conflictos crónicos, para los que podría llegar a aplicárseles la
idea de una crisis crónica, pero para nuestro tema constituiría un forzamiento ya que cuando pensamos en
intervenciones en crisis, siempre está en juego la idea de urgencia, de un fenómeno agudo, de un conflicto
que se ha incrementado en su intensidad hasta tornarse urgente su resolución, o por lo menos el poder
abordarlo y encaminarlo de alguna forma, ya que la vida cotidiana del sujeto se ha vuelto insostenible.
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Basta recordar, junto con Freud, lo que resulta evidente y que hemos tenido ocasión de confirmar y vivir de
modo tan grato y esperanzador en el sismo de 1985: la solidaridad humana y la respuesta espontánea de
la sociedad civil ante la tragedia colectiva. Cito al maestro vienés: "Una de las pocas impresiones gozosas
y reconfortantes que se pueden tener de la humanidad es la que ofrece cuando, frente a una catástrofe
desatada por los elementos, olvida su rutina cultural, todas sus dificultades y enemistades internas, y se
acuerda de la gran tarea común: conservarse contra el poder desigual de la naturaleza".(9)
Muchas formas de catástrofes sociales, en cambio, no suelen unir a la población, a la sociedad civil, sino
contrariamente desunirla, fragmentarla, polarizarla o enemistarla entre sí, en función de fenómenos muy
complejos, y a menudo buscados intencionalmente por los centros del poder político y económico. Todos
hemos podido apreciar, por ejemplo, el temor del poder gobernante ante la emergencia organizada de la
sociedad civil durante el sismo y sus intentos de "recuperar" el proceso a partir de niveles institucionales
‘controlables’. Otros ejemplos posibles, entre tantos, pueden ser: la amenaza política, el miedo y/o el terror
(típicos en situaciones de dictadura militar, como las vividas en América Latina durante la década de los
setenta), los antagonismos político/ideológicos, el narcisismo de las pequeñas diferencias (Freud),
acentuando las rivalidades y luchas étnicas, etcétera.(10)
Si entramos ahora a pensar qué significa la noción de intervención, veremos que se halla asociada
etimológicamente a venir entre (del latín, interventio), siendo muy equívoca en sus diferentes acepciones y
connotaciones. Desde las más "positivas" (a nivel ético-valorativo) como sería la idea de ayuda,
cooperación, apoyo, de interceder, mediar o interponerse en situaciones conflictivas, etcétera; pasando por
la idea de la intervención como forma de control (interventor, auditor, etc.), hasta llegar al extremo de las
acepciones más "negativas", intervencionismo, vinculadas a diversas formas de autoritarismo, intromisión,
injerencia, coerción y/o represión gubernamental, estatal o aun internacional (por ejemplo, en las
acepciones de "intervenir" los teléfonos o la correspondencia, o intervenir una nación poderosa en la
política interna de otra, a nivel militar y/o económico, y/o cultural, etcétera).
Tal vez la metáfora más propicia para entender el concepto de "intervención" en el uso que nos interesa en
este contexto, para el campo psicológico y sociológico, sea el de intervención como operación quirúrgica.
Dicha metáfora médica cobra toda su validez, porque se trata de operar sobre un campo de la realidad
previamente explorado, analizado, con la intención de incidir en él, de provocar ciertas modificaciones, no
necesariamente previstas en sus efectos o sus alcances. Además, ninguna intervención/operación resulta
totalmente indolora o inocua, ni deja de ser vivida como traumatizante, hecho que no debemos olvidar en
ninguna de nuestras intervenciones en crisis.
Lo cierto que la noción de intervención se volvió recurrente en Francia a partir de la década de los setenta,
especialmente en filas socioanalíticas (como los autores antes citados, Lapassade, Lourau, Ardoino, entre
otros), o sociopsicoanalíticas (como G.Mendel), refiriéndose todos ellos, fundamentalmente, a las formas
de intervención institucional . No obstante su utilización psicosociológica o estrictamente psicológica siguió
dándose por parte de autores muy diversos. Así M.Pagès, reconocido psicólogo y psicosociólogo, ya en un
texto de 1970, analizaba las intervenciones distinguiendo en ellas tres fases: una toma de conciencia, una
fase de diagnóstico y por último una fase de acción.(13)
Ardoino, por su parte, años después, desarrolló con mucho más detenimiento las metodologías y los
procedimientos de la intervención socioanalítica, entendida por el autor fundamentalmente como
investigación-acción. Recordemos muy sucintamente algunos de los elementos propuestos, porque nos
serán de utilidad para entender los alcances de toda intervención psicoanalítica en crisis.
