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Resumen Judith Butler

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Resumen Judith Butler:

Capítulo 2: Violencia, duelo, política.

El texto está enfocado a la cuestión "Que hace que una vida valga realmente la
pena", planteando la problemática de que a muchas muertes no se les toma el
mismo peso que otras. Para llevar a cabo el análisis, Judith explica que el
duelo va más allá de la sustitución de la persona por algo que ocupe su lugar,
este implica la idea de cambio en la persona a causa de la pérdida. El duelo
involucra someterse a un cambio donde el resultado es desconocido. La
pérdida contiene un carácter enigmático, pues no sabemos qué es aquello que
perdimos en esa persona. Es por esto, que el duelo remite directamente al
sujeto mismo, dado que el perder ciertos lazos hace que desconozcamos
quienes somos y qué se debe hacer. De este modo, la autora plantea lo
siguiente; el duelo permite elaborar en forma compleja el sentido de una
comunidad política. La experiencia del duelo da a conocer lo fuertemente
ligados que estamos a las relaciones que establecemos con otros, lo cual
desafía nuestra versión como ser autónomo controlador. Para Judith, los otros
nos desintegran.

La disposición de nosotros por afuera de nosotros parece corresponder a una


consecuencia de la vida corporal, de su vulnerabilidad y su exposición. El
cuerpo supone vulnerabilidad, estamos expuestos a los otros, a su contacto y
violencia. Nuestros cuerpos nunca son lo suficientemente nuestros, dado
que contiene una dimensión invariablemente pública. El cuerpo es
constituido en la esfera pública como fenómeno social, de forma que es y no es
mío.

La correlatividad aparece como dimensión normativa de nuestra vida social y


política que nos obliga a examinar nuestra interdependencia. La violencia
corresponde a la explotación del lazo original por el cual existimos, como
cuerpo, fuera de nosotros y para nosotros. Esta explicación de la autora,
espera explicar la relevancia que posee el otro en la propia identificación, pues
el otro quedó asimilado al límite que contiene al yo y también, determina el
modo en que el yo se desintegra. El duelo, entonces, lleva inscripta la
posibilidad de aprehender un modo de desposesión fundamental para lo que
soy.  La esfera de desposesión es exactamente la que expone mi
desconocimiento, la huella inconsciente de mi sociabilidad primaria. Ante dicha
situación, la violencia se comporta como el modo de exponer la vulnerabilidad
original del hombre respecto a los demás. Todas las personas experimentan
tal vulnerabilidad ante el otro, dado que es parte de la vida corporal. Así,
la autora le concede un lugar importante a la vulnerabilidad, diciendo que el
reconocimiento de la vulnerabilidad es el principal recurso de orientarnos como
seres humanos.

El duelo implica un desconocimiento por parte del yo, por lo tanto es necesario
considerarlo como un proceso lento donde se desarrolla una identificación con
el sufrimiento mismo.

En resumen, acerca de la situación expuesta por Judith; desde el comienzo, a


causa de necesidades corporales,  estamos entregados al otro (previo a
cualquier individuación). Es por esto que somos vulnerables a todo aquel que
no podemos juzgar, y con ello, estamos expuestos a la violencia. O sea,
pérdida y vulnerabilidad parecen  ser la consecuencia de nuestros
cuerpos socialmente constituidos, sujetos a otros, amenazados por la
pérdida, expuestos a otros y susceptibles de violencia por la exposición.
La fuente de la vulnerabilidad precede a la formación del yo, es una condición
humana. De esta forma, la sociedad es la responsable de encargarse del
desamparo y necesidad original que experimenta el hombre.

Ocurre en el mundo que la vulnerabilidad se encuentra desigualmente


distribuida, algunos se encuentran más protegidos que otros. Así mismo,
emergen diferentes escalas de duelo, donde se consideran algunas pérdidas
más que otras. Aquí los medio de comunicación juegan un papel importante,
dado que la deshumanización surge en el límite de la vida discursiva,
donde se establecen prohibiciones y represiones. El rechazo del discurso
implica deshumanización, y si es que hay discurso, este es silencioso, no
presenta una condición corporal común, y no existe vida ni pérdida. De este
modo se establece una relación importante entre el reconocimiento, la
identificación con la vida y la violencia ejercida. Esto se refiere a que mucho de
lo que no es reconocido, pierde su carácter vital, lo cual deja traslucir la
violencia que existe detrás, donde la información cumple un papel
determinante. La autorización de duelos deja en claro que hay vidas que son
reconocidas como tal, y otras que no. La esfera pública se constituye sobre
la base de la prohibición de ciertas formas de duelo público. Esto se
refiere a todas las informaciones, imágenes y comentarios que se omiten o son
censuradas generando que algunas pérdidas no sean consideradas como tal, y
que la violencia conserve un carácter irreal y difuso. La violencia infligida al
otro  que es mostrada públicamente es elegida de forma selectiva, no toda la
violencia es enseñada. ¿Qué genera esto?; el miedo se orienta a cualquier
dirección y cada cual identifica el terror según su criterio. El pánico refuerza la
soberanía estatal  y la suspensión de libertades civiles.

El duelo cumple un papel fundamental en producir una transformación en


el sentido otorgado a las relaciones con los demás. Una forma de salir del
círculo de violencia es la exigencia de un mundo donde la vulnerabilidad
corporal esté protegida sin ser erradicada, subrayando la línea que separa una
de la otra.

Para volverse parte de un encuentro ético, es necesario reconocer la


vulnerabilidad. Este reconocimiento tiene el poder de cambiar el sentido y
la estructura de la vulnerabilidad misma. El reconocer debe sustentarse en
la afirmación, pues no siempre se dan por sentadas  las cosas. Las normas de
reconocimiento permitirán constituir  la vulnerabilidad como condición de lo
humano. Vale decir, según la autora, que la lucha por tal reconocimiento, no se
elabora por sujetos aislados, sino por una comunidad que es parte de un
intercambio recíproco que nos destituye de la posición de sujeto. El
reconocimiento no se refiere a reconocer aquello que ya es, sino que invoca un
devenir y una transformación.

Judith dice que somos seres sociales que se comportan en función de un tú,
que se constituyen por normas culturales y  que nos entregamos a normas
culturales y a un campo político que nos condiciona.  Mi propia formación,
como sostiene la autora, supone al otro en mí, mi propia extrañeza respecto de
mí es paradójicamente el origen de mi conexión ética con los otros. No soy
totalmente consciente de mí porque parte de lo que soy lleva la huella
enigmática de los demás. La responsabilidad se comprende en función del otro,
dada la existencia del lazo relacional establecido desde el comienzo. 

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