La Vida de Jesús
La Vida de Jesús
La Vida de Jesús
LA VIDA DE JESÚS
Los hechos que vivió Jesús durante su existencia han sido la base para la
fundación del cristianismo y el establecimiento de una nueva cronología a partir de
su nacimiento. Para los cristianos, se trata del hijo de Dios nacido de la Virgen
María. Los relatos de la Biblia constituyen la principal fuente de información sobre
su vida y responden a la interpretación que hace la Iglesia cristiana, una visión
que establece las creencias sobre Jesucristo y su papel. El cristianismo se centra
en vivir de acuerdo con los valores que Cristo enseñó y ha marcado la cultura
occidental a lo largo de toda su existencia. Actualmente es la religión más
extendida del mundo y está presente en todos los continentes.
NACIMIENTO
Jesús nació en Belén, donde acudieron José y María para inscribirle en el censo.
Entonces reinaba Herodes el Grande, años antes de nuestra era.
HUIDA A EGIPTO
La familia viajó a Egipto para huir de la persecución del rey de los judíos, que
ordenó la degollación de los niños menores de dos años.
PRIMEROS AÑOS
Para cumplir con los requisitos de la ley judía, Jesús había sido circuncidado y
presentado en el templo, un lugar al que volvió ya siendo joven, durante la fiesta
de la Pascua.
VIDA OCULTA
Según los escritos de los Evangelios, desde que Jesucristo tuvo 12 años hasta que
empezó su vida pública pasaron 18 años en los que se desconoce lo que pasó. A
partir de esta etapa elige a sus primeros discípulos y comienza su predicación.
BAUTISMO
Juan Bautista bautiza a Jesús en el río Jordán, que luego se retira al borde del
desierto durante 40 días de ayuno y meditación, en los que sufre las tentaciones
del demonio. Después vuelve a Galilea, visita su hogar en Nazaret y se traslada a
Cafarnaum.
DÓNDE VIVIÓ
Después de recibir el bautismo a orillas del río Jordán, Jesús comenzó su
predicación en Galilea y pasó sus últimos momentos en Jerusalén. Para entonces,
el Imperio Romano ya había sometido esta región de Oriente Medio (64-63 a.C.).
En 1947, la ONU decidió una partición de Palestina en un Estado árabe y otro
judío. Israel ocupó Cisjordania, la franja de Gaza y los altos del Golán 20 años
después. En 1994, Gaza y Jericó consiguieron un régimen de autonomía.
PREDICACIÓN Y MILAGROS
Jesucristo comienza a predicar en compañía de sus discípulos y sufre la
incomprensión de fariseos y saduceos. Durante esta época realiza milagros que
hacen aumentar el número de sus seguidores. En sus últimos días, viaja a
Jerusalén, donde expulsa a los mercaderes y cambistas del templo, y los
sacerdotes y escribas conspiran contra él.
CRISTIANISMO Y JUDAÍSMO
Jesucristo nació dentro del pueblo judío y se convirtió en el fundador de una nueva
religión, el cristianismo, basado en sus enseñanzas, que se recogen en los textos
de los Evangelios, de las cartas de San Pablo y del libro de los Hechos de los
Apóstoles (redactados a partir de los años 70 del primer siglo). Para los cristianos,
que sólo admiten un Dios, Cristo abolió el cumplimiento estricto de la ley judía y la
renovó. Según el judaísmo, la figura de Jesús recibe un tratamiento peyorativo y
no le reconocen como el enviado de Dios.
LA ÚLTIMA CENA
Tras estos acontecimientos, Jesús celebra la cena de Pascua con sus discípulos,
momento en el que se constituye el principal sacramento de la Iglesia, la
eucaristía. Después de esta Última Cena se retiró al huerto de Getsemaní, donde
fue arrestado. El consejo supremo de los judíos, el Sanedrín, le condenó a muerte
por blasfemia, una pena ratificada por el procurador romano Poncio Pilatos.
MUERTE Y RESURRECCIÓN
Jesucristo fue llevado al Gólgota, donde se le crucificó y se le llevó a una tumba,
aunque no se encontró el cuerpo. Los apóstoles, después de verle y escucharle en
Jerusalén y sus proximidades, proclamaron su resurrección, un hecho que los
cristianos consideran una doctrina esencial y significa la esperanza de una vida
después de la muerte. Sus discípulos también vieron su posterior ascensión a los
cielos
Las enseñanzas de Jesús de Nazaret:
Base del mensaje cristiano
1. Venida y presencia del Reino de Dios en el mundo
Después que Juan fue encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea, a predicar la buena noticia de Dios.