Los aspectos esenciales, para ese autor, serían los siguientes: a) La demanda de un cliente identificado
(en nuestro caso, paciente o damnificado), se constituirá en acto fundador de una intervención, debiendo
distinguirse claramente los conceptos de demanda y de encargo (es decir, quién demanda y quién
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encarga) b) Debe estipularse un contrato metodológico, vale decir, un conjunto de reglas prácticas que
regirán las relaciones entre los intervinientes y los clientes c) Debe quedar muy clara la formas de
indemnización de los gastos de los intervinientes. Como se sabe los socioanalistas prestan una atención
muy especial a la relación con el dinero, uno de los analizadores esenciales que utilizan para su
comprensión de la realidad institucional en las intervenciones que realizan (es decir, quién paga la
contratación de los intervinientes) d) Ardoino propone también la redacción de un contrato jurídico entre las
partes, el que será cuestionado periódicamente, aspecto que nos interesa menos para nuestros propósitos
actuales.
Es fácil observar que los investigadores franceses suelen estar bastante menos conectados con la
literatura anglosajona, especialmente la estadounidense. Por ello, en su intento de pensar
retrospectivamente la utilización de la noción de intervención, Ardoino no toma en cuenta otro uso de la
misma, el término intervención en crisis, que parece surgir precisamente, en filas psiquiátricas, en los
EE.UU.
De este modo, quien se tome el trabajo de revisar la extensísima bibliografía mencionada por K.A.Slaikeu
en su libro Intervención en crisis, de 1984, comprobará que se escribieron en ese país centenares de libros
y artículos sobre el tema durante las décadas de los setenta y ochenta (y seguramente también en la
presente década), aunque desde 1965 la Family Service Association of America había publicado una de las
primeras compilaciones sobre el tema, editada por H.J.Parad, titulada Crisis Intervention: Selected
readings. Como es sabido, también, desde principios de la década de los sesenta, un famoso psiquiatra,
G.Kaplan, se había centrado en las nociones de crisis y de intervención en crisis, efectuando diversas
publicaciones sobre el tema hasta editar su libro más significativo en 1964: Principles of preventive
psychiatry.
Por algún extraño motivo, sin embargo, Slaikeu no cita en sus antecedentes históricos sobre las
intervenciones en crisis (14) a uno de los importantes pioneros estadounidenses en este universo temático.
Me refiero a L.Bellak quien desde la dirección de la Trouble Shooting Clinic (parte del Psychiatric
Departament del City Hospital, Elmhurst, Queens, Nueva York), trabajó sistemáticamente desde 1958 y
hasta 1964 en lo que denominó psicoterapia de emergencia y psicoterapia breve. Ya desde 1946, este
distinguido psiquiatra (más conocido aún por ser el coautor de una de las más difundidas técnicas
proyectivas, a nivel internacional: el famoso C.A.T., Children’s Apperception Test, creado a partir del T.A.T
de H.A.Murray en 1949), tuvo ocasión, por un hecho fortuito, de tener que innovar en ese tipo de terapias,
quedando interesado en pensar e instrumentar formas de intervenciones breves para enfrentar situaciones
de emergencia.
Bellak decidió en 1965, y junto con L.Small, documentar y transmitir su experiencia en el campo. Publicó
una obra, ya clásica, que recibió el nombre de Emergency Psychoterapy and Brief Psychoterapy. A pesar
de las décadas que han transcurrido, y no obstante que los términos "intervención" y "crisis" no son
mencionados más que descriptivamente todavía, nos será de utilidad recordar esta obra, e incluso citarla.
La misma marca comparativamente diferencias radicales, a criterio de los autores, entre el Psicoanálisis y
la Psicoterapia de emergencia, que merecen ser reconsideradas. Igualmente interesantes resultan todavía
las consideraciones sobre el mismo tema propuestas por L.R.Wolberg, en otra conocida obra pionera,
publicada en el mismo año que la de Bellak/Small. Me refiero a su Short-Term Psychoterapy ( Psicoterapia
breve). Nos dedicaremos a todo ello en un próximo apartado.
Retornemos ahora a la noción misma de intervención en crisis para terminar este recorrido etimológico,
destinado a una mejor comprensión y delimitación de la temática del Congreso que hoy nos reúne para la
reflexión y discusión creativas.
Uno de los desarrollos más interesantes sobre el tema es el que realiza el autor antes citado, K.A.Slaikeu,
proponiendo un "modelo amplio" de la intervención en crisis. Parte claramente del concepto de crisis,
tomado ya como modelo para pensar las formas de intervención, sus modalidades, sus agentes, los
servicios de rescate y de ayuda en crisis, los modelos técnicos empleados, los diferentes niveles de
entrenamiento requeridos para cada uno de ellos, etcétera. Diferencia lo que denonima intervenciones de
primer orden, es decir, la primera ayuda psicológica que se puede brindar a la persona en crisis, de las
intervenciones de segundo orden, vale decir, las terapias en crisis. No estamos muy lejos, por cierto, de los
aportes de Caplan quien describía en 1964 tres grandes etapas en el desarrollo de una crisis: la fase de
impacto, la de tensión y la de resolución (15). Las intervenciones de primer orden de Slaikeu supondrían
actuar sobre las dos primeras fases de la crisis indicadas por Caplan.
