Jocabed
Jocabed
Jocabed
A pesar de que pudo haber sido pura coincidencia, no sería mal sugerir que Jocabed, como mujer
sumamente dotada, conocía bien tanto las tradiciones semíticas bíblicas como las folclóricas de su pueblo.
Según los relatos, el rey Sargón de Acad (siglo XXII a. de J.C.) fue salvado por su madre poniéndolo en una
arquilla en el río Eufrates en Mesopotamia. El relato pudo haber sido lo que inspiró a la madre de Moisés a
construir la arquilla suya. De todos modos, la mano de Dios obró milagrosamente.
Además, Jocabed demostró sagacidad al obedecer la orden del faraón de echar al niño al Nilo. Además
de ser una mujer piadosa, sagaz y preparada, es evidente que entendía bien la psicología de las mujeres
egipcias. Sabía también la atracción universal de un niño, especialmente cuando llora. Siendo una mujer
muy observadora, había notado la costumbre de una egipcia. A pesar de su posición real, una princesa del
palacio se acercaba diariamente al ribereño barrio hebraico con sus doncellas para bañarse (v. 5). Esto
ofreció el escenario para un plan audaz y genial de una madre humilde que por amor de su niño hermoso
hizo todo para salvar su vida. En aquel momento no pudo ni aun imaginar lo que significaría tal hecho
monumental.
Con la arquilla colocada estratégicamente para que la corriente no la llevara y que la egipcia la viera, la
madre puso su niña a una distancia discreta para ver lo que le acontecería (v. 4). La hija del faraón vio la
arquilla entre los juncos y envió a una sierva suya para que la tomase (v. 5). Al abrirla, el niño comenzó a
llorar, y la mujer egipcia, reconociéndolo como varón de los hebreos, tuvo compasión de él (v. 6).
Otra vez se ve el arte literario del autor demostrado magistralmente en el texto hebraico: Siete veces
empleó el sustantivo niño (vv. 2, etc.), y siete veces se refirió a la hija del faraón (v. 5, etc.). La narración
fue bien preparada para su conservación y transmisión oral.
Ahora llegó el momento crucial; la madre había preparado bien a la niña. Al ver los hechos y al
escuchar a su hermanito llorar, la hermanita (probablemente María de 6 o 7 años de edad) se acercó a la
princesa y recitó las palabras bien aprendidas de memoria: ¿Iré a llamar una nodriza de las hebreas para
que te críe al niño? (v. 7b). ¡Te críe! ¡Ya era niño de la egipcia!
Sin dilatar, la hija del faraón respondió: “Vé (v. 8a), y la muchacha llamó a la madre del niño (v. 8b). No
fue un encuentro casual el de las dos mujeres; fue uno lleno de emoción y de reconocimiento. El diálogo
fue breve y las palabras simples; sin embargo, el contenido tenía un sentido doble. Uno era para las siervas
de la hija del faraón (y para los lectores casuales) que observaban el drama, y el otro era entre dos mujeres
separadas por la raza y los niveles sociales. La vida del niño estaba en juego entre ellas. Y la hija del faraón
le dijo: “Llévate a este niño y críamelo. Yo te lo pagaré (v. 9). Literalmente el texto dice: “Yo te daré tu pago
(o recompensa)”. ¿Cuál fue el pago que la madre quiso? ¡La vida del niño! Parece que la egipcia reconoció
que la nodriza que la muchacha trajo era la madre del niño. El pago económico era secundario. Había entre
las dos mujeres un entendimiento muy especial, y el Señor hizo otro milagro en su plan de redención
mundial. Sin darse cuenta dos mujeres llegaron a ser instrumentos vitales en la preservación de la vida del
libertador futuro del pueblo escogido.
2 Trenchard, E., & Ruiz, A. (1994). El libro de Éxodo (pp. 43–47). Grand Rapids, MI: Centro Evangélico de Formación
Bíblica.