Decía: —El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en la
buena noticia. (Marcos 1.14-15)
Jesús denuncia en la predicación la injusticia social del orden establecido. Exige una conversión
individual radical de corazón, la cual cambiará desde ahora las relaciones con Dios y con el
prójimo. La cuestión está toda ella planteada a la luz del reino de Dios, cuyas normas son del todo
distintas de las del mundo y de los hombres. Oscar Cullmann, Jesús y los revolucionarios de su
tiempo (Madrid, Studium, 1973, 2ª. ed., p. 42)
Al acercarse a los evangelios para buscar cuáles son las enseñanzas principales de Jesús de
Nazaret que puedan considerarse como básicas para la conformación del mensaje cristiano,
destacan tres de ellas: a) la venida y presencia del Reino de Dios en el mundo, b) el perdón
incondicional otorgado por Dios a la humanidad, y c) el anuncio de una palabra divina fresca y
transformadora. Cada una de ellas incluye una serie de antecedentes y matices que remiten a la
tradición espiritual y religiosa del antiguo Israel, aunque muchos aspectos de la enseñanza de
Jesús plantean una fuerte controversia con las creencias antiguas de ese pueblo. Por ejemplo, la
manera necesariamente conflictiva con que se situó ante la ley mosaica al colocar su propia
persona como principio de superación de su vigencia o la intensidad con que reivindicó a los
grupos humanos más vulnerables (niños, mujeres, pobres, enfermos, poseídos, extranjeros) que
eran proscritos y discriminados por las instituciones religiosas que controlaban la fe popular. Cada
enseñanza mencionada formó parte, en primer lugar, de su fe y de la fuerte convicción que alcanzó
cuando en un momento crucial de su vida decidió abandonar la cotidianidad y la expectativa de una
existencia “normal” para consagrarse al anuncio y proclamación, en palabras y acciones
simultáneamente, de la venida inminente y la presencia efectiva y transformadora del Reino de
Dios en el mundo.
Esta primera afirmación de Jesús dio continuidad directa a la labor profética de Juan, el llamado
“bautista”, quien le precedió en el llamado al arrepentimiento y la conversión ante la esperanza y la
urgencia escatológica del advenimiento del Reino de Dios (Mr 1.2-8), creencia que se había
incubado durante mucho tiempo en la conciencia y en la fe del judaísmo. Aunque la predicación de
Jesús no difiere sustancialmente de la suya, pues Marcos afirma la necesaria aparición de un
mensajero en el desierto que “preparara el camino del Señor” (1.2-3), basándose en la profecía de
Isaías (40.3), en muchos sentidos, como se vería más adelante, el carpintero de Galilea modificó el
estilo de presentación del anuncio del Reino de Dios, tan sobrio y ascético (1.6), pues entraría en
espacios que Juan jamás hubiera considerado adecuados: la plaza, los caminos, las casas de los
considerados pecadores, y actuaría como una “persona mundana” y más cercana a la gente (Mt
11.15-19; Lc 15.2). Su mensaje era sencillo y provocador: era preciso arrepentirse para obtener el
perdón y demostrar esto con el bautismo (1.4-5), en un acto de purificación que no necesariamente
debían realizar los judíos de nacimiento. Se trataba, pues de una práctica religiosa alternativa a los
postulados oficiales impuestos por el Sanedrín y de una muestra de religión popular “tolerada” por
aquella institución que respetaba hasta donde era posible el surgimiento de profetas o iluminados.
Juan anunciaba la venida de “alguien mayor” (1.7a) y que él que vendría a “bautizar con el Espíritu
Santo” (1.8).