Las intervenciones de primer orden cobran una amplitud mayor a la acostumbrada ya que, en la propuesta
que nos ocupa, no sólo deben estar en manos técnicas (médicos, psiquiatras, psicólogos, psicoterapeutas,
etcétera) sino también de todos los que el autor denomina "asistentes en la línea de frente",
comprendiendo a padres, policías, clero, abogados, maestros, trabajadores sociales, enfermeras, etcétera.
Éstos, trabajando en el lugar del siniestro, vale decir en ambientes comunitarios, tendrían como objetivo
primario dar apoyo inmediato, reducir la mortalidad, servir de vínculos a los recursos de ayuda, etcétera.
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Si pensamos en nuestra propia realidad mexicana, no fue otra cosa lo que la sociedad civil instrumentó
espontáneamente, luego del sismo de 1985, demostrando que a menudo el sentido común y el deseo de
comprometerse en el dolor colectivo pueden suplir el conocimiento "especializado". No obstante, resulta
indiscutible que dicho conocimiento especializado es siempre necesario, en el sentido de la prevención,
pudiendo facilitar un adecuado entrenamiento para situaciones de crisis, a los efectos que los esfuerzos
desplegados se conviertan en una ayuda precisa , encaminándose de modo pertinente y eficaz.
Hemos hablado ya de la aparente contradicción existente entre, por una parte, el tratamiento psicoanalítico,
entendido en su forma clásica, previsto fundamentalmente para casos y situaciones crónicas y, por otra
parte, las situaciones agudas de crisis, urgentes y/o emergentes, para los que se suelen recomendar otros
abordajes psicoterapéuticos.
En este sentido serían pertinentes las múltiples consideraciones que, a través de las décadas, se han
desarrollado buscando diferenciar el Psicoanálisis en su dimensión clínica, como forma de atención
terapéutica, de otras modalidades de psicoterapias, especialmente aquéllas destinadas a tratar situaciones
de emergencia, o las ya clásicas psicoterapias breves o, para ser más precisos, de duración y objetivos
limitados.
Veamos muy rápidamente algunas de estas diferencias, basándonos en los aportes provenientes de
autores ya mencionados en lo que precede: Bellak y Small, así como Wolberg, todos ellos pioneros de la
psicoterapia breve, todo lo que ha conducido a las actuales reflexiones y modalidades de intervención en
crisis.
a) En cuanto a sus metas, nos dicen los primeros autores citados, la psicoterapia de emergencia es un
método de tratamiento para síntomas o desadaptaciones que exigen un rápido alivio por su carácter
destructor o peligroso. A diferencia del psicoanálisis que se propone la reconstitución total de la
personalidad, aquéllas se conforman con quitar o reducir un síntoma, o por lo menos sus efectos más
devastadores e inhabilitantes. Estando dirigida al síntoma, la psicoterapia rápida intentará por todos los
medios que la persona afectada pueda lograr rápidos cambios que le permitan seguir funcionando en sus
actividades cotidianas.
c) En cuanto a los factores de tiempo, estamos ubicados ante terapias rápidas con períodos que irían
habitualmente entre una y seis sesiones. Estando el paciente expuesto al dolor, al peligro vital, a pérdidas y
duelos, o a otras situaciones sumamente graves en sus consecuencias, se requiere que la intervención
proporcione algún grado de alivio inmediato o casi inmediato.
d) En cuanto a sus métodos: es bien sabido que el psicoanálisis emplea la asociación libre para buscar
acercarse a la causalidad psíquica (inconsciente), sirviéndose esencialmente de la transferencia y de la
interpretación para permitir al paciente alcanzar el insight reestructurador. A diferencia de ello la
psicoterapia de emergencia si bien se apoya inevitablemente en elementos provenientes del Psicoanálisis
(no en vano se ha dicho acertadamente que Freud carga sobre sus hombros todas las formas de
psicoterapia contemporáneas, por más alejadas que éstas parezcan estar de los descubrimientos y aportes
freudianos), buscará generar rápidamente una transferencia cordial, la que deberá mantenerse de principio
a fin, debiendo evitarse la emergencia de la transferencia negativa. Le será imprescindible un diagnóstico
como punto de apoyo inicial para el proceso de atención del paciente.
Desde luego, es bien sabido que la mayor diferencia metodológica entre el psicoanálisis y las psicoterapias
de emergencia estará dada por la mayor o menor actividad del terapeuta. Éste no puede mostrarse
expectante y "pasivo" (aparentemente) como en el trabajo psicoanalítico con situaciones crónicas y
problemas más estructurales. Ya que carece de tiempo le será preciso intervenir en forma muy directa: al
decir de Wolberg deberá "abordar agresivamente las dificultades del paciente e intervenir en muchos de
sus actos" (16), incluso en ocasiones, nos dice, darle normas sobre lo que debe o no hacerse.
Ha sido H.Fiorini quien, ya hace más de dos décadas, sintetizó claramente las diferentes formas de
intervenciones verbales del terapeuta en las modalidades de psicoterapias focalizadas, de duración
limitada (17), todo lo que es perfectamente aplicable a las intervenciones en crisis. Recordémoslas sin
disponer del tiempo de desarrollarlas: 1) interrogar al paciente 2) proporcionarle información 3) confirmar o
rectificar 4) clarificar 5) recapitular 6) señalar 7) interpretar 8) sugerir 9) indicar 10) encuadrar 11) meta-
intervenir 12) otras formas de intervención.
Sobre las diferencias que estamos esbozando entre psicoanálisis y psicoterapias de emergencia, sería
difícil estar en desacuerdo, por lo menos en términos muy generales. Efectivamente si un psicoanalista
pretendiera abordar una situación de emergencia desde el encuadre psicoanalítico tradicional, el setting
más clásico (varias sesiones semanales, en el consultorio del analista, con un paciente recostado en el
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diván, durante algunos años de tratamiento, etc.) se vería en serios aprietos, simplemente porque en
situaciones de urgencia no suelen darse las condiciones de posibilidad para llevar adelante un tratamiento
psicoanalítico en su forma más aséptica.
Pero, ¿acaso puede reducirse al Psicoanálisis a esa elemental imagen caricaturesca, tan utilizada por los
humoristas gráficos de nuestro siglo? Hace casi tres décadas los analistas del famoso Grupo Plataforma,
renunciantes a la Asociación Psicoanalítica Argentina y a la Asociación Psicoanalítica Internacional, mis
maestros de entonces, ironizaban sutilmente que no era la "posición supina" la que definía al Psicoanálisis.
Efectivamente el Psicoanálisis se define clínicamente por su particular forma de escucha del paciente, de
las formaciones de su aparato psíquico, y fundamentalmente de las modulaciones inconscientes que de él
emergen, o están en su base. Por ello podemos trabajar psicoanalíticamente de formas muy diferentes,
adecuadas a las circunstancias, en muy distintos ámbitos de funcionamiento, con diversos objetos de
análisis (individuos, parejas, familias, grupos, instituciones, comunidades). Si sabemos posicionarnos como
psicoanalistas, existiendo (o pudiéndose generar) una demanda de escucha y de análisis por parte del
paciente, estaremos haciendo psicoanálisis, más allá de las múltiples variaciones técnicas que la situación
exija, en términos de su propia especificidad.
En este punto, y en muchos otros por cierto, soy básica y esencialmente freudiano. Basta recordar la
definición de Psicoanálisis más extensa proporcionada por Freud en 1920, que he tenido ocasión de
analizar y comentar innumerables veces en diferentes publicaciones y foros públicos (18). En ella Freud,
pese a estar en su plena madurez la disciplina por él fundada, no jerarquiza el nivel epistemológico que
convierte al Psicoanálisis en un campo de saber específico (un nuevo continente como decía Althusser);
tampoco pone en primer lugar la dimensión clínica del trabajo psicoanalítico, pese a su indiscutible
importancia. Freud prefiere destacar que el Psicoanálisis es un método para acercarse a fenómenos
inconscientes, donde sea que éstos aparezcan en el ámbito de lo humano. Ello explica la aparente
diversidad temática de los intereses de Freud como investigador, quien partió inicialmente del abordaje de
los fenómenos inconscientes en la clínica psicoanalítica, pero buscó luego entender las manifestaciones
inconscientes a nivel de la génesis y funcionamiento de los grupos, las instituciones, a nivel de las
creaciones artísticas y culturales, así como de la misma sociedad.
En ese sentido, ubicarse como psicoanalista es aprender a escuchar las manifestaciones del inconsciente,
en su propia causalidad psíquica, afinando esa escucha y convirtiéndola en operativa, vale decir
permitiendo al analizando conectarse con su propio inconsciente y las verdades reprimidas que de él
emergen, para que esclarecido en lo que constituyen sus conflictivos deseos, dicho paciente pueda luego
decidir la mejor respuesta posible ante los acontecimientos, a partir del concepto esencial de la ética
freudiana de Verurteilung o su sinónimo Urteilsverwerfung: ‘desestimación por el juicio’, ‘juicio de
condenación’ o ‘juicio adverso’, como ha sido habitualmente traducido a nuestro idioma. Concepto esencial,
digo, porque sólo el propio analizando, luego del esclarecimiento sobre sus motivaciones inconscientes,
será quien decida si realiza su deseo o se lo prohibe a sí mismo, lo aplaza, lo sublima, etcétera, después
de conocerlo.