Jesús mismo fue desde Nazaret a bautizarse (1.9), con lo que legitimó la obra de Juan, y fue objeto
de una manifestación divina visible en la que “se abrieron los cielos y el Espíritu descendió sobre
él” (1.10), en un claro episodio de unción para el trabajo profético. La voz que se escuchó afirmó la
filiación divina de Jesús y la complacencia de Dios para él (1.11). En ese mismo esquema
tradicional, el Espíritu lo llevó al desierto (formación espiritual mística, contemplativa y de
revelación especial) y “Satanás lo probó durante 40 días” (1.12-13). Marcos abrevia al máximo la
historia y, sin ofrecer los detalles, narra el inicio de la labor de Jesús en Galilea, su lugar de origen,
“después de que Juan fue entregado” (1.14), resumiéndola en la frase “para proclamar la buena
noticia de Dios”, con una frase paradigmática: “El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de
Dios. Conviértanse y crean en la buena noticia” (1.15), es decir, que había que prepararse
espiritualmente para la inminente intervención directa de Dios en la historia presente y futura. Con
miras a desarrollar este tema más tarde, en palabra y hechos, el relato enfoca a quienes seguirían
a Jesús en su aventura, los cuatro primeros discípulos (1.16-20), pescadores que se convertirían
en “pescadores de personas”. Los cuatro (Simón, Andrés, Santiago y Juan) dejaron todo para ir
tras él. Vendrían entonces los gestos de servicio y sanidad, así como la enseñanza que
encarnarían el anuncio inicial de su programa basado en la fe profunda que lo poseía: la certeza y
confianza de que Dios estaba introduciendo efectivamente su reino en el mundo para beneficio de
la humanidad necesitada y sufriente.
2. El perdón incondicional
¿Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”, o decirle: “Levántate,
recoge tu camilla y anda”? Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad para
perdonar pecados en este mundo. Se volvió al paralítico y le dijo: —A ti te hablo: Levántate, recoge
tu camilla y vete a tu casa. (Marcos 2.9b-11).
y una doctrina del perdón que puede anular el pasado. (Esa sentencia la escribió un irlandés en
una cárcel.)
Los evangelios, al narrar la vida y obra de Jesús, asumieron una postura misionera y proclamadora
del mensaje promovido por él, con lo que cada aspecto del mismo se relacionó directamente con el
tema central de su enseñanza: la presencia viva y actuante del Reino de Dios en el mundo. De esa
manera, el asunto del perdón (de los pecados y entre las personas) aparece como muy relevante
en la propuesta de construcción de una nueva humanidad, propósito central del anuncio de Jesús.
Siendo un asunto de tanta profundidad porque toca las fibras más sensibles de la relación de los
seres humanos con Dios y entre ellos mismos, reclama una lectura minuciosa de los textos
evangélicos, a fin de articular la enseñanza de la manera más adecuada y consecuente. Una
primera posibilidad es estudiar el tema por separado en cada evangelio para observar su
desarrollo. La otra, complementaria y obligada, consiste en revisarlo en sus aspectos esenciales y
tomar de cada uno los diversos aspectos para elaborar “la doctrina de Jesús”.
En Marcos (2.1-12), primer evangelio escrito, la mención inicial se encuentra en un contexto muy
complejo, que anuncia la evolución y profundización de la enseñanza propia del maestro galileo al
confrontar la necesidad del perdón con las necesidades humanas urgentes: un hombre enfermo
condenado a la inmovilidad recibió de sus labios el anuncio doble de perdón y sanidad total.
Partiendo de la experiencia de fe y de las afirmaciones antiguas acumuladas en relación con la
manera en que Dios mismo lo realizó en su trato con el pueblo de Israel en el marco de la alianza,
Jesús encarnó en su persona la realidad del perdón y se atrevió a afirmar, con base en la vida de
fe que trasmitía, que era Dios quien directamente absolvía a las personas. Eso fue lo que hizo con
el hombre a quien llevaron sus amigos o familiares ante él para que lo sanase. El perdón de los
pecados era lo que menos esperaban que se ofrecería al enfermo, pero en vista de las ideas que
relacionaban el pecado con la enfermedad, Jesús tuvo que romper esta relación de un solo golpe,
produciendo en la conciencia de los testigos un shock porque lo aparentemente más urgente era
resolver el problema de la enfermedad, no el del pecado. La fe de quienes lo llevaban (v. 5a)
impresionó de tal manera a Jesús, quien se vio obligado a proferir las palabras sobre la certeza del
perdón de Dios. Parecería que el hombre inmovilizado seguiría en esa condición, pero ya con el
alivio de no interpretar su enfermedad como un castigo moral. No obstante, quienes presenciaron
la afirmación no podían quedar conformes con lo que pareció una blasfemia, pues únicamente Dios
podía garantizar el perdón de pecados (v. 7b, afiénai jamartías) y Jesús como hombre se tomó tal
atribución. La necesidad de la salud había pasado a un segundo término, pero Jesús la coloca en
el centro y completa la obra de redención integral en el enfermo al ordenarle que se levantara, es
decir, que ejerció una autoridad (exousía) doble: espiritual o moral, y física también.