Pero en ese trabajo psicoanalítico de escucha el analista deberá siempre respetar las escalas y las
especificidades del objeto en estudio. Así, las extrapolaciones salvajes entre los registros individuales,
grupales y sociales, por más que en todos ellos estemos analizando los efectos del inconsciente, no son
otra cosa que sobreelaboraciones delirantes, sobreinterpretaciones a las que el campo psicoanalítico tiene
lamentablemente una fuerte tendencia. Pensando tal vez, ingenuamente, que habría una total continuidad,
casi lineal, entre lo individual, lo grupal, lo institucional, comunitario y social, tan sólo por el hecho de que
todas conciernen a "lo humano".
Este punto, que no podremos desarrollar en esta conferencia, es muy importante ya que no acepto, como
algunos colegas provenientes de diferentes corrientes psicoanalíticas, que la escucha analítica se pueda
desvincular de la especificidad de la situación y de su profundo conocimiento. Dicho en otra forma, y por
poner ejemplos elementales, se puede ser un excelente analista en la clínica de adultos, dotado de una
gran penetración y una excelente capacidad de escucha, y sin embargo no poder funcionar
adecuadamente en el psicoanálisis infantil, de pareja, de grupos, etcétera, -y mucho menos en las
situaciones de emergencia y catástrofe psíquica- si no se ha estudiado y profundizado en las
características de dichos objetos, en sus propias especificidades, puntos de tensión, atravesamientos,
etcétera, tanto a nivel teórico, como metodológico-clínico-técnico y ético.
No alcanza, pues, con decir "soy analista" y utilizarlo como una llave maestra capaz de abrir todas las
puertas. Necesitamos luego de nuestra formación como psicoanalistas, una especialización en los campos
a que nos dediquemos, para luego de conocer las sobredeterminaciones y particularidades de los mismos,
poder ahora sí escuchar analíticamente y operar pertinentemente sobre el campo; es decir, sin caer en
violentos reduccionismos, indignos de profesionales de la salud mental y las ciencias sociales.
Acotemos que, si de intervenciones en crisis se trata, muy importante será nuestra formación en la
comprensión y el trabajo sobre los intrincados fenómenos grupales, sus dinámicas propias (dimensiones
inconscientes inter y trans-subjetivas) y también sus complejas interrelaciones con los fenómenos
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institucionales ya que, como nos los mostraron el sismo y otras catástrofes naturales, en esos casos se
vuelve imprescindible efectuar múltiples intervenciones grupales. Incluso se podría llegar a afirmar que las
intervenciones en crisis, especialmente aquellas que conciernen a catastrófes naturales o culturales,
terminan siendo claras intervenciones institucionales, en las que está en juego un verdadero análisis
político, a partir de los complejos cruces que en ellas se dan, y a los múltiples intereses económicos que
nuestra intervención como simples "profesionales de la salud mental" toca inmediatamente. El sismo de
1985 fue un claro ejemplo de ello, y no el único por cierto que hemos padecido en estos últimos años. Pero
esto sería todo un tema a ser desarrollado en su especificidad.
Todo lo antedicho nos sirve para concluir que, desde mi punto de vista, todos tenemos mucho que
aprender de las investigaciones más específicas hechas en el campo de las situaciones catastróficas y de
emergencia, tanto a nivel teórico como metodológico/técnico, por más que tengamos luego que
repensarlas críticamente desde nuestros propios marcos referenciales, proponiendo también otras
alternativas para su abordaje, más acordes con nuestras conceptualizaciones sobre las intervenciones en
general, y sobre el aparato psíquico y sus posibles desestructuraciones y reestructuraciones.
No pretendemos desarrollar aquí las múltiples líneas teóricas que podrían aportarse a la discusión del
tema, más propicias para un libro que para una breve conferencia . Recordemos sin embargo que el
concepto freudiano de trauma, si bien enunciado durante sus primeros años como investigador, sigue
teniendo plena vigencia para nuestro tema (19). Desde luego este concepto nada tiene que ver con la
noción popular tan difundida, sino con la idea de que estamos ante sobreexcitaciones que el psiquismo no
consigue tramitar adecuadamente, bloqueándose por ello. Siguiendo a R.Diatkine, podemos entender por
trauma psíquico el efecto de una excitación violenta, que sobreviene en una situación tal que el psiquismo
del sujeto no se halla en condiciones de hacer disminuir la tensión así provocada, tanto por medio de una
acción o reacción emocional inmediata, como a través de una elaboración mental suficiente. Es decir, nos
encontramos en términos freudianos ante situaciones que provocan en forma inesperada un violento
trastocamiento y descontrol en los equilibrios dinámicos y económicos del funcionamiento del aparato
psíquico del sujeto, sin que éste pueda encontrar formas de restablecerlos. No debemos olvidar el esencial
descubrimiento freudiano por el que mostró a la humanidad, luego de siglos de pensar en la noción de
individuo = indiviso, que el sujeto está profundamente e irremediablemente escindido a nivel interno, por
sus deseos inconscientes y la lucha conflictiva por intentar controlarlos, y que lejos está de tener una
integración y, menos aún, de ser la conciencia el centro de esa supuesta unidad.