Luego de la serie de acciones (reclutamiento de los primeros discípulos, enseñanza con autoridad,
exorcismos, sanidades) con que Jesús comenzó su labor en el cap. 1, el pasaje en cuestión
“formaría una perfecta unidad literaria en que Jesús afirma la eficacia de su palabra de perdón no
mediante una declaración verbal, sino con un milagro cuyo alcance sólo es conocido por quienes lo
consideran desde el punto de vista de la fe”.[1] “La curación operada por Jesús apoya su
pretensión de perdonar los pecados y simboliza al mismo tiempo la salud espiritual comunicada al
pecador perdonado” (Ibid., p. 74). El asombro del pueblo (v. 12) se debe a que no alcanza a
comprender que el milagro es un signo de los poderes que tiene Jesús para perdonar los pecados”
(Idem).
Un avance más será el “perdón horizontalizado”, la “revolución del perdón”, entre personas cuya fe
en Jesucristo será capaz, como escribió Borges, de “anular el pasado”, como ejercicio espiritual,
ontológico y psicológico que constituye una de las más profundas enseñanzas del Señor. Marcos
da fe de ello en 11.25-26, donde esta práctica humana se relaciona con el eventual perdón divino
anunciado antes: “Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenselo, para que
también el Padre que está en los cielos les perdone el mal que ustedes hacen. Pero, si ustedes no
perdonan, tampoco el Padre les perdonará el mal que ustedes hacen”. (La otra mención del perdón
en 3.29, Se refiere a la blasfemia contra el Espíritu Santo.) El resumen de Alain Patin esboza las
grandes líneas de la obra y enseñanza de Jesús sobre el perdón:
Perdonar es romper el encadenamiento de causas: un mal llama a una venganza; esta venganza
desencadenará a su vez una reacción, y así sucesivamente. El perdón introduce la novedad en ese
encadenamiento: el perdón saca su energía no del odio que provoca el mal sufrido, que sería lo
ordinario, sino de otra fuente; es una creación porque la amistad reemplaza al odio. Es un
comportamiento libre y creador; vengarse es dejarse dictar la propia conducta por el adversario (ojo
por ojo, diente por diente), perdonar es engendrar relaciones nuevas libremente elegidas. […]
El perdón es un proceso revolucionario porque rompe el círculo infernal del mal. Inventa él solo un
mundo en el que nadie está definitivamente, clasificado, perdido, ni encerrado en su odio, su
pecado o su desesperación. El perdón no consiste en dejar cobardemente que el agresor continúe
ejerciendo su dominación, ni en predicar al explotado la sumisión; el perdón libera para poder
buscar las verdaderas causas que hacen de uno un opresor, un verdugo, hace lúcida a la persona
para que pueda luchar los verdaderos combates, mientras que el odio, el desprecio, el
resentimiento, ciegan. El perdón inyecta en nuestras luchas la única energía que puede construir
un mundo verdaderamente nuevo: el amor y no el odio.[2]
Aunque con esto entramos a los umbrales de la psicología y, quien lo diría, del derecho, y
deberemos hurgar más ampliamente en el sentido completo de las enseñanzas de Jesús en los
cuatro evangelios. Sobre aquellas implicaciones, María Martina Casullo apunta muy bien:
…el concepto psicológico perdonar no debe confundirse con el legal de indulto, con condonar (que
implica una justificación de un hecho) o excusar (que supone que existen razones para obrar de
una manera determinada). Ciertos autores señalan la diferencia entre perdón y reconciliación
(restablecimiento de un vínculo); el perdón supone una voluntad subjetiva de abandonar el
resentimiento, los juicios negativos y la indiferencia hacia quien nos ha injuriado o lastimado y
poder desarrollar sentimientos de compasión y generosidad. Para McCullough et al. (2000) la
esencia del perdonar implica cambios de tipo prosocial en las motivaciones personales hacia la
persona, grupo o situación que ha lastimado o injuriado. Desde su experiencia en el trabajo con
parejas, Hargrave y Sells (1997) definen al perdón en términos de: 1) permitir al victimario
reconstruir un vínculo quebrado, y 2) favorecer una discusión abierta sobre la violación relacional
de manera tal que víctima y victimario puedan trabajar en la reconstrucción de tal vínculo.[3]
3. Palabra de Dios fresca para el mundo
De nuevo comenzó Jesús a enseñar a la orilla del mar [thálassan]. Y se le reunió tanta gente que
decidió subir a una barca que estaba en el lago y sentarse en ella, mientras la gente permanecía
junto al lago en —tierra firme. Entonces Jesús se puso a enseñarles muchas cosas por medio de
parábolas. (Marcos 4.1-2a).
No cabe duda de que Dios ha hablado y, obviamente siempre, ha hablado bien. Pero aquí también
nos referimos al interés divino por hacerse entender de la mejor manera, con un “estilo literario”,
propio de las diferentes épocas en que los hombres y mujeres inspirados por Él redactaron los
textos de las Escrituras. En el caso de Jesús de Nazaret, está reconocido de manera unánime el
este sencillo pero poético de su enseñanza, particularmente en el caso de las parábolas. Existen
libros enteros dedicados a “la poesía de Jesús”, pues el maestro galileo no renunció a la calidad
expresiva para transmitir la voluntad de Dios para los seres humanos. El mensaje debía trasmitirse
siempre en las mejores condiciones lingüísticas y literarias para lograr enamorar a los oyentes con
esa palabra divina, siempre fresca, que brotó de los labios y de los hechos del Hijo de Dios en el
mundo. Cada palabra suya propiciaba cambios, controversias y sugería transformaciones
revolucionarias de lo que se había creído hasta entonces. Especialmente cuando incluía la
advertencia: “Oísteis que fue dicho… mas yo os digo” había que ponerse a temblar, pues Dios a
través de él estaba corrigiendo las falsas enseñanzas e interpretaciones de la ley antigua.
Por ello, en el momento en que Jesús se decidió a tomar las calles, las plazas y los caminos para
compartir lo que sabía sobre Dios, tuvo que elegir el género literario más adecuado para llegar a
los oídos, el corazón y la mente de las personas. Y la elección recayó en las parábolas, siguiendo
el modelo del salmo 78.1-2: “Inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca./ Abriré mi boca en
proverbios…”. Esta opción la registra Marcos con especial énfasis: “Y sin parábolas no les hablaba”
(4.34a). La parábola es un género que podría definirse como “una comparación continuada, o el
desarrollo de una comparación, a través de una narración —real o ficticia— con un fin didáctico”.
[4] En la comparación “hay tres elementos: aquello que se compara, aquello con lo que se compara
y el punto concreto en que se quiere establecer la comparación. En este punto radica el núcleo
significativo. Lo demás puede ser puramente ornamental y no hay que buscar en ello una
significación peculiar” (Idem).
En el primer registro de las acciones y dichos de Jesús, el evangelio de Marcos, la expresividad
narrativa está puesta al servicio de las enseñanzas mediante las historias concentradas cuyo único
mensaje apunta siempre hacia la venida y consecución del Reino de Dios en el mundo. La
famosísima parábola “del sembrador” o “de los tipos de terreno” es una gran ilustración del
esfuerzo divino por conseguir seguidores-oidores-hacedores de su Palabra en el mundo, en el
camino hacia la plenitud del Reino de Dios en el mundo. El acto cotidiano y agrícola de sembrar es
la gran metáfora de la inserción de los proyectos divinos en un mundo que se resiste a incubarlo,
pero que inevitablemente lo verá crecer. De ahí que muchas otras parábolas, como la de la semilla
de mostaza, aludan al “crecimiento invisible” y casi imperceptible en medio de las contradicciones
históricas.
Los destinatarios específicos de la parábola son los ya seguidores de Jesús (v. 10-12) y cuando,
luego de contarla al resto del pueblo, decide explicarles el significado de los detalles de la misma,
estamos ante un giro literario, epistemológico y espiritual, pues la parábola se convierte, como
resultado de esa explicación detallada, en una alegoría, es decir, en una serie de metáforas
continuadas en la que cada situación contiene un significado propio. La razón de ser de este
cambio es profundamente paradójica: el misterio del Reino es colocado ante los ojos de los
discípulos, pero es escondido a los demás (vv. 11-12). La “clandestinidad” del mensaje de Jesús lo
hace presentarlo abiertamente, pero en clave, a todo el pueblo y únicamente, por los ojos de la fe
renovada a los seguidores/as nuevos que estaba reclutando para “el asalto final”. La receptividad
ante esta palabra fresca de Dios es, finalmente, el gran tema de la parábola-alegoría y va a
producir una cadena de tres imágenes más, relacionadas con la presencia soterrada de ese Reino
en el mundo: el candil (vv. 21-25), la semilla que crece (vv. 26-29) y el grano de mostaza (30-32).
Jesús refresca, así, la revelación de Dios y la actualiza para una nueva generación de seres
humanos, cuya esperanza provenía de múltiples situaciones en medio de las cuales era preciso
contar con una orientación divina confiable y pertinente. Igual que hoy