Regresando a Diatkine, recordemos que diferencia dos modalidades posibles, pero no excluyentes entre sí,
para el destino psíquico del trauma. En un primer caso, la experiencia insoportable se encuentra con un
deseo inconsciente, desequilibrándose por ello el juego de las fuerzas pulsionales y del yo. Se provoca por
esa razón, en un primer tiempo, fallas en el sistema protector contra las excitaciones (Reizschutz, como lo
denominaba Freud). Posteriormente, en un segundo tiempo, una represión masiva y fuertes
contrainvestiduras, todo lo que conduce luego de una latencia a síntomas y a inhibiciones de carácter
mutilante, para el sujeto, o fuertemente limitantes de sus actividades cotidianas.
El segundo caso tiene que ver con las situaciones en las que un acontecimiento padecido, sin preparación
y trabajo psíquico adecuado, pone en peligro la supervivencia biológica y/o psíquica del sujeto. En este
caso estamos en presencia de la muerte, como tema repetitivo y difícil de elaborar psíquicamente. Sea la
posibilidad de muerte del propio sujeto o de sus seres queridos, las pérdidas, los duelos, etcétera.
Si el primer caso mencionado, como destino psíquico del trauma, tenía que ver con un proceso libidinal, el
segundo nos retrotrae psicoanalíticamente al complejo antagonismo entre narcisismo y pulsión de muerte.
Desde luego, y por algo decíamos que ambas formas lejos están de ser mutuamente excluyentes, pueden
encontrarse situaciones muy diferentes y matizadas entre las dos posibilidades mencionadas, pudiendo
incluso amalgamarse en un arduo entramado.
¿Por qué nos interesó destacar, entre las tantas posibles, esta línea vinculada al trauma en las situaciones
catastróficas?
Porque desde el punto de vista de las intervenciones en crisis y del trabajo posible en ellas, psicoanalítico o
no, resulta muy importante diferenciar si el terapeuta, o quien intervenga en crisis, se halla bajo los mismos
efectos psíquicos, o no, que el damnificado.
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Hemos mencionado al principio de esta conferencia cómo los psicoanalistas durante los sismos de 1985, al
igual que todo el mundo, nos quedamos paralizados al principio, pudiendo luego trabajosamente recuperar
nuestra identidad profesional, para volcarnos de modo eficaz en la ayuda de las víctimas de los mismos.
Pero esa parálisis obedece al hecho, que merece ser analizado cuidadosamente, de estar todos
simultáneamente, como seres humanos y no como profesionales, viviendo la misma situación traumática.
Por ello hay que hacer claras diferenciaciones sobre las formas de catástrofes y crisis sobre las que
intervenimos porque sus efectos pueden ser muy diferentes. Si imaginamos una situación, por ejemplo
como la mencionada más arriba, de un devastador incendio que conlleve muchas pérdidas humanas, el
profesional que intervenga podrá compenetrarse con el sufrimiento, compartir el dolor de las víctimas,
entender sus procesos psíquicos, ayudarlo a "ligar" esa experiencia difícil y a "descargarla", etcétera, pero
no ha estado expuesto él mismo a ese acontecimiento traumático.
Cuanto más extendida y significativa resulte la catástrofe natural frente a la que deberemos intervenir,
mayor será la posibilidad de que también nosotros, supuestos profesionales de la salud mental, estemos
afectados por los efectos traumáticos del mismo, defendiéndonos, reprimiendo, paralizándonos,
inhibiéndonos, etcétera.
Pero, mucho más grave entonces serán los casos de catástrofes sociales, a que antes hacíamos
referencia, porque en la mayoría de los casos se trata de verdaderos traumas insidiosos y penetrantes que
generan masivas represiones en sus víctimas, pero también en toda la población, incluyendo por cierto a
los profesionales "psi", que deberían poder ayudar a los damnificados.
Se plantea así lo que J.Puget denominaba acertadamente los "mundos superpuestos"(20) por los que
psicoterapeutas y pacientes se hallan inmersos en el mismo contexto social y están expuestos a los
mismos miedos y a las mismas dificultades para percibir y entender los acontecimientos. Se genera así,
muy a menudo, la imposibilidad de ejercer la función terapéutica, estando suprimida la capacidad de
pensar y analizar los fenómenos, todo lo que ha sido magníficamente estudiado desde el psicoanálisis por
R.Kaës (21).
Así, si pensamos en los casos de intervenciones en crisis, efectuadas por nuestros colegas chilenos,
argentinos, guatemaltecos, uruguayos, entre otros, ante víctimas y familiares de víctimas, de ejecuciones,
torturas, desapariciones, etcétera, vividas cotidianamente durante las terribles dictaduras militares con
modelos pinochetianos (generosamente ofrecidos por la C.I.A.), veremos los nuevos problemas teóricos,
metodológicos y técnicos que emergen, a los que los especialistas psi estadounidenses nunca se vieron
enfrentados y que, por ello, no son incluidos ni mencionados en sus investigaciones (22).
Y son precisamente las llamadas catástrofes sociales provocadas por la violencia de Estado, los
paradigmas más claros de estas situaciones de mundos superpuestos. Se pierden en ellas los parámetros
que permiten la vida, como el necesario contrato narcisístico que proponía P.Aulagnier. Entendía por tal
una noción esencial por la que se puede dar cuenta de la transmisión de la cultura en el conjunto social:
todo sujeto viene al mundo social y a la sucesión de generaciones siendo portador de la misión de tener
que asegurar la continuidad generacional y del conjunto social. Y puede cumplir su misión siempre y
cuando tenga un lugar en ese conjunto social, un reconocimiento narcisístico de su entorno, de su propio
grupo social, que lo inviste como elemento nuevo, capaz de asegurar dicha continuidad.
En las situaciones de catástrofe social como las que mencionamos, y en forma premeditada y alevosa, ese
contrato narcisístico es roto, no pudiendo ya reconocerse las reglas que gobiernan la interdependencia
entre lo individual, lo grupal y lo social. Por ello, nos dicen Puget y Kaës, en las situaciones de amenaza
social y de miedo, hábilmente fomentados desde el Estado totalitario, dicho contexto social se torna tan
incoherente como incomprensible, perdiéndose los referentes organizadores del psiquismo.
Recordemos simplemente, a modo de traidora síntesis, algunas de las líneas principales de esta
conferencia. El psicoanálisis, lejos de asimilarse a su caricatura: el encuadre psicoanalítico tradicional,
constituye una forma de conectarse, y de permitir conectarse al objeto en estudio, con los fenómenos
inconscientes subyacentes a toda experiencia humana. Por ello utilicé, sin poder desarrollarlo, el concepto
de dispositivo psicoanalítico (23), centrado en la escucha, a partir de una demanda, que comprende la
noción de encuadre psicoanalítico, pero la rebasa totalmente incorporando en ella niveles heterogéneos en
juego, en una compleja red de relaciones que marca un adentro y un afuera del dispositivo de análisis e
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intervención y permite trazar un perímetro de la acción posible del analista en sus intervenciones.
Acotemos, mínimamente, que la noción de encuadre psicoanalítico está más referida a niveles
metodológico/técnicos del trabajo psicoanalítico, en torno a las dimensiones témporo-espaciales, que
deben volverse constantes, para poder destacarse las variables del discurso del analizando. El concepto
de dispositivo psicoanalítico que estamos manejando, en cambio, constituye un proceso sumamente
dinámico y cambiante, regulando desde la teoría todos los encuadres posibles, para poder crear lo que en
otra publicación denominé condiciones de escuchabilidad, teniendo por ello amplias repercusiones en los
registros metodológicos y técnicos.
Insistí en lo que precede que hacer psicoanálisis implica posicionarse como psicoanalista en la escucha, y
en generar las condiciones de posibilidad de que quien se halle en el lugar de analizando (sujeto, pareja,
grupo, institución) pueda reflexionar críticamente sobre sus conflictos, sus pertenencias, sus ligazones, sus
vínculos, etcétera, a partir de integrar la dimensión inconsciente, siempre presente en sus efectos pero a
menudo excluida de la mirada y la reflexión, para poder luego actuar en consecuencia.
También destaqué que en ningún caso la formación como psicoanalista alcanza por sí sola para abordar
todos los objetos de conocimiento, los que deben ser entendidos en sus propias escalas y sus propias
especificidades, bajo pena de caer en reduccionismos elementales y peligrosos, a nivel teórico-
epistemológico, y de mostrar nuestra inoperancia, a nivel más empírico y práctico.
Por ello entonces la conclusión es obvia: el psicoanálisis lejos de contraponerse a las intervenciones en
crisis, se halla en la misma base teórica de dotar al terapeuta de la posibilidad de entender el psiquismo en
crisis, el psiquismo golpeado, desestructurado, destruido, el que ha perdido sus mecanismos
homeostásicos y de control. Pero ese profesional que intervendrá en situaciones de crisis deberá separar
su comprensión teórica de la situación, de sus estrategias tácticas y técnicas en coyunturas que obligan a
repensar el modelo instrumental psicoanalítico tradicional. Tanto en las intervenciones de primer o de
segundo orden, deberá permitir al sujeto elaborar psíquicamente su situación traumática, en el sentido que
antes la hemos definido, a partir de la escucha de los fenómenos inconscientes subyacentes, pero también
deberá ser capaz de actuar en forma eficaz y rápida, focalizando las áreas conflictivas y los niveles
psíquicos más afectados en el paciente (angustia de muerte, duelo, pérdida, culpa por la agresividad
latente, etcétera), ayudándolo así a decidir y efectuar la acción concreta que considere más pertinente a su
situación en ese momento.
En una palabra, entonces, si los profesionales de las intervenciones en crisis deben forzosamente aprender
teoría psicoanalítica para entender las complejas modulaciones del psiquismo humano, los analistas
debemos aprender de ellos, y de su experiencia en situaciones catastróficas y de emergencia, estrategias y
modelos metodológico-técnicos de intervención rápida y eficaz, a ser repensados y reformulados desde
nuestras propias conceptualizaciones teórico-clínicas.
Terminaremos recordando que se ha dicho en filas socioanalíticas que las intervenciones institucionales
tienen por cometido que la institución llegue a ser sujeto de sí misma. De igual modo toda intervención en
crisis, pensada psicoanalíticamente, deberá servir para que el paciente llegue a asumirse como sujeto de sí
mismo para poder enfrentar satisfactoria y creativamente la situación de emergencia.
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(Bajo la dirección de S.Del Campo).
Notas
(1) Conferencia magistral presentada al Congreso Intervención en Crisis, organizado por la Federación Mexicana de Salud Mental, Auditorio del
Hospital Siglo XXI del IMSS, México, Septiembre de 1997.
(2) Profesor Titular de posgrado de la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco. Psicoanalista, Miembro Activo del Círculo Psicoanalítico
Mexicano A.C. Investigador Nacional del S.N.I.
(4) R. Kaës : "Ruptures catastrophiques et travail de la mémoire ", p.170, traducción a mi cargo.
(6) Sin dejar de mencionar, como gracioso dato anecdótico, que podríamos llegar hasta el derivado hipocresía, tomado
del griego tardío y entendido como la acción de desempeñar un papel teatral (hipócrita: actor teatral). En ese sentido,
si todos tenemos conflictos y crisis, también se podría decir que todos somos hipócritas, porque usamos
permanentemente máscaras (Persona, como es bien sabido, deriva precisamente de máscara).
(7) Si bien las crisis económicas, políticas, institucionales, etcétera, tienen obviamente sus propias especificidades, nos será suficiente para nuestro
propósito tomarlas en su plano más genérico, ubicadas dentro de las "crisis sociales".
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(9) S.Freud El porvenir de una ilusión, p.16.
(10) Desde luego, aquí también hay que matizar mucho en estas afirmaciones generales, porque la situación de guerra, hacer frente a un enemigo común,
externo, une a un pueblo, mientras que la guerra civil, el terrorismo de estado, etcétera, provocan el efecto opuesto.
(11) Esa investigación fue expuesta en detalle en el Bulletin of the National Research Council, en 1943, y luego retomada como ejemplificación por
K.Lewin en su difundido libro La teoría del campo en la ciencia social.
(12) J.Ardoino cita un ensayo de J.Favez-Boutonier publicado en 1978/9 en el Bulletin de Psychologie, que lleva el sugerente título de "Origines et
perspectives de la notion d’intervention psychologique" (Origen y perspectivas de la noción de intervención psicológica).
(13) M.Pagès, en su libro, La vie affective des groupes, citado por G.Lappasade y R.Lourau, op.cit.
(14) Que hace remontar a la labor de E.Lindemann y su equipo del Massachusetts Hospital de Boston, luego del terrible incendio ocurrido en esa ciudad
en 1942. Da luego un gran salto de dos décadas hasta las investigaciones de Caplan sobre psiquiatría preventiva centradas en el concepto de crisis. Ese
salto tiene un sentido no sólo geográfico (ambos investigadores pertenecieron al mismo Hospital), en la medida que Caplan partió de la discusión de los
aportes de Lindemann para elaborar sus propios conceptos.
(15) Lamentablemente no he podido tener acceso directo al libro de Caplan y cito su contenido a partir del resumen efectuado por M.Campuzano en su
excelente colaboración para el libro colectivo antes citado.
(18) Cf., por ejemplo, mi libro El nacimiento del psicoanálisis. Apuntes críticos para una delimitación epistemológica
(1988), pp.311 y ss.
(19) Especialmente, si pensamos la importancia que recibió en tiempos de Freud, y a raíz de la Primera Guerra
Mundial, el estudio de las neurosis traumáticas conocidas como "neurosis de guerra".
(22) Véase, a modo de ejemplo, la incomparable labor del ILAS (Instituto Latinoamericano de Salud Mental y
Derechos Humanos) en Chile. Algunas de sus integrantes, María Isabel Castillo, Eugenia Weinstein, fueron mis
compañeras en la U.A.M., Xochimilco. Buscaron instrumentar, a partir de la teoría psicoanalítica, formas terapéuticas
adecuadas para víctimas de las "catástrofes sociales", verdaderas Intervenciones en crisis, y lo lograron hacer, en forma
tan original como creativa. Cf., las siguientes obras Psicoterapia y represión política de E.Lira y E.Weinstein;
Psicología de la amenaza política y del miedo, de E.Lira y M.I.Castillo.
(23) El interesado puede consultar una reciente ponencia, que redacté conjuntamente con C.Fernández Gaos, en donde
efectuamos un análisis comparativo entre las nociones de Dispositivo psicoanalítico y de Encuadre psicoanalítico.
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